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Como vemos, estas cuatro acciones constituyen los elementos estructurantes básicos de
la liturgia eucarística en todas las familias litúrgicas, tanto de Oriente como de
Occidente.
El verbo «tomar» ha dado origen a la procesión de las ofrendas y a su presentación y
disposición en el altar. El «bendecir» ha dado origen a la Plegaria eucarística. El
«partir» se conserva en la fráctio panis. Y por último, el «distribuir», se convierte en la
administración de la Santa Comunión. Trastocar estas acciones fundiéndolas,
desdibujándolas, alterándolas,... supondría inducir una grave violencia sobre la
estructura íntima de la Santa Misa. Así, por ejemplo, los fieles no deben tomar el
Cuerpo y la Sangre del Señor ellos mismos para comulgar ya que la secuencia bíblica
fundamental integra como último factor el «distribuir». En la Iglesia, la Comunión
nunca se toma, se recibe. Por tanto, es improcedente que los fieles se acerquen al altar a
tomar el Cuerpo y la Sangre del Señor o, sin llegar al altar, se pasen unos a otros la
patena y el cáliz con intención de comulgar.
De aquí se desprende que el rito de la preparación de las ofrendas no debe reducirse
meramente a unas oraciones de ofrecimiento, porque eso convertiría la acción (tomar)
en palabras (oración sobre las ofrendas), y las oraciones no son lo más importante de
este rito. De hecho, la presentación de las ofrendas ya no se llama ni es un «ofertorio»:
pan y vino son presentados, no ofrecidos y, en este sentido, los traductores litúrgicos
españoles tradujeron con un agudo sentido litúrgico el offérimus de la versión típica por
el «presentamos» del texto oficial vigente [37].
• «Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo
del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para
nosotros pan de vida».
• «Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del
hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros
bebida de salvación».
El contexto de estas fórmulas es el de las bendiciones de la liturgia judía.
El actual Ordinario de la Misa ha modificado notablemente lo que antes se hacía entre la
liturgia de la Palabra y la Plegaria eucarística. Antiguamente se ofrecía a Dios el pan y
el vino. Ahora, las ofrendas son recibidas, preparadas y dispuestas en el altar, mientras
el celebrante da gracias a Dios por sus dones. Desde la perspectiva actual, entendemos
que ofrecer algo distinto de Cristo es teológicamente inadecuado y que el verdadero y
único Ofertorio tiene lugar durante la plegaria eucarística, en la anámnesis (→) [38].
El Misal anterior prescribía que el celebrante elevara la patena y el cáliz a la altura de
los ojos en actitud de ofrecimiento, mientras miraba al Crucifijo del altar. El Misal de
Pablo VI indica [39] que el celebrante tiene «la patena con el pan ligeramente elevada»
para declarar que el rito del ofertorio consiste, no tanto en un ofrecimiento, cuanto en
recibir del pueblo el pan y el vino, dar gracias a Dios y colocarlos sobre el altar, por
cuyo contacto reciben una santificación inicial [40], pues, durante la celebración, el altar
es símbolo fundamental de Cristo [41]. Así pues, el ofertorio propiamente dicho vendrá
después, durante la Plegaria eucarística, concretamente, en la anámnesis.
Dejando ya aparte esta digresión sobre el rito de la presentación de los dones, convendrá
volver a nuestro tema: la oración sobre las ofrendas. Esta plegaria, como le sucede
también a la oración para después de la comunión, se distingue de la colecta en que
alude y sirve al momento de la celebración en el que se pronuncia; en ese sentido, ya lo
dije, la colecta es más autónoma e independiente.
En la liturgia romana de principios de la Edad Media, el depositar las ofrendas sobre el
altar no iba acompañado de ninguna oración. Las actuales oraciones sobre las ofrendas
proceden, en general, del tesoro de los antiguos Sacramentarios (→) [42]. En el Misal
de Pablo VI, esta serie de oraciones han sufrido algunos retoques que indican
probablemente la intención de quitarle el contenido eucarístico, evitando así
anticipaciones inoportunas de temas que son propios de la plegaria eucarística.
Como norma general, todas las oraciones sobre las ofrendas se redactan en plural, como
oración de la entera asamblea, y todas ellas van dirigidas a Dios Padre, como
corresponde a la oración eclesial. De ahí que la asamblea esté ya en ese momento de
pie. ¿Qué se pide a Dios en la oración sobre las ofrendas? Aunque las formas literarias
de expresión sean diversas, sí existen unas cuantas líneas de fuerza comunes que
podrían resumirse en las siguientes:
• ofrecemos a Dios los dones del pan y del vino
• los dones son ofrecidos para que se conviertan en Sacrificio de Cristo
• los Misterios de nuestra Redención sirven de recomendación ante Dios de nuestras
ofrendas
• se pide una buena disposición del alma para poder ofrecer dignamente el sacrificio
• a veces, se pone de relieve la cantidad considerable de ofrendas que se han conseguido
reunir [43]
Creo que puede resultar clarificante ver reflejadas algunas de estas características en un
ejemplo de oración sobre los dones, que he seleccionado por presentar un corte
típico [44]:
Súscipe, Dómine, múnera nostra,
quibus exercentur commércia gloriosa,
ut, offerentes quæ dedisti,
teipsum mereamur accípere.
Acepta, Señor, nuestros dones,
en los que se realiza un admirable intercambio,
para que, al ofrecerte lo que tú nos diste,
merezcamos recibirte a ti mismo.
Plegaria de acompañamiento de los dones, en la que, a una doble petición, coloca en
paralelo una doble motivación. Las dos motivaciones plantean los temas del
«intercambio» y el de la gratitud.
a) El tema del «intercambio» quizá nos resulte familiar. Se trata de un argumento que
halla una amplia cabida en el Tiempo de Navidad y en el Tiempo de Pascua. La oración
llama a la Eucaristía «ejercicio de un intercambio admirable», evocando y repitiendo
ideas y términos empleados para cantar y ensalzar el admirable intercambio de Dios con
los hombres:
– en Navidad, Dios nos da su Divinidad, y nosotros le damos nuestra humanidad, o
bien, en términos más agustinianos, el Hijo de Dios se hizo Hombre para que el hombre
se hiciera hijo de Dios [45];
– y el portentoso intercambio de la Pascua, en que Dios aunó lo divino con lo humano y,
a cambio de nuestra vejez y decrepitud pecadoras, nos dio la vida nueva de Jesucristo
Resucitado y Resucitador.
b) Por vía de la gratitud, la oración evoca que lo que ofrecemos a Dios es puro don
previo de su bondad.
La petición final, «merezcamos recibirte a Ti mismo», rezuma una piedad muy grande.
Aflora ahí el pensamiento teológico del Sacrificio y del Sacramento. Dios nos da
primeramente pan y vino. De ese pan y ese vino nosotros hacemos la oblación. De ella,
el Señor «hace» su Cuerpo y su Sangre, que nos los da en comida y bebida y que
constituyen los «manjares enjundiosos y los vinos de solera» del Banquete del
Reino [46].
Pero no querría terminar esta sección, dedicada a la oración sobre los dones, sin
constatar tres piezas de singular trascendencia en su género. La primera marca un hito
por su alcance doctrinal en la historia de la liturgia. Me refiero a ésta [47]:
Concede nobis, quæsumus, Dómine,
hæc digne frequentare mystéria,
quia, quóties huius hóstiæ commemorátio celebratur,
opus nostræ redemptionis exercetur.
Concédenos, Señor,
participar dignamente en estos santos misterios,
pues cada vez que celebramos
este memorial del sacrificio de Cristo
se realiza la obra de nuestra Redención.
Querría detenerme en esta plegaria porque, en razón de la teología que encierra, quizá
sea una de las más importantes de entre todas las oraciones que contiene el actual Misal
Romano. Los orígenes de la oración se remontan a muy antiguo. Los hallamos en el
Sacramentario Veronense (→) (s. VI-VII) [48], cuando trata de una cuestión
fundamental: cuál sea la naturaleza de la liturgia [49]. Resulta destacable que el estatuto
teológico de la liturgia lo encontremos en una oración sobre las ofrendas. Este tipo de
oraciones no nos tienen acostumbrados a referencias de este tipo ya que su contenido
suele ceñirse al tema de los dones.
El texto hace de soporte a la única súplica que formula y que es de excelente factura
literaria. La sonoridad del cursus (→) [50] del original latino ha situado la súplica en el
mismo comienzo; tras ella se expresa la motivación. Y ahí, en la motivación, se alberga
el argumento teológico:
«cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo, se realiza la obra
de nuestra Redención»
Para significar la profundidad de este misterio, el autor recurrió al verbo exérceo, que
significa agitar, poner en movimiento, ejercitar. «Uno queda abrumado –ha escrito C.
Urtasun [51]– ante la contundencia de la afirmación: cada vez que se celebra el
memorial de este sacrificio, exercetur, se pone en marcha, en divino movimiento, toda
la obra de nuestra Salvación».
Me ha parecido ilustrativo repasar los términos empleados para verter el original latino
a las diversas lenguas modernas.
Como en algunos mosaicos célebres, en cuyo centro domina el Pantocrátor, aquí las
traducciones hacen como de coro y ornamento al original latino. Situado éste en el
centro, las versiones, colocadas alrededor, hacen un buen marco y, de paso, le dan una
luz refleja muy sugestiva.
Castellano cada vez que celebramos este memorial del sacrificio de Cristo, se
realiza la obra de nuestra Redención.
Catalán cada vegada que celebrem el memorial del sacrifici del vostre Fill es
fa presentl’obra de la redempció.
Italiano ogni volta che celebriamo questo memoriale del sacrificio del
Signore, si compiel’opera della nostra redenzione.