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organización social ya que mediante las normas establecidas se encausa el rumbo de las relaciones
sociales, se declaran las admitidas o se limitan otras; es una regla de conducta, por cuanto define,
establece, manda o impide actuaciones; es además medio de solución de conflictos en tanto al orden,
ofrece las pautas para la solución de conflictos, ofrece las pautas para la solución, arbitra y prevé los
medios para la solución de reclamaciones y la defensa de los intereses ciudadanos.
Según la mayoría de la doctrina, se puede afirmar que las funciones del Derecho son las siguientes.
Esta función parte de la constatación de que las relaciones sociales son de por sí conflictivas. La
convivencia social lleva consigo una interacción cuya estructura, lejos de ser armónica, es conflictual, y
ello es así porque esa interacción está caracterizada por exigencias de comportamiento antagónicas
entre sí. Además, hay que tener en cuenta que en muchas ocasiones el mismo derecho crea los
conflictos. Así, la legislación puede ser impulsora de transformaciones sociales y económicas, y estos
mismos cambios pueden originar conflictos. Incluso la misma resolución judicial puede verse como
productora de los mismos, no sólo porque puede ser recurrida ante otras instancias judiciales, sino
porque la situación que ha creado no es más que un cambio de situación susceptible de crear nuevos
conflictos.
En primera instancia, el hombre requiere de la sociedad por la mera necesidad de supervivencia. Tal
circunstancia constriñe al hombre a una vida comunitaria que no sólo se limita a la existencia biológica,
pues desde los primeros contactos de éste con su entorno recibe una serie de influencias culturales
dadas por el lenguaje y la convivencia que establece con los demás desde el mismo seno materno;
esto, evidentemente, dota al ser humano de elementos para interpretar el mundo en que se encuentra.
La necesidad de supervivencia es un aspecto que la sola existencia del hombre impone y su condición
no permite satisfaga por sí mismo, produciendo una obvia dependencia respecto de los otros. La
constatación de este hecho explica, en primera instancia, la presencia de la dimensión social del
hombre como una necesidad impuesta en función de su existencia biológica, condición sine qua non
para realizar (hacer) su vida.
Las causas biológicas vinculadas con la necesidad de supervivencia, por las que el hombre se
desarrolla en sociedad no bastan para explicar su dimensión social. Otra razón propia de la condición
humana determina con enorme fuerza tal dimensión, y es que la vida del hombre no se presenta como
algo predeterminado, sino que éste se va dando gracias al hacer humano. La vida –opina Recaséns
Siches- “…es un hacerse a sí mismo, porque la vida no nos es dada hecha; es tarea; tenemos que
hacérnosla en cada instante cada uno de los seres humanos”.
Efectivamente, la vida es un hacer permanentemente, hacer que implica, a su vez, una permanente
toma de decisiones, inclusive la decisión de no hacer. Es este constante decidir hacer o no hacer lo
que permite identificar el libre albedrío humano, capacidad de optar, que está dada singularmente a la
raza humana.
Este hacer, o mejor aún, este decidir u optar que es característico de la vida humana, se convierte en
una necesidad que no se agota en el hacer para sobrevivir. Porque el tercer elemento que nos impulsa
a lo social es otra característica singularmente humana: la capacidad de proponernos fines propios e
individuales, esto es, un hacer distinto del que está motivado por la supervivencia, un hacer que nos
diferencia, como casi ninguna otra cualidad, del resto de los animales que habitan el mundo, es un
hacer no impulsado por el instinto de vivir, sino por el vivir para algo. En consecuencia, si bien el hacer
inmediato tiene que ver con nuestra sola supervivencia como condición de la que dependen el resto de
las actividades humanas, todo otro hacer es de forma obligada la realización de fines, mayores o
menores, que son creación humana: cultura. El hombre y sólo él es hacedor de cultura.
Las necesidades de sobrevivir, decidir (libre albedrío) y proponerse fines propios (autonomía)se
convierten en intereses que la sociedad ayuda a realizar y que nosotros hemos caracterizado como
intereses primigenios. Es decir, situaciones que con independencia de cualquier otra condición hacen
del hombre un ser social y que se producen, reproducen, presentan en toda sociedad, sea ésta
primitiva o compleja.
Estas necesidades se han caracterizado como intereses en la medida en que son situaciones
objetivizadas por el hombre, es decir, han sido concebidas como provechosas y, mejor aún, como
convenientes. Giorgio del Vicchio en este sentido ha afirmado: “Ante todo, la evolución jurídica
representa el paso de la elaboración espontánea, instintiva e inconsciente (o semiinconsciente), a la
elaboración deliberada, reflexiva y consciente. El derecho nace de manera espontánea casi como un
producto orgánico, sin ser precedido por una deliberación consciente.”
Resumiendo lo dicho hasta aquí podemos establecer que: el hombre posee necesidades primigenias
que lo hacen un ser social, éstas tienen que ver con su supervivencia, el permanente decidir para
hacer su vida y la realización de fines propios, que tales necesidades al objetivizarse se convierten en
intereses primigenios, esto es, en situaciones convenientes para el hombre y que la convivencia social
ayuda a hacer posibles. Empero, es el propio hombre en lo individual y social el que, paradójicamente,
puede poner en peligro esos intereses. Para evitarlo las sociedades instituyen reglas de
comportamiento que facilitan una convivencia social que asegure sus intereses primigenios.
La sociedad regulará entonces, de modo especial, aquellas conductas sociales que pudieran afectar o
interferir la realización de tales intereses. Así, en una primera aproximación, la función original del
Derecho nos permite concebirlo como un instrumento que regula la conducta o el comportamiento
social de los hombres para facilitar una convivencia que asegure sus intereses primigenios.
El Derecho no es la única forma de regular conductas sociales, mas es la que aquí nos interesa, y por
sí misma nos irá mostrando las peculiaridades que lo distinguen de otras regulaciones de conducta
que rigen y protegen, a la vez, otra clase de intereses. Nos referimos a sistemas de conducta que se
realizan de un modo distinto al Derecho, por no ser su objetivo principal garantizar los intereses
primigenios del hombre en sociedad.
Estamos haciendo alusión a ordenamientos que, vía preceptos religiosos o de moral individual o social,
que si bien es cierto, son también reglas de conducta y en eso se asimilan al Derecho, en virtud de la
función que desempeñan, poseen un modo de realización distinto al de las reglas jurídicas. No
obstante ello, es posible, como de hecho sucede, que estas reglas de conducta coincidan y convivan
en la realidad social. No debe dejar de mencionarse que en sus primeras manifestaciones era difícil
distinguir al Derecho de las reglas de conducta religiosas, y tocaba a los ministros de culto la
aplicación de ambas.
La función original del Derecho explica la aparición de éste en cualquier sociedad, primitiva o compleja,
asegurando intereses primigenios que el hombre posee, intereses que surgen en virtud de las
necesidades producidas por la propia condición humana. Éstas son tres: la supervivencia, el libre
albedrío y la capacidad que tiene el hombre de proponerse fines, mismas que se suscitan en la vida
social. Cabe recordar que el Derecho es sólo uno de los varios modos de regular la conducta social,
pues existen otras reglas de conducta, como las religiosas o los convencionalismos sociales que
también rigen el comportamiento humano, pero cabe diferenciarlas de las jurídicas porque no
persiguen como fin principal el aseguramiento de los intereses primigenios a los que antes hemos
hecho alusión. Aunque, convendría continuar preguntándonos: ¿Cuál es el modo característico de las
reglas que constituyen el Derecho?
Además de las establecidas anteriormente, el Derecho realiza otras muchas funciones secundarias
como, por ejemplo, la función distributiva, la función organizativa, la función integradora, la función
educativa, la función represiva y la función promocional. En realidad, cualquier objetivo social y
personal que pueda lograrse a través de una norma jurídica puede dar lugar a una función secundaria.
En cualquier caso, todas las funciones particulares vienen a confluir en la realización de una básica
que es general y común: la organización y regularización de la vida social.