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Fabián Sevilla

Doña Prudencia y el león


Ilustrado por Hebe Gardes

En su juventud, ninguno cazaba como el león.


Aquel felino era un maestro, ¡todo un campeón!
Desde bien lejos ya veía venir cualquier animal
que estuviera en su menú, y preparaba su arsenal.

Se afilaba las uñas en una piedra bien pareja


y se lustraba los colmillos usando cera de abeja.
Con una agilidad admirable, se agazapaba
tras un matorral y el momento justito esperaba.

Con las patas traseras se daba flor de envión.


Sobre la incauta víctima caía ¡Qué sorpresón!
Y… ¡Glup! Derechito a su panza. Ni un huesito
dejaba, aunque luego escupiera los pelitos.

Texto © 2010 Fabián Sevilla. Imagen © 2010 Hebe Gardes. Permitida la reproducción no comercial, para uso
personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los auto-
res. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
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Fabián Sevilla - Doña Prudencia y el león
Con los años, el mejor de todos los cazadores
se puso corto de vista y no distinguía los colores.
Le parecieron iguales un caballo y un grillo;
no diferenciaba un yacaré de un armadillo.

También perdió la potente fuerza de sus patas


y las garras ¡se le ablandaron como batatas!
Además se volvió flojazo y todo lo cansaba:
a puro bostezo, en su cueva se desperezaba.

Aunque lo que más quería era andar en chinelas,


hacer crucigramas o mirar las telenovelas,
debía de algún modo conseguirse el pan.
Y para no morirse de hambre pensó un plan.

Lo puso en marcha al cumplirse dos semanas


sin haber probado ni las patitas de una araña.
Se echó frente a su cueva y se quedó quietucho,
así pensarían que estaba muy enfermucho.

Los animales, ante aquella anormalidad,


se arrimaban por lástima o por solidaridad
a preguntarle qué le ocurría… qué lo molestaba…
si algo de la farmacia o del almacén necesitaba.

¡Pobrecitos! Ahí, el león simulaba emoción


y en agradecimiento por tanta preocupación
los invitaba a la cueva a tomar el té y charlar,
sin sospechar que no tendrían cómo escapar.

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Fabián Sevilla - Doña Prudencia y el león
Una vez adentro, sin hacer demasiado esfuerzo,
¡Glup! terminaban convertidos en su almuerzo.
Metió al horno más de un ñandú y cien coatíes;
hechos sopa se tragó mil guanacos y colibríes.

Monos aulladores en sándwiches se comía.


A los tucanes con puré de papas se los servía.
¡Cómo le gustaban las maras en escabeche con ajíes!
Y para el postre, se reservaba los chanchos jabalíes.

Aquel resultó un método más que inteligente


y al melenudo, no le faltó con qué hacer diente.
Se jactaba: — Si me hubiera dado cuenta antes,
habría hecho millones con mis propios restaurantes.

De modo tan cómodo siguió cazando sin parar.


Calculo cien kilos en un mes llegó a engordar.
Hasta que frente a él pasó Prudencia, la zorra.
Al verlo tendido, quieto y en plena modorra,

desde bien lejitos le preguntó desconfiando:


— Señor león, ¿qué me dice que le anda pasando?
Parece que prontito va a tocar el arpa, nomás,
o irá a conocerle la cara al de allá abajo, quizás.

— Y… no se equivoca, Prudencia estimada.


Estoy tan enfermo que de vida me queda nada.
Pero ¿por qué no entra y me hace compañía?
No se diga que de un moribundo desconfía.

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Fabián Sevilla - Doña Prudencia y el león
— Voy al correo, por una carta que ayer me llegó.
—Doña Prudencia, que mal se la olía, se excusó.
El león insistió: — Acérquese, estoy tan debilucho
que ni gritar puedo y apenitas si la escucho.

La zorra, que se las sabía todas, respondió:


— ¡Ni en sueños! ¿Acaso cara de boba me vio?
Noto las huellas de los que entran a su casa,
pero no las de los que salen. ¡Cierre la bocaza!

En ese momento, se sintió descubierto el león


y saltó para atraparla con un rotundo mordiscón.
Pero como estaba tan vago y pesado, tropezó,
rodó ladera abajo y en el precipicio ¡Plaf! acabó.

Hocico a hocico, oreja a oreja, pico a pico


el de la zorra se volvió un triunfo olímpico.
Los demás animales no se cansaron de agasajarla.
Y hasta vinieron de los diarios para entrevistarla.

— ¿Cómo se dio cuenta de que era un engaño?


—le consultó un periodista a la estrella del año.
— ¿Qué la hizo sospechar? ¿Es usted adivina?
—preguntó otro a tan aclamadísima heroína.

La zorra respondió con una recomendación:


— Antes de hacer cualquier cosa, ¡mucha atención!
Y frente a la primera señal de advertencia
pongan en práctica mi nombre… ¡prudencia!

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