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Derecho Constitucional
Teoría Constitucional I
a) Historia,
b) Interpretación constitucional y
c) Concepto general de Constitución
2) Constitucionalismo social :
Es decir, los métodos que señalan como criterios a tomar en cuenta para atribuir sentido a
los enunciados legales cosas tales como el sentido más evidente o compartido de sus
palabras, la inserción del enunciado en su contexto normativo en el que se usen las mismas
palabras o se regulen los mismos asuntos, lo querido por el legislador o el fin que a tenor de
las necesidades y creencias actuales quepa razonablemente atribuir a la norma en cuestión.
Admisibles:
Detrás de los métodos admisibles de interpretación está la valoración positiva de cosas
tales como la seguridad jurídica, el respeto a la autoridad legítima, la coherencia del sistema
jurídico o la sintonía del derecho con las necesidades y opiniones sociales (lo que algún
autor ya clásico denominaba el valor de «adecuación»).
● La tradición y la rutina.
No existe un orden de prelación entre los diversos métodos porque están todos al
mismo nivel, ya que un mismo enunciado legal puede recibir distinto sentido según cuál sea
el criterio de su interpretación que se tome en cuenta, por ello no hay un orden de
preferencia entre los métodos, que permita dar prioridad a uno u otro resultado
interpretativo, la decisión interpretativa goza de un muy amplio margen de libertad.
Como resaltaron realistas como ROSS, a más métodos interpretativos más
posibilidades de que el juez pueda inclinarse por la interpretación que personalmente
más le agrade y encontrar un método que la justifique a posteriori, haciéndola entonces
aparecer ya no como puro gusto personal, sino como resultado de una operación técnica
y aséptica, encubriendo el componente de subjetivismo.
c) Concepto de Constitución
Riccardo Guastini:
(La ruptura con el Ancien Regime ocasionada por las Revoluciones francesa y
norteamericana vinculado con el concepto de Constitución liberal.)
a) que estén garantizados los derechos de los ciudadanos en sus relaciones con el
Estado.
● Las normas que disciplinan la organización del Estado y el ejercicio del poder
estatal (al menos en sus aspectos fundamentales: la función legislativa, la función ejecutiva
y la función judicial), así como la conformación de los órganos que ejercen esos
poderes (por ejemplo, las normas que disciplinan la formación del órgano legislativo) [art.
44 CN];
● Las normas que disciplinan las relaciones entre el Estado y los ciudadanos
(por ejemplo, las eventuales normas que reconocen a los ciudadanos derechos de libertad
[art. 14 CN]);
● “Normas de principio” que contienen los valores y principios que informan a todo
el ordenamiento jurídico.
A. Poder Constituyente
B. Reforma Constitucional
C. Supremacía Constitucional
A. Poder Constituyente
Según el maestro Linares Quintana define la noción de poder constituyente como “El
poder soberano del pueblo de dictarse por primera vez su ordenamiento político,
jurídico institucional por primera vez o para proceder a su reforma si fuera necesario”
Guastini se adecua a esta definición, con sus matices.
"Constituido": todo poder "legal", es decir, conferido y regulado por normas positivas
vigentes (y ejercido de conformidad con ellas). Las normas que provienen de un poder
constituido encuentran su fundamento de validez en las normas sobre la producción jurídica
vigentes.
“Constituyente" poder de instaurar una "primera" Constitución.
Llamo "primera Constitución" a toda Constitución que no encuentre su fundamento de
legitimidad en una Constitución precedente. Una primera Constitución es, en suma, una
Constitución emanada extra ordinem –fruto de una revolución– y por tanto privada de
fundamento de validez en normas (las eventuales normas sobre la producción
constitucional) propias del ordenamiento constitucional precedente.
Reforma: revisar la Constitución existente (en sus normas de detalle) sin alterar la identidad
material o axiológica. En ningún caso puede la reforma constitucional ser llevada hasta
modificar los principios supremos de la Constitución existente. Tales principios son límites
infranqueables para la reforma constitucional.
Toda modificación constitucional realizada en forma legal –por más que pueda incidir
profundamente sobre la Constitución existente– es mera reforma.
Toda modificación realizada en forma ilegal –por más marginal que pueda ser ese
cambio– es instauración de una nueva Constitución.
En suma, la modificación legal de la Constitución es ejercicio del poder constituido,
mientras que su cambio ilegal es ejercicio del poder constituyente.
Abierta: deriva en un proceso constitucional que está integrado por más de un acto
constitutivo, como el caso argentino, que comenzó en 1853 y concluyó en 1860.
Esta doctrina se elaboró con el fin de sanear una de las principales complejidades en torno
a la teoría constitucional y su aplicación en la Argentina: el artículo 30 de la Constitución de
1853 impedía que dicha norma fuese modificada en sus primeros diez años de vigencia. La
necesidad coyuntural ante el ingreso de Buenos Aires en 1860 llevó a la doctrina a la
construcción de esta teoría, para validar las modificaciones a la norma fundamental.
En esta doctrina de ningún modo el poder reformador podría ser considerado como
constituido, cuestión que sí podía ser abordada con la doctrina de Guastini.
B. Reforma constitucional
Flexible: si puede modificarse por el mismo órgano y bajo el mismo procedimiento del
dictado de una ley ordinaria o con presupuestos mínimos de intervención.
Según lo que hemos visto hasta aquí, el procedimiento contenido en el artículo 30 de la CN,
El procedimiento de reforma
(Caso Argentina)
Dos etapas:
1. Etapa Preconstituyente.
2. Etapa Constituyente.
1. Etapa Preconstituyente.
Según el artículo 30, la necesidad de la reforma debe ser declarada por el Congreso de la
Nación con el voto de, al menos, las dos terceras partes de sus miembros.
Mayoría calificada: se sostiene que la utilización de los mencionados “dos tercios” apunta
a la totalidad de los miembros del Congreso,de ambas Cámaras, mayoría es de los
miembros presentes, su sanción y/o modificación alteraría todo el ordenamiento
jurídico,la forma para su alteración debe ser distinguible de la mera sanción de normas
comunes.
La sanción y/o modificación de una Constitución no suele dejarse librada a las
mayorías circunstanciales que gobiernen en un contexto determinado.
2. Etapa Constituyente:
Respecto de los límites materiales a reformar, se entiende que son declaraciones que el
Congreso estimó de necesaria revisión, pero la decisión sobre su “mutación” es facultad de
la Convención.
Ahora bien, respecto de los límites formales existen precedentes en los cuales la
Convención no se ciñó al plazo para la reforma constitucional y ésta se consideró inválida.
C. Supremacía constitucional
Hasta este punto, podemos abordar uno de los pilares que sostienen a la Constitución
Nacional como ley suprema o súper ley, de modo tal de dotar al sistema de un cierre
sistemático. Este permite supeditar al árbitro de la norma suprema toda otra norma o
acto de autoridad o de particulares que pudiera afectar esta garantía de garantías.
Debe adecuarse todo el sistema jurídico del Estado y es el mismo Estado quien debe
garantizar esta cuestión.
Este argumento también fue citado por Hamilton en El Federalista N° 78. Dice Alexander
Hamilton en este documento “quien considere atentamente los diferentes
departamentos del gobierno debe percibir, que en un gobierno en el que están
separados entre sí, el judicial, por la naturaleza de sus funciones, será siempre el
menos peligroso para los derechos políticos de la constitución, porque es el que
tiene menor capacidad de dañarlos. El ejecutivo no sólo concede los honores, sino que
también tiene la espada de la comunidad. La legislatura no sólo controla el bolsillo, sino que
también prescribe las normas por las cuales los derechos y deberes de cada ciudadano
serán regulados. El judicial, por el contrario, no tiene influencia ni sobre la espada ni
sobre el bolsillo, no dirige ni el poder ni la riqueza de la sociedad, y no puede tomar
ninguna resolución activa. Puede decirse verdaderamente que no tiene ni la fuerza ni la
voluntad, sino solamente el juicio. Y debe finalmente depender de la ayuda del Poder
Ejecutivo aún para la eficacia de sus decisiones.
Constitución limitada entiendo una ley que contiene algunas excepciones a la autoridad
de la legislatura, como es que no puede pasar leyes condenatorias de las personas ni leyes
ex post facto o similares. Las limitaciones de este tipo pueden ser preservadas en la
práctica solamente a través de los tribunales de justicia, cuya obligación debe ser declarar
todos los actos contrarios al tenor manifiesto de la constitución como nulos. Ningún acto
legislativo contrario a la constitución puede ser válido.
Esta conclusión no significa de ninguna manera una supuesta superioridad del Poder
judicial sobre el Poder legislativo. Sólo supone que el poder del pueblo es superior a
ambos, y donde existe la voluntad de la legislatura declarada en las leyes se enfrenta
en oposición a la del pueblo declarada en la Constitución, y los jueces deben ser
gobernados por esta última antes que por la primera. Ellos deben regular sus
decisiones por las leyes fundamentales antes que por aquellas que no son
fundamentales.
La independencia de los jueces es un requisito de cuidar la Constitución y los
derechos de los individuos de los efectos de los mal humores que las artes de los
hombres de gobierno, o la influencia de circunstancias particulares, a veces disemina
sobre el pueblo en sí mismo y que a pesar que puedan dar lugar rápidamente a una mejor
información y a una reflexión más liberada, tienen la tendencia de ocasionar innovaciones
peligrosas e el gobierno y opresiones serias a los partidos minoritarios”.
En principio, la Constitución histórica (1853), contenía el artículo 31, tal cual lo conocemos
hoy:
Ahora bien, de la mera lectura del artículo citado podemos hallar, al menos, tres
interpretaciones literales de la norma en cuanto a su primera parte, es decir, sin
introducirnos en la cuestión referente a las autoridades provinciales. En efecto, podemos
entender que:
● La ley suprema de la Nación está conformada por un bloque donde la Constitución
Nacional, las leyes dictadas en su consecuencia y los tratados con potencias extranjeras,
tienen la misma jerarquía.
● La Constitución es superior a las leyes que se dicten en su consecuencia y también
superior a los tratados, puesto que en ella se hallan las reglas para el dictado de estas
normativas, ergo, quedan supeditadas a ella. No habría distinción de superioridad entre las
leyes y los tratados.
● Igual que en la anterior interpretación, pero sosteniendo que por estar enumeradas
antes las leyes a los tratados, las primeras son superiores frente a estos.
Estas cuestiones trajeron aparejadas distintas complicaciones que fueron resolviéndose
sobre la marcha, a través de las decisiones de la Corte Suprema de Justicia (en adelante,
CSJN). En efecto, la mayor de las preocupaciones recaía en las relaciones internacionales,
puesto que si una ley era igual –o superior– a un tratado internacional, este podía ser
anulado o sufrir modificaciones de manera unilateral, perjudicando los intereses de las
potencias extranjeras.
En tal sentido, nuestra CSJN fue oscilante en su forma de interpretar la supremacía. que las
leyes internas modifiquen un tratado internacional.
Control de constitucionalidad
Los dos de los pilares que sostienen la teoría constitucional: el concepto de supremacía y
el de reforma, son la razón de ser del movimiento constitucional surgido como contra
ofensiva a los absolutismos: tuvieron la necesidad de elevar una ley consensuada por
sobre cualquier voluntad individual.
Como los checks and balances (frenos y contrapesos) que, según Gargarella,
aseguran la presencia de múltiples filtros dentro del proceso de toma de decisiones, con
lo cual se promete una mejora en la calidad de las decisiones políticas: por un lado dichos
filtros dificultan la aprobación de leyes “apresuradas”; por otro, favorecen la
posibilidad de que las mismas se enriquezcan con nuevos aportes.
Más aún, los “frenos y contrapesos” contribuyen a la estabilidad social al instar a que los
sectores mayoritarios y minoritarios de la sociedad se pongan de acuerdo antes de poder
aprobar un cierto proyecto de ley. En este sentido, además, dicho sistema muestra un
saludable sesgo en favor de los grupos minoritarios, necesitados de mayor
protección institucional: sin la presencia de estos múltiples filtros se incrementaría el
riesgo de que las mayorías conviertan en ley cualquier iniciativa destinada a
favorecerlas. Así se reduce el riesgo de las “mutuas opresiones”, tan especialmente
temido por los “padres fundadores” del constitucionalismo norteamericano.
Según el órgano
*el político: implica que la naturaleza jurídica del órgano que lo realiza se halla asociada a
las competencias del Poder Legislativo y/o Ejecutivo, es decir, que no es efectuado por
órganos que ejercen funciones jurisdiccionales.
*el judicial: es efectuado, como su nombre lo sugiere, por funcionarios con competencia
jurisdiccional. puede sub-clasificarse en:
Según la vía
B. La solicitud de las partes se efectúe por acción *directa o por *excepción.
Según la oportunidad
C. Hace referencia al momento en el cual se va a efectuar el control, es decir, si
se efectúa con la norma entrada en vigencia o si se realiza ex ante, o sea previo
a su entrada en vigor. Esta última característica suele ser frecuente en los
sistemas de control de tipo político, aunque también en los de carácter judicial
concentrado. Esto trae algunos problemas, puesto que es insuficiente inocular a la
norma de constitucionalidad previo a su entrada en vigencia, ya que posteriormente
a ello pueden resultar inconstitucionalidades sobrevinientes.
Marbury vs. Madison es la decisión más importante del derecho constitucional americano y
sin duda un fallo que ha influido en nuestro derecho constitucional y en todo el sistema de
control de constitucionalidad. Establece la autoridad para el poder judicial de revisar la
constitucionalidad de los actos de los poderes legislativo y ejecutivo. A pesar que la
Constitución guarda silencio sobre si los tribunales federales tienen esta autoridad, esta
competencia ha existido prácticamente sin disputa desde que el Chief Justice Marshall diera
su opinión en el caso Marbury en 1803.
*Leer caso a parte
- La Corte entonces marcó una distinción sobre cuándo el poder judicial podía
conceder un remedio, esto ocurriría cuando existía un deber específico hacia una
persona particular pero no cuando hay una cuestión política dejada a la discreción
del ejecutivo.
- Marshall escribió: "Cuando las cabezas de los departamentos son los agentes
políticos o confidenciales del ejecutivo, meramente para ejecutar la voluntad del
Presidente, o para actuar en casos en los cuales el Ejecutivo posee una discreción
constitucional o legal, nada puede ser más perfectamente claro que sus actos sean
examinables políticamente. Pero cuando un deber específico está asignado por la ley,
y derechos individuales dependen del cumplimiento de este deber, aparece
igualmente claro que el individuo que se considera agraviado tenga el derecho de
recurrir a las leyes de este país por un remedio". Este párrafo indica la distinción posible
entre cuestiones justiciables y las que no lo son.
- La Corte nuevamente utilizó la distinción entre actos ministeriales, es decir, cuando
el ejecutivo tiene la obligación de actuar, y actos políticos que son los que están bajo
su discreción. El control judicial incluyendo la concesión de un mandamiento sólo
podía ser apropiado bajo la primera circunstancia.
El juez Marshall dijo: "Cuestiones, en su naturaleza política, o que son, por la
Constitución y las leyes, sometidas al ejecutivo, nunca pueden ser planteadas en esta
Corte... pero cuando las cabezas de los departamentos están obligados por la ley a
realizar algún acto que afecta los derechos absolutos de los individuos,... no es
percibido en que terreno las Cortes del país puedan excusarse de la obligación de
dictar sentencia que se le reconozca derecho al individuo agraviado".
La decisión de la Corte Suprema señalando que tenía autoridad de revisar los actos del
ejecutivo atrajo una fuerte crítica, pero como la Corte había anunciado esta capacidad en un
caso en el cual había decidido en favor del Presidente no hubo confrontación y no podía
haber una desobediencia a la orden judicial.
…Luego que concluyó que la sección 3ª de la Judiciary Act de 1789 autorizaba un
mandamiento basado en la jurisdicción originaria [es entonces cuando nos encontramos con
el holding del caso: Marshall analizará si aquella ley era violatoria del artículo III de la
Constitución], la Corte entonces consideró si aquella era violatoria del art. III. La Corte
Suprema concluyó que este artículo enumeraba todas las hipótesis de la jurisdicción
originaria y que el Congreso no podía ampliarlas. El art. III establece la jurisdicción originaria
para casos "de embajadores, otros ministros públicos y cónsules, y en aquellos en que un
Estado sea parte". La Corte dijo que el Congreso no podría ampliar esta lista. El juez
Marshall estableció:
"si hubiera sido la intención de dejar esto en la discreción de la legislatura de establecer el
poder judicial entre la Suprema Corte y los tribunales inferiores de acuerdo con la voluntad
de tal cuerpo, hubiera ciertamente sido inútil de haber procedido más allá que lo que estaba
definido en el poder judicial, y en los tribunales en los cuales está investido".
Más adelante Marshall agregó que de aceptarse la posibilidad de ampliar la jurisdicción
originaria de la Corte suprema por ley, la enumeración del artículo III hubiera sido "una mera
redundancia,... enteramente sin significado", si el Congreso pudiera ampliar más áreas de
jurisdicción. El análisis de Marshall nuevamente puede ser puesto en cuestión, la
enumeración del art. III puede tener significado aun cuando el Congreso pudiera ampliar las
posibilidades de jurisdicción originaria. Esta norma podría ser considerada como el piso,
una concesión mínima de jurisdicción que no puede ser reducida por el Congreso.
¿Puede la Corte Suprema declarar la inconstitucionalidad de las leyes?
Luego de decidir que la norma de la Judiciary Act de 1789 era inconstitucional la
Corte Suprema consideró la pregunta final, ¿tenía que cumplir con la disposición de
la ley o podía declarar a ésta inconstitucional? El tribunal comenzó diciendo "la
cuestión, si una ley, repugnante a la Constitución, puede ser derecho vigente (the law
of the land), es una cuestión que interesa profundamente a los Estados Unidos; pero,
felizmente no tiene una complejidad proporcional a su interés". Marshall ofreció
entonces varias razones por las cuales la Corte podía declarar a las leyes federales
inconstitucionales; arguyó por ejemplo, que la Constitución impone límites a los poderes
del gobierno y que esos límites no tendrían significado a menos que pudieran ser
controlados judicialmente. Tomando las ideas de Alexander Hamilton expresadas en El
Federalista N° 78, la Corte señaló: "Los poderes de la legislatura están definidos y
limitados; y para que esos límites no sean confundidos u olvidados, la Constitución
es escrita".
Marshall también arguyó que es inherente a la función judicial decidir la
constitucionalidad de las leyes que aplica. En lo que es probablemente la cita más
frecuente de la decisión, Marshall escribió: "Es enfáticamente la facultad y el deber
del departamento judicial decir lo que la ley es".
A este argumento se ha asociado la lectura del caso "Marbury" como significando que
la Corte Suprema no sólo interpreta y establece la Constitución sino que es su
intérprete final y no solamente una interpretación entre varias posibles. Marshall
finalmente arguyó que decidir casos que surgieran de la Constitución implicaba el
poder de declarar a las leyes inconstitucionales cuando entraran en conflicto con la
Carta Magna.
Más allá de cualquier interpretación alternativa posible la decisión de la Corte de que el
Congreso no podía ampliar la jurisdicción originaria de ese tribunal permanece vigente
hasta hoy. Sin embargo, la conclusión de la Corte de que las categorías entre jurisdicción
originaria y apelada son mutuamente excluyentes no ha sido seguida. En otros casos
posteriores ella consideró que el Congreso puede ampliar la jurisdicción de los jueces
federales concediéndoles competencia en casos en que la Corte tiene jurisdicción originaria.
Se pueden hacer tres preguntas sobre el control de constitucionalidad a partir del
precedente de Marbury vs. Madison. La primera es ¿por qué las decisiones del Poder
Legislativo pueden ser revisadas de acuerdo a su consistencia con la Constitución? La
respuesta tradicional es la establecida en El Federalista N° 78:
"Ninguna norma legislativa contraria a la Constitución, puede ser válida. Negar esto
sería afirmar que el agente es más grande que su principal, que el sirviente está por
encima del patrón, que los representantes del pueblo son superiores al pueblo en sí
mismo, que hombres que actúan en virtud de mandatos no solamente pueden hacer
lo que sus mandatos lo autorizan sino también lo que prohíben".
Pero aun si asumimos que las decisiones de legislativo deben ser consistentes con la
Constitución, la segunda pregunta aparece: ¿Por qué son los tribunales y finalmente la
Corte Suprema de Justicia, los que están encargados de hacer cumplir esa función? ¿Por
qué no dejar que la legislatura o los tribunales locales sean los que resuelvan las cuestiones
constitucionales?
Finalmente, aun asumiendo que fuera la Corte Suprema la que tiene autoridad para anular
la legislación federal y la local, ¿en qué circunstancias esa autoridad debe ser ejercida?
Esto nos plantea la cuestión de la autolimitación judicial; los jueces pueden no
favorecer una legislación e inclusive oponerse a ella, pero solamente pueden anularla
cuando está prohibida por la Constitución. Esta doctrina de la autolimitación judicial está
basada en la doctrina del artículo clásico de 1893 de James Bradley Thayer, La Doctrina
Americana del Derecho Constitucional, el cual sostenía que el control sólo podía ser
utilizado cuando existiera un claro error por parte del legislador.
Marbury vs. Madison tuvo desde los inicios de la actividad judicial argentina, una
fuerte influencia en los fallos de la Corte Suprema nacional.
Quizás la razón se halle en la influencia que el modelo constitucional norteamericano tuvo
en la forma que adoptó la Constitución de 1853, con la reforma de 1860, como también en
los primeros años de puesta en práctica de ésta. Siguiendo a Sola:
Sarmiento, en los Comentarios a la Constitución de la Confederación Argentina,
señala la teoría de la "tisana" diciendo que se debía tomar el ejemplo de la
Constitución de los Estados Unidos como una tisana que se compra en una farmacia
y que viene envuelta con las instrucciones para su utilización. Estas "instrucciones"
son precisamente los precedentes constitucionales norteamericanos. Sarmiento se
pregunta sobre qué arbitrariedad o error puede ocurrir en la ejecución de las mismas
disposiciones interpretadas de la misma manera, si se sigue el ejemplo
norteamericano.
En la Convención del Estado de Buenos Aires encargada del examen de la Constitución
federal de 1860 en la sesión del 25 de abril se presentó el informe de la Comisión
Examinadora de la Constitución federal. En su primer capítulo se refiere a la influencia de la
Constitución de los Estados Unidos y dice:
"Que siendo hasta el presente, el gobierno democrático de los Estados Unidos, el
último resultado de la lógica humana, porque su Constitución es la única que ha sido
hecha por el pueblo y para el pueblo, sin tener en vista ningún interés bastardo, sin
pactar con ningún hecho ilegítimo, habría tanta presunción como ignorancia en
pretender innovar en materia de derecho constitucional, desconociendo las lecciones
dadas por la experiencia, las verdades aceptadas por la conciencia del género
humano. Y por último, que por lo menos, en aquella parte del derecho general, que se
halla fuera de la cuestión, y en la que se relacionan las originales combinaciones del
derecho federal moderno, no teníamos títulos para enmendar o mutilar las leyes de la
nación que han fundado y consolidado prácticamente las instituciones federativas;
apoyándose en esos mismos principios, invocando nosotros el especioso pretexto de
la originalidad o de las expecialidades nacionales, pero la verdad es una, y sus
aplicaciones sólo tienen autoridad cuando cuentan con la sanción del éxito".
El informe fue redactado por Bartolomé Mitre, Dalmacio Vélez Sarsfield, José Mármol,
Antonio Ortíz Obligado y Domingo F. Sarmiento.
Sarmiento diría en la sesión del 7 de mayo de 1860:
“Adoptada la letra de la organización de la Suprema Corte federal de los Estados
Unidos, tenemos que adoptar sus atribuciones y su jurisprudencia; y ya que un señor
convencional, muy versado en general en materias de derecho, estudia en los
jurisconsultos federales del país cuyas instituciones adoptamos, el mecanismo de su
organización, y los límites de su jurisdicción, pudiendo en leyes del Congreso irse
creando los tribunales inferiores, según el caso requiera, y designándose las
atribuciones y la manera de proceder de los jueces”.
El caso "Sojo" tiene una similitud con "Marbury" y es el que incorpora ese precedente a
nuestro derecho. Aunque la solución no es similar, ya que no se declara inconstitucional
una norma.
“Es oportuno también citar el caso de ‘William Marbury vs. James Madison’ (1 Cranch
137), secretario de los Estados Unidos, en confirmación de la doctrina sostenida
invariablemente por la Corte Suprema de los Estados Unidos, de que el Congreso no
puede asignar jurisdicción originaria a la Suprema Corte en casos diferentes de los
especificados en la Constitución. En dichos casos se establecieron las decisiones
siguientes: ‘Una ley del Congreso repugnante a la Constitución, no es ley’”.
Consejo de la Magistratura.
Dentro de las reformas al Poder Judicial se dispuso la creación del Consejo de la Magistratura
(artículo 114) cuya atribución principal será la de seleccionar los magistrados judiciales y la
administración del Poder Judicial. Se detallan, también, otras facultades de este cuerpo: la
administración de los recursos y la ejecución del presupuesto, algunas facultades
disciplinarias, la apertura del proceso de remoción de magistrados inferiores y el dictado de
reglamentos relacionados con la organización judicial. Además, se crea por el artículo 115 el
jurado de enjuiciamiento a los fines de la remoción de magistrados inferiores.
Designación de los magistrados federales.
Se dispone el sistema de designación de los ministros de la Corte Suprema de la Nación
por medio de pliego enviado por el Presidente de la Nación al Senado, quien aprueba la
propuesta con el voto de las dos terceras partes de los miembros presentes del cuerpo. A su
vez, la designación de los demás jueces se realizará por medio de ternas vinculantes
previamente seleccionadas por el Consejo de la Magistratura, con acuerdo del Senado en
sesión pública.
Remoción de magistrados federales.
Se sostiene el juicio político como mecanismo de remoción de los miembros de la Corte y se
dispone la creación de un jurado de enjuiciamiento para remoción de jueces inferiores cuyo
proceso se inicia a instancia del Consejo de la Magistratura (artículo 115).
Control de la administración pública.
En lo relativo al control de la administración pública, se dispone el control externo del sector
público nacional en su faz patrimonial, económica, financiera y operativa y se crea la Auditoría
General de la Nación, como órgano con autonomía funcional y de asistencia técnica del
Congreso. Este está encabezado por un miembro de la oposición y su regulación se encuentra
en el artículo 85 y siguientes14.
Establecimiento de mayorías especiales para la sanción de leyes que modifiquen el
régimen electoral y de partidos políticos.
Esta propuesta se redactó y trató en el seno de la Comisión de Núcleo de Coincidencias
Básicas y en la Comisión de Redacción y fue votado por el plenario, pero por un error formal
no se incluyó en el texto final de la Constitución. Esta omisión se corrigió por medio del
Congreso quien, por ley, mandó imprimir una versión oficial del texto constitucional y rescató
esta norma que quedó incluida como segunda parte del artículo 77. Por ella se dispone la
exigencia de mayoría absoluta del total de los miembros de las Cámaras para modificar los
temas atinentes al régimen electoral y de partidos políticos.
Intervención federal.
Como último punto del “núcleo de coincidencias básicas” se dispone regular la
intervención federal a las provincias, lo que queda como atribución exclusiva del Congreso,
salvo receso y urgencia (artículo 77).
● Defensa de la competencia, del usuario y del consumidor. Art. 42, Ley 24.430 Este
tema se incorpora en el actual artículo 42, por el que se ampara a consumidores y usuarios
de bienes y servicios, en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad e
intereses económicos y a una información adecuada y veraz, entre otras previsiones. Es de
resaltar que las acciones en protección de estos derechos pueden ser iniciadas por el
afectado, el Defensor del Pueblo y las asociaciones que propendan a esos fines (artículo 43).
Esta previsión constitucional cobra mayor relevancia al tener en cuenta que existen
prestadores de servicios públicos que se encuentran en distintos ámbitos (organización estatal,
no estatal y personas jurídicas privadas).
El objeto de la acción era lograr una declaración de inconstitucionalidad del tercer párrafo
del inciso 4 del artículo 99 y de la disposición transitoria undécima, introducidos en la
reforma constitucional de 1994. Art. 99, Ley 24.430 (1994).
La Corte, con el voto de siete de sus nueve miembros (los ministros Nazareno, Moliné
O’Connor, Belluscio, Boggiano, López, Vázquez y Bossert; más una disidencia parcial y un
voto por sus propios fundamentos), declaró la nulidad de las dos mencionadas reformas
introducidas por la Convención constituyente de 1994. Se produce así un hecho sin
precedentes, ya que ha invalidado a la propia reforma constitucional y asumido, así, la
potestad de revisar judicialmente las facultades del poder constituyente derivado,
contradiciendo la tradicional postura de no interferir en las llamadas “cuestiones políticas no
justiciables”.
Cuatro argumentos centrales utilizados por el máximo tribunal, para resolver la cuestión
a favor del actor:
La posición de la doctrina
La doctrina constitucional se dividió a partir de este fallo entre quienes compartieron la tesitura
de la Corte (Emilio Ibarlucía, Miguel M. Padilla, Adrián Ventura, Alberto B. Bianchi, Mario
Midón, Andrés Gil Domínguez, Horacio García Belsunce, Alberto Spota) y entre los que se
posicionaron en contra de la potestad revisora de la Corte a lo actuado por la Convención
(Daniel A. Sabsay, Carlos Colautti, Alberto García Lema, María Cristina Serrano, Pedro J.
Frías, Néstor Sagües y Antonio María Hernández, entre otros).
La posición de la Corte en la actualidad: el fallo “Schiffrin Leopoldo Héctor c/ Poder Ejecutivo
Nacional” CSJN, Fallos 340:257
A fines de marzo del año 2017, la Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió una
causa en la que se discutió la validez de la misma cláusula impugnada por Fayt,
incorporada por la Convención Reformadora de 1994.
Con este pronunciamiento, la Corte Suprema abandonó lo decidido en el fallo “Fayt” en 1999.
Al revocar la doctrina del caso “Fayt”, la decisión de la Corte en el caso “Schiffrin”
devuelve la validez a la única norma de la Constitución Nacional que fue declarada nula
-en toda la historia constitucional de la Argentina- por la Corte Suprema de Justicia de la
Nación.
La Corte sostuvo que la ley 24.309 (artículo 3°, tema e), al habilitar a la Convención
reformadora de 1994 a actualizar las atribuciones del Congreso y del Poder Ejecutivo
contenidas en la Constitución Nacional, incluyó los diversos componentes del proceso
de designación de los jueces federales que impera en nuestro país.
M2 lectura 1
Derecho Constitucional
Estado I
Así, Estado no aparece cómo palabra exactamente polisémica, por lo menos en las
sociedades contemporáneas, marcadas por la invención política del liberalismo y su
variante socialista. Por lo tanto, de momento, intentaremos entender su coherencia y
claridad, así como su dependencia genética con otros conceptos e instituciones sin los
cuales Estado perdería coherencia y claridad.
La paradoja estriba en que los espacios intelectuales en los que se desarrolló con mayor
profundidad las teorías de la corona —real o imperial— se sitúan en aquellos países en
donde la práctica dinástica se impuso con mayor fuerza, … es decir Francia, Inglaterra,
Castilla, Austria. De forma que no se puede decir, sino mediante una operación de
depuración idealista, que las teorías de la corona deben ser entendidas como alternativa a
la reproducción familiar, o si se quiere clánica, del sistema de poder. Tengamos en mente
esta paradoja a la hora de analizar el concepto antiguo de Estado en su historicidad, en
particular en lo que toca a sus principales rasgos diferenciales: abstracción, continuidad,
voluntad.
Desde la segunda mitad del siglo XVIII, en torno a lo que se ha venido llamando entre
historiadores el cameralismo, la función estatal está definida por su capacidad de
intervención sobre y, dado el caso, contra la organización social imperante. Semejante
voluntarismo ahonda raíces en teorías más antiguas, siendo la más conocida la que
desarrolla Thomas Hobbes. También ese voluntarismo debe ser vinculado con prácticas
empíricas, cómo el proceso de disciplinamiento de la gente y reforma de la Iglesia que
llevan a cabo, cada uno a su manera, el mundo católico y el protestante. (Schaub, 2004,
t.ly/suvR).
Entonces, lo que une entre sí las distintas concepciones del Estado, como actor de un poder
voluntarista, capaz de anunciar y practicar reformas en el estado de las cosas, es su común
rechazo de la teoría del rey justiciero.
Esta cuestión, un tanto confusa, merece ser analizada por partes. No cabe la menor duda
de que en la época moderna la figura del rey es la de una encarnación y personificación de
la autoridad máxima. El juego de exhibición —Carlos IX de Francia, Isabel de Inglaterra— y
retracción de la persona real —Felipe II de España— presenta las dos caras de la misma
moneda. La sede de una voluntad suprema cuya justificación reside en la invención de lo
que la historiografía ha venido llamando religión real.
El conjunto de los territorios europeos, organizados como reinos o principados, cuyo rey o
príncipe residía fuera del territorio —el rey de Aragón cuya corte es Madrid, el kingdom of
Ireland cuyo rey vive en Londres etc.—, han expresado sendas quejas sobre esa ausencia
física, personal del rey a lo largo del Antiguo Régimen. Ese fenómeno que se va repitiendo
en todos los territorios frustrados es síntoma muy claro de que la abstracción estatal de
ninguna forma compensa el contacto con la persona de carne y hueso de quién ostenta la
magistratura suprema.
Para responder este interrogante, es necesario tener en cuenta la evolución del concepto
que acabamos de abordar, pero, además, tomar posición respecto de las diferentes
enunciaciones que los teóricos políticos han desarrollado en torno a esa pregunta.
Las teorías organicistas
Estas corrientes de pensamiento conciben al Estado como un órgano vivo. El desarrollo
fundamental de esta postura se produce en el siglo XIX, con pensadores positivistas como
Darwin y Spencer, que ven en el Estado una estructura orgánica compleja. Señala Enrique
Martínez Paz que para los positivistas no hay más que una sola naturaleza en el mundo:
todo ser viviente nace, vive y muere de la misma manera. Por ello, las leyes de la
naturaleza rigen tanto para el ser humano como para aquellas creaciones del hombre que
llamamos sociedad y Estado. Pero esta naturaleza no es fija, sino que se encuentra sujeta a
transformaciones regidas por una razón lógica que se llama orden, en la que cada etapa
representa un perfeccionamiento de la anterior. Es la llamada ley del progreso, en virtud de
la cual las especies naturales comprenden de las más simples, como los organismos
unicelulares, a las más complejas, hasta llegar al hombre, a la sociedad y al Estado. Las
teorías organicistas han sido criticadas por considerar que pueden servir de base a
regímenes totalitarios, toda vez que, al concebir a la sociedad y el estado como órganos
vivos con una identidad diferente a la de las personas que lo integran, pueden perseguir sus
propios fines, que pueden resultar contradictorios respecto de los derechos y fines de los
hombres que conforman ese Estado.
Teorías personalistas
Dentro de este segundo grupo, se ubican todas aquellas posturas que atribuyen al Estado
una personalidad semejante a la del hombre, a la cual puede adscribirse una voluntad
similar a la del hombre, que le permitiera actuar en la vida como una persona de existencia
visible. Dentro de este grupo, encontramos autores como Savigny, quien imagina al Estado
como una personalidad jurídica, sin llegar al extremo de creer que fuera realmente una
persona. Por ello se limitó a afirmar que lo que pasaba era que, como el Estado tenía que
actuar como persona jurídica, se creaba una ficción, ficción que nacía de la ley, era fruto del
derecho positivo.
Otro jurista alemán, Von Ihering, coincide con Savigny al asignar una personalidad jurídica
al Estado, pero considera que, si esta personalidad le es conferida por la ley, esta
circunstancia no es una ficción, porque lo jurídico es real y positivo y, por lo tanto, el Estado
es realmente una persona jurídica.
Las posturas personalistas se diferencian de las organicistas porque para los primeros el
Estado no es una realidad vital. Los personalistas miran aspectos puramente jurídicos del
Estado. Los organicistas, en cambio, se centran sus aspectos sociológicos y reales.
Teorías negativistas
Son aquellas que niegan que el Estado tenga un carácter, una esencia, o una naturaleza
propia y sostienen que no es más que una creación del hombre, un producto del hacer
humano. Así, por ejemplo, Duguit afirma que el Estado no es más que el resultado del
juego de relaciones humanas. Esas relaciones humanas producen una diferenciación de
grupos: uno reducido, que está constituido por los que gobiernan, y uno más extenso, que
está constituido por los gobernados. Lo que une a los hombres que integran estos grupos
es una idea de mutua convivencia. De este modo, por mutuo acomodo, por mutuo acuerdo,
en función de la convivencia, nace el Estado.
Por su parte, Maritain formula la distinción entre el Estado y el cuerpo político. Para el autor,
cuerpo político es una ordenación de los hombres con un objetivo determinado. Pero para
llegar a ese objetivo, se necesita construir una organización que es la que realiza el fin
común. En este contexto, el Estado, que se identifica con la parte superior del cuerpo
político (el gobierno, la autoridad), no es otra cosa que un instrumento de los hombres
asociados para alcanzar el fin común que ellos mismos se han fijado.
Por su parte, Kelsen deja de lado todas las posturas que consideran al Estado como
realidad social, estableciendo que éste no existe en el reino de la naturaleza, sino en el del
espíritu, y considerando que no es otra cosa más que un sistema de normas. Como es
imposible admitir junto al orden jurídico positivo la validez de otro cualquiera, identifica al
Estado con el derecho.
De ahí la unidad entre estas concepciones. De su análisis podemos derivar las siguientes
conclusiones comunes:
Por último, Heller entiende que el Estado es un centro real y unitario de acción. Para
concebirlo como unidad hay que plantearse el problema de la siguiente forma: ¿cómo hay
que concebir al Estado, dado que es producido por muchos y, sin embargo, actúa
unitariamente? Heller responde “como unidad de decisión y acción humana organizada de
naturaleza especial”. Pero, frente a la pluralidad de hombres que conforman el Estado,
¿cómo es posible que exista una unidad de acción? La unidad es posible sobre la base de
una organización de naturaleza especial.
Pero, ¿en qué consiste ese factor de unión? La búsqueda de una respuesta nos obliga a
revisar la experiencia de Occidente en el último siglo, para evitar reiterar equivocaciones, no
sólo en orden a las diferentes clases de factor de unión que se han propiciado, sino también
en relación con el grado de acatamiento que se exige a sus miembros. Así, por ejemplo, en
la experiencia histórica del último siglo, principalmente en Alemania con el nazismo, se
identificó a la raza como factor de unión. Pero ¿qué es la raza? ¿Existe un concepto
científico que lo explique? Hace varios años, Alfredo Rossetti nos enseñaba que “no existe
un criterio único de caracterización de la raza y, justamente, los que se usan para tal fin son
subjetivos (color de la piel, forma del cráneo, o tipo de cabello, por ejemplo)”. Y agrega “no
hay un concepto unívoco de raza, ni base científica para tal concepto, ni criterios uniformes
de clasificación.”
Como señala Heller, “la teoría racista es completamente insuficiente, incluso como ideología
de legitimación, ya que viene a dividir el Estado, y a causa de la diversa valoración que
hace de los habitantes, no podría legitimar como unidad política del pueblo.”
El factor de unión, como base o sustrato del Estado, también se ha identificado con la idea
de nación. Se trata de una postura que tuvo su origen, probablemente, en el hecho de que
los primeros Estados modernos se constituyeron sobre la base de una nación, pero cuyos
resabios se mantienen cuando se define al Estado como “la nación jurídica o políticamente
organizada''.
Resulta indispensable distinguir las nociones de Estado y nación. Señala Enrique Martínez
Paz que el Estado es fruto de una acción humana. El Estado es, en consecuencia, una
sociedad. En cambio, la noción de nación no se vincula con la de sociedad, sino con el
concepto de comunidad.
¿Qué diferencia existe entre una sociedad y una comunidad? Se trata de dos tipos
diferentes de agrupamientos humanos. La sociedad es un agrupamiento humano en el que
los hombres que la constituyen han decidido, en común, buscar objetivos comunes. Es
decir, la sociedad se caracteriza por ser fruto de una acción voluntaria del hombre que,
como toda acción voluntaria, es finalista, es decir, está determinada o movida hacia algo o
por algo. El hombre forma una sociedad porque quiere conseguir fines comunes.
Caracterizado el Estado como una sociedad y la nación como una comunidad, cabe
preguntarse si la noción de nación tiene (como se ha sostenido en algunas épocas) un
significado político propio o si, como sostiene Enrique Martínez Paz, se trata de un concepto
sociológico sin un significado político. Quienes sostienen la primera postura tienden a
vincular la nociones de Estado y nación sobre la base de tres premisas: a) a toda nación
corresponde un Estado; b) toda nación tiende a formar un Estado; c) el Estado es el
realizador de los ideales de la nación, lo cual implica reconocer a la nación una
personalidad independiente, con objetivos y fines propios, ajenos a los hombres que la
conforman, y que pueden entrar en contradicción, siendo el Estado el instrumento de acción
para realizarlos, aun a costa de aquellos.
Sin embargo, un Estado puede reunir en su seno a una pluralidad de naciones (por ejemplo,
la ex Unión Soviética o el actual estado de Irak) o una sola nación puede encontrarse
políticamente fraccionada en más de un Estado (por ejemplo, China y Taiwán, Corea del
Norte y Corea del Sur, etcétera).
Si el factor de unión entre los hombres no está dado por una raza ni por una la Nación, ¿En
qué consisten entonces estos lazos de unión? Enrique Martínez Paz señala que son
vínculos históricos, políticos, intereses comunes, etcétera, los que contribuyen a formar una
unidad.
¿Cuál es el grado de homogeneidad social y el nivel de adhesión que se debe exigir a los
integrantes de la sociedad? Desde esta perspectiva, la homogeneidad social, como factor
de unión de la población del Estado, ha sido interpretada de dos maneras diferentes.
Como factor máximo, que generalmente deriva en fórmulas totalitarias, ya que para
mantener la homogeneidad debemos tratar de exigir del ciudadano una lealtad al elemento
formativo del Estado. El principio es que la homogeneidad debe conseguirse al máximo:
nada de lo humano que pueda tener trascendencia a lo social puede escapar a la acción del
Estado, porque si se le permite que escape, puede comenzar la destrucción de la
homogeneidad que es básica.
Como factor mínimo, como señala Germán Bidart Campos “los hombres que conviven no
pueden estar de acuerdo en todo, pero tampoco pueden estar en desacuerdo en todo”
(2003). Tiene que existir un mínimo de acuerdo sobre la base en la que se construya la vida
en común. En este contexto, la homogeneidad no requiere de una unidad religiosa, racial,
lingüística, de clases, sino sólo la lealtad a determinados principios de convivencia, que son
aquellos que hacen posible convivir a un grupo humano en un mismo territorio y colaborar
en la acción para obtener objetivos comunes.
Territorio
El Estado es una sociedad de base territorial. Por ello, el territorio es un elemento
indispensable: sin territorio no hay Estado. Pero, ¿qué tipo de relación hay entre territorio y
Estado? Las respuestas que se han dado a este interrogante han variado con el tiempo. Así
se ha sostenido que el Estado ejerce sobre su territorio un derecho de propiedad, un
dominio eminente o, finalmente, que ejerce jurisdicción.
Propiedad
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Propiedad: como hemos visto, durante la Edad Media, el fundamento del ejercicio del poder
sobre un determinado territorio estaba dado por la propiedad de la tierra. De allí que,
durante mucho tiempo, se haya pensado que la relación que existe entre el Estado y un
territorio es de propiedad o dominio, es decir que el Estado es dueño del territorio.
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Dominio eminente
Dominio eminente: con el nacimiento de la noción de soberanía, desaparece la idea de
propiedad de la tierra por parte del Estado y es que, si bien el soberano ejerce dominio
sobre el territorio, ese dominio no es un dominio equivalente al derecho de propiedad. Para
explicar esta nueva relación, se recurrió a la expresión dominio eminente, es decir, una
especie de propiedad que está por encima de las otras propiedades que ejercen los
particulares sobre las diversas partes de ese territorio.
Jurisdicción
Jurisdicción: pronto se hizo evidente que la explicación que antecede no resulta adecuada,
toda vez que la relación entre territorio y poder no se asemeja en nada al derecho de
propiedad. Entre el territorio y el poder del Estado media, simplemente, una relación de
limitación espacial o territorial del poder del Estado. Esta relación recibe el nombre de
jurisdicción, que significa el espacio territorial sobre el cual el Estado tiene potestad jurídica,
entendiendo por ésta la potestad de definir la ley y la potestad de imponer, de aplicar y de
ejecutar la ley.
Podemos concluir entonces afirmando que el territorio es el ámbito geográfico sobre el cual
el Estado ejerce su jurisdicción soberanamente y que comprende:
● El suelo: la superficie de tierra encerrada dentro de los límites o fronteras del Estado.
La soberanía es una cualidad del poder del Estado, que significa que no reconoce ningún
otro poder sobre sí. Desde una perspectiva histórica, la noción de soberanía nace para
justificar a los reyes soberanos, y los reyes soberanos eran aquellos que estaban en guerra
contra los señores feudales y otros reyes. Por lo tanto, la noción de soberanía es bélica en
un doble sentido:
● Hacia el exterior: porque es un factor de oposición, de limitación a la acción externa.
En este contexto, cada Estado se presenta como una fortaleza cerrada que no admite la
injerencia en sus asuntos de los demás Estados u organismos internacionales.