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LOS CELULARES: ¿EL NUEVO MEJOR AMIGO DE LOS JÓVENES?

Primer borrador

"No debemos humanizar los objetos (...) Debemos humanizar las relaciones entre las personas",
puntualizó la psicóloga y terapeuta familiar Mila Martín Pascual en una entrada referente a los
jóvenes y el consumo de las nuevas tecnologías. Un consejo y advertencia que retrata a la perfección
la actual lamentable realidad en donde nuestras vistas permanecen pegadas a las pequeñas pantallas de
los celulares, en lugar de realizar alguna actividad productiva. Los jóvenes, especialmente, nos hemos
encadenado a estos dispositivos a los que juramos devoción y tratamos como si fueran nuestro mejor
amigo; dispositivos que, frente a decir lo contrario, nos afectan y continuarán afectandonos
negativamente en gran magnitud si no regulamos su uso.

En estos momentos, vivimos en una sociedad en la cual el teléfono móvil se ha vuelto tan elemental
para la humanidad que parece haberse transformado en una extensión de nuestro brazo. Escenas que
aparentan ser sacadas de una película paródica como una cena familiar en donde todos utilizan su
celular en la mesa en vez de interactuar entre sí, un concierto repleto de flashes cegadores que graban
vídeos porque la audiencia prefiere compartir por redes sociales el hecho de que están en un concierto
antes que realmente escuchar al artista, o salidas de amigos que se basan solamente en tomarse las
llamadas "selfies"..., se han convertido en nuestro presente. Del uso al abuso sólo hay un paso, y
desde hace un tiempo hemos cruzado el límite prudente con nuestro siempre presente dispositivo
móvil.

No obstante, los que se han visto más vulnerables ante la reciente sociedad hiperconectada son
indudablemente los niños y jóvenes, quienes transcurren una parte significativa de su tiempo libre en
estos medios. De acuerdo con un estudio realizado por TigoUne en colaboración con la Universidad
EAFIT 2018, los niños y jóvenes entre los 9 y 16 años utilizan internet cerca de 3 horas y media al
día, mientras que los adolescentes de 16 en adelante pueden durar hasta más de 6 horas conectados.
Este promedio me resulta alarmante, teniendo en cuenta que el uso excesivo de los celulares y las
redes sociales tiene como consecuencias: dificultades al aprender, aislamiento y pérdida de afectos y
emociones, e incluso una decadencia en la salud física y mental. Dada la situación, es más que
necesario empezar a regular el tiempo que pasamos en los teléfonos móviles y, con ayuda de nuestros
padres, suplantarlos por actividades que aumenten nuestra productividad.

El mantener nuestra mente ocupada es la mejor manera de desviar la atención de las redes sociales y,
consecuentemente, los celulares. Gracias al uso indiscriminado de estos, se han realizado
investigaciones que demuestran cómo los jóvenes tienen dificultades y poco interés en actividades que
merezcan su concentración por un largo periodo de tiempo, como leer. Debido a que el internet nos
brinda lo que buscamos al instante, hemos desarrollado ansiedad y mal humor con el prospecto de no
recibir lo que queremos enseguida; un comportamiento que puede verse aún más fácilmente en niños
pequeños cuyos padres piensan que la mejor distracción es prestarles su celular, sin saber el enorme
impacto negativo que ejercen sobre su hijo. Por lo tanto, el mejor remedio para disminuir el tiempo
que pasamos en nuestros móviles, es realizar otras actividades que nos obliguen a involucrarnos más
con nuestros alrededores y ejercitar nuestras mentes. Nuevos hobbies como cocinar, jugar juegos de
mesa, intentar algún deporte, dibujar, practicar nuestra lectura o aprender un idioma, son grandes
opciones para empezar.

Asimismo, establecer una rutina con límites máximos de tiempo para utilizar los celulares puede dar
cabida a patrones saludables de sueño y alimentación. Lo que, a su vez, te brinda la energía suficiente
para mantenerte productivo. Además, es importante que nuestros padres sean un ejemplo de apoyo y
no de castigo; de nada funciona que nos quiten los celulares abruptamente con la única explicación de
que "no hacemos más nada". La repentina ausencia de nuestros dispositivos puede causarnos ansiedad
y alarma, por lo que no tendremos la disposición para "hacer algo diferente" solo porque así nos fue
ordenado, y terminaremos por aislarnos aún más. Gracias a esto, es esencial primeramente aprender a
desligarnos del teléfono por nuestra propia cuenta; nuestros padres deben incentivarnos y ayudarnos a
intentar nuevas actividades recreativas que nos permitan desarrollar nuestras habilidades. Debemos
aprender a regular con autonomía el uso de la tecnología, no temerle o prohibirla.

En última instancia, hago una invitación general a que no seamos la generación conocida por
depender de la tecnología, los jóvenes cuyos nuevos mejores amigos son su teléfono móvil. La
tecnología no es una enemiga; realmente, es gracias a ella que la comunicación y el aprendizaje en
tiempos tan esenciales como estos, resulta tan sencilla. Sólo debemos aprender nuevamente que no
dependemos de ella para ser felices, ni debemos dejar que se convierta en un obstáculo para alcanzar
una vida saludable y satisfecha. Si somos responsables con el uso de la tecnología, seremos
responsables con nuestro cuidado y amor propio. Así como es indicado por el célebre dicho: "Todo en
exceso es malo".

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