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1.2.1. Maier - Fundamentos - Imparcialidad
1.2.1. Maier - Fundamentos - Imparcialidad
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A. INTRODUCCIÓN
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
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cidir. Pero el juez —a quien las reglas del proceder lo empujan fuer-
temente a lograr determinados fines, incluso en forma de deberes es-
tablecidos para cumplir correctamente su función, como, por ejem-
plo, el de conocer por las suyas la verdad de un acontecimiento his-
tórico (investigar ex officio, “ofrecer” él mismo medios de prueba pa-
ra averiguar la verdad, interrogar a los órganos de prueba)—, parte
de una posición que no favorece la imparcialidad, sino que, antes
bien, la imposibilita en origen, pues la ley lo obliga a adoptar la po-
sición de parte en el procedimiento, a tener interés propio en la deci-
sión, a abandonar su posición neutral frente al acontecimiento desde
algún punto de vista (la “verdad histórica objetiva”, base de su deci-
sión, o no condenar a un inocente o no condenarlo más allá de su me-
recimiento y necesidad, pese a la torpeza de su actividad defensiva).
Incluso se puede decir que, frente a la solución dilemática —relati-
va— que hoy gobierna nuestro orden jurídico en materia de decisión
judicial (condena o absolución), coincida o no coincida el juez que
lleva a cabo esta actividad —extraña en sí a su concepto y función—
con los intereses de los protagonistas del asunto, siempre favorecerá
con su acción el interés básico de alguna de las “partes” o intervinien-
tes en el procedimiento. Por otra parte, quien integra un tribunal de
justicia —solo o acompañado— no es otra cosa que una persona, que
un ciudadano, idéntico en sus atributos fundamentales a sus demás
congéneres, juzgados por él, todos convivientes en un mismo tiempo,
como integrantes de una misma agrupación social y política, y, por lo
tanto, bajo los mismos valores ético-culturales que presiden y gobier-
nan esa asociación. Con abstracción de ciertas calificaciones especia-
les (conocimientos adquiridos, ejercicio profesional, edad, capacidad
para ejercer derechos políticos, etc.), que debe poseer o de las cuales
debe carecer quien juzga (de ordinario no pueden ser jurados los fun-
cionarios públicos, los abogados o los sacerdotes de una religión),
esas calificaciones no mellan el juicio básico antes expresado de que
juzgadores y juzgados, quienes deciden y quienes soportan esas deci-
siones, son sólo personas, seres humanos cuyo principio básico de
dignidad está representado por la igualdad ante la ley (CN, 16)3. To-
dos, juzgadores y juzgados, viven en una misma época político-cultu-
ral y, por ello, están regidos básicamente por una concepción común
3 Y por la necesidad de que ese principio se explique por el requisito de oportunidades pa-
rejas, si no iguales, de todos frente a ella.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
sobre los valores vigentes y sobre la vida política, por afanes y espe-
ranzas similares, por reglas de conducta —al menos las jurídicas—
idénticas: por lo tanto, asumen frente a la vida prejuicios similares,
provenientes de la realidad histórica en la cual viven conjuntamente,
y nada especial los legitima como imparciales frente al asunto, a de-
cir verdad, nada los legitima para juzgar a sus semejantes, que no sea
el intento de evitar la violencia de unos contra otros frente a la apa-
rición de un conflicto social, poder característico del Estado moder-
no (monopolio de la fuerza)4.
Ello indica, desde un comienzo, que el calificativo “imparcial”,
aplicado a la definición de un juez, o la nota de imparcialidad, aplica-
da a la definición de su tarea, cuando no se los trata como un ideal,
sino como un intento de aproximación a él en la vida práctica, no pue-
de representar un absoluto, sino, antes bien, menta una serie de pre-
visiones, siempre contingentes históricamente, por ende, relativas a
un tiempo histórico y a un sistema determinados, cuyo contenido se
vincula al intento de aproximarse a aquel ideal o de evitar desviarse
de él. Hoy esa serie de previsiones, que alguien ha definido sintética-
mente con la palabra neutralidad5, pueden ser esquematizadas en
nuestro Derecho orgánico, esto es, con abstracción de las reglas del
procedimiento, por referencia a tres máximas fundamentales, que
pretenden lograr en ese ámbito la ansiada aproximación al ideal de la
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
2. La independencia judicial
I. Regularmente, se expresa que la independencia es una caracterís-
tica que corresponde al poder judicial como tal, frente a los demás po-
deres del Estado, poderes que, según la teoría política liberal, compar-
ten el ejercicio de la soberanía8. Ello resulta natural porque la macro-
visión del sistema político y la teoría liberal que lo preside fijan su
atención en la independencia de los tres poderes entre los que se dis-
tribuye la soberanía, en la competencia u objeto propio de cada uno
de ellos y en la coordinación del ejercicio de esa competencia propia,
descripta genéricamente, para eliminar los conflictos entre ellos o
prever su modo de solución. Desde este punto de vista, las reglas que
prevén la estabilidad de los jueces permanentes (CN, 110), la compen-
sación por sus tareas, insusceptible de ser disminuida (CN, 110), la pro-
hibición para el presidente (Poder Ejecutivo nacional) de ejercer funcio-
nes judiciales (CN,109 ) y el deber general de los jueces de ajustar sus
decisiones a la ley del Congreso, son sólo aspectos de la independen-
cia y límites de la función judicial, como atributo del Poder Judicial
del Estado.
Una buena manera de garantizar la independencia judicial, desde el punto de vis-
ta del poder judicial en su conjunto, no contemplada por nuestra ley suprema, es de-
terminar constitucionalmente el porcentaje de las rentas de la Nación (presupuesto)
que corresponde a ese poder, como mínimo (cf., por ej., Constitución de la Repúbli-
ca de Costa Rica, art. 177, párr. II: seis por ciento) y asegurar la autonomía de esas
rentas.
II. Pero esta macrovisión del problema olvida que, por su compo-
sición y organización, el poder judicial es colegiado y la función judi-
cial es ejercida por tribunales integrados por jueces diversos que, en
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B. Imparcialidad de los jueces
9 Cf. Convención americana sobre derechos humanos (Pacto de San José de Costa Rica), art.
8, nº 2, h, bajo el título de garantías judiciales. Se confunde, casi siempre, la necesidad po-
lítica del recurso, garantía de seguridad del fallo, con la organización exclusivamente admi-
nistrativa de los tribunales y la posición que ellos ocupan en ese esquema. Obsérvese que,
aparentemente, también incurre en ese error la Convención citada (“… recurrir del fallo an-
te un juez o tribunal superior”), con esa interpretación francamente ininteligible en el pun-
to, desde el aspecto que ella pretende regular. Supóngase que un Estado, cuyo tribunal de
mérito competente está integrado por varios juristas e, incluso, por un número suficiente
de jurados o escabinos responsables, determina que una sola persona (juez) revise el fallo,
con facultades para anularlo, revocarlo y reformarlo; tal “dictador judicial”, que decide, en
definitiva, unipersonalmente, no garantiza la exclusión del error, el capricho y el volunta-
rismo judicial, sino todo lo contrario, por más que se coloque al “dictador judicial” en un
escalón “superior”, jerárquicamente. Asistimos hoy al caso inverso: se ha ampliado la can-
tidad de jueces integrantes de la CSN y, sin embargo, la opinión pública generalizada, in-
cluso según encuestas, advierte, casi unánimemente, la sumisión de los fallos de la CSN a
los intereses del poder ejecutivo en los casos concretos que le toca decidir al tribunal y no
recuerda otra integración histórica tan dependiente como la actual de esos intereses.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
Las organizaciones judiciales verticales son propias de los sistemas políticos auto-
ritarios, características, por ej., de las monarquías absolutas y de su régimen procesal
penal, la Inquisición. Desde el punto de vista de la decisión judicial —no siempre de
la organización administrativa de los tribunales—, la organización horizontal se co-
rresponde con el régimen republicano, aristocrático o democrático, histórico o actual
(ver Grecia, Roma [§ 5, C], Derecho germano antiguo [§ 5, B]). En las repúblicas mo-
dernas, representativas y democráticas, o en las monarquías constitucionales (Estado
de Derecho), la soberanía popular se manifiesta por la intervención de jueces acciden-
tales, representantes populares en el tribunal de juicio (jurados o escabinos), y por la
seguridad de que ellos fallan sin conexión con el poder político del Estado y evitan, en
lo posible, toda su influencia.
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Ello implica que cada juez, cuando juzga y decide un caso concre-
to, es libre —independiente de todo poder, inclusive del judicial— pa-
11 DE LA RÚA, El recurso de casación, nº 159, ps. 532 y ss., después de una serie de equívo-
cos y argumentos aparentes para demostrar que los fallos plenarios de las cámaras naciona-
les de apelación no significan usurpar facultades legislativas, no delegables en tribunales de
justicia, observa que “su establecimiento configura una regulación del ejercicio del poder
jurisdiccional: el plenario reduce el ámbito de interpretación en que normalmente actúa el
juez”. A este nuevo argumento aparente, sólo cabe responder: ¿es ello posible según nues-
tra Constitución? ¿o es la misma Constitución la que regula, de la manera descripta en el
texto, el ejercicio del poder jurisdiccional y el ámbito de interpretación del juez?
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12 Fallos CSN: t. 262, p. 459; t. 268, p. 278 y 113; t. 295, p. 538, entre otros.
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absolutamente discutible que ellos estén legitimados para reclamar como derecho
subjetivo, ante los estrados judiciales, una actualización en la remuneración, corres-
pondiente a la pérdida de nivel adquisitivo del sueldo y proveniente de factores eco-
nómicos generales, que afectan la vida de todos los habitantes del país. Menos aún
parece procedente la vía del amparo. Sin embargo, nuestra Corte Suprema afirmó
estas tres posibilidades en la causa B. 478, “Bonorino Peró, A., y otros c/Estado na-
cional s/amparo” (ED, 1986, t. 116, ps. 321 y ss.; ver también t. 119, ps. 193 y ss.), fa-
llada el l5/11/1985, amparando a los jueces quejosos y recomponiendo su remunera-
ción sobre la base de un índice que procura establecer la pérdida del poder adquisi-
tivo del dinero.
No es razonable estimar que esa cláusula constitucional (CN, 110) tiene por mi-
sión excluir a los jueces de las peripecias y avatares —favorables o desfavorables—
que sufre el país, en este caso, del empobrecimiento económico y del envilecimien-
to, por inflación, de su moneda. Para extremar el ejemplo, sería irrazonable que, en
circunstancias de guerra, debiera garantizárseles a los jueces, por el hecho de ser ta-
les, una remuneración suficiente para poder comprar cosas extranjeras, que podían
comprar anteriormente con su salario, y que, por la guerra, o bien no son fabrica-
das en el país, o bien su precio es superior. Es mezquino atribuir a nuestra asamblea
constitucional una preocupación tal que haga pasar la vigencia del Estado de Dere-
cho y, especialmente, la independencia judicial, por los índices económicos del Ins-
tituto Nacional de Estadística y Censos, de manera que estos números se conviertan
en el barómetro de la mayor o menor aproximación al sistema republicano. ¿Qué di-
remos si, por ejemplo, esos índices congeniaran mejor, empíricamente, durante la
vigencia del Estado autoritario anterior al juicio de amparo base de esta nota? Y así
debió ser, puesto que los jueces de aquella época no utilizaron este remedio, a pesar
de que, en la mayoría de los casos, eran las mismas personas que acudieron a esta
vía. En beneficio de ellos se puede decir, con fundamento, que la existencia de un
parlamento y la vigencia de la Constitución ampara hoy su opinión de todo riesgo,
mientras que, en aquel sistema, el miedo por mantener su cargo, e, incluso, por su
integridad física, era real.
En verdad, la Constitución nacional prescribió que el Congreso de la Nación fije,
por ley formal, las remuneraciones de los jueces, prohibiendo que esos salarios se gra-
ven con un tributo, impuesto o forma de reducción similar (CN, 110), según reza la
opinión de Joaquín V. GONZÁLEZ, citada en el fallo de la Corte Suprema (fin del cons.
6º). Ello quiere decir que la materia de la prohibición es toda acción que, bajo cual-
quier nombre o pretexto, lleve a cabo el gobierno nacional para disminuir el sueldo de
los jueces, con propósitos de cercenar su independencia. La simple omisión de fijar
una nueva remuneración, en principio, no daña a la independencia judicial, sobre to-
do cuando la pérdida del poder adquisitivo de la moneda es un fenómeno general, que
perjudica por igual a todos los habitantes del país. De este argumento se desprende,
también, que es imposible que los jueces fijen sus propios sueldos por intermedio de
un amparo, pues la atribución de fijar los sueldos de los jueces corresponde, en el or-
den federal, al Congreso de la Nación. A lo sumo, la opinión ridícula de que el sueldo
de los jueces está referido a un patrón estable, a una moneda estable, o a la cantidad
de cosas que se pueden adquirir con el sueldo, que permite un amparo por esta razón,
debió haber concluido con una decisión que, en todo caso, obligara al Congreso a efec-
tuar la corrección.
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de los jueces que desempeñan mal sus funciones13. Ello es, precisamente, lo que pro-
pone la reforma de la CN, en sus arts. 114 y 115. Permítaseme expresar mi pesimismo
con relación a una mejora del sistema: en verdad, creo que sin participación ciudada-
na en los tribunales de justicia y sin una tradición, no escrita pero estable, relativa a
la independencia de criterio de los jueces cuando deciden, cualquier método de selec-
ción sólo será, metafóricamente, pura ilusión.
Tampoco hoy se sostiene como postulado —ficto— la necesidad del “apoliticis-
mo” de los jueces en un Estado democrático, carcaza protectora que, en múltiples
ocasiones, esconde la aquiescencia con una “idea” política definida acerca de la fun-
ción judicial. Al contrario, la transparencia que provoca la expresión de las ideas po-
líticas que, en verdad, tienen los jueces, y el encauzamiento de esas ideas en un pro-
ceso interno democrático, desarrollan un valor propio de esas sociedades, el pluralis-
mo ideológico, en el ámbito interno de la organización judicial14.
Es por esta última razón, aunque también para evitar el excesivo corporativismo,
que no se descarta la elección popular de los jueces, ni, incluso, la temporalidad del car-
go, esto es, la quiebra del nombramiento a perpetuidad y, en consecuencia, la desig-
nación por tiempo limitado15.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
tura (CN, 115, I); la ley del Congreso determinará la integración del
jurado y el procedimiento a seguir en estos casos; las razones del en-
juiciamiento permanecen idénticas, el fallo del jurado es irrecurrible
y tiene los mismos efectos expuestos con anterioridad, salvo la inha-
bilitación para ejercer cargos públicos.
La nueva reglamentación constitucional prevé (CN, 115, III) un plazo de caduci-
dad (180 días a contar desde la decisión de apertura del procedimiento), transcurrido
el cual, si no se ha dictado el fallo, corresponde archivar el procedimiento, con el efec-
to cancelatorio de la cosa juzgada. Se conoce también, en el ámbito provincial, el sis-
tema de acción popular (acusa cualquier ciudadano) y la formación de un tribunal co-
legiado con representación de todos los poderes del Estado e, incluso, del estamento
profesional (jury de enjuiciamiento).
16 Esta práctica consiste, sobre todo en los sistemas de procedimiento por registro o en
los períodos del procedimiento en los cuales la ley impone esta forma de proceder, en la in-
tervención de un auxiliar del tribunal, en lugar del juez, para la realización de aquellos ac-
tos que, según la ley, corresponde que sean llevados a cabo por aquél. Acerca de ello, cf. BIN-
DER, Independencia judicial y delegación de funciones: el extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hy-
de, ps. 369 y siguientes.
17 Va de suyo que la constancia tornaría automáticamente inválido el acto (por ej., CPP
Nación, 167, incs. 1 y 2, con normas idénticas en los demás códigos). El hecho, por lo de-
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B. Imparcialidad de los jueces
más, parece, en principio, típico penalmente en diversos sentidos (CP, 246, inc. 3, 248, 249
y 293) tanto para el juez que ordena, aun genéricamente, este modo de proceder y suscribe
el acta, como para el funcionario que lo sustituye. El estudio acerca de la justificación pe-
nal de la conducta o de su carencia de adecuación típica (asentimiento de todas las partes
de un proceso o adecuación social del hecho) sólo procede en un caso concreto y su estudio
supera los límites de este libro. De todos modos, los jueces no han admitido estas solucio-
nes, en general, para otros casos, razón por la cual, si son coherentes, tampoco la admiti-
rán para el suyo propio.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
imparcial…”; Declaración americana de los derechos y deberes del hombre, art. 26:
“Toda persona acusada de delito tiene derecho a ser oída en forma imparcial y pú-
blica…”; Convenio para la protección de los derechos humanos y de las libertades fun-
damentales (Convenio europeo), art. 6: “Toda persona tiene derecho a que su causa sea
vista equitativa y públicamente en un plazo razonable, por un tribunal independiente e
imparcial…”; Pacto internacional de derechos civiles y políticos, art. 14, nº 1: “Toda per-
sona tendrá derecho a ser oída… por un juez o tribunal competente, independiente e im-
parcial establecido por la ley…”; Convención americana sobre derechos humanos (Pacto
de San José de Costa Rica), art. 8, nº 1: “Toda persona tiene derecho a ser oída… por
un juez o tribunal competente e imparcial…” (destacado nuestro).
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B. Imparcialidad de los jueces
18 Nuevamente los elementos finitos de un concepto no logran prever las notas infinitas
que presentan los hechos concretos.
19 Cf. MAIER, La Ordenanza procesal penal alemana, vol. II, § 24, ps. 13 y ss., con algunos
ejemplos. El CPP Nación, 55, incs. 2 y 3, no contiene a la relación conyugal por su sola exis-
tencia, como motivo de recusación. Con prescindencia de ello, aun suponiendo que se pu-
diera llegar a su inclusión por interpretación extensiva —por ej., del inc. 11— la situación
es análoga a la de las personas unidas por un vínculo de afecto permanente, sin matrimo-
nio. Pero aún más, supongamos el caso de la amante transitoria que, sin embargo, no es
amiga íntima del juez: ¿se toleraría esta relación sin fundar en ella una posibilidad de recu-
sación? Existe una enorme variedad de ejemplos: quien fue novia anterior del juez, el adop-
tante y el adoptado por una adopción declarada nula, el mismo caso con el matrimonio de-
clarado nulo, etcétera.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
sería que si el juez, a pesar de esforzarse por cumplir el deber de obrar imparcial-
mente, por alguna razón plausible, entiende que los intervinientes en el procedi-
miento podrían sufrir el temor de parcialidad por su intervención, debería denunciar-
lo a ellos para que lo estimen y, en su caso, lo recusen o acepten su intervención. En
cambio, la solución de la que partimos, sin duda autoritaria, postula que, frente a la
propia parcialidad en el caso, reconocida por el juez (reconocimiento increíble), es
ese mismo juez, quien se reconoce parcial frente al caso, la persona más capacitada
para juzgarla, mientras la opinión de quien resulta afectado —del “garantizado”—
carece de importancia20.
Como se dijo, nuestros tribunales han considerado regularmente que la enumera-
ción de las causales de recusación establecidas en el CPP es taxativa, con una interpre-
tación limitativa del alcance de esos motivos. Al menos frente a los códigos actualmen-
te vigentes, esa interpretación no está de acuerdo con la necesidad de interpretar ex-
tensivamente, y aun aplicar analógicamente la ley procesal penal cuando confiere fa-
cultades a los intervinientes (CPP Nación, 2)21.
En el sentido correcto, el CPP Córdoba (60, inc. 12) establece como motivo de in-
hibición la existencia de “otras circunstancias que, por su gravedad, afectaren su im-
parcialidad”; por lo demás, el CPP Córdoba, 66, abriendo aún más la reglamentación,
faculta, por una vez, al imputado y a su defensor, a recusar sin causa a uno de los jue-
ces del tribunal de juicio. El CPP Tucumán, si bien sigue a la legislación cordobesa (60,
inc. 12, citado), decide, incorrectamente, que los intervinientes no pueden recusar por
el motivo allí establecido (CPP Tucumán, 66), circunstancia que implica la misma con-
fusión criticada a la jurisprudencia mayoritaria de los tribunales de la capital de la Re-
pública y al motivo de excusación genérico —violencia moral— previsto adicional-
mente en el CPP Santa Fe.
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B. Imparcialidad de los jueces
be abstenerse de conocer en el caso, ya que lo que está en juego es la confianza que los
tribunales deben inspirar a los ciudadanos en una sociedad democrática... se conside-
ra que, cuando un tribunal de jurados ha sido presidido por un juez que ha previamen-
te ejercido como cabeza de la misma sección del departamento del ministerio público
de Bruselas que ha sido responsable por el tratamiento del caso acusado, la imparcia-
lidad del tribunal ‘era pasible de aparecer abierta a duda’”22. Desde el mismo punto de
vista, señaló en “De Cubber”: “por la propia dirección, prácticamente exclusiva, de la
instrucción preparatoria de las acciones penales emprendidas contra el requirente, el
citado magistrado se había formado ya en esta fase del proceso, según toda verosimi-
litud, una idea sobre la culpabilidad de aquél. En estas condiciones, es legítimo temer
que, cuando comenzaron los debates, el magistrado no dispondría de una entera liber-
tad de juicio y no ofrecería, en consecuencia, las garantías de imparcialidad necesa-
rias... En relación a ello, también las apariencias pueden ser importantes; en palabras
de la máxima inglesa citada en, por ejemplo, la sentencia Delcourt del 17 de enero de
1970... ‘no sólo se debe hacer justicia: antes bien, también debe parecer que se hace
justicia’”23.
Para sintetizar con “Piersack”: “En conclusión, la imparcialidad del tribunal de
Oudenaarde [ciudad belga] era idónea para aparecer ante el recurrente como abierta
a duda. A pesar de que el tribunal mismo [el TEDH] no tenga razón para dudar de la
imparcialidad del miembro de la judicatura que condujo la investigación preliminar
(ver nº 25 supra), reconoce, teniendo en cuenta los variados factores discutidos arri-
ba, que su presencia en el banco provee fundamentos para cierta desconfianza justi-
ficada de parte del recurrente... La Corte hace hincapié en que una interpretación res-
trictiva del art. 6, nº 1 [de la Convención europea] —notablemente con referencia a la
observancia del principio fundamental de la imparcialidad de los tribunales— no es-
taría en consonancia con el objeto y propósito de la previsión, que tiene en mente el
lugar prominente que ocupa, en una sociedad democrática, el derecho a un juicio jus-
to dentro del significado de la Convención...”.
Vale la pena indicar que el TEDH ha fallado otros casos en el mismo sentido24. Se
menciona como caso pionero “Delcourt”25, fallo que no interesa tanto por sus hechos
—el fiscal asistía a la sesión en la que el tribunal deliberaba la sentencia—, ni por su so-
22 Sentencia del TEDH del 1 de octubre de 1982. En el mismo sentido, el Tribunal Cons-
titucional Español, sentencia Nº 145/88, del 12/7/1988. Otra ha sido la interpretación de
nuestros tribunales, en parte debido a que no comprenden el problema sometido a su deci-
sión y confunden el significado del temor de parcialidad con cuestiones que hacen a la ho-
norabilidad de los jueces. Tal confusión deriva del escaso conocimiento histórico–político
del procedimiento penal actual: precisamente, del movimiento de la Ilustración quedó, co-
mo una de las conquistas fundamentales, la regla de que los jueces del debate, que senten-
ciaban, no hubieran conocido el caso con anterioridad, uno de los principales argumentos
a favor del jurado, compuesto por jueces accidentales.
23 Sentencia del TEDH del 26 de octubre de 1984.
24 Cf. DE LA OLIVA SANTOS, Jueces imparciales, fiscales “investigadores” y nueva reforma pa-
ra la vieja crisis de la justicia penal; LOZADA, Imparcialidad y jueces federales, p. 70.
25 Sentencia del TEDH del 17 de enero de 1970; país reclamado: Bélgica.
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28 No quiero ocultar que yo mismo protagonicé, como defensor del acusado, dos casos —
que no nombraré— en los cuales planteé la recusación de los jueces por estos motivos, in-
cluso con mayores antecedentes que aquéllos que aquí constan, y proponiendo la solución
sencilla para ambos casos (que el juicio plenario fuera desarrollado por otro juez con la mis-
ma competencia funcional que aquél que había guiado la instrucción, sin éxito alguno: los
tribunales alabaron mi escrito y hasta coincidieron con él de lege ferenda, pero entendieron
la cuestión de manera distinta al Tribunal Constitucional español, al afirmar que la ley per-
mitía tamaño desatino... y que, lamentablemente, estaba vigente formalmente; a nadie se le
ocurrió algo claro en el texto de mi impugnación: que lo impugnado era, precisamente, la
ley, contraria a la CN.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
gos modernos, incluso con una redacción bastante más amplia que to-
davía puede perfeccionarse: CPP Córdoba, 60, inc. 1; CPP Tucumán,
60, inc. 129. Correctamente redactada, la regla debe impedir que un
juez que intervino total o parcialmente, dictó o contribuyó a dictar al-
guna resolución en un período anterior del procedimiento, integre el
tribunal formado para tramitar o decidir un período posterior; bási-
camente, no pueden integrar el tribunal juzgador aquellos jueces que,
de alguna manera, incluso por apelación de decisiones del juez de ins-
trucción, contribuyeron durante la instrucción preliminar; dicho sea
de paso, tampoco puede integrar el tribunal que juzga un recurso
aquel juez que dictó o contribuyó a dictar la decisión impugnada, ni
puede integrar el tribunal que juzga el juicio de reenvío el juez que dic-
tó o contribuyó a dictar la sentencia casada (anulada).
La jurisprudencia federal ha rechazado, genéricamente, estos criterios. La razón
del equívoco reside, básicamente, en que los jueces confunden honestidad personal con
temor de parcialidad de parte del justiciable, motivo este último real de la recusación,
transformando una recusación en una imputación o reproche personal que, de existir
—tal como ellos lo interpretan— justificaría el ejercicio de recursos más vigorosos que
el intentar apartarlos de la decisión de un caso. Así las cosas, uno solo es el caso co-
nocido por nosotros en el cual se admitió la inhibición del propio juez de un tribunal
de juicio, pero sólo en atención a la “delicadeza personal” del juez inhibido y para evi-
tarle “una violencia moral”, caso en el cual él ya había contribuido a dictar sentencia
condenatoria contra un coimputado (razón de la inhibición en el juicio separado se-
guido contra el otro partícipe)30. El hecho de que los jueces no comprenden el núcleo
del problema, y sólo refieren los fundamentos de la decisión a la honestidad personal
del juez recusado, emerge claramente de una sentencia del mismo tribunal antes cita-
do, al ser recusado uno de sus jueces porque había colaborado como juez de un tribu-
nal de apelación en la confirmación del auto de prisión preventiva, dictado durante la
instrucción preliminar; la decisión de rechazo del planteo, de los mismos jueces que
resolvieron la inhibición anterior, respecto ahora de la recusación del mismo juez que
en el caso anterior se había inhibido, toma como argumento principal la probidad y
honestidad personal del funcionario judicial recusado31.
29 El CPP Costa Rica, 29, inc. 1, es más defectuoso todavía, porque contempla sólo el ca-
so de los recursos: quien contribuye a pronunciar la sentencia no puede integrar el tribunal
que examina el recurso.
30 “Stocolin, A. M. y Abraham O. N. s/302 del CP”, Tribunal Oral Penal Económico inte-
grado por los jueces CORTELEZZI —quien se inhibió—, OYUELA y LANDABURU (quienes decidie-
ron la inhibición), resuelta el 14/12/1992.
31 Sentencia del tribunal citado en la nota anterior, en “Sosa M. I. s/art. 302 del CP”, del
23/11/1992: “... y por tal razón la Fiscalía teme por la parcialidad del doctor CORTELEZZI
(aunque contradictoriamente se encarga de puntualizar que nadie podría dudar de la im-
parcialidad en general y mucho menos en este expediente en particular, del citado magis-
759
B. Imparcialidad de los jueces
trado)”. La decisión define —erróneamente, pues ése no era el motivo concreto de recusa-
ción— el “prejuzgamiento” con evidente error: no se trata de que la ley lo haya obligado a
decidir anteriormente en el caso, pues se nos ocurre que si esto fuera de otro modo, quien
decidió sin estar designado por la ley para ello hubiera usurpado funciones, sino que se tra-
ta, como lo expresa el Tribunal Constitucional español y el TEDH, de evitar que los magis-
trados del juicio conozcan, previamente, la causa que deberán decidir —sólo en virtud del
debate ante ellos—, y que ingresen al debate incluso con prejuicios inconcientes sobre el ca-
so. El haber dictado, o contribuido a dictar, el procesamiento o prisión preventiva del en-
juiciado constituye suficiente mérito para apartar al magistrado: a cualquiera de nosotros,
incluidos los mismos jueces del caso, no nos gustaría hallarnos en esa situación si alguna
vez fuéramos juzgados. Un caso idéntico, por inhibición de quien había sido juez de instruc-
ción y ahora le tocaba juzgar, fue resuelto por el Tribunal Oral en lo Criminal y Correcio-
nal Federal Nº 2, causa Nº 2, “Escalante Cortez, Pedro s/Ley 23.737”, decidida el 11/3/1993
(en el mismo sentido se resolvió en las causas Nº 3, 5 y 6, todas ellas decididas en marzo de
1993).
32 Tribunal Oral en lo Criminal Federal de La Plata, integrado por GARRO, SCHIFFRIN y RE-
BOREDO, resuelta el 15/3/1993.
33 Cf. la exposición sencilla de esta idea en GÖSSEL, El defensor en el proceso penal, ps. 16
y siguientes.
760
§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
761
B. Imparcialidad de los jueces
idea de un juicio justo. En tres ocasiones (CN, 24, 75, inc. 12, y 118)
ella ha limitado el poder del legislador procesal al tomar como mode-
lo el juicio por jurados y obligar al Congreso de la Nación a dictar una
ley general sobre la materia. No es necesaria demasiada imaginación
para advertir que este tipo de enjuiciamiento sólo funciona sobre la
base de un tribunal neutral, cuyos integrantes no han intervenido en
la preparación de la acusación que se juzga en el juicio, ni están afec-
tados por motivo alguno que funde la sospecha de parcialidad36.
Al menos no fue necesario esa imaginación frondosa en los albores de nuestra or-
ganización nacional (1870). Cuando el Congreso de la Nación intentó cumplir con el
ideal de la Constitución, el proyecto distinguía claramente la información preparatoria,
la acusación y el juicio, con órganos distintos para cada uno de estos momentos, pues
partía de la base de “la separación de la instrucción del proceso, de la decisión de él”37.
El respeto de este proyecto al principio del juez imparcial es tan acentuado, que no só-
lo permite la recusación sin causa, en materia penal, sino que, además, contiene reglas
para la recusación de jueces y jurados que permiten apartarlos con sólo tornar plausi-
ble el temor de parcialidad (art. 264, inc. 5, y 412).
36 Cf. CARRIÓ, A. D., El enjuiciamiento penal en la Argentina y en los Estados Unidos, ps.
63 y siguientes.
37 Proyecto de ley sobre el establecimiento de juicio por jurados y Código de procedimien-
to criminal, redactado por la Comisión nombrada el 6/10/1871, ps. 60 y siguiente.
38 Cf. VÉLEZ MARICONDE, Derecho procesal penal, t. I, p. 376.
39 Sebastián SOLER y Alfredo VÉLEZ MARICONDE.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
4. El juez natural
I. Una buena manera de asegurar la independencia e imparcialidad
del tribunal es evitar que él sea creado o elegido, por alguna autori-
dad, una vez que el caso sucede en la realidad (después del caso), es-
to es, que se coloque frente al imputado tribunales ad hoc, creados pa-
ra el caso o para la persona a juzgar. Es por ello que nuestra Constitu-
ción nacional prohíbe que alguien sea juzgado por comisiones espe-
ciales o sea sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho
de la causa (CN, 18).
Según vimos, las convenciones internacionales sobre derechos humanos contie-
nen la exigencia de que el tribunal sea establecido por la ley y competente según esa
misma ley: Pacto internacional de derechos civiles y políticos, 13, nº 1; Convención
(europea) para la protección de los derechos humanos y de las libertades fundamen-
tales, 6, nº 1. Como se observa, falta la indicación temporal; de ello, según nuestra
interpretación, no se puede derivar que se pueda crear por ley un tribunal ad hoc,
pues resultaría una injerencia del poder legislativo en el judicial, extraña al Estado
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B. Imparcialidad de los jueces
41 Cf. LOIÁCONO, Los jueces naturales, ps. 192 y ss. Él advierte bien los casos vernáculos de
comisiones especiales ad hoc y de tribunales especiales permanentes que se sucedieron en los
primeros años de la historia argentina (p. 194), pero se equivoca al creer que las comisiones
especiales fueron únicamente un problema patrio. Al contrario, la Inquisición europea cono-
ció lo que él llama comisiones especiales permanentes, al punto de que el derecho revolucio-
nario del siglo XIX no se pudo desprender de ellas, en la misma Francia, hasta finales del si-
glo (cf. § 5, D, 6, III, y E, 2, VI y 3, III). Un buen ejemplo de la importancia europea del pun-
to son la Ley Fundamental y la Ley de Organización Judicial de la República Federal de Ale-
mania, textos coincidentes casi a la letra con el de la Constitución nacional argentina: Ley
Fundamental, art. 101: “Prohibición de los tribunales de excepción. Los tribunales de excep-
ción no están admitidos. Nadie puede ser sacado del juez establecido por la ley”. La Ley de
Organización Judicial consagra un texto idéntico (Cf. GÓMEZ COLOMER, El proceso penal ale-
mán, § 16, p. 445).
42 Cf. ESMEIN, Histoire de la procédure criminelle en France, 1ª parte, tít. 1º, cap. II, ps. 40
y ss.; 2ª parte, tít. 1º, cap. II, ps. 218 y ss., 3ª parte, tít. 1º, cap. III, ps. 470 y ss., y tít. 2º, cap.
IV, ps. 547 y ss.; cf. citas de este mismo libro en el texto al cual remite la nota anterior.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
43 Cf. detalle y crítica en LOIÁCONO, Los jueces naturales, ps. 195 y siguientes.
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B. Imparcialidad de los jueces
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
45 Esto es lo que, con acierto, se propuso explicar LOIÁCONO, Los jueces naturales.
47 Cf. 30 Dig., de indicius, 5, I: ubi acceptum est semel iudiciums, ibi finem accipere debet.
48 Cf. CHIOVENDA, Ensayos de Derecho procesal civil, t. 2, ps. 21 y ss.; la glosa al texto ro-
mano: Nota quod per solam citationem perpetuatur jurisdictio quantum ad causam illam pro
qua quis citatus est, verifica que el nombre de la doctrina corresponde a su desarrollo pos-
terior; cf. LOIÁCONO, Los jueces naturales, p. 198.
49 Cf. CALAMANDREI, Instituciones de Derecho procesal civil, t. 2, p. 99.
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B. Imparcialidad de los jueces
pronunció, en nuestro Derecho procesal civil, Hugo ALSINA: “Las leyes que reglamen-
tan la competencia absoluta son también de orden público y pueden aplicarse a los
procesos pendientes”50.
Giuseppe CHIOVENDA es quien rescata la doctrina, según su formulación clara y tex-
tual, en forma de petición de principio: “En sí misma la nueva ley, en cuanto atributi-
va de competencia, se refiere sólo a los procesos futuros”51. Y sólo por excepción la
nueva ley puede despojar al juez de la competencia adquirida, en tanto le resulte ma-
terialmente (supresión del tribunal) o jurídicamente (incapacidad para ejercer las fun-
ciones antes adquiridas) imposible ejercitarla.
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
54 Fallos CSN: t. 234, p. 482, donde se reproducen los dictámenes y sentencias aun de la
instancia ordinaria.
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B. Imparcialidad de los jueces
4.165 (decr. 276/55). Si prescindimos de las irregularidades jurídicas que creaba la si-
tuación política imperante (derogación arbitraria de una Constitución; derogación por
decreto de una ley contraria a la Constitución que se declaró vigente), al sólo efecto de
utilizar el caso para la docencia, él es paradigmático, pues presentaba la peculiaridad
de que el tribunal del hecho (natural) ya no existía. El caso, en sí, discurría sobre la
posibilidad de variar el tribunal competente, al momento del hecho los órganos de
justicia policial creados en la órbita del poder ejecutivo (la Policía Federal), según la
regla excepcional de autorización que poseía la Constitución de 1949, y, después de
su derogación, los tribunales ordinarios de la capital de la República, existentes al
momento del hecho, pero carentes de competencia, en aquel momento, para juzgar
el caso.
La sentencia dictada por la CCC deja enseñanzas indudables, a pesar de que su re-
sultado final pueda considerarse erróneo. El voto de la mayoría, encabezado por el
doctor Mario A. ODERIGO, constituye un compendio de lo que se debe comprender, en
principio, al leer la cláusula de garantía del juez natural: “Como fácilmente se advier-
te, dicha cláusula se refiere a dos situaciones distintas: que algún habitante de la Na-
ción sea juzgado por comisiones especiales, o que sea sacado de los jueces designados
por la ley antes del hecho de la causa. Preciso es, pues, no confundir ambas situacio-
nes: la primera, se relaciona con el carácter meramente accidental del tribunal, con el
hecho de que haya sido instituido especialmente para juzgar determinado caso o gru-
po de casos, considerados en concreto; la segunda, con los límites de la competencia en
función temporal, es decir, con la posibilidad de que las normas sobre competencia, en
materia penal, puedan aplicarse con efecto retroactivo. En cuanto a lo primero, des-
carto, desde luego, que la justicia del crimen de la capital pueda ser considerada co-
mo una comisión especial, dado que se trata de una institución judicial de carácter
permanente, de una justicia ordinaria, en la que no pueden reconocerse ninguno de
los elementos que definen a las comisiones especiales, a los tribunales extraordinarios
instituidos para casos concretos y cuya vida institucional termina justamente con el
cumplimiento de su cometido. En este sentido resulta de indudable pertinencia la
mención que se hace en el dictamen de fs. 29, de lo decidido por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en el caso registrado en el t. 114, p. 89 de la colección de Fallos
de este tribunal. Contrariamente, estimo que la solución de este asunto resulta com-
prometida por el segundo término de la aludida cláusula constitucional, en cuanto
prohíbe que los habitantes de la Nación sean sacados de los jueces designados por la
ley antes del hecho de la causa. En este orden, la norma en examen no autoriza distin-
go alguno fundado en la naturaleza o carácter —permanente o accidental, ordinario o
extraordinario— del tribunal que deba juzgar al reo, para limitarse a establecer que no
podrá serlo sino por el designado por la ley antes del hecho de la causa, vale decir, por
el que era competente en el momento de cometerse el hecho que se le imputa. La jus-
ticia del crimen, la justicia nacional que el fuero criminal integra, no es una comisión
especial, no es un tribunal accidental o extraordinario, designado para intervenir en
determinado proceso, sino una institución judicial ordinaria, permanente y con com-
petencia delimitada por normas de carácter general; pero no era competente para juz-
gar el hecho de que en estos momentos se trata, en el momento de cometerse. Estas
consideraciones bastan, a mi juicio, para decidir que la derogación de la ley que creó
los tribunales policiales, producida con posterioridad del hecho a juzgar, no puede al-
terar la solución del asunto en orden a la declaración de incompetencia formulada por
el juez de instrucción” (destacado nuestro).
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§ 7. Fundamentos constitucionales de la organización judicial
El mismo voto en mayoría comprendía que el caso era excepcional, por la desapa-
rición del tribunal competente al momento del hecho: “No se me ocultan, por supues-
to, las consecuencias de carácter práctico que en este caso pueden derivar del criterio
que sostengo, que pueden llegar hasta la impunidad del delito, en razón de haber sido
suprimido el fuero policial, que debió juzgar al reo”. Precisamente, el voto en minoría
(doctor MUNILLA LACASA), después de parafrasear los fallos de la Corte Suprema que re-
ducen la garantía al caso de tribunales accidentales competentes ex post facto, según
una ley de competencia posterior al hecho, advierte esta situación y de allí deriva (con
escaso sentido argumental) su solución contraria, acordando valor a la ley de compe-
tencia posterior al hecho: “En el caso de autos hay una imposibilidad insalvable para
que la justicia policial juzge…” (destacado nuestro).
Salvando el hecho revolucionario y la tensión que produce en el mundo jurídico,
pensado como continuidad sin solución, esto es, la abrupta ruptura, en los hechos, del
orden jurídico vigente, éste es un caso típico de los que justificaban, según Giuseppe
CHIOVENDA, una excepción a la teoría de la perpetuatio iurisdictionis. Pero su debate ju-
dicial deja enseñanzas claras no sólo desde este punto de vista, sino, principalmente,
desde el más genérico relativo a la correcta interpretación de la garantía.
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C. Juicio por jurados
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