Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CANCIÓN DE LA RANA
La mosca a la rana,
La araña a la mosca,
la mosca a la rana,
El ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca la rana,
El gato al ratón,
el ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca la rana, l
El perro al gato,
el gato al ratón,
el ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca la rana,
y le hizo callar.
CUENTOS PARA CONTAR
El hombre al perro,
el perro al gato,
el gato al ratón,
el ratón a la araña,
la araña a la mosca,
la mosca la rana,
GARBANCITO
Así le iba diciendo al animal, que le obedecía. En mitad del camino toparon
con unos ladrones, que, al ver una burra sola por el camino, dijeron:
—¡Soo, burra!
Y Garbancito le contestó:
Aquella noche llegó el lobo y se comió las tripas del buey, y con ellas a
Garbancito. Iba el lobo por el monte, y Garbancito decía:
Los pastores buscaron por todas las tripas, pero nada, no dieron con él.
Uno de los pastores hizo un tambor con las tripas del lobo, de manera que
Garbancito se quedó dentro del tambor.
Y Garbancito:
Los demás nada decían, y a esto que Garbancito se pone a tocar el tambor,
y los ladrones, de ver un tambor que tocaba solo, echaron a correr que no
se les veía el pelo, dejando allí todas las cosas que habían robado.
Garbancito se puso a arañar el tambor con una uña, hasta que hizo un
agujerito y pudo salir. Cogió el botín de los ladrones y se presentó en su
casa.
Sus padres se pusieron muy contentos de verle, y además con tantas cosas
de valor. Garbancito dijo a su padre:
—Ya sé dónde está nuestro tesoro. Esta noche lo robaremos otra vez.
Pero Garbancito estaba sin pegar ojo, después de lo que había contado su
madre.
—¡Arriba, que me queman! ¡Arriba que me queman! Pero no les dio tiempo a
sacarlo, sino que cayó directamente en el caldero de pez y allí se quedó
pegado y achicharrado y los demás ladrones salieron corriendo y nunca más
se les vio por allí.
Y colorín colorao,
Esto era una niña muy guapa, que por el día de su santo su madre le
regaló un anillito de oro. La verdad es que le quedaba un poco grande, pero
estaba la niña tan contenta, que a todas partes iba con él.
La gente le daba al viejo mucho dinero, pues se creían que aquello era
un zurrón encantado. El viejo lo recogía y otra vez se echaba el saco al
hombro y se iba para otro pueblo. Allí hacía lo mismo y así por todas
partes, hasta que juntó mucho dinero.
en un zurrón moriré,
aquello no decía ni pío. Así que tuvo que pagar con dinero, pero se la
guardó. Por no abrir el saco delante de la gente, se lo llevó a un monte. Allí
empezó a darle palos, venga palos, y a decir palabrotas. Pero, claro, lo único
que conseguía era enfurecer a todos los bichos que había dentro. De
manera que, cuando lo abrió, le saltaron a la cara y se pusieron a morderle
y a picarle por todas partes, hasta que lo mataron. Y a la niña la llevaron
con sus padres y fue muy feliz, y
Una abuela que habitaba un viejo caserón era visitada con mucha
frecuencia por sus tres nietas, a las que solía preparar rebanadas de pan
con miel por ser su dulce preferido, al tiempo que procuraba enseñarlas los
quehaceres de la casa, para que supieran cumplir con sus obligaciones
domésticas cuando fueran mayores. Pero el olor de la miel que la abuela
almacenaba en jarras de barro preservadas en la bodega había sido
percibido por el Tragaldabas, que recorría aquel territorio arrasando
almacenes y graneros, pues su apetito era insaciable, con especial
debilidad precisamente por la miel más dulce, por lo que asiduamente
penetraba en la bodega de aquella casa para tragar todo lo que encontraba
a mano.
YO DOS Y TÚ UNO
– Mira, ya estoy harta de que siempre te comas dos huevos, así que esta
noche va a ser al revés, tu uno y yo dos.
-Que no…
-Que sí
– Pues muérete.
-¡Ay Dios mío que tragedia! ¡Que mi marido se ha muerto, ay Dios mío que
tragedia!
– Tu uno y yo dos…
– Yo dos y tu uno…
Y el otro:
– ¡No corráis tantoooo, hombre, que por lo menos que pueda escoger!!!
SOPA DE PIEDRAS
Los campesinos se reían del fraile, pero le dieron el puchero para ver
hasta dónde llegaba su chaladura. El monje llenó el caldero de agua y les
preguntó:
Los campesinos le dieron sal. La añadió al agua, probó otra vez la sopa
y comentó:
-Pues por si tengo que volver a usarla otro día. ¡Dios los guarde,
familia!
CUENTOS PARA CONTAR
LA FLAUTA QUE HACÍA BAILAR
El palo sí que tenía que ser mágico, pues cada vez que Juanillo tocaba
su flauta, todos los animales y las personas que estaban a su lado se ponían
a bailar. Pero aunque tocara y tocara, las ovejas no adelgazaban con tanto
baile, sino que cada vez estaban más hermosas.
Cuando iba hacia la casa del campesino rico se encontró con el lobo,
que le preguntó:
Cuando llegó a casa del campesino y su hija abrió el saco, todas las
manzanas se habían convertido en ratones. El campesino le echó de su casa
muy enfadado.
- Mira a ver si tienes más suerte que tus hermanos y lleva este saco
de peras a la hija del campesino rico.
- Voy a ver al campesino rico y a su hija; les llevo unas peras muy
grandes de nuestro huerto y si consigo que ella las coma y se ría, se casará
conmigo.
Al llegar a casa del campesino, las peras habían crecido tanto que no
las podía sacar del saco. Cuando vio que el campesino se empezaba a
enfadar, cogió su flauta mágica y se puso a tocar. Al momento, todos muy
contentos, empezaron a bailar; hasta las peras bailaban mientras salían del
saco. Al dejar de tocar, la hija del campesino estaba tan cansada que cogió
una pera y se sentó a comerla muy sonriente.
- Pensé que me ibas a gastar una broma de mal gusto como lo hicieron
tus dos hermanos. Pero has hecho comer y reír a mi hija y mañana mismo
os casaréis.
En una de éstas se topó con una zorra que estaba echada a la sombra
de unos arbustos, jadeando y con la lengua fuera. El lobo, apenas la vio se
fue derecho a ella y le dijo:
La zorra contesto:
-Pero fíjese usted bien, señor lobo, en que estoy en los huesos.
¿Cómo va usted a comerme si no soy más que hueso y pellejo? ¿No ve lo
flaca y lo desfallecida que estoy?
Y dijo el lobo:
-¿Ah, sí? Pues bien gordita y rellena que estaba usted el año pasado.
-¡Ay, Señor lobo!- repuso la zorra-.El año pasado si que estaba bien
alimentada y lustrosa, pero ahora tengo que dar de mamar a mis cuatro
zorritos y, apenas como algo, todo se me va en leche para mis pequeños.
Así, ¿Cómo quiere usted que este gordita?
-Deténgase usted, por dios, señor lobo. Mire que yo sé dónde vive un
señor que tiene un pozo lleno de quesos. Acompáñeme al pozo antes de
comerme y verá como tengo razón.
CUENTOS PARA CONTAR
Y se fueron la zorra y el lobo a buscar los quesos. Llegaron a una casa
en medio del campo, pasaron las tapias que la guardaban y llegaron hasta el
pozo que estaba junto al huerto. La luna se reflejaba en el agua quieta y
parecía enteramente un queso.
La zorra se metió en uno de los cubos que había para sacar el agua y
bajó por el queso. Y desde abajo le gritaba el lobo:
-¡Ay, amigo lobo, que grande es este queso! No puedo con él. ¿No
podría usted bajar a ayudarme?
Y la zorra le dijo:
Hacía mucho tiempo que los animales deseaban averiguar a qué sabía
la luna. ¿Sería dulce o salada? Tan solo querían probar un pedacito. Por las
noches, miraban ansiosos hacia el cielo. Se estiraban e intentaban cogerla,
alargando el cuello, las piernas y los brazos. Pero todo fue en vano, y ni el
animal más grande pudo alcanzarla.
Pero cuando la luna vio al león, volvió a subir algo más. Tampoco esta
vez lograron tocar la luna, y llamaron al zorro.
― ¡Vaya, vaya! Tanto esfuerzo para llegar a esa luna que está en el
cielo. ¿Acaso no verán que aquí, en el agua, hay otra más cerca?
CUENTOS PARA CONTAR
EL GANSO DE ORO
Había una vez un hombre que tenía tres hijos. El más joven se
llamaba Bobalicón, y lo despreciaban y se burlaban de él, apartándolo en
toda ocasión.
Sucedió que el mayor tuvo que ir al bosque a cortar leña y antes de
que partiera le dio su madre un rico pastel de huevo y una botella de vino
para que no pasara hambre ni sed.
Cuando llegó al bosque, se tropezó con un viejo hombrecillo gris,
que le deseó buenos días y dijo:
- Dame un trozo de ese pastel que llevas en el bolsillo y déjame beber
un trago de vino, pues estoy hambriento y sediento.
Sin embargo, el hijo sensato dijo:
-Si te doy pastel y vino, me quedaré yo sin ello. ¡Sigue tu camino!
Dejó plantado al hombrecillo y prosiguió andando. Empezó a cortar el
árbol, pero pronto dio un golpe mal dado, y la rama le dio en el brazo, de
modo que tuvo que regresar a casa y dejarse curar. La culpa la tenía el
hombrecillo gris.
A continuación fue el hijo segundo al bosque y la madre le dio, como
al mayor, un pastel de huevo y una botella de vino. También éste se
encontró con el viejo hombrecillo gris, que le pidió un trocito de pastel y un
trago de vino. Pero el segundo contestó también muy razonablemente:
-Si te lo doy, me quedo yo sin ello. ¡Sigue tu camino!
Dejó al hombrecillo y siguió su camino. El castigo no se hizo esperar;
no había dado más que unos pocos hachazos, cuando se golpeó la pierna y
tuvo que ser llevado a casa.
Entonces dijo Bobalicón:
-Padre, déjame ir a cortar leña.
El padre contestó:
-Tus hermanos se han hecho daño, así que déjalo ya. Tú no entiendes
nada de esto.
Pero Bobalicón insistió tanto, que finalmente el padre dijo:
—Anda, ve; ya aprenderás a fuerza de golpes.
La madre le dio un pastel que había hecho con agua en la ceniza, y
además cerveza agria. Cuando llegó al bosque, se tropezó de nuevo con el
viejo hombrecillo gris, que le saludó y dijo:
CUENTOS PARA CONTAR
-Dame un trozo de pastel y un trago de vino de tu botella, pues tengo
mucha hambre y sed.
Bobalicón respondió:
-Sólo tengo un pastel de ceniza y cerveza agria, pero si te apetece,
sentémonos y comamos.
Cuando se sentaron y Bobalicón sacó su pastel de ceniza y su cerveza
agria, éste era un exquisito pastel de huevo, y la cerveza ácida un buen
vino. Comieron y bebieron y luego dijo el hombrecillo:
-Como tienes buen corazón y te gusta dar de lo tuyo, te voy a
conceder una gracia. Allí hay un árbol viejo, tálalo y encontrarás algo en
sus raíces.
Dicho esto, el hombrecillo se despidió. Bobalicón se dirigió hacia el
árbol, lo taló y, cuando éste cayó, había en la raíz un gran ganso que tenía
las plumas de oro puro. Lo sacó de allí, llevándoselo consigo y se dirigió
a una posada para pasar la noche.
El posadero tenía tres hijas, que, al ver el ganso, sintieron curiosidad
por saber qué clase de pájaro maravilloso era aquél, y les hubiera gustado
tener una de sus plumas de oro. La mayor pensó:
-«Ya tendréocasión de arrancarle una pluma.»
Y en un momento en que Bobalicón salió al exterior, cogió al ganso por
un ala, pero el dedo y la mano se le quedaron allí pegados. Poco después llegó
la segunda, que no tenía otro pensamiento que coger una pluma de oro; pero
apenas tocó a su hermana, se quedó pegada a ella. Finalmente llegó la
tercera con las mismas intenciones. Entonces gritaron las otras:
-¡No te acerques, por Dios, no te acerques!
Pero ella no entendió por qué no tenía que acercarse y pensó:
-«Si ellas están ahí, también puedo estarlo yo», y se acercó dando
saltos; pero apenas había tocado a su hermana se quedó pegada a ella.
Así que tuvieron que pasar la noche con el ganso. A la mañana
siguiente cogió Bobalicón el ganso en brazos sin preocuparse de las tres
jóvenes que estaban allí pegadas. Tenían que correr detrás de él, a la
derecha o a la izquierda, según se le ocurriera a él. En medio del campo se
encontraron con el párroco y, cuando éste vio el cortejo, dijo:
-¿Pero no os da vergüenza, muchachas indecentes, seguir así a
un joven por el campo? ¿Creéis que eso está bien?
CUENTOS PARA CONTAR
Al decir esto cogió a la más joven de la mano y quiso retenerla, pero
se quedó igualmente pegado y tuvo que correr también detrás.
-Poco después llegó el sacristán y vio al señor párroco seguir a las
jóvenes. Se asombró y gritó:
-¡Ay, señor párroco! ¿Adónde va con tanta prisa? No olvide que hoy
todavía tenemos un bautizo.
Se dirigió hacia él y le cogió por la manga, quedando también allí
pegado.
Iban los cinco corriendo uno tras otro, cuando se aproximaron dos
campesinos con sus azadones. El párroco les gritó y pidió que por favor lo
liberaran a él y al sacristán. Pero apenas habían tocado al sacristán, se
quedaron allí pegados y de ese modo ya eran siete los que corrían tras
Bobalicón y el ganso.
En esto llegó a una ciudad en la que gobernaba un rey que tenía una
hija tan seria, que nadie era capaz de hacerla reír. Por esta razón había
promulgado una ley en la que se decía que el que lograse hacerla reír se
casaría con ella.
Cuando Bobalicón lo supo, fue con su ganso y su séquito a presentarse
ante la hija del rey y, al ver ella a los siete correr sin parar uno tras otro,
comenzó a reír a carcajadas sin cesar. Entonces Bobalicón la pidió por
novia, pero al rey no le gustó el yerno, puso toda clase de trabas y dijo que
primero tendría que traer un hombre que pudiera beberse una bodega llena
de vino.
Bobalicón pensó que seguramente el hombrecillo gris le podría
ayudar; salió al bosque y en el lugar en el que había talado el árbol se
encontró sentado a un hombre cariacontecido. Bobalicón le preguntó qué le
pasaba y él contestó:
-Tengo una sed enorme y no puedo apagarla; el agua fría no puedo
soportarla y ya he vaciado un tonel de vino, ¿pero qué es una gota en una
piedra ardiente?
-Yo puedo ayudarte —dijo Bobalicón—. Ven conmigo y podrás
saciarte.
Luego lo condujo a la bodega del rey y el hombre se inclinó sobre los
grandes toneles y bebió y bebió, de tal manera que parecía que iba a
reventar, pero no había pasado un día cuando se había bebido toda la
bodega.
CUENTOS PARA CONTAR
Bobalicón exigió de nuevo a su novia, pero al rey le molestaba que un
mozo tan zafio, al que todo el mundo llamaba Bobalicón, tuviera que
llevarse a su hija, y puso nuevas condiciones; en primer lugar tendría que
buscar un hombre que pudiera comerse una montaña de pan.
Bobalicón no se lo pensó dos veces; se dirigió directamente al bosque
y allí, en el mismo sitio, estaba sentado un hombre que se ataba
fuertemente el cuerpo con una correa, y con cara de mal humor decía:
-Me he comido ya un horno lleno de pan rallado, ¿pero qué es eso
cuando tienes un hambre tan grande como tengo yo? Mi estómago está
vacío y me tengo que atar si no quiero morirme de hambre.
Bobalicón se alegró y dijo:
-Desátate y vente conmigo, que te hartarás de comer.
Lo llevó a la corte del rey, que había acumulado toda la harina del
reino y hecho cocer con ella un enorme monte. El hombre del bosque se
colocó ante él, empezó a comer, y en un día había desparecido el monte.
Bobalicón exigió por tercera vez a su novia; el rey buscó aún otro
pretexto y exigió un barco que pudiera viajar por tierra y por mar:
-En el momento en que llegues con las velas desplegadas —dijo—
tendrás a mi hija por esposa.
Bobalicón se fue derecho al bosque y allí estaba sentado el viejo
hombrecillo gris, al que él le había dado su pastel, y dijo:
-He comido y bebido por ti y también te daré el barco. Todo esto lo
hago porque fuiste compasivo conmigo.
Entonces le dio el barco que iba por tierra y por mar y cuando el rey
lo vio ya no pudo seguir negándole a su hija. Cuando Bobalicón y la princesa
se vieron no se cayeron bien y, allí mismo, decidieron que era mejor seguir
cada cual por su camino y verse de vez en cuando para reírse un poco
recordando aquella hilera de locos que se quedaron pegados unos a otros
por coger lo que no era suyo. Así lo hicieron.
Aquí termina este cuento
Con pan y pimiento
Y con su ganso de oro dentro.
CUENTOS PARA CONTAR
EL GALLO KIRIKO
Esta es la verdadera historia del gallo Kiriko que iba a la boda del tío
Perico, y en el camino encontró una boñiga de burro que tenía muchos
granos de cebada. Kiriko tenía mucha hambre, y era muy goloso.
Y le contestó la hierba:
Y le contestó la cabra:
Y el lobo le dijo:
Y el perro le dijo:
Y el palo dijo:
Y el fuego le dijo:
Y el agua le dijo:
Y el burro le dijo:
Y el cuchillo le dijo:
Y el herrero le dijo:
Y la muerte le dijo:
Pero como les decía, todo este asunto del lobo feroz es un invento.
La verdadera historia es la de un estornudo y una taza de azúcar.
De manera que caminé hasta la casa de mi vecino para pedirle una taza de
azúcar. Pues bien resulta que este vecino era un cerdito. Y además, no era
demasiado listo, que digamos. Había construido su casa toda de paja. ¿Se
imaginan? ¿Quién con dos dedos de frente construiría una casa de paja?
CUENTOS PARA CONTAR
Desde luego, tan pronto como toqué a la puerta, se derrumbó. Yo no quería
meterme en la casa de alguien así como así. Por eso llamé:
- Cerdito, cerdito, ¿estás en casa?
Nadie respondió. Estaba a punto de regresar a mi casa sin la taza de
azúcar para la torta de cumpleaños de mi querida abuelita.
Me pareció una lástima dejar una buena cena de jamón tirada sobre la paja.
Por eso me lo comí.
Piensen lo que harían ustedes si encontraran una hamburguesa con queso.
Normalmente soy un tipo muy tranquilo. Pero cuando alguien habla así
de mi querida abuelita, pierdo un poquito la cabeza. Por supuesto, cuando
llegó la policía, yo estaba tratando de tumbar la puerta del cerdito. Y en
todo el tiempo seguí soplando y resoplando, estornudando, armando un
verdadero escándalo.
FIN
JUAN Y LA HABICHUELA MÁGICA
CUENTOS PARA CONTAR
La madre de Juan dijo:
Mas cuando Juan, con gesto artero y pillo, extrajo una habichuela del
bolsillo su madre saltó un cuádruple mortal, se puso azul y le gritó:
-"¡Animal! ¿Te has vuelto loco? Dime, tarambana, ¿te han dado una
habichuela por la Juana? ¡Te mato!", y tiró al huerto la habichuela, agarró a
Juan y le atizó candela con la mangueta de la aspiradora zurrándole lo
menos media hora.
La madre dijo:
-"¡Por Dios, mamá, que no hablo de semillas! ¿No ves que es de oro?
¡Mira cómo brilla!".
CUENTOS PARA CONTAR
¡Cuánta razón tenía el rapazuelo! Allá afuera, estirándose hasta el
cielo, brillaba una alta torre de hojas de oro más imponente que el mayor
tesoro. La madre de Juanito, espeluznada, pegó otro brinco y dijo:
Juanito se dio un susto de caballo y sin pensarlo más bajó del tallo.
Juan respondió:
-"Mamá, ¿por qué no subes, ya que eres tan valiente, hasta las nubes
tú misma?"
Ella dijo:
CUENTOS PARA CONTAR
-"¡Desde luego! Yo sin luchar a tope no me entrego".
Mirando arriba estaba... hasta que un ruido que no esperaba, más bien
un chasquido terrible, y una voz desde la altura llegaron a su oído:
Érase una vez una ratita que barría la escalera de su casita. Cantaba
feliz y cuando terminaba en el suelo vio una cosa que brillaba.
-¡Oh! ¡Una moneda! ¡Qué buena estrella! ¿Qué me podré comprar con
ella? Si me compro piñones crujientes, ¡ay, mis pequeños dientes! Y si me
compro habichuelas, ¡ay, mis pequeñas muelas!
Y el perro, en vez de oír palabras tiernas, se fue con el rabo entre las
piernas.
- Hiii-hooo-hiii-hooo
Con su cresta triunfal y su andar tan señorial pasa el gallo del corral:
-Kikirikí-kikirikí
Un gato muy educado baja entonces del tejado. Brillan sus verdes
ojillos y tiemblan sus bigotillos.
- ¿Qué pasa?
- ¡El grillo cri-cri! Yo soy el grillo cri-cri y yo soy amigo de la ratita sí,
sí y todos sabéis que los grillos tenemos una sierra en la patita. Y al cabo
de un rato, cuando dormía el gato, ris-ras, ris-ras, la panza le abrí… ¡y la
ratita está aquí!
Doña Carmen, una tranquila anciana que vive en el campo, intenta dormir,
pero van llamando a su puerta distintos animales (ratón, gato, perro, cerdo,
vaca, burro, lobo) para pedirle cobijo, pues fuera tienen frío.
Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería
tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir
al bosque a buscar comida, de modo que llamó a sus siete cabritillos y les
dijo:
-No abriremos; nuestra madre no tiene la manaza tan negra como tú.
Tú eres el lobo.
Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué
escena tan dramática apareció ante sus ojos! La puerta de la casa estaba
abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos, tirados por el suelo;
las mantas y la almohada, arrojadas de la cama, y el fregadero hecho
pedazos. Buscó a sus hijos, pero no pudo encontrarlos por ninguna parte.
Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie respondió. Hasta que, al
acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oír su melodiosa voz:
-«¡Oh Dios mío! -pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía,
después de habérselos tragado en la cena?»
Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se
las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con
hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada, y ni
siquiera se movió.
Dos vecinas se pusieron de acuerdo para criar pollitos. Una puso la gallina
clueca y la otra los huevos. Pero de todos los huevos, sólo salió un pollito.
- Medio pollito, ¿por qué no me prestas tu medio real, que me quiero casar?
Dentro de un mes, yo te lo devolveré.
- De acuerdo – contestó el medio pollito – Pero que no se te olvide.
- Descuida. El rey siempre cumple su palabra.
Pero pasó un mes y el hijo del rey no volvió. Entonces el medio pollito
decidió ir al palacio a por su medio real.
Andando, andando se encontró un palomar, y las palomas le preguntaron:
CUENTOS PARA CONTAR
- Medio pollito, ¿adónde vas?
- Al palacio del rey, a por mi medio real. Si queréis venir conmigo… -
Y las palomas se fueron con él. Y andar y andar, volar y volar, dijeron las
palomas:
- Medio pollito, que nos cansamos.
- Pues meteros en mi medio culito. –Y allí se metieron.
Poco más adelante, se encontró con la zorra:
Érase una vez un buen hombre y una buena mujer que eran muy
desgraciados. Sólo tenían un huevo, nada más que un huevo para la
cena. Lo cortaron en dos y lo pusieron a hervir. El hombre se comió su
mitad pero la mujer no se comió la suya. La puso a incubar en su
chorrera y nació un medio pollo.
Un día que Medio Pollo escarbaba en el estiércol, encontró una bolsa
llena de oro. Y entonces se puso a cantar:
- ¡Quiquiriquí! ¡La bolsa y los escudos! ¡Quiquiriquí! ¡La bolsa y los
escudos!
Un trapero que pasaba por allí lo escuchó y cogió la bolsa.
Medio Pollo no quería quedarse así. Y gritó:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
Y el pollo siguió al buen hombre que se iba. De camino, de repente, vio
un enjambre de abejas. Las abejas le dijeron lo siguiente:
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Venid conmigo y lo sabréis.
- ¡Pero es que no podemos seguirte!
- Meteros en mi trasero y os llevaré.
Hete aquí a las abejas en el trasero del pollito y hete aquí que ya se
van. Un poco más lejos, vieron a un perro.
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
- Métete en mi trasero y te llevaré.
Hete aquí que se van un poco más lejos. ¿Y qué es lo que vieron? Un
zorro.
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
CUENTOS PARA CONTAR
- Métete en mi trasero y te llevaré.
Hete aquí que se van de nuevo. Un poco más lejos, vieron a un lobo.
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
- Métete en mi trasero y te llevaré.
En un momento dado, atravesaron un río. El río dijo:
- ¿Adónde vas Medio Pollito?
- Ven conmigo y lo sabrás.
- ¡Pero es que no podría seguirte!
- Métete en mi trasero y te llevaré.
El río se puso también en el trasero de Medio Pollo y llegaron a la
casa del hombre.
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
El hombre se lo explicó todo a su mujer. La mujer dijo:
- Esta noche lo pondremos a dormir con las gallinas. El gallo grande
sabrá cómo ponerlo en vereda. Y así lo hicieron.
A mitad de la noche, el gallo grande empezó a meterse con el pollito.
Medio Pollo, viéndose perdido, dijo:
- ¡Zorro, zorro, sal de mi trasero o estoy perdido!
El zorro salió y ¡zas! trató como convenía a todas las gallinas.
Al día siguiente, el hombre y la mujer escucharon al pollito en su
estercolero que decía:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
-¡Esto no puede ser! - dijeron - esta noche lo pondremos con el mulo.
Seguro que lo aplastará con sus patas.
Y así lo hicieron. Y el mulo daba vueltas y más vueltas y pataleaba. El
pollito viéndose perdido una vez más dijo:
- ¡Perro, perro, sal de mi trasero o estoy perdido!
CUENTOS PARA CONTAR
El perro salió y se puso a ladrar. Y el mulo rompió su cuerda y se
marchó corriendo.
Al día siguiente, el pollito estaba de nuevo en su estercolero y decía:
- ¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
- ¿Pero qué es lo que tenemos que hacer? ¡Maldito pollo! Vamos a
ponerlo esta noche con los corderos. ¡Seguro que el carnero lo va a
espachurrar!
Y así lo hicieron. Y a mitad de la noche, el carnero empezó a
empujarlo.
- ¡Lobo, lobo, sal de mi trasero o estoy perdido!
El lobo salió del trasero del pollito y se comió a todos los corderos.
Al día siguiente, el pollito en su estercolero decía:
-¡Quiquiriquí! ¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos! ¡Quiquiriquí!
¡Devuélveme mi bolsa y mis escudos!
- Bueno. Esta noche lo pondremos entre nosotros dos y lo ahogaremos.
Había un molinero que, al morir, dejó a sus tres hijos como única
herencia su molino, su burro y su gato. El reparto fue simple y no fue
necesario llamar ni al abogado ni al notario, que habrían consumido todo el
pobre patrimonio. El mayor recibió el molino y el segundo se quedó con el
burro; el hermano menor, a quien tocó sólo el gato, se lamentaba de su
mísera herencia:
—Mis hermanos —decía— podrán ganarse la vida convenientemente
trabajando juntos. Pero lo que es yo, después de comerme a mi gato y de
hacerme un par de guantes con su piel, me moriré de hambre sin remedio.
El gato escuchaba estas palabras pero se hacía el desentendido. De
pronto le dijo a su amo, en tono serio y pausado:
CUENTOS PARA CONTAR
—No os aflijáis, mi señor. Tan sólo proporcionadme una bolsa y un par
de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra
herencia no resulta tan pobre como ahora pensáis.
Aunque al oír esto el amo del gato no se hizo grandes ilusiones, lo
había visto dar tantas muestras de agilidad y astucia para cazar ratas y
ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina haciéndose el
muerto, que abrigó alguna esperanza de verse socorrido por él en su
miseria.
Cuando el gato obtuvo lo que había pedido, se colocó las botas y se
echó la bolsa al cuello, sujetándose los cordones de ésta con las dos patas
delanteras. Luego se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso
afrecho y hierbas en su saco y, tendiéndose en el suelo como si estuviese
muerto, aguardó a que algún conejo, poco versado aún en las trampas de
este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había
dentro. Apenas se había recostado el gato cuando vio cumplido su plan,
pues un atolondrado conejito se metió en el saco. Entonces, sin vacilar, el
maestro gato, tirando de los cordones, lo encerró y lo mató sin
misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Lo
hicieron subir a los aposentos de Su Majestad, donde al entrar hizo el gato
una elegante reverencia ante el rey, y le dijo:
—He aquí, Majestad, un conejo de campo que mi señor, el Marqués de
Carabás —había inventado ese nombre para su amo—, me ha encargado
obsequiaros de su parte.
—Puedes decirle a tu amo —respondió el rey— que se lo agradezco y
que su regalo me agrada mucho.
En otra ocasión el gato se ocultó en un trigal, dejando como siempre
su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró de los cordones
y las cazó a ambas.
Fue enseguida a ofrecerlas al rey, tal como había hecho con el conejo
de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que
le diesen de beber al emisario del Marqués de Carabás.
El gato continuó así durante dos o tres meses, llevándole de vez en
cuando al rey productos de caza de parte de su amo. Un día supo que el rey
iría a pasear a orillas del río con su hija, de quien se decía que era la
princesa más hermosa del mundo.
CUENTOS PARA CONTAR
—Si queréis seguir mi consejo —dijo el gato a su amo—, vuestra
fortuna está hecha. Sólo tenéis que bañaros en el río, en el sitio que yo os
indicaré, y de lo demás me encargaré yo.
El supuesto Marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejaba, sin
imaginar de qué podría servirle aquello. Mientras se estaba bañando, pasó
por ahí el rey, y en ese momento el gato se puso a gritar con todas sus
fuerzas:
—¡Socorro, socorro! ¡El señor Marqués de Carabás se está ahogando!
EPAMINONDAS Y SU MADRINA
METRALLETA Y PATAPALO