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1) Introducción
1.1) Algunas conceptualizaciones sobre los "DH"
2) Caracteres de los DH
3) La dignidad inherente al ser humano
3.1) Dignidad del hombre en la historia de los sistemas de enjuiciamiento penal
3.1.1) Sistema acusatorio
3.1.2) La inquisición y la degradación de la dignidad humana
3.1.3) Revolución Francesa y reforma del procedimiento penal inquisitivo
4) Teorías de los DH.
4.1) Teoría individualista y liberal como fundamento de los DH
4.1.1) Las ideas de ALBERDI
4.1.2) La filosofía de los DH en la Constitución liberal de la República Argentina de
1853-60
4.2) Teoría institucional
4.2.1) Consecuencias de las garantías institucionales con posterioridad a la entrada en
vigor de la LFB
4.2.2) La teoría institucional de los DF de HÄBERLE
4.2.3) Teoría institucional en la doctrina del Consejo de Estado y TCE
4.2.4) Teoría de la institución en la jurisprudencia argentina
4.3) Teoría de los valores
4.3.1) Derecho natural equivalente al valor justicia
4.3.2) Los tres paradigmas según FERRAJOLI
4.4) Teoría democrático-funcional
4.5) Teoría jurídico-social
4.6) Teoría de la garantía procesal. La tutela judicial efectiva como DF
4.7) Doble naturaleza subjetiva y objetiva de los DF.
5) Conclusión
1) Introducción
En este trabajo estudiaré algunas nociones acerca de los Derechos Humanos (en
adelante DH) examinando cuáles son sus caracteres o rasgos esenciales.
Exploraré el significado de la dignidad humana, su reconocimiento en los Tratados
internacionales, así como su desarrollo teórico realizado por el constitucionalismo
moderno, indagando acerca de su evolución, desde sus orígenes históricos más remotos,
a través de los distintos sistemas de enjuiciamientos penales.
Por último, me extenderé en la investigación sobre las teorías filosóficos, a mi juicio
más relevantes, sobre los DH, reseñando sus fuentes doctrinarias y jurisprudenciales
alemanas (luego receptadas por España), así como su incipiente arribo a la Argentina
mediante su admisión aislada por algún autor y pronunciamiento judicial.
2) Caracteres de los DH
Antes de iniciar el análisis de este acápite, cabe aclarar que atento la división social en
clases y la existencia de la esclavitud -que imposibilitaba a los hombres decidir su
destino-, el mundo antiguo no conoció los DH; sociedades como la griega o la romana
reservaron para alguno de sus miembros la posibilidad de ser libres, de disponer de sí
mismos, de ser considerados parte integrante de la misma[63].
El sistema acusatorio rigió prácticamente durante toda la antigüedad (Grecia y Roma) y
en la Edad Media hasta el siglo XIII (Derecho germano), momento en el cual, como
herencia del último Derecho romano imperial (cognitio extra ordinem), antes de la caída
de Roma, fue reemplazado por la Inquisición.
Comenzó a regir -entendió MAIER[64]- "no bien la reacción frente a la ofensa grave
del orden jurídico dejó de ser un mero ejercicio del poder autoritario del príncipe
(congnitio durante la monarquía romana, por ejemplo[65]) o de la venganza física del
ofendido o su tribu, en las sociedades primitivas que no poseían todavía un atisbo de
poder político central (según sucedía en el primitivo Derecho germano)"[66].
En tal sentido, la reacción, privada o popular contra los delitos, fue canalizada por la vía
que hoy llamaríamos "acción procesal", dando nacimiento al "juicio" con intervención
del defensor y frente a un árbitro -denominado Tribunal-, quien decidía la cuestión[67].
La característica fundamental del sistema acusatorio radicó en la división de funciones:
el acusador -persona de existencia visible, no órgano del Estado- ejerció la acción penal;
al imputado se le dio la posibilidad de resistir la imputación (derecho de defensa) y el
Tribunal tuvo el poder de decidir como tercero imparcial[68].
La jurisdicción penal fue otorgada a Tribunales populares (verdaderas asambleas
integradas por un considerable número de ciudadanos), colegios judiciales o Tribunales
constituidos por jurados[69].
Este sistema fue definido como popular, porque se concedió la acción penal a cualquier
ciudadano para perseguir delitos graves, de cuyo repudio estaba interesado toda la
comunidad (v. gr. Grecia, Roma, Derecho anglo-sajón y sólo parcialmente, Ley de
Enjuiciamiento criminal Española).
El acusado -colocado en una posición jurídica de igualdad con el acusador- fue
considerado sujeto de derecho; durante el procedimiento su situación procesal no
variaba en sustancia hasta la condena; si bien se admitieron medidas de coerción, la
privación de la libertad durante el enjuiciamiento constituyó una excepción.
El procedimiento consistió en un debate público, oral, continuo y contradictorio. Los
jueces que integraron los Tribunales admitieron y declararon procedentes los medios de
prueba[70], los fundamentos y las pretensiones de ambas partes y tuvieron la potestad
de dictar sentencia evaluando dichos elementos.
En la antigüedad, el juicio se llevó a cabo al aire libre (en el foro o plaza pública); más
tarde, sin renunciar a la publicidad, fue introduciéndose paulatinamente en ambientes
cerrados (denominados "Casas de justicia", hoy sedes de los Tribunales judiciales).
En la valoración de la prueba imperaba la "íntima convicción", conforme a la cual los
magistrados decidieron por medio de su voto, sin necesidad de exteriorizar su
fundamento, y sin sujeción a reglas que establecieran en forma tasada el mérito
probatorio de los medios intentados; este criterio cambió radicalmente durante la
Inquisición.
El fallo fue el resultado de una sumatoria de votos emitidos por una mayoría
determinada o por la unanimidad de todos los jueces actuantes (v. gr. actual jurado
anglo-sajón).
Como se trataba de Tribunales populares que, o bien detentaron directamente la
soberanía (asambleas del pueblo), o bien, pretendieron representar al pueblo soberano
(jurado), la cosa juzgada constituyó un efecto habitual, pero eran desconocidos los
recursos o entendidos éstos a modo de gracia o perdón específico para el caso
particulor.
Este mismo sistema de enjuiciamiento fue utilizado por el Derecho inglés, en la Edad
Media, Moderna, perdurando en esencia hasta la actualidad.
El proceso se basaba en la acción penal intentada por cualquier ciudadano (popular) o
por ciertas entidades; los jueces no pudieron actuar de oficio.
En el año 1873 se creó una dirección de acusaciones públicas como organismo oficial,
quien ejerció la acción penal, examinando casos de hechos delictuosos graves, de
complicada prueba, o subsidiariamente, en los crímenes donde no había "acusador".
Determinada la admisibilidad de las acusaciones por el "Gran Jurado", las actuaciones
pasaban al Tribunal de juicio donde actuaba el "Pequeño Jurado"; en esta etapa el
procedimiento era contradictorio, oral y público[71].
Para HÄBERLE[195] los DF son estudiados como un sistema unitario y objetivo cuyo
significado debe determinarse en relación a la totalidad de la Constitución; dicho
profesor caracterizó a la Carta Magna como un sistema de valores positivizados, no
entendidos de forma abstracta, exterior o superior al ordenamiento jurídico.
En ese sentido, "el contenido y los límites de los derechos fundamentales deben
determinarse partiendo de la totalidad del sistema constitucional de los valores al que
hace en su esencia, referencia todo derecho fundamental"[196].
De acuerdo a su pensamiento, los DF protegen bienes jurídicos constitucionales tanto de
los individuos como de la sociedad.
Para HÄBERLE no todos los bienes jurídicos protegidos por la Constitución están
incluidos expresamente en ella, ya que existen otros bienes que son presupuestos
inmanentes en la LFB.
Para determinar el significado de los DF utilizó un triple punto de vista:
a) la función social de los DF[197], habida cuenta que su ejercicio efectivo implica una
actividad social. Se equiparan los intereses individuales y sociales.
b) entre los bienes constitucionales tutelados existen relaciones de condicionabilidad
mutua, al hallarse vinculados entre sí y respecto de la totalidad de la Constitución. Los
DF se refuerzan y protegen recíprocamente[198].
c) Los DF son base funcional para la democracia en la LFB[199].
En definitiva, HÄBERLE consideró que los DF no garantizan tan solo las actividades
privadas de los individuos, sino que cumplen una función social, están condicionados
por otros bienes constitucionales y configuran la base funcional de la democracia.
Entendió que su ejercicio se caracteriza por un ensamblaje o conexión entre intereses
individuales y públicos, los cuales no se encuentran contrapuestos, ni situados
paralelamente unos de los otros. Si es transgredido un DF individual -afirmó- se
infringen también intereses públicos[200]. Sobre la base de ambos intereses son
justificadas las limitaciones de los DF utilizándose a ese fin la reserva de ley o los
límites inmanentes[201].
Para HÄBERLE, el legislador se encuentra en una posición trascendental, ya que sin él
no se realizarían los DF; su rol se orienta a la configuración, limitación, reforzamiento y
concretización de los DF en su aspecto individual e institucional[202].
Se observa que HÄBERLE realzó la fortaleza de la legislación en el ámbito de los DF al
no ser considerada como una amenaza o un perjuicio para ellos[203].
Para la limitación y valoración de los DF y de los bienes constitucionalmente pretegidos
privados y públicos, HÄBERLE propuso el método de la ponderación[204].
En esa tarea de integración propia del desarrollo dinámico de los DF se trata de
ponderar diversos bienes jurídicos, en el marco de la totalidad de los valores y bienes
jurídicos constitucionales tutelados[205].
Este sistema permite establecer la adecuación de los límites y contenidos de los DF y la
solución de los conflictos entre los aludidos bienes.
Se procede a examinar cada DF e indagar el mayor, igual o menor valor entre los
distintos bienes, así como su recíproco equilibrio[206].
La ponderación de bienes no debe desconocer que la Constitución es un orden
jerárquico de valores condicionados entre sí. Cada DF, dependiendo de su cualidad y
regulación constitucional, está en relación valorativa con otros bienes constitucionales.
El legislador, a través del desarrollo normativo, no puede crear una segunda
Constitución, ni realizar una modificación de la Constitución material, es decir, no
puede ocupar el lugar del Poder Constituyente. La garantía de los DF obliga a que la
actividad del legislador deba ser justificada en la Constitución[207].
La identificación del contenido esencial de los DF[208] no se podrá realizar de forma
aislada, ya que no es independiente ni está separado del resto de la Constitución. Para
ese fin se utilizará el principio de ponderación de bienes[209].
Estas bases permitieron a HÄBERLE deducir que los DF poseen:
un aspecto individual mediante el cual se garantizan los derechos públicos subjetivos a
los titulares de DF, sean personas físicas o jurídicas (asociaciones, sindicatos, etc);
un aspecto institucional expresado por la garantía constitucional de configuración y
ordenación de determinados ámbitos sociales (v.gr. regulación de la contratación, de la
propiedad, de la herencia, del matrimonio, de la familia, de la libertad de asociación,
asamblea o reunión y de coalición);
Ambos aspectos están interconectados, no son antagónicos, optativos, aislados uno de
los otros y no se hallan en unión de medio a fin (causalidad), sino que se relacionan
mediante la intercambiabilidad de su significado y la igualdad de rango[210].
HÄBERLE relacionó los aspectos individual e institucional. Los DF se conectan a un
ámbito social garantizado institucionalmente, así como a complejos normativos que lo
desarrollen suficientemente para su ejercicio.
El aspecto institucional contribuye a determinar la orientación, garantía, contenido y
finalidad de los DF. Las decisiones de los individuos sobre el ejercicio de los DF
quedaría sin efecto jurídico si no existiera un complejo normativo que configure a los
DF.
La concepción de HÄBERLE, intenta vincular los DF con su realización y efectividad
operativa. La institucionalización de los DF hace necesario determinar, conformar y
actualizar los DF a través del legislador quien debe tener presente su función social y
sus relaciones de condicionabilidad recíproca con otros bienes jurídicos
constitucionalmente protegidos[211].
La realización práctica del sistema de DF supone el reconocimiento de un status activus
processualis que permite la tutela jurisdiccional de los derechos ciudadanos[212]. En
ese sentido, los DF son vinculantes, en tanto son entendidos como categorías jurídico-
positivas[213].
Los DF no son únicamente algo dado, organizado, institucional, y de tal modo
objetivados como status; sino que ellos, en cuanto institutos, justamente a consecuencia
del obrar humano devienen en realidad vital[214].
Por ello, la función legislativa se orienta a la promoción y realización de la libertad
instituida; esto permite dejar atrás la clásica noción de reserva de ley del Estado liberal
minimalista y asumir un concepto de ley más amplio, siempre que éste respete el
contenido esencial del DF[215].
4.2.3) Teoría institucional en la doctrina del Consejo de Estado y TCE
De manera idéntica a la concepción institucional, esta teoría considera que los DF tienen
primariamente carácter objetivo[227]derivado de considerar que los DF son el
fundamento de los valores por los que se va a regir una comunidad y expresión de los
que ha establecido por sí misma. La libertad tendrá como finalidad la realización de los
valores expresados en los DF[228].
Esta concepción axiológica de los DF -originada en Europa de entreguerra- debe
situarse en el contexto de las teoría de la integración de SMEND, quien partió de la idea
de que un Estado existe y se desarrolla en un proceso de continua renovación, expresada
en la frase de RENAN que el "Estado es un plebiscito cotidiano"[229].
Por proceso de integración se entiende la producción, actualización, desarrollo continuo,
renovación e innovación para la realización del Estado y la sustancia espiritual de la
comunidad[230].
Entre las distintas formas de integración se destacan: la personal, funcional y material.
La primera, implica que el Estado se realiza por medio de personas[231], verbigracia, en
un régimen parlamentario, en virtud del cual el grupo político dominante debe mantener
cohesionada a la mayoría legislativa, debiendo integrar a la totalidad del pueblo para
establecer una unidad política[232].
La integración funcional, por su parte, tiende a la creación de un sentimiento
colectivo[233] y se realiza mediante la creación de una comunidad compuesta por las
distintas voluntades[234] que, a su vez, conforma la voluntad general (v. gr. las
elecciones, la actuación parlamentaria, la formación de gobiernos o el referéndum).
Interesa resaltar la forma de integración material al estar los DF incluidos en ella. Esta
integración estaría configurada por los contenidos sustantivos para la realización de los
fines del Estado[235]. La integración material expresaría el contenido sustancial
que posibilitaría la integración del pueblo de modo permanente, revándose y
desarrollándose continuamente[236].
SMEND consideró que los DF no pueden ser estudiados como parte integrante del
Derecho Administrativo, del Derecho de Policía o Privado, sino como Derecho
Constitucional.
Estos derechos tampoco pueden ser examinados como normas marco para su posterior
desarrollo mediante leyes técnicas, ya que su sentido material no coincide con la
legislación de desarrollo[237]. El Derecho Constitucional exige una interpretación
distinta.
Para SMEND el DF está compuesto por dos elementos: por una parte, regula un sistema
cultural de valores y bienes en cuya realización material el Estado alemán encontraría su
unidad y, por la otra, afirma el carácter nacional del sistema al estar dirigido a todos los
alemanes[238].
En estos dos sentidos -fundamentación de un sistema cultural de valores e integración
popular-, radica la orientación positiva de los DF[239].
Esta doctrina entendió que los DF están condicionados históricamente y son "los
representantes de un sistema de valores concreto, de un sistema cultural que resume el
sentido de la vida estatal contenida en la Constitución... este es el pilar en que debe
apoyarse toda interpretación de los DF"[240].
Esta estructura de valores constitucionales vigente, otorga legitimidad al ordenamiento
jurídico positivo, y eventualmente puede prescindir de la aplicación del texto expreso de
una norma jurídica en favor del contenido esencial de los DF[241].
En una de sus últimas conclusiones, en una famosa conferencia pronunciada en la
Universidad "Friedrich Wilhem" de Berlín, el 18-1-33, SMEND intentó conciliar su
posición con las teoría subjetas al afirmar que la esfera de los DF emerge "no como una
barrera o reserva que separe al ciudadano del Estado, sino como lazo de unión con él,
como fundamento de su adecuación política"[242].
La ascendencia de SMEND debe situarse en el intento de vincular criterios normativos
y no normativos (filosóficos, sociológicos, de pensamiento político) a la interpretación
de los DF.
Un nuevo impulso a esta concepción se produjo con la ética material de los valores
desarrollada por HARTMAN[243], donde los DF, asumieron contenidos axiológicos
como emanación de la comunidad estatal, a través de decisiones valorativas (normas
éticas objetivas manifestadas a través de leyes y sentencias), auténticas expresiones del
orden apreciativo de la sociedad[244].
BÖCKENFÖRDE entendió que la determinación del contenido esencial del DF es una
cuestión de averiguación del sentido del valor expresado por el DF que se realiza a
partir del consenso cultural-moral que se ha establecido sobre el significado del valor en
el transcurso del tiempo[245].
Señaló este autor que se recurre al establecimiento de un orden de prelación jerárquico
de valores para ofrecer una solución frente a los problemas de colisiones o de
concurrencia de varios DF.
Cabe señalar que la tesis de SMEND influyó también en los planteos de Josef M.
WINTRICH (posteriormente Presidente del Tribunal Constitucional alemán) y, sobre
todo, en el comentario de la LFB realizado en la primera edición por VON
MANGLOLDT y en la segunda, más influyente en relación a la jurisprudencia del
Tribunal Constitucional, por Fiedrich KLEIN[246].
Estas obras fueron de gran influencia para el Tribunal Constitucional alemán.
Por ejemplo, en la sentencia LÜTH[247] se consideró, en base al comentario de KLEIN,
que los DF fueron establecidos para garantizar la esfera de libertad ante las
intervenciones de los poderes públicos, es decir, son derechos de defensa de los
ciudadanos frente al Estado; al mismo tiempo la LFB no estableció un orden neutral,
sino objetivo de valores, con validez en todos los ámbitos del derecho (efecto
irradiación) determinando el contenido material de todo el orden jurídico[248].
Otra derivación conceptual de esta teoría, aplicada por el Tribunal Constitucional
alemán, consistió en entender que el aspecto subjetivo de los DF debe ser interpretado
como principios que establecen valores objetivos; así, los poderes públicos debieron
asumir la obligación de protección del contenido objetivo de esos DF, exigiendo su
aplicación.
Por ejemplo, en la primera sentencia sobre interrupción del embarazo[249] se especificó
que la obligación del Estado era no sólo abstenerse de intervenir directamente en el
proceso de gestación, sino el deber de proteger la vida en desarrollo, es decir, defenderla
de intervenciones contrarias a derecho de cualquier naturaleza.
Otro caso paradigmático fue un pronunciamiento acerca de la tributación del
matrimonio[250]. En dicho fallo se expresó que el art. 6 párr. 1 LFB ("Matrimonio y
familia están bajo protección especial del orden estatal") no sólo recogió un DF clásico
para la protección de la esfera privada del matrimonio y la familia, sino que representó
al mismo tiempo un principio, es decir, una decisión de valor que debe ser tenida en
cuenta en el ámbito tanto del Derecho Público como del Derecho Privado que afecte al
matrimonio y la familia. De la vinculación de ambos elementos (particular y público) se
derivó que el contenido objetivo de los DF afecta también al DF en un sentido
individual.
La tarea asumida por los Tribunales Constitucionales de elaboración de una teoría
jurídica de los DF acorde con la Constitución[251], encuentra su justificación en lo que
OTTO BACHOF[252] entendiera como "enérgica pretensión de validez de las normas
materiales de nuestra Constitución" y todo ello -afirmó SEGADO- "como resultante
último de un orden de valores que vincula directamente a los tres clásicos poderes del
Estado, un orden axiológico que ha de ser considerado anterior a la Constitución y que,
consecuentemente, no ha sido creada por ésta, que se limita a reconocerlo y
garantizarlo, y cuyo fundamento último se encuentra en los valores determinantes de la
cultura occidental".
Por otra parte, en España, alguna doctrina entendió que la identificación de principios
constitucionales remite constantemente a un cuadro de valores que no por ser genéricos
o imprecisos han de ser menos operativos; señaló, además, que la Constitución
sancionada en 1978 está impregnada y compuesta de una sustancia material u orden de
valores subyacente -cuya manifestación culminante son los DF-, clave normativa del
sistema que afectará su funcionamiento e interpretación[253].
En ese sentido, el art. 1.1 de la CE establece que "España se constituye en un Estado
social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su
ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político".
Expresó HERNANDEZ GIL que la expresión en el texto constitucional "propugna"
equivale a decir que el Estado, definido como social y democrático de Derecho, asume
la misión que el ordenamiento jurídico tienda hacia esos valores, los alcance y
realice[254]. En virtud de ello, aseveró SEGADO[255]que dicho ordenamiento se nos
ofrece como el instrumento para la realización de los fines que la norma suprema
enuncia como valores, quedando establecida una íntima conexión entre el ordenamiento
y los valores, relación que supone el reconocimiento de la dimensión axiológica del
derecho.
Sostuvo el propio SEGADO, que se trata de un ordenamiento vinculado a los valores,
que por ello mismo se sitúa en las antípodas de aquellos ordenamientos constitucionales
supuestamente caracterizados por su neutralidad valorativa, entre los que pueden citarse
como ejemplo la Constitución de Weimar[256].
Expresó en esa misma dirección el TCE en su sentencia 21/1981 de 15-6 que "... los
derechos fundamentales responden a un sistema de valores y principios de alcance
universal que subyacen a la Declaración Universal y a los diversos convenios
internacionales sobre Derechos Humanos, ratificados por España, y que, asumidos
como decisión constitucional básica, han de informar todo nuestro ordenamiento
jurídico" (FJ 10, seg. párr).
SEGADO, interpretó que ello quiere decir que los DF forman parte del sistema
axiológico positivizado por la Constitución y, por lo mismo, constituyen los
fundamentos materiales del ordenamiento jurídico[257].
La sentencia del TCE 34/1986 de 21-02 (FJ 1ero) [258], entendió en tal orientación que
los DF "constituyen la esencia misma del régimen constitucional..."; declaró también en
su pronunciamiento TCE 1/1985 de 09-01 (FJ 5to)[259]que "...cuando se trata de la
protección de los derechos o libertades fundamentales,... nada es trivial o inimportante".
Esta relevancia constitucional de los DF fue reafirmada desde sus primeros
pronunciamientos, por ejemplo, en sentencias TCE 26/1981 y 7/1983 de 14-02[260] de
17-07 (FJ 14)[261]en las cuales aseguró que "Nada que concierna al ejercicio por los
ciudadanos de los derechos que la Constitución les reconoce, podrá considerarse nunca
ajeno a este Tribunal".
Cabe señalar por último que esta teoría fue criticada, entre otros, por
FORSTHOFF[262], quien consideró que implicó un abandono del derecho positivo. El
sistema de valores -argumentó- se caracteriza por tener una dimensión espiritual y,
como tal, no es excesivamente útil en el ámbito de la interpretación de las normas
jurídicas. Si un valor se traslada a una norma, su aplicación se convierte en una
realización o ponderación de valores improcedente. Según este autor, la concepción
material de los valores no tiene carácter jurídico, sino filosófico. Para él, este método de
interpretación supone la supresión de la ley constitucional, la inseguridad del Derecho
Constitucional, la desformalización de la Constitución e implica una imposibilidad de
controlar el subjetivismo en las sentencias que aplican y el peligro de una tiranía de
valores.
Por su parte, GOERLICH[263] también la desaprobó, al entender que no realiza una
fundamentación o motivación racional de las decisiones judiciales, ya que a través del
orden de valores se puede justificar cualquier resultado.
Señaló SCHELER, como reproche, que esta doctrina subordina el método jurídico a los
contenidos axiológicos de la sociedad sobre los DF, dejando abierta la pregunta acerca
de cómo identificar los valores superiores de la comunidad.
Para esta teoría corresponde aplicar -manifestó SCHELER- el método de las ciencias
del espíritu para conocer la jerarquía de la conciencia valorativa de la comunidad; que
es alcanzable como una evidencia preferentemente intuitiva o emocional[264], o
mediante el juicio de valor cultural y moral del momento, que no está exento de una
ponderación calificativa superior frente a otra inferior[265].
Es evidente -aseveró SHMITT- que la perspectiva de la teoría del valor tiende a
uniformizar, en torno a determinados presuntos valores supremos objetivos, a los
valores minoritarios; pero en la práctica de las sociedades tradicionales, la dialéctica del
conflicto entre los valores sociales no terminan integrándose, sino que "en la jerarquía
de valores contrariamente valen otras relaciones, que se justifican en que el valor
destruye al antivalor y el valor más alto trata como inferior al valor menor"[266].
Por ello -concluyó LANDA[267]- "los derechos fundamentales, en un sentido tanto
objetivo valorativo como subjetivo liberal, terminan tiranizando a aquellos sectores
minoritarios o desvinculándose de las mayorías sociales; lo que abre paso a replantear la
teoría de los derechos fundamentales a partir de la teoría institucional".
Pretende explicar los DF a partir de su función política o pública y de la idea que los DF
deben asegurar el fortalecimiento del Estado constitucional en el marco de una
democracia deliberativa, teniendo en cuenta que el ejercicio y desarrollo de los DF están
estrechamente vinculados al funcionamiento de élla (v. gr. derechos a la libertad de
expresión, de información, de asociación, de reunión y asociación, de manifestación,
etc, etc) [285].
Esta concepción pondera el carácter cívico de los DF como factores constitutivos de un
proceso democrático y participativo dirigido a la configuración de la voluntad
política[286].
Entiende que los DF no son bienes jurídicos de libre disposición, porque los ciudadanos
tienen deberes y obligaciones fundamentales con el Estado democrático-constitucional
y, además, porque los DF tienen límites[287].
Mientras la teoría liberal interpretaba los DF como normas de distribución de
competencias entre los titulares de los DF y el Estado, la doctrina en examen considera
los DF como normas que fundamentan competencias para la participación libre del
titular del DF en los asuntos públicos y en el proceso político[288].
El punto de partida, orientación y límites de los DF se encuentra en la proceso político
democrático, que se convierte en el valor constituyente de su contenido y ejercicio. En
consecuencia, lo políticamente correcto se convierte en el parámetro de validez de los
DF, tarea no delimitada en cada caso por el titular del derecho, sino por el consenso
social.
Mediante este planteamiento se relativiza la libre decisión del ciudadano sobre la
utilización de su libertad, la que se dirige a la consecución de una función política y
pública; por ello, su ejercicio no puede depender únicamente de la voluntad subjetiva
del titular. El cumplimiento de una función pública puede llevar a considerar la libertad
en un deber.
Esta corriente filosófica reputa incompleta las teorías individualista y positivista de los
derechos económicos y sociales, entendidas como normas programáticas sujetas a la
reserva de ley[289], o abstracta delimitación de la libertad por la igualdad y la
justicia[290].Toma como punto de partida la necesidad de existencia de presupuestos
sociales para que la libertad jurídica se convierta en libertad real[291] y no sea una
fórmula vacua.
PECES-BARBA entendió que "para defender la libertad es necesario crear las
condiciones sociales, económicas y culturales que la hagan posible"[292]
El Estado tiene que ocupar el rol de garante de los DF con el objeto de procurar la
realización de estos DF sociales, básicos para la subsistencia de los habitantes (v. gr.
alimentación, salud, vestido, vivienda, etc).
Esta teoría considera que los DF son considerados pretensiones de prestación que
requieren de medios financieros, organizativos y personales, de cuya materialización
dependerá su concreción[293].
En tal sentido, los presupuestos sociales son constituyentes del carácter jurídico de los
DF, en la medida que el origen y el fin de su carácter normativo reposa en el concreto
desarrollo económico que les otorgará eficacia social[294].
BIDART CAMPOS señaló que "hay que proyectar los derechos humanos hacia la
promoción y realización efectiva de políticas de bienestar en el área económica, social,
cultural, para crear, consolidar y difundir condiciones de bienestar común y de
accesibilidad al goce real de los derechos por parte de todos los hombres, en especial de
los menos favorecidos"[295].
La fragilidad de esta teoría radica en la dependencia de la vigencia de los derechos
sociales de la situación de bienestar del Estado; por ello, si bien estos derechos son de
cumplimiento obligatorio, la exigencia judicial de su aplicación sólo es posible en la
medida en que el legislativo y el gobierno hayan presupuestado su cumplimiento[296].
Su eficacia queda reducida pues a la decisión política del gobierno y en el mejor de los
casos, a la negociación con la oposición[297].
Ante la existencia de recursos escasos se deben adoptar decisiones de prioridad sobre la
distribución de los medios financieros, convirtiéndose de este modo el desarrollo de los
DF en una cuestión de oportunidad política.
A mi modo de ver, el Estado está en perfectas condiciones de realizar y hacer posible el
cumplimiento de los DF; su rol no se reduce a una vuelta al Estado abstencionista
decimonónico, ni un abandono de los compromisos que forjaron al Estado
intervencionista.
El nuevo modelo propuesto de Estado apunta a afirmar una administración que asuma
su responsabilidad social ante la carencia de respuestas del modelo de "libre mercado".
El Estado debe avanzar en la búsqueda de nuevos perfiles, nuevos acomodamientos,
reformulaciones frente a los requerimientos sociales[298] apoyándose en el principio de
la "subsidiariedad".
Como explicación de este último término, cabe señalar que todo orden económico-
social encuentra fundamento en una concepción filosófica del ser humano tendiente al
respeto de su dignidad, al desarrollo integral de sus potencialidades individuales y
sociales, como también al goce de sus DH y de sus libertades públicas.
La función asignada al Estado es dirigir enérgicamente sus objetivos hacia la
reestructuración de la sociedad[299]y asimismo, conformar un nuevo orden económico-
social donde cada individuo pueda realizarse[300].
El Estado se constituirá en programador de la estructura social, y consecuentemente,
adoptará decisiones trascendentes para realizar un plan de desarrollo nacional para el
logro de sus cometidos estatales y la realización de los DH, sea por sí mismo o por
delegación en empresas privadas.
La tendencia actual de los Estados modernos es instrumentar técnicas de concierto de
empresas privadas que hagan jugar a éstas como agentes económicos en el
cumplimiento de programas nacionales[301].
Algunos piensan que sería preferible ir hacia un Estado débil o mínimo. Sin embargo la
realidad indica la necesidad de reafirmar la autoridad del Estado en sus funciones
soberanas y la eficiencia de las actividades supletorias que lleve a cabo. Al contrario de
lo que pueda suponerse, el Estado no saldrá mas frágil de este proceso sino mas fuerte,
pues su grandeza descansa más en el cumplimiento de sus finalidades esenciales que en
su tamaño o dimensión[302].
Como ha dicho SAGÜES "El principio de subsidariedad que -en su faz pasiva- veda al
Estado hacer todo lo que los particulares puedan realizar con su propia iniciativa o
industria y que, consecuentemente, también obsta a que el Estado, como comunidad de
superior jerarquía, lleve a cabo actividades que pueden cumplir las comunidades
menores (provincias) o los llamados cuerpos intermedios, encuentra adecuado sustento
en la Constitución Nacional. En efecto, ésta concibe los derechos de ejercer industria o
comercio, de enseñar y aprender, entre otros, como derechos a favor de los particulares
y no del Estado (art. 14, Constitución Nacional), el que se encuentra limitado por el
principio de legalidad (art 19) y de razonabilidad (art 28). Sobre la faz activa del
principio de la subsidiariedad (que lleva al Estado a intervenir en caso de insuficiencia o
falta de iniciativa privada) la Constitución Nacional carece de prescripciones específicas
si bien podría interpretarse que la cláusula del progreso (art 67, inc 16) y el ejercicio de
los llamados poderes resultantes o inherentes del órgano legislativo podrían llegar a
fundar la injerencia estatal. Pero ello, sólo sería posible en caso de insuficiencia de la
iniciativa privada y nunca para justificar una intervención estatal progresiva, como ha
acontecido entre nosotros"[303].-
El Estado intervendrá en forma legítima, por ejemplo, para salvaguardar la seguridad
jurídica, los derechos y garantías individuales y fundamentalmente, los derechos
económicos y sociales.
En este último sentido, intervendrá prioritariamente para corregir y complementar los
mecanismos del mercado.
En este plano estrictamente económico y sobre la base del principio que estamos
considerando, se afirma la llamada "Economía Social de Mercado", que no es otra cosa
que una "economía que discurre según las reglas de la economía de mercado, pero
provista de complementos y seguridades sociales[304].
Sobre este tema sumamente relevante para el desenvolvimiento armónico de la
sociedad, señaló WOLFRAM que dicho sistema "deja intacto el mecanismo de mercado
hasta donde sea posible, pero complementado con medidas de seguridad social y
distribución de los ingresos"[305].
Asimismo, las empresas privadas a cargo de cometidos estatales de enorme
trascendencia social, actuarán principalmente para cumplir directamente con esos fines,
lo que implicará que en ocasiones deban dejar a un lado sus (excesivas) pretensiones de
lucro al estar comprometido el acceso de la población a los bienes esenciales y básicos.
Para cumplir esos cometidos, dichas empresas dirigirán su actuación a dar satisfacción a
necesidades sociales que, inclusive, puede requerir actuaciones rigurosamente
"antieconómicas"[306].
El Estado tiene la obligación de suplir la voracidad del libre juego de oferta y demanda
cuando encuentre situaciones (hoy cotidianas y habituales) de injusticia social y no
desatender bajo ningún concepto las demandas de los sectores sociales excluidos.
La teoría según la cual los DF son garantías procesales, proviene del interés de otorgar
eficacia a su aplicación y protección[308].
En efecto, desde una perspectiva práctica, los DF son valiosos en la medida que cuentan
con garantías procesales que permiten accionar ante los tribunales judiciales y/o
administrativos para lograr su realización y tornarlos efectivos.
La denominada "tutela judicial efectiva" constituye una garantía instrumental, que se
incorpora al contenido esencial de los DF como elemento del núcleo duro de los
mismos [309].
En tal dirección cabe señalar que la creciente consideración del acceso a la justicia
como derecho social básico permite afirmar que "es el derecho humano primario en un
sistema legal que pretenda garantizar los derechos tanto individuales como colectivos" y
que, razonablemente, "los ciudadanos asumen que los derechos humanos muestran su
vigencia sólo cuando encuentran amparo al reclamo que formulan con motivo de sus
violaciones, no cuando quedan en espera del reconocimiento de sus derechos[310]".
Si bien la CN de 1853/60 no incluyó a "la tutela judicial efectiva" expresamente, la
doctrina desde ataño, entendió que fue establecida genéricamente por el art. 18 CN
siendo sus especies los derechos al "debido proceso adjetivo formal y material" y a la
"defensa en juicio"[311] (art. 18 CN).
Fue incorporada definitivamente a nuestra CN a través del art. 75 inc. 22 (reforma de
1994) que declaró con jerarquía constitucional, entre otros tratados, a la Declaración
Universal de DH de 1948 (art. 10), el Pacto de Derechos Civiles y Políticos de 1966
(art. 14) y la Convención Americana de DH (Pacto de San José de Costa Rica[312],
arts. 8[313] y 25[314]).
Expresó la CSJN en autos "Domini, Dardo c/ Municipalidad de Bahía Blanca" que "La
aludida garantía que consagra el artículo 18, requiere que no se prive a nadie
arbitrariamente de la adecuada y oportuna tutela de los derechos que pudieren
eventualmente asistirle, sino a través de un proceso conducido en legal forma y que
concluya en el dictado de una sentencia fundada"[315].
En otro pronunciamiento, manifestó la CSJN que "La privación de justicia no sólo se
configura cuando las personas se encuentran ante la imposibilidad de recurrir a un
tribunal competente o cuando la decisión judicial se aplaza en forma irrazonable o
indefinida, sino también cuando no se dan las condiciones necesarias para que los jueces
puedan ejercer su imperio jurisdiccional con eficacia real y concreta que, por naturaleza,
exige el orden jurídico, de manera que éste alcance su efectiva vigencia en el resultado
positivo de las decisiones que la Constitución Nacional ha encomendado al Poder
Judicial. Ello con tanta mayor razón cuando están en juego derechos fundamentales de
las personas que merecen garantías inviolables por ser tales e integrar, además, el
valioso acervo del bien común"[316].
El art. 15 de la Const. de la Prov. de Bs. As. reformada en 1994 concretó ese principio
sancionando una norma innovadora que dice: "La provincia asegura la tutela judicial
continua y efectiva, el acceso irrestricto a la justicia, la gratuidad de los trámites y la
asistencia letrada a quienes carezcan de recursos suficientes y la inviolabilidad de la
defensa de la persona y de los derechos en todo procedimiento administrativo o
judicial. Las causas deberán decidirse en tiempo razonable. El retardo en dictar
sentencia y las dilaciones indebidas cuando sean reiteradas, constituyen falta grave".
La Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires dictó sentencia con fecha
14-6-96 en la causa B-51.435 rotulada "Bymo SCA c/ Provincia de Buenos Aires
(OSBA) s/ Demanda Contencioso Administrativa", en la cual sobre este tema
sostuvo que "Los principios constitucionales incorporados con la reforma del año 1994
aseguran la tutela judicial continua y efectiva y la inviolabilidad de la defensa de la
persona y de los derechos en todo procedimiento administrativo o judicial, configurando
una valla a las interpretaciones que asignen límites formales e impidan el acceso a la
justicia".
A su turno, la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la incorporó en su
art. 12 que dice "La Ciudad garantiza... inc. 6º. El acceso a la justicia de todos sus
habitantes, en ningún caso limitado por razones económicas", recogiendo de ese modo
los mandatos nacionales y supranacionales que resguardan el sistema internacional de
DH.
En tal sentido, esta garantía constituye un DH sin contenido patrimonial y por lo tanto,
en principio, no reparable económicamente.
PADILLA expresó al respecto que "La lesión a un derecho económico podrá o no ser
irreparable, y es preciso probar tal consecuencia, pero en cambio, el daño sufrido por el
derecho de defensa es siempre definitivo y permanente, no es pecuniariamente
compensable y la única forma de restablecerlo consiste en brindar nuevamente la
oportunidad de defenderse adecuadamente de lo que se privó el particular"[317].
En el derecho comparado, Alemania, para dejar atrás el nazismo, se preocupó por
garantizar una justicia independiente y ofrecer una tutela jurisdiccional efectiva que
protegiera al ciudadano frente a los poderes públicos[318].
Así, el art. 19-IV de la LFB establece: "Toda persona cuyos derechos sean vulnerados
por el poder público, podrá recurrir a la vía judicial. Si no hubiese otra jurisdicción
competente para conocer del recurso, quedará abierta la vía judicial ordinaria".
El Tribunal Constitucional Federal -explicó SOMMERMANN-, considera que la tutela
judicial efectiva no puede reducirse a la condición de un derecho formal, ni detenerse en
la teórica posibilidad de acudir a los tribunales, sino que garantiza, ante todo, el derecho
sustantivo a un control judicial efectivo y real[319].
En España fue receptado por su CE de 1978, como resultado de la reacción a la
experiencia totalitaria que precedió a su sanción[320].
En efecto, tras la sangrienta guerra civil sufrida entre 1936 y 1939[321], asumió el
poder el General Franco quien gobernó autoritariamente suprimiendo las libertades
públicas y la división de poderes durante más de treinta años, lo que llevó al pueblo, una
vez restaurada la democracia, a querer reforzar el control judicial del ejercicio del
poder y establecer amplias garantías para los ciudadanos, entre otras, la tutela judicial
efectiva (art. 24.1) [322].
El TCE afirmó que "... el derecho a obtener la tutela judicial efectiva que reconoce a los
ciudadanos el artículo 24. 1 de la Constitución, consiste en el derecho a acceder al
proceso judicial, de que conozcan los Jueces y Tribunales ordinarios, alegar los hechos
y las argumentaciones jurídicas pertinentes y obtener una resolución fundada en
Derecho, que puede ser favorable o adversa a las pretensiones ejercitadas"[323].
4.7.-Doble naturaleza subjetiva y objetiva de los DF.
5) Conclusión
Teniendo en cuenta que los DF son el fundamento del Estado de Derecho y del orden
social, de haber un gobierno que observe sus compromisos constitucionales y pretenda
realizarlos, las diversas teorías de los DF constituirían aportes adecuados para que los
DF posean eficacia social, ya que actualmente resultan insuficientes por sí solos para
solucionar los problemas contemporáneos de su falta de realización[329].
En nuestro país, como política de Estado, los órganos judiciales y administrativos
deberían con urgencia adoptar cualquiera de estas concepciones a la hora de hacer valer
los DF en concreto, reparando sus continuas y recurrentes violaciones; los ciudadanos
podríamos contribuir en este proceso revalorizando la memoria y el pedido de
esclarecimiento y justicia en relación a los hechos no resueltos del pasado, apostando al
presente y al futuro para intentar su plena realización en todos los órdenes, mediante un
ejercicio responsable de las libertades públicas y derechos políticos.
De lo contrario, los DF serán, como hasta ahora, normas abstractas irrealizables.