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Compendio de Psicologia Freudiana Calvin S Hall
Compendio de Psicologia Freudiana Calvin S Hall
PSICOLOGÍA
FREUDIANA
CALVIN S. HALL
ÍNDICE
PÁG.
PROLOGO………………………………………………………………..……. 5
I. El ello………………………..…………………………..…………………….15
II. El yo………………………..…………………………..………………….....19
III. El superyó………………………..…………………………..……………...21
I. Energía psíquica………………………..…………………………..………….25
II. Instinto………………………..…………………………..………………….25
V. Conciencia e inconsciente………………………..………………………......38
VII. Angustia………………………..…………………………..………………43
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VIII. Resumen………………………..…………………………..……………..49
I. Identificación………………………..…………………………...…………...52
VI. Resumen………………………..…………………………..……………….80
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Este libro está dedicado a mis discípulos,
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Prólogo
Las razones que me impulsaron a escribir este compendio fueron presentar de manera
tan clara, breve y sistemática como fuera posible las teorías psicológicas formuladas por
Sigmund Freud.
Opino, al igual que un número cada vez mayor de colegas psicólogos, que el papel
principal de Freud en la historia intelectual y científica es el de teórico de la psicología.
Freud consideraba el psicoanálisis sobre todo como un sistema de psicología y no
meramente como una rama de la psicología anormal o de la psiquiatría. Quería que se le
recordara e identificara ante todo como psicólogo.
Exponer la psicología de Freud no es fácil. Sus ideas están esparcidas a través de toda su
obra, escrita desde comienzos de 1890 hasta los últimos años de la década del 30, y hay que
leer todo lo que escribió para asegurarse de que no se omite ningún punto esencial. Además
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tuve que abocarme a la tarea de decidir respecto a las opiniones definitivas de Freud sobre
varios puntos teóricos, ya que no creo que este libro deba ser una narración histórica de las
ideas freudianas. Freud revisaba, modificaba y expandía continuamente sus teorías.
Deseché muchas d sus opiniones de los primeros años y expuse en otras palabras muchas
otras. Al tomar estas decisiones traté de utilizar todos los testimonios disponibles y mi
propio juicio. Sin duda alguna, debe haber errores de apreciación. Es posible que haya
"leído" en Freud lo que yo quería encontrar en él, pero he tratado de evitar tal error al
recordar constantemente la posibilidad de incurrir en él.
Cuando creí que podía estar interpretando en Freud algo que él no había dicho, volví a
releer sus escritos para confirmar el punto de vista. Espero que el resultado sea objetivo.
Al escribir este libro utilicé sólo las fuentes originales, es decir, las obras publicadas por
Freud. Creí que mejor sería atenerme a lo que el mismo Freud había dicho en vez de
depender de fuentes secundarias. Cualquier lector puede ir a las fuentes, recurriendo a la
bibliografía que figura al final de cada capítulo, y también leyendo las obras completas de
Freud.
Este libro ha sido escrito tanto para el lector corriente como para los estudiantes de
psicología. Las meditadas y prácticas sugerencias de mis alumnos, que leyeron el libro en
su manuscrito original, me han sido muy útiles.
CALVIN S. HALL
Departamento de Psicología.
Western Reserve University.
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CAPITULO 1
SIGMUND FREUD (1856-1939)
La larga vida de Freud, de 1856 a 1939, abarca uno de los períodos más fecundos de la
historia de la ciencia. El mismo año en que su familia llevaba al niñito de tres años a Viena
se publicó el Origen de las especies de Darwin, libro que estaba destinado a revolucionar la
concepción del hombre sobre el hombre. Antes de Darwin el hombre se separaba a sí
mismo del resto del reino animal por poseer un alma. La doctrina evolucionista convirtió al
hombre en parte de la naturaleza, en un animal más entre los animales. La aceptación de esa
opinión radical significó que podía enfocarse el estudio del hombre según planteas
naturalistas. El hombre se convirtió en objeto de estudio científico, no diferente, salvo por
su complejidad, de las demás formas de vida.
Al año siguiente de la publicación del Origen de las especies, cuando Freud contaba
cuatro años de edad, Gustav Fechner fundó la ciencia de la psicología. Este gran, hombre
de ciencias filósofo alemán del siglo XIX demostró en 1860 que la mente podía estudiarse
científicamente y medirse cuantitativamente. A partir de entonces la psicología ocupó su
lugar entre las ciencias naturales.
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conservación de la energía. Ese principio afirmaba que, al igual que la masa, también la
energía es cantidad, y que puede transformarse pero no ser destruida. Cuando la energía
desaparece de una parte de un sistema tiene que aparecer en otra parte del mismo. Por
ejemplo, cuando un objeto se enfría otro objeto adyacente se calienta.
Pero la edad de la energía y de la dinámica hizo algo más que proporcionar al hombre
artefactos eléctricos, televisión, automóviles, aeroplanos y bombas atómicas y de
hidrógeno; también le suministró una nueva concepción del hombre. Darwin concibió al
hombre como animal. Fechner demostró que la mente humana no escapaba a la ciencia sino
que podía ser llevada al laboratorio para que se la midiera con precisión. La nueva física,
empero, posibilitó una visión aún más radical del hombre: pudo concebirse que el hombre
es un sistema de energía y que obedece a las mismas leyes físicas que regulan la burbuja de
jabón y el movimiento de los planetas.
Gracias a su genio singular, Freud habría de descubrir, veinte años después, que podía
aplicarse la ley de la dinámica tanto a la personalidad del hombre como a su aspecto
corporal. Una vez hecho ese descubrimiento, Freud procedió a crear la psicología dinámica,
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que estudia las transformaciones e intercambios de energía dentro de la personalidad. Esta
fue no solo la gran hazaña de Freud, sino también una de las más importantes de la ciencia
moderna.
En cierta manera, fue una suerte que Freud se viera obligado a trabajar como médico. Si
sólo hubiera sido un investigador de la medicina, tal vez nunca habría creado una
psicología dinámica. El contacto con los pacientes le sirvió de estímulo para pensar en
términos psicológicos.
Cuando Freud comenzó a practicar medicina fue natural, en vista de sus conocimientos
científicos, que se especializara en el tratamiento de las perturbaciones nerviosas, rama de
la medicina que se encontraba en un estado muy atrasado. No se podía hacer gran cosa por
las personas que sufrían aberraciones mentales. Jean Charcot, en Francia, solía alcanzar
algunos éxitos mediante la hipnosis, particularmente en el tratamiento de la histeria. Freud
pasó un año en París (1885-1886) aprendiendo el método de Charcot. Sin embargo, no
quedó satisfecho con la hipnosis, porque pensó que sus efectos eran sólo temporarios y no
llegaban al fondo del problema. De otro médico vienés, Joseph Breuer, aprendió los
beneficios que se podían derivar de la forma de terapia catártica o de "quitarse de encima
los problemas relatándolos". El paciente hablaba mientras el médico escuchaba.
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subyacentes del comportamiento anormal. Con verdadera curiosidad y celo científicos,
comenzó a sondar cada vez más hondo en la mente de sus pacientes. Su exploración reveló
fuerzas dinámicas responsables de la creación de los síntomas anormales que él tenía que
tratar. Gradualmente comenzó a bosquejarse en la mente de Freud la idea de que la mayoría
de esas fuerzas eran inconscientes.
Este fue el punto culminante en la vida científica de Freud. Dejando de lado la fisiología
y la neurología, se trasformó en investigador de la psicología. La habitación en que trataba
a sus pacientes se convirtió en su laboratorio, el diván en la única pieza de su equipo, y las
divagaciones de sus pacientes en datos científicos. Agréguese a ello la inquieta y penetrante
mente de Freud, y se han nombrado todos los ingredientes que intervinieron en la creación
de la psicología dinámica.
En la última década del siglo pasado, con su característico rigor Freud comenzó un
intenso análisis de sus propias fuerzas inconscientes, para verificar el material
proporcionado por sus pacientes. Al analizar sus sueños y al decirse todo lo que se le
ocurría, pudo ver el funcionamiento de su propia dinámica interna. Sobre la base del
conocimiento adquirido en sus pacientes y en él mismo, comenzó a echar los cimientos de
una teoría de la personalidad. La evolución de esta teoría ocupó sus esfuerzo, más creadores
durante el resto de su vida. Más tarde escribiría: "Mi vida se ha dedicado a una sola meta:
inferir o adivinar cómo está construido el aparato mental y qué fuerzas interaccionan y se
contrarrestan en él."
Durante esa última década escribió La interpretación de los sueños, que sin embargo no
fue publicada hasta 1900. Era un auspicioso comienzo de la nueva centuria. Este libro,
ahora considerado una de las obras más importantes de los tiempos modernos, es, más que
un libro sobre los sueños, un libro sobre la dinámica de la mente humana. El último
capítulo, en particular, contiene la teoría freudiana de la mente.
Pocos legos leyeron el libro cuando apareció, y los círculos médicos y científicos lo
ignoraron. Ocho años fueron necesarios para vender la primera edición de seiscientos
ejemplares. Pero tal fracaso inicial no desanimó a su autor. Con la confianza del hombre
que sabe que está en la buena senda, continuó explorando la mente humana mediante el
método del psicoanálisis. Al mismo tiempo que ayudaba a sus pacientes a superar sus
dificultades, éstas le ayudaban a aumentar su conocimiento de las fuerzas inconscientes.
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perturbaciones mentales. Una teoría sexual exponía las opiniones de Freud sobre el
desarrollo del instinto sexual. Muchos autores consideran que ésta es su obra maestra,
exclusión hecha de La interpretación de los sueños. Se esté de acuerdo o no con esa
apreciación -y el autor de este libro no lo está- Una teoría sexual cimentó la injustificada
reputación de Freud como pansexualista. El tercer volumen, El chiste y su relación con el
inconsciente, demostraba cómo las bromas que dice la gente son producto de mecanismos
inconscientes.
Aunque Freud trabajó aislado del resto del mundo científico y médico durante varios
años, sus escritos y el éxito del método psicoanalítico despertaron la atención de un
reducido número de personas. Entre ellas se encontraban Carl Gustav Jung y Alfred Adler,
quienes más tarde se alejarían del psicoanálisis para desarrollar escuelas rivales. Pero antes
de la primera guerra mundial ambos fueron importantes discípulos de Freud y
contribuyeron a establecer el psicoanálisis como movimiento internacional.
La obra de Freud fue difundiéndose cada vez más, y después de la primera guerra
mundial su nombre era ya conocido por millones de personas en todo el mundo. La
influencia del psicoanálisis era evidente en todos los aspectos de la vida. La literatura, el
arte, la religión, las costumbres sociales, la moral, la ética, la educación, las ciencias
sociales, en todas se dejaba sentir el impacto de la psicología freudiana. Se consideraba de
buen tono psicoanalizarse y utilizar en la conversación palabras como subconsciente,
impulsos reprimidos, inhibiciones, complejos y fijaciones. Gran parte del interés popular
por el psicoanálisis se debió a su vinculación con lo sexual.
Freud continuó escribiendo toda su vida. Casi no pasó un año sin que publicara por lo
menos un libro o artículo importante. Freud fue un maestro de la prosa. Se expresaba con
una facilidad y corrección sin par entre los escritores científicos. Sin hacer concesiones al
lector, podía trasmitir sus ideas de modo vívido, interesante y lúcido.
Freud nunca creyó haber terminado su obra. A medida que recogía nuevos testimonios
de sus pacientes y colegas, ampliaba y revisaba sus teorías fundamentales. En la década de
1920, por ejemplo, cuando tenía setenta años, modificó completamente varias de sus
opiniones fundamentales. Corrigió su teoría de la motivación, invirtió por entero su teoría
de la angustia e instituyó un nuevo modelo de personalidad basado en el ello, el yo y el
superyó. Rara vez cabe encontrar tal flexibilidad en un septuagenario. La resistencia al
cambio es característica de la gente vieja. Pero Freud no puede ser juzgado según las
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normas comunes. Aprendió muy pronto la lección de que la conformidad científica
significa el embotamiento intelectual.
"Los medios más prometedores de conseguir tales resultados parecían ser ingresar a la
facultad de medicina; pero incluso entonces experimenté –sin éxito- en el campo de la
zoología y de la química, hasta que por fin, bajo la influencia de Brücke, que pesó sobre mí
más que ninguna otra en toda mi vida, me dediqué a la fisiología, aunque en esos días
estaba demasiado restringida a la histología."
Según sus preferencias, Freud era un hombre de ciencia. Cuando joven estudiante de
medicina y más tarde en varios hospitales, investigó ciertos fenómenos fisiológicos.
Aprendió a recoger datos por medio de la observación cuidadosa, a relacionar sus
hallazgos, a llegar a conclusiones y a verificar sus inferencias mediante nuevas
observaciones. Aunque Freud no hizo ningún descubrimiento sobresaliente como fisiólogo,
sus primeras experiencias en el laboratorio constituyeron una excelente disciplina en el
método científico, y le enseñaron cómo llegar a ser hombre de ciencia.
En la década de 1890 Freud descubrió qué clase de científico quería ser. En una carta a
un amigo escribió:
"Es la psicología la meta que me ha estado atrayendo desde lejos." Durante el resto de su
vida, es decir, unos cuarenta años más, Freud fue psicólogo.
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Aquí Freud habla del psicoanálisis corno de una teoría de la personalidad. Pero también
existe otra faceta del psicoanálisis. El psicoanálisis es también un método de psicoterapia.
Es una técnica para el tratamiento de gente con perturbaciones emocionales. Para Freud, los
aspectos terapéuticos del psicoanálisis venían después de los aspectos científicos y teóricos.
No quería que la terapia se tragara a la ciencia. Es prudente, por lo tanto, distinguir, como
lo hemos hecho en este libro, entre la psicología freudiana como sistema teórico de
psicología, y el psicoanálisis como método psicoterapéutico.
Freud fue, a la vez, médico, psiquiatra, científico y psicólogo. Y también fue algo más.
Fue filósofo. Lo vislumbramos en una carta que escribió a un amigo en 1896. "De joven no
ansiaba nada más que el conocimiento filosófico, y ahora estoy en camino de satisfacer ese
anhelo al pasar de la medicina a la psicología."
No era inusual que los hombres de ciencia del siglo XIX se sintieran atraídos por la
filosofía. En realidad para muchos de ellos la ciencia era filosofía. ¿Acaso ésta no significa
"amor al conocimiento"? ¿Y qué mejor manera de demostrar nuestro amor al conocimiento
que dedicándonos a la ciencia? Eso era en sustancia lo que Goethe decía a todo intelectual
alemán. Goethe fue la voz más influyente en el pensamiento del siglo XIX y el ídolo de
Alemania, y Freud no permaneció inmune a su influencia. Por cierto, se decidió a elegir una
carrera científica después de conocer un inspirado ensayo de Goethe sobre la naturaleza.
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vista pesimista lo desarrolla en El porvenir de una ilusión, aunque también es el
fundamento de muchos otros de sus escritos.
Freud fue asimismo un crítico social. Creía que la sociedad, creada por los hombres,
refleja en alto grado la irracionalidad humana. En consecuencia, cada nueva generación se
corrompe al nacer en una sociedad irracional. La influencia del hombre en la sociedad y de
la sociedad en el hombre es un círculo vicioso del que sólo unas pocas almas intrépidas
pueden liberarse.
Freud creía que la situación podía mejorar si en la crianza y educación de los niños se
aplicaran principios psicológicos. Eso significa, naturalmente, que los padres y los maestros
deberían ser objeto de una reeducación psicológica para poder ser agentes eficaces de la
razón y la verdad. Freud no minimizó la inmensidad de esa tarea, pero no supo de otro
método mejor para crear una sociedad mejor con mejores personas. Las críticas sociales de
Freud se encuentran en su libro El malestar en la cultura.
Fue un genio. Puede preferirse concebirlo, como lo hago yo, como uno de los pocos
hombres de la historia que poseyeron una mente universal. Al igual que Shakespeare, y
Goethe y Leonardo da Vinci, Freud iluminó todo lo que tocó. Fue un sabio verdadero.
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CAPÍTULO II
LA ORGANIZACIÓN DE LA PERSONALIDAD
La personalidad total, según la concebía Freud, está integrada por tres sistemas
principales: el ello, el yo y el superyó. En la persona mentalmente sana esos tres sistemas
forman una organización unificada y armónica. Al funcionar juntos y en cooperación, le
permiten al individuo relacionarse de manera eficiente y satisfactoria con su ambiente. La
finalidad de esas relaciones es la realización de las necesidades y deseos básicos del
hombre. A la inversa, cuando los tres sistemas de la personalidad están en desacuerdo, se
dice que la persona está inadaptada. Encuéntrase insatisfecha consigo misma y con el
mundo, y su eficacia se reduce.
I. EL ELLO
La función del ello es encargarse de la descarga de cantidades de excitación (energía o
tensión) que se liberan en el organismo mediante estímulos internos o externos. Esa función
del ello cumple con el principio primordial o inicial de la vida, que Freud llamó el principio
del placer. La finalidad del principio del placer es desembarazar a la persona de la tensión,
o, si tal cosa es imposible -como lo es por lo habitual- reducir la cantidad de tensión a un
nivel bajo y mantenerlo tan constante como sea posible. La tensión se experimenta como
dolor o incomodidad, mientras que el alivio de la tensión se experimenta como placer o
satisfacción. Puede decirse, entonces, que la finalidad del principio del placer consiste en
evitar el dolor y encontrar el placer.
En su forma más primitiva el ello es un aparato reflejo que descarga por las vías
motrices cualquier excitación sensorial que le llegue. Así, cuando una luz muy brillante
alcanza la retina del ojo, el párpado se cierra para impedir que la luz llegue a la retina. En
consecuencia, las excitaciones producidas por la luz en el sistema nervioso desaparecen y el
organismo vuelve a un estado de reposo. El organismo está equipado con muchos similares
reflejos, como se los llama, que cumplen el propósito de descargar automáticamente
cualquier energía corporal liberada por un disparador, el estímulo, que actúa sobre un
órgano sensorial. La consecuencia típica de la descarga motriz es la eliminación del
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estímulo. El estornudo, por ejemplo, por lo general expele lo que está irritando la
membrana sensitiva de la nariz, y el llanto limpia de partículas extrañas los ojos. El
estímulo puede llegar tanto desde el interior del cuerpo como desde el mundo externo. Un
ejemplo de estímulo interno es la apertura refleja de la válvula de la vejiga cuando la
presión que se hace sobre ella alcanza cierta intensidad. La excitación (tensión) producida
por esa presión desaparece cuando el contenido de la vejiga se vacía a través de la válvula
abierta.
Si todas las tensiones que ocurren en el organismo pudieran ser descargadas mediante
acciones reflejas, no habría necesidad de ningún desarrollo psicológico que trascendiera los
límites del aparato reflejo primitivo. Sin embargo, tal no es el caso. Pues suelen presentarse
muchas tensiones para las que no hay descarga refleja apropiada. Por ejemplo, cuando
aparecen las contracciones del hambre en el estómago del bebé, ellas no producen
automáticamente alimento, sino inquietud y llanto. Si la criatura no es alimentada, las
contracciones aumentan en intensidad hasta que la fatiga las elimina; si continúa la falta de
alimento, el bebé muere de inanición.
La criatura hambrienta no está equipada con los reflejos necesarios para satisfacer el
hambre, y si no fuera por la intervención de una persona mayor que le proporcione la
comida, el bebé perecería. Cuando en forma adecuada se lleva hasta la boca de la criatura el
alimento, la succión, la deglución y los reflejos digestivos continúan funcionando sin ayuda
y terminan con la tensión producida por el hambre.
No habría desarrollo psicológico si cada vez que el bebé comienza a sentir la tensión del
hambre se lo alimentara de inmediato, y si todas las demás excitaciones que surgen en su
cuerpo fueran de igual manera satisfechas por los esfuerzos cooperativos del cuidado
paternal y los reflejos congénitos. Sin embargo, a pesar de la solicitud de los padres, no es
posible que éstos anticipen y satisfagan con rapidez todas las necesidades de la criatura. De
hecho, al establecer un horario, instituir un entrenamiento y aplicar una disciplina, los
padres crean tensiones al mismo tiempo que las reducen. El bebé inevitablemente
experimenta cierto grado de frustración y malestar. Esas experiencias estimulan el
desarrollo del ello.
El nuevo desarrollo que tiene lugar en el ello como resultado de la frustración se llama
proceso primario. Para comprender la naturaleza del proceso primario es necesario
examinar algunas de las potencialidades psicológicas del ser humano. El aparato
psicológico tiene una extremidad motriz y una sensorial. La segunda son los órganos de los
sentidos, que son estructuras especializadas para recibir los estímulos; la primera está
compuesta por los músculos, que son los órganos de la acción y del movimiento. Para la
acción refleja sólo es necesario poseer órganos sensoriales y músculos y un sistema
nervioso intermedio que transmita mensajes en forma de impulsos nerviosos desde la
extremidad sensorial a la motriz.
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Además de un sistema sensorial y de un sistema motor, el individuo tiene un sistema
perceptual y un sistema nervioso. El sistema perceptual recibe excitaciones de los órganos
sensoriales y forma un cuadro mental o representación del objeto que se presenta a los
órganos de los sentidos. Esos cuadros mentales se conservan como huellas mnémicas en el
sistema de la memoria. Cuando se activan las huellas mnémicas, se dice que la persona
tiene una imagen mnémica del objeto que percibió originariamente. Mediante esas
imágenes mnémicas el pasado es traído al presente. La percepción es una representación
mental de un objeto, mientras la imagen mnémica es una representación mental de una
percepción. Cuando miramos algo se forma una percepción; cuando recordamos lo que
hemos visto una vez se forma una imagen mnémica.
Volvamos ahora al ejemplo de la criatura con hambre. En el pasado, cada vez que el
bebé sentía hambre se lo alimentaba. Durante la alimentación, la criatura ve, gusta, huele y
siente la comida, y conserva estas percepciones en el sistema de la memoria. Por repetición,
el alimento se asocia a la reducción de tensión. Luego si no se alimenta de inmediato a la
criatura, la tensión del hambre produce una imagen mnémica del alimento, con la cual está
asociada. El proceso que produce la imagen mnémica de un objeto, que se necesita para
reducir la tensión, es llamado proceso primario.
El proceso primario procura descargar la tensión estableciendo lo que Freud llamó una
"identidad de percepción". Al hablar de una identidad de percepción Freud quiso significar
que el ello considera la imagen mnémica idéntica a la percepción misma. Para el ello, el
recuerdo del alimento es exactamente lo mismo que ingerir el alimento.
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que tiene una representación mental del alimento hállase en mejor posición para satisfacer
su hambre que otra que no sabe qué buscar.
Si no fuera por el proceso primario, una persona sólo podría satisfacer sus necesidades
mediante un comportamiento de ensayos y errores. Ahora bien; como el proceso primario
de por sí no reduce efectivamente las tensiones, se desarrolla un proceso secundario. Pero
este proceso secundario pertenece al yo, de modo que diferiremos su examen al apartado
siguiente.
El ello no está gobernado por las leyes de la razón o de la lógica, y no posee valores,
ética o moralidad. Sólo lo impulsa una consideración: obtener satisfacción para las
necesidades instintivas, de acuerdo con el principio del placer. Hay sólo dos consecuencias
para cualquier proceso del ello. O se descarga mediante la acción o realización de deseos, o
sucumbe a la influencia del yo; en el último caso la energía queda ligada en lugar de
descargarse inmediatamente.
Freud habla del ello como si fuera la verdadera realidad psíquica. Con eso quiere decir
que el ello es la realidad subjetiva primordial, el mundo interior que existe antes de que el
individuo haya tenido experiencia del mundo exterior. No sólo son innatos los instintos y
los reflejos, también pueden serlo las imágenes producidas por los estados de tensión. Eso
significa que una criatura con hambre puede tener una imagen del alimento sin tener que
aprender a asociar el alimento con el hambre. Freud cree que las experiencias que se repiten
con mucha frecuencia e intensidad en muchos individuos durante sucesivas generaciones,
se convierten en depósitos permanentes del ello. Durante la vida de una persona se
depositan nuevos contenidos en el ello como resultado del mecanismo de la represión. (La
represión se examina en el Capítulo IV, "El desarrollo de la personalidad”.)
No sólo es el ello arcaico desde el punto de vista de la historia racial; también es arcaico
en la vida del individuo. Es el fundamento sobre el cual se edifica la personalidad. El ello
conserva su carácter infantil durante toda la vida. No puede tolerar la tensión y exige una
gratificación inmediata. Es exigente, impulsivo, irracional, asocial, egoísta y amante del
placer. Es el niño malcriado de la personalidad. Es omnipotente porque posee el poder
mágico de realizar sus deseos mediante la imaginación, la fantasía, las alucinaciones y los
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sueños. Se le llama oceánico, porque, como el mar, lo contiene todo. No reconoce nada
exterior a sí mismo. El ello es el mundo de la realidad subjetiva en la que la búsqueda del
placer y la evitación del dolor son las únicas actividades que importan.
Il. EL YO
Los dos procesos mediante los cuales el ello descarga la tensión, a saber, la actividad
motriz impulsiva y la formación de imágenes (realización de deseos), no son suficientes
para alcanzar los grandes fines evolutivos de la supervivencia y la reproducción. Ni los
reflejos ni los deseos le proporcionan alimento a la persona hambrienta ni le ofrecen un
compañero a la persona sexualmente excitada. De hecho, el comportamiento impulsivo
puede ocasionar un aumento de tensión (dolor) al provocar el castigo del mundo exterior. A
menos que el hombre tenga un cuidador permanente, como durante la infancia, durante el
resto de la vida debe tratar de buscar su alimentación, su compañero sexual y muchos otros
objetos necesarios para su vida. Para cumplir con éxito esas misiones le es necesario tener
en cuenta la realidad exterior (el ambiente) y, ya sea acomodándose él mismo al mundo o
afirmando su predominio sobre él, obtener de éste lo que precisa. Tales transacciones entre
la persona y el mundo requieren la formación de un nuevo sistema psicológico, el yo.
El yo no está gobernado por el principio del placer, sino por el principio de la realidad.
Realidad significa lo que existe. La finalidad del principio de la realidad es demorar la
descarga de energía hasta que haya sido descubierto o presentado el objeto real que
satisfará tal necesidad. Por ejemplo, el niño debe aprender a no llevarse cualquier cosa a la
boca cada vez que siente hambre. Tiene que aprender a reconocer el alimento, y a postergar
la comida hasta que haya localizado un objeto comestible. De otra manera, tendrá
experiencias dolorosas.
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El demorar la acción significa que el yo debe ser capaz de tolerar la tensión hasta que
ésta pueda ser descargada por una forma apropiada de comportamiento. La institución del
principio de la realidad no implica que el principio del placer sea rechazado. Sólo se lo
suspende temporalmente en interés de la realidad. A su debido tiempo, el principio de la
realidad lleva al placer, aunque la persona tenga que soportar cierta incomodidad mientras
busca la realidad.
Cuando una persona pone en efecto un plan de acción para ver si funciona o no, se dice
que se ocupa de probar la realidad. Si la, prueba no funciona, es decir, si no se produce o
descubre el objeto deseado, se piensa y se prueba otro plan de acción. Esto continúa hasta
que se encuentra la solución correcta (realidad) y se descarga la tensión mediante una
acción adecuada. En el caso del hambre, la acción adecuada sería ingerir alimentos.
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falso (si no existe). Otra serie de cambios importantes ocurre en el sistema motor. La
persona aprende a manejar sus músculos con más habilidad y a ejecutar patrones más
complejos de movimientos. En general, esas adaptaciones de las funciones psicológicas
permiten que la persona se comporte de manera más inteligente y más eficaz y domine sus
impulsos y su ambiente en interés de satisfacciones y placeres mayores. Cabe así considerar
el yo como una compleja organización de procesos psicológicos que actúa como
intermediaria entre el ello y el mundo externo.
Además de los procesos que están al servicio de la realidad, existe otra función del yo
que se parece al proceso primario del ello. Es una función que produce fantasías y
ensueños. Está libre de las exigencias de la prueba de realidad y está subordinada al
principio del placer. Sin embargo, ese proceso del yo difiere del proceso primario porque
distingue entre la fantasía y la realidad. Las fantasías producidas por el yo son reconocidas
como tales, es decir, imaginaciones juguetonas y placenteras. Aunque nunca se las
confunde con la realidad, le proporcionan al yo algo así como unas vacaciones con respecto
a sus otros asuntos más serios.
III. EL SUPERYÓ
La tercera institución fundamental de la personalidad, el superyó, es la rama moral o
judicial de la personalidad. Representa lo ideal más bien que lo real, y pugna por la
perfección antes que por el placer la realidad. El superyó es el código moral de la persona.
Se desarrolla desde el yo como una consecuencia de la asimilación por parte del niño, de
las normas paternas respecto de lo que es bueno y virtuoso y lo que es malo y pecaminoso.
Al asimilar la autoridad moral de sus padres, el niño reemplaza la autoridad de ellos por su
propia autoridad interior. La internalización de la autoridad paterna le permite al niño
controlar su comportamiento según los deseos de sus padres, y al hacerlo se asegura su
aprobación y evita su disgusto. Es decir, el niño aprende que no sólo tiene que obedecer al
principio de realidad para obtener el placer y evitar el dolor, sino que también tiene que
tratar de comportarse de acuerdo con los dictados morales de sus padres. El período
relativamente largo durante el cual el niño depende de sus padres favorece la formación del
superyó.
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El superyó está compuesto de dos subsistemas, el ideal del yo y la conciencia moral. El
ideal del yo corresponde a los conceptos del niño acerca de lo que sus padres consideran
moralmente bueno. Los padres le transmiten sus normas de virtud al recompensar al niño
por su conducta si está de acuerdo con esas normas. Por ejemplo, si se lo recompensa
constantemente por ser pulcro y ordenado, la pulcritud y el orden se convertirán en uno de
sus ideales. La conciencia moral, en cambio, corresponde a los conceptos que el niño tiene
de lo que sus padres consideran moralmente malo, y esos conceptos se establecen mediante
experiencias de castigo. Si se lo ha castigado con frecuencia por ensuciarse, considerará la
suciedad como algo malo. El ideal del yo y la conciencia moral son caras opuestas de la
misma moneda moral.
¿Cuáles son las recompensas y castigos mediante los cuales los padres controlan la
formación del superyó del niño? Son de dos clases: físicas y psicológicas. La recompensa
física consiste en objetos que el niño desea. Son alimentos, juguetes, la madre, el padre, las
caricias y las golosinas. Los castigos físicos son dolorosos ataques al cuerpo del niño,
como, por ejemplo, las palmadas o la privación de cosas que desea. La principal
recompensa psicológica es la aprobación paterna expresada ya sea en palabras o mediante
la expresión facial. La aprobación significa amor. De la misma manera, privar al niño de
amor es la forma principal de castigo psicológico. Ello se expresa mediante admoniciones
verbales o miradas desaprobadoras. Por supuesto, las recompensas y los castigos físicos
también pueden significar amor o privación de amor para el niño. El niño al que le han
dado unas palmadas, no sólo le duele sino que también puede sentir que el padre que lo ha
castigado lo ha rechazado, esto es, le ha retirado su amor. Sin embargo, el conceder o privar
de afecto ejerce su poder sobre el niño, en primer lugar en virtud de su relación con la
satisfacción o insatisfacción de las necesidades básicas. Un niño desea el amor de su madre
porque ha aprendido que una madre que no lo ame probablemente no le dará alimento y por
lo tanto prolongará su doloroso estado de tensión. De la misma manera, un niño trata de no
incurrir en la desaprobación del padre porque ha aprendido que un padre que no lo ame
puede crear un estado doloroso al darle una zurra. En síntesis, las recompensas y los
castigos, cualquiera sea su origen, son condiciones que reducen o aumentan la tensión
interna.
Para que el superyó tenga sobre el niño el mismo control que los padres, es necesario
que posea el poder de hacer cumplir sus reglas morales. Como los padres, el superyó pone
en vigencia sus recompensas y castigos. Estas recompensas y castigos se otorgan al yo,
porque el yo, a causa de su control sobre las acciones de la persona, es considerado
responsable de los actos morales e inmorales. Si la acción está de acuerdo con las normas
éticas del superyó, se recompensa al yo. Sin embargo, no es necesario que el yo permita
que ocurra una acción física real para que sea recompensado o castigado por el superyó.
Puede recompensarse o castigarse al yo sólo por pensar en hacer algo. Un pensamiento vale
lo mismo que un hecho a los ojos del superyó. En esto, el superyó se parece al ello, que
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tampoco hace distinciones entre lo subjetivo y lo objetivo, lo cual explica por qué una
persona que viva una vida virtuosa puede no obstante sufrir las torturas de la conciencia
moral. El superyó castiga al yo por tener malos pensamientos aunque los pensamientos
nunca se traduzcan en acciones.
¿Cuáles son las recompensas y castigos de que dispone el superyó? Pueden ser físicos o
psicológicos. El superyó puede decir, en efecto, a la persona que ha seguido el camino de la
virtud: "Ahora que has sido bueno durante un tiempo, puedes permitirte pasarla bien." Eso
podrá significar gozar de una buena comida, de un prolongado descanso o de una
experiencia sexual. Unas vacaciones, por ejemplo, son por lo general consideradas como
recompensa de un trabajo intenso. Al trasgresor moral el superyó puede decirle: "Ahora que
te has portado mal, serás castigado sucediéndote algo desagradable." la desgracia puede ser
una descompostura de estómago, un perjuicio o la pérdida de algo valioso. Esta penetración
de Freud en el complejo y sutil funcionamiento de la personalidad humana reveló una razón
importante de por qué la gente se enferma, sufre accidentes y pierde las cosas. Todas las
desgracias pueden implicar, en mayor o menor grado, un autocastigo por haber hecho algo
malo. Ejemplo de ello es el joven que choca su auto poco después de haber tenido
relaciones sexuales con una chica. Por supuesto, una persona por lo habitual no se da
cuenta de la relación entre la conciencia culpable y el accidente.
23
transgrede la ley y es por lo general destructivo y antisocial, se lo considera mala persona.
El superyó, al frenar internamente la ilegalidad y la anarquía, le permite a la persona
convertirse en miembro observante de la ley de su sociedad.
El lector debe recordar que no hay límites precisos entre los tres sistemas. El hecho de
que tengan nombres diferentes no significa que sean entidades separadas. Los nombres ello,
yo y superyó, no significan en realidad nada en sí mismos. Son una manera abreviada de
designar procesos, funciones, mecanismos y dinámicas diferentes dentro de la personalidad
total.
El yo se forma a partir del ello y el superyó se forma a partir del yo. Continúan
interactuando y fusionándose entre sí durante toda la vida. Estas interacciones y fusiones, lo
mismo que las oposiciones que se desarrollan entre los tres sistemas, constituyen el tema
del capítulo siguiente.
BIBLIOGRAFÍA
FREUD, S. (1900), La interpretación de los sueños, Capítulo VII.
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CAPÍTULO III
LA DINÁMICA DE LA PERSONALIDAD
I. ENERGÍA PSÍQUICA
El organismo humano es un complicado sistema de energía, la cual proviene del
alimento que se ingiere y se invierte en la circulación, respiración, digestión, conducción
nerviosa, actividad muscular, percepción, memoria y pensamiento. No hay razón para creer
que la energía que hace funcionar al organismo sea esencialmente diferente de la energía
que hace funcionar al universo. La energía asume diversas formas -mecánica, térmica,
eléctrica y química- y es capaz de ser transformada de una a otra. La forma de energía que
opera en los tres sistemas de la personalidad se llama-energía psíquica. No hay nada
místico, vitalista o sobrenatural en el concepto de energía psíquica. Esta cumple un trabajo
o es capaz de hacerlo como cualquier, otra forma de energía. La energía psíquica cumple
tareas psicológicas -es decir, pensar, percibir y recordar- de la misma manera que la energía
mecánica lleva a cabo trabajos mecánicos.
II. INSTINTO
Toda la energía utilizada para llevar a cabo las tareas de la personalidad se obtiene de los
instintos. Se define un instinto como una condición innata que imparte instrucciones a los
procesos psicológicos. El instinto sexual, por ejemplo, dirige los procesos psicológicos de
25
percibir, recordar y pensar, hacia la meta de la consumación sexual. Un instinto es como un
río que fluye por un curso de agua determinado.
Un instinto tiene una fuente, una finalidad, un objetivo y un ímpetu. Las fuentes
principales de la energía instintiva son las necesidades o impulsos corporales. Una
necesidad o un impulso es un proceso excitante en algún tejido u órgano del cuerpo que
libera energía acumulada en el mismo. Por ejemplo, la condición física del hambre activa el
instinto del hambre al proporcionarle energía. Esta energía instintiva entonces imparte
instrucciones a los procesos psicológicos de la percepción, la memoria y el pensar. Uno
busca el alimento, trata de recordar dónde lo ha encontrado en ocasiones previas, o forja un
plan de acción para obtenerlo.
Además de la finalidad última de reposo, Freud observó que existen también finalidades
subordinadas que tienen que ser satisfechas para que se puedan alcanzar las finalidades
últimas. Antes de poder aplacar el hambre es necesario encontrar el alimento y llevárselo a
la boca. Encontrar el alimento y comerlo están subordinados a la eliminación del hambre.
Freud llamó a la meta final de un instinto su finalidad interna, y a las metas subordinadas
del mismo sus finalidades externas.
Para decirlo en otras palabras, un instinto siempre trata de producir una regresión a un
estado anterior. Esta tendencia del instinto a repetir una y otra vez el ciclo desde la
excitación al reposo se llama compulsión de repetición. Existen numerosos ejemplos de
compulsión de repetición en la vida diaria. Sirvan de ejemplo las fases periódicas y
regulares de la actividad durante la vigilia, seguida del sueño. Las tres comidas del día son
otro ejemplo, lo mismo que el deseo sexual seguido por su satisfacción.
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Para resumir, entonces, diremos que el objetivo de un instinto se caracteriza por ser
conservador, regresivo y repetirse.
La sede de los instintos es el ello. Como los instintos constituyen la cantidad total de
energía psíquica, se dice que el ello es el depósito original de la energía psíquica. Para
formar el yo y el superyó, se retira energía de ese depósito. El tema del apartado siguiente
es mostrar cómo ocurre eso.
La energía empleada por el ello en elecciones objetales es muy fluida. Esto quiere decir
que la energía se puede desviar fácilmente de un objeto a otro. Esta desviación de energía
se llama desplazamiento. De esta manera, si no se encuentra alimento, un bebé hambriento
puede colocar un pedazo de madera o su propia mano en la boca. Para el bebé, antes de que
aprenda a discriminar, el alimento, un pedazo de madera o su mano son todos iguales. Se
consideran los objetos como equivalentes cuando existen parecidos específicos y concretos
27
entre ellos. Dos objetos, tales como el biberón y un trozo de madera, por ejemplo, se
perciben como idénticos porque ambos pueden ser asidos con la mano y llevados a la boca.
La energía del ello se puede desplazar en gran medida porque el ello no es capaz de hacer
distinciones precisas entre los objetos.
La tendencia del ello a tratar los objetos como si fueran iguales, a pesar de, sus
diferencias, produce una deformación del pensar que se llama pensar predicativo. Cuando
dos objetos, por ejemplo, un árbol y el órgano sexual masculino, son equiparados por la
mente de una persona porque ambos comparten la misma característica física de tener una
forma saliente, se dice que tal persona está practicando el pensar predicativo. Este tipo de
pensar prevalece sobre todo en los sueños y explica el simbolismo onírico. Cabalgar o arar
un campo puede representar o simbolizar el acto sexual porque se ejecutan movimientos
similares al andar a caballo, al arar y en la cópula. También es frecuente el pensar
predicativo en la vigilia, provocándoles gran confusión a algunas personas al impedirles
hacer discriminaciones adecuadas. El prejuicio racial se debe a menudo al pensar
predicativo. Como los negros tienen la piel oscura y como la oscuridad se asocia con la
maldad y la suciedad, se piensa que los negros son malos y sucios. De la misma manera, se
cree que la gente pelirroja tiene, temperamento ardiente porque el rojo es el color del fuego.
Cuando los procesos del yo o del superyó interceptan el flujo direccional de la energía
instintiva, ésta trata de abrirse camino a través de las resistencias y descargarse en la
fantasía o en la acción. Cuando consigue hacerlo, socava los procesos racionales del yo. La
persona comete errores al hablar, al escribir, al conversar, al percibir, y al recordar, y sufre
accidentes porque se confunde y pierde contacto con la realidad. Su capacidad para resolver
problemas y descubrir la realidad disminuye a causa de la intromisión de los deseos
impulsivos. Todo el mundo sabe qué difícil es prestar atención al trabajo cuando uno tiene
hambre o está enojado o sexualmente excitado. Cuando el ello no puede encontrar salidas
directas para la energía instintiva, el yo o el superyó se hacen cargo de tal energía y la
utilizan para vigorizar las operaciones de sus sistemas.
B. EL Yo. El yo no tiene energía propia. No puede, por cierto, decirse que existe hasta
que la energía se desplaza del ello hacia los procesos latentes que constituyen el yo. Al
energetizar nuevos procesos -tales como la discriminación, el juicio y el razonamiento- que
hasta ese entonces han existido como tendencias innatas y latentes de la personalidad, el yo
como sistema separado comienza su largo y complejo desarrollo.
28
objeto mismo. Para el ello, el objeto como imagen y el objeto como realidad externa son
idénticos y no entidades separadas.
El fracaso del ello para alcanzar alivio de la tensión suscita una nueva línea de desarrollo
que echa los cimientos para la formación del yo. En lugar de una imagen y un objeto real
considerados idénticos, ocurre una separación entre los dos. Lo que ocurre como resultado
de esa diferenciación en que el mundo interno, puramente subjetivo del ello, se divide en un
mundo interno, subjetivo (la mente), y el mundo externo, objetivo (el ambiente). Para poder
adaptarse adecuadamente, la persona debe ahora poner en armonía esos dos mundos. Los
estados mentales tienen que ser sincronizados con la realidad para que la persona se adapte
correctamente.
Por ejemplo, cuando una persona con hambre tiene una imagen mnémica del alimento,
tiene que localizar en el ambiente un objeto real que se corresponda con su imagen
mnémica. Si ésta es precisa, el objeto encontrado será alimento. Si la imagen mnémica no
es una representación correcta del alimento, tendrá que ser revisada hasta que lo sea. De lo
contrario, la persona con hambre morirá de inanición. En una época se creía que la tierra
era plana, pero esta concepción fue corregida cuando Colón y otros exploradores
demostraron que era redonda. Todos los adelantos del conocimiento consisten en convertir
las representaciones mentales del mundo en cuadros cada vez más precisos de la realidad
tal cual es.
29
La separación entre la mente y el mundo físico de la realidad se produce como resultado
de la frustración y el aprendizaje. Como dijimos, el ello no puede satisfacer las necesidades
vitales de la vida sólo mediante acciones reflejas o la realización de deseo. Por lo tanto,
para sobrevivir, la persona tiene que aprender, la diferencia entre las imágenes y la realidad.
Sin duda alguna, existe una predisposición congénita a distinguir entre estados mentales
internos y realidad externa, pero la experiencia y la educación deben desarrollar esta
predisposición. Desde vedad muy temprana el bebé comienza a diferenciar entre lo que está
afuera, en el mundo, y lo que está en, su mente. Además, mediante la experiencia y la
educación, aprende a hacer concordar lo que está en su mente con lo que verdaderamente
existe en el mundo exterior. Aprende, para decirlo en otras palabras, a identificar ambas
cosas.
Al ser identificadas con los objetos del mundo exterior, las representaciones subjetivas
de estos objetos reciben las catexias que anteriormente el ello invertía en los objetos
mismos. Estas nuevas catexias se llaman catexias del yo, para distinguirlas de las
elecciones objetales instintivas del ello. Mediante la identificación, entonces, queda
disponible la energía para el desarrollo del pensamiento realista (el proceso secundario) que
reemplaza la realización alucinatoria de deseos (el proceso primario). Esta redistribución de
energía que pasa del ello al yo es un acontecimiento dinámico de gran importancia en el
desarrollo de la personalidad.
A causa de que las funciones racionales del yo tienen éxito para gratificar los instintos,
cada vez se trasvasa más energía del depósito del ello hacia el yo. A medida que el yo gana
en fuerza, el ello la pierde. Sin embargo, si el yo no puede cumplir la tarea de satisfacer las
demandas del ello, las catexias del yo se vuelven a convertir en catexias objetales
instintivas e impera nuevamente la infantil realización de deseos. Esto es lo que sucede
durante el sueño. Como el yo no puede funcionar con eficacia durante el sueño, se invoca el
proceso primario, que produce imágenes alucinatorias. Incluso durante la vigilia puede
reactivarse el proceso primario cuando el yo no alcanza resultados directamente. Esto se
conoce como pensamiento autista o de realización de deseos.
30
Una persona que desee mucho que algo sea cierto, a veces se engaña a sí misma y cree
que es cierto. Todos sabemos qué fácil es dejar que nuestros prejuicios y deseos dirijan
nuestro pensamiento. Incluso el hombre de ciencia objetivo debe cuidar de que sus
preferencias teóricas no influyan sobre sus observaciones y razonamientos. Por ello toma la
precaución de establecer controles adecuados para sus experimentos y observaciones, y de
repetirlos muchas veces para asegurarse de que lo que vio por primera vez es verdadero. El
pensamiento autista siempre nos está tendiendo trampas.
Parte de la energía del yo tiene que ser utilizada para inhibir y posponer la descarga de
las excitaciones a través del sistema motor. El propósito de esta postergación es permitir
que el yo trace un plan realista de acción antes de actuar. Cuando se usa energía para
obstruir el flujo de la energía hacia la descarga final, se llama a estas fuerzas bloqueadoras,
contracatexias o contracargas. Una contracatexia es una carga de energía que se opone a
una catexia. Las contracatexias del yo se dirigen contra las catexias del ello porque éstas
presionan para encontrar alivio inmediato de la tensión. La región limítrofe entre el yo y el
ello puede ser comparada a la frontera entre dos países, uno de los cuales trata de invadir al
otro. El país amenazado de invasión erige fortificaciones (contracatexias del yo) para
rechazar al invasor (catexias del ello). Cuando las contracatexias ceden, las catexias
objetales del ello dominan al yo y producen un comportamiento impulsivo. Esto sucede
cuando una persona habitualmente controlada se enoja.
La energía del yo también puede ser utilizada para formar nuevas catexias objetales.
Estos objetos no satisfacen directamente las necesidades básicas del organismo, aunque
estén relacionados por nexos asociativos con objetos que las satisfacen. Por ejemplo, el
instinto del hambre puede ramificarse en muchas direcciones y abarcar muchas actividades
que no son esencialmente la satisfacción del hambre. El coleccionar recetas culinarias raras
y libros de cocina, adquirir finos juegos de porcelana y de plata para la mesa, instalar una
moderna cocina eléctrica, descubrir restaurantes que sirven comidas exóticas, leer y hablar
sobre platos y muchísimos otros intereses que se orientan hacia el alimento, ocupan la
energía de muchas personas, aunque ninguno de ellos en realidad reduce el hambre.
31
La razón por la cual el yo tiene energía suficiente para dedicar a finalidades no
instintivas, es que su funcionamiento eficaz produce un excedente de energía que sobrepasa
la requerida para las necesidades vitales de la vida. Cuanto mayor es la economía con que
funciona el yo para satisfacer las necesidades corporales, tanto más energía tiene para
actividades de recreación. En el capítulo siguiente se examinará la manera como se originan
estos intereses del yo.
Por último, la energía del yo se utiliza para realizar una síntesis o integración de los tres
sistemas de la personalidad. El propósito de esta síntesis es alcanzar armonía interna y
transacciones fáciles con el ambiente. Cuando el yo cumple sabiamente su función
sintética, el ello, el yo y el superyó se fusionan en un todo unificado y bien organizado.
Tendremos más que decir sobre la función de síntesis del yo en capítulos siguientes.
Las contracatexias de la conciencia moral difieren de las del yo. Las fuerzas de
resistencia del yo tienen la finalidad de demorar la acción final para que el yo pueda
desarrollar un plan satisfactorio de acción. Las prohibiciones de la conciencia moral, en
32
cambio, tratan de abolir toda idea de acción. La conciencia moral les dice "no" a los
instintos, el yo les dice "esperad".
El ideal del yo pugna por perfección. Invierte su energía en catectizar ideales que son los
representantes internalizados de los valores morales de los padres. Estos ideales representan
elecciones objetales perfeccionistas. Una persona cuya energía esté ligada en el ideal del
yo, será idealista y de pensamientos elevados. Su elección de objetos y en gran parte de
intereses se determina más por sus valores morales que por sus valores reales. Se ocupa
más en diferenciar el bien del mal que en distinguir entre lo verdadero y lo falso. Para tal
persona la virtud es más importante que la verdad.
Al identificarse con las elecciones objetales éticas, del ideal del yo, el yo experimenta
sentimientos de orgullo. El orgullo es la recompensa que el ideal del yo otorga al yo por ser
bueno. Es análogo al sentimiento que tiene el niño cuando sus padres lo alaban. Por otra
parte, cuando el yo se identifica o elige un objeto que el superyó considera carente de valor,
el superyó castiga al yo haciéndole sentirse avergonzado y culpable. Esto también se parece
mucho a la situación que se da cuando la madre o el padre castigan a un niño por portarse
mal.
Vemos así que la energía proveniente del ello se canaliza hacia el yo y el superyó
mediante el mecanismo de identificación. Tal energía, entonces, puede ser utilizada por el
yo y el superyó para promover o frustrar el objetivo del ello, que es la búsqueda del placer
(liberación de la tensión) y evitar el dolor (aumento de la tensión). Hemos visto cómo el yo
se alía con el ello con el fin de gratificar a los instintos. Parecería, por otra parte, que el
superyó, como enemigo de los instintos inmorales que tienden al placer, se opone siempre
al ello. Pero no siempre es así. El ello puede manejar al superyó con el propósito de obtener
satisfacción para los instintos. Es decir, que el superyó puede actuar como agente del ello,
en relación con el mundo exterior y con el yo. Por ejemplo, el superyó de una persona
moralista puede volverse muy agresivo contra, su yo. Se le hace sentir al yo que es malo e
indigno. Una persona que siente tal cosa puede incluso infligirse daños corporales o
suicidarse. Los actos de auto agresión satisfacen los impulsos agresivos del ello.
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fuerzas primitivas del ello. En tales casos, se dice que el superyó ha sido corrompido por el
ello.
Como hemos visto, el ello sólo tiene catexias mientras que el yo y el superyó también
poseen contracatexias. De hecho, el yo, y el superyó se originan porque es necesario
contener las acciones imprudentes del ello. Ahora bien: aunque los procesos que
constituyen el yo y el superyó actúan como frenos del ello, el yo y el superyó también
tienen sus fuerzas impulsoras propias.
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hambre quedará insatisfecha. La frustración externa es un estado de privación o de pérdida,
mientras que la frustración interna es un estado de inhibición interna. Cuando una persona
quiere hacer algo pero se interpone en su camino un obstáculo externo, se trata de una
frustración externa. Cuando una persona quiere hacer algo pero su yo o su superyó se lo
impiden, estamos frente a una frustración interna.
Freud observa que la frustración interna (contracatexia) no surge hasta que la frustración
externa le prepara el terreno. Es decir, una persona tiene que experimentar privación o
pérdida de algo antes de que pueda desarrollar controles internos. En el caso del superyó,
por ejemplo, el niño no desarrolla una autodisciplina hasta que haya tenido la oportunidad
de identificarse con las prohibiciones morales de sus padres. Un niño tiene que aprender lo
que es malo mediante el castigo antes de que pueda establecer controles internos sobre su
conducta.
Tómese, por ejemplo, el caso de una persona que, trata de recordar algo. Puede no ser
capaz de recordarlo porque la huella mnémica está cargada con una cantidad insuficiente de
energía. La huella puede tener una carga débil de energía porque la experiencia no hizo
demasiada impresión en la persona en primer lugar. O la energía de la huella puede haberse
desviado hacia la formación de nuevas huellas mnémicas. Aprender algo nuevo
habitualmente significa que hay que olvidar o desaprender algo viejo. La razón de esto es
que una persona tiene una cantidad limitada de energía psíquica. Cuando, se hacen nuevas
inversiones, hay que pedir prestada energía a las catexias objetales ya establecidas. En
consecuencia las viejas catexias mnémicas se debilitan a medida que se agrega energía a las
nuevas.
Se dice que las huellas mnémicas que poseen poca energía al comienzo o que la han
perdido en beneficio de otras huellas, han sido olvidadas. Pueden ser reinstaladas en la
memoria por repetición de la experiencia. Así, cuando alguien olvida un número telefónico
puede cargar de nuevo la huella mnémica mirando el número en la guía. A esto se lo llama
refrescar la memoria.
Por otra parte, uno puede no recordar algo porque a la catexia de la huella mnémica se
opone una resistencia o contracatexia. Se dice entonces que tales recuerdos están
reprimidos, y no olvidados.
35
Un recuerdo reprimido puede ser recordado reduciendo la fuerza de las contracatexias o
aumentando la fuerza de las catexias. Ninguna de las dos cosas es muy fácil de hacer. Por
lo general se encuentra que cuanto mayor es el esfuerzo para tratar de irrumpir a través de
la represión, mayor es la resistencia que se le opone. Técnicas especiales, tales como la
hipnosis o la asociación libre, se utilizan para debilitar las resistencias. Las resistencias
también tienden a debilitarse durante el dormir, de modo que podemos recordar en sueños
algo que se reprime durante la vigilia.
¿Por qué se reprimen los recuerdos? Hay dos razones principales. O el recuerdo en sí es
doloroso o se asocia con algo que es doloroso. Por ejemplo, una persona puede olvidar el
nombre de un conocido con el que ha tenido un encuentro desagradable. O puede olvidar su
nombre porque se asocia a algo doloroso. En ambos casos, las contracatexias tienen el fin
de proteger a la persona de la incomodidad y la ansiedad. Todo lo cual significa que es más
fácil olvidar una cita con el dentista que una cita para ir a bailar.
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Prácticamente todo proceso de la personalidad está regulado por la interacción de las
catexias y las contracatexias. A veces el equilibrio entre ellas es tan delicado que un
pequeño cambio en la proporción de la fuerza de la catexia respecto de la fuerza de la
contracatexia significará una diferencia entre hacer y no hacer algo. Un ligero aumento de
la catexia o una ligera disminución de contracatexia cuando el dedo de la persona está en el
gatillo de un revólver puede ser causa de que se dispare el tiro, de que se mate a una
persona, se juzgue a un asesino, se lo condene y se lo ahorque. El delicado equilibrio del
poder que a menudo existe entre las fuerzas impulsoras y represoras de la personalidad hace
extremadamente difícil predecir con exactitud qué hará una persona en una situación dada.
Así como una chispa puede ocasionar un desastroso incendio, de la misma manera un alza
imperceptible en el nivel de la catexia puede iniciar una cadena de acontecimientos de
profundas consecuencias en la vida de una persona y en la sociedad. Esta incapacidad para
predecir el comportamiento de una persona impide que la psicología sea una ciencia muy
exacta. Freud tenía presente este hecho cuando escribió:
Lo que Freud dice aquí es que a causa de que cambios muy sutiles en las intensidades
relativas de las fuerzas excitantes e inhibitorias, y de que pequeños cambios en esas
intensidades pueden producir efectos importantes, la psicología no puede ser una ciencia
predictiva. Puede, empero, ser una ciencia postdictiva, pues es capaz de mirar hacia atrás y
descubrir las causas que produjeron un resultado.
1
Sigmund Freud, "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad Femenina", en Obras
completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948, vol. 1, págs. 1027-1028.
37
En el capítulo siguiente volveremos al tema del papel que la catexia y la contracatexia
desempeñan en el desarrollo de la personalidad. También examinaremos el problema de
cómo una catexia puede evadir una resistencia al encontrar otra salida.
V. CONCIENCIA E INCONSCIENTE
En los primeros años del psicoanálisis, el concepto central de la teoría de Freud era el
inconsciente. En las formulaciones posteriores de Freud, a partir de 1920 más o menos, el
inconsciente fue rebajado de categoría y dejó de ser la región mayor y más importante de la
mente para ser considerado una cualidad de los fenómenos mentales. Mucho de lo que
antes se le había asignado al inconsciente se convirtió en el ello, y la distinción estructural
entre conciencia e inconsciente fue reemplazada por la organización tripartita ello, yo y
superyó.
Aunque no es nuestro propósito aquí escribir una historia del desarrollo de las ideas
freudianas en relación con la historia de la psicología, podemos señalar que la importancia
declinante del inconsciente en el psicoanálisis fue paralela con la disminución del
significado de la mente consciente en la psicología. Mientras que la psicología del siglo
XIX se esforzó tratando de analizar la mente consciente, el psicoanálisis se ocupó de
explorar la mente inconsciente. Freud creía que la conciencia era sólo una delgada corteza
de la mente total, que como un témpano, tenía la mayor parte escondida debajo de la
superficie consciente.
Los psicólogos contestaron a Freud diciendo que la noción de una mente inconsciente
era una contradicción en los términos; la mente, por definición, era consciente. La
controversia nunca alcanzó a decidirse porque la psicología y el psicoanálisis cambiaron de
objetivos durante el siglo XX. La psicología se convirtió en la ciencia de la conducta, y el
psicoanálisis en la ciencia de la personalidad. En la actualidad existen muchos indicios de
que las dos ciencias se están acercando para formar una sola ciencia.
En la actualidad nos parece que lo que Freud trató de realizar en los treinta años que van
desde 1890 hasta 1920, durante los cuales la mente inconsciente reinaba como concepto
soberano en su sistema psicológico, fue descubrir las fuerzas determinantes de la
personalidad, que no son directamente conocidas por el observador. De la misma manera
que la física y la química hacen conocer lo desconocido sobre la naturaleza de la materia,
mediante experimentos y demostraciones, la tarea de la psicología era para Freud buscar
factores desconocidos de la personalidad. Tal parece ser el significado de la afirmación
siguiente de Freud: "Nuestro trabajo científico en psicología consistirá en transformar los
procesos inconscientes en conscientes, llenando de este modo las lagunas de las
percepciones conscientes." Freud aquí meramente reconoce el hecho conocido de que la
meta de todas las ciencias es sustituir la ignorancia por el conocimiento. Por ejemplo, el
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hombre no tiene conciencia directa del proceso de la digestión, pero la ciencia de la
fisiología puede decirle qué sucede durante la digestión. Este conocimiento no le permite
percibir (tener conciencia directa) sus propios procesos digestivos a medida que ocurren;
sin embargo conoce (comprende) qué está sucediendo. De manera similar, uno no se da
cuenta de los procesos mentales inconscientes, pero la psicología puede enseñar qué está
pasando debajo del nivel de la conciencia.
Por ejemplo, una persona que sufre un accidente por lo general no se da cuenta de que el
accidente puede representar un deseo de herirse. Sin embargo, es precisamente eso lo que
han demostrado numerosos estudios. Tampoco una persona que siente una avidez anormal
por alimentarse o por beber tiene de ordinario conciencia del hecho de que tal avidez puede
haber nacido de un frustrado deseo de amor. Sin embargo, así sucede a menudo. Aun
cuando un individuo aprende que existe una relación entre la propensión al accidente y los
sentimientos de culpa, o entre el alcoholismo y el amor frustrado, probablemente no tiene
conciencia directa de esa relación tal como existe en él mismo.
Freud creía que para que la psicología pudiera llamarse ciencia, debía descubrir las
causas desconocidas del comportamiento. Por eso es que asignó tanta importancia a las
causas o motivaciones inconscientes en los primeros años del psicoanálisis. Para Freud lo
inconsciente es lo que es desconocido.
Una persona siente dolor o placer cuando la magnitud del dolor o del placer excede
cierto valor catéctico, llamado valor umbral. De la misma manera, percibe un objeto en el
mundo cuando el proceso perceptual está energetizado más allá de un valor umbral. Aun
cuando la catexia sobrepase el umbral, la sensación o la percepción pueden no poseer la
cualidad de conscientes a causa de los efectos inhibitorios de la contracatexia, que le
impide llegar a la conciencia.
Por ejemplo, se conocen casos de individuos incapaces de ver, a pesar del hecho de que
sus mecanismos visuales funcionan bien. Son ciegos porque no quieren ver. Esto quiere
decir que la fuerza inhibitoria (contracatexia) bloquea efectivamente la catexia visual. La
razón por la que no quieren ver es que el ver es demasiado penoso para ellos. Tienen
literalmente o miedo de ver, como una persona que cierra los ojos en el cine para evitar ver
una escena particularmente horripilante.
Las percepciones y los sentimientos son experiencias directas de algo que le está
ocurriendo a la persona en el presente. Los recuerdos y las ideas, por otra parte, son
representaciones mentales de experiencias pasadas. Para que las ideas o los recuerdos se
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hagan conscientes, es necesario que se asocien con el lenguaje. Uno no puede pensar o
recordar a menos que lo que está pensando o recordando se una a palabras que ha visto u
oído. En consecuencia, no se puede recordar conscientemente experiencias infantiles que
ocurrieron antes de que comenzara el desarrollo del lenguaje. Sin embargo, pese al hecho
de que uno no puede recordar las experiencias muy tempranas, ellas pueden tener
importancia decisiva en el desarrollo de la personalidad.
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En su planteo final Freud reconoció dos grandes grupos de instintos: los que están al
servicio de la vida y los que están al servicio de la muerte. La meta final de los instintos de
muerte es el retorno a la constancia de la materia inorgánica. En sus especulaciones, Freud
pensó que los instintos de muerte se encontraban en la materia viva en una etapa de la
evolución de la tierra en que las fuerzas cósmicas que actuaban sobre la materia inorgánica
la transformaron en formas vivas. Esas primeras cosas vivas probablemente vivieron sólo
muy corto tiempo y luego retornaron (regresaron) a su estado inorgánico primitivo. La vida
consistía esencialmente en un estado de perturbación producido por un estímulo externo.
Cuando la perturbación cesaba se apagaba la chispa de la vida. Como resultado de estas
condiciones presentes en la creación de la vida, la regresión a lo inorgánico se convirtió en
una finalidad de lo orgánico.
Con la continua evolución del mundo, nuevas formas de energía crearon perturbaciones
de mayor duración, de modo que aumentó el lapso de vida. A su debido tiempo los seres
vivientes adquirieron el poder de reproducirse. En ese punto de la evolución, la creación de
la vida se hizo independiente de la estimulación externa. Aunque el instinto de
reproducción aseguraba la continuidad de la vida, la presencia del instinto de muerte
significaba que ningún ser particular podía vivir eternamente. Su destino final era siempre
retornar a lo inorgánico. Freud creía que la vida era un camino indirecto hacia la muerte.
Los instintos de muerte cumplen su tarea de manera invisible. Poco se sabe de ellos,
excepto que inevitablemente cumplen su misión. No obstante, los derivados de los instintos
de muerte, de los cuales la agresividad y la destructividad son algunos de los más
importantes, son muy conspicuos. En el Capítulo IV, El desarrollo de la personalidad se
examinará el tema de los derivados de los instintos. Aquí baste decir que el derivado de un
instinto es una fuerza impulsora que tiene la misma fuente y la misma finalidad que el
instinto del que deriva, pero difiere en los medios por los cuales alcanza su fin. En otras
palabras, el derivado de un instinto es una catexia objetal sustitutiva.
Los instintos de vida son mejor conocidos porque sus efectos son más manifiestos. Son
los representantes mentales de todas las necesidades corporales cuya satisfacción es
necesaria para sobrevivir y reproducirse. Los instintos sexuales han sido los más
profundamente estudiados de todos los instintos de vida y tienen gran importancia en la
teoría psicoanalítica de la personalidad. Los instintos sexuales tienen sus fuentes en
diversas zonas corporales, las llamadas zonas erógenas. La boca, el ano y los órganos
genitales son las principales zonas erógenas. Freud pensaba que una zona erógena podía ser
una parte del cuerpo que estaba sensibilizada por sustancias químicas (hormonas)
segregadas por las glándulas sexuales. Los instintos sexuales surgen independientemente
entre sí en la vida del individuo, pero en la pubertad (madurez sexual) se sintetizan
normalmente al servicio de la reproducción. También interactúan con los demás instintos
vitales. La boca es la entrada para el alimento, y también una parte del cuerpo que,
adecuadamente estimulada, produce placer sensual. El ano es el órgano por el cual se
41
eliminan los residuos, pero también produce placer cuando se lo estimula de ciertos modos.
El derivado principal de los instintos sexuales es el amor. Examinaremos más ampliamente
los instintos sexuales y sus derivados en el capítulo siguiente.
La forma de energía utilizada por los instintos vitales recibe el nombre de libido, pero
Freud nunca le dio nombre especial alguno a la forma de energía empleada por los instintos
de muerte. En sus primeros escritos utilizó el término "libido" para denotar la energía
sexual, pero al revisar su teoría de la motivación la libido fue definida como la energía de
todos los instintos de vida.
Los instintos de vida y de muerte y sus derivados pueden fusionarse entre sí,
neutralizarse mutuamente o alternar recíprocamente. Ejemplo de una fusión de instintos es
el dormir, ya que es a la vez un estado de tensión reducida (un retorno parcial por el camino
que lleva a lo inorgánico) y un lapso durante el cual los procesos vitales se revitalizan. El
comer representa una fusión de un instinto vital con la destructividad, esta última un
derivado del instinto de muerte, ya que la vida se mantiene gracias a la comida, pero al
mismo tiempo se destruye el alimento al morderlo, masticarlo y tragarlo. El amor, un
derivado de los instintos sexuales, a menudo neutraliza al odio, un derivado de los instintos
de muerte. También pueden alternar entre sí, como cuando el amor se vuelve odio o el odio
se convierte en amor.
Los instintos residen en el ello, pero se expresan al guiar los procesos del yo y del
superyó. El yo es el agente principal de los instintos de vida. El yo sirve a los instintos
vitales de dos maneras importantes. Originariamente nace para que las necesidades básicas
del cuerpo alcancen su satisfacción. Lo hace aprendiendo a llevar a cabo transacciones
realistas con el ambiente. El yo también sirve a los instintos vitales al trasformar los
instintos de muerte en formas que cumplen los fines de la vida en vez de los de la muerte.
Por ejemplo, el deseo primario de muerte en el ello se trasforma en el yo en agresión contra
los enemigos del mundo exterior. Al cumplir una acción agresiva una persona se protege a
sí misma del daño o destrucción que podrían causarle sus enemigos. La agresión también le
ayuda a superar barreras que dificultan la satisfacción de sus necesidades básicas.
Sin embargo, cuando una persona es agresiva tropieza a menudo con contra -agresiones
procedentes de autoridades y enemigos. Para evitar el castigo, la persona aprende a
identificarse con el agresor. Esto significa que se vuelve agresivo contra los mismos
impulsos que lo hacen hostil hacia los demás. Es decir, desarrolla un superyó que controla
sus impulsos en forma similar a una autoridad externa.
El superyó, como autoridad internalizada, lleva entonces una acción agresiva contra el
yo cada vez que éste intenta ser hostil o rebelde contra una figura externa con autoridad. La
serie de acontecimientos puede ser resumida así: 1) el niño es agresivo contra su padre; 2)
el padre responde castigando al niño; 3) el niño se identifica con el padre que lo castiga; 4)
42
la autoridad del padre se internaliza y se convierte en superyó; 5) el superyó castiga al yo
cuando éste desobedece una regla moral del superyó. En los casos extremos el superyó trata
de destruir al yo. Eso es lo que sucede, por ejemplo, cuando una persona se siente tan
avergonzada de sí misma que llega al suicidio.
VII. ANGUSTIA
La angustia es uno de los conceptos más importantes de la teoría psicoanalítica.
Desempeña un papel importante tanto en el desarrollo de la personalidad como en la
dinámica del funcionamiento de la personalidad. Además, posee un significado central en la
teoría freudiana de la neurosis y psicosis y en el tratamiento de estos estados patológicos.
Nos limitaremos aquí a examinar la parte que la angustia desempeña en el funcionamiento
de la personalidad normal.
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Estos tres tipos de angustia no difieren entre sí de manera cualitativa. Todos comparten
la misma cualidad de ser desagradables. Difieren sólo respecto de sus fuentes. En la
angustia real el origen del peligro está en el mundo externo. Uno tiene miedo a una
serpiente venenosa, a un hombre con un revólver, o a un automóvil que no se puede
dominar. En la angustia neurótica la amenaza consiste en una elección objetal instintiva del
ello. Una persona tiene miedo de ser dominada por un impulso incontrolable de cometer un
acto o de tener un pensamiento que le serán perjudiciales. En la angustia moral la fuente de
la amenaza es la conciencia del sistema superyoico. Uno teme que la conciencia moral lo
castigue por hacer o pensar algo contrario a las normas del ideal del yo. Para decirlo en
pocas palabras, los tres tipos de angustia que experimenta el yo son el miedo al mundo
externo, el miedo al ello y el miedo al superyó.
La distinción entre estos tres tipos de angustia no quiere decir que la persona que
experimenta la angustia se dé cuenta de su fuente real. Puede pensar que tiene miedo a algo
del mundo exterior cuando en realidad su miedo surge de un peligro impulsivo o de una
amenaza del superyó. Por ejemplo, una persona que teme manejar cuchillos afilados puede
pensar que su miedo obedece a que los cuchillos afilados son intrínsecamente peligrosos,
cuando en realidad lo que teme es volverse agresiva y herir a alguien al tener un cuchillo en
la mano. De la misma manera, una persona puede pensar que teme estar en un lugar alto
porque los lugares altos son objetivamente peligrosos, cuando lo cierto es que tiene miedo
de que su conciencia aproveche la oportunidad de estar en ese lugar para castigarla por sus
pecados haciéndola caerse. Un estado de angustia puede tener más de una fuente, Pueden
fundirse las angustias neurótica y objetiva, o la angustia moral con la objetiva, o la angustia
neurótica con la moral. También pueden mezclarse las tres.
La única función de la angustia es actuar como una señal de peligro para el yo, de modo
que cuando la señal aparece en la conciencia el yo pueda tomar medidas para enfrentar el
peligro. Aunque la angustia es penosa y uno podría desear que se anulara, cumple una
función muy necesaria al alertar a una persona ante la presencia de peligros internos y
externos. Una vez alerta, la persona puede hacer algo para protegerse o evitar el peligro.
Por otra parte, si no se puede evitar el peligro, la angustia se acumula y por último abruma a
la persona. Cuando esto ocurre, se dice que la persona ha sufrido un colapso nervioso.
44
que durante el día. También es posible que la herencia y la experiencia sean co-productoras
del miedo a la oscuridad. La herencia puede hacer a una persona susceptible al miedo
mientras que la experiencia puede trasformar la susceptibilidad en realidad.
De todos modos, los temores se adquieren más fácilmente durante la infancia, cuando la
desvalidez del organismo inmaduro le impide enfrentarse con los peligros externos. El
organismo joven se siente a veces avasallado por el miedo, porque su yo no se ha
desarrollado aún hasta el punto de poder dominar (ligar) cantidades excesivas de estímulo.
Las experiencias que colman de angustia se llaman traumáticas, porque reducen a la
persona a un estado infantil de desvalidez. El prototipo de todas las experiencias
traumáticas es el trauma del nacimiento. El recién nacido es bombardeado por una
estimulación excesiva proveniente del mundo externo, para la cual su protegida existencia
fetal no lo había preparado. Durante sus primeros años el niño se encuentra con muchas
otras situaciones que no puede enfrentar, y estas experiencias traumáticas ponen la base
para el desarrollo de toda una red de miedos. Cualquier situación de la vida posterior que
amenace reducir a una persona a un estado infantil de desvalidez, hará revivir la señal de
angustia. Todos los miedos se relacionan con las primeras experiencias de desvalidez y
derivan de ellas. Por eso es tan importante proteger al niño pequeño de experiencias
traumáticas.
Cuando no se puede hacer nada para protegerse del peligro, la angustia alcanza el punto
en que la persona sufre un colapso o se desmaya. Se sabe que el miedo hasta ha matado a
algunas personas. Como veremos en el capítulo siguiente, el yo posee otros medios de
enfrentar la angustia.
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ocurra algo terrible. Solemos decir que una persona tal tiene miedo a su propia sombra.
Mejor sería decir que tiene miedo de su propio ello. En realidad teme que el ello, que
constantemente ejerce presión sobre el yo, se apodere de éste y lo reduzca a un estado de
impotencia.
Por ejemplo, una mujer joven tenía un miedo mortal a tocar cualquier cosa hecha de
goma. Ella no sabía por qué sentía tal miedo, sólo sabía que lo había experimentado desde
que tenía memoria. El análisis descubrió los siguientes hechos: cuando era pequeña su
padre había llevado al hogar dos globos, uno para ella y otro para su hermana menor. En un
acceso de ira ella había roto el globo de su hermana, por lo cual su padre la castigó
severamente. Además tuvo que darle su globo a su hermana. Análisis posteriores
demostraron que había sentido muchos celos de su hermana, tantos que en secreto deseó
que se muriera y la dejara como único objeto del cariño de su padre. Romper el globo de su
hermana significaba un acto destructivo contra ella. El castigo consiguiente y su propio
sentimiento de culpa se asociaron con el globo de goma. Cada vez que entraba en contacto
con la goma, el viejo miedo de desear destruir a su hermana la hacía huir.
La angustia moral puede aumentar las fobias cuando el objeto deseado pero temido
trasgrede un ideal del superyó. Por ejemplo una mujer puede sentir un miedo irracional de
ser violada porque en realidad desea ser, atacada sexualmente, pero el superyó se rebela
contra su deseo. En realidad no tiene miedo de ser violada, sino que lo desea. Tiene miedo
de su propia conciencia moral por abrigar tal deseo. Es decir, una parte de su personalidad
está en pugna con otra. El ello dice "deseo"; el superyó dice "¡qué horrible!" y el yo dice
"tengo miedo". Esta es la explicación de muchos miedos intensos.
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cosa. Todo lo que sabe es que se sintió tan trastornada y tensa que tuvo que hacer algo antes
de explotar. Estas reacciones son ejemplos del comportamiento de descarga cuya finalidad
es liberar a la persona de una angustia neurótica excesivamente penosa, haciendo lo que el
ello exige, a pesar de las prohibiciones del yo y del superyó.
Está de más decir que tal comportamiento provocará un aumento de la angustia real
cuando el acto impulsivo suscita una reacción amenazante por parte del ambiente, como por
lo general ocurre. Un niño es castigado repetidas veces por seguir sus impulsos, de modo
que habitualmente aprende a controlarlos. Si no aprende a hacerlo cuando niño y llega a ser
un adulto impulsivo, la sociedad tiene recursos para tratar con él mediante procedimientos
legales. Aun así, se han conocido ciudadanos observantes de la ley que la han trasgredido
bajo la presión de la angustia neurótica. Sus controles se quiebran y los impulsos dominan
el comportamiento. Aunque la gente bien controlada usualmente lamenta las acciones
impulsivas y las explosiones emocionales, después del estallido experimenta una sensación
de alivio.
La angustia neurótica se basa en la angustia real en el sentido de que una persona tiene
que asociar una demanda instintiva con un peligro externo antes de que aprenda a temer sus
instintos. Puesto que la descarga instintiva no acarrea castigo, uno nada tiene que temer de
las catexias objetales instintivas. Sin embargo, cuando el comportamiento impulsivo
provoca dificultades a la persona, que es lo común, ésta aprende cuán peligrosos son los
instintos. Las palmadas y las zurras y otras formas de castigo le demuestran al niño que la
satisfacción impulsiva instintiva lleva a un estado de incomodidad. El niño adquiere
ansiedad neurótica cuando se lo castiga por ser impulsivo.
La ansiedad neurótica puede ser para el yo una carga más pesada que la angustia
objetiva. A medida que crecemos desarrollamos medios para dominar o evitar las amenazas
exteriores, e incluso de niños siempre pudimos huir de objetos o situaciones peligrosas.
Pero corno la fuente de la ansiedad neurótica es un sector de la propia personalidad, es
mucho más difícil manejarla y completamente imposible huir de ella. El desarrollo de la
personalidad, como veremos en el capítulo siguiente, está determinarlo en gran medida por
los tipos de adaptaciones y mecanismos que se forman en el yo para enfrentar la angustia
neurótica y la angustia moral. La lucha contra los miedos es una de las tareas principales
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del crecimiento psicológico, y el resultado influye sobremanera en el carácter final de la
persona.
Antes de terminar esta sección el lector debe tener presente que la angustia neurótica no
es posesión exclusiva de la gente neurótica. La gente normal también experimenta angustia
neurótica, pero ésta no domina su vida en el mismo grado en que lo hace en la vida de los
neuróticos. Después de todo, la diferencia entre un neurótico y una persona normal es sólo
de grado, y el límite entre los dos es muy impreciso.
El miedo original del que deriva la angustia moral es un miedo objetivo: el miedo a los
padres que castigan. Como en el caso de la angustia neurótica, la fuente de la angustia
moral está en la estructura de la personalidad, y al igual que en la angustia neurótica, la
persona no puede evitar los sentimientos de culpa tratando de huir de ellos. El conflicto es
puramente intrapsíquico, lo cual quiere decir que es un conflicto estructural y no implica
una relación entre la persona y el mundo, excepto en un sentido histórico, pues la angustia
moral es una consecuencia del miedo objetivo a los padres.
La angustia moral tiene lazos estrechos con la angustia neurótica, puesto que los
enemigos principales del superyó son las elecciones objetales primitivas del ello. Estos
lazos son creados por la disciplina de los padres, que en gran parte se dirige contra la
expresión de impulsos sexuales y agresivos. Por eso la conciencia moral, que es la voz
internalizada de la autoridad paterna, es un conjunto de prohibiciones contra la sensualidad
y la desobediencia.
Una de las ironías de la vida es que la persona virtuosa experimenta más vergüenza que
la persona no virtuosa. La razón de esto es que el mero pensar en hacer algo malo
avergüenza a una persona virtuosa. Una persona con gran autocontrol pensará mucho sobre
las tentaciones instintivas, pues no encuentra otra salida para sus necesidades instintivas.
Una persona menos virtuosa no tiene un superyó tan fuerte, y es por lo tanto menos
probable que la conciencia lo acuse cuando piensa o hace algo fuera del código moral. Los
sentimientos de culpa son parte del precio que la persona idealista paga por su renuncia a
los instintos.
Hemos dicho que la angustia advierte al yo que está en peligro. En la angustia objetiva,
si la persona no le presta atención a la advertencia, le ocurrirá algo perjudicial. Sufrirá un
daño o un dolor físico, o experimentará alguna privación o pérdida. Al prestar atención a la
advertencia, la persona puede evitar el daño. En la angustia neurótica y moral el peligro no
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está en el mundo externo ni es un daño físico doloroso o una privación física la que la
persona teme. ¿Qué teme entonces? Tiene miedo del miedo en sí. Esto es evidente en el
caso de sentimientos de culpa que son directamente penosos para la persona. Pueden, en
efecto, llegar a ser tan insoportables que la persona que se siente culpable puede provocar
un castigo del exterior para expiar su culpa y alcanzar alivio. Hay individuos que han
cometido crímenes a causa de sus sentimientos de culpa. Se los atrapa con facilidad porque
desean ser atrapados y castigados. De manera similar, la presión creciente de la angustia
neurótica puede ser causa de que una persona pierda la cabeza y haga algo muy impulsivo.
Las consecuencias del hecho impulsivo son consideradas menos penosas que la angustia en
sí. La angustia neurótica y moral no es sólo señal de un peligro inminente para el yo, es
también el peligro mismo.
VIII. RESUMEN
Nos hemos ocupado en este capítulo de la personalidad como un complejo e intrincado
sistema de energía. La forma de energía que hace funcionar la personalidad y le permite
llevar a cabo sus tareas es llamada energía psíquica. Esta energía procede de la energía
vital del cuerpo. La energía vital se trasforma en energía psíquica. No sabemos cómo ocurre
eso.
El depósito de la energía psíquica es el ello. La energía del ello se utiliza para gratificar
los instintos básicos de vida y de muerte. Mediante el mecanismo de identificación se retira
energía del depósito y se la utiliza para activar el yo y el superyó.
La energía a disposición del yo y del superyó se emplea con dos finalidades generales.
Ayuda a descargar la tensión al ser ésta invertida en catexias, o impide la descarga de la
tensión al ser invertida en contracatexias. Las contracatexias se establecen, principalmente,
con el propósito de reducir la angustia y evitar el dolor. Lo que una persona piensa y hace
está determinado por la potencia relativa de estas fuerzas impulsoras y de resistencia.
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BIBLIOGRAFÍA
Energía, instinto y catexia
Conciencia e inconsciente
Angustia
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CAPÍTULO IV
EL DESARROLLO DE LA PERSONALIDAD
Una frustración es cualquier cosa que impide descargar una excitación penosa o
incómoda. En otras palabras, una frustración es algo que se interpone en el funcionamiento
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del principio del placer. La persona puede frustrarse porque no encuentra en el ambiente el
objeto-meta necesario. A esto se le llama privación. El objeto-meta puede estar presente
pero no estar al alcance de la persona que lo desea. A esto se llama pérdida. La privación y
la pérdida se clasifican como frustraciones externas porque residen en el ambiente.
La frustración también puede deberse a algo dentro de la personalidad. Puede existir una
fuerza opositora o contracatexia que le impide a la persona alcanzar satisfacción. A esto se
le llama conflicto. O la persona puede carecer de la habilidad, la comprensión, la
inteligencia o la experiencia necesarias para lograr una adaptación satisfactoria. Estas
debilidades o limitaciones que residen en la persona reciben el nombre de inadecuaciones
personales. Por último, la frustración puede obedecer al miedo. El miedo puede ser real,
neurótico o moral, o una combinación de los tres.
I. IDENTIFICACIÓN
En el capítulo anterior se explicó mediante el mecanismo de identificación la formación
del yo y del superyó. Se dijo que el yo y el superyó atraen energía del ello al hacer
identificaciones ideacionales y moralistas con las elecciones objetales instintivas del ello.
Aquí examinaremos con mayor detalle la naturaleza de la identificación y su papel en el
desarrollo de la personalidad.
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más probable que una persona que posea un Cadillac se identifique con otras personas que
posean Cadillacs que con los dueños de Fords. Este tipo de identificación recibe el nombre
de identificación narcisista. Narcisismo es el término que Freud utilizó para el amor a sí
mismo. Se origina en el mito de Narciso que se enamoró de su propia imagen que vio
reflejada en un lago. Decimos que una persona es narcisista cuando pasa mucho tiempo
admirándose a sí misma.
Si el factor narcisista es muy fuerte, una persona sólo alcanza satisfacción eligiendo un
objeto amoroso que se le parezca. Por eso una persona puede preferir la homosexualidad a
la heterosexualidad, o un hombre casarse con una mujer masculina o una mujer con un
hombre femenino. Al igual que Narciso, se ama la imagen refleja de sí mismo.
Es muy posible que todas las elecciones objetales estén en cierta medida influidas por el
narcisismo. Dos personas, por ejemplo, comúnmente no se enamorarán sin que se parezcan
entre sí en algún respecto. En general, es gente de la misma clase social y con los mismos
intereses y gustos la que se enamora y se casa.
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influencia sobre el desarrollo de la personalidad. Un chico se parece cada vez más al padre
si éste alcanza metas que el chico también desea. Una chica se identificará con su madre
por la misma razón y con el mismo resultado. Por otra parte, si la madre o el padre no
persiguen propósitos que el hijo desea, éste buscará en otras partes modelos adecuados.
Una de las razones de la popularidad del cine es que el espectador puede identificarse con
el héroe o la heroína exitosos, o con el villano si lo prefiere, y de esa manera satisface por
interpósita persona sus propios deseos frustrados. Cuando hablamos de satisfacción
sustitutiva significamos que la persona no alcanza la meta deseada pero se identifica con
alguien que la alcanza. Si uno no puede llegar a ser famoso puede obtener satisfacción sólo
con asociarse a una persona famosa.
Cuando una persona ha perdido o no puede poseer un objeto, puede tratar de recuperarlo
o alcanzarlo haciéndose igual al objeto. A este tipo de identificación puede llamárselo
identificación de pérdida de objeto.
Ese tipo de identificación es común entre los niños que han sido rechazados por sus
padres. Tratan de recuperar el amor paterno comportándose de acuerdo con lo que los
padres esperan de ellos. Un niño se identificará con lo que cree que sus padres desean que
él sea. Igualmente, una persona que ha perdido a uno de sus padres por separación o muerte
puede resolver forjar su carácter según los ideales del padre o la madre ausente. En estos
ejemplos vemos que no es necesariamente el carácter de los padres el que determina la
clase de identificación hecha por el niño; antes bien, el niño asimila los valores y las
normas de los padres. Es así como se forma el ideal del yo.
La identificación de pérdida de objeto puede servir para restablecer el objeto real. Al ser
bueno, el niño en realidad recupera el cariño paterno. También puede servirle para
reemplazar el objeto perdido. Si uno adopta las características de la persona ausente, esa
persona se convierte en parte de la propia personalidad. La personalidad, en el curso del
desarrollo, sufre la: influencia de muchas catexias de objeto perdido.
54
clase de identificación es permitir que se corte el castigo mediante la obediencia a las
exigencias de un enemigo en potencia. Uno se identifica por miedo más que por amor.
Estas identificaciones son los cimientos sobre los cuales se construye la conciencia moral.
La red de fuerzas restrictivas que forman la conciencia moral representan la incorporación
de las interdicciones paternales. Al regular su comportamiento mediante restricciones
autoimpuestas, (contracatexias), el niño evita hacer cosas por las que sería castigado. A
medida que crece, hace identificaciones similares con las exigencias de otra gente
dominante.
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II. DESPLAZAMIENTO Y SUBLIMACIÓN
Al hablar sobre los instintos en el Capítulo III se señaló que la característica más
variable de un instinto es el objeto o métodos mediante los cuales se alcanza la finalidad del
instinto, esto es, la reducción de la tensión. Si no se puede obtener el objeto, la catexia
puede transferirse a otro que esté disponible. Esto quiere decir que la energía psíquica tiene
la propiedad de desplazarse. El proceso por el cual se re-canaliza la energía de un objeto a
otro recibe el nombre de desplazamiento. El desarrollo de la personalidad avanza, en gran
medida, mediante una serie de desplazamientos de energía, o sustituciones de objetos. La
fuente y la finalidad del instinto permanecen iguales cuando se desplaza la energía; sólo el
objeto meta varía.
Las causas de desplazamiento son las mismas que las del desarrollo de la personalidad, a
saber, la maduración, la frustración, los conflictos, las inadecuaciones y la angustia.
Considérese, por ejemplo, la serie de desplazamientos que ocurren en el caso de lo que se
llama gratificación oral. La boca y los labios son zonas sensitivas íntimamente asociadas
con el acto de comer. El estímulo del pezón en el labio hace que el niño mame. Aunque la
succión tiene el propósito de satisfacer el hambre, el suave estímulo de los labios es
placentero en sí y la falta de tal estímulo por un tiempo prolongado es irritante. Existe, para
decirlo con otras palabras, una necesidad de chupar, que de no ser bien satisfecha mediante
la ingestión de alimento, se expresará de otras maneras. El bebé chupará sus propios dedos
u otros objetos a su alcance. Si se le castiga por chuparse el pulgar, el niño descubrirá otros
objetos, o se le dará, por ejemplo, un caramelo que pueda chupar sin temor a que lo
castiguen. A medida que crece, se abandonan las formas infantiles de estimulación labial
bajo la presión social y se adoptan formas adultas. Fumar, beber, mojarse los labios con la
lengua, masticar goma o tabaco y escupir, son algunas de las actividades orales que
practican los adultos.
Eso no quiere decir que estas catexias objetales sustitutivas dependan solamente de la
recanalización de la energía instintiva de la succión y el hambre. También otros instintos
pueden encontrar cierta satisfacción en el hábito oral, al mismo tiempo que se reducen las
tensiones orales localizadas. El beso también produce satisfacción sexual y beber bebidas
alcohólicas puede reducir muchas tensiones además de las labiales. En realidad, es una
característica de las elecciones objetales adultas el estar determinadas por una confluencia
de energía proveniente de muchas fuentes vitales. Se conoce esto con el nombre de fusión
de instintos. Los intereses y las preferencias adultas, a diferencia de las infantiles, tienen
una motivación compleja, o, como lo expresó Freud, están sobredeterminados. Por
sobredeterminación se entiende que cualquier elección objetal puede satisfacer una
multiplicidad de instintos. La fusión de instintos y la sobredeterrninación se conocen
también como condensaciones. La canalización de varios instintos hacia un objeto
representa una condensación de fuentes de energía. Una actividad como la jardinería o un
hobby como el aeromodelismo pueden reducir simultáneamente varias tensiones más o
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menos relacionadas. Una razón del interés persistente, firme y perdurable de un adulto en
su trabajo o en su pasatiempo, es este factor de la motivación múltiplemente canalizada. Un
niño se cansa pronto de lo que está haciendo, porque cada actividad es una expresión de
sólo un motivo, o cuando más unos pocos, que se satisface muy pronto.
Hay dos razones principales de los cursos particulares de los desplazamientos. En primer
lugar, la sociedad, actuando a través de sus agentes principales, los padres, influye en la
dirección del desplazamiento al aprobar ciertas elecciones de objeto y prohibir otras. En la
niñez, de ordinario se condena el chuparse el dedo mientras que se permite chupar
golosinas. Se arriesgan a caer en el ridículo los adultos que comen golosinas, pero la
sociedad les permite e incluso los alienta para que chupen cigarrillos, cigarros o pipas. Un
adulto que chupara el chupete de un biberón sería objeto de desprecio y escarnio, pero
puede beber cerveza de una botella con impunidad. La sociedad coloca restricciones sobre
ciertas clases de elección de objeto, pero también ofrece por lo general sustitutos
satisfactorios. Cuando la sociedad no proporciona sustitutos adecuados, la gente tiende a
utilizar de todas maneras objetos prohibidos. Lo atestigua la respuesta dada a la prohibición
de la manufactura y venta de bebidas alcohólicas en los Estados Unidos de Norteamérica
durante la década de 1920. En todas partes surgieron contrabandistas y tabernas
clandestinas porque la gente no permitió que se le negara esa forma de satisfacción oral.
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El ejemplo siguiente puede ilustrar una serie de desplazamientos en los cuales cada
sustitución sucesiva se identifica cada vez menos con la elección original. El primer objeto
amoroso del niño es por lo general su madre. Originalmente él la percibe como la mujer
ideal. Pero le resulta imposible lograr una posesión exclusiva de su madre, y como descubre
que tiene imperfecciones, se siente movido a buscar un sustituto que sea a la vez perfecto y
asequible. La elección puede recaer en su maestra de primer grado o en la vecina de al lado
o en una tía, hasta que encuentra que ellas también tienen sus desventajas o no son
asequibles. Luego se enamora de una niña mayor, quizá de una hermana mayor o de la
amiga de un hermano mayor o de la secretaria de su padre. Estas elecciones demuestran ser
callejones sin salida. Puede comenzar a soñar despierto acerca de la mujer perfecta o tratar
de encontrarla en el cine o en los libros. Si tiene talento, puede escribir poemas o pintar
cuadros que materialicen su concepción de la mujer ideal. Al final, por lo común, se decide
por una persona real, una persona que se parece a su madre o a una versión idealizada de
ella. En su búsqueda de un sustituto de la madre, un desplazamiento sigue a otro de manera
que se construye una red de catexias objetales. La energía de una catexia bloqueada se
distribuye en muchas nuevas actividades, de la misma manera que un río embalsado se
escapa por otros nuevos cursos de agua: Sus intereses, pasatiempos, hábitos, y rasgos
personales, valores, actitudes, sentimientos y afectos, pueden estar todos coloreados por el
desplazamiento de energía del deseo frustrado de obtener la posesión exclusiva de la madre
ideal.
Cuando un objeto sustituto representa una meta cultural más elevada, ese tipo de
desplazamiento se llama sublimación. Ejemplos de sublimación son la desviación de
energía hacia actividades intelectuales, humanitarias, culturales y artísticas. La directa
expresión de los instintos sexuales y agresivos se transforma en comportamientos
aparentemente asexuados y pacíficos. La fuente y la finalidad de la energía instintiva son
las mismas en las actividades sublimadas, como en todos los desplazamientos, pero
cambian el objeto o medios por los que se reducen las tensiones. Freud observó que el
interés de Leonardo da Vinci en pintar madonas era una expresión sublimada de un anhelo
de su madre, de la que había sido separado a una temprana edad. Los sonetos de
Shakespeare, la poesía de Walt Whitman, la música de Chaikovski y la gran novela de
Proust han sido considerados por algunos círculos como expresiones de la homosexualidad
sublimada de esos hombres. Como no podían encontrar una satisfacción completa de sus
vehementes deseos sexuales en la vida real, se dedicaron a creaciones de la imaginación.
Gente con menos talento, que tiene tanta necesidad de sublimar como los grandes escritores
y artistas, emplea derivados más comunes para sus energías instintivas. Freud señala que el
desarrollo de la civilización es posibilitado por la inhibición de catexias objetales
primitivas. La energía que se impide descargar de modos directos se desvía hacia cursos
socialmente útiles y culturalmente creadores. La sublimación no produce la satisfacción
completa; siempre queda alguna tensión residual que no puede ser descargada por las
elecciones objetales sublimadas. Esta tensión es responsable, en parte, por la neurosis del
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hombre civilizado, pero también es causa de las realizaciones más elevadas de la
humanidad.
Según Freud una persona nunca renuncia a su catexia objetal original. Con eso significa
que una persona siempre busca a su primer amor en el objeto sustituto. Al no encontrar un
sustituto completamente satisfactorio, o continúa su búsqueda o se resigna a algo que no es
tan bueno. Cuando una persona acepta un sustituto se dice que compensa el objeto-meta
original. Una persona baja que desea ser alta puede compensar "agrandándose"; una
persona que quiere ser amada puede compensar bebiendo o comiendo demasiado; una
mujer soltera con un deseo frustrado de tener hijos puede compensarlo haciéndose maestra.
La estructura del carácter contiene muchas compensaciones de ese tipo; de hecho, la
mayoría de los intereses y los afectos de los adultos son compensaciones de deseos
frustrados de la infancia y la niñez. Esto no quiere decir que las compensaciones en sí sean
infantiles; significa que las fuentes de energía de las que depende la existencia de la
compensación se derivan del desplazamiento de energía de las primeras elecciones
objetales.
Un abogado puede alcanzar mucha gratificación oral defendiendo una causa ante un
jurado, un cirujano puede encontrar una salida de sus impulsos agresivos al operar a sus
pacientes y un psicólogo puede estar gratificando deseos infantiles de información sexual al
realizar estudios científicos sobre el comportamiento sexual; no podemos, empero, decir
que las actividades profesionales del abogado, del cirujano o del psicólogo sean infantiles e
inmaduras. Es la manera como se utiliza la energía lo que diferencia al niño del adulto, no
la fuente de la energía o los objetivos finales, que son casi los mismos en todas las edades.
El abogado puede reducir casi tanta tensión oral al presentar un caso ante el juez como el
niño al chupar un caramelo largo, pero los medios por los que se almacena esa reducción
son completamente diferentes. Una persona, que consagra su vida a investigar el
comportamiento sexual puede obtener casi tanto alivio de las tensiones sexuales como el
Don Juan que practica lo que la ciencia estudia; sin embargo los resultados de sus
actividades son muy diferentes. Uno aumenta el conocimiento, mientras que el otro sólo
obtiene placer sensual.
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Cuando se dice que la energía psíquica es distribuible, se significa que la energía puede
ser parcelada entre distintas actividades. La misma fuente de energía puede llevar a cabo
muchas clases diferentes de trabajo, de la misma manera que la instalación eléctrica de una
casa puede utilizarse para hacer tostadas, hornear una torta, hacer funcionar una aspiradora
o afeitarse la barba. La energía del instinto sexual, por ejemplo, puede distribuirse entre
actividades tan diversas como la jardinería, escribir cartas, asistir a un partido de baseball,
o soñar despierto.
Digamos de paso que un tabú poderoso, como lo es el del incesto, significa que existe un
fuerte deseo del objeto prohibido. Si no fuera así, no sería necesaria una prohibición tan
enérgica.
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distintas o pueden asociarse con materiales que se hacen conscientes, provocando por lo
tanto angustia. El yo puede entonces enfrentarse con la penetración soslayada en la
conciencia o en el comportamiento de catexias del ello peligrosas, y establecer la represión
propiamente dicha. La represión propiamente dicha (que de ahora en adelante llamaremos
simplemente represión) obliga a una idea, percepción o recuerdo peligrosos a salir de la
conciencia y erige una barrera contra cualquier forma de descarga motriz.
Por ejemplo, la represión puede impedir que una persona vea algo que salta a la vista, o
puede hacerle deformar lo que ve, o falsificar la información que le trasmiten los sentidos, a
fin de proteger el yo no permitiéndole aprehender un objeto amenazante o asociado con un
peligro que provoque angustia. Y de la misma manera obra sobre recuerdos traumáticos o
recuerdos asociados con experiencias traumáticas. Los recuerdos asociados pueden ser
perfectamente inofensivos en sí, pero al recordarlos la persona corre el riesgo de recordar
también la experiencia traumática. Por lo tanto, todo un complejo de recuerdos puede caer
bajo la influencia de la represión. También se pueden reprimir ideas peligrosas. En todos
los casos, ya sea una percepción, un recuerdo o una idea lo que se reprime, la finalidad es
siempre anular la angustia objetiva, neurótica o moral, negando o falsificando la existencia
de una amenaza, externa o interna para la seguridad del yo.
A veces la represión interfiere con el funcionamiento normal de una parte del cuerpo.
Una persona reprimida puede ser sexualmente impotente o frígida porque le tiene miedo al
impulso sexual, o puede desarrollar lo que se llama ceguera histérica o parálisis histérica.
En la ceguera o parálisis histérica, los ojos y los músculos están perfectamente sanos, pero
las contracatexias impiden al individuo ver o mover una pierna o un brazo. El mecanismo
de la represión contribuye al desarrollo de muchas perturbaciones físicas, por ejemplo, la
artritis, el asma y las úlceras, que se encuentran entre los más notables de los llamados
trastornos psicosomáticos. La artritis puede surgir por la inhibición de la hostilidad. La
inhibición se propaga a la musculatura, mediante la que se expresa abiertamente la
agresión, y crea un estado de tensión dolorosa que si persiste durante un tiempo produce
una condición artrítica crónica. También el asma puede deberse a la propagación de la
represión al mecanismo respiratorio. Un estado de aprensión hace que una persona respire
de modo ligero y poco profundo. En consecuencia no lleva suficiente oxígeno al sistema
respiratorio y no exhala suficiente bióxido de carbono. La resultante asfixia parcial produce
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la característica respiración entrecortada de los asmáticos. Las úlceras pueden producirse
cuando el miedo interfiere con la digestión.
Aunque el yo es la sede de la represión, puede imponerla por órdenes del superyó. Por lo
tanto, cuanto más influyente es el superyó en la estructura del carácter, tantas más
probabilidades habrá de que surjan represiones. Las represiones impuestas por el superyó
son la versión internalizada de las restricciones paternas impuestas sobre el niño.
¿Qué ocurre con las catexias reprimidas? Pueden existir sin cambio alguno en la
personalidad, pueden abrirse camino a través de obstáculos que se les oponen, pueden
expresarse mediante un desplazamiento, o puede ser levantada la represión. Por ejemplo, el
ímpetu del instinto sexual puede aumentar tanto durante la adolescencia que llega a vencer
las resistencias establecidas durante la niñez. Bajo el influjo de una provocación intensa,
una persona que ha reprimido sus necesidades agresivas puede hacerse muy beligerante.
Cuando se rompe el dique de la represión, hay por lo general una intensa efusión de
energía, corno cuando a un niño se le permite salir de la escuela.
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Aunque la represión es responsable de muchos estados anormales, su papel en el
desarrollo de la personalidad normal debe ser muy tenido en cuenta. La construcción de una
batería de fuerzas represivas contra las catexias objetales instintivas protege al yo infantil
de los ataques del ello y permite que el yo desarrolle sus recursos y capacidades latentes.
Cuando el yo ha adquirido suficiente fuerza para enfrentar los peligros con métodos más
racionales, la represión ya no es necesaria y su persistencia constituye un drenaje de la
energía del yo. Al eliminarse las represiones, a medida que uno crece, se libera la energía
que se invierte en las contracatexias para dirigirla hacia empresas más productivas.
B. PROYECCIÓN. Cuando a una persona le provoca angustia la presión del ello o del
superyó sobre el yo, puede tratar de aliviar su angustia atribuyendo su causación al mundo
externo. En lugar de decir " lo odio", uno puede decir "me odia"; o en lugar de decir "mi
conciencia me perturba", puede decir "él me molesta". En el primer caso, uno niega que la
hostilidad surja del ello y la atribuye a otra persona. En el segundo caso, uno niega la fuente
de los sentimientos de persecución y los adscribe a otra persona. Este tipo de defensa del yo
contra la angustia neurótica y moral recibe el nombre de proyección. El rasgo esencial de la
proyección está en que se cambia el sujeto del sentimiento, que es la misma persona. Puede
tomar la forma de un intercambio del sujeto por el objeto. "Yo te odio" se convierte en "tú
me odias". O puede sustituir un objeto por otro mientras el objeto permanece igual. "Yo me
castigo" se convierte en "él me castiga". Lo que el yo está tratando de hacer cuando emplea
la proyección es trasformar la angustia neurótica o moral en una angustia objetiva. Una
persona que teme sus propios impulsos sexuales y agresivos obtiene cierto alivio para su
angustia al atribuir la agresividad y la sexualidad a otras personas. Ellos son los agresivos,
los sexuales, no él. De la misma manera, una persona que teme a su propia conciencia se
consuela con el pensamiento de que otra gente es la responsable de perturbarlo y que no es
su conciencia la que lo molesta.
La, finalidad de tal trasformación es convertir un peligro interno del ello o del superyó,
que al yo le resulta difícil de manejar, en un peligro exterior, que al yo le resulta más fácil
manejar. Una persona tiene por lo general más oportunidades de aprender a enfrentarse con
temores objetivos que de adquirir habilidad para dominar la angustia neurótica y moral.
La proyección hace algo más que contribuir a aliviar la, angustia. También proporciona
una excusa para expresar los verdaderos sentimientos. Una persona que cree que se le odia
o se le persigue, puede usar esta creencia como justificación para atacar a un enemigo
imaginario. Al utilizar el pretexto de defenderse a sí misma contra sus enemigos, puede
satisfacer sus impulsos hostiles. Alcanza placer sin sentirse culpable porque siente que su
agresión está justificada. Desde luego, todo el asunto es un elaborado subterfugio o
racionalización para eludir la responsabilidad personal por los propios actos culpando a
otras personas.
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El término racionalización se utiliza aquí en el sentido de encontrar una excusa
justificable en el mundo externo para hacer algo que condena el superyó. La racionalización
también se refiere a la sustitución de un motivo que la sociedad no aprueba por otro que la
misma acepta. Una persona que da mucho dinero para obras de caridad puede pensar que
está obrando por bondad de corazón cuando en realidad lo mueve el deseo de hacer alarde o
una conciencia moral culpable. Evidentemente, uno no puede ser consciente de la
proyección o la racionalización, pues de otra manera los mecanismos no aliviarían la
angustia. Esto es verdad con respecto a todas las defensas del yo; deben operar
inconscientemente para que sean efectivas en la reducción de la angustia.
La proyección de las prohibiciones y los castigos del superyó se realizan muy fácilmente
porque el superyó es el representante interno de algo que originariamente era externo.
Antes de que se formara el superyó los padres infligían prohibiciones y castigos. En
consecuencia, lo que una vez era externo puede volver a ser externo de nuevo. Es más
probable que ocurra tal cosa cuando el superyó no ha sido incorporado en forma segura a la
estructura de la personalidad.
Una persona con un superyó débilmente integrado está muy dispuesta a atribuir sus
sentimientos de culpa a la persecución de los demás, porque siente que las restricciones
provienen de fuentes ajenas y no de sí misma.
Existe otro tipo de proyección que puede no parecer, a primera vista, de carácter
defensivo. Consiste en compartir los sentimientos y pensamientos con el mundo. Uno se
siente feliz y piensa que los demás también son felices, o uno se siente desdichado y piensa
que el mundo está lleno de miserias. Después de un análisis más profundo, se hace
manifiesta la naturaleza defensiva de tales proyecciones compartidas. Cuando otras
personas no son felices, la propia felicidad está en peligro, porque ser felices puede
hacernos sentir culpables cuando otros no lo son. Para eliminar la amenaza, uno atribuye la
felicidad propia también a los demás. Si una persona puede convencerse de que la mayoría
de la gente es deshonesta, le resultará más fácil ser deshonesto sin sentirse culpable. Un
estudiante que por lo habitual copia durante los exámenes se disculpa a menudo a sí mismo
diciendo que casi todos los demás también lo hacen. Igualmente, si cree que la
promiscuidad sexual es común, puede utilizar esa creencia para excusar sus propias
aventuras sexuales. Este tipo de proyección no entraña la represión del motivo real y su
sustitución por otro. La persona reconoce que posee el motivo, pero su angustia moral se
reduce al proyectar su motivo a los demás.
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C. FORMACIÓN REACTIVA. Los instintos y sus derivados pueden ser distribuidos en
pares de opuestos: vida versus muerte, amor versus odio, construcción versus destrucción,
actividad versus pasividad, dominio versus sumisión, etc. Cuando uno de los instintos
produce angustia al ejercer presión sobre el yo, ya sea de manera directa o a través del
superyó, el yo puede tratar de contrarrestar el impulso ofensivo concentrándose en el
impulso opuesto. Por ejemplo, si el sentimiento de odio hacia una persona causa angustia,
el yo puede facilitar la salida de amor a fin de ocultar la hostilidad. Podríamos decir que se
sustituye el odio por el amor, pero eso no es verdad porque el sentimiento agresivo continúa
existiendo debajo de la apariencia de afecto. Sería más apropiado decir que el amor es una
máscara que encubre el odio. Este mecanismo, por el cual un instinto es ocultado a la
conciencia por su opuesto, recibe el nombre de formación reactiva.
¿Cómo puede diferenciarse entre una simple catexia hacia un objeto y una catexia que es
producto de una formación reactiva? Por ejemplo, ¿qué distingue el amor como formación
reactiva del amor "verdadero"? El principal rasgo distintivo del amor reactivo es la
exageración. El amor reactivo protesta demasiado; es excesivo, exorbitante, ostentoso y
afectado. Es una impostura, y su falsedad se descubre por lo general fácilmente. Otra
característica de una formación reactiva es su compulsividad. Una persona que se defiende
de la angustia mediante una formación reactiva no puede dejar de expresar lo opuesto de lo
que realmente siente. Su amor, por ejemplo, no es flexible. No puede adaptarse a las
circunstancias cambiantes como lo hacen las emociones genuinas; tiene que estar más bien
en constante despliegue, como si cualquiera falla en su exhibición permitiera que el
sentimiento contrario ascendiera a la superficie.
Las fobias son ejemplos de formaciones reactivas. La persona desea lo que teme. No
tiene miedo al objeto; tiene miedo al deseo del objeto. El miedo reactivo impide que el
deseo temido se cumpla. Las formaciones reactivas también surgen del superyó; de hecho,
puede concebirse el superyó como un sistema de formaciones reactivas que se ha
desarrollado para proteger al yo del ello y del mundo externo. Elevados ideales de virtud y
bondad pueden ser formaciones reactivas contra primitivas catexias objetales, y no valores
realistas según los cuales se vive. Las ideas románticas de castidad y pureza pueden
enmascarar crudos deseos sexuales, el altruismo puede esconder egoísmo y la piedad
pecado.
Las formaciones reactivas se emplean contra las amenazas externas y también contra las
internas. Una persona que teme a otra puede doblegarse ante ella para hacerse su amiga. Un
temor a la sociedad puede asumir la forma de obediencia estricta a las convenciones
sociales. Cada vez que existe un conformismo exagerado y rígido a un grupo de reglas,
cabe afirmar con bastante seguridad que esa actitud es una formación reactiva, y que detrás
de la máscara de conformismo la persona está realmente impulsada por la rebelión y el
antagonismo.
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Un ejemplo interesante de formación reactiva es el que manifiestan los hombres que
temen cualquier signo de blandura y suavidad, al que identifican con la femineidad.
Procuran encubrir sus tendencias femeninas siendo muy rudos y masculinos, pero el
resultado es que se convierten en caricaturas de lo masculino más que en hombres de
verdad. Las mujeres pueden tratar de ocultar su femineidad bajo un arreglo y conducta
masculinos.
Una formación reactiva a veces satisface el deseo original contra el cual se la emplea
como defensa. Una madre que teme admitir que se resiente por sus hijos puede interferir
tanto en sus vidas, bajo el pretexto de preocuparse por su bienestar y seguridad, que su
protección exagerada es en realidad una forma de castigo.
La fijación es otra defensa contra la angustia. La persona fijada tiene miedo de dar el
paso siguiente por los riesgos y trabajos penosos que cree encontrará más adelante. La
mayoría de los niños siente cierta aprensión cuando parte hacia la escuela el primer día de
clase, el adolescente de ordinario no está muy cómodo la primera vez que se cita con una
chica, el estudiante secundario espera con una mezcla de inquietud y expectativa su
inminente graduación, y prácticamente todo el mundo se siente un poco ansioso cuando
entra en una nueva empresa de cualquier clase. La angustia que uno experimenta al
abandonar lo viejo y familiar en pos de lo nuevo y desconocido es llamada angustia de
separación. Cuando la angustia de separación se hace demasiado grande la persona se
inclina a fijarse en un modo antiguo de vida en vez de proceder a adquirir uno nuevo.
¿Qué teme la persona fijada? ¿Qué peligros interrumpen el progreso del desarrollo
psicológico? Los peligros principales son la inseguridad, el fracaso y el castigo. La
inseguridad es un estado de ánimo que se presenta cuando una persona siente que no posee
capacidad para encararse con las exigencias de una nueva situación. Siente que la nueva
situación será demasiado para ella y que el resultado será penoso. El miedo al fracaso es de
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la misma clase, excepto que se le agrega el temor al ridículo por haber fracasado. El fracaso
es un golpe a la propia estima (ideal del yo). Por último, está el miedo al castigo, que puede
ser el más importante de todos. Supongamos que un niño trata de lograr su independencia
respecto de los padres adquiriendo intereses y afectos fuera de su familia. Es decir, que
desarrolla catexias por otras personas y otras cosas. Puede hacer tales elecciones objetales
de mala gana, porque teme que sus padres se venguen porque comparte su amor con otras
personas, retirándole, su amor paternal, y que por ende se quede solo y desamparado. Al
mismo tiempo no puede estar seguro de que sus nuevas elecciones objetales compensen la
pérdida del amor paterno. Para el niño o el adolescente esto puede constituir un verdadero
dilema, cuyo resultado determinará que progrese o se estanque. Es más probable que quede
fijado si ya ha experimentado previamente un rechazo paterno.
Es una ironía, pero no por eso menos cierto, que es más probable que un niño quede
atado a las faldas de su madre por miedo que por amor. Teme lo que ella le hará en caso de
que él trate de afirmar su independencia. Un niño que se siente seguro del afecto de sus
padres y sabe por experiencia que no lo rechazarán, tiene menos probabilidades de quedar
fijado en una etapa inmatura de su desarrollo.
Otros permanecen en el nivel del comportamiento impulsivo de descarga. Hay toda clase
y grados de fijación, que impiden que los individuos realicen plenamente sus
potencialidades psicológicas.
E. REGRESIÓN. Habiendo llegado a cierta etapa del desarrollo, una persona puede
retroceder a otra anterior a causa del miedo. Esto recibe el nombre de regresión. Una mujer
joven que sienta angustia después de la primera pelea con el marido puede volver a la
seguridad del hogar paterno. Una persona a quien el mundo ha herido puede encerrarse en
un mundo privado, de ensueño. La angustia moral puede hacer que una persona haga algo
impulsivo, de modo que se lo castigue como cuando era un niño. Cualquier fuga respecto
del pensamiento controlado y realista constituye una regresión.
Incluso gente sana y bien adaptada de vez en cuando hace regresiones para reducir la
angustia, o, como dicen ellos, para largar presión. Fuman, se embriagan, comen demasiado,
se enojan, se comen las uñas, se hurgan las narices, violan leyes, hablan como niñitos,
destruyen propiedades, se masturban, leen historias de misterio, van al cine, se dedican a
inusitadas prácticas sexuales, mastican goma y tabaco, se visten como niños, conducen
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vehículos a toda velocidad y temerariamente, creen en los buenos y los malos espíritus,
duermen siestas, se pelean y matan, apuestan a los caballos, sueñan despiertos, se rebelan o
se someten a la autoridad, juegan por dinero, se arreglan delante del espejo, representan
dramáticamente sus impulsos, escarnecen a víctimas propiciatorias y hacen mil y una
tonterías. Algunas de esas regresiones son tan comunes que se las toma por manifestaciones
de madurez. En realidad son todas formas de regresión usadas por los adultos. El ensueño
es un buen ejemplo de actividad regresiva, pues implica obtener placer mediante
realizaciones mágicas de deseos.
¿Por qué existen las defensas si son tan perjudiciales en tantos sentidos? La razón de su
existencia es de índole evolutiva. El yo infantil es demasiado débil para integrar y sintetizar
todas las demandas que se le hacen. Las defensas del yo se adoptan como medidas
protectoras. Si el yo no puede reducir la angustia por medios racionales, tiene que utilizar
tales medidas para negar el peligro (represión), externalizar el peligro (proyección),
esconder el peligro (formación reactiva), permanecer en el mismo estado (fijación) o
retroceder (regresión). El yo infantil necesita y usa todos esos mecanismos accesorios.
¿Por qué persisten después que han cumplido su propósito en beneficio del yo infantil?
Persisten cuando el yo no puede desarrollarse. Pero una razón por la cual el yo no puede
desarrollarse es que gran parte de su energía se consume en sus defensas. Se da así un
círculo vicioso. No se pueden abandonar las defensas porque el yo es insuficiente, y el yo
sigue siendo insuficiente siempre que dependa de las defensas. ¿Cómo puede el yo romper
el círculo? Un factor importante es la maduración. El yo crece como resultado de cambios
innatos en el mismo organismo, especialmente en el sistema nervioso. Bajo la influencia de
la maduración, el yo se ve obligado a evolucionar.
Otro factor importante para el desarrollo sano del yo es un ambiente que ofrezca al niño
una serie de experiencias que se sincronizan con su capacidad para adaptarse. En ningún
momento deben ser los peligros y riesgos tan grandes como para incapacitar al niño, o tan
débiles como para no servirle de estímulo. En la infancia los riesgos de la existencia deben
ser pequeños, en la primera niñez las amenazas deben ser un poquito más fuertes, y así
sucesivamente a través de los años de crecimiento. En una tal serie graduada de ambientes,
el yo tendrá oportunidades para despojarse de sus mecanismos de defensa (en condiciones
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ideales nunca deberían aparecer) y de reemplazar los por mecanismos más eficaces y más
realistas.
En primer lugar, importa aclarar ciertos puntos fundamentales. Los instintos de vida y de
muerte en el ello originariamente contienen toda la energía psíquica. La energía psíquica se
produce por una transformación de la energía corporal. El fin de los instintos es eliminar las
excitaciones corporales y hacer volver a la persona a un estado de reposo mental y
fisiológico (liberación de tensión). Los instintos tratan de alcanzar ese fin invirtiendo
energía en actividades psicológicas, tales como percibir, recordar y pensar. Cuando una
actividad psicológica se ha completado, es decir, cuando se ha formulado un plan de
acción, se libera energía muscular en forma de acción motriz. La persona hace algo, habla,
o camina, o utiliza sus manos para producir un resultado deseado. El resultado deseado
siempre es una reducción de tensión, lo cual se logra eliminando la condición perturbadora
que produjo la tensión. No se sabe exactamente cómo se transforma un plan mental de
acción en actividad física. Pero tal transformación es evidente para todo el que haya
pensado conscientemente hacer algo y luego lo haya hecho.
Cuando preguntamos por qué una persona hace algo, ya sea coleccionar mariposas, lavar
su automóvil, manejar un torno o escribir un libro, lo que queremos saber es qué lo motiva.
¿Qué instinto particular dirige sus procesos físicos de tal manera que lo llevan a coleccionar
mariposas, lavar su automóvil, manejar un torno o escribir un libro? Podríamos pensar que
existe un instinto específico para cada una de esas actividades, lo cual parece una
explicación muy poco plausible. Por lo menos no sería muy económica, y la ciencia se
esfuerza por hacer economía.
Debemos más bien buscar la respuesta en lo que Freud llamó " los instintos y sus
vicisitudes". En un sentido, la respuesta a la pregunta de cómo el limitado margen de la
conducta del niño se amplía hasta llegar a la versatilidad del comportamiento adulto
significaría volver sobre todo el terreno que ya hemos recorrido. Una respuesta concisa
sería que la formación del yo y del superyó, la distribución de energía en los tres sistemas y
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su utilización en catexias y contracatexias, y la complicada red de interacciones entre el
ello, el yo y el superyó, y de los tres con el mundo, explican el aumento en complejidad de
la conducta.
En vez de repetir todo lo que se ha dicho, limitemos nuestra atención a unas pocas
consideraciones. En primer lugar, pocas o ninguna actividad adulta son resultado de un solo
instinto de vida o muerte. Es más probable que cualquier acción particular sea consecuencia
de una fusión de instintos. Una persona aprende por experiencia que puede reducir la
tensión que surge simultáneamente de distintas fuentes al dedicarse a una actividad
compleja. Un jugador de fútbol, por ejemplo, al jugar satisface varios instintos o sus
derivados.
En segundo lugar, una actividad puede representar un compromiso entre las fuerzas
impulsoras (catexias) y las fuerzas de resistencia (contracatexias). Como resultado de las
resistencias, la persona no puede descargar directamente la tensión; debe encontrar un
término medio entre la satisfacción completa y la completa insatisfacción. Por ejemplo, el
afecto representa una transacción entre la satisfacción de una necesidad sexual y la
resistencia del yo o las prohibiciones del superyó contra tal satisfacción. De la misma
manera, las críticas verbales son un término medio entre una agresión física y la no-
agresión. La razón de estas transacciones se encuentra en el viejo refrán: "a falta de pan,
buenas son tortas".
Los derivados instintivos son tan numerosos como el número casi infinito de
desplazamientos y transacciones que el hombre es capaz de hacer. Los afectos, las
preferencias, los intereses, los gustos, las actitudes, los hábitos, los sentimientos, los valores
y los ideales son formas de los derivados instintivos.
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catexias objetales y engendran persistentes fuerzas impulsoras porque no permiten la
completa descarga de la tensión. En consecuencia, las excitaciones no descargadas
engendran una corriente continua de energía que se utiliza para mantener las catexias
objetales.
Esto nos lleva a una conclusión aparentemente paradójica. Los intereses, los afectos y
todas las otras formas de motivos adquiridos, perduran porque son hasta cierto punto
frustradores y satisfactorios al mismo tiempo. Persisten porque no proporcionan
satisfacción completa. Por ejemplo, una persona que tiene un interés intenso e insaciable en
escuchar música clásica, no alcanza una gratificación completa. Escuchar música no es un
sustituto completamente satisfactorio de una elección objetal más básica. El melómano no
puede saciarse de música porque no es eso lo que en realidad desea. Sin embargo, es mejor
que nada.
Toda transacción es al mismo tiempo una renuncia. Una persona abandona algo que
realmente desea pero que no puede tener, y acepta algo de segunda o tercera categoría que
puede poseer. El amor duradero de un hijo por su madre, y el de la madre por el hijo, los
buenos sentimientos que los miembros de un club sienten entre sí, el amor a la patria y la
multitud de otros afectos que la gente forma, están todos motivados por instintos inhibidos
en sus objetivos.
Una tercera vicisitud que sufren los instintos se produce por acción de los mecanismos
de defensa. Se recordará que las defensas surgen para ayudar al yo a enfrentarse con la
angustia. Dado que una fuente de la angustia es el peligro de los instintos, los mecanismos
de defensa tratan de evitar el peligro modificando la elección objetal instintiva. El instinto
de muerte, por ejemplo, es proyectado por el yo en forma de destrucción, agresión,
dominación, poder, explotación y competencia.
Esto quiere decir que la elección objetal original es sustituida por objetos externos.
Mientras la energía de los instintos de muerte pueda ser desviada de uno mismo, se conjura
el peligro y la persona no se siente angustiada. Vemos aquí de nuevo el funcionamiento de
un instinto inhibido en su objetivo. En la medida en que la acción respecto de un objeto
sustitutivo nunca puede ser totalmente satisfactoria, la proyección del instinto de muerte
tenderá a persistir. Esto explica el hecho de que la agresividad sea una característica
humana tal prominente, y que las formas menores de agresión desplazada tales como el
poder, el dominio, la explotación y la competencia sean aún más corrientes. Las
expresiones menos terminantes abundan más que la agresividad desembozada, porque
representan una transacción. En consecuencia, son motivadas de manera más persistente
porque, al no poder reducir tanta tensión, siempre tienen alguna disponible para mantener el
hábito. Una pelea a puñetazos es más satisfactoria (descarga más tensión) que una
competencia entre comerciantes rivales, pero los adultos se pelean pocas veces a golpes y
se dedican muy a menudo a hacerse la competencia. Por regla general, cuanto más difiere la
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elección objetal sustitutiva de la original al proporcionar alivio a la tensión, tanto mayor
será su dominio sobre la persona.
La formación reactiva opera sobre los instintos, no sustituyendo un objeto por otro,
como lo hace la proyección, sino invirtiendo tanta energía de un instinto en un objeto, que
impide que la energía de otro instinto se exprese. La modestia, por ejemplo, puede esconder
el deseo de exhibirse.
En resumen, todas las amplias actividades de la persona adulta están motivadas por la
energía de los instintos de vida y de muerte. Todo lo que hace una persona es: 1) una
expresión directa de un instinto, en cuyo caso sería una simple elección objetal del ello,
como comer, dormir, eliminar y copular; o 2) motivado por una combinación de instintos; o
3) representa una transacción entre fuerzas impulsoras y de resistencia; o 4) surge de una
defensa del yo.
Hemos dejado de mencionar, sin embargo, otra importante clase de cambio que ocurre
en los instintos. Aunque el objetivo de los instintos es constante durante toda la vida, la
fuente de los mismos, que es una forma de excitación corporal, puede variar durante el
desarrollo. Surgen nuevas excitaciones corporales y las viejas se modifican o desaparecen
como consecuencia de la madurez, el ejercicio, los estímulos, la fatiga, los medicamentos,
la dieta, la vejez y la interacción con otras excitaciones corporales. Estos cambios pueden
incorporar nuevos instintos, eliminar otros anteriores o modificarlos de alguna manera.
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V. EL DESARROLLO DEL INSTINTO SEXUAL
La concepción freudiana del instinto sexual es mucho más amplia que la corriente.
Incluye no sólo el gasto de energía en actividades placenteras que entrañan estimulación y
manipulación genitales, sino que también abarca la manipulación por placer de otras zonas
corporales. Una región del cuerpo en que los procesos excitantes e irritantes (tensiones)
tienden a concentrarse, y cuyas tensiones puedan ser eliminadas mediante alguna acción
sobre tal región, como puede ser chupar o acariciar, recibe el nombre de zona erógena. La
manipulación de una zona erógena es satisfactoria porque alivia la irritación, de la misma
manera que rascarse alivia la picazón, y porque provoca un sentimiento sensual placentero.
Las tres zonas erógenas principales son la boca, el ano y los órganos genitales, aunque
cualquier parte de la superficie del cuerpo puede convertirse en centro excitatorio que
demande alivio y proporcione placer. Cada una de las principales zonas se asocia con la
satisfacción de una necesidad vital: la boca con el comer, el ano con la eliminación y los
órganos sexuales con la reproducción. El placer proporcionado por la zona erógena puede
ser, y a menudo es, independiente del placer que se deriva de la satisfacción de una
necesidad vital. Por ejemplo, chuparse el pulgar o masturbarse reducen la tensión, pero el
primero no satisface el hambre y el segundo no sirve para la reproducción.
Las zonas erógenas tienen gran importancia para el desarrollo de la personalidad porque
son las primeras fuentes importantes de las excitaciones irritantes con las que el bebé tiene
que lidiar, y proporcionan las primeras experiencias placenteras importantes. Además, las
acciones que implican las zonas erógenas llevan al niño a conflictos con los padres, y las
frustraciones y angustias resultantes estimulan el desarrollo de un gran número de
adaptaciones, desplazamientos, defensas, transformaciones, transacciones y sublimaciones.
A. LA ZONA ORAL. Las dos fuentes principales de placer derivadas de la boca son el
estímulo táctil, que se obtiene al poner cosas en la boca, y el morder. El estímulo táctil de
los labios y de la cavidad oral, por el contacto con objetos y con la incorporación de los
mismos, produce placer oral erótico (sexual), y morder proporciona placer oral agresivo. El
placer oral agresivo aparece más tarde en el desarrollo porque tiene que esperar el
crecimiento de los dientes. Si la incorporación del objeto es dolorosa, como cuando el bebé
ingiere una sustancia de gusto amargo, el bebé se deshace del objeto ofensivo escupiéndolo.
Como resultado de tales experiencias, el bebé aprende a evitar el dolor cerrando su boca
contra objetos irritantes. Por otra parte, si se quita un objeto placentero de la boca del bebé,
como, por ejemplo, el pecho materno o el biberón, el bebé tiende a retener. La boca, por lo
tanto, tiene por lo menos cinco modos de funcionar: 1) incorporar, 2) retener, 3) morder, 4)
escupir y 5) cerrar. Cada uno de esos modos es un prototipo o modelo original de ciertos
rasgos de personalidad.
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Un prototipo significa un modo originario de adaptarse a un estado doloroso o
perturbador. Sirve como modelo para adaptaciones ulteriores. En otras palabras, el niño,
después de aprender a efectuar una adaptación particular, utiliza la misma adaptación
cuando surgen posteriormente situaciones similares. Si ingerir cosas por la boca es
placentero, como lo es cuando el niño tiene hambre, entonces tomar o incorporar
conocimiento o amor o poder cuando uno se siente vacío, también puede ser placentero.
Hablamos, en efecto, de hambre de conocimientos o de amor o de poder como si fueran
cosas materiales que pudieran ser comidas. La boca proporciona muchas experiencias
prototípicas que se transfieren o desplazan a otras situaciones similares. En realidad, la
mayoría de las experiencias prototípicas implican el cuerpo, porque el bebé está más
preocupado por las funciones corporales que por el ambiente.
Como el bebé depende de un agente externo, por lo general su madre, para mitigar su
tensión oral y para la satisfacción de sus placeres orales, la madre puede controlar la
conducta del bebé dándole alimento cuando es obediente a sus deseos y retirándoselo
cuando no obedece. Como el dar alimento se asocia con el amor y la aprobación y la
negativa de alimentos con el rechazo y la desaprobación, el bebé siente angustia cuando la
madre lo rechaza o lo abandona, pues esto significa la pérdida del deseable abastecimiento
oral. Si se acumula mucha angustia sobre esta amenaza a los placeres orales del bebé, éste
tiende a depender demasiado de la madre y también de otra gente. Desarrolla una actitud de
dependencia hacia el mundo. En lugar de aprender a satisfacer sus necesidades mediante
sus propios esfuerzos, espera que le den las cosas cuando se porta bien y que se las quiten
74
cuando se porta mal. Se dice entonces que tal persona tiene una estructura caracterológica
de dependencia oral.
La agresión oral puede dar lugar a sentimientos de angustia que a su turno se defienden
mediante varios mecanismos del yo. Una persona puede reaccionar contra la agresión oral
diciendo solamente cosas amables sobre otras personas. O puede proyectar su agresión oral
de manera que se crea víctima de la agresión de un mundo lleno de enemigos. Puede fijarse
en una etapa primitiva de agresión oral en su desarrollo o puede regresar a ella cuando las
frustraciones de las etapas posteriores sean mayores que las que ella puede manejar.
Escupir y cerrar la boca siguen de manera bastante parecida los lineamientos del
desarrollo del ingerir y el morder. Estos modos prototípicos de reacción se transforman de
numerosas maneras, y dependen de las satisfacciones y frustraciones particulares que
encuentren. El tipo "escupidor" de personalidad se caracteriza por el desdén y el desprecio,
el tipo "cerrado" por su actitud ensimismada y cautelosa. La erección de defensas contra
estos modos de comportamiento que provoca la angustia, afecta de muchas maneras el
desarrollo de la personalidad. Por ejemplo, una aceptación indiscriminada de lo que uno
dice o hace, caracterizada por la expresión "ese se traga cualquier cosa", es una formación
reactiva contra el escupir. El sentimiento de ser un exiliado social ante el cual el mundo ha
cerrado sus puertas es una proyección de cerrar la boca contra un mundo doloroso.
Se pueden ver las manifestaciones de estos cinco modos de actividad oral en muchos
aspectos de la vida. Aparecen en las relaciones y afectos entre las personas, en las actitudes
75
económicas, sociales, políticas y religiosas, y en los intereses y preferencias culturales,
estéticas, recreativas, atléticas y vocacionales.
B. LA ZONA ANAL. En el otro extremo del aparato digestivo está la abertura posterior,
el ano, a través del cual se eliminan del cuerpo los desechos de la digestión. En esta región
surgen tensiones como resultado de la acumulación de la materia fecal. Esta materia ejerce
presión sobre las paredes del colon, que es la parte del cordón intestinal que está inmediata
al ano, y sobre los esfínteres anales, que son músculos que funcionan como válvulas.
Cuando la presión sobre los esfínteres alcanza cierto nivel, se abren y se expelen los
productos de desecho mediante el acto de la defecación.
Por lo común, durante el segundo año de vida o más temprano, los reflejos expulsivos
involuntarios llegan a ser controlados mediante una serie de experiencias que se conocen
con el nombre de educación del control de esfínteres. La educación del control de esfínteres
es por lo habitual la primera experiencia decisiva que el niño tiene en relación con la
disciplina y la autoridad exterior. La educación de esfínteres representa un conflicto entre
una catexia instintiva (el deseo de defecar) y una barrera externa. Las consecuencias de este
conflicto dejan por fuerza huellas indelebles en la estructura de la personalidad.
Los métodos empleados por la madre al educar al niño y sus actitudes con respecto a
asuntos como la defecación, la limpieza, el control y la responsabilidad, determinan en gran
medida la naturaleza exacta de la influencia que la educación de esfínteres tendrá sobre la
personalidad y su desarrollo. Una persona se resiste naturalmente a que se interfiera y se
regule sus actividades placenteras. Si la interferencia es muy estricta y punitiva, el niño
puede vengarse ensuciándose intencionalmente. A medida que crezca, tal niño se tomará su
desquite con los representantes externos de la autoridad, armando embrollos, actuando con
irresponsabilidad, o de manera desordenada, siendo manirroto y pródigo. Los estrictos
procedimientos para educar los esfínteres también pueden provocar una formación reactiva
contra la expulsión incontrolada, engendrando pulcra meticulosidad, melindrosidad, orden
compulsivo, frugalidad, disgusto, miedo a la suciedad, estricta administración del tiempo y
dinero, y otros comportamientos supercontrolados, La constipación es una reacción
defensiva corriente contra la eliminación.
Por otra parte, si la madre le suplica al niño que mueva el vientre y lo alaba demasiado
cuando lo hace, el niño considerará el producto que ha hecho de gran valor. Más tarde en la
vida puede sentirse movido a producir o crear cosas para complacer a los demás o para
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complacerse a sí mismo, de la misma manera que cuando defecaba para complacer a su
madre. La generosidad, los regalos, la caridad y la filantropía pueden ser resultados de esta
experiencia básica.
Si se da demasiada importancia al valor de las heces, el niño puede sentir que ha perdido
algo valioso cuando defeca. Responderá ante la pérdida sintiéndose deprimido, vacío y
angustiado. Tratará de evitar pérdidas futuras negándose a eliminar sus heces. Si se fija y
generaliza este modo, la persona será ahorrativa, parsimoniosa y económica.
La retención de las heces es el otro modo de funcionamiento anal. Aunque pueda ser
empleado como defensa contra la pérdida de algo que se considera valioso, la retención es
placentera de por sí. La suave presión sobre las paredes internas del recto que ejerce la
materia fecal satisface sensualmente. La defecación acaba con este placer y deja a la
persona con una sensación de vacío. Si la persona se fija en este modo de placer erótico,
puede desarrollar un interés generalizado en coleccionar, poseer y retener objetos.
C. LA ZONA SEXUAL. La tercera zona corporal placentera importante son los órganos
sexuales. Acariciar y manipular los órganos propios (masturbación) produce placer sensual.
Al mismo tiempo, hay una intensificación del anhelo sexual del niño por los padres, que
inicia una serie de cambios importantes en sus catexias objetales. El período de crecimiento
durante el cual el niño se preocupa por sus genitales es llamado la etapa fálica.
Dado que los órganos reproductivos masculinos y los femeninos son estructuralmente
diferentes, es necesario examinar los acontecimientos de la etapa fálica separadamente para
cada sexo.
1) La etapa fálica masculina. Antes de la aparición del período fálico, el niño ama a su
madre y se identifica con su padre. Cuando el impulso sexual aumenta, el amor del niño por
su madre se hace más incestuoso y en consecuencia se pone celoso de su rival, el padre.
Este estado de cosas, en el que el niño anhela la posesión sexual exclusiva de la madre y
siente antagonismo hacia el padre recibe el nombre de complejo de Edipo. Edipo fue una
eminente figura de la mitología griega, que mató a su padre y casó con su madre. El
desarrollo del complejo de Edipo crea un nuevo peligro para el niño. Si persiste en sentirse
sexualmente atraído hacia la madre, corre el riesgo de que el padre lo dañe físicamente. El
miedo específico que abriga el niño es que su padre le extirpe su órgano sexual ofensor del
niño. A este miedo se le llama angustia de castración. El niño cree en la realidad de la
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castración cuando ve la anatomía sexual de la niña, que carece de genitales prominentes
como los masculinos. Al varoncito, la niña le parece castrada. "Si eso pudo sucederle a ella,
también puede sucederme a mí", piensa él. Como resultado de la angustia de castración, el
niño reprime su deseo incestuoso por la madre y su hostilidad hacia el padre, y el complejo
de Edipo desaparece. Otros factores también conspiran para debilitar el complejo de Edipo.
Ellos son: 1) la imposibilidad de satisfacer el deseo sexual con la madre, como lo hizo
Edipo, 2) los desengaños que le produce la madre, y 3) la maduración.
Cuando el niño renuncia a la madre, puede identificarse con el objeto perdido, su madre,
o intensificar su identificación con el padre. De la fuerza relativa de los componentes
masculinos y femeninos en la constitución del niño depende que ocurra lo primero o lo
segundo.
Freud supone que cada persona es constitucionalmente bisexual, lo cual quiere decir que
hereda las tendencias del sexo opuesto lo mismo que las del propio. Si las tendencias
femeninas del niño son relativamente fuertes, tratará de identificarse con su madre una vez
desaparecido el complejo de Edipo; si predominan las tendencias masculinas, acentuará su
identificación con el padre. Típicamente siempre existe alguna identificación y alguna
catexia objetal con ambos padres. Al identificarse con el padre, el niño participa de la
catexia del padre hacia la madre. Al mismo tiempo, la identificación con el padre ocupa el
lugar de la catexia femenina del niño hacia el padre. Al identificarse con la madre, obtiene
satisfacción parcial de su anhelo sexual por el padre, mientras que la identificación ocupa el
lugar de la catexia del niño hacia la madre. La fuerza relativa y el éxito de estas
identificaciones determinan el destino del carácter del niño y de sus afectos, antagonismos,
y grado de masculinidad y femineidad que demostrará mas tarde. Estas identificaciones
también dan lugar a la formación del superyó. Se dice que el superyó es el heredero del
complejo de Edipo, porque ocupa el lugar del mismo.
Durante varios años, más o menos entre los cinco años -cuando se reprime el complejo
de Edipo por miedo a la castración-, y los doce -época en que aumenta mucho la energía del
instinto sexual debido a cambios fisiológicos del sistema reproductor-, los impulsos
sexuales y agresivos del niño quedan dominados. Este período es llamado periodo de
latencia. Con el despertar de la pubertad, los impulsos reviven y ocasionan las tensiones y
vehemencias típicas de la adolescencia. Durante esos años adolescentes ocurren nuevas
adaptaciones y transformaciones que finalmente culminan en la estabilización de la
personalidad.
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madre. Además, la madre desilusiona a la niña en otros aspectos. La niña siente que la
madre no le da suficiente amor, o que ella tiene que compartir el amor de su madre con
hermanos y hermanas. A medida que se debilita la catexia hacia la madre, la niña comienza
a preferir al padre, que posee el órgano que a ella le falta. El amor de la niña por su padre se
mezcla con envidia porque él posee algo de que ella carece. Esto se conoce como envidia
del pene. Es el equivalente femenino de la angustia de castración del niño. Estas dos
condiciones, la envidia del pene y el temor a la castración, son aspectos del mismo
fenómeno general, llamado el complejo de castración. Los complejos de castración y de
Edipo son dos de los desarrollos más importantes de la etapa fálica.
La niña también pasa por un periodo de latencia, cuando los impulsos están bajo el
dominio de las formaciones reactivas. Sale de la latencia al iniciarse la pubertad. También
ella elabora los problemas de la adolescencia y finalmente alcanza cierta medida de
estabilidad como adulta.
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autoestimulación. El narcisismo primario es placer corporal. Lo ejemplifican el chuparse el
pulgar, el expeler o retener las heces, y la masturbación.
No se debe suponer, empero, que la etapa genital desplaza a las etapas pregenitales.
Antes bien, las catexias pregenitales se fusionan con las genitales. Los besos, las caricias y
otras formas de hacer el amor que de costumbre forman parte del esquema seguido por las
parejas, satisfacen impulsos pregenitales. Además, los desplazamientos, sublimaciones y
otras transformaciones de las catexias pregenitales se convierten en partes de la estructura
caracterológica permanente.
VI. RESUMEN
El desarrollo de la personalidad ocurre como resultado de dos condiciones principales:
1) la maduración o crecimiento natural; y 2) el aprender a superar las frustraciones, evitar el
dolor, resolver los conflictos y reducir la angustia.
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BIBLIOGRAFÍA
Identificación
FREUD. S. (1921), Psicología de las masas y análisis del yo, Capítulo VII.
Desplazamiento y sublimación
Mecanismos de defensa
El instinto sexual
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CAPÍTULO V
LA PERSONALIDAD ESTABILIZADA
Los cambios mayores en la personalidad ocurren durante las dos primeras décadas de
vida. Ese es el período en el que una persona madura y aprende a superar o a adaptarse a las
frustraciones externas e internas y a las insuficiencias personales, a adquirir hábitos y
habilidades y conocimiento, a evitar el dolor y prevenir la angustia, a alcanzar objetos-meta
y asegurarse satisfacciones, a compensar las pérdidas y las privaciones y a resolver los
conflictos. Hacia el final de ese período, la personalidad por lo general ha adquirido cierto
grado de constancia o equilibrio que persiste hasta que comienzan los procesos de deterioro
de la vejez. Se dice que la organización y dinámica de la personalidad se han estabilizado.
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personas signifique precisamente eso. Estabilización por lo general significa que la
variación se ajustará a una pauta bastante congruente y susceptible, que puede predecirse.
Un adulto puede cambiar de trabajo o de pasatiempo o de mujer con bastante frecuencia,
pero el nuevo trabajo o la nueva mujer o el nuevo pasatiempo se parecerán mucho a los
anteriores. Las variaciones sobre un mismo tema (Freud las llamó compulsión de
repetición), antes que una serie de temas nuevos, es lo que caracteriza el comportamiento
del adulto típicamente estabilizado.
La canalización de energía hacia los procesos del yo significa que la energía libre del
ello se convierte en energía ligada. Se dice que la energía está ligada cuando la carga
libremente móvil de energía, característica de las excitaciones instintivas, se transforma en
una carga tónica en relativo reposo. Esto se lleva a cabo invirtiendo energía en las
funciones de no-descarga del yo. Una analogía puede ayudar a aclarar lo que ocurre cuando
la energía se vuelve ligada. Una persona, mientras no tenga obligaciones o
responsabilidades financieras, puede gastar libremente y de manera impulsiva su dinero.
Puede jugarlo o beber o gastarlo en los placeres que lo atraigan en un momento dado. Sin
embargo, cuando asume obligaciones al comprar a crédito, al invertir su dinero o porque
tiene que pagar impuestos, o cuando acepta la responsabilidad de proporcionarse alimento,
casa y otras necesidades y comodidades de la vida a sí mismo y a otras personas, entonces
se compromete a gastar su dinero con propósitos definidos. Ha ligado su dinero a las
cuentas mensuales y a los gastos fijos, y ya no puede gastarlo como más le plazca. De la
misma manera, la personalidad liga su energía psíquica al invertirla en procesos del yo
estabilizados y organizados.
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También se alcanza estabilidad al invertir energía en los mecanismos de proyección,
formación reactiva, represión, fijación y regresión. Si una persona no puede enfrentarse con
la realidad tal cual es, puede tratar de modificarla de acuerdo con sus deseos o sus ideales.
Aunque esta estrategia por parte del yo deforme y falsifique la realidad, es con todo eficaz
pues ofrece protección ante los efectos incapacitantes de la angustia y la frustración. La
estabilidad proporcionada por estos mecanismos de defensa puede ser precaria si las
defensas son débiles, pero cuando uno ha pasado veinte años fortaleciéndolas, es muy poco
probable que se desmoronen fácilmente. Las defensas drenan energía del proceso
secundaría y ocupan el lugar del pensamiento realista.
Cuando una persona llega a la edad adulta, los desplazamientos y las sublimaciones se
estabilizan sobre una base bastante permanente, habiéndose casi completado la
transformación y fusión de los instintos. Las experiencias de los veinte primeros años le
han enseñado a hacer transacciones que son hasta cierto punto satisfactorias e que, si no
satisfacen, por lo menos la ayudan a soportar el dolor y la angustia. Esas transacciones se
expresan como intereses, actitudes, afectos y preferencias. Intervienen no sólo en las
decisiones fundamentales de la vida –por ejemplo, la elección de profesión y la selección
de una pareja matrimonial- sino también en las numerosas pequeñas decisiones que hay que
hacer todos los días. La congruencia con que se hacen estas elecciones y el llamado
conservadorismo, o resistencia al cambio, del adulto, débense al carácter relativamente
flojo de las catexias del adulto. La duración de estas catexias depende de dos factores
importantes: 1) numerosas fuentes instintivas le proporcionan energía (fusión instintiva); y
2) no permiten la descarga completa de la tensión porque se les oponen contracatexias. El
trabajo, por ejemplo, implica una cantidad de actividades diferentes que satisfacen una
variedad de excitaciones instintivas, pero es muy improbable que se alcance la satisfacción
de todas las excitaciones al mismo tiempo. El ritual, la tradición, la costumbre, las
convenciones, la uniformidad, el orden, el hábito y la repetición, que caracterizan a la
personalidad estabilizada, representan todos transacciones entre las fuerzas impulsoras
(catexias) y las fuerzas de resistencia (contracatexias).
Esto nos lleva al papel del superyó en la personalidad adulta. Las catexias del ideal del
yo representan sublimaciones de las catexias objetables primitivas. El carácter de las
sublimaciones depende originalmente de las clases de conducta por las cuales se
recompensa al niño. Que una sublimación persista o no depende, a su vez, de la
satisfacción, o de la disminución del dolor, que continúa proporcionando. Si, a la larga, no
proporciona ningún placer o mejora, la sublimación desaparecerá. Por lo tanto, durante los
años adultos, los ideales satisfactorios se atrincheran y los que ya no cumplen ningún
propósito se dejan de lado. La personalidad definitiva contiene el residuo de las elecciones
objetales que reducen la tensión. Las prácticas religiosas, el trabajo social, la participación
en las actividades de la comunidad, las ocupaciones culturales, estéticas y literarias y el
estudio de la naturaleza son sublimaciones adultas representativas.
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De una manera similar, la red de prohibiciones (contracatexia) que es la conciencia
moral, también se estabiliza. Las prohibiciones se debilitan y desaparecen cuando la
experiencia demuestra que los peligros sobre los que se basan las prohibiciones han
desaparecido, mientras que las prohibiciones que se refuerzan periódicamente por el temor
al castigo se fijan en la personalidad. El yo se ve forzado a pactar con las catexias del
superyó, y lo hace encontrando un punto medio entre sus propias catexias o las del ello y
las contracatexias de la conciencia moral. Este punto medio es responsable de otro rasgo
común de la personalidad estabilizada, su moderación. Por lo común hay mucho menos
espontaneidad e impulsividad en el comportamiento adulto si se lo compara con el de los
jóvenes. Sin embargo, si las contracatexias del superyó son muy fuertes en relación a las
elecciones objetales del ello o del yo, la personalidad estabilizada se caracterizará, no por la
moderación, sino por la rigidez. El que tiene tal personalidad vive una vida cauta, confinada
a estrechos límites. Su estabilidad es la de una persona con chaleco de fuerza.
La estabilidad también es producida por la resolución de los conflictos entre las fuerzas
instintivas opuestas o sus derivados. La solución de un conflicto puede ocurrir de distintas
maneras. Uno de los antagonistas puede derrotar al otro.
Por ejemplo, el amor puede conquistar o neutralizar el odio. Esto no quiere decir que el
odio desaparezca; puede continuar existiendo en forma latente o suprimida.
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expresando de modo alternado primero uno y luego el otro instinto sobre el mismo objeto.
A menudo el amor alterna con el antagonismo en una relación Íntima. Esta forma de
solución es como un péndulo que oscila entre dos polos.
BIBLIOGRAFÍA
FREUD, S. (1910), Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci.
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