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Consideren, queridos espectadores, un mundo.

Un mundo sin dinero, sin divisiones de clase, donde cada uno da según sus
capacidades

y toma de acuerdo a sus necesidades. Suena muy bien, ¿no? Para el poeta y filósofo
alemán

Karl Marx, una utopía comunista no sólo era posible, era inevitable -como

él lo llamó: "La marcha de la historia"

Aunque profundamente influenciado por Hegel, quien propuso que la historia se


desarrolla

a través del concepto abstracto de "Espíritu Absoluto", Marx no cree que el


conflicto entre ideas es

lo que impulsa la historia, sino los conflictos relacionados a los bienes


materiales; esto nos

llevará al fin de la historia, específicamente, el fin de nuestras condiciones de


trabajo. Marx llama a este

proceso histórico "Materialismo dialéctico".

Inicialmente, la humanidad se ocupa sólo de los actos más básicos de nuestra


especie:

producir por la supervivencia personal. Pero a medida que la población se


multiplicó, se establecieron

"sistemas económicos" para atender las necesidades de todos.

Y con la economía, se generan cambios en la relación del individuo con sus


productos:

ya no se produce para sus necesidades inmediatas. Están produciendo para otros.

Esto se aceleró en la revolución industrial, donde la humanidad creó mecanismos

para satisfacer las necesidades de muchos, con una eficiencia sin precedentes.

Estos mecanismos, o "capital", son propiedad de las personas que manejan enormes
concentraciones

de riqueza. Y para el trabajador cansado, que debe operar estas máquinas, no hay

beneficio. Para que el capitalista maximize su beneficio, debe pagar a los


trabajadores

apenas lo necesario para sobrevivir.

Para Marx, este sistema económico capitalista se nutre de la explotación y crea

infelicidad generalizada a través de lo que él llama "alienación".

Para ilustrar: estoy alienado a los frutos de mi propio trabajo. Si creo un


nabo, éste será vendido a alguien. A cambio se me pagará un salario y me convertiré

en una mercancía como la que produzco. Así, quedo oculto de mi trabajo. Yo no

me veo a mí mismo en mi trabajo.

El capitalismo también nos aleja el uno del otro. Para que los trabajadores
produzcan de manera eficiente,

el capitalista les dice que están en constante competencia por su empleo,


convirtiendo así

a nuestro prójimo a un adversario, en lugar de un aliado.

Además, el capitalismo nos aleja de nuestra propia naturaleza: crear es una gran
fuente

de satisfacción para nuestra especie. Pero, debido a que estamos obligados

a hacer cosas que no nos dan satisfacción personal, se convierten en una carga.

Conforme pase el tiempo y el beneficio de la industria esté cada vez más reducido a

una elite selecta, la brecha entre la clase obrera y los capitalistas sólo se hará
más grande.

Para Marx, finalmente esta brecha llegará a ser tan pronunciada que los
trabajadores, en su profunda

frustración, se levantarán y derrocarán la opresión de unos pocos y marcará el


comienzo de una nueva sociedad:

una sociedad en la que no existe la propiedad privada, donde no hay

divisiones de clase, donde el trabajo se realiza para el bien común de los pueblos
y donde cada quien trabaja

de acuerdo a su capacidad. Y eso, amigos míos, es el comunismo.

Incluso hoy en día, el marxismo es una de las

más poderosas ideologías en el mundo. Y para algunos, el comienzo de la utopía


marxista

se encuentra en un futuro no muy lejano.

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