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BUSCANDO EL NOMBRE PARA JESÚS

La resurrección de Jesús fue una explosión de vida y esperanza que difícilmente podemos
evocar nosotros hoy desde nuestro mundo cultural, se convirtió para muchos en la vía para
acceder al misterio de Dios, para descubrir la verdad de la vida y para mirar el futuro con
una esperanza nueva.
El pueblo judío proclamaba su fe en Dios en una invocación muy querida para todos. El
impacto de la resurrección empuja a los seguidores de Jesús a buscar nombres y títulos para
tratar de expresar el “misterio” que intuyen ahora en él. En la mentalidad semita, el nombre
no es una designación arbitraria, sino que indica el ser de la persona. El misterio inefable
que intuyen en Jesús no puede ser expresado solo con un nombre. Siempre les parece poco.
Desde el comienzo, los cristianos llaman a Jesús “Mesías” o “Cristo”. La palabra “Mesías”
proviene del término hebreo mashiah, que significa “ungido”. Su equivalente en griego es
“Cristo” Es un título central. El más usado por todos. De hecho, la figura del Mesías se
había vuelto muy difusa y hasta ambigua. La mayoría veía en él un descendiente de la
familia real de David. Algunos pensaban en un personaje sacerdotal. En cualquier caso, casi
todos lo imaginaban con rasgos de un liberador guerrero: él terminaría con la dominación
romana.
La crucifixión terminó con todos los malentendidos. Jesús es el Mesías verdadero, pero no
trae la salvación destruyendo a los romanos, sino buscando el reino de Dios y su justicia
para todos. No es un Mesías victorioso, sino “crucificado” por vivir liberando a la gente de
opresiones e injusticias. Así lo han conocido todos. Veamos algunos nombres:
Hombre nuevo: Al parecer, Jesús nunca se llamó “Mesías” o “Cristo”. Por el contrario, al
hablar de sí mismo y de su misión empleó con frecuencia una expresión bastante extraña,
de sabor típicamente semita: “Hijo del hombre” que no es propiamente un título atribuido a
Jesús. Nadie lo confiesa ni le invoca con ese nombre en la comunidad cristiana. Es una
manera de hablar que los evangelistas ponen en labios de Jesús y que, antes que nada,
subraya su condición humana: Jesús es un ser humano y vulnerable, un “hijo de hombre”.
Pero, al mismo tiempo, Jesús habla también del “Hijo del Hombre, sentado a la derecha del
Todopoderoso, que vendrá entre las nubes del cielo” (Marcos 14,62; 13,26). Según muchos
investigadores, fueron los primeros cristianos quienes, partiendo seguramente de la
costumbre de Jesús de designarse como “hijo de hombre”, vieron en él al “Hijo del
hombre” que está ahora exaltado y glorificado a la derecha de Dios, y vendrá como Juez
definitivo del mundo. En cualquier caso, a Jesús se le contempla como un ser
verdaderamente humano, que ha luchado hasta la muerte por una vida digna para todos y
que, constituido ahora por Dios Juez definitivo, vendrá un día a poner justicia en el mundo.
Sumo sacerdote: El título sorprendente y hasta escandaloso ilumina de manera profunda la
actuación mediadora de Jesús entre Dios y los hombres. El sumo sacerdote seguía siendo el
gran “mediador” entre Dios y su pueblo. Presentar a Jesús como “Sumo Sacerdote” era la
mejor manera de desmitificar la religión del templo, y una forma impresionante de
presentar al mundo judío la identidad de Jesús. El sacerdote seguía siendo el hombre de lo
sagrado, separado de los impuros para poder ofrecer sacrificios agradables a Dios por los
pecados.
Jesús “se ha hecho semejante en todo a sus hermanos, para ser, ante Dios, un sumo
sacerdote misericordioso y digno de crédito” (Hebreos 2,17), no como la familia de Anás,
que durante años explotó sin misericordia a las gentes perdiendo credibilidad ante los
pobres. Más aún. Jesús se identifica con todos los que sufren, y “habiendo sido probado en
el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados” (Hebreos 2,18). El autor no
encuentra palabras para exponer esta increíble solidaridad: Jesús “no es un sumo sacerdote
que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, pues las ha experimentado todas,
excepto el pecado” (Hebreos 4,15).
Señor: Jesús fue llamado “Señor” desde el principio. No es solo un tratamiento de honor.
Este título encierra un contenido más profundo. El término griego kyrios significa
sencillamente “señor”, “amo”, “dueño de la casa”. Su correspondiente arameo, mar, se solía
aplicar al padre, al juez, al rey. Ambos términos adquieren un contenido mucho más
profundo cuando se atribuyen a Dios o a Jesús.
Este señorío de Jesús no es una apoteosis del poder. Jesús no es Señor para dominar,
oprimir, gobernar o controlar. Toda su vida ha estado sirviendo y dando vida a los más
pobres y necesitados. Su señorío no es despótico, autoritario e impositivo. Es fuerza para
hacer vivir y energía para dar vida. Este Jesús, exaltado por Dios, es el único Señor de la
comunidad. Él ha de configurar la vida de sus seguidores. “Si vivimos, vivimos para el
Señor; y si morimos, morimos para el Señor. Así pues, tanto si vivimos como si morimos,
somos del Señor. Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”
(Romanos 14,8-9).
Palabra de Dios encarnada: Así se le llama a Jesús en una especie de “prólogo” con el
que arranca el evangelio de Juan. Después la expresión desaparece incluso en este mismo
evangelio. En la terminología de este prólogo está resonando la categoría griega de Logos,
la fe judía en la “Palabra” de Dios y la meditación sapiencial sobre la “Sabiduría”.
Este precioso himno joánico subraya sobre todo la fe judía. La Palabra está ya “en el
principio” de todo. No hemos de entender esta Palabra como algo creado. Esta Palabra es
Dios mismo hablando, comunicándose, revelándose en la creación y en la historia
apasionante de la humanidad. Todo es creado y dirigido por esa Palabra. Lo insólito es la
audaz proclamación que viene a continuación: “La Palabra de Dios se ha hecho carne y ha
habitado entre nosotros” (Juan 1,14). Ahora podemos captar la Palabra de Dios hecha carne
en este Profeta de Galilea llamado Jesús. Nadie nos puede hablar como él. Dios ha tomado
carne en él. En sus palabras, sus gestos y su vida entera nos estamos encontrando con Dios.
Hijo de Dios: Es un título arraigado seguramente en el recuerdo que se tenía de Jesús, un
hombre al que habían visto vivir en una actitud de obediencia, fidelidad y confianza íntima
en un Dios al que llamaba Abbá. Y, al mismo tiempo, un título abierto al misterio inefable
de Dios, que les permitía relacionar a Jesús con ese Padre que lo ha resucitado
infundiéndole su propia vida.
El título “hijo de Dios” era muy sugestivo para los judíos. Así se le llama en la tradición
bíblica a Israel, aquel pueblo tan querido y cuidado por Dios; también el rey, representante
del pueblo, es considerado “hijo de Dios”; incluso algunos hombres justos que sobresalen
por su fidelidad a Dios son llamados hijos suyos. Lo absurdo y horrendo es proclamar “Hijo
de Dios” precisamente a un desconocido ejecutado por las autoridades romanas en una
cruz. Los cristianos lo saben. Sin embargo, Marcos se atreve a poner en boca de un
centurión romano una confesión que solo podía dirigir a su emperador, pero que, en el
momento de morir Jesús, él dirige al crucificado: “Verdaderamente, este era Hijo de Dios”
(Marcos 15,39). Jesús es verdadero hombre; en él ha aparecido lo que es realmente ser
humano: solidario, compasivo, liberador, servidor de los últimos, buscador del reino de
Dios y su justicia… Es verdadero Dios; en él se hace presente el verdadero Dios, el Dios de
las víctimas y los crucificados, el Dios Amor, el Dios que solo busca la vida y la dicha
plena.
A modo de conclusión: el esfuerzo por aproximamos históricamente a Jesús nos invita a
creyentes y no creyentes, a poco creyentes o malos creyentes, a acercamos con fe más viva
y concreta al Misterio de Dios encarnado en la fragilidad de Jesús. Al ver sus gestos y
escuchar sus palabras podemos intuirlo mejor. Ahora “sabemos” que los pequeños e
indefensos ocupan un lugar privilegiado en su corazón de Padre.
ANEXO 1: BREVE PERFIL HISTÓRICO DE JESÚS
Es útil delinear de manera breve el perfil histórico de Jesús en sus rasgos básicos:
Nacimiento: Jesús nació durante el reinado del emperador romano Augusto, ciertamente
antes de la muerte de Herodes el Grande, que tuvo lugar en la primavera del año 4 a. C.
Probablemente nació en Nazaret, aunque Mateo y Lucas hablan de Belén por razones
teológicas. En cualquier caso, Nazaret fue su verdadera patria. Sus padres se llamaban
María y José.
Lengua materna: La lengua materna de Jesús fue el arameo. Lo hablaba según una forma
dialectal corriente en Galilea. Según un sector creciente de autores, Jesús pudo hablar
también algo de griego. Desconocía el latín.
Vida en Nazaret: Jesús vivió su infancia, su juventud y los primeros años de su vida adulta
en Nazaret, que era un pequeño poblado que se alzaba sobre una ladera en la zona
montañosa de Galilea, lejos de las grandes rutas comerciales. Jesús es un hombre de
mentalidad rural más que urbana.
Encuentro con el Bautista: En un momento determinado, Jesús oyó hablar de Juan el
Bautista, que promovía un movimiento de conversión en una zona desértica junto al río
Jordán. Dejó su aldea de Nazaret, escuchó su mensaje y recibió su bautismo.
Ruptura con su familia: Jesús no gozó del apoyo familiar. Su familia más cercana no le
apoyó en su actividad de profeta itinerante. Llegaron a pensar que estaba fuera de sí y
consideraron que deshonraba a toda la familia. Jesús creó nuevas relaciones en tomo a él
formando un grupo de seguidores.
Actividad itinerante: Hacia el año 27-28, Jesús da comienzo a una actividad itinerante que
le lleva de Galilea a Jerusalén, donde será ejecutado probablemente el 7 de abril del año 30.
Se trata, por tanto, de una actividad intensa pero breve, pues no llegó a durar tres años. No
es posible reconstruir con exactitud los lugares de su actividad y sus rutas de viaje.
Profeta del reino de Dios: Los dichos breves y penetrantes de Jesús, sus aforismos y,
sobre todo, sus bellas parábolas son inconfundibles. Jesús apenas habla de sí mismo. Su
predicación se centra en lo que él llama el “reino de Dios”. Su mensaje arranca de la
tradición judía, pero no brota directamente de la literatura apocalíptica ni de la enseñanza
oficial de los escribas, sino de su profunda experiencia de Dios.
Actividad curadora: Aunque es difícil precisar el grado de historicidad de cada relato
transmitido por las tradiciones evangélicas, no hay duda de que Jesús llevó a cabo
curaciones de diverso tipo de enfermos, que fueron consideradas por sus contemporáneos
como milagrosas. Asimismo, practicó exorcismos liberando de su mal a personas
consideradas en aquella cultura como poseídas por espíritus malignos.
Conducta desviada: Jesús adoptó una conducta extraña y provocativa. Rompía
constantemente los códigos de comportamiento vigentes en aquella sociedad. No practicaba
las normas establecidas sobre la pureza ritual. No se preocupaba del rito de limpiarse las
manos antes de comer. No practicaba el ayuno. Toda esta actitud provocativa no la adoptó
Jesús de manera arbitraria. Su intención profunda era hacer ver a todos de manera gráfica
que el reino de Dios está abierto a todos, sin excluir o marginar a nadie.
Rodeado de discípulos: Jesús no pretendió nunca romper con el judaísmo ni fundar una
institución propia frente a Israel. Aparece siempre convocando a su pueblo para entrar en el
reino de Dios. Pero, de hecho, se formó en torno a Jesús un grupo reducido de seguidores
itinerantes, entre los que había también un cierto número de mujeres.
Reacciones ante Jesús: Más allá del grupo reducido de discípulos y del círculo de
simpatizantes, Jesús alcanzó una popularidad bastante grande en Galilea y regiones vecinas.
Fue criticado por comer con pecadores y acusado de estar poseído por el demonio. De
ambas acusaciones se defendió con firmeza.
Ejecución: Jesús realizó un gesto hostil hacia el templo, que provocó su detención. No
parece que hubiera propiamente un juicio de Jesús ante las autoridades judías. Más bien, a
raíz de lo sucedido en el templo, la aristocracia sacerdotal se confirmó en la peligrosidad
que suponía Jesús y se confabularon por hacerlo desaparecer. De hecho, Jesús murió
crucificado probablemente el 7 de abril del año 30 y fue el prefecto romano Poncio Pilato
quien dictó la orden de su ejecución.
Fe en Jesús resucitado: Los cristianos de la primera generación confesaban con diversas
fórmulas una convicción compartida por todos y que rápidamente fueron propagando por
todo el Imperio: “Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos”.

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