Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Valentín H. Vergara
Considerando el Libro del Buen Amor de Juan Ruiz y El conde Lucanor de don Juan Manuel,
la intención del próximo trabajo será demostrar que los autores mencionados tienen una postura
Tras ello se intentará señalar que tal despliegue está fuertemente relacionado con la manera en
que se sitúan frente a la relación entre el uso del lenguaje y el posicionamiento del autor como
autoridad moral e ideológica. El resultado llevará a la afirmación de que en las dos obras se
encuentra una serie de marcas textuales donde la sexualidad hace eco de un plan mayor que la
En principio, habría que señalar los resultados de las distintas operaciones que realiza Juan
Manuel en torno a la sexualidad. Si bien el estilo de Juan Manuel no se caracteriza por un uso
ni una sola palabra que refiera positivamente a propiedades de los cuerpos femeninos. Tanto en
laudatorio ni comentario que se relacione con una visión admirativa de éstos. De hecho, la
corporeidad femenina solamente aparece en escena cuando resulta un elemento axial para el
Juan Manuel por una dimensión estética de la narración, dado que en el prólogo de su obra
manifiesta los beneficios de utilizar “palabras falagueras y apuestas” (Blecua, 51) como
instrumentos para asegurar la realización de su fin didáctico. Por esto, es coherente que la obra no
esté exenta de personajes u objetos que reciban estos calificativos. Sin embargo, la belleza a lo
largo del texto aparece más bien como un elemento discursivo de poco fiar, cuyo fin es engañar a
aquellos que no poseen un “buen entendimiento”. Así, en el enxemplo V, el personaje del raposo,
para conquistar la voluntad del cuervo, hace una larga lisonja a éste en la que se utiliza como
artilugio principal el halago de su supuesta hermosura, comparándolo incluso con el pavo real,
“la más fremosa ave del mundo” (Blecua, 80). De hecho, la moraleja de este enxemplo remite a
XXXII, cuando se menciona al paño que nadie podía ver dada su inexistencia, se dice que “era la
más fermosa cosa del mundo” (Blecua, 188). Puede colegirse de estos enxemplos que, según Juan
Manuel, brindar una importancia excesiva a lo bello y dejarse dulcificar por lo meramente
estético, relegando así cualidades con mayor mérito para ser atendidas, puede tener como
consecuencia la caída en el más oscuro engaño. Puede pensarse que la belleza es el arma por la
cual se puede llevar a cabo cualquier intención, tanto un plan didáctico y edificador como el de
Juan Manuel como distintos tipos de maldades: en definitiva, es difícil ver qué hay detrás de las
“palabras fermosas”. Esto queda en evidencia en el enxemplo XXIV, donde Patronio, portavoz
del saber en el marco de la narración, acentúa que “non tengades que el donarie se dize por seer
omne fermoso en la cara nin feo, ca muchos omnes son pintados et fermosos, et non an donarie
de omne” (Blecua, 144). Esta relativización de la importancia de la belleza como atributo marca
por algo. Puede decirse, entonces, que para Juan Manuel la belleza resulta un elemento que no es
digno de confianza; sino, más bien, un componente peligroso. Sin embargo, no hay que pasar por
alto que el autor abre la posibilidad de calificar tanto animales, palabras, objetos y hombres con
este tipo de apelativos dentro de su texto. Es destacable que, si bien lo bello es considerado
peligroso, no hay en Juan Manuel una valoración negativa de la dimensión estética del mundo y,
parte se reconoce algún tipo de mención semejante al hacer referencia a una mujer.
Evidentemente hay una elisión total de cualquier punto de vista que considere algún rasgo
femenino como portador de belleza. Podría pensarse, entonces, que el borramiento de toda nota
laudatoria sobre la belleza de una mujer y la evidente zozobra ante cualquier elemento atractivo
pudo haber sido para Juan Manuel una combinación definitivamente incompatible con sus
objetivos didácticos.
Este silencio acerca de una mirada sexuada hacia los cuerpos también puede encontrarse a
nivel temático. En el plano de la narración donde sólo Patronio y Lucanor son protagonistas,
únicamente en dos oportunidades el conde advierte que el consejo que requiere es para un
vasallo, para alguien de menor condición1. El resto de ellos son solicitados para su propio
provecho o el de algún pariente. Al mismo tiempo, estos dos enxemplos son los únicos en que
Lucanor insta a Patronio a aconsejarle acerca de la mejor forma de conseguir un buen candidato
para algún casamiento. Cabe preguntarse: ¿es casual que estos dos únicos enxemplos destinados a
personajes de nivel inferior sean, al mismo tiempo, los únicos dos que están referidos a la manera
por los destinatarios a que refieren estos enxemplos, esta particularidad, más bien, lleva a afirmar
que, para el plan didáctico de Juan Manuel, el casamiento es un problema menor y propio de
personas de un rango inferior. Sin embargo, no deja de llamar la atención que incluso bajo estas
circunstancias la belleza nunca es tenida en cuenta como motivo para los diversos casamientos
que se producen en la obra2. A partir de esto puede verse cómo la belleza es conducida hacia una
total imposibilidad de aparición; antes, desde el silencio del adjetivo; ahora, desde el desinterés
1
Los enxemplos a los que se hace alusión son los XXV y XXXV.
2
En el enxemplo XXV se nombra como variable de elección de un candidato a la “apostura”, precedida en
orden de importancia por las costumbres, el entendimiento, las obras, el linaje y las riquezas. Sin duda, la
relevancia del cuerpo es realmente mínima.
Al mismo resultado se llega al hacer foco en escenas de seducción o desnudez. Puede afirmarse
que en toda la obra no se encuentra ni una sola situación donde haya una mujer desnuda. En
cambio, hay más de una oportunidad donde un hombre aparece explícitamente sin sus vestidos3.
Tampoco existe un solo ejemplo donde la seducción haya servido para un fin positivo como el
casamiento. De hecho, en ningún nivel narrativo puede encontrarse una escena donde la
conquista amorosa sea bien ponderada. Al respecto, la única situación de cortejo que se desarrolla
en toda la obra se encuentra en el enxemplo L. Habría que destacar, en primer lugar, el altísimo
nivel de esterilización que atraviesa la totalidad de la escena: no hay contacto físico ni tampoco
mujer del caballero. En segundo lugar, y quizás esto sea más importante, es necesario señalar que
quien motiva la acción es, en primera instancia, el demonio. En verdad, es evidente que la escena
intenta remarcar el carácter adúltero y pérfido del sultán, no su habilidad en el cortejo. Puede
afirmarse, entonces, que Juan Manuel ha omitido toda atribución positiva de la corporeidad
A lo largo de su obra queda muy claro el sentido ideológico de la sexualidad con que opera
Juan Manuel: cualquier acto relacionado con la lujuria es fuertemente denostado, tomando el
sentido general de aquello que pierde al cuerpo, alma y hacienda. La unión carnal es tenida como
un acto espurio si es motivada por el mero fin de concepción dentro del matrimonio4. Esto último
puede ser la causa del lugar devaluado que le asigna el autor al tópico del casamiento: la
sexualidad, ni siquiera amparada bajo el ala de la Iglesia, puede ser bien vista. Estas distintas
estrategias para desvalorizar o silenciar la sexualidad cobran cierta coherencia al contrastarlas con
una explicitación que realiza Patronio, la cual refleja la postura de Juan Manuel frente al uso del
3
Se hace referencia a los enxemplos XXXII, XLII y LI
4
Patronio, en la quinta parte de la obra, pone de relieve la imposibilidad de escapar al pecado del deleite al
decir que “commo quier que el casamiento sea fecho por mandado de Dios et sea uno de los sacramentos,
pero, porque en la manera de la engendraçión non se puede escusar algún deleyte, por ventura non tan
ordenado commo serié mester, por ende todos los que nacieron et nacerán por engendramiento de omne et
de muger nunca fue nin sera ninguno escusado de nacer en l’pecado deste deleyte” (Blecua, 307).
lenguaje y su relación con su figura: al referirse al deleite en la procreación, Patronio declara:
“porque este libro es fecho en romançe (que lo podrán leer muchas personas [...] que tomarían
vergüença en leerlo, et aun non ternían por muy guardado de torpedat al que lo mandó escrivir),
por ende no fablaré en ello tan declaradamente como podría” (Blecua, 314). Esta premisa no
sólo se utiliza para elidir la profundización del tópico en este momento puntual del texto, sino que
ha estado presente desde la primera página. Sus propios preceptos éticos y, ahora, el juzgamiento
de su honra por la mirada del lector es lo que lleva a Juan Manuel a activar los distintos
mecanismos esbozados arriba para borrar o denostar la sexualidad. Lo que más llama la atención
es la brillante coherencia del autor en el uso de las palabras y su relación con su posicionamiento
escribe; y, por eso, deben tomarse ciertos recaudos a la hora de darle vida. En este caso, Juan
Manuel, para asegurar que su obra sea entendida como él desea, está obligado a encausar el
sentido lo más posible: tal como indica Seidenspinner-Núñez, “los estadios de la mediación
cerrado militan contra lecturas variantes” (Seidenspinner-Nuñez, 14). En definitiva, Juan Manuel,
al hacerse portavoz del sentido de la obra, necesita utilizar una serie de técnicas para encausar la
significación: borrar las notas positivas del cuerpo femenino y vilipendiar, en mayor o menor
medida, todo tipo de aproximación sexual son sólo algunas de la precauciones donde pueden
verse los “indicios claros de conciencia y voluntad de autoría” de Juan Manuel que Funes señala5.
En el caso del Libro del Buen Amor, por el contrario, el tópico de la sexualidad aparece con
altísima frecuencia, siendo, al menos en ciertas partes, la matriz conductora de la obra. Este tema
puede aparecer tanto de forma explícita como en ciertos juegos de palabras con doble sentido o,
5
Funes marca cuatro estrategias utilizadas por Juan Manuel donde puede percibirse esta voluntad de autoría:
el borramiento de las fuentes en su trabajo intertextual, las referencias a sus propias obras y el recurso a las
autocitas, la interferencia del propio don Juan en sus relatos, y la preocupación lingüística por encontrar el
nivel de discurso ideal. La elisión de todo indicio sexual debería introducirse dentro de esta última categoría.
constante para volver a hundirse en los distintos niveles de significación.
Es realmente imposible intentar concluir alguna formulación respecto a qué se está refiriendo
Juan Ruiz cuando habla del “buen amor” sin caer en contradicciones o aporías. Las nociones de
“buen amor” y “loco amor”, dicotomía que el autor propone al comienzo de la obra, son
fluctuantes e incluso intercambiables. Como Funes indica, “la absoluta falta de claridad en cuanto
a qué es exactamente para Juan Ruiz el ‘buen entendimiento’ o el ‘buen amor’ desplaza el objeto
del juego al propio público lector: el texto juega con nosotros burlando cualquier intento de fijar
su sentido”(Funes, 83). Así, en el Libro del Buen Amor, Dios puede ver al “loco amor” como
pecaminoso y, al mismo tiempo, ayudar a conseguir “buen amor et plaçer de amiga”. Es preciso
señalar que sería errado afirmar que esta ambigüedad semántica se limita al tópico del amor, sino
que distintos conceptos presentan el mismo inconveniente a la hora de cerrar su significado6. Esto
ambigüedad como un pilar fundamental de su estructura, pues, como señala Funes, “la polisemia
está inscripta en el código de escritura y la ambigüedad es el núcleo ideológico del Libro” (Funes,
93). Este autor, al mismo tiempo, muestra que en la obra “esta yuxtaposición de contrarios se
semánticamente densificado [...] sin que la contradicción entre los términos permita anular alguno
de los dos” (Funes, 84). De esta manera es posible percibir una coexistencia de distintas
vacío de sentido, este posicionamiento polisémico de Juan Ruiz tiene como fin transferir al lector
receptor quien debe buscar una significación personal. El autor, al hablar de la interpretación,
señala explícitamente que “qual tú decir quisieres, ý faz punto, ý, ten te” (Gybbon-Monypenny,
6
Como el concepto de buen entendimiento, la postura hacia la iglesia, la relación con el dinero, etc.
123). De este modo, la forma de comprender la obra será un reflejo fiel de quien esté leyendo con
lector en los momentos de empatía con el yo narrativo: el hallazgo final será el mismo sujeto que
propició la búsqueda. Por lo dicho, la necesidad de proveer a la obra de un resquicio donde cada
ambigüedad como pilar dentro de su sistema de significación. En relación a esto, Gerli señala
correctamente que la aparición en el prólogo del verso 8 del salmo XXXI, (Intelectum tibi dabo,
et instruam te in via hac qua gradieris: firmabo super te occulos meos), del Antiguo Testamento
es un llamado de Juan Ruiz a lanzarse a la búsqueda exegética de una correcta intelección a través
del texto, vinculándolo con el concepto de ductus agustiniano7. Este mismo autor afirma que “la
lectura es siempre, pero sobre todo en la Edad Media, una actividad ética sujeta a la continua
elección del sentido que el lector encuentra en los pasos de sus lecturas al desplegarse el texto
ante su conciencia” (Gerli, 77). La diferencia esencial que puede remarcarse es que en el
pensamiento agustiniano la buena voluntad orientada a Dios brindará la correcta intelección del
texto. En cambio, El Arcipreste explícitamente marca que “este mi libro a todo omne o muger, al
cuerdo e al non cuerdo, al que entendiere el bien e escogiere salvaçión e obrare bien, amando a
Dios; otrosí al que quisiere el amor loco; en la carrera que andudiere, puede cada uno bien
decir: Intellectum tibi dabo, e çetera.” (Gybbon-Monypenny, 110) De esta manera, Juan Ruiz
señala que, sin importar hacia dónde la voluntad sea guiada, cualquiera puede tener una
del juego de la ambigüedad, puede afirmarse que el texto sostiene que la búsqueda de una
iluminación intelectual gracias a la ayuda divina no asegura la comprensión del libro: de hecho,
no existe una verdad profunda, trascendental y última en la obra. Por lo tanto, la guía de Dios
para su comprensión carece de justificación. Esta soledad del lector ante el proceso exegético lo
7
En palabras de Gerli, el ductus era el proceso que “implicaba una actividad dinámica de interpretación y
discriminación incesantes. […] El ductus, pues, tenía el sentido de la deliberación y la elección constantes y
variables necesarios en la búsqueda de un sentido en todo el texto”. (Gerli, 69)
desnuda frente al sentido que él mismo impone al libro en el discurrir de su lectura. Sin guía, el
Así como al introducir en el prólogo un salmo erudito donde se señala esta relación paródica
sapiencial8. Esto mismo señala Seidenspinner-Nuñez al decir que “la persona del LBA es mucho
más defendible como instrumento de comicidad y ambigüedad que como vehículo de didactismo”
(Seidenspinner-Nuñez, 7). Como ejemplo, podría tomarse la frase que Juan Ruiz pone en boca de
Aristóteles: “el mundo por dos cosas trabaja: la primera / por aver mantenencia; la otra cosa
era / por aver juntamiento con fenbra plazentera”. A continuación, el autor señala que “si lo
dixiese de mío, sería de culpar; / dize lo grand filósofo, non só yo de rrebtar” (Gybbon-
Monypenny, 123). Esto demuestra que, para Juan Ruiz, cualquier clase de irreverencia reprobada
por la Iglesia puede ser expresada si se encuentra bajo el amparo de una auctoritas. Con respecto
quien a través de sus distintas intervenciones cita varios enxemplos y refranes. Alrededor de ella
y, en menor medida, de otros personajes como Don Amor, como indica Peter Dunn, “el autor
parece crear un ambiente de ambigüedad moral, ya que las verdades que enuncian estos
personajes son intachables, pero los motivos que los llevan a enunciarlos son en general
inmorales” (Gybbon-Monypenny, 65). De esta manera, puede verse cómo es posible, a partir de
un modelo literario cuyo objetivo es guiar al lector para que proceda de forma recta, la
sapiencial, reflejando a partir de ella la desvinculación que puede existir entre el uso de estos
8
Estos no son los únicos tópicos que son víctimas de la parodia del Arcipreste. Como señala Olga Impey, “la
mayoría de los topoi moldeados en los versos de Juan Ruiz resultan ser unos topoi burlados” (Joset, 83). Lo
que se intenta destacar aquí es cómo esa posición burlesca se relaciona con la noción de autoridad.
que “Juan Ruiz emplea con ironía hasta los mismos procedimientos didácticos” (Gybbon-
Monypenny, 72).
Esta actitud burlesca de Juan Ruiz ante una posición del autor como moralizador puede resultar
no está encargado de llevar al lector hacia un sentido puntual, puede afirmarse que la
correspondencia entre el uso de las palabras y su propio posicionamiento como autoridad moral e
ideológica queda desplazada. Las limitaciones léxicas que se han demostrado en Juan Manuel no
tienen ningún tipo de sentido en este caso, pues, como sugiere Seidenspinner-Nuñez, “el
algo que Juan Ruiz expresa abiertamente en su prólogo: “las palabras sirven a la intençión e non
el léxico que articula su discurso dado que, si uno se atiene al “son feo de las palabras”, no verá
explicitada la intención del autor en ellas; sino, más bien, la propia. En todo caso, a través de la
ambigüedad, el Arcipreste se encarga de romper con la idea de un texto como guía hacia un
sentido preciso, ampliando las posibilidades de significación en forma constante. Por otro lado, la
presencia de Juan Ruiz en cuanto a su propia concepción como autoridad moral se evidencia en el
quiere mostrarse, como en el caso de Juan Manuel, como una figura que quiere adoctrinar
moralmente a sus lectores, sino que aparece ridiculizando y subvirtiendo de modo constante a esa
figura moralizadora. La burla es el mecanismo por el cual Juan Ruiz critica la relación establecida
entre un sentido fijado por un autor o por la misma tradición y la recepción cabal de éste por parte
del lector. Este proceso paródico, podría argüirse, tiene como fin limpiar el camino interpretativo
En conclusión, a partir del análisis del recorte programático de la sexualidad en la obra de Juan
Manuel y de su presencia multifacética en el Libro del Buen Amor, puede afirmarse que ambos
posicionamiento como autoridad y el uso del lenguaje: mientras en El conde Lucanor la premisa
principios ideológicos y morales, en el Libro del Buen Amor puede verse que la palabra es puesta
en acto para que sea el lector quien refleje esos principios gracias a la amplia apertura de sentido
que ciertos conceptos sufren y también para realizar una constante parodización de la figura de
autoridad moral, socavando de esta manera cualquier posibilidad de identificación por parte del
Arcipreste con ella. Si la coherencia léxico-moral que se impone Juan Manuel es esencial a la
hora de presentarse a sí mismo como autoridad, Juan Ruiz queda totalmente desentendido de
dicha relación dado que él no se atribuye el valor profundo de la palabra: mientras Juan Manuel
intenta mostrarse de forma transparente en el léxico, Juan Ruiz advierte a través de él que es
imposible, dada su naturaleza, que el lenguaje pueda dirigir su sentido hacia una sola dirección,
tal como se acentúa en la parábola de los griegos y romanos. En consecuencia, se afirma que la
insistencia de Juan Manuel para crearse a sí mismo como autoridad es radicalmente distinta a la
relativización por parte del Arcipreste de la relación entre autor y enseñanza. Resulta, entonces,
que basando sus respectivas obras en postulaciones generales radicalmente discordantes tanto en
ambos autores aprovechan sus posibilidades dentro de los límites que se han impuesto y llegan a
profundo mutismo, mientras que en Juan Ruiz tiene una constante presencia. En los dos casos, la
sexualidad se encuentra coherentemente supeditada a principios más generales que estructuran la
Bibliografía
Funes, Leonardo y Maximiliano Soler Bistué. “Erótica textual y perspectiva lúdica en el Libro del
Buen Amor”, en Carlos Heusch ed., El Libro de buen amor de Juan Ruiz, Archipretre de Hita,
Gerli, Michael, “Vías de la interpretación: sendas, pasadizos y callejones sin salida en la lectura
del Libro del Arcipreste”, en Carlos Heusch ed., El libro de buen amor, Arcipretre de Hita, Paris,
Joset, Jacques, “Interpretar, interpretar”, en sus Nuevas investigaciones sobre el Libro de Buen
Seidenspinner-Nuñez, Dayle, “On ‘Dios y el mundo’: Autor and Reader Response in Juan Ruiz