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CUENTOS PARA CONTAR

CANCIÓN DE LA RANA

Estaba la rana sentada

cantando debajo del agua;

cuando la rana se puso a cantar

vino la mosca y la hizo callar.

La mosca a la rana,

la rana que estaba sentada

cantando debajo del agua;

cuando la mosca se puso a cantar,

vino la araña y le hizo callar.

La araña a la mosca,

la mosca a la rana,

la rana que estaba sentada

cantando debajo del agua;

cuando la araña se puso a cantar,

vino el ratón y le hizo callar.

El ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca la rana,

la rana que estaba sentada


CUENTOS PARA CONTAR
cantando debajo del agua;

cuando el ratón se puso a cantar,

vino el gato y le hizo callar.

El gato al ratón,

el ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca la rana, l

a rana que estaba sentada

cantando debajo del agua;

cuando el gato se puso a cantar,

vino el perro y le hizo callar.

El perro al gato,

el gato al ratón,

el ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca la rana,

la rana que estaba sentada

cantando debajo del agua;

cuando el perro se puso a cantar,

vino el hombre (la suegra, la vieja, el viejo, mi tía…)

y le hizo callar.
CUENTOS PARA CONTAR
El hombre al perro,

el perro al gato,

el gato al ratón,

el ratón a la araña,

la araña a la mosca,

la mosca la rana,

la rana que estaba sentada

cantando debajo del agua;

cuando el hombre se puso a cantar,

ni el mismo diablo lo pudo callar.

  GARBANCITO

Esto era un matrimonio que no tenía familia, y siempre estaba pidiéndole a


Dios que les concediera un hijo, aunque fuera como un garbanzo. Tanto se
lo pidieron, que al fin tuvieron un hijo, pero tan pequeño como un garbanzo.
Por eso le pusieron Garbancito.

Una hora después de nacer le dijo a su madre:

—Madre, quiero pan.

Y su madre le dio un pan. Garbancito se lo comió en un santiamén. Volvió a


pedir pan, y su madre se lo volvió a dar, y luego otro y otro. Así estuvo
Garbancito comiendo hasta que dio cuenta de noventa panes, uno detrás de
otro.

Al poco tiempo, le dijo a su madre:


CUENTOS PARA CONTAR
—Madre, apáñeme usted la burra y el canasto de mi padre, que se lo voy a
llevar al campo.

—¿Pero cómo vas a hacer tú eso con lo pequeño que eres...?

—Usted apáñemelo, que ya verá cómo se lo llevo.

Pues bueno, la madre le preparó la burra y el canasto, que lo metió en un


serón. Garbancito pegó un salto, se subió en el serón y, corriendo por el
pescuezo de la burra, llegó hasta una oreja y se metió dentro.

—¡Aarre, burra! ¡Aarre, burra!

Así le iba diciendo al animal, que le obedecía. En mitad del camino toparon
con unos ladrones, que, al ver una burra sola por el camino, dijeron:

—¡Hoy, una burra sola! Vamos a cogerla.

Pero Garbancito dijo:

—Dejad a la burra, que no va sola. Dejad a la burra, que no va sola.

Al oírlo, los ladrones salieron corriendo despavoridos, creyendo que aquella


burra estaba encantada.

Cuando llegó a donde estaba su padre, Garbancito dijo:

—¡Soo, burra!

La burra se paró y el padre no salía de su asombro.

—Apéeme usted, padre, que vengo en la oreja y le traigo el canasto.

Así lo hizo el padre muy asombrado y, cuando ya estaba Garbancito en el


suelo, va y le dice:

—Padre, mientras usted come, podría yo ir haciéndole unos surcos.

—No, hijo, que eres muy pequeño para trabajar.


CUENTOS PARA CONTAR
—Que no, padre, ya verá usted cómo lo hago —y de un salto se subió al
yugo y empezó a dirigir los bueyes:

-¡Andaa, Pinto! ¡Ya, ya, Macareno!

Los bueyes empezaron a moverse y en poco rato habían terminado de arar.


Luego Garbancito llevó los bueyes a la cuadra y se acostó a descansar en el
pesebre del Pinto. Pero este se comió a Garbancito, sin darse cuenta, y
cuando llegó el padre empezó a buscarlo y no lo encontraba. Se puso a
llamarlo:

—¡Garbancito!, ¿dónde estás?

Y Garbancito le contestó:

—¡En la barriga del Pinto, padre! ¡Mátelo usted y le daré veinticinco!


Enseguida mataron al buey Pinto, le rajaron la barriga y se pusieron a
buscar en las tripas, pero no hubo manera de dar con Garbancito.

Aquella noche llegó el lobo y se comió las tripas del buey, y con ellas a
Garbancito. Iba el lobo por el monte, y Garbancito decía:

—¡Pastores, pastores, que aquí va el lobo! ¡Pastores, pastores, que aquí va


el lobo!

Salieron todos los pastores de sus cabañas y juntos apalearon al lobo y lo


mataron. También le rajaron la barriga para sacar a Garbancito, que decía:
—¡Tened cuidao, no cortarme a mí; tened cuidao, no cortarme a mí!

Los pastores buscaron por todas las tripas, pero nada, no dieron con él.
Uno de los pastores hizo un tambor con las tripas del lobo, de manera que
Garbancito se quedó dentro del tambor.

En esto vinieron unos ladrones, y los pastores salieron corriendo, dejando


allí el tambor. Los ladrones se sentaron al pie de un árbol y empezaron a
repartirse el botín; habían robado muchas piezas de oro. Decía el capitán:
—Esta jarra para ti, esta para ti, y esta otra para mí.
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Y Garbancito desde dentro del tambor, dijo:

—¿Y para mí?

—¡Cómo! ¿Quién ha dicho eso? ¿Hay alguno que no esté conforme?

Los demás se miraban unos a otros. Seguía diciendo el capitán:

—Esta copa para ti, esta para ti y esta para mí.

Y Garbancito:

—¿Y para mí no hay nada?

—¿Cómo? —exclamó enfurecido el jefe de los ladrones—. ¿Quién ha dicho


eso?

Los demás nada decían, y a esto que Garbancito se pone a tocar el tambor,
y los ladrones, de ver un tambor que tocaba solo, echaron a correr que no
se les veía el pelo, dejando allí todas las cosas que habían robado.

Garbancito se puso a arañar el tambor con una uña, hasta que hizo un
agujerito y pudo salir. Cogió el botín de los ladrones y se presentó en su
casa.

Sus padres se pusieron muy contentos de verle, y además con tantas cosas
de valor. Garbancito dijo a su padre:

—Ya le dije a usted que matara a Pinto, que yo le daría veinticinco.

Bueno, pues ya eran tan felices, hasta que un día se presentaron en el


pueblo los ladrones. Uno de ellos llevaba mucha sed y se acercó a casa de
Garbancito a pedir agua. La madre salió a la puerta y le dio de beber al
ladrón en lo primero que cogió a mano, y que era una de las copas robadas.
El ladrón, nada más verla, la agarró y dijo:

—Señora, esta copa es mía. ¿Quién se la ha dado?


CUENTOS PARA CONTAR
La madre se asustó y cerró la puerta. Entonces el ladrón fue a contárselo a
sus compinches:

—Ya sé dónde está nuestro tesoro. Esta noche lo robaremos otra vez.

Pero Garbancito estaba sin pegar ojo, después de lo que había contado su
madre.

—Dejad puesta la lumbre, por si acaso.

Garbancito se quedó al lado de la chimenea, preparó un montón de aulagas


y puso en las llares un caldero de pez. A medianoche sintió cómo los
ladrones hablaban en voz baja por el tejado, y el capitán se asomaba a la
chimenea, diciendo:

—Por aquí va a ser. Atadme la cuerda a la cintura, que voy a bajar.

En ese momento Garbancito atizó la lumbre, echó de golpe todas las


aulagas, soplando muy fuerte, y empezó a hervir la pez. El capitán de los
ladrones se puso a gritar:

—¡Arriba, que me queman! ¡Arriba que me queman! Pero no les dio tiempo a
sacarlo, sino que cayó directamente en el caldero de pez y allí se quedó
pegado y achicharrado y los demás ladrones salieron corriendo y nunca más
se les vio por allí.

Y colorín colorao,

el que no levante el culo

también lo tiene achicharrao.


CUENTOS PARA CONTAR
EL ZURRÓN QUE CANTABA

Esto era una niña muy guapa, que por el día de su santo su madre le
regaló un anillito de oro. La verdad es que le quedaba un poco grande, pero
estaba la niña tan contenta, que a todas partes iba con él.

Un día su madre la mandó a la fuente a por un cantarillo de agua.


Cuando llegó, la niña se quitó el anillo, no se le fuera a caer al agua, y lo
puso encima de una piedra. Pero terminó de enjuagar y de llenar el cántaro,
lo cogió y se fue, y no se acordó del anillo hasta que llegó a su casa.

Salió corriendo entonces en busca de él, pero, al llegar a la fuente, el


anillo ya no estaba sobre la piedra ni en ninguna parte. Por más que miró y
remiró no estaba. En cambio, había allí un viejo mendigo, sentado al lado de
la fuente. El viejo le dijo:

—¿Qué es lo que buscas, niña guapa?

La niña empezó a llorar y contestó:

—Busco un anillito de oro, que hace un momento lo dejé aquí, encima


de esta piedra, y ya no está. Y si no lo encuentro, mi madre me va a pegar
mucho.

—Por eso no te preocupes, hija —dijo el viejo—. Anda, mete la mano


en el zurrón y cógelo tú misma, que ahí lo he metido yo hace un momento.

La niña metió la mano en el zurrón, y en ese momento el viejo la


empujó y la metió dentro. Luego ató con una cuerda la boca del zurrón, y se
la cargó al hombro.

La niña gemía y suplicaba que la sacara de allí, y el viejo le decía:

—Si quieres que te saque, tienes que cantar cuando yo te diga:

Canta, zurrón, canta,

o, si no, te doy con la palanca.


CUENTOS PARA CONTAR
Así se la llevó por los pueblos a ganarse la vida. A todas partes que
llegaba, en vez de pedir limosna, ponía el saco en medio de la calle y le
decía:

«Canta, zurrón, canta,

o, si no, te doy con la palanca».

Entonces la niña se ponía a cantar:

- En un zurrón voy metida,


en un zurrón moriré,
por un anillo de oro,
que en la fuente me dejé.

La gente le daba al viejo mucho dinero, pues se creían que aquello era
un zurrón encantado. El viejo lo recogía y otra vez se echaba el saco al
hombro y se iba para otro pueblo. Allí hacía lo mismo y así por todas
partes, hasta que juntó mucho dinero.

-«Ahora voy a darme la gran vida», se dijo, y se fue a una pensión y


pidió de cenar. Cuando se hartó de todo lo que quiso, para pagar la cena,
puso el zurrón en medio del comedor y le dijo:

Canta, zurrón, canta,

o, si no, te doy con la palanca.

Y la niña cantó otra vez:

-En un zurrón voy metida,

en un zurrón moriré,

por un anillo de oro,

que en la fuente me dejé.


CUENTOS PARA CONTAR
Pero como cantaba entre sollozos, a la dueña de la pensión le dio que
pensar aquello.

El viejo preguntó que dónde quedaba la taberna, y dijo que si podía


dejar allí el zurrón mientras se daba una vueltecita. En cuanto se marchó,
la posadera abrió el zurrón y sacó de allí a aquella niña tan guapa, que
estaba la pobrecita muerta de hambre y de frío. La cuidaron
inmediatamente y la escondieron. En su lugar, metieron en el saco todos los
bichos que encontraron por allí: sapos, ratas, culebras, víboras, lagartos,
de todo lo más malo que había.

Por la mañana el viejo quiso pagar la cama haciendo cantar al saco


otra vez. Lo puso en mitad del patio, pero por mucho que le dijo:

«Canta, zurrón, canta,

que, si no, te doy con la palanca»,

aquello no decía ni pío. Así que tuvo que pagar con dinero, pero se la
guardó. Por no abrir el saco delante de la gente, se lo llevó a un monte. Allí
empezó a darle palos, venga palos, y a decir palabrotas. Pero, claro, lo único
que conseguía era enfurecer a todos los bichos que había dentro. De
manera que, cuando lo abrió, le saltaron a la cara y se pusieron a morderle
y a picarle por todas partes, hasta que lo mataron. Y a la niña la llevaron
con sus padres y fue muy feliz, y

este cuento se ha acabao,

con pan y pimiento y rábanos asaos.


CUENTOS PARA CONTAR
EL TRAGALDABAS

Una abuela que habitaba un viejo caserón era visitada con mucha
frecuencia por sus tres nietas, a las que solía preparar rebanadas de pan
con miel por ser su dulce preferido, al tiempo que procuraba enseñarlas los
quehaceres de la casa, para que supieran cumplir con sus obligaciones
domésticas  cuando fueran mayores. Pero el olor de la miel que la abuela
almacenaba en jarras de barro preservadas en la bodega había sido
percibido por el Tragaldabas, que recorría aquel territorio arrasando
almacenes y graneros, pues su apetito era insaciable, con especial
debilidad precisamente por la miel más dulce, por lo que asiduamente
penetraba en la bodega de aquella casa para tragar todo lo que encontraba
a mano.

        En cierta ocasión la abuela mandó a su nieta mayor coser una camisa, a


la mediana  planchar unos manteles y a la más pequeña  barrer la casa,
indicándoles que a medida que terminaran la tarea podían bajar a la bodega
y recoger su ración de pan con miel. Cuando terminó la primera, recogió las
agujas  e hilos y bajó por las oscuras escaleras hasta la fría bodega, tan
sólo iluminada por la luz tenue de algunos candiles. Cuando abrió la puerta
escuchó una voz seca:
— Niña, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
        Pero viendo la niña las dulces rebanadas preparadas sobre la mesa no
hizo caso y cruzó la puerta, siendo tragada al momento.

        Cuando terminó de planchar la segunda, entregó la plancha a su abuela,


que le dijo:
— Muy bien, ahora puedes bajar a la bodega a por el pan con miel y dices a
tu hermana que suba.
        Cuando llegó a la puerta, que estaba abierta, escuchó la voz:
— Niña, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
        Pero al ver todas las rebanadas en la mesa tampoco hizo caso y fue
tragada nada más entrar.
CUENTOS PARA CONTAR
        Cuando terminó de barrer la más pequeña entregó a su abuela la
escoba, que al tiempo que la guardaba en un armario le indicó:
— Así me gusta, ahora bajas a la bodega y les dices a tus hermanas que
suban, porque allí hace mucho frío, si no, tendré que subirlas de las orejas.

        Cuando llegó a la puerta también escuchó:


— Niña, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
        Pero temiendo el enfado de su abuela cruzó la puerta en busca de sus
hermanas y también fue tragada.

        Intrigada la abuela por la tardanza, decidió bajar a buscarles, pero al


llegar a la puerta escuchó una voz que salía de la penumbra:
— Abuela, abuela, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a
tragar.

        Asustada al reconocer al voraz  y temido personaje, subió deprisa las


escaleras y salió a calle sentándose a llorar a la puerta de la casa. En ese
momento pasaba un aceitero que le preguntó:
— Abuela, ¿por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis
nietas.
— No se preocupe abuela —dijo el aceitero—, que bajo a la bodega, le doy
la aceitera y vomitará a sus nietas. La abuela bajó detrás del aceitero y de
nuevo se oyó la voz del Tragaldabas:
— Aceitero, aceitero, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a
tragar.

        Nada más cruzar la puerta se abalanzó el Tragaldabas y se lo


tragó.  La abuela volvió a subir las escaleras casi volando y de nuevo se
sentó pesarosa a la puerta. Al poco rato, llegó un pimentonero con su carga
a lomos de una mula, que al verla le preguntó:

— Abuela, ¿por qué llora tanto?


— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis
nietas y a un aceitero.
— No se apure señora —dijo el pimentonero— que ahora bajo yo y le
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espolvoreo pimentón para que estornude y saldrán todos cantando. 

        De nuevo bajó la abuela detrás del pimentonero, que intentaba


vislumbrar algo en la oscuridad. De nuevo se escuchó la voz:
— Pimentonero, pimentonero, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te
voy a tragar.

        Pero al cruzar la puerta, con el pimentón en la mano, fue tragado por el


Tragaldabas. La abuela subió como un rayo y al salir llorando a la calle se
encontró que pasaba una pareja de guardias civiles de largos bigotes, que
le preguntaron:
— Abuela, ¿por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis
nietas, a un aceitero y a un pimentonero.
— No se apure señora —dijeron— que ahora bajamos, le disparamos con
nuestros fusiles y saldrán todos cantando. Bajaron los guardias con la
abuela detrás y nada más llegar a la puerta escucharon:
— Pareja de guardias, no paséis de acá, que soy el Tragaldabas y os voy a
tragar.

        Apenas habían cruzado la puerta el Tragaldabas ya se los había


tragado. La abuela volvió a subir corriendo ya sin fuerzas. Cuando estaba
en la calle, llorando mucho más fuerte que otras veces, vio a un hormiga a
la que casi una lágrima le cayó encima. La hormiga preguntó:
— Abuela, ¿por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis
nietas, a un aceitero, un pimentonero y dos guardias civiles. La hormiga se
rascó la cabeza y le dijo a la abuela:
— ¿Qué me da usted si consigo que el Tragaldabas expulse a sus tres
nietas, al aceitero, al pimentonero y a la pareja de guardias civiles?
— Te daría una fanega de trigo –contestó la abuela.
— Con tanto no puedo — dijo la hormiga.
— Pues te daría un puñado de trigo –replicó la abuela.
— Sigue siendo mucho peso para mí — contestó la hormiga.
— ¿Que te parecen cinco granitos de trigo? —propuso la abuela.
CUENTOS PARA CONTAR
— Imposible, es mucho peso — respondió la hormiga.
— Entonces de daría sólo un granito de trigo –dijo la abuela pesarosa.
— ¡Eso me parece muy bien! — gritó la hormiga, al tiempo que comenzó a
bajar hacia la bodega. Al llegar a la puerta escuchó:
— Hormiguita, hormiguita, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy
a tragar.
Cuando el Tragaldabas se abalanzó sobre ella no pudo agarrarla con sus
enormes manazas y la hormiga se le subió hasta el culo al tiempo que
cantaba:

— ¡Soy una hormiguita de este pedregal, te muerdo en el culo y te hago


bailar!
Cuando le mordió, el Tragaldabas comenzó a agitarse como si
estuviera bailando y salieron todos cantando. El Tragaldabas salió de la
bodega corriendo y dando gritos de pavor y cada uno se fue a su casa.

YO DOS Y TÚ UNO

Erase una vez un matrimonio que llevaban muchos años de casados y no


tenían mas familia.

Una noche se pusieron a cenar y, como siempre, ella preparó 3 huevos


pasados por agua: uno para ella y dos para su marido. Pero aquella noche no
se sabe que mosca le pico a la mujer que le dijo:

– Mira, ya estoy harta de que siempre te comas dos huevos, así que esta
noche va a ser al revés, tu uno y yo dos.

-Ni hablar yo dos y tu uno, como siempre.

-¿Y eso porque?

– Porque lo digo yo y en esta casa los pantalones los llevo yo.


CUENTOS PARA CONTAR
-Pues tu sueñas, esta noche tu uno y yo dos.

-Que no…

-Que sí

Bueno, pues discutieron un buen rato y ninguno daba su brazo a torcer y ya


cansado el marido le dijo:

– Pues si sigues insistiendo, me muero…

– Pues muérete.

Entonces él se hizo el muerto y la mujer salió a la calle gritando:

-¡Ay Dios mío que tragedia! ¡Que mi marido se ha muerto, ay Dios mío que
tragedia!

Vino el cura y prepararon el entierro. Ya se lo llevaban para el cementerio


y la mujer se acercaba a las andas de cuando en cuando diciendo:

– ¡Dejadme que lo bese por última vez!

Y cuando estaba junto a su marido le susurraba a la oreja:

– Tu uno y yo dos…

Y el muerto contestaba muy bajito:

– Yo dos y tu uno…

Y el entierro seguía. Ya llegaban al cementerio y se le volvía a acercar a la


tumba:

– Mira que por cabezota voy a dejar que te entierren…

Y el otro:

– Yo soy el que llevo los pantalones...yo dos y tu uno.


CUENTOS PARA CONTAR
Conque llegaron al cementerio y lo bajaban de las andas para ponerlo en la
sepultura.

Y ella de nuevo haciendo que lloraba se le echa encima:

-Por última vez, tu uno y yo dos…

– Nanai, yo dos y tu uno…

Y como lo iban bajando ya a la fosa le dice ella…

-¡Está bien pedazo de animal! ¡Comete tu los tres!

Entonces él se incorporó de un salto y empezó a gritar para rabiarla:

-Que me como treeeeees. Que me como treeeeeees!!!

Y la gente que no sabía lo que estaba pasando, echó a correr aterrorizada


y un cojo que iba en la comitiva gritaba:

– ¡No corráis tantoooo, hombre, que por lo menos que pueda escoger!!!

SOPA DE PIEDRAS

Un monje estaba haciendo la colecta por una región en la que las


gentes tenían fama de ser muy tacañas. Llegó a casa de unos campesinos,
pero allí no le quisieron dar nada. Así que como era la hora de comer y el
monje estaba bastante hambriento dijo:

-Pues me voy a hacer una sopa de piedras riquísima.

Ni corto ni perezoso cogió una piedra del suelo, la limpió y la miró


muy bien para comprobar que era la adecuada, la piedra idónea para hacer
una sopa. Los campesinos comenzaron a reírse del monje. Decían que
estaba loco, que vaya chaladura más gorda. Sin embargo, el monje les dijo:
CUENTOS PARA CONTAR
-¡Cómo! ¿No me digan que no han comido nunca una sopa de piedra?
¡Pero si es un plato exquisito!

-¡Eso habría que verlo, viejo loco! –dijeron los campesinos.

Precisamente esto último es lo que esperaba oír el astuto monje.


Enseguida lavó la piedra con mucho cuidado en la fuente que había delante
de la casa y dijo:

-¿Me pueden prestar un caldero? Así podré demostrarles que la sopa


de piedra es una comida exquisita.

Los campesinos se reían del fraile, pero le dieron el puchero para ver
hasta dónde llegaba su chaladura. El monje llenó el caldero de agua y les
preguntó:

-¿Les importaría dejarme entrar en su casa para poner la olla al


fuego?

Los campesinos lo invitaron a entrar y le enseñaron dónde estaba la


cocina.

-¡Ay, qué lástima! –dijo el fraile-. Si tuviera un poco de carne de vaca


la sopa estaría todavía más rica.

La madre de la familia le dio un trozo de carne ante la rechifla de


toda su familia. El viejo la echó en la olla y removió el agua con la carne y la
piedra. Al cabo de un ratito probó el caldo:

-Está un poco sosa. Le hace falta sal.

Los campesinos le dieron sal. La añadió al agua, probó otra vez la sopa
y comentó:

-Desde luego, si tuviéramos un poco de berza los ángeles se chuparían


los dedos con esta sopa.

El padre, burlándose del monje, le dijo que esperase un momento, que


enseguidita le traía un repollo de la huerta y que para que los ángeles no
CUENTOS PARA CONTAR
protestaran por una sopa de piedra tan sosa le traería también una patata
y un poco de apio.

-Desde luego que eso mejoraría mi sopa muchísimo -le contestó el


monje.

Después de que el campesino le trajera las verduras, el viejo las lavó,


troceó y echó dentro del caldero en el que el agua hervía ya a borbotones.

-Un poquito de chorizo y tendré una sopa de piedra digna de un rey.

-Pues toma ya el chorizo, mendigo loco.

Lo echó dentro de la olla y dejó hervir durante un ratito, al cabo del


cual sacó de su zurrón un pedacillo de pan que le quedaba del desayuno, se
sentó en la mesa de la cocina y se puso a comer la sopa. La familia de
campesinos lo miraba, y el fraile comía la carne y las verduras, rebañaba,
mojaba su pan en el caldo y al final se lo bebía. No dejó en la olla ni gota de
sopa. Bueno. Dejó la piedra. O eso creían los campesinos, porque cuando
terminó de comer cogió el pedrusco, lo limpió con agua, secó con un paño de
la cocina y se lo guardó en la bolsa.

-Hermano, -le dijo la campesina- ¿para qué te guardas la piedra?

-Pues por si tengo que volver a usarla otro día. ¡Dios los guarde,
familia!
CUENTOS PARA CONTAR
LA FLAUTA QUE HACÍA BAILAR

Había, hace muchos años, un campesino que tenía tres hijos. Se


dedicaba a cultivar sus campos y los dos hijos mayores eran los encargados
de vender sus productos en el mercado de la ciudad.

El hijo más pequeño, Juanillo, era muy alegre y bueno. Su padre lo


mandó de pastor a las montañas cercanas con un rebaño de ovejas. Un día,
cuando estaba llevando las ovejas a una ladera donde crecía una hierba muy
fresca, se encontró a un lobo herido porque una piedra le estaba
aplastando una de sus patas.

- Juanillo, Juanillo... - gritó el lobo- Ayúdame y te prometo que no


molestaré más a tus ovejas.

Juanillo corrió hacia el lobo y, sin pensarlo, levantó la piedra y curó la


herida de su pata. El lobo, en agradecimiento, le llevaba todas las noches
ramitas para que pudiera hacer una pequeña hoguera, al lado de la cual
dormían los dos.

Una tarde trajo un palo que tenía un brillo especial.

- Juanillo- le dijo el lobo- yo creo que este palo no lo has de quemar


porque creo que es mágico.

- De acuerdo -le contestó el pastor- haré con él una flauta y así


podremos divertirnos todos.

El palo sí que tenía que ser mágico, pues cada vez que Juanillo tocaba
su flauta, todos los animales y las personas que estaban a su lado se ponían
a bailar. Pero aunque tocara y tocara, las ovejas no adelgazaban con tanto
baile, sino que cada vez estaban más hermosas.

Los demás pastores de la zona se enteraron de lo que hacía Juanillo y


todos llevaron sus rebaños cerca del suyo para que pudieran oír su música.
CUENTOS PARA CONTAR
Cuando llegó el otoño y bajaron al pueblo, todos se quedaron
asombrados de lo gordos y fuertes que estaban los rebaños.

Al poco tiempo, la hija de un campesino rico de la comarca enfermó:


se puso muy triste y no quería comer. Su padre prometió que quien
alegrara a su hija se casaría con ella y heredaría todos sus campos. El
padre de Juanillo pensó que era un buen momento para intentar casar a uno
de sus hijos con ella. Llenó un saco de las mejores manzanas de su huerto y
le dijo a su hijo mayor:

- Lleva este saco de frescas manzanas a la hija del campesino rico y,


si consigues que se ría y las coma, te podrás casar con ella.

Cuando iba hacia la casa del campesino rico se encontró con el lobo,
que le preguntó:

- ¿Dónde vas y qué llevas en el saco?

- Voy donde no te importa y en el saco sólo llevo ratones -le contestó


el hermano mayor-.

Cuando llegó a casa del campesino y su hija abrió el saco, todas las
manzanas se habían convertido en ratones. El campesino le echó de su casa
muy enfadado.

Al día siguiente, el padre de Juanillo llamó a su hijo mediano:

- Lleva este saco lleno de olorosas naranjas e intenta tener mejor


suerte que tu hermano mayor.

El hermano mediano se echó el saco al hombro. Caminando hacia la


casa del campesino rico también se encontró al lobo, que le preguntó:

- Dime, hermano mediano, ¿dónde vas y qué llevas en el saco?

- A ti no te importa dónde voy –le contestó- y sólo llevo moscas más


feas que tú.
CUENTOS PARA CONTAR
Cuando abrió el saco delante del campesino rico y de su hija, sólo
moscas salieron de él. También se enfadaron mucho y le mandaron de
vuelta a su casa.

Al día siguiente, el padre llamó a Juanillo:

- Mira a ver si tienes más suerte que tus hermanos y lleva este saco
de peras a la hija del campesino rico.

Al igual que sus hermanos, cogió el saco y se fue por el camino. En la


valla le estaba esperando el lobo, que le preguntó:

- Juanillo, ¿qué llevas en ese saco tan grande y dónde vas?

- Voy a ver al campesino rico y a su hija; les llevo unas peras muy
grandes de nuestro huerto y si consigo que ella las coma y se ría, se casará
conmigo.

Al llegar a casa del campesino, las peras habían crecido tanto que no
las podía sacar del saco. Cuando vio que el campesino se empezaba a
enfadar, cogió su flauta mágica y se puso a tocar. Al momento, todos muy
contentos, empezaron a bailar; hasta las peras bailaban mientras salían del
saco. Al dejar de tocar, la hija del campesino estaba tan cansada que cogió
una pera y se sentó a comerla muy sonriente.

El padre de la muchacha abrazó a Juanillo, diciéndole:

- Pensé que me ibas a gastar una broma de mal gusto como lo hicieron
tus dos hermanos. Pero has hecho comer y reír a mi hija y mañana mismo
os casaréis.

No se casaron, pero con buena salud y buen humor nunca más


estuvieron tristes, pues la música de la flauta de Juanillo curaba todas las
penas.
CUENTOS PARA CONTAR
EL LOBO CREE QUE LA LUNA ES QUESO

Una noche estaba el lobo muy hambriento dando vueltas y revueltas


por el bosque en busca de algo que llevarse a la boca, pero ningún animal se
ponía a su alcance.

En una de éstas se topó con una zorra que estaba echada a la sombra
de unos arbustos, jadeando y con la lengua fuera. El lobo, apenas la vio se
fue derecho a ella y le dijo:

-Oiga usted, señora zorra, ahora mismo me la voy a comer, porque


estoy muerto de hambre y algo tengo que comer.

La zorra contesto:

-Pero fíjese usted bien, señor lobo, en que estoy en los huesos.
¿Cómo va usted a comerme si no soy más que hueso y pellejo? ¿No ve lo
flaca y lo desfallecida que estoy?

Y dijo el lobo:

-¿Ah, sí? Pues bien gordita y rellena que estaba usted el año pasado.

-¡Ay, Señor lobo!- repuso la zorra-.El año pasado si que estaba bien
alimentada y lustrosa, pero ahora tengo que dar de mamar a mis cuatro
zorritos y, apenas como algo, todo se me va en leche para mis pequeños.
Así, ¿Cómo quiere usted que este gordita?

Y dijo el lobo, que no veía del hambre que tenía:

-¡Me da igual, yo me la como!

Ya iba a darle el primer mordisco, cuando la zorra le dijo:

-Deténgase usted, por dios, señor lobo. Mire que yo sé dónde vive un
señor que tiene un pozo lleno de quesos. Acompáñeme al pozo antes de
comerme y verá como tengo razón.
CUENTOS PARA CONTAR
Y se fueron la zorra y el lobo a buscar los quesos. Llegaron a una casa
en medio del campo, pasaron las tapias que la guardaban y llegaron hasta el
pozo que estaba junto al huerto. La luna se reflejaba en el agua quieta y
parecía enteramente un queso.

-¡Ay, amigo lobo, qué grande es el queso! Mire, mire y verá.

Se asomó el lobo, vio la luna y se creyó que era un queso grandón.


Pero como el lobo no se fiaba de la zorra, le dijo a ésta:

-Muy bien, amiga zorra, pues entre usted por el queso.

La zorra se metió en uno de los cubos que había para sacar el agua y
bajó por el queso. Y desde abajo le gritaba el lobo:

-¡Ay, amigo lobo, que grande es este queso! No puedo con él. ¿No
podría usted bajar a ayudarme?

- Yo no puedo entrar- decía el lobo-. ¿Cómo voy a entrar?

Y la zorra le dijo:

- Pero, hombre, no sea usted torpe. Métase en el otro cubo y entrará


tan fácilmente como he entrado yo.

En cuanto el lobo se metió en el otro cubo, como pesaba más, se fue


rápido abajo y, claro, el de la zorra, que pesaba menos, subió. El lobo se
quedó dentro, buscando el queso, y la zorra se fue tan contenta a ver a sus
zorritos.
CUENTOS PARA CONTAR
¿A QUÉ SABE LA LUNA?

Hacía mucho tiempo que los animales deseaban averiguar a qué sabía
la luna. ¿Sería dulce o salada? Tan solo querían probar un pedacito. Por las
noches, miraban ansiosos hacia el cielo. Se estiraban e intentaban cogerla,
alargando el cuello, las piernas y los brazos. Pero todo fue en vano, y ni el
animal más grande pudo alcanzarla.

Un buen día, la pequeña tortuga decidió subir a la montaña más alta


para poder tocar la luna. Desde allí arriba, la luna estaba más cerca; pero
la tortuga no podía tocarla. Entonces, llamó al elefante.

― Si te subes a mi espalda, tal vez lleguemos a la luna.

Esta pensó que se trataba de un juego y, a medida que el elefante se


acercaba, ella se alejaba un poco. Como el elefante no pudo tocar la luna,
llamó a la jirafa.

― Si te subes a mi espalda, a lo mejor la alcanzamos.

Pero al ver a la jirafa, la luna se distancio un poco más. La jirafa


estiró y estiró el cuello cuanto pudo, pero no sirvió de nada. Y llamó a la
cebra.

― Si te subes a mi espalda, es probable que nos acerquemos más a


ella.

La luna empezaba a divertirse con aquel juego, y se alejó otro


poquito. La cebra se esforzó mucho, mucho, pero tampoco pudo tocar la
luna. Y llamó al león.

― Si te subes a mi espalda, quizá podamos alcanzarla.

Pero cuando la luna vio al león, volvió a subir algo más. Tampoco esta
vez lograron tocar la luna, y llamaron al zorro.

― Verás cómo lo conseguimos si te subes a mi espalda ― dijo el león.


CUENTOS PARA CONTAR
Al avistar al zorro, la luna se alejó de nuevo. Ahora solo faltaba un
poquito de nada para tocar la luna, pero esta se desvanecía más y más. Y el
zorro llamó al mono.

― Seguro que esta vez lo logramos. ¡Anda, súbete a mi espalda!

La luna vio al mono y retrocedió. El mono ya podría oler la luna, pero


de tocarla, ¡ni hablar! Y llamó al ratón.

― Súbete a mi espalda y tocaremos la luna.

Esta vio al ratón y pensó:

― Seguro que un animal tan pequeño no podrá cogerme. Y como


empezaba a aburrirse con aquel juego, la luna se quedó justo donde estaba.
Entonces, el ratón subió por encima de la tortuga, del elefante, de la
jirafa, de la cebra, del león, del zorro, del mono y… ...de un mordisco,
arrancó un trozo pequeño de luna. Lo saboreó complacido y después fue
dando un pedacito al mono, al zorro, al león, a la cebra, a la jirafa, al
elefante y a la tortuga. Y la luna les supo exactamente a aquello que más le
gustaba a cada uno.

Aquella noche, los animales durmieron muy, muy juntos.

El pez, que lo había visto todo y no entendía nada, dijo:

― ¡Vaya, vaya! Tanto esfuerzo para llegar a esa luna que está en el
cielo. ¿Acaso no verán que aquí, en el agua, hay otra más cerca?
CUENTOS PARA CONTAR
EL GANSO DE ORO

Había una vez un hombre que tenía tres hijos. El más joven se
llamaba Bobalicón, y lo despreciaban y se burlaban de él, apartándolo en
toda ocasión.
Sucedió que el mayor tuvo que ir al bosque a cortar leña y antes de
que partiera le dio su madre un rico pastel de huevo y una botella de vino
para que no pasara hambre ni sed.
Cuando llegó al bosque, se tropezó con un viejo hombrecillo gris,
que le deseó buenos días y dijo:
- Dame un trozo de ese pastel que llevas en el bolsillo y déjame beber
un trago de vino, pues estoy hambriento y sediento.
Sin embargo, el hijo sensato dijo:
-Si te doy pastel y vino, me quedaré yo sin ello. ¡Sigue tu camino!
Dejó plantado al hombrecillo y prosiguió andando. Empezó a cortar el
árbol, pero pronto dio un golpe mal dado, y la rama le dio en el brazo, de
modo que tuvo que regresar a casa y dejarse curar. La culpa la tenía el
hombrecillo gris.
A continuación fue el hijo segundo al bosque y la madre le dio, como
al mayor, un pastel de huevo y una botella de vino. También éste se
encontró con el viejo hombrecillo gris, que le pidió un trocito de pastel y un
trago de vino. Pero el segundo contestó también muy razonablemente:
-Si te lo doy, me quedo yo sin ello. ¡Sigue tu camino!
Dejó al hombrecillo y siguió su camino. El castigo no se hizo esperar;
no había dado más que unos pocos hachazos, cuando se golpeó la pierna y
tuvo que ser llevado a casa.
Entonces dijo Bobalicón:
-Padre, déjame ir a cortar leña.
El padre contestó:
-Tus hermanos se han hecho daño, así que déjalo ya. Tú no entiendes
nada de esto.
Pero Bobalicón insistió tanto, que finalmente el padre dijo:
—Anda, ve; ya aprenderás a fuerza de golpes.
La madre le dio un pastel que había hecho con agua en la ceniza, y
además cerveza agria. Cuando llegó al bosque, se tropezó de nuevo con el
viejo hombrecillo gris, que le saludó y dijo:
CUENTOS PARA CONTAR
-Dame un trozo de pastel y un trago de vino de tu botella, pues tengo
mucha hambre y sed.
Bobalicón respondió:
-Sólo tengo un pastel de ceniza y cerveza agria, pero si te apetece,
sentémonos y comamos.
Cuando se sentaron y Bobalicón sacó su pastel de ceniza y su cerveza
agria, éste era un exquisito pastel de huevo, y la cerveza ácida un buen
vino. Comieron y bebieron y luego dijo el hombrecillo:
-Como tienes buen corazón y te gusta dar de lo tuyo, te voy a
conceder una gracia. Allí hay un árbol viejo, tálalo y encontrarás algo en
sus raíces.
Dicho esto, el hombrecillo se despidió. Bobalicón se dirigió hacia el
árbol, lo taló y, cuando éste cayó, había en la raíz un gran ganso que tenía
las plumas de oro puro. Lo sacó de allí, llevándoselo consigo y se dirigió
a una posada para pasar la noche.
El posadero tenía tres hijas, que, al ver el ganso, sintieron curiosidad
por saber qué clase de pájaro maravilloso era aquél, y les hubiera gustado
tener una de sus plumas de oro. La mayor pensó:
-«Ya tendréocasión de arrancarle una pluma.»
Y en un momento en que Bobalicón salió al exterior, cogió al ganso por
un ala, pero el dedo y la mano se le quedaron allí pegados. Poco después llegó
la segunda, que no tenía otro pensamiento que coger una pluma de oro; pero
apenas tocó a su hermana, se quedó pegada a ella. Finalmente llegó la
tercera con las mismas intenciones. Entonces gritaron las otras:
-¡No te acerques, por Dios, no te acerques!
Pero ella no entendió por qué no tenía que acercarse y pensó:
-«Si ellas están ahí, también puedo estarlo yo», y se acercó dando
saltos; pero apenas había tocado a su hermana se quedó pegada a ella.
Así que tuvieron que pasar la noche con el ganso. A la mañana
siguiente cogió Bobalicón el ganso en brazos sin preocuparse de las tres
jóvenes que estaban allí pegadas. Tenían que correr detrás de él, a la
derecha o a la izquierda, según se le ocurriera a él. En medio del campo se
encontraron con el párroco y, cuando éste vio el cortejo, dijo:
-¿Pero no os da vergüenza, muchachas indecentes, seguir así a
un joven por el campo? ¿Creéis que eso está bien?
CUENTOS PARA CONTAR
Al decir esto cogió a la más joven de la mano y quiso retenerla, pero
se quedó igualmente pegado y tuvo que correr también detrás.
-Poco después llegó el sacristán y vio al señor párroco seguir a las
jóvenes. Se asombró y gritó:
-¡Ay, señor párroco! ¿Adónde va con tanta prisa? No olvide que hoy
todavía tenemos un bautizo.
Se dirigió hacia él y le cogió por la manga, quedando también allí
pegado.
Iban los cinco corriendo uno tras otro, cuando se aproximaron dos
campesinos con sus azadones. El párroco les gritó y pidió que por favor lo
liberaran a él y al sacristán. Pero apenas habían tocado al sacristán, se
quedaron allí pegados y de ese modo ya eran siete los que corrían tras
Bobalicón y el ganso.
En esto llegó a una ciudad en la que gobernaba un rey que tenía una
hija tan seria, que nadie era capaz de hacerla reír. Por esta razón había
promulgado una ley en la que se decía que el que lograse hacerla reír se
casaría con ella.
Cuando Bobalicón lo supo, fue con su ganso y su séquito a presentarse
ante la hija del rey y, al ver ella a los siete correr sin parar uno tras otro,
comenzó a reír a carcajadas sin cesar. Entonces Bobalicón la pidió por
novia, pero al rey no le gustó el yerno, puso toda clase de trabas y dijo que
primero tendría que traer un hombre que pudiera beberse una bodega llena
de vino.
Bobalicón pensó que seguramente el hombrecillo gris le podría
ayudar; salió al bosque y en el lugar en el que había talado el árbol se
encontró sentado a un hombre cariacontecido. Bobalicón le preguntó qué le
pasaba y él contestó:
-Tengo una sed enorme y no puedo apagarla; el agua fría no puedo
soportarla y ya he vaciado un tonel de vino, ¿pero qué es una gota en una
piedra ardiente?
-Yo puedo ayudarte —dijo Bobalicón—. Ven conmigo y podrás
saciarte.
Luego lo condujo a la bodega del rey y el hombre se inclinó sobre los
grandes toneles y bebió y bebió, de tal manera que parecía que iba a
reventar, pero no había pasado un día cuando se había bebido toda la
bodega.
CUENTOS PARA CONTAR
Bobalicón exigió de nuevo a su novia, pero al rey le molestaba que un
mozo tan zafio, al que todo el mundo llamaba Bobalicón, tuviera que
llevarse a su hija, y puso nuevas condiciones; en primer lugar tendría que
buscar un hombre que pudiera comerse una montaña de pan.
Bobalicón no se lo pensó dos veces; se dirigió directamente al bosque
y allí, en el mismo sitio, estaba sentado un hombre que se ataba
fuertemente el cuerpo con una correa, y con cara de mal humor decía:
-Me he comido ya un horno lleno de pan rallado, ¿pero qué es eso
cuando tienes un hambre tan grande como tengo yo? Mi estómago está
vacío y me tengo que atar si no quiero morirme de hambre.
Bobalicón se alegró y dijo:
-Desátate y vente conmigo, que te hartarás de comer.
Lo llevó a la corte del rey, que había acumulado toda la harina del
reino y hecho cocer con ella un enorme monte. El hombre del bosque se
colocó ante él, empezó a comer, y en un día había desparecido el monte.
Bobalicón exigió por tercera vez a su novia; el rey buscó aún otro
pretexto y exigió un barco que pudiera viajar por tierra y por mar:
-En el momento en que llegues con las velas desplegadas —dijo—
tendrás a mi hija por esposa.
Bobalicón se fue derecho al bosque y allí estaba sentado el viejo
hombrecillo gris, al que él le había dado su pastel, y dijo:
-He comido y bebido por ti y también te daré el barco. Todo esto lo
hago porque fuiste compasivo conmigo.
Entonces le dio el barco que iba por tierra y por mar y cuando el rey
lo vio ya no pudo seguir negándole a su hija. Cuando Bobalicón y la princesa
se vieron no se cayeron bien y, allí mismo, decidieron que era mejor seguir
cada cual por su camino y verse de vez en cuando para reírse un poco
recordando aquella hilera de locos que se quedaron pegados unos a otros
por coger lo que no era suyo. Así lo hicieron.
Aquí termina este cuento
Con pan y pimiento
Y con su ganso de oro dentro.
CUENTOS PARA CONTAR
EL GALLO KIRIKO

Esta es la verdadera historia del gallo Kiriko que iba a la boda del tío
Perico, y en el camino encontró una boñiga de burro que tenía muchos
granos de cebada. Kiriko tenía mucha hambre, y era muy goloso.

-"¿Qué hago, si la pico me mancharé el pico y no podré ir a la boda del


tío Perico? ¿Qué hago, pico o no pico?, ¿pico o no pico?, ¿pico o no pico?",-
y al final picó, y claro, su pico se manchó.

Andando, andando se encontró a una hierba, y le pidió:

—Hierba, hierbita, límpiame el pico que me lo he manchado y no puedo


ir a la boda del tío Perico.

Y le contestó la hierba:

—¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró a una cabra y le pidió:

—Cabra, comete la hierba, que no quiere limpiarme el pico que me lo


he manchado y no puedo ir a la boda del tío Perico.

Y le contestó la cabra:

—¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró a un lobo y le pidió:

—Lobo, mata a la cabra, que no quiere comerse la hierba, que no


quiere limpiarme el pico que me lo he manchado y no puedo ir a la boda del
tío Perico.

Y el lobo le dijo:

—¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró a un perro y le pidió:


CUENTOS PARA CONTAR
—Perro, muerde al lobo que no quiere matar a la cabra, que no quiere
comerse la hierba, que no quiere limpiarme el pico, que me lo he manchado
y no puedo ir a la boda del tío Perico.

Y el perro le dijo:

—¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró a un palo y le pidió:

—Palo, pégale al perro, que no quiere morder al lobo, que no quiere


matar a la cabra, que no quiere comerse la hierba, que no quiere limpiarme
el pico, que me lo he manchado y no puedo ir a la boda del tío Perico.

Y el palo dijo:

—¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró un fuego y le pidió:

—Fuego, quema al palo, que no quiere pegarle al perro, que no quiere


morder al lobo, que no quiere matar a la cabra, que no quiere comerse la
hierba, que no quiere limpiarme el pico, que me lo he manchado y no puedo
ir a la boda del tío Perico.

Y el fuego le dijo:

— ¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró un charco y le pidió:

—Agua, apaga el fuego, que no quiere quemar al palo, que no quiere


pegarle al perro, que no quiere morder al lobo, que no quiere matar a la
cabra, que no quiere comerse la hierba, que no quiere limpiarme el pico, que
me lo he manchado y no puedo ir a la boda del tío Perico.

Y el agua le dijo:

— ¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!


CUENTOS PARA CONTAR
Andando, andando se encontró un burro y le pidió:

—Burro, bébete el agua, que no quiere apagar el fuego, que no quiere


quemar el palo, que no quiere pegarle al perro, que no quiere morder al
lobo, que no quiere matar a la cabra, que no quiere comerse la hierba, que
no quiere limpiarme el pico, que me lo he manchado y no puedo ir a la boda
del tío Perico.

Y el burro le dijo:

— ¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró un cuchillo y le pidió:

—Cuchillo, pincha al burro, que no quiere beberse el agua, que no


quiere apagar el fuego, que no quiere quemar el palo, que no quiere pegarle
al perro, que no quiere morder al lobo, que no quiere matar a la cabra, que
no quiere comerse a la hierba, que no quiere limpiarme el pico, que me lo he
manchado y no puedo ir a la boda del tío Perico.

Y el cuchillo le dijo:

— ¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando, andando se encontró a un herrero y le pidió:

—Herrero, rompe el cuchillo, que no quiere pinchar al burro, que no


quiere beberse el agua, que no quiere apagar el fuego, que no quiere
quemar el palo, que no quiere pegarle al perro, que no quiere morder al
lobo, que no quiere matar a la cabra, que no quiere comerse la hierba, que
no quiere limpiarme el pico, que me lo he manchado y no puedo ir a la boda
del tío Perico.

Y el herrero le dijo:

— ¡No quiero! ¡No habértelo ensuciado, so gallo marrano!

Andando andando se encontró a la muerte y le pidió:


CUENTOS PARA CONTAR
—Muerte, llévate al herrero, que no quiere romper el cuchillo, que no
quiere pinchar al burro, que no quiere beberse el agua, que no quiere
apagar el fuego, que no quiere quemar el palo, que no quiere pegarle al
perro, que no quiere morder al lobo, que no quiere matar a la cabra, que no
quiere comerse a la hierba, que no quiere limpiarme el pico, que me lo he
manchado y no puedo ir a la boda del tío Perico.

Y la muerte le dijo:

—Muy bien. Lo haré.

Entonces la muerte se fue a llevar al herrero, que se salió corriendo


a romper el cuchillo, que brincó a pinchar al burro, que trotó a beberse al
agua, que fluyó a apagar al fuego, que voló a quemar al palo, que rodó a
pegarle al perro, que corrió morder al lobo, que saltó a matar a la cabra,
que brincó a comerse la hierba, que deprisa, deprisa, le limpió el pico al
gallo Kiriko, para que fuese a la boda del tío Perico. Pero como se había
entretenido tanto, llegó tarde cuando ya no quedaba carne y cuando vieron
un gallo tan hermoso... Corriendo lo mataron y a la olla lo echaron. Y todos
comieron y a mí no me dieron.

LOS TRES CERDITOS (VERSIÓN)


CUENTOS PARA CONTAR
Por S. Lobo
Seguro que todos conocen el cuento de los tres cerditos.
O al menos creen que lo conocen. Pero les voy a contar un secreto.
Nadie conoce la verdadera historia porque nadie ha escuchado mi versión
del cuento.

Yo soy el lobo Silvestre B. Lobo.


Pueden llamarme Sil.
No sé cómo empezó todo este asunto del lobo feroz,
pero es todo un invento.

A lo mejor, el problema es lo que comemos.


Y bueno, no es mi culpa que los lobos coman animalitos tiernos,
Tales como conejitos, ovejas y cerdos. Así es como somos.
Si las hamburguesas con queso fueran tiernas, la gente pensaría que
ustedes son feroces también.

Pero como les decía, todo este asunto del lobo feroz es un invento.
La verdadera historia es la de un  estornudo y una taza de azúcar.

Hace mucho, en el tiempo de "Había una vez", yo estaba preparando una


torta de cumpleaños para mi querida abuelita.
Tenía un resfriado terrible.
Y me quedé sin azúcar.

De manera que caminé hasta la casa de mi vecino para pedirle una taza de
azúcar. Pues bien resulta que este vecino era un cerdito. Y además, no era
demasiado listo, que digamos. Había construido su casa toda de paja. ¿Se
imaginan? ¿Quién con dos dedos de frente construiría una casa de paja?
CUENTOS PARA CONTAR
Desde luego, tan pronto como toqué a la puerta, se derrumbó. Yo no quería
meterme en la casa de alguien así como así. Por eso llamé:
- Cerdito, cerdito, ¿estás en casa?
Nadie respondió. Estaba a punto de regresar a mi casa sin la taza de
azúcar para la torta de cumpleaños de mi querida abuelita.

Entonces me empezó a picar la nariz.


Sentí que iba a estornudar.
Soplé.
Y resoplé.
Y lancé un tremendo estornudo

¿Y saben lo que pasó? La dichosa casa de paja se vino abajo. Y allí, en


medio del montón de paja, estaba el primer cerdito, bien muertecito.
Había estado en la casa todo el tiempo.

Me pareció una lástima dejar una buena cena de jamón tirada sobre la paja.
Por eso me lo comí.
Piensen lo que harían ustedes si encontraran una hamburguesa con queso.

Me sentí un poco mejor. Pero todavía me faltaba mi taza de azúcar.


De manera que me dirigí a la casa de mi siguiente vecino.
Este vecino era el hermano del primer cerdito.
Era un poco más inteligente, pero no mucho.
Había construido su casa con palos de madera.

Toqué el timbre en la casa de madera.


Nadie contestó.
Llamé:
- Señor Cerdo, señor Cerdo, ¿está usted ahí?
Me contestó a los gritos:
CUENTOS PARA CONTAR
- Vete lobo. No puedes entrar. Me estoy afeitando el hocico.

Apenas había puesto mi mano en el picaporte de la puerta cuando sentí que


venía otro estornudo.
Soplé. Y resoplé. Y traté de taparme la boca, pero lancé un tremendo
estornudo.

Y no lo van a creer, pero la casa de este individuo también se vino abajo


como la de su hermano.
Cuando el polvo se disipó, allí estaba el segundo cerdito: bien muertecito.
Palabra de lobo.

No necesito recordarles que la comida


se echa a perder si se la deja al aire libre
Por eso hice lo único que podía hacerse:
Cené otra vez.

¿Acaso ustedes no se hubieran comido una hamburguesa con queso?


Me empecé a sentir horriblemente lleno.
Pero estaba mejor del resfriado.
Y todavía no había conseguido esa taza de azúcar
para la torta de cumpleaños de mi
querida abuelita.

De manera que me dirigí a la siguiente casa


Resultó ser el hermano del primer y del segundo cerdito.
Debe haber sido el genio de la familia.
Había construido su casa con ladrillos.

Toqué en la casa de ladrillos. Nadie contestó.


CUENTOS PARA CONTAR
Llamé:
- Señor Cerdo, señor Cerdo, ¿está usted ahí?
¿Y saben lo que me contestó ese puerquito grosero?
- ¡Fuera de aquí, Lobo! ¡No molestes más!

¡Vaya falta de modales! Probablemente tenía un saco de azúcar lleno.


Y ni siquiera quería darme una tacita para la torta de cumpleaños de mi
querida abuelita. ¡Qué cerdo! Estaba a punto de regresar a casa y quizás
hacer una tarjeta de cumpleaños en vez de una torta, cuando sentí
nuevamente mi resfriado. Soplé. Y resoplé. Y estornudé una vez más.
Entonces el tercer cerdito gritó: 
- ¡Y que tu querida abuelita se siente en un alfiler!

Normalmente soy un tipo muy tranquilo. Pero cuando alguien habla así
de mi querida abuelita, pierdo un poquito la cabeza. Por supuesto, cuando
llegó la policía, yo estaba tratando de tumbar la puerta del cerdito. Y en
todo el tiempo seguí soplando y resoplando, estornudando, armando un
verdadero escándalo. 

El resto, como dicen, es historia.

Los periodistas se enteraron de los dos cerditos que había cenado.


Pensaron que la historia de un pobre enfermo que iba a pedir una taza de
azúcar no era muy interesante. De manera que se les ocurrió todo eso de
"soplidos y resoplidos y te tumbo tu casa". Y me convirtieron en el Lobo
Feroz.
Y eso es todo. La verdadera historia.
Me hicieron trampa.

Pero tal vez tú puedas prestarme una taza de azúcar.

FIN
JUAN Y LA HABICHUELA MÁGICA
CUENTOS PARA CONTAR
La madre de Juan dijo:

"Se acabó. No queda un chavo en casa... Y digo yo que en el mercado,


echándole tupé, podrás vender la vaca, conque ve y cuenta allí lo sana que
es la Juana, aunque tú y yo sepamos que es anciana".

Se fue Juan con la vaca y volvió luego diciendo:

-"¡Madre, cómo les di el pego! Jamás habrá un negocio tan redondo


como el que hizo tu Juan".

-"¡Mira el sabihondo! Seguro que tu trato es un desastre y que te ha


dado el timo algún pillastre...".

Mas cuando Juan, con gesto artero y pillo, extrajo una habichuela del
bolsillo su madre saltó un cuádruple mortal, se puso azul y le gritó:

-"¡Animal! ¿Te has vuelto loco? Dime, tarambana, ¿te han dado una
habichuela por la Juana? ¡Te mato!", y tiró al huerto la habichuela, agarró a
Juan y le atizó candela con la mangueta de la aspiradora zurrándole lo
menos media hora.

A las diez de la noche, sin embargo, la alubia empezó a echar un tallo


largo, tan largo que la punta se perdía entre las nubes cuando llegó el día.
Juanito gritó:

-"¡Madre, echa un vistazo y dime si ayer no hice un negociazo!".

La madre dijo:

"¡Calla, pasmarote! ¿Acaso da habichuelas ese brote que pueda yo


meter en el puchero? ¡No agotes mi paciencia, majadero!".

-"¡Por Dios, mamá, que no hablo de semillas! ¿No ves que es de oro?
¡Mira cómo brilla!".
CUENTOS PARA CONTAR
¡Cuánta razón tenía el rapazuelo! Allá afuera, estirándose hasta el
cielo, brillaba una alta torre de hojas de oro más imponente que el mayor
tesoro. La madre de Juanito, espeluznada, pegó otro brinco y dijo:

-"¡Qué burrada! Hoy mismo compro un Rolls, me voy a Ibiza y abro


una cuenta en una banca suiza. ¡Vamos, mastuerzo, tráeme las que puedas y
las que no sean de oro te las quedas!".

Y Juan, sin atreverse a vacilar, trepó por la habichuela sin tardar,


ganando altura, no preguntéis cuánta: hasta alcanzar la punta de la planta.
Mas una vez allí ocurrió una cosa de lo más espantable y horrorosa: se
levantó un estruendo tremebundo como si se acercara el fin del mundo y
habló una voz terrible, muy cercana, que dijo:

-"¡Estoy oliendo a carne humana!-".

Juanito se dio un susto de caballo y sin pensarlo más bajó del tallo.

-"¡Ay, madre!, si lo sé yo no te escucho, que arriba hay un señor que


grita mucho, que yo lo he visto, y me parece injusto subir y que me peguen
otro susto...! Es un gigante. Y anda bien de olfato".

-"¡Qué tonterías dices, mentecato!".

-"Me olió sin verme, madre, te lo juro. Es un gigante enorme, estoy


seguro...".

-"Naturalmente que te olió, marrano, que no te duchas más que en


verano y apestas como un chivo y no obedeces por más que te lo mande
cien mil veces...".

Juan respondió:

-"Mamá, ¿por qué no subes, ya que eres tan valiente, hasta las nubes
tú misma?"

Ella dijo:
CUENTOS PARA CONTAR
-"¡Desde luego! Yo sin luchar a tope no me entrego".

Se arremangó las faldas y de un salto tomó la enorme planta por


asalto y se perdió en sus hojas, mientras Juan dudaba del buen éxito del
plan, temiendo que el tufillo mareante de su mamá enfadara a aquel
gigante.

Mirando arriba estaba... hasta que un ruido que no esperaba, más bien
un chasquido terrible, y una voz desde la altura llegaron a su oído:

-"¡Estaba dura y le sobraban huesos, pero al menos los dos muslitos


me han sabido buenos!-".

-"¡Atiza! -exclamó Juan-. ¡Ese chiflado se merendó a mi madre de un


bocado! -Olfateó- ya lo decía yo. Ese tufillo horrible...". Y contempló la
inmensa planta de oro: "¡Mala suerte! Tendré que enjabonarme y frotar
fuerte para poder pasar por inodoro si quiero reincidir en lo del oro".
Conque se dirigió al cuarto de baño por la primera vez en aquel año, gastó
siete champús, doce jabones y se llenó los pelos de lociones, se cepilló las
muelas y los dientes y se dejó las uñas relucientes.

Volvió luego a la planta nuestro chico y allí arriba seguía, hecho un


borrico, sorbiéndose los mocos y escupiendo, nuestro gigante bárbaro y
horrendo:

-"¡No estoy oliendo a nada por ahora!-", gruñía sordamente.

Varias horas esperó Juan. Por fin cayó dormido el monstruo, y el


muchacho, sin un ruido, hizo cosecha de oro a troche y moche y durmió
billonario aquella noche.

-"Bañarse, -dijo-, es algo muy seguro. Me daré un baño al mes en el


futuro".
CUENTOS PARA CONTAR
LA RATITA PRESUMIDA

Érase una vez una ratita que barría la escalera de su casita. Cantaba
feliz y cuando terminaba en el suelo vio una cosa que brillaba.

-¡Oh! ¡Una moneda! ¡Qué buena estrella! ¿Qué me podré comprar con
ella? Si me compro piñones crujientes, ¡ay, mis pequeños dientes! Y si me
compro habichuelas, ¡ay, mis pequeñas muelas!

Y la ratita barría y barría pensando qué compraría.

-¡Ya sé!, con la moneda me compraré un lacito, un lacito rosa de seda


hermosa. Si me lo pongo en la cabeza me pesará. Si me lo pongo en la
cintura me apretará. Si me lo pongo en el pie tropezaré. ¡Ya sé!, me lo
pondré en la colita y seré la más bonita de todas las ratitas.

Y se asoma a la puerta de su casa a presumir por si alguien pasa.


Moviendo su rabo fino pasa el perro, su vecino, y le dice muy ladino:

- ¡Ay, ratita, ratita, nunca te vi tan bonita! De corazón te lo digo,


¿quieres casarte conmigo?

- Para poderme casar, perrito, perrito, antes quiero tu voz escuchar.

- Guau, guau, guau, guau

- ¡Ay, no, no, casarme no puedo, tu voz me da miedo!

Y el perro, en vez de oír palabras tiernas, se fue con el rabo entre las
piernas.

Al cabo de poco rato, muy cachazudo y sensato, se le acerca el señor


pato:

- ¡Ay, ratita, ratita, nunca te vi tan bonita! De corazón te lo digo,


¿quieres casarte conmigo?

- Para poderme casar, patito, patito, antes quiero tu voz escuchar.


CUENTOS PARA CONTAR
- Cuac-cuac-cuac-cuac

- ¡Ay, no, no, casarme no puedo, tu voz me da miedo!

Y el pato, que era un vago, se fue a nadar al lago.

Un asno de piel oscura, que enseña su dentadura, a la ratita asegura:

- ¡Ay, ratita, ratita, nunca te vi tan bonita! De corazón te lo digo,


¿quieres casarte conmigo?

- Para poderme casar, burrito, burrito, antes quiero tu voz escuchar.

- Hiii-hooo-hiii-hooo

- ¡Ay, no, no, casarme no puedo, tu voz me da miedo!

Y el asno muy triste se aleja moviendo sus grandes orejas.

Con su cresta triunfal y su andar tan señorial pasa el gallo del corral:

- ¡Ay, ratita, ratita, nunca te vi tan bonita! De corazón te lo digo,


¿quieres casarte conmigo?

- Para poderme casar, gallito, gallito, antes quiero tu voz escuchar.

-Kikirikí-kikirikí

- ¡Ay, no, no, casarme no puedo, tu voz me da miedo!

Y el gallo se fue a su gallinero y se quedó soltero.

Un gato muy educado baja entonces del tejado. Brillan sus verdes
ojillos y tiemblan sus bigotillos.

- ¡Ay, ratita, ratita, nunca te vi tan bonita! De corazón te lo digo,


¿quieres casarte conmigo? Estoy loco por tu amor y tu lazo de color. Seré
el marido mejor.

- Para poderme casar, gatito, gatito, antes quiero tu voz escuchar.


CUENTOS PARA CONTAR
- Miau, miau, miau

- ¡Ay, sí, sí, casarme no me asusta porque tu voz me gusta. Pasa,


gatito, pasa y quédate en mi casa.

A la fiesta de la boda acudió la ciudad toda: patos, asnos y ratones,


gallos, gansos y terneras, y gallinas a montones que al lado de los fogones
hacían de cocineras. ¡Qué bullicio, qué contento celebrando el casamiento!
Al final, para rematar la fiesta empezó a tocar la orquesta.

- Ay, ratita, ratita, ¡qué bonita estás! Acércate un poco más.

- ¿Me quieres, vida mía?

- A besos te comería. Ven, te daré un beso suave Y ya verás qué bien


sabe. Y el besó tanto duró que el gato… se la comió.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

- ¡Un momento, un momento!

- ¿Qué pasa?

- ¡Eso no es cierto, eso no es cierto! ¡Así no termina el cuento!

- ¿Ah, no? ¿Y tú quién eres?

- ¡El grillo cri-cri! Yo soy el grillo cri-cri y yo soy amigo de la ratita sí,
sí y todos sabéis que los grillos tenemos una sierra en la patita. Y al cabo
de un rato, cuando dormía el gato, ris-ras, ris-ras, la panza le abrí… ¡y la
ratita está aquí!

- ¡Ay, grillito, grillito te estoy muy agradecida, me has salvado la vida,


tú serás mi maridito!

Y colorín, colorado, este cuento, ahora sí se ha acabado.


CUENTOS PARA CONTAR
DOÑA CARMEN (RESUMEN)

Doña Carmen, una tranquila anciana que vive en el campo, intenta dormir,
pero van llamando a su puerta distintos animales (ratón, gato, perro, cerdo,
vaca, burro, lobo) para pedirle cobijo, pues fuera tienen frío.

Así pasa toda la noche, abriendo la puerta y acomodando animales debajo


de su cama hasta que, cuando por fin se queda dormida, el gallo avisa de la
llegada del nuevo día.

LOS 7 CABRITOS Y EL LOBO

Autores: Hermanos Grimm

Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería
tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir
al bosque a buscar comida, de modo que llamó a sus siete cabritillos y les
dijo:

-Queridos hijos, voy a ir al bosque; tened cuidado con el lobo, porque


si entrara en casa os comería a todos y no dejaría de vosotros ni un
pellejito. A veces el malvado se disfraza, pero podréis reconocerlo por su
voz ronca y por sus negras manazas.

Los cabritos dijeron:

-Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros sabremos


cuidarnos.

Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada,


emprendió el camino hacia el bosque. No había pasado mucho tiempo,
cuando alguien llamó a la puerta, diciendo:

-Abrid, queridos hijos, que ha llegado vuestra madre y ha traído


comida para todos vosotros.
CUENTOS PARA CONTAR
Pero los cabritillos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que
era el lobo y exclamaron:

-No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y


agradable y la tuya es ronca. Tú eres el lobo.

Entonces el lobo fue en busca de un buhonero y le compró un gran


trozo de tiza. Se lo comió y así logró suavizar la voz.

Luego volvió otra vez a la casa de los cabritos y llamó a la puerta,


diciendo:

-Abrid, hijos queridos, que vuestra madre ha llegado y ha traído


comida para todos vosotros. Pero el lobo había apoyado una de sus negras
manazas en la ventana, por lo cual los pequeños pudieron darse cuenta de
que no era su madre y exclamaron:

-No abriremos; nuestra madre no tiene la manaza tan negra como tú.
Tú eres el lobo.

Entonces el lobo fue a buscar a un panadero y le dijo:

-Me he dado un golpe en la manaza; úntamela con un poco de masa. Y


cuando el panadero le hubo extendido la masa por la pezuña, se fue
corriendo a buscar al molinero y le dijo:

-Échame harina en la manaza.

El molinero pensó: «Seguro que el lobo quiere engañar a alguien», y se


negó a hacer lo que le pedía; pero el lobo dijo:

-Si no lo haces, te devoraré.

Entonces el molinero se asustó y le puso la manaza, y toda la pata,


blanca de harina. Sí, así son las personas. Por tercera vez fue el malvado
lobo hasta la casa de los cabritos, llamó a la puerta y dijo:
CUENTOS PARA CONTAR
-Abridme, hijitos, que vuestra querida mamá ha vuelto y ha traído del
bosque comida para todos vosotros. Los cabritillos exclamaron:

-Primero enséñanos la pezuña, para asegurarnos de que eres nuestra


madre.

Entonces el lobo enseñó su manaza-pezuña por la ventana y, cuando


los cabritos vieron que era blanca, creyeron que lo que había dicho era
cierto, y abrieron la puerta. Pero quien entró por ella fue el lobo. Los
cabritos se asustaron y corrieron a esconderse. El mayor se metió debajo
de la mesa; el segundo, en la cama; el tercero se escondió en la estufa; el
cuarto, en la cocina; el quinto, en el armario; el sexto, bajo el fregadero, y
el séptimo se metió en la caja del reloj de pared. Pero el lobo los fue
encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno detrás
de otro.

Pero el pequeño, el que estaba en la caja del reloj, afortunadamente


consiguió escapar. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó
muy despacio hasta un prado verde, se tendió debajo de un árbol y se
quedó dormido.

Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué
escena tan dramática apareció ante sus ojos! La puerta de la casa estaba
abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos, tirados por el suelo;
las mantas y la almohada, arrojadas de la cama, y el fregadero hecho
pedazos. Buscó a sus hijos, pero no pudo encontrarlos por ninguna parte.
Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie respondió. Hasta que, al
acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oír su melodiosa voz:

-Mamaíta, estoy metido en la caja del reloj.

La madre lo sacó de allí, y el pequeño cabrito le contó lo que había


sucedido, diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, de
milagro, no fue encontrado por el lobo. La mamá cabra lloró
desconsoladamente por sus pobres hijos. Luego, muy angustiada, salió de la
CUENTOS PARA CONTAR
casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado, encontró al lobo tumbado
junto al árbol, roncando tan fuerte que hasta las ramas se estremecían. Lo
miró atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado vientre, algo
se movía y pateaba.

-«¡Oh Dios mío! -pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía,
después de habérselos tragado en la cena?»

Entonces mandó al cabrito que fuera a la casa a buscar unas tijeras,


aguja e hilo. Luego ella abrió la barriga al monstruo y, nada más dar el
primer corte, el primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a
medida que seguía cortando, fueron saliendo dando brincos los seis
cabritillos, que estaban vivos y no habían sufrido ningún daño, pues el
monstruo, en su excesiva voracidad, se los había tragado enteros.

¡Aquello sí que fue alegría! Los cabritos se abrazaron a su madre y


saltaron y brincaron como un sastre celebrando sus bodas. Pero la vieja
cabra dijo:

-Ahora id a buscar unos buenos pedruscos. Con ellos llenaremos la


barriga de este maldito animal mientras está dormido.

Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se
las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con
hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada, y ni
siquiera se movió.

Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero,


como las piedras que tenía en la barriga le daban mucha sed, se dirigió
hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a andar y empezó a moverse,
las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo mucho
ruido. Entonces el lobo exclamó:

-¿Qué es lo que en mi barriga bulle y rebulle? Seis cabritos creí


haber comido, y en piedras se han convertido.
CUENTOS PARA CONTAR
Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras lo
arrastraron al fondo, ahogándose como un miserable. Cuando los siete
cabritos lo vieron, fueron hacia allá corriendo, mientras gritaban:

-¡El lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto!

Y, llenos de alegría, bailaron con su madre alrededor del pozo.

EL MEDIO POLLITO Y EL MEDIO REAL

Dos vecinas se pusieron de acuerdo para criar pollitos. Una puso la gallina
clueca y la otra los huevos. Pero de todos los huevos, sólo salió un pollito.

-¿Y ahora qué hacemos? –dijo una.


- Pues nada, nos lo partimos por la mitad –dijo la otra. Y así lo hicieron. Una
cogió su medio pollito, lo asó y se lo comió, pero a la otra le dio lástima y lo
echó al corral.
Escarbando, escarbando en el estercolero, el medio pollito se encontró
dinero. Exactamente un medio real de plata. A esto pasó por allí el hijo del
rey, y le dijo:

- Medio pollito, ¿por qué no me prestas tu medio real, que me quiero casar?
Dentro de un mes, yo te lo devolveré.
- De acuerdo – contestó el medio pollito – Pero que no se te olvide.
- Descuida. El rey siempre cumple su palabra.
Pero pasó un mes y el hijo del rey no volvió. Entonces el medio pollito
decidió ir al palacio a por su medio real.
Andando, andando se encontró un palomar, y las palomas le preguntaron:
CUENTOS PARA CONTAR
- Medio pollito, ¿adónde vas?
- Al palacio del rey, a por mi medio real. Si queréis venir conmigo… -

Y las palomas se fueron con él. Y andar y andar, volar y volar, dijeron las
palomas:
- Medio pollito, que nos cansamos.
- Pues meteros en mi medio culito. –Y allí se metieron.
Poco más adelante, se encontró con la zorra:

- Medio pollito, ¿adónde vas?


- No me comas, no me comas, que voy al palacio del rey a por medio real. Si
quieres venir conmigo… - Y la zorra se fue con él.
Al rato dijo:
- Medio pollito, que me canso.
- Pues métete en mi medio culito. – Y allí se metió.
Poco más adelante se encontró con el lobo:
- Medio pollito, medio pollito, ¿adónde vas?
-  No me comas, no me comas, que voy al palacio del rey a por mi medio
real. Si quieres venir conmigo… - Y el lobo se fue con el pollito. Al rato
dijo:
- Medio pollito, que me canso.
- Pues métete en mi medio culito. – Y allí se metió.
Un poco más adelante se encontró con un peñascal. Y dijo el medio pollito:
- Con tantas piedras me cansaré yo. Mejor será…
Y también se las metió donde ya sabemos. Pero no acabaron ahí las fatigas;
poco después llegó a un río:
- Si me meto, me ahogo; si vuelo, me caigo al agua. Mejor será… - Y se dio
media vuelta y también se sorbió todo el río por ese sitito.
Un poco más adelante se encontró con un toro:

- Medio pollito, ¿adónde vas?


- Al palacio del rey por mi medio real.
Si quieres venir conmigo… - Y el toro se fue con el medio pollito. Al rato
CUENTOS PARA CONTAR
dijo:
- Medio pollito, que me canso.
- Pues métete en mi culito. Y allí se metió.
Y así fue que llegó el medio pollito al palacio del rey. Llama a la puerta:
¡Pam, pam!
- ¿Quién es?
- Soy el medio pollito, que vengo a por mi medio real.
- ¿Y para qué lo quieres? – preguntó el rey.
- Para comprarme trigo.
- Ah, bueno, si es por eso… Yo tengo mucho trigo. ¡A ver que lo lleven al
granero y que se harte!
Lo llevaron al granero, y entonces dijo el medio pollito:
- Palomas, salid. –

Salieron las palomas y se comieron todo el trigo. Y el medio pollito decía:

-“¡Pío, pío, pío, quiero lo que es mío!”

Los criados fueron a avisar al rey:


- ¡Majestad, que el medio pollito nos ha dejado sin trigo!
- ¿Es posible? ¡Que lo echen al corral de los gallos de pelea! ¡Ja, ja,ja! –

Lo echaron al corral, y entonces el medio pollito dijo:


- ¡Zorra, sal! –

Y salió la zorra y en un santiamén se comió a todos los gallos. Y el medio


pollito decía:

-“¡Pío, pío, pío, quiero lo que es mío!”

Fueron a avisar al rey:


- Majestad, que el medio pollito se ha comido a todos los gallos de pelea!
- ¿Es posible? ¡Que lo echen a la cuadra con los potros si domar! –

Lo echaron a la cuadra, y entonces el medio pollito dijo:


- ¡Lobo sal! –
CUENTOS PARA CONTAR
Y salió el lobo y acabó con los potros en un momento. Y el medio pollito
decía:

-“¡Pío, pío, pío, quiero lo que es mío!”

Y los criados fueron a avisar al rey:


- ¡Majestad, que no quedan ni las pezuñas!
- ¡Pues ya me he cansado! ¡Que lo tiren al pozo!

Y lo tiraron al pozo, pero dijo el medio pollito:


- ¡Piedras del peñascal, salid por mi medio real!
Y salieron todas las piedras y taparon el pozo. Y decía el medio pollito:
-“¡Pío, pío, pío, quiero lo que es mío!”
- ¡Se acabaron las contemplaciones! – dijo el rey. -¡Al fuego con él!
Pero cuando lo iban a echar al fuego, dijo el medio pollito:
- ¡Rio, sal!
Y salió el río y apagó el fuego y lo inundó todo.
- ¡Pío, pío, pío, quiero lo que es mío!
- ¡A la plaza, que le peguen cuatro tiros! – dijo el rey.
Se juntó todo el mundo en la plaza y ya le iban a pegar cuatro tiros, cuando
dijo el medio pollito:
- ¡Toro sal!
Salió el toro como un vendaval, persiguió a todo el mundo y corneó a los
soldados del rey. En menos que canta un gallo entero, limpió la plaza y se
puso a correr detrás del rey, que gritaba:
- ¡Socorro, socorro! – Y el medio pollito:
- “¡Pío, pío, pío, quiero lo que es mío!”
- ¡Está bien, te daré tu medio real, pero dile a esta fiera que se pare!

Y consintió el medio pollito en que el toro se parara y cobró su medio real


de plata. Y colorín colorado éste medio cuento se ha acabado.
CUENTOS PARA CONTAR
MEDIO POLLITO Y MEDIO REAL

Érase una vez un buen hombre y una buena mujer que eran muy
desgraciados. Sólo tenían un huevo, nada más que un huevo para la
cena. Lo cortaron en dos y lo pusieron a hervir. El hombre se comió su
mitad pero la mujer no se comió la suya. La puso a incubar en su
chorrera y nació un medio pollo.
Un día que Medio Pollo escarbaba en el estiércol, encontró una bolsa
llena de oro. Y entonces se puso a cantar:
- ¡Quiquiriquí! ¡La bolsa y los escudos! ¡Quiquiriquí! ¡La bolsa y los
escudos!
Un trapero que pasaba por allí lo escuchó y cogió la bolsa.
Medio Pollo no quería quedarse así. Y gritó:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
Y el pollo siguió al buen hombre que se iba. De camino, de repente, vio
un enjambre de abejas. Las abejas le dijeron lo siguiente:
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Venid conmigo y lo sabréis.
- ¡Pero es que no podemos seguirte!
- Meteros en mi trasero y os llevaré.
Hete aquí a las abejas en el trasero del pollito y hete aquí que ya se
van. Un poco más lejos, vieron a un perro.
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
- Métete en mi trasero y te llevaré.
Hete aquí que se van un poco más lejos. ¿Y qué es lo que vieron? Un
zorro.
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
CUENTOS PARA CONTAR
- Métete en mi trasero y te llevaré.
Hete aquí que se van de nuevo. Un poco más lejos, vieron a un lobo.
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
- Métete en mi trasero y te llevaré.
En un momento dado, atravesaron un río. El río dijo:
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
- Métete en mi trasero y te llevaré.
El río se puso también en el trasero de Medio Pollo y llegaron a la
casa del hombre.
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
El hombre se lo explicó todo a su mujer. La mujer dijo:
- Esta noche lo pondremos a dormir con las gallinas. El gallo grande
sabrá cómo ponerlo en vereda. Y así lo hicieron.
A mitad de la noche, el gallo grande empezó a meterse con el pollito.
Medio Pollo, viéndose perdido, dijo:
- ¡Zorro, zorro, sal de mi trasero o estoy perdido!
El zorro salió y ¡zas! trató como convenía a todas las gallinas.
Al día siguiente, el hombre y la mujer escucharon al pollito en su
estercolero que decía:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
-¡Esto no puede ser! - dijeron - esta noche lo pondremos con el mulo.
Seguro que lo aplastará con sus patas.
Y así lo hicieron. Y el mulo daba vueltas y más vueltas y pataleaba. El
pollito viéndose perdido una vez más dijo:
- ¡Perro, perro, sal de mi trasero o estoy perdido!
CUENTOS PARA CONTAR
El perro salió y se puso a ladrar. Y el mulo rompió su cuerda y se
marchó corriendo.
Al día siguiente, el pollito estaba de nuevo en su estercolero y decía:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
- ¿Pero qué es lo que tenemos que hacer? ¡Maldito pollo! Vamos a
ponerlo esta noche con los corderos. ¡Seguro que el carnero lo va a
espachurrar!
Y así lo hicieron. Y a mitad de la noche, el carnero empezó a
empujarlo.
- ¡Lobo, lobo, sal de mi trasero o estoy perdido!
El lobo salió del trasero del pollito y se comió a todos los corderos.
Al día siguiente, el pollito en su estercolero decía:
-¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
- Bueno. Esta noche lo pondremos entre nosotros dos y lo ahogaremos.

Y así lo hicieron. Cuando acostaron al pollito entre ellos dos,


empezaron a apretarse para ahogarlo.
- ¡Abejas, abejas, salid de mi trasero o estoy perdido!
Las abejas salieron y empezaron a picar a aquellos pobres viejos que
no siguieron mucho rato en la cama.
Al día siguiente, el pollito, otra vez en el estercolero, decía:
-¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
- ¡Que el diablo se lleve al infierno a este pollo! - dijo el hombre -
Mira, precisamente el horno está caliente para la hornada de pan.
Esta noche lo pondremos a dormir allí.
Y así lo hicieron. Cuando se vio allí dentro, Medio Pollo dijo:
- ¡Río, río, sal de mi trasero o estoy perdido!
El río salió, y regó el fuego y lo apagó.
CUENTOS PARA CONTAR
Entonces dijo el pollito en su estercolero:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
Los viejos dijeron entonces:
- ¡Pues ya está bien, dejémosle marchar entonces!
Tiraron la bolsa por la ventana y dejaron marchar a Medio Pollo que se
fue y se fue por los campos. Y ya no lo vieron nunca más de los
jamases en la casa.

Yo pasé por el molino,


Me bebí un vaso de vino,
Me subí a la cola de un ratón,
Que era muy chillón,
¡Y colorín colorado,
Este cuento se ha acabado!

EL GATO CON BOTAS

Había un molinero que, al morir, dejó a sus tres hijos como única
herencia su molino, su burro y su gato. El reparto fue simple y no fue
necesario llamar ni al abogado ni al notario, que habrían consumido todo el
pobre patrimonio. El mayor recibió el molino y el segundo se quedó con el
burro; el hermano menor, a quien tocó sólo el gato, se lamentaba de su
mísera herencia:
—Mis hermanos —decía— podrán ganarse la vida convenientemente
trabajando juntos. Pero lo que es yo, después de comerme a mi gato y de
hacerme un par de guantes con su piel, me moriré de hambre sin remedio.
El gato escuchaba estas palabras pero se hacía el desentendido. De
pronto le dijo a su amo, en tono serio y pausado:
CUENTOS PARA CONTAR
—No os aflijáis, mi señor. Tan sólo proporcionadme una bolsa y un par
de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra
herencia no resulta tan pobre como ahora pensáis.
Aunque al oír esto el amo del gato no se hizo grandes ilusiones, lo
había visto dar tantas muestras de agilidad y astucia para cazar ratas y
ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina haciéndose el
muerto, que abrigó alguna esperanza de verse socorrido por él en su
miseria.
Cuando el gato obtuvo lo que había pedido, se colocó las botas y se
echó la bolsa al cuello, sujetándose los cordones de ésta con las dos patas
delanteras. Luego se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso
afrecho y hierbas en su saco y, tendiéndose en el suelo como si estuviese
muerto, aguardó a que algún conejo, poco versado aún en las trampas de
este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había
dentro. Apenas se había recostado el gato cuando vio cumplido su plan,
pues un atolondrado conejito se metió en el saco. Entonces, sin vacilar, el
maestro gato, tirando de los cordones, lo encerró y lo mató sin
misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo
hicieron subir a los aposentos de Su Majestad, donde al entrar hizo el gato
una elegante reverencia ante el rey, y le dijo:
—He aquí, Majestad, un conejo de campo que mi señor, el Marqués de
Carabás —había inventado ese nombre para su amo—, me ha encargado
obsequiaros de su parte.
—Puedes decirle a tu amo —respondió el rey— que se lo agradezco y
que su regalo me agrada mucho.
En otra ocasión el gato se ocultó en un trigal, dejando como siempre
su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró de los cordones
y las cazó a ambas.
Fue enseguida a ofrecerlas al rey, tal como había hecho con el conejo
de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que
le diesen de beber al emisario del Marqués de Carabás.
El gato continuó así durante dos o tres meses, llevándole de vez en
cuando al rey productos de caza de parte de su amo. Un día supo que el rey
iría a pasear a orillas del río con su hija, de quien se decía que era la
princesa más hermosa del mundo.
CUENTOS PARA CONTAR
—Si queréis seguir mi consejo —dijo el gato a su amo—, vuestra
fortuna está hecha. Sólo tenéis que bañaros en el río, en el sitio que yo os
indicaré, y de lo demás me encargaré yo.
El supuesto Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejaba, sin
imaginar de qué podría servirle aquello. Mientras se estaba bañando, pasó
por ahí el rey, y en ese momento el gato se puso a gritar con todas sus
fuerzas:
—¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando!

Al oír los gritos, el rey asomó la cabeza por la portezuela de su


carroza y, reconociendo al gato que tantas veces le había llevado sabrosas
piezas de caza, ordenó a sus guardias que acudieran sin dilación a socorrer
al Marqués de Carabás.
Mientras sacaban del río al pobre hijo del molinero, el gato se acercó
a la carroza y le explicó al rey que unos ladrones se habían llevado todas
las ropas de su amo mientras éste se bañaba, (el pícaro del gato las había
escondido bajo una enorme piedra), y que de nada había servido que el
Marqués y él mismo gritaran “¡al ladrón!” con toda la fuerza de sus
pulmones.
El rey ordenó a los encargados de su guardarropa que sin demora
fuesen al palacio en busca de las más bellas vestiduras para el señor
Marqués de Carabás. Luego el rey le hizo mil atenciones, y como el
hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que el joven
era apuesto y bien formado, la hija del rey lo encontró muy de su agrado.
Bastó que el Marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas
sumamente respetuosas, aunque disimuladamente tiernas, para que la
muchacha se enamorara perdidamente de él.
El rey lo invitó a que subiera a su carroza y lo acompañara en el
paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a dar resultado,
se adelantó a la comitiva y, encontrando un poco más allá a unos campesinos
que segaban un prado, les dijo:
—Buenos segadores, si no decís al rey que el prado que estáis
segando pertenece al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de
budín.
Por cierto que el rey preguntó a los segadores a quién pertenecía ese
prado que estaban segando.
CUENTOS PARA CONTAR
—Al señor Marqués de Carabás —dijeron a una sola voz, puesto que la
amenaza del gato había surtido efecto.
—Tenéis aquí una hermosa heredad —dijo el rey al Marqués de
Carabás.
—Veréis, Majestad, es una tierra que produce con abundancia todos
los años.
El maestro gato, que iba siempre delante, encontró luego a unos
campesinos que cosechaban, y les dijo:
—Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos
campos pertenecen al Marqués de Carabás, os haré picadillo como carne de
budín.
Momentos después pasó por allí el rey, y quiso también saber a quién
pertenecían los campos que veía.
—Son del señor Marqués de Carabás —contestaron los campesinos, y
nuevamente el rey felicitó al Marqués.
El gato, que seguía delante de la carroza, iba diciendo siempre lo
mismo a todos cuantos encontraba, de modo que luego el rey se mostraba
verdaderamente asombrado ante las innumerables riquezas que poseía el
señor Marqués de Carabás.
Finalmente el maestro gato llegó frente a un hermoso e imponente
castillo. Su dueño era el ogro más rico y poderoso del que jamás se hubiera
tenido noticia, pues todas las tierras por donde había pasado la comitiva
real pertenecían, en realidad, a este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era
este ogro y de ciertos prodigios que era capaz de hacer, solicitó hablar
con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin
tener el honor de hacerle una reverencia.
El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro, y
tras beber una copa de vino lo invitó a descansar.
—Me han asegurado —dijo de pronto el gato— que vos tenéis el don
de convertiros en cualquier clase de animal. Que podéis, por ejemplo,
transformaros en un león o en un elefante.
—Cierto es —respondió el ogro con brusquedad—, y para demostrarlo
os haré ver cómo me convierto en león.
Tanto se asustó el gato al ver ante sus narices a un león melenudo y
rugiente, que en un abrir y cerrar de ojos se trepó a las canaletas del
CUENTOS PARA CONTAR
techo, no sin riesgo a causa de las botas, que no eran lo más apropiado para
andar por los tejados.
Un rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma
habitual, bajó y confesó a su anfitrión que había tenido realmente mucho
miedo.
—Me han asegurado además —agregó el gato—, pero esto sí que no
puedo creerlo, que vos tenéis asimismo el poder de transformaros en el
más pequeño de los animales; por ejemplo, que podéis convertiros en un
ratón. Os confieso que esto sí que me parece imposible.
—¿Imposible? —repuso el ogro—. Ya lo veréis.
Y al decir esto se transformó en un ratón que se lanzó a corretear
por el piso. Ni corto ni perezoso, el gato se le echó encima y de un solo
bocado se lo tragó.
Entretanto el rey, que al pasar por esos parajes había visto el
hermoso castillo del ogro, quiso entrar en él. Al oír el ruido del carruaje
que atravesaba el puente levadizo, el gato corrió adelante y le dijo al rey:
—Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor Marqués de
Carabás.
—¡Cómo, señor Marqués! —exclamó el rey—. ¡También este castillo os
pertenece! Nada he visto más bello que este patio y todos estos
majestuosos edificios que lo rodean. Hacedme el favor de mostrármelo por
dentro.
El Marqués ofreció su mano a la joven princesa y, siguiendo al rey que
iba primero, entró con ella a una gran sala donde encontraron servida una
magnífica cena. El ogro la había mandado preparar para unos amigos suyos
que vendrían a visitarlo ese mismo día; éstos, sin embargo, no se habían
atrevido a entrar al saber que el soberano se encontraba allí.
El rey, encantado con todas las buenas cualidades del señor Marqués
de Carabás —al igual que su hija, quien ya estaba loca de amor por él—, y
observando además los valiosos bienes que poseía, le dijo al joven, después
de haber bebido cinco o seis copas:
—Sólo dependerá de vos, señor Marqués, que seáis mi yerno.
Quedaron, sin fecha, apalabradas las bodas mientras los novios se
decidían y entre tanto, el gato se convirtió en un gran señor, y si alguna
vez volvió a correr tras las ratas no lo hizo sino como diversión.
CUENTOS PARA CONTAR

EPAMINONDAS Y SU MADRINA

“Una vez había en el sur de Norteamérica, una buena mujer negra,


que tenía un solo hijo. Como ella no podía darle nada muy hermoso, quiso
darle un gran nombre, y por eso le puso Epaminondas, que es el nombre de
un general griego.
Epaminondas, que era negrito, estaba muy orgulloso de llamarse así.
Todos los días iba a ver a su madrina, que vivía muy lejos del pueblo, y
siempre ella le hacía un regalito.
Un día le dio un pedazo de bizcocho muy tierno:
— No lo pierdas, Epaminondas — le dijo — llévalo bien apretado.
— Quédate tranquila, madrinita, que lo perderé — dijo Epaminondas.
Y apretó tanto, tanto, el puño, que cuando llegó a casa de su mamá
sólo le quedaba dentro de la mano un puñado de migas.
— ¿Qué traes ahí, Epaminondas, hijo mío? — dijo la madre que le
esperaba sentada a la puerta.
— Traigo un bizcocho, mamita.
— ¿Un bizcocho? ¡Dios te bendiga! ¿Pero qué has hecho del buen
sentido que yo te di al ser nacido? ¿Qué manera es esa de llevar un
bizcocho? La manera de llevar bizcocho, es envolverlo limpiamente en un
papel de seda, ponerlo dentro de la copa del sombrero, después poner el
sombrero en la cabeza, y venir tranquilamente a casa. ¿Has comprendido?
— Sí, mamita — dijo Epaminondas.
Al otro día volvió Epaminondas a casa de su madrina, y ella le regaló
un rollito de manteca, buena y fresca, recién hecha.
Epaminondas lo envolvió limpiamente en un papel de seda, lo puso
dentro de la copa del sombrero y se puso el sombrero en la cabeza. Era
verano, el sol calentaba mucho y la manteca se fue derritiendo y
escurriendo por todas partes. Así, cuando Epaminondas llegó a casa de su
mamá, ya no había manteca dentro del sombrero, sino que toda estaba
sobre la cara y la espalda de Epaminondas. La mamá, al verlo tan
churretoso, levantó los brazos al cielo.
— Dios te bendiga, hijo mío! ¿Qué traes ahí, Epaminondas?
— Manteca fresca, mamita.
CUENTOS PARA CONTAR
— ¿Manteca? ¿Qué has hecho del buen sentido que yo te di al ser
nacido? ¿Es esa la manera de llevar la manteca? La manera de llevar la
manteca es envolverla en hojas de parra bien frescas, y a lo largo del
camino ir mojándola en todas las fuentes, mojarla una y otra vez y otra, y
otra, y así se puede conservar fresca hasta llegar a casa. ¿Has
comprendido?
— Sí, mamita.
Al día siguiente, cuando Epaminondas fue a ver a su madrina, le regaló
un perrito muy lindo.
Epaminondas lo envolvió con mucho cuidado en hojas de parra, bien
frescas, y a lo largo del camino lo fue mojando en todas las fuentes, y en
todos los arroyos, una vez y otra, y otra, y así, cuando llegó a su casa, el
perrito estaba medio muerto. Cuando su mamá lo vio llegar dijo:
— ¡Dios te bendiga, hijo mío! ¿Qué traes ahí, Epaminondas?
— Un perrito, mamita.
— ¿Un perrito? ¿Qué has hecho del buen sentido que yo te di al ser
nacido? ¿Es esta la manera de llevar un perrito? La manera de llevar un
perrito, es atarle la punta de una cuerda al cuello y tirar de la otra punta,
para que el perrito ande, y así se viene a casa tirando de él. ¿Ves? así...
¿Has comprendido?
— Sí, mamita — dijo Epaminondas.
Al día siguiente, cuando Epaminondas fue a ver a su madrina, le regaló
un pan que acababa de sacar del horno y estaba crujiendo y dorado.
Epaminondas lo ató a una larga cuerda, puso el pan en el suelo y volvió a
casa tirando de él, así como su mamá le había dicho.
Al ver su mamá lo que traía el negrito arrastrando por el suelo, gritó:
— ¡Dios te bendiga hijo mío! ¿Qué traes ahí, Epaminondas?
— Un pan, mamita.
— ¿Un pan? ¡Ay, Epaminondas, tú no tienes sentido ni jamás lo has
tenido! No volverás a casa de tu madrina y seré yo quien vaya.
Al día siguiente, cuando la mamá negra fue a casa de la madrina dijo a
Epaminondas:
— Voy a decirte una cosa, hijo mío. Tú has visto que yo acabo de
cocer en el horno seis masitas, y que las he puesto en una tabla, delante de
la puerta para que se enfríen. Ten cuidado de que no se las coma el gato, y
CUENTOS PARA CONTAR
si tú tienes que salir a la calle, mira bien cómo pasas por encima de ellas
con todo cuidado. ¿Has comprendido?
— Sí, mamita.
La mamá se puso su sombrero y su chal y se fue a casa de la madrina.
Las seis masitas, todas en hilera, se estaban enfriando delante de la
puerta, y como Epaminondas quiso salir a la calle, miró bien cómo pasaba
por encima de ellas. — Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis — fue diciendo al
mismo tiempo que ponía los pies exactamente encima de cada masita
haciéndolas una plasta.
¿Y sabéis lo que pasó cuando llegó la mamá? Nadie lo ha sabido del
todo, pero Epaminondas, al otro día, no se podía sentar...
(Cuento negro del sur de los Estados Unidos)

METRALLETA Y PATAPALO

Germán es un mentiroso, pero es mi amigo. Ayer por la mañana


teníamos que hacer un control de lengua a primera hora. Antes de
empezar, don Marcelo nos dejó repasar los cuatro temas durante diez
minutos. Luego, cuando estábamos en el primer aviso para guardar los
libros, apareció Germán por la puerta, recién caído de la cama. Todavía
llevaba las arrugas de la almohada marcadas en su cara. Cuando Germán
llega tarde a clase, don Marcelo, el profe de lengua, no quiere ni oírle
hablar.
—Puntualidad, Germán. Puntualidad y diligencia, dos virtudes que se
aprenden en la infancia —nuestro profe suele hablar así, un poco raro.
Sobre todo antes de los controles. Pero no es mala persona, sólo un poco
calvo.
—Hoy no ha sido culpa mía, don Marcelo. Me han entretenido —se
excusó Germán.
— ¡Ah, ya! Supongo que ha vuelto a escaparse la familia de jirafas que
tenéis en el cuarto de baño. No importa. Siéntate —le ordenó el profe que
ya empezaba a ponerse nervioso.
CUENTOS PARA CONTAR
Todos, incluso Noemí, nos quedamos quietos, esperando que Germán
empezara con alguna de sus historias. No podía fallar. Germán dudó unos
instantes, y al fin dijo:
—No, don Marcelo, nada de jirafas. Eran japoneses.
El primero fue Gustavo, pero luego todos nos echamos a reír. El profe
arrugó la nariz, se quitó las gafas, las puso muy despacio sobre la mesa, y
se pasó la mano por la calva, yo creo que para hacer tiempo y no ponerse a
gritar.
—Mira, Germán, no empecemos. Llegar tarde es una falta grave, pero
el cachondeo, sí, cachondeo —repitió alzando la voz—, no lo puedo
consentir.
Y lo más curioso es que Germán ponía cara de pena, como si se le
acabara de morir su perro. Aunque el resto de la clase no paró de reír, yo
dejé de hacerlo, porque Germán es mi amigo, y sabía que iba a tener
problemas.
—Eran espías japoneses con cámaras de fotos en miniatura, y yo les
he seguido por la calle antes de ir a la policía, porque estaban...
Aunque don Marcelo se puso rojo, eso fue sólo el principio, porque
luego su cara empezó a tomar un color azul grisáceo, para llegar finalmente
al verde pimiento. Al profe no le llegaba la voz a la garganta. Trató de
hablar, o de gritar, pero sólo consiguió tartamudear y mover los brazos en
el aire, como si fuera un enorme pájaro de cien kilos a punto de echar a
volar.
Ayer Germán estaba inspirado. Seguro que no se había preparado el
control, y quería conseguir que se aplazara. Aprovechando que don Marcelo
no podía decir ni pío, tomó carrerilla y dijo todo lo que se le ocurrió.
—Y como se me estaba haciendo tarde y no quería perderme la
primera hora, le he pedido ayuda a mis abuelos, Metralleta y Patapalo,
continuó, poniéndose de puntillas.
Germán estaba muy nervioso. Daba pequeños saltitos sin moverse del
sitio, pero yo sabía que estaba decidido a contar toda la historia, pasase lo
que pasase.
—Meee... Meetralleee... ta y Paa... Patapaaa... —nuestro profe no
podía siquiera terminar las palabras. El sudor le caía desde la frente hacia
la barbilla.
CUENTOS PARA CONTAR
Gustavo, que es un pelota, salió de la clase con un vaso de plástico
para llenarlo de agua y revivir a don Marcelo, pero cuando entraba por la
puerta, de regreso del servicio, Noemí le puso la zancadilla, y el vaso de
agua nos regó a todos los de la primera fila. El profe seguía batiendo alas
delante de la pizarra.
—No es que mis abuelos se llamen así, no crea, pero así es como los
conocen sus amigos. Metralleta, la abuela, se dedicaba a atracar bancos.
Escondía el arma en la bolsa de hacer punto, aunque ella dice que no era
ninguna metralleta, sino agujas del siete y ovillos de lana.
Yo ya me conocía la historia, porque Germán me la había contado
muchas veces, así que me dediqué a terminar los ejercicios de inglés,
porque la señorita How-do-you-do había dicho que los iba a recoger ayer,
y lo malo de How-do-you-do es que cuando dice que va a hacer algo, lo
hace.
—Pero mi abuelo, Patapalo, la convenció, y ya no atraca bancos. Mi
abuelo es genial. Durante toda su vida trabajó de pirata. Se quedó cojo y
tuerto hace ya muchísimos años, y decía que no lo contrataban en ningún
sitio.
—Piii... piraaa... —tartamudeó el profe torciendo la boca de una forma
muy rara. Sacudía las manos y se las estrujaba como si fueran dos esponjas
llenas de agua.
Mi amigo Germán no tiene mala uva ni es desobediente, pero cuando
empieza ya no puede parar. El muy tonto seguía tratando de convencer a
don Marcelo. Miré mi reloj: había pasado más de la mitad de la clase.
—Mi padre, cuando yo era más pequeño, me dijo que la cojera del
abuelo era de mentira, que lo que tenía era mucho cuento y ganas de
calentarnos a todos la cabeza.
Ahora el que sudaba era Germán. Le temblaba la voz, y miraba unas
veces al profe y otras a nosotros, como pidiendo ayuda.
—Germán, cállate de una vez y siéntate en tu sitio —logró decir al fin
don Marcelo en un susurro que sólo pudimos oír los de la primera fila. Pero
ya no había nada que hacer.
—Supongo que me dijo eso para que yo no tratara de imitarlo, porque
no habría sido un buen ejemplo para mí, pero un día mi abuelo...
Sara y Arturo, que son los mayores y los más fuertes de la clase,
fueron corriendo hasta la pizarra y sujetaron al profe, que había empezado
CUENTOS PARA CONTAR
a dar vueltas como una peonza antes de caer al suelo. Lo arrastraron hasta
su mesa y lo sentaron en la silla. Luego volvieron a sus pupitres y
continuaron con los ejercicios de inglés, como yo. La hora de clase estaba a
punto de terminar y Germán seguía hablando.
—...Patapalo me contó la verdad. Incluso me enseñó la bandera negra
con la calavera que guardaba en el fondo de un baúl, y me dijo que su barco
se llamaba “El fantasma holandés”.
Ninguno de nosotros escuchó la sirena que anunciaba el cambio de
hora. Ni don Marcelo, que tenía la cabeza hundida entre los brazos
cruzados encima de su mesa, ni Germán, que había contado la aventura más
extraña de los últimos meses, así que la entrada de How-do-you-do casi
nos pilló por sorpresa.
—Vamos, vamos, don Marcelo, que ya pasó todo. No se ponga así, que
todos podemos tener un mal día. Lo esperan los chicos de 5º B — decía
How-do-you-do tirando del brazo de nuestro profe para levantarlo de su
silla y conseguir que abandonara el aula.
Después de inglés, durante el recreo, todos pudimos escuchar las
risas que salían de la Sala de Profesores. Don Marcelo, con un ataque de
hipo, pedía la expulsión de Germán. Lo más seguro es que lo castiguen sin
recreo durante las próximas dos semanas, y sus padres tengan que venir a
hablar con el Faquir, el jefe de estudios, pero eso es todo.
El examen de lengua no se hará hasta el viernes.
Por la tarde, al terminar las clases, vino el abuelo de Germán a
recogerlo a la salida del colegio. Tenían que ir al dentista, creo. Yo ya he
estado varias veces en casa de Germán, así que no me sorprendió, pero
Noemí, Arturo, Sara, Gustavo, y hasta el Faquir, How-do-you-do y don
Marcelo se quedaron con la boca abierta al ver aparecer al abuelo de
Germán con un parche en el ojo, arrastrando una pierna y un pañuelo rojo
en la cabeza. Sólo le faltaba el loro de colores en el hombro y un garfio al
final del brazo.
— ¡Patapalo! —exclamaron todos al verlo avanzar tambaleante por el
patio.
—En marcha, rufián —le gritó a mi amigo con una voz que parecía un
trueno.
Germán mostró una clara sonrisa de triunfo. Agarró a su abuelo de la
mano y desaparecieron calle abajo.
CUENTOS PARA CONTAR
Y no digo nada más, que luego dicen que soy yo el que cuenta cuentos.
Cada cual que piense lo que quiera. Además, aunque Germán sea un
mentiroso, va a seguir siendo mi amigo, así que me da lo mismo.
(Enrique Páez)

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