Está en la página 1de 647

Rule of Wolves

Nikolai Duology #2

Grishaverse ·#7

Leigh Bardugo

Pági
na2

2
Pági
na3

3
Pági
na4

4
Pági
na5

5
Pági
na6

6
1

Reina Makhi
Traducido por Azhreik

MAKHI KIR-TABAN, NACIDA DEL CIELO, era una reina de un


largo linaje de reinas.

«Y todas eran tontas», pensó, con el pulso acelerado mientras leía la


invitación en su mano. «Si no hubieran sido tontas, yo no estaría en este
predicamento ahora mismo.»

La ira no se mostró en su rostro. Ni la sangre se manifestó en sus


mejillas suaves. Era una reina y se conducía como tal: con la espalda recta,
cuerpo equilibrado y expresión compuesta. Sus dedos no temblaron, aunque
cada músculo en su cuerpo anhelaba aplastar en polvo el papel escrito
elegantemente.

«El rey Nikolai Lantsov, Gran Duque de Udova, único gobernador de la


gran nación de Ravka, y la princesa Ehri Kir-Taban, Hija del Cielo, la más
Etérea del Linaje Taban, darían la bienvenida a la reina Makhi Kir-Taban a
la celebración de su matrimonio en la capilla real de Os Alta.»

La boda se llevaría a cabo dentro de un mes. Tiempo suficiente para que


los sirvientes de Makhi empacaran los atuendos y joyas adecuadas, para
ensamblar su cortejo real, para alistar su contingente de Tavgharad, las
soldados élite que habían guardado a su familia desde que la primera reina
Taban tomó el trono. Bastante tiempo para hacer el viaje por tierra o en la
nueva aeronave de lujo que sus ingenieros habían construido.

Bastante tiempo para que una reina astuta iniciara una guerra.
Pero ahora mismo, Makhi tenía que aparentar frente a los ministros
dispuestos frente a ella en la cámara del consejo. Su madre había fallecido
solo un mes antes.

La corona podría haber regresado a la abuela de Makhi, pero Leyti Kir-


Taban tenía casi ochenta años y estaba harta de los problemas de reinar una
nación. Deseaba solamente podar sus rosas y entretenerse con una serie de
amantes salvajemente atractivos, así que le había dado a Makhi su
bendición y se retiró al campo. Makhi fue coronada apenas escasos días
después del funeral de su madre. Su reinado era nuevo, pero tenía intención
que fuera longevo. Ella traería una época de prosperidad e imperio para su
gente…

Y eso requería el apoyo de los ministros reales que la miraban en ese


momento, con caras llenas de expectación.

—No veo mensajes personales de Ehri —dijo, reclinándose en su trono.


Descansó la invitación en su regazo y se permitió fruncir el ceño—. Eso es
preocupante.

—Deberíamos regocijarnos —dijo el ministro Nagh. Llevaba puesto un


abrigo verde con botones de latón de la clase burócrata; todos los ministros
las llevaban, tenían las llaves cruzadas de los shu exhibidas en las solapas.
Lucían como un bosque de árboles severos—. ¿No es el resultado que
habíamos esperado? ¿Una boda para sellar una alianza entre nuestras
naciones?

«El resultado que ustedes esperaban. Ustedes harían que nos


escondiéramos tras nuestras montañas para siempre»

—Sí —dijo con una sonrisa—. Por eso arriesgamos a nuestra preciosa
princesa Ehri en semejante tierra salvaje. Pero debería habernos escrito una
nota de su mano, darnos alguna señal de que todo está bien.

El ministro Zihun se aclaró la garganta. — Su Majestad Celestísima,


Ehri tal vez no esté feliz, solo resignada. Nunca ha deseado una vida
pública, mucho menos una vida alejada del único hogar que ha conocido.
—Somos reinas. Lo que deseamos es lo que nuestro país necesita.

El ministro inclinó la cabeza respetuosamente. —Por supuesto, su


Majestad. ¿Escribimos su réplica?

—Lo haré yo misma —dijo la reina—. Como señal de respeto. Será


mejor que iniciemos esta nueva sociedad con el pie correcto.

—Muy bien, su Majestad —dijo Nagh, como si Makhi hubiera


ejecutado una cortesía particularmente refinada.

De alguna forma, la aprobación del ministro la ponía más inquieta que


su oposición.

Se levantó y, como uno, los ministros dieron un paso atrás, siguiendo el


protocolo. Descendió de su trono y sus guardias Tavgharad se formaron
detrás de ella mientras avanzaba por el largo corredor que dirigía al
santuario de la reina.

La cola de seda de su vestido susurraba contra el piso de mármol, tan


atareada como uno de sus consejeros. Makhi sabía exactamente cuántos
escalones necesitaba para alcanzar la privacidad de sus aposentos desde la
cámara del Consejo. Había hecho la caminata innumerables veces con su
madre y su abuela antes de eso. Ahora contó 56 55, intentando liberar su
frustración y pensar claramente.

Percibió al ministro Yerwei detrás de ella. Aunque el sonido de sus pies


con zapatillas estaba enmascarado por el golpeteo rítmico de las botas
tabanas. Era como ser perseguida por un fantasma. Si les decía a sus
guardias qué le cortaran la garganta, lo harían sin vacilación. y entonces la
juzgarían por asesinato, pues incluso la reina podía ser juzgada en Shu Han,
y ellos mismos testificarían en su contra.

Cuando alcanzaron el santuario de las reinas, Makhi pasó debajo de un


arco dorado y entró en un pequeño salón recibidor de mármol verde pálido.
Hizo un gesto de despedida a los sirvientes que la esperaban y se giró hacia
las Tavgharad.
—No nos molesten —instruyó.

Yerwei la siguió a través de la estancia hasta la sala de música, hasta


que alcanzaron el Gran salón dónde Makhi alguna vez se había sentado
sobre las rodillas de su madre escuchando historias de las primeras reinas
Taban, quienes, acompañadas por su cortejo de halcones domesticados,
habían bajado de las altas montañas en Sikurzoi para gobernar a los shu.
Taban yenok-yun, las llamaban. «La tormenta que permanecía.»

El Palacio había sido construido por esas reinas, y aún era una maravilla
de ingeniería y belleza. Pertenecía a la dinastía Taban... pertenecía a Makhi.
Sintió que su ánimo se elevaba cuando entraron a la corte del ala dorada.
Era una habitación de luz dorada y agua corriente, los delgados arcos
repetitivos de su terraza enmarcaban los arbustos esculpidos y las fuentes
borboteantes de los jardines reales de abajo, y más allá estaban las huertas
de ciruelos de Ahmrat Jen. Los árboles se alzaban como un regimiento de
soldados en filas ordenadas. Era invierno en Ravka, pero aquí en Shu Han,
en esta tierra bendecida, el sol aún ardía.

Makhi salió a la terraza. Era uno de los pocos lugares donde se sentía
seguro hablar, lejos de los ojos curiosos y las orejas curiosas de los
sirvientes y espías. Una mesa de cristal verde había sido dispuesta con
jofainas de vino y agua y una bandeja de higos maduros. En el jardín debajo
vio a su sobrina Akeni, jugando con uno de los hijos del jardinero. Si Makhi
no concebía hijas con uno de sus consortes, había decidido que Akeni algún
día heredaría la corona. No era la mayor de las chicas Taban pero, incluso a
los 8 años, era claramente la más brillante. Una sorpresa, considerando que
su madre tenía la profundidad de una bandeja para la cena.

—¡Tía Makhi! — Akeni gritó desde abajo—. ¡Encontramos un nido de


pájaro!

El hijo del jardinero no habló ni miró a la reina, sólo se quedó parado en


silencio junto a su compañera de juegos, con los ojos puestos en sus
sandalias andrajosas.

—No deben tocar los huevos — les aconsejó Makhi—. Miren, pero no
toquen.
—No lo haré. ¿Quieres flores?

—Tráeme una ciruela amarilla.

—¡Pero están ácidas!

—Tráeme una y te contaré una historia. —Observó mientras los niños


corrían hacia el muro sur del jardín. La fruta estaba en lo alto de los árboles
y requeriría tiempo e ingenio alcanzarla.

—Es una buena niña —dijo Yewei desde la arcada detrás de ella—. Tal
vez demasiado dócil para ser una buena reina.

Makhi lo ignoró.

—La princesa Ehri está viva —dijo él.

Ella sujetó la jofaina y la arrojó hacia el empedrado de abajo.

Arrancó las cortinas de las ventanas y las desgarró con las uñas.

Enterró la cara en las almohadas de seda y gritó.

En realidad, no hizo nada de eso.

En su lugar arrojó la invitación sobre la mesa y se removió la pesada


corona de la cabeza. Era puro platino, pesada por las esmeraldas y siempre
hacía que le doliera el cuello. La colocó junto a los higos y se sirvió un vaso
de vino. Los sirvientes debían atender esas necesidades, pero no los quería
cerca de ella ahora mismo.

Yerwei se deslizó al balcón y se sirvió vino sin preguntar. —Su hermana


no debería estar viva.
La princesa Ehri Kir-Taban, la más amada por su gente; por razones que
Makhi nunca había conseguido comprender. No era sabia, ni hermosa o
interesante. Todo lo que podía hacer era sonreír bobalicona y tocar el
khatuur. Y era adorada.

Ehri debería estar muerta. ¿Qué había salido mal? Makhi había trazado
sus planes cuidadosamente. Deberían haber terminado con el rey Nikolai y
la princesa Ehri muertos… y Fjerda culpada por los asesinatos. Con el
pretexto de vengar el asesinato de su amada hermana, marcharía a un país
sin rey ni timón, reclamaría sus Grisha para el programa khergud y utilizaría
Ravka como base para una cruenta guerra contra los fjerdanos.

Había elegido bien a su agente: Mayu Kir-Kaat era miembro de la


propia Tavgharad de la princesa Ehri. Era joven, una luchadora y
espadachín talentosa, y más importante, era vulnerable. Su hermano gemelo
se había desvanecido de su unidad militar y se había dicho a su familia que
el joven murió en batalla. Pero Mayu adivinó la verdad: había sido
seleccionado para convertirse en uno de los khergud, inducido al programa
Corazón de Hierro que lo volvería más fuerte y letal, y no completamente
humano. Mayu había rogado que lo liberaran antes que su conversión
tomará lugar y regresara al servicio como soldado ordinario.

La reina Makhi conocía el proceso para convertirse en khergud: que le


fusionaran acero Grisha a los huesos o alas mecánicas unidas a la espalda;
era doloroso. Pero había rumores de que el proceso hacia algo más, que los
soldados que emergían del programa cambiaban de forma terrible, que los
khergud perdían alguna parte fundamental de sí mismos a través de la
conversión, como si el dolor les hubiera quemado un trozo de lo que los
convertía en humanos. Y por supuesto, Mayu Kir-Kaat no deseaba eso para
su hermano. Eran gemelos, kebben. No había vínculo más cercano. Mayu
arrebataría su propia vida y la de un rey para salvarlo.

La reina Makhi dejó el vino y se sirvió un vaso de agua. Necesitaba la


cabeza despejada para lo que estaba por venir. Su niñera una vez le había
dicho que habría sido una gemela, que su hermano llegó al mundo muerto.
—Te comiste su fuerza —le había susurrado. E incluso entonces, Makhi
había sabido que un día sería reina. ¿Qué habría sucedido si su hermano
hubiera nacido? ¿Quién podría haber sido Makhi?
Ahora no hacía diferencia.

El rey de Ravka estaba muy vivo.

Igual que su hermana.

Eso era malo. Pero la reina Makhi no podía estar segura de cuan malo.
¿Nikolai Lantsov sabía de la conspiración en su contra? ¿Mayu había
perdido las agallas y le contó a la princesa Ehri el plan verdadero? No. No
podía ser. Se rehusaba a creerlo. El vínculo de los kebben era demasiado
fuerte para eso.

—Esta invitación se siente como una trampa —dijo.

—La mayoría de los matrimonios lo son.

—Ahórrate el ingenio, Yerwei. Si el rey Nikolai sabe…

—¿Qué puede probar el rey?

—Ehri tal vez tenga mucho que contar. Dependiendo de lo que sepa.

—Su hermana es un alma gentil. Nunca la creería capaz de semejante


subterfugio, y ciertamente nunca hablaría contra usted.

Makhi agitó la invitación. —Entonces explica esto.

—Tal vez se enamoró. Escuché que el rey es bastante encantador.

—No seas absurdo.

La princesa Ehri había tomado el lugar de Mayu entre las Tavgharad.


Mayu había estado disfrazada como la princesa Ehri. La tarea de Mayu era
acercarse al rey Nikolai, asesinarlo y entonces quitarse la vida. Hasta donde
la princesa Ehri sabía, ese sería el final. Pero en la invasión subsiguiente,
inevitablemente se perderían vidas, y las Tavgharad tenían órdenes de
asegurarse que Ehri era una de las víctimas. Habían sido asignadas a la casa
de Ehri, pero solamente seguían las órdenes de la reina. Los ministros de
Makhi nunca sabrían del plan que había puesto en marcha.
Entonces ¿Qué había salido mal?

—Debe asistir a esta boda —le aconsejó Yerwei—. Todos los ministros
lo esperan. Esta es la culminación de sus planes por la paz. Creen que debe
estar emocionada.

—¿No parecí lo bastante emocionada para tu gusto?

—Estuvo como es siempre, una reina perfecta. Sólo yo vi las señales.

—Hombres que ven demasiado tienden a perder los ojos.

—Y las reinas que confían muy poco tienden a perder sus tronos.

Makhi giró la cabeza de un latigazo. —¿Qué quieres decir con eso?

Solo Yerwei conocía la verdad… Y no solo los detalles de su plan para


asesinar al rey ravkano y a su propia hermana. Había servido como galeno
personal de su madre y su abuela. Había sido testigo junto al lecho de
muerte de su madre, cuando la reina Keyen Kir-Taban, nacida del Cielo,
había elegido a Ehri como su heredera en lugar de a Makhi. Era el derecho
de una reina Taban elegir a su sucesora, pero casi siempre era la hija mayor.
Había sido así durante cientos de años. Makhi debía ser reina. Había nacido
para ello, fue criada para ello. Era lo bastante fuerte como miembro de las
Tavgharad, una amazona habilidosa, una estratega brillante y era taimada
como araña. Y, aun así, su madre había elegido a Ehri. La suave, dulce y
amada Ehri, a quien la gente adoraba.

—Prométeme —había dicho su madre—. Prométeme que te atendrás a


mis deseos. Júralo por los Seis Soldados.

—Lo prometo —había susurrado Makhi.

Yerwei lo había escuchado todo. Era el consejero más veterano de su


madre, tan viejo que Makhi no tenía idea de cuántos años había estado en la
tierra. Nunca parecía envejecer. Lo miró, sus ojos acuosos en su cara
arrugada, preguntándose si él le había contado a su madre del trabajo que
habían obrado juntos, los experimentos secretos, el nacimiento del
programa khergud. Todo resultó en que Ehri se sentaría en el trono.

—Pero Ehri no quiere reinar… —había intentado decir Makhi.

—Solo porque siempre ha asumido que tú lo harías.

Makhi había tomado la mano de su madre en las suyas. —Pero yo


debería gobernar. He estudiado, he entrenado.

—Y aun así, ninguna lección te ha enseñado amabilidad. Ningún tutor


te ha enseñado piedad. Tienes un corazón hambriento de guerra, y no sé por
qué.

—Es el corazón del halcón —había dicho Makhi, orgullosa—. El


corazón de los Han.

—Es voluntad del halcón. Eso es algo diferente. Júrame que lo harás.
Eres una Taban. Deseamos lo que el país necesita, y esta nación necesita a
Ehri.

Makhi no había sollozado ni discutido, solo había prestado juramento.

Entonces su madre había exhalado su último suspiro. Makhi había dicho


sus oraciones a los Seis Soldados, encendido velas por las reinas Taban
caídas. Se había acomodado el cabello y rozado la seda de su túnica con las
manos. Tendría que vestir azul pronto, el color del luto. Y tenía mucho por
lo que guardar luto: la pérdida de su madre, la pérdida de su corona.

—¿Se lo dirás tú a Ehri o debería hacerlo yo? —le había preguntado a


Yerwei.

—¿Decirle qué?

—Mi madre…

—Yo no escuché nada. Me alegro que haya partido pacíficamente.


Así es como se había formado su pacto sobre el cadáver todavía tibio de
su madre. Y cómo se creó una nueva reina.

Ahora Makhi reclinó los brazos en el balcón e inhaló los aromas del
jardín: jazmín, naranjas dulces. Escuchó la risa de su sobrina y del hijo del
jardinero. Cuando se había apoderado de la corona de su hermana, no se
había dado cuenta de lo poco que resolvería eso, que por siempre estaría
compitiendo con la amable e ignorante Ehri. Solo una cosa terminaría ese
sufrimiento.

—Asistiré al casamiento de mi hermana. Pero primero debo enviar un


mensaje.

Yerwei se acercó. —¿Que pretende? Sabe que los ministros leerán la


nota, incluso si está sellada.

—No soy tonta.

—Se puede ser tonto sin ser un tonto. Si…

La oración de Yerwei se cortó sin advertencia.

—¿Qué pasa? —preguntó Makhi, siguiendo su mirada.

Una sombra se estaba moviendo sobre los huertos de ciruelos, más allá
del muro del palacio. Makhi levantó la vista, esperando ver una aeronave,
pero los cielos estaban despejados. La sombra continúo creciendo,
extendiéndose como una mancha, acelerando hacia ellos. Los árboles que
tocaba se derrumbaban, sus ramas se volvían negras, luego se desvanecían,
dejando nada más que tierra gris y una voluta de humo.

—¿Qué es esto? —jadeo Yerwei.

—Akeni —gritó la reina—. Akeni, bájate del árbol. Aléjate de allí ahora
mismo.

—Estoy recogiendo ciruelas —gritó la niña, riéndose.


—Dije ahora mismo.

Akeni no podía ver más allá de los muros, a esa marea negra que se
acercaba silenciosa.

—Guardias —chilló la reina—. Ayúdenla.

Pero era demasiado tarde. La sombra se deslizó por encima del muro del
palacio, convirtiendo los ladrillos dorados en negro y descendiendo sobre el
ciruelo. Fue como si un velo oscuro descendiera sobre Akeni y el hijo del
jardinero, silenciando su risa.

—¡No! —gritó Mikha.

—Mi reina —dijo Yerwei, urgente—, Debe alejarse.

Pero la extinción había parado, justo al borde de la fuente, clara como la


marca de una alta duna en la arena. Todo lo que había tocado yacía gris y
yermo. Todo lo que estaba enfrente era exuberante y verde y lleno de vida.

—Akeni —susurró la reina con un sollozo.

Solo el viento respondió, soplando sobre el huerto, esparciendo los


últimos hilos débiles de la sombra. Nada permaneció más que el dulce olor
de las flores, felices e ignorantes, con sus caras vueltas hacia el sol.
2

Nina
Traducido por Azhreik

NINA SABOREÓ EL AIRE SALADO en su lengua, permitiendo que


los sonidos del mercado la cubrieran: los gritos de vendedores anunciando
sus productos, las gaviotas en el puerto de Djerholm, los gritos de los
marineros a bordo de sus barcos. Miró a la cima del risco donde se alzaba la
Corte de Hielo encima de todo, sus altos muros blancos resplandecían como
huesos expuestos, y reprimió un escalofrío. Era bueno estar en cielo abierto,
lejos de las habitaciones opresivas de la Isla Blanca, pero sentía como si el
edificio ancestral la observara, como si pudiera escucharlo susurrar: «Sé
quién eres. No perteneces aquí.»

—Amablemente, cállate —murmuró.

—¿Mm? —dijo Hanne mientras bajaban por la muelle.

—Nada —dijo Nina rápidamente.

Hablar a estructuras inanimadas no era una buena señal. Había estado


encerrada demasiado tiempo, no solo en la Corte de Hielo, sino en el cuerpo
de Mila Jandersdat, su cara y figura confeccionadas para mantener en
secreto su verdadera identidad. Nina lanzó una mirada funesta a la Corte de
Hielo. Se decía que sus muros eran impenetrables, nunca sobrepasados por
ningún ejército invasor. Pero sus amigos la habían traspasado
perfectamente. Habían explotado un hoyo en esos grandiosos muros con
uno de los propios tanques de Fjerda. ¿Ahora? Nina era más bien como un
ratón; un gran ratón rubio con falda demasiado pesada... mordisqueando los
cimientos de la Corte de Hielo.
Se detuvo ante el tenderete de un vendedor de lana, los estantes estaban
llenos con los chalecos y bufandas tradicionales utilizados en Vinetkälla. A
pesar de sus mejores intenciones, Nina había sido hechizada por Djerholm
desde la primera vez que lo vio. Era ordenada en la forma en que solo una
ciudad fjerdana podía serlo, sus casas y negocios estaban pintados de rosa y
azul y amarillo; los edificios acurrucados contra el agua, amontonados unos
contra otros, como buscando calor. La mayoría de las ciudades que Nina
había visto (¿cuántas habían sido? ¿Cuántos lenguajes había hablado en
ellas?) estaban construidas alrededor de la plaza principal o una avenida,
pero no Djerholm. Su sangre era el agua salada y su mercado estaba
orientado hacia el mar, extendido por todo el muelle, tiendas y carromatos y
tenderetes que ofrecían pescado fresco, carne seca, masa enrollada en hierro
caliente y cocinada sobre carbón, luego espolvoreada con azúcar. Los
pasillos de piedra de la Corte de Hielo eran imperiosos y fríos, pero aquí
había caos y vida.

A todos lados que Nina miraba había recordatorios de Djel, sus ramas
del fresno sagrado tejidas en nudos y corazones en preparación para las
fiestas invernales de Vinetkälla. En Ravka, se estarían alistando para el
festín de Sankto Nikolai. Y para la guerra. Ese era el conocimiento que se
asentaba pesado sobre su pecho cada noche, cuando se acostaba a dormir,
que reptaba para enredársele alrededor de la garganta y asfixiarla a diario.
Su gente estaba en peligro y no sabía cómo ayudarlos. En su lugar, estaba
rebuscando entre sombreros y bufandas nudosas, detrás de las líneas
enemigas.

Hanne estaba junto a ella, envuelta en un abrigo color cardo que hacía
que su piel caramelo brillara, a pesar del día nublado, un gorro
elegantemente tejido estaba acomodado sobre su cabello esquilado para
evitar atraer la atención. A pesar de lo mucho que Nina odiaba los confines
de la Corte de Hielo, Hanne estaba sufriendo incluso más. Ella necesitaba
correr, cabalgar; necesitaba el aroma fresco de la nieve y los pinos, y el
consuelo de los bosques. Había venido a la Corte de Hielo con Nina
voluntariamente, pero no había duda de que los largos días de conversación
educada durante comidas tediosas habían cobrado su precio. Incluso este
poquito de libertad; un viaje al mercado con los padres y guardias a la zaga;
era suficiente para traer color a sus mejillas y hacerle brillar los ojos de
nuevo.

—¡Mila! ¡Hanne! —gritó Ylva—. No vayan muy lejos.

Hanne rodó los ojos y levantó una bola de lana azul del carromato del
vendedor. —Como si fuéramos niñas.

Nina miró detrás de ella. Los padres de Hanne: Jarl e Ylva Brum, las
seguían unos metros atrás, atrayendo miradas de admiración mientras
avanzaban por el muelle; ambos eran altos y esbeltos, Ylva vestida de lana
café claro y pelaje de zorro rojo, Brum con el uniforme negro que llenaba a
Nina de aborrecimiento, el lobo plateado de los drüskelle estaba grabado en
su manga. Dos jóvenes cazabrujos los seguían, con las caras afeitadas, su
cabello dorado largo. Solo cuando hubieran completado su entrenamiento y
escuchado las palabras de Djel en Hringkälla, se les permitiría llevar barba
larga. Y entonces se lanzarían al mundo donde felizmente irían a matar
Grisha.

—Papá, se están preparando para alguna clase de espectáculo —dijo


Hanne, haciendo un gesto más adelante del muelle, a donde un escenario
improvisado había sido erigido—. ¿Podemos ir a mirar?

Brum frunció el ceño ligeramente. —No es una de esas caravanas kerch,


¿verdad? ¿Con sus máscaras y bromas vulgares?

«Ojalá» pensó Nina hosca. Anhelaba las calles salvajes de Ketterdam.


Habría preferido un centenar de interpretaciones obscenas y estridentes de
la Komedie Brute por encima de cinco actos interminables de la opera
fjerdana que había estado forzada a soportar la noche anterior. Hanne la
había picado en el costado continuamente para prevenir que Nina se
durmiera.

—Estás empezando a roncar —había susurrado Hanne, con las lágrimas


corriéndole por las mejillas mientras intentaba no reírse.

Cuando Ylva vio la cara roja y ojos húmedos de su hija, le palmeó la


rodilla. —Es una obra conmovedora, ¿verdad?
Todo lo que Hanne había sido capaz de hacer fue asentir y apretar la
mano de Nina.

—Oh, Jarl —dijo Ylva a su esposo ahora—. Estoy segura que será
perfectamente edificador.

—Muy bien. —Brum cedió y se dirigieron hacia el escenario, dejando


al vendedor de lana decepcionado detrás—. Pero te sorprenderá el giro que
ha tomado este lugar. Corrupción. Herejía. Justo aquí en nuestra capital.
¿Lo ves? —Señaló la fachada quemada de una tienda mientras pasaban a su
lado. Parecía que alguna vez había sido una carnicería, pero ahora las
ventanas estaban rotas y las paredes manchadas de hollín.

—Hace solo dos noches, esta tienda fue saqueada. Encontraron un altar
de la supuesta Santa del Sol y uno de... ¿cuál era su nombre? ¿Linnea de las
Aguas?

—Leoni —corrigió Hanne bajito.

Nina había escuchado del saqueo a través de sus contactos en Hringsa,


una red de espías dedicada a liberar Grisha a través de toda Fjerda. Los
productos del carnicero fueron arrojados a la calle, y las alacenas y estantes
despejados para encontrar reliquias ocultas; un hueso del dedo de la Santa
del Sol, un icono pintado con mano amateur, que claramente mostraba a la
hermosa Leoni con su cabello trenzado, y los brazos elevados para quitar el
veneno de un río y salvar a una ciudad.

—Es peor que solo la adoración a los Santos —continuó Brum,


lanzando un dedo al aire, como si el aire lo hubiera ofendido personalmente
—. Están proclamando que los Grisha son los hijos favorecidos de Djel.
Que sus poderes en realidad son una señal de su bendición.

Esas palabras hicieron que el corazón de Nina doliera. Matthias había


dicho eso antes de morir. Su amistad con Hanne la había ayudado a sanar
esa herida. Esta misión, este propósito la había ayudado, pero el dolor aún
estaba allí, y sospechaba que siempre lo estaría. Su vida había sido robada,
y Matthias nunca tuvo la oportunidad de encontrar su verdadero propósito.
«Lo serví, mi amor. Te protegí. Hasta el final.»
Nina se tragó el nudo que se le había formado en la garganta y se forzó
a decir: —Hanne, ¿deberíamos comprar aguamiel? —Habría preferido vino,
tal vez algo más fuerte, pero las mujeres fjerdanas no tenían permitido el
alcohol, y ciertamente no en público.

El vendedor de aguamiel les sonrió, y la mandíbula le colgó abierta


cuando vio el uniforme de Brum. —¡Comandante Brum! —dijo—.
¿Algunas bebidas calientes para su familia? ¿Para fortificarlos en un día
frío?

El hombre tenía hombros anchos y cuello grueso, con un bigote rojizo.


Las muñecas estaban tatuadas con círculos de olas que podrían ser indicio
de un antiguo marinero. O algo más.

Nina sintió una extraña sensación de duplicidad mientras observaba a


Jarl Brum estrechar la mano del vendedor. Casi dos años antes, a solo unos
metros de donde estaban parados ahora, ella había peleado con este hombre.
Había enfrentado al comandante de los drüskelle con su cuerpo real, como
Nina Zenik, con la droga jurda parem espesa en la sangre. Esa droga le
había permitido enfrentarse a cientos de soldados, la había hecho
impenetrable a las balas, y había alterado para siempre su don Grisha,
concediéndole poder sobre los muertos en vez de los vivos. Había
perdonado la vida de Brum ese día, aunque le había arrancado el cuero
cabelludo. Nina era la razón de su cabeza calva y la cicatriz que le recorría
la base del cráneo como la gorda cola rosa de una rata.

Matthias había suplicado piedad... para su gente, para el hombre que


había sido un segundo padre para él. Nina aún no estaba asegura si había
hecho lo correcto al concedérsela. Si hubiera matado a Brum, nunca habría
conocido a Hanne. Tal vez nunca habría regresado a Fjerda. Matthias tal vez
seguiría vivo. Cuando pensaba demasiado en el pasado, se perdía, en todas
las cosas que podrían haber sido. Y no podía permitirse eso. A pesar del
nombre falso que portaba y la cara falsa que llevaba, gracias a la experta
confección de Genya, Nina era Grisha, una soldado del Segundo Ejército, y
espía de Ravka.

«Así que presta atención, Zenik» se regañó.


Brum intentó pagarle al vendedor de aguamiel, pero el hombre se
rehusó a aceptar su moneda. —Un regalo por Vinetkälla, comandante.
Deseo sinceramente que sus noches sean cortas y su copa siempre esté
llena.

Un alegre repiqueteo de flauta y tambores sonó desde el escenario,


señalando el inicio de la presentación, y la cortina se elevó, revelando un
risco pintado y un mercado en miniatura debajo. La multitud explotó en un
aplauso deleitoso. Estaban mirando Djelholm, la misma ciudad donde
estaban, y un cartel que se leía LA HISTORIA DE LA CORTE DE HIELO.

—Ves, Jarl —dijo Ylva—. Nada de bromas vulgares. Un cuento


decorosamente patriótico.

Brum parecía distraído, revisando su reloj de bolsillo. «¿Qué estás


esperando» se preguntó Nina. Las charlas diplomáticas entre Fjerda y
Ravka aún estaban en proceso, y Fjerda aún no declaraba la guerra. Pero
Nina estaba segura que una batalla era inevitable. Brum no se conformaría
con menos. Había transmitido la poca información que había sido capaz de
reunir al escuchar a escondidas ante puertas y durante las cenas. No era
suficiente.

Timbales resonaron para empezar el cuento de Egmond, el prodigio que


diseñó y construyó castillos extraordinarios y grandiosos edificios cuando
era niño. Los acróbatas tiraron de largas madejas de seda, creando una
mansión inmensa de agujas grises y arcadas resplandecientes. La audiencia
aplaudió entusiasta, pero un actor con cara arrogante; un aristócrata que no
deseaba pagar por su nuevo hogar elegante, maldijo a Egmond, y el
atractivo joven arquitecto fue encadenado y arrastrado al viejo fuerte que
alguna vez se alzó encima del risco sobre el puerto.

La escena cambió a Egmon en su celda, mientras una gran tormenta


llegaba con un redoble atronador de tambores. Olas azules de seda cayeron
en cascada sobre el escenario, representando la inundación que se había
tragado el fuerte con el rey y la reina de Fjerda aún dentro.

Trabajar encubierto no era una sencilla cuestión de dominar un lenguaje


o aprender unas cuantas costumbres locales, así que Nina conocía bien los
mitos y leyendas fjerdanas. Esta era la parte de la historia donde Egmond
debía colocar la mano sobre las raíces de un árbol que asomaba a través de
la pared de su celda, y con la ayuda de Djel, utilizaba la fuerza del fresno
sagrado para reforzar las paredes del fuerte, salvar al rey y la reina, y
construir los cimientos de la grandiosa Corte de Hielo.

En su lugar, tres figuras entraron al escenario: una mujer rodeada de


rosas de papel rojo, una joven con peluca blanca con una cornamenta
alrededor del cuello y una mujer con cabello negro en un atuendo azul.

—¿Qué es esto? —gruñó Brum.

Pero el jadeo de la audiencia lo dijo todo: Sankta Lizabeta de las Rosas,


La Santa del Sol Alina Starkov y; «un toque excelente», se dijo Nina para
sí, la bruja de la tormenta, Zoya Nazyalensky, habían entrado en la obra.

Las Santas colocaron sus manos sobre los hombros de Egmond, luego
contra las paredes de la prisión, y los trocitos retorcidos de tela pretendían
simbolizar que el fresno de Djel empezaba a expandirse y desenredarse,
como raíces extendiéndose a través de la tierra.

—No más de esto —dijo Brum muy alto, su voz viajó por encima de la
multitud. Sonaba bastante calmado, pero Nina escuchó el filo en su voz al
adelantarse. Los dos drüskelle lo siguieron, ya alcanzando los garrotes y
látigos en sus cinturones—. El clima está cambiando. La obra puede
continuar más tarde.

—¡Déjelos en paz! —gritó un hombre de la multitud.

Un niño empezó a llorar.

—¿Esto es parte de la obra? —preguntó una mujer confundida.

—Deberíamos irnos —dijo Ylva, intentando pastorear a Hanne y Nina.

Pero la multitud estaba demasiado cerca de ellas, empujándolas hacia el


escenario.
—Dispérsense —dijo Brum con autoridad—. O serán arrestados y
multados.

Repentinamente, sonó un trueno; un trueno real, no los tambores de los


artistas que sonaban como latas. Unas nubes oscuras se movieron sobre el
puerto tan rápidamente que pareció como si el crepúsculo estuviera
cayendo. El mar estuvo repentinamente vivo, el agua formó olas
espumosas, inflamándose y haciendo que los mástiles de los barcos se
agitaran.

—Djel está enojado —dijo alguien en la multitud.

—Los Santos están enojados —gritó alguien.

—¡Dispérsense! —dijo Brum, gritando sobre el tronido de la tormenta


inminente.

—¡Miren! —gritó una voz.

Una ola se lanzaba hacia ellos desde el puerto, alzándose cada vez más
alto. En lugar de romper contra el malecón, saltó el muelle. Se alzó por
encima de la multitud, una pared de agua agitada. La gente gritó. La ola
pareció retorcerse en el aire, luego se azotó sobre el muelle... directamente
sobre Brum y sus soldados, arrojándolos despatarrados sobre el empedrado
en una corriente de agua.

La multitud jadeó, luego rompió a reír.

—¡Jarl! —gritó Ylva, intentando llegar a él.

Hanne la contuvo. —Quédate aquí, mamá. No querrá que lo vean como


débil.

—¡Sankta Zoya! —gritó alguien—. ¡Ella trajo la tormenta!

Algunas personas en la multitud cayeron de rodillas.

—¡Las Santas! —gritó otra voz—. Ellas ven y protegen a los creyentes.
El mar rugió y las olas parecieron bailar.

Brum se puso en pie tambaleante, con la cara roja, su ropa estaba


empapada de agua de mar. —Levántense —siseó, tironeando de sus jóvenes
soldados para ponerlos en pie. Entonces estuvo entre la multitud, tironeando
de los penitentes por los cuellos de las camisas—. ¡Dejen de arrodillarse o
los arrestaré a todos por sedición y herejía!

—¿Crees que fuimos demasiado lejos? —susurró Hanne, deslizando su


mano en la de Nina y dándole un apretón.

—No lo bastante —murmuró Nina.

Porque el espectáculo, e incluso la ola, había sido solo una distracción.


La obra había sido ejecutada por la red Hringsa. La ola había llegado
cortesía de un Mareomotor encubierto en uno de los botes del puerto. Pero
ahora mientras Jarl Brum y sus hombres atravesaban enfurecidos la
multitud, el vendedor de aguamiel, que se había deslizado en un callejón
cuando la obra empezó, hizo un rápido ondear con las manos, separando las
nubes.

La luz del sol se derramó desde el cielo en la carnicería que había sido
saqueada unas noches antes. La pared parecía negra al principio, pero
entonces el vendedor descorchó la botella que ella le había deslizado en el
carromato. Sopló en ráfagas una nube de amoníaco en la pintura y apareció
un mensaje, como por magia, garabateado en la fachada: Linholmenn fe
Djel ner werre peje.

Los Hijos de Djel están entre ustedes.

Era un truco de fiesta barato, uno que ella y los otros huérfanos habían
utilizado para enviarse mensajes secretos. Pero como Nina había aprendido
no hace tanto en Ketterdam, un buen engaño se trataba en realidad del
espectáculo. A su alrededor podía ver a gente de Djerlholm abriendo la
boca ante el mensaje blasonado en la fachada, señalando al mar que ahora
se había calmado, a las nubes que estaban volviendo a su lugar, mientras el
vendedor de aguamiel se limpiaba las manos casualmente y regresaba a su
tenderete.
¿Importaría? Nina no lo sabía, pero los pequeños milagros como este
habían estado sucediendo por toda Fjerda. En Hjar, un barco pesquero
dañado había estado a punto de hundirse, entonces la bahía se congeló y los
marineros fueron capaces de caminar seguros de vuelta a la costa, con su
pesca intacta. La mañana siguiente, un mural del faro sagrado de Sankto
Vladimir había aparecido en la pared de la iglesia.

En Felsted, una huerta de manzanos había madurado por completo a


pesar del clima frío, como si Sankto Feliks hubiera colocado una mano
cálida sobre los árboles. Las ramas se encontraron festoneadas con ramas de
fresno; un símbolo de la bendición de Djel.

La mitad de la ciudad de Kjerek había enfermado con viruela de fuego,


una sentencia de muerte casi segura. Excepto que la mañana después que un
granjero atestiguó una visión de Sankta Anastasia flotando sobre el pozo del
pueblo con una guirnalda de hojas de fresno en el cabello, los pueblerinos
habían despertado de su enfermedad, con la piel libre de llagas y la fiebre
desaparecida.

Milagro tras milagro creados por los Hringsa y los espías del Segundo
Ejército. Los Mareomotores habían congelado la bahía, pero también
habían creado la tormenta que hiciera casi naufragar al bote pesquero. Los
Impulsores habían llevado una helada temprana a Felsted, pero los soldados
del sol habían hecho que los árboles florecieran. Y aunque los agentes de
Hringsa no habían creado la viruela de fuego, se habían asegurado que
hubiera Grisha Corporalki para sanar a las víctimas. En cuanto a la visión
de Anastasia, era increíble lo que un poco de iluminación teatral y una
peluca rojiza podían lograr.

Además, estaba la extraña devastación que había impactado el norte de


Djerlholm. Nina no sabía de dónde provenía, un fenómeno natural o el
trabajo de algún Hringsa en operaciones. Pero sabía que había murmullos
de que era el trabajo del Santo Sin Estrellas, retribución por las redadas
religiosas y los arrestos por los hombres de Brum.

Al principio, Nina había dudado que sus milagros estuvieran haciendo


alguna diferencia, había temido que sus esfuerzos equivalieran a poco más
que bromas infantiles que no conducirían a nada. Pero el hecho de que
Brum hubiera estado encauzando más y más recursos a intentar desarraigar
la adoración a los Santos, le daba esperanza.

Brum volvió dando pisotones a su lado, su cara era una mascara de


furia. Era difícil tomarlo demasiado en serio cuando estaba empapado hasta
los huesos y lucía como si un pez fuera a escabullírsele de una de las botas.
Aun así, Nina mantuvo la cabeza gacha, con los ojos apartados, y la cara
inexpresiva. Brum ahora era peligroso, una mina esperando detonar. Una
cosa era ser odiado o confrontado, otra muy diferente que se rieran de él.
Pero eso era lo que Nina deseaba, que Fjerda dejara de ver a Brum y a sus
drüskelle como hombres que temer y los reconociera por lo que eran:
matones asustados dignos de escarnio, no de adulación.

—Llevaré a mi familia de vuelta a la Corte de Hielo —murmuró a sus


soldados—. Consigan nombres. Todos los actores, todos los que estaban en
el mercado.

—Pero la multitud...

Los ojos azules de Brum se entrecerraron. —Nombres. Esto apesta a los


Hringsa. Si hay Grisha en mis calles, en mi capital, lo descubriré.

« Hay Grisha en tu casa, pensó Nina alegremente.

—No te pongas demasiado arrogante —murmuró Hanne.

—Demasiado tarde.

Montaron en el carruaje espacioso. El rey y la reina le habían regalado a


Brum uno de los nuevos vehículos ruidosos que no requerían caballos, pero
Ylva prefería un carruaje que no escupiera humo negro y no estuviera
proclive a descomponerse en la cuesta empinada a la Corte de Hielo.

—Jarl —intentó decir Ylva una vez más, cuando estuvieron


apoltronados en los asientos de terciopelo—. ¿Cuál es el problema? Cuanto
más reacciones a esas teatralidades, más envalentonados estarán ellos.
Nina esperaba que Brum explotara, pero se quedó en silencio durante un
largo rato, mirando fijamente por la ventana, hacia el mar gris de abajo.

Cuando habló de nuevo, su voz era controlada, su furia estaba medida.


—Debí haber contenido mi temperamento. —Estiró la mano y sujetó la de
Ylva.

Nina vio el efecto que ese pequeño gesto tenía sobre Hanne, la mirada
culpable que cubrió sus ojos. Era fácil para Nina odiar a Brum, verlo como
nada más que un villano que necesitaba ser destruido. Pero era el padre de
Hanne, y en momentos como este, cuando era amable, cuando era razonable
y gentil, parecía menos un monstruo que un hombre haciendo lo mejor para
su país.

—Pero esta no es una cuestión de unas cuantas personas ocasionando


problemas en el mercado —continuó Brum cansado—. Si la gente empieza
a ver a nuestros enemigos como santos...

—Hay santos fjerdanos —ofreció Hanne, casi esperanzada.

—Pero no son Grisha.

Nina se mordió la lengua. Tal vez lo eran y tal vez no lo eran. Se decía
que Sënj Egmond, el gran arquitecto, había orado a Djel para forjar la Corte
de Hielo contra la tormenta. Pero había otras historias que proclamaban que
había orado a los Santos. Y había algunas que creían que los milagros de
Egmond no tenían nada que ver con intervención divina, que simplemente
habían sido resultado de los dones Grisha, que había sido un Fabricador
talentoso que podía manipular metal y piedra a voluntad.

—Los santos fjerdanos son hombres sagrados —dijo Brum—. Fueron


favorecidos por Djel, no... estos demonios. Pero es más que eso.
¿Reconociste a la tercera santa pavoneándose en el escenario? Esa era Zoya
Nazyalensky. General del Segundo Ejército. No hay nada sagrado o natural
sobre esa mujer.

—¿Una mujer ejerce como general? —preguntó Hanne inocentemente.


—Si puedes llamar mujer a una criatura como esa. Es todo repugnante y
nauseabundo. Los Grisha son Ravka. Los fjerdanos que adoran a esos
santos falsos... están entregando su lealtad a un poder extranjero, un país
con quien estamos a punto de ir a guerra. Esta nueva religión es más
amenaza de lo que cualquier victoria en el campo de batalla podría ser. Si
perdemos a la gente, perdemos la lucha antes que empiece siquiera.

«Si hago mi trabajo correctamente» pensó Nina.

Tenía la esperanza de que la gente común de Fjerda no odiara a los


Grisha más de lo que amaban a sus propios hijos e hijas, que la mayoría de
ellos conocieran a alguien que se hubiera desvanecido; un amigo, un
vecino, incluso un familiar. Una mujer dispuesta a dejar su medio de vida y
familia detrás por miedo a que descubrieran su poder. Un niño robado de su
hogar en la noche para enfrentarse a tortura y muerte a las manos de los
cazadores de brujos de Brum. Tal vez con sus pequeños milagros, Nina
podría otorgar a Fjerda algo por lo que unirse, una razón para cuestionar el
odio y temor que habían sido las armas de Brum durante tanto tiempo.

—La presencia del Apparat aquí socava todo por lo que hemos
trabajado —continuó Brum—. ¿Cómo puedo purgar nuestros pueblos y
ciudades de influencia extranjera cuando hay un hereje en el corazón de
nuestro gobierno? Lucimos como los peores hipócritas, y él tiene espías en
cada recoveco.

Ylva se estremeció. —Tiene una actitud de lo más perturbadora.

—Todo es espectáculo. La barba. La túnica oscura. Le gusta aterrorizar


a las damas con sus extraños pronunciamientos y su merodear, pero es poco
más que un ave graznando. Y lo necesitamos si vamos a poner a Demidov
en el trono. El respaldo del sacerdote les importará a los ravkanos.

—Él huele a tumbas —dijo Hanne.

—Es solo incienso. —Brum tamborileó con los dedos sobre el


descansillo de la ventana—. Es difícil determinar qué cree el hombre
realmente. Dice que el rey ravkano está poseído por demonios, que Vadik
Demodov fue ungido por los santos mismos para gobernar.
—¿De dónde provino Demidov, a todo esto? —dijo Nina—. Espero que
lleguemos a conocerlo.

—Lo mantenemos a salvo en caso que algún asesino ravkano tenga


planeado atacarlo.

«Qué lástima.»

—¿Es realmente un Lantsov? —presionó.

—Tiene más derechos sobre la corona que ese bastardo Nikolai.

El carruaje se detuvo y descendieron, pero antes que los pies de Nina


pudieran tocar el camino de gravilla siquiera, un soldado había corrido
hasta Brum, con un papel en la mano. Nina atisbó el sello real; cera
plateada y el lobo Grimjer coronado.

Brum rompió el sello y leyó la nota, y cuando levantó la vista, su


expresión hizo que el estómago de Nina se hundiera. A pesar de su ropa
húmeda y la humillación que había sufrido en el puerto, estaba sonriendo
ampliamente.

—Es tiempo —dijo.

Nina vio que Ylva sonreía, contrita. —Entonces nos dejarás. Y esperaré
cada noche con miedo en el corazón.

—No hay nada que temer —dijo Brum, acomodándose el papel en el


bolsillo del abrigo—. No pueden enfrentarnos. Finalmente, nuestro
momento ha llegado.

Tenía razón. Los fjerdanos tenían tanques. Tenían Grisha cautivos


adictos al parem. La victoria estaba asegurada. Especialmente si Ravka
estaba desprovista de aliados. «Yo debería estar allí. Pertenezco a esa
lucha.»

—¿Viajará lejos? —preguntó Nina.


—En absoluto —dijo Brum—. Mila, ¡luces tan asustada! ¿Tienes tan
poca fe en mí?

Nina se forzó a sonreír. —No, señor. Solo temo por su seguridad, como
todas. Adelante —dijo—, permítanme llevar sus abrigos para que todos
podamos entrar y calentarnos. Deberían tener cada momento como familia
antes que el comandante Brum se marche.

—Que bendición eres, Mila —dijo Ylva con cariño.

Nina sujetó su abrigo, y el de Hanne, y el de Brum, su mano ya estaba


escabulléndose en el bolsillo donde había colocado la nota.

La guerra se aproximaba.

Necesitaba hacerle llegar un mensaje a su rey.


3

Nikolai
Traducido por Azhreik

NIKOLAI INTENTÓ TRANQUILIZAR a su montura nerviosa con una


palmada en el cuello. Su mozo había sugerido que no era apropiado que un
rey montara en un caballo llamado Remate, pero Nikolai sentía debilidad
por el caballo pío con orejas torcidas. Ciertamente no era el caballo más
bonito de los establos reales, pero podía correr durante kilómetros sin
cansarse y tenía la disposición firme de una roca. Usualmente. Ahora
mismo apenas podía quedarse quieto, sus pezuñas danzaban a izquierda y
derecha mientras él tironeaba de las riendas. A Remate no le gustaba este
lugar. Y Nikolai no podía culparlo.

—Dime que no estoy viendo lo que creo estar viendo —dijo, con una
débil esperanza en el corazón.

—¿Qué crees estar viendo? —preguntó Tamar.

—Destrucción masiva. Perdición certera.

—No completamente certera —dijo Zoya.

Nikolai le dirigió una mirada. Se había atado el negro cabello con un


listón azul oscuro. Era eminentemente práctico, pero tenía el desafortunado
efecto de hacerle desear desatarlo.

—¿Detecto optimismo en mi general mas pesimista?


—Posible perdición. —corrigió Zoya, tironeando suavemente de las
riendas de su yegua blanca. Todos los caballos estaban nerviosos.

El amanecer se extendía sobre Yaryenosh, bañando los tejados de la


ciudad y sus calles con una luz rosada. En los pastizales mas allá, Nikolai
podía ver a una manada de ponis, con sus pelajes de invierno desgreñados,
azotando las pezuñas sobre el frío. Habría sido una escena pintoresca, un
paisaje de ensueño para que algún pintor de poca monta lo vendiera a un
mercader rico con un exceso de efectivo y poco refinamiento en gustos... si
no fuera por el suelo muerto y cenizo que cruzaba el campo como un
manchón de tinta derramada. La devastación se extendía desde los potreros
de la granja de caballos en la distancia, hasta los bordes de la ciudad debajo.

—¿Tres kilómetros? —Nikolai especuló, intentando determinar la


extensión del daño.

—Por lo menos —dijo Tolya, mirando por su catalejo plegable—. Tal


vez cuatro.

—Dos veces el tamaño del incidente cerca de Balakirev.

—Está empeorando —dijo Tamar.

—Aun no podemos decir eso —protestó Tolya. Como su hermana,


vestía un monótono uniforme oliva , y sus enormes brazos color bronce
estaban expuestos para mostrar sus tatuajes del sol, a pesar del frío invernal
—. No necesariamente es un patrón.

Tamar bufó. —Esto es Ravka. Siempre está empeorando.

—Es un patrón —Los ojos azules de Zoya escanearon el horizonte—.


¿Pero es su patrón?

—¿Es siquiera posible? —preguntó Tolya—. Lo hemos tenido


encerrado en la celda solar desde que... regresó.

«Regreso» Había algo pintoresco en esa palabra. Como si el Darkling


sencillamente hubiera estado vacacionando en la Isla Errante, bosquejando
castillos ruinosos, probando los guisos locales. No traído a la vida por un
ritual ancestral orquestado por una santa sanguinaria con inclinación por las
abejas.

—Intento no subestimar a nuestro ilustre prisionero —dijo Nikolai—. Y


en cuanto a lo que es posible... —Bueno, la palabra perdió su significado.
Había conocido a los Santos, atestiguado su destrucción, casi murió él
mismo y se convirtió en hospedero de un demonio. Había visto a un hombre
hace largo tiempo muerto, resucitar, y estaba bastante seguro que el espíritu
de un dragón ancestral merodeaba dentro de la mujer a su lado. Si posible
era un río, hace tiempo que había rebasado la ribera y se convirtió en una
inundación.

—Mira —dijo Tolya—. Fuego.

—Y jinetes —añadió Tamar—. Parece problemático.

En las orillas de la ciudad, cerca de donde había impactado la


devastación, Nikolai podía ver una reunión de hombres a caballo. El viento
transportó voces furiosas.

—Esos son carromatos suli —dijo Zoya, las palabras fueron duras y
contenidas.

Un disparo resonó.

Todos compartieron la mirada más breve, y entonces cargaron por la


colina hacia el valle abajo.

Dos grupos de gente estaba parados a la sombra de un gran cedro, a


meros pasos de donde la devastación había desangrado la tierra de vida.
Estaban al borde de un campamento suli, y Nikolai vio la forma en que los
carromatos habían sido arreglados, no solo por conveniencia, sino también
por defensa. No había niños a la vista. Habían estado listos para cualquier
posible ataque.

Tal vez porque siempre habían tenido que estar listos. Las leyes antiguas
que prohibían a los sulíes la posesión de tierras y viajar, habían sido
abolidas incluso antes de la época de su padre, pero el prejuicio era mas
difícil de borrar de los libros. Y siempre era peor cuando los tiempos
empeoraban. La turba (no había otra palabra para ella, sus rifles y ojos
febriles lo dejaban claro) que confrontaba a los sulíes eran testimonio de
eso.

—¡Bajen las armas! —gritó Nikolai, mientras se acercaban galopando.


Pero solo un par de personas se giró hacia él.

Tolya se adelantó y dirigió su inmenso caballo de guerra entre los dos


grupos. —¡Depongan sus armas en nombre del rey! —rugió. Lucía como un
Santo guerrero que cobró vida de las páginas de un libro

—Muy impresionante —dijo Nikolai.

—Presumido —dijo Tamar.

—No seas mezquina, ser del tamaño de un roble debe tener algunos
beneficios.

Tanto la gente de la ciudad como los sulíes retrocedieron un paso, con


las bocas abiertas ante la visión de un shu uniformado, con brazos tatuados,
entre ellos. Nikolai reconoció a Kyril Mirov, el gobernador local. Había
ganado buen dinero comerciando bacalao en salazón y produciendo los
nuevos vehículos de transporte que reemplazaban rápidamente los carruajes
y carretones. No tenía sangre noble, pero sí mucha ambición. Deseaba que
lo tomaran en serio como líder, y eso significaba que sentía que tenía algo
que probar. Siempre era inquietante.

Nikolai aprovechó la oportunidad que Tolya le había otorgado.

—Buenos días —dijo felizmente—. ¿Nos hemos reunido para un


desayuno anticipado?

La gente de la ciudad hizo amplias reverencias. los sulíes no. Ellos no


reconocían a ningún rey.
—Su Alteza —dijo Mirov. Era un hombre esbelto con papadas como
cera derretida—. No tenía idea que estaba en el área. Me habría acercado a
recibirlo.

—¿Qué está sucediendo aquí? —dijo Nikolai tranquilamente, evitando


usar un tono acusatorio.

—¡Mire lo que hicieron a nuestros campos! —gritó uno de los hombres


de Mirov—. ¡Que le hicieron a la ciudad! Diez casas se desvanecieron
como humo. Dos familias desaparecieron, igual que Gavosh el tejedor.

«Desvanecieron como humo.» Habían tenido los mismos reportes de


otras partes de Ravka: una devastación que aparecía de la nada, una oleada
de sombra que rodeaba ciudades, granjas, puertos, cada cosa que tocaba se
disolvía en la nada con tan poca ceremonia como una vela apagándose. A
su paso, la devastación dejaba los campos y bosques desprovistos de vida.
«Kilyklava» había oído que lo llamaban; “Vampiro”, por la criatura de un
mito.

—Eso no explica porqué han sacado las armas —dijo Nikolai


apaciblemente—. Algo terrible ha sucedido aquí, pero no es obra de los
sulíes.

—Su campamento quedó intacto —dijo Mirov, y a Nikolai no le gustó


el sonido contenido de su voz. Una cosa era tratar de calmar a un perro
mordedor, otra cosa intentar razonar con un hombre que se había
atrincherado y fortificado—. Esta... cosa, este horror llegó apenas días
después que ellos llegaron a nuestra tierra.

—Sutierra —dijo un hombre suli parado en el centro del grupo—. Había


sulies en cada país de este lado del Mar Verdadero antes que tuvieran
nombres siquiera.

—¿Y que construyeron aquí ustedes? —preguntó un carnicero con un


mandil sucio—. Nada. Estos son nuestros hogares, nuestros negocios,
nuestros pastizales y ganado.
—Son gente maldita —dijo Mirov, como citando un hecho, las lluvias
del año pasado, el precio del trigo—. Todos lo saben.

—Odio que me excluyan —dijo Nikolai—, pero yo no sé tal cosa, y esta


devastación ha impactado en otros lugares. Es un fenómeno natural, uno de
mis Materialki está estudiándolo y encontraremos una solución. —Una
combinación embriagadora de mentiras y optimismo, pero un poco de
exageración nunca hacía daño a nadie.

—Están allanando la tierra del condado Nerenski.

Nikolai permitió que la autoridad Lantsov lo cubriera. —Soy el rey de


Ravka. El conde posee estas tierras bajo mi mandato. Yo digo que esta
gente es bienvenida aquí y está bajo mi protección.

—Dice el rey bastardo —gruñó el carnicero.

Cayó el silencio.

Zoya apretó los puños y el trueno rugió por encima de los campos.

Pero Nikolai levantó una mano. No era una guerra que ganarían a la
fuerza.

—¿Podría repetir eso? —preguntó.

Las mejillas del carnicero se pusieron rojas, y frunció el ceño. El


hombre bien podría desplomarse de un ataque al corazón, si su ignorancia
no lo mataba primero. —Dije que es un bastardo y no es digno de sentarse
sobre ese elegante caballo.

—¿Escuchaste eso, Remate? Te dijo elegante. —Nikolai regresó su


atención al carnicero—. Dice que soy un bastardo, ¿por qué? ¿Porque
nuestros enemigos lo dicen?

Un murmullo incómodo recorrió a la multitud. Se removieron. Pero


nadie habló. «Bien»
—¿Ahora consideran a Fjerda su amo? —Su voz resonó sobre los
pueblerinos reunidos, sobre los sulíes—. ¿Aprenderán a hablar su lengua?
¿Se inclinarán ante su rey y reina de sangre pura cuando sus tanques rueden
sobre las fronteras de Ravka?

—¡No! —gritó Mirov. Escupió en el suelo—. ¡Nunca!

Uno menos.

—Fjerda ha cargado sus armas con mentiras sobre mi linaje. Esperan


que ustedes giren sus armas contra mí, contra sus compatriotas que montan
guardia en nuestras fronteras, incluso ahora, listos para defender esta tierra.
Esperan que ustedes hagan la parte sangrienta de la guerra por ellos.

Por supuesto, Nikolai era quien mentía aquí. Pero los reyes hacían lo
que deseaban; los bastardos hacían lo que debían.

—No soy traidor —espetó el carnicero.

—Pero seguro suenas como uno —dijo Mirov.

El carnicero infló el pecho. —Luché por el octavo regimiento e igual lo


hará mi hijo.

—Apuesto que hizo huir a unos cuantos fjerdanos —dijo Nikolai.

—Por supuesto que lo hice —dijo el carnicero.

Pero el hombre detrás de él estaba menos convencido. —No quiero que


mis hijos luchen en otra guerra. Ponga a los brujos al frente.

Ahora Zoya permitió que un relámpago iluminara el aire a su alrededor.

—Los Grisha conducirán el enfrentamiento y yo recibiré la primera bala


si tengo que hacerlo.

Los hombres de Mirov dieron un paso atrás.


—Debería agradecerle —dijo Nikolai con una sonrisa—. Cuando a
Zoya se le mete en la cabeza ser heroica, puede ser bastante atemorizante.

—Eso digo —chirrió el carnicero.

—Gente murió aquí —dijo Mirov, intentando recuperar algo de


autoridad— Alguien tiene que responder por...

—¿Quien responde por la sequía? —preguntó Zoya. Su voz atravesó el


aire como una espada bien afilada—. ¿Por los terremotos? ¿Por los
huracanes? ¿Es estos quienes somos? ¿Criaturas que sollozan ante la
primera señal de problemas? ¿O somos ravkanos: prácticos, modernos, ya
no prisioneros de la superstición?

Algunos de los pueblerinos parecían resentidos, pero otros parecían


directamente escarmentados. En otra vida, Zoya habría sido una gobernanta
aterradora; de espalda recta, rostro amargo y perfectamente capaz de hacer
que cada hombre presente mojara los pantalones de miedo. Pero una mujer
suli estaba mirando a Zoya, con expresión especulativa, y su general, que
usualmente recibía cualquier mirada insolente con una mirada fulminante lo
bastante poderosa para incendiar bosques, estaba inconsciente o la ignoraba
deliberadamente.

—Khaj pa ve —dijo la mujer—. Khaj pa ve.

Aunque Nikolai tenía curiosidad, tenía asuntos mas urgentes que


atender. —Sé que es de poco consuelo, pero deberíamos discutir qué ayuda
puede ofrecer la corona en recompensa por su tierra y hogares perdidos.
Yo...

—Yo hablaré con el gobernador —dijo Zoya bruscamente.

Nikolai había tenido intención de hablar con Mirov en persona, ya que


el interés del hombre en el estatus podría hacerlo susceptible a la atención
de la realeza, pero Zoya ya estaba dirigiendo su montura en su dirección.

—Sé encantadora —le advirtió entre dientes.


Ella le dirigió rápidamente una sonrisa cálida y un guiño. —Lo seré.

—Eso fue muy convincente.

La sonrisa se desvaneció en un instante. —Te he visto camelar a Ravka


durante años. He aprendido unos cuantos trucos.

—Yo no camelo.

—Ocasionalmente sí camelas —dijo Tolya.

—Sí —concedió Nikolai—, pero es encantador.

Observó a Zoya deslizarse de su caballo y conducir a Mirov. El hombre


lucía casi con la mandíbula desencajada, un efecto secundario frecuente de
la belleza de Zoya y su aire asesino. Tal vez, después de todo, había cosas
mas intoxicantes que el estatus para Mirov.

Pero Zoya no había buscado una ventaja con Mirov. Estaba huyendo.
No deseaba que esa mujer suli la confrontara, y así no era su general. Al
menos no había sido. Desde que perdió a Juris, desde su batalla en el
Abismo, Zoya había cambiado. Era como si la estuviera viendo desde la
distancia. Como si ella se hubiera alejado de todo y de todos. Y, aun así,
seguía igual de aguda que siempre, con la armadura firme en su lugar, una
mujer que se desplazaba por el mundo con precisión y gracia, y tenía poco
tiempo para la misericordia.

Giró su atención hacia los sulíes. —Por su seguridad, tal vez sería mejor
si se desplazaran en la noche.

Su líder se alteró. —Lo que haya sido este horror, no tuvimos nada que
ver con él.

—Yo lo sé, pero cuando la noche caiga, las cabezas racionales tal vez no
prevalezcan.

—¿Así es como luce la protección del rey de Ravka? ¿Una orden para
escabullirnos en las sombras?
—No es una orden, es una sugerencia. Podría poner hombres alrededor
para que defiendan su campamento, pero no creo que den la bienvenida a su
presencia.

—No estaría equivocado.

Nikolai no deseaba dejar a esta gente sin refugio. —Si gustan, puedo
enviar un mensaje a la condesa Gretsina para que abra sus campos para
ustedes.

—¿Ella daría la bienvenida a los sulíes en sus tierras?

—Lo hará, o no recibirá ninguna de las trilladoras que estamos


distribuyendo en las granjas.

—Este rey lidia con balas y chantaje.

—Este rey gobierna hombres, no Santos. A veces se necesitan más que


oraciones.

El hombre soltó un bufido de risa. —En eso podemos estar de acuerdo.

—Dígame —dijo Nikolai a la mujer junto al líder suli, intentando


mantener un tono casual—. ¿Le dijo algo a la general Nazyalensky?

—Nazyalensky —dijo ella con una risa.

Nikolai alzó las cejas. —Sí. ¿Qué le dijo?

—Yej menina enu jebra zheji, yepa Korol Rezni.

El hombre suli se rio. —Ella dijo que sus palabras fueron para su
general y no para usted, rey de...

—Entendí esa parte perfectamente —dijo Nikolai. Korol Rezni. “Rey de


espinas”. De las muchas cosas que lo habían llamado, ciertamente no estaba
entre las peores, pero al sonido de esas palabras, el demonio en su interior
se revolvió. «Tranquilo, hemos llegado a un acuerdo, tú y yo.» Aunque el
demonio no era proclive a la lógica.
Durante la siguiente hora, Nikolai y Tamar entrevistaron a los sulíes que
estaban dispuestos a describirles la devastación, luego se reunieron con
Tolya y Zoya.

—¿Y bien? —preguntó, mientras cabalgaban de vuelta a la cima de la


colina.

—Igual que cerca de Balakirev —dijo Tolya— Un manchón de sombras


rodó sobre el campo, como si la noche se acercara demasiado deprisa. Todo
lo que la sombra toca sucumbe al devastación; ganado, propiedades, incluso
la gente se disuelve en humo, dejando nada mas que tierra árida.

—Unos peregrinos vinieron apenas hace un día —dijo Zoya—.


Seguidores del Sin Estrellas. Proclamaron que esto es un castigo por el
reinado de un rey sin fe.

—Que injusto. Tengo bastante fe —objetó Nikolai.

Tolya elevó una ceja. —¿En qué?

—Buena ingeniería y aun mejor whisky. ¿Mirov y sus amigos


compartieron el pan con los peregrinos y prestaron oídos a su traición?

—No —dijo Zoya con algo de satisfacción—. Suficientes de ellos


recuerdan la guerra y la destrucción del Darkling sobre Novokribirsk.
Persiguieron a esos fanáticos vestidos de negro fuera de la ciudad.

—Sí que aman las turbas en Yaryenosh. ¿Qué te dijo esa mujer?

—Ni idea —dijo Zoya— No hablo suli.

Tamar la miró. —Pareció que la entendiste. Lucías como si no pudieras


esperar a salir de su vista.

Así que Nikolai no había sido el único que lo notó.

—No seas ridícula —dijo Zoya—. Hay trabajo por hacer.


Tolya asintió hacia Nikolai. —los sulíes no están encariñados contigo,
¿verdad?

—No estoy seguro que tengan razones para estarlo —dijo Nikolai—.
No deberían tener que vivir con miedo dentro de nuestras fronteras. No me
he esforzado lo suficiente para garantizar su seguridad. —Algo más que
añadir a su lista de fallos. Desde que tomó el trono, había enfrentado a
demasiados enemigos en el campo: el Darkling, los fjerdanos, los shu, jurda
parem, el maldito demonio que vivía en su interior.

—Todos vivimos con miedo —Zoya arreó su caballo al galope.

—Supongo que es una forma de cambiar el tema —dijo Tolya.

Siguieron su paso, y cuando coronaron la colina, Tamar miró atrás, a la


herida que la devastación había dejado en los campos.

—Los Sin Estrellas tienen razón sobre algo. Existe una conexión con el
Darkling.

—Eso me temo —dijo Nikolai—. Todos hemos visto las arenas del
Abismo. muertas y grises. Igual que las áreas alcanzadas por esta
devastación. Creí que cuando el Abismo de Sombras colapsó y la oscuridad
se disolvió, la tierra que cubría podría sanar sola.

—Pero nada ha crecido allí —dijo Tolya—. Es tierra maldita.

Por una vez, Nikolai no pudo negar esa palabra como mera superstición.
El valle Tula había sido el sitio de la tierra mas sagrada en Ravka, donde
Sankto Feliks supuestamente había cultivado su huerto; o donde se alzó el
bosque de espino, dependiendo de en cual historia creyeras. También era la
ubicación del primer obisbaya un ritual destinado a separar bestia de
hombre. Pero el Darkling había manchado todo eso. Su intento por crear sus
propios amplificadores y su utilización de merzost para hacerlo, habían sido
una burla de su poder, retorciéndolo en un territorio oscuro lleno de
monstruos. A veces, Nikolai se preguntaba si alguna vez se librarían de ese
legado.
«No si no enfrentas tu parte en ello.» Era tiempo que reconocieran la
fea verdad de lo que esta devastación significaba.

—No hay otra explicación —dijo—. El Abismo se está expandiendo, y


nosotros lo ocasionamos.

—No sabemos eso... —empezó a decir Tamar.

—Lo sabemos —dijo Zoya. Su voz era fría.

Nikolai recordaba el terremoto que se había sentido por toda Ravka y


más allá cuando las fronteras del Abismo se habían partido. Elizaveta fue
derrotada. Tres Santos, Grisha de infinito poder, habían muerto
violentamente. El intento de Nikolai por soportar el obisbaya y liberarse de
su demonio había fallado. El poder del Darkling vivía en su interior, y ahora
el hombre mismo caminaba sobre la tierra una vez más. Por supuesto que
tenía que haber consecuencias.

—Tomaremos muestras de tierra —continuó—. Pero sabemos lo que


está sucediendo aquí.

—Bien. Tú eres el culpable —dijo Tamar—. ¿Como lo detenemos?

—Matamos al Darkling —dijo Zoya.

Tolya rodó los ojos. —Esa es tu respuesta para todo.

Zoya se encogió de hombros. —¿Cómo lo sabremos si no lo


intentamos?

—¿Y que hay del demonio atrapado dentro del rey? —preguntó Tamar.

Zoya hizo una mueca. —Detalles.

—Podríamos intentar el obisbbaya de nuevo —sugirió Tolya—.


Encontré un nuevo texto que...

—Casi lo mató la ultima vez —espetó Zoya.


—Detalles —dijo Nikolai—. Tendremos que considerarlo.

—Después de la boda —dijo Zoya.

—Sí. —dijo Nikolai, intentando conjurar algo de entusiasmo—.


Después de la boda.

Con los ojos en el horizonte, Zoya dijo: —Por favor dime que has hecho
progresos con la princesa Ehri.

—Contemplar clavarme una espina en el corazón de nuevo es más fácil


que cortejar a una princesa.

—Ciertamente requiere mas elegancia —dijo Zoya—. Que tienes en


abundancia.

—Eso no suena mucho como cumplido.

—No lo es. Tienes más encanto que sentido común. Pero aunque eso te
hace irritante, debería también ser de uso en asuntos delicados de
diplomacia.

—Honestamente, apenas he tenido oportunidad de hablar con ella. —


Había tenido intención de invitarla al festín del día de su santo, pero de
alguna forma nunca consiguió hacerlo. Nikolai sabía que debería hablar con
ella. Debía hacerlo, si tenía alguna esperanza de que sus planes para el
futuro rindieran frutos. Pero había estado evitando pasar tiempo con la
princesa desde esa noche desastrosa cuando Isaak murió y la mujer que
todos creían que era Ehri se reveló como asesina. Desde entonces, la
princesa Ehri real había estada encerrada en lujosos aposentos que eran aun
así una prisión. Sus guardias Tavgharad habían sido mantenidas en la parte
mas hospitalaria de los calabozos, debajo de unos antiguos establos, y la
asesina; la chica que había enterrado un cuchillo en el corazón de Isaak,
creyendo que era el rey; estaba bajo llave, aun sanando de sus heridas. ¿En
cuanto al otro prisionero de Nikolai? Bueno, tenía una celda especial
propia.

—Ehri se está ablandando —continuó Nikolai—. Pero es obstinada.


—Un buen rasgo para una reina —dijo Zoya.

—¿Eso crees?

Nikolai observó la cara de Zoya. No podía evitar observarla. La mirada


que ella le dirigió fue tan fugaz que tal vez la había imaginado, un destello
de azul, el cielo visto a través de los árboles. ¿Y el significado de esa
mirada? Algo. Nada. Tendría mas suerte intentando determinar su fortuna
en las nubes.

Zoya aferró las riendas con una mano, mientras se ajustaba los guantes.

—En menos de un mes, la reina Makhi llegará, esperando una gran


celebración. Sin la cooperación de la supuesta novia, vas a encontrarte en
medio de un incidente internacional.

—Tal vez lo esté, de todas formas —dijo Tamar.

—Sí, pero si la boda no se realiza, Nikolai no tendrá que preocuparse


por los fjerdanos o los shu o el abismo.

—¿No?

—No, porque Genya te asesinará. ¿Tienes alguna idea de la cantidad de


trabajo que ha dedicado a planear este gran evento?

Nikolai suspiró. —Sucederá. Ya he ordenado un traje.

—Un traje —dijo Zoya, lanzando los ojos hacia el cielo—. Estarás muy
bien vestido en tu funeral. Habla con Ehri. Encántala.

Tenia razón, y eso lo ofendía mas que nada. Agradeció ver aun jinete
aproximarse desde el campamento, aunque la expresión sombría del
mensajero instantáneamente hizo que el corazón de Nikolai se acelerara.
Nadie cabalgaba tan rápido cuando las noticias eran buenas.

—¿Qué pasa? —Nikolai le preguntó cuando el jinete se puso a su lado.


—Un volador llegó desde Os Alta, su Majestad —dijo el mensajero
entre jadeos—. Recibimos un mensaje de la Termita. —Le tendió a Nikolai
una misiva sellada.

Vio a Zoya inclinarse en su montura y supo que deseaba arrancarle el


papel de las manos. El nombre clave de Nina Zenik era Termita.

Los ojos de Nikolai escanearon la página. Había esperado que tuvieran


mas tiempo. Pero al menos, Nina les había dado una oportunidad de luchar.

—Necesitamos regresar al campamento. Adelántate y haz que alisten a


dos de nuestros voladores —le dijo Nikolai al mensajero, quien se
desvaneció en una nube de polvo.

—Llegó la hora, ¿no es cierto? —preguntó Zoya.

—Fjerda está en marcha. Tamar, necesitarás llevarle la noticia a David y


a nuestros fabricadores, y yo enviaré un volador a nuestros contactos en el
oeste también.

—Los misiles aún no pueden usarse —dijo Tamar.

—No —dijo Nikolai—. Pero los fjerdanos no van a esperar. —Se giró
hacia Zoya—. Hiram Schenck está en Os Kervo. Sabes qué hacer. Solo
tenemos una oportunidad de hacer esto correctamente.

—¿Estamos listos? —preguntó Tolya.

—Apenas —dijo Tamar—. Pero aun así, les haremos pasar un infierno.

El demonio en Nikolai se alzó ante el pensamiento. La guerra era como


el fuego: repentina, hambrienta, y más fácil de detener antes que se
extendiera. Haría todo lo que pudiera por contener esta llamarada. Temía
por su país y por sí mismo. Sería un tonto si no. Pero alguna parte de él, tal
vez el corsario, tal vez el demonio, tal vez el príncipe que había arañado
para llegar al trono, ansiaba la pelea.

—Consíderalo como hacer una fiesta —dijo, agitando las riendas


bruscamente—. Cuando los invitados llegan, descubres quiénes son tus
amigos reales.
4

NINA
Traducido por Azhreik

NINA DESPERTÓ CON HANNE a su lado, sacudiéndole el brazo. El


corazón le golpeteaba en el pecho y se percató que sus sabanas estaban
empapadas de sudor. ¿Había estado hablando dormida? Había estado
soñando con el hielo, con el lobo de Matthias, Trassel estaba comiendo de
su mano, pero cuando miró más de cerca, vio que tenía el morro cubierto de
sangre y que estaba devorando un cadáver.

—Alguien está aquí —dijo Hanne—. Alguien del convento.

Nina se sentó, el aire nocturno le secó la transpiración sobre el cuerpo.


Estuvo instantáneamente despierta, y ahora el trueno en su corazón no tenía
nada que ver con un sueño difuso. Hanne había sido estudiante en el
convento en Gäfvalle, donde ella y Nina habían descubierto el plan
horroroso de Brum que involucraba a las doncellas del manantial y un
fuerte militar cercano. Lo habían detenido y rescatado a las Grisha que
pudieron, y Nina había matado a la Madre del Pozo sin arrepentimientos.

—¿Quién es? —susurró, ciñéndose una túnica de lana que le llegaba al


cuello. Se calzó las zapatillas. Al menos los pisos de la Isla Blanca estaban
calientes.

—No lo sé. Mi madre nos mandó a llamar a ambas.

—Dulce Djel, ponte una bata. ¿No te estás congelando? —Hanne estaba
vestida nada mas con su camisón, la luz de la lámpara de aceite en su mano
resplandecía sobre la pelusilla rojiza en su cabeza rapada.
—Estoy demasiado aterrorizada para sentir frío —dijo Hanne, y
atravesaron el vestidor que conectaba el aposento mas pequeño de Nina al
dormitorio de Hanne.

El fuerte en Gäfvalle había sido destruido por una explosión que el


equipo de Nina había dispuesto, y en el caos que siguió, Hanne y Nina
habían podido jurar inocencia respecto a todo el asunto. Jarl Brum no tenía
idea de quién era Nina en realidad o que había sido responsable por destruir
su laboratorio y su programa de tortura. Había dado la bienvenida a Mila
Jardersdat en su hogar creyendo, bastante acertadamente, que había
ayudado a su hija a salvar su vida. Por supuesto, no sabía que si se salía con
la suya, Nina lo terminaría de una vez por todas.

En ese momento, Hanne y Nina habían creído que habían salido bien
libradas de todo. Tal vez no.

Cuando el polvo se asentó, tal vez alguien del convento había


descubierto alguna parte de su engaño. Tal vez las doncellas del manantial
habían encontrado el uniforme drüskelle que Hanne había robado. Tal vez
alguien había visto a Hanne y Nina arrastrando el cuerpo inconsciente de
Jarl Brum fuera del carromato.

—Toma —dijo Nina, tendiéndole la bata a Hanne para que pudiera


ponérsela. A la costumbre fjerdana, estaba hecho de una lana gris pizarra
pero estaba forrado de pieles, como si cualquier cosa que pudiera insinuar
lujo o comodidad debiera estar escondido.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Hanne. Estaba temblando.

Nina le dio a vuelta y le amarró la cinta de la bata. —Dejamos que ellos


hablen.

—No tienes que actuar como doncella de servicio conmigo —dijo


Hanne—. No cuando estamos en privado.

—No me molesta. —Los ojos de Hanne lucían como cobre derretido


bajo esta luz. Nina se obligó a enfocarse en amarrar la cinta en un moño
pulcro—. Representamos la imagen de la inocencia y virtud, descubrimos
lo que saben y lo negamos todo. Si llegamos a eso, yo fui la espía
despiadada que te enredó en mi telaraña.

—Tienes que dejar de leer novelas.

—O tú necesitas leer más. Tus manos están heladas.

—Todo mi cuerpo está helado.

—Ese es el miedo. —Nina acunó las manos de Hanne, infundiéndoles


calor—. Utiliza tu poder para ralentizar tu pulso un poco, para tranquilizar
tu respiración.

—¿Hanne? —La voz de Ylva sonó por el pasillo.

—¡Voy, mama! ¡Me estoy vistiendo! —Bajó la voz—. Nina, hice mi


propia elección. No permitiré que te eches la culpa por mí.

—Y yo no permitiré que salgas lastimada porque te viste involucrada en


mis artimañas.

—¿Por qué debes ser tan obstinada?

Porque Nina podía ser temeraria y tonta, y a veces eso significaba que la
gente equivocada salía lastimada. Hanne ya había sido lastimada lo
suficiente en su vida.

—No seamos tan lúgubres —dijo Nina, evitando la pregunta—. Tal vez
la doncella del manantial vino a darnos un lindo regalo.

—Por supuesto —dijo Hanne—. ¿Por qué no pensé en eso? Espero que
sea un poni.

La caminata por el estrecho pasillo se sintió como una marcha al


cadalso. Nina se ajustó la horquilla cuidadosamente en el cabello. En
Fjerda, las mujeres solteras no aparecían en público sin el cabello atado en
trenzas. Todo el decoro le había dado a Nina un dolor de cabeza
permanente. Pero su rol como Mila Jadersdat la había colocado en el
corazón de la Corte de Hielo, la base perfecta desde la cual ejecutar sus
milagros.

Hanne había parecido menos segura después de su proeza en el


mercado.

—¿Vale la pena? —le había preguntado Hanne esa noche, en la


privacidad de sus aposentos—. Habrá consecuencias para esos pueblerinos.
Mi padre no soportará esta clase de herejía. Adoptará medidas más drásticas
y la gente inocente pagará el precio.

—La gente inocente ya está pagando el precio —le había recordado


Nina—. Solo que no son fjerdanos.

—Ten cuidado, Nina —había dicho Hanne mientras se metía bajo las
mantas—. No te conviertas en lo que mi padre proclama que eres.

Nina sabía que tenía razon. Zoya también la había regañado por su
imprudencia. El problema era que sabía que lo que estaban haciendo estaba
funcionando. Sí, había montones de fanáticos como Brum que siempre
odiarían a los Grisha; montones de gente felices de seguirle la corriente.
Pero el culto de la Santa del Sol había encontrado seguidores años antes,
cuando Alina Starkov se alzó para destruir el Abismo de Sombras y fue
martirizada en el proceso. Ese era un milagro que Brum no podía negar.
Luego estaban los milagros reportados por toda Ravka apenas el año
pasado: estatuas llorando, puentes hechos de hueso. A ambos lados de la
frontera, había susurros sobre que estaba empezando una era de Santos. El
movimiento se había estado erigiendo durante mucho tiempo, y Nina solo
necesitaba seguir impulsándolo.

Además, si no hubiera estado aquí en la Corte de Hielo, Ravka no


habría tenido conocimiento de la invasión que los fjerdanos estaban
planeando.

Pero ¿a qué costo?

Sospechaba que estaba a punto de averiguarlo.


La habitación central de su residencia en la Isla Blanca era un lugar
grandioso: muros inmensos de mármol blanco, un techo abovedado y una
gran chimenea de piedra construida para lucir como si estuviera enmarcada
por las ramas retorcidas del fresno sagrado de Djel. Todo era testimonio de
la posición del comandante Jarl Brum; algo que tuvo que luchar por
recuperar después del allanamiento de la Corte de Hielo y que hubiera sido
humillado por cierta Grisha en los muelles.

Ahora Brum estaba vestido de uniforme y la capa de viaje le colgaba del


brazo. Había estado preparando su viaje al frente. Su cara era ilegible. La
madre de Hanne lucía vagamente preocupada, pero así era casi siempre. Un
fuego chisporroteaba en la chimenea.

Una mujer de mediana edad, con cabello castaño oscuro, en elaboradas


trenzas, estaba sentada erguida en una de las sillas de terciopelo color crema
junto al fuego. Una taza de té estaba apoyada sobre su rodilla. Pero esta no
era ninguna doncella del manantial. Vestía el mandil azul oscuro y un manto
reservado para la Madre del Pozo. La hermana de más alto rango en el
convento. Su cara era desconocida para Nina, y una breve mirada confirmó
que Hanne tampoco la conocía. Hanne había vivido en el convento durante
años, pero esta mujer claramente no había entrenado como novicia allí. Así
que ¿quién era y qué estaba haciendo en la Corte de Hielo?

Nina y Hanne hicieron una profunda reverencia.

Brum hizo un gesto hacia la mujer. —Ene Bergstrin ha asumido el


manejo del convento en Gäfvalle desde la desafortunada desaparición de la
Madre del Pozo anterior.

—¿Nunca la encontraron? —preguntó Nina, su tono era tan inocente


como el primer balbuceo de un bebé. Era una buena estrategia para poner a
Brum a la defensiva si estaba cuestionando lo que había sucedido en el
convento. Ademas, disfrutaba verlo revolverse.

Brum removió el peso de un pie a otro, con los ojos lanzándose


brevemente a su esposa. —Se cree que pudo estar en el fuerte cuando las
explosiones ocurrieron. El convento llevaba la ropa limpia a los soldados.
De hecho, esa tarea había sido una mera cubierta para su asunto real;
atender a la Grisha embarazada adicta al Jurda Parem a órdenes de Brum.

—Pero ¿por que iría la Madre del Pozo directamente? —presionó Nina
—. ¿Por qué no enviar a una novicia o una de las doncellas del manantial?

Brum se sacudió una mota de lino del abrigo. —Una pregunta


razonable. Tal vez tenía otros asuntos allí y sencillamente había ido a
supervisar a las hermanas.

«O tal vez fue arrastrada al otro mundo por mis lacayos no muertos.
¿Quién puede decirlo?»

—Que chica tan inquisitiva eres —dijo la nueva Madre del Pozo. Sus
ojos eran de un gris azulado, su ceño severo, la boca apretada. ¿Todas las
Madres del Pozo emergían del vientre haciendo muecas? ¿O empezaban a
lucir irritadas tan pronto aceptaban el trabajo?

—Perdóneme —dijo Nina, con otra reverencia tímida—. No me


educaron en el convento y me temo que mis modales lo demuestran.

—No has hecho nada malo, Mila —dijo Ylva—. Todos tenemos
curiosidad.

—Sin importar lo que sucedió a la anterior Madre del Pozo —presionó


Brum—. Ene Bergstrin ha sumido el cargo y está intentando enderezar el
convento después de las tragedias en Gäfvalle.

—Pero ¿de qué se trata esto, papá? —preguntó Hanne.

—No lo sé —dijo Brum, con voz dura—. La Madre del Pozo ha


declinado compartir eso sin ustedes presentes.

La Madre del Pozo dejo su té. —Tras la destrucción del fuerte y el


incremento de elementos antirreligiosos en Gäfvalle, el convento ha tenido
que tener mano firme con nuestras estudiantes y permitirles menos
privacidad.
«Elementos antirreligiosos» Nina saboreó las palabras. Gäfvalle había
sido el primer paso, el primer milagro que había preparado, cuando Leoni y
Adrik habían salvado la aldea del veneno vertido por la fábrica. Había sido
irresponsable, completamente imprudente... y había funcionado
magníficamente. Había aprendido la práctica del engaño de Kaz Brekker en
persona, y no había mejor maestro. Dos Grisha: un Fabricador y un
Etherealnik, habían salvado a esos aldeanos. ¿Un milagro? No, solo buena
gente entrenada para utilizar sus dones, dispuestos a exponerse a la
persecución y aún peor, para salvar una ciudad. Dos personas que ahora
eran adoradas como Santos en las esquinas oscuras y las cocinas iluminadas
con velas de Gäfvalle. Sankto Adrik el Dispar y Sankta Leoni de las Aguas.

—¿Qué tiene eso que ver con nuestra hija? —exigió Brum.

—Mientras revisábamos el convento, nos topamos con toda clase de


contrabando, incluyendo iconos pintados y libros de oración paganos.

—Por supuesto que son demasiado jóvenes —dijo Ylva—. Yo me


rebelé también cuando tenía esa edad. Fue como terminé casada con un
drüskelle.

Nina sintió un inesperado dolor ante la cálida mirada que Brum y su


esposa compartieron. Ylva era hedjut, considerada la gente divina del norte,
de la costa perdida de Kenst Hjerte, el Corazón Roto. ¿Había sido como
Hanne en su juventud... animada por un espíritu obstinado? ¿Llena de amor
por la tierra y el cielo abierto? ¿Jarl Brum, el chico militar de la capital
pareció misterioso y extraño? Nina había asumido que Brum siempre había
sido un monstruo, pero tal vez se había convertido en uno con la edad.

—No podemos pensar así —dijo Brum—. Esas influencias deben ser
arrancadas de raíz antes que se afiancen, o todo Fjerda perderá el buen
camino.

La Madre del Pozo asintió. —No podría estar más de acuerdo,


Comandante Brum. Por eso estoy aquí.

Ylva se adelantó en el asiento, con cara afligida. —¿Está diciendo que


esos artículos se encontraron en los aposentos de Hanne?
—Encontramos ropa de montar de hombre remetida debajo de las
baldosas en la capilla. Además de cuentas y un icono de Sankta Vasilka.

Sankta Vasilka. Santa patrona de las mujeres solteras. Era una santa
ravkana, se decía que se convirtió en el primer ave de fuego.

—No puede ser —dijo Brum, parándose enfrente de Hanne como para
protegerla—. Hanne ha tenido sus momentos salvajes. Pero nunca se
entregaría a la adoración de una abominación.

—Nunca —susurró Hanne fervientemente y nadie podría dudar la


mirada de sinceridad en su cara.

Nina intentó no sonreír. Hanne nunca adoraría a una porque ella


malditamente era Grisha, una Sanadora forzada a ocultar sus poderes pero
quien, aun así, encontraba formas de utilizarlos para ayudar a la gente.

La Madre del Pozo frunció los labios. —Entonces tal vez piensan que
viaje todo este trayecto para decir cuentos inventados.

La habitación se quedó en silencio, excepto por el chisporroteo del


fuego. Nina podía sentir el miedo que irradiaba de Ylva, la furia que
provenía de Brum, y la incertidumbre en ambos. Sabían que Hanne había
sido desobediente en el pasado, pero ¿qué tan lejos había llegado? Nina no
estaba segura tampoco.

Hanne respiró hondo. —La ropa de montar era mía.

«Maldición, Hanne» ¿Que había dicho Nina? Negar todo.

—Oh, Hanne —gritó Ylva, presionándose las yemas de los dedos contra
las sienes.

La cara de Brum se sonrojó.

Pero Hanne se adelantó, con la barbilla en alto, irradiando orgullo y la


rígida voluntad que había heredado de su padre. —No estoy avergonzada.
—El sonido de su voz era pura y certera. Sus ojos encontraron a los de
Nina, y luego se apartaron—. No sabía quién era entonces o lo que deseaba.
Ahora sé donde quiero estar. Aquí con ustedes.

Ylva se levantó y sujetó la mano de Hanne. —¿Y los íconos? ¿El


rosario?

—No sé nada sobre ellos —dijo Hanne sin vacilación.

—¿Se encontraron con la ropa de montar de Hanne? —preguntó Nina,


arriesgándose.

—No —admitió la Madre del Pozo—. No estaban juntos.

Ylva acercó a Hanne. —Estoy orgullosa de tu honestidad.

—Madre del Pozo —dijo Brum, con voz helada—. Puede que tenga el
oído de Djel, pero también los drüskelle. Pensara más cuidadosamente la
próxima vez que venga a mi casa a acusar a mi hija.

La Madre del Pozo se levantó. Lucía indómita, ni remotamente afectada


por las palabras de Brum. —Sirvo al bienestar espiritual de este país —dijo
—. El Apparat, un sacerdote pagano, está debajo de este techo. He
escuchado historias de adoración pagana en este mismo pueblo. No me
persuade de mi misión. Aun así —dijo, y aliso la falda de lana de su mandil
—, me alegra que Hanne haya encontrado el camino. Escucharé su
confesión antes de marcharme.

Hanne hizo una reverencia, con la cabeza gacha, la precisa imagen de la


obediencia. —Sí, Madre del Pozo.

—Y escucharé la de Mila Jandersdat también.

Nina no pudo ocultar su sorpresa. —Pero yo solo era una invitada del
convento. Nunca fui novicia.

—¿Y no tienes alma, Mila Jandersdat?

«Más alma que tú, cara de hueso de ciruela» Pero Nina no podía
protestar, no enfrente de los Brum. Además, estaba casi desfallecida de
alivio. No las habían descubierto. Y aunque la idea de que Hanne fuera
acusada de falsa idolatría no era algo pequeño, no era nada comparado con
lo que la Madre del Pozo había dicho. Así que si Madame Hueso de Ciruela
quería que se inventara unos buenos pecados, estaría feliz de entretenerla
durante un cuarto de hora.

—Iré primero —dijo a Hanne, y siguió alegremente a la Madre del Pozo


a la pequeña salita que habían seleccionado como confesionario.

Era estrecha, con espacio suficiente solo para un escritorio y un


pequeño sofá. La Madre del Pozo se sentó ante el escritorio y encendió una
lámpara.

—El Agua escucha y entiende —murmuró.

—El hielo no perdona —dijo Nina en la respuesta tradicional.

—Cierra la puerta.

Nina lo hizo y sonrió cálidamente, mostrando que estaba ansiosa por


complacer.

La Madre del Pozo se giró, con los ojos del color frío de la pizarra. —
Hola, Nina.
5

Zoya
Traducido por Alfacris

EN UNA ALTA TORRE DEL AYUNTAMIENTO DE LA CIUDAD


DE OS KERVO, Zoya se paseaba por el piso de lajas. Hiram Schenck
estaba retardado y ella no tenía dudas de que el insulto era deliberado. Una
vez que el gobierno de Kerch se había apoderado de los secretos de las
izmars`ya, las mortales naves de Nikolai que podían navegar sin ser
detectadas bajo la superficie del mar, Ravka había perdido toda su ventaja
sobre la pequeña nación isleña y el Concilio Mercante que la gobernaba.
Schenck sólo quería asegurarse de que ella lo supiera.

Ella necesitaba permanecer en calma, ser una diplomática, no un


soldado. Era eso o arrancarle la cabeza pelirroja.

A través de la ventana, vislumbró las olas rompiendo contra la base


del famoso faro de la ciudad. Se decía que Sankto Vladimir el Loco había
mantenido a raya el océano mientras los aldeanos colocaban las piedras
para el malecón y el gran faro. Zoya tenía la sospecha de que no había sido
más que un poderoso Mareomotor. «No tan poderoso», consideró. Se había
ahogado en la bahía tras su labor.

Ella no debería estar aquí. Ella debería estar en el frente, en tierra


con sus Impulsores. Con su rey.

—No podemos arriesgarnos a que Fjerda descubra lo que estamos


haciendo —había dicho Nikolai—. Necesitas reunirte con Schenck.

—¿Y si los fjerdanos atacan desde el mar?


—No romperán el bloqueo de Sturmhond.

Parecía seguro, pero Nikolai tenía talento para sonar seguro de sí


mismo. Sturmhond, el legendario corsario y alter ego del rey ravkano, había
enviado una flota de barcos para proteger la costa de Ravka. En teoría, el
rey y el Triunvirato debían dejar ese trabajo a la armada ravkana. Pero la
marina estaba demasiado ligada a Ravka Occidental y sus intereses para
desasosiego de Nikolai. No se podía confiar en ellos, no cuando había tanto
en juego.

Al menos el mensaje de Nina había llegado a tiempo para que se


prepararan. Al menos, Nina todavía estaba viva.

—Ordénale que regrese a casa —le había instado Zoya, decidida a


evitar que su voz suplicara.

Pero el rey se había negado. —La necesitamos allí.

Era cierto y lo odiaba.

«Deja que los fjerdanos vengan por el mar —pensó Zoya— que
Jarl Brum y el resto de sus malditos cazabrujos vengan a nosotros sobre las
olas. Mis Impulsores y yo les daremos una cálida bienvenida.»

Apoyó la cabeza contra la fría piedra del marco de la ventana. Una


parte de ella se había alegrado de dejar al rey. Para evitar la mirada
cómplice de Tamar. Todavía podía oír la voz de la mujer suli, todavía la
veía de pie sin miedo bajo el cedro. «Khaj pa ve. Te vemos». Zoya era una
guerrera, una general, una Grisha que llevaba las escamas de un dragón
alrededor de sus muñecas. Entonces, ¿por qué esas palabras la llenaron de
pavor?

Consultó el reloj que llevaba en un llavero enjoyado, sujeto a la


banda de su kefta. Era un regalo del rey, la tapa plateada con forma de
dragón enroscada alrededor de un membrillo. Cuando la abrió, la superficie
de abalón captó la luz, brillando con tenues arcoíris. Las manecillas
plateadas avanzaban.
—Llega tarde —espetó.

—Quizás se perdió —propuso el Conde Kirigin con nerviosismo.


Siempre estaba nervioso rondándola. Era fastidioso. Pero era muy rico, y su
humor inagotablemente alegre lo convertía en un complemento perfecto.
Cuando Kirigin estaba en la habitación, era imposible tomarse nada
demasiado en serio. Además, su padre había sido un especulador de la
guerra, lo que lo había convertido en un villano en Ravka, pero bastante
popular entre los nobles de Ravka Occidental que se habían enriquecido con
la ayuda del anciano Kirigin—. Mi reloj dice que todavía le quedan dos
minutos hasta que se considere estrictamente tarde.

—Nuestro rey necesita cada minuto.

Las mejillas de Kirigin se sonrojaron. Dio unos golpecitos con los


dedos sobre la mesa. —Sí. Sí, por supuesto.

Zoya se volvió hacia la ventana.

Ella sintió su vergüenza, su entusiasmo, su anhelo. Llegaron como


una tormenta repentina, una ráfaga que la arrastró del suelo sólido y la dejó
en caída libre. En un momento estaba de pie, con paso seguro en una
habitación iluminada por el sol en Os Kervo, mirando al mar. Al siguiente,
estaba mirando a una hermosa chica frente a ella, de cabello negro
azabache, sus ojos azules distantes. Alargó la mano para tocar la suave
mejilla de la chica.

—¿Zoya?

Zoya se estrelló contra su propia conciencia justo a tiempo para


apartar la mano de Kirigin. —No te di permiso para tocarme.

—Mis disculpas —dijo, acunando su mano como si ella le hubiera


roto uno de los dedos—. Parecías tan ... perdida.

Y se había perdido. Ella miró los relucientes brazaletes negros en


sus muñecas. Parecían grilletes, pero se sentían naturales, como si siempre
hubieran estado destinados a permanecer fríos contra su piel. Poder. El
hambre de él como un latido, constante e implacable. Era la tentación de
todo Grisha, y la adquisición de un amplificador solo lo había empeorado.
«Abre la puerta, Zoya.»

Nunca podía estar segura de si era su propia voz o la de Juris la que


hablaba en su cabeza. Sólo sabía que su presencia dentro de sí era real.
Ningún producto de su imaginación podría ser tan irritante. A veces, bajo
Juris, podía sentir otra mente, otra presencia que no era humana, que nunca
había sido humana, algo antiguo, y entonces el mundo cambiaba. Oía a un
sirviente susurrar chismes en las cocinas, oler las flores de los manzanos en
el huerto de Yelinka, a casi veinticinco kilómetros de distancia. Todo lo
podía soportar, excepto las emociones, esta caída repentina en el dolor o la
alegría de otra persona... Era demasiado.

«O tal vez estás perdiendo la cabeza», consideró. Era posible.


Después de lo que había visto en el Abismo, lo que había hecho: asesinar a
una santa empeñado en la destrucción, clavar una espada en el corazón de
un dragón, en el corazón de un amigo. Ella le había salvado la vida a
Nikolai. Ella había salvado a Ravka de Elizaveta. Pero no había impedido
que el Darkling regresara, ¿verdad? Y ahora no podía evitar preguntarse si
había alguna posibilidad de que pudiera salvar a su país de la guerra.

—Estaba perdida en mis pensamientos —dijo Zoya, sacudiendo las


mangas de su kefta azul—. Eso es todo.

—Ah —dijo Kirigin. Pero no parecía convencido.

—Nunca serviste en el ejército, ¿cierto?

—No, de hecho —dijo el conde, sentándose al final de una larga


mesa rectangular grabada con el escudo de Ravka Occidental: dos águilas
rodeando un faro. Llevaba un abrigo amarillo crema y un chaleco coral que,
en combinación con su piel pálida y su pelo rojo brillante, lo hacía parecer
un pájaro exótico en busca de una percha—. Mi padre me envió a Novyi
Zem durante la guerra civil. Se aclaró la garganta. —Zoya… —Ella le lanzó
una mirada y él se corrigió apresuradamente—. General Nazyalensky, me
pregunto si podría considerar una visita a mis propiedades cerca de
Caryeva.
—Estamos en guerra, Kirigin.

—Pero después de la guerra. Quizá en verano. Podríamos ir a las


carreras.

—¿Estás tan seguro de que habrá un después?

Kirigin pareció sorprendido. —El rey es un estratega brillante.

—No tenemos los números. Si no logra detener a los fjerdanos en


Nezkii, esta guerra terminará antes de que comience. Y para ganar,
necesitamos refuerzos.

—¡Y los tendremos! —declaró Kirigin. Zoya envidiaba su


optimismo—. Un día volverá a haber paz. Incluso en tiempos de guerra,
podríamos escabullirnos por un momento. Para una cena tranquila, una
oportunidad para hablar, para conocernos. Ahora que el rey se va a casar...

—Los planes del rey no son de tu incumbencia.

—Ciertamente, pero pensé que ahora podrías ser libre de...

Zoya se volvió hacia él. Sintió la corriente crujir a través de ella,


sintió el viento levantar su cabello. —¿Ser libre de qué, exactamente?

Kirigin levantó las manos como si pudiera alejarla. —Simplemente


quise decir...

Ella sabía lo que había querido decir. Los rumores la habían


rodeado a ella y a Nikolai durante meses, rumores que ella había alentado
para ocultar el secreto del demonio que vivía dentro de él y lo que se
necesitaba para mantener al monstruo bajo control. Entonces, ¿por qué la
enfurecía tanto escuchar estas palabras ahora?

Respiró lentamente. —Kirigin, eres un hombre encantador,


atractivo, muy... amable.

—¿Lo soy? —dijo, luego agregó con más seguridad—: Lo soy.


—Sí lo eres. Pero no tenemos temperamentos compatibles.

—Creo que si solo...

—No solo si. —Respiró de nuevo y se obligó a controlar su tono.


Se sentó a la mesa. Kirigin había sido un amigo leal del rey y se había
puesto en riesgo considerable durante los últimos años al permitir que su
hogar fuera utilizado como base para el desarrollo de su armada. No era un
mal tipo. Podría intentar ser agradable—. Creo que sé cómo crees cómo se
desarrollaría.

Kirigin se sonrojó aún más. —Lo dudo mucho.

Zoya sospechaba que involucraba cuerpos entrelazados y


posiblemente él tocándole una canción en el laúd, pero les ahorraría a
ambos esa imagen en particular.

—Me invitarás a una buena cena. Ambos beberemos demasiado


vino. Conseguirás que hable de mí misma, de las presiones de mi puesto, de
la tristeza de mi pasado. Quizá derrame una lágrima o dos. Escucharás con
sensibilidad y astucia y de alguna manera descubrirás mi yo secreto. ¿Algo
como eso?

—Bueno, no precisamente. ¡Pero sí! —Se inclinó hacia adelante—.


Quiero conocer tu verdadero yo, Zoya.

Ella se acercó y tomó su mano. Estaba húmeda de sudor.

—Conde Kirigin. Emil. No hay un yo secreto. No te voy a revelar


otro yo. No voy a ser domesticada por ti. Soy la general del rey. Soy la
comandante del Segundo Ejército, y ahora mismo mi gente se enfrenta al
enemigo sin que yo esté allí.

—Pero si tan sólo ...

Zoya dejó caer su mano y se dejó caer en su silla. Ya estaba harta


de ser agradable. —Guerra o no, si alguna vez escucho que otra palabra o
invitación amorosa sale de tu boca, te dejaré inconsciente y dejaré que un
pilluelo de la calle te robe las botas, ¿entendido?

—¿Mis botas?

Hiram Schenck cruzó las puertas sin llamar, con las mejillas
enrojecidas y lo que lucía como un huevo duro colgaba sobre las solapas de
su serio traje negro de comerciante. Su orgullo golpeó a Zoya como un
golpe, su confianza brillante y animada.

—Buenos días —pronunció, aplaudiendo—. Por la mano de


Ghezen, esta habitación es gélida.

—Llega tarde.

—¿Yo? El duque Radimov sirve un excelente almuerzo. Un


excelente anfitrión en verdad. Tu rey podría seguir su ejemplo.

Radimov y los demás habitantes del Ravka Occidental estaban


entreteniendo a los dignatarios de Kerch con estilo. Hubo rumores de
secesión desde que el Abismo había sido destruido y Ravka se había
reunificado. Al Occidente le molestaba tener que cargar con las deudas de
Oriente, y la amenaza de guerra con Fjerda había deshecho gran parte del
trabajo diplomático que Nikolai había hecho para atraerlos a su lado. No
querían enviar a sus hijos al frente, y no querían que sus impuestos fueran a
una guerra que dudaban que el rey pudiera ganar.

—Mientras cenas, los soldados de Ravka pueden estar marchando


hacia la muerte.

Schenck se palmeó el estómago, como si su digestión fuera


esencial para los esfuerzos de guerra. —Muy angustiante, por supuesto.

«Diplomática —se recordó a sí misma— Agradable». Zoya miró a


Kirigin a los ojos y le indicó con un gesto que sirviera el vino, una cosecha
extraordinaria que había venido directamente de las legendarias bodegas de
Kirigin, una que era casi imposible de conseguir en el país de origen de
Schenck.
—Se une a nosotros para tomar una copa, ¿no? —dijo Kirigin—.
Este es un vino Caryevan, envejecido en arcilla.

—¿De veras? —Los ojos de Schenck se iluminaron y se sentó a la


mesa. El Consejo Mercante de Kerch predicaba la moderación y la
economía, pero Schenck tenía un claro gusto por el lujo. Zoya esperó a que
bebiera y soportó la casi obscena mirada de placer que se apoderó del rostro
del comerciante—. ¡Excepcional! —declaró.

—¿Verdad? —dijo Kirigin—. Tengo varios barriles si quieres que


le envíe uno. Tendré que conseguir que uno de mis sirvientes lo entregue en
mano, de lo contrario el viaje lo arruinará.

Zoya estaba agradecida por la alegre aptitud del conde para las
charlas triviales. Le dio un momento para recobrar su ingenio y resistir el
impulso de golpear el vaso de la mano de Schenck. Si Ravka necesitaba que
ella fuera amable, maldita sea, lo haría.

—Escuché decirle a Novyi Zem que todas las rutas han sido casi
destruidas —dijo Zoya—, sus envío se interrumpieron, su capacidad para
defender sus barcos ha quedado anulado.

—Sí, terrible. Escuché que sus barcos se han reducido a poco más
que palos sobre las olas, no se ha encontrado nada más que astillas. No hay
supervivientes. —Schenck estaba luchando por mantener su rostro solemne,
su júbilo forzando su voz como un perro ansioso con una correa—. Piratas,
ya sabe.

—Por supuesto. —Pero estas tragedias no habían sido obra de


piratas. Habían sido obra de Kerch, utilizando la tecnología de Ravka que el
Consejo Mercante había exigido por la cortesía de extender los préstamos.
Les permitió atacar a las naves Zemeni sin riesgo ni preocupación de ser
descubiertas, nunca emergiendo de debajo de las olas para revelarse o
convertirse en objetivos.

—La economía de Zemeni debe estar sufriendo, —señaló Zoya—.


Me imagino que el precio del jurda y el azúcar debe estar en su punto más
alto.
Ante esto, Schenck frunció el ceño. —No aún no. los zemeníes no
han mostrado signos de tensión financiera, y nuestros clientes en el
extranjero se han enfrentado a cada intento de aumentar el precio del jurda.
Es simplemente una cuestión de tiempo antes de que capitulen.

—¿A los piratas?

Schenck jugueteó con un botón de su chaleco. —Sí. Exactamente.


A los piratas.

—Sigue intercambiando jurda con Fjerda y Shu Han —dijo Zoya


—. Aunque sabe que el jurda está siendo convertido en parem y se utiliza
para torturar y esclavizar a Grisha.

—No sabemos tal cosa. Especulaciones ociosas, cuentos coloridos.


los kerchanos siempre han mantenido una política de neutralidad. No
podemos permitirnos ser arrastrados a las disputas de otras naciones.
Negociamos con todos, moneda justa por compra justa. El trato es el trato.

Zoya sabía que no solamente estaba hablando del comercio de


jurda. Estaba dejando clara la postura de su país.

—No vendrán en ayuda de Ravka.

—Me temo que eso es imposible. Pero sepa que nuestros


pensamientos están con ustedes.

Zoya lo miró de reojo. Hasta cierto punto, sabía que eso era cierto.
A Kerch no le gustaba la guerra porque tendía a interrumpir las rutas
marítimas, y los países pacíficos y prósperos eran mejores socios
comerciales. Pero Kerch podría obtener fácilmente sus ganancias con armas
y municiones, en la venta de acero y pólvora, plomo y aluminio.

—Si Fjerda invade Ravka, ¿está seguro de que Shu podrá


mantenerlos bajo control? —preguntó Zoya. Los shu tenían un ejército
terrestre enorme, pero nadie conocía el verdadero alcance del poderío
militar de Fjerda. Kerch podría ser el próximo en su lista de adquisiciones.
Schenck se limitó a sonreír. —Quizás los lobos tengan algunos
dientes menos después de una pelea prolongada con su vecino.

—Así que espera que debilitemos a Fjerda. Simplemente que no


están dispuestos a ayudarnos a hacerlo. Hay barcos de la marina de Kerch
anclados frente a la costa norte. Tenemos un volador. Hay tiempo para
enviar un mensaje.

—Podríamos reunir nuestros barcos. Si Kerch me hubiera enviado


aquí para ofrecer ayuda a Ravka, eso es precisamente lo que haríamos.

—Pero no lo hicieron.

—No.

—Lo enviaron a perder nuestro tiempo y a mantenerme alejada de


donde pertenezco.

—Si bien aprecio el vino y su encantadora compañía, me temo que


no veo ningún sentido en esta reunión. No tiene nada con lo que negociar,
señorita...

—General.

—General Nazyalensky —dijo, como un tío complaciendo a su


sobrina más precoz—. Tenemos todo lo que queremos.

—¿Sí?

Schenck frunció el ceño. —¿Qué significa eso?

Esta fue la última apuesta de Zoya, su última oportunidad de salvar


este tratado.

—Nuestro rey tiene el don de hacer posible lo imposible, de


construir máquinas extraordinarias que pueden conquistar nuevas fronteras.
Ha reunido a algunas de las mentes científicas más importantes entre Grisha
y Otkazat'sya. ¿Está seguro de que quiere estar en el lado opuesto?
—No elegimos ningún bando, señorita Nazyalensky. Pensé que lo
había dejado claro. Y no negociamos contra el futuro. Ravka puede tener un
don para los inventos que aún no hemos visto, pero Fjerda tiene un don para
la brutalidad que el mundo conoce bien.

Zoya lo miró durante un largo rato. —Estaba dispuesto a casar a su


hija con Nikolai Lantsov. Sabe que es un buen hombre. —Palabras simples,
pero Zoya era demasiado consciente de lo raras que eran.

—Querida —dijo Schenck, terminando su copa de vino y


apartándose de la mesa—. Quizá los shu tienen estándares más bajos, pero
busqué casar a mi hija con un rey, no con un bastardo.

—¿Qué quiere decir? —replicó Zoya, sintiendo que su compostura


se deshilachaba. ¿Era esta verruga de hombre lo suficientemente descarado
como para cuestionar abiertamente la ascendencia de Nikolai? Si ese era el
caso, estaban peor de lo que ella pensaba.

Pero todo lo que hizo Schenck fue sonreír con picardía. —Sólo
susurros. Solo rumores.

—Tenga cuidado, los susurros no se convierten en charlas. Es una


buena forma de perder la lengua.

Los ojos de Schenck se agrandaron. —¿Está amenazando a un


delegado del gobierno de Kerch?

—Solo amenazo a los chismosos y cobardes.

Los ojos de Schenck se abrieron aún más. Zoya se preguntó si


saldrían disparados de su cráneo.

—Tengo una reunión —dijo, levantándose y caminando hacia la


puerta—. Y creo que está en el bando perdedor del campo de batalla.

Zoya se clavó las uñas en las palmas de las manos. Casi podía oír a
Nikolai en su cabeza, aconsejándole precaución. Por todos los santos,
¿cómo pudo reunirse con estos sapos cobardes y satisfechos de sí mismos
sin cometer un asesinato una vez al día?

Pero se las arregló. Solo después de que Schenck se hubo ido, soltó
una ráfaga de aire, arrojando esa fina botella de vino Caryevan contra la
pared con un aplastante y gratificante sonido.

—Schenck nunca tuvo la intención de ofrecernos ayuda, ¿verdad?


—preguntó Kirigin.

—Por supuesto que no. El único propósito de Schenck era


humillarnos aún más.

Su rey se enfrentaría a los fjerdanos y no habría ayuda de Hiram


Schenck y los de su calaña. Nikolai sabía que el esfuerzo era inútil, pero de
todos modos la había enviado. «Anuda esta horca por mí, Zoya» había
dicho. Y, por supuesto, lo había hecho.

—¿Deberíamos enviar un mensaje al rey Nikolai? —preguntó


Kirigin.

—Lo entregaremos nosotros mismos —dijo Zoya. Tal vez todavía


había tiempo para encontrarse con los tanques y las armas fjerdanos junto a
sus soldados. Salió a zancadas, donde la esperaba un sirviente—. Ve, haz
que nuestro piloto prepare el volador.

—¿Nuestras maletas? —preguntó Kirigin, corriendo tras ella por el


pasillo.

—Olvídate de ellas.

Doblaron una esquina y bajaron un tramo de escaleras, atravesaron


el patio y salieron a los muelles donde habían aterrizado su volador
acuático. Zoya no estaba hecha para la diplomacia, para salas cerradas y
conversaciones corteses. Estaba hecha para la batalla. En cuanto a Schenck
y el duque Radimov y todos los demás traidores, que no se pusieron del
lado de Ravka, habría tiempo para lidiar con ellos después de que Nikolai
encontrara la manera de ganar esta guerra. «Somos el dragón y esperamos
nuestro momento.»

—Yo... yo nunca he estado en el aire —dijo Kirigin mientras se


acercaban a los muelles donde estaba amarrado el volador. Probablemente
debería dejarlo aquí. No pertenecía a ningún lugar cercano al combate. Pero
tampoco lo quería bajo la influencia de la nobleza de Ravka Occidental.

—Estarás bien. Y si no es así, simplemente vomita para el costado


y no en tu regazo. O el mío.

—¿Existe alguna esperanza? —preguntó Kirigin—. ¿Para Ravka?

Ella no respondió. Le habían dicho que siempre había esperanza,


pero era demasiado mayor y sabía que no debía creer los cuentos de hadas.

Zoya sintió el movimiento antes de que realmente lo viera.

Se dio la vuelta y vislumbró la luz reflejada en la hoja de un


cuchillo. El hombre la atacaba desde las sombras. Ella levantó las manos y
una ráfaga de viento lo arrojó hacia atrás contra la pared. Golpeó con un
crujido desgarrador, muerto antes de caer al suelo.

Demasiado fácil. Un señuelo.

Kirigin saltó hacia adelante, derribando al segundo asesino al


suelo. El conde sacó su pistola para disparar.

—¡No! —gritó Zoya, usando otra fuerte ráfaga de viento para


redirigir la bala. Sonó inofensivamente contra el casco de un barco cercano.

Ella saltó sobre el asesino, presionando su pecho contra la cubierta


con sus rodillas, y cerró el puño, exprimiendo el aliento de sus pulmones. Él
se arañó la garganta, la cara se puso roja, los ojos saltones y llorosos.

Ella abrió los dedos, dejando que el aire le inundara los pulmones y
él jadeó como un pez liberado de un anzuelo.

—Habla —exigió—. ¿Quién te envió?


—Se acerca una nueva era —dijo con voz ronca—. Los santos
falsos... serán... purgados.

Parecía y sonaba como ravkano. Una vez más, sacó el aire de sus
pulmones, luego lo dejó regresar en el más mínimo hilo.

—¿Santos falsos? —dijo Kirigin, agarrando su brazo


ensangrentado.

—¿Quién te envió? —exigió.

—Tu poder... es antinatural y serás... castigada, Sankta Zoya. —


Escupió las dos últimas palabras como una maldición.

Zoya lo tiró hacia atrás y le dio un puñetazo en la mandíbula. Su


cabeza se inclinó.

—¿No podrías haberlo ahogado hasta dejarlo inconsciente? —


preguntó Kirigin.

—Tenía ganas de golpear a alguien.

—Ah. Ya veo. Me alegro de que fuera él. Pero ¿qué quiso decir
con “Sankta Zoya”?

—Hasta donde yo sé, no he hecho milagros ni he dicho que lo


hiciera. —Los ojos de Zoya se entrecerraron. Sabía exactamente a quién
culpar por esto—. Maldita Nina Zenik.
6

NIKOLAI
Traducido por Brig20

—BENDICIONES NINA ZENIK —murmuró Nikolai mientras


caminaba por la línea de silenciosas tropas de Ravka camufladas con barro
y maleza. Casi en la oscuridad antes del amanecer, había subido a bordo de
su volador con Adrik (uno de los Impulsores más hábiles de Zoya) para
amortiguar el sonido del motor. Fjerda pensaba que tenían el elemento
sorpresa y Nikolai quería mantenerlo así.

Pero tuvo que preguntarse si su enemigo lo necesitaba. Desde su


posición ventajosa en los cielos, había visto la línea de tanques que
avanzaban hacia Ravka en la luz gris del amanecer. Supuso que debería
estar rezando; pero nunca le había gustado mucho la religión, no cuando
tenía la ciencia y un par de revólveres bien hechos a los que agarrarse. En
este momento, sin embargo, esperaba que cada Santo ravkano, duende
kaelish y deidad todopoderosa mirara hacia abajo con algo de cariño en sus
corazones por su país, porque necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener
contra estas probabilidades.

—Al menos solo tengo un brazo que perder —dijo Adrik con tristeza. A
pesar de todo su talento de Grisha, tenía que ser la persona más deprimente
que Nikolai había conocido. Tenía el cabello color arena y un rostro juvenil
pecoso, y era el equivalente humano de un resfriado. Nikolai no tenía idea
de lo que Leoni veía en él. Esa mujer era una delicia y una Fabricadora
increíble también.
—Anímate, Adrik —le habló Nikolai desde la cabina—. Es posible que
todos estemos muertos pronto, y entonces dependerá de tu espíritu
incorpóreo hacer un pronóstico sombrío.

Para evitar revelar su ubicación, se instalaron en una pista de aterrizaje


improvisada a tres kilómetros al sur del campamento y cabalgaron el resto
del camino para unirse a las fuerzas ravkanas.

—¿Cuántos? —preguntó Tolya mientras se acercaba y le entregaba a


Nikolai un rifle, otro colgado sobre sus enormes hombros. Ya habían
recibido informes de sus exploradores, pero Tolya aún tenía esperanzas. La
misma esperanza que Nikolai se había permitido albergar antes que sus
propios ojos fueran lo suficientemente crueles como para arruinarla.

—Demasiados —dijo—. Esperaba que fuera un truco de la luz. Las filas


de máquinas de guerra de Fjerda eran mucho mayores de lo que había
sugerido sus informes.

Tamar y Nadia los saludaron en silencio, Nadia asintió con la cabeza a


su hermano. Adrik y ella eran Impulsores, ambos de ojos verdes y
nervudos. Pero Nadia era optimista y Adrik era miembro del club de los
agoreros, a quien no permitían entrar en las reuniones porque les bajaba el
ánimo.

Nikolai comprobó la mira de su rifle de repetición. Era el arma


adecuada para cuando necesitaban enfrentarse, pero los revólveres en sus
caderas le daban más comodidad.

Fjerda y Ravka habían estado enfrentados durante cientos de años, a


veces encontrándose en un conflicto absoluto, a veces en escaramuzas
cuando los tratados estaban vigentes. Pero esta era la guerra que Fjerda
quería ganar. Sabían que Ravka estaba superado en número y sin refuerzos.
Tenían la intención de atravesar la frontera norte en ataques sorpresa contra
Nezkii y Ulensk. Después de rápidas victorias, avanzarían hacia el sur,
hacia la capital, donde el escaso ejército de Nikolai se vería obligado a
retirarse y hacer algún tipo de resistencia heroica.
Nikolai miró hacia el campo. La tierra al norte de Nezkii era poco más
que una cuenca fangosa y poco profunda, un triste tramo de nada atrapado
en un estado entre pantanos y pastos, imposible de cultivar y con un fuerte
olor a azufre. Se lo conocía como el Orinal, y no era material para escribir
gloriosas canciones de batalla. Ofrecía poca cobertura y un suelo miserable
para sus soldados de infantería, que ya estaban metidos hasta los tobillos en
el lodo. Pero dudaba que pudiera detener a los tanques de Fjerda.

Los comandantes de Nikolai habían erigido plataformas y torres de


madera para tener una mejor vista del campo de batalla; todo camuflado
detrás de la maleza desordenada y los árboles bajos y retorcidos por los que
el Orinal era conocido.

El sol apenas se veía por el este. Desde el norte, Nikolai escuchó un


sonido de chisporroteo como el de una gran bestia carraspeando: las
máquinas de guerra de Fjerda encendían sus furiosos motores. Un humo
negro se elevaba en el horizonte, un huerto de columnas, una promesa de la
invasión que se avecinaba.

Los tanques sonaban como un trueno rodando por el horizonte, pero


parecían monstruos que habían salido del barro, sus pieles grises brillaban
apagadas, sus pisadas gigantes devoraban la tierra. Era un espectáculo
descorazonador, pero si no fuera por Nina, su bendita termita comiendo en
el corazón del gobierno de Fjerda, Ravka nunca los habría visto venir.

La nota de Nina les había dado los dos puntos en la frontera donde sus
enemigos planeaban lanzar su invasión sorpresa. Ravka apenas había tenido
tiempo de movilizar sus fuerzas y poner algún tipo de defensa.

Nikolai podría haber elegido encontrarse con el enemigo en el campo,


con los estandartes en alto y las tropas a la vista. Una demostración de
fuerza. Habría sido lo honorable, valiente. Pero Nikolai pensaba que sus
soldados estaban más interesados en sobrevivir que en verse nobles antes de
que los fjerdanos les dispararan y los llenaran de agujeros, y él sentía lo
mismo.

—¿Crees que lo saben? —preguntó Tolya, mirando a través de


binoculares que parecían un juguete infantil en sus enormes manos.
Tamar negó con la cabeza. —Si lo supieran, se quedarían muy, muy
quietos.

Boom. La primera La explosión resonó sobre la palangana, pareciendo


sacudir el barro en el que se encontraban.

Una señal silenciosa se movió entre las filas: «Mantengan su posición.»

Otra explosión rompió el aire a su alrededor. Luego otra. Otra.

Pero esos no eran los sonidos de los cañones de los tanques disparando.
Eran minas.

El primer tanque fjerdano estalló en llamas. El segundo zozobró, rodó


sobre un costado, sus enormes pisadas zumbaron impotentes. Boom. Otro
explotó en una columna de fuego mientras su conductor y su tripulación
intentaban escapar.

Fjerda había asumido que sus tanques atravesarían el Orinal, que su


ataque sería rápido y decisivo, que Ravka no tendría ninguna posibilidad de
montar una oposición real. Ocuparían ciudades clave del norte y
conducirían el frente hacia el sur mientras las tropas de Nikolai se
apresuraban a encontrarlos en el campo.

Habrían hecho precisamente eso... si no fuera por la advertencia de Nina


Zenik. Horas antes del amanecer, las bombas fjerdanas habían comenzado a
caer sobre objetivos militares de Ravka, lugares donde creían que estaban
atracados los voladores de Ravka, una fábrica de municiones, un astillero.
No había nada que Nikolai pudiera hacer con el astillero; simplemente no
había tiempo. Pero en todos los demás lugares, los voladores, las aeronaves
y el personal se habían trasladado a nuevas ubicaciones.

Y mientras los fjerdanos lanzaban sus bombas, los soldados especiales


de Nikolai, su Nolniki —Grisha y las tropas del Primer Ejército trabajando
juntas— se habían deslizado a través de la oscuridad de Nezkii y Ulensk,
plantando minas antitanques al amparo de la noche, una desagradable
sorpresa para un enemigo que había creído que no enfrentaría resistencia.
Las minas se habían cartografiado cuidadosamente. Un día, Nikolai
esperaba que pudieran llamar amigos a los fjerdanos, y no quería inutilizar
todas sus tierras fronterizas.

El campo de batalla era un lugar lúgubre: humo y barro, tanques


fjerdanos reducidos a trozos de metal aún ardiendo. Pero las minas habían
frenado al enemigo, no lo habían detenido. Los tanques que sobrevivieron a
las explosiones cargaron hacia adelante.

—¡Máscaras puestas! —Escuchó el llamado de los capitanes del Primer


Ejército y los comandantes del Segundo Ejército. Tenían todas las razones
para creer que esos tanques no solo dispararían morteros, sino proyectiles
llenos de jurda parem, el gas que podría matar a hombres comunes y
convertir instantáneamente en adicto a Grisha—. ¡Prepárense para atacar!

Nikolai miró al cielo. En lo alto, los aviadores de Ravka patrullaban las


nubes, asegurándose de que los fjerdanos no pudieran bombardear a sus
fuerzas desde el aire y aprovechando cualquier oportunidad para ametrallar
las líneas fjerdanas. Los voladores de Ravka eran más ligeros, más ágiles.
Si tan solo tuvieran el dinero para más máquinas.

—¡Mantenga la línea! —gritó Adrik—. Que vengan a nosotros.

—¡Por Ravka! —gritó Nikolai.

—¡Por el águila bicéfala! —fue la respuesta, las voces de los soldados


se elevaron en solidaridad.

Las tropas de Fjerda, armadas con rifles de repetición, siguieron a los


tanques que habían logrado atravesar el campo de minas, abriéndose paso
entre el humo y la bruma. Fueron recibidos por soldados de Ravka que
luchaban codo a codo con Grisha.

Nikolai sabía que un rey no pertenecía al frente, pero también sabía que
no podía quedarse atrás y dejar que otros hicieran esta guerra. Sus oficiales
eran en su mayoría ex infantería, soldados que habían subido de rango y se
habían ganado el respeto de sus hombres. También estaban los aristócratas,
pero Nikolai no confiaba en ellos en posiciones precarias. Los ancianos
como el duque Keramsov habían luchado en guerras de hace mucho tiempo
y podrían haber proporcionado una experiencia valiosa, pero la mayoría
había rechazado el llamado. Sus días de lucha habían terminado. Habían
construido sus casas y ahora querían descansar en sus camas, contar
historias de viejas victorias y quejarse de sus dolores y molestias.

—A mi orden —dijo.

—Esta es una idea terrible —dijo Adrik.

—Tengo un exceso de malas ideas —dijo Nikolai—. Tengo que


gastarlas en alguna parte.

Tamar se llevó las manos a las hachas. Cuando se gastaran sus balas,
esas tendrían que ser suficientes. Hizo una señal a sus Cardios. Nadia hizo
una señal a sus Impulsores.

—¡Adelante! —gritó Nikolai.

Luego se pusieron en marcha y se lanzaron a la refriega. Los Impulsores


hicieron retroceder a los tanques fjerdanos mientras los Cardios los cubrían.
Un escuadrón de Infernos usó los restos ardientes de los tanques para crear
un muro de fuego, otra barrera que las tropas fjerdanas tendrían que romper.

Todas las fuerzas de Ravka llevaban máscaras antigás especialmente


diseñadas por los Fabricadores para evitar la inhalación de jurda parem. La
droga lo había cambiado todo, había hecho a los Grisha vulnerables como
nunca antes lo habían sido, pero se negaban a usar esas máscaras como
emblemas de debilidad o fragilidad. Las habían pintado con colmillos y
lenguas rizadas, bocas abiertas. Parecían gárgolas descendiendo al campo
en su kefta de combate.

Nikolai se mantuvo agachado, el ruido de los disparos llenando sus


oídos. Disparó un tiro, otro, vio caer cuerpos. El demonio en él sintió el
caos y se inclinó hacia él, hambriento de violencia. Pero incluso si el
obisbaya no había purgado a Nikolai de la cosa, le había dado un mejor
control. Ahora necesitaba una estrategia genial, no un monstruo con gusto
por la sangre.
Las manos de Tolya salieron disparadas, cerró los puños y los soldados
fjerdanos cayeron, con el corazón a punto de estallar en el pecho.

Nikolai casi se permitió tener esperanzas. Si los tanques e infantería era


todo lo que Fjerda tenía para ofrecer, Ravka podría tener una oportunidad.
Pero tan pronto como vio la enorme máquina avanzando pesadamente sobre
el campo, supo que Fjerda tenía más horrores guardados. Esto no era un
tanque. Era un transporte. Sus enormes huellas levantaron tierra y barro, el
rugido de su motor sacudió el aire mientras arrojaba humo gris al cielo. Una
mina explotó debajo de uno de sus enormes peldaños, pero la cosa siguió
avanzando.

Nikolai miró hacia el oeste. ¿Zoya había tenido éxito en su misión?


¿Vendría el rescate?

Esta era la encrucijada. Este día decidiría si Ravka tenía una


oportunidad o si Fjerda atravesaría la frontera como un viento frío del norte.
Si fallaban en esta prueba, su enemigo sabría cuán precaria era la posición
de Ravka, cuán escasa de efectivo, cuán debilitada estaba. Una victoria,
incluso una inestable, le daría a su país el tiempo que necesitaba
desesperadamente. Pero eso requeriría refuerzos.

—No van a venir —dijo Tolya.

—Vendrán —dijo Nikolai—. Tienen que.

—Les dimos todo lo que necesitaban. ¿Por qué lo harían?

—Porque un acuerdo debe significar algo, de lo contrario, ¿qué estamos


haciendo todos aquí?

Un agudo chillido metálico sonó cuando el transporte se detuvo y sus


gigantescas puertas metálicas se abrieron como las fauces de un antiguo
monstruo.

El polvo se despejó y una línea de soldados avanzó desde el interior del


transporte. Pero no llevaban uniformes, solo ropa andrajosa, algunos
descalzos. Nikolai supo al instante lo que eran: Grisha, adictos al parem.
Sus cuerpos estaban demacrados y sus cabezas colgaban como flores
marchitas en tallos estrechos. Pero nada de eso importaría una vez que les
administraran la droga. Vio la nube de gas naranja que se dirigía hacia ellos
desde grifos en algún lugar del interior del transporte. Al instante, se
pusieron firmes.

Este era el momento que Nikolai había estado temiendo, uno que
esperaba poder prevenir.

Tres de los Grisha dosificados cargaron hacia adelante.

—¡Al suelo! —gritó Nikolai. La tierra ante el enemigo Grisha se


levantó en una ola ondulante, las minas explotaron, los tanques volcados.
Los soldados de Ravka fueron arrojados y enterrados bajo montañas de
barro y roca.

—¡Impulsores! —Nadia llamó a sus tropas, y ella y Adrik volvieron a


ponerse de pie, uniendo sus fuerzas para empujar los escombros y la tierra a
un lado, liberando a sus compatriotas.

Entonces Nadia tropezó.

—¡Amelia! —gritó. El viento que había convocado vaciló. Estaba


mirando a uno de los Grisha dosificados, una chica esbelta de cabello
castaño, vestida con poco más que una bata descolorida, sus piernas como
palos metidas en botas pesadas.

—Santos —dijo Tamar en un suspiro—. Ella es una Fabricadora.


Desapareció de una misión cerca de Chernast.

Nikolai recordó. Nadia había trabajado codo con codo con ella en los
laboratorios antes de su captura.

Tamar agarró a Nadia por el hombro y tiró de ella hacia atrás. —No
puedes ayudarla ahora.

—¡Tengo que intentarlo!


Pero Tamar no la soltó. —Está casi muerta. Pondré un hacha en su
corazón antes que dejarte caer en esa trampa.

Amelia y los otros Fabricadores dosificados levantaron la mano, a punto


de causar otro terremoto.

—Tengo un tiro limpio —dijo Tolya con el rifle en alto.

—Espera —dijo Nikolai. De nuevo miró hacia el oeste, esperando,


porque la esperanza era todo lo que les quedaba.

—¡Da el maldito tiro! —dijo Adrik.

Nadia lo golpeó con una ráfaga de aire. —¡No pueden obligarnos a


matar a nuestros amigos, los de nuestra clase! Estamos haciendo el trabajo
de los fjerdanos por ellos.

—Esos no son nuestros amigos —espetó Adrik—. Son fantasmas,


enviados de regreso de la próxima vida, atormentados y sin esperanza y en
busca de sangre.

Nikolai hizo una señal para que la segunda ola de cazas se involucrara
mientras sus aviadores intentaban acercarse lo suficiente a las líneas de
fjerdanos para disparar contra el transporte sin que ellos mismos fueran
lanzados desde el cielo.

Y luego lo escuchó, un sonido que resonaba con un gump constante,


gump, gump, como un corazón latiendo, demasiado uniforme e
inquebrantable para ser un trueno.

Todas las cabezas se volvieron hacia el oeste, hacia los cielos, donde
tres enormes aeronaves, más grandes que cualquier otra cosa que Nikolai
hubiera visto en el aire, emergieron de las nubes. Sus cascos no estaban
adornados con el pez volador de Kerch. Llevaban las estrellas naranjas de la
bandera naval Zemeni.

—Vinieron —dijo Nikolai—. Creo que me debes una disculpa.

Tolya gruñó. —Solo admite que tampoco estabas seguro.


—Tenía esperanzas. Eso no es lo mismo que inseguro.

Nikolai sabía que la misión diplomática de Zoya para hablar con los
kerchanos estaba condenada desde el principio, al igual que ella. los
kerchanos siempre habían estado dirigidos por un solo objetivo: las
ganancias, y permanecerían neutrales. Pero Ravka había tenido que
mantener la apariencia de pedir —con bastante desesperación— ayuda.
Habían necesitado que los espías de Fjerda y Kerch creyeran que no tenían
aliados.

Meses antes, Nikolai le había dado a Kerch exactamente lo que habían


exigido: planos sobre cómo construir y armar los izmars’ya: barcos
submarinos que podrían usarse para interrumpir las rutas comerciales de
Zemeni y volar sus barcos. Y Kerch había hecho precisamente eso. Pero lo
que Kerch no sabía era que los barcos que habían destruido con tanto éxito
estaban vacíos de hombres y carga. Eran barcos fantasma, señuelos
enviados al mar para dar a Kerch la ilusión de éxito, mientras que los
zemeníes habían trasladado sus rutas comerciales a las nubes con la
tecnología de aeronaves ravkanas.

Kerch podría tener el océano. los zemeníes tomarían el cielo. Ravka


había cumplido su palabra y había entregado exactamente lo que quería
Kerch, pero no lo que necesitaban. Esa fue una lección que Nikolai había
aprendido de su demonio.

—Los kerchanos se van a poner furiosos cuando se enteren —dijo


Tamar.

—Hacer feliz a la gente no es asunto de los reyes —señaló Nikolai—.


Quizás si hubiera nacido panadero o titiritero.

Mientras miraban, las puertas en la base de las aeronaves se abrieron y


una espuma de polvo fino se derramó hacia abajo en una nube gris verdosa.

—¡Impulsores! —gritó Nadia , su rostro ahora radiante, sus mejillas


mojadas por las lágrimas, mientras ravkanos volaban en el aire y los
soldados Grisha en el suelo dirigían el antídoto en polvo sobre el regimiento
de Grisha adictos.
El antídoto cayó sobre ellos como una fina capa de escarcha y Nikolai
los vio levantar las palmas de las manos, confundidos. Luego inclinaron la
cabeza hacia el cielo, respirando profundamente. Eran como niños que
veían la nieve por primera vez. Abrieron la boca, extendieron la lengua. Los
vio volverse el uno al otro como si despertaran de una pesadilla.

—¡A nosotros! —ordenó Tamar mientras ella y Tolya avanzaban,


cubriendo a los prisioneros Grisha con sus rifles.

Cogidos del brazo, los Grisha enfermos se tambalearon hacia las líneas
ravkanas, hacia el hogar y la libertad.

Los oficiales de Fjerda pidieron a sus soldados que abrieran fuego


contra los Grisha que abandonaban el campo de batalla, pero los voladores
de Nikolai estaban listos. Atacaron las líneas fjerdanas, obligándolos a
ponerse a cubierto.

Los soldados ravkanos y Grisha avanzaron para guiar a sus amigos


debilitados. Ahora realmente parecían fantasmas, espíritus extraños
cubiertos de polvo plateado.

—¿Su Majestad? —dijo Amelia confundida mientras Nikolai le pasaba


el brazo por los hombros. Tenía las pestañas cubiertas de polvo por el
antídoto y las pupilas dilatadas.

A su alrededor, Nikolai vio que las filas de fjerdanos se rompían por el


tumulto que había causado la llegada de los zemeníes. Los cielos estaban
llenos de aviadores ravkanos y zemeni. Fjerda había perdido a sus asesinos
Grisha y la mitad de sus tanques estaban hechos pedazos humeantes.

Nikolai y los demás se lanzaron de regreso por el campo, llevándose a


los prisioneros Grisha con ellos. Entregó a Amelia a un sanador, y luego se
apoderó de un caballo y le gritó a Tolya: —¡Vamos!

Quería ver esto desde el aire. Cuando llegaron a la pista, se subieron a


su volador. Rugió a la vida y se elevaron hacia el cielo.
La vista desde arriba era a la vez alentadora y terrible. Las líneas
fjerdanas se habían roto y estaban en retirada, pero por breve que hubiera
sido la batalla —apenas una batalla, una escaramuza, en realidad— el daño
era impactante. Fabricadores Grisha habían excavado la fangosa cuenca de
abajo, y el paisaje estaba salpicado de profundas heridas y surcos. Los
muertos yacían esparcidos por el barro: soldados fjerdanos, soldados
ravkanos, Grisha con su kefta brillante, cuerpos frágiles de los prisioneros
enfermos que no habían salido del campo.

Era solo una muestra de lo que se avecinaba.

—Esta va a ser un tipo diferente de guerra, ¿no es así? —preguntó Tolya


en voz baja.

—Si no lo detenemos —dijo Nikolai mientras veían a los fjerdanos


retroceder.

Esta pequeña victoria no resolvería el problema de su ascendencia, ni


llenaría sus arcas ni engrosaría las filas de su ejército, pero al menos los
fjerdanos tendrían que volver a calibrarse. Ravka no podía permitirse el lujo
de instalar minas en toda la frontera norte. Pero Fjerda no tenía forma de
saberlo, por lo que tendrían que perder un valioso tiempo barriendo los
posibles puntos de incursión. Ya no podían confiar en el parem como arma
contra los Grisha de Ravka. Y lo que es más importante, los zemeníes
habían demostrado que Ravka no estaba solo. Los fjerdanos habían querido
jugar rápido y sucio. Este día les había mostrado cómo se vería realmente
esta pelea. «Vean lo que piensa su país de la guerra ahora que sus soldados
también tendrán que sangrar.»

Nikolai dejó que su aviador se deslizara suavemente hacia la bahía de


aterrizaje en la base de la aeronave más grande, deteniéndola tan
abruptamente que puso a prueba los frenos de la pequeña nave.

Kalem Kerko estaba allí para recibirlo a él y a Tolya. Llevaba uniforme


azul y el cabello recogido en pequeños mechones.

— Su Alteza —dijo con una pronunciada reverencia.


Nikolai le dio una palmada en la espalda a Kerko. —No nos
molestemos en ceremonias. —Se había entrenado con la familia de Kerko
cuando estaba aprendiendo el trabajo de armero, y no le sorprendió en lo
más mínimo la forma en que los zemeníes habían mejorado las aeronaves
ravkanas—. Acabas de salvarnos el culo.

—Nos diste los cielos —dijo Kerko—. Al menos podemos ayudarte a


mantener este miserable país. ¿Perseguirás a los fjerdanos? Están en
retirada.

—No podemos darnos el lujo de hacerlo. Aún no. Pero nos has
concedido un tiempo valioso.

—Viajaremos contigo a Poliznaya.

—¿La reserva de antídoto? —preguntó Nikolai.

Kerko señaló una pared de lo que parecían sacos de grano. —Puedes


decir que esperabas que hubiera más. No me ofenderé. El rostro de tu
soldado muestra la verdad.

—Tolya siempre se ve así. Excepto cuando está recitando versos, y


nadie quiere eso. —Nikolai contó los sacos de antídoto y suspiró—. Pero sí,
esperábamos que aquí hubiese más.

—El parem es bastante fácil de fabricar si alguien administra la


fórmula. ¿Pero el antídoto? —Kerko se encogió de hombros—. Requiere
demasiada jurda cruda. Quizá tus fabricadores puedan encontrar una nueva
forma de procesar la planta.

La fórmula había sido obra de David Kostyk, el Materialnik más


talentoso de Ravka, trabajando con Kuwei Yul-Bo, el hijo del mismo
hombre que había inventado el parem. Pero la idea había venido de la
fuente de jurda, Novyi Zem, y un chico que había crecido en una granja
allí. Le había dicho a Kuwei que durante la cosecha, las madres ponían
bálsamo de los tallos de la planta jurda en los labios y párpados de los
bebés para evitar que el polen los afectara.
—Se necesita una gran cantidad de cultivo para crear el antídoto —dijo
Kerko—. Peor aún, la cosecha de los tallos arruina los campos. Si seguimos
presionando, nuestros agricultores se rebelarán. Y hay algo más. Uno de
nuestros proveedores informó de un hecho extraño en sus campos, una
plaga que parecía provenir de la nada. Convirtió dos de sus pastizales en un
páramo yermo, y el ganado que pastaba allí desapareció como...

—Humo —finalizó Nikolai. Así que la devastación le había clavado los


dientes a Novyi Zem.

—¿Entonces conoces esta plaga? Es el segundo evento de este tipo que


nuestro país ha visto en dos meses. ¿Estás presenciando algo parecido en
Ravka?

—Sí —admitió Nikolai—. Hubo un incidente cerca de Sikursk y otro al


sur de Os Kervo. Estamos realizando experimentos en el suelo. Les
haremos saber lo que descubramos.

Pero Nikolai sabía lo que encontrarían: muerte. Nada volvería a crecer


en ese suelo. Y si esta plaga seguía extendiéndose, ¿quién sabía dónde
podría atacar a continuación o si podría detenerse? Incluso la idea era
suficiente para irritar al demonio dentro de él, como si reconociera el poder
que lo había creado en la fuente de esta destrucción.

—¿Está conectado al Abismo? —preguntó Kerko.

Tolya pareció sorprendida. —¿Has estado allí?

—Después de la unificación. Quería verlo por mí mismo. Un lugar


maldito.

Esa palabra de nuevo: maldito.

—Hay una conexión —dijo Nikolai—. Simplemente no sabemos qué es


todavía. —Eso era cierto. Y Nikolai no estaba preparado para decirle a
Kerko que el Darkling había regresado—. Te acompañaré a Poliznaya.
Podemos almacenar el antídoto en la base.
—Habrá represalias por parte de Kerch —advirtió Kerko mientras
regresaban al volador—. Para todos nosotros. Encontrarán una manera.

—Lo sabemos —dijo Tolya solemnemente—. Y sabemos el riesgo que


ha corrido al acudir en nuestra ayuda.

Kerko sonrió. —Estaban dispuestos a atacar nuestros barcos y nuestros


marineros sin ni siquiera izar la bandera de guerra. Los kerchanos nunca
han sido amigos de los zemeníes, y es mejor que sepan que no carecemos
de amigos.

Se dieron la mano y Nikolai y Tolya volvieron a subir al volador.

—Nikolai —dijo Kerko—. Termina esta guerra y termínala


rápidamente. Demuestra que Magnus Opjer es un mentiroso y destierra al
pretendiente Lantsov. Debes demostrar que no eres un bastardo y que eres
apto para sentarte en ese trono.

«Bueno», pensó Nikolai mientras el motor de su volador cobraba vida y


se disparaban hacia el cielo azul brillante. «Una de dos no está mal.»
7

NINA
Traducido por Pandita91

«HOLA, NINA»

Nina era una agente encubierta entrenada. Se había abierto camino en


los burdeles de Ketterdam y había corrido con los matones y ladrones más
peligrosos del Barril. Se había enfrentado a asesinos de todo tipo y, en
ocasiones, había jugado con la muerte. Pero cuando la Madre del Pozo dijo
esas palabras, Nina sintió que el corazón se le salía del pecho y se deslizaba
hasta sus zapatillas forradas de piel.

Ella sólo sonrió.

—Mila. —corrigió suavemente. Un nombre mal escuchado, un error


inocente.

La Madre del Pozo levantó la mano y una ráfaga de viento hizo que la
luz de la lámpara parpadeara, reflejando el brillo de sus ojos.

—Eres Grisha —susurró Nina sorprendida. Una Impulsora.

—Las zorras se ocultan bajo tierra en invierno —dijo la Madre del Pozo
en ravkano.

—Pero no temen el frío —respondió Nina.

Se sentó en el sofá de golpe. Sus rodillas se debilitaron, y se avergonzó


de encontrar lágrimas en sus ojos. Hacía mucho tiempo que no hablaba su
idioma.

—Nuestro buen rey envía su agradecimiento y sus saludos. Está


agradecido por la información que has enviado. Salvó muchas vidas
ravkanas. Y muchas vidas fjerdanas también.

Nina quería llorar de gratitud. Había tenido contacto con mensajeros y


miembros de los Hringsa, pero ¿hablar con uno de los suyos? No se había
dado cuenta del peso que llevaba encima.

—¿De verdad eres del convento?

—Sí —dijo la mujer—. Cuando la anterior Madre del Pozo desapareció,


Tamar Kir-Bataar aprovechó para instalar allí a una de sus espías. Antes de
eso, estuve de incógnito en un convento de los Elbjen.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo así? ¿Como una fjerdana?

—Trece años. A través de guerras, reyes y golpes de estado.

«Trece años». Nina no podía entenderlo. —¿Nunca... echas de menos tu


casa? —Se sentía como una niña haciendo preguntas.

—Todos los días. Pero tengo una causa, al igual que tú. Su campaña de
propaganda ha sido audaz. Yo misma he visto los resultados. Las chicas a
mi cargo comparten historias de los Santos a la luz de la luna.

—¿Y se les castiga por ello?

—Oh, sí —dijo con una risa—. Cuanto más prohibimos hablar de los
Santos, más fervientes y decididas se vuelven.

—¿Entonces no estoy en problemas? —No había seguido ninguna orden


cuando llegó a la Corte de Hielo con Hanne y empezó a hacer milagros.
Después del truco que había hecho en Gäfvalle, podría haber sido arrastrada
de vuelta a Ravka y sometida a un consejo de guerra.

—La general Nazyalensky dijo que preguntarías eso y dijo que


definitivamente estás en problemas.
Nina tuvo que contener una carcajada. —¿Cómo está?

—Terriblemente eficiente.

—¿Y Adrik? ¿Leoni?

—Ahora que son Santos, no son aptos para el trabajo de espionaje, pero
Adrik está al mando de un equipo de Impulsores y Leoni está trabajando
con los Fabricadores de David Kostyk. Hizo un trabajo esencial en el
antídoto de jurda parem.

—Así que —dijo Nina—, ambos están trabajando en el Pequeño


Palacio.

Una leve sonrisa rozó los labios de la Madre del Pozo. —He oído que se
acompañan a menudo. Pero no he venido a compartir chismes ni a ofrecer
consuelo. El rey tiene una misión para ti.

Nina sintió un pico de euforia. Había desafiado las órdenes directas de


Adrik para venir a la Corte de Hielo para ponerse en posición de ayudar a
Grisha y a Ravka. Había hecho lo que había podido con sus falsos milagros;
había espiado y utilizado todos los medios que tenía a su alcance para reunir
información, pasando cartas codificadas con todo lo que había conseguido
averiguar sobre los movimientos de las tropas y el desarrollo de las armas.
Pero la revelación por parte de Brum de los lugares donde Fjerda pretendía
lanzar su invasión había sido mera suerte, no un verdadero trabajo de
espionaje

—Escucha atentamente —dijo la Madre del Pozo—. No tenemos


mucho tiempo.
—¿Qué quiere que hagas qué? —susurró Hanne, con los ojos cobrizos
muy abiertos, cuando volvió a las habitaciones que compartían y Nina le
describió su misión—. ¿Y a quién le acabo de dar mi confesión?

—A una espía Grisha. ¿Qué le dijiste?

—Me inventé algo sobre demasiados dulces y maldecir en los días


sagrados de Djel

Nina se rió. —Perfecto.

—No es perfecto — dijo Hanne con una mueca de dolor—. Y si le


hubiera contado algo personal sobre... algo.

—¿Algo cómo qué?

—Nada —dijo Hanne, con las mejillas sonrojadas—. ¿Qué quiere que
hagas?

Las órdenes de la Madre del Pozo habían sido sencillas, pero Nina no
tenía ni idea de cómo iba a llevarlas a cabo.

—Averiguar dónde se guardan las cartas de Tatiana Lantsov.

—No suena tan mal.

—Y acercarme al falso Lantsov —dijo Nina—. Descubrir quién es


realmente y si hay alguna forma de desacreditarlo.

Hanne se mordió el labio. Se habían instalado en su cama con té


caliente y una lata de galletas. —¿No podríamos... bueno, no podrías
eliminarlo?

Nina se rió. —Calma. Yo soy la asesina despiadada y tú eres la voz de la


razón, ¿recuerdas?

—Creo que estoy siendo eminentemente razonable. ¿Es el rey ravkanos


realmente un bastardo?
—No lo sé —dijo Nina lentamente—. Pero si los fjerdanos demuestran
que lo es, no estoy segura de que pueda conservar el trono ravkano. —En
tiempos de problemas, la gente tendía a aferrarse a la tradición y la
superstición. A los Grisha no les importaba tanto la sangre real, pero
incluso Nina había sido educada para creer que los Lantsov habían sido
elegidos divinamente para liderar Ravka.

—¿Y Vadik Demidov? —preguntó Hanne—. ¿El pretendiente al trono?

—Su muerte no va a comprar la legitimidad de Nikolai. Pero si se


demuestra que es un mentiroso, pondrá en duda todo el esfuerzo y todo lo
que el gobierno fjerdano ha afirmado. Sólo que... ¿cómo se supone que
vamos a hacer eso?

Brum mantenía un estrecho contacto con la familia real de Fjerda y,


presumiblemente, con Demidov, pero Nina y Hanne sólo los habían visto de
lejos. Los Brum cenaban ocasionalmente con soldados de alto rango y
oficiales militares, e Ylva iba a veces a jugar a las cartas con las mujeres
aristócratas de la corte. Pero eso estaba muy lejos de conocer a personas a
las que poder sacar información sobre el pretendiente Lantsov.

Hanne se puso de pie y se paseó lentamente por la habitación. A Nina le


encantaba cómo se transformaba Hanne cuando estaban a solas. Alrededor
de sus padres, había una tensión en ella, una vacilación, como si estuviera
cuestionando cada movimiento, cada palabra. Pero cuando la puerta se
cerraba y se quedaban las dos solas, Hanne se convertía en la chica que
Nina había conocido en el bosque, con un andar suelto y libre, con los
hombros libres de su postura rígida. Ahora los dientes blancos de Hanne se
posaban sobre su labio inferior, y Nina se encontró estudiando el
movimiento como una obra de arte.

Hanne pareció tomar una decisión. Se dirigió a la puerta y la abrió.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Nina.

—Tengo una idea.

—Puedo notarlo, pero..


—¿Mamá? —Hanne llamó por el pasillo.

Ylva apareció un momento después. Se había quitado las trenzas y su


pelo colgaba en gruesas ondas de color marrón rojizo, pero estaba claro que
aún estaba despierta, probablemente discutiendo la visita de la Madre del
Pozo con su marido

—¿Qué pasa, Hanne? ¿Por qué siguen levantadas?

Hanne hizo un gesto para que su madre entrara, e Ylva se sentó en el


borde de la cama

—La Madre del Pozo me hizo pensar.

Las cejas de Nina se levantaron. «¿Así que eso hizo?»

—Quiero entrar al Jerjanik.

—¿Qué? —dijeron Ylva y Nina al unísono

Jerjaniksignificaba Corazón de Madera y coincidía con el festival de


invierno de Vinetkälla, que acababa de empezar. El nombre era una
referencia a la ceniza sagrada de Djel. Pero en realidad se refería a la
tradición de que las jóvenes elegibles se presentaran en la corte con el
objetivo de contraer matrimonio. La idea de que Hanne participara era
brillante. Las lanzaría a ambas en un torbellino de eventos sociales de seis
semanas en la corte y la potencialmente la llevaría por camino de las
mismas personas que podrían llevarlos hasta Vadik Demidov. Pero Nina
había pensado... No sabía lo que había pensado. Lo único que sabía era que
la idea de que Hanne fuera cortejada por una sala llena de hombres
fjerdanos le daba ganas de patear algo.

—Hanne —dijo Ylva con cautela—. Esto no es algo que se deba hacer a
la ligera. Se espera que te cases al final del Corazón de Madera. Nunca has
querido tal cosa antes. ¿Por qué ahora?

—Tengo que empezar a pensar en el futuro. La visita de la Madre del


Pozo... Me ha recordado mis costumbres salvajes. Quiero mostrarles a ti y a
papá que ahora las he superado.

—No necesitas probarte a ti misma, Hanne.

—Pensé que querías que me uniera a la corte. ¿Para encontrar un


marido?

Ylva dudó. —Por favor, no hagas esto para hacernos felices. No podría
soportar pensar que eres miserable.

Hanne se sentó junto a su madre. —¿Qué otras opciones tengo, mamá?


No pienso volver al convento.

—Tengo un poco de dinero reservado. Podrías ir al norte, al Hedjut.


Todavía tenemos parientes allí. Sé que no eres feliz encerrada en la Corte de
Hielo.

—Papá nunca te perdonaría, y no voy a ver cómo te castigan por mi


culpa. —Hanne respiró profundamente—. Es lo que quiero. Quiero una
vida de la que todos podamos formar parte.

—Yo también quiero eso —dijo Ylva. Su voz era apenas un susurro
mientras abrazaba a su hija.

—Bien —dijo Hanne—. Entonces está decidido.

Nina aún no sabía qué pensar.

—Hanne —dijo cuando Ylva se hubo ido—, el ritual de Corazón de


Madera es vinculante. Si te ofrecen una propuesta razonable, te harán elegir
un marido.

—¿Quién dice que voy a recibir alguna propuesta razonable? —dijo


Hanne, retorciéndose bajo las sábanas.

Una propuesta tendría que venir de un hombre de igual posición social


que pudiera mantener adecuadamente a Hanne y que tuviera la aprobación
de su padre.
—¿Y qué pasa si la recibes? —preguntó Nina. Hanne no quería esa
vida. O Nina creía que no la quería. Tal vez Nina no la quería para ella.

—No lo sé exactamente —dijo Hanne—. Pero si vamos a ayudar a tu


rey y detener una guerra, así es como lo haremos.

Los preparativos comenzaron a la mañana siguiente en un torbellino de


pruebas y lecciones. Nina seguía sin estar segura de que fuera la elección
correcta, pero si era sincera consigo misma, el caos de los preparativos para
Corazón de Madera era asombrosa, horrorosamente... divertido. Le afligía
lo fácil que era perderse en el asunto de los vestidos nuevos para Hanne, los
zapatos nuevos, las clases de baile y las conversaciones sobre la gente que
conocerían en la Caminata de las Doncellas, el primer evento de Jerjanik,
donde todas las jóvenes aspirantes serían presentadas a la familia real.

Una parte de Nina había echado de menos la frivolidad. Hubo


demasiada tristeza en los últimos dos años: su lucha por liberarse de la
adicción, la pérdida de Matthias, los largos y solitarios meses en Ravka
tratando de sobrellevar su dolor, y luego el miedo constante de vivir entre
sus enemigos. A veces se preguntaba si había cometido un error al dejar a
sus amigos en Ketterdam. Echaba de menos la tranquilidad de Inej, el saber
que podía decirle cualquier cosa sin temor a que la recriminara. Echaba de
menos las risas de Jesper y la dulzura de Wylan. Incluso echaba de menos la
crueldad de Kaz. Santos, habría sido un alivio entregar todo este lío al
bastardo del Barril. Habría averiguado los orígenes de Vadik Demidov,
asaltado el tesoro fjerdano, y se habría colocado en el trono en lo que Nina
tardaba en trenzarse el pelo. Pensándolo bien, probablemente era mejor que
Kaz no estuviera allí.

—Estás disfrutando con esto, ¿verdad? —preguntó Hanne, sentada en el


tocador que compartían mientras Nina le aplicaba aceite de almendras
dulces para rizar los cortos mechones de su pelo rojo, dorado y castaño. Un
color al que nunca podía ponerle nombre.

—¿Qué si lo estoy?
—Supongo que estoy celosa. Ojalá yo pudiera.

Nina trató de encontrarse con sus ojos en el espejo, pero Hanne


mantuvo la mirada fija en el conjunto de polvos y pociones que había sobre
la mesa. —Esto fue idea tuya, ¿recuerdas?

—Sí, pero olvidé lo mucho que odio todo esto.

—¿Qué odias? —preguntó Nina—. Seda, terciopelo, joyas.

—Es fácil para ti decirlo. Me siento aún más fuera de lugar que de
costumbre.

Nina no podía creer lo que estaba escuchando. Se limpió las manos


llenas de aceite y se sentó en el banco. —Ya no eres una niña torpe, Hanne.
¿Por qué no puedes ver lo hermosa que eres?

Hanne cogió uno de los frascos de brillo. —No lo entiendes.

—No, no lo entiendo —Nina le arrancó el frasco de los dedos y volvió a


Hanne hacia ella—. Cierra los ojos. —Hanne obedeció y Nina le aplicó la
crema en los párpados y luego en los pómulos. Tenía un sutil brillo
nacarado que hacía que pareciera que Hanne se había empolvado con la luz
del sol.

—¿Sabes cuándo ha sido la única vez que me he sentido atractiva? —


preguntó Hanne, con los ojos aún cerrados.

—¿Cuándo?

—Cuando me confeccioné para parecer un soldado. Cuando cortamos


todo mi pelo.

Nina cambió el brillo por un bote de bálsamo de rosas. —Pero no


parecías tú.

Los ojos de Hanne se abrieron. —Pero lo era. Por primera vez. La única
vez.
Nina sumergió el pulgar en el bote de bálsamo y lo aplicó en el labio
inferior de Hanne, extendiéndolo con un lento barrido por la suave
almohadilla de su boca.

—Puedo hacer crecer mi pelo, sabes —dijo Hanne, y se pasó la mano


por un lado del cuero cabelludo. Un rizo marrón rojizo saltó sobre su oreja.

Nina se quedó mirando. —Esa es una confección poderosa, Hanne.

—He estado practicando —sacó unas tijeras de un cajón y cortó el rizo


—. Pero me gusta como está.

—Entonces déjalo —Nina le quitó las tijeras de la mano y rozó con el


pulgar los nudillos de Hanne—. En pantalones. En bata. Con el pelo rapado,
en trenzas o por la espalda. Nunca has dejado de ser hermosa.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto.

—Nunca he visto tu verdadero rostro —dijo Hanne, escudriñando los


rasgos de Nina—. ¿Lo echas de menos?

Nina no estaba segura de cómo responder. Durante mucho tiempo se


había sobresaltado cada vez que se vislumbraba en el espejo, cuando veía
los pálidos ojos azules, el sedoso pelo rubio y liso. Pero cuanto más tiempo
interpretaba a Mila, más fácil le resultaba, y a veces eso la asustaba.
«¿Quién seré cuando vuelva a Ravka? ¿Quién soy ahora?»

—Estoy empezando a olvidar mi aspecto —dijo—. Pero créeme, era


preciosa.

Hanne le cogió la mano. —Todavía lo eres.

La puerta se abrió de golpe e Ylva entró con fuerza, acompañada de


criadas con los brazos llenos de vestidos

Hanne y Nina se levantaron de un salto del banco, viendo cómo las


criadas amontonaban montones de seda y tul sobre la cama.
—¡Oh, Mila, has hecho maravillas! —dijo Ylva cuando vio las mejillas
doradas de Hanne—. Parece una princesa.

Hanne sonrió, pero Nina vio cómo se cerraban sus puños. «¿En qué nos
hemos metido?» Corazón de Madera podría darles todo lo que querían:
acceso a Vadik Demidov, una oportunidad de localizar las cartas de amor de
la reina Tatiana. Pero lo que parecía un camino recto sonaba más a
laberinto. Nina recogió el rizo ámbar que Hanne había dejado caer sobre el
tocador y se lo metió en el bolsillo. «Pase lo que pase, encontraré una
salida —prometió— Para las dos.»

El paseo de las doncellas tuvo lugar en el gran salón de baile del palacio
real, a poca distancia de sus habitaciones en la Isla Blanca. Nina ya había
estado aquí con otro disfraz, vestida como miembro de la famosa
Colección, de la Casa de Exóticas. Eso había sido durante Hringkälla, una
fiesta estridente llena de indulgencia. Esta tarde era un asunto más
tranquilo. Las familias nobles abarrotaban los salones. Una larga alfombra
de color gris pálido se extendía a lo largo de la sala, deteniéndose en una
fuente gigante con forma de dos lobos danzantes, para luego llegar al
estrado donde se sentaba la familia real. Reunidos allí, los Grimjer parecían
una hermosa colección de muñecos: todos rubios, de ojos azules y con
aspecto de sílfide. Les gustaba lucir la sangre de Hedjut, y la evidencia
podía verse en la calidez leonada de la tez del rey y en los gruesos rizos del
hijo menor. El pequeño tiraba de la elegante mano de su madre mientras
ésta se reía de sus travesuras. Era robusto y de mejillas sonrosadas. No se
podía decir lo mismo del príncipe heredero. El príncipe Rasmus,
larguirucho y cetrino, parecía casi verde contra el trono de alabastro en el
que se sentaba junto a su padre.

A través de una alta ventana, Nina podía ver el brillo del foso que
rodeaba la Isla Blanca, cubierto por una fina piel de escarcha. El foso estaba
rodeado por un círculo de edificios: el sector de la embajada, el de la prisión
y el de los drüskelle, todos ellos protegidos por la supuesta muralla
impenetrable de la Corte de Hielo. Se decía que la capital había sido
construida para simbolizar los anillos de la ceniza sagrada de Djel, pero
Nina prefería pensar en ella como lo había hecho Kaz: los anillos de un
blanco.
Las jóvenes participantes en Corazón de Madera se reunieron con sus
padres en la parte trasera del salón de baile.

—Todos me están mirando —dijo Hanne— Soy demasiado vieja para


esto.

—No, no lo eres —dijo Nina. Era cierto que la mayoría de las chicas
parecían tener unos años menos, y todas eran más bajas.

—Parezco una gigante.

—Pareces la reina guerrera Jamelja bajada del hielo. Y todas estas niñas
con sus simpáticos y rubios rizos parecen budines poco cocidos.

Ylva se rió. —Eso es poco amable, Mila.

—Tienes razón —dijo Nina, y luego añadió en voz baja—. Pero


también es correcto.

—¿Hanne? —Una bonita chica vestida de color rosa pálido que llevaba
enormes diamantes se acercó a ellos—. No sé si te acuerdas de mí. Estuve
en el convento hace dos años.

—¡Bryna! Por supuesto que lo recuerdo, pero pensé... ¿Qué estás


haciendo aquí?

—Intentando atrapar un marido. He estado viajando con mi familia


desde que dejé el convento, así que he llegado un poco tarde a todo esto.

Ylva sonrió. —Entonces pueden llegar tarde juntas. Las dejaremos


ahora, pero las esperaremos después de la procesión.

Nina le hizo un guiño a Hanne, y luego ella e Ylva fueron a reunirse con
Brum, donde éste se encontraba con un general y un drüskelle mayor
llamado Redvin, que había entrenado con Brum en su juventud. Era un
hombre rencoroso y sin sentido del humor, y su constante actitud de amarga
resignación divertía a Nina hasta el extremo. Le encantaba actuar
ridículamente en su presencia.
—¿No se ve todo glorioso, Redvin? —exclamó sin aliento.

—Si tú lo dices.

—¿No se ven todas espléndidas?

—No me había dado cuenta.

Parecía que quería arrojarse por un acantilado antes que pasar un minuto
más con ella. Una chica tenía que tomar sus placeres donde pudiera.

Brum le entregó a Nina un vaso de ponche de sabor enfermizo. Si


estaba preocupado por las derrotas fjerdanas en Nezkii y Ulensk, lo
disimulaba bien. «Habría sido bonito ensartar al zorro en nuestra primera
cacería», había dicho al volver del frente. «Pero ahora sabemos lo que
pueden hacer las fuerzas ravkanas. No estarán preparados para nosotros la
próxima vez.»

Nina había sonreído y asentido y pensó para sí misma: «Ya veremos».

—¿Es difícil ver a otra mujer envuelta en sedas y convertida en el


centro de atención? —preguntó, su voz era baja e incómodamente íntima.

—No cuando se trata de Hanne. —Eso había salido con un filo, y sintió
que Brum se ponía rígido a su lado. Nina se mordió la lengua. Algunos días
la mansedumbre era más difícil que otros—. Es un alma buena y se merece
todos los caprichos. Estos lujos no están hechos para alguien como yo.

Brum se relajó. —Te tratas injustamente. Te verías muy atractiva en


seda de marfil.

Nina deseaba poder sonrojarse a la orden. Tuvo que conformarse con


una risita de doncella y con mirar la punta de sus zapatos. —La moda de la
corte es mucho más adecuada para la figura de Hanne.

Nina esperaba que Brum rechazara su discurso sobre la moda, pero en


cambio el brillo de sus ojos era calculador. —No te equivocas. Hanne ha
florecido bajo tu tutela. Nunca creí que pudiera hacer un buen partido, pero
tú has cambiado todo eso.
A Nina se le retorcieron las tripas. Quizá estaba celosa. La idea de que
Hanne estuviera emparejada con algún noble o comandante militar le hacía
un nudo en el estómago. Pero, ¿y si Hanne pudiera ser feliz aquí, feliz con
su familia, con un marido que la amara? ¿Y si finalmente pudiera encontrar
la aceptación que había buscado durante tanto tiempo? Además, no era
como si ella y Nina fueran a tener un futuro juntas, ya que Nina tenía toda
la intención de asesinar a su padre.

—Te ves tan feroz —dijo Brum con una risa—. ¿A dónde te llevan tus
pensamientos?

«A tu prolongada humillación y temprana muerte.» —Espero que


encuentre a alguien digno de ella. Sólo quiero lo mejor para Hanne.

—Al igual que nosotros. Y mandaremos a hacer algunos vestidos


nuevos para ti también.

—¡Oh no, eso no es necesario!

—Es lo que deseo. ¿Me lo negarías?

«Te empujaría al mar y haría un baile mientras te ahogas.» Pero Nina


volvió los ojos hacia él, muy abiertos y emocionados, una mujer joven,
nerviosa y abrumada por la atención de un gran hombre. —Nunca. —dijo
en un suspiro.

Los ojos de Brum recorrieron lentamente su rostro, su cuello y su parte


inferior. —Puede que la moda favorezca una figura más esbelta, pero a los
hombres no les interesa la moda.

Nina quería salirse de su piel, pero ahora conocía este juego. A Brum no
le interesaba la belleza ni el deseo. Lo único que le importaba era el poder.
Le excitaba pensar en ella como una presa, inmovilizada por su mirada tal
como un lobo atrapaba a una criatura menor con su zarpa. Le complacía
pensar en ofrecer a Mila regalos que nunca podría permitirse, en hacerla
agradecida.
Así que ella lo dejaría. Lo que fuera necesario para encontrar a Vadik
Demidov, para ayudar a los Grisha, para liberar a su país. Se acercaba un
ajuste de cuentas. Ella no iba a perdonar a Brum por sus crímenes, incluso
cuando él tratara de cometer otros nuevos. Independientemente de lo que
sintiera por Hanne, tenía la intención de ver a Brum muerto, y dudaba que
Hanne fuera capaz de perdonarla por ello. La división era demasiado
grande. Los Shu tenían un dicho, uno que siempre le había gustado: Yuyeh
sesh. “Desprecia tu corazón”. Ella haría lo que tenía que hacer.

—Es demasiado bueno conmigo —dijo con una sonrisa—. No me lo


merezco.

—Deja que sea yo quien lo juzgue.

—¡Están comenzando! —dijo Ylva vertiginosamente, ajena a las


insinuaciones que su marido hacía a pocos metros de ella. ¿O no? Tal vez se
alegraba de tener la atención de Brum en otra parte. O tal vez había pasado
por alto los defectos del hombre durante tanto tiempo que se había
convertido en un hábito bien adquirido.

Nina se alegró de la interrupción. Le dio la oportunidad de evaluar a la


multitud en el salón de baile mientras una a una las chicas se acercaban a la
fuente en el centro de la sala, donde eran recibidas por el príncipe heredero.
El príncipe Rasmus era de estatura media para un fjerdano, pero estaba
espeluznantemente demacrado, su rostro era un retrato en ángulos, los
pómulos altos y afilados. Acababa de cumplir dieciocho años, pero su
complexión delgada y la forma tímida en que se movía le daban el aspecto
de alguien mucho más joven, de un árbol joven que no estaba acostumbrado
al peso de sus ramas. Su pelo era largo y dorado.

—¿Está el príncipe enfermo? —preguntó Nina en voz baja.

—Todos los días de su vida —dijo Brum con desprecio.

Redvin sacudió su canosa cabeza. —Los Grimjer son una línea de


guerreros. Sólo Djel sabe cómo han obtenido a un debilucho como ése.
—No digas eso, Redvin —dijo Ylva—. Soportó una terrible enfermedad
cuando era un niño. Fue una bendición que sobreviviera.

La expresión de Brum era implacable. —Habría sido una misericordia


mayor si hubiera perecido.

—¿Seguirías a ese chico a la batalla? —preguntó Redvin.

—Puede que tengamos que hacerlo —dijo Brum—. Cuando el viejo rey
muera.

Pero a Nina no le pasó desapercibida la mirada que Brum intercambió


con su compañero drüskelle. ¿Consideraría Brum la posibilidad de
confabularse contra el príncipe?

Nina trató de no parecer demasiado interesada y mantuvo su atención en


la procesión de mujeres jóvenes. Una vez que cada chica llegó a la fuente,
hizo una reverencia a la familia real que observaba desde el estrado de más
allá, y luego volvió a hacer una reverencia al príncipe. El príncipe Rasmus
cogió una copa de peltre de una bandeja que sostenía un sirviente a su lado,
la sumergió en la fuente y se la ofreció a la muchacha, que bebió
profundamente de las aguas de Djel antes de devolver la copa, hacer una
nueva reverencia y retroceder por el pasillo por el que había venido
cuidando de no dar la espalda a la realeza de Grimjer, donde fue recibida
por familiares y amigos.

Era un pequeño y extraño ritual, destinado a marcar la bendición de Djel


sobre la temporada de bailes y danzas que se avecinaba. Pero la atención de
Nina sólo se dedicó parcialmente al monótono desfile. El resto lo dedicó a
la multitud. No tardó en ver al hombre que sabía que debía ser Vadik
Demidov. Estaba de pie cerca del estrado, en una posición privilegiada, y
Nina sintió una sacudida de rabia cuando vio que llevaba un fajín de color
azul pálido y dorado blasonado con la doble águila ravkana. «El pequeño
Lantsov.» Tenía un gran parecido con los retratos que había visto en los
salones del Gran Palacio. Tal vez un parecido demasiado grande. ¿Habían
encontrado un Confeccionador Grisha para que se pareciera al padre de
Nikolai? Y si era así, ¿quién era realmente? Nina iba a tener que acercarse
lo suficiente a él para averiguarlo.
Su mirada siguió adelante y se encontró con otro par de ojos que la
miraban directamente: sus iris eran tan oscuros que parecían casi negros.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Nina. Se obligó a ignorar la mirada
penetrante del Apparat, a mantener su atención en la multitud, como una
espectadora interesada y nada más. Pero sintió como si una mano fría se
cerrara sobre su corazón. Sabía que el sacerdote había acudido a la corte
fjerdana, que había forjado una alianza para apoyar a Vadik Demidov, pero
no había esperado verlo aquí. «No hay forma de que te reconozca», se dijo a
sí misma. Y, sin embargo, su mirada había sido ciertamente cómplice. Tenía
que esperar que su interés fuera sólo por la familia Brum.

Los delgados dedos de Ylva se clavaron en el brazo de Nina. —¡Ya es


hora! — susurró emocionada. Hanne fue la siguiente en recorrer el pasillo
—. Su vestido es perfecto.

Era un vestido de cuello alto de cuentas de cobre y largos hilos de perlas


de río rosadas que encajaban perfectamente con el colorido de Hanne. La
cabeza rapada de Hanne era impactante, pero habían decidido no ocultarla
con un pañuelo o un tocado. Entre el vestido decadente y la austera belleza
de los rasgos de Hanne, el efecto era sorprendente. Parecía una estatua
fundida en metal.

Mientras Hanne esperaba a que la chica anterior terminara su regreso,


sus ojos parpadeaban por la sala con pánico. Nina no estaba segura de que
Hanne pudiera verla entre la multitud, pero se concentró en su amiga,
enviando toda su fuerza hacia ella.

Una más mínima sonrisa rozó los labios carnosos de Hanne, que se
deslizó hacia delante.

—Ulfleden —dijo Ylva—. ¿Sabes lo que significa?

—¿Es Hedjut? —preguntó Nina. Nunca había aprendido el dialecto.

Ylva asintió. —Significa 'sangre de lobo'. Es un cumplido entre los


hedjut, pero no tanto aquí. Cuando una niña es rara o se comporta de forma
extraña, se dice que “su lugar está con los lobos”. Es una forma amable de
decir que no encaja.
Nina no estaba segura de lo amable que era, aunque tenía una especie de
sentido para Hanne, que sería más feliz bajo un cielo amplio.

—Pero Hanne ya ha encontrado su lugar aquí. —dijo Brum con orgullo,


observando sus medidos pasos por la alfombra gris.

Cuando llegó a la fuente, el príncipe Rasmus le entregó la copa de peltre


y sonrió. Hanne la cogió y bebió. El príncipe tosió, escondiendo la cara en
la manga, y siguió tosiendo.

La reina se levantó de su trono, gritando por ayuda.

El príncipe se derrumbó. Los guardias se acercaban a él. Había sangre


en los labios del príncipe; una fina salpicadura cubría el vestido de cuentas
de Hanne. Lo sostuvo en sus brazos, y sus rodillas se doblaron cuando
cayeron juntos al suelo.
8

NIKOLAI
Traducido por Yul’s…

UNA VEZ QUE EL ANTÍDOTO FUE ENTREGADO a Poliznaya,


Nikolai y lo otros dijeron adiós a las fuerzas de Zemeni y empezaron el
viaje a Os alta. Adrik y Nadia permanecerían en Nezkii por un tiempo.

—Para disfrutar del paisaje —había dicho Adrik, señalando el paisaje


fangoso y miserable.

Pero Nikolai quería tener la oportunidad de pensar y sus voladores


necesitaban reparaciones, así que él, Tamar y Tolya viajarían. En la base de
Poliznaya le esperaban mensajes que confirmaban lo que habían informado
sus primeros exploradores: con la ayuda de los zemeníes, el general
Raevsky había derrotado a Fjerda en Ulensk. Los astilleros y las bases del
norte de Ravka habían sufrido la peor parte de los daños causados por los
bombardeos de Fjerda. Afortunadamente, los aviadores fjerdanos eran
demasiado pesados y necesitaban demasiado combustible para aventurarse
más al sur, por lo que muchos de los posibles objetivos militares de Ravka
permanecieron fuera de alcance.

La victoria en Nezkii y Ulensk les habían comprado una oportunidad,


tiempo para hacer funcionar sus misiles, construir su flota de aviadores y, lo
más importante, lidiar con los shu. Las próximas nupcias ayudarían a
mantener a raya a la reina Makhi, y tal vez, si pudiera perfeccionar esta
complicada diplomacia, los convertiría en aliados. El precio sería elevado,
pero por Ravka lo pagaría.
Nikolai estaba dictando una respuesta al general Raevsky y tratando de
ignorar el sonido de Tolya y Tamar peleando fuera de los establos, cuando
la sintió. Lo que habían soportado en el Abismo los había conectado de
alguna manera, y sabía que vería a Zoya cuando se volviera; sin embargo,
verla lo impactó como un cambio repentino en el clima. Un descenso de
temperatura, el crepitar de la electricidad en el aire, la sensación de que se
avecinaba una tormenta. El viento levantó su cabello negro, la seda azul de
su kefta se agitó sobre su cuerpo.

—Tu corazón está en sus ojos, Su Alteza —murmuró Tamar, quitando


el sudor de su frente.

Tolya golpeó a su gemela en el brazo con una espada de combate. —


Tamar lo sabe por qué así es la manera en la que ve a su esposa.

—Soy libre de ver a mi esposa de la manera en que yo quiera.

—Pero Zoya no es la esposa de Nikolai.

—Estoy parado justo aquí —dijo Nikolai—, y no hay nada en mis ojos
excepto el interminable polvo que ustedes dos levantan.

Estaba feliz de ver a su general. No había nada fuera de lo normal


acerca de eso. Su presencia trajo una perfecta y comprensible sensación de
alivio, un sentimiento de calma que venía de saber que cualquiera que fuese
el problema, lo superarían, que, si uno de ellos vacilaba, el otro estaría allí
para hacerlos avanzar. Esa comodidad no era algo a lo que pudiera
permitirse acostumbrarse o confiar, pero lo disfrutaría mientras pudiera. Si
tan solo no estuviera usando esa maldita cinta azul otra vez.

—Escuché que alguien trato de matarte —dijo Tamar mientras Zoya se


acercaba.

—No es el primero y no será el ultimo —dijo Zoya—, uno de los


asesinos aún esta vivo. Lo he enviado a Os Alta para ser interrogado.

—¿Es alguien del Apparat?


—Es mi suposición. Escuche que ganamos.

—Yo lo llamaría un empate —dijo Tolya.

Nikolai hizo una señal para que trajeran otro caballo. Sabía qué yegua
prefería Zoya, una criatura de pezuñas rápidas llamada Serebrine. —Los
fjerdanos no están marchando actualmente hacia nuestra capital —dijo—,
yo lo llamaría una victoria.

—Entonces disfrutala —dijo Tolya, trepando sobre su enorme caballo


castrado.

—Las personas solo dicen eso cuando saben que no durara.

—Claro que no durará —dijo Zoya—, ¿Qué dura?

—¿Amor verdadero? —sugirió Tamar.

—¿El arte genial? —dijo Tolya.

—La envidia real —replicó Zoya.

—Compramos tiempo —admitió Nikolai—, no la paz. —Tenían que


neutralizar a la reina Makhi antes de que Fjerda decidiera actuar de nuevo.
Y Fjerda lo haría, Nikolai no tenia ninguna duda en eso.

Cuando Zoya hubo montado, se unieron a su escolta armada y salieron


por las puertas. Por un rato, tomaron las carreteras en silencio, sin hablar,
solo el sonido del viento y los cascos de sus caballos para hacerles
compañía. Redujeron la velocidad cuando llegaron a un arroyo para dejar
beber a sus monturas y estirar las piernas. Luego regresaron a la carretera al
trote. Todos estaban ansiosos por llegar a la capital.

—Tenemos una ventaja y deberíamos aprovecharla —dijo Zoya cuando


no pudo contenerse más. Nikolai sabía que esto venia—, Fjerda no espera
que presionemos fuerte de nuevo. Deberíamos mantener la presión mientras
sus fuerzas luchan.

—¿Estás tan ansiosa de ver morir a hombres buenos?


—Si eso salvara a los niños de esos hombres y a numerosos otros,
lideraría la carga.

—Dame la oportunidad de construir esta paz —dijo Nikolai—, tengo un


don para la locura, déjame complacerlo. Tenemos incursiones diarias
volando a lo largo de la frontera y hemos reforzado nuestras fuerzas allí.
Esta invasión estaba destinada a ser la punta de la flecha para Fjerda. Ahora
esa flecha está rota y tendrán que repensar su enfoque.

Fjerda tenía dos grandes ventajas: el tamaño de su ejército y la


velocidad a la que podían producir tanques. Nikolai podía admitir que los
tanques también estaban bien construidos. Tenían una mala tendencia a
explotar debido al combustible que usaban, pero eran más resistentes y
rápidos que los que habían logrado sus ingenieros, incluso con fabricadores
Grisha en el laboratorio.

—Las minas de David solo nos compraran cierta cantidad de tiempo —


dijo Tamar—, una vez que hayan descubierto cómo rastrear los metales,
estarán barriendo la frontera.

—Es una frontera grande —señaló Tolya.

—Verdad —dijo Nikolai—, y tiene más huecos que los dientes de mi tía
Ludmilla.

Zoya le lanzó una mirada dudosa. —¿De verdad tuviste una tía
Ludmilla?

—En efecto la tuve. Horrible mujer. Propensa a sermones severos y a


regalar regaliz negro. —Se estremeció—. Que los santos la protejan.

—El punto es, que solo tenemos poco tiempo —dijo Tolya.

Tamar chasqueó la lengua. —Con suerte suficiente tiempo para forjar


una alianza con los shu.

A Nikolai no le gustaba pensar en todo lo que podría ir mal mientras


tanto. —Oremos todos a nuestros santos y al espíritu de nuestras tías
biliosas.

—Si pudiéramos tener más pilotos en el aire, nada de eso importaría —


dijo Tamar.

Pero como todo, eso requería dinero. También tenían escasez de pilotos
entrenados.

Zoya frunció el ceño. —Nada de eso importaría si tuviéramos que librar


una guerra en dos frentes. Necesitamos un tratado con los shu.

—Las ruedas ya están en movimiento —dijo Tamar—, pero si la


princesa Ehri no está dispuesta...

—Ella estará dispuesta —prometió Nikolai con más seguridad de la que


sentía.

—Los fjerdanos podrían recuperarse más rápido de lo que pensamos —


dijo Tamar—. Ravka Occidental aún podría intentar independizarse.

Ella no estaba equivocada. Pero tal vez su éxito en la frontera ayudaría a


Ravka Occidental a recordar que no había este y oeste, solo un país, un país
con amigos y recursos.

Tolya anudó las riendas al cuerno de la silla de montar para poder atar
su cabello negro hacia atrás. —Si los fjerdanos hacen un movimiento
precipitado, ¿Kerch los respaldará?

Todos miraron a Zoya.

—Creo que el Consejo Mercante se dividirá —dijo ella al fin—. Hiram


Schenck se sentía muy orgulloso de la neutralidad de Kerch, y siempre han
preferido las operaciones encubiertas a la guerra abierta. Pero cuando se
aclare toda la amplitud de nuestra traición con respecto a los zemeníes...

—Traición parece una palabra injusta —dijo Nikolai.

—¿Una puñalada en la espalda? —sugirió Tolya—. ¿Engaño?


—No mentí a Kerch. Ellos querían tecnología que les habría dado
dominio en los mares. No dijeron nada acerca del aire. Y honestamente,
apoderarse de dos elementos se veía un poco codicioso.

Las cejas de Zoya se levantaron. —Olvidas que en Kerch codiciar es


una virtud.

Salieron por encima de una cresta y se vislumbraron las famosas


paredes dobles de Os Alta. Se llamaba la Ciudad de los Sueños, y cuando
sus agujas blancas se veían desde esta distancia, lejos del clamor de la
ciudad baja y la pretensión de la ciudad alta, casi se podía creer.

Tamar se puso de pie sobre los estribos y estiró la espalda. —Kerch


puede ofrecer su apoyo a Vadik Demidov entre bastidores.

—El Pequeño Lantsov —murmuró Zoya.

—¿Es bajo? —preguntó Nikolai.

Tamar rió. —A nadie se le ha ocurrido preguntar. Pero es joven. Acaba


de cumplir veinte.

Solo había una pregunta real para Nikolai. —¿Y es realmente un


Lantsov?

—Mis fuentes no pueden confirmarlo ni negarlo —dijo Tamar. Ella


había construido la red de espionaje de Ravka, reclutando espías que
deseaban desertar, entrenando soldados y Grisha que podrían adaptarse para
asumir misiones encubiertas, pero todavía había muchos agujeros en la
recopilación de información—. Espero que la Termita tenga mejor suerte.

Nikolai vio la forma en que los labios de Zoya se aplanaron ante eso.
Ella nunca lo había perdonado del todo por permitir que Nina permaneciera
en la Corte de Hielo, pero no podía discutir el valor de la información que
su espía le había entregado.

Pasaron por las puertas y comenzaron la lenta subida de la colina a


través del mercado y hasta el puente que los llevaría a las hermosas casas y
parques de la ciudad alta. La gente saludaba a Nikolai y sus guardias,
gritando —¡Victoria para Ravka! —Las noticias de sus victorias en Nezkii
y Ulensk habían comenzado a llegar. «Esto es solo el comienzo», quería
advertir a la gente esperanzada que abarrotaba las calles y se asomaba por
las ventanas. Pero todo lo que hizo fue sonreír y devolverles los saludos.

—La mayor parte del linaje Lantsov desapareció la noche de mi


desafortunada fiesta de cumpleaños —dijo Nikolai mientras saludaba con la
mano. No le gustaba pensar en la noche en que el Darkling había atacado la
capital. No le agradaba su hermano Vasily, pero no estaba preparado para
verlo morir—. Aún así, debe haber primos ocultos.

—¿Y es Demidov uno de ellos? —pregunto Tolya.

Tamar se encogió de hombros. —Él afirma que es de la casa del Duke


Limlov.

—Recuerdo haberlos visitado cuando era un niño —dijo Nikolai.

—¿Había ahí un niño llamado Vadik?

—Sí. Era una pequeña mierda al que le gustaba burlarse del gato.

Tamar resopló. —Parece que se ha aficionado a la caza mayor.

Quizá este chico era un Lantsov. Quizá era el hijo del ayuda de cámara.
Podría tener derecho al trono o podría ser simplemente un peón. ¿Por qué
un nombre debería darle algún derecho a gobernar Ravka? Y sin embargo,
así era. Lo mismo sucedió con Nikolai. No era un rey porque podía
construir barcos o ganar batallas. Era un rey por su supuesta sangre
Lantsov. Su madre había sido una princesa fjerdana, una hija menor enviada
lejos de casa para forjar una alianza con Ravka a la que nadie tenía la
intención de adherirse. ¿Y el verdadero padre de Nikolai? Bueno, si había
que creerle a su madre, él era un magnate naviero fjerdano de sangre común
llamado Magnus Opjer, el mismo hombre que recientemente había
proporcionado a los enemigos de Nikolai las cartas de amor de su madre.
Ya era bastante malo que a Opjer no le importara nada el hijo bastardo que
había engendrado, ¿pero para colmo de males trataba de negarle un trono
perfectamente bueno? Hablaba de una falta fundamental de modales.

Nikolai había mandado a sus padres al exilio en las colonias del sur de
Kerch durante la guerra civil. No había sido una decisión fácil. Pero su
padre no había sido un rey popular y el ejército había comenzado a desertar
en lugar de seguirlo. Cuando se reveló el alcance de sus crímenes contra
Genya Safin, Nikolai le dio a su padre una opción: enfrentarse a un juicio
por violación o renunciar a su corona y exiliarse permanentemente. No era
así como Nikolai había querido convertirse en rey, y supuso que nunca
sabría si fue la elección correcta.

Cruzaron el puente y llegaron a la avenida Gersky, donde las parejas


paseaban por el parque y las niñeras empujaban a los niños en los
cochecitos. Este lugar no podría haber parecido más lejos del fangoso
campo de batalla que habían dejado atrás. Y, sin embargo, si hubieran
fallado en Nezkii o Ulensk, los tanques fjerdanos estarían rodando hacia
estas grandes vías y parques verdes en este momento.

Las puertas del palacio adornadas con la doble águila dorada se abrieron
ante ellos, y solo cuando se cerraron con estrépito, Nikolai se permitió
respirar aliviado. Hubo momentos en los que se había sentido resentido con
estos terrenos cuidados, el pastel de bodas escalonado y dorado de muchos
niveles que era el Gran Palacio. Se había sentido avergonzado por sus
excesos y agotado por sus demandas. Pero la última vez que salió, no había
estado seguro que regresaría. Estaba agradecido de estar vivo, agradecido
de que sus amigos más confiables estuvieran a salvo, agradecido por el aire
frío del invierno y el crujir de la grava bajo los cascos de su caballo.

Cuando llegaron a la escalinata del palacio, un grupo de sirvientes se


acercó para llevarse sus caballos. —Rostik —dijo, saludando al mozo—,
¿Cómo están mis miembros favoritos de la casa real?

El mozo sonrió. —Avetoy cojeaba de una de sus patas traseras la


semana pasada, pero lo curamos bien. ¿Remate cumplió su deber?

Nikolai le dio al caballo una cariñosa palmadita. —Creo que es bastante


majestuoso a esta luz.
Escuchó un fuerte estallido, como el corcho de una botella y luego otro.
Un grito desde algún lugar dentro del palacio.

— ¡Balazos! —dijo Tamar.

Nikolai empujó al mozo detrás de él y sacó uno de sus revólveres.

—Quédate abajo —le dijo a Rostik.

Tolya y Tamar se movieron para flanquearlo, y los brazos de Zoya ya


estaban levantados en posición de combate. Los guardias reales se alinearon
al pie de las escaleras.

—Nikolai —dijo Tolya—, tenemos que sacarte de aquí. Hay voladores


amarrados en el lago.

Pero Nikolai no tenía intención de correr. —Alguien está en mi casa,


Tolya. Le están disparando a mi gente.

—Su Alteza…

—Por todo los Santos —Zoya susurró.

Las Tavgharad inundaban los escalones, desplegándose en una


formación de combate.

Había once, todas mujeres, usando uniformes negros marcados con


halcones cornalina. Dos de ellas había tomado rifles de los guardias del
palacio, pero aun desarmadas, eran de las soldados más letales del mundo.

—Ehri, ¿Qué estas haciendo? —preguntó cuidadosamente Nikolai.

La princesa Ehri Kir-Taban estaba parad en el centro de la formación


con un vestido y un abrigo de terciopelo verde. Este no era otro intento de
asesinato. Era otra cosa completamente diferente.

La barbilla puntiaguda de Ehri se levantó en alto. —Nikolai Lantsov, ya


no seremos tus prisioneras.
—¿Entonces el cortejo va bien? —murmuró Zoya.

—Ya veo —dijo lentamente Nikolai—, ¿A dónde planeas ir?

—A casa —declaró ella.

—¿Y como es que tus amigas se liberaron?

—Yo… —su voz vaciló—. Golpeé a un guardia. No creo que lo haya


matado. El resto fue fácil.

Eso fue culpa de Nikolai. Había mantenido a las Tavgharad tras las rejas
en el calabozo del palacio, pero le había dado a Ehri la libertad de andar en
los pisos superiores del palacio, los jardines. No había querido que ella se
sintiera prisionera. Ahora, sospechaba que al menos dos de sus guardias
estaban muertos y no quería ver más violencia este día.

Nikolai bajó sus armas y dio un paso adelante, con las manos alzadas.

—Por favor —dijo—. Sé razonable princesa. No puedes esperar


escapar. Hay muchos kilómetros entre tú y los Sikurzoi.

—Nos proporcionarás el transporte. No puedes hacernos daño sin


provocar la ira de mi hermana y de todo Shu Han. La boda que deseas es
una farsa y una parodia.

—No puedo discutir eso —admitió Nikolai—, pero ¿he sido cruel
contigo? ¿te he tratado injustamente?

—Yo… No.

Una mirada pasó de un miembro del Tavgharad al otro. Dentro de él, el


demonio gruñó. Algo andaba mal. Se estaba perdiendo de algo justo
enfrente de él.

La guardia Tavgharad con el rifle dejó su arma, pero era difícilmente un


gesto de paz. Su expresión parecía tallada en piedra.

—¿Qué es ese olor? —dijo Zoya.


—No huelo nada —dijo Tolya.

Zoya agitó los dedos y una brisa fresca llegó hacia ellos desde los
escalones.

—Acelerante —dijo Tamar, acercándose a las escaleras—. Tienen la


ropa empapada.

La comprensión y el terror golpearon a Nikolai. No podían querer...

—¡Libéranos! —demandó Ehri—. La reina Makhi nunca tolerará...

—Ehri, apártate de ellas, —dijo, mirando a uno de las Tavgharad meter


la mano en su bolsillo—. Esto no es un escape. Esto es…

—Yo nunca…

—¡Ehri!

Pero era demasiado tarde. La guardia Tavgharad que había bajado su


rifle gritó algo en shu. Nikolai vislumbró la cerilla en su mano.

Una a una, las Tavgharad estallaron en llamas, cada una de ellas una
antorcha envuelta en fuego dorado. Todo demasiado rápido, un
deslizamiento de teclas en el piano, un florecimiento repentino y
condenado.

—¡No! —Nikolai gritó, corriendo hacia adelante. Vio la cara de


sorpresa de Ehri, las llamas subiendo por sus faldas mientras gritaba.

Zoya actuó en un instante, una ráfaga de viento frío extinguió el fuego


en una sola ráfaga helada. No fue suficiente. Lo que fuera que las
Tavgharad se habían rociado habían funcionado demasiado bien. Ehri
estaba en el suelo, gritando. Las otras eran montones silenciosos de carne
carbonizada y ceniza. Sus sirvientes gritaban de terror y los guardias del
palacio se quedaron paralizados por la incredulidad.

Las manos y los antebrazos de Nikolai estaban gravemente quemados


donde había intentado agarrar a Ehri, su ropa se aferraba a su carne
humeante. Pero no era nada comparado con lo que le había pasado a la
princesa. Su piel estaba negra quemada, y donde la capa superior de carne
se quemó, sus miembros estaban rojos y húmedos. Nikolai podía sentir el
calor irradiando de su cuerpo. Estaba temblando, sus gritos tartamudearon
mientras convulsionaba, su cuerpo estaba en shock.

—Tamar, disminuye su pulso y ponla en coma —ordenó Nikolai—,


Tolya, consigue un Sanador.

Los gritos de Ehri se silenciaron mientras Tamar se arrodillaba y hacía


su trabajo.

—¿Por qué harían esto? —dijo Zoya, con el rostro afligido al ver la
repentina carnicería, los montones de sangre y huesos quemados que habían
sido mujeres momentos antes.

Las manos de Tamar temblaban mientras monitoreaba el pulso de Ehri.


—Le dimos demasiada libertad. Deberíamos haberla mantenido en las
mazmorras, haber enviado a las Tavgharad al calabozo de Poliznaya.

—Ella no lo sabía —dijo Nikolai, mirando hacia la carne arruinada de


Ehri, su pecho subiendo y bajando. Tenían que llevarla a la enfermería—.
Ella no lo sabía. Lo vi en su rostro. El acelerador estaba solo en el
dobladillo de su túnica.

—¿De dónde siquiera lo consiguieron? —preguntó Zoya.

Nikolai negó con su cabeza. —¿De las cocinas cuando escaparon? Es


posible que lo hayan hecho ellas mismas.

Tamar se levantó cuando Tolya regresó con una camilla llevada por dos
Corporalki con su kefta roja. Sus rostros mostraban su consternación, pero
si alguien podía curar a Ehri, los Grisha podía hacerlo.

Nikolai estaba en los escalones, rodeado de muerte, mirando a Ehri y


sus guardianes desaparecer en dirección al Pequeño Palacio.

—¿Por qué? —dijo Zoya de nuevo.


—Porque son Tavgharad —respondió Tamar—, porque sirven a su reina
hasta la muerte. Y Ehri no es una reina.
9

ZOYA
Traducido por Saimi_v

ZOYA MIRABA POR LA VENTANA en la habitación de Nikolai,


viendo el viento de invierno jugar sobre los terrenos del palacio, mientras
hacía que las limpias ramas crujieran y cantaran como si se resignaran a los
días oscuros por venir. Los jardines lucían desolados en esta época del año,
antes de que la nieve cayera y los suavizara. Ehri sido llevada al Pequeño
Palacio, donde podía ser vista por los mismos Sanadores Grisha quienes
habían traído a su doble, Mayu Kir-Kaat, de regreso del borde la muerte
solo unas semanas antes.

Detrás de ella, oyó a Nikolai tomar una rápida respiración. Él estaba


acostado encima de sus cobertores mientras el Sanador atendía sus
quemaduras. Habían curado sus manos primero, donde había ocurrido el
peor de los daños, pero el resto podría tomarle mucho más.

Zoya fue a su lado. —¿Puedes darle algo para el dolor?

—Le di la droga mas fuerte que pude —dijo el Sanador—. Cualquier


otra cosa y no podrá despertarse. Puedo ponerlo en coma…

—No —dijo Nikolai, abriendo sus ojos—. Odio cómo se siente.

Zoya sabía por qué. Cuando él había estado luchando con el demonio,
ella había usado durante meses un poderoso tónico para dormir que lo
dejaba fuera de combate cada noche. Decía que se sentía como si estuviera
muriendo.
El Sanador llenó un envase con alguna solución de olor muy fuerte. —
Esto podría ser más fácil si queda inconsciente. No puedo tenerlo
moviéndose mientras trabajo.

Zoya se sentó al lado de Nikolai, tratando de no empujarlo.

—Debes quedarte quieto —le susurró.

—No te vayas.

Él cerro los ojos y atrapó su mano. Zoya sabía que el Sanador lo había
notado, sabía que podría probablemente chismear sobre eso después. Pero
ella podía capear el chisme. Los Santos sabían que se había enfrentado a
peores. Y tal vez ella necesitaba sentir su mano después del impacto de lo
que presenció. No podía evitar recordar a esas mujeres ardiendo.

—No debería estar aquí para esto —dijo el Sanador—. Es un proceso


feo.

—No iré a ninguna parte.

El Sanador se estremeció y Zoya se preguntó si el dragón había


emergido, con un brillo plateado en sus ojos. Que chismeara sobre eso
también.

Nikolai apretó su mano mientras el Sanador le quitaba la arruinada piel


del brazo. Solamente entonces podría ser reemplazada con piel sana. Eso
pareció tardar horas, primero un brazo, después el otro. Siempre que Zoya
dejaba el lado del Rey, para buscar una toalla fría para su cabeza o encender
las lámparas para que el Sanador tuviera mejor luz, Nikolai abría los ojos y
murmuraba: —¿Dónde está mi general?

—Estoy aquí —ella repetía una y otra vez.

Una vez que el Sanador había lidiado con la piel chamuscada de sus
brazos, no quedaba ningún vello en ellos, pero las cicatrices en sus manos,
las venas de sombra que el Darkling había dejado, todavía eran visibles.
—Necesita descansar —dijo el Sanador, levantándose y estirándose
cuando su trabajo estuvo completo—. Pero el daño es bastante superficial.

—¿Y la Princesa Ehri? — preguntó Zoya.

—No lo sé. Sus quemaduras eran mucho más severas

Una vez que el Sanador se había ido, Zoya espero a que la respiración
de Nikolai se volviera profunda y constante. La oscuridad había caído.
Afuera las lámparas del jardín estaban brillando, una cadena de estrellas
cruzaba el terreno. Ella extrañaba esta habitación, al Nikolai en que se
transformaba dentro en esta habitación, el hombre que por un momento
podía dejar caer el manto de rey, quien confiaba suficientemente en ella
como para cerrar sus ojos y caer dentro de sus sueños mientras ella vigilaba.
Necesitaba regresar al Pequeño Palacio, revisar a la Princesa Ehri, hablar
con Tamar, formar un plan. Pero esta podía ser la última vez que lo viera de
esta forma.

Al final, se levantó y apagó las luces.

—No te vayas —dijo él, todavía medio dormido.

—Tengo que bañarme. Huelo como un bosque en llamas.

—Tú hueles como flores silvestres. Siempre. ¿Qué puedo decir para que
te quedes? —Sus palabras arrastradas en un bajo murmullo somnoliento
mientras se volvía a dormir.

«Dime que es mas que guerra y preocupación lo que te hace decir esas
palabras. Dime que pueden significar que tú no eres un rey y que yo no soy
un soldado.» Pero ella no quería oír nada de eso, no realmente. Palabras
dulces y grandes declaraciones eran para otras personas, otras vidas.

Le apartó el cabello de la cara, dándole un beso en la frente. —Me


quedaría por siempre si pudiera —susurró. Él no lo recordaría de todas
maneras.
Horas después, la sala de estar de Zoya estaba atestada con personas.
Ella no había invitado a nadie; ellos simplemente se habían reunido ahí,
sentándose frente al fuego con copas de té dulce. Santos, ella se alegraba
por eso. Usualmente, valuaba su privacidad, pero esta noche necesitaba la
compañía.

A pesar del baño que tomó, se sentía como si el olor a muerte todavía
estuviera pegado en ella, en su cabello, en sus ropa. Se había acurrucado
junto a Genya en el sofá junto al fuego. Esos cojines estaban bordados en
seda cobriza, y usualmente era quisquillosa de que la gente pusiera sus pies
en ellos, pero ahora no podía importarle menos. Tomo un largo sorbo de su
taza de vino tibio. El té no era suficiente para ella esta noche.

David y Nadia estaban sentados en la mesa redonda en el centro de la


habitación. Él colocando una ordenada pila de papeles los cuales estaban,
no había duda, en un importante orden, y estaba enterrado en una larga fila
de cálculos. Ocasionalmente, le daba una hoja a Nadia, quien estaba
trabajando en su propio grupo de números, sus pies descansaban en el
regazo de Tamar. Tolya estaba sentado en la alfombra al lado de la rejilla
del hogar, mirando hacia el fuego. Esa podría ser una escena acogedora,
pero el horror de lo que había pasado en la mañana colgaba fuertemente en
el aire.

Genya estudiaba sus diseños para el vestido de bodas, el dorado


tradicional y acompañado con joyería kokoshnik. Ella levantó un dibujo —
¿Demasiado?

Zoya tocó con sus dedos el delicado dibujo del dobladillo del vestido.
—¿Para una capilla real? No. Mientras mas brillo mejor. —Ese era un lugar
sombrío.

—Lo sé —dijo Genya. Mientras se ajustaba el parche sobre su ojo


faltante—. Si solo pudiera tener la boda en los jardines.

—¿En medio del invierno? —dijo Nikolai, entrando a la sala de estar y


dirigiéndose directamente por el vino en la mesa lateral. Era como si nunca
hubiera sido herido, nunca hubiera estado indefenso. Se había bañado,
vestido en ropas limpias. El hombre parecía brillar con confianza—.
¿Quieres que los huéspedes se congelen hasta morir?

—Esa es una forma de ganar la guerra —meditó Genya.

—No deberías tomar vino —dijo Zoya. El influjo del Sanador no ha


dejado tu sistema todavía.

Nikolai arrugó la nariz. —Entonces, supongo que beberé té como una


anciana.

—No hay nada malo con el té. —objetó Tolya.

—Lejos de mí está argumentar con un hombre tan grande como una


roca. —Nikolai se sirvió una taza de té y miró los papeles que estaban sobre
la mesa—. ¿Son esos los nuevos cálculos para nuestro sistema de
lanzamiento? —David asintió sin levantar la vista—. ¿Y cómo están
quedando?

—No quedan.

—¿No?

—Sigo siendo interrumpido —apuntó David.

—Espléndido. Bueno saber que he hecho mi parte.

Nikolai se sentó en una gran silla frente al fuego. Zoya podía decir que
estaba tratando de levantar el espíritu a costillas de David o tal vez inclusive
celebrando la ventaja de sus nuevos misiles podían garantizarles contra los
fjerdanos. Pero inclusive el implacable optimismo de Nikolai no se
comparaba con lo que habían visto en las escaleras del palacio.

Al final colocó la taza en su rodilla y dijo. —Ayúdenme a entender qué


pasó esta mañana.

—Ese era un mensaje de la Reina Makhi —dijo Tamar.


—Así que ¿Ella no aprueba la boda? Ella podría simplemente haber
enviado sus excusas.

—Ella tiró los dados —dijo Tamar—. Y casi ganó. Si hubiera asesinado
a Ehri podría haber causado la guerra, y después podría haber atado los
cabos sueltos en su esquema de asesinato.

—Va a ser un infierno explicar lo que sucedió, si es así —dijo Zoya—.


¿Cómo reportamos la muerte de once prisioneros de alto-rango a nuestro
cuidado?

—Ehri vio lo que pasó —dijo Tolya tranquilamente—. Habrá que


decirle la verdad. Toda la verdad.

—Toda la verdad —repitió Tamar.

Nadia dejo su lápiz sobre la mesa y tomó la mano de su esposa. —


¿Piensas que la reina Makhi realmente vendrá a la boda?

—Lo hará —dijo Tamar—. Pero no dejará pasar la ocasión para montar
algún tipo de ataque. Es una estratega astuta.

—Una buena reina —dijo Zoya.

—Sí —Tamar concedió—. O una efectiva. Su madre creó una política


de prohibir la experimentación con Grisha y había comenzado a permitirles
ciertos derechos a cambio de servicio militar o gubernamental.

—Como en Ravka —dijo Nikolai.

Tolya asintió. —Los Grisha todavía no podían poseer propiedades o


mantener ninguna clase de cargo político, pero las reformas valían la pena.

—No seríamos vistos como antinaturales allá —dijo Tamar—. Solo


peligrosos. Pero no todos lo aprobaron. A algunos shu no les gustaba la idea
de que los Grisha pasaran por personas ordinarias.

—¿Y a Makhi no le gustaban las políticas de su madre? —preguntó


Nikolai.
Ahora Tamar frunció el ceño. Tomó la taza de Nadia y la suya propia y
las llevó al lado de la mesa para rellenarlas; —Inclusive antes de que fuera
coronada, Makhi tenía sus propias ideas de cómo fortalecer a Shu Han.
Cuando el jurda parem fue descubierto, se le presento una opción: Podía
intentar mantener el secreto destruyendo el trabajo de Bo Yul Bayur. En vez
de eso, Makhi escogió reiniciar los viejos laboratorios y hacer del uso de
parem como un arma.

—Eso fue lo que condujo a la creación de los khergud —dijo Tolya, su


voz desolada, como un hombre examinando los restos de un naufragio,
apuntando a un agujero negro en el casco. «Ahí es donde empezó el
desastre.»

Los khergud eran los más letales soldados de Shu Han, sin embargo, el
gobierno nunca los había reconocido de ninguna forma oficial. Eran creados
por Grisha bajo la influencia de parem, sus sentidos aumentados, sus huesos
reforzados y alterados. Algunos inclusive podían volar. Zoya tembló,
recordando ser arrancada por los aires, el agarre de los brazos del soldado
khergud como bandas de acero.

Tamar colocó las tazas llenas en la mesa, pero no se sentó. Ella


manejaba la red de espías de Nikolai. Ella sabía, mejor que ninguno de
ellos, qué había pasado con los Grisha bajo el gobierno de Makhi.

—La creación de los khergud… —titubeó—. Es un proceso de ensayo y


error. Los Grisha que llevaban a los laboratorios eran referidos como
voluntarios, pero…

—Nosotros sabemos la verdad —gruñó Tolya.

—Sí —dijo Tamar—. Las opciones presentadas a los Grisha eran


imposibles. El poder que empuña el gobierno Taban es demasiado absoluto.

—Así que no es una opción para nada —dijo Genya.

Tonya tembló. —Es igual que cuando el Darkling construyó el Segundo


Ejército.
Zoya se erizó con eso. — El Segundo Ejercito era un refugio.

—Tal vez para algunos —dijo Tonya—. El Darkling arrebataba a los


Grisha de sus padres cuando eran todavía solo niños. Se les enseñaba a
olvidar los lugares de donde venían, la gente que conocían. Servían a la
corona o sus familias sufrían. ¿Qué clase de opción era esa?

—Pero nadie experimentaba con nosotros —dijo Zoya. «Y algunos de


nosotros éramos perfectamente felices de olvidar a nuestros padres.»

—No —dijo Tolya, descansando sus enormes manos en sus rodillas—.


Ellos solamente los convertían en soldados y los enviaban a pelear sus
guerras.

—Él no está equivocado —dijo Genya, mirando su vino—. ¿Nunca te


has preguntado que vida podrías haber tenido si no hubieras venido al
Pequeño Palacio?

Zoya recostó su cabeza hacía atrás contra la seda del sofá. Sí se lo


preguntó. Mientras era una niña pequeña, sin embargo, había espantado sus
sueños obligándose a despertar. Podía cerrar los ojos y verse caminando
hacia el altar. Podía ver a su tía sangrando en el piso. Y cómo siempre su
madre estaba ahí, empujando a Zoya hacia adelante, recordándole no jalar
del dobladillo de su pequeño vestido dorado de bodas, mientras el padre de
Zoya se sentaba en silencio en una banca. Agachando la cabeza, recordó
Zoya. Pero sin decir una palabra para salvarla. Solamente Liliyana se había
atrevido a hablar. Y Liliyana estaba muerta hacía tiempo. Asesinada por el
Abismo y la ambición del Darkling.

—Sí —dijo Zoya—. He pensado sobre eso.

Tamar se paso la mano sobre su cabello corto. —Nuestro padre le


prometió a nuestra madre que nosotros tendríamos una opción. Así que
cuando ella murió, él nos llevó a Novyi Zem.

¿Eso podría haber sido mejor? ¿Podría Liliyana haberla puesto en un


barco para atravesar el Mar Verdadero en vez de traerla a las puertas del
palacio para unirse a los Grisha? Nikolai había abolido la práctica de
separar a los Grisha de sus padres. No había un censo obligatorio para sacar
a los niños de sus casas. Pero para los Grisha que no tenían casas, quienes
no se sentían seguros en los lugares donde deberían sentirse seguros, el
Pequeño Palacio podría ser siempre un refugio, un lugar a donde huir. Zoya
preservaría el santuario, no importaba que los fjerdanos o los shu o los
kerchanos les lanzaran. Y tal vez, en alguno otro lugar de esta larga pelea,
habría un futuro donde los Grisha no tuvieran miedo o no fueran temidos,
donde “soldado” pudiera ser solo uno de cientos de caminos posibles.

Ella se levantó y agitó las mangas. Quería sentarse junto al fuego,


discutir con Tolya, mirar los dibujos de Genya, observar a Nikolai fruncir el
ceño a su té. Y eso era exactamente por lo que tenía que irse. No podía
haber descanso. No hasta que su país y su gente estuviera a salvo.

—¿Su majestad? —dijo—. Hemos postergado esto suficiente.

Nikolai se puso de pie. —Al menos ya no tengo que tomar más de este
té.

—¿No quieren compañía? —preguntó Genya.

Zoya quería. Quería un ejército entero a su espalda. Pero vio la forma


como Genya apretaba los papeles en sus manos, la forma con la mirada de
David brincó a su esposa, su deseo de protegerla era una de las cosas que
podría sacarlo de su trabajo.

—Cuando estés lista —dijo Zoya tranquilamente—. Y no antes. —Hizo


crujir sus nudillos—. Además —dijo arrastrando las palabras mientras salía
de la habitación—, ese vestido necesita una cola apropiada. No dejemos a la
reina shu pensar que somos unos campesinos.

—Hiciste bien —dijo Nikolai mientras cruzaban los terrenos del palacio
hacia el antiguo zoológico. La luna llena se estaba elevando.

Zoya ignoró el halago. —¿Por qué no puede ser tan simple como una
guerra? ¿Un enemigo enfrentando al otro en un combate honesto? No,
ahora tenemos alguna clase de monstruosa plaga que enfrentar.
—A Ravka le gusta mantener las cosas interesantes —dijo Nikolai—.
¿No disfrutas el reto?

—Yo disfruto una siesta —dijo Zoya—. No puedo recordar la ultima


vez que se me permitió quedarme dormida.

—Nada de eso. Una noche completa de sueño puede ponerte de un buen


humor, y te necesito de los más gruñona.

—Sigue escupiendo tonterías y me verás en mucho peor humor.

—Por todos los Santos, ¿Me estás diciendo que todavía no te he visto en
tu peor humor?

Zoya se acomodó el cabello. —Si lo hubieras hecho, estarías debajo de


las sabanas, balbuceando plegarias.

—Una manera única de meterme en la cama, pero ¿Quién soy yo para


cuestionar tus métodos?

Zoya puso los ojos en blanco, pero estaba agradecida de la distracción


de este intercambio de pullas. Esto era seguro, sencillo, nada como la
tranquilidad de sus aposentos, sus manos apretando las suyas. Y ¿Qué
podría hacer ella cuando Nikolai estuviera casado y el decoro se levantara
como un muro entre ellos?

Ella enderezó la espalda y apretó la cinta en su cabello. Se las arreglaría


bien, como siempre había hecho. Era una comandante militar, no una chica
sonriente quien se marchitaría por la falta de atención.

El viejo zoológico estaba ubicado en un área arbolada al final oriental


de los terrenos del palacio. Había sido abandonada hace generaciones, pero
de alguna forma todavía olía a los animales que habían sido encerrados
aquí. Zoya había visto las ilustraciones desgastadas: un leopardo en un
collar enjoyado, un lémur vistiendo un chaleco de seda y ejecutando trucos,
un oso blanco importado de Tsibeya que había mutilado a tres diferentes
cuidadores antes de escapar. Nunca había sido atrapado, y Zoya esperaba
que de alguna forma hubiera encontrado su camino a casa.
El zoológico fue construido en forma de un gran círculo, las viejas
jaulas encaraban hacia afuera y cubiertas de zarzas. En el centro había una
torre alta que una vez había sido el hogar de un aviario en su parte superior.
Ahora era el hogar de un animal muy diferente.

Mientras Zoya subía las escaleras detrás de Nikolai, sentía la anciana


inteligencia dentro de ella alzarse, pensando, calculando. Siempre parecía
volver a la vida con su rabia o su miedo.

«El Abismo se está expandiendo». Nikolai había dicho esas palabras tan
fácilmente, como si remarcara el estado del tiempo. «Escuché que iba a
llover mañana.»

«Los lirios de Cala van a florecer de nuevo.»

«El mundo seria devorado por la nada y puede que nosotros tengamos
que encontrar una forma de detenerlo. ¿Mas té?»

Pero ese siempre era el camino. El mundo podría derrumbarse, pero


Nikolai Lantsov podría sostener el cielo con una mano y quitar una mota de
polvo de su saco con la otra mientras todo se iba a la ruina.

Él y Zoya habían construido esta prisión con cuidado, dejando solo el


esqueleto del aviario. Estas paredes eran ahora enteramente de vidrio,
dejando pasar la luz en el día. Y en la noche, los Soldados del Sol,
herederos del poder de Alina Starkov, muchos de los cuales habían luchado
contra el Darkling en el Abismo, mantenían la luz viva. Ellos habían jurado
mantener el secreto, y Zoya esperaba que ese voto se mantuviera. El
Darkling había emergido dentro de esta nueva vida sin poderes, o eso
parecía. Ellos no le darían ninguna oportunidad.

Cuando la puerta se abrió, el prisionero se levantó de donde estaba


sentado en el piso, moviéndose con la clase de gracia que Yuri Vedenen
nunca había poseído. Yuri, un joven monje que había predicado el evangelio
del Santo Sin Estrellas, había liderado un culto dedicado a idolatrar al
Darkling. Creían que el Santo Sin Estrellas había sido martirizado en el
Abismo y que podría regresar. Y para la gran sorpresa de Zoya, Yuri y el
resto de sus fanáticos distraídos vestidos de negro y cantando por un
dictador muerto habían tenido razón: El Darkling había resucitado. Su
poder se había vertido dentro del cuerpo del propio Yuri y ahora… ahora
Zoya no estaba segura de quién era este hombre. Su cara era estrecha, su
pálida piel lisa, sus ojos grises debajo de sus marrones cejas. Su largo
cabello negro casi rozaba sus hombros. Vestía unos pantalones negros y
nada más, su pecho y sus pies estaban desnudos. Vanidoso como siempre.

—Una visita real —El Darkling se agachó en una pequeña reverencia


—. Estoy honrado.

—Ponte una camisa —dijo Zoya.

—Mis disculpas. Está un poco cálido aquí con la continua luz solar. —
Encogió sus hombros dentro de una rústica camisa que Yuri había vestido
debajo de sus ropas de monje—. Les invitaría a sentarse, pero… —Hizo un
gesto hacia el cuarto vacío.

No había ningún mueble. No tenia libros que lo ocuparan. Solamente lo


llevaban a una celda adjunta para lavarse y hacer sus necesidades. Otras dos
pesadas puertas con cerraduras se encontraban entre esta celda y las
escaleras.

La nueva residencia del Darkling estaba vacía, pero tenía una buena
vista. A través de las paredes de vidrio, Zoya podía ver los terrenos del
Palacio, los techos y los jardines de la torre superior, las luces desde los
botes navegando en el río que lo circulaba, y la torre baja más adelante. Os
Alta. Esa había sido su casa desde que solo tenía nueve años, pero
raramente tenía oportunidad de verla desde este ángulo.

Sintió repentino mareo, y entonces estaba recordando. Por supuesto,


conocía esta ciudad, el pueblo que la rodeaba. Había volado sobre ella
antes.

No. No ella. El dragón. Este tenía un nombre, uno solamente conocido


por él mismo y hace mucho tiempo por otros de su clase, pero ya no podía
recordar cuál era. Estaba justo en la punta de su lengua. «Que exasperante.»

—Estoy ansioso por compañía —dijo El Darkling.


Zoya sintió de golpe un repentino resentimiento, su rabia por este
cautiverio, la rabia del Darkling. La presencia del dragón en su cabeza la
había dejado vulnerable. Inhaló, estabilizándose, aquí, en esta extraña celda
de vidrio, el piso de piedra debajo de sus botas. «¿Qué podría aprender?»,
¿la voz de Juri, o era la suya? «…¿Qué descubrirías, si solo abrieras la
puerta?»

Otra respiración. «Yo soy Zoya Nazyalensky y estoy realmente harta de


la fiesta en mi cabeza, viejo lagarto.» Podía jurar que escuchó a Juris reírse
en respuesta.

Nikolai se recostó contra la pared. —Lo siento por no visitarte mas a


menudo. Tenemos una guerra y, bueno, a nadie le agradas.

El Darkling puso la mano en su pecho. —Me hieres.

—Todo el tiempo —dijo Zoya.

El Darkling levantó una ceja. Una pequeña sonrisa tocó sus labios, ahí,
en esa expresión, estaba el hombre que ella recordaba. —Ella me teme, los
sabes.

—No, no es así.

—Ella no sabe que soy. O qué puedo hacer.

Nikolai le hizo un gesto a uno de los Soldados del Sol para que trajera
unas sillas. —Tal vez tiene miedo de que hablen de ella como si no
estuviera frente a ti.

Todos se sentaron. El Darkling de alguna manera logró que la


desvencijada silla en la que estaba sentado luciera como un trono. —Sabía
que podrías venir.

—Odio ser predecible. —Nikolai se volteó hacía Zoya—. ¿Tal vez


deberíamos irnos? ¿Mantenerlo en ascuas?

—Él sabe que no nos iremos. Sabe que necesitamos algo.


—Lo siento —dijo el Darkling—, la aparición de la plaga. el Abismo
expandiéndose. Y tú lo sientes también, ¿no, Lantsov? Es el poder que
reside en mis huesos, el poder que todavía filtra la oscuridad en tu sangre.

Una sombra cruzó por la cara de Nikolai. —El poder que creo el
Abismo en primer lugar.

—Me han dicho que algunas personas lo consideran un milagro.

Zoya apretó los labios. —No dejes que se te suba a la cabeza. Hay
milagros en todas partes estos días.

El Darkling inclinó la cabeza hacia un lado, mirándolos a ambos. El


peso de su mirada hizo que Zoya quisiera lanzarse por una de las paredes de
vidrio, pero se rehusó a demostrarlo. —He tenido mucho tiempo para
pensar en este lugar, para reflexionar sobre mi larga vida. Tuve incontables
errores, pero siempre encontré un nuevo camino, una nueva oportunidad
para trabajar hacia mi meta.

Nikolai asintió. —Hasta ese pequeño bache en el camino cuando


moriste.

Ahora la expresión del Darkling se agrió. —Cuando miró hacia atrás en


donde las cosas fueron mal, donde mis planes se descarriaron, puedo ubicar
el momento del desastre al darle mi confianza a un pirata llamado
Sturmhond.

—Corsario —dijo Nikolai—. Y podrías no saberlo, pero si el corsario


que hubieras contratado era enteramente confiable, entonces probablemente
no era un gran corsario.

Zoya no podía dejar pasar de largo la broma. —¿Ese fue el momento?


¿No el manipular una jovencita y tratar de robar su poder, o destruir la
mitad de la ciudad con gente inocente, o diezmar a los Grisha, o cegar a tu
propia madre? ¿Ninguno de esos momentos se sintió como una oportunidad
para reflexionar sobre tu comportamiento?
El Darkling apenas se encogió de hombros, sus manos abiertas como
indicando que no tenía más trucos que jugar. —Listas las atrocidades como
si debiera sentir vergüenza por ellas. Y tal vez podría, si no hubiera unas
cientos que precedieron esos crímenes, y otros cientos antes de esos. Vale la
pena preservar la vida humana. ¿Pero a los humanos? Ellos van y vienen
como paja, nunca mejoran.

—Que remarcable cálculo —dijo Nikolai—. Y uno muy conveniente


para un genocida.

—Zoya entiende. El dragón sabe cómo son de pequeñas las vidas


humanas, como de aburridas. Son como luciérnagas. Luces que brillan en la
noche, mientras se queman.

No había suficientes respiraciones profundas en el mundo para


mantener sujeta la rabia de Zoya. ¿Cómo Nikolai mantenía la compostura?
¿Y por qué se molestaban en tratar de despertar la consciencia del
Darkling? Su tía, sus amigos, la gente que él había jurado proteger no
significaba nada en la larga extensión de su vida.

Ella se inclinó hacia adelante. —Has robado poder y tiempo. No me


mires a mí en busca de ayuda. —Se volteó hacia Nikolai—. ¿Por qué
estamos aquí? Estar a su alrededor me hace querer romper cosas.
Llevémoslo a el Abismo y matémoslo. Tal vez eso corrija las cosas.

—No funcionará. —dijo El Darkling—. El demonio vive en tu rey.


Tendrías que matarlo a él también.

—No les des ideas —dijo Nikolai.

—La única forma de sanar la ruptura en el Abismo es terminar lo que


comenzaste al ejecutar el obisbaya.

Tolya había hecho la misma sugerencia. El Ritual de la Antorcha


Ardiente. Habían sido atraídos a intentarlo por Elizaveta, quien solo
deseaba la oportunidad de matar a Nikolai y resucitar al Darkling. Si
querían intentarlo de nuevo, este podía ser el momento, cuando el Darkling
estaba todavía sin poderes, y los fjerdanos estaban lamiendo sus heridas.
Pero el riesgo era sencillamente demasiado grande. E incluso si estuvieran
dispuestos a tomarlo, no tenían los recursos.

—No tenemos madera de espino —dijo Zoya—. Toda se volvió ceniza


cuando los Santos murieron y los limites del Abismo desaparecieron.

—Pero podemos adquirirla —dijo el Darkling.

—Ya veo. ¿De quién?

—Los Monjes.

Ella alzó las manos. —¿Por qué son siempre los monjes?

—Cogieron fruta del árbol de espino cuando era todavía joven. Esas
semillas fueron preservadas por la Orden de Sankto Feliks.

—Y ¿Dónde están ellos?

Ahora el Darkling se veía menos seguro. —No lo sé con exactitud.


Nunca necesite nada de ellos. Pero puedo decirles cómo encontrarlos.

—Huelo una negociación en camino —dijo Nikolai, frotando las manos


—. ¿Qué nos va a costar este conocimiento?

Los ojos del Darkling brillaron, cuarzo gris bajo un falso sol. —
Tráigame a Alina Starkov y les diré los que necesitan saber.

Todo el humor dejo la cara de Nikolai. —¿Qué quieres con Alina?

—Una oportunidad de disculparme. Una oportunidad de ver en lo que


se convirtió la chica que me apuñaló en el corazón.

Zoya negó con la cabeza. —No creo una sola palabra que sale de tu
boca.

El Darkling se encogió de hombros. —Puede que yo tampoco. Pero


ahora conoces mis términos.
—¿Y si no estamos de acuerdo con ellos? —preguntó ella.

—Entonces el Abismo se seguirá expandiendo y se tragará el mundo. El


joven rey caerá y yo me cantaré una nana para dormir en mi celda.

Zoya se levantó. —No me gusta nada de esto. Él trama algo. E incluso


si encontramos el monasterio y las semillas, ¿que podríamos hacer con
ellas? Podríamos necesitar un Fabricador extraordinariamente poderoso
para formar el bosque de espino como Elizaveta hizo.

El Darkling sonrió. —¿Eso significa que no te has especializado en todo


lo que Juris se empeñó en enseñarte?

Zoya sintió que caían las barreras que contenían su rabia. Se lanzó hacia
el Darkling mientras Nokolai le agarraba los brazos desde atrás. —No digas
su nombre. Di su nombre de nuevo y te cortaré la lengua y la usaré de
broche.

—No —dijo Nikolai, su agarre fuerte, su voz baja—. Él no vale la pena


tu ira.

El Darkling la miraba como lo hacía cuando era una pupila, como si


hubiera algo dentro de ella que solo él podía ver. Y eso la molestaba. —
Todos ellos mueren, Zoya. Todos lo harán. Todos los que amas.

—¿En serio? —dijo Nikolai—. Que trágico. ¿Puedes estar tranquila,


Zoya?

Zoya se quitó a Nikolai de encima. —Por ahora.

—Cómo lucha —dijo El Darkling, su voz llena de alegría—. Como un


insecto atrapado en su propio poder.

—Poético —dijo Nikolai—. Tienes algo en tu barba.

Para confusión de Zoya, el Darkling levantó su mano hacia su piel lisa,


entonces la dejó caer como si se hubiera quemado. Su mirada brillaba con
algo que se parecía mucho a la rabia.
Ahora, era Nikolai el que estaba sonriendo. —Eso fue lo que pensé —
dijo el rey—. Yuri Vedenen está todavía ahí, en alguna parte dentro de ti.
¿Es por eso que tus poderes no han regresado?

El Darkling miró al rey con los ojos entrecerrados. — Tan inteligente el


muchacho.

—Por eso es que quieres que formemos el bosque de espino y


ejecutemos el obisbaya. No puede importarte menos el daño que haga el
Abismo. Quieres eliminar lo que queda de Yuri dentro y volverte el huésped
del demonio. Quieres una forma de recuperar tu poder.

—Te dije lo que quiero. Tráeme a Alina Starkov. Ese es el trato.

—No —dijo Zoya.

El Darkling les dio la espalda, mirando afuera, sobre las luces brillantes
de la ciudad. —Entonces yo puedo vivir como un debilucho y ustedes
pueden ver el mundo morir.
10

NINA
Traducido por Azhreik

NINA ESTUVO AL LADO DE HANNE EN segundos. Los ojos del


príncipe se le salían de las órbitas, su cuerpo entero convulsionaba mientras
su pecho esbelto resollaba. Peor era el sonido que provenía de él, un estertor
profundo y doloroso. Nina vio que Hanne estiraba la mano, incluso
mientras caía de rodillas junto a ellos. La descansó sobre el pecho de él
(como si no pudiera evitarlo) y casi instantáneamente, las toses del príncipe
cesaron.

—Toma mi mano —susurró Nina apurada—. Reza en voz muy alta.

Sujetó los dedos huesudos del príncipe para formar un círculo de tres y
cantaron con el fjerdano entrecortado de Hanne, una oración a Djel, al
manantial. —Como las aguas recorren el lecho del río, permite que me
purifique también.

El príncipe Rasmus las miró fijamente. Sus toses habían cesado y su


respiración era en grandes jadeos, como si el don sanador de Hanne hubiera
tranquilizado sus pulmones inflamados y abierto sus vías respiratorias.

Apenas segundos después, los guardias reales los rodearon y apartaron a


Hanne y Nina mientras el rey y la reina corrían hacia ellos.

—¡No! —jadeó Rasmus. Su voz era débil, frágil. Empezaba a toser de


nuevo—. Tráiganla de nuevo. Tráiganlas a ambas.
Pero la multitud ya estaba abalanzándose a su alrededor y condujeron
apresuradamente a Rasmus por un par de puertas detrás del trono real,
dejando el salón de baile sumido en susurros de conmoción y confusión.

Brum repentinamente estuvo junto a Hanne y Nina, conduciéndolas


fuera, mientras Ylva y Redvin ayudaban a mantener a raya a la multitud
curiosa. Flanqueado por drüskelle, fueron conducidas por un corredor y
luego a través de los pasajes retorcidos que conducían de vuelta a sus
aposentos.

—El príncipe Rasmus… —empezó Hanne, pero Brum la silenció con


una mirada.

—Los sirvientes —dijo bajito mientras se dirigían a la habitación que


Brum utilizaba como su oficina. Era todo madera oscura y piedra blanca, y
a través de las ventanas delineadas con hielo, Nina pudo ver que había
comenzado a nevar.

Ylva se desvaneció, luego regresó con un tazón de agua tibia y dos


trapos suaves que tendió a Nina y Hanne. Nina no se había dado cuenta que
la sangre del príncipe también estaba sobre ella. Se limpió la cara y las
manos.

Abrió mucho los ojos, se forzó a hacer temblar el labio, pero cada parte
de su cuerpo estaba vigilante, alerta, lista para pasar a modo de lucha si
debía proteger a Hanne. Había un cementerio en la Isla Blanca, cuerpos que
podría convocar a su servicio como soldados. ¿Qué había visto Brum? ¿Qué
sabía?

Hanne lucía aterrorizada. Había utilizado su poder enfrente de la corte


fjerdana entera, sanando al príncipe sin siquiera pensarlo. La mente de Nina
se constreñía ante el riesgo, la imprudencia. Y, sin embargo, incluso en
medio del temor y furia, Nina sabía que Hanne no pudo evitarlo. No podía
observar mientras alguien sufría y no actuar. Estaba en su naturaleza
intentar arreglar las cosas, cuando todo lo que Nina hacía era destruir.
¿Alguno de los testigos se percató de lo que había hecho? ¿Y Brum? Era un
cazabrujos entrenado. Aquí, lejos de la pompa y el drama de la corte, el
engaño de Nina con la oración se sentía imposiblemente endeble.
—¿Qué sucedió? —preguntó Ylva, con tono desesperado y asustado en
la voz.

La cara de Brum era sombría. —El príncipe está muy enfermo.

—¡Pero no así! —gritó Ylva—. ¡Colapsó!

—¿Por qué crees que lo mantienen alejado del público?

—Nunca… nunca ha sido parte de las reuniones sociales, pero…

—Porque el rey y la reina lo han consentido. Lo dejan aparecer en


público sólo por cortos períodos de tiempo y en situaciones muy
controladas como el inicio del Corazón de Madera hoy.

—¿Qué crees que le causó el ataque? — preguntó Redvin, dando un


sorbo de algo en una petaca.

Brum se encogió de hombros. — Demasiado ruido. Demasiado calor.


¿Quién sabe?

—Su debilidad es horrorosa —dijo Redvin.

—Es un niño —protestó Ylva.

Brum bufó. —Tiene dieciocho años. Lo olvidas porque está muy


alejado de lo que un hombre debería ser.

Ante eso, la mirada de Hanne se endureció. —No puede evitar ser quien
es, cómo nació.

—Tal vez no —dijo Brum—. ¿Pero se ha esforzado? ¿Se ha desafiado?


Me he esforzado por ayudarlo, por ser un mentor y guía. Es el heredero al
trono, pero si la extensión de su enfermedad se hiciera de conocimiento
público, ¿Crees realmente que Fjerda lo aceptaría como rey?

De nuevo, Nina se preguntó qué juego estaba jugando Brum. No tenía


duda que él creía todas esas tonterías que barbotaba sobre la masculinidad y
la fuerza fjerdana. También estaba claro que no tenía respeto por el
príncipe. Pero ¿había más?

En la semana tras la derrota de Fjerda en Nezkii y Ulensk, Brum se


había esforzado por ocultar su frustración. La invasión fallida significaba
que Fjerda al menos tenía que considerar la posibilidad de la diplomacia en
vez de la guerra. Pero si el príncipe moría, o estaba incapacitado, Fjerda
sólo tendría al viejo rey y el príncipe más joven para gobernar. Podría ser
una oportunidad perfecta para que alguien interviniera y tomara las riendas
en favor de la agradecida familia real. Y una vez que fuera así, ¿quién
convencería a Brum de devolverlas? Tenía el respeto y el apoyo del ejército.
Conocía el funcionamiento de la corte por dentro y por fuera. Nina sintió
temor como si tuviera un yugo al cuello. Las políticas de Fjerda se habían
vuelto incluso más brutales bajo la influencia de Brum. ¿Qué significaría
para su país y su gente si su poder no tenía límites?

Ylva sacudió la cabeza. — ¿Por qué nunca me contaste que el caso del
príncipe era tan delicado?

—Nuestro lugar en la corte y mi puesto en el ejército están firmemente


ligados al favor de la familia real. Después de la fuga de la prisión y la
destrucción de la tesorería… he tenido bastante con luchar por tener un
lugar aquí, y no podía arriesgarme a la indiscreción. Los Grimjer harán todo
lo posible por minimizar este incidente y desacreditar a los que lo hayan
atestiguado así de cerca.

—Su sangre cayó encima de mí —dijo Hanne—. Está muriendo.

Nina deseó patearla. Necesitaban quedarse calladas hasta saber qué


había visto Brum, o qué creía haber visto. Y aun así empezaba a pensar que
se habían salvado del desliz de Hanne. Tal vez Brum había estado
demasiado enfocado en la demostración pública de debilidad del príncipe
para entender qué había sucedido realmente.

—Probablemente —dijo Brum—. Pero esta cometiendo la descortesía


con el trono de morir lentamente. La familia real querrá silenciar a Hanne.
Las jóvenes chismorrean.
—¡Hanne no! —gritó Ylva.

—¿Pero como van a saberlo? No tiene una reputación en la corte. Ha


estado alejada demasiado tiempo, pocos podrían hablar a favor de su
carácter.

—Seguramente ¿tú puedes protegerla?

—No lo sé.

Ylva gimió. —Dime que no la lastimarán.

—No, pero tal vez la envíen lejos.

—¿Exilio? —Ylva rodeó a su hija con los brazos—. No lo permitiré.


Esperamos demasiado tiempo para tenerla de vuelta con nosotros. No
permitiré que me la arrebaten de nuevo.

Nina observó a la madre de Hanne aferrarse a su hija, asustada, y no


supo qué hacer. Podía sentir que el peligro se aproximaba a toda velocidad.
Era buena anticipando las amenazas, tenía que serlo, pero este había
parecido provenir de la nada en el cuerpo frágil de un chico.

Un golpe resonó en la puerta. Era un joven con uniforme de drüskelle.


Nina lo reconoció del séquito del príncipe en el salón de baile.

—Joran. —Brum le hizo un gesto para que entrara—. Joran es el


guardaespaldas del príncipe.

—¿Está bien? —preguntó Hanne.

Joran asintió. Su entrenamiento era demasiado bueno como para que se


retorciera las manos o se removiera, pero Nina podía ver que estaba
nervioso.

—Señor —dijo, luego vaciló—. Comandante Brum, la familia real ha


ordenado la presencia de su hija y su doncella.
Un sollozo escapó a Ylva. Pero Brum sencillamente asintió. —Ya veo.
Entonces debemos ir.

Joran se aclaró la garganta. —Fueron específicos en su invitación. Sólo


las chicas son requeridas.

—Djel, ¿Qué es esto? —dijo Ylva, con las lágrimas corriéndole por las
mejillas ahora—. No podemos permitir que esto suceda. Hanne no puede
enfrentarlos sola.

—No estoy sola —dijo Hanne. Estaba temblando ligeramente, pero se


levantó—. Tengo a Mila.

—Cámbiate el vestido —dijo Brum.

Ella miró las manchas de sangre. —Por supuesto. Necesitaré un


momento.

Ylva le sujetó el brazo. —No. No. Jarl, no puedes permitirle hacer esto.

—Debe hacerlo. —Descansó la mano sobre el hombro de Hanne—.


Eres mi hija, y no agacharás la cabeza.

Hanne levantó la barbilla. — Nunca.

La mirada en los ojos de Brum podría ser orgullo.

Hanne y Nina se apresuraron a sus habitaciones a cambiarse la ropa.

Tan pronto cerraron la puerta, Hanne barbotó: —No tuve intención de


hacerlo.

—Lo sé, lo sé —dijo Nina, ya eligiendo un nuevo vestido para Hanne,


casta lana color marfil, con nada del glamour del chispeante atuendo ámbar
que había conseguido vestir por un tiempo breve. Seleccionó un vestido
café pardo para sí misma.

—¿Crees que el príncipe sabe?


—No. Tal vez. No lo sé. No estaba en condición para pensar
correctamente.

—Mi padre… creo que él vio.

—Lo sé.

Nina no podía creer que Hanne hubiera sanado al príncipe ante los ojos
de Brum sin que él se percatara. Pero la gente veía lo que deseaba ver.
Brum nunca creería que su hija había nacido como abominación.

Hanne se puso el vestido. Estaba temblando. —Nina, si me ponen a


prueba…

Había amplificadores Grisha mantenidos como prisioneros en la Corte


de Hielo, gente dotada con la habilidad para invocar el poder de otro
Grisha.

—Hay formas de evitarlo —dijo Nina. Las había aprendido de los


Indeseables. Jesper Fahey se había cubierto los brazos de parafina para
poder jugar a las cartas en altas apuestas donde los Grisha (capaz de
manipular todo desde la mano repartida hasta el humor de un hombre) no
eran bienvenidos. Pero tal vez no habría tiempo para ejecutar esas técnicas.
Nina no sabía si podría proteger a Hanne. Estaban atrapadas en la Isla
Blanca en medio de la Corte de Hielo, y si Hanne se revelaba como Grisha,
no habría un camino libre para escapar—. Si te descubren, te pondrán en
una prisión para aguardar el juicio. Eso me dará tiempo.

—¿Tiempo para qué?

—Para hacer un plan. Para sacarte.

—¿Cómo?

—Aprendí de los mejores en Ketterdam. Encontraré la forma. —


Sostuvo la mirada de Hanne—. Nunca lo dudes.

Joran estaba esperándolas cuando salieron. Las condujo fuera de sus


aposentos y de vuelta al palacio por una serie de pasajes confusos. Nina no
creía ser capaz de encontrar el camino de regreso. Tal vez ese era el
objetivo.

—¿El príncipe está bien? —preguntó Nina.

Joran no dijo nada. Tenía los hombros rígidos. Nina sabía que los
drüskelle, especialmente los que aún estaban en entrenamiento, eran
fastidiosos sobre mantener el protocolo, pero este parecía incluso más
reservado. Era alto, incluso para los estándares fjerdanos, pero no podía
tener más de dieciséis o diecisiete… aún un niño, incluso más aniñado por
el hecho de que no se le permitía dejarse crecer la barba.

—¿Cuánto tiempo has sido el guardaespaldas del príncipe? — preguntó.

—Casi dos años —dijo cortante.

Nina y Hanne intercambiaron una mirada. No iban a sacarle mucho.


Nina alcanzó la mano de Hanne; tenía los dedos fríos.

Llegaron a la puerta flanqueada por guardias de la realeza y las


escoltaron a un saloncito decorado con cojines color crema y oro. Sus
amplias ventanas miraban hacia la resplandeciente extensión del Puente de
Hielo, que unía la Isla Blanca al anillo exterior de la Corte de Hielo, y
podían ver suaves neviscas más allá del cristal, a la luz gris de la tarde. Nina
había asumido que las llevarían ante una clase de tribunal, pero aparte de
los sirvientes en sus libreas de la realeza, la única otra persona en la
habitación era el príncipe Rasmus, sentado en un sofá bordado con
brocados dorados.

—No es una gran vista, ¿verdad? —dijo el príncipe. Estaba pálido y


frágil como un cascarón de huevo, casi del mismo tono que el montón de
almohadones sobre el que estaba apoyado. Tenía una manta sobre las
piernas, y una taza de té en las manos.

Cuando Hanne no dijo nada, Nina murmuró. —Solo estaba pensando


que era muy majestuoso.

—Sólo si nunca quieres ver más del mundo. Siéntense.


Se acomodaron sobre dos sillas esponjosas que habían sido diseñadas
para asegurarse que nadie estuviera sentado a mayor altura que el príncipe
heredero.

—Déjennos —instruyó el príncipe a los sirvientes con un gesto de la


mano. Joran cerró la puerta tras ellos y se quedó en posición de firmes, con
la mirada fija en la nada—. Confío en Joran con mi vida. Tengo que
hacerlo. No tenemos secretos entre nosotros. —Nina notó el ligero apretón
de la mandíbula de Joran. «Interesante. Tal vez si hay algunos secretos,
después de todo.»

—Joran es dos años más joven que yo, apenas dieciséis, pero es más
alto y fuerte de lo que yo nunca seré. Puede cargarme por un tramo de
escaleras como si no pesara más que un hatillo de leña. Y para mí gran
vergüenza, ha tenido que hacerlo más de una vez. —La cara de Joran
permaneció inescrutable—. Nunca demuestra emociones. Es algo
consolador. He tenido más que suficiente de lástima. —Estudió a Hanne—.
No te pareces en nada a tu padre.

—No —dijo Hanne, con un ligero temblor en la voz—. Heredé la


constitución del pueblo de mi madre.

—Yo no parezco haber heredado la constitución de nadie —dijo el


príncipe—. A menos que haya un goblín en algún lugar del linaje Grimjer.
—Se inclinó hacia delante y palmeó la mano de Hanne, luego la de Nina—.
Todo está bien. No permitiré que las exilien. Adelante, sírvanse té.

Hanne aún lucía aterrorizada, y Nina solo sentía cautela mientras le


servía primero a Hanne y luego a sí misma. Era difícil sentirse aliviada
después de todo lo que Brum había dicho.

—¡Nada les sucederá!! —dijo el príncipe—. Lo prohíbo. —Se inclinó


más cerca y bajó la voz—. Fingí un ataque tremendo. Hay algunos
beneficios a ser capaz de ponerse azul.

—Pero… pero ¿por qué, su Alteza? —preguntó Hanne.


Era una pregunta razonable, pero peligrosa. ¿Sabía él que Hanne era
Grisha? ¿Estaba jugando con ellas?

El príncipe se recargó en sus cojines, su aire de travesura se desvaneció.


—He estado enfermo mi vida entera. Desde que era niño, no puedo recordar
un tiempo en que no fuera objeto de escarnio o preocupación. Con
frecuencia no sé qué es peor. Otras personas se alejan de mí debilidad. Tú…
tú te acercaste.

—Una enfermedad es enfermedad —dijo Hanne—. No hay nada que


temer.

—Tenías mi sangre en tus manos. En tu falda. ¿Te dijeron que te


cambiaras? —Hanne asintió—. ¿No tenías miedo?

—Eso en su taza es abrótano, ¿no?

El príncipe miró la taza, que ahora se enfriaba en la mesa a su lado. —


Lo es.

—Me educaron en un convento en Gäfvalle, pero estaba interesada en la


sabiduría de las hierbas, en sanar.

—¿Las doncellas del manantial te enseñaron? No parece un tema que


una Madre del Pozo alentaría.

—Bueno —dijo Hanne con cuidado—. Tal vez haya decidido aprender
yo sola.

El príncipe se rio y luego empezó a toser. Nina vio que los dedos de
Hanne se flexionaban ligeramente. Sacudió la cabeza. «No, no es una buena
idea.»

Pero Hanne no podía ver sufrimiento y no responder.

Las toses del príncipe cesaron e inhaló larga y entrecortadamente.

—El convento en Gäfvalle —continuó, como si nada hubiera sucedido


—. Creí que ahí era a donde mandaban a las chicas difíciles para sacarles el
brío a golpes y alistarlas para ser buenas esposas.

—Lo es.

—¿Pero tu brío sigue intacto? —dijo el príncipe, estudiando a Hanne


atentamente.

—Eso espero.

—Y no tienes esposo.

—No.

—¿Por eso regresaste a la Corte de Hielo? ¿Y te pusiste ese vestido


elegante?

—Sí.

—Y en su lugar, te cayó en el regazo un príncipe resollante.

Nina casi se ahogó con el té.

—Está bien reírse —dijo el príncipe—. No haré que te decapiten. —


Inclinó la cabeza a un lado—. Tu cabello está rapado. Esa es una señal de
devoción a Djel, ¿no?

—Lo es.

—Y ambas rezaron por mí. —Sus ojos se fijaron en Nina—. Tú tomaste


mi mano. La gente ha sido ejecutada por atreverse a tocar la mano de un
príncipe.

—No fui yo —dijo Nina beatíficamente—. Fue el espíritu de Djel que


se movió a través de mí.

—Entonces, ¿Son verdaderas creyentes?

—¿Usted no? —preguntó Nina.


—Es difícil creer en un dios que me niega la respiración.

Hanne y Nina permanecieron en silencio. Eso era una blasfemia, pura y


simple, y no algo sobre lo que alguna de ellas pudiera comentar. ¿Quién
reinaba en esta habitación? ¿Djel o el príncipe?

Al fin, Rasmus dijo: —Sanar y las hierbas no son tema de la mayoría de


las mujeres de la nobleza.

Hanne se encogió de hombros. —No soy como la mayoría de las


mujeres de la nobleza.

El príncipe analizó los hombros firmes de Hanne, el apretón obstinado


de su barbilla. —Veo eso. Si la devoción a Djel me hará tan saludable como
las dos, tal vez empezaré a rezar después de todo. —Alisó la mantas sobre
su cintura—. Vendrán a verme pronto de nuevo. Encuentro su presencia…
agradable.

«Eso es porque Hanne te está sanando mientras hablamos.»

—Márchense —dijo con un gesto de la mano—. Joran las acompañará


de vuelta a sus habitaciones. Dale mis saludos a tu padre.

El tono amargo en su voz era innegable. Así que el desdén de Brum no


había pasado desapercibido.

Hanne y Nina se levantaron, hicieron una reverencia y salieron de la


habitación de espaldas.

—Lo estabas sanando —susurró Nina en acusación.

—¿El espíritu de Djel te movió? —dijo Hanne entre dientes—. Eres


desvergonzada.

Joran las condujo por las puertas, pero antes que pudieran dar unos
pocos pasos por el pasillo, las detuvieron dos guardias reales.

—Mila Jandersdat —dijo uno—. Vendrás con nosotros.


—Pero ¿Por qué? —exclamó Hanne.

Nina sabía que no recibirían respuesta. No correspondía a los plebeyos


cuestionar a un guardia real.

Sujetó a Hanne en un abrazo rápido. —Regresaré antes que te des


cuenta.

Mientras la conducían por el corredor, miró sobre el hombro y vio a


Hanne observando, con miedo en los ojos. «Regresaré contigo», prometió.
Solo podía esperar que fuera verdad.

El corredor cambió mientras Nina seguía a los guardias, y se dio cuenta


que estaba en una parte del palacio que no había visto nunca. La piedra aquí
parecía más antigua, su color más cercano al marfil que al blanco, y cuando
levantó la vista, vio que las paredes habían sido talladas como un espinazo,
para que se sintiera que pasaban por el costillar de alguna gran bestia, un
túnel de huesos.

Este lugar había sido construido para intimidar, pero los arquitectos
antiguos de la Corte de Hielo habían elegido la decoración errónea. «La
muerte es mi don —pensó Nina—, y no temo a los perdidos»

Siempre se aseguraba de llevar dos púas de hueso metidas en las


mangas para utilizarlas como dardos si era necesario. Sus botones también
eran de hueso. Y luego, por supuesto, estaban los muertos. Reyes y reinas y
cortesanos favorecidos habían sido enterrados en la Isla Blanca desde antes
que construyeran la Corte de Hielo a su alrededor, y Nina podía escuchar
sus susurros. Un ejército esperando sus órdenes.

Los guardias se detuvieron enfrente de dos puertas altas y estrechas que


llegaban casi hasta el techo. Tenían el blasón del lobo Grimjer en
movimiento, un globo debajo de su pata y una corona sobre sus orejas
puntiagudas. Las puertas se abrieron y Nina se descubrió en una habitación
larga delineada por columnas grabadas para lucir como abedules. El lugar
entero brillaba azul, como si realmente hubiera sido labrado de hielo, y
Nina sintió como si estuviera entrando en un bosque helado.

«La antigua sala de audiencias», se percató, mientras caminaban hacia


un trono de respaldo alto de alabastro, con grabados tan elaborados que
lucían como sabanas de encaje. La reina Agathe estaba sentada encima, con
el mismo vestido blanco que llevaba en la procesión de antes. Tenía la
espalda recta, el cabello lacio del color de las perlas y portaba una tiara de
ópalos sobre la cabeza.

Nina sabía muy bien que no debía hablar primero. Hizo una profunda
reverencia y mantuvo los ojos en el suelo, esperando, con la mente a toda
velocidad. ¿Por qué la habían llevado allí? ¿Qué podía desear la reina
Grimjer de ella?

Un momento después, escuchó que las puertas se cerraban con un


retumbar y se percató que la habían dejado sola con la reina Agathe.

—Rezaste por mi hijo hoy.

Nina asintió, manteniendo la vista apartada. —Lo hice, su Majestad.

—Conozco a Hanne Brum, por supuesto. Pero no conocía a la chica que


se arrodilló junto a mí hijo y se atrevió a tomar su mano, quien dijo las
palabras de Djel para atenuar su sufrimiento. Así que le pregunté a mis
consejeros quién eres. —La reina Agathe hizo una pausa—. Y parece que
nadie sabe.

—Porque no soy nadie, su Majestad.

—Mila Jandersdat. Viuda de un mercader muerto que comerciaba


pescado y alimentos congelados —dijo las palabras como si creyera que el
desdén pudiera liberarla de su significado—. Una joven de orígenes
humildes que se ha escabullido en la casa de Jarl Brum.

—He sido muy afortunada, su Majestad.


La cubierta de Nina había sido diseñada para soportar el escrutinio.
Realmente existió una Mila Jandersdat de un pueblito en la costa norteña.
Su esposo realmente se había extraviado en el mar. Pero cuando Mila había
huido a Novyi Zem a empezar una nueva vida con un granjero atractivo, su
identidad había sido robada por los Hringsa para uso de Nina.

—He enviado a mis hombres a preguntar sobre esta Mila Jandersdat,


para preguntar cómo luce, para descubrir si tenemos una espía entre
nosotros.

Nina se permitió levantar la cabeza bruscamente ante eso, con expresión


conmocionada. —¿Una espía, su Majestad?

La reina apretó los labios. —Una actriz talentosa.

—Sus hombres descubrirán que sólo soy quien digo ser. No tengo razón
para mentir. —Nina había sido confeccionada para lucir como Mila.
Coincidiría con la descripción. Pero si los investigadores de la reina traían a
alguno de los amigos o vecinos de Mila para confirmar su identidad, eso
sería algo completamente diferente.

La reina estudió a Nina durante un largo momento. —Mi hijo mayor no


debía sobrevivir la niñez. ¿Lo sabías, Mila Jandersdat? Tuve tres abortos
antes de engendrarlo a él. Fue un milagro cuando respiró por primera vez,
cuando sobrevivió a su primera noche, a su primer año. Recé por él cada
mañana y cada noche, y lo he hecho desde entonces. —La reina dio
golpecitos con los dedos sobre los reposabrazos del trono—. Tal vez no
esperaré a que mis inquisidores regresen. Mi hijo es vulnerable. Lo viste
hoy bastante bien, y no tolero ninguna amenaza a él o a mi familia a la
ligera. Tal vez sea más fácil que te mande a empacar.

«¿Y por qué no lo has hecho? » Nina esperó.

—Pero creo que eso podría alterarlo y… y quiero saber qué sucedió
hoy.

Ahora Nina entendía. Brum no había cuestionado la rápida recuperación


del príncipe, ni siquiera el propio príncipe Rasmus lo hizo. Pero la reina
tenía preocupación de madre, temor de madre… esperanza de madre.

Había elegido interrogar a Mila Jandersdat, no a Hanne Brum, porque


sabía que Mila estaba indefensa, sin un nombre o estatus. Si Mila deseaba el
favor de la reina, si deseaba permanecer en la Corte de Hielo, y si sabía algo
sobre Hanne o lo que había sucedido, era más probable que Mila hablara.

Y Nina tenía la intención de hacer justo eso.

Cuando había escuchado las voces de los muertos por primera vez, se
había alejado de ellos, intentado ignorarlos. Había estado demasiado
enfocada en su duelo, demasiado desesperada por mantener su vínculo con
Matthias. La Muerte aún había sido el enemigo, el monstruo que podía
llegar sin advertencia y arrebatarte todo lo que amas. No había deseado
hacer las paces. No podía. Hasta que dejó descansar en paz a Matthias.
Incluso ahora su corazón se rebelaba ante la idea de que no existía un
resquicio, ni hechizo secreto, para regresarlo a su lado, para devolverle el
amor que había perdido. No, no había hecho las paces con la Muerte, pero
habían llegado a entenderse.

«Hablen». Nina estiró su poder, sintiendo el río frío de la mortalidad


corriendo a través de todo y todos, llevándola al sitio sagrado de entierro
que yacía a sombras del reloj antiguo a sólo unos cuantos cientos de metros.
«¿Quién me hablará de Agathe Grimjer, reina de Fjerda?»

La voz que respondió fue alta y clara, un alma fuerte, recientemente


fallecida. Tenía mucho que decir.

—Seis abortos —dijo Nina.

—¿Qué? —La palabra cayó como roca en la antigua sala del trono.

—Tuvo seis abortos antes de dar a luz a Rasmus. No tres.

—¿Quién te dijo eso? —La voz de la reina era dura, su comportamiento


frío se alteró.
Linor Rundholm, la mejor amiga de la reina y dama de compañía,
muerta y enterrada en la Isla Blanca.

—Ha renunciado a rezar —dijo Nina, permitiéndose cerrar los ojos,


meciéndose como si estuviera en trance—. Así que trajo a una sanadora
Grisha de los calabozos para que supervisara su embarazo.

—Eso es una mentira.

Pero no lo era. Linor lo susurró todo. La reina había recurrido a lo que


consideraba brujería.

—Cree que su hijo está maldito. —Abrió los ojos y miró directamente a
la reina—. Pero no lo está.

Los esbeltos dedos de la reina Agathe aferraron los brazos de su trono


como garras blancas. —Sí lo que estuvieras diciendo fuera verdad, entonces
habría cometido herejía. Mi hijo habría nacido con la marca del demonio
sobre él, olvidado por Djel. No habría esperanza para él, sin importar
cuántas oraciones dijera.

Nina casi sintió lástima de esta mujer, una madre indefensa que sólo
deseaba dar a luz a un niño saludable. Pero una vez que Rasmus nació y lo
destetaron, ordenó ejecutar a la Grisha que la había ayudado. No podía
arriesgarse a que nadie supiera lo que había hecho. Solo Linor lo sabía, su
querida amiga, una amiga tan amada que la reina se había rehusado a
permitirle viajar con su esposo al frente de la guerra. «Te necesito conmigo»
había dicho Agathe, y la necesidad de una reina era prácticamente una
orden. El esposo de Linor había muerto en el campo de batalla y Linor
había permanecido en la Isla Blanca, año tras año, su dolor se convirtió en
amargura mientras atendía a una reina egoísta y su hijo enfermizo.

—Cuando era una niña —dijo Nina—. Caí en un río. Era muy avanzado
el invierno. Debí haberme congelado. Debí haberme ahogado. Pero cuando
mis padres me encontraron en la ribera a casi tres kilómetros de donde
había caído, estaba caliente y a salvo, mis mejillas rosadas y mis latidos
regulares. Djel me bendijo. Su visión me tocó. Desde entonces, he sabido
cosas a las que no tengo derecho. Y sé esto: su hijo no está maldito.
—Entonces ¿por qué sufre? —Su voz era suplicante, toda su dignidad
desaparecida ante la desesperación.

Una buena pregunta. Pero Nina estaba lista. Como Grisha, había
aprendido a utilizar a los muertos como informantes y armas. Como espía,
había aprendido a hacer lo mismo con los vivos. A veces todo lo que
necesitaban era el incentivo correcto. Dijo las palabras que sabía que la
reina querría escuchar, no por lo que los muertos habían susurrado, sino por
la necesidad que había sentido cuando Matthias murió, el terrible anhelo
por creer que existía una razón para su dolor.

—Hay un propósito para todo —dijo, una promesa, una predicción—. Y


también para su sufrimiento. Djel habló a través de las aguas hoy. Su hijo
sanará y se volverá fuerte y encontrará la grandeza.

La reina inhaló temblorosa. Nina sabía que estaba luchando por


mantener las lágrimas a raya. —Márchate —dijo con voz trémula.

Nina hizo una reverencia y retrocedió fuera de la habitación. Antes que


las puertas se cerraran, escuchó un sonido como lamento, mientras la reina
se postraba de rodillas, con la cabeza en las manos.
11

ZOYA
Traducido por Pily1

NIKOLAI Y ZOYA ESTABAN EN SILENCIO mientras bajaban las


escaleras, la penumbra era pesada después del brillo antinatural de la
prisión del Darkling.

Afuera, una luna llena colgaba baja en el horizonte, su luz teñía la noche
de azul. La blanca grava del camino de regreso al Gran Palacio brillaba
como estrellas derramadas. No hablaron hasta que estuvieron en la sala de
estar de Nikolai y la puerta detrás de ellos se cerró de forma segura.

—Él es divertido —dijo Nikolai, sirviéndose una copa de brandy—.


Olvidé lo divertido que es.

Ella tomó el vaso que le ofreció. —Tiene que ser la elección de Alina.

—Sabes lo que ella decidirá cuando entienda lo que está en juego.

Zoya tomó un largo sorbo y cruzó la habitación hacia la chimenea. Dejó


el vaso sobre la repisa. El calor de la chimenea se sintió como un consuelo,
y la bestia dentro de ella pareció suspirar de placer. —No debería tener que
volver a ser la heroína.

—Quiere una conversación, no una revancha.

—¿Estás seguro de eso?

—Llevas el reloj que te di.


Zoya miró al pequeño dragón plateado. —En lugar de eso deberías
haberme dado un aumento.

—No podemos pagarlo.

—Entonces deberías darme una medalla brillante. O una bonita


propiedad.

—Cuando termine la guerra, podrás elegir.

Zoya tomó otro sorbo de brandy. —Elijo la dacha en Udova.

—¡Ese es mi hogar ancestral!

—¿Estás retirando tu oferta?

—Absolutamente no. Hace demasiado calor en verano y es un infierno


calentarlo en invierno. ¿Por qué lo quieres?

—Me gusta la vista.

—No hay nada que ver en esa casa de campo excepto un molino
averiado y una pequeña ciudad embarrada.

—Lo sé —dijo. Podría haberse detenido. Quizás debería haberlo hecho.


En cambio, continuó—: Crecí allí.

Nikolai hizo todo lo posible por ocultar su sorpresa, pero Zoya lo


conocía demasiado bien. Ella nunca hablaba de su infancia.

—¿Oh? —dijo demasiado casualmente—. ¿Tienes familia allí?

—No lo sé —admitió—. No he hablado con mis padres desde que


intentaron venderme a un aristócrata rico cuando tenía nueve años. —
Nunca le había contado a nadie lo que había sucedido ese día. Dejaría que
su vida, su familia y sus pérdidas quedaran en el pasado. Pero últimamente
se sentía mal el no ser conocida, como si mantenerse unida fuera aún más
difícil sin alguien que viera quién era realmente.
Nikolai dejó su vaso. —Eso no es... eso no es... Las leyes prohíben...

—¿Quién hace cumplir las leyes? —preguntó Zoya suavemente—.


Hombres ricos. Hombres ricos que hacen lo que quieren. El poder no hace
sabio a un hombre.

—Soy una prueba real de eso.

—De vez en cuando eres un tremendo inútil. Pero eres un buen hombre,
Nikolai. Y un buen rey. No serviré a otro.

—No me gusta esa palabra.

—¿Servir? Es una palabra honesta. Eres el rey que he elegido. —Tomó


otro sorbo de su bebida y se volvió hacia el fuego. Era más fácil expresar su
preocupación a las llamas—. La última vez que intentamos el obisbaya, casi
mueres. No puedes volver a quedarte indefenso de esa manera. Por el bien
de Ravka.

—El Darkling también será vulnerable. Y este es el momento de


intentarlo. No sabemos cuándo o si sus poderes pueden regresar, y no tengo
ninguna intención de permitirle que destierre a Yuri.

—En su lugar, quieres echar al Darkling.

—Él es el invasor. El pequeño monje todavía está ahí. Viste eso.

Zoya vio las llamas estallar y chispear. —No debes subestimarlo. —


Como muchos lo habían hecho. Como ella lo había subestimado.

—Zoya.

—¿Qué?

—Zoya, mírame.

Zoya se volvió y jadeó. Levantó las manos, el vaso se le resbaló de los


dedos y se hizo añicos en el suelo.
Nikolai estaba de pie junto a la mesa.

Y el demonio estaba parado a su lado. Parecía flotar allí, una mancha de


oscuridad en la forma de su rey, sus alas negras como humo curvándose en
los bordes.

—Es... ¿Cómo...?

—El monstruo soy yo y yo soy el monstruo. Si el Darkling tiene razón y


todo esto no es una artimaña, el obisbaya puede ser el secreto para
desentrañar el Abismo de una vez por todas. El demonio puede salir de mí y
entrar en la oscuridad para siempre.

El demonio siseó y Zoya retrocedió, su pie casi aterrizó en el fuego.

—Pero él es mi demonio, no del Darkling —dijo Nikolai. Le tendió la


mano, llena de cicatrices debajo de los guantes que llevaba—. No tengas
miedo.

Sintió la necesidad en él de manera tan palpable como si hubiera


hablado. «No te alejes de mí. No tú.» ¿Era eso el ojo del dragón abriéndose
dentro de ella? ¿O simplemente reconoció su propio deseo? No había nadie
más en quien confiar para que la viera en su momento más débil, más
temeroso. Más monstruoso.

Zoya se encontró con la mirada de Nikolai. —¿Puedes controlarlo?

—Puedo.

Dio un paso hacia adelante, luego otro, obligándose a cruzar la


habitación hasta que estuvo de pie frente a ambos. Su mente le gritaba que
huyera de lo incorrecto, de lo que estaba viendo, esta criatura hecha de nada
al lado de su rey.

—Tal vez el obisbaya funcione —dijo Nikolai, sus ojos color avellana
fijos—. ¿Pero y si no es así? ¿Y si te dijera que el demonio siempre estará
conmigo? ¿Que siempre habrá una parte de mí atada al Darkling, a este
poder de las sombras? ¿Seguiría siendo tu rey? ¿O me temerías? ¿Me
despreciarías como lo desprecias a él?

Ella no sabía cómo responder eso. Siempre había asumido que de


alguna manera, eventualmente, encontrarían una manera de liberar a
Nikolai de esta criatura. Tal vez quería volver a intentar el obisbaya, a pesar
del terrible riesgo que corría su vida. No por el bien de destruir el Abismo,
sino porque odiaba que cualquier parte del Darkling residiera dentro del rey.

La sombra levantó la mano y Zoya apretó los puños, decidida a


mantenerse firme. Los bordes de su forma estaban borrosos como una
espesa niebla. Sus largos dedos terminaban en garras.

La alcanzó y Zoya se obligó a no retroceder. Le rozó la piel de la mejilla


con los nudillos y ella respiró hondo. Su toque era frío. Era sólido. Tenía
forma.

«Poder». La cosa antigua dentro de ella reconoció esta oscuridad, la


sustancia misma del universo. Era Nikolai y no lo era.

—Seguirías siendo mi rey —dijo, mientras el demonio acariciaba con


los dedos por su mejilla hasta su garganta—. Sé quien eres.

¿Era el monstruo el que la tocaba o era su rey? ¿Había alguna


diferencia? El fuego crepitaba en la quietud de la habitación, el silencio del
palacio los rodeaba en el pesado manto de la noche.

El demonio cerró sus garras sobre la cinta de su cabello y tiró. Se soltó,


revoloteando hasta el suelo. Lentamente, retiró la mano. ¿Se imaginó su
arrepentimiento?

La cosa volvió a fundirse en el cuerpo de Nikolai, como si su sombra


hubiera venido a su encuentro.

Zoya soltó un suspiro inestable. —Creo que necesito otro trago. —


Nikolai le ofreció su copa y ella se bebió el brandy restante. La estaba
observando de cerca. Lo vio flexionar los dedos de su mano, como si
realmente hubiera sido él quien la tocó—. ¿Cuánto tiempo has sido capaz
de... hacer eso?

—Desde el Abismo.

—Otro —dijo Zoya, sosteniendo el vaso. Él le sirvió. Ella lo bebió—.


¿Y de verdad crees que vale la pena intentar encontrar a estos monjes para
que podamos revivir el bosque de espino?

—Lo creo.

—No lo sé —dijo Zoya—. Este truco para ver a Alina, se siente como si
ocultara algo. O como si tuviera algún otro plan.

—Estoy seguro de que lo tiene. Pero necesitamos encontrar una manera


de detener la propagación de esta plaga. Si los fjerdanos no estuvieran
respirando en nuestros cuellos, si la boda no estuviera a la vuelta de la
esquina, podríamos intentar dominar este fenómeno sin él. Pondríamos a
David y a todos los académicos que tenemos a trabajar en este problema.
Pero la mente de David debe permanecer enfocada en como ganar la guerra.
Necesitamos al Darkling ahora, tal como él sabía.

—Alina renunció a su poder para derrotarlo. Probablemente querrá


asesinarnos a los dos por conseguir traerlo de vuelta.

Nikolai soltó una risa triste. —La peor parte es que no creo que ella
hubiera estado de acuerdo con su plan. Habría echado un vistazo a Elizaveta
y le habría dado la espalda. Huérfanos, ya sabes. Son muy astutos.

Zoya contempló otro vaso de brandy, pero no quería emborracharse. —


No podemos traerla aquí, no con la llegada de todos los invitados. Y de
ninguna manera voy a dejar que él se acerque a Keramzin.

—Necesitaremos una ubicación segura. Aislada. Y muchos Soldados


del Sol disponibles.

—No es suficiente. Si Alina está de acuerdo, lo llevaré a verla yo


misma. Encontraré lo que necesitemos para revivir el bosque de espino.
Nikolai se detuvo con la mano en la botella. —La boda es en menos de
dos semanas. Yo... te necesito aquí.

Zoya estudió su vaso vacío, girándolo en el sentido de las agujas del


reloj, en el sentido contrario a las agujas del reloj. —Sería mejor si no
estuviera aquí. Los rumores sobre nosotros... Sin duda la reina Makhi los ha
escuchado. Mi presencia solo complicaría las cosas. —Eso era parte de la
verdad—. Además, ¿confías en que alguien más viaje con él? ¿Para
contenerlo si las cosas van mal?

—Podría ir contigo. Al menos parte del camino.

—No. Necesitamos un rey, no un aventurero. Tu trabajo esta aquí. Con


la princesa Ehri. Debes hablar con ella. Construir el vínculo entre ustedes.
Necesitamos su confianza.

—Dices eso como si ganarse su confianza fuera fácil.

—Sus heridas podrían ser una bendición. Siéntate obedientemente a su


lado. Lee sus historias o pídele a Tolya que elija un poco de poesía.

Nikolai negó en desacuerdo. —Por todos los Santos, eres insensible.


Casi la queman viva.

—Lo sé. Pero también tengo razón. El Darkling sabía cómo usar a las
personas que lo rodeaban.

—¿Y debemos comportarnos como él?

La risa de Zoya le sonó quebradiza a sus oídos. —Un rey con un


demonio en su interior. Un monje con el Darkling en su interior. Un general
con un dragón en su interior. Todos somos monstruos ahora, Nikolai. —Ella
empujó su vaso a un lado. Era hora de decir buenas noches. Se movió hacia
la puerta.

—Zoya —dijo Nikolai—. La guerra puede hacer que sea difícil recordar
quién eres. No olvidemos nuestras partes humanas.
¿Quería olvidar? Qué regalo sería. No volver a sentir lo que sentían los
humanos, no volver a sufrir nunca más. Entonces no sería tan difícil salir de
esta habitación. Y cerrar la puerta a lo que pudo haber sido.

Y decir adiós.

Temprano a la mañana siguiente, Zoya se sentó con Tamar para planear


qué Soldados del Sol viajarían con ella y para encontrar el lugar adecuado
para esta mal concebida reunión. Consideraron una base militar
desmantelada y un viñedo que había sido golpeado por la plaga. Pero la
base estaba al lado de una ciudad, y Zoya no quería poner al Darkling cerca
de cualquier cosa que se pareciera al Abismo. Podría ser un miedo
irracional, pero no quería arriesgarse a la posibilidad de que esas arenas
muertas pudieran de alguna manera activar sus poderes. Finalmente se
decidieron por un sanatorio abandonado entre Kribirsk y Balakirev. Estaba
a solo un día de viaje desde Keramzin, suponiendo que Alina estuviera
dispuesta a ayudarlos.

Mientras Zoya enrollaba el mapa, Tamar le puso una mano en el


hombro. —Hacemos lo correcto.

—Se siente como un error.

—Podemos derrotarlo, Zoya.

Si ese fuera el caso, Zoya aún no había visto la evidencia. Ni siquiera la


muerte había vencido al Darkling. —Quizá.

—Tenemos que movernos. Anoche supe que la plaga golpeó cerca de


Shura. Cubrió diez kilómetros cuadrados.

—¿Diez? —Entonces estaba empeorando.

—Se nos acabó el tiempo —dijo Tamar.


Zoya se pasó una mano por la cara. ¿Cuántas guerras podrían librar a la
vez?

—No estarás aquí para la boda —dijo Tamar, con los labios curvados en
una media sonrisa triste—. Todo será diferente cuando regreses.

Zoya no quería pensar en eso. —Prométeme que tendrás cuidado —dijo


enérgicamente—. No hay forma de predecir lo que podría hacer Makhi. O
la princesa Ehri, para el caso.

—Es una apuesta —dijo Tamar, luego sonrió y movió los pulgares sobre
los mangos de su hacha—. Pero estoy lista para una buena pelea.

—Espero que no llegue a eso.

Tamar se encogió de hombros. —Puedo mantener la esperanza en mi


corazón y una espada en mi mano.

Zoya quería decir más cosas, pero todo equivalía al mismo imposible:
«Permanece a salvo.»

Zoya envió exploradores para patrullar el área alrededor del sanatorio y


asegurarse de que tuvieran un lugar despejado para que aterrizara su
aeronave. Los demás preparativos tendrían que esperar. Necesitaba hablar
con Genya y con David.

Los encontró en los talleres de Materialki. Cuando el Triunvirato había


reconstruido el Pequeño Palacio después del ataque del Darkling, habían
ampliado estas cámaras para reflejar el mayor papel de los Fabricadores en
la guerra. David tenía su propio taller y tres asistentes para ayudar a
interpretar y ejecutar sus planes. Dividía su tiempo entre aquí y el
laboratorio secreto en la propiedad de Kirigin, y Genya a menudo compartía
este espacio, confeccionando espías, ayudando a la gente a eliminar
cicatrices y preparando venenos y tónicos cuando se le pedía.

Ahora Zoya la encontró acurrucada en un sofá junto al escritorio de


David, la luz de su lámpara formaba un círculo alrededor de ellos. Se había
quitado las botas y se había atado el pelo castaño brillante en un moño.
Llevaba una manzana a medio comer en una mano y un libro en el regazo, y
el sol brillaba en el parche del ojo. Parecía una pirata hermosa y libertina
que se había alejado de las páginas de un libro de cuentos, un poco de caos
brillante en el mundo cuidadosamente ordenado de David.

—¿Qué estás leyendo? —preguntó Zoya mientras se sentaba a los pies


de Genya.

—Es un libro de Kerch sobre la detección de venenos. Tuve que enviar


a buscar una traducción ravkana.

—¿Útil?

—Ya veremos. Los estudios son maravillosamente sangrientos. El resto


es principalmente un discurso moral sobre la perfidia de las mujeres y los
peligros de la era moderna, pero me está dando algunas ideas.

—¿Para venenos?

—Y medicinas. Son iguales. La única diferencia es la dosis. —Genya


frunció el ceño—. Algo está mal, ¿no?

—El Darkling quiere ver a Alina.

Genya dejó a un lado su manzana. —¿Ahora estamos cumpliendo con


sus demandas?

—Afirma que sabe cómo evitar que el Abismo se expanda aún más.

—¿Le creemos?

—No sé. Dice que tenemos que reajustar el obisbaya.

La mirada de preocupación de Genya tenía perfecto sentido para Zoya.


—El ritual que casi mata a Nikolai.

—El mismo. Pero para hacerlo, necesitamos traer de vuelta el antiguo


bosque de espino. O eso dice él. ¿Qué opinas, David?
—¿Mmm?

Genya cerró su libro de golpe. —A Zoya le gustaría saber si nuestro


mayor enemigo debería poder intentar matar de nuevo al rey para
posiblemente devolver la estabilidad al Abismo. ¿Funcionará?

David dejó su bolígrafo y volvió a cogerlo. Tenía los dedos manchados


de tinta. —Posiblemente. —Pensó por un momento—. El Abismo fue
creado a través de experimentos fallidos de resurrección, intentos de
resucitar animales de entre los muertos como lo hizo Morozova y
convertirlos en amplificadores. Lo logró con el ciervo y la sierpe de mar.

Y luego con su propia hija. Alina les había contado toda la historia, la
verdad detrás de la antigua leyenda. Ilya Morozova, el Herrero de Huesos,
tenía la intención de que el tercer amplificador fuera el pájaro de fuego. En
cambio, había sido su hija, una niña a la que había resucitado de entre los
muertos e imbuido de poder. Ese poder se había transmitido a través de sus
descendientes a un rastreador, el rastreador de Alina, Malyen Oretsev, que
había muerto y había vuelto a la vida en las arenas del Abismo.

—¿Te acuerdas de Yuri? —preguntó ella—. El Darkling quiere usar el


ritual para expulsar lo que quede del pequeño monje de su cuerpo y
absorber al demonio del rey. Cree que le permitirá recuperar su poder. —
Una especie de juego de sombras. Zoya odiaba incluso pensar en eso.

Los puños de Genya se juntaron, aplastando la tela de su kefta. —¿Y lo


vamos a dejar?

Zoya vaciló. Quería acercarse a Genya, descansar un brazo


reconfortante alrededor de ella. En lugar de eso, dijo—: Sabes que nunca
dejaría que eso sucediera. Nikolai cree que puede evitarlo.

—Es un riesgo demasiado grande. ¿Y algo de esto realmente evitará que


el Abismo se propague?

David había estado mirando al vacío, tamborileando sus dedos contra


sus labios. Su boca estaba manchada con tinta azul. —Sería una especie de
regreso al orden de las cosas, pero...
—¿Pero? —presionó Genya.

—Es difícil saberlo. He estado leyendo la investigación que hicieron


Tolya y Yuri. Es principalmente religión, fantásticos cuentos de santos y
muy poca ciencia. Pero hay un patrón ahí, algo que no puedo distinguir.

—¿Qué tipo de patrón? —preguntó Zoya.

—La pequeña ciencia siempre se ha tratado de mantener el poder bajo


control y mantener el vínculo de Grisha con la creación en el corazón del
mundo. El Abismo fue una violación de eso, un desgarro en el tejido del
universo. Esa ruptura nunca se ha curado realmente y no sé si el obisbaya
será suficiente. Pero esas viejas historias de los santos y los orígenes del
poder de Grisha están todos relacionados.

Zoya se cruzó de brazos. —Entonces, lo que escucho de la mente más


grande en el Segundo Ejército es, “Creo que vale la pena intentarlo”.

David lo consideró. —Sí.

Zoya ya no sabía por qué se molestaba en buscar certeza. —Si la


información del Darkling es buena, necesitaremos Fabricantes poderosos
que nos ayuden a erigir el bosque de espino una vez que tengamos las
semillas.

—Puedo intentarlo —dijo—. Pero no es mi talento particular.


Deberíamos considerar a Leoni Hilli.

Zoya sabía que David no era humilde. Si decía que Leoni era la mejor
opción, lo decía en serio. Era extraño darse cuenta de que, excluyendo al
rey, no confiaba en nadie en el mundo tanto como en la gente de esta sala.
Fue Alina quien los unió, los eligió a cada uno de ellos para representar sus
Órdenes Grisha: Materialki, Etherealki y Corporalki. Ella les había
encargado reconstruir el Segundo Ejercito, recoger los restos que el
Darkling había dejado a su paso y forjar algo fuerte y duradero a partir de
los restos. Y de alguna manera, juntos, lo habían logrado.
En ese momento, había maldecido el nombre de Alina. No había
querido trabajar con Genya o David. Pero su ambición, y su certeza de que
era la mejor persona para el trabajo, no le habían permitido rechazar la
oportunidad. Creía que se merecía el puesto y que con el tiempo doblegaría
a Genya y David a su voluntad o los obligaría a renunciar a su influencia.
En cambio, había llegado a valorar sus opiniones y a confiar en su juicio.
Una y otra vez, se había sentido agradecida de no estar sola en esto.

—¿A qué le estás frunciendo el ceño, Zoya? —preguntó Genya, con una
sonrisa en la boca.

—¿Lo hacía? —Supuso que se estaba frunciendo el ceño. Era


vergonzoso darse cuenta de lo equivocada que había estado.

Genya sacó un pañuelo de su bolsillo, se inclinó sobre el respaldo del


sofá y secó los labios de David. —Mi amor, tienes tinta por toda la cara.

—¿Importa?

—La respuesta correcta es: “Hermosa esposa, ¿no quieres besarla?”

—Espontaneidad. —David asintió pensativamente y sacó un diario para


tomar nota de esta última instrucción—. Estaré listo la próxima vez.

—Ya es técnicamente la próxima vez. Intentémoslo de nuevo.

Que cómodos estaban juntos. Cuan sencillo. Zoya ignoró la punzada de


celos que sintió. Algunas personas estaban hechas para el amor y otras para
la guerra. Uno no se prestaba a lo otro.

—Le escribiré a Alina —dijo Genya—. Debería ser yo quien le avise.


Pero... ¿eso significa que no estarás aquí para la boda?

—Lo siento —dijo Zoya, aunque eso no era del todo cierto. Quería estar
allí para Genya, pero se había pasado la vida al margen de los momentos,
insegura de a dónde pertenecía. Estaba en su mejor momento con una
misión que cumplir, no en una capilla adornada con rosas y resonando con
declaraciones de amor.
—Te perdono —dijo Genya—. En su mayor parte. Y la gente debería
estar mirando a la novia, no a la magnífica heneral Nazyalensky. Cuida a
nuestra chica. Odio la idea de que Darkling vuelva a estar cerca de Alina.

—A mí tampoco me gusta.

—Esperaba que no tuviéramos que decirle que había regresado.

—¿Podríamos enterrarlo y ella nunca tendría que averiguarlo?

Genya se burló. —Yo nunca enterraría a ese hombre. ¿Quién sabe qué
puede brotar del suelo?

—No tiene que sobrevivir a este viaje —reflexionó Zoya—. Los


accidentes ocurren.

—¿Lo estarías matando por ti o por mí?

—Honestamente, ya no lo sé.

Genya se estremeció un poco. —Me alegro de que se haya ido de este


lugar. Incluso por poco tiempo. Odio tenerlo en nuestro hogar.

«Nuestro hogar». ¿Era eso lo que era este lugar? ¿Era eso lo que habían
construido?

—Debería tener un juicio —dijo David.

Genya arrugó la nariz. —O tal vez debería ser quemado en la pira como
hacen los fjerdanos y esparcido en el mar. ¿Soy un monstruo por decir eso?

—No —dijo Zoya—. Como al Rey le gusta recordarme, somos


humanos. ¿Tú… miras hacia atrás y odias saber lo fácil que fui de
manipular?

—¿Hambrienta de amor y llena de orgullo?

Zoya se retorció. —¿Era tan obvio?


Genya pasó su brazo por el de Zoya y apoyó la cabeza en su hombro.
Zoya trató de no ponerse rígida. No era buena en este tipo de cercanía, pero
una parte infantil de ella la ansiaba, recordaba lo fácil que se había sentido
reír con su tía, lo feliz que se había sentido cuando Lada se subió a su
regazo para pedirle una historia. Ella había fingido estar resentida, pero
había sentido que pertenecía a ellos.

—Todos fuimos de esa manera. Nos alejó de nuestras familias cuando


éramos muy jóvenes.

—No me arrepiento de eso —dijo Zoya—. Lo odio por muchas cosas,


pero no por enseñarme a pelear.

Genya la miró. —Solo recuerda, Zoya, no te estaba enseñando a luchar


por ti misma, sino a su servicio. Solo tenía castigo para quienes se
atrevieran a hablar en su contra.

Él era la razón de las cicatrices de Genya, de todo el dolor que había


soportado.

No, eso no era cierto. Zoya sabía lo que Genya se vio obligada a sufrir
cuando eran solo niñas. Todos lo habían hecho. Pero los otros Grisha no la
habían consolado ni se habían preocupado por ella. Se habían burlado de
ella, se habían burlado de ella, la habían excluido de sus comidas y del
círculo de su amistad. La habían dejado imperdonablemente sola. Zoya
había sido la peor de ellas. El Darkling no era el único que debía penitencia.

«Pero puedo cambiar eso ahora —juró Zoya—. Puedo asegurarme de


que nunca regrese aquí.»

Se permitió descansar la mejilla contra la sedosa coronilla de Genya y


les hizo una promesa a ambas: dondequiera que la aventura la condujera, el
Darkling no volvería.
12

NIKOLAI
Traducido por Yul’s…

ZOYA NO HABÍA ESPERADO PARA DESPEDIRSE. Se había puesto


en contacto con Alina y, gracias a su generosidad o un gusto malsano por el
martirio, ella había accedido a la reunión. Zoya había organizado la misión
con una eficiencia predecible y despiadada, y una semana después, se había
ido. Antes del amanecer, sin fanfarrias ni palabras de despedida. Nikolai
estaba herido y agradecido. Ella tenía razón. Los chismes a su alrededor se
habían convertido en un lastre, y ya tenían suficientes. Zoya era su general
y él su rey. Lo mejor para todos era recordarlo. Y ahora podía visitar el
Pequeño Palacio sin tener que preocuparse por toparse con ella y soportar
su lengua ácida.

«Excelente —se dijo a sí mismo mientras caminaba desde el Gran


Palacio— Entonces, ¿por qué siento que un volcra me está royendo las
tripas poco a poco?»

Pasó por el túnel boscoso que ahora reconocía como membrillo y se


dirigió hacia el lago, donde pudo ver dos de sus nuevos voladores
meciéndose suavemente en el agua, con la luz gris de la mañana brillando
en sus cascos. Eran máquinas extraordinarias, pero Ravka simplemente no
tenía el dinero para producirlos en gran cantidad. Todavía. Quizás una
infusión de oro shu sería suficiente.

Los espías de Tamar les habían traído noticias del colapso público del
príncipe fjerdano, y eso no auguraba nada bueno para Ravka. Habían
reanudado las conversaciones diplomáticas, pero Nikolai sabía que Fjerda
estaba manteniendo conversaciones por separado con Ravka Occidental y
tratando de alentarlos a separarse. Jarl Brum había estado dirigiendo las
decisiones estratégicas de su país durante años, y un debilitado Príncipe
Rasmus solo lo envalentonaría.

La enfermería estaba ubicada en el ala Corporalki del Pequeño Palacio,


detrás de las imponentes puertas lacadas en rojo. Había habitaciones
privadas para pacientes que necesitaban cuidados intensivos y tranquilidad,
y una de ellas había sido reservada para la princesa Ehri Kir-Taban. El
pasillo estaba fuertemente protegido tanto por Grisha como por los guardias
del palacio.

Ehri yacía en una cama estrecha. Llevaba una bata de seda verde
bordada con flores de color amarillo pálido. Su piel era de un rosa crudo,
brillante y tenso. El fuego le había quemado el cabello de la cabeza, que
estaba envuelta en un suave lino blanco. No tenía cejas ni pestañas. Genya
le había explicado que todavía tomaría varios días recuperar la salud
completa de la carne y el cabello de Ehri, pero habían revertido lo peor del
daño. Era un milagro que hubiera sobrevivido, un milagro realizado por los
Grisha Sanadores, que habían restaurado su cuerpo y había mantenido su
dolor bajo control mientras lo hacían.

Nikolai se sentó junto a la cama. Ehri no dijo nada. Ella giró la cabeza
hacia un lado, volviendo la mirada hacia los jardines y lejos de él. Una
lágrima se deslizó por su mejilla rosada. Nikolai sacó un pañuelo de su
bolsillo y la secó suavemente.

—Preferiría que te fueras —dijo ella.

Eso era lo que decía cada vez que él había reunido la voluntad de hablar
con ella desde que se había descubierto su verdadera identidad. Pero no
podía posponer esto por más tiempo.

—Deberíamos hablar —dijo—. He traído novelas y cerezas de verano a


modo de soborno.

—Cerezas de verano. En lo más recio del invierno.


—Nunca es invierno en los invernaderos Grisha.

Ella cerró los ojos. —Soy grotesca.

—Eres rosada y bastante calva. Como un bebé, y la gente ama a los


bebés. —En realidad, se parecía más a la gata sin pelo que su tía Ludmilla
había favorecido más que a cualquiera de sus hijos, pero eso parecía algo
descortés para decírselo a una dama.

Ehri no deseaba ser halagada—. ¿Debes hacer una broma de todo?

—Debo. Por decreto real y la maldición de mi propia disposición.


Encuentro la vida bastante insoportable sin la risa.

Volvió a estudiar los jardines.

—¿Te gusta la vista? —preguntó.

—Este palacio no es nada comparado con la grandeza de Ahmrat Jen.

—Me imagino que no. Ravka nunca ha podido igualar a Shu Han en
cuanto a monumentos o paisajes. Me han dicho que el arquitecto Toh Yul-
Gham echó un vistazo al Gran Palacio y lo declaró un insulto a los ojos de
Dios.

La comisura de los labios de Ehri se arqueó en la más mínima sonrisa.


—¿Eres estudiante de arquitectura?

—No. Solo me gusta construir cosas. Artilugios, aparatos, maquinas de


vuelo.

—Armas para la guerra.

—Eso ha sido una necesidad, no un llamado.

Ehri negó con la cabeza y se le escapó otra lágrima. Nikolai le ofreció el


pañuelo. — Guárdalo —dijo—, tiene el escudo de Lantsov bordado en él.
Puedes sonarte la nariz y vengarte de tus captores.
Ehri se lo apretó contra los ojos. —¿Por qué? ¿Por qué las Tavgharad
harían tal cosa? Shenye cuidó mi cuna mientras dormía cuando era una
bebé. Tahyen me enseñó a trepar a los árboles. No lo entiendo.

—¿Qué pasó antes de que llegáramos esa tarde?

—¡Nada! Tus guardias me trajeron una carta de mi hermana. Una


respuesta a la invitación de boda que insististe en enviar. Ella me pidió que
le informara a las Tavgharad de la boda y se las llevé. Ellas... me dijeron
que el mensaje era un código. Que era hora de escapar.

—Pero había otra orden en la carta de tu hermana.

—¡La leí yo misma! —gritó Ehri—. ¡No había tal cosa!

—¿Qué otra cosa podría hacer que las Tavgharad hicieran tal cosa?

Ehri volvió a girar su cabeza.

Nikolai no esperaba que ella le creyera. La princesa nunca había estado


dispuesta a aceptar que no estaba destinada a sobrevivir a su viaje a Os
Alta, que su hermana mayor había estado planeando su muerte todo el
tiempo. Incluso después de lo que había sufrido, tal vez por lo que había
sufrido, no podía soportar la idea. El dolor físico ya era bastante fuerte, pero
otra traición de su hermana era demasiado que soportar.

Lo correcto era darle espacio, una oportunidad para sanar. Pero había
malgastado el tiempo necesario para ser un pretendiente sensible. Y ahora
necesitaba que alguien más presentara su argumento por él.

—Un momento, por favor —dijo, y se dirigió al pasillo.

Regresó empujando una silla de ruedas.

—¡Mayu! —exclamó Ehri.

Nikolai las había mantenido separadas deliberadamente en las semanas


posteriores al intento de Mayu Kir-Kaat de asesinarlo. Hasta anoche, no
hubo pequeñas charlas con Mayu o intentos de ganarla a su lado. Le había
resultado imposible sentir simpatía por la chica que había matado a Isaak.
Su propia culpa era demasiado abrumadora. Comandar un ejército había
significado enviar a innumerables hombres a la muerte. Ser rey significaba
saber que habría más. Pero Isaak había muerto haciéndose pasar por
Nikolai, con el rostro de Nikolai, protegiendo la corona de Nikolai.

—¡Dijeron que estabas cerca de la muerte! —dijo la princesa.

—No —susurró Mayu. La habían mantenido restringida y los Sanadores


Grisha no le habían permitido recuperar la salud por completo.
Simplemente era una amenaza demasiado grande. Mayu Kir-Kaat había
intentado matar al rey, y las Tavgharad eran algunos de los soldados mejor
entrenados del mundo.

—Anoche le mostré a Mayu la carta que tu hermana mandó —dijo


Nikolai.

—¡Solo es una carta! ¡Una respuesta a una invitación!

Nikolai se recostó en su silla e hizo un gesto a Mayu para que hablara.

—Reconocí el poema que ella citó.

—“Que sean como ciervos liberados de la caza”—dijo Ehri—, recuerdo


que uno de mis tutores me lo enseñó.

—Es de “La canción del ciervo” de Ni Yul-Mahn —dijo Mayu—.


¿Recuerdas cómo termina?"

—No lo recuerdo. Nunca me han gustado los nuevos poetas.

Una sonrisa triste asomó a los labios de Mayu, y Nikolai se preguntó si


estaba pensando en Isaak, que había consumido poesía de la misma manera
que otros hombres bebían vino.

—Cuenta la historia de una cacería real —dijo—, una manada de


ciervos es perseguida por el bosque y el campo por una manada implacable
de perros. En lugar de dejarse matar por la manada, los ciervos se arrojan
por un acantilado.
Ehri frunció el ceño. —¿Las Tavgharad se suicidaron... a causa de un
poema?

—Por orden de una reina.

—Y también intentaron matarte —dijo Nikolai.

—¿Por qué? —dijo Ehri. Abrió la boca, la cerró, tratando de encontrar


algún argumento, algo de lógica. Al final, se le escapó la misma palabra—.
¿Por qué?

Nikolai suspiró. Podría decir que la reina Makhi era despiadada, pero no
más despiadada de lo que tenía que ser. —Porque cuando envié esa
invitación, forcé su mano. La reina Makhi no quiere que nos casemos. Ella
no quiere una alianza Ravka-Shu Han. Pregúntate esto: si Mayu fue enviada
para hacerse pasar por ti, para asesinarme a mí y a ella misma, entonces
¿por qué ponerte en peligro? ¿Por qué no dejarte descansar cómodamente
en casa mientras Mayu Kir-Kaat hacía el trabajo sucio?

—Tenía que estar aquí para ayudar a Mayu, para responder preguntas,
para guiarla en los asuntos que solo la realeza podría entender. Luego
cuando… terminara, regresaría a casa.

—¿Los ministros de tu hermana sabían sobre el complot para


asesinarme? —Con qué frialdad habló de su propia muerte. Realmente se
estaba volviendo bueno en esto. «¿Es el demonio?» se preguntó. ¿La
constante proximidad a la oscuridad del vacío? ¿O simplemente se estaba
volviendo imprudente?

Ehri hizo nerviosos pliegues en las sábanas con sus dedos rosas. —Yo...
supuse que sí.

Miró a Mayu, quien se encogió de hombros y dijo: —No me


correspondía a mí preguntar.

—Mi hermana me dijo que me mantuviera callada —dijo Ehri


lentamente, alisando los dobleces que acababa de hacer—. Dijo... dijo que
la gente no aprobaría... nuestro complot.
Nikolai tenía que respetar el hecho de que ella no intentó echarle toda la
culpa por el intento de asesinato a su hermana.

—Debo creer que no —dijo él—, La gente te ama. No te querrían en


peligro —Se sentó hacia adelante y juntó las manos—. Ella contaba con su
amor por ti. Si hubieras perecido con las Tavgharad el otro día, yo no
tendría forma de probar que murieron por su propia mano o que tú fuiste su
víctima. Cuando se conociera tu muerte, el pueblo shu se habría levantado,
exigiendo acción, y la reina Makhi tendría lo que quería: una excusa para la
guerra.

—La reina no sabe que estoy viva, ¿verdad? —preguntó Mayu cuando
se dio cuenta.

—No, en efecto.

Mayu miró a Ehri. —Somos los últimos testigos. Solo nosotras


conocemos el complot que ella formuló contra el rey. Ambas hemos sido
sus peones.

Nikolai se puso de pie y comenzó a llevar la silla de Mayu hacia el


pasillo. Pero antes de llegar a la puerta, Ehri dijo: —Mayu Kir-Kaat. —
Estaba sentada, su cuerpo recortado contra el cristal, su espalda erguida, su
porte de princesa en cada centímetro—. Lamento lo que mi hermana te
pidió... y lo que yo te pedí.

Mayu miró hacia arriba, sorprendida. Durante un largo momento se


miraron la una a la otra, princesa y plebeya. Mayu asintió con la cabeza.
Nikolai no sabía si era un agradecimiento o solo un reconocimiento.

—¿Por qué nos reuniste? —preguntó Mayu mientras la conducía por el


pasillo, más allá de los guardias.

—Me gusta mantener a todos mis posibles asesinos en una habitación.


—No fue una gran respuesta. Sabía que se estaba arriesgando al permitir
que estas mujeres hablaran, encontraran puntos en común. Ambas habían
sido parte del complot para matarlo. Ambas fueron responsables de la
muerte de Isaak. Ambas estaban ligadas al trono shu a través de lazos de
tradición y sangre. Pero la voz de Mayu significaba más que la de Nikolai.
Decidió optar por la verdad—. No estoy seguro de por qué. Mi instinto me
dijo que estaba bien, que deberían hablar. Supongo que espero que me
ayuden a conservar mi corona y evitar que nuestros países entren en guerra.

Entraron en la habitación de Mayu. No tenía ventanas ni vistas a los


jardines. Era más como una celda de prisión.

—Si la reina Makhi quiere guerra, entonces eso es lo que las Tavgharad
quieren.

—¿Estás tan segura de que sigues siendo Tavgharad? —preguntó.

Esa flecha dio en el blanco. Mayu miró su regazo y dijo: —No te


pareces en nada a Isaak. Si alguna de nosotras te hubiera conocido antes,
nunca habríamos sido engañadas por un farsante.

—Y si hubiera sido yo a quien conociste, tu complot habría terminado


antes de que empezara. Nunca me hubiera engañado una guardaespaldas
con vestidos elegantes.

—¿Estás tan seguro?

—Sí —dijo simplemente—. Pero Isaak fue entrenado para ser un


soldado, no un rey.

Cuando Mayu miró hacia arriba, sus ojos dorados estaban llenos de
rabia. —Eres un tonto simplista y vanidoso. Eres todo lo que Isaak no era.

Nikolai sostuvo su mirada. —Yo diría que ambos éramos tontos.

—Era un hombre mejor de lo que tú jamás serás.

—En eso estamos de acuerdo —Nikolai se sentó en el borde de su cama


—. Te enamoraste de él.

Mayu apartó la mirada. Ella era un soldado. No lloraba, pero su voz


sonaba entrecortada cuando habló. —Pensé que amaba a un rey. Pensé que
nunca podría ser.
—Solo una de esas cosas era verdad. —¿Le ayudó saber cuánto
lamentaba la pérdida de Isaak? ¿Que ambos se afligieron por el sacrificio
que había hecho? Incluso si lo hiciera, no podría prescindir de ella ahora—.
Mayu, mis espías han encontrado noticias sobre tu hermano.

Mayu se cubrió la cara con las manos. Nikolai recordó lo que Tolya y
Tamar le habían dicho sobre los kebben, sobre el vínculo entre gemelos.
Había entendido lo que significaría esta información para ella.

—Está vivo —dijo Nikolai.

—Lo sé. Lo sabría si estuviera muerto. Lo sentiría. ¿Lo han lastimado?

—Es parte del programa khergud.

—La reina Makhi juró que lo liberaría —Mayu dejó escapar una risa
amarga—. Pero ¿por qué mantendría su palabra? Fallé. El rey vive.

—Gracias por eso —Nikolai la miró cuidadosamente—. Estás pensando


en quitarte la vida.

Su expresión mostró la verdad. —Soy una prisionera en un país


extranjero. Tus Grisha mantienen mi cuerpo débil. A mi hermano le están
sacando el alma por medio de la tortura y yo no puedo hacer nada para
evitarlo. —Ella miró al techo—. Y asesiné a un hombre inocente, un buen
hombre, por nada. No soy una Tavgharad. No soy una princesa. No soy
nadie.

—Eres la hermana de Reyem Yul-Kaat y él sigue vivo.

—Pero ¿cómo que? Los khergud… Las cosas que soportan pierden su
humanidad.

Nikolai pensó en el demonio que acechaba dentro de él, su poder. —


Quizás el don de ser humanos es que no nos damos por vencidos, incluso
cuando se pierde toda esperanza.

—Entonces tal vez yo sea la que ya no es humana. —Un pensamiento


sombrío, pero su mirada era especulativa cuando preguntó—: ¿Forzarás a la
princesa Ehri a casarse contigo?

—No creo que tenga que hacerlo.

Mayu negó con la cabeza con incredulidad. Y tal vez de dolor por el
humilde muchacho que había conocido con ropa de rey. —¿Eres tan
encantador?

—Tengo un talento para la persuasión. Una vez le dije a un árbol que


perdiera sus hojas.

—Tonterías.

—Bueno, era otoño. No puedo tomar todo el crédito.

—Más tonterías. Piensas persuadir a Ehri y a mí para que nos volvamos


contra la reina Makhi.

—Creo que la reina ha argumentado por mí. Ella casi les cuesta la vida
a los dos.

—Dime que me habrías perdonado la vida o incluso la de Isaak, si el


futuro de tu nación estuviera en juego.

Ahora no había lugar para mentiras. —No puedo.

—Dime que no sacrificarías mi vida y la de la princesa Ehri para salvar


tu corona.

Nikolai se levantó. —Tampoco puedo hacer eso. Pero antes de que mate
a alguien y vayamos todos alegremente al otro mundo, te pediría que te
mantengas con vida y trates de tener un poco de esperanza.

—¿Esperanza en qué?

—En que nunca hay una sola respuesta a una pregunta. Tú estás viva
hoy, Mayu Kir-Kaat y yo prefiero mantenerte de esa manera. E Isaak, ese
valiente, mártir enamorado, querría lo mismo.
Ella cerró los ojos. —¿A pesar de que lo apuñalé en el corazón?

—Eso creo. El amor no es conocido por hacer razonables a los hombres.


Creo que es una de las pocas cosas que Isaak y yo teníamos en común: la
incapacidad de dejar de amar a quien no deberíamos. Dame una
oportunidad de enseñarte lo que podría ser.

Él le había dicho casi las mismas palabras a Zoya. «Dame una


oportunidad. Dame tiempo.» Cada día rogaba por encontrar una manera de
evitar que su país fuera destruído, para hacer la paz una posibilidad. Pero no
podía hacerlo solo.

Caminó hacia la puerta. —Les diré a mis Sanadores que restauren tu


fuerza.

—¿Tú ... lo harás? —Ella no le creyó.

—Amiga o enemiga, Ravka te dejará con fuerza plena, Mayu Kir-Kaat.


Nunca he sido de los que rehuyen un desafío.

Nikolai había planedo cabalgar a Lazlayon para encontrarse con David


y los otros Fabricadores, pero necesitaba aclarar su cabeza y el cielo era el
mejor lugar para hacerlo. En lugar de regresar al Gran Palacio, caminó
hacia el lago. Soltó las ataduras que sujetaban su volador favorito al muelle
y se deslizó en la cabina del GorriónHalcón, e impulsó las hélices. Se puso
las gafas y, en unos momentos, el volador rebotó sobre el agua del lago
como una piedra que salta y luego se elevó en el aire.

Al demonio le gustaba volar. Nikolai podía sentir que volvía la cara


hacia el viento, anhelando ser libre para cabalgar sobre las nubes. Se elevó
más allá de las murallas de Os Alta y el noreste, navegando sobre
kilómetros de tierras de cultivo. Aquí arriba, el mundo se sentía muy amplio
y él se sentía menos como un rey que el corsario que alguna vez había sido.
«Necesitamos un rey, no un aventurero.» Una pena.

Tenía que ser un rey cuando habló con Ehri y Mayu. Necesitaba verse
confiado y seguro, lo suficientemente humano. Pero estar alrededor de ellas,
hablar acerca de Isaak, lo había dejado conmocionado. Nikolai había sido el
que había llevado a Isaak al palacio y lo había convertido en uno de sus
guardias. Tenían la misma edad y, sin embargo, ¿qué poco del mundo Isaak
había tenido la oportunidad de ver? Nunca volvería a estar en casa con sus
hermanas, su madre. Nunca traduciría otro poema ni vería otro día. Nikolai
sabía que la culpa solo nublaría su juicio, lo retrasaría, evitaría que tomara
las decisiones difíciles que tendría que tomar en los días venideros. No era
útil, pero no podía encogerse de hombros. Isaak había confiado en él, y esa
confianza lo había matado.

Demasiado rápido, vio los techos relucientes de la Ciénaga Dorada, la


finca y los jardines de placer del conde Kirigin, el hogar secreto de la base
de desarrollo de armas de Ravka. Apagó los motores y dejó que el
GorriónHalcón se deslizara suavemente a través de la capa de nubes, el
estruendo del volador reemplazado por la ráfaga del aire, el pesado silencio
del cielo. Creyó oír un silbido bajo en algún lugar de abajo. Su mente
entendió lo que era un segundo demasiado tarde.

Boom.

Algo golpeó el ala derecha del GorriónHalcón. Se incendió


instantáneamente, el humo salió de la pequeña nave.

«Por todos los santos.» Le habían disparado.

No, eso no estaba del todo bien. David y su equipo pensaban que
llegaría a caballo, y estaban en medio de pruebas de armas. Nikolai
esencialmente había hecho volar su avión hacia un misil. Realmente era un
tonto. «Me alegro de haber podido ver los misiles funcionando antes de
morir en un incendio ardiente.»

Nikolai volvió a encender el motor, tratando de enderezar el pequeño


volador, pero ya estaba dando una vuelta, lanzándose hacia el suelo a una
velocidad aterradora.

El demonio desgarró su mente, salvaje y agitado dentro de él, gritando


para ser libre.

Pero Nikolai no cedería el control. «Si este es el final, entonces morirás


conmigo.» Quizás esta era la forma en que liberaría a su país del Abismo.
Zoya sería libre de matar al Darkling después de todo.

«Piensa.»

Nikolai había perdido la pista de dónde estaba el suelo. El ruido del


motor le sacudió el cráneo. Los controles en sus manos eran inútiles. «Esto
es todo», pensó, tratando desesperadamente de tirar del acelerador.

Un momento después, la nave fue colocada suavemente sobre las aguas


envueltas en niebla de la Ciénaga Dorada. Nikolai escuchó gritos y luego lo
sacaron de la cabina.

—Estoy bien —dijo. Aunque se había roto el cráneo contra el asiento en


algún momento. Tocó la parte de atrás de su cabeza. Estaba sangrando. Y
había muchas posibilidades de que vomitara—. Estoy bien.

—David —dijo Genya—, casi matas al rey.

—¡No se suponía que estuviera ahí!

—Fue mi culpa —dijo Nikolai. Dio un paso mareado en el muelle,


luego otro, tratando de orientarse—. Estoy bien —repitió. Nadia y Adrik
debían haber convocado al viento para detener su descenso. David, Genya y
Leoni lo estaban mirando, junto con un grupo de ingenieros del Primer
Ejército. Una prueba de armas, tal como había pensado. Solo deseaba
haberlo pensado más temprano que tarde—. Fue una buena práctica —dijo,
tratando de ignorar los latidos en su cráneo—. En caso de que alguna vez
me derriben.

—Si alguna vez te derriban, no habrá impulsores ahí para salvarte —


dijo Adrik—. ¿Por qué no eyectaste?
—No estaba usando un paracaídas —dijo Genya, mirándolo con el ceño
fruncido.

—No pensé que necesitaría uno —protestó Nikolai—. No se suponía


que esto fuera un combate aéreo. Pero lo más importante, ¿esto significa
que los misiles funcionan?

—Absolutamente no —dijo David.

—Más o menos —dijo Leoni.

—Muéstrame —dijo Nikolai.

Genya puso sus manos en sus caderas. —Te sentarás y me dejarás


asegurarme de que no tienes una concusión. Luego tomaras una taza de té.
Y después, si me siento generosa, podrás hablar con David acerca de cosas
que explotan.

—¿Te das cuenta de que soy el rey?

—¿Y tú?

Nikolai miró a David en busca de ayuda, pero David solo se encogió de


hombros. —No discuto con mi esposa cuanto tiene razón.

—Oh, bueno —dijo Nikolai—, pero quiero una galleta con mi té.

Bajaron a los laboratorios en el ruidoso ascensor de latón. Las


habitaciones oscuras y los pasillos estrechos no creaban la atmósfera más
curativa, pero garantizaban la privacidad. Agradeció unos minutos para
ordenar sus pensamientos. Había sido despedido en muchas ocasiones,
disparado más de una vez, convertido en una criatura de las sombras y
apuñalado con un abrecartas por una joven encantadora que había sido
insultada por su intento de escribir un soneto romántico. Pero realmente,
¿cuántas cosas riman con “nidos trémulos”? También estaba bastante
seguro de que su hermano mayor había intentado envenenarlo cuando tenía
doce años. Pero esto fue lo más cerca que estuvo de morir. El demonio
todavía se retorcía dentro de él. También había sentido la cercanía de la
muerte y había quedado atrapado, impotente mientras caían en picado hacia
la tierra.

¿Qué habría pasado si Nikolai hubiese dejado que demonio se liberara?


¿Lo habría ayudado? ¿Podría haberlo controlado? Era una apuesta
demasiado riesgosa.

Se sentaron alrededor de una mesa en una de las salas de planos


mientras Genya atendía la nuca de Nikolai y David preparaba té.

—¿Por qué mi científico principal está preocupado por cosas tan


insignificantes como preparar el té? —preguntó Nikolai.

—Porque a él no le gusta cómo lo preparan los demás —dijo Adrik,


sacando una lata de galletas de chocolate de un cajón y colocándola sobre la
mesa.

—Escribí las instrucciones —dijo David, apartándose el desordenado


cabello castaño de los ojos. Se veía aún más pálido en la tenue luz del
laboratorio. Por mucho que Nikolai apreciara la ética de trabajo de David,
al Fabricador le vendrían bien unas vacaciones.

—Mi amor —dijo Genya gentilmente—, no se necesitan diecisiete


pasos para preparar té.

—Se necesitan si lo haces correctamente.

—Háblame de mis misiles —dijo Nikolai.

Nadia dejó una bandeja de tazas y platillos que no coincidían, la


mayoría de ellos astillados, aunque el dibujo de los colibríes dorados era
exquisito. Nikolai sospechaba que eran los desechados de la colección del
Conde Kirigin, víctimas de sus invitados a menudo alborotadores.

David y Nadia miraron a Genya, quien asintió cortésmente—. Pueden


proceder.

—Bueno —dijo David—, un cohete puede ser muy simple.


—¿Como una taza de té? —preguntó Leoni inocentemente.

—Un poco —dijo David, ajeno al brillo en sus ojos—. Cualquier niño
puede construir uno con un poco de azúcar y algo de nitrato de potasio.

Genya le lanzó a Nikolai una mirada sospechosa. —¿Por qué creo que
hiciste eso?

—Por supuesto que lo hice. Si uno puede, debe hacerlo. ¿Conoces el


tragaluz del salón de baile occidental?

—Sí.

—No siempre estuvo ahí.

—¿Hiciste un hoyo en el techo?

—Uno pequeño.

—¡Esos frescos tienen cientos de años! —gritó.

—A veces hay que romper con la tradición. Bastante literal. ¿Alguien


podría distraer a Genya?

Nadia se sentó un poco más erguida. —Hay tres desafíos para un misil.
Lanzarlo sin explotarlo. Armarlo sin explotarlo. Y apuntar sin explotarlo.

Nikolai asintió. —Detecto un tema.

—Parece que somos capaces de manejar dos de los tres, pero nunca los
tres a la vez —dijo Leoni, con su alegre sonrisa contra su piel morena. De
alguna manera se las arregló para que pareciera que estaba dando buenas
noticias.

Si ellos pudieran dominar los misiles, Nikolai sabia que todo cambiaría.
Ravka y Fjerda estaban casi igualados en el aire. Pero Fjerda tenía lo que
podría ser una ventaja decisiva sobre el suelo. Los misiles permitirían a
Nikolai mantener a las tropas de Ravka bien alejadas del frente, y tendrían
una respuesta real al poder de los tanques de Fjerda. Se convertiría en un
juego de rangos.

—¿Qué tan grandes pueden llegar a ser estos misiles? —preguntó


Nikolai.

—Lo suficientemente grande como para demoler una fábrica entera —


dijo David—. O media cuadra de la ciudad.

La habitación quedó repentinamente muy silenciosa, la realidad de lo


que estaban discutiendo se instaló a su alrededor, haciendo que el aire se
sintiera denso con las consecuencias de lo que decidirían aquí. «Dame la
oportunidad de mostrarte lo que podría ser», le había dicho Nikolai a Zoya.
Quería decir paz. Se refería a un compromiso. No a esto.

—¿A que distancia?

—No lo sé realmente —dijo David—, el problema es el peso. El acero


es muy pesado. El aluminio puede serlo también. Están bien para las
pruebas, pero si vamos a usar en serio estos misiles, necesitamos un metal
más ligero.

—¿Cómo qué?

—El titanio es más ligero, pero más durable —dijo Leoni—. Y no se


degrada.

—Es raro también —dijo Nadia, recogiendo un mechón suelto de su


cabello rubio en un giro—. No tenemos muchas reservas.

—¿Estamos considerando seriamente esto? —dijo Genya suavemente.

—Te daré los misiles en los que hemos estado trabajando —dijo David
—. Pero incluso si podemos obtener más titanio, no los construiré más
grandes.

—¿Puedo preguntar por qué? —dijo Nikolai, aunque pensó que lo


sabía.
—No construiré un aniquilador de ciudades.

—¿Y si es la amenaza que necesitamos?

—Si construimos uno —dijo David—, no podremos mantener los


planos en secreto. Nunca se puede.

David era uno de los Fabricadores y pensadores más talentosos de su


tiempo, tal vez de cualquier otro tiempo. Pero sus dones siempre se habían
orientado hacia la guerra. Esa era la naturaleza de ser ravkano. Lo había
sido durante cientos de años.

Y David tenia razón. Un tiempo atrás, ellos habían estado luchando con
sables y mosquetes, y entonces el rifle de repetición había aparecido y
hecho a todas las espadas nada más que inútiles. De lo que estaban
hablando sería de una escalada aterradora, y una vez que Ravka dominara
los misiles dirigidos, Fjerda también lo haría.

—Tenemos que decidir qué tipo de guerra queremos librar —dijo


David.

—No estoy seguro de que podamos tomar esa decisión —respondió


Nikolai—. No podemos ignorar lo que sucederá si Fjerda domina esta
tecnología primero. E incluso si no lo hacen, estarán listos la próxima vez
que nos veamos.

David estuvo en silencio por un largo rato. —Las cosas que el Darkling
me pidió que hiciera… las hice sin pensar, insensatamente. Ayudé a poner
el collar alrededor del cuello de Alina. Creé el Lumiya que le permitió
entrar al Abismo sin los poderes de ella. Sin mi ayuda, él nunca habría
podido… no seré responsable de esto de también.

Nikolai dirigió su atención a Genya—. Y tú ¿estás de acuerdo con esto?

—No —dijo Genya, tomando la mano de David—, pero también fue un


arma del Darkling. Sé lo que se siente, y esta es una decisión que David
debe de tomar.
—No tenemos titanio suficiente para aniquilar una ciudad —dijo Leoni,
ansiosa por hacer la paz—. Tal vez ni si quiera importa.

—Importa —dijo Adrik—. No hay sentido en luchar una guerra si no


intentas ganarla.

—Hay más —dijo Nikolai—. Hay rumores de que el príncipe heredero


de Fjerda puede que no sobreviva el invierno.

Genya negó con la cabeza—. No me di cuenta de que su condición era


tan grave.

—Nadie lo sabía. Sospecho que su familia se ha esforzado para


mantenerlo en secreto, algo con lo que ciertamente puedo simpatizar. Es
posible que nuestra alianza con los shu los detenga, asumiendo que tenemos
éxito forjándola. Pero tenemos que aceptar que el príncipe puede morir y
los Grimjer puede que no tengan otra opción que liderar la guerra.

Leoni frotó su pulgar sobre la parte despostillada en su plato, usando su


poder para repararlo lentamente. —No entiendo. Si Rasmus muere, su padre
seguirá gobernando. Su hermano menor se convertirá en heredero.

—Heredero de nada —dijo Adrik—. Los fjerdanos no piensan en la


familia real como los shu, ni siquiera como los ravkanos. Siguen la
voluntad de Djel, y la fuerza es la forma en que Djel muestra favor. Las
dinastías fjerdanas que han reinado siempre han ocupado su lugar por la
fuerza. Los Grimjer deberán demostrar que todavía merecen el trono.

—Tal vez debería tratar de tomar la corona en su lugar —sugirió


Nikolai.

Adrik bufó—. ¿Siquiera hablas fjerdano?

—Lo hago. Tan mal que un buen hombre llamado Knut una vez me
ofreció un rubí de considerable tamaño para que parara.

—¿Así que ahora los Grimjer tienen un príncipe joven, débil y


enfermizo preparado para suceder a un rey anciano? —preguntó Nadia.
—Sí —dijo Nikolai—, la familia real es vulnerable y lo saben. Si optan
por la paz, corren el riesgo de parecer débiles. Si optan por la guerra,
estarán decididos a ganar a cualquier precio, y Jarl Brum estará allí para
incitarlos.

—Tenemos a los zemeníes —dijo Leoni, esperanzada como siempre.

—Y Kerch no se aliará directamente con Fjerda —agregó Genya—. No


a riesgo de su preciosa neutralidad.

—Pero pueden estar lo suficientemente enojados como para prestar


ayuda secretamente a Fjerda —dijo Adrik.

—¿Qué pasa con el Apparat? —preguntó Genya, girando su taza en su


platillo.

Nikolai negó con la cabeza. —El hombre ha cambiado de bando tantas


veces, que me pregunto si incluso él sabe dónde está su lealtad.

—Siempre va al lado que cree que ganará —dijo David—, es lo que


hizo en la guerra civil.

—Eso explica por qué está en Fjerda —dijo Adrik con tristeza.

—Desafortunadamente —admitió Nikolai—, Adrik tiene razón. Fjerda


tiene la ventaja y si marchan, significará el fin del Ravka libre. —Demidov
tomaría el trono. Los Grisha serían arrestados para ser juzgados. Su pueblo
sería súbdito de un rey títere comprometido con los intereses de Fjerda. ¿Y
su país? Se convertiría en un escenario para la inevitable pelea entre Fjerda
y Shu Han—. Mi deseo de ser amado entra en conflicto poderosamente con
nuestra necesidad de ganar esta guerra. Me he convertido en contador,
contando vidas que se deben quitar, vidas que se deben salvar.

—Las decisiones que estamos tomando son horribles —dijo Genya.

—Pero debemos hacerlo igual. Espero que la diplomacia aún pueda


ganar esta batalla. Espero que podamos ofrecerle a Fjerda una paz que ellos
aceptarán. Espero que nunca tengamos que desatar los terrores que
buscamos crear.

—¿Y qué pasa cuando nos quedemos sin esperanza? —preguntó David.

—Terminaremos donde siempre terminamos —dijo Nikolai—. Con la


guerra.
13

Nina
Traducido por Alfacris

Los guardias reales acompañaron a Nina de regreso a los aposentos de


los Brum. Con cada paso, se preguntaba si una orden sonaría por los
pasillos para que la encadenaran y la arrojaran a una celda, y luego la
quemarían como bruja por si acaso. Todo su cuerpo estaba empapado de
sudor frío y su corazón latía con fuerza.

Pero no llegó ninguna alarma. Una vez que Nina hubo


comprendido el anhelo de la reina Grimjer, su miedo por su hijo, no había
dudado en jugar con él. Era cruel, pero si podía guiar la fe de la reina en
Djel, eso significaba que podría abrir la puerta a los santos, posiblemente
incluso a los Grisha. La vida de Nina y el futuro de su país estaban en
juego, y usaría cualquier arma que pudiera fabricar para ganar esta lucha

Todos los Brum esperaban en su gran salón, un fuego crepitando en


la chimenea. Se había colocado una bandeja con una cena fría de embutidos
y verduras en escabeche junto con agua de cebada y una botella de
brännvin, pero no parecía que nadie hubiera hecho más que picotearla. Nina
fue directamente hacia Hanne y prácticamente cayó en sus brazos.

Por una vez, no tuvo que fingir debilidad o preocupación. Había


dado un gran salto con la reina, había hecho otro movimiento imprudente,
pero tal vez, tal vez valiera la pena.

—¿Qué pasó? —dijo Hanne—. ¿Qué dijo ella?


—Muy poco. —Nina trató de recomponerse mientras Ylva la
acomodaba en el sofá y le servía un vaso de agua. Había estado demasiado
ocupada recuperándose de su audiencia con la reina Agathe para pensar en
una mentira adecuada que contar—. Apenas sé qué pensar.

Al menos eso era cierto.

—¿Qué te preguntó? —preguntó Brum. Estaba observando a Nina


muy de cerca, y todo en su postura hablaba de cautela. Había invitado a una
casi extraña a su casa y hoy, tanto su hija como esta extraña habían puesto
en riesgo su carrera política.

—Está preocupada por su hijo —dijo Nina—. Nunca fui bendecida


con niños, pero lo entiendo. Ella enviará investigadores a mi antiguo pueblo
para confirmar que soy quien digo ser.

Hanne respiró hondo ante esto, su rostro se puso pálido.

—¿Y qué averiguarán? —preguntó Brum.

—¡Jarl! —exclamó Ylva—. ¿Cómo puedes preguntar eso?

—Es mejor que lo sepamos ahora para poder protegernos mejor.

Nina tomó la mano de Ylva. —Por favor —dijo, forzando


admiración en su voz—. No peleen. Por supuesto que su esposo querría
proteger a su familia. Es su deber y su honor hacerlo. No puedo decirle con
qué frecuencia desearía que mi esposo todavía estuviera aquí para
cuidarme. —Ella dejó que el cansancio se vertiera en su voz, haciéndola
temblar—. Comandante Brum, solo puedo asegurarle que los hombres de la
reina no encontrarán ninguna razón para dudar de mí o de mi triste historia.

Brum pareció descongelarse un poco. —Es un momento peligroso.


Para todos nosotros.

—Pero tal vez eso cambie —dijo Ylva—. Gracias a su bondad y


piedad, Hanne y Mila se ganaron la verdadera consideración del príncipe
Rasmus hoy. Quiere volver a verlas. Ese favor solo puede ser algo bueno.
—No estoy tan seguro —murmuró Brum, sirviéndose un vaso
diminuto de brännvin—. El príncipe es caprichoso. Su salud lo ha vuelto
impredecible y reservado.

Hanne se enfureció ante esto. —Él está sufriendo, papá. Quizás por
eso no siempre está de buen humor.

—Quizá. —Brum se sentó. Estaba eligiendo sus palabras con


cuidado—. No le agrada mi consejo. Es posible que pueda desquitarse
contigo.

—Si ese es el caso, no hay nada que podamos hacer al respecto. —


El tono de Hanne era práctico—. Él es el príncipe heredero. Si desea
colgarme de los dedos de los pies, puede hacerlo. Si su madre, la reina,
desea enviar a Mila descalza a la nieve, entonces ella también puede
hacerlo. Pero por ahora, todo lo que ha hecho es ordenarnos que nos
unamos a él para almorzar, y no veo cómo podemos rechazarlo.

Ylva estaba sonriendo. —Ella tiene razón, ya sabes. Hemos criado


a una hija muy sensata.

La expresión de Brum permaneció inflexible. —Solo mantente en


guardia, Hanne. Y tú también, Mila. La Corte de Hielo es un lugar terrible
para los corazones blandos.

«Niweh sesh», pensó Nina mientras ella y Hanne se despedían.

«No tengo corazón.»

Dos días después, Hanne se puso uno de sus nuevos vestidos de seda
como espuma marina y Nina se vistió con una lana rosa más modesta.
Habían estado demasiado inundadas de invitaciones desde la Caminata de
las Doncellas para hacer mucho más que tratar de mantenerse al día, pero
ahora Nina abrochó un collar de topacio azul alrededor del cuello de Hanne
y dijo: —Tu padre tenía razón.
Hanne se rió. —Palabras que nunca esperé escuchar de tus labios.

—Este es un momento peligroso. Estabas curando al príncipe


cuando hablamos con él el otro día. No puedes seguir haciendo eso.

—¿Por qué no? Si puedo ofrecer un pequeño consuelo, debería


hacerlo. —Vaciló—. No podemos simplemente abandonarlo. Sé lo que es
no estar a la altura de lo que idealizan los fjerdanos. Ese es un dolor que
nunca desaparece. Y tiene miles de personas mirándolo, juzgándolo. ¿Y si
pudiéramos ayudarlo a sanar, ayudarlo a convertirse en un mejor príncipe y
algún día en un mejor rey?

Eso era interesante. Un tónico para el belicismo de Brum, alguien que


podría guiar a Fjerda en la dirección de la paz. Todos los instintos de Nina
le decían que podía valer la pena el riesgo, un complemento perfecto para
su apuesta con la reina Grimjer. Simplemente se sentía diferente cuando
Hanne también corría el riesgo.

—Si averigua lo que eres...

Hanne recogió su bata. —¿Cómo se enteraría? Soy la hija del


cazabrujos más famoso de Fjerda. Asistí al convento de Gäfvalle bajo la
atenta mirada de la Madre del Pozo...

—Que descanse en la miseria.

—Como Djel lo ordena —dijo Hanne con teatral regocijo—. Sané


al príncipe heredero ante toda la corte real y nadie ha descubierto lo que
soy. Además, ¿no es esto lo que querías? ¿Una oportunidad de acercarse a
personas que podrían saber algo sobre Vadik Demidov?

—No esta cercanía. Un buen conde. Quizás un duque. No un


príncipe.

Hanne sonrió. —¿Por qué conformarse?

Sus ojos estaban brillando, sus mejillas enrojecidas. Parecía más


feliz de lo que Nina la había visto en semanas.
«Por todos los Santos, es porque está ayudando a alguien.» Un
Grisha siempre se veía y se sentía más saludable cuando usaba su poder.
Pero esto era algo más.

—Eres demasiado buena, Hanne. Tienes la oportunidad de ayudar a un


cachorro mimado de la realeza y te enciendes como si acabaras de ver una
pila de gofres de un metro de altura.

—En realidad, nunca he comido uno.

Nina oprimió su corazón. —Otra cosa más por la que este maldito
país tiene que rendir cuentas.

Hizo una pausa, luego esponjó un poco de encaje verde pálido que
se había enganchado en el escote de Hanne. —Solo sé cuidadosa. Y no te
dejes llevar.

—No lo haré —dijo Hanne, levantándose en una nube de seda


susurrante. Miró por encima del hombro—. De todos modos, ese es tu
trabajo.

Esta vez, las llevaron a una sala de recepción circular más grande,
rodeada de columnas, con una fuente en el centro: tres sílfides de piedra que
sostenían un cántaro en alto en sus delgados brazos. Se estaba celebrando
una especie de fiesta o reunión y el murmullo de conversaciones llenaba el
espacio resonante.

—¿Qué hacemos exactamente aquí? —susurró Hanne.

—¿Creo que buscaremos algo para beber y tratamos de aparentar


que pertenecemos?

—He mencionado que detesto las fiestas?

Nina pasó su brazo por el de Hanne. —¿He mencionado que las


amo?
Se abrieron paso entre la multitud hacia una mesa cubierta de vasos
de algo rosa y brillante. ¿Podría ser posible…?

—La expresión de tu cara —dijo Hanne con una sonrisa—. Es


limonada, no champán.

Nina trató de ocultar su decepción. Ella debería saberlo mejor a


estas alturas. Si Fjerda hubiera podido hacer de la burla un delito punible, lo
habría hecho. Luego vio una faja azul pálido y una cabeza de un rubio
opaco que se movía entre la multitud.

No dejó que su mirada se detuviera, pero definitivamente era Vadik


Demidov, rodeado por un grupo de nobles y seguido por el Apparat.

—Intentemos acercarnos —susurró.

Antes de que pudieran dar un paso en dirección a Demidov, Joran se


abalanzó sobre ellas. Parecía desentonar con su uniforme negro,
completamente fuera de lugar entre la confitería de sedas y gasas pastel. —
El Príncipe Rasmus ordena su presencia.

—Por supuesto —dijo Hanne. No había otra respuesta para un


príncipe. Fueron conducidas a un nicho casi oculto de la habitación por
árboles plateados en macetas y gruesas cortinas color crema. Era el lugar
perfecto para espiar sin preocuparse por ser espiado.

El príncipe Rasmus estaba sentado en una silla acolchada que era


algo entre un trono y un sofá. No estaba reclinado en la comodidad de la
última vez, y el esfuerzo de permanecer erguido y ocultar su fatiga le estaba
costando. Estaba pálido y Nina podía ver el rápido ascenso y descenso de su
pecho. Eso era lo que había querido decir Brum. La familia real sabía que el
príncipe tenía que aparecer en público, sobre todo después del desastre de la
Caminata de las Doncellas, pero habían tratado de alejarlo del bullicio para
que no estuviera sobrecargado.

Nina y Hanne hicieron una reverencia.


—Adelante —dijo el príncipe con un gesto desinteresado de su
mano. Estaba mucho más de mal humor de lo que parecía el otro día.

Entraron y se sentaron en silloncitos bajos.

—Ambas necesitan trabajar en sus reverencias —observó con


disgusto.

Pero Hanne solo sonrió. —Me temo que la mía no mejorará con la
práctica. Nunca me han reconocido por mi gracia.

Eso no era cierto en absoluto. Hanne era elegante corriendo o a


caballo. El artificio de la corte no le sentaba bien. Y en cuanto a Nina, podía
hacer una reverencia exquisita, pero Mila Jandersdat, viuda de un hombre
que comerciaba con pescado congelado, ciertamente no.

Los ojos de Rasmus recorrieron ahora a Nina. —Tu ama viste de


seda, pero viste a su doncella de lana. Eso habla de una disposición
mezquina y celosa.

Realmente estaba de mal humor. Nina vio que los dedos de Hanne
se flexionaban ligeramente y le lanzó una mirada de advertencia, ni
demasiado, ni demasiado pronto.

—La lana me queda muy bien —dijo Nina—. No sabría qué hacer
con sedas o satén. —Una mentira profunda. No podía pensar en nada mejor
que deslizarse desnuda sobre sábanas de satén. Matthias se habría
escandalizado. ¿Y qué pensaría Hanne? El pensamiento apareció en su
cabeza de forma espontánea, seguido de una ola de culpa.

—Encuentro que la mayoría de las mujeres aprenden a amar el lujo


lo suficientemente rápido —dijo el príncipe—. No veo joyas en el cuello ni
en las orejas de Mila. Tu padre debería remediar eso, Hanne. No querrá
parecer un avaro.

Hanne inclinó la cabeza y luego miró al príncipe desde debajo de


sus pestañas. —Debo decirle que le transmitiré su consejo, pero no tengo
ninguna intención de hacerlo.
Rasmus resopló. —Eres descarada al admitir que te negarías a un
príncipe. —Los dedos de Hanne se movieron de nuevo y el príncipe dio un
profundo suspiro con lo que podría haber sido alivio.

—De todos modos, no puedo culparte. Tu padre puede ser bastante


aterrador. —Miró a Joran, que estaba atento a su lado—. Por supuesto,
Joran no le tiene miedo, ¿verdad? Responde, Joran.

—Solamente tengo respeto por el Comandante Brum.

Era difícil creer que el guardia tuviera solo dieciséis años,


especialmente al lado del príncipe.

—Joran siempre es correcto. Cuidarme es un gran honor. O eso


dicen. Pero yo lo sé mejor. Esto fue una especie de castigo. Joran tuvo
problemas con el buen comandante Brum, y ahora debe hacer de niñera de
un príncipe debilucho.

—No es tan débil como parece —dijo Hanne.

El príncipe respiró profundamente. Había perdido algo de la rigidez de


sus hombros, y el brillo de sudor había desaparecido de su frente.

—Algunos días me siento bien —dijo—. Otros no me siento débil


en absoluto. —Dio una pequeña risa—. Y hoy me doy cuenta de que tengo
algo de apetito. Joran, haz que nos traigan comida.

Pero los sirvientes ya habían escuchado y se apresuraron a


obedecer.

—Vimos que Vadik Demidov está aquí —aventuró Nina.

—Oh, sí —dijo Rasmus—. El pequeño Lantsov nunca se pierde


una fiesta.

—¿Y es realmente de sangre real?

—Ese es el tema de conversación en todas las cenas desde aquí


hasta Elbjen. ¿Por qué estás tan interesada?
Hanne se rió con facilidad. —Mila está obsesionada con Vadik
Demidov.

—Dulce Djel, ¿por qué? Es un aburrido provinciano.

—Pero es una historia tan maravillosa —dijo Nina—. Un niño de


sangre real sacado de la oscuridad.

—Supongo que tiene el tono de un cuento de hadas. Pero no es


como si lo hubieran encontrado pastoreando cabras en alguna parte.

—¿Dónde fue encontrado?

—Realmente no lo sé. Temblando en alguna oscura dacha que no


podía permitirse calentar. O al menos creo que esa es la historia.

—¿No tiene curiosidad? —empujó Nina.

Los sirvientes regresaron y colocaron un poco de anguila ahumada


y arenque delante de ellos.

—¿Porque debería tenerla?

Nina sintió que su ira aumentaba. —Él será rey, ¿no es así?

—Yo también, suponiendo que viva.

Se hizo un incómodo silencio.

—Yo... no estoy de humor hoy —dijo Rasmus. No era una


disculpa, pero era lo más cerca que podría llegar un futuro rey—. Mis
padres sintieron que era esencial que apareciera en público rápidamente
después de lo que sucedió al comienzo del Corazón de Madera.

—Deberían haberle dejado descansar —dijo Hanne.

—No, me sentí bastante bien después de eso. Pero eventos como


estos... Me es difícil estar en una habitación llena de gente que sé que me
desea la muerte.
—¡Su Alteza! —Hanne exclamó horrorizada.

Nina miró a Joran, pero el rostro del guardia permaneció


impasible. —Eso no puede ser cierto —dijo.

—Conozco la forma en que la gente habla de mí. Sé que desearían


que yo no hubiera nacido y que mi hermano pequeño pudiera ser el que
heredara.

El rostro de Hanne era feroz. —Bueno, entonces debe mantenerse


vivo para fastidiarlos.

El príncipe pareció sorprendido pero complacido. —Tienes un


espíritu enérgico, Hanne Brum.

—Hay que sobrevivir.

—Eso es cierto —dijo pensativo—. Eso es muy cierto.

—¿Ha viajado a Ravka? —preguntó Nina, con la esperanza de


volver la conversación a Demidov.

—Nunca —dijo—. Admito que estoy intrigado. Escuché que las


mujeres ravkanas son muy hermosas.

—Oh, lo son —dijo Hanne.

—¿Has estado allí?

—Una vez, cerca de la frontera.

El príncipe se movió levemente, como si probara el nuevo


consuelo que sentía. —Si están tan interesadas en Demidov, se los
presentaré.

—Oh, ¿lo haría? —Nina dijo sin aliento—. Qué emoción.

Las cejas del príncipe se movieron y Nina se dio cuenta de que


pensaba que Mila Jandersdat era una tonta insignificante. Todo para bien.
«Nadie se cuida de protegerse contra una hoja desafilada.»

Dio una breve orden a un sirviente y, un momento después,


Demidov caminaba tranquilamente por la habitación hacia ellos, con el
Apparat en su estela. Vaya suerte. Nina quería estar lo más lejos posible del
sacerdote.

—Tomándose su tiempo —refunfuñó el príncipe Rasmus—. Doy


fe de que, si tu padre chasqueara los dedos, el pequeño Lantsov vendría
corriendo.

Nina se preguntó. ¿Qué parte de la política de Fjerda dictaba Brum


y cuánto le molestaba el príncipe? Hanne y ella se levantaron para saludar a
Demidov, quien le dio al príncipe un breve asentimiento.

—Príncipe Rasmus, ¿en qué puedo servirle?

La ceja del príncipe se arqueó. —Puedes empezar con una


reverencia, Demidov. Todavía no eres un rey.

Las mejillas de Demidov se sonrojaron. Su parecido con el rey


exiliado de Ravka era asombroso. —Mis más sinceras disculpas, Su Alteza.
—Hizo una profunda reverencia, casi cómicamente—. No tengo ningún
deseo de ofender, solo ofrecer gratitud por todo lo que su familia ha hecho
por mí y por mi país.

Nina sintió un profundo impulso de darle una patada en los dientes,


pero sonrió feliz, como si no pudiera imaginarse una alegría más grande que
encontrarse con este farsante.

Rasmus apoyó la cabeza en su mano, cansado como un estudiante


a punto de soportar una conferencia de una hora. —¿Puedo presentarte a
Hanne Brum, hija de Jarl Brum?

Hanne hizo una reverencia. —Es un honor.

—Ah, —dijo Demidov, inclinándose sobre la mano de Hanne y


presionando un beso en sus nudillos—. El honor es mío. Su padre es un
gran hombre.

—Le diré que lo dijo.

—Espero que no sea de mala educación, pero... debo preguntarle


acerca de su extraordinario corte de pelo. ¿Es la nueva moda?

Hanne se llevó la mano a su incipiente cabello. —No. Me afeité la


cabeza para mostrar lealtad a Djel.

—Hanne y su acompañante son muy devotas —dijo el príncipe


Rasmus.

—Debería haber sabido que tenía algo que ver con su religión
bárbara —murmuró el Apparat en ravkano.

—Ella parece más un soldado que las tropas de cabello sedoso de


su padre —respondió Demidov, su sonrisa todavía en su lugar.

Nina entrecerró los ojos. Su ravkano era impecable, pero eso no era
necesariamente significativo.

—Si me lo permiten —aventuró Hanne—, ¿puedo presentarle a mi


compañera, Mila Jandersdat?

Demidov sonrió, pero sus ojos no alcanzaron ninguna calidez. —


Encantado.

Claramente le parecía que conversar con una simple sirvienta era


indigno de él, pero estaba tratando de ocultarlo. Nina aprovechó su
oportunidad, ignorando la mirada penetrante del Apparat.

—¡Qué gran placer conocerle, Su Majestad! —dijo efusivamente,


dándole el honorífico que el príncipe Rasmus no le daría. Un poco de
adulación nunca estaba de más—. El príncipe Rasmus nos dijo que creció
en el campo. Qué hermoso debe haber sido.

—Siempre he preferido el campo a la ciudad —dijo Demidov de


manera poco convincente—. El aire fresco y… tal. Pero me alegrará volver
a estar en Os Alta.

—¿Era una casa muy hermosa? —Hanne preguntó.

—¿Una de esas encantadoras dachas en el distrito de los lagos que


he visto en ilustraciones? —dijo Nina—. Tienen las vistas más
extraordinarias.

—Tal como dices. Tenía una elegancia rústica que no se puede


encontrar en los pasillos de los grandes palacios.

Los ojos de Demidov se lanzaron a la izquierda, luego a la derecha.


Se humedeció los labios. Estaba mintiendo, pero no sobre crecer en una
casa de campo. Tenía esa vergüenza muy particular de la pobreza refinada.
Exactamente como lo haría un pariente pobre Lantsov. El corazón de Nina
se hundió.

—Pero te acostumbrarás a los lujos de Os Alta —dijo el Apparat


en un fjerdano con fuerte acento—. Así como llegarás a ser un rey justo y
piadoso.

—Y uno dócil —dijo el príncipe Rasmus entre dientes. Nina vio


que un músculo de la mandíbula de Demidov se contraía—. ¿Hay algo de
vino, Joran? ¿O tal vez te gustaría algo de ese sucio kvas que los ravkanos
aman tanto?

Demidov abrió la boca, pero el Apparat habló primero. —Nuestro


rey sigue la senda de los Santos. No bebe licor.

El príncipe Rasmus hizo un gesto al sirviente que se había


apresurado a servir. —¿No es Sankto Emerens el santo patrón de los
cerveceros?

—¿Está familiarizado con los Santos? —preguntó el Apparat con


cierta sorpresa.

—He tenido muchas oportunidades para leer. Siempre me gustó


ese libro maravillosamente sangriento, el que tiene todas las ilustraciones de
martirios. Mejor que las historias de brujas y tritones.

—Están destinados a la educación, no al entretenimiento —dijo el


Apparat con rigidez.

—Además, ahora hay un nuevo Santo cada semana —continuó


Rasmus, claramente disfrutando de hostigar al sacerdote—. Sankta Zoya,
Sankta Alina, el Sin Estrellas.

—Herejía —gruñó el Apparat—. Los seguidores del llamado Santo


Sin Estrellas no son más que un culto de tontos dedicados a desestabilizar a
Ravka.

—Escuché que sus miembros aumentan diariamente.

Demidov puso una mano reconfortante sobre la manga del


sacerdote. —Mi primer acto cuando regresemos a Ravka será erradicar a los
miembros de este culto del Sin Estrellas y evitar que su herejía infecte
nuestro país.

—Entonces, recemos todos a Djel para que regrese pronto a su


tierra natal —dijo el príncipe Rasmus.

Demidov frunció el ceño. Sabía que lo habían insultado, pero no


estaba seguro de cómo.

El Apparat se volvió hacia Demidov. —Caminemos, Su Majestad


—dijo indignado.

Pero Demidov sabía que no podían simplemente darle la espalda a


un príncipe. —¿Con su permiso?

El príncipe Rasmus les indicó que se fueran y Demidov se marchó


con el sacerdote.

—No creo que les agrade —dijo Hanne.

—¿Debería estar preocupado? —preguntó el príncipe Rasmus


alegremente.
Nina lo consideró. Demidov no tenía el encanto de Nikolai, pero
había sido a la vez agradable y diplomático. Y a menos que fuera un actor
extraordinario, ella no creía que estuviera mintiendo sobre su sangre
Lantsov. Ciertamente era ravkano. Había visto su reacción cuando Rasmus
sugirió que Demidov gobernaría como un títere fjerdano. Eso no le gustó en
absoluto. Tenía el orgullo de un noble. ¿Pero era el orgullo Lantsov?

Nina se volvió hacia el príncipe Rasmus y se mordió el labio. —


¿De verdad cree que Ravka tiene un bastardo sentado en el trono? —
preguntó en tono escandalizado.

—Viste a Demidov. Se dice que es la viva imagen del rey depuesto.


Si eso es cierto, no me sorprende que su esposa se haya descarriado.

Nina decidió probar un enfoque diferente. —Quizá ella fue


prudente. Escuché que Nikolai Lantsov es todo un líder, amado tanto por
ricos como por pobres.

—Oh, sí —dijo Hanne, entendiendo—. Él mismo luchó en las


guerras. ¡Como infantería, no como oficial! Y se dice que también es
ingeniero...

—Es un tonto grosero sin una gota de sangre de Lantsov en él —


espetó Rasmus.

—Es difícil de probar, sin embargo —dijo Nina.

—Pero tenemos las cartas de la puta de su madre.

—¿Están encerradas en alguna bóveda mágica? —dijo Hanne.

—O tal vez en el sector penitenciario —agregó Nina. Eso sería


glorioso. Nina conocía el plano de la prisión por dentro y por fuera.

El príncipe negó con la cabeza. —La prisión tuvo una brecha de


seguridad hace un tiempo, aunque a nadie le gusta hablar de eso. No, tu
querido papá ha asumido el deber de custodiar las cartas de la reina Tatiana.
Por supuesto, no se le confiaría la tarea a nadie más.
¿Podrían estar bajo el mismo techo bajo el que dormía Nina? —
Entonces…

—Han sido cuidadosamente escondidas en el sector de los


drüskelle. No les he echado siquiera un vistazo. Escuché que son muy
picantes. Tal vez Joran eche un vistazo y nos memorice algunos pasajes
jugosos.

El sector drüskelle. La parte más segura e infranqueable de la


Corte de Hielo, llena de cazabrujos y lobos entrenados para cazar Grisha.

Nina suspiró y tomó una tostada de centeno. Dado que parecía


estar encaminada a una calamidad absoluta, también podría disfrutar de la
comida.

Hanne ni siquiera esperó a que estuvieran a puerta cerrada antes de


susurrar furiosamente: —Sé lo que vas a hacer. No puedes irrumpir en el
sector drüskelle.

Nina mantuvo una sonrisa en su rostro mientras se dirigían al


pequeño invernadero en las habitaciones de la familia Brum. —Puedo. Y
tienes que ayudarme.

—Entonces déjame ir contigo.

—Absolutamente no. Solo necesito que me dibujes un plano, me


hables de los protocolos de seguridad. Tu padre debe haberte llevado allí.

—No se permiten mujeres en ese sector de la Corte de Hielo, no


dentro de los edificios.

—Hanne —dijo Nina con incredulidad—. ¿Ni siquiera cuando eras


una niña?

—Si te atrapan allí...


—No lo harán. Esta es mi oportunidad de ayudar a detener una
guerra. Si Fjerda no tiene esas cartas, la estrategia para deponer al rey
Nikolai se derrumbará.

—¿Crees que eso es suficiente para detener a mi padre?

—No —admitió Nina—. Pero significará un mayor apoyo para


Nikolai por parte de la nobleza de Ravka. Será algo menos que superar.

—Incluso si te dibujara un plano, ¿cómo entrarías? La única


entrada al sector drüskelle es a través de la puerta en la muralla circular, y
agregaron seguridad adicional después de la fuga de la prisión hace dos
años.

Hanne tenía razón. Nina tendría que abandonar la Corte de Hielo


por completo y luego volver a entrar a través de la puerta fuertemente
armada que conducía a las perreras y a las habitaciones y aposentos de
entrenamiento de los cazabrujos.

—¿Me estás diciendo que tu padre abandona la Corte de Hielo


cada vez que necesita ver a sus tropas? Eso no tiene ningún sentido.

—Hay otra forma, pero significa cruzar el foso. Solo se usa en la


iniciación de Hringkälla y durante emergencias. Alguien de adentro tendría
que dejarte entrar. Ni siquiera yo sé cómo se hace.

El camino secreto. Matthias y Kaz lo habían usado durante el


atraco de la Corte de Hielo, pero dejaba a cualquiera que intentara cruzar el
foso de hielo muy expuesto. Nina miró los edificios de la Isla Blanca, la
cara resplandeciente del Reloj Mayor.

—Entonces tendré que salir antes de poder volver a entrar. El día


de la caza real. —Eso le daría a Nina dos días para planearlo. Un plan ya
había comenzado a tomar forma en su mente. Tendría que avisarle a los
Hringsa y pedirle al jardinero una botella de loción.

Hanne gimió. —Esperaba que pudiéramos encontrar una excusa


para librarnos de eso.
—Pensé que aprovecharías la oportunidad de montar de nuevo.

—¿Con silla lateral? ¿En busca de un pobre ciervo que nadie tiene
la intención de comer para que algún presumido pueda poner sus astas en la
pared?

—Podemos convencer al príncipe de que dé la carne a los pobres.


¿Y piensa en la silla de montar como... un desafío?

Hanne le lanzó una mirada fulminante. Las fiestas, los bailes y la


constante interacción social de Corazón de Madera la habían dejado
exhausta, pero solo hacían que Nina se sintiera más viva. Le gustaba
arreglarse con Hanne, le gustaba el torbellino de personas y finalmente
sintió que estaba en condiciones de obtener la información que necesitaba.

El favor del príncipe aseguraría que fueran invitadas a las mejores


fiestas, y ella había podido escuchar a escondidas la conversación de Brum
con Redvin durante la mayor parte de la noche anterior mientras cenaban
anguila ahumada y puerros estofados y discutían planes para alguna nueva
arma... Ser Mila Jandersdat la había vuelto casi invisible —una joven viuda
sin importancia, no muy brillante ni bien informada, feliz de seguir a su
ama— para todos menos para la reina. La reina Agathe observó a Nina
desde todos los rincones de cada salón de baile. Había sido piadosa antes,
visitando la Capilla del Manantial cada mañana y cada noche para orar a
Djel por la salud de su hijo. Pero desde que Rasmus había comenzado a
mejorar, se había vuelto aún más devota. Un buen primer paso.

—No tenemos que ir a cazar —dijo Nina—. Solo tenemos que salir
y luego convencer a tu padre de que nos lleve al sector drüskelle.

—¡No lo hará! No se permiten mujeres allí.

—¿Ni siquiera para ver las perreras?

Hanne vaciló. —Sé que ha llevado a mi madre a ver a los lobos.

—Y has estado dentro.


—Te lo dije, fue hace años.

—Te gustó ir con él, ¿no? —Una niña Grisha que ni siquiera sabía
lo que era, siguiendo a su padre, el cazabrujos, al trabajo.

—Me gustó la oportunidad de estar con él. Élera ... él era divertido.

—¿Jarl Brum?

—Cuando era muy pequeña. Y luego... no cambió exactamente.


Siempre había sido severo, pero... ¿Alguna vez has visto un bosque
petrificado? Los árboles siguen siendo árboles, pero no se doblan con el
viento. No tienen hojas que crujan. Era el poderoso Comandante Brum,
inflexible, el despiadado cazabrujos, la guadaña de Fjerda. Cuanto más
absorbía sus elogios, menos se parecía a mi padre.

Es Fjerda, pensó Nina, no por primera vez. No tenía piedad de Jarl


Brum, sin importar quién hubiera sido cuando era un padre joven. Pero ella
entendió que todo esto no había comenzado con él y tampoco terminaría
con él. Fjerda con sus caminos duros y sus viejos odios llenaba a los
hombres de vergüenza e ira. Debilitaba más al débil y hacía cruel al fuerte.

—¿Puedes dibujarme un plano de los edificios de los drüskelle?

Hanne bufó. —Esta puede ser la peor idea que hayas tenido.

—Tal vez sea así, pero ¿puedes dibujarme un plano?

—Sí, pero aún tendrás que hacernos pasar la puerta.

—No te preocupes, Hanne Brum. Tengo el don de superar las


defensas fjerdanas.
14

ZOYA
Traducido por Saimi_v

—¿DÓNDE ESTÁ ELLA?

Habían viajado en la aeronave hasta un campo solo a unos pocos


kilómetros del sanatorio, los Soldados del Sol doblaban la luz alrededor de
la aeronave para mantenerlos camuflados. Este era un truco que David
había ideado y Alina había explorado para evadir a las fuerzas del Darkling
durante la guerra civil. Zoya recordaba aquel vuelo terrorífico desde la
Rueda Giratoria, rodeada de vientos para mantenerlos a ellos a flote por
horas y horas mientras trataban de poner cierta distancia entre ellos y sus
perseguidores. Ese fue el mismo día que Adrik había perdido su brazo por
los soldados sombra del Darkling.

Veía al Darkling ahora, sentado de frente en el coche. Sus manos y pies


estaban encadenados y cuatro Soldados del Sol lo rodeaban. El resto de la
unidad se había adelantado a preparar el sanatorio y agregarle seguridad.

El Darkling había sido mantenido con los ojos vendados en la aeronave,


y la ventana del coche estaba cubierta con cortinas que bloqueaban la vista,
pero dejaban entrar la luz de la tarde. Mientras menos conociera sobre a
dónde iban era mejor. A pesar de las cadenas que los ataban, era
desconcertante compartir este espacio cerrado, con las sombras que se
colaban alrededor.

«Él no tiene poder», seguía recordandose. Y ella sabía que él estaba tan
inquieto como ella. La expresión de su cara cuando la aeronave despegó le
alegraría por el resto de su vida.
—¿Dónde está ella? —repitió, sus ojos gris cuarzo brillaban en la
penumbra—. Ahora podrías decírmelo.

—¿Cómo es que no lo sabes? —preguntó Zoya—. Tu querida Santa


Elizaveta era casi omnipresente.

El Darkling estudio de cerca las sombras como si pudiera ver mas allá.
—Ella no me dijo.

Zoya no se preocupó por sofocar su placer. —Una Santa celosa. ¿Quién


lo diría? Te diré sobre la reunión después que tu me digas sobre el bosque
de espino. ¿El monasterio del que hablas es real?

—Lo es.

—Pero hay algún tipo de trampa. ¿no es así?

—Es posible que este ubicado en el Sikurzoi.

Las montañas que recorrían a lo largo de la frontera ravkana con Shu


Han. Las montañas mas bajas donde circulaban las patrullas de los soldados
shu, y el terreno rocoso más allá sería difícil de atravesar. Pero Tamar
podría encontrarles un camino cuando lo necesitaran. —Un obstáculo
inconveniente, pero difícilmente insalvable.

—También es posible que el camino a este monasterio en particular este


bloqueado por un deslizamiento de tierra desde hace unos trescientos años,
y solo los monjes saben el camino para pasar.

—Entonces simplemente iremos por encima.

—Es también posible que nadie haya hablado u oído de estos monjes
desde hace unos trescientos años antes de eso.

—Sangre Santa —juró—. No tienes ni idea de si estos monjes tienen las


semillas del árbol de espino.
—Yo sé que las tenían.

—¡Ni siquiera sabes si ellos realmente existen!

—Tal vez es cuestión de fe. ¿Estás pensando en matarme, Zoya?

—Sí.

—Tu rey no estaría agradecido.

—No lo voy a hacer —mintió—. Solo disfruto pensándolo. Es


reconfortante, como tararearme una pequeña melodía. Además, la muerte es
demasiado buena para ti.

—¿Lo es? —Sonó casi curioso— ¿Qué haría mi tormento completo?


¿Una eternidad de tortura?

—Eso seria un comienzo. Sin embargo, dejarte vivir una larga vida sin
tu poder no es un mal comienzo tampoco.

Ahora su cara se volvió fría. —No te equivoques, Zoya Nazvalensky.


Yo no viví cientos de vidas, morí, y regresé a esta tierra, para vivir como un
hombre ordinario. Encontraré el camino para recuperar mi poder. De una
forma u otra, erradicaré los remanentes del alma de Yuri. Pero el obisbaya
es la única oportunidad de tu rey de liberarse de su demonio y del mundo
para librarse del Abismo. —Se recostó contra el asiento—. Escuché que
hubo un atentado contra tu vida.

«Demonios». ¿Cuál guardia había hablado? ¿Qué habría escuchado?

—Mientras mas poderoso te vuelves, mas enemigos adquieres —dijo—.


Y el Apparat no es un buen enemigo.

—¿Cómo sabes que el Apparat está detrás del ataque? —Ellos


obtuvieron muy poca información del asesino, pero él era definitivamente
uno de los Guardias Sacerdotales del Apparat. Zoya sospechaba que el
Apparat le importaba menos que la llamaran Santa, lo que era
suficientemente desconcertante, y más eliminarla para debilitar las fuerzas
de Ravka. Sus seguidores fanáticos habían estado más que felices de hacer
el atentado.

Una sonrisa presumida tocó la boca del Darkling. —Después de cientos


de años, te vuelves muy buen adivinador. El Apparat quiere santos que
pueda controlar. Una chica débil, o mejor una muerta. Ese asesinato podría
significar tu martirio.

—No soy una santa. Soy un soldado.

Él trató de abrir sus brazos, las cadenas de sus muñecas tintinearon. —Y


aun así, ¿no hacemos milagros?

—Yuri realmente está todavía ahí, parloteando, ¿cierto? —Este viaje ya


se sentía interminable—. No estoy en el negocio de los milagros. Yo
practico la pequeña ciencia.

—Tú sabes tan bien como yo que la línea entre Santo y Grisha una vez
estuvo borrosa. Era un tiempo de milagros. Tal vez ese tiempo está
regresando.

Zoya no quería nada de eso. —Y cuando uno de los asesinos del


Apparat se deslice a través de mis guardias o una bala fjerdana se aloje en
mi corazón, ¿resucitaría como Grigori? ¿Como Elizaveta? ¿Como tú?

—¿Estás segura que puedes ser asesinada?

—¿De que estás hablando?

—El poder que yo poseo, que Elizaveta, y Grigori y Juris posee, que
ahora corre a través de tus venas, no es tan fácil eliminarlo del mundo.
Podrías alcanzar a un ave en el cielo, pero es mucho más difícil eliminar el
cielo mismo. Solo nuestro propio poder puede destruirnos, e incluso
entonces no es algo seguro.

—¿Y tu madre?

La mirada del Darkling regresó a la ventana cubierta. —No hablemos


del pasado.
Ella había sido la maestra de Zoya, temida y querida,
inconmensurablemente poderosa. —La vi lanzarse desde la cima de una
montaña. Se sacrificó para detenerte. ¿Era ese su martirio?

El Darkling no dijo nada. Zoya no pudo detenerse.

—Grigori fue devorado por un oso. Elizaveta fue ahogada y


descuartizada. Todavía regresaron. Hay historias susurradas en la montaña
de Elbien de una Madre Oscura. Ella reina cuando las noches son largas.
Roba el calor de los fuegos de las cocinas.

—Mentirosa.

—Tal vez. Tenemos historias que contar.

Zoya levantó la cortina, y bajó su ventana, inhalando el frío aire de


invierno.

El bosque estaba lleno de nieve, las ramas de los abedules brillaban con
hielo.

Sintió que algo en ella se estiraba, como si despertara, como si lo que


sea que estuviera dentro de ella también levantara la cabeza para oler
profundamente los pinos. Estos bosques deberían sentirse áridos, tal vez
incluso siniestros con sus largas sombras, pero más bien…

—¿Lo sientes? —preguntó el Darkling—. El mundo está más vivo aquí.

—Guarda silencio.

No quería compartirlo con él. Era invierno, pero ella podía oír el cantar
de los pájaros, el rozar de pequeños animales en los arbustos. Veía el rastro
de una liebre a través de la blanca acumulación de nieve.

Se levantó y quitó la cortina del lado del Darkling. Desde ese lado,
podían ver una pequeña colina y un sanatorio abandonado.

—¿Qué es este lugar?


—Era la casa de campo de un duque hace mucho tiempo. La colina está
cubierta de viñedos. Entonces se volvió una casa de cuarentena durante un
brote de la plaga debilitante. Cavaron debajo de las vides para enterrar los
cuerpos. Cuando la cuarentena terminó, el duque había muerto y nadie
quería la propiedad. Dijeron que estaba maldita. Parecía el lugar adecuado
para este misero esfuerzo.

El sanatorio estaba a kilómetros de cualquier villa real o pueblo y desde


hace mucho había rumores de que estaba maldito. No tendrían que
preocuparse por visitas inesperadas.

Mientras miraban, un coche se detuvo y tres figuras emergieron, un


hombre, un joven acompañado por un gato naranja que brincaba por los
árboles y una mujer pequeña y delgada, su cabello era largo y blanco como
la primera nevada. Levantó la cara hacia el cielo, como si dejara pasar la luz
del invierno a través de ella. Alina Starkov, la Santa del Sol.

«¿Tendrá miedo? —se preguntó Zoya— Está ¿Ansiosa? ¿Molesta?»


Sentía como si el dragón se agitara como si lo hubiera invocado. «No» Ella
no quería sentir lo que sentía Alina. Sus propias emociones eran suficiente
carga. Mal coloco un chal sobre los hombros de Alina, envolviéndola con
sus brazos mientras miraban el viejo viñedo.

—Encantador.

Zoya estudió la cara del Darkling. —Puedes burlarte, pero puedo ver tu
hambre.

—¿Por una vida de un otkazat’sya?

—Por una vida de la clase que ni tu ni yo nunca conocimos ni nunca


conoceremos, tranquila, pacífica, la seguridad del amor.

—No hay nada seguro sobre el amor. ¿Quieres pensar que el amor te
protegerá cuando los fjerdanos vengan a capturar a la Hacedora de
Tormentas?
No lo estaba. Pero tal vez quería creer que había mas en la vida que
tener miedo y ser temida.

Bajó la cortina y golpeó el techo. El coche rodó, sobre la estrecha pista


en lentas curvas. Al final, se sacudió hasta detenerse.

—Quédate aquí —dijo, enganchando los grilletes al asiento.

Descendió del coche, cerrando la puerta detrás de ella. Mal y Alina


estaban parados en las escaleras del sanatorio, pero cuando Alina vio a
Zoya, sonrió y bajó corriendo las escaleras con los brazos abiertos. Zoya
parpadeó para espantar unas vergonzosas lágrimas. No sabía cómo Alina
iba recibirla, dadas las circunstancias. Dejó que la abrazara. Como siempre,
la Santa de Ravka olía a pintura y pino.

—¿Está él ahí?

—Lo está.

—Tú me traes los peores regalos.

El gato atigrado había regresado de su exploración y estaba entrelazado


entre las piernas de Misha. Se acercó a Zoya. —Hola Oncat —murmuró,
levantando al gato en sus brazos y sintiendo el confortable arrullo de su
ronroneo.

Misha no dijo nada, solo miró, su joven cara estaba tensa. Solo tenía
once años, pero había visto suficientes tragedias para diez vidas.

—¿Estás lista? —le preguntó a Alina.

—Para nada. ¿No podríamos habernos encontrado en otro lugar


menos… inducidor-de-pesadillas?

—Créeme, preferiría estar en un lujoso hotel en Os Kervo tomando una


copa de vino

—No es tan malo —dijo Mal—. Nosotros no salimos mucho.


—¿Solo para el viaje ocasional de caza? —preguntó Zoya.

A los aristócratas les encantaba cazar en las tierras alrededor de


Keramzin, y en la compañía de dos humildes campesinos, con frecuencia
bebían y chismeaban y hablaban de asuntos de política. Alina y Mal habían
convertido el orfanato en una estación de acopio de información.

Los Soldados del Sol se habían dispersado en los alrededores del


sanatorio y habían creado un perímetro. Ahora una joven soldado con
tatuajes del sol en ambos antebrazos salió del edificio.

Ella se inclinó hacia Zoya pero prestó poca atención a la chica con el
chal sobre la cabeza. Tanto para estos soldados como para el resto de
Ravka, Alina Starkov había muerto en el Abismo de Sombras.

—Hay daño por agua en el interior, por lo que colocamos las sillas en la
entrada.

Zoya colocó a Oncat en el suelo. —¿Hay té caliente?

La soldado asintió. Alina le lanzó una mirada a Zoya, y ella se encogió


de hombros. Si tenían que soportar al Darkling, podrían ser al menos
civilizados.

—Mantén los ojos en la puerta —comandó Zoya—. Si escuchas algo


fuera de lo normal, cualquier cosa, no esperes mis órdenes.

—Yo le he custodiado en la celda del sol —dijo la soldado con los


tatuajes—. Él parece suficientemente inofensivo.

—No te pregunté por una evaluación de riesgo —Zoya le respondió


cortante—. Estén alertas, y respondan con fuerza letal. Si él queda libre, no
tendremos una segunda oportunidad, ¿entendido?

La soldado asintió, y Zoya la despidió con un movimiento de disgusto


de su mano.

—¿Todavía haciendo amigos? —Alina dijo, riéndose.


—Estos niños van a terminar matándose y matándonos a nosotros.

Mal sonrió. —¿Estás nerviosa, Zoya?

—No seas absurdo.

Él se volteó hacia Alina —Ella está nerviosa.

—¿Tú no lo estás?

—Oh, yo estoy aterrado, pero no esperaba que Zoya lo estuviera.

Alina se agarró con fuerza de su chal. —Salgamos de esto de una vez.

Zoya se dirigió hacia el coche y se asomó dentro. Desenganchó los


grilletes del asiento y le colocó de nuevo la venda en los ojos.

—¿Es esto estrictamente necesario?

—Probablemente no —admitió—. Compórtate.

Rodeado por Soldados del Sol, ella lo dirigió a través del campo y por
las escaleras.

—Límpiate los pies —dijo Alina.

Se quedó parado al escuchar su voz, entonces obedeció.

Zoya se encontró con sus ojos y Alina le guiño un ojo. Una pequeña
victoria.

Estaba mas frío adentro que afuera, los pisos de mármol maltratados del
sanatorio y las ventanas rotas proveían poco aislamiento. La entrada había
sido una vez un gran recibidor, con escaleras dobles que llevaban a las alas
este y oeste. Pero ahora una de esas escaleras se había doblado desde la
base. Un candelabro roto estaba tendido en la esquina de ese lado, además
muchísimo polvo y vidrio que los Soldados del Sol habían barrido. El viejo
equipo medico estaba colocado contra las paredes, el torcido marco de una
cuna, una bañera de metal rústico, que parecía haber tenido correas de cuero
para restringir a los pacientes.

Zoya sofocó un escalofrío. Aquel encantador hotel sonaba mejor y


mejor. Una mesa había sido colocada con un samovar y vasos en el centro
del cuarto. Cuatro sillas lo rodeaban. Zoya no sabía que Misha iba a venir.

Dos de los Soldados del Sol llevaron al Darkling a una silla, sus
grilletes sonaron. No tenían idea que estaban en la presencia de Alina
Starkov, que su poder había venido de la pérdida de ella.

Zoya les hizo un gesto para que tomaran sus posiciones en la base de las
escaleras. No quería que nadie oyera su conversación. Ya había soldados
colocados afuera en cada punto de salida, y por encima, oía el distante pero
confortable sonido de los motores. Había requisado dos naves de la armada
voladora de Nikolai para patrullar los cielos.

Cuando estuvieron solos, Alina se sentó y dijo: —Misha ¿Podrías servir


té?

—¿Para él también?

—Sí.

El muchacho lo hizo, colocando los vasos en sus pequeños bordes de


metal delicadamente en la mesa.

—Yo me sirvo el mío —dijo Zoya. Ella era muy particular con el
azúcar, necesitaba un momento para disfrutar de esta particular escena. Era
extraño, después de tanto dolor y sacrificio, que pudieran reunirse de nuevo
en este lugar abandonado.

El cuarto quedó en silencio. Oncat maullaba lastimeramente.

—¿Dónde comenzamos? —preguntó Mal.

—Haz los honores —dijo Alina.


Mal cruzó el cuarto y le arrancó la venda de los ojos. El Darkling no
pestañeó, no se reorientó, sencillamente miró alrededor del cuarto, como si
admirara una propiedad que quisiera comprar.

—No me llevaste a Keramzin —dijo.

Alina se quedó inmóvil. Todos se quedaron quietos. Zoya conocía esa


conmoción. La cara del Darkling era diferente, pero los huesos afilados
estaban ahí, el brillo de los ojos grises, pero la forma estaba ligeramente
alterada, las cicatrices que tenía por los volcra no estaban. Su voz, sin
embargo, esa voz de comando fría como el cristal, era la misma.

—No —dijo Alina—. No te quería en mi casa.

—Pero he estado ahí antes.

La cara de Alina se endureció. —Lo recuerdo.

—¿Me recuerdas? —preguntó Misha. Él era muy joven para esconder


su odio con una charla educada.

El Darkling levantó una ceja. —¿Debería?

—Yo cuide de tu madre —dijo Misha—. Pero mi madre fue asesinada


por tus monstruos.

—Como la mía. Al final.

—Dicen que eres un Santo ahora —escupió Misha.

—¿Y tú que dices, muchacho?

—Digo que deberían dejarme matarte yo mismo.

—Muchos lo han intentado antes. ¿Crees que puedes lograrlo?

Mal colocó una mano sobre el hombre de Misha. —Déjalo, Misha.


Amenazarlo solo lo hace sentirse importante.
—¿Cómo te llamas ahora? —preguntó Alina—. ¿Cómo te llaman?

—Tengo miles de nombres. Podrías pensar que no debería importar.


Pero Yuri no me sienta en absoluto. —Él la miro—. Te ves diferente.

—Soy feliz. Nunca me viste de esa forma.

—Viviendo en la oscuridad.

—En paz. Escogimos la vida que queríamos.

—¿Es la vida que habrías escogido si no hubieras sacrificado tu poder?

—Yo no sacrifiqué mi poder. Me fue arrebatado porque fui presa de la


misma codicia que te condujo a ti. Y pagué el precio por manipular el
merzost. Igual que tú.

—Y ¿eso disminuye tu dolor?

—No. Pero cada niño que ayudo sana algo dentro de mí, cada
oportunidad que tengo de atender a alguien de los que quedaron como
consecuencia de tus guerras. Y tal vez cuando nuestro país sea libre,
entonces la herida cierre.

—Lo dudo. Deberías haber gobernadouna nación.

—Es increíble —dijo Mal, sentado en una silla y estirando sus piernas
—. Tú moriste. —Volteó su mirada a Alina—. Y tú fingiste morir. Pero
ambos lo retoman justo donde de lo dejaron. El mismo argumento, diferente
día.

Alina lo golpeó en la pierna. —Es muy maleducado hacer


observaciones correctas.

Los ojos grises del Darkling estudiaron a Mal con más interés del que
mostró antes.

—Entiendo que estamos relacionados por sangre.


Mal se encogió de hombros. —Todos tenemos parientes que no nos
gustan.

—¿Los tienes, huérfano?

La risa de Mal era real y sorprendentemente cálida. —Él lo dice como


un insulto. Estás oxidado, viejo.

—El cuchillo de Alina envuelto en mis sombras y tu sangre. —La voz


del Darkling era pensativa, como recordando su receta favorita—. Fue así
como casi me aniquilaron. Casi unos niños y fueron los que más se
acercaron a matarme.

—No lo suficientemente cerca —gruñó Misha.

—Tú nos arrastraste a este miserable lugar —dijo Alina—. ¿Qué es lo


que quieres ahora?

—Qué es lo que siempre he querido, crear un lugar seguro para los


Grisha.

—¿Crees que lo puedes manejar? —preguntó, haciendo eco de la burla


del Darkling hacia Misha—. No es como si no hubieras tenido mas de un
intento antes. Cientos de intentos.

—Si no soy yo, ¿entonces quién?

—Nikolai Lantsov, Zoya Nazyalensky.

—Dos monstruos, mas innaturales que cualquier cosa que Morozova o


yo hayamos creado.

Las cejas de Zoya se levantaron. Ser llamada monstruo por un monstruo


se sentía como una medalla de honor.

—Estoy segura que estoy hablando con un hombre muerto —dijo Alina
—. Así que quizás este no es el momento de lanzar piedras.
Los grilletes del Darkling sonaron. —Ellos son niños, apenas pueden
entenderse ellos mismos o este mundo. Yo soy…

—Sí, lo sabemos, eterno. Pero justo ahora, eres un hombre sin una pizca
de poder, sentando en una casa llena de fantasmas. Zoya ha estado luchando
por años para mantener a los Grisha a salvo. Reconstruyó el Segundo
Ejército desde los andrajos que dejaste atrás. Nikolai ha unificado el Primer
y Segundo ejército de una forma nunca antes vista en la historia de Ravka.
¿Y qué hay de las innovaciones de Genya Safin y David Kostyk?

Zoya revolvió su té, con miedo de mostrar lo mucho que significaban


las palabras de Alina para ella. Después de la guerra, había comenzado su
jornada como un miembro del Triunvirato de los escogidos por Alina,
plagada de dudas. Pensó que había nacido para liderar. Pero con el tiempo y
con las pruebas y los fracasos, la duda había crecido.

El Darkling lucía solo perplejo. —Si Ravka es tan fuerte, ¿Por qué
Fjerda esta atacando? ¿Por qué los lobos están en la puerta una vez más?
¿Realmente crees que estos cachorros pueden liderar una nación?

—Seguridad para los Grisha, una Ravka unida. ¿Qué tal si ellos son los
únicos que pueden darnos ese sueño? ¿Por qué tienes que ser tú? ¿Por qué
tienes que ser tú el salvador?

—Yo soy el hombre mas adecuado para el trabajo.

Pero había algo en la voz del Darkling que hizo a Zoya preguntarse si él
estaba tan seguro como lo había estado antes de tomar el té con una Santa.

Los hombros del Darkling se levantaron. —Siempre ha sido mas


sencillo verme a mí como el villano, lo sé. Pero por un momento, ¿puedes
imaginar que yo solo he tratado siempre de hacer lo que es mejor para mi
país y mi gente?

—Sí puedo —dijo Alina—. Por supuesto que puedo.

—¡No digas eso! —Misha gritó, con cara enrojecida—. ¡Él nunca se
preocupó por ninguno de nosotros!
—Dime que te arrepientes de algo de eso —dijo Alina suavemente—.
Cualquier cosa. —Su voz era gentil, persuasiva, esperanzada. Zoya conocía
esa esperanza. Cuando sigues a alguien, crees en alguien, no quieres creer
que has sido un tonto—. No es muy tarde para ti.

—No vine aquí para decir mentiras —dijo el Darkling.

Alina dejó salir un suspiro indignado, pero Zoya solo pudo negar su
cabeza.

—¿Realmente crees que esta es la vida a la que estás destinada? —


preguntó el Darkling—. ¿Sin poderes y patética? ¿Limpiando las narices de
niños que te olvidarán? ¿Contándoles historias antes de dormir que nunca
serán ciertas?

Pero esta vez Alina sonrió. Alcanzó la mano de Mal. —No carezco de
poder. Esas historias que nos dicen que las únicas personas que importan
son reyes y reinas están mal.

El Darkling se inclinó hacia adelante, pero de repente Zoya no estaba


viendo al Darkling en absoluto. Este era el esquelético Yuri, su cara
desesperada la miró fijamente, la voz temerosa de Yuri gritó. —Él va a…

El Darkling parecía haber caído hacia adelante, de rodillas. Se acercó y


se apoderó de las manos unidas de Alina y Mal. El samovar golpeó el piso.

Zoya se levantó, tumbando la silla hacia atrás, pero ya era muy tarde.

—¡No! —gritó Alina. Oncat siseó.

Las sombras fluyeron por el cuarto. Zoya no podía ver, no podía pelear.
Estaba perdida en la oscuridad.
15

NIKOLAI
Traducido por Pandita91

LA MAÑANA DE LA BODA, Nikolai se vistió con cuidado. «Zoya


debería estar aquí», pensó mientras se colocaba una ramita de jacinto azul
en la solapa. Este era un día trascendental, un punto de inflexión para
Ravka, la culminación de una cuidadosa planificación y un potencial
desastre diplomático. Pero ¿qué podría tener de bueno que Zoya estuviera
hoy con él? ¿Qué lo vería con su elegante ropa nueva?

Aun así no se sentía bien. Habían viajado juntos durante meses,


soportado dificultades, presenciado milagros. Ella se había convertido en su
confidente más cercana y en su consejera más confiable. Y él la envió lejos.
«No solo lejos, idiota.» Sino a una búsqueda imposible con su enemigo más
letal. Bueno, uno de ellos. A decir verdad, era difícil saber quién era el más
mortífero en estos días: los fjerdanos con sus máquinas de guerra y sus
prisioneros Grisha, los kerchanos con su armada sin igual y sus arcas sin
fondo, la plaga que devoraba lentamente el mundo, los shu que estaban
llegando a su puerta.

Los voladores de Nikolai habían seguido la trayectoria de la aeronave


de la reina Makhi desde la distancia, y había recibido la noticia de la llegada
del grupo. Atracaron en Poliznaya, donde descargaron caballos, carruajes y
un gran séquito de sirvientes, entre los que se encontraban doce Tavgharad
con uniformes negros. El general Pensky los había recibido vestido de
militar, y sus soldados los habían escoltado hasta Os Alta. Nikolai se había
asegurado de que las multitudes reunidas en las calles estuvieran vigiladas
por soldados del Primer Ejército y por los Cardios de los Grisha, preparados
para hacer caer los pulsos de cualquiera que quisiera crear problemas.
Aunque hacía varios años que no estaban en guerra con los shu, todavía
había mucho sentimiento anti-shu, y no quería que este día fuera más tenso
de lo que tenía que ser.

Tolya llamó a la puerta del camarote de Nikolai y se asomó. —Están en


las puertas. Estás haciendo barcos de nuevo. ¿Tan nervioso estás?

Nikolai miró el barquito de alambre que tenía en la mano. Era una vieja
costumbre de la infancia, que consistía en dar forma a pedazos de alambre
en animales u objetos.

—¿No te preocupa toda esta locura? —preguntó Nikolai.

—Sí —dijo Tolya con tristeza—. Pero es lo correcto. Lo sé.

—Santos, ¿llevas un kefta?

Tolya y Tamar solían preferir el traje verde oliva de los soldados del
Primer Ejército. Habían rechazado los atuendos del Segundo Ejército desde
sus primeros días en el Pequeño Palacio. Pero ahora Tolya iluminaba el
lugar con el rojo de los Cardios, con sus mangas llenas de bordados negros
y su largo pelo atado en la nuca.

—Hoy estaremos con los Grisha de Ravka —dijo Tolya.

Zoya lamentaría mucho haberse perdido esto.

Nikolai se miró por última vez en el espejo, con sus medallas fijadas en
el fajín azul pálido que le cruzaba el pecho. Tocó con los dedos la cinta de
terciopelo azul metida en el bolsillo.

—Vamos —dijo—. Cuanto antes empecemos este día, antes terminará.

—Es casi como si no te gustaran las bodas —dijo Tolya mientras salían
del palacio.

—Me gustan mucho las bodas, sobre todo la parte en la que puedo
empezar a beber. Me sorprende que tengan un kefta de tu talla.

—Los Fabricadores lo hicieron para mí. Tuvieron que coser dos juntos.
Bajaron las escaleras, donde la guardia real ya se había colocado frente
a los miembros restantes del Triunvirato Grisha. Las escaleras de piedra
blanca habían sido limpiadas de cualquier signo de la violencia que se había
ejercido allí hacía poco tiempo, y cada balaustrada y balcón había sido
engalanado con nubes de hortensia en el azul y verde pálido de Ravka y
Shu Han. Si tan solo fuera tan fácil unir dos países.

—¡Tolya! —exclamó Genya cuando se unieron a ella y a David en las


escaleras—. El rojo te sienta bien.

—No te acostumbres —refunfuñó Tolya, pero no pudo evitar acicalarse


como un pavo real fornido ante el cumplido.

Genya llevaba un kefta de oro brillante, su pelo rojo trenzado con finas
hebras de perlas de río, y el pelo de David había sido cortado correctamente
a diferencia de lo normal.

—Los dos están espléndidos —dijo Nikolai.

David tomó la mano de su mujer entre las suyas y le dio un beso en los
nudillos. Las mejillas de Genya se sonrojaron de placer. Nikolai sabía que
el gesto de David había sido aprendido. El Fabricador no era dado a las
demostraciones espontáneas de afecto, pero hacían feliz a su esposa, y a él
le encantaba verla feliz. David alargó la mano y frotó entre sus dedos un
trozo de su sedoso pelo rojo. Genya se sonrojó aún más.

—¿Qué estás haciendo? —susurró.

—Estudiando algo bello —dijo sin el menor atisbo de adulación, como


si realmente tratara de encontrar la fórmula de la mujer que tenía delante.

—Dejen de hacerse ojitos —dijo Nikolai, sin decirlo en serio. Se


merecían ser felices. Bastardos suertudos.

Un jinete apareció en el camino principal para decirles que los shu


habían llegado a las puertas de doble águila, y una columna de polvo de la
carretera anunció su presencia un momento después.
Los carruajes Shu eran de exquisito gusto, la laca negra brillaba con
tono verde a la luz del sol como el lomo de un escarabajo, sus puertas
llevaban las dos llaves cruzadas de la bandera shu estampadas en oro.

Las Tavgharad cabalgaban en procesión junto a los carruajes, con sus


caballos tan negros como sus uniformes y sus gorras colocadas en ángulo
agudo sobre sus cabezas. En estos mismos escalones, sus hermanas habían
muerto apenas unas semanas antes. Por orden de su reina. Y Nikolai sabía
que esas mujeres se prenderían fuego rápidamente si Makhi lo ordenaba.

La carroza principal se detuvo y salió la reina Makhi. Era alta y delgada,


y aunque tenía cierto parecido con la princesa Ehri, Makhi parecía la
perfecta ilustración de una reina hecha realidad: luminosos ojos marrón
caramelo, piel de bronce sin defectos, cabello negro que caía en ondas
lustrosas hasta su cintura. Vestía sedas de color verde hoja, con un dibujo de
halcones plateados que levantaban el vuelo desde el dobladillo, y una
corona de enormes piedras verdes que habrían avergonzado a la esmeralda
de Lantsov. Rápidamente la flanquearon dos ministros vestidos de verde
oscuro.

Las reinas Taban no tomaban maridos, sino que tenían múltiples


consortes masculinos, por lo que ningún hombre podía reclamar a ningún
niño como suyo ni hacer ninguna oferta por el trono. Makhi nunca se
casaría, pero sus hermanas sí. Por la alianza.

Nikolai hizo una profunda reverencia. —Reina Makhi, le damos la


bienvenida al Gran Palacio y esperamos que sea de su agrado.

La reina miró a su alrededor, con una leve mueca en los labios. Esta era
su primera oportunidad de insultar a su país.

—El trono celestial de los shu y portadora de la corona Taban los


saluda. Estamos muy agradecidos por su hospitalidad. —Al menos estaban
empezando bien.

Nikolai le ofreció su brazo. —Será un honor acompañarla a la capilla


real. O tal vez su grupo quiera descansar y tomar un refrigerio.
La reina miró a sus ministros, que permanecieron con cara de piedra.
Dio un breve suspiro y deslizó su mano en el pliegue del codo de Nikolai.
—Es mejor que este desagradable asunto termine rápidamente.

Nikolai la condujo por el camino, y como una gran ola de terciopelo,


seda y gemas brillantes su grupo se dirigió hacia la capilla real, que se
encontraba casi exactamente a mitad de camino entre el Gran Palacio y el
Pequeño Palacio.

—Se dice que la capilla fue construida en el lugar del primer altar
ravkano —dijo Nikolai—. Donde fue coronado el primer rey Lantsov.

—Fascinante —dijo ella, y luego añadió en voz baja—. ¿Son estos


comentarios sutiles estrictamente necesarios?

—No, pero me parece que ayudan a facilitar el camino cuando me


encuentro con una mujer que trató de urdir mi muerte y derrocar mi
gobierno.

La mano de Makhi se tensó ligeramente contra su brazo. —¿Dónde está


mi hermana? Me gustaría hablar con ella antes de la ceremonia.

Sin duda, pero no sucedería. Nikolai la ignoró.

La capilla había sido cuidadosamente restaurada tras el ataque de las


sombras del Darkling, y la artesanía de los Fabricadores se había asegurado
de que sus oscuras vigas y su cúpula dorada fueran aún más hermosas que
las anteriores. Todo el lugar olía a madera pulida e incienso dulce. Los
bancos estaban repletos de invitados vestidos con sus mejores galas: la
nobleza ravkana con sus abrigos y vestidos de moda, los Grisha con sus
keftas de colores brillantes.

—¿Quién llevará a cabo esta parodia de ceremonia? —preguntó Makhi,


mirando por el pasillo el retablo dorado de trece santos—. He oído que su
sacerdote está ocupado en otra parte. Que difícil pensar que mi hermana se
casará con un bastardo.
Parecía que el suministro de cortesía de Makhi se había agotado. —No
creí que las reinas Taban dieran mucha importancia a si un niño nacía fuera
del matrimonio.

Los ojos marrones de Makhi brillaron. —¿Has leído eso en un libro? El


matrimonio es una pretensión. Pero el linaje lo es todo.

—Gracias por explicar la distinción. Vladim Ozwal realizará la


ceremonia.

El joven sacerdote ya estaba de pie en el altar, vistiendo una larga


sotana marrón blasonada con un sol dorado. Era uno de los Soldados del
Sol que habían abandonado su servicio al Apparat para seguir a Alina
Starkov. Había luchado junto a la Santa del Sol en el Abismo y había
recibido sus poderes, y si la historia de Zoya era cierta, llevaba la huella de
la mano de la Invocadora del Sol como marca en el pecho. Cuando el
Apparat se había arrastrado hacia Fjerda, los sacerdotes de Ravka se habían
apresurado a nombrar un nuevo jefe de la iglesia que sirviera de consejero
espiritual al rey. Hubo candidatos más antiguos y experimentados, muchos
de los cuales eran poco más que compinches del Apparat. Pero al final, la
nueva guardia había ganado y Ozwal había sido elegido. Al parecer, era
difícil discutir con un hombre que llevaba las huellas de la Invocadora del
Sol grabadas en su propia carne.

—Apenas puedo ver —dijo la reina Makhi—. Deberíamos estar en la


parte delantera de la capilla.

—Todavía no —dijo Nikolai—. Es la tradición ravkana.

Adrik y Nadia se levantaron y se enfrentaron a los invitados, uno al lado


del otro con su kefta azul, sus puños bordados en plata de Impulsores, el
brazo de bronce de Adrik pulido hasta el máximo brillo. Comenzaron a
cantar en perfecta armonía. Era una vieja canción popular ravkana sobre el
primer pájaro de fuego y el hechicero que había intentado capturarlo.

David y Genya ya habían comenzado su lento camino hacia el altar.


Genya había elegido una cola extraordinariamente larga.
—¿Quiénes son estas personas? —preguntó Makhi—. ¿Dónde está mi
hermana?

—Son dos miembros del Triunvirato Grisha, David Kostyk y Genya


Safin.

—Sé quiénes son. ¿Qué están haciendo aquí? Marcharé al frente de esta
capilla y detendré todo este procedimiento si...

Nikolai apoyó una mano en la manga de seda de Makhi, y luego la


retiró ante su mirada.

—Ni pienses en poner una mano sobre mi cuerpo, de la reina más


sagrada Makhi Kir-Taban.

—Mis disculpas. De verdad. Pero creo que sería mejor no hacer una
escena.

—¿Crees que me importa hacer un espectáculo?

—No, pero deberías. No creo que quieras que toda esta gente sepa
dónde está tu hermana.

Makhi echó la cabeza hacia atrás, mirando por debajo de la nariz a


Nikolai. Se sintió menos victorioso que receloso. Esta reina era despiadada
y brillante y muy peligrosa cuando se la acorralaba. Pero debía acorralarla.

—David y Genya se casaron con poca pompa en un viaje bastante


apresurado a Ketterdam —dijo Nikolai—. Nunca tuvieron la oportunidad
de intercambiar sus votos en Ravka.

Pero ahora lo harían.

—Aquí, con el testimonio de nuestros santos y nuestros amigos —dijo


Genya—, pronuncio palabras tanto de amor como de deber. No es una tarea
sino un honor jurarte fe, prometerte amor, ofrecerte mi mano y mi corazón
en esta vida y en la siguiente. —Eran las palabras tradicionales ravkanas,
pronunciadas en las bodas de nobles y campesinos por igual.
Los votos de los Grisha eran muy diferentes.

—Somos soldados —recitó David, en voz baja y temblorosa. No estaba


acostumbrado a hablar frente a una multitud—. Marcharé contigo en
tiempos de guerra. Descansaré contigo en tiempos de paz. Seré siempre el
arma en tu mano, el luchador a tu lado, el amigo que espera tu regreso —Su
voz se hizo más fuerte y alta con cada palabra—. He visto tu rostro en el
corazón del mundo y no hay nadie más querida, Genya Safin, valiente e
inquebrantable. —El voto resonó en la capilla. El rostro de Genya brillaba,
como si esas palabras hubieran encendido alguna luz secreta.

Tolya, imponiéndose sobre los novios, colocó una corona de madera de


espino sobre la cabeza de David y luego otra sobre la de Genya, mientras
Vladim pronunciaba las bendiciones. A Nikolai le hubiera gustado
participar en la ceremonia, estar junto a sus amigos en este momento de
felicidad cuando había tanta incertidumbre ante ellos. Pero esta boda se
había construido en beneficio de la reina Makhi, y de ninguna manera se iba
a ir de su lado.

—Responderás a mis preguntas —siseó Makhi—. Nos trajeron aquí


para tu boda con mi maldita hermana.

—No recuerdo que la invitación dijera tal cosa.

Las mejillas de la reina Makhi estaban rojas de indignación. —Una


boda real. Decía una boda real.

—Y aquí estamos en la capilla real.

—¿Dónde está la princesa Ehri? ¿Está encarcelada? ¿Ya se ha celebrado


la boda?

—¿De qué me serviría una ceremonia discreta? ¿Y quién se maravillaría


de mi glorioso traje nuevo?

—¿Dónde está mi hermana? —susurró furiosa.


Vladim estaba terminando la ceremonia. David se inclinó hacia delante
para besar a Genya. Él sonrió, tomando ese mismo mechón de pelo rojizo
entre sus dedos. Los invitados estallaron en aplausos.

Ahora le tocaba hablar a Nikolai.

—Ella está en casa, Su Alteza. En Ahmrat Jen. En Shu Han.

Makhi parpadeó lentamente. —En casa —repitió—. En Shu Han.

—Sí —dijo Nikolai—. Ella y un regimiento de guardias Grisha y


soldados del Primer Ejército partieron en aeronave hace dos días junto a
Tamar Kir-Bataar.

—Tamar Kir-Bataar es una mestiza y una traidora.

—Los mestizos y los bastardos son buenos compañeros. También es una


de mis consejeras y amigas de mayor confianza, así que le pediré
respetuosamente que cuide su lengua. La princesa Ehri ya habrá aterrizado
y hablado con sus otros ministros.

—¿Mis... mis ministros? ¿Están locos?

—Les hablará del complot que urdiste para asesinarme y hacerla morir
con el fin de invadir Ravka y comenzar una guerra con Fjerda, una guerra
que tus súbditos no querrían sin una buena razón, como el asesinato de la
princesa Ehri Kir-Taban, amada por el pueblo. Debe ser irritante saber
cuánto adoran a tu hermana menor.

Makhi se rió, y Nikolai tuvo que admirar su aplomo. —¿Esperas que


Ehri logre eso? ¿La tímida, retraída y dulce Ehri? Se derrumbará ante el
interrogatorio. No es política, ni gobernante, y no hay manera de que pueda
persuadir...

—Está en compañía de Mayu Kir-Kaat.

La reina Makhi era demasiado política para mostrar su angustia. Sus


ojos se abrieron ligeramente.
—Sí —dijo Nikolai—. Tu asesina vive. Mayu Kir-Kaat corroborará la
historia de Ehri y explicará las instrucciones que enviaste a tus Tavgharad.

—Era una línea de poesía.

—Aunque tus ministros no conozcan sus versos, me imagino que tu


corte está llena de hombres y mujeres cultas que entenderán su significado,
igual que lo hicieron tus guardias, igual que Mayu.

Makhi resopló. —Que expongan su caso. Que lo griten al cielo. Yo soy


la reina, y eso no se puede cambiar ni alterar. Solo una reina Taban puede
nombrar a una reina de Taban.

Nikolai casi se sintió mal por el golpe que estaba a punto de dar. Pero
esto era por Ravka. Y por Isaak también.

—Muy cierto. Pero creo que tu abuela aún vive, cuidando sus rosales en
el Palacio de las Mil Estrellas. Siempre he querido verlo con mis propios
ojos. Todavía es una reina Taban y puede recuperar su corona con una sola
orden.

La multitud lanzó una segunda y fuerte aclamación, y David y Genya


comenzaron su viaje por el pasillo en una lluvia de flores de membrillo,
Tolya caminaba detrás de ellos con una enorme sonrisa en la cara y la cola
de Genya en sus manos.

Nikolai aplaudió con ganas, y luego vio cómo los ojos dorados de Tolya
se encontraban con la mirada furiosa de la reina Makhi. La sonrisa del
gigante se desvaneció. Había renunciado a su gemela para frustrar a Makhi,
y no parecía dispuesto a perdonar el sacrificio. Mientras pasaban a su lado,
susurró algo en shu que hizo que Makhi prácticamente gruñera.

Recuperó la compostura cuando salieron de la capilla detrás de la feliz


pareja. Rodeados de nuevo por sus guardias y seguidos por los
desconcertados ministros shu, Nikolai y Makhi se adentraron de nuevo en el
bosque por el camino que les llevaría al Gran Palacio. Nikolai se detuvo
allí, bajo los árboles. El cielo estaba de color gris oscuro. Parecía que iba a
nevar.
—¿Qué es lo que quieres? —inquirió la reina—. Mi hermana nunca ha
buscado la corona, y es incapaz de gobernar.

—Quiero un tratado, sellando la paz entre Shu Han y Ravka y


acordando la frontera actual en Dva Stolba. Cualquier acto de guerra contra
Ravka será considerado un acto de guerra contra los shu también. Y tú
garantizarás los derechos de todos los Grisha.

—¿Los derechos de...?

Zoya y Tamar habían trabajado en la redacción del tratado.

—Cerrarás tus bases secretas donde se está drogando a los Grisha hasta
la muerte para crear soldados khergud. Detendrás el reclutamiento de
personas inocentes en estos programas. Garantizarás los derechos de los
Grisha entre tus ciudadanos.

—Los khergud son un mito, propaganda anti-shu. Si...

—No estamos negociando, Su Alteza.

—Podría matarte donde estás. Tus guardias no son rivales para mis
Tavgharad.

—¿Estás tan segura de eso? —dijo Tolya, acercándose a ellos—. Mi


padre entrenó una vez a las Tavgharad. También me enseñó a mí.

—Sin duda, sería una recepción muy animada —dijo Nikolai.

Los labios de la reina Makhi se curvaron en una mueca. —Sé bien quién
era tu padre, Tolya Yul-Bataar. Parece que la traición está en tu sangre.

La voz de Tolya era de acero forjado, con el filo afilado por años de ira.
—Mayu Kir-Kaat y su hermano volverán a estar juntos. No volverás a
separar a los kebben.

—¿Te atreves a dar órdenes a una reina Taban?


—No tengo reina, ni rey, ni país —dijo Tolya—. Sólo he tenido lo que
creo.

—Reina Makhi —dijo Nikolai en voz baja—, por favor, comprendo que
utilizará toda su considerable astucia para maniobrar y volver al poder tan
pronto como regrese. Pero la información que han reunido las fuentes de
Tamar, el testimonio de Mayu y la tremenda popularidad de la princesa Ehri
no se podrán negar fácilmente. No le corresponde a Ravka decidir quién
debe gobernar Shu Han, y tú misma has dicho que Ehri no quiere la corona.
Pero si no acatas los términos de nuestro tratado, ella tendrá el apoyo que
necesita para tomarla.

—Habrá una guerra civil.

—Sé lo que eso puede hacer a un país, pero tienes el poder de evitarlo.
Firma el tratado. Cierran los laboratorios. Es así de simple. Ya no toleraré
que mis Grisha sean cazados, y seremos vecinos amistosos, si no amigos.

—Ehri sería una mejor reina marioneta para Ravka que yo.

—Lo sería. Pero no deseo ser un titiritero. Ya es bastante difícil


gobernar un solo país, y un Shu Han fuerte aliado con Ravka es el mejor
impedimento posible para las ambiciones de Fjerda.

—Lo consideraré.

—Eso no es un acuerdo —dijo Tolya.

—Es un comienzo —dijo Nikolai—. Cena con nosotros. Haznos ese


honor. Luego veremos el tratado.

Makhi resopló. —Espero que su chef sea más hábil que sus arquitectos.

—Y espero que disfrutes del aspic.

La mirada de Nikolai se encontró con la de Tolya mientras seguían a


Makhi de vuelta al palacio. Tolya había arriesgado la vida de su hermana
para llevar a cabo esta misión. Nadia había renunciado a la presencia de su
esposa en tiempos de guerra. Tamar, Mayu y Ehri habían arriesgado sus
vidas por la oportunidad de forjar finalmente una alianza con los shu y
cambiar el mundo para siempre para los Grisha. Era un salto de fe salvaje,
audaz, pero habían acordado que estaban dispuestos a correr el riesgo por
una oportunidad de un futuro diferente.

—No sé cuándo podré volver a ver a mi hermana —dijo Tolya mientras


caminaban hacia el lugar de la cena—. Es una sensación extraña.

—No hay nadie más a quien le hubiera confiado un reto así. Pero yo
también siento su ausencia. Ahora dime lo que le susurraste a la reina
Makhi en la capilla.

—Deberías aprender a hablar shu.

—Estaba pensando en aprender suli.

De repente, el demonio que había dentro de Nikolai aulló, levantándose


como una bestia salvaje, luchando por liberarse. Nikolai vislumbró un
vestíbulo vacío, un samovar volcado, el rostro atónito de una mujer: Alina.
Todo se desvaneció en una nube de oscuridad. Nikolai se obligó a respirar y
tiró con fuerza de la correa que lo ataba a él y al demonio desde la
obisbaya. Sintió sus pies en las botas, vio las ramas sobre su cabeza,
escuchó el reconfortante murmullo de la charla de los invitados a la boda.

—¿Qué pasa? —dijo Tolya, poniendo una mano firme en el codo de


Nikolai.

—No estoy seguro —Nikolai respiró de nuevo, sintiendo que el


demonio se quebraba y chirriaba al extremo de su atadura Todo lo que
necesitaba era que el monstruo escapara delante de la mitad de la nobleza
de Ravka y de los shu—. ¿Tenemos alguna noticia de Zoya?

—Todavía no.

¿Lo que había visto era real o imaginario? ¿Estaba Zoya en problemas?
—Ya deberían haber terminado en el sanatorio. Enviemos jinetes para
interceptarlos y prestar apoyo. Por si acaso.
—¿En caso de qué?

—Bandidos. Brigadistas. Un mal caso de fiebre del heno —«En caso de


que haya enviado a mi general a una emboscada»—. ¿Pero qué le dijiste a
la reina?

—Es una línea de “La Canción del Ciervo” de Ni Yul-Mahn.

Ahora Nikolai entendía la reacción de la reina. —¿El poema que Makhi


utilizó para ordenar la muerte de Ehri y sus Tavgharad?

—Así es —dijo Tolya. Sus ojos brillaban como monedas en los últimos
rayos de sol de la tarde—. Que los sabuesos den caza. No temo a la muerte,
porque yo la ordeno.
16

NINA
Traducido por Brig20

DOS DÍAS DESPUÉS DE LA TERTULIA donde habían conocido a


Demidov, Nina y Hanne estaban vestidas para la cacería real, Hanne con
lana verde oscuro forrada en piel dorada y Nina en gris pizarra. Pero se
aseguraron de dejar sus abrigos gruesos en casa.

Tomaron el camino más largo hasta el puente de cristal para que Nina
pudiera atravesar los jardines, bordeando la columnata donde una vez
estuvo el fresno sagrado de Djel, ahora reemplazado por una copia de
piedra, con sus ramas blancas extendidas sobre el patio en un amplio dosel.
Nunca florecería.

—Enke Jandersdat —dijo el jardinero cuando la vio—. Tengo esa


destilación de rosas que pediste.

—¡Qué amable eres! —exclamó Nina, tomando la pequeña botella de


él, junto con un segundo vial más pequeño escondido detrás de él. Ella
deslizó ambos en su bolsillo.

El jardinero sonrió y volvió a podar los setos, un tatuaje de un árbol


espinoso apenas visible en su muñeca izquierda, un emblema secreto de
Sankto Feliks.

Un mozo esperaba fuera del muralla circular con dos caballos. Nina y
Hanne se sentían incómodas montando de lado, pero Hanne era una atleta
demasiado buena para ser frustrada. Además, en realidad no iban a montar,
solo viajar al campamento real para reunirse con el príncipe Rasmus y Joran
en las tiendas erigidas para la caza.

La carpa principal era tan grande como una catedral, cubierta con sedas
y calentada por carbones colocados en braseros de plata colgados de
trípodes. La comida y la bebida se habían dispuesto en largas mesas a un
lado, y en el otro, los nobles charlaban en cómodas sillas llenas de pieles y
mantas.

El príncipe iba vestido para montar con calzones y botas, su abrigo de


terciopelo azul forrado de piel.

—¿Se unirá a la cacería hoy, Su Majestad? —Hanne preguntó mientras


se sentaban en bancos bajos cerca de las brasas humeantes.

—Lo haré —dijo Rasmus con entusiasmo—. No tengo muchas


posibilidades, pero me las arreglaré. Este es el único evento de Corazón de
Madera que todos disfrutan.

—Dudo que al ciervo le guste —dijo Hanne.

—¿No te gusta ver a tus hombres ir a matar bestias salvajes?

—No por deporte.

—Debemos disfrutar de nuestro disfrute mientras podamos. Pronto


estaremos en guerra y no tendremos nada para divertirnos más que la
matanza de ravkanos.

Hanne se encontró con la mirada de Nina y preguntó: —¿No estamos


aún en conversaciones con Ravka?

—A tu padre no le gusta mucho hablar. Si se saliera con la suya, creo


que estaríamos en guerra para siempre.

—Seguramente no para siempre —dijo Nina.

—¿De qué sirve un comandante militar sin una guerra que luchar?
Rasmus no era tonto.

—Pero no depende de Jarl Brum elegir por Fjerda —dijo Nina—. Ese es
el papel del rey. Esa elección es suya.

Rasmus guardó silencio mientras miraba a los caballos que se reunían


más allá de la entrada de la tienda.

—¿Qué elegirías? —preguntó suavemente Hanne.

La sonrisa del príncipe se parecía más a una mueca. —Los hombres


como yo no estamos preparados para la guerra.

Pero eso no era del todo cierto. Ya no. Rasmus nunca sería alto entre los
fjerdanos, pero ahora que estaba erguido, podía mirar a Hanne directamente
a los ojos. Había perdido la sombría palidez que lo había hecho parecer un
cadáver abandonado en el frío, y era robusto, aunque no fuerte.

—Hay más en la vida que la guerra —ofreció Nina.

—No en la línea Grimjer. El trono de Fjerda pertenece a aquellos lo


suficientemente fuertes como para apoderarse de él y conservarlo. Y no se
puede negar que los Grisha son una amenaza y siempre lo serán hasta que
los de su especie sean erradicados.

—¿Y qué hay de la gente que piensa que los Grisha son santos? —
preguntó Joran con expresión preocupada. Nina se sorprendió. El
guardaespaldas rara vez se unía a sus conversaciones.

El príncipe Rasmus hizo un gesto con la mano. —Una moda pasajera.


Algunos radicales.

«Ya lo veremos.» Había veneno en el corazón de Fjerda. Nina iba a


cambiar su química.

Vio a la reina Agathe y su cortejo al otro lado de la tienda. No había


forma de que a Nina se le permitiera acercarse lo suficiente para hablar con
ella, pero no creía que tuviera que ser ella quien se acercara.
Ella captó la mirada de Hanne, y Hanne dijo: —Mila, ¿podrías traernos
algunas cintas para trenzar y algo de fresno? Le haremos un amuleto para
que lo use en la caza, príncipe Rasmus. Un lobo Grimjer para alguien que
está hecho para la guerra, pero elige no librarla.

—Qué cosa tan sentimental más extraña eres —dijo Rasmus, pero no
protestó.

Nina se levantó y se acercó lentamente a la mesa de cintas y ramas de


fresno, asegurándose de que Agathe la viera.

—Deseo hacer un amuleto —escuchó decir a la reina, luego—. No,


seleccionaré los materiales yo misma.

Un momento después, la reina Agathe estaba a su lado.

—Mi hijo se hace más fuerte cada día —susurró.

—Esa es la voluntad de Djel —dijo Nina—. Por ahora.

La mano de la reina se detuvo sobre un carrete de cinta roja. —¿Por


ahora?

—Al Manantial no le gusta esta charla de guerra.

—¿Qué quieres decir? Djel es un guerrero. Como el agua, conquista


todo a su paso.

—¿Ha dicho sus oraciones?

—¡Cada día! —gritó la reina, elevando la voz peligrosamente. Ella se


contuvo—. Todas las noches —susurró—. He usado mis vestidos sencillos,
arrodillada en el piso de la capilla.

—Le reza a Djel —dijo Nina.

—Por supuesto.
Nina dio un salto, un salto que podría terminar con su cuerpo roto por la
caída. O su visión podría volar. —Pero ¿qué hay de sus hijos? —murmuró,
y, con los brazos llenos de cintas y ramas de fresno, se apresuró a regresar
con Hanne y el príncipe.

Sonó un cuerno: el llamado a la caza. Rasmus se levantó y se puso los


guantes. —No tendrás tiempo para hacerme un amuleto —dijo—. Los
jinetes están listos.

—Entonces solo podemos desearle buena suerte —dijo Nina mientras


ella y Hanne hacían una reverencia.

Rasmus y Joran salieron de la tienda, y Nina y Hanne los siguieron para


despedirlos. Pero antes de que llegaran al grupo de jinetes, sonó la voz de la
reina. —Quiero tenerte conmigo para ver la caza, Rasmus.

Ella se paró en el estrado que se había erigido para ese propósito. Su


hijo menor estaba allí, junto con sus damas de honor.

Se hizo un silencio en el campamento. Alguien se rió disimuladamente.


Brum y Redvin estaban con los jinetes. Nina pudo ver el desprecio en sus
caras.

—Sí —se rió alguien en voz baja—. Ve a sentarte con los niños y las
mujeres.

¿Entendió la reina el insulto que le estaba infligiendo a su hijo? «No —


pensó Nina con sentimiento de culpa— tiene demasiado miedo por él.»
Probablemente porque Nina le había recordado la mortalidad de su hijo.

Rasmus se quedó clavado en el suelo, incapaz de rechazar a la reina,


pero sabiendo el golpe que recibiría su reputación.

—Su seguridad es nuestra máxima prioridad —dijo Brum, con una


sonrisa en los labios.

Rasmus estaba atrapado. Hizo una reverencia corta y afilada. —Por


supuesto. Me uniré a ti momentáneamente, madre.
Se dirigió a una de las tiendas más pequeñas con Joran a remolque.
Vacilantes, Hanne y Nina lo siguieron.

La tienda estaba llena de monturas, fustas y otras tachuelas, y el aire


olía dulcemente a cuero. Rasmus estaba de espaldas a ellos.

—Parece que no tenía motivos para ponerme mi ropa de montar hoy —


dijo sin mirarlos—. Podría haber usado seda y encaje como las damas.

—Podríamos volver al palacio —sugirió Hanne.

—No, no podemos. Mi madre ha solicitado mi presencia y la tendrá.


Además, no se me puede ver salir corriendo. ¿Sigues pensando que seré yo
quien elija el camino de Fjerda?

—Es solo el amor lo que la hace actuar así —dijo Hanne—. Ella tiene
miedo...

—Hanne siente lástima por mí. —El príncipe Rasmus se volteó—. Tú


también, ¿no es así, Mila? Pero Joran no lo hace. Joran no siente nada.
Probémoslo. Ven aquí, Joran.

—¿Alguien tiene hambre? —dijo Hanne nerviosamente—. Quizá


podríamos pedir comida.

—Podría comer —dijo Nina.

Joran no parecía nervioso cuando se acercó al príncipe. Si había alguna


expresión en su rostro deliberadamente inexpresivo, era de resignación.
«Sea lo que sea, ha pasado antes» se dio cuenta Nina.

—¿Sientes algo, Joran? —preguntó el príncipe.

—Sí, Su Alteza.

—¿Cómo qué?

—Orgullo —dijo Joran—. Arrepentimiento.


—¿Dolor?

—Por supuesto.

—Pero no lo demuestras.

Antes de que el guardia pudiera responder, el príncipe levantó una fusta


y golpeó a Joran con fuerza en la cara, el sonido fue como el de una rama al
romperse en una mañana fría.

La conmoción reverberó a través de Nina como si el golpe le hubiera


dado en la mejilla.

Hanne se lanzó hacia adelante. —¡Su Alteza!

Pero el príncipe la ignoró. Su mirada estaba fija en Joran, como si el


joven guardia fuera la cosa más fascinante que había visto en su vida.
Recogió la fusta.

—¡No lo haga! —gritó Nina.

El príncipe volvió a golpear a Joran.

Joran no se inmutó, pero Nina pudo ver dos furiosos verdugones rojos
en la mejilla del guardia.

—¿Duele? —preguntó el príncipe. Su voz era ansiosa, como quien mira


a un amigo tragarse una cucharada de natillas y pregunta: ¿Está bueno?

Joran sostuvo la mirada del príncipe. —Así es.

El príncipe extendió la fusta. —Pégame, Joran.

Joran no hizo nada. No se resistiría, no detendría al príncipe, porque era


su deber sagrado servir a Rasmus, porque golpear a un príncipe era una
sentencia de muerte. Rasmus había sido sarcástico, petulante, incluso
rencoroso; pero esto era algo profundo y feo. Era el veneno de Fjerda en sus
venas.
La fusta soltó un zumbido cuando volvió a atravesar el aire y luego
chocó contra la mejilla de Joran.

—Ve a buscar a tu padre —le susurró Nina a Hanne—. Apúrate.

Hanne salió disparada de la tienda, pero Rasmus no pareció darse


cuenta.

—Pégame —exigió el príncipe. Se rió, un sonido alegre y brillante—.


Él quiere, Dios, cómo quiere. Ahora Joran siente algo. Siente rabia. ¿No es
así, Joran?

—No, Su Alteza.

Pero había ira en los ojos de Joran; vergüenza también. El príncipe


Rasmus había hecho el intercambio. Había cambiado su humillación por la
de Joran. La mejilla del guardia estaba sangrando.

¿Era este el príncipe heredero en realidad? Ella había pensado que era
un niño enfermizo y de buen corazón. Malditos fueran todos los santos, tal
vez ella hubiera querido creer que él era como Matthias. Otro chico
brutalizado por las tradiciones de Fjerda y el odio de Brum. Pero Matthias
nunca había sido cruel. Nada había podido corromper el honor en su
poderoso corazón.

—Viene Brum —dijo Nina en voz baja. No podía permitirse el lujo de


comprometer su tapadera, pero no podía dejar que esto continuara—. No
querrá que lo encuentre con una fusta en la mano.

La mirada de Rasmus era especulativa, como si se preguntara qué


pasaría si Brum se enfrentaba a él. Joran era de los drüskelle de Brum. Pero
Rasmus era un príncipe.

Entonces fue como si se hubiera roto un hechizo. Se encogió de


hombros y tiró la fusta a un lado. —Me voy a unir a mi madre. Límpiate —
le dijo a Joran.
Pasó junto a Nina como si nada hubiera pasado. —Dile a Hanne que
espero verla en el baile más tarde.

—Joran —comenzó Nina cuando el príncipe se hubo marchado.

Sacó un pañuelo y se lo apretó contra la mejilla. —No dejes que el


comandante Brum me vea de esta manera —dijo.

—Pero...

—Solo le causará problemas al comandante. A todo el mundo. Estaré


bien. Por favor.

Se mantuvo sereno, un soldado, pero sus ojos azules suplicaban.

—Está bien —dijo.

Ella le dio la espalda y salió de la tienda, escudriñando a la multitud.


Vio a Hanne hablando con Brum.

Nina corrió a su lado y escuchó a Brum decir: —Debes decirme qué te


ha molestado. Me necesitan en...

—Papá, por favor, si tan solo vienes conmigo.

—Está bien —dijo Nina, sonriendo—. Todo está bien. —Tanto Hanne
como Brum parecían desconcertados—. Yo... me sentía mal, pero ahora
estoy tan bien como la lluvia.

—¿Eso es todo? —preguntó Brum.

—Sí, y yo... —Este no era el enfoque que pretendía hacer, pero no había
nada que hacer más que seguir adelante—. ¿Tenía la esperanza de que
pudiera traer a sus lobos a cazar?

—¿Los isenulf? No están hechos para actividades tan tontas. Quizá si


estuviéramos cazando zorros.

El hombre realmente no podía resistir un golpe al rey ravkano.


—Oh, papá —dijo Hanne—. Mila está muy decepcionada y hace mucho
más frío aquí de lo que esperábamos. ¿No puedes hacer que uno de tus
soldados nos lleve de regreso a las perreras?

—Hanne, deberías haberte vestido para el clima.

—Te dije que Mila necesitaba una capa nueva, ¿no es así?

—Estoy b-bien —dijo Nina, ofreciendo una sonrisa valiente y


temblorosa mientras se estremecía.

—Chicas tontas —dijo Brum, su mirada se detuvo en Nina de una


manera que hizo que su estómago se revolviera—. Las llevaré de regreso yo
mismo.

Hanne se puso rígida. —¿No será percibido como un insulto a la caza


del príncipe?

—El príncipe no está montando. ¿Por qué debería yo?

Así que quería insultar a la corona. Ver al príncipe avergonzado por su


madre lo había envalentonado.

Nina trató de concentrarse mientras ella y Hanne seguían a Brum de


regreso a la muralla circular. ¿Era Rasmus una causa perdida? Había
pensado que curar al príncipe era algo bueno, que a un Rasmus fuerte le
resultaría más fácil oponerse al impulso de Fjerda hacia la guerra. Quería
creer que aún podría ser el caso. Tenía que haber una alternativa a la
violencia de Brum. Pero no podía dejar de ver las marcas rojas en la mejilla
de Joran, la ferocidad en sus ojos. Allí había rabia, vergüenza y algo más.
Nina no sabía qué.

«Mantén tu cabeza despejada, Zenik» se dijo a sí misma. Tendría una


oportunidad de encontrar las cartas en la oficina de Brum, y necesitaría su
ingenio para aprovechar al máximo esta oportunidad.

Hacía aún más frío a la sombra de la muralla, y Nina no tuvo que fingir
que temblaba cuando se acercaron a la puerta de los drüskelle. Nunca antes
había estado en la base de las paredes de la Corte de Hielo. Una vez la
habían traído encapuchada como prisionera y se había ido por el río
subterráneo; casi ahogándose en el proceso. Miró hacia arriba y vio a
hombres armados que custodiaban la enorme puerta de rastrillo. Podía oír a
los lobos en sus perreras, sus aullidos alzándose. Quizá eran como esos
soldados shu diseñados para olfatear a Grisha. Quizás sabían que ella
vendría.

«Has estado viviendo bajo el techo del cazabrujos más famoso del país
durante meses», se recordó a sí misma. Pero esto se sentía diferente, como
si estuviera entrando voluntariamente en una celda y solo pudiera culparse a
sí misma cuando la puerta se cerrara de golpe detrás de ella.

Pasaron por debajo del arco colosal y entraron en el patio bordeado de


perreras.

—Tigen, tigen —canturreó Brum mientras se acercaba a las jaulas de la


derecha, donde el más grande de los lobos blancos saltaba y mordía el aire.
Lobos entrenados para luchar junto a sus amos, para ayudarlos a cazar a
Grisha. Los animales no se dieron cuenta de las palabras tranquilizadoras de
Brum, gruñendo y gruñendo, presionando contra las alambradas—. Puedes
oler la caza, ¿eh, Devjer? No tengas miedo, Mila —dijo riendo—. No
pueden atraparte.

Pensó en Trassel, el lobo de Matthias, con su ojo lleno de cicatrices y


sus enormes mandíbulas. Él le había salvado la vida y ella lo había ayudado
a encontrar a su manada.

Dio un paso hacia las vallas, luego otro. Uno de los lobos comenzó a
gemir y luego los animales se quedaron en silencio, volviéndose sobre la
panza, apoyando la cabeza en las patas.

—Extraño —dijo Brum, frunciendo el ceño—. Nunca los había visto


hacer eso antes.

—No deben estar acostumbrados a tener mujeres aquí —dijo Hanne


apresuradamente, pero sus ojos se sorprendieron.
«¿Me reconocen? —Nina se preguntó mientras los lobos gemían
suavemente— ¿Saben que Trassel me cuidó? ¿Sabes que camino con la
muerte?»

Brum se arrodilló junto a las jaulas. —Aun así...

Comenzó a sonar una alarma, un sonido agudo y entrecortado que


sacudió el aire.

Un grito vino de la caseta de vigilancia. —¡Comandante Brum!


¡Protocolo rojo!

—¿Dónde se activó? —preguntó Brum.

—Sector penitenciario.

Brecha sectorial. Y justo a tiempo. La noche en que tramó sus planes


con Hanne, arrojó un puñado de sales especiales al fuego, para que enviaran
una ráfaga de humo rojo al cielo sobre la pista de hielo, una señal para el
vigía de los Hringsa. apostado cerca. La red no había podido conseguir
meter a un sirviente en las habitaciones de Brum, pero Nina pudo pasar
información a uno de los jardineros, que había servido como mensajero e
informante. Necesitaba una distracción, una grande, justo después de las
diez campanadas. Habían cumplido, pero no podía estar segura de cuánto
tiempo tenía.

Los hombres de Brum se alinearon detrás de él, rifles en mano, garrotes


y látigos listos —Quédate aquí —le dijo a Hanne—. Los guardias
permanecerán apostados en la muralla circular.

—¿Que está sucediendo? —gritó Nina.

—Hay algún tipo de disturbio. Lo más probable es que no sea nada.


Volveré en poco tiempo.

Nina se obligó a que se le llenaran los ojos de lágrimas. —¡No puede


dejarnos aquí!
—Cálmate —le espetó Brum. Nina se estremeció y se tapó la boca con
la mano, pero sintió ganas de reír. Jarl Brum, el gran protector. Pero solo le
gustaban sus mujeres débiles y llorosas cuando le convenía. El sector de la
prisión había sido violado antes y Jarl Brum se había convertido en un
tonto. No tenía la intención de permitir que eso sucediera de nuevo.

—No puedes dejarnos indefensas —dijo Hanne—. Dame una pistola.

Brum vaciló. —Hanne ...

—Puedes respetar el decoro o poner un arma en mi mano y dejar que


me defienda.

—¿Sabes siquiera cómo usar un revólver?

Con mano segura, Hanne hizo girar el cañón para asegurarse de que
estuviera cargado. —Me enseñaste bien.

—Hace años de eso.

—No lo olvidé.

La expresión de Brum era preocupada, pero todo lo que dijo fue: —Ten
cuidado. —Él y sus hombres desaparecieron por la puerta.

Dos guardias permanecieron en las almenas, pero su atención se volvió


hacia afuera, con los rifles levantados y apuntando a quienquiera que
intentara atravesar la muralla circular.

—Ve —dijo Hanne. —Pero date prisa.

Nina se apresuró a cruzar el patio pasando por las perreras y los lobos,
que la miraban en silencio a pesar de la conmoción. Nunca se había
arrepentido más de sus pesadas faldas. «Tal vez por eso a los fjerdanos les
gusta que sus mujeres estén sumergidas en lana —pensó mientras se
deslizaba dentro del edificio que Hanne había marcado en su mapa del
sector— Para que no puedan escapar demasiado rápido.»
Trató de mantener el mapa de Hanne en su cabeza mientras aceleraba
por un largo pasillo. Vislumbró un enorme comedor a la derecha, debajo de
un tragaluz en forma de pirámide. Había largas mesas de comedor y un
inmenso tapiz colgado de la pared del fondo, tejido en azul, rojo y morado.
Sus pasos vacilaron cuando su mente se puso al día con lo que había visto.
Ese tapiz que cubría casi la totalidad de la pared—estaba hecho de trozos de
kefta. Azul para Etherealki, un poco de púrpura para Materialki, y fila tras
fila de rojo para Corporalki, su orden. La orden de los vivos y los muertos.
Eran trofeos tomados de Grisha caídos. Nina se sintió enferma. Quería
prenderle fuego a la maldita cosa. En cambio, hizo a un lado su ira e hizo
que sus pies se movieran. Llegaría la venganza, retribución para Brum y sus
secuaces. Pero no hasta que ella cumpliera con esta misión.

Subió las escaleras —los postes de la galería coronados por lobos


gruñendo— luego bajó por otro pasillo lúgubre. Contó las puertas: la
tercera a la izquierda. Esta debería ser la oficina de Jarl Brum. Agarró la
manija de la puerta y metió la llave que había sacado del llavero de Brum
esa mañana.

Nina se apresuró a entrar. Era una habitación elegante, aunque sin


ventanas. La repisa de la chimenea estaba repleta de medallas, premios y
recuerdos que hicieron que el corazón de Nina doliera—cartuchos de bala
gastados, lo que podría haber sido la mandíbula de un niño, una daga con el
nombre de una mujer grabado en el mango en ravkano: Sofiya Baranova.

«¿Quién eras? —se preguntó Nina— ¿Sobreviviste?»

Un mosquete anticuado colgaba sobre la chimenea junto a uno de los


látigos que Brum había innovado para capturar a los Grisha.

Se obligó a concentrarse en el escritorio de Brum. Los cajones y los


armarios no estaban cerrados. No tenían ninguna razón para estarlo; este era
el lugar más seguro y protegido de la pista de hielo. Pero Nina no sabía por
dónde empezar a buscar las cartas de la reina Tatiana. Revisó los horarios y
los manifiestos de los barcos, y dejó a un lado archivos completos de lo que
parecían transcripciones de prueba. Había mensajes codificados que no
sabía descifrar, así como planos detallados de la base militar de Poliznaya y
un plano de la ciudad de Os Alta. Había marcas en ambos que ella no podía
entender. Tocó brevemente con el dedo los cuadrados etiquetados como el
Pequeño Palacio, los terrenos, la escuela. Hogar. «Muévete, Zenik.»

Pero las cartas no estaban en el escritorio. Entonces, ¿dónde estaban?


Miró detrás del retrato de un hombre rubio con una armadura anticuada:
Audun Elling, sospechaba, el fundador de los drüskelle. Luego palpó a lo
largo de las paredes, golpeando suavemente, obligándose a reducir la
velocidad, a ser minuciosa. El Reloj Mayor hizo sonar el cuarto de
campana. Había estado allí casi quince minutos. ¿Cuánto tiempo más le
quedaba antes de que Brum regresara o los guardias se dieran cuenta de que
Hanne estaba sola?

Golpeó suavemente la pared junto a la repisa de la chimenea—allí, un


golpe sordo. Pasó los dedos por los paneles, buscando alguna ranura o
hendidura, presionando con cuidado. Un sombrero de piel colgaba de un
gancho justo por encima del nivel de los ojos. Ella tiró suavemente de él. El
panel se deslizó hacia la derecha. Una caja fuerte. Las cartas debían estar
adentro. Definitivamente no era una ladrona de cajas fuertes y no se había
molestado en estudiar el arte mientras estaba en Ketterdam. Pero había
anticipado que las cartas podrían estar guardadas bajo llave. Sacó el frasco
de loción del bolsillo de su abrigo, lo abrió y vertió unas gotas del segundo
frasco que le había entregado el jardinero. «No más de tres gotas —susurró
— o también atravesará las paredes de la caja fuerte». Y Nina no quería
que hubiera ningún daño visible. Cuando terminara, todo lo que quedaría
era el aroma de rosas.

Sacó un delgado tubo de goma de su bolsillo y colocó un extremo sobre


la boquilla de la botella, luego movió el otro extremo a través del estrecho
espacio entre la puerta de la caja fuerte y la pared. Bombeó el aplicador
unido a la botella, forzando el aire a través del tubo, escuchando
atentamente. Un leve silbido vino de detrás de la puerta de la caja fuerte.
Los tesoros que había dentro se estaban desintegrando lentamente.

Un sonido repentino la hizo quedarse quieta. Esperó.

Vino de nuevo—un gemido bajo. «Oh santos, ¿ahora qué?» ¿Había un


drüskelle dormitando en la habitación de al lado? ¿O estaba esperando algo
peor? ¿Brum había traído a un Grisha aquí para torturarlo e interrogarlo?
Sacó el tubo y se guardó todo el artilugio en el bolsillo. Era hora de salir
de aquí.

Debería bajar corriendo las escaleras, volver al patio, volver con Hanne.
¿Pero no había dicho Hanne que era su trabajo dejarse llevar?

Nina se llevó un dardo de hueso a la mano, sintiéndolo vibrar allí,


esperando solo su orden para encontrar un objetivo. Lentamente, abrió la
puerta.

Era una celda. No uno de los nuevos recintos modernos construidos


para contener y controlar a Grisha, sino una celda para un hombre común.
Excepto que el hombre que agarraba las barras de hierro no parecía
ordinario. Se parecía al rey Nikolai.

Su cabello era dorado, aunque veteado de gris, su barba estaba


descuidada. Su ropa fina estaba arrugada y manchada. Lo habían
amordazado y encadenado a los barrotes de la celda para darle un rango de
movimiento limitado. En la pequeña celda no había nada más que un catre y
un orinal.

Nina lo miró fijamente y el hombre la miró con ojos frenéticos. Ella


sabía quién era.

—¿Magnus Opjer? —susurró.

Él asintió con la cabeza. Magnus Opjer. El magnate naviero de Fjerda


que supuestamente era el verdadero padre de Nikolai. Jarl Brum lo encerró
en una celda. ¿Lo sabía el príncipe Rasmus? ¿Alguien más que los drüskelle
lo sabía?

Sacó la mordaza de la boca del prisionero.

—Por favor —dijo Opjer con voz entrecortada—. Por favor, ayúdame.

La mente de Nina estaba zumbando. —¿Por qué le tienen aquí?

—Me secuestraron de mi casa. Soy su seguro. Me necesitan para


autenticar las cartas.
Las cartas de la reina Tatiana que ponían en duda la ascendencia del rey
Nikolai.

—¿Pero por qué le mantendrían prisionero?

—Porque no iba a hablar públicamente contra mi hijo o Tatiana. No


respondería por las cartas. ¡Por favor, sea quien sea, debe liberarme!

«Mi hijo». Así que Nikolai Lantsov era realmente un bastardo. Nina
Zenik se dio cuenta de que no le importaba.

El Reloj Mayor dio la media hora. Tenía que salir de allí. Pero, ¿cómo
se suponía que iba a llevarse a Magnus Opjer con ella? No tenía dónde
esconderlo, ningún plan para sacar a un fugitivo de la Corte de Hielo.

«Podrías matarlo». El pensamiento le vino con fría claridad. No había


duda del parecido de Opjer con Nikolai. Este era el verdadero padre del rey
ravkano. Y eso significaba que él era una amenaza para el futuro de su país.
Necesitaba pensar.

—No tengo forma de sacarlo.

Opjer apretó los barrotes. —¿Quién eres tú? ¿Por qué has venido aquí si
no es para rescatarme?

Otra razón más para matarlo. La había visto. Podía decirle a los
drüskelle, podía describirla fácilmente. Él la agarró por la manga con sus
dedos huesudos. No lo habían estado alimentando bien.

—Por favor —suplicó—. Nunca quise lastimar a mi hijo. Yo nunca


hablaría en su contra.

Nina sabía que estaba desesperado, pero sus palabras tenían el tono de
la verdad. —Le creo. Y le ayudaré a salir de aquí. Pero necesita darme
tiempo para planificar.

—No hay tiempo, ellos...

—Regresaré tan pronto como pueda. Lo prometo.


—No —dijo, y no fue la negativa de un prisionero debilitado. Fue una
palabra de mando. En ella escuchó el eco de un rey—. No lo entiendes.
Debo enviar un mensaje a...

Nina volvió a colocar la mordaza en su lugar. Necesitaba llegar al patio.


—Volveré —prometió.

Opjer agarró los barrotes, gruñendo mientras intentaba gritar alrededor


de su mordaza.

Ella cerró la puerta y corrió por el pasillo, tratando de no pensar en el


terror en los ojos de él.
17

ZOYA
Traducido por Azhreik

—¡SOLDADOS! —GRITÓ ZOYA en la oscuridad.

—¿Donde está él? —gritó Misha.

Zoya escuchó pasos, la puerta abriéndose. Giró en redondo y vio la


silueta del Darkling a la luz del día, la colina nevada detrás de él y los
soldados del sol corriendo en su dirección.

Ella lanzó las manos al frente, desencadenando una ráfaga de viento que
lo derribó por las escaleras. Los soldados del sol lo impactaron con luz,
pero ya estaba levantado, la oscuridad surgía de su cuerpo como agua
desbordándose de una presa.

Zoya convocó a la tormenta, las nubes rodando en un azote de truenos.


Los relámpagos surcaron el cielo, dagas brillantes en sus manos. Pero los
proyectiles nunca alcanzaron al Darkling.

En una lluvia de chispas, los relámpagos se rompieron contra dos


montones retorcidos de sombras: los nichevo’ya, soldados sombra
convocados de la nada, en violación a todas las reglas del poder Grisha.
Merzost. Abominación.

—Gracias por traerme aquí, Zoya —dijo el Darkling mientras sus


soldados alados tomaban forma y lo levantaban del suelo—. Mi
resurrección está completa.
Todo había sido un engaño. Su disculpa, su deseo de ver a Alina.
incluso su deseo de llevar a cabo el obisbaya. ¿Los monjes y sus semillas de
espino también eran una mentira? ¿Solo otro cuento de hadas que había
inventado para dárselos como historias antes de dormir? Tenía razón. Ellos
eran niños, intentando comprender, trastabillando, aprendiendo a caminar
mientras el Darkling corría enfrente de ellos. Habían sido tontos al pesar
que podían predecirlo o controlarlo. Nunca había tenido intención de
deshacerse de Yuri. Necesitaba a Alina y Mal: la Invocadora del Sol que lo
había matado, y el amplificador que llevaba la sangre de sus ancestros. No
había sentido culpa, ni vergüenza. Ella había estado muy equivocada sobre
lo que él deseaba allí.

—¡Manden señales a los voladores! —gritó a los soldados del sol, luego
giró su ira contra él. Si tan solo hubiera tenido tiempo de dominar los dones
que Juris le había concedido—. No tienes a donde ir. Los soldados del rey
te cazarán hasta los confines de la tierra, igual que yo.

Los disparos volaron por el aire mientras los voladores de arriba abrían
fuego sobre el Darkling. Uno encontró su objetivo, y el Darkling soltó un
grito de furia y dolor. Aun podía sangrar.

Pero los nichevo’ya lo rodearon en una masa de alas y cuerpos


retorcidos, absorbiendo balas como si no fueran nada.

Dos de los soldados sombra se lanzaron hacia el cielo, y un momento


después, los voladores se desplomaron a tierra.

Zoya gritó y lanzó su poder en una oleada de viento para frenar su


caída.

«Ni uno mas», juró. No perdería ni un soldado mas ante este hombre.

—He superado a muchos reyes y sobrevivido a enemigos más grandes


que tú —dijo el Darkling. Las sombras saltaron y se lanzaron alrededor de
él mientras se elevaba hacia el cielo—. Y ahora me convertiré en lo que la
gente más desea. Un salvador. Cuando termine, sabrán lo que un Santo
puede hacer.
La oscuridad se arremolinó a su alrededor, como si las sombras
estuvieran alegres en su danza, retornadas a su amado guardián. Los
soldados del sol empujaron contra la oscuridad con su luz. Pero Zoya vio
sus manos en movimiento; el Darkling iba a utilizar el Corte. Los mataría a
todos.

«Somos el dragón». La consciencia de Juris tironeó de la suya, tirando


de ella hacia algo más, incluso mientras su propio corazón se rehusaba. No.
No podía. No lo haría.

Lanzó los brazos en un círculo de viento que aplanó los árboles y arrojó
a los soldados del sol por el aire, pero lejos del peligro. Ni uno más. Atrajo
un proyectil de puro relámpago del cielo, una lanza de fuego para terminar
al Darkling como debieron haberlo acabado años antes.

Pero la oscuridad la rodeó, y en el siguiente minuto, cuando las sombras


se despejaron, él había desaparecido.

Alina estaba parada en el escalón superior del sanatorio, con la cara


fantasmal a la luz gris. Su mano derecha estaba sangrando. Misha estaba
gritando, su angustia era como el grito de algo salvaje mientras Mal lo
retenía. Oncat observaba, inmóvil, solo agitando la cola, como si no hubiera
nada que un gato no hubiera visto.

—Déjalo marcharse —dijo Alina bajito.

Misha bajó como bólido de las escaleras, con lagrimas furiosas


derramándose de sus ojos, y fue trastabillando hacia el bosque, en dirección
a donde el Darkling había ido. La mano de Mal estaba sangrando también.

Los soldados del sol se pusieron de pie lentamente. Lucían mareados,


asustados.

—¿Están bien? —preguntó Zoya.

Asintieron.

—¿Ningún hueso roto?


Sacudieron la cabeza.

—Entonces preparen el carruaje. Necesito regresar a la aeronave.


Mandaremos mensajes a la base mas cercana para que envíen rastreadores.

—No lo encontrarán —dijo Alina—. No hasta que él quiera que lo


encuentren. Tiene las sombras como refugio.

—Bien podemos intentarlo, maldición —dijo Zoya—. Tenemos que


sacarlos de aquí. Podemos evacuarlos a...

Alina sacudió la cabeza. —Regresaremos a Keramzin.

—Los encontrará. No lo subestimes. —Zoya sabía que sonaba enojada,


incluso fría. Pero no sabía cómo más contener la inundación de miedo y
desesperanza que amenazaba con abrumarla. Le había permitido escaparse
y ahora no sabía qué podría hacer, a quien podría lastimar. Ella había
permitido que esto sucediera.

—Sé lo que es el Darkling —dijo Alina—. Sé como trata a sus


enemigos.

—Ambos lo sabemos —dijo Mal, tomando un pañuelo de su bolsillo


para vendar la mano de Alina—. No vamos a permitir que nos aleje de
nuestro hogar.

—No lo entienden. —Él iba a matarlos, iba a matarlos a todos y Zoya


sería incapaz de detenerlo—. Podemos encontrar algún lugar para ocultar a
los huérfanos por un tiempo. Podemos...

Alina descansó las manos sobre los hombros de Zoya. —Zoya, detente.

—No vamos a desarraigar a los niños —dijo Mal—. Ya han sufrido


suficiente.

—Entonces enviaré un contingente de soldados del Primer Ejército e


Invocadores con ustedes.
Mal resopló. —No puedes permitirte desperdiciar soldados, y no
servirán de nada contra él, de todas formas. Lo único que lograrán es
aterrorizar a los niños.

—Mejor que estén asustados y a salvo.

—No hay “a salvo“ —dijo Alina, con voz tranquila—. Nunca ha


existido. No en toda mi vida. Pero lo dije en serio. Tú y Nikolai son los que
pueden cambiar eso.

—¿Cómo lo hizo? ¿Que sucedió allí dentro?

—Nos perforó las manos con esto. —Marl abrió los dedos. En su palma
yacía una larga espina sangrienta.

Un trozo de madera de espino. El Darkling debía haberlo ocultado en la


ropa de Yuri. Lo había mantenido con el desde el obisbaya fallido y su
batalla en el Abismo, esperando su momento.

—Necesitaba nuestra sangre —dijo Alina.

La Santa del Sol y el rastreador: los otros descendientes de Morozova.


Las dos personas que casi habían terminado con su vida. «Solo nuestro
propio poder puede destruirnos, e incluso entonces no es algo seguro.» Los
había estado provocando todo el tiempo. Rogándoles que lo comprendieran.
Que entendieran que estaban relacionados por sangre.

El pánico incrementó en Zoya, algo con garras y jadeante. —Yo lo dejé


ir. Nos fallé a todos.

—Aún no —dijo Mal—. A menos, por supuesto, que estés rindiéndote.

Alina sonrió y le dio una pequeña sacudida. —No te puse a cargo


porque huyas de la pelea.

Zoya se apartó y se presionó las manos contra los ojos. —¿Cómo


puedes estar tan malditamente tranquila?

Alina se rio. —No me siento tranquila en absoluto.


—Yo definitivamente aún estoy aterrorizado —dijo Mal.

—¿Te pareció diferente? —preguntó Alina.

Mal se encogió de hombros. —Parecía igual. Sombrío e insufrible.

—¿Cuál era el nombre del chico? ¿El monje?

—Yuri Vedenen —dijo Zoya—. Nunca habría imaginado que ese


esmirriado pudiera causar tantos problemas.

—Apuesto a que dijiste lo mismo de mí una vez.

Zoya hizo una mueca. —Ganarías esa apuesta.

—La carta de Genya decía que creías que Yuri seguía dentro de él. Creo
que tienes razón. El Darkling parecía diferente, extravagante.

Mal elevó las cejas. —¿Alguna vez ha sido normal?

—No exactamente —concedió Alina—. La eternidad le hace eso a una


persona.

Descansó su mano vendada sobre la mejilla de Zoya, y ella se quedó


inmóvil, sintiendo repentinamente como si estuviera con su tía de nuevo, en
esa cocina en Novokribirsk. «Podría quedarme aquí —había dicho Zoya—
Podria quedarme contigo y nunca regresar» Su tía solo le había acariciado
el cabello y dicho: «No, mi chica valiente. Hay algunos corazones que laten
mas fuerte que otros»

—Zoya —dijo Alina, trayéndola de vuelta al presente, a su temor, a este


lugar desdichado—. No estás sola en esto. Y él puede ser vencido.

—Es inmortal.

—Entonces ¿por qué se sobresaltó cuando invocaste la tormenta?

—¡No sirvió de nada!


—Ve algo en ti que lo asusta. Siempre ha sido así. ¿Por qué crees que se
esforzó tanto por hacernos dudar de nosotras mismas? Temía en lo que
podríamos convertirnos.

«Somos el dragón. No nos recostamos a morir.» Alguna diminuta


fracción de miedo en su interior retrocedió.

—Zoya, sabes que estamos aquí si nos necesitas.

—Pero tu poder...

—Aún puedo coger un rifle. Fui un soldado antes de ser una Santa.

«Me gusta esta. No tiene miedo» El susurro de Juris, un eco de los


propios pensamientos renuentes de Zoya sobre la chica huérfana que alguna
vez había resentido y despreciado. La risa del dragón retumbó en su
interior. «La perdida la ha endurecido. Si tan solo pudiera decir lo mismo
de ti.»

Zoya suspiró. —Todo eso está muy bien —dijo—. pero ¿cómo voy a
contárselo al rey?
18

NIKOLAI
Traducido por Pily1

LA CENA FUE LARGA pero alegre, y el chef de Nikolai se superó a sí


mismo sirviendo al menos siete comidas diferentes en gelatina. Makhi y sus
sirvientes se fueron cuando comenzó el baile y una vez que se firmó el
tratado. Ahora si ella mantenía el acuerdo que habían hecho estaba en
manos de Tamar, Ehri y Mayu.

—Eres bienvenida a quedarte —dijo Nikolai mientras traían los caballos


y el carruaje de la reina para llevarlos al aeródromo.

—He actuado tanto como he podido esta noche —respondió Makhi—.


Incluso me las arreglé para retener esa espantosa comida. Ahora necesito
ver cuánto daño ha hecho mi hermana.

Antes de que Makhi subiera a su carruaje, le hizo un gesto a Nikolai,


claramente deseando hablar lejos de sus ministros.

—Algo pasó en Ahmrat Jen. Algún tipo de plaga. Hubo incidentes


similares cerca de Bhez Ju y Paar.

—Lo llaman Kilyklava, el vampiro. Lo mismo ha sucedido en Ravka.

—Lo sé. Pero me pregunto si esos sucesos fueron simplemente una


cobertura para el despliegue de alguna nueva arma ravkana.

—Esto no es un arma —dijo Nikolai—. No una que ninguno de


nosotros sepa manejar. La plaga ha golpeado en la Isla Errante, Fjerda y
Novyi Zem.

Ella hizo una pausa, asimilando eso. —Las sombras, el suelo muerto
que sigue a esta plaga. Todo recuerda al Abismo.

—Así es.

—Se habla del regreso del Darkling, el Sin Estrellas.

—He escuchado la misma conversación.

—¿Y qué harás si él ha encontrado la manera de regresar?

Si tan solo Nikolai lo supiera. Pero dudaba que responder “atarlo a un


gran arbusto espinoso e intentar enviarlo al infierno de una vez por todas”
despertaría mucha confianza.

—Primero necesito vencer al lobo en mi puerta. Luego veremos qué


pesadillas acechan en la oscuridad.

—Compartirás toda la información que obtengas.

—Lo haré.

—Y si averiguas quién es el responsable... —Sus palabras se rompieron,


y Nikolai entendió que no solo había perdido terreno en esta plaga. Para la
reina, esto era muy personal—. Yo seré quien lo castigue.

¿Pero quién era el villano? El Darkling había creado el Abismo, pero


Nikolai, Zoya y Yuri habían jugado un papel en traerlo de regreso. ¿Qué
había dicho Zoya? «Ahora todos somos monstruos.»

Nikolai solo podía ofrecer una verdad a medias. —Si eso sucede, la
venganza será tuya.

—Eso espero. —Makhi subió al carruaje—. Puede que te sorprenda


cuánto tiempo puedo guardar rencor.
—Lástima que no hayas conocido a la general Nazyalensky. Creo que
ustedes habrían encontrado mucho de qué hablar.

La puerta del carruaje se cerró y, en una nube de polvo y cascos, el


séquito shu se había ido.

Nikolai regresó al salón de baile, donde los músicos habían tocado una
melodía animada. La reina Makhi se había quedado en la boda solo como
una demostración de fuerza, por lo que no la verían huir después de que se
firmara el tratado.

Se sentía extraño beber, cenar y brindar sin Tamar allí, sabiendo que
estaba en peligro, que si todo salía mal, nunca volvería a Ravka. Nadia
deseó lo mejor a David y Genya, luego se retiró temprano, demasiado
preocupada por la mujer que amaba como para disfrutar de la fiesta. Tolya
dijo que había hecho las paces con la separación de su gemela, pero Nikolai
podía ver la melancolía en su rostro. A pesar de su tamaño intimidante,
Tolya era el más tímido de los gemelos, el asesino que debería haber sido
un erudito, si el destino hubiera ordenado sus vidas de manera diferente.

—¿A dónde fue David? —preguntó mientras Genya, sonriente y con las
mejillas sonrosadas por el baile, se arrojaba en una silla y bebía
profusamente de su copa de vino. Parecía brillar con su vestido dorado, su
parche en el ojo estaba bordado con rubíes.

—Estábamos en medio de un baile cuando murmuró algo sobre conos


nasales y desapareció. Fue muy romántico.

—¿David bailó?

—¡Sí! Susurró la cuenta en voz baja y me pisó los dedos de los pies más
que el suelo. —Su sonrisa podría haber iluminado todo el salón de baile—.
Nunca me había divertido tanto. Y pensar que tuve una reina en mi boda.

—Y un rey —dijo Nikolai con falsa indignación.

Ella lo despidió. —Eres noticia vieja. Su vestido era simplemente


divino.
—Estoy bastante seguro de que ella quería asesinarnos a todos.

—Así son las bodas. ¿Cuándo podemos esperar tener noticias de


Tamar?

—Recibimos noticias de su llegada y su reunión con los ministros de


Makhi. Más allá de eso…

¿Quién sabía lo que les esperaba? Una esperanza de alianza. Una


oportunidad de paz.

A la medianoche, la fiesta había comenzado a disminuir, los nobles


tropezaban adormilados con sus carruajes, los Grisha regresaban al Pequeño
Palacio, cantando y riendo. Las velas se apagaron y Nikolai se retiró a su
habitación para revisar la correspondencia que había llegado con el
mensajero de esa tarde. Nada le hubiera gustado más que irse a la cama y
decir que el día fue un éxito, pero sus planes apenas habían comenzado a
concretarse y todavía quedaba mucho por hacer.

La sala de estar se sentía vacía y demasiado silenciosa. Estaba


acostumbrado a pasar este tiempo con Zoya, hablando de los eventos del
día. Cuando eran los dos enfrentando sus batallas, no se sentía tan
abrumador, y esta noche ese sentimiento era peor de lo habitual. No era solo
que se habían lanzado a lo desconocido con esta boda falsa y su juego para
ganar a los shu a su lado. El demonio casi se había liberado hoy. Nikolai
casi había perdido el control y todavía no estaba seguro de qué lo había
causado o si podría volver a suceder. Se las había arreglado para sujetar la
maldita cosa, pero se sentía como si hubiera tenido una mano en las riendas
toda la noche. Casi tenía miedo de quedarse dormido. Quizás era más
seguro no hacerlo.

Llamó para pedir té. Pasaría la noche trabajando.

Fue Tolya quien trajo la bandeja. Había abandonado su kefta roja y se


había cambiado de nuevo a su uniforme verde oliva. —No puedo dormir.
—Podríamos jugar a las cartas —sugirió Nikolai.

—He estado trabajando en un nuevo poema.

—O podríamos dispararnos desde un cañón.

El ceño fruncido de Tolya fue feroz. —Un poco de cultura no te haría


daño.

—No tengo ninguna objeción a la cultura. Te diré que me he quedado


dormido en algunos de los mejores ballets. Sírvete una taza. —Mientras
Tolya servía, Nikolai preguntó—: Tolya, Tamar encontró a la chica de sus
sueños. ¿Cómo es que sigues solo?

Tolya se encogió de hombros. —Tengo mi fe, mis libros. Nunca quise


más.

—¿Estabas enamorado de Alina?

Tolya terminó de servir antes de decir: —¿Lo estabas tú?

—Me preocupaba por ella. Todavía lo hago. Creo que podría haberla
amado, con el tiempo.

Tolya tomó un sorbo de su té. —Sé que ella era solo una chica para ti,
pero para mí es una Santa. Ese es un tipo diferente de amor.

Desde algún lugar en la distancia comenzó a sonar fuertemente una


campana.

—¿Qué es eso? —preguntó Tolya, frunciendo el ceño.

Nikolai ya estaba de pie. —Las campanas de alarma en la ciudad baja.


—No las había oído desde su condenada fiesta de cumpleaños, cuando la
mayor parte del linaje Lantsov había sido masacrado—. Vamos...

Escuchó un zumbido distante: motores en el cielo. «Por todos los


santos, no puede ser...»
Luego un zumbido, como el rugido fuerte y excitado de una multitud.

Boom. La primera bomba estalló. La habitación se estremeció y Nikolai


y Tolya casi cayeron al suelo. Luego otro boom y otro.

Nikolai abrió la puerta. La mitad del pasillo se había derrumbado,


dejándolo bloqueado por una caída de escombros. El aire estaba lleno de
polvo de yeso. Nikolai solo podía rezar para que ningún guardia o sirviente
hubiera quedado atrapado.

Corrió por el pasillo, Tolya a su lado, y agarró al primer guardia que


pudo encontrar, un joven capitán llamado Yarik. Estaba cubierto de polvo y
sangrando por el lugar donde había sido golpeado por algo, pero tenía su
rifle en la mano y sus ojos estaban claros.

—Su Alteza —gritó—. Tenemos que llevarle a los túneles.

—Reúne a todos los que puedas. Despejen el palacio y llévenlos bajo


tierra.

—Pero...

Boom.

—El techo puede caer —dijo Nikolai—. ¡Muévete!

La tierra misma estaba temblando. Se sentía como si el mundo se


estuviera desmoronando.

—Moviliza a los Grisha a la ciudad —dijo Nikolai mientras él y Tolya


corrían hacia el Pequeño Palacio—. Necesitarán Sanadores e Impulsores
para ayudar a mover los escombros. Busca a Lazlayon y hagan volar
nuestros voladores.

—¿Adónde vas? —dijo Tolya.

Nikolai ya estaba corriendo hacia el lago. —Arriba.


Sus botas golpearon el muelle. Saltó a la cabina del Peregrino. No era
tan ágil como el GorriónHalcón, pero llevaba armas más pesadas. Era
rápido y letal y se sintió como si un animal cobrara vida a su alrededor.

El volador avanzó sobre el agua, y luego Nikolai se elevó hacia la luz de


la luna, buscando en el cielo. El demonio dentro de él gritó con
anticipación.

Los bombarderos fjerdanos fueron construidos con acero pesado.


Llevaban una gran potencia de fuego, pero eran lentos para maniobrar. No
deberían haber podido transportar sus cargas tan lejos de casa; eran
demasiado pesados, demasiado hambrientos de combustible. «Un juego de
rango». Y Fjerda acababa de hacer un movimiento que cambiaría ese juego
para siempre. Los misiles de David ya no podían seguir siendo hipotéticos.

Nikolai nunca había soñado que los fjerdanos atacarían a un objetivo


civil o se arriesgarían a dañar a la reina shu. ¿Sabían que saldría temprano o
simplemente tuvieron suerte? ¿O la reina Makhi había sabido desde el
principio cuándo caerían las bombas?

No podía estar seguro y no podía considerar las implicaciones ahora.

Muy abajo, vio incendios en la parte baja y alta de la ciudad. No sabía


cuánto daño había sufrido el Gran Palacio, pero dos de las cúpulas del
Pequeño Palacio se habían derrumbado y un ala estaba envuelta en llamas.
Al menos no habían logrado atacar los dormitorios. Nadie estaría en las
aulas o talleres tan tarde en la noche. Podía ver un cráter humeante en la
orilla del lago, a pocos metros de donde los niños Grisha entrenaban y
dormían. Habían estado apuntando a la escuela.

Nikolai miró hacia la noche. Fjerda pintaba sus voladores de color gris
oscuro para ser sigilosos. Eran casi imposibles de ver y difíciles de oír por
encima del rugido del Peregrino.

Entonces apagó el motor. Dejó que las alas de su aviador atraparan el


aire y escuchó. «Ahí». A su izquierda, treinta grados. Esperó a que las nubes
se abrieran y, efectivamente, vio una forma que se movía, más ligera que la
noche a su alrededor. Hizo que el motor retumbara a la vida y empujó el
volador en picado, disparando.

El bombardero fjerdano estalló en llamas.

El ruido de los disparos llenó sus oídos y giró bruscamente a la derecha,


perseguido por otro bombardero. Necesitaba una mejor visibilidad. Las
nubes le daban cobertura, pero también eran su enemigo. Las balas
resonaron en el costado del Peregrino. No podía decir cuánto daño había
sufrido. Recordó la sensación de caer en picado hacia la tierra cuando el
cohete de David golpeó. No habría Impulsores a mano para salvarlo ahora.
Debería aterrizar y hacer balance.

«No». No descansaría, no cuando la gente de abajo, su gente, todavía


era vulnerable.

Las nubes eran espesas, no podía ver. Pero el demonio dentro de él


podía. Estaba hecho de noche. Quería volar.

Nikolai vaciló. Nunca había intentado algo como esto. No sabía lo que
podría pasar. ¿Qué significaría ceder el control? ¿Lo recuperaría alguna
vez? «Y mientras discutes, tu gente sufre.»

«Ve —le dijo al demonio dentro de él— Es hora de cazar.»

La sensación de liberar al monstruo siempre era extraña: un aliento


arrancado de sus pulmones, la sensación de elevarse para perforar la
superficie de un lago. Luego estuvo en dos lugares a la vez. Era él mismo,
un rey que corría un riesgo que no debería, un corsario que hacía una
apuesta que debía hacer, un piloto con las manos agarrando los controles del
Peregrino, y era el demonio, corriendo por el aire, una parte de la
oscuridad, su alas extendidas.

Sus monstruosos sentidos captaron el rugido del motor, el olor a


combustible. Vio presas y palomas.

Se apoderó del... su mente demoníaca no tenía palabras. Solo conocía la


satisfacción de que el acero cediera bajo sus garras, el chirrido del metal, el
terror del hombre al que arrancó de la cabina y cortó con sus garras. La
sangre se derramó sobre la boca del demonio, su boca, caliente y salada con
hierro.

Luego volvió a estar en el aire, saltando del bombardero que se


desplomaba, buscando otra presa. El demonio tenía el control. Sintió la
presencia del próximo bombardero antes de que Nikolai lo viera. ¿Era este
el último?

Hambriento de destrucción, el demonio se lanzó hacia él a través de la


noche y se estrelló contra el bombardero fjerdano, sus garras desgarraron el
acero.

«No». Nikolai quiso que retrocediera. «Quiero que sepan. Quiero que
vivan con miedo». El demonio se subió a la parte delantera de la aeronave y
golpeó con su mano con garras a través del vidrio de la cabina. El piloto
fjerdano gritó y Nikolai lo miró directamente a los ojos. «Que comprendan
contra qué están luchando ahora. Hazles saber lo que les espera la
próxima vez que invadan los cielos de Ravka.»

Vio al demonio reflejado en los ojos de su enemigo.

«Soy el monstruo y el monstruo soy yo.»

El demonio abrió su boca con colmillos, pero fue la rabia de Nikolai la


que resonó en su rugido, por lo que le habían hecho a su gente, su hogar. El
piloto fjerdano balbuceaba y lloraba y el demonio olfateó la orina en el aire.

«Ve a casa y diles lo que has visto —pensó Nikolai mientras el demonio
volaba a través de la noche— Haz que te crean. Diles que el rey demonio
gobierna Ravka ahora y que se acerca la venganza.»

Nikolai hizo retroceder al demonio y, para su sorpresa, la cosa no luchó.


La sombra desapareció dentro de él, pero ahora se sentía diferente. Podía
sentir su satisfacción; su sed de sangre y violencia había sido satisfecha. Su
corazón latía al mismo tiempo que el suyo. Era aterrador y, sin embargo, la
satisfacción también era suya. Estaba destinado a ser el rey sabio, el rey
bueno, pero en este momento, no sabía cómo ser sabio o bueno, solo estaba
enojado, la herida dentro de él ardía como la ciudad de abajo. La presencia
del demonio lo hizo más fácil de soportar.

Mientras descendía el Peregrino, intentó contar las columnas de humo


que se elevaban desde Os Alta. Solo la luz del día revelaría el verdadero
alcance de la destrucción y las vidas perdidas.

Dejó el volador en el lago y lo dejó en la orilla. Sin el trueno del motor


en sus oídos, solo se oían los sonidos del miedo en la noche: el repique de
las campanas de alarma, los gritos de los hombres que intentaban apagar
incendios y sacar a sus amigos de entre los escombros. Necesitarían su
ayuda.

Se quitó la chaqueta y echó a correr. Reuniría Impulsores, soldados del


Sol. Podrían ayudar con la búsqueda de supervivientes. Sabía que sus
aviadores ya habrían partido de la Ciénaga Dorada y Poliznaya para
patrullar los cielos en busca de más señales del enemigo. Tendría que emitir
advertencias de apagón. Estaban instalados en los astilleros y bases que
podrían considerarse objetivos militares. Pero ahora todos los pueblos y
aldeas ravkanas tendrían que apagar sus linternas y encontrar su camino en
la oscuridad.

Cuando se acercó al Pequeño Palacio, vio que los talleres de


Fabricadores y los laboratorios de Corporalki habían sido completamente
destruidos, pero cualquier investigación que hubieran perdido podría ser
excavada o replicada. Vio la enorme figura de Tolya entre la multitud.
Estaba a punto de llamarlo cuando notó las lágrimas en los ojos de Tolya,
con la mano presionada contra su boca.

Había Impulsores tratando de limpiar los escombros. Y Genya estaba


con ellos. Estaba de rodillas con su vestido de novia dorado.

«Murmuró algo sobre conos nasales y luego desapareció.»

El terror se apoderó del corazón de Nikolai.

—¿Genya? —Cayó de rodillas a su lado.


Ella le agarró la manga. Por un momento, no pareció reconocerlo. Su
pelo rojo estaba lleno de polvo, su rostro surcado de lágrimas.

—No puedo encontrarlo —dijo, con la voz perdida, desconcertada—.


No puedo encontrar a David.
Pági
na2
49

249
19

MAYU
Traducido por Azhreik

MAYU ESPERÓ. Era buena en eso. Tenía que serlo. El trabajo de un


soldado era luchar; el de un guardia era permanecer vigilante.

—Existe un arte en ello —le había dicho su antigua comandante—. Tu


mente humana puede divagar, pero el ojo de halcón permanece atento.

Miró por la ventana de la aeronave. No podía ver mucho en la


oscuridad, y no sabía a dónde habían ido Tamar y la princesa. No habían
creído indispensable contarle todo su plan; otro recordatorio que, aunque
había actuado como de la realeza, no era más que una guardaespaldas,
valorada tanto por su lealtad y su voluntad a obedecer como su talento con
una espada y pistola.

«¿Por que el desvío?» se preguntó. ¿Que tal si la reina Makhi llegaba a


la capital antes que ellos? Pero ella siempre seguía instrucciones, se guiaba
por las reglas, así que se sentó y esperó.

—La consentida del maestro —la había llamado su hermano Reyem, y


tenía razón. Adoraba los halagos, se emocionaba por cualquier migaja.
Porque siempre había sabido que Reyem era el mejor peleador.

No era solo que era más fuerte y rápido, sino que sus instintos estaban
más vivos.

—No puede escucharla —había dicho su madre, observando a Reyem y


Mayu pelear de niños. Debía ser una pelea de juego, insignificante, pero
Mayu sabía que sus padres estaban observando y saberlo la hacía torpe—.
Ve como Reyem no vacila. Mayu está pensando; Reyem está peleando.
Escucha la música de la pelea.

«Yo también puedo escucharla» se había jurado. Pero por más que lo
intentara, no escuchaba nada, solo sus propios pensamientos, constantes y
ruidosos, buscando comprensión.

Mayu no era diferente ahora. Su mente rebelde zumbaba con posibles


resultados cuando debería permanecer tranquila y ordenada. Deseaba tener
un reloj o alguna forma de medir el tiempo.

Habían dejado Ravka dos días antes de la boda, en el momento que


Tamar había recibido noticias de sus espías que la aeronave de la reina
Makhi había abandonado la capital. Su transporte era un navío de carga shu
que fue interceptado por fuerzas ravkanas meses antes y vuelto a embarcar
con una tripulación nueva.

Ella había creído que irían directamente al palacio en Ahmrat Jen, pero
aparentemente, Tamar y la princesa tenían otros planes. Se habían asentado
en la oscuridad, su única pista de su ubicación eran el espeso aroma a rosas
en el aire y Mayu se había quedado sentada en silencio, observando a Tamar
y Ehri desembarcar, acompañada por varios Grisha: Sanadores, Impulsores,
Inferno. Diez soldados del Segundo Ejército. Al rey Nikolai no podría
haberle gustado renunciar a ellos. ¿Y para qué? Para que la princesa Ehri
pudiera estar bien custodiada en un viaje sentimental a través de un jardín
botánico?

Por supuesto, Ehri regresó con los brazos llenos de rosas de un naranja
brillante como coral. Mayu mantuvo la cara inexpresiva, ocultando su
desprecio. Sabía que Ehri era una criatura emotiva, pero seguramente la
princesa no pensaba que unas cuantas flores bonitas conmoverían a los
ministros de Makhi? Si tan solo Tamar y Ehri le contaran lo que habían
planeado.

No confiaban en ella. ¿Por que deberían? La reina Makhi, a quien Mayu


debía servir por encima de todos los demás, había intentado matar a la
princesa Ehri dos veces. Mayu misma había intentado matar al rey de
Tamar... aunque no había sido realmente el rey Nikolai. Estaba aquí porque
necesitaban su testimonio, pero ella no era parte de esto, no en realidad.

Durante la travesía, Mayu había escuchado a Tamar y Ehri hablar y


planear, desgranando los diferentes hilos de su misión, luego volviéndolos a
atar, un poco más pulcros, un poco más apretados de lo que habían estado
antes. Sabía que solo estaba atisbando una fracción de sus planes, y decía
poco porque tenía poco que decir. Nunca había tenido necesidad de
interesarse mucho en política, y no debía fisgonear en las conversaciones de
sus superiores.

Pero ahora todo había cambiado, y si iba a sobrevivir, si iba a encontrar


una forma de salvar a su gemelo, tenía que aprender. No era fácil. La forma
en que Ehri y Tamar hablaban de los jugadores en la corte Taban la hacían
sentir como si estuviera viendo a través de unos lentes brumosos
enfocándose, luego emborronándose, luego enfocándose de nuevo, mientras
le mostraban una imagen que nunca había sido capaz de ver antes.

—Aún no tenemos suerte con el ministro Yerwei —dijo Ehri—. Es el


más astuto de los consejeros de Makhi y su confidente mas valioso.

—¿También era cercano a tu madre? —preguntó Tamar, aunque Mayu


tenía la sensación de que ya conocía la respuesta a la pregunta, que estaba
probando a la princesa Ehri.

—Oh, sí. Era listo, muy ambicioso. Proviene de una larga linea de
doctores que sirven a la reina Taban.

—Doctores —dijo Tamar sin entonación.

Ehri asintió. —Has adivinado correctamente. Esos mismos doctores que


empezaron los intentos de arrancar y blandir el poder Grisha. —Ehri debió
haber visto la forma en que la mandíbula de Tamar se apretó—. Sé como
suena y no te equivocas, pero empezó bastante inocente.

—Me resulta difícil de creer.


Ehri extendió las manos, con un gesto grácil. Llevaba puesto un vestido
de viaje de terciopelo verde de cuello alto y diminutos botones que le
recorrían desde las muñecas hasta el codo. Los sanadores Grisha y Genya
Safin habían hecho bien su trabajo. Su cuerpo estaba completamente
sanado, su cabello había vuelto a crecer. Nunca sería una gran belleza como
Makhi, pero tenía una elegancia tranquila que la hacía lucir completamente
fuera de lugar en la bodega de esta aeronave, con sus montones de cuerda
enrollada y los cajones de armas que la tripulación de Tamar había reunido.
Mayu resistió la urgencia de estirar las piernas, probar los músculos en sus
brazos. El rey había cumplido su palabra y le habían restaurado la fuerza.
No tenía mas que una cicatriz en el pecho para marcar el lugar donde había
intentado enterrarse el cuchillo en el corazón.

—Empezaron con autopsias hechas a los muertos —dijo Ehri—.


Intentos de estudiar los órganos y cerebros de los Grisha, para ver si existía
una diferencia biológica entre ellos y la gente ordinaria.

—Y cuando no pudieron encontrar ninguna diferencia, pensaron, ¿por


que no echar un vistazo detallado a los vivos?

—Lo dices como si fueran mis prácticas. No he tenido ningún papel en


el gobierno de mi hermana.

Tamar se cruzó de brazos. —¿Esa es su idea de una excusa? Darle la


espalda a la atrocidad no es algo de lo que enorgullecerse.

La reina Makhi habría golpeado a Tamar desde su asiento por su


insolencia; sin importar esas hachas plateadas que colgaban de sus caderas
como hoces. Pero Ehri solo pareció pensativa. No tenía el orgullo de una
reina.

—Fue una práctica horrible —admitió—. Mi madre terminó con los


experimentos por una razón.

—Entonces ¿de donde provienen los khergud? —preguntó Mayu,


incapaz de contener su lengua mas tiempo. Se sentía extraño hablar de esta
forma a una princesa Taban y, aun así, Ehri no pareció escandalizada u
ofendida.
—No lo sé. Nunca había escuchado de ellos hasta hace unas semanas.

—¿Como es posible? —Mayu no pudo mantener el resentimiento fuera


de su voz— Es una princesa.

—Tú fuiste una princesa por un tiempo —dijo Ehri suavemente—. ¿Le
encontraste mucho significado?

Mayu no tenía respuesta a eso, pero no hizo nada por aplacar su furia.
Nikolai, Makhi, todos los reyes y reinas y generales tomaban sus grandes
decisiones, decidían quién debía vivir, quién debía morir, quién debía sufrir.
A ella nunca le había importado, no en realidad. Había estado feliz de
seguir, feliz de encontrar su lugar en el mundo. Hasta que había perdido a
Reyem y luego a Isaak.

Tamar desenvainó una de sus hachas, dejándola girar en su palma. —


Los khergud cazaban Grisha esclavizados en Ketterdam. Han atacado más
allá de las fronteras de Ravka. ¿Dice que no sabía nada sobre ellos?

—No —dijo Ehri— Y dudo que la mayoría de los shu esté enterada.

—¿Y los consejeros de Makhi?

—De eso no estoy segura.

Ese era parte del problema. Había demasiado que Ehri no sabía. ¿Como
se suponía que le presentara algo de batalla a la reina Makhi?

—Su hermana es audaz —dijo Tamar, como si hubiera leído los


pensamientos de Mayu—. Tuvo que haber empezado con los laboratorios
antes de la muerte de su madre, antes que se convirtiera en reina.

Ehri frunció el ceño. —Hubo un incidente... un científico intentó


desertar a Kerch. Fue capturado por los fjerdanos. Sé que hubo una
investigación. pero mi madre ya tenía poca salud y no pudo investigarlo.
Murió poco después.

—Interesante la sincronización —dijo Tamar, y regresó la hacha a su


funda.
Mayu encontró su mirada. ¿Estaba implicando que Makhi había tenido
algún rol en la muerte de su madre?

La telaraña era demasiado enrevesada, con demasiados hilos y


demasiadas arañas. Ella y su hermano estaban destinados a quedar
atrapados y devorados.

Mayu había engañado a la muerte una vez. Debía morir por su propia
mano, la misma noche que había matado a Isaak. La sangre de él aún estaba
en la hoja del cuchillo cuando la dirigió a su propio corazón. O eso es lo
que había pretendido. Falló el blanco. ¿Un accidente? O en esos segundos
vitales su deseo por vivir superó a su deseo de liberar a su hermano y servir
a su reina?

Si hubiera conseguido su propia muerte, ¿La reina Makhi habría


honrado su trato? Mayu no lo creía. Y realmente no creía que volvería a ver
a Reyem de nuevo.

Los padres de Mayu la habían animado a competir con su gemelo,


pensando que todo era un juego, todo por diversión.

—¿Quién correrá por la colina para traer agua?

—¡Yo lo haré! —gritaban ambos.

—¿Quién asestará tres golpes sin recibir ninguno?

—¡Yo lo haré! —gritaban los dos.

Pero era siempre Reyem el que lo hacía. Y nunca era arrogante al


respecto. Le alborotaba el cabello y decía: —La próxima vez me superarás.
Veamos si podemos robar algunos melones verdes.

Mayu casi había deseado que fuera cruel, porque entonces tal vez
pudiera odiarlo. Pero era su mejor amigo y su compañero favorito. Cuando
estaban corriendo en el bosque, no le importaba que él fuera mas rápido.
Cuando estaban vagando por el arroyo enlodado buscando renacuajos, ella
era la de mirada aguda que sabía donde mirar. Ella podía celebrar las
victorias de él y sus dones porque ambos eran kebben. Y sabía que él
compartía sus fracasos porque era su gemelo. Ella felizmente habría
compartido sus pérdidas, si él alguna vez hubiera tenido una.

Habían estado juntos en el mercado cuando vieron el cartel que


anunciaba la llegada de la guardia real, que venía a su ciudad a encontrar
chicas que entrenaran para unirse a las Tavgharad. ¿QUIEN SE
ATREVERÁ A DEMOSTRAR SUS HABILIDADES? Preguntaba el cartel
en grandes letras rojas

«Yo lo haré» pensó Mayu. Solo querían a chicas. Era algo que Reyem
no podía intentar. Había bajado al pastizal fuera de la academia y rellenado
las solicitudes y se unió a las otras aspirantes. Había corrido y batallado y
arrastrado, todo el tiempo cantando para si; «Yo lo haré. Yo lo haré. Yo lo
haré»

Y así fue. Fue elegida para viajar a Ahmrat Jen y entrenar.

La preocupación de su madre ante la noticia había sido como una


bofetada en la cara.

—¡Ella no está lista! ¡No es lo bastante buena!

Su padre había sido más razonable. —No la habrían elegido si no


tuviera oportunidad.

—La eligieron porque es obediente, no habilidosa. ¿Qué será de ella


cuando fracase en el entrenamiento?

—Ella vendrá a casa —dijo el padre de Mayu.

—¿En vergüenza? No es lo bastante fuerte para sobrevivir a semejante


fracaso.

Pero se equivocaban al respecto. Mayu había estado fracasando toda su


vida. Su constante competencia con Reyem la había preparado bien para la
prueba que estaba a punto de soportar. Las otras seleccionadas para entrenar
como Tavgharad habían sido lo mejor de lo mejor en los pueblos y aldeas
de los que provenían. Tomaron muy mal sus primeras derrotas.

Mayu no. Le encantaba entrenar. Le encantaba el agotamiento que


silenciaba sus pensamientos, la rutina que le daba orden a su mundo. Le
encantaba estar lejos de la sombra de Reyem. En su ausencia, en la fátiga de
luchar, correr, aprender a desarmar y reensamblar armas, trepar muros y
corretear por los tejados, su mente finalmente se silenció. Y en ese silencio,
escuchó la música del combate al fin. Convertirse en Tavgharad significaba
que se había unido a una danza que había iniciado siglos antes. La primera
reina Taban había viajado con un grupo élite de guardaespaldas mujeres y
una flota de halcones entrenados. Había confiado en sus guardias y sus
rapaces y en nadie más. Esas guardias habían entrenado a otras mujeres y su
símbolo se había convertido en los halcones cornalina. Esa era la tradición
de la que Mayu se había vuelto parte, y llevaba orgullo con ella cada día a
los terrenos del templo, donde corrían simulacros en el sol abrasador o la
lluvia torrencial.

Ese orgullo la llevó a casa para las festividades de primavera. Extrañaba


a Reyem más de lo que había creído posible. Su envidia había sido
devorada por sus logros, y ahora podía sentir el hueco en su corazón dejado
por la ausencia de su gemelo. Al primer vistazo de él, echó a correr,
agradecida por su hermano, agradecida por sus comandantes y la reina que
finalmente la liberó de los celos.

Mayu y Reyem se habían sentado juntos, decorando pasteles, rodeados


por montones de anémonas arregladas en los tazones de piedra blanca de su
madre, y le contó a su hermano todo sobre el palacio, los campos del
templo, sus instructoras.

—Me darán mi puesto cuando regrese —le había dicho—. No regresaré


a casa en mucho tiempo.

—Bien —dijo Reyem con una risa—. Madre y Padre pueden volver a
quejarse sobre mí.

—¿Eso te molesta?
Reyem se limpió el azúcar en polvo de los dedos. Era parte de una
unidad militar y le estaba yendo bien, aunque aún tenía que conseguir una
distinción. —Sé que lo mereces. Mientras que yo me volví flojo por los
halagos. Pero... creo que tal vez estoy celoso.

Mayu sonrió. —Reyem, no puedo compadecerme de ti. Si lo intentas, si


estás dispuesto a fracasar, aprenderás. Es bueno hacer las cosas en las que
no eres bueno.

Por siempre, Mayu maldeciría esas palabras. Porque Reyem había


empezado a intentarlo y había tenido éxito. No había entendido qué tanto,
hasta que su padre apareció en los barracones de las Tavgharad.

—Tu hermano ha desaparecido —había dicho. Lucia frágil, su piel casi


gris por la preocupación y las vicisitudes del viaje—. Dicen que desertó y
tal vez esté muerto.

Mayu había sabido que no era posible. —Él nunca haría tal cosa. Y yo
sabría si... si estuviera muerto.

Le había costado meses, pero Mayu había unido rumor y hechos y


finalmente descubrió que su hermano; su gemelo, quien había estado feliz
de evitar la notoriedad en su regimiento hasta que ella lo había azuzado,
había demostrado tanta habilidad como soldado que había sido reclutado en
un programa del Corazón de Hierro. Los khergud eran mitad mito entre las
Tavgharad. Nadie podría confirmar que realmente existieran, y aun así, las
historias de sus habilidades eran legendarias; igual que las historias
horribles sobre lo que tenían que soportar durante la conversión y lo que
perdían cuando se completaba. Se había dispuesto a encontrarlo, a liberarlo,
cuando la reina Makhi la había convocado.

Mayu creyó que su investigación había sido descubierta, que sería


exiliada o sentenciada a muerte.

En su lugar, la reina había dicho: —Eres de Nehlu, uno de los pueblos


más grandes. ¿Por eso no tienes acento del campo?
—Mi madre era maestra, su Majestad —había dicho Mayu—. Deseaba
que tuviéramos todas las ventajas posibles mientras nos abríamos camino
en el mundo.

—Hay poco sitio para la elocuencia entre las Tavgharad. Tus puños
hablan por ti. ¿Ella te enseñó una reverencia decente?

No lo había hecho, pero Mayu podía aprender. Ese era su don. Siempre
podía aprender. La reina le había ofrecido una oportunidad para salvar a su
hermano.

O eso había creído Mayu en el momento.

Ahora, sentada en la bodega de carga, escuchó la voz del rey ravkano en


su cabeza. «Eres la hermana de Reyem Yul-Kaat, y él aún vive» Si existía
alguna oportunidad de que su hermano pudiera ser salvado, tenía que
aprovecharla.

—¿Dónde estamos? —preguntó cuando la aeronave empezó a


descender una segunda vez—. Este no es el palacio.

—Los campos del templo fuera de Ahmrat Jen —dijo Tamar. Se giró
hacia Ehri y los guardias Grisha restantes—. Este lugar es demasiado
llamativo. Permanezcan alerta.

No se equivocaba. La oscuridad les proveía de cubierta, pero los


instintos de Mayu le dijeron que estaban demasiado expuestos. Tal vez en
lugar de encontrar a su hermano, solo conseguiría que la mataran.

—Toma —dijo Tamar, tendiéndole a Mayu un cinturón de espada y una


hoja curvada.

—¿Dónde conseguiste esto? —preguntó, y se lo abrochó alrededor de la


cintura. La espada garra era el arma tradicional de las Tavgharad,
frecuentemente llevada con una pistola, pero no eran fáciles de conseguir, y
ninguna de las Tavgharad había tenido permitido llevarlas a Ravka.
—Mi padre —dijo Tamar—. Fue un regalo de una de sus estudiantes
hace mucho tiempo. Espero que me la devuelvas. Andando.

—¿Por qué este lugar? —Mayu preguntó mientras caminaban por el


largo pasaje a los campos donde Mayu alguna vez había entrenado para
convertirse en Tavgharad. Aunque no podía verlos, Mayu sabía que algunos
de los Grisha de Tamar estaban dispuestos alrededor del templo.

—No podemos sencillamente marchar a las puertas del palacio —dijo


Tamar—. Mis espías hicieron contacto con los ministros Nagh y Zihun. Nos
reuniremos con ellos en el templo de Neyar. Mis exploradores
recomendaron un granero más lejano, pero la princesa insistió en el templo.

—Los ministros serán escépticos —dijo Ehri—. Necesitamos el templo


para darle peso a nuestras palabras.

Neyar. Uno de los seis soldados, protectores sagrados de Shu Han.


Mayu conocía este templo. Lo recordó cuando había visto el salón de seis
lados en el Pequeño Palacio. Estaba construido como un hexágono, las seis
entradas custodiadas por esbeltas columnas granate, la estatua de Neyar
sostenía su famosa espada Heshyenyer, debajo de un techo abierto al cielo.
Aquí era donde Mayu había prestado juramento cuando fue aceptada en las
Tavgharad. Y aquí sería donde lo rompería y traicionaría a la reina.

Se aproximaron a través de la entrada este. Los ministros estaban


esperando con guardias a la zaga.

—Juraron venir solos —dijo Tamar.

El ministro Nagh retrocedió. —¿Que es esta traición? —exigió—.


¿Trajiste a la perra de ataque de Ravka bajo el techo de uno de nuestros
templos?

Todos en el gobierno shu sabían sobre los kebben que habían servido
primero a la Santa del Sol y luego al rey ravkano. Los tatuajes de Tamar,
sus hachas, su cabello corto, todo la hacía reconocible al instante.
—Es nuestra enemiga —dijo el ministro Zihun, y remarcó la afirmación
escupiendo al suelo cerca de las botas de Tamar.

Tamar no reaccionó, pero sus ojos dorados se entrecerraron, y Mayu se


maravilló ante la arrogancia de estos políticos. Tamar no era alguien a quien
ella provocaría, y Ehri parecía estar de acuerdo.

—Amigos —dijo Ehri dulcemente, tímidamente—. No creo que piensen


que Tamar Kir-Bataar sea una amenaza. Si lo hicieran, nunca le hablarían
así. No cuando saben que es una Cardio. No cuando porta esas hachas de
plata como otra mujer podría portar joyas. Ha puesto su vida en riesgo para
salvar la mía. Espero que me escuchen.

—¿Para salvar su vida? —barbotó el ministro Zihun—. ¿Que significa


todo esto, princesa? La reina debía asistir a su boda este mismo día. ¿La
hemos enviado a una trampa? Debe explicarse.

—La trampa está dispuesta por la propia reina —dijo Tamar.

—Te atreves...

Ehri se adelantó. —Lo explicaré. Si tan solo me dan la oportunidad. Es


por eso que Tamar me escoltó aquí.

«Estamos perdidos» pensó Mayu. Ehri no tenía nada de la autoridad de


Makhi, nada de su presencia imponente.

El ministro Nagh bufó. —¿Y que consigue la traidora de esto?

—Una oportunidad de ver a dos bolsas de aire en un templo —murmuró


Tamar.

—¿Qué dijiste? —espetó el ministro.

Tamar se pegó una sonrisa en el rostro. —Dije, una oportunidad de ver


prosperar la paz.

—Por favor —dijo Ehri—. Como una princesa Taban, pido que me
escuchen.
Los ministros intercambiaron una mirada y dieron el más leve
asentimiento. No podían negarse, pero no tenían intención de ser
persuadidos.

—Amables amigos —empezó la princesa, utilizando un tono formal—.


Mi historia es triste, pero espero que me escuchen.

Ehri no hablaba como política. Les contó su historia con la cadencia de


los grandes poetas. Era como escuchar a alguien tocar música, como si
tuviera sus manos sobre la khatuur en este mismo momento y estuviera
arrancando una canción melancólica, cada verso revelaba una nueva
tragedia: una estratagema astuta para matar a un rey, un asesinato fallido, la
traición de una hermana. No, Ehri no tenía el fuego de Makhi. Había una
dulzura en ella, una suavidad que a Mayu nunca le había gustado. Pero
ahora no podía evitar pensar en los generales legendarios que fingían un
flanco débil para atraer al enemigo. Mayu observó mientras las expresiones
de los ministros cambiaban de rígida sospecha a incredulidad aturdida a
indignación y luego miedo. Porque si la historia de Ehri era verdad, no
tenían más opción que desafiar a Makhi.

Mayu sintió dolor en la garganta. Su propia historia estaba entretejida en


las palabras de Ehri, un contrapunto silencioso, una armonía que pasaría
desapercibida. Lo que había significado vestir la ropa de otra mujer, la
corona de otra mujer, creer que se había enamorado de un rey y verse
forzada a elegir entre el chico gracioso y gentil que había sabido que nunca
podría tener y el hermano que la reina Makhi le había arrebatado.

También era la historia de Isaak. Un chico que había entregado su


corazón a una impostora, quien había entregado su vida por su rey. Mayu no
tenía derecho a guardarle luto. Había escogido a Reyem. Había enterrado un
cuchillo en el corazón de Isaak. A veces deseaba que su puntería hubiera
sido mejor y hubiera muerto ese día también. Pero entonces ¿quién quedaría
para luchar por Reyem? Tenía que encontrar a su hermano, o todo sería para
nada.

Mayu dio su testimonio cuando Ehri la instó. Sus palabras se sentían


deformes en su boca, la charla brusca de un soldado después de la
elocuencia de Ehri. Aun así, no era algo pequeño que una guardia
Tavgharad hablara contra su reina. Entonces, Tamar les mostró la nota que
Makhi había enviado, y Mayu les contó del mensaje codificado en el
interior.

Los ministros se apartaron para consultarse y Mayu y Tamar y la


princesa esperaron. Lo que los ministros hicieran a continuación les diría
todo lo que necesitaban saber.

El ministro Nagh y ministro Zihun se giraron lentamente. Inclinaron la


cabeza y se arrodillaron ante la princesa. —Le hemos fallado. Deberíamos
haberla protegido de los engaños de su hermana.

—Yo debo rogar su perdón —dijo Ehri—. Los he puesto en riesgo al


compartir esta información con ustedes. Ahora todos estamos en peligro.

—Pueden arreglar esto —dijo Tamar—. La reina Makhi debe estar


regresando a la capital ahora. Lleven a Ehri al palacio y colóquenla bajo su
protección.

—Podemos hacerlo —dijo Zihun mientras se levantaban—. Por


supuesto que podemos. Solo rogamos que nos muestre misericordia cuando
sea la reina.

—No deseo la corona —dijo Ehri—. Solo justicia y paz.

«Debería estar aliviada por eso» pensó Mayu. Siempre había


considerado a la princesa una inútil, una mujer que apenas podía luchar, a
quien le gustaba beber té y cantar sus canciones y soñaba con una vida
ordinaria. Había creído que el encanto y modales gentiles de Ehri eran
obstáculos. Ahora se preguntaba. ¿La princesa siempre había sido una
diplomática, blandiendo los modales cuidadosos y la etiqueta de la corte
como armas, mientras Makhi elegía las porras del poder y la astucia? ¿Qué
tipo de líder necesitaba Shun Han?

Pero el siguiente paso requeriría más que elegantes discursos. En


muchas formas, el palacio era el lugar mas peligroso. Estarían rodeadas por
guardias, Tavgharad, espías de Makhi. Pero también era donde debían hacer
su proclama. No podían solo encontrarse con los ministros. Tenían que
hacer una proclama pública, y la princesa Ehri solo estaría a salvo cuando
todos supieran que estaba de vuelta en suelo shu y Makhi no pudiera actuar
contra ella en secreto.

—Debería entrar al palacio por la noche —dijo el ministro Nagh—.


Bajo la cubierta de la oscuridad.

—Sí —estuvo de acuerdo Ehri—. Nos reuniremos en la puerta del


jardín en dos horas.

Los ministros partieron con muchos juramentos de lealtad. Pero Tamar


y Ehri no hicieron movimientos para seguirlos.

—No iremos esta noche, ¿verdad? —preguntó Mayu.

Ehri sacudió la cabeza. —No podemos llegar al palacio


escabulléndonos en la oscuridad como criminales.

—¿No cree que los ministros nos ayudarán?

Tamar se encogió de hombros. —Zihun y Nagh parecen bastante


honestos y justos, pero necesitamos mejor protección que las promesas de
unos políticos.

En eso Mayu podía estar de acuerdo. Estaba cansada de entregar su fe al


honor de reyes y reinas y comandantes. —¿Y si Makhi está esperando
cuando lleguemos?

Tamar mostró una sonrisa salvaje. —Contamos con eso.

El amanecer llegó y se fue y permanecieron en el interior, mientras


esperaban que las multitudes entraran en el mercado de la mañana que
rodeaba los campos del templo. La aeronave shu y los Grisha habían
marchado hace mucho.

Ehri se cambió a sedas limpias, y cuando regresó, Tamar le llevó un


paquete envuelto en lino.

—Lo tienes —dijo Ehri con obvio alivio.

Tamar desenvolvió el paquete.

—¿Un khatuur? —preguntó Mayu incrédula—. Esperaba un arma.

—Es un arma —dijo Ehri—. La belleza de todos los tipos es un arma.

Tamar bufó una risa. —Suena como Zoya.

Ehri claramente no apreció la comparación. —Ella es todo fanfarroneo,


como mi hermana. No, la khatur es mucho más que eso.

—¿Está lista? —preguntó Tamar—. Una vez que iniciemos esto, no


habrá retorno.

Ehri descansó sus dedos sobre las cuerdas del khatuur. Durante un
momento, no dijo nada, afinando el instrumento, guiando las notas para que
se acomodaran en el aire, luego dejando que se desvanecieran.

—Nunca he estado tan asustada —dijo—. Creí que podría imaginar que
todo esto es una actuación, pero no lo es ¿verdad?

—No —dijo Tamar—. Es muy real.

Mayu deseaba gritar. Realmente iban a caminar al palacio, a campo


abierto, a plena luz del día. ¿Cómo podía Tamar permitir que la princesa
hiciera algo tan tonto? Nunca llegarían al palacio. La reina Makhi
sencillamente enviaría a un asesino para aniquilarlas antes que pudieran
poner un pie en la ciudad. Pero Mayu era un soldado, y un soldado tenía
que seguir.
—Nunca he deseado ser el héroe en ninguna historia —dijo Ehri,
bajando la mirada a la suave curva del cuello del khatuur—. Solo deseaba
cantar sus historias. Un héroe pensaría en la posibilidad de una guerra, las
vidas que colgaban en la balanza, las mujeres que ardían ante la orden
monstruosa de una reina. Pero a mí me parce que es mi propia vida la que
más me preocupa.

Tamar dio golpecitos sobre sus hachas. —Eso solo significa que es una
superviviente, princesa. Y no es nada de que avergonzarse.

Ehri colocó los dedos sobre las cuerdas. —Muy bien. Empecemos.

Descendió los escalones del templo al mercado matutino.


Instantáneamente, los compradores dejaron sus arengas para maravillarse
ante la visión de Ehri Kir-Taban, hija del Cielo, retornada a ellos. Mayu
sabía que esta no era la primera vez que la princesa había tocado en los
campos del templo, pero debía estar en Ravka, cortejando y casándose con
un rey ravkano.

La princesa se deslizó por el mercado con sus sedas verde hoja, su


cabello recogido, un crisantemo acomodado detrás de su oreja izquierda.
Tocó su música y la gente la siguió, tirando de sus hijos, aplaudiendo y
bailando. La canción que Ehri eligió no fue una coincidencia: “La Doncella
Flor”. Ella es el sol y la primavera ha regresado.

Cuando entraron en la ciudad, la gente emergió de sus hogares con


campanas y tambores en mano para tocar al compás. Lanzaban flores a su
paso.

—De verdad la aman —dijo Tamar maravillada.

—¡Escuchamos que fue a encontrarse con los bárbaros! —gritó alguien.

—¡Creímos que iba a ser la esposa del rey con cicatrices!

—Pero ya ven que estoy de vuelta y soltera y sencillamente feliz de


estar entre ustedes —dijo Ehri, y la gente vitoreó.
Sobre el puente desfilaron, y Ehri tocó una nueva canción, una
triunfante y patriótica, un himno de los soldados shu. Una canción de
batalla.

La reina Makhi estaba esperándolas en el amplio balcón que miraba


hacia el río.

—¡Hermana! —gritó, con los brazos abiertos—. Como te gusta llegar


con un estilo tan elegante.

Nadie que no estuviera observando cuidadosamente habría notado la


forma en que los dientes de la reina estaban desnudos, la forma en que sus
ojos se deslizaban a Mayu y luego de vuelta a Ehri.

—¿No estamos felices de ver regresar a nuestra hermana? —arengó


Makhi a la multitud, y la gente vitoreó en respuesta—. ¿No estamos
agradecidos por su seguridad y su buena salud? ¡Entonces que este sea un
día de festines y celebración! —Makhi aplaudió y la plaza se llenó de
sirvientes que entregaban pasteles de grosella y bolsitas de oro.

Mayu estudió la cara de la reina, la sonrisa forzada, las manos abiertas


en un gesto de beneficencia.

«Desea ser amada —se dio cuenta—. Igual que yo. No puede entender
por qué su hermana es favorecida cuando ella es más lista, más fuerte y
más encantadora. Pasará toda su vida intentando desentrañar ese misterio,
segura que existe algún secreto que puede descubrir, ofreciendo a sus
súbditos sobornos en dinero y dulces para mostrar su generosidad. La reina
Makhi intentó asesinar a Ehri, no una sino dos veces, en vez de vivir para
siempre a su sombra. Tal vez sienta envidia de hermana, pero no siente
amor de hermana.»

Tan pronto entraron en el palacio, se vieron rodeadas por guardias. El


ministro Yerwei, el doctor de la reina, se acercó a saludarlas.

—Princesa Ehri, ¿está bien? Deben examinarla y prescribirle los tónicos


apropiados para restaurar su vitalidad después de un viaje tan largo.
—Le agradezco, ministro Yerwei. Pero estoy en buena salud. He sido
bien alimentada y cuidada por nuestros amigos ravkanos.

—¿Dónde esta el resto de su guardia Tavgharad?

—Responderé a mi hermana —dijo Ehri serenamente.

—Ella la recibirá en la cámara de audiencias.

El ministro Zihun se aclaró la garganta. —Me temo que la cámara esta


en reparaciones. ¿Puedo sugerir la corte en el cenador emplumado?

—Pero acabo de estar en la cámara... —protestó Yerwei.

—Hubo una inundación.

—¿Una inundación?

—Una pequeña inundación debido a una de nuestras fuentes —añadió


el ministro Nagh—. Los trabajadores siguen dentro.

Mayu ocultó su alivio. Tal vez Nagh y Zihun habían planeado mantener
sus promesas a Ehri. Tal vez se habían conmovido por la visión de una
ciudad siguiéndola a través de las calles. No importaba. Habían hecho su
parte. Ehri y Tamar necesitaban hablar con la reina en privado, no enfrente
de sus ministros y no en un lugar donde podría mirarlos desde arriba,
cubierta en el poder de mil años de reinas Taban.

—Ya veo —murmuró el ministro Yerwei. No había nada mas que


pudiera decir.

La corte del cenador emplumado era todo suave blanco y dorado, como
el brillo de las nubes la hora antes del crepúsculo. Encajaba bien con Ehri,
suavizaba los ángulos de su rostro. Los sirvientes trajeron jofainas de cristal
con vino y agua, y una bandeja de ciruelas rojas en rodajas. Pero se
escabulleron cuando las puertas se abrieron intempestivamente y Makhi
entró a zancadas, flanqueada por sus Tavgharad.
—¿Te atreves a convocarme como una especie de sirvienta?

Ehri solo sonrió. Se levantó e hizo una profunda reverencia. —


Perdóname si te he ofendido, hermana. La cámara de audiencias estaba
inundada y parecía mejor hablar en privado.

—El tiempo para eso ha pasado —espetó Makhi—. Deberías haber


venido a mí con tus preocupaciones. En lugar de eso, conspiraste con el rey
bárbaro. Fuiste a mis ministros con cuentos absurdos de asesinatos y poesía
y laboratorios secretos. Nos reuniremos en la cámara del consejo y
corregirás tu testimonio y te pondrás a mi merced.

—No puedo —dijo Ehri—. Ni siquiera tú, hermana celestial, puede


obligarme a mentir.

—No tienes pruebas.

—Yo soy la prueba —dijo Mayu, avergonzada por la forma en que su


voz tembló—. Yo, a quien se le pidió matar a un rey para salvar a mi
hermano.

—No tienes prueba de eso tampoco. Todo lo que veo es una chica que
luce saludable cuando todas sus hermanas Tavgharad están misteriosamente
muertas.

—Tenemos tu nota —dijo Ehri suavemente—. Debía arder conmigo,


¿no? No lo creí del todo hasta este momento. Pero no puedo confundir esa
mirada en tu cara, Makhi. La recuerdo de cuando eramos niñas, cuando
Madre te atrapaba haciendo algo que sabías que no debías.

Makhi alzó la barbilla. —¿Qué deseas?

—Mantén el tratado que firmaste con Ravka y entregales dinero de


nuestra tesorería. Renuncia a tus sueños de guerra. Y termina con el
programa khergud.

—Sin admitir que nada de lo que has dicho es verdad, puedo aceptar
seguir con el tratado, por ahora. En términos aceptables para nosotros.
—Entonces desmantelarás los laboratorios.

Makhi agitó una mano grácil en el aire, como espantando un bicho. —


Tonterías. Este programa khergud del que hablas no es nada mas que una
teoría de conspiración e imaginaciones ociosas.

—He visto a los khergud en persona —dijo Tamar—. No los imaginé.

La barbilla de Makhi se elevó incluso mas. —Conocí a tu gemelo en Os


Alta. Es tan insolente y de malos modales como tú.

—Nos llevará a los laboratorios —dijo Mayu. Estaba cansada de todo


este tira y afloja. Deseaba ver a su hermano.

—¿Realmente piensas dictar los términos en mi propio palacio? Has


sobrestimado tremendamente la influencia de los ministros Zihun y Nagh.

Ehri sacudió la cabeza. —No pienso apoyarme en su influencia.

Había estado parada enfrente de la mesa dorada. Ahora se movió detrás


y se inclinó para oler el jarrón de vibrantes rosas coral que había colocado
encima. Sus pétalos lucían como sumergidos en oro.

La cara de la reina palideció.

—Son encantadoras ¿no? Tan brillantes como el fuego, pero tienen muy
poco aroma. Su belleza está toda en la superficie. Creo que prefiero las
rosas silvestres. Pero estas son muy raras.

—Las tomaste del jardín de nuestra abuela —la voz de la reina Makhi
era apenas un susurro.

—Fueron un regalo. Le gusta una historia bien contada.

Ahora Mayu entendió a dónde había aterrizado la aeronave esa noche,


el aroma de rosas en el aire. Tamar y Ehri habían acudido a la abuela de
Ehri por protección. Leyti Kir-Taban, hija del cielo, aún era considerada una
reina Taban. Le había entregado su corona a su hija cuando estuvo lista para
dejar de gobernar y disfrutar su vejez. Cuando su hija murió, Leyti había
dado a Makhi, la sucesora elegida de su hija, su bendición. Pero Leyti podía
retirar esa bendición en cualquier momento. Las rosas; las flores que Mayu
había ingenuamente desdeñado como mero sentimentalismo, eran
cultivadas en el jardín de Leyti y en ningún otro lugar.

—Nuestra abuela debería tener cuidado en el jardín —dijo Makhi—.


Los accidentes suceden.

—Lo sé —dijo Ehri—. Por eso dejamos a un grupo entero de guardias


Grisha con ella, junto con su propia guardia Tavgharad.

—Que solicita.

—No le conté todo —dijo Ehri—. Pero ciertamente podría. Nos llevarás
a los laboratorios, Makhi, o nuestra abuela sabrá por qué.

—Lo pensaré —dijo la reina, y sin otra palabra, se dio la vuelta y se


marchó.

—¿Cree que picará el anzuelo? —preguntó Tamar cuando la reina y sus


guardias se hubieron ido.

Ehri tiró de una de las rosas en su arreglo y la colocó en otro lugar. —


Sí, no puede evitarlo.

Mayu miró las rosas, luego por la ventana al cielo invernal soleado y los
jardines mas allá. Solo podía rezar porque Ehri tuviera razón.

«Te encontraré, Reyem —juro en silencio— Lo haré».


20

ZOYA
Traducido por Azhreik

ESTABAN PARADOS EN LA COSTA del lago enfrente del Pequeño


Palacio, observando arder el cuerpo de David.

Los Inferno azuzaban las llamas. Los Impulsores protegían el fuego del
frío y la humedad. Cuando llegó el momento, Durasts confeccionarían un
ladrillo de las cenizas de David. Ese era el ritual, la forma correcta de
ocuparse de los muertos. Cuando había un cadáver. Cuando había tiempo.
Muchos habían quedado en los campos de batalla, habían muerto en
prisiones o laboratorios, lejos de la gente que podría atenderlos, que podría
decir palabras de amor y remembranza.

«¿Quién hablará por mí» se preguntó Zoya. ¿Nikolai? ¿Genya? ¿Y qué


dirían? Era imposible y vanidosa, amargada y venenosa como las bayas. Era
valiente. No era mucho en conjunto.

Zoya observó el fuego saltar hacia el cielo nocturno, las llamas


danzando como si no supieran que esta era una ocasión solemne, su luz se
reflejaba en el agua. Los soldados ordinarios se habían reunido en la orilla
del lago para presentar sus respetos junto con los Grisha, guardias del
palacio, Nolniki —tropas especiales que se habían declarado no ser Grisha
ni del Primer Ejército— que habían bregado juntos, lado a lado, en
solidaridad forjada por la tecnología nueva y la Pequeña Ciencia, trabajando
por un futuro nacido de la visión de Nikolai y el ingenio de David.

Zoya sabía que debía preservar ese futuro. Tenía que encontrar una
forma para avanzar con sus esfuerzos de guerra, descubrir a quién elegir de
entre los Materialki para unirse al Triunvirato en el lugar de David. Era una
general, era una soldado. Ese era su deber y debía completarlo, pero ahora
mismo… ahora mismo no podía pensar, no podía encontrar ese lugar
solitario en su interior, ese refugio que podía sobrevivir a cualquier bomba o
tormenta.

«No puedes salvarlos a todos. »

Tal vez Juris era eterno, tal vez sus ojos de dragón podían percibir que
la muerte no era nada en la gran extensión del tiempo. Pero Zoya no podía
alinearse con el dragón. Nunca se había sentido más mortal, o más pequeña.

—Quédate conmigo —había susurrado Genya—. Párate a mi lado.

Así que Zoya estaba aquí, en esta orilla del lago donde todos habían
entrenado juntos, cerca de la escuela en donde se habían sentado a recibir
lecciones, con el brazo de Genya enlazado en el suyo. Nikolai estaba parado
al otro lado de Genya, su brazo alrededor de los hombros de ella, como si
pudieran protegerla del dolor cuando habían fallado en protegerla de la
pérdida.

Zoya sintió el cuerpo de su amiga, cubierto en una pesada kefta roja, a


su lado. No había color Grisha para el luto. Habían tenido demasiadas vidas
por las que condolerse.

Genya estaba temblando y su peso contra Zoya se sentía insustancial,


como si fuera a alejarse con las chispas del fuego. Pero el peso de su dolor
se aferraba a Zoya, pesado y denso, un abrigo empapado, arrastrándola,
tirando de sus extremidades. Deseaba arrancárselo, pero el dragón no lo
permitiría, no le permitiría huir de este dolor.

—No puedo hacer esto —susurró Genya. Su cara estaba hinchada de


llorar. Su cabello vibrante yacía flácido sobre su espalda.

—No tienes que hacer nada —dijo Zoya—. Solo estar aquí. Permanecer
de pie.

—Ni siquiera eso.


—Yo te tengo. No te permitiré caer.

Se sentía como una mentira. Zoya se estaba despedazado. Se destrozó


en las rocas. «Eres lo bastante fuerte para sobrevivir la caída.». Juris estaba
equivocado. Pero le debía a Genya esto y mucho más.

—Nikolai –dijo Zoya—. No creo que esté lista para hablar.

Nikolai asintió. Miro hacia la multitud reunida en la oscuridad, sus caras


iluminadas por las llamas.

—David y yo hablábamos en cifras —empezó—. Nuestras


conversaciones más profundas fueron transcritas en planos para algún
nuevo invento. No puedo fingir que lo entendía.

Zoya había esperado escuchar los tonos de un rey animando a sus


tropas, pero la voz de Nikolai era descarnada y desgastada. Solo era un
hombre, sufriendo la pérdida de un amigo.

—No fui lo bastante listo para seguirle el ritmo a su genio —Nikolai


continuó—. Todo lo que podía hacer era respetar su intelecto y su deseo de
hacer lo correcto con los dones con los que nació. Dependí de él para
encontrar respuestas que yo no podía, para iluminar un sendero cuando yo
me encontraba perdido. David veía cosas que nadie más veía. Veía a través
del mundo a los misterios al otro lado. Sé que se ha marchado a resolver
esos misterios. —Una débil sonrisa tocó sus labios—. Puedo verlo en
alguna gran biblioteca, perdido en su trabajo, con la cabeza agachada para
resolver algún problema nuevo, descubriendo lo desconocido. Cuando entre
en el laboratorio, cuando despierte en la noche con una nueva idea, lo
extrañaré… —Su voz se rompió—. Ya lo extraño ahora. Que los Santos lo
reciban en una costa mas brillante.

—Que los Santos lo reciban —la multitud murmuró.

Pero David no había creído en Santos. Había creído en la Pequeña


Ciencia. Había creído en un mundo ordenado por hechos y lógica.
«¿Qué crees tú?» Zoya no lo sabia. Había creído en Ravka, en su rey, en
la oportunidad de que podía ser parte de algo mas grande que ella misma.
Pero tal vez no se merecía eso.

Todos los ojos se giraron hacia Genya ahora. Era la esposa de David, su
amiga, su compatriota. Se esperaba que hablara.

Genya se enderezó, levantó la barbilla. —Lo amaba —dijo, con el


cuerpo aún temblando como si la hubieran destrozado y vuelto a armar
apresuradamente—. Lo amaba y él me amaba a mi. Cuando era… cuando
nadie podía llegar a mí… él me vio. Él… —Genya giró la cabeza hacia el
hombro de Zoya y sollozó—. Yo lo amaba y él me amaba a mí.

¿Había algún regalo mayor que ese? ¿Algún descubrimiento mas


improbable en este mundo?

—Lo sé —dijo Zoya—. Él te amaba mas que a nada.

El ojo del dragón se había abierto y Zoya sintió ese amor, la enormidad
de lo que Genya había perdido. Era demasiado que resistir sabiendo que no
podía hacer nada por calmar ese dolor.

—Diles, Zoya. Yo no puedo… no puedo.

Genya lucía frágil, retraída sobre sí, el follaje de alguna flor delicada
ocultándose del invierno.

¿Qué podía Zoya decirle a ella? ¿A cualquiera de ellos? ¿Cómo podía


darles esperanza que no tenía?

«Esto es lo que hace el amor». Ese había sido uno de los dichos
favoritos de su madre. Cuando la mantequera estaba vacía, cuando su
esposo no podía encontrar trabajo, cuando sus manos se cuartearon por
lavar la ropa de los vecinos. «Esto es lo que hace el amor.»

Zoya podía ver a Sabina, sus manos rojas por la lejía, su rostro hermoso
arrugado, como si el escultor que tallaba su hermosura hubiera perdido el
control, enterrado demasiado debajo de los ojos, y las comisuras de la boca.
«No puedes imaginar lo atractivo que era —dijo Sabina, mirando al padre
de Zoya, con voz amarga— Mi propia madre me advirtió que no tendría
buena vida con un suli, que ella y mi padre nos darían la espalda. Pero no
me importó. Estaba enamorada. Nos conocimos a la luz de la luna.
Bailamos al son de la música que sus hermanos tocaban. Creí que el amor
era nuestra armadura, nuestras alas para volar, un escudo contra el
mundo.» Se había reído, el sonido como huesos traqueteando en la taza de
una adivina, lista para soltarlos y mostrar solo desastre. Sabina extendió sus
manos ajadas, haciendo gestos a su hogar destartalado, la estufa fría, las
pilas de ropa por lavar, el piso de tierra. «Aquí está nuestro escudo. Esto es
lo que el amor hace». Su padre no había dicho nada.

Zoya había visto a sus tíos suli solo una vez. Habían llegado después de
oscurecer, a órdenes de su madre. Sabina ya se había retirado a la cama y le
dijo a Zoya que se quedara con ella, pero tan pronto su madre se quedó
dormida, Zoya se había escabullido para ver a los desconocidos con su
cabello oscuro y sus ojos negros, sus cejas tupidas y oscuras como las de
ella. Se parecían a su padre, pero no. Su piel café parecía iluminada desde el
interior. Sus hombros eran rectos y mantenían las cabezas en alto. Junto a
ellos, su padre lucía como un anciano, aunque sabía que él era el hermano
menor.

—Ven con nosotros —había dicho el tío Dhej—. Ahora. Esta noche.
Antes que esa bruja despierte.

—No hables de mi esposa de esa forma.

—Entonces antes que tu encantadora esposa despierte para reclamarte.


Morirás aquí, Shum. Ya casi estás muerto.

—Estoy bien.

—No estamos destinados a vivir entre ellos, encerrados en sus casas,


marchitándonos bajo sus techos. Estabas destinado para las estrellas y los
cielos abiertos. Estabas destinado a la libertad.

—Tengo una hija. No puedo solo…


—La madre es una fruta podrida y la hija crecerá amargada. Ya puedo
ver el dolor que cuelga a su alrededor.

—Calla, Dhej. Zoya tiene un corazón bueno y crecerá para ser fuerte y
hermosa. Como su madre pudo haber sido. En una vida diferente. Con un
esposo diferente.

—Entonces tráela con nosotros. Sálvala de este lugar.

«Sí. Llévame lejos de aquí». Zoya se había echado las manos sobre la
boca como si hubiera dicho las palabras en voz alta, liberado alguna clase
de maldición al mundo. La culpa la inundó, la asfixió, las lágrimas le
llegaron a los ojos. Amaba a su madre. La amaba, la amaba. No deseaba
que nada malo le sucediera. No deseaba dejarla sola para que se cuidara por
su cuenta. Había reptado de vuelta a la cama de Sabina y la había abrazado
y llorado hasta dormirse. Pero había soñado que montaba en un carromato
suli y despertó a la mañana siguiente, confundida y desorientada, aún
segura de poder oler el heno y los caballos, aún segura de poder escuchar la
feliz charla de hermanas que no tenía.

Nunca había vuelto a ver a sus tíos.

«Esto es lo que el amor hace.»

El amor era el destructor. Creaba luto, viudas, dejaba miseria a su paso.


El dolor y el amor eran uno y el mismo. El luto era la sombra que el amor
dejaba cuando desaparecía.

«He vivido demasiado tiempo en esa sombra», pensó Zoya, mirando


hacia la orilla del lago, a los soldados reunidos contra el frío, esperando que
alguien dijera algo.

—Por favor —Genya susurró.

Zoya se devanó el cerebro en busca de un mensaje de esperanza, de


fuerza. Pero todo lo que tenía era la verdad. —Solía… —Su voz era ronca
por las lágrimas no derramadas. Odió ese sonido—. Solía creer que solo
existía una clase de soldado. La clase de soldado que yo aspiraba ser.
Despiadada e implacable. Adoraba ante el altar de la fuerza: la tormenta, el
golpe del Cardio, el corte. Cuando fui elegida para liderar el Triunvirato,
yo… —La vergüenza la cubrió, pero se forzó a continuar hablando—.
Resentí a la gente que fue elegida para liderar a mi lado. Yo era la más
poderosa y la más peligrosa, y creí que sabía como liderar. —Zoya sintió
que los recuerdos la abrumaban, largas noches discutiendo con Genya y
David. ¿Cuándo habían empezado a planear juntos en vez de discutir?

»Yo no sabía nada. David no se fijó el objetivo de enseñarme el poder


del silencio, pero lo hizo. Genya no intentó convencerme de ser más
amable, me mostró lo que la amabilidad podía hacer cada día. David no
era… no era una persona fácil. No decía bromas ni mostraba sonrisas o
intentaba hacer que te sintieras cómodo. Odiaba las charlas y podía
enfocarse tanto en su trabajo, que olvidaba comer o dormir. La única
distracción que tuvo alguna vez fue Genya. Cuando la miraba a ella, podías
ver que él había encontrado su ecuación perfecta. —Se encogió de
hombros, incapaz de comprenderlo—. David era una clase diferente de
soldado. Su fuerza provenía de su genialidad, pero también de su silencio,
su voluntad para escuchar, su creencia de que cada problema tenía una
solución . Hoy, por toda Os Alta, hay funerales. La gente está de duelo. Nos
enfrentemos a un desafío nuevo y terrible, una clase diferente de enemigo y
una clase diferente de guerra, pero así como guardamos luto juntos,
enfrentaremos a este nuevo enemigo juntos. Lucharemos mientras
guardamos luto, lado a lado. Marcharemos como soldados; y aspiraremos a
ser la clase de soldado que David era, no conducidos por la venganza o la
ira sino por un deseo de saber más y hacerlo mejor. David Kostyk regresa a
la creación en el corazón del mundo. Siempre estará con nosotros.

La mayoría de los soldados no conocía la replica tradicional, pero los


Grisha sí. —Como él regresa, todos lo haremos.

Había una clase de consuelo menor en esas palabras, en esa réplica


murmurada. ¿Podía ella ser un soldado como David? Zoya no lo sabía.
Temía lo que podría suceder cuando este momento de tranquilidad
terminara, cuando se recogieran las cenizas de David y se introdujeran en
los muros blancos que rodeaban los terrenos del palacio. Un espacio a su
lado quedaría libre para Genya. Miles de cuerpos, miles de ladrillos, miles
de fantasmas montando guardia sobre generaciones de Grisha. ¿Para qué?

Los fjerdanos los habían empujado a todos a territorio sin explorar.


Zoya sabía que su furia esperaba al otro lado de este dolor, y cuando se
desatara, no estaba segura de lo que haría.

—Necesito ir con él —susurró Genya—. Una última vez.

Había sacado una libreta de su bolsillo, con las páginas abiertas. Le


tomó a Zoya un momento entender lo que era. Atisbó unas cuantas palabras
en los garabatos de David: ideas para halagos: cabello (color, textura),
sonrisa (causas y efectos), talentos (confeccionar, tónicos, su sentido de la
moda… preguntar sobre “moda”), ¿dientes? ¿Tamaño de los pies?

—Su diario —dijo Zoya. Donde David había escrito todos sus pequeños
recordatorios de cómo hacer a Genya feliz.

Genya miró hacia el lago. —Necesito cruzar.

Zoya podía hacer una seña a un Mareomotor, pero el dragón estaba


cerca y ella deseaba ser la que sostuviera a Genya en este momento.
Levantó los brazos, moviendo las palmas lentamente. «¿No somos todos
cosas? Si la ciencia es lo bastante pequeña». No hubo tiempo para refinar
sus dones o dar forma al poder que Juris le había concedido a Zoya con su
vida. Pero sus talentos de Impulsora no estaban tan alejados de las
habilidades de un Mareomotor. «Necesito darle esto». El dragón exigió. El
corazón de Zoya lo demandó.

El hielo se formó en la superficie del lago, un sendero blanco destellante


que se extendió a cada paso que Genya daba, conduciéndola de la costa a la
pira de David. Se paró ante las llamas, su cabello rojo destellaba como las
plumas de un ave de fuego. Presionó un beso contra la cubierta de la libreta.

—Para que lo recuerdes cuando me reúna contigo en el siguiente mundo


—dijo bajito. Arrojó la libreta al fuego.
Zoya no debería haber sido capaz de escuchar las palabras, no a esa
distancia. No deseaba saber algo tan privado, ese dolor. Pero veía con los
ojos del dragón, escuchaba con sus oídos. Por cada vida que Zoya había
llorado, el dragón había llorado un millar.

«¿Cómo? ¿Cómo sobrevives a un mundo que continúa arrebatándote?»

No hubo respuesta del dragón, solo el crujido de llamas y el frío silencio


de las estrellas, encantadoras, brillantes, e indiferentes.

Después que la ceremonia terminó, Zoya tenía intención de escoltar a


Genya de vuelta a sus aposentos, pero Genya se rehusó.

—No puedo estar sola. ¿Te reunirás con el rey?

—Sí, pero…

—No puedo estar sola —repitió Genya.

—Leoni y Nadia estarán allí.

—Lo sé. Los fjerdanos no aguardarán mientras lloramos a nuestros


muertos. Necesitaremos seleccionar a alguien que represente a los
Materialki en el Triunvirato.

—Tenemos tiempo.

Los ojos de Genya eran atormentados. —¿Lo tenemos? Continuo


viendo cómo lucía él cuando lo sacaron de los escombros. Aún llevaba
puesta la ropa de boda y… tenía una pluma en la mano. La punta de sus
dedos… —Genya levantó su propia mano, se tocó los labios con los dedos.
Las lágrimas llenaron sus ojos—. Estaban manchados de tinta.

Zoya no había estado allí. Había regresado a Os Alta demasiado tarde


para ayudar, demasiado tarde para luchar. —Si no te sientes lista para…
Genya se limpió las lagrimas. —Soy miembro del Triunvirato, no solo
una viuda de luto. Necesito estar allí. No puedo quedarme sola a contemplar
mis pensamientos.

Eso, Zoya lo entendía.

Todos se reunieron en su saloncito, ante la mesa donde los oprichniki


del Darkling y luego los guardias de Alina alguna vez se sentaron. Los
aposentos del rey aún estaban intactos, pero los pasillos alrededor no
estaban despejados de escombros.

Tolya envolvió un chal alrededor de los hombros de Genya y se


acomodó a su lado junto al fuego, mientras Zoya andaba arriba abajo,
insegura de lo que venía después. Nadia y Leni habían traído un montón de
archivos con ellas, muy probablemente el trabajo que habían estado
haciendo sobre misiles. Adrik también estaba allí. Zoya se preguntaba si
Nikolai tenía intención de degradarla y darle al hermano pequeño de Nadia
su cargo. Tenía todo el derecho a hacerlo.

—Perdonen el retraso —dijo Nikolai cuando entró al fin—. Es difícil


mantenerse al día con la correspondencia ya que… bueno. —Sirvió una
taza de té y se la llevó a Genya, colocándole un platito en las manos—.
¿Tienes hambre?

Ella sacudió la cabeza.

Él acerco una silla para poder sentarse a su lado. Nadie dijo nada
durante un largo rato.

Al fin, el rey suspiró. —No sé dónde comenzar.

Se habían llevado a cabo funerales por toda Os Alta en los días


recientes, una vez que el peligro había pasado y los cuerpos pudieron
hallarse, algunos quemados, algunos enterrados. El rey había atendido a
tantos como pudo, deslizándose en iglesias donde se decían oraciones a los
Santos, ayudando a mudar familias de las zonas que se habían vuelto
inseguras. Zoya lo había visto poco desde que regresó a la capital, y le
alegraba eso. Enfrentarlo significaría enfrentar su fracaso. En su lugar,
intentó encontrarle sentido al caos que había seguido a los bombardeos,
disponiendo nuevos protocolos para los apagones por toda Ravka,
mandando protestas diplomáticas formales contra Fjerda, uniéndose a los
Grisha en la parte baja de la ciudad para los esfuerzos de limpieza y rescate,
agradecida de estar ocupada.

No había estado lista para la terrible quietud del funeral, o este


momento que requería un recuento de lo que habían sufrido. Nadie deseaba
resumirlo.

—¿Dónde más atacaron? —preguntó Tolya. Mejor hablar de guerra que


de amores perdidos.

—Poliznaya recibió lo peor —dijo Nikolai—. Perdimos mas de la mitad


de nuestros voladores, la mayoría de nuestras aeronaves. Nuestras reservas
de titanio han desaparecido.

Entregó las noticias con poca emoción, un hombre reportando el clima.


Pero Zoya lo conocía demasiado bien. La mirada en sus ojos era
inconfundible igual que desconocida: lucía derrotado.

—¿Todo? —preguntó Nadia—. No habíamos iniciado la construcción


de los caparazones para los misiles.

—Tendremos que utilizar otro metal.

Pero incluso Zoya sabía lo que eso significaba. Los misiles serian
demasiado pesados par atacar desde un rango seguro, y mas difícil que los
Impulsores apuntaran a distancia.

—Os Kervo será el siguiente objetivo de Fjerda —dijo Zoya, porque


alguien tenía que hacerlo.

—Hemos emitido advertencias de apagones por toda la ciudad —dijo


Nikolai, su mirada pasó más allá. Apenas la había mirado desde que ella
regresó—. Pero creo que Fjerda tal vez se contenga. Nos atacaron con la
esperanza de intimidar a Occidente y conseguir que declaren por Vadik
Demdov. Es una estrategia que el Darkling utilizó en la guerra civil.
—De nuevo me venció —sonaba resignada, tal vez furiosa. Pero no
había pistas de la miseria en su interior, el aguijonazo que la mantenía
despierta, que la carcomía noche y día. La furia era fácil. Incluso el dolor.
¿Pero la vergüenza? «Yo le permití escapar.» Cualquier cosa que hiciera el
Darkling ahora, a quien hiriera… la culpa recaería en ella.

—Yo estuve de acuerdo en retirarlo del palacio —dijo Nikolai—. Esta


no es la primera vez que el Darkling nos ha tomado por sorpresa, pero
recordemos que sus planes nunca prosperan.

Aún no. Esta vez tal vez ganara y continuara ganando. Tal vez deberían
haber encontrado una forma de forjar una alianza con él, de traerlo
realmente a su lado. Tal vez los fjerdanos no se habrían atrevido a atacar si
hubieran sabido que el Darkling había regresado. Pero ¿se esperaba que
Genya trabajara codo con codo con el hombre que la había sacrificado a un
violador? ¿Zoya debía compartir la sala de guerra con el hombre que había
asesinado a su tía?

—¿Qué haremos? —preguntó Leoni. Estaba sentada junto a Adrik.


Habían estado juntos en el funeral también. Era común que Grisha que
trabajaban encubiertos se enamoraran durante una misión, pero los
romances rara vez duraban una vez que la emoción había pasado y los
agentes estaban de vuelta en su tierra natal. Adrik y Leoni parecían ser una
excepción, aunque ¿Cómo cualquiera de ellos soportaba al otro? La
sobrepasaba. Tal vez la melancolía infinita y el candor persistente eran la
combinación correcta.

Nikolai se reclinó en su silla. —El Darkling tiene un don para el


espectáculo, rivalizado solo por el mío. Querrá organizar un regreso muy
público.

—Mi hermana tiene espías e informantes colocados en casi todas las


ciudades mayores en Ravka —dijo Tolya—. Preguntaremos por recién
llegados y desconocidos.

—Al menos Tamar está bien —dijo Nikolai.


Nadia lucía pálida bajo sus pecas, pero todo lo que dijo fue: —Gracias a
los Santos.

Los mensajes de Tamar habían confirmado que con el apoyo de Ehri al


tratado, el consejo de la reina shu había acordado ratificar y respaldar su
alianza recién forjada. Ahora era una cuestión de mantener su ventaja e
intentar desmantelar el programa secreto de khergud.

—Hagamos que nuestros soldados en la frontera norte estén alertas por


señales del Sin Estrellas —dijo Nikolai—. No quiero que crucen a Fjerda.

—¿El Darkling se unirá a los fjerdanos? —preguntó Nadia.

—Podría hacerlo —dijo Tolya—. Es otra cosa que ha hecho con


anterioridad.

La risa de Nadia fue arrepentida. —No sé a quien irle.

Zoya tampoco estaba segura. Que más fjerdanos adoraran a más santos
ravkanos significaba más simpatía para Ravka y potencialmente menos
apoyo para la guerra. Pero esa fe podría hacer que fuera mucho mas fácil
para el Darkling ganar un asidero allá.

Tolya cruzó sus brazos inmensos.

—El Apparat ha hecho una campaña activa contra permitir la santidad


del Darkling. Los fjerdanos tendrán que enemistarse con el sacerdote si
desean al Darkling de su lado.

—¿Lo harán? —dijo Nikolai—. El Apparat sobrevive. Es lo que hace.


Si percibe que el Darkling podría convertirse en un activo valioso, tengan
por seguro que tendrá una epifanía repentina. Y regresar de entre los
muertos constituye una entrada grandiosa. Fjerda tal vez no tenga que elegir
entre el sacerdote y un santo recién revivido.

—No creo que el Darkling se una al Apparat —dijo Genya.

Era la primera vez que hablaba. La habitación repentinamente se sintió


inmóvil, como encerrada en cristal.
Nikolai se giró hacia ella. —Tú lo conociste mejor que cualquiera de
nosotros, más tiempo que nosotros. ¿Por qué?

Dejó su taza de té. —Orgullo. El Darkling no perdona. Castiga. Te


castigó por traicionarlo como Sturmhond. Me castigó por elegir a Alina.
Cuando el Darkling ejecutó su golpe de estado, le confió la capital al
Apparat. El sacerdote debía tomar prestada la autoridad para ganar favores
a la causa del Darkling. En su lugar, cambió la fe de la gente por Alina
Starkov.

—Porque creía que ella podría ser controlada más fácilmente —dijo
Nikolai.

—Fue tonto de su parte. Pero eso es algo que el Darkling y el Apparat


tenían en común —dijo, endureciendo la voz—. La subestimaron. Nos
subestimaron a cada uno de nosotros. Todo lo que el Darkling deseaba era
ser amado por este país, adorado. No se aliará con el Apparat porque el
sacerdote hizo lo imperdonable: volvió a la gente en su contra.

—Entonces ¿Qué hará él?

Los puños de Genya aplastaron el material de su kefta. —La pregunta


es, ¿Qué haremos nosotros?

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Adrik, y por una vez su
tono miserable fue completamente apropiado—. Incluso con el apoyo de los
shu y los zemeníes, ¿tenemos suficientes voladores o misiles para enfrentar
a Fjerda en el campo?

Nadia y Leoni intercambiaron una mirada, y Leoni se mordió el labio.


—Si tuviéramos una nueva fuente de titanio, estaremos listos para pasar a la
producción inmediatamente.

Tolya respiró profundo. —Sé que todos estamos furiosos y en duelo. Lo


que los fjerdanos hicieron es imperdonable, pero…

—¿Pero? —dijo Zoya.


Le mantuvo la mirada. —Lo que hagamos a continuación determinará
no solo qué clase de guerra es esta, sino como será cada guerra posterior.
¿Lanzar un misil sin siquiera necesitar poner un soldado o piloto en riesgo?
La guerra debe tener costos. ¿En qué punto seremos tan malos como los
fjerdanos?

—Tal vez eso es lo que necesitamos ser —dijo Zoya—. Este es un


mundo donde los villanos prosperan. —Donde hombres como David
morían enterrados bajo un montón de piedras vestido con su atuendo de
bodas mientras el Darkling y el Apparat de alguna forma aún respiraban.

—¿Eso significa que también nos convertimos en villanos? —preguntó


Tolya, y Zoya pudo escuchar la súplica en su voz.

—Nunca has sido la persona mas débil en la habitación, Tolya. La


misericordia no significa nada si no podemos proteger a los nuestros.

—¿Pero dónde terminará esto?

Zoya no tenía respuesta a eso. Nikolai lo había dicho suficientes veces:


una vez que el río se desbordaba, no podía ser contenido de nuevo.

Genya tocó suavemente el brazo de Tolya. —David odiaba hacer la


guerra. Era un inventor, un creador. Soñaba con un tiempo cuando podría
construir maravillas en vez de armas. —Estiró la mano hacia Zoya, y ella le
tomó la mano, reluctante, sintiendo un dolor desagradable en la garganta—.
Pero también sabía que no podíamos forjar la paz solos. Los fjerdanos nos
han mostrado quiénes son. Depende de nosotros decidir en quien deseamos
convertirnos.

—¿Y quién será? —preguntó Zoya, porque realmente no lo sabía. Todo


lo que tenía era furia.

—Construiremos los misiles —dijo Genya—. Les haremos comprender


lo que podemos hacer. Les damos la elección.

Zoya se preguntó quien haría esa elección. ¿Los padres que no deseaban
enviar a sus hijos a morir? ¿Jarl Brum y sus odiosos drûskelle? ¿Los de la
realeza ansiosos por mantener sus cargos a cualquier costo?

—Esto siempre se ha tratado de detener una guerra —dijo Nikolai—. Si


los fjerdanos no creen que podemos contener la marea, pasarán sobre
nosotros.

Nadia se removió en su silla. —Pero sin el titanio…

—Tendremos el titanio —dijo Nikolai.

Zoya no pudo ocultar su sorpresa. —¿los zemeníes han aceptado


suministrárnoslo?

—No —dijo—. No tienen para vender, no procesado. Pero Kerch sí.

Adrik bufó. —Es imposible que nos lo vendan, a ningún precio que
podamos permitirnos.

—Por eso no tengo intención de pedirlo. Resulta que conozco a alguien


que puede ayudarnos con esta clase de negociación en particular.

Tolya frunció el ceño. —¿Negociación?

—Quiere decir que vamos a robarlo —dijo Zoya.

La taza de Genya golpeó contra su platito. —Si Kerch descubre que


estamos involucrados en algo así, será un desastre diplomático.

Nikolai le dio un breve apretón al hombro de Genya y se levantó. Lucía


menos como un rey con un país que gobernar que un corsario a punto de
desatar sus cañones sobre un barco enemigo.

—Tal vez —dijo—. Pero Ketterdam es el lugar correcto para apostar.


21

EL MONJE
Traducido por Pily1

NO SABÍA A DÓNDE IR. No había pensado más allá de la necesidad


de estar completo de nuevo y finalmente regresar a sí mismo. Ni siquiera
estaba completamente seguro de que su plan funcionaría. Pero se había
aferrado a ese trozo de madera de espino y los huérfanos le habían ofrecido
la oportunidad perfecta para intentarlo.

Alina.

«Ella está viva». La voz de Yuri hizo un eco en su cabeza, un mosquito


que parecía que no podía aplastar. «Sankta Alina, hija de Dva Stolba, Alina
del Abismo. Ella vive.»

Sí, Alina Starkov estaba bien y feliz y vivía con su rastreador. Si se


podía llamar vivir a eso. El balbuceo de asombro de Yuri siguió y siguió.

Sus preguntas lo habían preocupado, pero Alina siempre tuvo el talento


de meterse bajo su piel. «¿Por qué tienes que ser tú el salvador?» La
respuesta a su pregunta fue tan obvia como siempre: ¿Quién más podría
proteger a los Grisha y Ravka? ¿Un chico imprudente al que le gustaba
jugar al pirata? ¿Una chica vengativa demasiado temerosa de su propio
corazón para dominar el tremendo poder que le habían concedido? Eran
peligrosos. Peligrosos para él, para su país, incluso para ellos mismos.
«Niños.»

Sus soldados de la Sombra lo llevaron a través del bosque y el claro


mientras su mente también vagaba, hasta que por fin llegó a una ciudad
junto a un río. Este lugar era familiar, pero la mayoría de los lugares lo eran.
Conocía cada guijarro y cada rama de Ravka. Pero los cañones, los tanques
y las máquinas voladoras que habían llenado este mundo eran nuevos para
él y no eran bienvenidos. Si su plan hubiera tenido éxito, si hubiera logrado
blandir el Abismo con Alina a su lado, Ravka nunca habría sido vulnerable
a esta marcha de brutalidad.

«Ella está viva. Sankta Alina quien dio su vida por Ravka.»

—Yo di mi vida por Ravka —gruñó a nadie más que a los árboles, y
Yuri, finalmente amedrentado, se quedó en silencio.

Hizo que los nichevo'ya lo depositaran junto a un puente alto sobre el


desfiladero del río y caminó el resto del camino hasta el pueblo, sin saber a
dónde se dirigía. Llevaba los pies descalzos y todavía llevaba la túnica y los
pantalones negros andrajosos de Yuri, la tela estaba ensangrentada donde
una bala lo había rozado. Anhelaba un baño y ropa limpia. Cosas humanas.

Los comerciantes lo miraban preocupados desde sus puertas, pero no


tenían nada que temer de él. Al menos no todavía. No era una gran ciudad,
pero notó iconos en casi todas las ventanas. La mayoría de estos remansos
eran religiosos y se habían vuelto más religiosos durante la guerra civil.
Alina era ciertamente popular, siempre mostrada con su cabello blanco e
iluminada como si se hubiera tragado el sol. Muy dramático. También vio a
Juris —un santo de la guerra, si es que alguna vez hubo uno— y a Sankta
Marya, la santa patrona de los que están lejos de casa. No había señales del
Sin Estrellas.

«Todo a su debido tiempo» se dijo, y Yuri se unió. Podrían estar de


acuerdo al respecto.

Los nombres se agolparon en sus pensamientos. Staski. Kiril. Kirigan.


Anton. Eryk. Una avalancha de recuerdos. Él había sido todos ellos, pero
¿en quién debería convertirse ahora? Había tenido mucho tiempo para
considerar tales cosas en el aislamiento de su celda de vidrio, pero ahora
que era libre, verdaderamente libre para elegir, descubrió que solo un
nombre le convenía. El mayor de ellos: Aleksander. Ya no tenía ninguna
razón para ocultar su peculiaridad. Los santos estaban destinados a vivir
para siempre.

Pasó a la plaza de un pueblo embarrado y vio una pequeña iglesia


coronada por una única cúpula encalada. A través de la puerta abierta,
vislumbró al Sacerdote, tendiendo algo junto al altar, mientras una mujer
encendía velas por los muertos. Sería un santuario. No podían rechazar a un
mendigo descalzo.

No fue hasta que Aleksander estuvo dentro, las frías sombras de la


iglesia, espesas y reconfortantes a su alrededor, que se dio cuenta de dónde
estaba. Sobre el altar colgaba una pintura de un hombre con grilletes de
hierro en las muñecas y un collar en el cuello, con los ojos mirando hacia la
nada. Sankto Ilya Encadenado.

Realmente conocía este lugar. Había vuelto al principio: esta iglesia se


había levantado sobre las ruinas de la casa de Ilya Morozova, el abuelo de
Aleksander, un hombre arrojado a la muerte desde el mismo puente que
había cruzado en su camino hacia la ciudad. Había sido conocido como el
Herrero de Huesos, el mayor Fabricador que jamás haya existido. Y, sin
embargo, había sido mucho más que eso.

—¿Hola? —dijo el Sacerdote, volviéndose hacia la puerta.

Pero Aleksander ya se había hundido en las sombras, reuniéndolas


como un sudario alrededor de su cuerpo en la oscuridad del pasillo lateral.

Se movió silenciosamente hacia la puerta que sabía que lo llevaría al


sótano, por las escaleras desvencijadas hasta donde se habían apilado viejos
bancos y tapices podridos. Sus recuerdos eran tan oscuros y polvorientos
como este lugar, pero el plano de la iglesia y lo que había sucedido antes
estaba enterrado en su mente, y sabía que aún había otra habitación debajo
de esta. Localizó una linterna y fue a buscar la trampilla.

No tomó mucho tiempo. Cuando tiró del anillo de metal, la bisagra soltó
un chillido. Quizá el Sacerdote escucharía e intentaría rezar para alejar a los
fantasmas.
Yuri dio vueltas en su cráneo por ese pequeño sacrilegio, pero
Aleksander lo ignoró.

«Te mostraré maravillas» prometió.

«Este es un lugar sagrado» protestó Yuri.

Aleksander casi se rió. ¿Qué hacía santa a una iglesia? ¿Los halos
dorados de los santos? ¿Las palabras de su sacerdote?

«Las oraciones que se dicen debajo de su techo.»

Frunció el ceño en la oscuridad. La piedad del chico era agotadora.

Aleksander bajó a la habitación debajo del sótano. Aquí, el suelo era de


tierra y la linterna no mostraba nada más que paredes de tierra, cuyas raíces
intentaban abrirse paso.

Pero sabía lo que había sido esta habitación: el taller en la parte trasera
de la casa de Morozova, el lugar donde su abuelo había alterado los límites
entre la vida y la muerte, había resucitado criaturas con la esperanza de
construir poder en sus huesos. Había intentado fabricar sus propios
amplificadores y lo había conseguido.

Aleksander había intentado seguir los pasos de Morozova. Había


engatusado a su madre para que lo trajera a esta ciudad, a la casa que había
ocupado de niña. Cuando vio la iglesia construida en el lugar donde había
estado el taller de su padre, se rió durante la mayor parte de una hora.

—Ellos lo mataron, ya sabes —había dicho Baghra, con lágrimas


brotando de sus ojos—. Los antepasados de los mismos hombres y mujeres
que caminaban por este pueblo y oraban en esta iglesia lo arrojaron al río.
El poder real los asusta. —Ella había saludado al retablo pintado—.
Quieren la ilusión de eso. Una imagen en una pared, silenciosa y segura.

Pero el poder era exactamente lo que Aleksander había encontrado,


escondido en este sótano: los diarios de su abuelo, los registros de sus
experimentos. Se habían convertido en su obsesión. Estaba seguro de que
podía hacer lo que había hecho Ilya Morozova, y por eso lo había intentado.
El resultado fue el Abismo.

«Un regalo» susurró la voz de Yuri, y Aleksander de repente estaba de


pie en Novokribirsk, viendo la marea del Abismo correr hacia él,
escuchando los gritos a su alrededor. «Me salvaste ese día.»

Aleksander miró hacia la oscuridad de la habitación del sótano.


Ciertamente no había tenido la intención de salvar a Yuri. Pero estaba
contento de que alguien recordara el bien que había hecho por este país.

Palpó a lo largo de la pared, la tierra fría y húmeda bajo su palma, hasta


el nicho donde había encontrado los diarios, envueltos en hule. Vacío ahora.
No, no del todo. Sus dedos se sujetaron alrededor de algo, un trozo de
madera. Parte del juguete de un niño. El cuello curvo de un cisne modelado
con exquisito cuidado, roto en la base. Inútil.

«¿Por qué fuiste conAlina? —Yuri se alejó zumbando— ¿Por qué


buscarla?» Para recuperar su poder, por supuesto. El universo quería
humillarlo, obligarlo a apelar a un par de patéticos huérfanos como un
mendigo de rodillas.

«¿Por qué fuiste con ella?»

Porque con ella volvía a ser humano. Una vez había sido ingenua,
solitaria, desesperada por la aprobación, todas las cosas que le habían hecho
tan fácil manipular a sus soldados en el pasado. Entonces, ¿cómo lo había
superado? Pura terquedad. Ese impulso pragmático que le había permitido
sobrevivir al orfanato, soportar tantos años sin usar su poder. Algo más.
Había conocido el nombre una vez, hace cien vidas. «No es demasiado
tarde para ti». Alina podría tener razón, pero él no había luchado para salir
de la muerte por el simple hecho de ser salvado.

No tenía que hacer ninguna penitencia. Todo lo que había hecho era por
los Grisha, por Ravka.

¿Y la plaga? ¿Podría agregar eso a la lista de sus supuestos crímenes?


Tenía que admitir que era en parte culpa suya. Aunque si el niño rey hubiera
tenido la bondad de acostarse y morir como estaba destinado a hacerlo, el
obisbaya se habría completado y el Abismo nunca se habría roto. Pero,
¿qué tan terrible podría ser? Ravka había pasado por cosas peores y él
también.

Aleksander miró el juguete roto en sus manos. No debería haber venido


aquí. Olió la tierra removida, el incienso de la iglesia de arriba. Este lugar
no era más que otra tumba.

Quería salir de la oscuridad, volver a estar bajo el sol invernal. Cerró la


trampilla detrás de él y subió rápidamente las escaleras desde el sótano,
pero se detuvo en la puerta de la iglesia. Oía hablar al Sacerdote, el ruido y
el murmullo de una multitud. Debieron haber entrado mientras él estaba
sumido en sus pensamientos.

¿Qué día era? ¿Se habían reunido todos para los servicios matutinos?

El Sacerdote estaba contando la historia de Sankto Nikolai, el niño


pequeño casi devorado por los marineros caníbales, que había pasado a
ministrar a los pobres y hambrientos. Era tan sangriento y extraño como la
vida de todos los santos.

Quizá era hora de una nueva historia, un Santo único, más grande que
todos los que habían venido antes que él, que no repartió su poder como una
especie de banquero que lleva un libro de oraciones y buenas obras. Quizá
era hora de un nuevo tipo de milagro.

Desde su escondite detrás de la puerta, levantó las manos y se centró en


el icono pintado detrás del Sacerdote. Lentamente, las sombras se curvaron
de las manos abiertas de Sankto Ilya; empezaron a sangrar por la boca.

Un grito ahogado surgió de la congregación. El Sacerdote se volvió y


cayó de rodillas. Aleksander bebió su miedo y su asombro. Embriagador
como ese vino de cereza barato que había tomado en... no podía recordarlo
del todo.

«Verás, Yuri. Tu era de milagros ha comenzado.»


Corrió a través de la iglesia, disfrazándose en una nube de sombras
giratorias, y los feligreses gritaron.

Aleksander no podía simplemente aparecer de nuevo, resucitado. Había


demasiados viejos rencores y habría demasiadas preguntas. No, había una
mejor historia aquí. Se convertiría en Yuri, dejaría que el chico hablara por
él, y cuando llegara el momento, el monje sería su elegido, un chico que
surgió de la nada, dotado de un gran poder. Les había encantado el pequeño
cuento de hadas de Alina. También les encantaría este.

Iría al Abismo. Encontraría a los seguidores del Santo Sin Estrellas.

Le enseñaría al mundo el asombro.


22

Nina
Traducido por Lieve

NINA NO QUERÍA MOVERSE DE SU CAMA. Hanne les había dicho


a sus padres que estaba enferma, que las ostras del desayuno del día anterior
no le habían sentado bien.

—Olvidé que no está acostumbrada a los lujos de la Corte de Hielo —


había dicho Brum, su voz se oía a través del hueco de la puerta—. Pero ella
debe unirse a nosotros para celebrar.

«Eso debería hacerme enojar»

El pensamiento vino y se fue. Se sentía como si se estuviera ahogando,


pero no quería luchar para salir a la superficie. Quería acostarse aquí, en
esta cama, con las mantas pesadas como el peso del agua. No quería pensar
y no podía fingir que estaba bien.

Se sentía como si alguien le hubiera abierto el pecho y le hubiera


arrancado el corazón. Los fjerdanos habían bombardeado Os Alta. Habían
bombardeado las casas donde los niños dormían en sus camas, mercados
donde gente inocente hacía sus negocios. Habían bombardeado el hogar de
Nina, el lugar donde encontró alegría y aceptación cuando era niña.
¿Cuántos de sus amigos habían muerto? ¿Cuántos habían resultado heridos?
Había estado en la oficina de Brum, había visto el mapa de la capital de
Ravka, pero no lo había entendido. Si lo hubiera hecho… Nina se hundió
más, más, y más.
La noticia había llegado durante una fiesta, pocos días después de la
cacería real. Había estado con los Brum en el salón de baile, la misma
habitación donde el príncipe se había derrumbado. Ella sostenía un plato de
pescado ahumado y huevas, contemplando distraídamente que ningún espía
había estado tan bien alimentado. Se había corrido la voz de que al príncipe
Rasmus no se le había permitido unirse a la cacería real, pero el daño a su
reputación fue algo atenuado por los informes de lo atractivo que se veía
con su ropa de montar y lo más fuerte que parecía cada día.

—Ya veremos —murmuró Brum—. Acolchar los hombros en su


chaqueta no lo convertirá en un rey.

El Redvin canoso se limitó a soltar un bufido.

—Vamos a montarlo en un caballo y ver qué pasa.

—Eso es cruel. —Había dicho Hanne en voz baja—. Te burlas de él por


su debilidad y luego lo castigas cuando se atreve a cambiar.

Redvin se había reído.

—Tu niña siente cariño por ese cachorro con cara de suero.

Pero el rostro de Brum estaba frío.

—No hay castigo para un príncipe, Hanne. Y harías bien en recordarlo.


Puede que Rasmus te favorezca ahora, pero si su opinión amarga, no podré
protegerte.

Esas palabras habían hecho que Nina se estremeciera al recordar a


Rasmus con la fusta en la mano, la sangre en la mejilla de Joran.

Pero Hanne se había negado a bajar la barbilla, devolviéndole la mirada


a su padre con dura determinación. Nina sabía que debía darle un codazo,
un toque suave de la mano, un recordatorio de que estaban destinadas para
mostrar vulnerabilidad y suavidad aquí para que nadie adivinara su fuerza,
pero no podía. Esta era la verdadera Hanne, una chica con corazón de lobo.
Sanar al príncipe no solo había hecho a Rasmus más fuerte; le había
recordado a Hanne quién podía ser ella, en quién podría convertirse si
Fjerda no estuviera en manos de hombres como su padre.

Su enfrentamiento se había roto por algún tipo de clamor en la sala del


trono, un zumbido que se había convertido en un rugido, luego vítores,
aplausos.

—¿Qué está sucediendo? —Había preguntado Ylva.

Nina nunca olvidaría la sonrisa que se dibujó en el rostro de Brum en


ese momento, una vista de puro placer.

—¡La capital ravkanos arde! —gritó alguien.

—¡Bombardeamos Os Alta!

—¡Los tenemos huyendo ahora!

Nina no podía decir de dónde venían las voces. La gente estrechaba la


mano de Brum y le daban palmadas en la espalda. Se sentía como si
estuviera parada en la orilla de un mar salvaje, las olas golpeándola una y
otra vez, mientras trataba de encontrar el equilibrio.

Hanne la tomó de la mano.

—¿Qué pasó? —susurró Nina. Escuchó su propia voz como desde una
gran distancia.

—Parece que hubo una redada —respondió Hanne—. Los bombarderos


de Fjerda atacaron Os Alta.

—Pero eso es… es imposible. La ciudad está demasiado lejos. —El


suelo se estaba inclinando bajo sus pies.

—¿Estás bien, Mila? —preguntó Ylva.

—Debes recuperarte —susurró Hanne en el oído de Nina—. Mi padre te


verá.
Nina hizo acopio de todas sus fuerzas y forzó una expresión de sorpresa
con los ojos muy abiertos en su rostro.

—Entonces, ¿Nikolai Lantsov está muerto? —Las palabras sabían mal


en su boca. Podía sentir un sudor frío en la nuca.

—No —dijo Brum con amargura—. El pequeño bastardo se libró esta


vez.

«Esta vez. ¿Qué hay de Adrik y Leoni? ¿Zoya? ¿Todos los demás?»

—Uno de los pilotos regresó con un extraño informe de monstruos en


los cielos sobre la ciudad —continuó Brum—. Creo que está
conmocionado.

—Ayúdame —le rogó Nina a Hanne—. Sácame de aquí.

Y Hanne lo había hecho, dejando que la avalancha de simpatizantes


envolviera a su padre y a su madre, sacando a Nina de la habitación.

Nina no sabía lo que le estaba pasando. Ella se había enfrentado a la


batalla. Había abrazado a su amado mientras él moría y, sin embargo, ahora
todo su mundo se sentía como si se estuviera arrugando a su alrededor,
como si estuviera hecho de papel. Su corazón estaba acelerado. Su vestido
se sentía demasiado ajustado. ¿Cuántos habían muerto mientras jugaba a la
espía? Ella había visto los objetivos; simplemente no lo había entendido.
Quería gritar, llorar. Pero Mila Jandersdat no podía hacer nada de eso.

Cuando llegaron a las habitaciones de los Brum, su ropa estaba


empapada de sudor. Temblando, Nina agarró el lavabo y vomitó en él, luego
se deslizó hasta el suelo. Sus piernas ya no podían sostenerla.

Bendita fuera la fuerza de Hanne, porque debía haber arrastrado a Nina


a su cama y haberle puesto el camisón. Nina sabía que se iba a desmayar.
Había tomado la mano de Hanne.

—Enférmalo —exigió ella.

—¿Qué?
—Hanne, vuelve a la fiesta y actúa como si no pasara nada. Necesito
que debilites al príncipe.

—Pero Rasmus…

—Por favor, Hanne —suplicó Nina, agarrándose los dedos—. Haz esto
por mí.

Hanne apartó el cabello de la cara empapada de sudor de Nina.

—Está bien —dijo—. Está bien. Pero prométeme que descansarás.

Solo entonces Nina se dejó hundir bajo las olas. Y allí era donde había
permanecido, enterrada bajo las sábanas, durante toda la noche y el día
siguiente. Hanne iba y venía. Trató de hacer que Nina comiera. Pero fue
como si Nina la oyera desde lejos. Flotaba en algún lugar tranquilo y quería
quedarse allí, envuelta en silencio. Había demasiado dolor esperando en
tierra firme.

Hasta que escuchó la voz de Brum fuera de su habitación.

—No me importa si está enferma. No me importa si está en su lecho de


muerte. Si la reina desea verla, entonces la mujer del pescadero se arrastrará
hasta aquí.

La Reina Agathe. Vagamente, Nina recordó lo que le había dicho a


Hanne. Sus instintos se habían apoderado de ella y había tenido el sentido
común de poner en funcionamiento este nuevo engaño. Pero tenía que
recuperarse para sacarle provecho.

—Seguramente si es algo que ella comió, ¿se siente mejor? —dijo Ylva
—. Debe ver a la reina.

—No tengo tiempo para esto. Tengo que estar fuera de la muralla en
media hora para Drokestering. No haré esperar a mis hombres por el bien
de una simplona con una constitución débil.

Drokestering. Nina trató de recordar la palabra. Era fjerdano antiguo,


una celebración de los drüskelle por una victoria en la guerra. Se llevaba a
cabo en el bosque, generalmente durante toda una noche.

—La llevaré —dijo Hanne—. Solo… solo dame un momento para


prepararla.

Nina se obligó a sentarse. Su piel tenía un olor agrio a sudor y miedo.


Su cabello estaba enredado y estaba mareada por la falta de comida y agua.

—¡Estás despierta! —dijo Hanne, corriendo hacia la cama de Nina—.


Gracia de Djel, pensé que escurririas de mí para siempre.

—Estoy despierta —gruñó Nina.

Hanne le sirvió un poco de agua.

—Nina, los sirvientes de la reina están aquí. Han traído de todo. Ella
dice que se enteró de que te enfermaste y desea que veas a su médico
personal.

Nina dudaba que eso era lo que quería la reina.

—¿Tienes algo de comer? —preguntó ella.

—Puedo traerte un poco de caldo o tostadas secas. ¿Me escuchaste? La


reina…

—Te escuché. Una taza de caldo, por favor.

—También deberías lavarte.

—Grosera.

—Honesta.

Nina no tenía tiempo de bañarse, así que se enjuagó lo mejor que pudo
con agua fría del lavabo y se empapó el cuerpo con perfume. No le
importaba el frío. Necesitaba cualquier cosa que la despertara.
Se pasó un cepillo por el cabello, pero no había nada que pudiera hacer
con el color cetrino de su piel o los círculos debajo de sus ojos.

—Hanne, ¿puedes ayudarme? —preguntó Nina cuando regresó con el


caldo—. Necesito que me confecciones. ¿Puedes hacerme lucir…?

—¿Menos como un cadáver?

—Mejor. Como una santa.

Hanne la acercó a la ventana para tener mejor luz. Sus manos trazaron
el rostro de Nina con suaves caricias.

—No tienes que contener la respiración —dijo Hanne.

Nina se mordió el labio.

—¡Para! —dijo Hanne, agarrándola por la barbilla—. Arruinarás mi


trabajo.

—Lo siento.

Las mejillas de Hanne se sonrojaron y soltó la barbilla de Nina. En


cambio, se centró en su cabello.

—¿Tu padre ha dicho algo sobre las cartas que faltan? —preguntó Nina.

—No lo he escuchado mencionárselo a nadie, y hasta donde sé, no han


puesto nuevos protocolos de seguridad.

Entonces Brum no podía haberse dado cuenta de que estaban


desaparecidas todavía, pero lo haría tan pronto como abrieran la caja fuerte.

—¡Allí! —dijo Hanne un momento después—. Listo.

—¿Tan rápido?

Hanne le entregó un espejo.


—Míralo tú misma.

Nina miró dentro del espejo. Su piel brillaba como mármol pulido, un
leve rubor de pétalos de rosa en sus mejillas. Su cabello brillaba de un rubio
plateado. Parecía que la habían sumergido en la luz de la luna.

—Realmente has estado practicando.

Hanne parecía casi culpable.

—Bastante. En mí misma. ¿Por qué la reina quiere verte?

—La salud de su hijo está fallando.

—Por mí.

—Porque te rogué que me ayudaras, que ayudaras a nuestros dos países.

—¿Cómo se supone que el sufrimiento del príncipe ayudará a Ravka o a


Fjerda?

—Necesito que confíes en mí —dijo Nina—. Y a Rasmus le vendría


bien un poco de sufrimiento después de lo que le hizo a Joran en la tienda
de los cazadores.

—No le gusta sentirse débil —dijo Hanne.

—A nadie le gusta. Pero no puede ser amable cuando se siente fuerte.

Llamaron a la puerta.

—Hanne. —La voz de Ylva era tranquila pero urgente—. Mila debe
venir. Ahora.

Cubrieron a Nina con la bata de Hanne y le colocaron un chal alrededor


de la cara y el cabello para que Ylva y Brum no vieran la labor de Hanne.

Apoyándose pesadamente en Hanne, Nina se dejó conducir por el


pasillo hasta la litera que llevaban los sirvientes de la reina.
—Es pesada —se quejó uno de los guardias.

—Es más problemática de lo que vale —refunfuñó Brum.

—¡Papá! —gritó Hanne.

—Jarl, es suficiente —dijo Ylva—. Ella está claramente enferma.

Nina se recostó y miró al techo mientras la llevaban por los pasillos de


la Isla Blanca. Cerró los ojos y se acercó a los espíritus del cementerio, a
Linor Rundholm, la ex dama de compañía de la reina. «Dime lo que
necesito saber. Dime lo que quieres.»

La respuesta fue clara y dura: «El fin del linaje Grimjer.»

Nina no podía prometer eso. Dada la posibilidad de elegir entre la


brutalidad de Jarl Brum y la mezquina violencia del príncipe Rasmus,
tendría que elegir al príncipe. Fjerda y el destino habían conspirado para
ofrecerle opciones verdaderamente podridas.

«Todo lo que puedo prometer es venganza. Ahora háblame.»

La litera fue llevada al mismo salón del trono donde la reina había
recibido a Nina antes.

—¿Necesita ver a mi médico? —exigió la reina desde su trono de


alabastro.

Nina se sentó con la espalda recta, su chal se deslizó hacia atrás,


dejando que la luz de las ventanas cayera sobre su rostro recién arreglado.

—No necesito a un médico. ¿De qué le ha servido a su hijo?

La reina respiró hondo.

—Bájenla —ordenó—. Déjennos.

Un momento después, los sirvientes se habían ido y estaban solos, la


reina en su trono y Nina de pie frente a ella.
—¿No estabas enferma? —preguntó la reina.

—Caí en un trance —mintió Nina suavemente—. ¿Dónde está su hijo,


reina Agathe?

—No puede levantarse de su cama. Él… ha estado tosiendo sangre


durante días. ¿Qué le está pasando? He rezado todos los días, dos veces al
día, yo…

—Su belicismo ha enfurecido a Djel.

La frente de la reina Agathe se arrugó.

—¿El atentado a Os Alta?

—Fue un Grisha quien salvó a su hijo y le trajo la bendición de Djel.

—¡El bombardeo fue una gran victoria militar para Fjerda!

Por supuesto que lo fue. Nina aún podía ver el rostro triunfante de Brum
en el salón de baile, escuchar los vítores de la multitud. Pero no podía
simplemente decirle a la reina lo que necesitaba que hiciera. Agathe tenía
que encontrar el camino ella misma.

Nina levantó la cabeza, sabiendo que la luz doraba los contornos de su


rostro.

—¿Sabe qué se encuentra entre el Gran Palacio y el Pequeño Palacio en


la capital de Ravka?

Agathe tiró de los botones de su vestido plateado, como si el corpiño


fuera demasiado ajustado.

—La capilla real.

—El lugar del Primer Altar. Donde se dijeron las primeras oraciones a
los primeros santos.

—Una religión falsa. —Pero la respuesta fue lenta, vacilante.


—Allí fue donde Fjerda hizo llover fuego.

—Esa fue la directiva de Jarl Brum, no de mi hijo.

—¿No gobierna este país? ¿No se hizo en nombre de los Grimjer?

Agathe se humedeció los labios.

—En… en Djerholm, susurran que los Grisha son los hijos de Djel.

«Finalmente.» Ella había dado el salto.

—Djel es un buen padre. Protege a sus hijos. Como lo haría cualquier


padre amoroso.

La reina se agarró los lados de la cabeza, como si la sola idea de que los
Grisha llevaran la bendición divina pudiera partirle el cráneo.

—Esto es herejía.

Nina abrió las manos, impotente.

—No puedo explicar estas cosas.

—Eres una mentirosa y una hereje. Eres antinatural con tus trances y tus
predicciones. Tú…

Nina echó la cabeza hacia atrás, dejando que sus ojos se pusieran
blancos en sus cuencas.

—Sangro y sangro. Sabía que iba a perder a este niño como a todos los
demás. Envio a la dulce Linor a las mazmorras y le trajeron una sanadora
Grisha. Su nombre era Pavlina. Le prometio libertad. Pero nunca tuvo la
intención de liberarla. Se sentó con usted durante horas, hasta bien entrada
la noche. La acompañó día tras día, curándola, sanando a su príncipe,
incluso en el útero. Ella le contaba historias cuando estaba inquieta. Y
cuando usted lloraba, ella le cantaba una canción de cuna.

—No. —La palabra surgió como un gemido.


Nina tenía una voz de canto terrible, pero hizo todo lo posible por seguir
la melodía de la mujer muerta que le cantaba.

—Dye ena kelinki, dya derushka, shtoya refkayena lazla zeya. —Era
una vieja canción popular ravkana. En las montañas, en lo alto de los
árboles, el ave de fuego duerme sobre una rama dorada.

—¿Tú… sabes ravkano?

—Nunca había dicho una palabra. Solo sé lo que me muestra Djel.


Pavlina le dijo que tenía una hija, una niña a la que usted le prometió que
volvería a ver.

La reina soltó un sollozo.

—¡Necesitaba su ayuda!

—Djel te perdona todo. —«Yo no, pensó Nina. Tu dios árbol es mucho
más magnánimo»—. Pero no perdonará el asesinato de más Grisha. No
cuando su hijo le debe la vida a una.

—Yo… ¿cómo voy a detenerlo? Nuestra gente quiere la guerra.

—¿Es eso lo que le han dicho o lo que sabe? Sus generales quieren
guerra. La gente quiere que sus hijos e hijas vivan. Quieren dormir en sus
camas y cuidar los cultivos en sus campos. ¿Escuchará a sus generales o a
Djel? La decisión es suya. —Nina recordó una línea de una de las historias
de los santos que había leído en un viejo libro para niños: «Puedes elegir la
fe o puedes elegir el miedo. Pero solo uno te traerá lo que anhelas.»

—No sé qué hacer.

—Sí sabe. Escuche atentamente. El agua oye y entiende. —Ella hizo


una reverencia y se dispuso a marcharse.

—¿Te atreves a darme la espalda?

Un movimiento audaz, pero Nina necesitaba mostrarle a Agathe que


llevaba la armadura de la fe. No podía permitirse el lujo de mostrar miedo.
—Es Djel por quien debería estar preocupada, mi reina —dijo—.
Cuídese de que él no le dé la espalda.

Salió de la sala del trono y corrió por el pasillo. ¿Había ido demasiado
lejos o lo suficientemente lejos? ¿Las semillas que había plantado
producirían un movimiento hacia la paz? ¿O solo se había puesto en peligro
a sí misma y tal vez a Hanne también?

No podía contemplar eso ahora. Había tomado sus decisiones y había


más trabajo por hacer esta noche. Antes, había estado demasiado
adormecida para entender lo que había oído decir a Brum fuera de su
habitación, pero ahora la palabra sonó en su cabeza: Drokestering. Los
drüskelle estarían en el bosque esta noche, lejos de la Corte de Hielo,
celebrando el ataque sorpresa a Ravka.

Esta era su oportunidad de sacar a Magnus Opjer del sector drüskelle.


Ravka estaba sangrando y no podía reparar el daño que sus enemigos
habían causado. Pero Nikolai Lantsov aún vivía. Eso significaba que
todavía había esperanza. Podría asestarle un golpe a Fjerda y tal vez darle a
su rey una pequeña ventaja en esta pelea.

Había llegado el momento de crear algunos problemas.


23

Nikolai
Traducido por Lieve

NIKOLAI HABÍA QUERIDO DORMIR, y cuando hubo dado vueltas y


vueltas lo suficiente como para determinar que no podía, se levantó de su
cama desconocida en la suite Lirio con toda la intención de trabajar. Pero
tampoco tuvo éxito con eso. Había escrito un mensaje a Ketterdam y no
podía hacer nada más que esperar una respuesta. Aunque trató de
concentrarse en los esquemas del cohete que le había traído desde
Lazlayon, era imposible mirar los planos que David había dibujado, las
anotaciones en su letra enredada llenando los márgenes, y no perder sus
pensamientos en la tristeza, en los interminables «qué pasaría si» que
podrían haberle salvado la vida a su amigo. No podía dejar de ver el cuerpo
destrozado de David siendo sacado de los escombros, la sangre y el polvo
en su pecho aplastado.

Nikolai se acercó a la ventana. Los terrenos del palacio estaban


cubiertos de nieve. Desde este punto de vista, ninguno de los daños del
bombardeo era visible. El mundo parecía tranquilo, ordinario y en paz.
Había enviado un mensaje a Tamar para ver si podía averiguar si la reina
Shu se había enterado del bombardeo, si los shu y los fjerdanos se habían
unido para forjar una alianza contra Ravka, el hueso por el que habían
estado luchando durante siglos. Pero no creía que ese fuera el caso. Makhi
tenía su propia agenda. Había visto a Ravka como débil y se había movido
para reclamarla mediante subterfugios antes de que Fjerda pudiera
reclamarla por la fuerza. Si no fuera por el coraje de Isaak y el amor del
destino por un buen giro en la trama, la reina shu podría haber hecho
precisamente eso. Pero mientras Makhi había fallado con un bisturí, Fjerda
bien podría tener éxito con un martillo. Celebrarían los edificios que habían
aplastado, los barcos y los aviones que habían destruido, sin saber nunca el
verdadero golpe mortal que le habían dado a Ravka: David Kostyk se había
ido.

La amistad de Nikolai con David no había sido ruidosa. Hubo pocas


confidencias compartidas, no se pasaron noches estridentes cantando
canciones sucias de borrachos. La mayor parte de su tiempo juntos lo
habían pasado en silencio, lidiando con difíciles problemas de ingeniería,
revisando el trabajo de los demás, impulsandose mutuamente hacia
adelante. Con David, el poder y el encanto de Nikolai no tenían sentido. A
él solo le importaba la ciencia.

Debería haber estado a salvo aquí, escondido en su taller, lejos de las


líneas enemigas. Pero ya no había seguridad. En algún lugar del norte, los
fjerdanos brindaban por su ataque sorpresa y esperaban ver cómo
respondería Ravka. Cuando Ravka no pudiera responder, no esperarían más.
Los invadirían. ¿Pero dónde? ¿Cuándo?

El movimiento en los jardines de abajo llamó su atención. Vislumbró


cabello oscuro, una capa de lana azul. Zoya. Pasó más allá de los setos y las
fuentes hacia la sombra del bosque.

No había tenido la oportunidad de hablar con ella desde que había


regresado. No podía culparla por evitarlo. La había enviado al campo sin el
respaldo adecuado. Había dejado que los enemigos violaran su hogar. Pero,
¿adónde iba ahora? Nikolai no se había permitido pensar demasiado en las
excursiones nocturnas de Zoya por los terrenos. No había querido. Si ella
tenía un amante, no era asunto suyo. Y, sin embargo, su mente pensaba en
algunas posibilidades, cada una de ellas peor que la anterior. ¿Un miembro
de la guardia real? ¿Un guapo Inferni? Era amiga del general Pensky y eso
era culpa del propio Nikolai. Los había obligado a trabajar en estrecha
colaboración. Por supuesto, el general era veinte años mayor que ella y
tenía lo que solo podría describirse como un bigote efusivo, pero ¿quién era
Nikolai para cuestionar sus gustos?

Tiró de los pantalones por encima de la camisa de dormir, se abalanzó a


su abrigo y sus botas, y salió por la puerta y recorrió el pasillo en segundos,
ignorando las miradas preocupadas de los guardias del palacio.

—¡Todo está bien! Quédense ahí —gritó. Todos estaban nerviosos


después del ataque de los fjerdanos, y no había razón para que nadie entrara
en pánico, mientras él se apresuraba a actuar como un colegial enamorado.

¿Qué le iba a decir exactamente? «¿Veo que te diriges a una cita,


detente en nombre del rey?»

Sus botas habían dejado huellas en la nieve y él la siguió al bosque.


Pero estaba oscuro debajo de los árboles, era difícil encontrar el rastro.
«Esto es un error.» Ella tenía derecho a su privacidad. Y maldita sea, no
quería encontrarla en los brazos de otro hombre.

Captó un destello de movimiento entre las ramas. Zoya estaba de pie


frente a la espesura que bordeaba el lado occidental de los jardines, su
respiración se agitaba en el aire de la noche, su rostro enmarcado por la piel
de zorro plateado de su capucha. ¿A dónde diablos podría estar yendo aquí?

Ella estaba siguiendo una pared en el lado más alejado de los jardines
acuáticos, donde él había jugado de niño y donde estaba ubicado el túnel
secreto a Lazlayon. Abrió la boca para llamarla, luego se detuvo cuando
Zoya apartó una pesada masa de enredaderas para revelar una puerta en la
pared.

Él no pudo evitar ofenderse. Que Zoya le hubiera ocultado secretos no


era una sorpresa, pero ¿que el palacio lo hiciera?

—Pensé que habíamos superado eso —murmuró él.

Zoya sacó una llave de su bolsillo y abrió la puerta, desapareciendo


dentro. Él dudó. No la había cerrado detrás de ella. «Regresa», se dijo a sí
mismo. «Nada bueno puede salir de esto.»

Había dos estrellas talladas en la madera, como las estrellas en el mural


de sus habitaciones, dos pequeñas chispas pintadas en la bandera de un
barco azotado por la tormenta. Nunca había preguntado qué significaban.
Necesitaba saber qué había al otro lado de esa puerta. En realidad,
podría ser una cuestión de seguridad nacional.

Nikolai atravesó la maraña de enredaderas y entró en lo que se dio


cuenta que era el viejo huerto. Había pensado que lo habían dejado
pudrirse, abandonado al bosque después de que las camas elevadas se
trasladaran más cerca de las cocinas. No existía en ninguno de los nuevos
planos del palacio.

Fuera lo que fuera este lugar, ahora era algo muy diferente. No había
ordenadas hileras de coles, ni patrones ordenados de setos favorecidos por
los jardineros del palacio. Los sauces bordeaban los senderos, como
mujeres encorvadas en luto, con sus ramas calzadas en hielo y rozando la
blanda tierra blanca como mechones de cabello. Flores y arbustos de todas
las variedades desbordaban sus macizos, todos blancos por la escarcha, un
mundo hecho de nieve y cristal, un jardín de fantasmas. Zoya había
encendido linternas a lo largo de los viejos muros de piedra y ahora estaba
de pie, de espaldas a él, su figura inmóvil como una estatua ornamental,
como si hubiera sido parte de este jardín todo el tiempo, una doncella de
piedra esperando ser descubierta en el centro de un laberinto.

—Me estoy quedando sin espacio —dijo ella sin girarse para mirarlo.

Ella sabía que él estaba allí desde el principio. ¿Había querido que la
siguiera?

—¿Cuidas este lugar? —Trató de imaginarse a Zoya sudando al sol, con


tierra debajo de las uñas.

—Cuando mataron a mi tía y volví al Pequeño Palacio para luchar


contra el Darkling… necesitaba un lugar para estar sola. Solía caminar por
el bosque durante horas. Nadie me molestaba allí. No recuerdo cuándo
encontré la puerta, pero sentí como si mi tía la hubiera dejado aquí para que
yo la descubriera, un rompecabezas para que yo lo resolviera.

Estaba de pie con su perfil perfecto vuelto hacia el brillante cielo


nocturno, su capucha deslizándose hacia atrás. La nieve estaba empezando
a caer y se enganchaba en las oscuras ondas de su cabello.
—Planto algo nuevo por cada Grisha que se pierde. Filodendro para
Marie. Tejo por Sergei. Centinela roja para Fedyor. Incluso Ivan tiene un
lugar. —Tocó con los dedos un tallo congelado—. Esto florecerá de color
naranja brillante en el verano. Se lo planté a Harshaw. Estas dalias eran para
Nina cuando pensé que los fjerdanos la habían capturado y asesinado.
Florecen con las flores rojas más ridículas en el verano. Son del tamaño de
platos de comida. —Ahora se giró y él pudo ver lágrimas en sus mejillas.
Levantó las manos, el gesto medio suplicante, medio perdido—. Me estoy
quedando sin espacio.

Aquí era donde Zoya se escabullía todas esas noches, no a un amante,


sino a este monumento al dolor. Aquí era donde había derramado sus
lágrimas, lejos de ojos curiosos, donde nadie podía ver caer su armadura. Y
aquí, los Grisha podrían vivir para siempre, cada amigo perdido, cada
soldado desaparecido.

—Sé que lo que hice es imperdonable —dijo ella.

Nikolai parpadeó, confundido.

—Sin duda mereces ser castigada por tus crímenes… pero ¿por qué
precisamente?

Ella le lanzó una mirada siniestra.

—Perdí a nuestro prisionero más valioso. Permití que nuestro enemigo


más letal recuperara sus poderes y… se volviera loco.

—“Loco” parece una exageración. Salvaje, tal vez.

—No pretendas ignorar esto. Apenas me has mirado desde que regresé.

«Porque codicio verte. Porque la perspectiva de afrontar esta guerra,


esta pérdida, sin ti me llena de miedo. Porque descubro que no quiero
luchar por un futuro si no puedo encontrar la manera de hacer un futuro
contigo.»
Pero él era un rey y ella era su general y él no podía decir ninguna de
esas cosas.

—Te estoy mirando ahora, Zoya. —Sus ojos se encontraron con los de
él en la quietud del jardín, de un azul vibrante, profundo como un pozo—.
Nunca necesitas pedirme perdón. —Él dudó. No quería atarse más
estrechamente al hombre que ella odiaba, pero tampoco quería que hubiera
secretos entre ellos. Si sobrevivían a esta guerra, si de alguna manera
encontraban una manera de evitar que los fjerdanos invadieran Ravka,
tendría que forjar un matrimonio real, una alianza real, con otra persona.
Tendría que asegurar su paz con Fjerda casándose con alguien de su nación,
o calmar el orgullo irritado de Kerch uniéndose para siempre a la hija de
Hiram Schenck. Pero ese era un futuro que quizás nunca llegaría—. Sentí
cuando el Darkling se liberó. El demonio… el demonio lo supo de alguna
manera. Y por un momento estuve allí en la habitación contigo.

Había pensado que ella podría sentirse repelida, incluso temerosa, pero
Zoya simplemente dijo:

—Ojalá hubieras estado allí.

—¿Sí?

Ahora no parecía más que molesta.

—Por supuesto que sí. ¿A quién más preferiría que me cubriera la


espalda en una pelea?

Nikolai luchó por no estallar de alegría.

—Ese puede ser el mayor cumplido que jamás me hayan hecho. Y una
vez el bailarín principal del ballet real me dijo que bailaba el vals como un
ángel.

—Tal vez si hubieras estado allí… —Su voz se fue apagando. Pero
ambos sabían que Nikolai no habría hecho ninguna diferencia en esa pelea
en particular. Si Zoya y los Soldados del Sol no podían detener al Darkling,
tal vez fuera imposible. «Un enemigo más contra el que no sabemos
luchar.»

Ella movió la barbilla hacia las paredes.

—¿Ves lo que crece alrededor de este lugar?

Nikolai miró las ramas grises retorcidas que corrían a lo largo del
perímetro del jardín.

—Espinos. —Ordinarios, asumió, no los árboles antiguos que


necesitaban para el obisbaya.

—Cogí los recortes del túnel que conduce al Pequeño Palacio. Todo son
espinas, espinas e ira, cubiertas de bonitas e inútiles flores y frutos
demasiado amargos para comer. No hay nada ahí que valga la pena amar.

—Qué equivocada estás.

La mirada de Zoya se volvió brusca hacia la suya, sus ojos brillaban


plateados, ojos de dragón.

—¿Lo estoy?

—Mira la forma en que crece, protegiendo todo dentro de estas paredes,


más fuerte que cualquier otra cosa en el jardín, resistiendo cada temporada.
Sin importar el invierno, lo soporta, florece una y otra vez.

—¿Qué pasa si el invierno es demasiado largo y duro? ¿Y si no puede


volver a florecer?

Tenía miedo de alcanzarla, pero lo hizo de todos modos. Él tomó su


mano enguantada en la suya. Ella no se apartó, sino que se dobló sobre él
como una flor que cierra sus pétalos al anochecer. Envolvió su brazo
alrededor de ella. Zoya pareció dudar y luego, con un suave suspiro, se dejó
apoyar contra él. Zoya la letal. Zoya la feroz. El peso de ella contra él se
sintió como una bendición. Había sido fuerte por su país, sus soldados, sus
amigos. Significaba algo diferente ser fuerte para ella.
—Entonces serás ramas sin flores —susurró él contra su cabello—. Y
dejarás que el resto de nosotros sea fuerte cuando llegue el verano.

—No fue una metáfora.

—Por supuesto que no lo fue.

Deseó que pudieran permanecer allí para siempre, en el silencio de la


nieve, que la paz de este lugar pudiera protegerlos.

Ella se secó los ojos y él se dio cuenta de que estaba llorando.

—Si me hubieras dicho hace tres años que derramaría lágrimas por
David Kostyk, me habría reído de ti.

Nikolai sonrió.

—Me hubieras golpeado con tu zapato.

—Él y yo… no teníamos nada en común. Nuestra decisión de ponernos


del lado de Alina fue lo que nos unió: la decisión de luchar junto a ella
cuando sabíamos que las probabilidades estaban a favor del Darkling. Él
tenía a los luchadores más experimentados, años de comprensión y
planificación.

—Pero ganamos.

—Lo hicimos —dijo—. Por un momento.

—Entonces, ¿cómo lo hiciste? ¿Cómo lo hicimos?

—¿Honestamente? No sé. Quizá fue un milagro. Tal vez Alina


realmente sea una santa.

—El dolor te ha hecho delirar. Pero si tuvimos suerte con un milagro, tal
vez volvamos a tener suerte.

Salieron del jardín y caminaron de regreso por el bosque. En el camino,


regresaron a donde siempre: ella al lado Grisha y él al Gran Palacio. Quería
volver a llamarla. Quería seguirla a través de la nieve. Pero su país no
necesitaba que un niño afligido persiguiera a una niña solitaria. Necesitaba
un rey.

—Y tendrán un rey —dijo él a nadie en absoluto, y regresó a las


habitaciones oscuras del palacio.
24

Mayu
Traducido por Lieve

DESPUÉS DE QUE LA REINA MAKHI HABÍA dicho que pensaría


sobre revelar los laboratorios, laboratorios que todavía no admitiría que
existieran, Tamar y Mayu habían escoltado a Ehri a sus aposentos en el ala
del palacio conocido como el Nido. Eran las habitaciones en las que Ehri
había crecido, donde se criaban todos los niños Taban. Los niños eran
educados y entrenados junto con las niñas antes de que tuvieran la edad
suficiente para elegir un camino profesional; medicina, religión, el ejército.
Todas las niñas eran consideradas posibles herederas, aunque a menudo se
favorecía a las hijas mayores.

Tamar y Mayu alternaron turnos vigilando a Ehri. No creían que Makhi


actuaría en contra de la princesa, no con tantas sospechas sobre ella, pero no
se arriesgarían. Tamar había advertido a los ministros Nagh y Zihun que
también reforzaran la seguridad de su hogar.

Tres días después de su llegada, dos de las hermanas de Ehri vinieron de


visita en una nube de seda y perfume. Kheru con sus ojos color café,
siempre con un bordado en sus manos, y Yenye con la raya blanca en su
cabello y su mirada aguda. Jhem estaba desaparecida, de luto por su hija
Akeni, perdida por la plaga. Tamar se había deslizado a la habitación vecina
para escuchar a escondidas, pero permanecía lista en caso de problemas.

Mayu no conocía bien a las princesas. La habían asignado a la casa de


Ehri y las hermanas tenían a sus propias Tavgharad para protegerlas. Eran
brillantes y ruidosas, cada una deslumbrante a su manera. Parecían joyas en
sus oscuras sedas invernales; esmeralda, amatista, zafiro. Ehri parecía una
flor de otro jardín, bajita y de pétalos pálidos con un vestido color menta y
un collar de ágata verde, con peinetas plateadas en su cabello.

Las hermanas le pidieron a Ehri historias de Ravka, le llevaron regalos


de flores y frutas para darle la bienvenida a casa, hablaron de sus propias
perspectivas de matrimonio y de los consortes de Makhi. Tanto Kheru como
Yenye se casarían pronto, y una vez que lo hicieran, ya no serían posibles
herederas del trono tabano.

—Kheru ha retrasado la fecha de su boda —dijo Yenye, moviendo su


aguja a través de un patrón de violetas.

—Solo porque estoy tratando de encontrar la seda melocotón adecuada


para mi vestido.

Yenye enarcó una ceja y se pasó la mano por el mechón blanco de su


cabello.

—Es porque la presunta heredera de Makhi murió en esa horrible plaga.

La princesa Ehri jadeó.

—Ella solo tenía ocho años.

Yenye volvió a tocar su cabello con la mano.

—Yo… yo no quise ser insensible. Solo quise decir…

Kheru tragó un bocado de ciruela.

—Quisiste decir que yo tomaría la muerte de una niña como una


oportunidad para que Makhi me nombre su heredera.

—No me digas que no se te pasó por la cabeza —dijo Yenye.

—Lo hizo —admitió Kheru—. Pero Makhi no quiere nombrar a


ninguna de nosotras.
—Sin embargo, hay rumores —dijo Yenye con picardía—. Sobre ti,
dulce Ehri.

Ehri mantuvo los ojos fijos en sus ciruelas sin terminar.

—¿Oh?

—Rumores de que has regresado sin un esposo ravkano porque deseas


desafiar a Makhi.

—Qué tontería —dijo Ehri—. Todos saben que nunca quise gobernar.
Me sentaría feliz en la cima de una colina en la costa y vería las olas y
cuidaría de mi jardín como la abuela.

—Entonces, ¿por qué intentaste casarte con el rey ravkano en primer


lugar?

—Porque Makhi es la reina y ella me lo ordenó. —Ella encontró sus


miradas, una luego la otra—. Y todos debemos hacer lo que manda la reina.

Hubo murmullos de aprobación y, a tiempo, las hermanas terminaron su


té y siguieron su camino, sin duda para diseccionar cada palabra que se
había intercambiado.

Cuando la puerta se cerró detrás de ellas, Ehri se apoyó contra ella con
un suspiro.

—Puedo notar que no lo apruebas, Mayu.

Mayu no tenía ninguna razón para negarlo.

—Esta era tu oportunidad de cortejarlas, ponerlas de tu lado y decirles


lo que intentó la reina.

—Mayu, mis hermanas tienen menos influencia que yo. —Ehri


contempló el jarrón lleno de rosas naranjas que había colocado en el centro
de la mesa de té antes de que llegaran sus hermanas—. O se pondrían del
lado de Makhi o usarían el conflicto entre nosotras para hacer su propia
oferta por el trono, y eso dejaría a Shu Han vulnerable.
—¿Son tan ambiciosas?

Ehri lo consideró. Arrancó un pétalo que había empezado a perder su


frescura y lo arrugó en su palma.

—No. Ninguna es de ese tipo. No fueron preparadas para el trono. Pero


el poder es atractivo y es mejor que guardemos nuestros secretos.

Mayu miró a la princesa.

—¿Eres cercana a tus hermanas?

—¿Cómo los kebben? No. Las amo, pero nunca hemos peleado.

—¿Nunca?

—No realmente. Oh, discutimos. Creo que todas las hermanas lo hacen.
Pero nunca hemos tenido una pelea real. Porque nunca confiamos en el
amor que teníamos para seguir adelante. Siempre hemos sido muy amables
entre nosotras. ¿Por qué estás sonriendo?

—Estoy pensando en Reyem. La forma en que solíamos gritarnos el


uno al otro. Él me mordió una vez. Lo suficientemente duro como para
hacerme sangrar.

—¿Te mordió?

—Me lo merecía. Le afeité una ceja mientras dormía.

Ehri se rio.

—Qué monstruo debiste haber sido.

—Realmente lo fui. —Pero pensar en Reyem era demasiado doloroso


—. Él nunca fue malo conmigo y tenía todas las razones para guardar
rencor. Mis padres lo favorecían, pero él siempre compartía; sus libros, sus
dulces. Quería verme feliz.
—Eso es ser kebben —dijo Tamar, entrando en la habitación y
sirviéndose una rodaja de ciruela—. Uno de nosotros no puede ser feliz si el
otro está sufriendo.

—Entonces… ¿entiendes lo que tenía que hacer? ¿Por qué tomé la


misión de Makhi?

Tamar se metió otra rodaja de ciruela en la boca y masticó lentamente.

—Mataste a un hombre inocente. Isaak estaba desarmado.

—Era un mentiroso —dijo Ehri, saltando en defensa de Mayu—. Un


actor.

—Estaba sirviendo a su rey —dijo Tamar.

—Justo como yo estaba sirviendo a mi reina —replicó Mayu, aunque


las palabras sabían a ceniza.

—Y, sin embargo, solo uno de ustedes está muerto.

Ella tenía razón. Isaak se había merecido algo mejor.

—Pero me ayudarás a encontrar a mi hermano —dijo Mayu. Ella no lo


expresó como una pregunta. No podía dejar que el dolor y la vergüenza la
superaran, no hasta que Reyem fuera libre.

—Lo haré. Pero no por ti o tu gemelo. La única forma de detener la


tortura y la persecución de los Grisha es ubicando esos laboratorios de los
khergud.

Ehri tiró de una cuerda del khatuur que descansaba sobre la mesa de té.

—Tenemos un largo camino por delante y ninguno de nosotros puede


hacer el viaje solo. No desperdiciemos el viaje discutiendo. Todos hemos
sufrido pérdidas.

Mayu apoyó la mano en el pomo de su espada de garra.


—¿Qué has perdido, Ehri?

Los ojos de Ehri estaban tristes.

—¿No lo sabes, Mayu? A mi hermana.

En ese momento, los fuegos artificiales estallaron sobre el horizonte de


la ciudad en dos brillantes lluvias de azul y oro. Los colores de Ravka.

—Esa es la señal —dijo Tamar—. El mensajero de la reina Makhi está


en movimiento.

***

Se decía que nadie conocía todos los secretos del palacio de Ahmrat
Jen, pero las tavgharad sabían más que la mayoría. Había entradas ocultas
para el uso de guardias y miembros de la familia real, cámaras secretas
donde la realeza podía ser vigilada sin ser molestada y, por supuesto, salidas
secretas en caso de emergencia o levantamientos.

Mayu condujo a Tamar y Ehri por una escalera oculta hasta un túnel que
corría por debajo de los jardines, luego emergió más allá de los muros del
palacio, o lo que habían sido los muros del palacio. La plaga había golpeado
este lugar. Esta parte del jardín y los huertos parecían los restos de una
explosión, pero se sentía como una antigua mina que se había trabajado
hasta que se había reducido a nada, un lugar vacío de cualquier tipo de vida.

—¿Qué es esto? —preguntó Ehri—. ¿Qué lo está causando?

—Un enemigo para otro día —dijo Tamar—. Sigue moviéndote.

La siguieron por una pendiente baja hasta los huertos de ciruelos, donde
esperaba un carruaje, y subieron al interior. Tamar habló con dos hombres a
caballo. Iban vestidos como campesinos pero portaban revólveres.

—A la reina —dijo Tamar. Pero antes de que Mayu pudiera ver mejor a
los jinetes, partieron al galope, atravesando los campos.
Aunque las carreteras cercanas al palacio real estaban todas bien
mantenidas, para evitar la atención, el carruaje viajaba por las pistas de los
carros de campo, saltando con cada bache. Mayu y Tamar estaban
acostumbradas a viajar con dificultad, pero incluso en las sombras del
carruaje, Mayu podía ver que la princesa se sentía miserable.

En su cabeza, Mayu contó los kilómetros de camino, buscando puntos


de referencia en la oscuridad. Si el mapa en su cabeza estaba en lo correcto,
se dirigían hacia el valle de Khem Aba. Era principalmente conocido por la
agricultura y la ganadería, pero podría haber riscos y cañones donde alguien
podría esconder un laboratorio del gobierno.

El carruaje aminoró la marcha y Tamar abrió la puerta y se sentó en el


escalón para hablar con otro hombre a caballo, antes de que siguiera
adelante.

—La instalación está a poco más kilómetro y medio más adelante —


dijo mientras se detenían—. Deberíamos ir a pie. No sabemos qué podría
estar esperando.

—¿La aeronave? —preguntó Ehri.

—En camino.

Ehri se mordisqueó el labio inferior con los dientes.

—¿Y si nos equivocamos? ¿Y si no hay nada ahí? Si mi abuela…

—El tiempo de la duda ha quedado atrás —dijo Mayu—. Seguimos


adelante.

La noche era fría, oscura y tranquila, los únicos sonidos eran el canto de
ranas y el susurro del viento en los juncos. Mayu se alegró de estar fuera del
carruaje. Se sentía más segura de pie, lista para reaccionar.

Unos minutos más tarde, vio una gran estructura con un techo
puntiagudo.

—¿Que es ese olor? —preguntó Ehri.


—Estiércol —respondió Tamar.

Un mugido bajo sonó desde algún lugar más adelante.

—Es una lechería —exclamó Mayu.

Tamar les indicó que siguieran adelante.

—Era una lechería.

La reina Makhi había escondido esta instalación secreta a plena vista. Y


su mensajero los había conducido directamente a la puerta.

Ella había mordido el anzuelo. Ehri se había asegurado de decirle a


Makhi que había dejado guardias Grisha para proteger a su abuela en el
Palacio de las Mil Estrellas. Sabían que la amenaza no detendría a Makhi, y
también sabían que no podía usar a sus tavgharad contra Leyti Kir-Taban.
Nunca levantarían una mano contra una reina Taban, incluso si esa reina ya
no se sentaba en el trono. Entonces, ¿a quién podría usar Makhi contra una
fuerza de combate Grisha? Soldados que supuestamente no existían: los
khergud. Para desplegarlos, tenía que enviar un mensaje a uno de sus
laboratorios secretos, y los exploradores de Tamar la habían seguido.

Mayu solo podía esperar que Reyem estuviera detrás de estos muros.
No había puestos de guardia evidentes alrededor de la lechería, solo lo que
parecía un vigilante nocturno.

—¿Estamos seguros de que este es el lugar? —preguntó ella.

Tamar asintió.

—Ese vigilante lleva un rifle de repetición. A menos que las vacas estén
planeando una fuga, ese tipo de potencia de fuego es excesiva. —Hizo un
gesto hacia el lado derecho del patio, más allá de la valla—. Hay un vigía
colocado en esos árboles.

Mayu y Ehri se asomaron a las sombras.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó mayu.


—Puedo sentir los latidos de su corazón —dijo Tamar.

«Cardio». Mayu a veces lo olvidaba. Tamar era lo suficientemente letal


sin sus hachas o un arma en sus manos.

—Quédense aquí —dijo.

—Nunca había hecho algo como esto —murmuró Ehri mientras


esperaban en la oscuridad—. ¿Tú?

—Solo en ejercicios de entrenamiento —admitió Mayu. Ella era una


tavgharad. No debería temer a la muerte. No debería temer en absoluto.
Pero nunca había estado en un combate real, nunca había estado en una
pelea adecuada. Isaak había sido la primera persona a la que había matado.

¿Qué les esperaba detrás de esas puertas? Y si las atrapaban, ¿qué haría?
La respuesta fue más fácil de lo que esperaba. Lucharía hasta la muerte si
tuviera que hacerlo, por ella misma, por su hermano, por Isaak, que había
muerto por nada. Trató de invocar la atención y el silencio que sus
instructores habían intentado inculcarle.

Quizá había estado en la ciudad demasiado tiempo. No estaba


acostumbrada a la oscuridad profunda de la noche, la extensión de las
estrellas sobre ellos, los sonidos de todo este espacio vacío; ranas, grillos,
algo chirriando en los árboles. Ella dejó escapar un suspiro exasperado.

—El campo es mucho más ruidoso de lo que esperaba.

Ehri cerró los ojos y respiró profundamente.

—Esto es lo que anhelo.

—¿Una lechería?

—Paz. Siempre soñé que podría construir mi propia casa en las


montañas, un cañón donde colocar un pequeño anfiteatro, tal vez enseñar
música. Habrías venido conmigo, supongo. Tú y mi otras tavgharad.
Se hizo un silencio entre ellas, el recuerdo de las mujeres que ambas
habían conocido.

—No gritaron —dijo Ehri, con un temblor en la voz—. Yo fui la única


que gritó mientras ardían. —Cuando abrió los ojos, estaban empapados de
lágrimas, plateados a la luz de la luna—. ¿Lo habrías hecho? ¿Si no
hubieras estado en la enfermería y mi hermana hubiera dado la orden?

«Sí.» Si no fuera por Reyem. Si no fuera por la deuda que ella le debía.
Incluso ahora, sabía que estaba traicionando el juramento que había hecho y
por el que había vivido; proteger a la reina Taban sobre todas las cosas.
Estaba al servicio de Ehri, había vivido en su casa, pero en última instancia,
la Reina Makhi era la mujer a la que debía servir. A Mayu le había
encantado esa sencillez, esa certeza. Nunca la volvería a tener.

—Habría muerto con mis hermanas —admitió.

—¿Y también me habrías condenado a muerte?

—No sé. —Mayu pensó en la confusión en los ojos de Isaak cuando se


dio cuenta de lo que había hecho. Había intentado decirle que él no era el
rey. Pero para entonces ya era demasiado tarde—. Pensé que entendía la
muerte. Ya no estoy tan segura.

Oyeron un golpe suave y un momento después, Tamar corrió hacia


ellas.

—¿Lo mataste? —preguntó Ehri.

—Solo bajé su ritmo cardíaco. Permanecerá inconsciente y se


despertará con dolor de cabeza.

Mayu vio lo que llevaba Tamar y se quedó sin aliento.

—¿De dónde sacaste eso? No tienes derecho a usar…

—No puedo entrar a este lugar como un soldado de Ravka. Y tengo


todo el derecho. Soy Grisha. Mi gente está siendo torturada detrás de esos
muros.
Mayu trató de hacer a un lado su indignación. Tamar se había vestido
con el uniforme negro de las tavgharad, su cabello corto oculto por la gorra
negra inclinada y el halcón cornalino al hombro. Mayu sabía que estas
cosas, estos símbolos de honor y tradición, ya no deberían importarle. Pero
lo hacían.

Trató de mirar más allá de Tamar en la oscuridad.

—¿Están ahí?

—El mensajero de la reina Makhi llegó unos quince minutos antes que
nosotros. Ya se fue. Las luces están encendidas, pero no hay ventanas en la
planta baja. Pueden estar movilizando a los khergud para la acción o pueden
esperar hasta la mañana. No sé en qué nos estaremos metiendo. Ehri, es
posible que nos dirijamos a una situación de combate…

—Fui entrenada para luchar.

—Lo sé —dijo Tamar—. Yo misma hice esgrima contigo, y sé que


puedes defenderte. Pero los khergud son un tipo diferente de soldados, y si
algo te sucede, todos nuestros planes se arruinarán. No tendremos ninguna
influencia contra Makhi. Así que adhiérete al plan y, si algo sale mal, vete.
Aléjate y regresa con Nagh y Zihun.

Ehri asintió.

—Está bien.

Tamar le hizo un gesto a Mayu.

—Vamos.

Flanqueando a la princesa Ehri, se dirigieron a grandes zancadas hasta


las puertas de entrada.

—¡Ustedes por ahí! —llamó el vigilante nocturno, sosteniendo su


linterna en alto—. Identifíquen… ¡oh! —Hizo una profunda reverencia—.
Princesa Ehri, escuchamos que había regresado con nosotros, pero…
nosotros… perdóneme, Alteza, pero no nos dijeron que la esperáramos. O a
una hora como esta.

—¿Recibiste el mensajero de mi hermana?

—Hace solo unos momentos.

—Hay un cambio en las órdenes de la reina, y debo entregarlo. —


Levantó un pergamino marcado con una mancha de cera verde.

—¿Puedo ver eso?

—¿Disculpe? —Ehri pareció crecer quince centímetros. Su ceja se


arqueó. Su voz era fría. A pesar de su mentón puntiagudo y su diminuta
estatura, era la imagen misma de la reina Makhi. Y también fue algo bueno,
porque ese sello de cera verde no tenía ningún sello real.

El vigilante nocturno parecía querer encontrar un pozo profundo para


saltar.

—Perdóneme, Su Alteza. —Buscó a tientas sus llaves.

La puerta se abrió deslizándose en una entrada en sombras. Dos


hombres estaban sentados a una mesa. Uno vestía traje militar y el otro la
túnica azul de médico. Se veían un poco adormilados, como si los hubieran
despertado de su descanso. Tenían una pila de papeles ante ellos y un frasco
de un líquido naranja oxidado.

—La princesa Ehri Kir-Taban trae noticias de su hermana más Exaltada


—dijo el vigilante sin aliento.

El soldado y el médico se levantaron e hicieron una reverencia, pero sus


expresiones eran de confusión.

—Mi hermana ha tenido dudas sobre el despliegue de los khergud para


esta misión en particular —dijo Ehri.

El médico levantó el frasco de líquido.


—No los hemos despertado todavía. ¿Deberíamos deshacernos de todo?

Ehri juntó los dedos y Mayu supo que era para evitar inquietarse.

—Sí. Sí, deseche todo. Pero, mientras estamos aquí, nos gustaría echar
un vistazo.

Los hombres intercambiaron una mirada insegura.

—Mi hermana dijo que me impresionaría mucho el trabajo que han


realizado aquí.

—¿La reina le habló de mí? —dijo el doctor sorprendido—. Me siento


honrado.

Ehri esbozó su sonrisa más cálida.

—Entonces, ¿nos mostrarás a mis guardias y a mí su notable proyecto?

El soldado miró a Tamar y Mayu con sus uniformes negros.

—Sería mejor si se quedaran aquí. Esta es una instalación ultrasecreta.

La princesa soltó una risa divertida.

—¿Creen que mi hermana no lo sabe? Ella nunca me enviaría aquí sin


mis guardias. —Entrecerró los ojos—. ¿Por qué me piden que esté
indefensa?

—Yo… yo nunca…

—Tengo enemigos en el gobierno. Todos los Taban los tienen. ¿Quizás


ve esto como una oportunidad para atacar a mi familia?

—Deberíamos llevarlo para interrogarlo —dijo Tamar.

—¡No! —El soldado levantó las manos—. Solo tengo lealtad por los
Taban. Sus guardias son bienvenidas.
Ahora Ehri volvió a sonreír.

—Muy bien. —Hizo un gesto con la mano y el médico corrió hacia una
gran puerta de metal que no tenía nada que ver con un granero.

Mayu sintió un escalofrío recorrerla cuando la puerta se abrió con un


crujido. La habitación que había detrás era grande y estaba poco iluminada.

—¿Que es ese olor? —preguntó Tamar. Era dulce, empalagoso.

—El sedante que usamos. Es necesario controlar a los voluntarios una


vez que están bajo la influencia de la parem. Pero no pueden hacer el
trabajo de crear a los khergud sin ella.

Los voluntarios. Se refería a los Grisha.

—También la usamos en nuestros khergud. Suelen estar inquietos por la


noche, ya que ya no tienen necesidad real de dormir.

¿A qué se refería? ¿Por qué Reyem no tendría necesidad de dormir?

La antigua lechería se había dividido en tres grandes áreas. A la


izquierda había una especie de dormitorio, una hilera de literas y lavabos.
La mayoría de los ocupantes descansaban sobre sus mantas, sus pechos
gastados subían y bajaban en rápidos jadeos, sus cuerpos poco más que
huesos y piel como cera.

—¿Cuánto tiempo…? —Tamar tragó—. ¿Cuánto tiempo se puede


mantener con vida a los voluntarios así?

—Eso varía —dijo el médico—. Los sujetos mayores tienen más


dificultades, pero a veces parece ser una cuestión de voluntad.

Un joven que estaba en una litera inferior levantó la cabeza y los miró
con ojos hundidos. Tenía el cabello rubio y la piel de un rosa rojizo. No
lucía como un Shu en absoluto. Mayu le dio un codazo a Ehri.

—¿De dónde vienen? —preguntó Ehri.


—Oh, ese es Bergin. Es de Fjerda.

—¿Y vino aquí de buena gana? —preguntó Tamar.

El médico tuvo la gracia de parecer avergonzado.

—Pues. De buena gana después de su primera prueba de parem. —Hizo


un gesto a Bergin y el Grisha se levantó. Llevaba una especie de uniforme;
pantalones grises holgados y una túnica de la misma tela. Mayu vio
desesperación en su rostro, la misma impotencia que compartían los otros
prisioneros. Pero también había algo más: ira. Todavía estaba enojado.
Seguía luchando—. Bergin era un traductor que trabajaba para una empresa
naviera en Fjerda, pero cuando se descubrieron sus poderes, trató de huir
del país. Nuestras tropas lo interceptaron y le ofrecieron refugio.

La furia brilló en los ojos azules de Bergin. Mayu dudaba que la historia
del médico se pareciera mucho a la verdad. Bergin probablemente había
sido dosificado por las tropas shu y tomado cautivo para servir como
“voluntario”.

—Lo hemos tenido trabajando en Langosta.

—¿Langosta? —preguntó Tamar.

—La conversión de soldado común a khergud es increíblemente


complicada, por lo que emparejamos a cada voluntario con un candidato a
soldado durante todo el proceso. Por supuesto, a veces el voluntario muere
antes de que se complete el trabajo, pero estamos mejorando en el manejo
de las dosis para prolongar sus vidas.

—Extraordinario —dijo Tamar, su voz aguda como una hoja pidiendo


sangre. El médico no pareció darse cuenta, pero Bergin lo hizo, sus ojos
azules repentinamente más alerta. Estaba apoyado en una de las enormes
mesas parecidas a losas que ocupaban el centro de la habitación.

—Aquí es donde se hace el gran trabajo —dijo el médico.


Mayu vio taladros, sierras para huesos, piezas largas de latón y acero,
un artilugio que parecía haber sido soldado en forma de ala. El suelo estaba
hecho de algún tipo de metal con grandes desagües. Para facilitar la
eliminación de la sangre. «Esta no es una antigua lechería —se dio cuenta
— Es un matadero. Este es el área de sacrificio.»

En el extremo derecho había un tipo diferente de dormitorio. Las camas


aquí eran más como ataúdes, sarcófagos de latón sellados.

—Y estos son nuestros hijos de corazón de hierro, los khergud.

Aquí estaba la prueba del programa de Makhi, de la tortura de Grisha,


de las abominaciones que habían creado. ¿Pero estaba su hermano entre
ellos?

Tamar puso una mano sobre el hombro de Mayu, y Mayu se dio cuenta
de que estaba temblando.

—¿Cuáles son sus nombres? —preguntó Ehri.

—Langosta, Heraldo, Escarabajo, Polilla…

—No —dijo Mayu, incapaz de controlar su ira—. Sus nombres reales.

El doctor se encogió de hombros.

—En realidad no lo sé.

Mayu agarró el pomo de su espada de garra, tratando de controlar su


frustración. Miró a la princesa, deseando que Ehri entendiera su necesidad.
Sí, tenían su prueba, pero ¿dónde estaba su hermano?

—Tengo curiosidad —dijo Ehri—. ¿Es seguro abrir los…


contenedores?

—Oh, por completo —dijo el médico, ya encendiendo un interruptor en


uno de los sarcófagos. La tapa se soltó con un pop inesperado—. Los
despertamos con un estimulante elaborado con jurda ordinaria. Pero están a
salvo en cualquier estado. Los khergud son soldados perfectos.
«¿Eso es lo que soy?» Se preguntó Mayu. «¿Un soldado que le quitaría
la vida a un hombre inocente, asesinaría a una princesa, vería arder a sus
hermanas por el capricho de una reina?»

El médico levantó la tapa. Una mujer yacía dentro, su respiración era


superficial, su ceño fruncido por el sueño.

—No duermen bien —murmuró el médico. El soldado dormido pareció


oler algo; sus fosas nasales se ensancharon. Tamar se apartó del recipiente.
Se rumoreaba que los khergud podían oler la presencia de Grisha. Soldados
perfectos. Cazadores perfectos.

—Otro, por favor —dijo Ehri.

El médico accionó un interruptor y abrió otra tapa.

—Hicimos que las cámaras para dormir fueran anchas para permitir a
aquellos con mejoras aladas.

Mayu miró al hombre que yacía en el contenedor, sus alas de bronce


dobladas detrás de él. Cuernos de metal se curvaban desde su frente. No era
Reyem. ¿Él siquiera estaba aquí? Si no lo estaba, ¿cómo encontrarían las
instalaciones en las que lo mantenían?

El médico abrió la tapa de un tercer recipiente. Sonrió.

—Ahora, esto le interesará, Princesa. Algo nuevo en lo que hemos


estado trabajando. Este es Langosta. Le dimos unas tenazas de metal,
fusionadas en su columna. Se ha adaptado bien al tratamiento.

Mayu sabía que sería su hermano incluso antes de mirar.

Reyem yacía durmiendo dentro de la cámara. Tenía la misma expresión


preocupada que los demás, como si en sus sueños no fuera el cazador sino
la presa. No lo había visto en casi un año, pero era el mismo Reyem, alto y
delgado, su largo cabello apartado de su rostro en un nudo alto, como
siempre lo había usado. Tenía una pequeña cicatriz en forma de media luna
en la mejilla, de cuando había sido golpeado por una piedra, una piedra que
Mayu había arrojado con ira, sin tener la intención de lastimarlo. Había
llorado, pero les había dicho a sus padres que se había caído.

Tenía unas alas pegadas a la espalda y unas tenazas de metal dobladas a


la altura de las caderas, articuladas como patas de insecto. Mayu sintió que
se le revolvía el estómago.

El médico se había trasladado a la siguiente cámara dormitorio.

Bergin la estaba mirando desde su posición junto a la mesa, pero a


Mayu no le importaba. Se agachó y tomó la mano de Reyem entre las
suyas.

—Hermano —susurró. La frente de Reyem se alisó. Mientras dormía, le


estrechó la mano. Mayu sintió que las lágrimas le picaban en la garganta—.
Estoy aquí, Reyem. Va a estar bien.

—Kebben —murmuró Tamar. Su expresión se había suavizado. Quizá


más que nadie, ella entendía lo que era estar separada de tu gemelo.

—Tenemos que sacarlo de aquí.

Tamar asintió.

—Ya envié a nuestros exploradores a despertar a los ministros. No


quiero que Makhi tenga la oportunidad de vaciar este lugar antes de que lo
vean.

—Pero interceptamos a tus exploradores —dijo una voz alta y clara


desde la puerta.

La reina Makhi estaba junto a la puerta de metal, rodeada por guardias


tavgharad.

—¡Su Majestad! —exclamó el médico, haciendo una reverencia.

Tamar se movió para bloquear a la princesa Ehri.


—Qué interesante verte con ese uniforme, Tamar Kir-Bataar —dijo
Makhi, entrando en la habitación.

El médico entrecerró los ojos como si tratara de recordar dónde había


oído el nombre.

—Dulce Ehri —dijo Makhi—. ¿De verdad pensaste que era fácil
burlarse de mí? Eres demasiado nueva en este juego, y yo lo he estado
jugando desde que éramos pequeñas.

—Reyem —susurró Mayu con urgencia. Ella le apretó la mano—.


Reyem, por favor despierta. —Necesitaban liberarse de este lugar ahora
mismo.

—Permíteme —dijo la reina, presionando una serie de botones en la


pared. Un fuerte silbido sonó y una tenue niebla naranja salió disparada de
los grifos en la parte superior del contenedor.

—¡No! —gritó Bergin.

Los ojos de su hermano se abrieron de golpe cuando inhaló el


estimulante.

—¿Reyem?

Miró a Mayu, su expresión en blanco.

—Este vínculo sentimental de kebben nunca ha tenido sentido para mí


—dijo Makhi—. Se suponía que yo iba a nacer gemela. Pero lo maté en el
útero. O eso me dijo mi niñera. Ella dijo que era por eso que nací con solo
media alma. Voy a disfrutar de ver a tu hermano matarlos a todos.

—Reyem, soy yo. Soy Mayu. —Agarró su mano con más fuerza—. Sí,
soy yo. Ya sabes como soy. Reyem, tienes que venir con nosotros.

—Adelante —dijo la reina—. Haz para lo que fuiste creado.

Reyem apretó el puño. Mayu gritó y cayó de rodillas cuando su


hermano le rompió cada hueso de la mano.
25

Nina
Traducido por Lieve

UNA LUNA DESAGRADABLE COLGABA SOBRE la Corte de


Hielo, sus bordes borrosos por la nublada promesa de la nieve. Nina podía
oír sonidos de celebración desde el palacio real, nobles bebiendo y bailando
para regocijarse por el bombardeo de Os Alta. En algún lugar, en los
bosques salvajes, Brum y los drüskelle estaban dando gracias a Djel y
preparándose para la guerra que se avecinaba.

Pero Nina había estado en guerra durante mucho tiempo. Y esta noche,
tenía la intención de hacer algo de daño. Había destruido las cartas de la
reina Tatiana. Ahora Nina se llevaría al único hombre que podía verificar
que alguna vez existieron.

El plan era simple, pero tremendamente arriesgado. Primero, Nina


necesitaba una forma de entrar en el sector de los drüskelle. No podía
simplemente salir de la Corte de Hielo y volver a entrar, por lo que tendría
que acercarse al sector por el camino secreto a través del foso de hielo. No
era una opción atractiva. Había pasado los últimos meses haciendo poco
más que sentarse y planear. Ella era excelente en ambos, pero esta noche
necesitaría la fuerza y la agilidad de la soldado que había sido, no las
artimañas de la espía en la que se había convertido. Y necesitaría a Hanne.
A Nina no le gustaba ponerla en riesgo, pero podía admitir que parecerían
menos sospechosas si las sorprendían merodeando juntas a que si Nina, una
forastera de la Corte de Hielo, era sorprendida sola.
Se vistieron con ropas de montar, dos chicas que iban por una de las
alondras de Hanne. Nina estaba agradecida de estar libre de sus pesadas
faldas. Cruzarían juntas el foso de hielo, vestidas de blanco y con el cabello
cubierto para camuflarse mejor. Suponiendo que no fueran vistas de
inmediato y arrastradas de regreso a sus habitaciones para esperar el
castigo, Hanne las haría subir por el muro.

—¿No hay puerta en la parte inferior? —Había preguntado Nina.


Debería haber estado haciendo flexiones todas las mañanas.

—Solo los drüskelle saben dónde está. No será un problema. Solo


necesitamos una ventana abierta.

—Y un camino hacia una ventana abierta.

Hanne no se inmutó.

—Puedo conseguir equipo de escalada del cobertizo en la base del Reloj


Mayor. Lo usan cuando limpian la aguja.

—Dulce Djel, has hecho esto antes.

—Tal vez una vez. O dos.

—¡Hanne!

Hanne se encogió de hombros.

—La primera vez que pasé el muro, solo quería ver si podía llegar al
techo del sector de la embajada.

—¿Y la segunda vez?

Hanne hizo una mueca de culpabilidad.

—Puede que haya querido ir a ver el mercado por mí misma. Y la


tercera vez…

—¡Dijiste dos veces!


—Había ballenas en la bahía. ¿Se suponía que no debía ir a verlas?

Nina se echó a reír, aunque imaginarse a Hanne escapando


alocadamente de la Corte de Hielo la dejaba incómoda. Si Hanne aceptaba
una propuesta al final del Corazón de Madera, podría quedar atrapada aquí
para siempre. Pero por ahora, Nina tenía que concentrarse en Magnus
Opjer.

La caminata a través del foso de hielo fue desgarradora y, a pesar de sus


pesadas botas, los pies de Nina estaban congelados cuando llegaron a la
delgada costra de la orilla en el sector de los drüskelle. Fueron necesarios
algunos intentos para fijar el gancho de agarre en su lugar, pero momentos
después, Hanne estaba trepando por la cuerda como si fuera parte ardilla.

—En serio —refunfuñó Nina entre dientes—. Ella podría al menos


intentar hacer que parezca difícil por mi bien.

Una vez que Hanne estuvo en el techo, sujetó la cuerda mientras Nina
trepaba, brazo sobre brazo, agradecida por los nudos y lazos que habían
atado a la cuerda. Desde allí, tuvieron que atravesar la brecha que conducía
al edificio real que albergaba el comedor y la oficina de Brum. Nina trató de
no pensar en lo lejos que estaba del suelo y repasó el plan en su cabeza. A
la espalda, llevaba ropa que habían robado del propio armario de Brum. No
era lo ideal, pero el hombre pasaba la mayor parte del tiempo en uniforme y
necesitaban algo para reemplazar los harapos de Opjer. Una vez que
liberara a Opjer, lo llevaría de regreso al otro lado del foso de hielo y a los
jardines. Luego lo enviaría por el puente con el resto de los asistentes a la
fiesta que se iban y lo entregaría a los brazos en espera de los Hringsa.
Antes de irse, Hanne confeccionaria el rostro de Opjer. Su parecido con
Nikolai era demasiado condenatorio, y Nina no quería que un arma como
esa cayera en las manos de la persona equivocada.

Finalmente, Nina llegó al otro lado de la brecha y se dejó caer sobre el


techo del sector de los drüskelle. Hanne se aseguró de que la cuerda
estuviera asegurada alrededor de una de las chimeneas y luego la pasó
alrededor de la cintura de Nina.

—¿Lista? —preguntó ella.


Nina se agarró a la cuerda.

—¿Para ser bajada como un saco de harina al corazón del poder de los
cazabrujas?

—Esta fue tu idea. Todavía podemos regresar.

—No dudes del saco de harina. El saco de harina es sabio para su edad.

Hanne puso los ojos en blanco y apoyó los pies en el borde del techo, y
Nina dio un paso hacia la nada. Hanne soltó un gruñido, pero la cuerda se
mantuvo firme. Lentamente, bajó a Nina.

Las dos primeras ventanas que probó estaban cerradas herméticamente,


pero la tercera cedió y se metió dentro, aterrizando en el suelo alfombrado
con un ruido sordo. Estaba en una escalera. Por un momento, no pudo
orientarse, pero descendió por otro piso y pronto llegó a la puerta del
despacho de Brum. Esta vez, no tenía llave. Había sido demasiado
arriesgado volver a robarla, así que tendría que abrir la cerradura. Tomó un
tiempo vergonzosamente largo. Casi podía oír a Kaz reírse de ella. «Cállate,
Brekker. Háblame cuando hayas hecho algo con ese terrible corte de
cabello.» Quizás ya lo había hecho. Esperaba que sí por el bien de Inej.

Nina no estaba segura de si todos los drüskelle se habían ido al bosque o


si algunos se habían quedado atrás, y no tenía la intención de averiguarlo.
Fue directamente a la puerta que conducía a la celda de Opjer, colocando un
dedo en sus labios para asegurarse de que él permaneciera en silencio.

La celda estaba vacía. E impecablemente limpia. Por un momento, Nina


tuvo el inquietante miedo de haberlo inventado todo, de que Opjer nunca
hubiera estado allí.

«Sé lo que vi». Entonces, ¿dónde estaba? ¿Lo habían movido tras la
desaparición de las cartas? No, si Brum hubiera sabido de las cartas
faltantes, habría puesto más medidas de seguridad. Y no había forma de que
matara a Opjer; los fjerdanos no desperdiciarían una ventaja así.
Necesitaba averiguar adónde lo habían llevado. Y no tenía mucho
tiempo.

Nina hojeó los documentos en el escritorio de Brum, tratando de


asegurarse de mantener todo en su lugar. Tenía que haber algún tipo de
orden de transferencia, alguna discusión sobre dónde colocarían a un
prisionero tan valioso. Vio los planos y mapas habituales, y lo que parecía
un boceto de parábolas que se cruzaban junto a una larga serie de
ecuaciones. ¿Un arma? Una nota encima decía: «Hajefetla». Ave cantora.
Había diseños para algún tipo de casco, lo que podrían ser modificaciones
de un rifle de repetición, un transporte marítimo.

Nina vaciló. Los mapas, los planos, ¿más tragedias en ciernes? Si


hubiera podido entender los objetivos que había visto antes en el escritorio
de Brum, podría haber advertido a Zoya y al Rey Nikolai del bombardeo
que se avecinaba. Podría haber salvado cientos de vidas. Pero si ella robaba
estos planos, Brum sabría que alguien había estado en su oficina. Había una
buena posibilidad de que ella y los agentes Hringsa en la Corte de Hielo se
vieran comprometidos antes de que tuvieran los planes de a donde tenían
que ir, y Hanne también podría correr peligro. Nina comunicaría todo lo que
pudiera recordar a los Hringsa, pero tenía que mantenerse concentrada. No
tenía mucho tiempo y había venido aquí a buscar a Magnus Opjer.

Entonces vio una palabra extraña: Rëvfeder. Padre zorro.

Los ojos de Nina escanearon la página, pero no estaba leyendo una


orden de transferencia. Era el informe de una fuga. Magnus Opjer había
salido de alguna manera de su celda, del sector drüskelle y de la Corte de
Hielo, y se había llevado las cartas de la reina Tatiana. «Bueno, gracias por
cargar con la culpa de eso, Magnus.» La siguiente línea del informe hizo
que a Nina le diera un vuelco el estómago: se había encontrado un trozo de
lo que parecía un hueso afilado en la cerradura de la puerta de la celda de
Magnus Opjer.

Nina recordó las manos de Opjer agarrando sus mangas mientras él le


rogaba que lo liberara. Había pensado que era desesperación, pero tal vez
solo había sido una actuación. ¿Podría Magnus Opjer, el prisionero más
valorado y reconocible de Fjerda, haber realmente escapado de la Corte de
Hielo?

«Viejo bastardo astuto. Padre zorro en efecto.» Le había robado uno de


sus dardos de hueso y lo usó para abrir la cerradura de su jaula. Si
necesitaba más pruebas de que Opjer era el padre del Rey Nikolai, era esta.

Entonces, ¿dónde estaba ahora? Nina no lo sabía y no tenía forma de


averiguarlo. Llamaría a sus contactos Hringsa y transmitiría la información
a Ravka. Por ahora, estaba estancada. Se especulaba en el informe de que
podría regresar a su casa al norte de Djerholm para reunirse con su hija o
incluso a Elling, donde estaban atracados algunos de sus barcos. «Es un
hombre sin medios», decía el informe. «No puede reservar un pasaje en un
barco. No puede esperar cruzar la frontera hacia Ravka. Es solo cuestión
de tiempo antes de que se recupere al objetivo.»

Nina lo dudaba. Magnus Opjer no era un noble. Era un hombre que se


había forjado solo, un magnate naviero con conexiones de toda una vida y
una red establecida de embarcaciones navieras. Y era el padre de Nikolai
Lantsov. Tal vez le faltara dinero, pero si se las había arreglado para salir de
la Corte de Hielo, definitivamente no le faltaba ingenio.

Un sonido procedente del patio de abajo sacó a Nina de sus


pensamientos. La puerta se estaba abriendo. ¿Los drüskelle habían vuelto
tan pronto?

Deslizó el informe de escape entre los papeles del escritorio y salió


apresuradamente de la oficina, asegurándose de que la cerradura se
deslizara en su lugar. Brum encontraría su oficina tal como la había dejado.

Nina empezó a bajar las escaleras, pero escuchó el sonido de voces


abajo. Maldita sea.

Corrió de regreso por donde había venido, esquivando el pasillo con


pies silenciosos, probando suavemente cada puerta, rezando para que una se
abriera.
Por fin giró una manija. Se deslizó dentro y cerró la puerta detrás de ella
con un clic que pareció resonar en sus oídos.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Ella se dio la vuelta. Joran estaba de pie ante ella con su uniforme
negro, su rostro furioso, sus ojos entrecerrados con sospecha. Alguien más
debía estar protegiendo al príncipe esta noche.

Los pensamientos de Nina se deslizaron salvajemente por su cabeza,


una oleada de pánico, como pájaros sobresaltados por un ruido.

«¿De verdad vas a hacer esto?» Tuvo tiempo de preguntarse antes de


que su boca soltara:

—El comandante Brum me dijo que lo encontrara aquí.

Ella era Mila ahora, labios temblorosos, manos retorcidas.

Los dedos de Joran se cernieron sobre su látigo.

—El comandante nunca violaría estas habitaciones con la presencia de


una mujer.

Nina agarró los dardos de hueso en su manga. No quería matar a Joran,


pero lo haría si era necesario. El truco sería hacer que pareciera un
accidente. Su cuerpo estaba sano, indemne de cualquier muerte o
descomposición que su poder pudiera aprovechar.

—No soy orgullosa —dijo, dejando que las lágrimas llenaran sus ojos
—. Sé lo que he acordado.

Joran frunció el ceño. Nunca mostraba emoción alrededor del Príncipe


Rasmus, y la ira transformó su rostro, haciéndolo lucir como el brutal
cazabrujas que era.

—Dijo que volvería temprano —continuó ella—. Pero los otros


vinieron en su lugar.
—No sé a qué juego estás jugando, pero el comandante se enterará.

—Me mostró el camino secreto a través del foso de hielo —dijo Nina,
sintiendo los dardos deslizarse entre sus dedos.

Joran se detuvo en seco ante eso. Nadie conocía los secretos del foso de
hielo excepto los drüskelle.

—Eso no puede ser.

Tendría que ser precisa. Dos dardos a través de las esquinas internas de
sus ojos, directamente en el cerebro. Podría extraerlos antes de irse y, con
suerte, mantener la sangre o el desorden al mínimo. Parecería que le había
dado algún tipo de ataque.

Nina dio un paso hacia la izquierda, maniobrando para que la luz


brillara directamente sobre el rostro de Joran para ayudarla a apuntar, luego
se detuvo.

—Esas son reliquias. —Huesos esparcidos sobre un mantel de altar,


colocados sobre un baúl para la ropa. Un bloque de madera tallado con la
tosca forma de un sol apoyado contra la pared.

Joran intentó mover su cuerpo para bloquear su vista, pero ya era


demasiado tarde.

—Eso es un altar —dijo Nina—. A los santos. Por eso no estás con el
príncipe esta noche. Viniste aquí a orar.

Joran no lo negó. Se quedó de pie como clavado en el suelo, inmóvil


como un animal que detecta el peligro. No conocía ni la mitad. Ella podría
matarlo ahora. Rápidamente. Fácilmente.

—¿De quién son esos huesos? —Ella mantuvo la voz suave, tranquila,
como si estuviera preguntando qué había cenado anoche y no una herejía
cometida dentro de los muros de la Corte de Hielo.

Joran abrió la boca. Vio que su garganta se movía, las palabras parecían
abrirse paso.
—De Alina —dijo con voz ronca—. Yo… los compré en Djerholm. Sé
que probablemente son falsos, pero…

—Pero te trajeron consuelo. —La gente de todo Ravka, y tal vez ahora
Fjerda también guardaba reliquias que supuestamente habían pertenecido a
los santos. Huesos de dedos, un fragmento de columna, restos de una
prenda antigua. El poder de Nina le dijo que los huesos que Joran había
comprado ni siquiera eran humanos.

—Ella era una soldado —dijo él, casi suplicando—. Salvó a gente.
Fjerdanos y ravkanos por igual.

—¿Es eso lo que quieres? —Nina se acercó un poco más. Podía


escuchar voces en el pasillo. Necesitaba salir de aquí, volver a salir por la
ventana y bajar al foso de hielo con Hanne. Pero también necesitaba que
Joran confiara en ella. Si le mencionaba su presencia aquí a Brum, estaba
acabada.

—Quiero ser… bueno. —Sacudió la cabeza, luchando contra su propia


lógica—. Los soldados no son buenos. Son leales. Son valientes.

Nunca le había parecido tan joven. A veces se olvidaba de que en


realidad solo era un niño, ni siquiera tenía diecisiete años.

—Ellos también pueden ser buenos.

—Nosotros no. —Entonces la miró con ojos azules atormentados—. Yo


no.

—Alina Starkov no era solo una soldado —dijo ella en voz muy baja—.
Ella era Grisha.

Cerró los ojos con fuerza, con la cabeza inclinada como si estuviera
listo para recibir la paliza que sabía que se merecía.

—Lo sé. —Su voz era áspera—. Sé que es un sacrilegio.

—No necesariamente.
Los ojos de Joran se abrieron de golpe.

—Quizá el poder de los Grisha no es exactamente lo que nos han hecho


creer —dijo ella. Eran las palabras de Matthias de hace tanto tiempo.
Habían sido un bálsamo para ella, un regalo que la había ayudado a sanar y
aceptar quién era—. Tal vez su poder sea un regalo de Djel, una forma más
en la que muestra su fuerza en este mundo.

—No… no, eso es una blasfemia, eso es…

—¿Quiénes somos para decir que conocemos la mente de Dios?

Joran la miró como si pudiera encontrar la verdad en algún lugar de sus


rasgos.

—¿El comandante… sabe que piensas de esta manera?

—No —dijo Nina—. No es apropiado. Pero no puedo evitar el patrón


de mis pensamientos.

Joran se llevó las manos a la cabeza.

—Lo sé.

—¿Hay otros entre ustedes que se sientan así?

—Sí —dijo Joran. Su mandíbula sobresalió hacia adelante—. Pero no te


daré sus nombres.

—No los pedí. Nunca lo haría. —No iba a reportar a Joran, ¿por qué iba
a hacerlo? Pero después de fracasar tan rotundamente esta noche, saber que
la religión de los santos se había extendido a las filas de hombres
entrenados para odiar a los Grisha era un pequeño hilo de esperanza al que
aferrarse con ambas manos.

—¿Puedes ayudarme a regresar a la Isla Blanca? —preguntó ella.

—¿Por qué no esperas a Brum si él es tu… si tú eres su…?


Una oscura burbuja de alegría se elevó en Nina. Con qué facilidad estos
hombres jugaban con el derramamiento de sangre y el sufrimiento, pero
ante la mera idea del placer, sus mentes se aflojaban.

Nina agarró a Joran del brazo.

—Le diré que nunca estuve aquí esta noche, que no pude reunir el valor
para venir. Si él sabe que me alejé de sus habitaciones, que me atreví a
hablar contigo, tendría…tendría que decirle lo que encontré.

Joran se puso rígido.

—Me matarían.

—Soy una mujer sola en la casa de un hombre poderoso. No tengo


verdaderos aliados. Haré lo que sea necesario para sobrevivir.

Joran pareció casi sorprendido.

—¿No querías ser su puta?

La palabra hizo que Nina se erizara.

—¿Es tan difícil de creer?

—El Comandante Brum… nunca lo haría. Él no forzaría…

—No tiene necesidad de recurrir a la fuerza. Prefiere un tipo diferente


de sumisión. —Ante eso, la expresión de Joran cambió. «Sabe que es
verdad. Ha visto el amor de Brum por el poder»—. Una mujer en mi
posición no tiene lenguaje para negarse. Sin la generosidad del Comandante
Brum, estaría perdida. Y si un hombre como Jarl Brum decidiera impugnar
mi reputación…

Los ojos de Joran se movieron de izquierda a derecha. Pudo ver una


capa de sudor en su frente. Estaba en una encrucijada. Ya no sabía qué era
verdad o qué era correcto; el altar detrás de él lo dejaba perfectamente
claro. Asintió una vez como si estuviera debatiendo consigo mismo, luego
otra vez.
—Sí —dijo él—. Te ayudaré.

Nina sintió un dolor en la garganta. Había honor en Joran, el honor que


esperaba ver en el príncipe Rasmus. Él no quería ser un asesino. No quería
ser cruel. El odio de Brum aún no lo había deformado por completo.
«Reserva un poco de misericordia para mi pueblo.» Por este chico, todavía
luchando por algún tipo de bondad, podía hacerlo.

—Tenemos que irnos ahora —dijo Joran. Él vaciló, notando su atuendo


por primera vez—. ¿Por qué llevas ropa de montar?

—Él me dijo que lo hiciera. Quería castigarme.

El rostro de Joran se puso rojo ante las posibilidades. Nina casi se


sonrojó por eso ella misma. Podía oír a Hanne susurrarle al oído,
«Sinvergüenza.»

—¿Por dónde entraste en el sector? —preguntó él.

—La puerta secreta —mintió ella.

Joran negó con la cabeza, disgustado de que Brum renunciara a los


misterios de los drüskelle por un asunto de mal gusto.

—Puedo llevarte de regreso allí.

Ordenó su altar, encerró todo dentro del baúl y desapareció en el pasillo.


Un momento después, escuchó voces, Joran diciendo algo a quienquiera
que estuviera allí. Por un momento, Nina estuvo segura de que él haría
sonar la alarma y la entregaría a sus hermanos, que toda su simpatía había
sido una artimaña. Luego empujó la puerta para abrirla y le indicó que
pasara.

Al final del pasillo, levantó un tapiz de un lobo blanco con un águila en


sus mandíbulas ensangrentadas y presionó una de las piedras. La pared se
deslizó hacia atrás, revelando una escalera estrecha y sinuosa excavada en
la roca. Nina ocultó su sorpresa. Se suponía que ella había venido por aquí.
En la base de las escaleras oscuras, escuchó sonidos de raspaduras. La
puerta se abrió, trayendo consigo una ráfaga de aire frío. Desde aquí,
parecía como si el foso de hielo no fuera más que una capa de escarcha y
agua helada que acechaba debajo de él. Pero Nina sabía que debajo había
un puente de vidrio transparente. Miró hacia arriba a tiempo para ver la cara
de sorpresa de Hanne desaparecer en lo alto y la cuerda desaparecer
rápidamente en el techo.

—Iré por mi cuenta desde aquí —dijo Nina.

—¿Estarás bien?

—No te pediría que te arriesgaras a ser capturado por mí.

El rostro de Joran estaba dolido.

—Él te castigará por no esperar. Por no hacer lo que él pidió.

—Lo sé —dijo, bajando los ojos.

—Debes encontrar una manera de salir de su casa.

Ella lo haría. Cuando terminara su trabajo y no antes.

—Lo haré, pero no puedo dejar a Hanne. —Mientras decía las palabras,
supo que eran ciertas.

Joran vaciló.

—Sería mejor que la mantuvieras alejada del príncipe. Él no es… él está


débil.

—Se hace más fuerte cada día.

Joran negó bruscamente con la cabeza.

—He conocido a muchos hombres heridos, personas que han perdido


miembros, que viven con dolor o enfermedad. Soportan su sufrimiento sin
siquiera jugar los juegos que juega Rasmus. El defecto no está en su cuerpo.
Está en su alma.

—No ha sido más que bueno con Hanne. —Palabras endebles después
de lo que había visto que Rasmus le hacía a Joran—. En la cacería, fue
humillado…

—Esa no fue la primera vez que arremetió. Lo vi derribar a un niño de


su caballo y decir que era una broma. El niño se partió el cráneo en los
adoquines, pero nadie dijo una palabra, porque Rasmus es un príncipe.

¿Pudo haber sido un accidente? ¿Un poco de diversión que salió mal?
Nina no podía obligarse a creerlo.

—Está cambiando —dijo con más esperanza de la que sentía—. Cuanto


más fuerte se sienta, menos necesitará demostrar su fuerza.

—Estaba probando su nueva fuerza —dijo Joran—, esperando a ver


quién lo detendría. Y sabes que nadie lo hará.

Nina puso su pie en el camino invisible, sintiendo el frío del agua a


través de sus botas. Se obligó a ir despacio, con cuidado, cuando todo lo
que quería era huir del sector drüskelle y de la verdad en las palabras de
Joran.

Se agarró el abrigo con fuerza para protegerse del frío del aire. No había
nada más que hacer que seguir avanzando. Si había elegido su camino,
debía recorrerlo. Y esperaba encontrar el camino de vuelta a casa.
26

El Monje
Traducido por Lieve

ALEKSANDER ROBÓ ROPA Y ZAPATOS DE LA PARTE


TRASERA de una carreta cuando se dirigía a Polvost. Encontrar al Sin
Estrellas había sido más difícil de lo que había anticipado, y estaba cada vez
más cansado de la marcha. Se inclinó junto a un arroyo para beber, pero no
necesitaba perder el tiempo cazando. No tenía hambre. Recordó cómo
Elizaveta había anhelado la sensación; el sabor del vino, el tacto de la piel,
la sensación de la tierra blanda bajo sus pies. A Aleksander no le importaba
nada de esto. Solo deseaba que no fuera invierno. Quería volver su rostro
hacia el sol y sentir que lo calentaba. El frío lo asustaba ahora. Se sentía
como la muerte, como el largo silencio del no ser, sin sentido del tiempo ni
del lugar, solo la comprensión de que debía aguantar, de que algún día se
acabaría la terrible quietud. Llevaba mucho tiempo en la oscuridad.

Pero finalmente se dio cuenta de que se estaba debilitando. El cuerpo de


Yuri necesitaba sustento, por lo que se dirigió a una cervecería en Shura.
Aleksander no tenía dinero, pero se ofreció a cortar leña y arreglar el techo
a cambio de una comida. Los jóvenes de la ciudad ya se habían marchado,
de regreso a sus uniformes, preparándose para enfrentarse a los fjerdanos.

—¿Y qué piensan de la guerra del rey? —preguntó a un grupo de


ancianos reunidos en el pórtico.

El abuelo gris que respondió estaba tan arrugado que parecía más un
nogal que un hombre.
—Nuestro Nikolai no pidió una guerra, pero si es lo que quieren esos
fríos bastardos del norte, es lo que él les dará.

Su compañero arrugado escupió sobre los listones de madera.

—Estarás besando los gélidos culos de esos bastardos del norte cuando
marchen. No tenemos los tanques y las armas que tienen los fjerdanos, y
enviar a nuestros hijos a morir no cambiará eso.

—¿Estás diciendo que deberíamos dejar que arrojen bombas sobre


nuestras ciudades?

Una y otra vez siguió, la misma vieja historia. Pero amaban a su rey.

—Verás, encontrará una forma de salir de esta trampa, igual que la


anterior. El zorro demasiado astuto siempre lo hace.

Aleksander se preguntó si realmente habrían leído esa historia en


particular. Parecía recordar que tuvo un final muy sangriento. El zorro había
perdido su piel por el cuchillo del cazador. ¿O tal vez lo habían rescatado?
Aleksander no podía recordar.

Se sentó al final de una mesa en la cervecería, comió pan de centeno


duro y tiras de cordero guisadas durante tanto tiempo que sabían como si ya
hubieran sido masticadas. Esto era lo que significaba estar vivo. Elizaveta
debería considerarse afortunada. Pensar que Zoya fue quien la mató.
Supuso que le ahorraba la molestia de hacerlo él mismo. ¿Y si Zoya alguna
vez aprendiera a aprovechar el poder que le habían dado? Ella todavía era
vulnerable, todavía era maleable. Su ira la hacía fácil de controlar. Cuando
esta guerra terminara y se contaran las bajas, tal vez ella necesitara un
pastor de nuevo. Había sido una de sus mejores estudiantes y soldado, su
envidia y su rabia la llevaron a entrenar y luchar más duro que cualquiera
de sus compañeros. Y luego ella le dio la espalda. Igual que Genya. Igual
que Alina. Igual que su propia madre. Igual que todo Ravka.

«Ella volverá a ti.»


No quería la simpatía de Yuri. Bebió cerveza agria y escuchó los
chismes de los clientes. Todo de lo que se hablaba era de la guerra, del
bombardeo de Os Alta y, por supuesto, de la plaga que tanto había irritado
al rey y a su general.

—Los peregrinos acamparon en Gayena. Intentaron instalar aquí sus


malditas tiendas negras, pero los echamos. No tendremos nada de esa
prédica impía.

—Dicen que la plaga es un castigo por no convertir al Darkling en un


Santo.

—Bueno, yo digo que lo conviertan en un Santo si eso le devuelve la


vida a ese pastizal. ¿Dónde se supone que va a pastar mi ganado?

—Si puede sacar a mi perezoso esposo de la cama, yo misma haré una


peregrinación hacia el Abismo.

«Gayena». Por fin tenía noticias de los Sin Estrellas. Terminó su


horrible comida y salió de la cervecería, pero no antes de usar sus sombras
para ayudarlo a arrebatar un par de gafas de una de las mesas. Mientras
caminaba, dejó que los rasgos de Yuri volvieran a destacar, el rostro
alargado, la barbilla débil. Sin barba, por supuesto. Él no era un
confeccionista. Y el cuerpo débil también permanecería oculto. Aleksander
necesitaría toda su fuerza. Se colocó las gafas en la nariz. Tendría que mirar
por encima de los lentes. La vista defectuosa de Yuri por todos esos años
inclinado sobre libros era otra cosa que no le importaba restaurar.

Podía sentir el júbilo del niño ante la perspectiva de reunirse con los
fieles. «Este es mi propósito. Esta es la razón de todo.»

Yuri no estaba equivocado. Todos tenían un papel que desempeñar.

Aleksander encontró a los Sin Estrellas acampados debajo de un puente


como una reunión de trolls, con sus banderas negras levantadas sobre sus
tiendas. Hizo inventario rápido de sus defensas y activos. Era un grupo
sorprendentemente joven, y casi todos hombres, todos vestidos de negro,
muchos con túnicas torpemente bordadas con su símbolo: el sol en eclipse.
Vio una mula, algunos caballos escuálidos, una caja cubierta con una lona
en un carro, supuso que era un escondite de armas. ¿Tenía que trabajar con
esto? No estaba seguro de lo que esperaba. No esperaba un ejército, sino los
ingredientes de uno, pero no este patético grupo.

«No debería haberlos dejado.» Yuri de nuevo. Su presencia era más


insistente ahora, como si permitir que emergieran los rasgos del pequeño
monje hubiera fortalecido la voz de Yuri, era menos como un solo mosquito
que un enjambre.

—¿Yuri? —Se acercó un hombre de pecho como un tonel y barba


salpicada con canas.

Aleksander buscó su nombre y los recuerdos de Yuri se lo


proporcionaron.

—¡Chernov!

Fue envuelto en un abrazo musculoso y apestoso que casi lo levanta de


los pies. Era como ser abrazado por una alfombra de piel de oso que
necesitaba una limpieza urgente.

—¡Temíamos que estuvieras muerto! —gritó Chernov—. Habíamos


oído que viajabas con el rey apóstata y luego, ni una palabra de ti.

—He regresado.

Chernov frunció el ceño.

—Suenas diferente. Luces diferente.

Aleksander sabía que era mejor no intentar poner excusas. En cambio,


agarró a Chernov del brazo y lo miró a los ojos.

—Soy diferente, Chernov. ¿Cuántos están reunidos aquí?

—En el último recuento, teníamos treinta y dos fieles. Pero estamos


alimentando a algunos viajeros que aún no han encontrado el camino del
Sin Estrellas.
—¿Lo hacemos? —Valiosos recursos malgastados.

—Lo hacemos —dijo Chernov—. Tal como predicaste. Todos son


iguales en la oscuridad.

Tuvo que evitar reírse. En cambio, asintió y repitió las palabras con
fervor.

—Todos son iguales en la oscuridad.

Chernov lo condujo a través del campamento y Aleksander saludó a


quienes parecían reconocerlo como un viejo amigo. Si tan solo supieran.
Mientras caminaban, preguntó casualmente sobre los otros lugares en los
que se había apoderado el Culto del Santo Sin Estrellas. Según el recuento
de Chernov, el número de seguidores del culto había aumentado a casi mil
peregrinos. Un número bajo, pero era un comienzo.

—Hemos decidido dirigirnos al sur hacia climas más cálidos, alejarnos


de la frontera norte. No queremos quedar atrapados en el fuego cruzado
cuando estalle la lucha.

—¿Y entonces?

Chernov sonrió.

—Y entonces continuamos con el buen trabajo de difundir el nombre


del Darkling y defender su santidad. Una vez que el Rey Nikolai sea
depuesto, Vadik Demidov será coronado y solicitaremos…

—Demidov será un títere de Fjerda.

—¿Qué nos importa la política de ese tipo?

—Te importará cuando apilen a los Grisha en piras.

—¿Grisha?

Aleksander tuvo que esforzarse para ocultar su enfado.


—¿No era el Darkling un Grisha?

—Él era un Santo. Hay una diferencia. ¿Qué te ha pasado, Yuri?

Aleksander sonrió, dando marcha atrás.

—Perdóname. Solo quise decir que todavía podemos encontrar nuevos


seguidores entre los Grisha.

Chernov le dio una palmada en la espalda.

—Un objetivo digno una vez que termine la guerra.

Contempló arrancar el brazo de Chernov de su cuerpo. En cambio,


cambió su enfoque.

—¿Pero qué hay del Apparat? El sacerdote volverá a Ravka con


Demidov, ¿no es así? Ha luchado contra la santidad del Darkling en todo
momento.

—Creemos que podemos ganarlo para nuestra causa con el tiempo.

«Todo esto está mal.» En eso, Yuri y Aleksander podían estar de


acuerdo. Yuri había sido miembro de la Guardia Sacerdotal del Apparat
durante un tiempo. Primero había visto al Apparat del lado de la Santa del
Sol y luego del de nadie en absoluto, esperando que Alina y el Darkling
libraran sus batallas mientras él y sus seguidores permanecían a salvo
ocultos. Los Sin Estrellas no deberían contentarse con suplicar sobras de la
mano del sacerdote, sin importar qué influencia tuviera con la gente de
Ravka.

—El sol se pondrá pronto —dijo Chernov mientras los Sin Estrellas se
reunían, mirando hacia el oeste—. Llegas justo a tiempo para los servicios.
El hermano Azarov hablará.

—No —dijo Aleksander—. Yo hablaré.

Chernov parpadeó.
—Yo… bueno… quizás sería mejor tomarse un tiempo para instalarse,
para volver a familiarizarse con…

Aleksander no esperó a escuchar el resto. Se dirigió al frente de la


congregación y escuchó algunos murmullos de:

—¡Yuri!

Y…

—¡Hermano Vedenen! —De los que aún no lo habían visto en el


campamento. Otros eran extraños, personas que se habían unido a los Sin
Estrellas después de que Yuri dejara sus filas.

—Hermano Azarov —dijo Aleksander, acercándose al joven de cabello


amarillo que se estaba preparando para hablar. Tenía la palidez y el carisma
de un vaso de leche.

—¡Hermano Vedenen! Me alegro mucho de verte de nuevo. Tu


predicación fue muy extrañada, pero he estado intentando hacerlo.

—Chernov tiene un asunto urgente que quiere que usted atienda.

—¿En serio?

—En efecto. Extremadamente urgente. Ve ahora. —Pasó junto al


hermano Azarov y ocupó su lugar donde pertenecía, frente a la multitud.

Aleksander miró por encima de sus rostros, confundidos pero ansiosos,


esperando que alguien les diera algo en lo que creer, una chispa de lo
divino. «Les daré una conflagración. Les daré un nuevo nombre para el
fuego.»

La alegría de Yuri lo atravesó. El chico había sido predicador él mismo.


Comprendía este júbilo.

—Algunos de ustedes me conocen —dijo, su voz se trasladó a la


multitud mientras la luz del sol poniente se volvió dorada y bañó sus
rostros. Los escuchó reaccionar a su voz desconocida con susurros y jadeos
—. No soy el hombre que era. Viajé al Abismo y allí me visitó el
mismísimo Sin Estrellas.

—¿Una visión? —preguntó Chernov, en medio de las exclamaciones de


sorpresa de la multitud—. ¿Qué viste?

—Vi el futuro. Vi cómo estamos mejor destinados a servir a la causa del


Sin Estrellas. Y no es para vivir como cobardes. —Murmullos turbulentos
surgieron de los peregrinos—. No marcharemos hacia el sur. No nos
esconderemos de esta guerra.

Chernov dio un paso adelante.

—Yuri, no puedes decir eso. Nunca nos hemos preocupado por los
políticos y sus juegos.

—Esto no es un juego. El Apparat traicionó al Darkling. Luchó contra


nombrarlo Santo. Se alió con los enemigos de Ravka. Pero ustedes cayeron
al suelo, temblando como animales sin dientes ni garras.

—¡Para que podamos sobrevivir!

—¿Para que podamos volver corriendo a un sacerdote corrupto cuando


se una a la corte de Demidov? ¿Para que podamos volver a rogar que nos
note cantando fuera de las puertas de la ciudad? Estábamos destinados a
más. —Se encontró con los ojos de quienes lo miraban, intercambiando
susurros enojados—. Sin duda, algunos de ustedes se unieron a este grupo
con el mismo propósito de evitar la batalla. No querían coger un arma, así
que se pusieron una bata y llevaron el estandarte del Sin Estrellas. Se los
diré ahora mismo, no los queremos aquí.

—¡Yuri! —gritó Chernov—. Así no es cómo lo hacemos.

Aleksander quería cortarlo donde estaba, pero era aún no era el


momento de mostrar su verdadero poder. Había soportado vidas enteras
ocultando lo fuerte que era. Podría esperar un poco más.

Extendió las manos ampliamente.


—Tienen miedo. Entiendo eso. No son soldados. Yo tampoco. Y sin
embargo, el Darkling me habló. Prometió que volvería. Pero solo si nos
unimos a su nombre.

—¿Qué estás sugiriendo? —preguntó el hermano Azarov con expresión


temerosa.

—Marchamos hacia el norte. Hacia la frontera.

—¿Hacia la guerra? —balbuceó.

Aleksander asintió. No tenía la intención de perder el tiempo viajando


de pueblo en pueblo, ganando pequeñas congregaciones con trucos de
salón. No, necesitaba un momento de espectáculo, algo grandioso con
muchos testigos. Organizaría su regreso al campo de batalla con miles de
soldados ravkanos y fjerdanos como audiencia. Allí, se completaría la
transformación de Yuri de un humilde monje a un salvador elegido. Allí,
Aleksander les enseñaría el asombro.

Los fjerdanos estaban mejor armados y mejor provistos, y cuando el


joven Rey Nikolai flaqueara, como inevitablemente haría, entonces y solo
entonces el Darkling regresaría y le mostraría a Ravka qué era realmente la
fuerza. Él los salvaría. Les ofrecería un milagro. Y se convertiría en santo,
padre, protector, rey.

—Yuri —dijo Chernov—. Pides demasiado.

—No pido nada —dijo Aleksander, abriendo más los brazos—. Es el


Sin Estrellas quien da esta orden. —Las sombras comenzaron a sangrar de
sus palmas. La multitud gritó—. Deben decidir cómo responderán.

Echó la cabeza hacia atrás, dejando que las sombras se extendieran


sobre la multitud. Ellos cayeron de rodillas. Escuchó sollozos. Estaba
bastante seguro de que el hermano Azarov se había desmayado.

—¿Huirán hacia el sur o llevarán las banderas de nuestro santo al norte?


—preguntó a la multitud—. ¿Cómo responderán al Sin Estrellas?
—¡Norte! —gritaron—. ¡Norte!

Se abrazaron unos a otros, llorando, mientras las sombras bloqueaban el


sol poniente.

—Siento haber dudado de ti —dijo Chernov, acercándose con lágrimas


en los ojos.

Aleksander sonrió, dejando que las sombras retrocedieran. Puso una


mano sobre el hombro de Chernov.

—No te disculpes, hermano. Tú y yo vamos a cambiar el mundo.


27

Nikolai
Traducido por Lieve

VIAJARON A KETTERDAM A BORDO DEL Cormorán, una gran


aeronave que les permitiría transportar el titanio de regreso a Ravka,
suponiendo que pudieran adquirirlo. Pero no podían acercarse a la ciudad
en una embarcación ravkana, por lo que dejaron la embarcación gigante en
una isla de contrabandistas frente a la costa de Kerch. Adrik y sus
Impulsores lo mantendrían envuelto en niebla mientras Zoya y Nikolai se
encontraban con el Volkvolny, el barco más famoso del corsario Sturmhond.

Numerosas personas habían asumido el papel de Sturmhond desde que


Nikolai se había creado la identidad. Había facilitado mantener viva la
leyenda y la influencia del corsario mientras ocupaba el trono. Y, por
supuesto, había cosas que un corsario sin lealtad conocida podía lograr que
un rey sujeto a las reglas de la diplomacia no podía. El don de Sturmhond
para hacer y romper bloqueos y adquirir propiedades robadas había servido
a los intereses de Ravka más de una vez. Se sentía bien ponerse el familiar
abrigo verde azulado y atar las pistolas de Sturmhond a sus caderas.

Zoya esperaba en la cubierta del Volkvolny. Ella se había vestido como


un marinero común con pantalones y una camisa áspera, y se había trenzado
el cabello, pero lucía completamente incómoda sin su kefta. Nikolai había
visto la forma en que Nina desaparecía en un personaje, cambiaba la forma
en que caminaba, la forma en que hablaba, aparentemente sin esfuerzo.
Zoya no tenía ese don. Su postura permaneció afilada como una navaja, su
barbilla ligeramente levantada, menos como un rudo y revoltoso marinero y
más como una hermosa aristócrata a la que se le había metido en la cabeza
pasar el día entre los plebeyos.

Sus ojos lo escudriñaron desde la coronilla hasta la punta de las botas.

—Te ves absurdo con ese atuendo.

—¿Absurdamente apuesto? Estoy de acuerdo.

Ella puso los ojos en blanco mientras el barco avanzaba para encontrar
su amarre en el puerto de Ketterdam.

—Te gusta demasiado jugar al pirata.

—Corsario. Y sí, me gusta. Hay libertad en esto. Cuando me pongo este


abrigo, mi responsabilidad es la gente de este barco. No una nación entera.

—Es un juego de roles —dijo ella.

—Una ilusión bienvenida. Se puede ser cualquier cosa o persona a


bordo de un barco.

Se apoyaron en la barandilla y vieron cómo la ciudad y su puerto


ajetreado aparecían a la vista.

—Lo extrañas, ¿verdad? —preguntó ella.

—Sí. Quizás si todo esto se va al infierno y Vadik Demidov toma mi


corona, simplemente volveré a ser Sturmhond. Puedo servir a mi país sin
llevar una corona.

Estaba desconcertado por lo mucho que le atraía la idea. No era el


trabajo de ser un rey lo que le importaba. Los problemas estaban destinados
a ser resueltos. Los obstáculos derrotados. Aliados ganados a través del
encanto o el ocasional soborno. Estaba feliz de tomar una espada o un
bolígrafo en nombre de Ravka, ir sin dormir o sin consuelo para llevar a
cabo una misión. Pero los reyes no tomaban medidas, no de la forma en que
lo haría un corsario o incluso un general. Ser rey significaba cuestionar cada
movimiento, considerar innumerables variables antes de tomar una
decisión, sabiendo que cada elección podría tener consecuencias por las que
otros pagarían. «Necesitamos un rey, no un aventurero.» Zoya tenía razón,
pero eso no significaba que él tuviera que estar feliz por eso.

Ella le lanzó una mirada curiosa.

—¿Lo podrías hacer? ¿Renunciar al trono?

—No lo sé. Cuando has deseado algo durante tanto tiempo, es difícil
imaginar una vida sin eso. —Supuso que no solo estaba hablando de Ravka.

Zoya se puso un poco más erguida, con todo su decoro.

—Crecer significa aprender a prescindir.

—Qué pensamiento tan deprimente.

—No es tan malo. Muere de hambre el tiempo suficiente y olvidas el


hambre.

Él se inclinó más cerca.

—Si es tan fácil perder el apetito, tal vez nunca estuviste realmente
hambriento. —Ella apartó la mirada, pero no antes de que él viera un leve
rubor teñir sus mejillas—. Podrías venir conmigo, ya sabes —dijo
distraídamente—. Una Impulsora siempre es bienvenido en la tripulación de
un barco.

Zoya arrugó la nariz.

—¿Vivir de bacalao salado y rezar al Santo de las Naranjas para que no


me dé escorbuto? No.

—¿Ni una pequeña parte de ti desea este tipo de libertad? —Porque, por
todos los santos, él sí.

Ella se rio, inclinando el rostro hacia la brisa salada.


—Anhelo el aburrimiento. Con mucho gusto me sentaría en un salón del
Pequeño Palacio y tomaría un sorbo de té y tal vez me quedaría dormida en
medio de una reunión tediosa. Me gustaría detenerme a comer sin pensar en
todo el trabajo que queda por hacer. Me gustaría pasar una noche sin…

Ella dejó de hablar, pero Nikolai entendió demasiado bien cómo


terminaba esa frase.

—Sin pesadillas. Sin despertar con un sudor frío. Lo sé.

Zoya apoyó la barbilla en las manos y miró hacia el agua.

—Nos han prometido un futuro durante tanto tiempo. Un día en el que


los Grisha estarían a salvo, en el que Ravka estaría en paz. Cada vez que
intentamos agarrarlo, se nos escapa entre los dedos.

Nikolai se había preguntado a veces si estaba en su naturaleza estar


inquieto, en la naturaleza de Zoya ser despiadada y en la naturaleza de
Ravka estar siempre en guerra bajo el estandarte de los Lantsov. ¿Era eso
parte de lo que lo atrajo a esta vida como rey? Anhelaba la paz para su país,
pero ¿una parte de él también la temía? ¿Quién era él sin alguien que se le
opusiera? ¿Sin un problema que resolver?

—Te prometí ese futuro. —Deseó haber podido hacer realidad ese
sueño para ambos—. No te lo cumplí.

—No seas ridículo —dijo ella cortantemente, altiva e imperiosa como


una reina. Pero no lo miró cuando dijo—: Le diste una oportunidad a
Ravka. Me diste un país por el que podía luchar. Siempre estaré agradecida
por eso.

«Gratitud.» ¿Era eso lo que quería de ella? Sin embargo, Nikolai se dio
cuenta de que estaba complacido. Se aclaró la garganta.

—Creo que hemos llegado.

La tripulación bajó la pasarela y Nikolai y Zoya subieron por el muelle


del Quinto Puerto.
Zoya plantó sus manos en sus caderas, inspeccionando la maraña de
gente y carga a su alrededor.

—Por supuesto que Brekker no se molestó en reunirse con nosotros.

—Es mejor no anunciar nuestra asociación en los muelles de Ketterdam.


—Hubiera sido más seguro y sencillo enviar una delegación en nombre de
la corona, pero Brekker había ignorado todos los mensajes hasta que
Nikolai había escrito la carta él mismo. Él y Zoya habían trabajado con el
joven ladrón antes. No eran amigos ni socios de confianza, pero tenían más
posibilidades de ganarse la ayuda de Kaz Brekker que los extraños.

—Eres un rey.

—No mientras use este abrigo.

—Incluso con un pelícano en tu cabeza, seguirías siendo el rey de


Ravka, y no mataría a esa rata de barril mostrar un poco de respeto. —Se
sumergieron en la multitud de turistas y marineros en el muelle—. Detesto
esta ciudad.

—Es animada —dijo, cambiando a kerch.

—Si por animada te refieres a un bulto de miseria humana infestado de


ratas, cubierto de polvo de carbón —respondió ella con amabilidad, con
acento marcado—. Y tampoco me gusta su idioma.

—Me gusta el bullicio. Puedes sentir la prosperidad de este lugar;


quiero que Ravka tenga una parte de esto; comercio, industria. Nuestro país
no debería tener que ser siempre el mendigo en la puerta.

El rostro de Zoya estaba pensativo mientras giraban hacia la Duela del


Este, ambos lados del canal bordeados de garitos de juego, algunos enormes
y otros miserables. Cada fachada era más llamativa que la anterior,
destinada a atraer a los turistas que buscaban diversión. Los charlatanes
gritaban desde cada puerta, prometiendo las ollas más grandes y la jugada
más animada.
—No estás de acuerdo —dijo él con cierta sorpresa.

Zoya miró un edificio imponente que Nikolai podría haber jurado que se
llamaba Esmeralda… ¿Imperio Esmeralda? ¿Palacio Esmeralda? Alguna
vez estuvo escrito en kaelish de color verde y dorado. Ahora estaba
adornado con montones de joyas falsas y un letrero sobre la puerta decía
[EL SEIS DE PLATA.]

Un charlatán le gritó a un viejo mendigo, persiguiéndolo de su percha


junto a la puerta.

—¡Vete de aquí! No me hagas llamar a la guardia. —El hombre se alejó


cojeando unos pasos, casi volcando su bastón, su viejo cuerpo retorcido por
el tiempo y los problemas.

—¿Le darías una moneda a un viejo tonto que perdió la suerte?

—¡Dije que te vayas! Estás asustando a los pichones.

—Tranquilo —dijo Nikolai—. Todos somos el tío de alguien.

—No tengo hermanos ni hermanas —dijo el charlatán.

Nikolai arrojó un kruge doblado en la gorra del anciano.

—Entonces demos gracias por que tus padres no hicieron más como tú.

—¡Oye! —gruñó el charlatán, pero ya se estaban moviendo.

—Eso es lo que quiero decir —dijo Zoya mientras cruzaban otro puente
—. Esta ciudad se basa en obtener la próxima moneda.

—Y son más ricos por eso.

La energía del Barril se sentía contagiosa; los vendedores ambulantes


vendían conos de papel llenos de carne chisporroteante y montones de
gofres almibarados, magos de dos bits que desafiaban a los transeúntes a
probar suerte, turistas borrachos vestidos como el Diablillo Gris o la Novia
Perdida, y criaturas con extremidades suaves de belleza imposible, cuerpos
vestidos con jirones traslucidos de seda, pómulos cubiertos de purpurina,
atrayendo a los solitarios o curiosos a través de uno de los muchos puentes
hacia las casas de placer de la Duela Oeste. La enorme cantidad de dinero
que pasaba por este lugar, la marea interminable de personas, no había nada
parecido en Ravka.

Ella sacudió la cabeza.

—Ves esta ciudad desde la posición de un rey. Un príncipe que vino


aquí como estudiante, un corsario que gobierna los mares. Desde mi punto
de vista, la vista no es la misma.

—¿Porque eres Grisha?

—Porque sé lo que se vende. —Hizo un gesto hacia la calle concurrida


y el canal repleto de góndolas y barcos mercantes—. Sé que necesitamos
esto. Trabajos para nuestra gente, dinero en nuestras arcas. Pero Ketterdam
se construyó sobre las espaldas de los vulnerables. Grisha con contratos
vinculantes. Suli, zemeni y kaelish, que vinieron aquí en busca de algo
mejor, pero no se les permitió poseer tierras ni ocupar cargos en el Consejo
Mercante.

—Entonces tomamos lo que nos gusta de Kerch y dejamos el resto.


Construimos algo mejor, algo para todos.

—Si el destino nos da la mitad de una oportunidad.

—Y si el destino no nos da la oportunidad, la robamos.

—Ketterdam se te está pegando. —Una pequeña sonrisa curvó sus


labios—. Pero me parece que te creo. Tal vez sea el abrigo.

Nikolai le guiñó un ojo.

—No es el abrigo.

—Acércate para que pueda empujarte hacia el canal.

—Yo creo que no.


—Quiero prosperidad para Ravka —dijo Zoya—. Pero para todo Ravka.
No solo para los nobles en sus palacios o los comerciantes con sus flotas de
barcos.

—Entonces construyamos ese futuro juntos.

—Juntos —repitió Zoya. Su expresión estaba preocupada.

—¿Qué destrucción está sucediendo detrás de esa hermosa cara,


Nazyalensky?

—Si sobrevivimos a la guerra… una vez que lleguemos a la paz,


deberías colocarme en otro lugar.

—Ya veo —dijo él, sin querer mostrar cuánto le molestaban esas
palabras—. ¿Tenías algún lugar en mente?

—Os Kervo. Necesitaremos una presencia fuerte allí.

—Lo has pensado todo, entonces.

Ella asintió, dos rápidos movimientos de barbilla.

—Lo hice.

Todo era para bien. La paz significaría buscar una nueva alianza, una
esposa que pudiera ayudar a mantener a Ravka independiente. Le vino un
recuerdo, la imagen fugaz de Zoya junto a su cama. Ella le dio un beso en la
frente. Su toque había sido fresco como la brisa del mar. Pero eso nunca
había sucedido y nunca sucedería. Debía haberlo soñado.

—Muy bien. Puedes tener cualquier comando que desees. Suponiendo


que sobrevivamos.

—Más nos vale —dijo, tirando de sus mangas hiladas—. Me llevará dos
días quitarme el hedor a perfume barato y agua de pocilga. ¿Cómo podemos
estar seguros de que Brekker nos ayudará?
—Es un hombre que cree que todo tiene un precio, así que creo que lo
hará.

—¿Pero puede ayudarnos?

—De eso no puedo estar seguro. Pero no tenemos tiempo para reunir la
información que necesitaríamos para robar el titanio por nuestra cuenta. Él
conoce esta ciudad y sus tratos mejor que nadie.

—Santos —jadeó Zoya cuando el Club Cuervo apareció a la vista.


Parecía una gran ave de rapiña negra entre un mar de llamativos pavos
reales. Era tres veces el tamaño de cualquier otro establecimiento de la
cuadra.

—Parece que el señor Brekker se ha expandido.

—¿Por qué alguien entraría a ese lugar? —preguntó Zoya, incluso


cuando dos chicas zemeni risueñas con vestidos de campo entraron—.
Parece un salón de baile de demonios.

—Porque les encanta la emoción —dijo una voz detrás de ellos, el viejo
mendigo los había seguido por la Duela. Pero ahora estaba en pie,
desplegándose de su postura encorvada, y se quitó la capa maloliente junto
con los mechones grises de lo que debía haber sido una peluca. El bastón
que tenía en la mano estaba coronado por una cabeza de cuervo.

Kaz Brekker se limpió la masilla de la cara y se pasó una mano


enguantada por el cabello oscuro.

—¿No lo sabías, general Nazyalensky? Las emociones son lo que


buscan todos estos pichones que vienen al Barril.

Zoya parecía querer enviar al ladrón a una muerte empapada en uno de


los canales, pero Nikolai tuvo que reír.

—Señor Brekker. Debería haberlo sabido.

—Sí —dijo Kaz—. Deberías. Pero puedo ver que tienes mucho para
distraerte estos días.
Pudo haberse referido la guerra. Pudo haberse referido a cualquier
cantidad de cosas, pero la leve curva de la frente de Kaz hizo que Nikolai se
sintiera como si estuviera desnudo en la Duela con los deseos de su corazón
tatuados en letras mayúsculas en el pecho. Se sintió agradecido cuando
Brekker volvió a centrar su atención en Zoya.

—Para que conste, general Nazyalensky, Kerch es un país sin piedad ni


ley, pero es al menos un lugar donde un hombre puede convertirse en
alguien, aún sin sangre noble o magia en sus venas.

—Los Grisha no practican “magia” —dijo Zoya con desdén—. Es la


pequeña ciencia. Y es de mala educación escuchar a escondidas.

—Es mejor engordar con la información que morirse de hambre con los
buenos modales. ¿Entramos?

Los porteros se pusieron firmes cuando Kaz condujo a Zoya y Nikolai


por debajo de las amplias alas del cuervo y entraron en el club. Los dirigió
hacia una puerta discreta que se encontraba a un lado de la sala de juego,
custodiada por dos hombres corpulentos.

—¿Por qué la farsa? —preguntó Zoya—. ¿O simplemente te gusta la


oportunidad de disfrazarte?

—Me gusta saber con qué estoy lidiando y me gusta saber cuán
desesperada es la situación. Podría sentarme en una mesa frente a ustedes y
escuchar el tono pulido que sin duda practicaron en su viaje, o podría sacar
los hechos directamente de sus labios.

Pasaron por una sala de juegos de cartas. Kaz abrió otra puerta y
entraron en un túnel apenas lo suficientemente alto para entrar, débilmente
iluminado por el tinte verde de la luz fosforescente de la lámpara de hueso.
Unos minutos más tarde, el piso comenzó a inclinarse ligeramente hacia
abajo y el aire se volvió frío y húmedo.

—Estamos pasando por debajo de los canales, ¿no? —preguntó Nikolai,


incapaz de ocultar la emoción de su voz—. ¿Cuándo construiste este túnel?
—Cuando lo necesitaba. Quieres ir tras el titanio que el ejército de
Kerch ha almacenado en Rentveer.

¿Cómo Brekker obtuvo su información? No habían compartido detalles


de la misión propuesta, solo solicitaron una oportunidad para reunirse y
negociar.

—Así es.

—Esa es una base militar fortificada en una de las secciones más


difíciles de la costa de Kerch. Es inalcanzable por mar sin intervención
divina y es imposible acercarse por aire sin ser derribado. Solo hay un
camino de entrada o salida, y está fuertemente vigilado. Todo eso se suma a
una probabilidad de captura casi garantizada. Tengo una larga lista de
enemigos a los que nada les gustaría más que atraparme en algo ilegal y
arrojarme a Hellgate.

—¿Así que has dejado el lado criminal? —preguntó Zoya con


escepticismo.

—Sé qué oportunidades tomar. ¿Por qué debería tomar esta?

—¿Porque te gustan los desafíos? —sugirió Nikolai.

—Me has confundido con algún otro ladrón.

—No lo creo —dijo Nikolai—. Tengo algo que quieres. Seguridad para
el Espectro.

No se perdió la leve vacilación en el caminar de Brekker.

—Habla —dijo Kaz.

—Tengo entendido que cierto barco, capitaneado por una joven suli y
que no ondea el estandarte de ningún país, ha trastocado el comercio de
personas dentro y fuera de Ketterdam. Me gustó especialmente la historia
de los dos esclavistas que dejó cubiertos de brea y plumas de cuervo a la
entrada del Stadhall. Admiro su teatralidad, aunque el Consejo Mercante
quedó menos impresionado, tal vez debido a la nota prendida en el pecho
del capitán que decía: “La nueva mansión de Gert Van Verent fue pagada en
cuerpos”. Se convirtió en una gran historia en los periódicos, y el señor
Verent, un ex miembro del Consejo con buena reputación, está ahora bajo
investigación.

—No lo está.

—¿No?

—Fue declarado culpable y sentenciado a dos años en Hellgate. Sus


rivales políticos ya se han repartido su fortuna.

—Qué rápida es la justicia de Kerch cuando hay dinero que ganar —se
maravilló Nikolai—. La capitana y su barco son conocidos solo como los
Espectros, pero sé de buena fe que esta misteriosa mujer suli es Inej Ghafa.

—Nunca había oído hablar de ella.

—¿No? —Nikolai fingió conmoción—. Eso me sorprende, dada su


asociación con los Indeseables y su considerable talento para pinchar a la
gente con todo el celo de una tía miope que intenta bordar una colcha. Pero
puede ser lo mejor que no tengan ninguna conexión personal.

—¿Sí?

Se habían detenido ante una enorme puerta de hierro con un elaborado


mecanismo de cierre.

—¿Has oído hablar del izmars’ya? —preguntó Nikolai.

—Mi ravkano está oxidado.

Incluso si eso fuera cierto, Nikolai no tenía ninguna duda de que


Brekker sabía exactamente lo que podía hacer el izmars’ya. Pero si quería
jugar, jugarían.

—Son buques de guerra sumergibles que viajan bajo el mar. Pueden


atacar cualquier nave sin ser vistos y son casi imposibles de evadir. Algunas
personas muy poderosas en Kerch poseen esta tecnología. Si los enemigos
del Espectro convencen al gobierno de Kerch de que use estas armas contra
ella, el Espectro y su tripulación podrían salir volando del agua en cualquier
momento.

—Una situación terrible para ella, sin duda. —La voz de Kaz era
tranquila, pero Nikolai vio la forma en que su mano enguantada agarraba la
cabeza plateada de cuervo de su bastón—. Y quizás para la persona que
inventó tal amenaza.

La amenaza era obvia.

—No hay duda de eso. Pero sucede que cuando esta tecnología fue
otorgada a Kerch… el sabio rey de Ravka, ¿lo has conocido? Es inusual que
alguien sea tan inteligente y tan atractivo; los cascos de los izmars’ya se
impregnaron con trozos de rodio, de modo que con la ayuda de un
Fabricador y cierto dispositivo en su cuidado, un barco podría recibir una
alerta temprana de cualquier sumergible dentro de un radio de cuatro, casi
cinco, kilómetros y realizar maniobras evasivas. Si dicho barco estuviera
dispuesto a hacerlo.

—Un sistema de alerta temprana.

—Precisamente.

Brekker alcanzó el pomo de la puerta.

—¿Y tienes este ingenioso invento en tu poder?

—No en mi persona —dijo Nikolai—. Sé que es mejor no llenar mis


bolsillos con mercancía valiosa en torno a un ladrón conocido como Manos
Sucias. Pero el dispositivo está al alcance de la mano.

Brekker dio un giro a la manija de la puerta de hierro.

—Ven conmigo, Sturmhond. Si vamos a lograr esto, necesitaremos una


ayuda muy particular.
28

Zoya
Traducido por Lieve

SALIERON DEL TÚNEL HACIA UNA PARTE DESCONOCIDA de


la ciudad, y Zoya se preguntó si Brekker estaba tratando deliberadamente
de desorientarlos.

—Estamos en el distrito de Geldin —murmuró Nikolai—. El barrio


favorito de los comerciantes adinerados.

Deja que Nikolai tenga un mapa preciso en su cabeza. Era como si


hubieran viajado a un país diferente, no a una parte diferente de la ciudad.
Las calles estaban ordenadas y hermosas, todas con adoquines pulcros y
fachadas de ladrillos limpios. Zoya notó las cortinas en las ventanas, una
mujer que caminaba a casa con sus compras, un ama de llaves barriendo un
porche. Gente ordinaria, viviendo vidas ordinarias. Hacían sus compras,
comían, se acostaban por la noche pensando en la salud de sus hijos o en el
trabajo que les esperaba por la mañana. ¿Podrían encontrar una manera de
dar esta paz, esta facilidad, a Ravka? ¿Habría alguna vez un momento en el
que los Grisha fueran libres de elegir sus caminos en lugar de vivir como
soldados? Era algo por lo que valía la pena luchar.

Llegaron a una elegante mansión con tulipanes rojos pintados sobre la


entrada. Brekker llamó dos veces a la puerta principal con la punta de su
bastón.

Zoya reconoció al joven que asomó la cabeza: Jesper Fahey. Lo


conocieron la última vez que se vieron obligados a trabajar con el equipo de
Brekker. Era de piel morena y ojos grises y llevaba el cabello afeitado cerca
del cuero cabelludo. Si la memoria no le fallaba, era una especie de
francotirador experto.

—Se supone que no debo dejarte entrar —dijo Jesper.

Brekker parecía imperturbable.

—¿Por qué no?

—Porque cada vez que lo hago, me pides que infrinja la ley.

Una voz detrás de Jesper dijo:

—El problema no es que él lo pida, es que siempre dices que sí.

—Pero mira a quién trajo —dijo Jesper, mirando a Nikolai con deleite
—. El hombre de los barcos voladores. ¡Adelante! ¡Adelante!

Jesper abrió la puerta de par en par, revelando una gran entrada y su


combinación sorprendentemente brillante de chaleco turquesa y pantalones
con patrones a cuadros. El conjunto no debería haber lucido bien, pero Zoya
se vio obligada a admitir que sí. Él podría darle algunas lecciones al Conde
Kirigin.

—He estado al tanto de sus hazañas, capitán Sturmhond —susurró


Jesper con complicidad.

Kaz Brekker había descubierto la verdadera identidad de Nikolai en su


primer encuentro hace mucho tiempo, pero Zoya no creía que la hubiera
compartido con su equipo. Todos todavía creían que estaban tratando con el
legendario Sturmhond, en lugar del rey de Ravka.

—Deberías unirte a nosotros en algún momento —dijo Nikolai


suavemente—. Siempre nos vendría bien un francotirador a bordo.

—¿En serio?

—¿Estás olvidando cuánto odias el mar abierto? —preguntó un chico


esbelto con rizos rojizos dorado y ojos azules luminosos. Wylan… algo. No
podía recordar su apellido, solo que Genya había ayudado a confeccionarlo
como parte de su plan para asegurar a Kuwei Yul-Bo y su conocimiento de
jurda parem.

—Puedo cambiar —dijo Jesper—. Soy extremadamente adaptable.

Siguieron a Wylan y Jesper a través de un salón abarrotado lleno de


instrumentos musicales en varios estados de reparación y un escritorio lleno
de lo que parecían pequeñas pilas de pólvora. A través de las altas ventanas,
Zoya vislumbró un jardín y una mujer pintando en un caballete, y más allá
de ella, las aguas grises y lentas del Geldcanal.

La casa tenía las líneas almidonadas y la precisión de cualquier casa de


comerciantes ricos de Ketterdam, pero parecía como si la hubiera tomado
una combinación de artistas de circo, desadaptados callejeros y científicos
locos. La mesa del comedor estaba cargada de pinturas y lienzos recién
enmarcados, así como lo que parecían ser fragmentos de algún tipo de
experimento químico.

Zoya tomó una muestra de tela cuyo color parecía haber sido diluido.

—¿Hay un Fabricador viviendo aquí?

—Un amigo nuestro —dijo Jesper, tirando su cuerpo larguirucho en una


silla—. Alguien con contrato vinculante a quien le gusta pasar a comer.
Bastante comelon.

—¿Nunca ha sido entrenado? El trabajo parece rudimentario.

Jesper resopló.

—Pensé que tenía cierta elegancia rústica.

—No —dijo Wylan—. No ha sido entrenado. Él es así de terco.

—Independiente —corrigió Jesper.

—Cabezón.
—Pero elegante.

Kaz golpeó el suelo con su bastón.

—Y ahora saben por qué no visito más a menudo.

Jesper se cruzó de brazos.

—Nadie te pidió que visitaras con más frecuencia. Y no recuerdo haber


hecho una invitación para almorzar.

—Tengo un trabajo que requiere sus dos habilidades.

—Kaz —dijo Wylan, recogiendo con cuidado algunos de los vasos


medio llenos por la habitación—. Preferiríamos no hacer nada ilegal.

—Eso no es estrictamente cierto —dijo Jesper—. Wylan lo preferiría, y


yo quiero mantener a Wylan feliz. —Hizo una pausa, incapaz de ocultar su
interés—. ¿Es ilegal?

—Mucho —dijo Kaz.

—Pero la paga es excelente —ofreció Nikolai.

—No necesitamos dinero —dijo Wylan.

—¿No es eso glorioso? —Jesper suspiró feliz.

Kaz se pasó la mano enguantada por la solapa sin mirar a nadie.

—Es para Inej.

Wylan dejó los vasos sucios.

—¿Por qué no lo dijiste? ¿Qué necesitas?

—Irrumpir en la base de Rentveer y apropiarse indebidamente de una


gran cantidad de titanio.
—Eso no debería ser un problema —dijo Jesper, despejando un espacio
en la mesa, mientras Wylan desplegaba una larga hoja de papel junto a un
mapa de la costa de Kerch—. Su seguridad es terrible.

Nikolai arqueó una ceja.

—El señor Brekker nos hizo creer que el trabajo era casi imposible.

Zoya frunció el ceño.

—Quería aumentar su precio.

—Gracias, Jesper —dijo Kaz con amargura.

Jesper se encogió de hombros.

—¿Qué puedo decir? Tengo una disposición naturalmente honesta.

—Y yo tengo un sombrero de copa dorado —refunfuñó Kaz.

—Si lo tuvieras, lo tomaría prestado —dijo Jesper—. Ahora, la primera


pregunta es cómo movemos tantos kilos de metal.

Nikolai asintió.

—Tenemos un dirigible atracado en Vellgeluck.

—Por supuesto que sí.

—Está equipado con cables y cabrestantes y puede manejar una gran


carga.

Kaz señaló el mapa.

—La base está ubicada en una escuálida lengua de tierra que se adentra
en el mar. El clima allí es perpetuamente malo. Vientos fuertes, lluvia.

—Puedo manejar eso —dijo Zoya. Ella podía silenciar una tormenta tan
fácilmente como podía convocar a una.
—El problema es pisar dentro de la base. Hay un puesto de control
armado que bloquea la carretera y no tenemos tiempo para obtener
credenciales falsas.

—Sin mencionar que todos somos extremadamente reconocibles —dijo


Wylan.

Kaz levantó un hombro.

—Uno de los desafortunados efectos secundarios del éxito.

—¿Hay alguna posibilidad de que podamos acercarnos por mar? —


preguntó Nikolai.

—No hay un lugar seguro para anclar, incluso si llevas banderas de


Kerch. Nuestra única forma de entrar es crear una distracción para los
guardias y desactivar los focos de las torres. Luego, simplemente cortamos
la valla.

—Suena como una oportunidad para ser ruidoso —dijo Jesper, dando
golpecitos con los dedos en la mesa con un ritmo ansioso.

—Como dije —continuó Kaz—, necesitamos sus habilidades. Una vez


que entremos, podremos localizar el titanio y avisar a nuestra gente en el
aire. Pero necesitaremos una forma de cubrir el sonido de la aeronave
acercandose.

—Puedo proporcionar algunos truenos —dijo Zoya—. ¿Cómo es que


sabes tanto sobre cómo entrar a este lugar?

Nikolai sonrió.

—Porque estaba pensando en robar el titanio él mismo.

—¿En serio? ¿Qué posible uso podrías tener para tanto titanio?

La mirada de Kaz era fría.

—Si alguien lo quiere, lo puedo vender. Es tan simple como eso.


«Quizá», pensó Zoya. O tal vez Kaz era como Nikolai, un niño con una
mente inquieta, un hombre que siempre necesitaba un desafío. Había
decidido que la base era un rompecabezas y no podía resistirse a encontrar
su solución.

—Una pregunta —dijo Wylan—. ¿Para qué vas a usar el titanio?

—¿Por qué eso importa? —preguntó Nikolai.

—Porque, a diferencia de Kaz, yo sí tengo conciencia.

—Tengo conciencia —dijo Kaz—. Simplemente sabe cuándo mantener


la boca cerrada.

Jesper resopló.

—Si tienes conciencia, está amordazada y atada a una silla en algún


lugar.

—Esto es mucho metal —dijo Wylan, reacio a dejar ir el tema—. Vas a


usarlo para construir un arma, ¿no?

Zoya esperó. Dependía de Nikolai decidir qué revelar a esta pequeña


banda de monstruos.

Para su sorpresa, él metió la mano en el bolsillo de su abrigo y arrojó un


fajo de papeles sobre la mesa. Esquemas del cohete de David.

Wylan los desenrolló y sus ojos se movieron rápidamente sobre los


planos.

—Estos son misiles. Necesitas el titanio para mejorar su alcance.

—Sí.

—Y quieres construir algo más grande.

Ahora Nikolai parecía sorprendido.


—Sí. Quizás.

—Esto es para Ravka. Por el bombardeo de Os Alta. Bloqueaste a


Fjerda por ellos y ahora los estás ayudando a construir un arma.

—Ese bombardeo fue una prueba. Estaba destinado a provocar. Si


Ravka no responde, Fjerda sabrá que no pueden. Marcharán y seguirán
marchando hasta que todos los ravkanos estén bajo el gobierno de Fjerda y
todos los Grisha hayan sido arrojados a una celda.

—O peor —agregó Zoya.

Jesper fue al aparador y sacó un cinturón de pistola del cajón. Deslizó


dos revólveres gemelos con empuñadura de perla en sus fundas.

—¿Cuándo nos vamos?

Pero Wylan parecía menos seguro.

—Este titanio podría detener una guerra —dijo Nikolai.

Wylan pasó un dedo por uno de los esquemas.

—¿Y realmente puedes armar y apuntar estas cosas?

—Podemos. Principalmente. Ojalá.

—Tengo algunas ideas —dijo Wylan—. El problema son las boquillas,


¿verdad?

—¿Boquillas? —dijo Jesper.

—Sí —dijo Nikolai—. Para lanzar y dirigir el cohete.

—Esa es una palabra ridícula —dijo Jesper.

—Es una palabra precisa —objetó Wylan—. Y un poco ridícula.


¿Puedo?
Nikolai asintió y Wylan comenzó a dibujar algo en el esquema.

Zoya sintió una repentina punzada en su corazón. Era demasiado fácil


imaginar a David en esta habitación, con la cabeza inclinada sobre esos
planos, el placer que habría sentido al encontrarse con otra persona que
hablara su idioma. Sabía por la mirada en los ojos de Nikolai que él estaba
pensando exactamente lo mismo. El conocimiento de lo que habían perdido
era como una atadura entre ellos, un gancho en el corazón de ambos. Quizás
no debería haber pedido que la reasignaran a Os Kervo. Quería trabajar con
él para el futuro que ambos soñaban. Quería construir una paz con él.
Incluso cuando él se casara, ella podría quedarse en el palacio, servir a su
lado. Esa era la elección correcta, la noble, y la idea le dio ganas de coger
una botella de whisky del aparador y bebersela todo. No ayudó que la idea
de perderla no pareciera molestarle ni un poco a Nikolai. «Eso es bueno»,
se dijo a sí misma. «Esa es la manera que debe ser.» ¿Y qué había que
perder, en realidad? Eran compatriotas, amigos; cualquier otra cosa era una
ilusión, tan barata y falsa como las actuaciones en la Duela Este.

—Deberíamos empezar —dijo ella enérgicamente—. Tenemos mucho


terreno por recorrer.

Tardaron unas pocas horas en aclarar lo que pretendían, conseguir los


suministros que necesitaban y enviar un mensaje al Cormorán. El plan
parecía bastante fácil y eso puso nerviosa a Zoya. Wylan y Jesper se
adelantarían para reunir información sobre el terreno y luego se
encontrarían con ellos en una bahía a solo unos kilómetros de la base. Era el
lugar más fácil para que Zoya abordara el Cormorán para que ella y sus
Impulsores pudieran guiarlo a su posición sobre la base una vez que Kaz y
Nikolai estuvieran dentro. El Volkvolny de Sturmhond permanecería
atracado en el Quinto Puerto para que no salieran acusaciones después del
robo. Aunque si todo iba según el plan, no habría gritos ni alarmas. Estarían
dentro y fuera de la base sin que nadie lo supiera, y la reserva de titanio
parecería tan abundante como antes. Solo que ahora, la mayor parte sería de
aluminio.

—No creo que sea justo que no pueda viajar en el dirigible —dijo
Jesper mientras Kaz los empujaba fuera del comedor.
Nikolai le guiñó un ojo.

—El rey de Ravka estará agradecido por lo que estás haciendo, y tiene
muchas aeronaves. Las puertas de Os Alta siempre se abrirán para ti.

—Para todos los Grisha —murmuró Zoya mientras pasaba por su lado.
Si Jesper quería ocultar su don, era asunto suyo, pero el dragón había olido
su poder en el momento en que entraron en la casa. Zoya no podía culparlo
por querer mantener en secreto sus habilidades, por vivir su vida llena de
amor y desventuras sin mirar por encima del hombro eternamente. Quizás
algún día ser Grisha no significaría ser un objetivo.

***

Kaz, Zoya y Nikolai viajaron a la bahía en carretas. Jesper les había


dicho que habían aparecido nuevos camiones motorizados entre algunas de
las familias de mercaderes más ricos, pero que eran inútiles en las estrechas
calles de la ciudad. Además, querían ser lo más callados y discretos posible.

Tan pronto como llegaron a los acantilados que Kaz había propuesto
para su encuentro con el Cormorán, Zoya sintió que algo andaba mal. En la
distancia, pudo ver las luces de la base naval parpadeando a través de el
Abismo. Pero aquí, en la cima de los acantilados, había una cualidad
inquietante en el Abismo que entraba, y la mente de su dragón se agitó
como si reconociera el peligro. Solo podía esperar que la consciencia
ancestral se mantuviera callada. No podía permitirse el costo emocional de
la apertura de los ojos del dragón, no cuando tenían una misión que
completar.

Muy por debajo, la playa era poco más que una franja de arena, brillante
y delgada como una luna creciente. Las olas rompían contra matorrales de
rocas blancas, espectros descomunales y dentados se reunían en la orilla
como para vigilar. «Están vigilando este lugar», pensó Zoya. Ningún barco
estaba destinado a encontrar puerto seguro aquí. «Y tampoco estamos
destinados a estar aquí.» Si la playa fuera de la base naval era así, Zoya
podía ver por qué nadie intentaba acercarse desde el agua. El viento aullaba
sobre los acantilados, un coro lúgubre.
—Va a ser difícil llevar la aeronave sobre la base y hacer que flote —
dijo Kaz—. No hay forma de que podamos subir y bajar carga por las
líneas.

Zoya levantó una mano, estableciendo calidez y calma a su alrededor


mientras el viento se calmaba.

—Eso no será un problema una vez que yo esté a bordo.

—Sé lo más sutil que puedas —instruyó Nikolai—. No queremos que


los guardias se den cuenta de que están en el ojo de una tormenta.

—De alguna manera lo manejaré.

Los cascos señalaron la llegada de dos jinetes.

—Tenemos un problema —dijo Jesper, deslizándose de su caballo con


facilidad. Wylan desmontó lentamente, claramente menos acostumbrado a
la tarea—. Han encerrado las mercancías.

—¿Cómo? —preguntó Kaz.

—Han instalado una especie de carcasa metálica nueva que protege la


carga de los elementos.

Zoya frunció el ceño.

—El titanio no se oxida.

—Pero hay otra carga en el patio de la base —dijo Kaz—. Hierro. Tal
vez madera que se pudrirá si se moja. Solían asegurar todo con lonas, pero
supongo que el ejército se está volviendo más particular.

—¿Esto no era parte de la información que reuniste? —preguntó Zoya,


su temperamento se erizó.

—Debe haberse instalado en las últimas tres semanas. Y cuando


apresuras un trabajo, no puedes quejarte cuando el trabajo sale mal.
—Te tomas tu tiempo o te arriesgas —dijo Jesper.

—Y yo no me arriesgo —agregó Kaz.

Zoya se pasó la trenza por encima del hombro.

—¿Me estás diciendo que no puedes atravesar un techo de metal?

—Por supuesto que puedo. Pero con un equipo más grande. Esto no es
la bóveda de un banco, es una base militar. Si Jesper y Wylan están
ocupandose de las torres de vigilancia, yo tendré que entrar, localizar el
mecanismo que abre el caparazón y hacer que funcione sin que nadie en la
base se dé cuenta. No sabemos dónde están apostados los guardias adentro
o qué tipo de alarmas tienen. Suponiendo que siquiera podamos entrar,
necesitaríamos tiempo para averiguarlo y al menos dos vigías.

—Seguramente el ladrón más grande de Ketterdam puede superar ese


problema —dijo Nikolai.

—No soy susceptible a los halagos, solo a montones de dinero en


efectivo. Esto no se puede hacer, no si lo quieres tranquilo y sin sangre. Si
estás dispuesto a eliminar a algunos guardias o dejar que Wylan haga un
agujero en esta cosa…

—No —dijo Nikolai con firmeza—. La relación de Ravka con Kerch es


lo suficientemente tensa. No quiero darles una excusa para que abandonen
su neutralidad y utilicen los izmars’ya para ayudar a Fjerda a romper mi
bloqueo.

—Si Inej estuviera aquí… —dijo Jesper.

La mirada de Kaz era dura como el pedernal.

—Puedes seguir diciendo eso, pero ella no está. Lo mejor que podemos
hacer es esperar. Puedo conseguir dos Indeseables más aquí mañana. Anika.
Tal vez Rotty.

Un gemido agudo sonó desde algún lugar en la distancia, un grito


estridente que podría ser humano o animal o algo completamente diferente.
Zoya sintió que un escalofrío la recorría que no tenía nada que ver con el
frío. «Este lugar no es para nosotros.» Lo sentía en sus huesos.

—Santos —dijo Jesper—. ¿Qué fue eso?

Otro gemido le siguió, largo y penetrante. el Abismo pareció hervir a su


alrededor, creando formas que se fundieron en la nada antes de que Zoya
pudiera realmente distinguirlas.

Jesper puso sus manos sobre sus revólveres.

—Se supone que estos acantilados están embrujados.

—De verdad no crees eso —dijo Wylan.

—Creo en todo tipo de cosas. Fantasmas. Gnomos. Amor verdadero.

Ahora otro sonido, un siseo bajo, pareció arrastrarse desde el mar,


subiendo y bajando en olas ondulantes. Zoya lo sintió como si unos dedos
le acariciaran la espalda y le hicieran erizar el vello de los brazos.

—Suficiente —espetó ella. Había tenido todo lo que podía soportar de


este país olvidado por los santos. Levantó las manos y el Abismo retrocedió
en una ráfaga, revelando un círculo de personas a su alrededor, algunos de
ellos con máscaras de chacal, otros con pañuelos oscuros levantados para
ocultar sus rostros. La luz de la luna se reflejaba en los cañones de sus
armas.

—Suli —susurró Jesper.

—No son bienvenidos en este lugar —dijo una voz ronca. Era imposible
saber de qué lado del círculo había venido. Siguió el mismo siseo bajo y
lento.

—No queremos hacer ningún daño —comenzó Jesper.

—¿Por eso se escabulleron en nuestro campamento en la oscuridad de la


noche?
—Deberíamos dejar que el mar los tenga —dijo otra voz—. Que los
envíe gritando por las cimas de los acantilados.

—Mis disculpas —dijo Nikolai, dando un paso adelante—. No teníamos


intención de…

Clic, clic, clic. Como dedos chasqueando. El sonido de gatillos


cargados.

—No —dijo Zoya, extendiendo una mano para detenerlo—. No te


disculpes. Eso solo empeorará las cosas.

—Ya veo —dijo Nikolai—. Entonces, ¿cuál es el protocolo para una


emboscada?

Zoya se volvió hacia el círculo.

—Nuestro objetivo es detener una guerra. Pero no teníamos derecho a


traspasar este lugar.

—Quizá vinieron buscando la muerte —dijo otra voz.

Zoya buscó las palabras que su padre le había enseñado, que no había
dicho desde que era niña. Incluso entonces, solo habían sido susurradas. Su
madre no había querido que se hablara suli en su casa.

—Mati en sheva yelu.

Esta acción no tendrá eco. La frase se sintió pegajosa y desconocida en


su lengua. Sintió la sorpresa de Nikolai, sintió las miradas de los demás.

—Hablas suli como un recaudador de impuestos —dijo la voz de un


hombre.

—Silencio —dijo una mujer con una máscara de chacal, dando un paso
adelante—. Te vemos, zheji.

«Zheji». Hija. La palabra la dejó sin aliento, un golpe inesperado. La


máscara era del tipo que se usaba en todo el Barril, pero eran imitaciones
baratas, regalos para turistas que no sabían lo que significaban. Entre los
sulíes, la máscara de chacal era sagrada y solo la usaban los verdaderos
videntes. Hija. No era una palabra que habria deseado de la madre que la
había traicionado, entonces, ¿por qué debería significar tanto en los labios
de una desconocida?

—Vemos los muros levantados alrededor de tu corazón —continuó la


mujer—. Eso es lo que resulta de vivir lejos de casa. —El chacal se movió y
los miró—. Hay sombras por todas partes.

—¿Qué dijiste? —le preguntó Nikolai a Zoya en voz baja—. ¿Cómo


sabes esas palabras?

Un centenar de mentiras acudieron a sus labios, cien maneras fáciles de


alejarse de esto, de seguir siendo la persona que siempre había sido.

—Porque soy suli. —Palabras sencillas, pero nunca las había dicho en
voz alta. Podía sentir las manos de su madre peinando su cabello,
colocándole un sombrero en la cabeza para mantenerla cubierta del sol.
«Eres pálida como yo. Tienes mis ojos. Puedes pasar.» La familia había
mantenido el nombre de su madre para que no llamaran la atención. Nabri,
el nombre de su padre, fue borrado como una mancha.

Era como si la mujer de la máscara de chacal hubiera escuchado sus


pensamientos.

—Tu padre se desvaneció como todos nosotros cuando no vivimos entre


los nuestros.

—Yo no me he desvanecido —dijo Zoya. ¿Una protesta? ¿Una súplica?


Odiaba el temblor de su voz. Esta gente no la conocía. No tenían derecho a
hablar de su familia.

—Pero piensa en lo brillantemente que podrías haber ardido si no


hubieras caminado siempre en la sombra. —Ella les hizo señas para que
avanzaran—. Vengan con nosotros.

—¿Nos conducen ahora a nuestra muerte? —preguntó Jesper.


—Ni idea —dijo Kaz.

Jesper maldijo.

—Ojalá me hubiera puesto un traje mejor.

—Podría valer la pena jugar la carta del rey ahora —le dijo Kaz a
Nikolai—. ¿No crees?

—¿Qué carta del rey? —preguntó Wylan.

La voz del chacal llegó a través de el Abismo.

—No hay reyes que reconozcamos aquí.

—Eso podría hacerme humilde —dijo Nikolai—. Si tuviera práctica con


la humildad.

Descendieron por un largo camino por el acantilado mientras el viento


chillaba desde el agua. El corazón de Zoya latía salvajemente, una pequeña
criatura atrapada en una trampa. Esto era pánico, pánico deslizante y sin
sentido. «¿Por qué?» Sabía que Nikolai no desdeñaba a los sulíes. Él nunca
lo haría. Y no le importaba lo que pensaran estas ratas del Barril. Entonces,
¿por qué sentía como si la roca estuviera a punto de desmoronarse bajo sus
pies? ¿Solo porque les había dicho lo que era? ¿Eso fue todo lo que
necesitó? ¿Era este el terror de ser vista?

A mitad de camino, pasaron detrás de una roca, y Zoya vio la entrada a


una cueva, su boca negra bostezando tallada en el lado del acantilado.

El chacal habló de nuevo.

—Si desean ingresar a la base, este túnel pasa por debajo de las torres
de vigilancia y se abre en un sótano debajo de Rentveer.

—¿De dónde vino? —preguntó Nikolai.

Pero Kaz no parecía sorprendido.


—Kerch utilizó mano de obra suli para construir la base.

—Siempre dejamos una puerta trasera —dijo la mujer de la máscara de


chacal—. Hay dos guardias que patrullan más allá de la entrada al sótano.
El resto depende de ustedes. Hija, puedes usar los acantilados para abordar
tu barco.

—¿Por qué nos ayudan? —preguntó Zoya.

—¿No podemos simplemente dar las gracias y ponernos en camino? —


dijo Jesper.

La mujer enmascarada de chacal se llevó a Zoya a un lado.

—Tu corazón no te pertenece solo a ti. Cuando esto termine, cuando


todo termine, recuerda de dónde vienes.

—El rey…

—Hablo de reinas, no de reyes, esta noche. Recuerda, hija. —Luego se


desvaneció en las sombras.

De repente, estaban solos en la boca del túnel. los sulíes se habían ido.

Zoya se volvió hacia Kaz.

—Lo sabías, ¿no? Nunca planeaste atravesar la cerca en la base. Sabías


que los sulíes estaban acampados aquí. Sabías que tenían una forma de
entrar.

Kaz ya entraba cojeando en el túnel.

—No entro por una puerta a menos que sepa que hay una ventana por la
que salir. Jesper, Wylan, regresen a los acantilados y apaguen los focos.
Nikolai y yo abordaremos el caparazón de metal desde adentro.

—¿Cómo podías estar seguro de que hablaba suli? —llamó ella hacia él.
—Ese fue un giro de la ruleta de Makker. Por suerte para mí, apareció
mi número.

—Un día se te acabará la suerte, señor Brekker.

—Entonces tendré que hacer un poco más. —Hizo una pausa y se


volvió para mirarla por encima del hombro—. los sulíes nunca olvidan a los
suyos, general Nazyalensky. Igual que los cuervos.
29

Mayu
Traducido por Lieve

Mayu se arrojó al suelo cuando Reyem se levantó de su nicho. Todavía


tenía su mano aplastada en el puño. El dolor superaba cualquier cosa que
hubiera experimentado, un fuego salvaje abrasaba sus venas.

Un color plateado brilló en su visión y vio un hacha encajarse en el


antebrazo de Reyem.

Él la soltó y se lanzó al otro lado de la habitación, hacia Tamar.

Tamar arrojó otra hacha, mera distracción mientras sus manos se


cerraban en puños. Reyem se agarró el pecho, luego pareció sacudirse el
poder de la Cardio y cargó en su dirección.

Se estrelló contra Tamar y su cuerpo golpeó la pared con un ruido


metálico terrible.

Cayó al suelo, pero volvió a ponerse de pie en un instante.

—¡Saca a Ehri! —le gruñó ella a Mayu.

¿Pero cómo? Solo tenía una mano sana y Makhi se interponía entre ella
y la puerta, rodeada por sus tavgharad. Mayu desenvainó su espada de
garra, con torpeza, con la mano izquierda. Escudriñó las paredes, buscando
otra salida.
—El suelo —dijo Bergin, su voz era ronca, como si incluso el esfuerzo
de hablar lo fatigara—. Hay una esclusa.

«Por supuesto». Los desagües tenían que conducir a alguna parte.

—¡Póngase detrás de mí! —le dijo a la princesa, y estampó con fuerza


la bota sobre la rejilla más cercana, una, dos veces. Cedió—. ¡Vaya! Yo los
retendré.

Mayu empujó a Ehri por el desagüe, esperando que la princesa tuviera


el sentido común de correr tan lejos y tan rápido como pudiera.

—Detenla —ordenó Makhi—. Y dosifica a la traidora ravkano con


parem.

Mayu plantó su cuerpo, tratando de bloquear a las tavgharad, pero la


sobrepasaron y saltaron a la alcantarilla tras Ehri. El médico se abalanzó
sobre un panel de control. Tiró de una de las palancas y una nube de niebla
naranja brotó del respiradero más cercano a Tamar.

Tamar gritó y trató de esquivarlo, pero Reyem la agarró y la tiró al


suelo, sus pinzas inmovilizaron sus brazos mientras ella luchaba por no
inhalar el veneno.

—¡No! —gritó Mayu. Sabía que Tamar tenía un antídoto en el bolsillo,


pero Tamar estaba atrapada por Reyem. No había forma de que lo
alcanzara.

—Otro voluntario a la causa —dijo la reina.

Mayu corrió hacia Tamar.

Reyem la golpeó; sus puños se sentían como rocas. Debían haberlos


reforzado con metal. La agarró por el cuello. Mayu sabía que la iba a lanzar.
Se rompería las costillas, tal vez el cráneo.

—¡Reyem! —gritó ella—. Por favor.

—¡Dje janin ess! ¡Scön der top!


Reyem se quedó paralizado.

—¡Scön der top! —repitió Bergin, su frágil cuerpo temblando.

Mayu no tenía idea de lo que significaba. No hablaba fjerdano y, por lo


que sabía, Reyem tampoco.

—¿Qué estás esperando? —gritó la reina Makhi—. Despertaré a todos


mis monstruos si es necesario. No habrá piedad. No habrá escapatoria. —
Apretó una secuencia de botones y las tapas de los nichos se abrieron—.
¿Quién los salvará ahora?

La cabeza de Reyem se levantó de golpe, como si por fin se hubiera


despertado de un largo y terrible sueño.

—Yo lo haré —gruñó él. Dejó caer a Mayu con un ruido sordo y retiró
sus tenazas, liberando a Tamar. Ella sacó una bolita de polvo de su bolsillo
y se la metió en la boca, su cuerpo convulsionó.

Reyem se levantó de un salto y agarró al doctor, golpeándolo contra la


pared, rompiendo los controles como si el metal fuera madera delgada. Giró
hacia las dos tavgharad restantes de Makhi. Avanzaron a grandes zancadas
para encontrarse con él, sus espadas brillando, pero no eran rival para el
arma en la que Reyem se había convertido.

No se molestó en desviar los ataques. Era como si ni siquiera sintiera el


corte de sus espadas. Agarró a cada guardia por el cuello y las arrojó contra
la pared junto a su reina. Cayeron al suelo y Mayu supo que no volverían a
levantarse. Reyem agarró a la reina por el cuello.

—¿Quién te salvará ahora? —espetó.

—¡Langosta! —gritó el doctor.

Pero ya no era Langosta.

—Bájala —dijo Tamar, tosiendo, con la cara húmeda de sudor—. No


podemos matarla, por mucho que me gustaría en este momento.
—¿Reyem? —preguntó Mayu, sin saber si él la escucharía u
obedecería.

Él dejó caer a la reina sin ceremonias, luego rompió los controles que le
habrían permitido cerrar los otros nichos dormitorio.

Makhi yacía en el suelo, jadeando por respirar.

Reyem se volvió.

—Mayu. —Su rostro estaba angustiado. Él era su hermano y, sin


embargo, no lo era. Había una quietud en él, una frialdad que no había
existido antes—. Sabía que vendrías.

Un sollozo sacudió a Mayu y corrió hacia él. Su mano rota palpitaba


cuando abrazó a su hermano. Su cuerpo se sentía extraño, las duras líneas
de sus alas dobladas contra su espalda. Su mente no podía entenderlo del
todo. Su gemelo. Kebben.

—Bergin —dijo Reyem al Grisha fjerdano—. ¿Estás bien?

—No. —Bergin temblaba mucho—. Necesito… por favor.

—Necesita otra dosis de parem —dijo Reyem.

Tamar se levantó cojeando ligeramente.

—Prueba esto en su lugar. —Ella le entregó una pastilla de antídoto.

—¿Qué es?

—Libertad.

Bergin se metió la bolita en la boca y masticó lentamente. Su cuerpo


comenzó a sufrir espasmos.

Reyem fue hacia él, apoyando el cuerpo demacrado de Bergin contra su


enorme cuerpo.
—¿Qué le está pasando? ¿Qué le diste? —Su voz era dura como el
hierro.

—Antídoto —dijo Tamar—. Lo que sea que esté en la parem que le


administraron es fuerte. Yo también lo sentí, pero no obtuve una dosis
completa y su cuerpo está debilitado. Él estará bien.

Los gritos sonaron desde abajo, el sonido de las tavgharad que


regresaban, sin duda con Ehri a cuestas.

Tamar agarró a Makhi por la pechera de su vestido y la apoyó contra la


pared.

—Llama a tus halcones. Diles que traigan a Ehri. —A pesar de todo, a


Mayu le preocupaba ver a una reina Taban tratada con tanta rudeza.

—Les diré que la estrangulen donde está.

—Sin duda ya lo habrían hecho si pensaras que podrías salirte con la


tuya. Pero la muerte de Ehri sería difícil de explicar a tus ministros, ¿no?

Mayu pudo ver a la reina sopesando sus opciones, calculando su


próximo movimiento.

—¡Tráiganla! —gritó Makhi al fin.

Las tavgharad emergieron por la rejilla, cubiertas de sangre y lodo.


Arrastraron a Ehri detrás de ellas, aferrandole los brazos. No podría haber
llegado muy lejos en los túneles.

En la distancia, Mayu escuchó el zumbido de lo que podría haber sido el


motor de una aeronave.

La princesa Ehri miró a su alrededor y vio a Tamar, la reina, al médico


inconsciente.

—¿Nosotros… ganamos?

La reina Makhi se echó a reír.


—¿Ganamos? —dijo con voz cantarina—. ¿Esta es la tonta que busca
decidir el destino de una nación? ¿Qué crees que has logrado aquí esta
noche? No hay ministros aquí para presenciar mis supuestos crímenes. Para
cuando los reúnan, haré que trasladen los khergud y quemaré esta
instalación hasta los cimientos.

—No te vamos a dar esa oportunidad —dijo Mayu.

—Soy una reina. ¿Es tan difícil de entender? ¿Crees que pueden
llevarme de regreso al palacio con tu guardaespaldas ravkana? Te colgarán
por traidora. Tengo tropas rodeando este edificio y cualquier mensajero que
envíes será interceptado. Entonces, para responder a tu pregunta, hermanita:
No, no han ganado.

—Mira a tu alrededor, Makhi —dijo Ehri—. ¿Es esto lo que quieres que
sea tu legado? ¿Tortura?

—A lo que llamas tortura, yo lo llamo ciencia. ¿Te parecería más


agradable si estuviera construyendo tanques como los fjerdanos o misiles
como los ravkanos? La gente muere. Eso es lo que es la guerra.

Reyem golpeó la pared con el puño, dejando una profunda abolladura.

—Ser khergud es morir mil veces.

—No tenías ningún derecho —dijo Mayu, la rabia la recorría—. Eres


una reina, no un dios.

Makhi respiró hondo, mirándolos a todos con desprecio. No cabía duda


de que había nacido para gobernar.

—No era mi derecho. Era mi deber. Para fortalecer a mi país.

—Ya no necesitas soportar la carga de ese deber.

Todos se volvieron. Leyti Kir-Taban, Hija del Cielo y reina Taban, entró
en el laboratorio, llevaba un vestido de terciopelo verde bordado con rosas
del color de las llamas. Estaba rodeada por sus tavgharad, algunas con el
cabello tan gris como el de ella, y por Grisha con sus kefta del color de las
gemas.

—¿Abuela? —dijo Makhi, parpadeando como si pudiera borrar la


imagen de sus ojos—. Pero estabas en tu palacio.

—No soy tan tonta como crees que soy —dijo la princesa Ehri con
suavidad—. Nunca hubiera dejado a nuestra abuela en el Palacio de las Mil
Estrellas. Te conozco demasiado bien para eso. Tan pronto como los
exploradores de Tamar vieron que habías llamado a los khergud, enviamos
un mensaje al escondite de nuestra abuela.

Mayu recordó a los dos jinetes vestidos de campesinos. «A la reina», le


había dicho Tamar. Mayu había asumido que se refería a Makhi.

Leyti asintió para confirmarlo.

—Agradezco el uso de su dirigible, Tamar Kir-Bataar.

—Es el honor de Ravka —dijo Tamar con una reverencia.

Makhi intentó enderezar su vestido.

—Ha habido un malentendido.

—Lo entiendo bastante bien —dijo la reina Leyti—. Afirmo mi derecho


como reina Taban y anulo mi bendición. La corona ya no es tuya.
30

Nina
Traducido por ♥ CealenaS. ♥

GELIDBEL ERA EL EVENTO DE CORONACIÓN DE Corazón de


Madera, el último baile formal antes de que se emitieran las propuestas.

Brum había cumplido su palabra y había conseguido nuevas telas para


los vestidos de Mila Jandersdat. La mayoría había sido modesta y discreta.
Pero el vestido que Nina usó esta noche de fiesta era todo plateado brillante;
cuentas en forma de daga como carámbanos se desplazaron con ella en cada
movimiento. Su figura no se adaptaba a los estilos largos y de cintura alta
populares en Fjerda, pero el vestido era hermoso.

«Prefiero portar una kefta», pensó Nina mientras se miraba en el


espejo. Su país estaba al borde de la guerra y ella usaba un vestido de gala y
zapatillas de terciopelo.

—Luces como una mañana de invierno —dijo Hanne, quien se acercó a


ella.

—Y tú pareces el oro de un dragón.

El vestido de Hanne estaba bordeado con escandalosos paneles


transparentes de seda ámbar que se alternaban con pequeñas cuentas que
brillaban como gotas de oro fundido. Era imposible saber qué era tela y qué
era piel. Las modistas de Ylva se habían superado.

Pero Hanne mantuvo sus ojos en Nina, evitando su propio reflejo.


—Confiaré en tu palabra. —Alisó los pliegues de su vestido y luego
curvó las yemas de los dedos, como si la sensación de la seda sobre la piel
le desagradara.

—Hanne, ¿qué está mal? Luces mágica.

—No es… esto no soy yo. —Hanne cerró los ojos y negó con la cabeza
—. ¿Sabes lo que extraño del convento?

—¿La disposición cálida y amorosa de la Madre del Pozo?

Una sonrisa curvó los labios de Hanne y Nina sintió una oleada de
alivio. Podía sentir el dolor irradiando de ella y no sabía por qué.

—Sin espejos —dijo Hanne—. No debíamos ser vanidosas o


preocuparnos por nuestra apariencia. ¿Pero esta casa? Siento que hay un
espejo en cada pared.

—Hanne…

—No digas que luzco hermosa. Por favor.

—Está bien, pero no llores —dijo Nina impotente. Le secó con el pulgar
una lágrima de la mejilla—. Estarás toda manchada para la fiesta.

—¿Llorar? —dijo Ylva, entrando a toda prisa por la puerta—. ¿Hay


algo mal?

Nina y Hanne se sobresaltaron ante el sonido de su voz, y Nina sintió un


rubor en el rostro, como si la hubieran atrapado.

Hanne esbozó una sonrisa y dijo:

—No creo que papá vaya a aprobar este vestido.

—El Corazón de Madera no se trata de la aprobación de tu padre —dijo


Ylva, radiante—. Serás la comidilla del baile, y eso solo puede ser bueno
para asegurar un esposo.
Santos, Nina no podía soportar esas palabras. Habían estado jugando un
juego durante el Corazón de Madera y no había estado exento de victorias,
pero ¿qué significaría al final para Hanne?

Recogieron sus abrigos y se unieron a Ylva para emprender el camino


hacia el palacio. Brum no se veía por ningún lado, y Nina se preguntó si
estaba cazando a Magnus Opjer o si la familia real de Fjerda sabía que su
prisionero más valioso había desaparecido.

El baile se llevó a cabo en la misma sala cavernosa donde conocieron al


príncipe, pero el lugar era casi irreconocible. Lirios de trompeta blancos
llenaban todas las superficies, enrollados alrededor de columnas,
entrelazados en candelabros, sus pétalos extendidos como ráfagas de fuegos
artificiales, su dulce aroma espeso en el aire. Nina sintió como si estuviera
caminando a través de una marea de miel. ¿Estas flores simplemente
provenían de los invernaderos de Fjerda o el poder de los Grisha las había
hecho florecer?

Músicos tocaban, y el murmullo de risas y conversaciones subía y


bajaba en marejadas. Era como si a nadie le importara que se avecinaba una
guerra. «No —se dio cuenta— es que no tienen miedo. Saben que van a
ganar». El rey y la reina se sentaron en sus tronos, observando el proceso
con rostro impasible. Nina vio cuentas de oración agarradas en la mano
izquierda de la reina.

En el centro de la habitación, sobre la fuente consagrada de Djel,


colgaba una enorme corona de lirios y ramas de fresno verde. Así era la
vida en invierno, la fuente como el padre de la renovación, las flores
simbolizando la fertilidad. Nina miró a Hanne, a las otras chicas que habían
sido presentadas en Corazón de Madera, todas exhibidas con sus mejores
galas, flores en el cabello. Este era el último momento de su niñez, antes de
que se esperara que se convirtieran en esposas y madres.

—Están ansiosas —dijo ella, más que un poco sorprendida.

Los ojos de Hanne vagaron por las chicas, algunas hablando, otras de
pie nerviosamente al lado de sus madres o acompañantes, tratando de evitar
alborotar sus cabellos en el calor del salón de baile.
—Quieren enorgullecer a sus padres, dejar de ser una carga para sus
familias, administrar sus propios hogares.

—¿Y tú? —preguntó Nina.

—¿La verdad?

—Por supuesto.

Hanne le lanzó una sola mirada.

—Quiero tirarte a mi caballo y montar tan rápido y tan lejos de aquí


como podamos. Y no montada de lado.

Antes de que Nina pudiera pensar siquiera una respuesta, Hanne se


dirigió hacia la mesa de las bebidas.

Nina observó la larga línea de su espalda. Tenía la misma sensación de


sorpresa que había tenido cuando Joran la descubrió en el sector de los
drüskelle. ¿Hanne lo decía en serio?¿O solo había estado bromeando? Nina
se llevó las manos a las caderas. Maldita sea, tenía serias intenciones de
preguntar. Porque sí, ella era una soldado y una espía y su deber le
pertenecía a Ravka, pero… pero la idea de viajar a un nuevo mundo con
Hanne Brum no era una oportunidad que dejaría escapar.

Tan pronto como Nina estuvo al lado de Hanne, Joran apareció para
conducirlas hacia el príncipe. Ylva las alejó con una sonrisa feliz y un
guiño. Estaba encantada con la atención que su hija había recibido del
príncipe Rasmus. Hanne y Nina lo habían visitado todos los días de esta
semana, y Hanne había comenzado a sanar al príncipe agresivamente. Se
habló de la formación de una alianza entre Fjerda y Ravka Occidental para
derrotar a Nikolai, y Nina tenía la esperanza de que un príncipe saludable se
atreviera a enfrentarse a Brum y finalmente se afirmara como el futuro rey.
Si tuviera un poco más de tiempo, ella sería capaz de dirigir tanto a Rasmus
como a su madre a la paz.

En cuanto a Joran, Nina sabía que si le hubiera dicho una palabra a Jarl
Brum, hacía tiempo que la habrían arrastrado encadenada. El guardia del
príncipe no dio ninguna indicación de lo que había visto o de la
conversación que habían compartido.

El príncipe heredero se había reservado una esquina entera del salón de


baile para él solo debajo de una alcoba arqueada. Los lirios eran tan pesados
aquí que era como si hubieran entrado en una especie de glorieta encantada,
y cada centímetro de Rasmus lucía como el príncipe encantado, mandando
sobre las cuevas de Istamere. Su color estaba mejor, sus hombros rectos.
Todo un cambio con respecto a la semana anterior, cuando de repente había
perdido gran parte de su vigor. Nina casi se sintió culpable, pero ese
sentimiento se evaporó cuando pensó en las bombas que habían caído sobre
Os Alta, cuando lo recordaba golpeando a Joran, con esa risa emocionada
escapando de sus labios. Él continuó en la corte, en medio de un grupo de
lores y damas, pero solo tenía ojos para Hanne mientras se acercaba.

—Por todas las obras de Djel —exclamó el príncipe—. Te ves


extraordinaria, Hanne.

Hanne hizo una reverencia y sonrió, cualquier indicio de rebelión


salvaje, de galopar lejos de la Corte de Hielo hacia la libertad, se había ido.
A pesar de su cabello corto y su escandaloso vestido, irradiaba una recatada
feminidad fjerdana. Qué gran actriz se había vuelto. Nina odiaba eso.

—Vamos —dijo Rasmus, haciendo un gesto con la mano a los


cortesanos que se habían reunido a su alrededor—. No quiero distraerme de
mirar a esta maravillosa criatura.

Los nobles se marcharon con algunas miradas cómplices en dirección a


Hanne, pero no pusieron objeciones, acostumbrados a obedecer los
caprichos del príncipe.

—Tú también tienes buen aspecto, Enke Jandersdat —dijo Joran,


mientras Hanne y Nina se sentaban en las sillas bajas delante de Rasmus.

—Pobre Joran —dijo el príncipe—. ¿Piensas que he sido grosero


ignorando a Mila en sus destellos plateados baratos? —Las mejillas de
Joran se encendieron en un rojo vivo, y las cejas de Rasmus se elevaron—.
¿Mi leal guardia tiene un súbito enamoramiento? Ella es demasiado mayor
para ti, Joran, y tú estás aquí para ser mi guardaespaldas aguerrido, no para
hacerle ojitos a la esposa de un pescador.

Nina soltó una risa alegre. No le importaba lo que el príncipe pensara de


ella, y comprendió que el comentario sobre su vestido era un golpe contra
Brum, quien lo había pagado.

—Ahora está siendo cruel, Su Alteza —dijo ella—. Pero estoy feliz de
orbitar alrededor del sol que es Hanne. Usted mismo se ve muy bien, si se
me permite decirlo.

—Se te permite, aunque quizá pondrá celoso a nuestro amigo Joran. Tal
vez deberías hacerle un cumplido también.

Nina le sonrió a Joran. «Tu secreto está a salvo conmigo.»

—Te ves un poco menos severo esta noche, Joran.

—¿De verdad? —reflexionó el príncipe Rasmus—. Quizá un poco


alrededor de la frente.

—Es una gran reunión esta noche —dijo Hanne—. Nunca había visto
este salón de baile tan lleno.

—Todo lo que quieren es mirarme boquiabiertos, y yo estoy feliz de


permitírselo. Y, por supuesto, todos quieren hablar de la guerra.

—Veo a Vadik Demidov aquí, pero no al Apparat —dijo Nina.

—Demidov es el más feliz en una fiesta, comiendo la comida de alguien


más y bebiendo el vino de alguien más. En cuanto al sacerdote,
últimamente ha sido muy reservado. Tu padre no está contento con eso.
Quiere que mi familia lo destierre de regreso a Ravka o a la parte inferior de
cualquier roca que lo reciba.

«Una idea gloriosa», pensó Nina. Cuanto menos viera al sacerdote,


mejor.

—¿Y qué hará su familia? —preguntó Nina.


Rasmus hizo una mueca.

—Mi madre se ha vuelto extrañamente supersticiosa y no quiere


separarse del sacerdote. Está en la capilla de Djel día y noche.

«Apuesto a que sí». Pero Nina dejó que Hanne dijera:

—¿Oh?

Rasmus bajó la voz y se inclinó.

—No quiere dejar que Brum bombardee más objetivos civiles. Habla
como una especie de campesina que dice ver la cara de Djel en una barra de
pan. Diciendo que los espíritus de los muertos le hablaron y que Djel me
volverá a enfermar otra vez, solo porque me descarrié un poco.

Los ojos de Hanne se apartaron con culpabilidad y tocó con los dedos
un ramo de lirios en un jarrón de plata.

—Quizá es superstición —dijo Nina—. Pero si fue la elección de Brum


bombardear la ciudad, usted podría elegir una nueva política y demostrarle
que tiene otros planes para el futuro de Fjerda.

—Interesante —dijo Rasmus, evaluando primero a Nina y luego a


Hanne—. La esposa de pescador ha descubierto la política. Está criticando
las estrategias de tu padre, Hanne. ¿Qué piensas de eso?

Hanne inclinó la cabeza hacia un lado, considerándolo.

—Creo que los hombres fuertes muestran fuerza, pero los grandes
hombres muestran fuerza templada por la compasión.

Rasmus rio.

—Tienes un don para la diplomacia, Hanne Brum. Y me gusta tener un


papel más importante en nuestras decisiones militares. Aunque puedo
decirles que nuestros generales se sorprendieron mucho al verme participar
en sus reuniones.
Eso era bueno. Al menos Nina esperaba que así fuera. «[Mejor que
Brum. Eso es todo lo que necesitamos.» Fuerza templada por la compasión.
Un príncipe que pudiera elegir la paz por encima de la guerra si tuviera la
oportunidad.

—Me alegra que se sintiera lo suficientemente bien como para asistir —


dijo Hanne.

—Admito que lo disfruté. Pasamos la mayor parte del tiempo


discutiendo planes para una anexión fascinante para nuestro arsenal.

—¿Una nueva arma? —preguntó Nina. ¿Eran esos los planos


etiquetados como «Ave Cantora» que había visto en el escritorio de Brum?

—Algo así. Pero no hablemos de guerra y los sofocados comandantes.

—Es bueno que recuerden quién gobernará nuestro país —dijo Hanne.

Rasmus se sentó un poco más erguido, luciendo satisfecho.

—Sí. Deben recordar, por mucho que a algunos les gustaría olvidar. Te
haré saber que ya bailé tres veces esta noche. Tú y yo bailaremos más tarde,
Hanne. No puedo esperar para conmocionar a la corte con tu vestido.

—Sería un honor, Su Alteza.

—Todo el mundo dice eso. Pero no siempre es así. Las damas de la


corte solían sufrir por sus bailes conmigo. No podía seguirles el ritmo.
Terminaba cada baile jadeando. Yo era algo que había que soportar, como
un recital de piano para niños.

La expresión de Hanne era pensativa.

—Cada vez que un soldado me invitaba a bailar, sabía que era solo un
intento de ganarse el favor de mi padre. Cada minuto que pasaba con ellos,
me di cuenta de lo ansiosos que estaban por estar lejos de mí.

—Porque eres demasiado alta, demasiado fuerte. Somos lados opuestos


del espejo. Quizá deberíamos tomar la pista ahora y darles algo de qué
hablar.

Hanne se rio.

—Pero no están tocando música para bailar.

—Si Su Alteza Real desea bailar, entonces lo harán.

Le ofreció su mano y Hanne la tomó, sonriendo. Nina sintió que algo en


su corazón se retorcía. «Oh, eso es bajo de tu parte, Zenik. No es como si tú
y Hanne pudieran tener un futuro aquí.» Hanne podía hablar de irse a algún
lado, pero eso solo eran los nervios hablando, la perspectiva de enfrentarse
a otra fiesta, otra noche de charla ociosa. Ella no abandonaría a Fjerda y
Nina no abandonaría a Ravka. ¿Y cuando la misión de Nina estuviera
completa? Ella ciertamente no iba a permanecer en este disfraz sonriente en
la corte fjerdana.

Nina observó cómo Hanne y el Príncipe Rasmus se adentraban en el


mar de cuerpos mientras los músicos iniciaban un ritmo oscilante. A ella le
encantaba y era buena en eso. O lo había sido. Hace mucho tiempo que no
había estado libre para bailar, cantar o comportarse como desearía.
«Alégrate por Hanne. Alégrate por los dos.» Se mordió el labio. Lo estaba
intentando, maldita sea. Alrededor de Hanne, la amargura de Rasmus perdía
su filo; Nina podía ver el destello del hombre en el que podría convertirse si
pudieran sacarlo del veneno de Fjerda, de las demandas que imponía a sus
gobernantes y a sus hombres. ¿Y Hanne? Era fácil ver lo que había
sacrificado para convertirse en una chica que podría atraer el interés del
príncipe, pero ¿qué había ganado? Había pasado toda su vida siendo
excluida. No se parecía a las delicadas bellezas de la corte. Ella y Rasmus
estaban frente a frente, igualados en altura y envergadura. Pero Hanne no
tenía por qué parecerse a nadie más. Ahora caminaba entre los fjerdanos,
brillante, única, triunfante, un objeto de envidia en lugar de desprecio. «De
sangre de lobo.»

—Necesito agradecerte —dijo Joran, sacando a Nina de sus


pensamientos—. Podrías haberme delatado con Brum. Estoy agradecido de
que no lo hicieras.
Nina sabía que tenía que andar con cuidado.

—Tu fe no es algo de lo que avergonzarse.

—¿Cómo puedes decir eso?

Con Joran, Nina podía dejar que la máscara de Mila se deslizará un


poco más. Él no requería la ejecución de servil torpeza que hacía con Brum
o Rasmus.

—Hay demasiada vergüenza en Fjerda. No veo por qué no deberías


consolarte con tus Santos.

—El Comandante Brum dice que los Santos son dioses falsos enviados
para apartarnos de Djel.

—Seguramente no todos los Santos —dijo Nina, aunque sabía que era
eso exactamente lo que quería decir Brum—. Ni Sënj Egmond, que
construyó la Corte de Hielo, ni Sënje Ulla de las Olas.

—Brum no cree que fueran Santos, solo hombres y mujeres bendecidos


por Djel. Dice que si abrimos nuestras puertas a la religión pagana, Djel nos
abandonará y Fjerda estará condenada.

Nina asintió lentamente como si lo estuviera considerando.

—He escuchado que hay cultos de Santos falsos, como el Sin Estrellas.
He oído historias de la plaga que algunos dicen que es una señal de su
regreso. ¿Crees que sus seguidores podrían hacerse un hueco aquí?

—Es difícil de creer, pero… Brum dice que la gente está desesperada
por tener esperanza y se dejará engañar por cualquier espectáculo barato.

Nina ciertamente lo esperaba.

—¿Y qué hay de los milagros aquí? ¿En Ravka? ¿Los hombres que se
salvaron de ahogarse en Hjar? ¿El puente los huesos en Ivets?

—Engaño teatral para mentes débiles. Eso es lo que…


—Lo que dice Brum, lo sé. ¿Crees todo lo que dice el comandante
Brum?

—Eso es para lo que fui entrenado.

—¿Pero lo crees?

Joran miró a los bailarines girando en la pista.

—Estás enojada por… por su comportamiento hacia ti.

—Lo estoy —dijo Nina, tal vez las palabras más verdaderas que jamás
había dicho en la Corte de Hielo—. Pero tú también has empezado a
preguntarte. ¿Y si Brum se equivoca?

—¿Sobre qué?

Nina mantuvo su voz tranquila, locuaz.

—Los Grisha. Djel. La forma en que se debe librar la guerra. Todo.

El rostro de Joran se puso pálido.

—Entonces no hay esperanza para mí.

—¿Ni siquiera entre los Santos?

—No —dijo, su voz plana—. Los Santos no quieren un alma como la


mía.

Nina se levantó y fue hacia él. Tenía que haber una forma de llegar a
este chico. Con el empujón adecuado, incluso podría revelar los secretos de
la nueva arma de Fjerda.

—Todos los soldados matan. Y ningún soldado puede decir que cada
muerte es justa.

Joran se volvió y Nina respiró hondo ante la tristeza de sus ojos. Parecía
un hombre que había dejado de buscar respuestas. Estaba solo en el hielo y
su corazón aullaba.

—No lo entiendes —dijo él.

—Te sorprenderías. —Ella había hecho su parte en la matanza.

—Asesiné a un hombre desarmado.

Y Nina había dejado que una horda de mujeres no muertas despedazara


a la Madre del Pozo.

—Quizá sí, pero…

Joran la agarró del brazo.

—Él era mi hermano. Era un traidor. Le disparé y lo dejé morir en una


ciudad extranjera. Yo…

«Mi hermano. Un traidor.»

—Cállate —jadeó ella. Fuera lo que fuese lo que Joran iba a decir, no
quería oírlo. No quería saber.

Pero Joran no se detuvo.

—Él me dijo… dijo que había tantas cosas en el mundo de las que no
debía tener miedo, si tan solo abriera los ojos. Y lo hice. —Su voz se
quebró—. Y le tengo miedo a todo.

Los drüskelle habían estado en Ketterdam para la subasta. Le habían


puesto precio a la cabeza de Matthias. Nina sintió que se estaba cayendo.
Estaba arrodillada sobre los adoquines, viendo cómo la luz se desvanecía de
los hermosos ojos de Matthias. Ella lo sostenía, tratando de mantenerlo con
ella. Estaba muriendo en sus brazos.

—Deberías tener miedo —gruñó Nina, empujando a Joran hacia las


sombras del rincón, lejos de los ojos de la multitud. Estaba demasiado
asustado para luchar contra ella, y en el siguiente aliento, ella tenía la punta
afilada de un dardo de hueso flotando sobre su yugular—. Deberías temblar
en tu cama y llorar como el vil cobarde que eres. Eres el hombre que mató a
Matthias Helvar. Dilo.

Sus ojos estaban muy abiertos, confundidos.

—Yo… ¿quién eres?

—Dilo. Quiero tu confesión antes de acabar con tu inútil vida.

—¿Mila?

La voz de Hanne. Sonaba tan lejos.

—¿Qué es esto? —preguntó el príncipe.

La mano de Joran se cerró sobre la de Nina, ocultando el dardo de


hueso. Obligó a su cuerpo rígido a girar.

—Presumí ante Enke Jandersdat y ella, con buena razón, me puso en mi


lugar.

—¿Es esto cierto? —preguntó el príncipe.

Nina no podía hablar. Sentía la mandíbula cerrada. Si intentaba abrirla


para hablar, empezaría a gritar y no se detendría.

Hanne se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros.

—Debería llevarla a casa.

—No seas tonta —dijo el príncipe Rasmus—. Ella está bien. No es


como si la hubiera puesto contra la pared y levantado sus faldas.

Hanne lo miró fijamente.

—Ese no es el punto.

—Es una viuda, no una doncella inexperta, Hanne. No seas difícil.


—Joran dijo…

—Joran le dio un poco de atención a una viuda solitaria. Probablemente


fue emocionante para ella.

Algo cambió en el rostro de Hanne, la rabia se apoderó de sus hermosos


rasgos.

—¿Se ve emocionada?

Nina no tenía idea de cómo se veía en este momento. Un fantasma. Un


espíritu enviado a buscar venganza. Una mujer deshecha.

—Oh, Hanne, no seas tan aguafiestas. Eres peor que uno de mis tutores.

—Y usted está siendo desconsiderado y cruel.

Toda la calidez del príncipe se desvaneció.

—Cuida tu lengua, Hanne Brum. No seré intimidado ni por ti ni por tu


padre.

—La culpa fue toda mía, Su Majestad. Solo puedo pedirle perdón a
Enke Jandersdat —dijo Joran.

—Yo te digo cuándo mendigar —dijo Rasmus—. No sirves a ningún


amo más que a mí. —Luego, de repente, estaba sonriendo—. Oh, todos
dejen de fruncir el ceño y sean felices. Seré bueno, amable y paciente, tal
como lo es Hanne. Joran, ve a buscarnos algo más fuerte que un ponche
para beber.

Joran hizo una reverencia y Nina se aferró al brazo de Hanne, temiendo


que si la soltaba, perseguiría al guardia y le apretaría el cuello con las
manos.

—Ahora sonríe para mí, Hanne. A veces, los príncipes son crueles. Es
su privilegio.
Los dedos de Hanne se tensaron en el brazo de Nina, pero se obligó a
sonreír y hacer una reverencia.

—Por supuesto, Su Alteza.

«Yo le enseñé eso —pensó Nina— Le enseñé a mentir y fingir sumisión.


Tomé una cosa salvaje y le enseñé a llevar una correa.» Ahora podría ser
fingido, pero Nina lo sabía: si actuaba el papel el tiempo suficiente, el
espectáculo de ser dócil podría convertirse en realidad.

La actuación de Hanne fue suficiente para el príncipe.

Él sonrió, con ojos brillantes.

—Qué linda novia serás para alguien. ¿Tenemos otro baile? Podemos
llevar a la pobre Mila a sentarse con tu madre, y Joran se quedará dando
vueltas en círculos con las manos llenas de vasos de ponche.

—Sería un gran placer para mí, Alteza —dijo Hanne con dulzura.

—Mira eso. He doblegado a un Brum a mi voluntad. Eso no fue tan


difícil.

El príncipe se rio, pero Nina no pudo obligarse a unirse a él.

***

Nina dejó el baile temprano. No quería abandonar a Hanne, pero Ylva


insistió.

—Creo que te has vuelto a enfermar, Mila. Tienes las manos heladas y
nunca te había visto tan pálida.

Regresó a su habitación, pero no sabía cómo hacer los movimientos


necesarios para prepararse para la cama. Se acostó sobre sus mantas,
completamente vestida con sus mejores galas plateadas. No podía dejar de
recordar el peso del cuerpo de Matthias. Aún podía sentirlo en sus brazos,
una carga que llevaría para siempre. Cuando él tomó su mano, sus dedos
estaban mojados con su propia sangre.
Gritó en su almohada, necesitando poner este dolor en algún lugar, en
cualquier lugar. Todo lo que podía oír era su voz.

«Necesito que salves a los demás… los demás drüskelle. Júrame que al
menos intentarás ayudarlos.»

Matthias había recibido un disparo en el estómago. Se había enfrentado


a su asesino. Sabía quién era. Un drüskelle como él. Un chico, en realidad.
Y ese chico no había estado operando bajo las órdenes de su comandante.
Si Joran hubiera sido enviado tras Matthias, habría sido recompensado por
la matanza. En cambio, lo habían nombrado guardia personal del príncipe,
un recordatorio de que había desobedecido a su comandante, que había
matado a uno de los suyos. Pero tampoco era un castigo real. No por
asesinato.

«Tiene que haber una Fjerda que valga la pena salvar. Prométemelo.»

Ella lo había prometido, pero por todos los santos, no sabía lo que
exigiría esa promesa.

La puerta se abrió y Hanne entró corriendo.

—Me escapé tan pronto como pude.

Nina se sentó, tratando de quitarse las lágrimas calientes de las mejillas.

Hanne la abrazó y presionó su frente contra la de Nina.

—Lo siento mucho. Lo mataré si te lastima. No sé por qué el príncipe…

—No —dijo Nina—. Joran no… no hizo avances.

—¿Y entonces qué pasó?

Nina no sabía cómo decirlo, cómo desentrañarlo todo.

—Él me hizo daño. Gravemente. Yo… quería matarlo. Todavía quiero


matarlo. Se lo dije.
—¿Amenazaste al guardaespaldas del príncipe?

Nina se cubrió la cara con las manos. Toda su chachara sobre mantener
su tapadera, de lo cuidadosas que tenían que ser. —Lo hice. Puede ir
directamente a ver a tu padre. Sabe que no soy quién decía ser. —Entonces
un nuevo rayo de miedo la atravesó—. ¿Por qué volviste tan pronto? ¿Pasó
algo con el príncipe?

—No. El baile terminó temprano. Los drüskelle se fueron. Los otros


soldados escoltaron al príncipe y al resto de la familia real.

—La guerra —dijo Nina—. Está comenzando.

Hanne asintió.

—Eso creo.

Nina se levantó de la cama y se paseó por la habitación. No podía


ordenar sus pensamientos. Se había puesto a ella y a Hanne en peligro, pero
también tenía una pequeña oportunidad de actuar. Había llegado la guerra y
eso significaba que los drüskelle irían contra las fuerzas Grisha de Ravka.
Tal vez no tendría otra oportunidad de vengarse.

—Hanne, lo siento. Me tengo que ir.

Los ojos de Hanne estaban imperturbables.

—¿A dónde?

—Yo… —Si hacía lo que pretendía, si asesinaba a Joran, no habría


ningún lugar donde esconderse. Significaría una sentencia de muerte. ¿Y si
de alguna manera lograba escapar? Nunca volvería a ver a Hanne.

Hanne se levantó lentamente.

—Esto es por Matthias.

Nina se estremeció hacia atrás. Hanne nunca había pronunciado su


nombre.
—Sé que lo amabas —continuó Hanne—. Mi padre maldijo el nombre
de Nina Zenik, la puta Grisha que había seducido a su alumno favorito.

—¿Lo conocías? —susurró Nina.

—Solo de pasada. Solo como uno de los soldados de mi padre.

—Él… —El cuerpo entero de Nina se estremeció. Se sentía como si la


habitación estuviera llena de fantasmas; la persona que había sido, el chico
que había amado, la chica que amaba ahora, valiente, amable y llena de
fuerza. Esta chica que no se merecía—. Joran lo asesinó. Lo dijo él mismo.
Le disparó a un hombre desarmado y lo dejó… —Su voz se quebró. Ella se
estaba ahogando con las palabras—. Lo dejó morir. Pero Matthias encontró
la fuerza para llegar a mí. —Por un último beso. Habían sido tan pocos. Las
manos de Nina se cerraron en puños, esa marea abrumadora subía en su
interior—. Esta puede ser mi única oportunidad.

—¿Para qué?

—Para ajustar cuentas —dijo Nina—. Para que se haga justicia.

—Joran aún no ha cumplido los diecisiete —dijo Hanne en voz baja—.


Tendría quince años cuando Matthias murió.

—Matthias no murió. No falleció en paz en su cama. No lo atropelló un


carruaje. Fue asesinado a sangre fría.

—¿Y te dijo quién lo mató?

Nina se volvió.

—Él se negó.

«Reserva un poco de misericordia para mi pueblo.» Matthias podría


haberle dicho que había sido un joven drüskelle quien lo había asesinado;
tal vez incluso conocía el nombre de Joran. En cambio, había abogado por
su país y sus hermanos. No había querido que ella buscara venganza. Pero,
¿qué pasaba con lo que ella quería? ¿Qué pasaba con el dolor del que nunca
se libraría?
Hanne puso una mano sobre el hombro de Nina, girándola suavemente.

—Joran era un niño criado con odio. Igual que Matthias. Y Rasmus. Y
yo.

—No lo entiendes. —Las mismas palabras que Joran había dicho horas
antes. Creía que estaba más allá de la salvación. Quizás Nina creía lo
mismo de sí misma.

Pero Hanne se limitó a negar con la cabeza.

—Ninguno de nosotros lo entendemos hasta que es demasiado tarde. Si


haces esto, te descubrirán. Serás ejecutada.

—Quizá.

La mandíbula de Hanne se tensó.

—¿Es tan fácil entonces? ¿Dejar este lugar? ¿Abandonarme?

Nina miró a Hanne a los ojos. ¿Era eso lo que estaba haciendo? ¿Cómo
podía abandonar algo que nunca había sido nombrado, nunca discutido, que
nunca podría ser?

—El príncipe Rasmus quiere casarse contigo —dijo Nina.

—Lo sé.

—¿Lo sabes?

—No soy una tonta. Es por mi padre, no por mí.

—Eso no es cierto —dijo Nina—. He visto la forma en que te mira.

La risa de Hanne fue rota, fría y repentina, como el granizo en el cristal


de una ventana.

—Oh, lo sé. Como algo para conquistar. Un Brum para someter a su


voluntad. Entiendo de dónde viene su crueldad. Ha pasado demasiado
tiempo envidiando a los demás y odiándose a sí mismo. Conozco esa
enfermedad.

—Pero no hay nada cruel en ti.

—Te sorprenderías. Pero tal vez yo también pueda curar su corazón, con
el tiempo.

Nina apretó los labios.

—Serías reina.

—Podría ayudar a guiarlo, cambiar su forma de pensar. Podríamos dar


forma a Fjerda de nuevo.

—¿Y podrías ser feliz con él? —Tuvo que forzar la pregunta de su boca.

—No. No con él. No con ningún hombre. —Hanne inclinó la cabeza—.


Tal vez no pueda ser feliz en absoluto.

—Cuando empezamos el Corazón de Madera…

—Lo sé. Pensé que podría querer esta vida, querer el matrimonio, ser…
como todos los demás. Pensé que si interpretaba el papel el tiempo
suficiente y lo suficientemente bien…

—La actuación se haría realidad.

La calma de Hanne se había desvanecido. Se sentó en la cama y cuando


miró a Nina, su expresión estaba perdida, asustada.

—No sé qué hacer. Cebamos nuestro anzuelo y atrapamos a un príncipe.


Si me pide la mano, no me puedo negar. Pero Nina… Nina, no puedo decir
que sí.

Nina sabía que tenía que ir a buscar a Joran ahora, antes de que el
príncipe dejara Djerholm, antes de perder esta oportunidad. Pero no podía
dejar a Hanne.
—Yo hice esto —dijo—. Con mis mentiras y engaños. —Se sentó con
fuerza sobre las mantas junto a Hanne. Su venganza podía esperar. Una
cosa era sacrificar su propia vida, pero no dejaría a Hanne cautiva en un
futuro que nunca había deseado. No la abandonaría para valerse sola en este
lugar—. La reina tenía razón. Eres buena y yo… te llevé a esto. Nunca he
sido buena para ti.

Hanne le sostuvo la mirada.

—Los dulces no son buenos para mí. Me han dicho que montar a
caballo me volverá varonil y que el viento me avejentara la piel. Sé todas
las cosas que no son buenas para mí. Y las quiero de todos modos.

La garganta de Nina estaba seca.

—¿De verdad? —preguntó en voz baja—. ¿Las quieres?

Los ojos cobrizos de Hanne brillaban como topacios. Asintió


lentamente.

—Desde el momento en que nos conocimos. Desde que entraste a ese


claro como una chica que yo había conjurado.

Esta noche había sido demasiado; descubrir lo que había hecho Joran,
observar a Hanne con el príncipe, saber que los había puesto en ese camino.
Tal vez este sea mi destino —pensó— encontrar el amor y perderlo». Pero
Nina se obligó a decir las palabras. No le robaría a Hanne la oportunidad de
quedarse con sus padres, de vivir entre su gente, no si era lo que realmente
quería.

—Si puedes amarlo, encontraré la manera de dejarte ir.

Hanne se inclinó hacia adelante y apartó un mechón de cabello húmedo


de la mejilla de Nina. Nina sintió la fuerte curva de los dedos de Hanne
contra su nuca, el aliento de Hanne en sus labios.

—Nunca me dejes ir —susurró Hanne.


—Nunca —dijo Nina, y cerró la distancia entre ellas, sintiendo la suave
presión de la boca de Hanne, la fina seda de su vestido, este momento como
la luz en el agua, breve y sorprendente, en su belleza cegadora.
31

Nikolai
Traducido por ♥ CealenaS. ♥

NIKOLAI OBSERVÓ HASTA QUE ZOYA se sujetó al arnés y fue


izada al Cormorán. Sabía que ella estaría bien. De todos ellos, era la menos
frágil, la menos vulnerable. No estaba siendo lógico, pero ella parecía
conmocionada por su encuentro con los Suls y su confesión que no debería
haber tenido que ser una confesión. Cuando llegara la guerra, no podría
protegerla más de lo que había protegido a David. Entonces, por un breve
momento, la cuidó, al diablo la lógica.

Cuando el Abismo se cerró alrededor de la aeronave, él corrió por el


tunel en el acantilado para alcanzar a Kaz. Las paredes húmedas relucían
brillantes y negras a la luz de la linterna de Brekker.

Su entrada a la base fue tranquila, solo una cuestión de callar y esperar a


que los guardias pasaran por las habitaciones sobre el sótano y luego al
resto de sus rondas. Nikolai y Kaz los siguieron en silencio, Kaz cojeaba
más pesadamente después de su largo viaje por el túnel. No tendría que
repetirlo. Se irían por aire junto con el titanio robado.

Dos cerraduras abiertas más tarde, estaban esperando en una puerta


oscura, mirando a través de una pequeña ventana circular. La base fue
construida alrededor de un patio central lleno de materiales de construcción,
que una vez estuvo al aire libre. Pero ahora, la mayor parte de la carga
estaba protegida por el caparazón de metal conectado a las paredes de la
base, con el techo encorvado como el lomo de una ballena. No parecía
haber demasiados guardias y Nikolai estaba ansioso por moverse.
—El patio no luce bien protegido.

—No lo está —dijo Kaz—. Dependen de sus defensas externas. Se han


puesto cómodos.

Nikolai se preguntó si eso mismo podría ser cierto en los objetivos más
valiosos de Ravka. Quizá debería repensar la seguridad en sus propias bases
militares y en el palacio. Brekker probablemente sería un excelente asesor
de seguridad, si Nikolai no pensara que robaría las cúpulas doradas del
techo del Pequeño Palacio.

—Estás nervioso para ser un monarca —dijo Kaz, con los ojos en el
patio.

—¿Conoces muchos?

—Muchos hombres que se llaman a sí mismos reyes.

Nikolai volvió a mirar por la ventana.

—El destino de una nación descansando sobre los hombros inquieta a


cualquiera. ¿No deberíamos ir moviéndonos?

—Tienes una oportunidad de hacer un movimiento como este.


Suponiendo que abramos ese caparazón sin que los guardias nos escuchen o
que suene alguna alarma, tendremos aproximadamente unos treinta minutos
para cambiar el aluminio por el titanio.

—Poco tiempo. Pero creo que podremos hacerlo.

—No si nuestro tiempo se agota. Aproximadamente treinta minutos es


inútil. Así que observaremos a los guardias hacer sus rondas hasta que
sepamos cuál es su ritmo.

Un trueno retumbó sobre el patio. La señal de Zoya. Eso significaba que


la aeronave estaba en su lugar sobre el casco de acero que protegía la carga.

Finalmente, Kaz dijo:


—Mantente alerta.

Empujó la puerta para abrirla y se arrastraron por el patio.

La tormenta estaba rugiendo ahora, Zoya y Adrik la dirigían desde


arriba como maestros. Nikolai podía oír un trueno, el áspero golpeteo de la
lluvia contra el techo de metal. Necesitaban esos sonidos. Localizar la caja
de operaciones fue bastante fácil, pero el espantoso chillido que salió del
casco de metal cuando se abrió con un crujido fue mucho más fuerte de lo
que Nikolai había esperado.

—Ingeniería de Kerch —murmuró Kaz.

Pero por fin el caparazón se partió para revelar las turbulentas nubes del
cielo nocturno y el Cormorán flotando por encima. Aunque truenos y
relámpagos cayeron a su alrededor, gracias a los Impulsores de arriba, ni
una sola gota de lluvia cayó sobre la carga de abajo.

Las puertas del compartimento de la aeronave se abrieron y un cable fue


arrojado.

—Ve —dijo Kaz—. Yo me ocuparé de vigilar.

Nikolai salió corriendo al patio, repentinamente agradecido por la


vigilancia de Kaz. No le gustaba la sensación de estar tan expuesto. Tenía
que esperar que los guardias se apegaran a su rutina, caminando por el
perímetro exterior. Agarró el extremo del cable y enganchó su ancla a una
viga de metal en la base de la carcasa. Una plataforma siguió por un cable
separado, descendiendo en la calma que habían creado los Impulsores.
Estaba a rebosar de aluminio. Con cuidado, Nikolai dirigió la plataforma a
su posición y la colocó junto al enorme alijo de titanio.

Tomó los ganchos sujetos a los cables de la plataforma y los ató a un


palé de titanio. Habría sido más fácil con más manos, pero necesitaban a
Kaz vigilando. Y al menos el titanio era lo suficientemente ligero como
para que fuera fácil de manejar en el ascenso.
Plataforma, pale, plataforma, pale. Nikolai envió titanio hacia arriba y
aluminio hacia abajo mientras el viento aullaba, su avance increíblemente
lento. Le empezaron a doler los brazos y la espalda. No estaba seguro de
cuánto tiempo había pasado cuando escuchó a Kaz dar un silbido bajo. Un
momento después, apareció el ladrón.

—Se acercan los guardias. Tenemos que salir ahora.

—No pueden haber pasado treinta minutos. Solo tenemos la mitad del
titanio a bordo. Tal vez menos.

—Puedes tener la mitad o puedes tener un tiroteo. Jesper estará muy


triste porque se lo perdió.

No podían permitirse una pelea. No podían encontrar a ningún agente


ravkano en esta base, y mucho menos al rey de Ravka, independientemente
de su disfraz.

Nikolai miró hacia la aeronave e hizo una señal a Adrik, inclinándose


sobre las puertas compartimentadas.

—Vamos.

Kaz presionó los controles y la carcasa de metal comenzó a cerrarse


lentamente. Saltaron sobre lo que sería la última plataforma de titanio y la
tripulación de la aeronave los detuvo.

A menos de treinta metros de las puertas de la aeronave, Nikolai se dio


cuenta de que algo andaba mal.

Miró el cable que todavía estaba enganchado a la viga de abajo.

—La línea del ancla no se está soltando. —Nikolai señaló a Adrik para
intentar soltarlo de nuevo, pero el mecanismo estaba atascado. El ancla no
se movió—. Tengo que volver a bajar. Lo desconectaré manualmente.

—No hay tiempo —dijo Kaz—. Esas puertas del casco se cerrarán
primero. Pueden expulsar el cable cuando lleguemos a la cima.
—No es bueno. —Si simplemente soltaban el cable, el ancla quedaría
atrapada dentro del patio, evidencia de que alguien había estado donde no
debería estar. Una investigación podría llevar a Ravka.

Nikolai vio luces moviéndose a lo largo del lado oeste del edificio.
Llegaban los guardias.

—¿Cuánto tiempo tengo?

—Dos minutos. Quizás tres. Acepta el remedio, Sturmhond. No podrán


probar que el cable sea ravkano. No de inmediato.

—No puedo permitir que eso suceda. —Nikolai miró hacia la aeronave,
los rostros de los soldados y Grisha mirando hacia abajo. Deseó poder
ordenarles que apartaran la mirada. No había forma de disfrazar lo que
estaba a punto de hacer—. Dime, Brekker, ¿crees en los monstruos?

—De todo tipo.

—Prepárate para conocer a otro.

Cerró los ojos y dejó que el demonio saliera. No fue difícil. El monstruo
siempre estaba esperando su oportunidad.

Kaz levantó su bastón cuando la sombra emergió, tomando forma en el


aire ante ellos.

—Por todos los Santos y sus feas madres.

El demonio extendió sus alas negras y se lanzó hacia la abertura de las


puertas del casco. Las manos de Nikolai todavía se aferraban al cable, pero
no podía hacer mucho más que eso. Estaba viendo a través de los ojos del
demonio. Sintió que los brazos del demonio, sus brazos, se extendían, los
músculos se flexionaban, las garras se extendían. Un momento después, el
monstruo soltó el ancla. El cable retrocedió con fuerza repentina y se
estrelló contra una de las plataformas de aluminio cuidadosamente apiladas
con un sonido metálico reverberante, haciendo que las barras de metal se
deslizaran.
—Ahí se terminó lo de no dejar rastro —dijo Kaz, aunque sus ojos
estaban grandes como lunas mientras observaba al demonio remontar hacia
ellos.

—Puede que no se den cuenta —dijo esperanzado Nikolai.

El ancla despejó la grieta del casco con un suspiro antes de que el


proyectil se cerrara. Pero el demonio estaba atrapado dentro.

—¿Ahora qué? —dijo Kaz.

Nikolai podía sentir al demonio corriendo hacia el caparazón. «No».


Trató de dominarlo, frenar su avance, obligarlo a volver a las sombras, pero
era demasiado salvaje con su propia libertad. Se estrelló contra el caparazón
de metal, dejando un enorme agujero a su paso.

—¿Crees que no se darán cuenta de eso? —preguntó Kaz.

Nikolai miró hacia arriba y vio a Zoya bajar la mano en un rápido arco.

—¡Agárrate fuerte!

Un rayo chisporroteó en el aire junto a ellos, su calor abrasó el cielo.

Golpeó el caparazón en el borde del agujero que había hecho el


demonio, quemando el metal, haciendo que pareciera como si la tormenta
hubiera devastado el techo de metal.

La lluvia salpicó a Nikolai y Kaz en una ráfaga cuando Zoya dejó que
fluyera hacia el patio de abajo. Adrik envolvió la aeronave en nubes para
ocultar la vista de los guardias que miraban a través del caparazón dañado.

Momentos después, estaban dentro del compartimento de la aeronave,


calados hasta los huesos.

Por un momento, el demonio se quedó suspendido en el viento,


sintiendo el oleaje de la tormenta, intrépido en la exuberante noche negra y
todavía hambriento de sangre y destrucción. Nikolai no quería encerrarlo, y
no porque temiera su presencia dentro de él. Una parte de él odiaba tener
que enjaularlo una vez más.

Pero el demonio no luchó. Quizá las discordias entre ellos se estaban


deteriorando. Y tal vez eso era un problema. No pudo negar el
remordimiento que sintió mientras tiraba de la oscuridad.

«Volarás de nuevo», prometió.

Las puertas de la aeronave se cerraron de golpe. La tripulación lo miró


fijamente. Nikolai sabía lo que significaba desatar el poder del monstruo, lo
que estaba revelando. Pero por un momento se perdió en la exaltación del
demonio. Zoya negaba con la cabeza, aunque Kaz solo parecía intrigado
ahora que su miedo inicial había pasado.

«¿Qué pasa ahora?» Se preguntó, mientras estos soldados ravkanos lo


enfrentaban. Podía ver el terror en sus rostros, su desconcierto. Adrik
retrocedió varios pasos, con el brazo levantado como si estuviera listo para
convocar una tormenta con la que luchar. Por una vez, parecía sorprendido
en lugar de malhumorado.

«Muéstrales debilidad cuando ellos necesiten verla, nunca cuando la


sientas.» Palabras de consejo que le había dado Alina años atrás. Este
parecía un excelente momento para tomarlo. Por una vez en su vida, iba a
aceptar restarle importancia a las cosas.

Juntó las manos, frotándose las palmas como un señor de la mansión


que regresara de cacería, necesitado de una buena comida y un fuego
cálido.

—Eso salió tan bien como se podía esperar —dijo en el tono más
ordinario y jovial que pudo manejar—. ¿Quién necesita un trago?
No funcionó. No completamente. Algunos miembros del equipo se
sentaron y bebieron con él, bebiendo su brandy un poco más rápido de lo
que hubieran hecho en otras circunstancias, ansiosos por volver a la
confianza que había construido con ellos antes de esta oscura revelación.

Cuando uno de ellos se atrevió a arriesgarse a preguntar.

—¿Qué era… qué era esa cosa?

Nikolai simplemente dijo:

—Otra arma en nuestro arsenal.

—Parecía una gárgola.

Nikolai volvió a llenar su vaso.

—Haz silencio. Te oirá.

El hombre palideció.

—No quise decir nada con eso.

Pero Nikolai se limitó a reír y los demás siguieron su ejemplo,


nerviosos, pero serviciales. Eran amigos, compatriotas que lo conocían bien
y que querían encontrar la manera de aceptar o al menos ignorar lo que
habían visto.

Eso no fue suficiente para algunos. Nikolai sabía exactamente cuántos


soldados y Grisha había a bordo, y sabía que más de la mitad no habría
elegido beber con un monstruo. Zoya hablaría con los Grisha. Haría todo lo
posible para responder a sus preguntas y calmar sus nervios. Pero había
muchas posibilidades de que desertaran. Y de que hablaran.

Quizá este era el final entonces. Había sido una temeridad creer que
podía guardar un secreto como este para siempre.

«Pero podría haberlo guardado» se dio cuenta mientras llenaba los


vasos para otra ronda. Pudo haber dejado que soltaran el cable y dejar el
ancla para que la encontraran los guardias de Kerch. Sí, habrían adivinado
que Ravka estaba involucrada. Podrían haberse dado cuenta de que faltaba
el titanio. Podrían haber tomado medidas para vengarse. Nada bueno. Pero
su secreto aún habría sido suyo.

«Otra arma en nuestro arsenal.» Podría ser más cierto de lo que se


había imaginado. David sabía que una vez que existía la tecnología, era
imposible de controlar. Los tanques se hacían más grandes. Las armas
disparaban más balas. Las bombas hacían más daño. En la noche del ataque
furtivo contra Os Alta, el demonio se había convertido en un arma en la
mano de Nikolai. Tal vez no era una sorpresa que hubiera elegido usar esa
arma nuevamente. Pero una cosa era haber enviado a casa a un piloto
enemigo con una historia para asustar a los fjerdanos, y otra era intentar
comandar a los soldados que habían perdido la confianza en su rey. Nikolai
solo podía esperar que no creyeran a los soldados que intentaran difundir la
historia de esta noche y que aquellos que permanecieran a su servicio
encontraran la manera de volver a tener fe en él.

Jesper y Wylan estaban esperando al Cormorán en los acantilados,


luciendo sucios pero por lo demás ilesos. los sulíes no se veían por ningún
lado, pero Nikolai sospechaba que estaban cerca, observando.

Cuando Kaz se estaba preparando para descender a los acantilados,


Nikolai y Zoya se unieron a él en las puertas del compartimento azotadas
por el viento.

Nikolai le entregó una caja de metal.

—Para el Espectro —dijo.

Kaz lo tomó y se lo puso debajo del brazo.

—Un artilugio infernal para competir con tus otros artilugios infernales.

—Tengo un don para el orden y un gusto por el caos.

Kaz arqueó una ceja.


—Dice el hombre con el monstruo dentro.

—Veo las ruedas girando en su cabeza, señor Brekker, y me pregunto


qué podrías hacer con esta información. Te pediría, de un mentiroso a otro,
que lo guardes para ti mismo.

—Encuentro que los secretos son las provisiones más confiables.


Cuanto más tiempo se conservan, más aumenta su valor.

—Podríamos empujarlo fuera de la aeronave ahora —sugirió Zoya.

—Podríamos, pero no vamos a hacerlo.

—¿Por qué?

—Porque el señor Brekker tiene el mejor seguro de todos. Ha


demostrado ser útil.

—Hablando de secretos —dijo Kaz, agarrando el cable—. He recibido


noticias de las colonias de Kerch. Un cierto monarca y su esposa ya no
están en el exilio.

—¿Por orden de quién? —dijo Nikolai, la tensión lo atravesó.

—Jarl Brum y el gobierno de Fjerda. Este es el problema de dejar vivir


a tus enemigos.

—Ellos son mis padres.

—¿Tu punto es? —Kaz colocó su bastón con más firmeza en su agarre
y asintió al operador del cable, listo para descender—. Un consejo, de un
bastardo a otro: a veces es mejor dejar que el demonio tenga su día.

El cable se cayó y Kaz Brekker desapareció.


Nikolai había tenido la intención de intentar descansar, pero en cambio
se encontró en la oscura bodega de carga. Se tumbó en el frío suelo junto a
una de las pilas de titanio robado, ahora asegurado con cables y lonas. Aquí
reinaba el silencio, el vacío, el único sonido era el fuerte zumbido de los
motores de la aeronave. Casi fue suficiente para adormecerlo.

En algún momento, escuchó que un aviador era guiado a la bahía de


aterrizaje vecina. Sabía que era el mensajero con el que debían encontrarse
sobre el Mar Verdadero. Escuchó voces elevadas, pasos corriendo. Las
noticias no podían ser buenas. ¿Otra ciudad bombardeada? ¿Los fjerdanos
ya están marchando?

Quería estar de vuelta en la base de Kerch, compitiendo contra los


descubrimientos, escuchando el crepitar de la tormenta. Mejor eso que
lidiar con la realidad de una guerra que no había podido prevenir. El
Cormorán procedería directamente a Lazlayon, donde, con suerte, Nadia y
el resto de los Fabricadores podrían usar su escaso suministro de titanio
robado para darle a Ravka una ventaja en las batallas venideras. En cuanto
al Volkvolny, su hermoso Lobo de las Olas estaría en el puerto de Ketterdam
durante otros dos días para ser inspeccionado por cualquier miembro
entrometido del Consejo Mercantil. Privyet los recibiría como Sturmhond,
vestido con la espléndida levita que Nikolai ya había enviado al barco.
Había lamentado dejarlo ir. El abrigo era el mar abierto, el sueño de otra
vida que podría haber vivido. «¿Lo podrías hacer? —Zoya había
preguntado— ¿Renunciar al trono?» Había luchado tanto durante tanto
tiempo, pero una voz rebelde en su interior dijo, «Sí.» Al igual que el
demonio, él ansiaba libertad. Y, sin embargo, sabía que nunca podría
abandonar a Ravka como lo había hecho su padre, cediendo su deber a sus
propios deseos. Su desordenado y exasperante país podría exigirlo todo,
podría castigar a quienes lo amaban por su devoción, pero no le daría la
espalda a su gente.

Nikolai escuchó la puerta abrirse, olió flores silvestres en algún lugar de


la bodega de carga.
—¿Te estás escondiendo? —preguntó Zoya mientras cerraba la puerta
detrás de ella.

—Estoy merodeando. Es mucho más útil. —Dio unas palmaditas en el


suelo junto a él—. ¿Te unes a mí?

Esperaba que ella pusiera los ojos en blanco y le dijera que se moviera.
En cambio, se acostó a su lado, su hombro casi tocando el suyo. «Por todos
los Santos —pensó Nikolai— Estoy acostado junto a Zoya Nazyalensky.»
En algún lugar, el Conde Kirigin estaba llorando en su sopa. Miraron hacia
el techo en sombras de la bodega, a nada en absoluto.

—¿Dormiste? —preguntó ella.

—Por supuesto que no. Algún día veremos el fin de la guerra, y luego tú
y yo tomaremos una siesta juntos.

—¿Es esa tu idea de seducción?

—¿En estos días? Sí.

—Seré honesta, es increíblemente convincente.

—Escuché llegar a nuestro mensajero —dijo él—. ¿Guerra?

—Guerra. Nuestros exploradores han informado que las tropas de


Fjerda se están movilizando nuevamente.

—¿Sabemos hacia dónde se dirigen?

—Estamos esperando informes. —Ella inhaló profundamente—. Me


gusta la forma en que huele aquí. Aserrín. Petróleo.

—Nunca supe que te gustaran los astilleros.

—Quizás cualquier cosa huela bien después de Ketterdam. —Podía ver


su perfil en la penumbra—. No hay suficiente titanio, ¿verdad?
—No —admitió él—. Quizá David podría haber encontrado una manera
de hacerlo funcionar, pero… Nadia, Leoni y los demás deberían poder
aprovechar estos materiales. Wylan ofreció algunos bocetos nuevos que
ayudarán. Él tiene un don para la destrucción.

—Quizás si los fjerdanos ven los misiles más pequeños, la amenaza de


algo más grande será suficiente.

—No si Jarl Brum no se controla. —Nikolai y sus ingenieros habían


intentado reunir los detalles de las armas y los planes que Nina les había
enviado a través de los Hringsa, junto con la información de los espías de
Tamar, pero aún no podía estar seguro de a qué se enfrentaban.

—Nina cree que el príncipe Rasmus puede contrarrestar su belicismo —


dijo Zoya—. Quería traerla a casa, pero… tal vez esté más segura entre los
fjerdanos.

—¿Disculpa?

—Lo sé, lo sé. No puedo creer que lo esté diciendo tampoco.

—El capricho de un príncipe no proporciona gran seguridad.

—Una vez fuiste príncipe.

—Sí, pero soy yo. Dime algo, Nazyalensky. Cuando Fjerda obtenga a su
rey títere, suponiendo que los fjerdanos dejen vivir a cualquiera de nosotros,
¿crees que podrás controlar a Vadik Demidov?

—Tendríamos que perder primero, Nikolai.

Él la miró.

—Eso suena sospechosamente esperanzador. ¿Qué has hecho con mi


general pesimista?

—No estamos indefensos. Las novelas están llenas de bandas que


enfrentan probabilidades imposibles.
—¿Lees novelas?

—Cuando tengo tiempo.

—Entonces no.

—Leo cuando no puedo dormir.

—Entonces con regularidad. Si los fjerdanos tienen el testimonio de mi


madre, ese será el final de todo.

Zoya vaciló y supo que estaba sopesando sus palabras.

—¿Ella te traicionaría de esa manera?

No quería pensar eso, pero no podía permitirse el lujo de fingir.

—La saqué de su país y la despojé de una corona. Se podría argumentar


que la traicioné primero.

—No he hablado con mi madre desde que tenía nueve años.

Cuando había intentado casar a Zoya con un viejo noble podrido en


bolsas llenas de dinero.

—Siempre es prudente adelantarse al distanciamiento.

—Lo terrible es que… no la extrañé. Todavía no lo hago. Quizás


extraño algo que nunca tuve.

Nikolai conocía ese sentimiento, el anhelo de un padre en el que pudiera


confiar, un hermano mayor que podría haber sido su compañero en lugar de
su rival. Una verdadera familia.

—Ojalá mis padres hubieran sido personas diferentes, pero no me deben


nada. Si mi madre elige hablar en contra de mi parentesco, no puedo
culparla. —Pero aun así dolería como el infierno.

Zoya se incorporó apoyándose en los codos.


—Nada de eso importará si ganamos, si realmente ganamos. Ravka ama
la victoria más que la sangre real.

Y había pasado mucho tiempo desde que Ravka había tenido muchos
motivos para celebrar.

—Es por eso que el Darkling expandió el Abismo, ¿no es así? —


reflexionó Nikolai—. Estaba buscando un arma que no dejara a nadie en
duda del poder de Ravka. Sabía que si le daba la victoria a la gente,
finalmente lo amarían. ¿Qué dijeron tus Grisha sobre lo que pasó en la
base?

—¿Sobre tu demonio? —Ella suspiró y se recostó—. Están


conmocionados. Adrik perdió su brazo por uno de los nichevo'ya del
Darkling. Es difícil para él ver a esa criatura y no volver a esos días
terribles. Recuerdo a Tolya tratando de curarlo, la sangre… dejó un lago en
la cubierta del barco en el que escapamos.

—¿Adrik se irá?

—No creo que deserte. Pero no puedo responder por los demás.
Algunos secretos necesitan ser guardados.

—¿Los demás? —Giró la cabeza, tratando de descifrar la oscura arruga


entre sus cejas, el negro de su cabello. Tenía el mismo aspecto de siempre;
la hermosa e imposible Zoya—. ¿Por qué no me dijiste que eras suli?

—Creo que lo sabes, Nikolai.

—¿De verdad crees que habría cambiado la forma en que te veo?

—No. Tú no. Pero pregúntate a ti mismo, ¿los generales del Primer


Ejército me tratarían con tanto respeto si supieran que soy Suli?

—Si no lo hicieran, dejarían de ser mis generales.

—¿En serio crees que es tan simple como eso? ¿Que te lo pondrían tan
fácil? —Ella sacudió la cabeza—. Nunca vienen a ti con odio. Vienen con
lástima. ¿Aprendiste a leer en las caravanas suli? ¿Fue difícil crecer en tal
miseria? Se ríen del vello oscuro en tus brazos o dicen que te ves como
ravkano como si fuera una especie de cumplido. No hacen fácil luchar
contra ellos. —Zoya cerró los ojos—. Lo omití porque era más seguro ser
Zoya Nazyalensky que Zoya Nabri. Supongo que pensé que me mantendría
a salvo. Ahora no estoy tan segura. La mujer de los acantilados me llamó
hija. Esa palabra… no sabía que necesitaba esa palabra. No me arrepiento
de haberle dado la espalda a mis padres. Pero es difícil no preguntarse qué
habría pasado si mi padre me hubiera defendido. Si nos hubiéramos ido a
vivir con su gente. Si hubiera tenido otro lugar que no fuera el Pequeño
Palacio al que acudir, alguien que no fuera el Darkling para hacerme sentir
capaz y fuerte.

—No es demasiado tarde, Zoya. Eligieron ayudarte a ti en los


acantilados, no a mí, ni a Kaz Brekker.

Ahora la risa de Zoya fue dura.

—Pero realmente no me conocen, ¿verdad?

—Yo te elegiría a ti. —Las palabras salieron antes de que él las pensara
mejor, y luego no hubo forma de retractarse.

El silencio se extendió entre ellos. «Quizás el piso se abra y caiga en


picado hasta mi muerte», pensó esperanzado.

—¿Como su general? —Su voz era cautelosa. Ella le estaba ofreciendo


la oportunidad de enderezar el barco, de llevarlos de regreso a aguas
familiares.

«Y eres una buena general.»

«No podría haber mejor líder.»

«Puede que seas quisquillosa, pero eso es lo que necesita Ravka.»

Tantas respuestas fáciles.

En cambio, dijo:
—Como mi reina.

No pudo leer su expresión. ¿Estaba contenta? ¿Avergonzada?


¿Enfadada? Cada célula de su cuerpo le gritaba que hiciera una broma, para
liberarlos a ambos del peligro de este momento. Pero no lo haría. Seguía
siendo un corsario y había llegado demasiado lejos.

—Porque soy un soldado confiable —dijo ella, pero no parecía segura.


Era la misma voz cautelosa y vacilante, la voz de alguien que espera un
chiste, o tal vez un golpe—. Porque conozco todos tus secretos.

—A veces confío en ti más que en mí mismo, y pienso muy bien de mí


mismo.

¿Ella no había dicho que no había nadie más a quien elegiría para que la
respaldara en una pelea?

«Pero esa no es toda la verdad, ¿verdad, gran bulto cobarde?» Al


diablo con eso. Todos podrían morir pronto. Estaban a salvo aquí en la
oscuridad, rodeados por el zumbido de los motores.

—Te convertiría en mi reina porque te quiero. Te quiero todo el tiempo.

Ella se puso de costado y apoyó la cabeza en el brazo doblado. Un


pequeño movimiento, pero ahora podía sentir su respiración. Su corazón
estaba acelerado.

—Como tu general, debería decirte que sería una decisión terrible.

Él se acostó de lado. Ahora estaban uno frente al otro.

—Como tu rey, debería decirte que nadie podría disuadirme. Ningún


príncipe ni ningún poder podrían hacer que deje de quererte.

Nikolai se sintió borracho. Quizás desatar al demonio había desatado


algo en su cerebro. Ella se iba a reír de él. Ella lo dejaría sin sentido y le
diría que no tenía ningún derecho. Pero parecía que no podía detenerse.
—Te daría una corona si pudiera —dijo él—. Te mostraría el mundo
desde la proa de un barco. Te elegiría a ti, Zoya. Como mi general, como mi
amiga, como mi esposa. Te daría un zafiro del tamaño de una bellota. —
Metió la mano en el bolsillo—. Y todo lo que te pediría a cambio es que
uses esta maldita cinta en tu cabello el día de nuestra boda.

Ella extendió la mano, sus dedos se cernieron sobre el rollo de cinta de


terciopelo azul que descansaba en su palma.

Luego retiró la mano, acunando sus dedos como si se los hubieran


chamuscado.

—Te casarás con una hermana Taban que anhela una corona —dijo—.
O una niña rica de Kerch, o tal vez alguien de la realeza de Fjerda. Tendrás
herederos y futuro. No soy la reina que Ravka necesita.

—¿Y si eres la reina que quiero?

Ella cerró los ojos.

—Hay una historia que me contó mi tía hace mucho tiempo. No puedo
recordarlo todo, pero recuerdo la forma en que describió al héroe: “Él tenía
un espíritu dorado”. Me encantaban esas palabras. La hice leerlas una y otra
vez. Cuando era pequeña, pensaba que yo también tenía un espíritu dorado,
que iluminaría todo lo que tocara, que me haría ser amada como un héroe
en una historia. —Se sentó, encogió las rodillas y las rodeó con los brazos
como si pudiera refugiarse en su propio cuerpo. Él quería tirar de ella de
nuevo a su lado y presionar su boca contra la de ella. Quería que ella
volviera a mirarlo con posibilidad en sus ojos—. Pero eso no es lo que soy.
Todo lo que hay dentro de mí es afilado y gris como la madera de espinas.
—Se levantó y desempolvó su kefta—. No nací para ser una novia. Fui
hecha para ser un arma.

Nikolai se obligó a sonreír. No era como si le hubiera ofrecido una


propuesta real. Ambos sabían que tal cosa era imposible. Y, sin embargo, su
negativa dolió tanto como si él se hubiera arrodillado y le hubiera ofrecido
la mano como una especie de tonto enamorado. Dolió. Por todos los Santos,
dolió.
—Bueno —dijo él alegremente, apoyándose en los codos y mirándola
con todo el humor irónico que pudo reunir—. Las armas también son
buenas. Mucho más útiles que las novias y menos propensas a deprimirse
en el palacio. Pero si no va a gobernar Ravka a mi lado, ¿qué nos depara el
futuro, general?

Zoya abrió la puerta de la bodega de carga. La luz lo inundó, dorando


sus rasgos cuando ella lo miró.

—Seguiré luchando a tu lado. Como tu general. Como tu amiga. Porque


sean cuales sean mis fallas, sé esto: tú eres el rey que Ravka necesita.
32

Mayu
Traducido por ♥ CealenaS. ♥

NO PODÍAN REGRESAR AL PALACIO. No sin crear una conmoción


que nadie quería.

Bueno, que casi nadie quería.

—Llévanos a Ahmrat Jen —exigió Bergin, haciendo un gesto a los


demás prisioneros Grisha enfermos. Habían sido tratados con antídoto, pero
estaban débiles y no se sabía qué daño permanente se había hecho a sus
cuerpos.

Mayu se apoyó contra la pared junto al panel de control que Reyem


había destrozado. Su hermano se mantuvo firme, perfectamente quieto.
Demasiado quieto. Era como si fuera tan mecánico como las alas de su
espalda, un soldado mecánico que no necesitaba descansar. ¿Qué
necesitaba? ¿Quién era él ahora?

Afuera, Ehri y su abuela conversaban bajo el cielo nocturno. Makhi


había sido llevada al carruaje de Leyti, donde estaba siendo custodiada por
las Tavgharad, que ya no la servían, porque ya no era reina.

Bergin tomó un sorbo de agua. Los temblores habían abandonado su


cuerpo y, aunque todavía se veía frágil, su mirada brillaba de ira.

—Llévanos a la capital y déjalos ver lo que la reina Makhi llama


ciencia.
Mayu pensó que Tamar hablaría para estar de acuerdo con Bergin, pero
solo negó con la cabeza.

—Mira a tu alrededor —dijo ella, sus manos descansando en la muñeca


huesuda del cautivo Grisha, monitoreando su pulso—. Este es un
laboratorio. Nuestros informes sugieren que hay más. Sé que hay uno cerca
de Kobu, pero necesitamos las otras ubicaciones.

—El médico puede dárnoslas —dijo Bergin.

—Ese no es el único problema.

—¿Entonces qué es? He pasado casi tres meses aquí en un estado de


delirio, recibiendo una dosis de parem y obligado a hacer lo indecible. Lo
único que me mantuvo humano fue Reyem.

Sus ojos se encontraron y Mayu sintió la fuerza del vínculo entre ellos.

Pero Reyem bajó la vista.

—Ya no sé si soy humano.

Mayu tampoco estaba segura. No eran solo las alas y las pinzas
monstruosas, sino que una chispa en él se había extinguido. O tal vez
reemplazado con un tipo diferente de fuego. «¿Quién eres ahora, Reyem?
¿Qué eres?»

—Hablaste fjerdano y él volvió a ser él mismo —le dijo Mayu a Bergin


—. ¿Cómo lo hiciste?

—No sabía que podía —admitió él—. El trabajo de conversión es


agotador. Fue doloroso para ambos.

Los grandes hombros de Reyem se encogieron.

—Te odiaba, al igual que odiaba a los médicos y a los guardias. Hasta
que vi que tú también estabas sufriendo.

Bergin apoyó la cabeza contra el marco de metal de la litera.


—La mayoría del tiempo, solo existía el dolor y el trabajo. Me
hicieron… —Bajó la cabeza—. Lo siento, Reyem.

Se hizo un silencio, cargado de los horrores que habían visto Bergin y


su hermano.

Mayu tocó con su mano buena la de su gemelo y él la tomó suavemente


entre las suyas. Tamar y Bergin habían hecho todo lo posible por su otra
mano, y el dolor se había reducido a un latido leve.

En voz baja, ella dijo:

—Le dijiste a la reina que habías muerto mil veces.

Un músculo hizo tic en su mandíbula.

—Que tu corazón se detenga en tu pecho, que te desgarren la carne de


los huesos, que caigas en el olvido, que luego despiertes a una pesadilla una
y otra y otra vez. Todo para renacer como arma.

—Empecé a enseñarle fjerdano —dijo Bergin—. Para distraerlo del


dolor. Blasfemias, en su mayoría.

—¿Qué dijiste para que se despertara? —preguntó Tamar.

Bergin sonrió.

—No quieres saber. Fue increíblemente sucio.

Ehri entró en el laboratorio. Le habían lavado la cara, pero todavía


estaba cubierta de lodo.

—No podemos quedarnos aquí por más tiempo. Pronto amanecerá. Hay
un pequeño palacio de verano a medio camino de la ciudad. La reina Leyti
ordena que viajemos allí. Podemos comer, bañarnos, cambiarnos de ropa y
decidir qué vamos a hacer.

Bergin golpeó la litera con el puño.


—No habrá castigo para Makhi, para ninguno de ellos. Sólo observa.

—¿Por qué no? —preguntó Mayu. Se sintió ingenua al preguntar, como


una niña que intenta seguir el ritmo de su hermano una vez más.

—Porque todos son Taban —dijo Reyem—. Una mancha contra uno es
una mancha contra todos.

—No Ehri —dijo Mayu—. La gente la ama. Y saben que ella nunca
haría algo así. Habrá justicia.

Miró a la princesa, pero todo lo que hizo Ehri fue un gesto hacia la
puerta.

—Vamos. Habrá tiempo para hablar cuando hayamos comido y


descansado.

Tomó un tiempo ordenar el laboratorio. Tamar devolvió la conciencia al


médico y él, a su vez, despertó a los otros khergud mientras la reina Leyti y
Ehri miraban. Había cuatro, incluido Reyem, pero ninguno de los demás
recordaba sus verdaderos nombres. No hicieron preguntas, no hicieron
solicitudes. Simplemente se quedaron parados, algunos con alas, otros con
cuernos, otros con garras, esperando órdenes. Soldados perfectos. ¿Habían
avanzado más en su transformación que Reyem? ¿O ninguno de ellos había
tenido un Bergin, alguien que les recordara que eran más que dolor e ira?

Mayu observó mientras cerraban el laboratorio, y Bergin y Reyem


dieron su última mirada a este lugar de pesadilla. Era evidencia y se dejaría
intacto por ahora.

«Pero volveré», se prometió a sí misma. Tal vez nunca desterraría el


vacío de los ojos de su hermano, pero haría pedazos este lugar, pieza por
pieza, si tuviera que hacerlo. Ella lo vería arder hasta los cimientos.
El viaje al palacio de verano no duró mucho. Estaba ubicado en un valle
verde junto a su propio lago reluciente, una escapada para miembros de la
familia real o invitados importantes de la corona en los meses calurosos.

Mayu se sentó con su hermano y Bergin en una de las habitaciones del


jardín, las ventanas enmarcaban el sol que se elevaba lentamente sobre el
lago. Los otros Grisha y los khergud habían sido alojados en recámaras
separadas, fuertemente custodiadas, pero a Bergin se le había permitido
quedarse con Reyem.

—¿Que pasa ahora? —preguntó él—. No puedo volver a Fjerda.

Mayu no lo sabía. Ella no había pensado más allá de encontrar a Reyem


y liberarlo.

—Podríamos irnos a casa —sugirió ella—. Madre y Padr…

—No —dijo Reyem con dureza—. No quiero que nunca me vean así.

—Creen que estás muerto.

—Bien. Que me lloren.

—Reyem —suplicó Mayu. Necesitaba saber que podían recuperar una


parte de sus vidas—. Ellos te aman. Más que a nada. Más que a mí. Mas
que la vida. Te amarán de esta manera como te amaron antes.

—Pero no sé si yo puedo corresponderles el amor.

Mayu desvió la mirada. No podía soportar pensar en su dulce, risueño y


generoso hermano, y saber que se había ido.

Llamaron a la puerta y Tamar apareció.

—Quieren tu testimonio.

Mayu se levantó y sintió un roce de dedos contra su mano.

Reyem la estaba mirando.


—Hermana. Kebben. Que esto sea suficiente.

Todo lo que ella pudo hacer fue asentir e intentar sonreír. Siempre sería
su hermano, sin importar lo que le hubieran robado.

La Reina Leyti estaba esperando en el salón del templo, sentada en un


trono y rodeada por Tavgharad, Ehri a su derecha. Las estatuas de los Seis
Soldados brillaban en nichos iluminados por el sol en las paredes. Makhi
estaba sentada en un cojín bajo a la izquierda de la reina, una posición
destinada a humillarla. Pero estaba sentada con perfecto equilibrio, con el
rostro sereno, como si fuera ella la que estaba en el trono.

—Mayu Kir-Kaat —dijo la reina Leyti—. ¿Nos contarás tu historia?

Mayu no pudo ocultar su sorpresa. Había esperado que solo tuviera que
confirmar lo que Ehri ya había dicho, como lo había hecho con los
ministros Nagh y Zihun. Ella miró a Tamar, luego a Ehri, quien le dio un
suave asentimiento de ánimo.

—Empieza por tu hermano —dijo la princesa—. ¿Cuándo supiste que


había desaparecido?

Mayu respiró hondo.

—Me dijeron que estaba muerto, pero no les creí. Había escuchado
rumores de los khergud, como todos nosotros. Así que me dispuse a
encontrarlo. —Las palabras salieron vacilantes al principio. Mayu sintió
como si estuviera luchando por liberarlas, pero lentamente la historia
comenzó a desencadenarse, luego la arrastró y ella solo pudo seguirla. En
algún momento, se dio cuenta de que estaba llorando. Nunca había
desentrañado su historia, la historia de Isaak, nunca se lo había contado a
nadie, nunca había tenido la oportunidad de encajar el principio y el medio
a lo que podría ser el final.

Cuando terminó, la reina Leyti dijo:

—Has servido bien a la corona, Mayu Kir-Kaat. Te pediría que siguieras


siendo una de nuestros halcones. Ehri necesitará protección de alguien en
quien pueda confiar en los próximos años.

Mayu movió una mano.

—Con mucho gusto serviré a nuestra futura reina.

—Pero no seré tu reina —dijo Ehri en voz baja.

—Entonces…

Leyti levantó una mano.

—Gobernaré hasta que uno de mis bisnietos tenga la edad suficiente


para servir. Ehri y Makhi actuarán entonces como sus regentes.

—¡No puedes decir eso! —gritó Mayu. La soldado que ella había sido
podría haberse quedado callada, habría sabido su lugar, pero la vista de ese
laboratorio había desterrado para siempre a esa chica al pasado, y alguien
tenía que hablar por las víctimas de la violencia de Makhi—. Makhi violó
sus deseos incluso antes de ser reina. Ella es la razón por la que existe el
Jurda parem. Ella es la razón por la que mi hermano… ninguna de esas
personas volverá a ser la misma. Eran soldados que servían a su familia y a
este país. Se merecen algo mejor.

—Los laboratorios se cerrarán —dijo la reina Leyti—, y Makhi ya no


tendrá autoridad sobre la distribución de fondos. No podrá volver a iniciar
el programa. A los khergud se les ofrecerá santuario.

—¿Santuario? —dijo Mayu—. Se refiere al exilio, ¿no?

—Deben permanecer en secreto. Por ahora, se quedarán aquí en el


palacio de verano para descansar y recuperarse mientras continuamos hacia
la capital.

Mayu no podía creer lo que estaba escuchando. Bergin tenía razón. Dijo
que no habría justicia. Que Makhi y sus lacayos no se enfrentarían a un
castigo. Volvió su ira hacia Ehri.

—Le dije que eras mejor que eso.


Pero fue Tamar quien habló.

—Si lo que ha hecho Makhi se difunde, estallará el caos. Cada una de


las hermanas Taban se convertirá en contendientes por el trono.

—¡Están asesinando a Grisha! —gritó Mayu—. ¡Tu propia gente!


¿No…?

Tamar no se inmutó.

—Soy Grisha y también soy shu. No quiero ver este país destrozado por
la guerra civil como lo ha sido Ravka.

—No te importa Shu Han. Solo quieres un aliado que te ayude a


defenderte de los fjerdanos. Makhi debería enfrentarse a un juicio.

—No habrá juicio —dijo la reina Leyti—. Makhi dirá que está enferma
y con gratitud servirá a la corona junto a su hermana.

Mayu levantó las manos. ¿Lo que le había hecho a su hermano, a los
Grisha, a ella, a Isaak? ¿Nada de eso significaba nada?

—Sabe que ella no se conformará con eso. No se puede confiar en


Makhi.

—No podría estar más de acuerdo —dijo la reina Leyti—. Por eso he
contratado un seguro. —Hizo un gesto a sus guardias y entró el ministro
Yerwei, el hombre que había sido médico de tres reinas Taban.

—¿Él? —dijo Mayu con incredulidad—. Yerwei es su confidente más


cercano.

Pero Makhi no lucía triunfante. Por primera vez, su expresión serena


vaciló y su rostro palideció. La reina Leyti miró a su nieta con ojos tristes.

—Esperaba que no hubiera nada de verdad en eso —dijo ella—. Pero


ahora veo que el ministro Yerwei no mintió. Ehri estaba destinada a ser la
heredera de su madre.
—Eso… eso no puede ser —dijo Ehri.

Los labios de Makhi se retrajeron en una mueca de desprecio.

—Ella dijo que yo había nacido con toda la astucia de los Taban, pero
sin su corazón.

—Me temo que tenía razón —dijo la reina Leyti—. Ministro Yerwei, ha
preparado una confesión, ¿no es así?

—Lo he hecho, Su Majestad. Cuatro copias, como ordenó.

—Makhi, también firmarás estas confesiones. Entonces serán selladas.


Una permanecerá conmigo, otra con Ehri, otra con los ministros Nagh y
Zihun, que no tienen idea del contenido. Una irá a Ravka con Tamar Kir-
Bataar. Cumplirás los términos que te he impuesto y el tratado que tú
misma firmaste, o tus crímenes contra la corona serán revelados y serás
juzgada como traidora a la línea Taban.

—Nunca me inclinaré ante otra reina Taban —escupió Makhi.

—Esa es tu elección. En cuyo caso, puedes ausentarte de la corte y


pasar tus días en un palacio de tu elección, custodiada por las Tavgharad de
mi elección. Si necesitas un pasatiempo, te recomiendo la jardinería.

—Su Majestad —dijo Tamar, dando un paso adelante—. Preguntaría…

—Sé lo que preguntarás, Tamar Kir-Bataar. No puedo enviar tropas para


ayudar a tu rey.

—La reina Makhi firmó un tratado. Un ataque contra Ravka es un


ataque contra los shu.

—Enviaremos al rey ravkano nuestras más sinceras disculpas y una


confirmación de nuestra amistad, pero no podemos enviar a nuestros
soldados a morir en una guerra extranjera.

—Abuela —dijo Ehri—, fue Nikolai Lantsov quien me salvó la vida.


—Le debemos una deuda. —Mayu asintió. No amaba al rey ravkano,
pero ella y su hermano le debían la vida. Él podría haberla condenado a
muerte por los crímenes que había cometido. Él podría haberse casado con
Ehri para forjar una alianza y abandonar a los soldados Grisha y khergud
atrapados en laboratorios secretos—. No podemos abandonar su país.

Leyti levantó una mano.

—Cumplimos con esta deuda honrando nuestro tratado y acordando


apoyar los derechos de todos los Grisha. No podemos hacer eso si se nos ve
como marionetas de Ravka.

Tamar estaba mirando a Leyti, Makhi y el ministro Yerwei.

—Has hecho algún tipo de acuerdo con Fjerda, ¿no es así? Quieren que
te mantengas neutral.

—Fjerda nos ha hecho saber que, en caso de que ocupen Ravka,


respetarán nuestra frontera compartida.

Tamar negó lentamente con la cabeza.

—Será mejor que rece porque sean más dignos de confianza que usted y
su nieta.

—No podemos enviar ayuda al rey Lantsov. Los ministros se resistirán


y tienen razón. No es nuestra guerra.

—Lo será cuando no haya Ravka que se interponga entre ustedes y los
fjerdanos.

La reina Leyti Kir-Taba, hija del cielo, no se conmovió.

—Si los lobos vienen aullando, entonces los enfrentaremos. Por ahora,
el zorro se enfrentará a ellos por su cuenta.
33

El monje
Traducido por Lieve

ALEKSANDER ESCRUTÓ A SU EJÉRCITO DE FIELES, sus


acólitos, las personas con las que construiría una nueva era. Por primera vez
en varios cientos de años, deseó whisky.

—Están listos —dijo el hermano Chernov, rebosante de orgullo, con su


barba con motas grises casi erizada de emoción.

«Listos para morir, supongo», pensó Aleksander, pero no dejó que se


notara su frustración.

Le dio una palmada a Chernov en la espalda.

—Vamos con la revelación.

El gran hombre lo siguió mientras caminaban juntos por el


campamento. Aleksander no tenía forma de saber dónde atacarían los
fjerdanos, por lo que había traído a sus seguidores, y ahora eran suyos, al
área al norte de Adena para esperar la noticia de la batalla. Pero ellos habían
insistido en viajar hacia el oeste dentro del Abismo para pasar sus noches en
comunión con el Sin Estrellas. «Estoy justo aquí», había querido gritar. No
tuvo más remedio que complacerlos en un peregrinaje a las arenas sagradas.

No le importaba. Era, en parte, una cuestión de practicidad. No había


refugio en el Abismo, no había plantas para buscar comida, no había caza
para alimentarse. Todo lo que tenían para comer era la tarta y la carne seca
que habían traído, algunos barriles de cerveza sin alcohol y el agua de sus
cantimploras. Dormían en suelo duro sin árboles ni rocas que soportaran la
peor parte del viento invernal. Y, sin embargo, sus compañeros estaban
jubilosos. Hacían servicios cada atardecer y durante los días alternaban la
oración y el entrenamiento. Iban a entrar en una batalla, después de todo, y
aunque Aleksander no tenía la intención de que pelearan mucho, tenían que
parecer que sabían lo que estaban haciendo.

—¿De dónde sacaste ese conocimiento militar, Yuri? —preguntó el


hermano Azarov mientras Aleksander ponía a los peregrinos en otra ronda
de carreras. Él mismo había sido soldado antes de desertar para unirse a las
filas de los fieles del Sin Estrellas.

—Durante mi tiempo con la Guardia Sacerdotal —mintió.

Yuri nunca había empuñado un arma. Había estado más feliz encerrado
en la biblioteca.

—Necesitamos más armas —dijo él.

Las cejas peludas de Chernov se elevaron.

—¿Por qué? Cuando el Sin Estrellas…

—No dictamos la llegada del Santo Sin Estrellas. Tenemos que estar
preparados para defendernos.

«¿Están todos tan ansiosos por morir?» se preguntó.

«Tienen fe —fue la respuesta de Yuri— Ellos tienen fe en ti.»

Era lo mejor, pero la guerra era la guerra.

—Hay un alijo de armas en el antiguo fuerte al este de Ryevost —dijo el


hermano Azarov—. Fui enviado allí por un tiempo.

—¿Crees que todavía estarán allí? —preguntó Aleksander.

—Si el Sin Estrellas vela por nosotros, lo estarán.


Aleksander tuvo que esforzarse para no poner los ojos en blanco. Si
recordaba correctamente, el viejo fuerte había sido prácticamente
desmantelado y utilizado como arsenal de municiones.

—Iremos allí esta noche —dijo él.

—Después de los servicios.

—Por supuesto.

Después del anochecer, engancharon una carreta a dos de sus caballos y


viajaron al antiguo fuerte. Pasar a los guardias fue bastante fácil. El único
desafío había sido convocar a la sombra para que ocultara sus movimientos
sin revelar su poder al hermano Azarov.

Pero su suerte había cambiado rápidamente.

—¿Eso es todo? —preguntó Aleksander, mirando las cajas de armas


decrépitas. Tomó uno de los viejos rifles de un solo disparo—. Bien
podríamos intentar abofetearlos hasta matarlos.

—El Sin Estrellas nos protegerá.

Aleksander estudió al hermano Azarov en la habitación oscura.

—Eres un soldado…

—Fui un soldado.

—Muy bien. Una vez fuiste un soldado y ¿caminaste hacia un campo de


batalla sin nada más que tu fe para protegerte?

—Si eso es lo que nuestro Santo requiere.

Aleksander debería alegrarse de esa fe, de que todo lo que había


necesitado era un juego de sombras para que esta gente marchara a una
guerra con él. Entonces, ¿por qué se sentía incómodo?

«¿Los protegerás?»
Él podría. Lo haría si fuera necesario. Sus poderes habían regresado a
él. Podría formar nichevo'ya para luchar en su nombre. Sus peregrinos
podían entrar al campo con picos y palas y aun así saldrían victoriosos.

Y, sin embargo, su mente estaba turbada.

Empacaron las pocas armas que parecían ser útiles y cabalgaron de


regreso hacia Adena en silencio. Como tenían el carro, se reunirían con el
hermano Chernov y algunos de los demás fuera de la aldea para ayudarlos a
transportar suministros desde el mercado.

Aleksander no pudo evitar pensar en el primer ejército que había


construido. Yevgeni Lantsov había sido rey en ese entonces y había estado
en guerra con los shu durante la totalidad de su reinado. No pudo mantener
la frontera sur y sus fuerzas se estiraron hasta el límite. Aleksander había
pasado por un nombre diferente entonces. Leonid. El primer Darkling en
ofrecer sus dones al servicio del rey.

Su madre le había advertido que no fuera. Habían estado viviendo cerca


de una vieja curtiduría, el hedor de los productos químicos y los despojos
siempre era espeso en el aire.

«Una vez que eres conocido, no puedes ser desconocido», le había


advertido ella.

Pero había estado esperando a un gobernante como Yevgeni: práctico,


con visión de futuro y desesperado. Aleksander viajó a la capital y pidió
una audiencia con el rey, y allí dejó que sus sombras se desplegaran. El
Gran Palacio ni siquiera había sido construido entonces, solo un castillo
destartalado de madera desvencijada y piedra andrajosa.

El rey y su corte se habían asustado. Algunos lo habían llamado


demonio, otros habían afirmado que era un embaucador y un fraude. Pero el
rey era demasiado pragmático para dejar pasar esa oportunidad.

—Llevarás tus talentos a la frontera. —Le había dicho a Aleksander—.


Ya sea verdadera hechicería o una mera ilusión, los usarás contra nuestros
enemigos. Y si nuestro ejército logra la victoria, serás recompensado.
Aleksander había marchado hacia el sur con los soldados del rey, y
cuando se enfrentaron a los shu en el campo, desató la oscuridad sobre sus
oponentes, cegándolos donde estaban. Las fuerzas de Ravka habían ganado
el día.

Pero cuando Yevgeni le ofreció a Aleksander su recompensa, rechazó el


oro del rey.

—Hay otros como yo, Grisha, que viven escondidos. Deme permiso
para ofrecerles un santuario aquí y le construiré un ejército que el mundo
nunca haya visto.

Aleksander había viajado por todo Ravka, a lugares que él y su madre


habían visitado antes, a tierras lejanas donde había ido solo a estudiar.
Conocía los caminos secretos y los escondites de los Grisha, y dondequiera
que fuera, les prometía una nueva vida, vivida sin miedo.

«Seremos respetados —había prometido— Honrados. Tendremos un


hogar por fin.»

Al principio no habían querido ir con él a la capital. Habían estado


seguros de que era algún tipo de truco y que una vez que estuvieran dentro
de los muros dobles de la ciudad, los matarían. Pero algunos estuvieron
dispuestos a hacer el viaje con él y se habían convertido en soldados del
Segundo Ejército.

Hubo objeciones de nobles y sacerdotes, por supuesto, acusaciones de


magia oscura, pero a medida que continuaban sus victorias militares, los
argumentos se debilitaron.

Solo el Apparat del rey Yevgeni continuó haciendo campaña contra los
Grisha. Gritó que los santos abandonarían a Ravka si el rey continuaba
albergando brujos bajo su techo. Todos los días se paraba ante el trono y
despotricaba hasta que le faltaba el aliento y tenía la cara roja. Un día,
simplemente se desplomó. Si lo había ayudado a morir un Corporalnik
colocado junto a una ventana sombreada, nadie se dio cuenta.
Pero el siguiente Apparat fue más prudente en sus objeciones. Predicó
la historia de Yaromir y Sankto Feliks en el Primer Altar, una historia de
soldados extraordinarios que habían ayudado a un rey a unificar un país, y
dos años más tarde, Aleksander comenzó a trabajar en el Pequeño Palacio.

Había pensado que había cumplido su tarea, que había dado a su gente
un refugio seguro, un hogar donde nunca serían castigados por sus dones.

¿Qué había cambiado? La respuesta era todo. Los reyes vivieron y


murieron. Sus hijos eran honestos o corruptos. Las guerras terminaban y
comenzaban de nuevo, y una y otra vez. Los Grisha no eran aceptados; eran
resentidos en Ravka y cazados en el extranjero. Los hombres luchaban
contra ellos con espadas, luego con pistolas, luego algo peor. No tenía fin, y
por eso él había buscado ponerle fin. Un poder que no se pudiera cuestionar.
Que no pudiera contrarrestarse. El resultado había sido el Abismo.

Sus primeros soldados estaban muertos ahora. Amantes, aliados,


innumerables reyes y reinas. Solo él continuó. La eternidad requería
práctica, y él había tenido bastante. El mundo había cambiado. La guerra
había cambiado. Pero él no lo hizo. Había viajado, aprendido, matado.
Había conocido a su media hermana, que se había convertido en leyenda y
Santidad. Había buscado por todo el mundo a los otros hijos de su madre,
hambriento de parentesco, de encontrarse a sí mismo en los demás. Había
descartado sus vidas pasadas como una serpiente que muda su piel,
volviéndose más elegante y más peligrosa con cada nueva versión de sí
mismo. Pero tal vez había dejado una parte de lo que era en cada una de
esas vidas.

El hermano Azarov se despertó sobresaltado cuando Aleksander detuvo


el carro en el camino en pendiente que conducía a Adena. El monje bostezó
y chasqueó los labios. Era temprano en la mañana y Aleksander pudo ver
que era día de mercado en la pequeña ciudad. Incluso desde la distancia,
podía decir que el ambiente era sombrío, la amenaza de guerra se acercaba
cada vez más, pero la plaza todavía estaba llena de gente abasteciéndose de
provisiones, niños jugando o trabajando en los puestos con sus padres,
vecinos saludando.
Aleksander saltó para estirar las piernas y asegurarse de que las armas
estuvieran bien aseguradas en la parte trasera del carromato.

—¿Has estado en Adena con anterioridad? —preguntó el hermano


Azarov.

—Sí —respondió antes de pensarlo mejor. Yuri nunca lo había hecho—.


No… pero siempre quise visitar.

—¿Oh? —Azarov miró la ciudad como si esperara que de repente se


convirtiera en una versión más interesante de sí misma—. ¿Por qué? ¿Tiene
algo de especial?

—Hay un mural muy fino en su catedral.

—¿De Sankta Lizabeta?

¿Era esta su ciudad? Sí, lo recordaba ahora. Había realizado algún tipo
de milagro aquí para atraer al joven rey al Abismo. Pero no había ningún
mural en la iglesia.

—Me refiero a la estatua —dijo él. Ella la había hecho sangrar lágrimas
negras y había cubierto de rosas.

—¿Quién eres?

Aleksander levantó la vista de los cartuchos de municiones que estaba


clasificando.

—¿Disculpa?

El hermano Azarov estaba junto al carromato. Su cabello amarillo


estaba revuelto por la aventura de la noche y sus ojos estaban entrecerrados.

—Quienquiera que seas, no eres Yuri Vedenen.

Se obligó a reír.

—Entonces, ¿quién soy yo?


—No sé. —El rostro de Azarov estaba sombrío, y Aleksander se dio
cuenta demasiado tarde de que su demostración de confusión sobre Adena
había sido un acto—. Un impostor. Un agente del rey Lantsov. Uno de los
hombres del Apparat. De lo único que estoy seguro es de que eres un
charlatán y no un sirviente del Sin Estrellas.

Aleksander se giró lentamente.

—¿Un sirviente? No. No volveré a servir a nadie en esta vida ni en


ninguna otra. —Consideró sus opciones. ¿Se le podría hacer comprender al
hermano Azarov qué era, quién era?—. Debes escuchar con atención,
Azarov. Estás al borde de algo grandioso…

—¡No te acerques a mí! Eres un pagano. Un hereje. Nos llevarías a la


batalla y nos verías asesinados en el campo.

—El Sin Estrellas…

—¡No tienes derecho a hablar de él!

Aleksander casi se rio.

—Ningún hombre debería verse obligado a lidiar con la ironía con tanta
furia.

—¡Hermano Chernov! —llamó Azarov.

En la plaza del mercado, Chernov alzó la vista y saludó. Él y los demás


peregrinos llevaban cestas y cajones llenos de comida y suministros.

Aleksander tiró al hermano Azarov detrás del carromato y puso una


mano sobre la boca del peregrino.

—Has pedido milagros y yo te he traído milagros. No comprendes las


fuerzas que actúan aquí.

Azarov se agitó en su agarre. Tenía la fuerza del soldado que había sido.
Liberó su cabeza de un tirón.
—Conozco el mal cuando lo veo.

Ahora Aleksander tuvo que sonreír.

—Tal vez.

Dejó que se formara un nichevo'ya detrás de Azarov, que se elevaba y


tenía alas. Llamar al merzost fue doloroso, como un aliento arrancado de
sus pulmones, un momento de terror cuando su vida era arrancada para
formar otra. Creación. Abominación. Pero ya estaba acostumbrado.

Los ojos de Azarov se agrandaron al ver la sombra del monstruo detrás


de él. Nunca tuvo la oportunidad de girarse. Un gemido de sus labios se
escapó mientras la mano con garras del nichevo'ya atravesaba su pecho. Él
bajó la vista hacia las garras negras enroscadas alrededor de su corazón que
aún latía. Luego se desplomó.

«¡Asesino! —La angustia de Yuri era como una alarma sonando en su


cráneo— ¡No tenías ningún derecho!»

«Calla. Azarov estaba dispuesto a morir por mí y lo hizo.»

Aleksander miró alrededor del carro. Los peregrinos todavía se


acercaban. Tenía unos momentos para decidir qué hacer con el cuerpo. El
nichevo'ya podría llevárselo, pero lo verían alzando el vuelo con Azarov.
Tendría que enterrar al peregrino debajo de las armas y esperar recuperar el
cuerpo cuando regresaran al campamento.

Escuchó gritos desde la plaza del mercado. Se acercaba una especie de


tormenta , las nubes proyectaban sombras oscuras sobre la ciudad.

No, no una tormenta. Se estaba moviendo demasiado rápido para eso,


una mancha de oscuridad se extendía por las casas. Todo lo que tocaba se
convertía en sombra, parecía mantener su forma por el más mínimo
momento, luego se disolvía en humo. Kilyklava. el vampiro. ¿Había atraído
de alguna manera la plaga a Adena, o era mera coincidencia?
La gente se dispersó, gritando, tratando de escapar, tratando de arrojarse
fuera de su camino.

Aleksander no podía apartar la mirada. La sombra se apresuró hacia él.


El hermano Chernov y los demás saltaron fuera de la carretera,
abandonando el pan y las coles.

«Corre.»

Sabía que debería hacerlo. Pero era demasiado tarde. ¿Cómo se sentiría
la muerte la segunda vez? El viejo caballo tuvo tiempo de soltar un relincho
de sorpresa, antes de que él y el carro fueran tragados por la oscuridad.

La sombra se abalanzó hacia él y se separó. Corrió a su alrededor en un


torrente de noche. Era como contemplar las aguas negras de un lago. Luego
se fue. Aleksander se volvió y vio que la plaga se derramaba sobre la
carretera y el prado antes de que en algún lugar del lejano horizonte
pareciera detenerse.

Se había acercado silenciosamente, rápidamente, una flecha disparada


por un arco invisible, y desapareció con la misma rapidez. En la plaza del
pueblo, o lo que quedaba de ella, la gente lloraba y gritaba. La mitad de la
ciudad estaba como antes; llena de color, los puestos del mercado llenos de
embutidos, montones de nabos, rollos de lana. Pero la otra mitad
simplemente se había ido, como si una mano descuidada la hubiera
limpiado, sin dejar nada más que una mancha gris, una franja de olvido
donde la vida había estado momentos antes.

Los peregrinos lo miraban fijamente mientras se ponían de pie y salían


de la zanja por la que habían rodado.

Aleksander miró al suelo. Entre sus botas, vio barro, guijarros, un


parche de hierba descuidada. A su izquierda, a su derecha, nada más que
arena gris muerta. El carro se había ido, todas las armas. Y el hermano
Azarov.

El rostro redondo del hermano Chernov estaba lleno de asombro cuando


se acercó.
—Te salvó.

—No lo entiendo —dijo Aleksander, haciendo todo lo posible por sonar


consternado—. El hermano Azarov no tuvo tanta suerte.

A los peregrinos no pareció importarles. Lo estaban mirando con


asombro en sus ojos.

—En verdad, tienes la bendición del Sin Estrellas.

Un joven peregrino escuálido miró hacia la ciudad.

—¿Pero por qué el Sin Estrellas salvaría al hermano Vedenen de la


plaga y no a esas personas inocentes?

—No nos corresponde a nosotros cuestionar sus métodos —dijo el


hermano Chernov mientras comenzaban su larga caminata de regreso al
campamento—. Cuando el Darkling regrese y se convierta en un Santo, la
plaga no nos molestará más.

Otra cosa más en la que Chernov se equivocaba.

Aleksander miró hacia la ciudad. Le había hecho peor a Novokribirsk al


comienzo de la guerra civil. Pero él había tenido el control. El vampiro no
tenía amo. No se podía razonar ni seducir. ¿Por qué lo había perdonado?
Quizá reconoció el poder que había creado el Abismo. O tal vez la plaga
cobró vida y sintió algo antinatural en él, algo de lo que no tenía sed.

El resto del día fue pasado en el Abismo, haciendo un nuevo plan para
su viaje al norte y dónde adquirir armas y suministros. Entrenaron, rezaron,
comieron su escasa provisión de tacos y carne de cerdo en salazón, y se
acostaron a dormir.

—Descansen —les dijo—. Descansen y esperaremos la señal. —


Cuando llegara el momento adecuado en el campo de batalla, soltaría a sus
nichevo'ya y todos sabrían que el Sin Estrellas había regresado.

Estas personas eran parias, se dio cuenta, mientras se abría camino entre
los peregrinos dormidos. Tal como lo habían sido los Grisha una vez.
«No es demasiado tarde para ti.» Eso había dicho Alina. ¿O fue su
madre? ¿O el mosquito? No importaba. Toda su larga vida se había guiado
por la claridad de propósito. Le había dejado matar sin remordimientos y le
había dado el atrevimiento de tomar un poder que debería haber estado más
allá de su alcance. Lo había resucitado de entre los muertos. Esa era la
claridad que necesitaba ahora.

Aleksander se acostó en las mantas que le habían reservado. Olían


demasiado a caballo. Tomó un puñado de las arenas muertas del Abismo y
las dejó escurrirse entre sus dedos. ¿Era este su legado? ¿Esta herida donde
nada crecería? ¿Una plaga que se extendía incluso cuando su nación
marchaba a la guerra?

Miró las estrellas esparcidas como un tesoro derramado por el cielo


nocturno. El Sin Estrellas. Sus seguidores pronunciaban su nombre en tono
de reverencia y, en los días venideros, su número aumentaría. Pero la gente
no volvía los ojos al cielo en busca de la oscuridad. Era la luz lo que
buscaban.

«Todo eso cambiará —juró él— Les daré la salvación hasta que me
pidan que me detenga.»
34

Nikolai
Traducido por NataliCQ

EL ESTADO DE ÁNIMO EN LAZLAYON era desolador. Nikolai


había querido hablar con Adrik antes de que aterrizaran, pero no había visto
al Impulsor. Había poco espacio para no chocar entre sí en un barco como el
Cormorán, y eso significaba que Adrik lo estaba evitando.

—Una palabra —dijo Nikolai mientras desembarcaban en la brumosa


pista de aterrizaje junto a la entrada secreta a los laboratorios.

Adrik parecía cauteloso, pero solo dijo:

—Sí, Su Majestad.

—Si crees que no puedes seguir sirviéndome, puedes presentar tu


renuncia. Estamos desesperados por entrenar a los Grisha, pero no puedo
permitirme un soldado cuyo corazón no esté en esta pelea.

—No tengo ningún interés en renunciar.

—¿Estás seguro? Piensa antes de responder.

Adrik era más joven que Nikolai, pero su comportamiento siempre


miserable lo hacía fácil de olvidar. Ahora parecía un niño, el niño cuyo
cuerpo había sido atacado por los monstruos de Darkling y que había
luchado cuando otros habían perdido la voluntad.

—¿Eres… cuánto eres tú y cuánto es esa cosa?


—No lo sé —respondió Nikolai con sinceridad—. Pero el demonio no
está al mando del Darkling. Es mío.

—¿Estás seguro de eso?

Nikolai no tenía ninguna razón para estarlo. Y sin embargo estaba


seguro. Tal vez la oscuridad dentro de él había pertenecido alguna vez al
Darkling, un demonio nacido del poder de su enemigo. Pero habían
comenzado a hacer las paces cuando se enfrentaron en el bosque de espino.
Ahora era su monstruo.

—Estoy seguro —dijo Nikolai—. Si no fuera así, creo que sabes que
nunca me permitiría liderar un ejército.

Adrik lo miró especulativamente.

—Todavía estoy de tu lado, Korol Rezni. Por ahora. Después de la


guerra, veremos. Tal vez me maten en acción y no tendré que preocuparme
por eso.

—Ese es el Adrik que conozco.

Adrik se encogió de hombros, su tristeza descendió sobre él como una


capa muy gastada.

—Este país siempre ha estado maldito —dijo, mientras se dirigía a los


laboratorios—. Tal vez se merece un rey maldito.

—Ya entrará en razón —dijo Zoya, acercándose con una pila de


correspondencia en sus manos—. Informes de nuestros comandantes.
Especulaciones de nuestros exploradores sobre dónde y cuándo atacarán los
fjerdanos.

Era difícil estar agradecido por una guerra, pero estaba contento de que
él y Zoya tuvieran mucho de qué hablar, que no fuera lo que había dicho en
el dirigible. ¿Lo negaría si pudiera? Odiaba el nerviosismo que sentía en
ella, la forma en que parecía mantener las distancias. Pero la guerra era
impredecible. Puede que no sobreviviera a la lucha que se avecinaba. No
podía lamentar haber mostrado su corazón, o al menos una parte de él.

—¿Dónde apostarías tú? —preguntó.

Zoya lo consideró.

—El permafrost. Es un terreno perfecto para los tanques de Fjerda, y la


capa de nubes daña a nuestros voladores.

—¿No en Arkesk?

—Tendría sentido para los fjerdanos, excepto por el pequeño asunto del
bloqueo de Sturmhond. No obtendrán ningún apoyo del mar. Además,
sabemos que están en conversaciones secretas con Ravka Occidental.
¿Crees que invadirán suelo occidental de todos modos?

—Tal vez —dijo Nikolai. Si las conversaciones fueran una farsa, Fjerda
podría hacer precisamente eso. Arkesk estaba más cerca de la capital
fjerdana y su topografía rocosa era accidentada, pero manejable—. Los
árboles los ralentizarían. Eso podría funcionar a nuestro favor.

—Por los dientes de los Santos —juró Zoya.

Nikolai miró hacia arriba y vio al Conde Kirigin acercándose a ellos con
un notable abrigo de orquídeas y pantalones.

—Lamento interrumpir, pero ha habido un alboroto en la puerta. Hay un


hombre que pide ver al rey.

Nikolai frunció el ceño. El Cormorán había volado directamente a


Lazlayon al amparo de el Abismo. No había ninguna razón para que nadie
pensara que estaba visitando la propiedad de Kirigin.

—¿Quién es? —preguntó Zoya.

—Ni idea —dijo Kirigin—. Está hecho un desastre. Podrías confundirlo


con una pila de trapos. Puedo hacer que los guardias lo echen.
—No —dijo Zoya—. Quiero saber por qué vino a buscar al rey aquí.
Haga que busquen armas y que lo lleven a la casa.

—No entrará. Dice que desea hablar con el rey a solas.

Las cejas de Zoya se alzaron.

—¿A solas?

—Un extraño vestido con harapos que se atreve a mandar a un rey —


dijo Nikolai—. Estoy intrigado.

—Podría ser un asesino —dijo Zoya.

—Uno terrible.

—O uno muy bueno, ya que pareces dispuesto a ceder.

—Préstame tus guardias, Kirigin. Veamos qué tiene que decir este
desconocido.

El camino hasta las puertas fue largo, pero a Nikolai no le importó.


Necesitaba tiempo para pensar. Tratar de señalar dónde lanzaría Fjerda su
ataque era un juego de adivinanzas mortal. Ravka no podía permitirse el
lujo de dispersar sus fuerzas demasiado, pero si elegía el lugar equivocado
para tomar posición, Fjerda atravesaría la frontera norte sin oposición.
Entonces, ¿el enemigo elegiría a Arkesk o el permafrost o cualquier otro
lugar?

La descripción que hizo el conde Kirigin del desconocido había sido


acertada. Era alto, y eso fue todo lo que Nikolai pudo decir con respecto a
su apariencia. Iba envuelto en un grueso abrigo de lana, un sombrero
colgado hasta las orejas, de modo que poco más que sus brillantes ojos
azules eran visibles, y estaba cubierto de hollín.

—Maldita sea —dijo Nikolai, repentinamente dándose cuenta de lo que


esto tenía que ser—. Debe haber estado en Os Alta y haber perdido a
familiares o amigos en el bombardeo. —Había venido aquí buscando a
alguien a quien responsabilizar, y Nikolai no podía culparlo por elegir al
rey. Bien. Esto no sería lo peor que enfrentaría en los próximos días.

Nikolai saludó al desconocido.

—Me han dicho que me han ordenado que haga acto de presencia.

—No ordenado. Invitado. —Hablaba ravkano con un leve acento.

—Es tarde. ¿Qué puedo hacer por ti?

El desconocido metió la mano en el bolsillo. Al instante, los guardias de


Zoya y Kirigin se lanzaron frente a Nikolai, con las manos y los rifles en
alto.

—Es mejor moverse lentamente en tales situaciones —dijo Nikolai.

El desconocido levantó las palmas de las manos, mostrando que no


tenía un arma, solo un pequeño paquete envuelto en papel marrón.

—Para el rey —dijo, extendiéndolo—. Y solo para el rey.

Con cautela, Zoya tomó el paquete.

—Déjalo —dijo Nikolai—. Si me va a matar con la bomba más pequeña


del mundo, al menos tendré una muerte interesante.

Apartó el papel. Era una miniatura de Tatiana Lantsov, la exreina de


Ravka. Su madre. La mirada de Nikolai se volvió hacia el desconocido que
tenía ante él. Solo había visto a su verdadero padre en un retrato, una
miniatura justo como esta que había pertenecido a su madre. Magnus Opjer
había parecido la viva imagen de Nikolai. Excepto por sus brillantes ojos
azules.

—Déjennos —le dijo a Zoya y a los guardias.

—No es seguro —comenzó Zoya, pero se detuvo cuando vio la


expresión en su rostro—. Está bien —dijo—. Pero estaremos en el camino.
No voy a dejar que ninguno de los dos se pierda de vista.
Escuchó cómo se desvanecían sus pasos, pero mantuvo los ojos fijos en
el hombre que tenía delante.

Opjer se desenrolló la bufanda y Nikolai respiró hondo.

—Tatiana me dijo que te parecías a mí —dijo Opjer—. Pero no puedo


creer la semejanza.

—Todo es cierto entonces.

—Me temo que sí.

¿Alguna parte de Nikolai había creído que era una gran broma? ¿Que su
madre se había equivocado? ¿Que los rumores de Fjerda no serían más que
chismes? Pero aquí estaba la prueba; todos los susurros eran ciertos. Él era
el farsante. No tenía sangre Lantsov. Ni una gota. De hecho, era más
fjerdano que ravkano.

Nikolai miró la ropa andrajosa de Opjer. ¿Por qué había huido de


Fjerda? ¿Por qué habría de venir hasta aquí para ver a un hijo que nunca
había conocido antes? Quizás tenía en mente el asesinato.

—¿Por qué vienes ahora a mí, pareciendo un mendigo, llevando una


miniatura de mi madre? ¿Por el sentimiento?

—Traté de llegar antes. Para advertirles del bombardeo.

Entonces Nikolai tuvo razón en eso. Opjer había estado en Os Alta


durante el ataque.

—¿Sabías lo que pretendían?

—Escuché sus planes donde estaba cautivo. Llegué a tiempo para hacer
sonar la alarma, pero todo fue en vano.

—Tú fuiste quien hizo que hicieran sonar las campanas en la ciudad
baja. —Nikolai se había preguntado cómo habían visto de alguna manera
los bombarderos de Fjerda antes de los vigías de su palacio.
—Sí. Pero, aun así, las bombas cayeron.

Entonces este hombre tenía conciencia. O sabía cómo fingir tener una.

—¿Cómo encontraste este lugar? ¿Cómo sabías que estaría aquí?

—No lo sabía. Pero sabía que no tenía esperanzas de entrar a verte en el


palacio, y cuando escuché las historias de Lazlayon… —Levantó los
hombros—. Sabía que eras un invitado frecuente del conde. Esperaba que
hubiera más de lo que parecía.

—¿Y compartiste este conocimiento con alguien?

—No.

Nikolai no sabía qué creer. Parecía imposible que esta persona que
había aparecido en su imaginación durante tanto tiempo estuviera de pie
frente a él. Nunca había deseado más ser un hombre corriente. Un hombre
común podría saludar a este desconocido como era debido, invitarlo a tomar
un vaso de whisky o una taza de té, tomarse el tiempo para comprenderlo.
Pero no un rey.

—No has respondido a mi pregunta —dijo Nikolai—. ¿Por qué vienes


aquí esta noche? ¿Por qué buscarme después de todos estos años? ¿Es un
chantaje lo que tienes en mente? ¿O has venido a matar al rey de Ravka?

La espalda de Opjer se enderezó.

—¿Piensas tan poco de mí?

—Sé tan poco de ti. Eres un extraño para mí.

—Quería conocerte —dijo Opjer—. Mantuve mi distancia por el bien


de tu madre. Nunca quise arriesgarme a hacerles daño a ninguno de los dos.
Vine aquí… estoy aquí porque soy egoísta, porque quería ver a mi hijo una
vez antes de desaparecer.

—¿Desaparecer?
—Es el mejor regalo que puedo darte. El único regalo, en realidad. Me
voy a borrar. Mientras viva, seré una amenaza para ti.

—Por todos los Santos, no puedes estar diciendo que vas a caer sobre tu
espada por el bien de mi trono.

Opjer se rio y Nikolai sintió que un escalofrío le recorría la espalda. Esa


era su risa.

—No soy tan abnegado. No, iré a Novyi Zem. Tengo dinero. Tengo
tiempo. Viviré una nueva vida allí. Tal vez me adapte y empiece de nuevo.

—Una pena —dijo Nikolai—. Somos extremadamente atractivos.

Opjer sonrió.

—Piensa en todas las pobres almas que nunca mirarán este rostro.

—Eso es… ¿eso es realmente todo por lo que viniste aquí? ¿A


encontrarme?

—No todo. No completamente. Tienes una media hermana.

—Linnea.

Opjer pareció complacido.

—¿La conoces? Estudia ingeniería en la Universidad de Ketterdam. La


ley de Fjerda prohíbe pasarle mis posesiones directamente a ella, pero he
hecho los arreglos necesarios. Solo pido… si la guerra sale a tu favor, te
pediría que la cuides, le ofrezcas tu protección ya que yo nunca pude
ofrecerte la mía.

—Me gustaría tener una hermana pequeña. Aunque no soy mucho de


compartir. —Incluso si Ravka perdiera la guerra, Nikolai encontraría la
manera de acercarse a Linnea Opjer. Podría hacer mucho. Suponiendo que
viviera—. Te doy mi palabra.
—Espero que te quedes con tu corona —dijo Opjer—. Y si alguna vez
deseas tener una conversación más larga, si alguna vez tienes la libertad de
viajar, puedes enviarme un mensaje a la Hora Dorada en Cofton.

—¿Una taberna?

—Una de muy de mala reputación. Tengo la intención de comprarla, por


lo que el personal debe saber dónde encontrarme. Supongo que también
tendré que elegir un nombre nuevo.

—No te recomiendo Lantsov.

—Lo eliminaré de la lista.

Nikolai quería que se quedara. Quería hablar con él, saber cómo había
sido su madre antes de que una vida de indolencia y envidia endureciera su
corazón. Quería hablar sobre barcos y cómo Opjer había construido su
imperio y dónde había estado en sus viajes. Pero cada minuto que pasaba en
presencia de su padre los ponía a ambos en peligro.

—Perdóname por cierta inclinación mercenaria, pero, ¿hay algo más


que puedas contarme sobre los planes de Fjerda?

Opjer sonrió. Parecía casi orgulloso.

—Puedo decirte que Jarl Brum espera casar a su hija con el príncipe
Rasmus.

—Nuestros informes sugieren que Rasmus podría favorecer la


diplomacia por encima de la guerra abierta.

—Podría. Pero una vez que sea miembro de la casa de Brum, no


contaría con nada. Si Brum no puede controlar al príncipe, encontrará la
manera de destruirlo. Hay una cualidad entre los fjerdanos… la llamamos
gerkenig. La necesidad de actuar. Saltamos cuando no deberíamos porque
no podemos evitarlo. Si Brum ve una oportunidad, la aprovechará. Yo
mismo he sido culpable muchas veces.

—Imprudencia.
—No exactamente. Es necesario aprovechar el momento.

—Eso suena incómodamente familiar.

—Pensé que así sería.

A lo lejos, desde la dirección de los laboratorios debajo de la Ciénaga


Dorada, escucharon una serie de estampidos.

—Fuegos artificiales —dijo Nikolai.

—Por supuesto —dijo Opjer, y Nikolai supo que no creía ni una palabra
de eso—. Supongo que aquí es donde nos despedimos.

—No estoy seguro de que nos hayamos saludado correctamente. Yo


estoy… —Nikolai luchó por encontrar una palabra para lo que sentía.
¿Arrepentimiento por ver irse a este desconocido? ¿Anhelo de un padre que
nunca había tenido? ¿Gratitud de que Opjer estuviera dispuesto a renunciar
a la vida que conocía por el bien de preservar el linaje falso de Nikolai? El
hombre que Nikolai había creído que era su padre durante la mayor parte de
su vida había sido una fuente de vergüenza y deshonra. Nikolai nunca lo
había entendido, nunca quiso ser como él. Había leído suficientes libros y
visto suficientes obras de teatro para comprender lo que se suponía que era
un padre; alguien amable y estable que impartía sabiduría y te enseñaba a
blandir una espada y a lanzar un puñetazo. De hecho, en la mayoría de las
obras, los padres eran asesinados y había que vengarlos, pero ciertamente
parecían sabios y amorosos en el primer acto. Nikolai recordó lo que Zoya
había dicho sobre su madre en el dirigible; «tal vez extraño algo que nunca
tuve.» Nikolai nunca había echado de menos tener un padre porque en
realidad nunca lo había tenido. Eso era lo que había creído hasta este
momento, de pie en las puertas, mirando a Magnus Opjer.

—Toma —dijo Nikolai—. Tu miniatura. —Le tendió el retrato de su


madre.

—Quédatela. No quiero mirar atrás. Hay demasiado arrepentimiento. —


Opjer hizo una reverencia—. Buena suerte, Su Alteza.
Nikolai vio a su padre irse. Tenía que preguntarse por la loca ambición
que lo había traído aquí, que lo había llevado a buscar la corona cuando
podría haber tenido otras cien vidas. Podría haberle dejado el futuro de
Ravka a su hermano. Podría haber llegado a ser el hijo de alguien. Podría
haber amado a quien quisiera, casarse con quien quisiera, suponiendo que la
irritante criatura dijera que sí. Pero todas esas vidas se habían ido, se habían
desvanecido en cada encrucijada, con cada elección que había hecho. Los
había entregado por Ravka. ¿Valdría la pena al final?

No lo sabía. Pero no iba a pararse junto a una puerta y meditar sobre


ello.

—Zoya —llamó, mientras corría hacia ella y los guardias—. ¿Alguna


vez has oído hablar de algo llamado gerkenig?

—Creo que es un estofado —dijo el Conde Kirigin—. ¿Hecho con


fletán?

—No es un estofado —dijo Nikolai—. Al menos, no que yo sepa. Pero


me ha dado una idea.

Zoya se colocó un mechón de cabello negro detrás de la oreja.

—¿Es una fórmula para cuadriplicar la cantidad de titanio que tenemos?

—Me temo que no. Esta es una fórmula para la sangre.

—¿Nuestra sangre o la de los fjerdanos?

—Salvar la nuestra, derramar la de ellos.

Significaría enviar a Zoya de nuevo. Significaría hacer una apuesta


tremenda. ¿Arkesk o el permafrost? Si los fjerdanos no podían decidir
dónde atacar, tal vez podría tomar la decisión por ellos.

Nikolai comenzó el largo camino de regreso al laboratorio. Se acercaba


el amanecer y tenía una misión para la que prepararse. También le escribiría
una carta a Zoya, le pediría que se hiciera cargo de Linnea Opjer si no
sobrevivía, le diría todas las cosas que no había dicho en esa maldita
aeronave y que no era tan tonto como para darse la vuelta y decir ahora. No
se detuvo y sus pasos no vacilaron.

Él tampoco miraría atrás.


35

Nina
Traducido por Lieve & ElenaTroy

YLVA LAS ENCONTRÓ EN LA CAMA DE NINA, con los vestidos


medio puestos, un jirón de seda y bocas magulladas por los besos.

Se quedó paralizada en la puerta y luego dijo:

—Tu padre ya está en la base y nos esperan en el aeródromo en una


hora. Empaca una bolsa pequeña y usa ropa abrigadora. Y Hanne, por el
amor de Djel, cubre esa marca en tu cuello.

Tan pronto como la puerta se cerró, Nina y Hanne se echaron a reír


nerviosamente, pero no duró mucho.

—Me van a enviar de regreso al convento —dijo Hanne.

Nina resopló.

—¿Vivir aislada con un gran grupo de mujeres? Ese es el último lugar al


que te enviarán.

Hanne gimió y comenzó a quitarse el vestido mientras se dirigía al


vestidor y vertía agua en el lavabo. Era toda músculos magros y piel
morena, y Nina quería arrastrarla de vuelta al calor de su cama y
permanecer allí para siempre. Pero no había un para siempre. No en Fjerda.

—Tienes razón —dijo Hanne mientras se echaba agua en la cara—. Me


van a casar.
—Con un príncipe.

—¿Estás tan segura de que te lo pedirá?

—Sí. —Y la noche anterior Hanne también estaba segura. Esta mañana


ambas querían creer que habría algún tipo de escape . Pero incluso si el
príncipe no le proponía matrimonio a Hanne, alguien más lo haría. Ella
había sido la preferida de Corazón de Madera.

Nina se quitó el vestido por la cabeza y lo cambió por un vestido de lana


más sencillo.

—Hanne… vámonos.

—¿Qué? —Hanne se había puesto una falda y una blusa y estaba


arreglando el mordisco de amor que Nina parecía haber dejado en su cuello.

—Vámonos. Como dijiste, pero con menos galope. Iremos a Ravka.


Iremos a Novyi Zem.

Sabía lo que Hanne iba a decir, que no podía decepcionar a sus padres,
que tenía el deber de quedarse, que podía hacer más bien a los Grisha y a
Fjerda como princesa y algún día como reina.

Hanne se cubrió la blusa con un chaleco fjerdano de punto.

—¿Cómo se ve eso?

—Absolutamente horrible.

—Ya me lo imaginaba. —Hanne se sentó en la cama para calzarse sus


botas—. ¿Crees que los Hringsa podrían sacarnos?

Nina se detuvo con las manos en los botones de su vestido, insegura de


haber escuchado correctamente.

—Yo… sí. Creo que sí.


Hanne le sonrió y fue como si un rayo de sol hubiera golpeado a Nina
en el pecho. Pensó que tendría que sentarse.

—Entonces vámonos. No de inmediato. Si todavía podemos ayudar a


Rasmus, tenemos que intentarlo. Pero luego nos vamos.

—Vamos —repitió Nina, sin creerlo del todo. Necesitarían tiempo para
planificar y para que Nina averiguara qué hacer con Joran.

—Deberemos tener cuidado. Mi madre puede intentar separarnos.

—Pensé que ibas a decir que no.

—¿Quieres convencerme de que no lo haga?

—¡No! Absolutamente no. —Nina la tomó de las manos y tiró de ella


para levantarla de la cama. Santos, ella era alta—. Yo solo… —No sabía
qué decir. Que no había sentido una esperanza real desde que había perdido
a Matthias, que había pensado que había perdido la oportunidad de
disfrutar. Hasta ahora. Hasta Hanne. Se puso de puntillas y plantó un beso
en los labios de Hanne—. Nunca me dejes ir.

—Nunca —dijo Hanne—. ¿Todavía crees que la paz es posible?

—Solo si Ravka puede hacer retroceder a Fjerda de manera decisiva. Si


esto se convierte en una invasión, Fjerda no tiene motivos para pedir la paz.
Pero si Ravka hace una demostración real, Fjerda tendrá que considerar sus
opciones.

—No creo que mi padre se retire. No esta vez. Su reputación no puede


permitírselo, y la paz no es la visión que tiene para el futuro de Fjerda.

—Entonces esperemos que el príncipe sea lo suficientemente fuerte


como para elegir otro camino.

—Nos aseguraremos de que lo sea. Y luego nos liberaremos de este


lugar.
«Libre». Una palabra loca. Una palabra mágica. Nina ni siquiera estaba
segura de cómo se sentiría eso. Pero quería averiguarlo.

La aeronave no era una de las naves de lujo utilizadas por la realeza y


los nobles, sino una embarcación militar, pintada de gris y azul para
camuflarse mejor contra el mar y el cielo. Se les dio alojamiento para
compartir con otra familia y viajaron durante todo el día sobre el Mar
Verdadero. Al atardecer, Ylva vino a recogerlas para el aterrizaje. Apenas
había podido mirar a ninguna de ellas a los ojos.

—¿Dónde estamos? —preguntó Hanne.

Nina miró por la ventana y quedó desconcertada por lo que vio debajo.

—¿Eso es una isla?

Pero cuando la aeronave descendió, Nina se dio cuenta de que no


estaban aterrizando en una isla en absoluto. Era una base naval gigante.
Podía ver enormes buques de guerra atracados junto a ella, y bandadas de
aviadores fuertemente armados estacionados en sus pistas, listos para saltar
por los aires. Agujas como puntas gigantes estaban dispuestas en filas
curvas a cada lado de la base: torres de observación. Parecían dientes y le
daban a la base la apariencia de una boca abierta. Soldados uniformados y
personal militar pululaban sobre la cubierta como insectos, muchos de ellos
congregados cerca de una estructura central de edificios que servía como
centro de comando. Su techo plano fue pintado con la bandera fjerdana: el
lobo rampante Grimjer.

El terror se apoderó de los hombros de Nina, una cosa viva y musculosa


que le susurró fatalidad al oído. Sabía poco sobre armas de guerra, pero
sabía que Ravka no tenía nada como esta monstruosidad. Estaba más allá de
la imaginación.
La aeronave se posó en una de las pistas de aterrizaje de la base y ella
siguió a Hanne e Ylva por la pasarela.

Redvin esperaba al pie de la rampa con su uniforme de drüskelle. Él


sonrió y Nina supo que estaría contenta con vivir cien años y nunca volver a
ver esa expresión de ansiosa anticipación en su rostro canoso.

—Bienvenidas a las Fauces del Leviatán.

—¿Dónde está el comandante Brum? —preguntó Nina.

—Donde necesita estar —dijo Redvin—. Les mostraré sus aposentos.

—¿Qué es este lugar? —susurró Hanne. Sonaba tan asustada como se


sentía Nina. Todos sus planes y esquemas parecían inútiles frente a un
poder como este.

Sus habitaciones resultaron ser una caja pequeña con literas pegadas a
ambas paredes.

—Bueno, afortunadamente tenemos un baño privado y estaremos todas


juntas —dijo Ylva. Nina sospechaba que lo decía en serio. Posiblemente la
madre de Hanne nunca volviera a confiar en que se quedaran solas.

Brum llegó a su camarote con poca luz después de la medianoche.


Parecía más feliz de lo que Nina lo había visto en meses.

—Es el momento —dijo él.

Ylva esbozó una sonrisa trémula.

—Debes prometerme que estarás a salvo.

—Pídeme que sea valiente, no que esté a salvo —dijo Brum—. Estaré
con mis hombres en el frente norte. Pero estarán seguras aquí con Redvin, y
tendrán una vista de pájaro de la invasión marítima. Nuestros barcos
finalmente rompieron el bloqueo de Sturmhond. La costa de Ravka será
nuestra.
Nina se sintió enferma. ¿Habían ayudado los kerchanos a aplastar los
barcos de Sturmhond? Pero si Fjerda tenía la intención de invadir la costa…

—No estaban realmente negociando con Ravka Occidental.

—Chica lista —dijo Brum—. No, no teníamos ninguna razón para


negociar con ellos de buena fe. Su armada no es rival para la nuestra. Con el
bloqueo en ruinas, podemos invadir por mar por el sur y por tierra por el
norte. Nuestras fuerzas aplastarán Os Kervo como un par de pinzas.

Las tropas que atacarian desde el norte ya debían estar en movimiento.


El segundo frente se lanzaría desde el mar. Fjerda usaría esta pesadilla de
base para asaltar las playas al sur de Os Kervo. Ravka Occidental no tenía
ninguna posibilidad, y una vez que la costa perteneciera a Fjerda,
avanzarían hacia el este y tomarían la capital de Ravka.

La información era inútil para ella ahora. No tenía forma de


comunicarse con sus contactos en Hringsa, e incluso si lo hiciera, el
informe llegaría demasiado tarde.

«Una vista de pájaro de la invasión». Ella observaría a Fjerda hacer


añicos el oeste, y luego ¿qué esperanza podría haber? Ravka nunca se
recuperaría de un golpe así. La paz sería imposible.

Una vez que Brum se fue, Nina intentó descansar pero no pudo dormir.
Tenía la sensación de que corría hacia algo en la oscuridad, sin forma de
detener su impulso.

Ylva las despertó antes del amanecer para llevarlas a una de las torres
de observación.

—Vuelve a trenzar tu cabello, Mila —sugirió—. Y pellizca tus mejillas


para ponerles un poco de color. Muchos hombres importantes estarán
observando la invasión. Nunca se sabe la atención de quién podrías captar.

Nina resistió el impulso de poner los ojos en blanco y obedeció a Ylva.


Si esta pretensión la mantendría en la casa de los Brum un tiempo más, con
mucho gusto se arreglaría y coquetearía según fuera necesario.
Cuando emergieron en la vasta extensión de la cubierta, Nina pudo ver
luces brillando en la costa de Ravka. Leviatán se había acercado a tierra
durante la noche.

Cuando estaban a punto de entrar en la torre, una voz gritó:

—¡Hanne Brum!

El príncipe Rasmus cruzaba la cubierta con uniforme militar,


flanqueado por guardias reales y un Joran de rostro sombrío a su lado. Al
ver al joven drüskelle, Nina sintió que su rabia regresaba. La había dejado a
un lado por el bien de Hanne, para mantenerlas a ambas a salvo, pero habría
un ajuste de cuentas. Hanne deseaba que Nina mirara hacia el futuro, pero
Nina no podría hacerlo hasta que hubiera hecho las paces con los fantasmas
de su pasado.

—¿Qué está haciendo el cachorro aquí? —murmuró Redvin. Consiguió


esbozar una sonrisa forzada—. Su Alteza, no tenía idea de que se uniría a
nosotros a bordo del Leviatán.

—¿Por qué no lo haría?

—Es solo que es mucho más seguro en Djerholm con el resto de la


familia real.

—Las Fauces del Leviathan es lo suficientemente segura para la hija del


comandante Brum. Creo que un príncipe frágil como yo también podría
atreverse. Especialmente cuando mi país está en guerra. Además, los
ravkanos necesitarán alguien a quien rendirse. Ven, Hanne, veremos juntos
la invasión. —Extendió su brazo.

Redvin se paró frente a Hanne. Fue el movimiento de un soldado, no de


un diplomático. Uno no frustraba los deseos de un príncipe heredero.

—¿Qué estás haciendo, Redvin? —susurró Ylva, presa del pánico—. El


príncipe tiene razón. Ve, Hanne. Mila…
—Mila puede quedarse contigo —dijo el príncipe—. No quisiera dejarte
sola, Ylva.

Ante eso, Ylva se quedó paralizada, sin saber qué hacer. Hanne no podía
ir con el príncipe sin acompañante.

Joran negó levemente con la cabeza, pero Nina no sabía cómo detener
esto. Se aferró a la mano de Hanne.

—Preferiría tener a mi amiga conmigo —dijo Hanne.

—Pero tu amiga no está invitada —dijo el príncipe.

—Su Alteza… —comenzó Ylva, agarrando el brazo de Hanne. Pero la


mirada del príncipe no toleró oposición.

Hanne nunca había estado sola con el príncipe antes. No era aceptable o
apropiado. A menos que él pretendiera ofrecerle una promesa de
matrimonio. ¿Eso era? ¿Acaso el príncipe quería hacer a Hanne su esposa o
simplemente la usaria como un peón en su lucha continua con Brum?
Ambas podían ser ciertas. Si la llevaba a la torre de observación sin Mila
allí para actuar como chaperona, él tendría que ofrecerle a Hanne
matrimonio o la reputación de Hanne estaría arruinada. Nadie le ofrecería
matrimonio. Y si él se declaraba, Hanne tendría que decir que sí. Nina
quería gritar. Deberían haber huido anoche, lejos del palacio, lejos de todo
esto. Pero este era el desastre que había construido. Se colocó a sí misma y
a Hanne entre el príncipe y Brum, un baluarte en contra de la guerra, y
ahora se rompería como el bloqueo de Sturmhond.

―Estará bien―dijo Hanne. En la oreja de Nina, murmuró―.


Encontraremos una salida. Hay algo valioso y digno de salvar en él. Lo sé.

―Ven, Hanne―dijo el príncipe. Él aún tenía el brazo extendido. No era


una invitación. Era una orden.

―Debes dejarme ir ―susurró Hanne.

«Nunca»
Nina forzó los dedos para liberarse. Hanne sonrió y se desvió hacia
Rasmus, enroscando su brazo en el de él.

―Te veo en la victoria ―dijo el príncipe.

Nina encontró los ojos de Joran y le quiso transmitir. «Tú y yo tenemos


cuentas que saldar. Cuídala.»

―¿Ofrecerá… él le ofrecerá matrimonio? ―preguntó Ylsa. Había


estado encantada con la noticia de que Hanne había sido elegida por el
príncipe, pero esto no era una atención que cualquier chica quisiera.

―Esa chuleta cruda no se atrevería a hacer lo contrario ―gruñó


Redvin―. El Comandante Brum le cortaría la cabeza.

Redvin podía fanfarronear todo lo que quisiera. Nina e Ylsa sabían la


verdad. Brum no tenía el estatus para contradecir al príncipe. Aunque, si
Brum resultaba victorioso hoy, ¿Quién sabía qué poder poseeria después?

―Ella será la princesa ―declaró Ylsa mientras seguían a Redvin a la


torre de observación, como si pudiera echar un hechizo y hacerlo
realidad―. Todo estará bien. ―Nina no dijo nada e Ylsa le tomó la mano,
dándole un pequeño apretón―. El príncipe se lo pedirá y ella debe aceptar.
Lo entiendes, ¿no es así? Es lo único que nos puede mantener a salvo.
―Dudó―. Puedes unirte a su familia. No es inaudito. Si tienes cuidado.

Nina se obligó a asentir y decir:

―Sí, por supuesto. Lo que sea que Hanne quiera.

La mirada de Ylsa era distante.

―Lo que queremos… lo que queremos para nosotras mismas y para


nuestras hijas nunca ha sido la cuestión. Solo lo que podemos soportar.

Sobrevivir a este lugar. Sobrevivir a esta vida. Encontrar a alguien que


te proteja ya que no eres libre para protegerte a ti misma. Engendrar hijos,
rezar por que sean varones. Rezar por que la extraña y voluntariosa hija que
criaste de alguna forma encuentre su camino. Teme por ella, mírala, date
cuenta de que tus miedos y tus desvelos no significan nada cuando la
tormenta viene. Ylsa no podía ver otro camino para Hanne. Y Nina
tampoco estaba segura que ella pudiera.

Redvin las llevó adentro del elevador de acero que los llevaria hacia la
azotea. «Incluso el elevador funciona mejor», Nina pensó miserablemente,
recordando el latón metálico que una vez subió en Lazlayon. Solo horas
antes, se había sentido segura de que ella y Hanne encontrarían la forma de
salir de todo esto. Ahora su temor se había tragado esa esperanza.

El elevador se tambaleó en una parada en la cima de la torre, y


emergieron a una habitación alineada con ventanas que habían sido
equipadas en diferentes tipos de catalejos. Una enorme multitud de oficiales
se habían reunido para ver la invasión, y el humor era tenso pero jubilante.
En la distancia, Nina podía ver la curva de la bahía, las algas marinas
cubriendo montículos repletos de soldados ravkanos y tanques, y batiendo a
través del agua, barcos fjerdanos, transportadores de tanques, y
transportadores de tropas dirigiéndose hacia Ravka.

Las fuerzas de Ravka lucían desgastadas y endebles comparadas con las


bestias de metal que los fjerdanos comandaban. Nina vio a los Soldados del
Primer Ejército trepando las rocas que bordeaban el acantilado bajo de la
bahía. ¿Por qué no enviar a Mareomotores? ¿Les habían dicho que se
contuvieran? Ellos tenían un antídoto para la parem ahora. ¿Por qué no
usarían Grisha para levantar las olas y tratar de hundir los botes de los
fjerdanos antes de que desembarcaran? Tal vez la invasión de los fjerdanos
había llegado muy de repente para que montaran apropiadamente la
defensa.

Nina observó la flota invasora de Fjerda acercarse, como monstruos de


las profundidades, de espalda gris y hambrientos.

―El primer ataque ―dijo Redvin―. Conduciremos tierra adentro,


luego nos acercaremos a Os Kervo desde el sur mientras los hombres de
Brum se acercan desde el norte. La tierra se volverá roja con la sangre de
Ravka.
Pero Nina no estaba tan segura. Un pensamiento había entrado en su
cabeza, en partes iguales de miedo y esperanza.

―¿Por qué no encuentran ninguna oposición? ―preguntó Ylsa.

―Los ravkanos esperan que el bloqueo de Sturmhond resista. Los


tontos concentran sus fuerzas en el norte. Todo lo que queda en el sur para
resistir nuestro asalto es un grupo de esqueletos.

El bloqueo de Sturmhond. ¿Exactamente cómo habían logrado


sobrepasarlo?

Nina se inclinó sobre un gran catalejo y lo enfocó para ver las fuerzas
de Ravka. Era difícil determinarlo a la distancia, pero parecían
antinaturalmente inmóviles. Como si estuvieran simplemente esperando.
Enfocó el catalejo en las figuras que vio paradas en las rocas, y reconoció
una cabeza familiar de cabello color cuervo, agitado por el viento.

No un soldado ordinario. Ni un Mareamotor. Zoya Nazyalensky. La


poderosa Impulsora y general Grisha de Ravka. Si Ravka estaba enfocando
sus fuerzas en el norte, ¿qué estaba haciendo Zoya aquí?

―¿Te resulta desagradable, Mila? ―dijo Ylsa―. He sido por mucho


tiempo la esposa de un soldado. Estoy acostumbrada a las realidades de la
batalla. Pero no tenemos que mirar.

―No ―dijo Nina―. Quiero mirar.

―¡Por fin un poco de valentía! ―clamó Redvin―. Disfrutarás de la


primera probada de la victoria.

Los soldados fjerdanos saltaron a las olas, rifles en mano, cargando


hacia la playa en una marea de violencia.

Uno a uno los soldados en las rocas levantaron las manos. Un ejército
de Impulsores.

Zoya fue la última. Un rayo rompió a través de los cielos, no el rayo


solitario que Nina había visto que los Impulsores convocaban antes, sino
una telaraña crepitante, miles de lanzas de luz dentadas que volvieron al
cielo de un vívido violeta antes de golpear el agua.

La multitud alrededor de Nina jadeó.

―Dulce Djel ―gritó Redvin―. ¡No!

Pero era demasiado tarde.

El mar de repente se encendió, hirviendo como una tetera caliente, con


vapor siseando desde su superficie. Nina no podía escuchar a los hombres
gritar allá abajo, pero podía ver sus bocas muy abiertas, sus cuerpos
sacudiéndose mientras la corriente los atravesaba. Los transportadores de
tanques fjerdanos parecieron estrujarse sobre sí mismos, los techos
colapsaron en montones de metal derretido, fusionando las bandas de
rodaje.

No habían roto el bloqueo de Sturmhond en absoluto. Se había rendido


deliberadamente, abriendo la puerta a la trampa y dejando pasar a la armada
de barcos de los fjerdanos. Eso era lo que los ravkans estaban esperando.

El relámpago se detuvo, dejando el cielo despejado, pero con unas


cuantas nubes. Zoya y sus Impulsadores habían terminado de dialogar.

La torre de observación se había quedado en silencio mientras los


oficiales miraban fijo a lo que quedaba de su invasión por mar, los cuerpos
de los hombres burbujeando en olas suaves que recorrían la costa de Ravka,
sus máquinas de guerra desplomadas como cascos de naufragio, algunos
hundiéndose lentamente en el mar.

Ylsa tenía las manos clavadas en la boca. Sus ojos estaban llenos de
lágrimas. Nina se preguntó lo que Hanne estaba sintiendo, mirando la
destrucción al lado del príncipe.

Nina no podía celebrar las muertes de los soldados, la mayoría no tenían


elección sobre cuando marchar o qué tipo de guerra libraban. Pero pensó en
el baile de invierno, en los brindis de alegría, lo prestos que estaban los
fjerdanos a celebrar la víspera de lo que creyeron sería otra destrucción.
Esto era la guerra. No desfiles y botes sino sangre y sacrificio, y Ravka
no se iría callado.

―Estamos perdidos ―susurró Ylsa―. Tanta muerte en un instante.

―Cállate ―gruñó Redvin―. Es por eso que las mujeres no pertenecen


al campo de batalla.

«Una mujer acaba de hacer que te tragues tu “sabor de la victoria”


hasta el fondo de la garganta» pensó Nina con satisfacción.

―Esto no es nada ―continuó Redvin, deslizando la mano por el aire,


dirigiéndose a los oficiales ahora―. Esta ofensiva era incierta. A los
ravkanos les espera en el norte una pesadilla de la que nunca se
recuperarán.

―¿Más tanques? ―dijo Nina, poniendo un temblor de esperanza en su


voz.

Redvin se rio, y el sonido erizó el vello de los brazos de Nina. ―Oh no,
pequeña niña. Un arma como nada que este mundo haya visto. Y el
cachorro del rey ayudó a crearla.

―¿El Príncipe Rasmus? ―Su sorpresa era real.

―Sí, está más sediento de sangre de lo que ninguno de nosotros había


esperado. Tuvo la idea en la ópera, al parecer.

Hajefetla. Ave Cantora. ¿Estaba Redvin hablando de los planes que ella
había visto en el escritorio de Brum, el arma que el príncipe había
mencionado en el baile? Rasmus había inventado esta nueva arma. Rasmus,
que habían esperado poder guiar hacia la paz, Nina había animado al Rey
Nikolai a pensar que podría ser un aliado. Habían sabido que era cruel, pero
esperaban que fuera una crueldad pequeña, personal, infantil, un hábito
nacido de la frustración. Querían creer que él podría purgar el veneno de los
fjerdanos. Pero él era un instigador, igual que Brum. Recordó lo que Joran
había dicho esa noche en el foso de hielo: «Él estaba probando su nueva
fuerza». Rasmus no quería forjar un nuevo mundo que valorara más la vida
y la misericordia por encima de la fuerza o el poder de los militares. Él
quería probarle al mundo que era fjerdano hasta el núcleo. Tenía que
averiguar cómo advertirle a Nikolai que no podía contar con el príncipe.
Pero primero tenía que salir de esta torre y encontrar el camino hacia
Hanne.

―No puedo soportar esto ―dijo Nina―. Es demasiado terrible ver a


nuestros soldados sufrir.

Ylsa colocó un brazo alrededor del hombro de Nina y la llevó hacia el


elevador.

―Dejaremos a los hombres con eso. ―Una vez las puertas se cerraron,
dijo―. Todo estará bien, Mila. Si Redvin dice que Fjerda tiene la ventaja, la
tenemos.

«Eso es exactamente lo que temo.»

Cuando llegaron a la cubierta, Nina estaba feliz del picor de la sal del
mar en el aire. Fue fácil decir:

―Ylsa, ¿puede seguir sin mí? No estoy lista para regresar al camarote
todavía. Necesito aclarar mi cabeza.

Ylsa removió su chal y lo acomodó alrededor de los hombros de Nina.

―No puedes ir a ella, Mila. Los guardias de él no lo permitirán.


Desearía que pudieras. Desearía haberlas enviado a ambas a vivir con los
Hedjut.

―No trataré de encontrarla ―mintió Nina―. Solo necesito algo de


aire.

―Muy bien. Pero quédate lejos de su camino, Mila. Después de una


pérdida como esta… los soldados buscan alguien a quien castigar.

Nina asintió. Tan pronto Ylsa giró de regreso, ella empezó a cortar el
camino hacia la ráfaga de soldados y marineros en cubierta, tratando de
encontrar el camino hacia la base de la torre donde vio al Príncipe Rasmus
llevar a Hanne. Preparó sus dardos de hueso y los levantó con su poder,
sintiendo los cadáveres en el agua, algunos sobre botes que iban de regreso
a las fauces de Leviatán. Ella llegaría a Hanne. Si tenía que enfrentarse a
Joran para hacerlo, incluso mejor. ¿Y luego? No estaba segura. Robaría un
barco, se pondrían a salvo, se irían lejos de allí.

Abrió de golpe la puerta de la base de la torre y arrugó la nariz. Había


un extraño olor, incienso y la esencia de tierra quemada. Sintió un pinchazo
contra el cuello y luego estaba cayendo hacia adelante, hacia la oscuridad.
36

Zoya
Traducido por Catt

ZOYA DESCENDIÓ DE LAS ROCAS EN UNA RÁFAGA de viento.


Podía ver dónde había caído su rayo en la playa, dejando un brillo de cristal
donde había estado la arena. No volvió los ojos a las aguas y los cuerpos
allí, sino que marchó por las suaves colinas de pastos marinos y se unió al
resto de sus tropas. De cerca, los cartones pintados que habían erigido sobre
la playa parecían menos tanques que lo que realmente eran: un escenario
destinado a engañar al enemigo. Pero solo necesitaban que fueran creíbles
desde la distancia, un juego de manos inspirado por sus asociados en el
Club de Cuervos. Si los fjerdanos hubieran visto la bahía casi
completamente desprotegida, podrían haber presentido la trampa y la
tormenta que los aguardaba. Los soldados de Ravka habían sido equipados
con botas con suela de goma en lugar de cuero, por si acaso.

—Tantos muertos —murmuró Genya cuando Zoya se acercó a la tienda


de mando del Triunvirato y pidió agua fresca.

—Era necesario hacerlo. —No podía parar a llorar por soldados que
nunca había conocido, no cuando su propia gente se estaba movilizando en
el frente norte. Le había advertido a Nikolai que estaba destinada a ser un
arma. En esto era buena, era lo que entendía.

Caminó hacia el volador que habían preparado. Necesitaba estar en el


aire.

—¿Estás bien? —preguntó Genya, poniéndose sus gafas de vuelo.


Había planteado esa pregunta mucho desde que perdieron a David, como si
las palabras pudieran protegerlas de algún daño.

—Solo cubierta de sal. ¿Hay noticias desde el frente norte?

—Están en combate.

—Entonces pongámonos en marcha.

Zoya trató de ignorar el miedo que se apoderó de ella. Viajarían tierra


adentro a poca altura, para evitar que los interceptara cualquier fjerdano en
el aire. Un regimiento de soldados Grisha y del Primer Ejército se quedaría
atrás en caso de que Fjerda decidiera hacer otro intento en la playa, pero
Zoya pensaba que enviarían su base naval al frente norte para reforzar la
invasión allí.

—Tenemos algunas noticias —dijo Genya, sacando a Zoya de sus


pensamientos—. Los seguidores de el Sin Estrellas han sido vistos en el
campo.

Zoya golpeó con el puño el casco de metal de piloto.

—¿Luchando por Ravka o Fjerda?

—Difícil de decir. Se han quedado apartados de la refriega. —Genya


hizo una pausa—. Él está con ellos.

Por supuesto, el Darkling había encontrado su camino hacia el campo


de batalla, rodeado de sus seguidores. Pero, ¿qué pretendía? Nikolai había
dicho que el Darkling tenía un don para el espectáculo.

—La batalla es solo el telón de fondo para él. —Se dio cuenta—. Va a
demostrar su regreso con algún tipo de milagro.

Recordó lo que le había dicho Alina a él. «¿Por qué tienes que ser tú el
salvador?» El Darkling esperaría su momento, tal vez incluso la muerte de
Nikolai, y luego el Santo aparecería para conducirlos a todos a… ¿a qué?
¿La libertad? Nunca había tenido que enfrentarse a las nuevas máquinas de
guerra de Fjerda. No podía vencerlos solo, sin importar lo que creyera. Y
Zoya inhalaria una dosis de parem antes de seguirlo de nuevo.
—¡General! —Un soldado corría hacia ella con una nota en la mano—.
Me pidieron que le entregara esto.

Genya se lo arrancó de los dedos.

—¿Quién? —dijo Zoya.

—Un hombre con túnica de monje. Llegó a tierra un poco más arriba de
la costa.

—¿Su túnica era marrón o negra?

—Marrón y con el símbolo de la Invocadora del Sol.

Los ojos de Genya se movieron sobre el papel.

—Oh, Santos.

—Dámelo.

—Zoya, debes mantener la cabeza tranquila.

—¿Qué diablos dice? —Lo arrebató de la mano de Genya.

La nota era breve y en ravkano: Tengo a Mila Jandersdat. Ven a la torre


de observación este a bordo del Fauces del Leviatán. Ella te esperará en
las celdas.

Zoya aplastó la nota en su mano. El Apparat tenía a Nina.

—Esto es una trampa —dijo Genya—. No es una táctica de


negociación. Quiere que hagas algo precipitado. ¿Zoya? Zoya, ¿qué estás
haciendo?

Zoya regresó a la tienda.

—Algo precipitado.
—Tenemos una estrategia —argumentó Genya, apresurándose a
seguirla—. Está funcionando. Tenemos que ceñirnos a ella. Y Nikolai te
necesita para ayudar a guiar nuestros misiles.

Zoya vaciló. No quería dejar a su rey sin los recursos que necesitaba. Y
maldita sea, quería estar a su lado en esta pelea. Cada vez que pensaba en él
tendido en el suelo del Cormorán, su brazo bajo su cabeza mientras decía
esas palabras, esas absurdas, hermosas palabras… «ningún príncipe ni
ningún poder podrían hacer que dejara de quererte.» El recuerdo era como
beber algo dulce y venenoso. Incluso sabiendo la miseria que le causaría, no
podía dejar de anhelar el sabor.

«Deberías haber dicho que sí, —pensó por centésima vez—. Deberías
haberle dicho que lo amabas. Pero, ¿de qué le servía esa palabra a personas
como ella? Nikolai se merecía más. Ravka necesitaba más. Pero durante
una hora, durante un día, él podría haber sido suyo. ¿Y si le pasara algo en
ese campo de batalla? Había tenido demasiado miedo de decirle que sí, de
mostrarle la verdad de su anhelo, de admitir que desde la primera vez que lo
vio, supo que él era el héroe de todas las historias de su tía, el niño con el
espíritu dorado lleno de luz y esperanza. Por todos los Santos, Zoya quería
estar cerca de esa luz, quería sentir su calor todo el tiempo que pudiera.

Sacudió la cabeza y se sumergió en la tienda, quitándose el uniforme del


Primer Ejército que había usado para disfrazar su identidad.

—Hay otros Impulsores —dijo, mientras buscaba en su baúl algo menos


reconocible—. Adrik puede guiar los misiles. Y estaré de regreso a tiempo.
Con Nina Zenik a cuestas.

—Puede que ni siquiera esté viva.

Zoya estuvo a punto de rasgar la camisa tosca que había sacado de su


baúl.

—Ella no está muerta. Lo prohíbo.

Genya plantó sus manos en sus caderas.


—No me saques esos ojos de dragón, Zoya. Nina no es una niña. Es una
soldado y una espía, y no querría que te sacrificaras por ella.

—Ella está viva.

—¿Y si no lo está?

—Voy a matar a todos los seres vivos que Fjerda pueda lanzarme.

—Zoya, detén esto. Por favor. ¡No quiero perderte también!

Al oír la voz rota de Genya, Zoya se congeló. El sonido raspó contra su


corazón, el dolor fue repentino y abrumador. Había lágrimas en el único ojo
ámbar de Genya.

—Zoya —susurró—. No puedo hacer esto sola. Yo… no puedo ser la


última de nosotros.

Zoya sintió que un temblor la recorría. Podía ver a su amiga sufrir, pero
no sabía cómo solucionarlo, quién ser en este momento. Genya era la que
ofrecía bondad, la que secaba las lágrimas, la que tranquilizaba y reparaba.
Dame algo para luchar. Algo para golpear, para destruir. Ese era el único
regalo que ella tenía.

Zoya sintió que se ahogaba en su dolor y vergüenza, pero se obligó a


pronunciar las palabras.

—Debería haber estado allí para protegerlo. A los dos.

—Protégeme ahora. No vayas.

—Tengo que hacerlo, Genya. El Apparat es una amenaza para Nikolai y


siempre lo será hasta que sea eliminado.

La risa de Genya sonó incrédula.

—No vas a luchar contra el Apparat. Vas a salvar a Nina.

Zoya se llevó las palmas de las manos a los ojos.


—Era mi misión, Genya. Cuando capturaron a Nina por primera vez en
la Isla Errante, yo era su oficial al mando. La presioné más de lo que
debería. Dejé que se marchara furiosa. Si no fuese por mí, los fjerdanos
nunca hubieran capturado a Nina. Nunca habría terminado en Ketterdam ni
se habría enamorado de un cazabrujas. No puedo perderla de nuevo. —
Respiró hondo—. Si el Apparat tiene a Nina, su identidad fue revelada. Él
podría entregarla a Jarl Brum. No dejaré que la torturen, no cuando tengo la
oportunidad de detenerlo.

Genya extendió las manos.

—Todas las personas de este campamento se han puesto en este camino


debido a las decisiones que tomó el Triunvirato. Eligen interponerse entre
Ravka y la destrucción. Esa también fue la elección de Nina. Todos somos
soldados. ¿Por qué fuiste tan dura con Nina si no querías que usara sus
habilidades?

—¡Porque quería que ella sobreviviera!

—Zoya, ¿sabes por qué el Darkling perdió la guerra civil? ¿Cómo lo


detuvo Alina?

Zoya se pellizcó el puente de la nariz.

—No. Desearía saberlo.

—Porque él siempre luchó solo. Dejó que su poder lo aislara. Alina nos
tenía a nosotros. Tú nos tienes a nosotros. Nos alejas, nos mantienes a
distancia para no llorarnos. Pero nos llorarás de todos modos. Así es como
funciona el amor.

Zoya se alejó.

—Ya no sé cómo hacer esto. No sé cómo solo continuar.

—Yo tampoco lo sé. Hay días en los que no quiero. Pero no puedo vivir
una vida sin amor.

Zoya cerró de golpe la tapa del maletero.


—Esa es la diferencia entre tú y yo.

—No sabes en lo que te estás metiendo. Eres poderosa, Zoya. No


inmortal.

—Ya veremos.

Genya le bloqueó el camino.

—Zoya, el Apparat sabe que eres un activo que puede cambiar el rumbo
de esta guerra.

Ahora el dragón dentro de ella mostró los dientes y Zoya sonrió.

—Él no sabe nada de mí. Pero va a aprender.


37

Nikolai
Traducido por NataliCQ

UN VIENTO FUERTE SOPLÓ DESDE LA COSTA HACIA el oeste, y


Nikolai se preguntó si había cometido un terrible error. El terreno que se
extendía ante él era rocoso y desolado. Sin barro, al menos. Pero eso
también significaba un camino más fácil para los tanques de Fjerda. Había
esperado que el bosque los ralentizara, pero los fjerdanos simplemente
dosificaban sus Grisha e hicieron que los Impulsores drogados nivelaran los
árboles, destruyendo los bosques que habían estado de guardia a lo largo de
la frontera norte durante cientos de años, con sus pesados troncos apartados
como si fuera madera flotante. El cielo era la pizarra oscura de la
madrugada, las estrellas aún visibles sobre el horizonte. Cuando miró hacia
la costa, pudo distinguir la suave línea gris del mar. Quizá algunos de esos
árboles caídos rodarían hasta los acantilados y caerían sobre las olas. Tal
vez la corriente los llevaría a una costa lejana para molestar a algún
pescador o tal vez se lavarían en una playa y se convertirían en madera para
la casa de alguien. Una familia se reuniría bajo un techo nuevo, sin saber
nunca que se refugiaban bajo un pedacito de Ravka, una parte fracturada de
un país que tal vez nunca estaría completo.

Una vez que los exploradores y aviadores de Nikolai confirmaron los


movimientos de las tropas de Fjerda, las fuerzas de Ravka establecieron un
campamento a baja altura al norte de la pequeña ciudad de Pachesyana. La
pequeña aldea mugrienta servía como su base de operaciones mientras el
general Pensky enviaba tropas del Primer Ejército a cavar trincheras,
algunas lo suficientemente profundas y anchas para detener un tanque, otras
que usarían para proteger sus plataformas de lanzamiento de misiles.
Nikolai no sabía dónde podrían atacar los fjerdanos, y eso significaba
que Ravka no podía montar una defensa. Así que dejó que el bloqueo de
Sturmhond cediera y los tentó con la posibilidad de un ataque de dos
frentes, en la bahía y aquí en la frontera cerca de Arkesk. Le había dado al
lobo la oportunidad de envolver sus mandíbulas alrededor de Os Kervo y
apoderarse de Ravka Occidental de un solo tremendo mordisco.

Una apuesta arriesgada, pero, ¿fue la correcta? Lo sabría muy pronto.

Nikolai no esperó a que amaneciera. En los campos fangosos de Nezkii,


se habían escondido hasta el último momento. Hoy no. Hoy, no habría
grandes subterfugios, ni minas para recibir a los fjerdanos en el campo. En
cambio, el enemigo se despertaría con una demostración de fuerza que
Nikolai esperaba que los hiciera pensar dos veces.

—¡Soldados del Sol! —gritó Adrik. La orden se movió a través de las


filas de los Grisha y el Primer Ejército reunidos.

Los Invocadores del Sol, los herederos del poder de Alina, estaban
posicionados a lo largo del frente, Adrik al mando, el Etherealnik de más
alto rango en el campo. Zoya estaba en el sur. Pero no había tiempo para
pensar en los peligros a los que se enfrentaba. Solo podía seguir creyendo
en ella, como siempre lo había hecho. Y si había palabras que deseaba
haber dicho, otras que quería recuperar, el momento para eso había llegado
y se había ido. Su pelea estaba aquí.

Adrik levantó su bronceado brazo y dio la orden.

—¡Al alba!

Los Soldados del Sol inundaron los campos vacíos de Arkesk con luz
solar. Nikolai entrecerró los ojos ante el brillo, el campo arruinado, la tierra
picada en la distancia donde antes había estado un bosque. Solo podía
imaginar que los fjerdanos estaban haciendo lo mismo, preguntándose qué
extraño sol se levantaba en el sur. No tendrían mucho tiempo para
preguntárselo.
—¡Impulsores preparados! —gritó Nadia ante su despliegue de
Etherealki.

—¡Primera descarga! —Leoni gritó a sus Fabricadores—.


¡Desplieguen!

El sonido fue como un crujido, seguido de un silbido bajo cuando los


misiles se encendieron, sus proyectiles de titanio brillando débilmente bajo
la falsa luz del sol. Se arquearon hacia el cielo, lanzando dardos plateados
hacia el horizonte, mientras los Impulsores mantenían a raya el viento del
oeste y guiaban los misiles hacia sus objetivos; tanques fjerdanos, tropas
fjerdanas.

Cuando golpearon, los sonidos del impacto rasgaron el aire, un ritmo


entrecortado que sacudió la tierra, con un redoble implacable. Nikolai subió
una desvencijada escalera hasta la torre de vigilancia que habían erigido y
miró a través de un doble cristal largo. El humo y el fuego se elevaban
desde las líneas fjerdanas. Los hombres corrían a apagar las llamas, a
ayudar a sus camaradas caídos, a sacar cuerpos de los escombros. Era como
contemplar Os Alta en la noche del bombardeo. Desde esta distancia, esos
soldados podrían ser ravkanos, amigos, sus propios súbditos luchando por
encontrarle sentido a este repentino ataque. La tierra estaba llena de cráteres
negros humeantes. ¿Cuántos muertos de un solo golpe? ¿En cuestión de
momentos?

«Un juego de rango.» Los fjerdanos habían pensado que podían


aterrizar los aviadores de Ravka, y lo habían logrado en gran medida. Pero
no habían contado con los misiles de titanio de Ravka. Si querían usar sus
armas y artillería, tendrían que acercarse más y poner sus tropas y tanques
en la línea de fuego. Los fjerdanos les habían dado un objetivo muy grande
al que apuntar. Sus arcas de guerra estaban llenos. Su ejército no había sido
golpeado por años de lucha en dos frentes. Se veía.

Nikolai no tenía intención de dejarlos recuperarse del primer golpe.


Señaló a sus fuerzas en tierra y el general Pensky ordenó a su batallón de
tanques que avanzara, seguido por la infantería y los Grisha, con Adrik a la
cabeza. Esta era su oportunidad de aprovechar la ventaja y obligar a su
enemigo a una rápida retirada.
—¿Es demasiado esperar que simplemente hagan las maletas y se vayan
a casa? —preguntó Nadia mientras Nikolai descendía al campo.

—No lo harán —dijo Tolya, arrojándose el rifle a su ancha espalda—.


No con Brum a cargo.

Nikolai lo creía. El futuro político de Brum estaba ligado al éxito de


esta campaña, una victoria brutal y decisiva que otorgaría a Fjerda la mayor
parte de Ravka occidental y pondría el este a su alcance. Con suficiente
titanio, Ravka simplemente podría haber retrocedido y disparado contra las
fuerzas fjerdanas hasta que estuvieran demasiado debilitadas para avanzar.
Pero no podían construir una casa con ladrillos que no tenían.

Nikolai estaba más cansado y más asustado por su gente que nunca,
pero podía sentir la esperanza en ellos. La noche anterior, había caminado
por el campamento, hablando con sus tropas y sus comandantes,
deteniéndose para compartir una bebida o jugar a las cartas. Había tratado
de no pensar en cuántos de ellos no sobrevivirían a esta batalla.

—¿Estamos listos con la segunda descarga? —preguntó.

—A su orden —dijo Nadia.

—¿Y los Sin Estrellas?

Tolya inclinó la cabeza hacia el este.

—Están acampados en la periferia de los combates.

—¿Sin pelear?

—Nada.

—¿Están armados?

—Es difícil de decir —dijo Tolya—. Para bien o para mal, son personas
de fe. Pelearán con puños y palos si es necesario.

—Tal vez alguien le disparará al Darkling —sugirió Nadia.


—Entonces tendré que enviarle a Jarl Brum una bonita nota de
agradecimiento. —Nikolai no sabía qué pretendía el Darkling, pero los
Soldados del Sol estarían listos.

Leoni apareció, su kefta púrpura ya estaba llena de polvo y hollín.

—Las filas fjerdanas se están formando de nuevo.

—Segunda descarga —dijo Nikolai.

Asintió con la cabeza, su rostro era sombrío, mientras ella y Nadia


regresaban a sus posiciones. Nikolai sabía que ninguna de las dos olvidaría
lo que habían presenciado hoy. Eran combatientes, soldados; ambas habían
visto combates y cosas peores. Pero este era un tipo diferente de
derramamiento de sangre, asesinato a distancia, definitivo y rápido. David
les había advertido que lo cambiaría todo. Los misiles más grandes, con
mayor alcance, significarían que podrían disparar contra objetivos mucho
más grandes desde lejos. «¿Dónde termina?» Tolya había preguntado. Y
Nikolai no lo sabía. No podían simplemente hacer retroceder a los fjerdanos
hoy. De alguna manera tenían que golpearlos lo suficientemente fuerte
como para hacerlos cuestionar la guerra con Ravka por completo.

—Tolya…

—Aún no hay noticias de Zoya y Genya.

¿Lo habían logrado? Sus tropas contaban con refuerzos de los Grisha y
el Primer Ejército en el sur. Y necesitaba saber que ella estaba bien.

Los gritos resonaron por la línea ravkana, y un momento después, la


segunda descarga de misiles voló, lanzada aún más adentro en las filas
fjerdanas. Pero esta vez los fjerdanos estaban preparados. Sus tanques
rodaron sobre los cuerpos humeantes de sus propias tropas y su infantería
avanzó.

Eso era todo; dos descargas, lo último de sus misiles. En las trincheras,
vio a las tropas de Leoni recargando, pero sabía que esos proyectiles eran de
acero, no de titanio, y estaban vacíos de explosivos. Si algún explorador
fjerdano estaba mirando, Nikolai no quería que supieran cuán vulnerable
era Ravka.

La mayoría de las batallas se libraban durante semanas, largos trabajos a


través de balas y sangre. Pero Ravka no podía pelear ese tipo de guerra. No
tenían los fondos, los voladores, los cuerpos para sacrificar. Entonces esta
sería su posición. Si los Santos estaban mirando, esperaba que estuvieran
del lado de Ravka. Esperaba que protegieran a Zoya en el sur. Esperaba que
ahora pelearan a su lado.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —dijo Tolya—. Baja esa
pistola.

Nikolai comprobó las miras de su rifle.

—No puedo zambullirme heroicamente en la batalla desarmado.

—Te necesitamos vivo para dar órdenes, no destrozado por los


repetidores fjerdanos.

—Tengo oficiales para dar órdenes. Esta es nuestra última oportunidad


de hacer una carga real. Si perdemos, Ravka no necesitará un rey de todos
modos.

Tolya suspiró.

—Entonces supongo que no necesitarás guardaespaldas. Iremos juntos.

A medida que se acercaban al frente, el ruido era abrumador, el trueno


de los tanques y la artillería como un martillo en la cabeza. Avanzaron a
través de las filas, más allá de los heridos y los que se preparaban para ser
llamados a la batalla.

—¡Korol Rezni! —gritaron los soldados cuando lo vieron.

Rey de Cicatrices. Ya no le importaba tanto el nombre.

—¿Quién pelea a mi lado? —llamó de nuevo.


Y gritaron sus nombres en respuesta, dando un paso detrás de él.

Nikolai olió pólvora, carne quemada, tierra removida, como si todo el


campo hubiera sido excavado como una tumba. Recordó Halmhend, los
cuerpos extendidos ante él, las rojas salpicaduras en los labios de Dominik
mientras moría. «Este país te atrapa al final, hermano. No lo olvides.»
Nikolai había prometido hacerlo mejor, construir algo nuevo. Pero al final,
todos sus inventos y diplomacia se redujeron a esto; una pelea en la tierra.

Estaba caminando, luego corriendo, y luego se metió en el meollo. El


mundo de Nikolai se redujo a humo y sangre, el sonido de los disparos, el
rugido de los tanques. Las figuras emergieron en destellos, y solo hubo un
breve momento para distinguir entre amigos y enemigos. Los cascos
fjerdanos ayudaron, un diseño que Nikolai nunca había visto antes pero
distinto del que llevaban los soldados de Ravka. Disparó, disparó de nuevo,
recargó. Alguien corrió hacia él desde su izquierda, un uniforme gris. Sacó
el cuchillo de su cinturón y lo hundió en un vientre blando. Este era un
sentimiento que había estado feliz de olvidar, el conocimiento de que la
muerte caminaba contigo, respirando por tu cuello, guiando tu mano, pero
lista para voltear la espada hacia ti en un instante.

Una bala le rozó el hombro, retrocedió y perdió el equilibrio. Tolya


estaba allí, cubriéndole mientras Nikolai se enderezaba, recargaba y
avanzaba de nuevo. No recordaría esos rostros, breves vislumbres como
fantasmas, cuerpos bajo los pies, pero sabía que los vería en sus pesadillas.

—¡Nikolai! —gritó Tolya.

Pero Nikolai ya había escuchado a la bestia acercarse, el gigantesco


transportador que habían vislumbrado en su primer enfrentamiento con los
fjerdanos, el que estaba lleno de Grisha drogados. Sus enormes pisadas
tronaban sobre la tierra, los engranajes metálicos chirriaban, el aire estaba
cargado del hedor a combustible quemado.

Nikolai había ordenado a los aviadores restantes que mantuvieran a raya


el apoyo aéreo de Fjerda lo mejor que pudieran, pero que estuvieran atentos
al transporte. Ahora los vio descender, liberando nubes del antídoto zemeni.
Pero los Impulsores que viajaban encima de los vehículos llevaban
máscaras esta vez. Levantaron las manos, haciendo retroceder la neblina del
antídoto en una fuerte ráfaga que hizo que los voladores se tambalearan
fuera de curso.

—¡Esas máscaras! —Tolya gritó por encima del estruendo.

No eran máscaras ordinarias, como las que se usaban en el lado de


Ravka. Nikolai sospechaba que las estaban utilizando para mantener a los
Grisha de Fjerda dosificados con parem.

La enorme boca de metal del transporte se abrió y emergió otra fila de


Grisha drogados, con las máscaras en su lugar. A lo largo de la línea
fjerdana, los soldados empujaban objetos extraños hacia su posición;
grandes discos de metal en algún lugar entre un plato y una campana, el sol
de invierno brillaba en sus bordes curvos. Las parábolas de Nina. Pájaro
cantor. De repente, Nikolai comprendió los extraños cascos que llevaban
los soldados fjerdanos.

—¡Abran fuego! —gritó—. ¡Acaben con los Grisha drogados!


¡Eliminen las campanas!

Pero fue demasiado tarde. Los soldados fjerdanos levantaron enormes


mazos y golpearon los platos. Un extraño zumbido llenó el aire. Los
Impulsores drogados arquearon los brazos y la gente comenzó a gritar.

El sonido fue abrumador. Nikolai se tapó los oídos con las manos y por
todo el campo vio a los soldados haciendo lo mismo, dejando caer sus
armas y cayendo de rodillas. No se parecía a nada que hubiera escuchado
antes, sacudiendo su mente, sus huesos, llenando su cráneo. Era imposible
pensar.

Las tropas fjerdanas, protegidas por esos cascos extraños, se lanzaron


hacia adelante, abriendo fuego, eliminando a los indefensos soldados y
Grisha ravkanos. Los cascos se habían creado para protegerlos de este
horrible y paralizante sonido.

La sangre brotó de los oídos de Tolya. Nikolai sintió la humedad en su


cuello y se dio cuenta de que lo mismo le debía estar pasando. La vibración
se sentía como si lo estuviera deshaciendo. Los misiles de Ravka parecían
juguetes.

Había pensado que podía darle a su país una oportunidad de luchar.


Había pensado que, a pesar de su número y sus recursos, podía pensar en la
manera de salir de esto por su gente. Estúpido y desesperado orgullo. Así
terminaría todo. Con Ravka de rodillas.

Al menos había luchado hasta el final como su rey.

Pero tal vez Ravka no necesitaba un rey. O incluso un aventurero.

Quizá su país necesitaba un monstruo.

Le quedaba una última táctica, un último truco para que el zorro jugara,
un poco de esperanza vestida de sombra; su demonio. Pero una vez que las
tropas vieran lo que era, una vez que sus enemigos supieran la verdad, la
corona estaría fuera de su alcance para siempre. Que así fuera.

«Ve —ordenó— Páralos. Ayuda a mantener mi país libre.»

El demonio vaciló. Lo que estaba dentro de él era él, y sabía lo que


significaba la libertad esta vez. Ya no habría secretos.

«Bien.» Que Vadik Demidov tenga el trono. Ravka sobreviviría.

Con un rugido, el demonio se lanzó desde su cuerpo.

Estaba volando sobre el campo de batalla, directamente hacia esas


horribles campanas. Vio a los soldados mirar hacia arriba, rostros llenos de
horror al ver al demonio. Señalaron y gritaron, con los ojos muy abiertos
por el terror.

Pero el sonido de las campanas era demasiado. La vibración se movió a


través de su cuerpo de sombra, fracturándolo, partiendolo en dos. Luchó por
recuperarse, pero cuanto más se acercaba a los fjerdanos, más difícil se
volvía. Sus alas, su cuerpo, se desenrollaron a su alrededor.
Otro error. Sería el último. El demonio se iba a romper y Nikolai sabía
que moriría con él.

Ravka caería. Después de miles de años de reyes Lantsov. Su gente, su


país, los Grisha. Todo perdido.

El dolor atravesó a Nikolai. El demonio se estaba rompiendo, volando


en pedazos. De rodillas en la tierra, su cuerpo mortal le gritó al cielo. Esto
era todo lo que quedaba. Su última oportunidad de luchar por su país antes
de caer en la oscuridad para siempre.

Apretó los dientes, sintió colmillos en la boca.

«Morimos juntos.»

El demonio gritó su respuesta, lleno de dolor, ira y voluntad de hierro.


Se precipitaron hacia las campanas.
38

El monje
Traducido por Lieve

ASÍ QUE EL MUCHACHO IBA A MORIR. Quizá todos iban a morir.

Si su cráneo no hubiera estado sonando como la campana de una iglesia,


Aleksander podría haberse reído. En cambio, se arrodilló en el suelo con el
resto de los seguidores del Sin Estrellas, con las manos apretadas a los
oídos, tratando de encontrar una salida a esto. Las gafas que había usado
como apoyo se le habían caído de la cara y estaban rotas en el suelo.
«Esperen una señal —les había dicho— El Sin Estrellas nos mostrará el
camino.»

Tenía la intención de conjurar una gran mancha de sombra, bloquear el


sol, llenarlos de asombro.

No habría ninguna señal. No había previsto un arma como esta.

De nuevo, trató de convocar a su nichevo'ya, pero no pudieron tomar


forma. Los Impulsores drogados de Fjerda estaban amplificando las
vibraciones de esas campanas de alguna manera, evitando que sus sombras
encontraran su forma.

No podía oír los gritos de los fieles del Sin Estrellas a su alrededor, pero
podía ver sus bocas abiertas y gemidos, sus ojos muy abiertos por la miseria
y la confusión. En la línea de los fjerdanos, vio a los Impulsores
demacrados obligados a ponerse al servicio de Fjerda, sus cuerpos frágiles y
temblorosos, sus rostros vacíos y angustiados. Esto era el parem. Nunca
antes había visto sus efectos, no había entendido lo que podía hacerle a su
gente. Los Grisha se convertían en armas contra los Grisha. Fjerda
finalmente había realizado su sueño de dominación. Y posiblemente
también realizarían su sueño de conquista.

Tenía que salir de este lugar y alejarse de ese sonido.

Aleksander se puso de pie de un salto, tropezando entre las filas de los


seguidores del Sin Estrellas, todos ellos demasiado absortos en el dolor
como para prestarle atención.

Luego lo sintió, como un gancho en el estómago. Se volvió y vio al


demonio del joven rey corriendo por los cielos, esa encarnación de su
propio poder que Aleksander había vislumbrado por última vez durante la
obisbaya, cuando había tratado de reclamar al demonio para sí mismo.

El muchacho lo había dejado libre. Le costaría el trono. Le costaría


todo. ¿Por qué? ¿Para que pudiera morir heroicamente por un país que le
daría la espalda? ¿El muchacho nunca aprendería?

«Sacrificio». El susurro de la voz de Yuri, lleno de reverencia.

«Es un tonto. Tu reverencia me pertenece..»

¿De qué le serviría al rey este gran gesto? Aleksander podía sentir cómo
el demonio se hacía pedazos al igual que sus nichevo'ya. Era más fuerte que
ellos, tal vez porque había emergido entero de Nikolai en lugar de ser
ensamblado desde las sombras que los rodeaban, tal vez porque estaba
vinculado a la conciencia del rey. Aun así, no sería rival para las campanas.

«Pero podría serlo. Con tu ayuda.»

Por supuesto, a Yuri no le gustaría nada más que Aleksander se


sacrificara por esta causa. «Ellos te siguieron. Creyeron en ti.»

Aleksander necesitaba huir. Se salvaría a sí mismo como siempre había


hecho, se reagruparía y haría otro plan. Los fjerdanos se abrían camino a
través de las filas de ravkanos, y una vez que llegaran a los fieles del Sin
Estrellas, Aleksander estaría casi indefenso. Tenía que salir de aquí. Tenía la
eternidad para lanzar una nueva estrategia, para recuperar Ravka de los
fjerdanos, para construir sus seguidores y forjar un nuevo camino hacia la
victoria. Había luchado demasiado para volver a esta vida como para
ponerla en peligro ahora.

Sin embargo, no podía negar lo que le pasaría a los Grisha si los


fjerdanos ganaban el día. Y no habría milagro, ni gran resurrección para él,
si no había nadie allí para verlo.

Quizá no era demasiado tarde para salvar este momento. Aleksander


plantó los pies y abrió las manos, llamando a las sombras. Esta vez no
intentó convertirlas en soldados. En cambio, las envió deslizándose por el
campo, frágiles zarcillos de oscuridad, buscando ciegamente el poder que
reconocían. «Los iguales se atraen».

Lanzó un grito cuando las sombras se encontraron con el demonio. Se


aferraron a su forma.

«Más.» El cuerpo de Aleksander se estremeció mientras luchaba por


mantener la cordura, esa vibración ensordecedora y enloquecedora viajando
a través de su cráneo. Sus hilos de sombra se envolvieron alrededor del
cuerpo del demonio, dando fuerza a sus extremidades, uniéndose y uniendo
su forma.

La criatura chilló. Aleksander sintió la mente del demonio, la mente de


Nikolai.

«El monstruo soy yo…»

El fantasma de un pensamiento.

Las alas del demonio batieron contra el cielo invernal y se precipitó


hacia las campanas. Se estrelló contra una, luego contra otra, enviándolas al
suelo en un montón de metal y vidrio. Un soldado trató de enviar fuego
sobre la criatura, pero ésta le arrancó el casco de la cabeza y cortó con sus
garras el rostro del soldado, silenciándolo, la sangre caliente como un
bálsamo.
Los fjerdanos se dispersaron, aterrorizados por el monstruo que cobraba
vida ante ellos. Los Grisha drogados miraban sin interés, sus mentes llenas
de nada más que parem.

Con un rugido de triunfo, el rey demonio rompió la campana final. El


muro de sonido se derrumbó en un bendito silencio. Los gritos surgieron de
las tropas ravkanas mientras se ponían de pie. Estaban sangrando. Estaban
rotos. Pero no estaban acabados. Tomaron sus armas, los Grisha de Ravka
alzaron las manos y todos se lanzaron a la batalla una vez más.

—¿Qué pasó? —gritó el hermano Chernov.

Aleksander apenas podía oírlo. Sus oídos todavía zumbaban con ese
sonido violento, y ayudar a forjar al demonio había hecho mella. Vio al
monstruo deslizarse hacia el rey, una mancha oscura patinando sobre el
campo para regresar a su verdadero amo. Los seguidores del Sin Estrellas
no habían visto lo que había hecho o no lo habían entendido. Habían estado
en el suelo, sometidos a las campanas.

—¿Qué hacemos? —dijo el hermano Chernov.

Aleksander no estaba seguro. Las campanas habían desaparecido, pero


Fjerda había aprovechado la ventaja. Sus tropas se recuperaban, avanzaban
y el rey estaba rodeado.

—¡Hay demonios en el cielo!

Al principio pensó que el monje se refería a la criatura sombra de


Nikolai, pero apuntaba al sureste.

—¿Quién tiene un catalejo? —demandó y el hermano Chernov le puso


uno en las manos.

Algo se movía hacia el campo de batalla, aunque no sabía qué. Solo


sabía que significaba más problemas para el rey. Nikolai no tenía aliados en
el sur.
—¿Dónde está la señal? —suplicó el hermano—. ¿Por qué nos ha
abandonado el Sin Estrellas? ¿Qué hacemos?

Aleksander observó cómo los fjerdanos rodeaban al rey y sus tropas.


Las campanas les habían dado la oportunidad de cortar el camino de
retirada de Nikolai. Aleksander supuso que podía enviar a los nichevo'ya a
ayudar. Podría intentar rescatar al rey de Ravka por segunda vez.

O podría dejarlo morir y tomar el control de las fuerzas de Ravka, y


luego liderar la carga él mismo.

El muchacho había sido valiente, había roto las campanas y arriesgado


su vida y la lealtad de su país por ello. Pero eso no significaba que estuviera
destinado a ganar este día.

«Mis disculpas, Nikolai. Un hombre difícilmente puede esperar dos


milagros en una mañana.»

—¿Qué hacemos? —repitió Chernov desesperadamente.

Aleksander le dio la espalda al último rey Lantsov. Déjenlo que muera


como un mártir.

—Todo lo que podemos hacer —dijo, dirigiéndose a sus feligreses—.


Oremos.
39

Zoya
Traducido por Lieve

ZOYA SABÍA QUE ESTABA SIENDO IMPRUDENTE,


permitiéndose la misma imprudencia por la que había regañado a Nina una
y otra vez, pero no iba a permitir que uno de sus soldados fuera utilizado
como peón. El Apparat tenía un juego que jugar y él lo jugaría. Zoya tenía
la intención de dictar las reglas.

En el borde de la playa, bajó la capa de nubes lentamente para evitar


llamar la atención, luego se envolvió en el Abismo del mar. Convocó al
viento y dejó que la llevara por encima de las olas mientras patinaba por el
agua. Este era el poder que le habían dado los amplificadores en sus
muñecas, las escalas de Juris. No era del todo vuelo y requería toda su
atención, pero el Apparat estaría anticipando un aviador disfrazado o una
balsa. Tenía más posibilidades de sacar a Nina si pillaba desprevenidos al
sacerdote y a sus hombres.

«¿Y si Nina está muerta?»

Zoya había perdido a tantos aliados como la cantidad de enemigos que


había enviado a la tumba. Nina ni siquiera era una amiga. Ella era una
subordinada, una estudiante advenediza con un don para los idiomas con la
que siempre se podía contar para crear problemas si no podía encontrar
alguno en el que meterse. Pero Zoya había sido su comandante y su
maestra, y eso significaba que estaba bajo la protección de Zoya.

La risa de Juris retumbó a través de su interior. «Zoya del jardín,


¿cuándo cesarás tus mentiras?»
Mientras se acercaba a la monstruosa base de Fjerda, un escalofrío la
recorrió. Era incluso más grande de lo que parecía desde la playa. Lo rodeó
lentamente, mirando a través de el Abismo que había convocado, tratando
de orientarse. La torre al este era bastante obvia, pero tenía que tener veinte
pisos de altura. ¿Dónde tenía el Apparat a Nina? Había dicho las celdas y…
allí, casi en la parte superior de la estructura, una extensión de pared lisa, su
superficie no estaba rota por ventanas. Esas debían ser las celdas de
detención.

Pero, ¿cómo se suponía que iba a llegar allí? Podía saltar sobre las
corrientes del aire, pero no sin ser vista, y una tormenta repentina sería más
que sospechosa. Rodeó la base lentamente y vio una serie de muelles en su
nivel inferior, donde podían atracar pequeñas embarcaciones. En uno de
ellos, dos soldados fjerdanos estaban reparando el maltrecho casco de un
barco armado.

Zoya subió al muelle y levantó las manos, apretando los puños. Los
soldados jadearon y se arañaron la garganta cuando el aire abandonó sus
pulmones. Los dejó caer inconscientes a la cubierta y se dispuso a sacarles
uno de sus uniformes. Los ató y amordazó a ambos, luego los hizo rodar
fuera de la vista. Estaba agradecida por el pesado abrigo y el sombrero del
soldado. Las mujeres no servían en el ejército de Fjerda.

Se arrastró por el muelle y subió una escalera de metal a la cubierta


principal. Mantuvo la cabeza gacha y trató de caminar decidida. Zoya no
era actriz y no tenía don para los subterfugios, pero solo necesitaba llegar a
la torre. La base naval se movía a través de las olas, ganando velocidad,
dirigiéndose hacia el norte, estaba segura, para prestar apoyo al resto de las
fuerzas de Fjerda.

Zoya llegó a la torre de observación oriental y entró. No parecía seguro


tomar el ascensor, pero cuando agachó la cabeza dentro de la escalera,
escuchó el clamor de pasos que venían de arriba. No podía hablar fjerdano.
No quería arriesgarse a encontrarse con otros soldados. Tendría que ser el
ascensor.

Entró y marcó el número del piso justo debajo de la plataforma de


observación, insegura de lo que encontraría allí. En el décimo piso, el
ascensor se detuvo bruscamente. Zoya mantuvo los ojos en el suelo
mientras un par de botas negras brillantes entraban. Quienquiera que fuera,
apretó un botón y se estaban moviendo hacia arriba nuevamente. Dijo algo
en fjerdano.

Ella gruñó una respuesta, su corazón se aceleró.

Ahora la voz de él estaba enojada. Agarró la barbilla de Zoya y le


levantó la cabeza.

Cara canosa. Uniforme negro adornado con el lobo blanco. Drüskelle.

Sacó su arma, pero las manos de Zoya fueron más rápidas. Su ráfaga
golpeó su pecho y se estrelló contra la pared del ascensor con un ruido
metálico, luego cayó en un montón sin vida al suelo.

Por todos los Santos. Ahora tenía un cuerpo en sus manos.

Frenéticamente, Zoya golpeó los botones de los pisos altos, rezando


para que nadie estuviera esperando cuando se abrieran las puertas.

El ascensor se detuvo en lo que parecía una artillería. Podía ver armas


apuntando hacia abajo desde todas las ventanas. Y el lugar parecía desierto,
por ahora. Hizo rodar el cuerpo por el pasillo, luego se tomó un momento
para enviar un rayo a través de las armas, derritiendo sus largos cañones.
Era algo pequeño. Pero mientras estuviera aquí, bien podría dejar algo de
destrucción a su paso.

Las puertas del ascensor se cerraron y, por fin, llegó a lo que esperaba
que fuera el piso de la prisión. Si había contado bien, este lugar estaría
fuertemente vigilado. Ella levantó las manos.

Las puertas se abrieron en silencio. Zoya vio dos largos pasillos grises
que se curvaban en ambas direcciones. Ambas paredes estaban revestidas
de puertas. ¿Había Grisha detrás de ellas?

Tomó el pasillo de la derecha y soltó la presión, amortiguando el sonido


de sus pasos. Pero no tuvo por qué molestarse. Cuando dobló la esquina,
vio a una mujer de cintura gruesa con cabello rubio sedoso sentada en una
silla al final del pasillo, el Apparat detrás de ella, rodeada por dos
sacerdotes guardias con sus túnicas marrones. «Nina». Zoya no la había
visto desde que dejó el Pequeño Palacio para su misión, y había olvidado el
alcance de la confección de Genya. Era como mirar a una desconocida,
excepto por el brillo obstinado en sus ojos. Eso era puro Zenik.

El Apparat tenía un cuchillo en su garganta.

—Tranquila, general Nazyalensky. Ves dónde estás, ¿no es así? —Hizo


un gesto hacia las paredes sin ventanas—. Un callejón sin salida. Dudo que
incluso la inimitable Nina Zenik sobreviva a que le rajen la yugular.

—¿Será tan fácil explicar la muerte de una chica que todo el mundo
conoce como una huésped buena y piadosa de la casa de Jarl Brum?

El Apparat sonrió. Tenía las encías negras.

—Cuando le muestre los dardos de hueso que sacamos de su ropa y


exponga a sus espías del Hringsa, imagino que Jarl Brum me dará una
medalla. Hemos tomado las armas de Nina y su poder es inútil contra mis
saludables guardias sacerdotes. ¿Veremos si le gustaría usar su don
retorcido para llamar a algunos cadáveres para que cumplan sus órdenes?

Nina no dijo nada, solo apretó los labios, su mirada se centró en Zoya.

—No creo que lo haga —continuó el Apparat—. Ella no puede llamar a


los muertos sin destruir su tapadera y poner a la querida Hanne Brumen en
peligro de ser acusada de encubrimiento. Eso estropearía su compromiso
con el príncipe heredero, ¿no es así?

—¿Qué quieres? —dijo Zoya—. Tómame como tu prisionera y libera a


Nina.

—¡No! —gritó Nina.

—Me confundes, Zoya Nazyalensky. No te quiero como mi cautiva,


sino como mi camarada. Aunque ten la seguridad —dijo—, que mis monjes
están preparados. Un paso hacia mí y toda esta habitación será dosificada
con gas parem.

Los ojos de Zoya se dirigieron a las celdas, el techo, los dos sacerdotes
guardias que flanqueaban al Apparat. Había conductos de ventilación en las
paredes, pero podría estar fanfarroneando. Tenía un antídoto en el bolsillo.
¿Valía la pena el riesgo? Tendría que administrarse un antídoto y luego
luchar contra los efectos y los guardias sacedortes al mismo tiempo.

Zoya negó con la cabeza.

—¿Tienes algún amor por Ravka?

—Ravka estaba destinado a ser gobernada por hombres santos, y tu rey


no es uno. Es una abominación. Los santos deben ser liberados de él.

—Creo que encuentras abominación donde es conveniente. De la misma


manera que ubicas a tus Santos. ¿Qué quieres? Tenemos poco tiempo.

—¿Te vieron?

—Maté a un hombre en el camino.

—Ya veo —dijo el Apparat con cierto disgusto. Dio un codazo a uno de
los monjes—. Tráeme al chico.

El Sacerdote se movió para obedecer, abrió la celda más cercana y sacó


a un prisionero demacrado.

—Jarl Brum se llevó a esta pobre alma de una aldea fjerdana. Es un


Cardio. O tal vez un sanador. Nunca fue entrenado. Pero ahora hace todo lo
que le dice la droga parem. —El Apparat sacó un paquete de su túnica y el
Cardio levantó la cabeza, olfateando el aire, un gemido escapó de su
garganta—. Tú y yo vamos a dejar este lugar juntos, Zoya Nazyalensky.
Declararás tu lealtad a Vadik Demidov, el verdadero rey de Lantsov. Y te
convertirás en mi Santa, un símbolo del nuevo Ravka.

—¿Y si digo que no, Nina será torturada por tus monjes?
—Ella será torturada por este Cardio. Uno de los tuyos. Le quitará la
piel del cuerpo centímetro a centímetro. Y cuando su corazón comience a
fallar, haré que la cure y comience de nuevo. Tal vez haga que le
administren la droga a la señorita Zenik. Tengo entendido que sobrevivió a
un encuentro con la parem. Dudo que vuelva a tener tanta suerte.

Por primera vez, Zoya vio que el pánico entraba en los ojos de Nina.
«No dejaré que suceda —prometió— No te fallaré.»

—Si Nina Zenik muere aquí hoy —continuó el Apparat—, ¿quién


recordará su nombre? Ella no es una santa, no ha obrado milagros.

—Yo lo recordaré —dijo Zoya, su furia crecía—. Recuerdo todos sus


nombres.

—Tú y yo dejaremos esta torre. Anunciarás que has desertado a nuestro


lado y ofrecerás tu servicio al verdadero heredero Lantsov. Te unirás a
nosotros y verás al falso rey depuesto.

—¿Dónde termina este plan, sacerdote? Me has dicho lo que pretendes,


pero ¿cuál es tu objetivo?

—Demidov en el trono. Ravka purificada y santificada por los santos.

—¿Y tú?

—Me ocuparé del alma de Ravka. Y te daré un regalo que nadie más
puede.

—¿Cuál es?

—Conozco la ubicación de las bases secretas de Brum, todos los lugares


ocultos donde mantiene prisioneros a Grisha. Hombres, mujeres, niños, tal
vez incluso amigos que alguna vez pensaste muertos. Ni siquiera el rey y la
reina de Fjerda saben dónde encontrarlos, solo Jarl Brum y mis espías. El
cazabrujas es mucho menos sigiloso de lo que cree, y mis seguidores han
hecho bien su trabajo. Veo que tengo toda tu atención.
Grisha en celdas. Grisha siendo torturados y usados como experimentos.
Grisha que podía salvar.

—Quieres hacerme elegir entre mi rey y mi pueblo.

—¿Los Grisha no han sufrido lo suficiente? Piensa en todas las puertas


de la prisión que se abrirían si te unieras a mi causa. Imagina todo el
sufrimiento que soportará tu pueblo hasta entonces.

—¿Sabes lo que pienso? —dijo Zoya, acercándose. Si podía lograr dar


un rayo antes de que los monjes soltaran el gas, ella y Nina podrían
encargarse rápido del resto de los hombres del Apparat—. Que esto nunca
se ha tratado de los Santos o de restaurar a Ravka a la fe, solo de tu propio
deseo de gobernar. ¿Resientes a los hombres nacidos de sangre real?
¿Mujeres con poder en las venas? ¿O de verdad crees que sabes qué es lo
mejor para Ravka?

Los ojos del sacerdote estaban oscuros como fosos.

—He estado esperando que los Santos me hablen desde que era niño.
¿Quizás recitaste las mismas oraciones, tenías las mismas esperanzas? La
mayoría de los niños lo hacen. Pero en algún momento del camino, me di
cuenta de que nadie respondería a mis oraciones. Tendría que construir mi
propia catedral y llenarla con mis propios santos. —Levantó el paquete de
parem—. Y ahora hablan cuando quiero que lo hagan. Habla, Sankta Zoya.

El Cardio, con los ojos enfocados en la droga que tanto deseaba,


retorció los dedos en el aire. Nina gritó, la sangre goteaba de sus ojos, su
nariz.

—¡Detente! —gritó Zoya.

El Apparat hizo una señal al Cardio, que gimió suavemente pero se


quedó quieto. El sacerdote untó un poco de polvo naranja en la lengua del
Grisha como recompensa.

Zoya vio los ojos del Cardio rodar hacia atrás en su cabeza, vio el goteo
de sangre de la nariz de Nina.
—Ella es como una hermana para ti, ¿no? ¿Quizá como una hija? —El
Apparat sonrió dulce y serenamente—. ¿Serás la madre que se merece? ¿La
madre que todos merecen?

Zoya recordó a su propia madre llevándola por el pasillo de la catedral


para entregársela al anciano rico que sería su esposo. Recordó al sacerdote
de pie detrás de él, listo para consagrar un matrimonio falso por una
pequeña moneda. Recordó a los sulíes rodeándola en la cima del acantilado.
«Hija —habían susurrado— Hija.»

Zoya miró al Cardio, miró las celdas. ¿Cuántas estaban llenas? ¿Cuántas
celdas había en bases militares y laboratorios secretos? Ya sea que eligiera a
su rey o a su pueblo, nunca podría salvarlos a todos. Podía oír la voz de
Genya sonando en sus oídos: «Nos alejas, nos mantienes a distancia para
no llorarnos. Pero nos llorarás de todos modos. Así funciona el amor.»

La comprensión la quemó como el fuego de la boca de un dragón,


dejándola ingrávida como ceniza. Ella nunca podría salvarlos a todos. Pero
eso no significaba que fuera Sabina llevando a su hijo al matadero.

«Hija». ¿Por qué esa palabra la había asustado tanto? Recordó a Genya
pasando su brazo por el de ella, a Alina abrazándola en los escalones del
sanatorio. A Nikolai atrayéndola hacia él en el jardín, la paz que le había
otorgado en ese momento.

«Esto es lo que hace el amor.» En las historias, el amor sanaba tus


heridas, arreglaba lo que estaba roto, te permitía seguir adelante. Pero el
amor no era un hechizo, una especie de bendición para ser susurrado, un
bálsamo o una panacea. Era un hilo único y frágil, que se fortalecía a través
de la conexión, a través de las dificultades compartidas y la confianza
honrada. La madre de Zoya se había equivocado. No era el amor lo que la
había arruinado, era la muerte de este. Ella había creído que el amor
sustituiría el esfuerzo de vivir. Ella había dejado que el hilo se deshilachara
y se partiera.

«Esto es lo que hace el amor.» Un viejo eco, pero no era Sabina a quien
oía ahora. Era la voz de Liliyana mientras permanecía sin miedo en la
iglesia, mientras arriesgaba todo para luchar por un niño que no era el suyo.
«Esto es lo que hace el amor.»

¿Cuánto tiempo había temido Zoya estar unida a otros? ¿Cuán poco
había confiado en ese hilo de conexión? Por eso había rehuido de los dones
que le ofrecía el dragón. Le exigieron que abriera su corazón al mundo y
ella se dio la vuelta, temiendo lo que podría perder.

«Hija. Te vemos.»

No había logrado mantener a David a salvo, pero Genya no se había


apartado de ella. No había podido evitar que el Darkling regresara, pero
Alina no la había condenado por eso. Y Nikolai le había ofrecido un reino,
le había ofrecido el amor que había estado buscando toda su vida, incluso si
había tenido miedo de tomarlo, incluso si había sido demasiado cobarde
para mirarlo a los ojos y admitir que no era el futuro de Ravka lo que
buscaba preservar, sino su propio corazón frágil y asustado.

Juris lo había sabido. Juris lo había visto todo. «Abre la puerta.»

El amor estaba del otro lado y era aterrador.

«Abre la puerta.» El dragón había visto este mismo momento, esta


misma habitación.

Ella volvió su mirada hacia el Apparat.

—¿Cómo es que, a través de guerras, reyes y revoluciones, siempre


logras sobrevivir?

El sacerdote sonrió.

—Ese es un don que puedo compartir contigo. Entiendo a los hombres


mejor que ellos mismos. Le doy a la gente lo que necesita. Confort,
protección, maravilla. Puedes vivir mil años, Zoya Nazyalensky, pero mi fe
significa que viviré por la eternidad.

Los ojos de Zoya se encontraron con los de Nina.


—La eternidad puede ser más corta de lo que piensas.

No tuvo que levantar las manos para convocar la corriente que de


repente crujió en el aire. Se encendió alrededor de los guardias del Apparat
en chispas de fuego azul. Se estremecieron y temblaron, ardieron por dentro
y colapsaron.

—¡Nina! —gritó Zoya. En un instante, los cadáveres de los guardias se


pusieron de pie, comandados por el poder de Nina. Se apoderaron del
Apparat.

«Lo siento», les dijo a los prisioneros sin nombre y sin rostro en sus
celdas. «Siento no poder salvarlos. Pero puedo vengarlos. Puedo amarlos y
dejarlos ir.»

—¡Gas! —gritó el Apparat, sus ojos salvajes.

Zoya escuchó las rejillas de ventilación abrirse, el zumbido de parem


disparándose hacia ellos. Saltó, agarrando a Nina, sintiendo la fuerza de
Juris y el dragón. El poder de las vidas que habían vivido y las batallas que
habían librado inundaron sus músculos. Se estrelló contra la pared con Nina
en brazos, atravesó piedra y metal y se dirigió hacia el cielo que la
esperaba.

Nina gritó.

«Eres lo suficientemente fuerte para sobrevivir a la caída.»

Cayeron en picado hacia el mar. Zoya sintió los brazos de Genya


alrededor de ella, Liliyana sosteniéndola con fuerza. Sintió la presencia de
Nikolai a su lado y la espada de Juris en sus manos.

Con un aliento salvaje y jadeante, sintió que sus alas se desplegaban.


40

Mayu
Traducido por Lieve

LLEGARON DEMASIADO TARDE.

El campo de batalla estaba sembrado de cadáveres y los soldados


fjerdanos rodeaban al rey, como un lazo cada vez más apretado.

—¡Bájame! —gritó Tamar. Estaba siendo cargada por Heraldo, con sus
alas dobles de metal como las de una libélula.

—¡Son demasiados! —dijo Reyem. Tenía un brazo alrededor de Bergin,


el otro apretado alrededor de Mayu, pero su corazón todavía latía con
fuerza, seguro de que estaban a punto de caer.

—Mi esposa está en algún lugar ahí abajo —gruñó Tamar—. Déjame en
ese campo de batalla y luego puedes correr de regreso al sur.

Se lanzaron en dirección al suelo. Mayu vio caras sorprendidas que se


volvían hacia ellos, Grisha alzaban las manos para defenderse de las
criaturas de sus pesadillas: los khergud.

—¡Alto! —gritó Tamar en ravkano—. ¡Tolya, diles que se detengan!

La gente en el suelo empezó a gritarse unos a otros.

El rey Nikolai los miró asombrado.


—¡Alto! —ordenó—. Son aliados. —No sonaba como si lo creyera—.
Mantengan sus ojos sobre los fjerdanos.

Una especie de sombra rodeaba a las tropas de Ravka, tratando de


mantener a raya a los soldados fjerdanos, haciéndoles imposible apuntar
con sus rifles. Pero se estaban acercando.

Cuando los fjerdanos vieron al shu alado, abrieron fuego. Reyem giró
en el aire, dando la espalda a los disparos, protegiendo a Mayu y Bergin.
Las balas le impactaron en la espalda y las alas, el sonido fue como una
lluvia fuerte sobre un techo de metal.

—¡Reyem! —gritó ella.

—Estoy bien —dijo él, el sonido tranquilo de su voz era muy extraño en
medio del caos de la batalla.

Heraldo rodeó a Tamar con sus fuertes brazos para protegerla, pero
Polilla Nocturna y Escarabajo se lanzaron sobre los soldados fjerdanos,
ajenos a las balas que salpicaban sus cuerpos. Algunos fjerdanos huyeron
gritando de los monstruos que descendían desde lo alto; otros intentaron
mantenerse firmes. Pero no eran rival para la fuerza y la velocidad de los
khergud. Eran intrépidos, implacables. Polilla bajó la cabeza, usando sus
cuernos como un ariete. Mayu vio a Escarabajo arrancar el rifle de la mano
de un fjerdano, luego arrancar los brazos de su cuerpo, con sus garras de
metal destellando.

—¡Bájennos! —ordenó Tamar.

Langosta y Heraldo obedecieron. Los pies de Mayu tocaron el suelo y


se arrodilló antes de enderezarse. Escarabajo y Polilla habían hecho
retroceder a la línea fjerdana, pero el enemigo era mucho más numeroso y
no permanecerían alejados por mucho tiempo.

—¿Me atrevo a esperar que no hayas venido a matarnos a todos? —


gritó Nikolai sobre el estruendo de la batalla.

Tamar rodeó con un brazo a su gemelo.


—He venido a salvar tu trasero, hermanito.

—¡Dos minutos! —dijo Tolya—. Eres dos minutos mayor que yo.

Sacaron sus armas, acomodados espalda con espalda. Mayu arrebató un


rifle de las manos de un soldado caído.

—Pensé que no podían enviar refuerzos —dijo el rey Nikolai. Tenía los
labios ensangrentados y el uniforme cubierto de suciedad y sangre. Le
habían disparado en el hombro izquierdo y tenía un rifle en las manos.

—La reina lo prohibió —dijo Tamar.

Ahora Mayu se encontró con los ojos del rey.

—Pero en lo que respecta al gobierno, los khergud no existen.

—Conspiraciones dentro de conspiraciones —dijo Nikolai—.


Bienvenida de nuevo.

En el palacio de verano, Tamar y Mayu habían dejado su audiencia con


la reina Leyti y las princesas, y habían regresado con Bergin y Reyem.

—Tenías razón —había dicho Mayu—. Makhi gobernará al lado de Ehri


como regente. Sin juicio. Sin castigo. La línea Taban permanecerá intacta.

Bergin se había encogido de hombros.

—Hay una guerra en marcha. Quieren paz y estabilidad. La justicia es


un lujo que la gente como nosotros no puede permitirse.

—Van a traer a los otros khergud aquí —dijo Mayu—. Para que se
recuperen.

—Exilio —había dicho Reyem—. Quizá sea lo mejor. No estamos en


condiciones de estar rodeados de seres humanos.
—No digas eso —dijo Bergin—. Estamos vivos. Somos libres.

—¿Lo somos? ¿Cuánto tiempo se permitirá que vivan los khergud


cuando nuestra propia existencia amenace a los Taban? Somos un secreto
que no pueden arriesgar que sea expuesto. —Miró por la ventana, hacia las
orillas del lago—. Y no estamos destinados a vivir aislados, sin un
propósito. Fuimos hechos para la batalla.

—Ravka no permitirá que les ocurra ningún daño —juró Tamar—. Yo


no lo permitiré. Tenemos un tratado ahora.

—Para proteger los derechos de los Grisha —objetó Mayu—. ¿Qué les
importan los khergud?

Los ojos dorados de Tamar brillaron.

—Son víctimas del parem, tanto como los Grisha.

—No importa —dijo Mayu—. ¿De qué servirá el tratado cuando Ravka
caiga ante los fjerdanos?

—No subestimes al rey Nikolai —respondió Tamar—. Él peleará hasta


que no pueda más. Y yo también.

Bergin se levantó.

—Si vas al frente, quiero ir contigo.

Reyem se volvió.

—¿Tú… te irás?

Lo había dicho con poca emoción, pero Mayu había sentido la


confusión dentro de él.

—Puede que Ravka no sea mi tierra natal, pero soy Grisha. Lucharé por
el rey que me dio la libertad.
—Entonces deberíamos luchar también —había dicho Mayu. No estaba
segura de dónde provenían las palabras. Pero Nikolai y Tamar la habían
traído de regreso a Reyem, y ella sabía en sus huesos que sin Bergin no
habría tenido un hermano al que regresar. Escarabajo, Polilla, Heraldo…
habían tenido amigos, familias, vidas, y todo eso había sido borrado por su
renacimiento como khergud. Tenía a un Grisha al que agradecer por la
humanidad que Reyem había retenido.

—Lo haremos —dijo Reyem con firmeza—. Tu causa es mía, Bergin.


Lucharemos por los Grisha. Un guerrero khergud vale diez soldados
corrientes, tal vez más. Los demás también lucharán. Necesitamos un
propósito.

—Estoy agradecida —dijo Tamar—. Realmente. Pero la reina Leyti…

—La reina Leyti nos dijo que no podíamos enviar tropas shu —dijo la
princesa Ehri. Había aparecido en la puerta, su pequeño cuerpo parecía
flotar allí, una sonrisa danzaba en sus labios—. Pero ella no dijo nada de
fantasmas. Según nuestro gobierno, mi hermana y mi abuela, los khergud
no existen. Y los fantasmas pueden ir a donde quieran.

Se había alejado flotando, como si ella misma fuera un espíritu, y en ese


momento, Mayu se dio cuenta de que si sobrevivía a lo que sucediera
después, volvería a su puesto como Tavgharad y serviría a la princesa Ehri
con mucho gusto.

¿Tendría alguna vez esa oportunidad? Mientras estaba en el campo de


batalla, con un rifle en el hombro, apuntó y disparó, una y otra vez, sin
saber qué balas podrían haber encontrado su objetivo, aterrorizada por el
torrente de sangre en sus oídos, el latido de conejo de su corazón. Por el
rabillo del ojo, vio a Escarabajo moviéndose como un torbellino a través de
las filas de las tropas de Fjerda, mientras Polilla, Heraldo y Langosta,
Reyem, atacaban desde el aire, derribando a los soldados y rompiéndoles el
cuello con suave eficiencia.
—Me alegro de que estén de nuestro lado —dijo Tolya, secándose el
sudor de la frente.

—Esperemos que continúe de ese modo —dijo Tamar.

Mayu escuchó una serie de explosiones rápidas y, de repente, vio un


muro de fuego que se arrastraba hacia ellos a través de las líneas fjerdanas.
Alzó la vista: voladores fjerdanos, arrojando bomba tras bomba.

No podía creer lo que estaba viendo.

—¡Están matando a sus propios soldados junto con los ravkanos!

—No les importa —dijo Tamar—. Tienen la intención de ganar a


cualquier precio.

Dos voladores ravkanos interceptaron a los fjerdanos, rompiendo su


formación, pero el enemigo volvió a reunirse y recibió el ataque de los
cañones ravkanos de frente. Un ala fjerdana se incendió y el volador cayó
en una espiral de llamas y humo. Se estrelló en el campo de batalla, surcó a
través de los soldados, golpeó un tanque y explotó en una bola amarilla de
fuego. Otro volador tomó su lugar en formación. Cualquier sacrificio por la
victoria.

—¡Ordena la retirada! —gritó el rey Nikolai—. Que los Impulsores y


Mareomotores creen algún tipo de cobertura. Necesitamos sacar a nuestra
gente de aquí.

—Esta es nuestra última oportunidad —dijo Tolya.

—Si están dispuestos a bombardear sus propias tropas, no tenemos


posibilidades. Tienen demasiada potencia de fuego, y a Brum no le importa
qué tipo de bajas acumule mientras Fjerda gane el día. No alinearé a mi
gente para la matanza. ¡Retirada!

La orden pasó por la línea cuando el Abismo comenzó a cubrir el campo


de batalla. Pero Mayu pudo ver que no iba a importar. Los fjerdanos habían
recibido sus órdenes, y no importaba si no podían localizar objetivos
cuando ni siquiera les importaba apuntar. Bombardearían este campo de
batalla hasta el olvido.

Mayu vio a Reyem acelerando hacia las filas de voladores, sus alas
batiendo el aire. Una criatura voló a su lado, esa sombra que había
vislumbrado antes, pero ahora vio que tenía la forma de una bestia.
Agarraron uno de los voladores de Fjerda y le arrancaron las alas. Los
Impulsores de Ravka arrojaron los escombros lejos del campo de batalla,
tratando de proteger a las tropas debajo.

—Vamos —dijo Reyem mientras se sentaba a su lado. La agarró por la


cintura—. Necesito sacarte de aquí.

—Ve —dijo Tamar.

—Bergin… —intentó Reyem, pero Bergin negó con la cabeza. No


abandonaría esta pelea.

Reyem ya estaba levantando a Mayu por el aire.

—¡No! —gritó Mayu—. Tenemos que sacar a Tamar y a los demás


también.

—Olvídalo —dijo Tolya—. Esta es nuestra lucha. Por cada Grisha.

—Por cada Grisha —dijo Bergin.

—Esto es un suicidio —dijo Mayu—. ¡Son demasiados!

Tamar agarró al rey por el hombro.

—Nikolai, deja que el khergud te lleve volando. Aún puedes sobrevivir


a esto.

Pero el rey se limitó a reír, una risa que no se parecía en nada a la de


Isaak, feroz y tal vez un poco desquiciada.

—Nada de eso, Tamar. Si la independencia de Ravka muere este día, yo


muero con ella.
Mayu escuchó el inconfundible zumbido de los motores fjerdanos.
Habían vuelto a ponerse en formación y estaban haciendo otra carrera por el
campo de batalla.

—¡Están regresando!

El rey se subió a un tanque, la criatura de sombra se cernía sobre él. Se


volvió hacia el khergud.

—No tienes ninguna razón para ayudarme, pero te la pido de todos


modos. La batalla está perdida, pero si podemos eliminar esa línea de
bombarderos, podemos darles a todos en este campo la oportunidad de
ponerse a salvo, tanto fjerdanos como ravkanos.

—Nikolai —dijo Tolya—. Por favor. Es una locura. Si el demonio


muere, tú también lo haces.

El rey sonrió.

—Modales, Tolya. Si quieren enviarme al infierno, al menos voy a


despedirme como es debido. —Su chaqueta estaba rota, su ropa manchada
de sangre. Nunca se había parecido menos al chico que la había cortejado.
Nunca se había parecido más a un rey—. Este no es su país. No tengo
derecho a ordenarles, así que se los pido. Luchen por mí. Luchen por cada
Grisha, por cada soldado, por cada niño que desea volver a ver a su madre,
por cada padre que desea descansar la cabeza por la noche sin miedo a lo
que pueda suceder mañana, por cada artista, carpintero, cantero y granjero
que estaba destinado a hacer más con sus vidas que llevar un arma en sus
manos. Luchen por todos nosotros.

Los soldados que se quedaron alrededor del rey rugieron su respuesta.

—¡Por todos nosotros!

La criatura de sombras que flotaba sobre él chilló y saltó al cielo. «Lo


está comandando», se dio cuenta Mayu. Era el demonio del rey.
Heraldo y Polilla se lanzaron al aire. Tal vez todavía eran humanos
después de todo, o tal vez solo tenían hambre de pelea.

—¿Mayu? —dijo Reyem.

Él huiría si ella se lo decía. Podrían escapar de este lugar, regresar a


casa, regresar con sus padres. O podrían intentar salvar a estas personas.

«Esto es mi penitencia» se dio cuenta. Penitencia por Isaak, por el chico


inocente que podría haberla amado y que nunca volvería.

—Arráncales el corazón —le dijo.

—Lo haré.

Él se había ido, formando un arco hacia arriba con sus alas con bisagras,
Heraldo y Polilla a su lado. Se unieron al demonio en el cielo, uniéndose en
formación, una flecha dirigida a los bombarderos fjerdanos. El cuerpo
mortal del rey se arrodilló sobre el tanque, como si rezara, toda su atención
se centró en el ataque.

—¡En línea! —gritó Tamar—. Protejan al rey.

Rodearon el tanque, viendo como el demonio y los khergud aceleraban


hacia el impacto.

—Vamos a verlos morir —dijo Tolya.

—Todos lloran la primera flor —dijo Mayu en voz baja—. ¿Quién


llorará por el resto que caiga?

—Me quedaré para cantar para ti —continuó Tamar el poema.

Tolya se llevó una mano al corazón.

—Mucho después de que la primavera se haya ido.

Solo ellos sabían lo que significaría este momento, esta pérdida.


Había lágrimas en los ojos de Tolya.

—Que los santos te cuiden, Nikolai —dijo él—. Morirás como un rey.

Mayu observó cómo se reducía la distancia al impacto: doscientos


metros, cien metros. No se permitiría apartar la mirada.

—Adiós, hermano —susurró ella.

Un rugido partió el aire. Una forma enorme atravesó el campo, entre los
khergud y los bombarderos fjerdanos, haciendo que se dispersaran. Un
relámpago plateado crujió en el cielo.

—¿Qué diantres…? —comenzó Tamar. Pero las palabras murieron en


su lengua.

Todos miraron al cielo y Mayu abrió la boca para gritar.

Estaba mirando a un dragón.


41

Nina
Traducido por Catt

—¡POR FAVOR, POR FAVOR, POR FAVOR, no me dejes caer!

Si Zoya tenía el poder del habla, no lo estaba usando.

Porque ella era un dragón.

«Un dragón.»

Un minuto Nina tuvo el olor del parem en sus fosas nasales, y al


siguiente fue golpeada hacia atrás con los brazos de Zoya alrededor de ella,
rompiendo la pared de la torre como si fuera paja. Estaban cayendo, el aire
pasaba rápidamente a su lado. Nina cerró los ojos con fuerza, sabiendo que
su cuerpo se rompería cuando golpearan el agua, con tanta seguridad como
si golpearían una piedra. Y luego, la caída se convirtió en vuelo.

Había escuchado una voz en su cabeza decir… algo. «Abre la puerta.»

El cuerpo de Zoya pareció cambiar a su alrededor y Nina gritó, segura


de que en cualquier momento volvería a caer en picada hacia el mar. Sus
manos escarbaron en busca de algo a lo que aferrarse, y se aferraron a
brillantes escamas negras.

¿Qué les había pasado al Apparat y a sus monjes? ¿Cómo iba a volver
con Hanne? No podía contener un pensamiento en su cabeza por más de un
momento. Toda la lógica y el sentido se disolvieron en una mezcla
efervescente de miedo y júbilo. Ella estaba volando. Volaba en el lomo de
un dragón.

Aceleraron sobre las olas y Nina vio la forma del dragón reflejada en
destellos en el agua. Era enorme, con alas anchas y elegantes. El rocío de
sal le picaba en las mejillas.

—¿Adónde vas? —logró jadear Nina—. ¿A dónde me llevas?

Pero la respuesta se hizo clara rápidamente: tierra adentro, hacia el


frente.

Nina olió la batalla antes de verla. El humo de las bombas y la artillería


cubría el campo en una densa bruma. Escuchó el zumbido de los pilotos, el
estruendo de los motores.

Un escuadrón de lo que parecían bombarderos fjerdanos rodeaba el


campo, luego se unió en una formación en V, una lanza de metal gris y
destrucción que se elevaba por el cielo. Vio algo que se movía por el aire
hacia la nave enemiga: pequeñas formas aladas. Uno de ellos se veía
diferente, como una sombra destrozada. Khergud. Soldados shu diseñados
para cazar y capturar a los Grisha. Entonces, ¿por qué se estaban lanzando
al camino de los pilotos fjerdanos?

¿Y por qué el dragón aceleraba directamente hacia ellos?

—¿Zoya? —dijo ella—. Zoya, ¿qué estás...?

Nina se aplastó contra la espalda de Zoya mientras se lanzaban a la


refriega. Vio a los khergud dispersarse, rompiendo filas. Escuchó el
traqueteo de las armas fjerdanas. Una bala le rozó el muslo y gritó, pero los
disparos no parecieron tener efecto en Zoya, o en lo que sea que Zoya se
había convertido.

El dragón salió disparado hacia el cielo, giró en el aire y se lanzó hacia


los bombarderos. Nina sintió que se le revolvía el estómago. Zoya la iba a
matar si vomitaba.
El dragón abrió las fauces y fue como si la tormenta se hubiera estado
gestando en su vientre. Un relámpago plateado salió de algún lugar
profundo de su interior. Crujió en el aire, atrapando a los pilotos en la
corriente. Estallaron en llamas, cayendo del cielo como insectos arrugados.
Nina olió algo dulce, casi químico: ozono.

Se aferró a la espalda del dragón, las escamas pinchaban su piel, el


suelo increíblemente muy abajo. Podía ver su sombra en el campo de
batalla, elevándose sobre las filas de ravkanos y fjerdanos, que miraban
aterrorizados.

Nina tuvo el repentino pensamiento de que nada de esto era real, que
cuando ese pobre y drogado Cardio había comenzado a torturarla,
simplemente se había desmayado del dolor, su mente astillada y creando
este escenario salvaje en el que esconderse. Parecía más plausible que su
amiga y mentora se había convertido en una criatura de un libro de cuentos.

El dragón dejó un rastro de relámpagos plateados, creando un muro de


fuego, y mientras se inclinaban hacia el este, Nina entendió por qué. Ella
cortó el retiro de los fjerdanos. Sus fuerzas estaban encajadas entre un muro
de llamas plateadas y los soldados de Ravka.

Los tanques fjerdanos dirigieron sus poderosos cañones hacia el dragón


y Nina jadeó cuando Zoya se ladeó con fuerza hacia la derecha, esquivando
sus proyectiles. Nuevamente desató su rayo, la corriente chispeó en las
máquinas de guerra de Fjerda, derritió los cañones de sus armas y envió a
los hombres a arrojarse a un lado en busca de seguridad.

Las enormes alas del dragón batían el aire. Un rugido retumbó a través
de su cuerpo escamoso, y Nina sintió que también la recorría. Podía ver los
cadáveres de los soldados caídos, los Grisha con sus máscaras de gas
puestas. Vio al culto del Santo Sin Estrellas con sus túnicas adornadas con
el sol en eclipse. Y allí, no lejos de las fuerzas del rey, una línea de
uniformes negros, una masa de drüskelle con sus látigos y armas en alto,
avanzando hacia el Rey Nikolai.

No vio a Brum entre ellos. ¿Sabía que Fjerda planeaba bombardear el


campo de batalla con sus propios soldados todavía en batalla? Quizás él
mismo había dado la orden.

Nina mantuvo su cuerpo presionado contra el cuello de Zoya. No sabía


si podía ser reconocida desde esa distancia, pero no quería correr riesgos.

—¡Abran fuego! —gritó el comandante drüskelle. Pero estaban


aturdidos, petrificados, con la cabeza inclinada hacia el cielo y la boca bien
abierta.

Nina sintió una oleada de poder. Había pasado tantos meses asustada e
insegura, preguntándose qué sería de su país, sobreviviendo con la
esperanza, sin saber si ella y Hanne encontrarían la manera de sobrevivir.
Por todos los Santos, se sentía bien ser el fuerte, no tener miedo al fin. Con
un poderoso aliento, una sola exhalación de relámpago, Zoya podría
destruirlos: cientos de tropas fjerdanas y los monstruos cazabrujas que
Brum había entrenado. Estaría hecho. ¿Qué soldado se atrevería a marchar
contra Ravka, contra los Grisha, de nuevo?

Nina miró a los rostros de abajo mientras estiraban el cuello, se


protegían los ojos y se quedaban boquiabiertos ante la muerte que se
elevaba sobre alas negras. Siempre habían temido a los Grisha, y ahora, en
este momento, desde esta altura, podía admitir que tenían derecho a ese
miedo: los Grisha habían nacido con dones que los hacían más mortíferos
que cualquier soldado común. Fjerda había dejado que ese miedo los
dominara, los impulsara, moldeara su nación.

¿Pero no había también asombro en esos rostros? El asombro que Nina


había fomentado con sus falsos milagros, sus pequeños intentos de influir
en el pensamiento fjerdano. ¿Para qué había sido todo eso si solo terminaba
en aniquilación?

«Reserva un poco de misericordia para mi pueblo.»

Maldita sea, Helvar.

«Tiene que haber un Fjerda que valga la pena salvar. Prométemelo.»


Ella lo había prometido. Y al final, no podía dejar de lado ese voto.
Cuando pronunció esas palabras, cuando hizo ese juramento, no solo le
estaba hablando a Matthias, sino al chico que lo había matado y a los
hombres que ahora se encogían de miedo en el campo debajo de ellos.

—¡Zoya! —gritó, insegura de si Zoya podría siquiera oírla, si esta


criatura era Zoya Nazyalensky aún—. Zoya, por favor. Si los destruyes, la
causa de Brum nunca morirá. Siempre nos temerán. ¡Nunca tendrá fin!

El dragón chilló y abrió las fauces.

—¡Zoya, por favor!

Nina olió ozono en el aire. Escuchó el crepitar de un relámpago.

Apretó la cara contra las escamas del dragón. No quería ver qué venía
después.
42

Nikolai
Traducido por Catt

JURIS.

Ese fue el primer pensamiento de Nikolai cuando apareció el dragón, la


luz del sol brillando en azul sobre sus escamas negras. Hasta que los
relámpagos destellaron en rayas irregulares en el cielo. Conocía el poder de
Zoya, lo reconoció al instante.

Atrajo al demonio hacia él. Hacía tiempo que había dejado de pensar en
lo que habían visto los soldados a su alrededor o si lo condenarían por el
monstruo en el que se había convertido. De alguna manera, increíblemente,
Ravka había aprovechado la ventaja. El relámpago de Zoya había
encendido paredes de llamas, bloqueando la retirada de las fuerzas
fjerdanas, y ahora ella flotaba sobre ellos, lista para emitir un juicio.

La Era de los Santos. Yuri lo había predicho y ahora, en este momento


tembloroso, había llegado. No con Elizaveta o el Darkling, sino sobre las
alas de un dragón. Nikolai pensó en todas las historias, en Sankto Feliks que
se había convertido en una bestia para luchar por el primer rey, en Juris que
había vencido al dragón solo para tomar su forma. Zoya se había convertido
en algo que el mundo no había visto desde antes de que se escribieran las
leyendas.

Las fauces del dragón se abrieron y soltó un chillido enojado. En él,


Nikolai escuchó toda la tristeza de Zoya, su rabia, el dolor que había
soportado por cada soldado caído, cada amigo perdido, la profunda soledad
de la vida que se había visto obligada a vivir. El aire pareció cobrar vida, la
presión disminuyó, los relámpagos se acumularon.

Iba a matarlos a todos.

«No lo hagas —rezó Nikolai— No cedas a esto. Tiene que haber más
en la vida, incluso para soldados como nosotros.»

Por un momento, la mirada del dragón se encontró con la suya y la vio


allí, en esa plata inhumana, esas pupilas rajadas. Vio a la chica que había
apoyado la cabeza en su hombro en el jardín y lloró.

«Tiene que haber más.»

Giró su cuello escamoso y un rayo estalló en el cielo, exclamaciones


crepitantes que quemaron el aire y levantaron el vello de los brazos de
Nikolai. Pero los fjerdanos todavía estaban de pie. Zoya los había
perdonado.

—¡Sankta!

Nikolai no estaba seguro de dónde provenía el grito. Volvió la cabeza y


vio una figura vestida de negro, arrodillada en el campo.

—¡Sankta Zoya! —gritó la figura de nuevo.

Levantó la cabeza y Nikolai se encontró con la mirada gris del Darkling.


El bastardo le guiñó un ojo.

—¡Sankta! —Otra voz, temblorosa por las lágrimas.

—¡Sënje! —Esta vez desde el lado fjerdano.

—¡Sankta Zoya de las Tormentas!

Uno de los drüskelle arrojó su arma.

—¡Sënje Zoya daja Kerkenning! —gritó, cayendo de rodillas—. Me jer


jonink. ¡Me jer jonink!
Santa Zoya del Rayo. Perdóname. Perdóname.

El capitán drüskelle avanzó con la pistola en alto. ¿Mataría a este chico


arrodillado? ¿Le abriría la cabeza por atreverse a albergar pensamientos
paganos en su interior? Si lo hiciera, ¿qué pasaría?

Pero dos soldados fjerdanos se interpusieron en el camino del capitán,


lo agarraron por los brazos y le quitaron la pistola. El capitán drüskelle
gritó, con la cara roja, saliva volando de su boca. Blasfemia, herejía,
traición, abominación. Todas las palabras que se habían usado contra los
Grisha antes. Si los fjerdanos hubieran estado ganando esta batalla, tal vez
esos cargos hubieran prevalecido. Pero estos hombres no querían morir.
Uno a uno, los drüskelle se arrodillaron. Zoya había comprado su lealtad
con piedad.

Una vez más, Nikolai miró al Darkling. Los Sin Estrellas lo habían
rodeado, rezando. El campo estaba lleno de soldados arrodillados, de tropas
llorando, de Grisha perplejos. Desde el norte llegó el sonido de una
trompeta: el sonido fjerdano de retirada. El Darkling le sonrió a Nikolai
como si hubiera sido el arquitecto de todo.

Por encima de ellos, el dragón agitó sus enormes alas y vio que había
alguien en su espalda, aunque no pudo distinguir quién era. La gran bestia
rugió y las nubes a su alrededor palpitaron con luz. Los truenos retumbaron,
rodando sobre las montañas, y los relámpagos se bifurcaron a través del
cielo, tan brillantes que tuvo que apartar la mirada.

Cuando miró hacia atrás, Zoya se había ido.


43

Zoya
Traducido por ♥ Celaena S. ♥

ZOYA NO PODÍA PENSAR EN EL SONIDO de la risa de Juris en su


cabeza.

«Sankta Zoya.»

Ella no era una Santa. Eso era una tontería sin sentido. ¿Pero había
ayudado a conseguir la paz para Ravka? ¿Había hecho bien al dejar vivos a
los fjerdanos? Bajó en picado hacia la costa, buscando un lugar donde
aterrizar fuera de la vista de miradas indiscretas. Necesitaba un momento en
la fresca oscuridad para volver a juntar sus pensamientos, para
comprenderse a sí misma de nuevo. Su mente se sentía diferente, no solo su
cuerpo. No podía entender la forma de quién era. Era demasiado: el pánico
de los soldados en el campo, el desconcierto del Darkling, la furia salvaje
del comandante druskelle, la angustia de Nina. Nikolai. Todavía podía
sentir su miedo por ella. «Tiene que haber más en la vida, incluso para
soldados como nosotros.» En esos breves segundos ella había creído.
«Podríamos refugiarnos el uno en el otro.» Ella estaba atada a todos ellos.

La información de Juris resonó a través de su interio: una cueva al norte


de Os Kervo, excavada en la pared del acantilado. Él había sobrevolado esta
costa muchas veces antes. La cueva era pequeña, pero serviría.

«Debería haber matado a los fjerdanos. Debería haberles hecho una


herida de la que nunca se recuperarían.» Pero esa era una voz antigua, la
voz de una niña herida que no tenía en quien confiar, que temía que siempre
hubiera alguien más poderoso y más cruel que ella. Siempre sería una chica
furiosa y sedienta de sangre, pero también podría permitirse ser otra cosa.
Si ella había ayudado a ganar la paz para Ravka, entonces tal vez podría
otorgarle a su propio corazón un poco de paz también.

Se sentó con un torpe ruido sordo, casi chocando contra la pared de la


cueva antes de que lograra ralentizar. Totalmente sin gracia.

—Tienes que llevarme de regreso —dijo Nina.

Zoya dio un gran encogimiento de hombros. «Bájate o te tiraré.»

Nina gritó y medio rodó fuera de ella, aterrizando despatarrada en el


suelo de la cueva. Su ropa estaba empapada y su cabello rubio parecía como
si alguien hubiera tratado de peinarlo con un tridente.

—¿Estás en mi cabeza? —Nina chilló, presionando sus manos en sus


sienes—. ¿Puedes leer mi mente?

Afortunadamente no. Pero podía sentir. Mucho. Era espantoso. Esto era
lo que siempre había temido, esta profunda conexión con el mundo. Pero
ella había abierto la puerta; la hizo estallar. No había modo de cerrarla
ahora.

Nina se puso de pie. Estaba mirando a Zoya con ojos enormes, y Zoya
se preguntó qué veía. Su propia vista era más aguda, su sentido del olfato
más agudo. Cada respiración se sentía extraña, su vientre, sus pulmones.
¿En qué se había convertido?

—Yo... yo todavía no... no puedo creer que seas tú.

Zoya tampoco podía creerlo. Y, sin embargo, esto era lo que Juris quería
de ella, era el verdadero regalo que había llegado a través de sus escamas
cuando ella le quitó la vida y él la de ella. Pero no sabía cuánto tiempo
podría conservar esta forma. Todavía se sentía mal para ella, inestable.

Buscó algún tipo de explicación para ofrecerle a Nina. «Existió un


tiempo en que los soldados se convertían en bestias, y cuando los Grisha no
portaban amplificadores, se convertían en ellas.»
—No te convertiste en un oso o un halcón, Zoya. Eres un dragón.
¿Puedes... es permanente?

Zoya sintió que un escalofrío la recorría, un eco de la soledad de Juris.


Él había podido tomar forma humana o de dragón a voluntad. Esperaba que
le pasara lo mismo a ella.

«No lo sé.»

—Zoya, tienes que llevarme de regreso a la Boca de Leviatán.

«Volverás a casa en Ravka.»

—No, no lo haré. Mi misión no está completa.

Un profundo gruñido retumbó a través de Zoya y rompió sus enormes


mandíbulas en el aire. «¿Por qué tienes que ser tan terca?»

—¡Podría preguntarte lo mismo! —dijo Nina, y tuvo la temeridad de


patear la pata delantera de Zoya con su diminuto pie.

«Puse mi vida en riesgo para recuperarte, Nina. El Apparat aún podría


estar vivo. Tu tapadera puede que ya sea inservible.»

—Voy a arriesgarme. Tengo que hacerlo.

Zoya resopló y vio cómo el polvo y los guijarros se elevaban a través de


la cueva. El precio de la forma del dragón fue tan alto como sospechaba que
sería. Sintió el dolor de Nina, y eso solo hizo que Zoya quisiera mantenerla
más cerca, encontrar una manera de protegerla del peligro. Fue
insoportable.

«Prométeme que volverás a casa con nosotros.»

—No puedo.

«Entonces prométeme que tendrás cuidado.»

—Tampoco puedo hacer eso.


«Miserable niña.»

Pero iba a dejar ir a Nina. Nina Zenik era un soldado. Zoya la había
entrenado bien. Y tenía derecho a elegir su propio camino.

«Sube y agárrate fuerte» le ordenó Zoya.

Nina rió —Eso puedo hacerlo.

Zoya estiró el cuello hacia atrás para mirar a Nina. Ella estaba radiante,
sus mejillas sonrosadas. No se parecía en nada a la chica afligida que Zoya
había conocido. La felicidad y la anticipación brillaban a su alrededor como
si fueran su verdadera forma, como si llevara un halo de oro.

Zoya saltó desde la boca de la cueva y dejó que la alegría de Nina la


llevara por encima del mar.

Las envolvió a ambos en el Abismo cuando se acercaron a Leviatan,


pero el caos absoluto había estallado a bordo de la base y había mucha
cobertura. Vio balsas y botes que llegaban y partían en enjambres mientras
oficiales, soldados y personal médico viajaban hacia y desde el continente.
La batalla se había estancado por ahora; Zoya sabía que eso no significaba
la paz.

Decir adiós a Nina de nuevo no fue fácil, pero Zoya no iba a


interponerse en su camino. Si realmente creía que podría retomar su
tapadera como Mila Jandersdat, entonces aún podría ser un activo valioso y
proporcionar información vital a Ravka. Pero había más. Zoya sintió la
atracción del anhelo de Nina hacia... alguien vibrante, brillante como un
nuevo sol, cálido y cobrizo. Al parecer, la niña no podía mantenerse alejada
de los fjerdanos. Zoya se preguntó si debería advertirle contra el
enamoramiento, contra el peligro que podría correr mientras estaba
encubierta. Pero era una tontería pensar que podía contener el corazón de
Nina Zenik.

—Tengo que advertirte —dijo Nina mientras se sentaban cerca de uno


de los muelles—. Dile al rey que no podemos confiar en el príncipe
Rasmus. Hanne todavía tiene esperanzas en él, pero no es quien
pensábamos que era. Para nada.

Un aliado menos. El príncipe había dejado que el odio de su país


eligiera su camino.

«Crearé una distracción para que puedas reunirte con los soldados en
la base sin llamar la atención.»

Nina sonrió —Eso no debería ser un gran desafío.

Zoya golpeó a Nina con el hocico. Fue un gesto más íntimo de lo que
jamás hubiera estado tentada a hacer en su cuerpo humano. «Mantente lo
más segura que puedas.»

Nina puso una mano sobre las escamas de Zoya. Apoyó la mejilla
brevemente contra su cabeza —Gracias —susurró, y luego desapareció por
una rampa hacia el bullicio de la base.

Zoya se preguntó si volvería a ver a Nina Zenik.

Se puso en marcha sobre las olas, luego se dio la vuelta y estalló a


través de el Abismo mientras describía un arco sobre la base naval. Escuchó
gritos desde abajo, sintió el terror de los fjerdanos como una ola helada y se
deleitó con ello. El miedo era un lenguaje entendido universalmente.
Respiró hondo y soltó un relámpago crepitante, luego se ladeó hacia la
izquierda y se dirigió de regreso al continente, con las alas extendidas,
sintiendo el rocío de sal contra su vientre, mientras se deslizaba a baja
altura sobre el agua. Todavía podía sentir el corazón poderoso de Nina, el
latido constante de su coraje.

«Cuando estás atado a todas las cosas, no hay límite para tu


conocimiento.»

Y aparentemente a lo que tendría que sentir. Toda esta emoción era


agotadora. Ella era Zoya y ella era el caballero conocido como Juris y ella
era el dragón que él había matado una vez.
Rodeó el campo de batalla y vio a los fjerdanos en retirada. Era difícil
ver tantos cuerpos en el suelo, sentir el dolor que emanaba de los soldados
mientras atendían a sus heridos y lloraban a sus muertos. Pero no pudo
encontrar ninguna señal del Santo Sin Estrellas o sus seguidores. El
Darkling había sido el primero en arrodillarse, aunque no se hacía ilusiones
de que de repente se hubiera puesto de su lado. No había terminado y, sin
embargo, ella no podía adivinar sus intenciones. Su presencia en el campo
de batalla había sido como una brecha entre toda esa vivacidad y miedo, un
pozo profundo de eternidad.

Zoya se volvió hacia el pueblo de Pachesyana, donde las fuerzas


ravkanas habían establecido su cuartel general. El campamento de soldados
apareció a la vista y luego la tienda de mando real. Sabía que necesitaba
concentrarse para lograr un aterrizaje en este pequeño espacio, pero estaba
más cansada de lo que se había dado cuenta. Había hecho demasiado,
demasiado rápido. Podía sentir que su control sobre la forma del dragón se
deslizaba, y entonces no estaba volando, estaba cayendo.

Una ráfaga de aire la atrapó, amortiguando su descenso. Cuando golpeó


la tierra, el impacto fue suave, pero aún así fue una sorpresa, dejándola sin
aliento. Una parte de ella quería ceder a su fatiga y caer en la inconsciencia.

Sintió unos brazos rodeándola y levantando su cabeza.

—¿Zoya? —La voz de Nikolai. La voz de un rey. La voz de un niño


brillante y creativo, que se queda solo con sus libros e inventos, vagando
para siempre por un palacio vacío. Su dolor y preocupación se apoderaron
de ella—. Por favor —susurró—. Por favor.

La mente del dragón retrocedió, dejándola felizmente vacía de cualquier


pensamiento que no fuera el suyo. Zoya se obligó a abrir los ojos. El labio
de Nikolai estaba ensangrentado. Había hollín en su cabello. Pero estaba
vivo y durante este breve momento, la abrazó. Quería acurrucarse contra él
y dejarse llorar. Quería acostarse a su lado y sentirse segura durante una
hora. Tenía mucho que decirle y no quería esperar.

Zoya se obligó a sentarse —¿Los fjerdanos?


—Cuidado —dijo, todavía ayudando a sostenerla—. Nadia frenó tu
caída, gracias a los Santos, pero golpeaste el suelo con fuerza.

—Los fjerdanos —repitió —¿Se retiraron?

—Hemos convocado una tregua.

Zoya vio a Tolya con el ceño fruncido, Tamar mordiéndose el labio,


Nadia con las gafas alrededor del cuello, Leoni sujetando con fuerza el
brazo de Adrik, Genya con una mano presionando su boca. El alivio la
inundó y quería abrazarlos a todos. En cambio, dijo: —No recibiremos
ayuda del príncipe heredero de Fjerda. Nina parece haber sobrestimado su
influencia.

—Yo no diría eso —reflexionó Tamar—. Todo un campo de batalla te


acaba de declarar una Santa.

—En realidad, el Darkling te declaró una Santa —corrigió Nikolai.

—Convertirse en dragón probablemente ayudó —agregó Tolya.

—¿Sabías que podías hacer eso? —preguntó Genya —¡No puedo creer
que no me lo dijeras!

Zoya negó con la cabeza. Se sentía increíblemente fría, como si ahora


que el fuego del dragón se había acumulado dentro de ella, nunca estaría
caliente hasta que se encendiera de nuevo.

—Había khergud en el campo de batalla —dijo recordando. Habían


volado junto al demonio de Nikolai.

—Está bien —dijo Tolya, poniéndose en cuclillas —Lucharon de


nuestro lado. Pero tuvieron que desaparecer por un tiempo. No podían
arriesgarse a las preguntas.

—No existen —dijo Tamar —Al menos según la reina shu.

—Has vuelto —dijo Zoya.


Tamar le guiñó un ojo —¿Crees que me perdería una pelea? —Le
ofreció la mano a Zoya y la ayudó a levantarse.

Los ojos de Nikolai se agrandaron —Llevas la armadura más


extraordinaria.

Zoya se miró a sí misma. Sus ropas rústicas de campesina habían


desaparecido. Su cuerpo estaba cubierto con una túnica ajustada y calzas
hechas de escamas negras metálicas que relucían en azul bajo el sol. Ella
reconoció esta armadura. Era lo que Juris había usado en forma humana y le
quedaba como una segunda piel. A su vanidad no le importó el efecto, pero
sería mejor que pudiera quitárselo.

Leoni ladeó la cabeza —¿Es cómodo?

—Es pesado —dijo Zoya, ofreciendo su brazo para que la Fabricadora


pudiera sentir el metal.

—Causará una gran impresión en Os Kervo —dijo Nikolai—. Fjerda ha


pedido una negociación.

—Vadik Demidov también está en Os Kervo —dijo Tolya—. Los


fjerdanos están en retirada por ahora, pero han cambiado de táctica.

Tamar gruñó disgustada. —No pudieron vencernos en el campo, por lo


que están impulsando el tema de la sucesión. Han convocado a una
asamblea de los nobles de más alto rango de Ravka.

Zoya no podía creer lo que estaba escuchando —¿Nuestros nobles? No


tienen derecho a mandar a nuestra gente.

—Podemos detenerlos —dijo Genya—. Bloquearemos la asamblea.

Nikolai se puso un par de guantes de piel de becerro. En el tiempo


transcurrido desde la batalla, se había puesto un uniforme de campaña
inmaculado. —Al contrario —dijo—. He ordenado que se envíen aeronaves
a buscarlos. Estarán aquí en unas horas.
—Por el amor de los santos, ¿por qué? —preguntó Zoya. Si el hombre
podía complicar algo, lo haría.

—Porque cuanto más tiempo les demos para tramar y planear, peor será.
En este momento, Ravka Occidental nos está agradecido y enojado con
Fjerda por su traición. Genya, necesito que te ocupes de mi labio cortado y
me hagas parecer menos un pícaro y más un monarca respetable. Bastardo o
no, si tengo alguna esperanza de mantener el trono, es esta.

Siguió un incómodo silencio.

Tamar lo rompió con un chasquido de su lengua. —Ser bastardo es la


menor de tus preocupaciones.

—Ellos saben lo que eres ahora —dijo Zoya. Ella se fue por unos días y
todo se fue al infierno. Había lanzado a su monstruo al campo. Le había
mostrado a todo Ravka el rey demonio.

—Cierto —dijo Nikolai—. Pero ellos también saben lo que eres, Sankta
Zoya.

—No me llames así.

—Suena bien —dijo Tamar.

—¿Nuestra Señora del Fuego de Dragón? —sugirió Nadia.

—¿Dulce venganza escamosa? —dijo Genya.

Zoya les dio la espalda a todos y caminó hacia las tiendas —Me voy a ir
a vivir a una cueva.
44

Nina
Traducido por Catt

CON CADA PASO QUE NINA DABA en la base naval, se preguntaba


si oiría una voz diciéndole que se detuviera. Se estremecía con cada grito,
segura de que estaba a punto de sentir el azote de un látigo drüskelle
alrededor de sus brazos o que un escuadrón de hombres del Apparat se
abalanzaría sobre ella.

Pero los fjerdanos solo tenían ojos para el dragón que se elevaba sobre
ellos.

—¡Está de vuelta! —gritó alguien—. ¡Pónganse a cubierto!

Nina tuvo que recordarse a sí misma que debía agacharse y buscar


refugio detrás de un volador en tierra.

—¿Qué es esa cosa? —le preguntó al piloto mirando al cielo.

—No lo sé —dijo, con la voz temblorosa—. Lo vi antes. Destruyó la


torre este y luego se fue volando.

—Quizás no tenía hambre entonces —ofreció Nina amablemente.

El piloto gimió y se acurrucó con más fuerza al costado del volador.

Regresó lentamente a la cabaña de los Brum, asimilando el tumulto que


la rodeaba y dándose tiempo para inventar una historia. La base naval se
había trasladado al norte para unirse al apoyo de la batalla en Arkesk.
Ahora se estaban desplegando unidades médicas de fjerdanos para atender a
los soldados y traer los cadáveres del frente. Nina podía sentir el cambio
que se había producido en estos hombres. Habían entrado en una batalla
pero se habían visto obligados a luchar en otra. Incluso aquellos que habían
considerado la posibilidad de la derrota no habían pensado que llegaría de
esta manera, cortesía de un dragón y un escuadrón de guerreros shu
voladores. Nadie podría haber imaginado a los soldados de Fjerda
arrodillados ante un Grisha. Si los pensamientos de Nina todavía se sentían
como un plato resbaladizo de albóndigas, no podía empezar a adivinar lo
que debían sentir las personas a su alrededor.

Asumiendo que nadie la había visto claramente durante la batalla, solo


tenía que dar cuenta de dónde había estado durante las últimas horas. Diría
que había necesitado tiempo para recuperarse de lo que había visto durante
la invasión por mar, que le había molestado más de lo que pensaba y que
una vez que la base se unió al asalto del norte, ella simplemente trató de
mantenerse fuera del camino.

¿Y si el Apparat hubiera logrado sobrevivir e intentaba exponerla? No


sabía qué prueba podría tener el sacerdote de su verdadera identidad, pero
dudaba que importara. Los fjerdanos la arrojarían a una celda y la
interrogarian más tarde. Nina no iba a permitir que eso sucediera. Los
hombres del Apparat le habían quitado los huesos de las mangas. Eso
podría haberla dejado vulnerable, pero había muerte por todas partes,
cadáveres en la costa y en la base, todos los cuales podrían convertirse en
sus soldados. Solo necesitaba encontrar a Hanne y sacarlas a amba de aquí.

Pero las habitaciones de los Brum estaban vacías. No había rastro de


Ylva ni de Hanne.

Nina se cambió la ropa empapada y se puso el vestido de lana rosa que


había usado el día anterior. Volvió a trenzarse el cabello y se dirigió a la
terraza. ¿Podría estar Hanne todavía con el príncipe en la torre oeste?

Estaba a solo unos metros del centro de mando cuando escuchó a una
mujer sollozar. Sonaba como Hanne. Nina echó a correr y vio a un grupo de
soldados reunidos alrededor de alguien o algo. Jarl Brum se hizo a un lado,
discutiendo con un grupo de guardias reales. Tenía suciedad en la cara, el
barro y la sangre de la batalla manchaban su uniforme. Se abrió paso entre
el círculo de soldados y marineros, luchando por acercarse, y luego se
detuvo en seco.

No era Hanne la que lloraba. Era Ylva. Sollozando sobre el cuerpo


destrozado de su hija.

La mente de Nina se inclinó, incapaz de comprender lo que estaba


viendo. Eso no estaba bien. No podía ser.

Hanne yacía boca abajo en un charco de sangre, su cuerpo inclinado en


un ángulo imposible, su rostro vuelto hacia un lado. Su perfil se veía mal,
sus pecas rosadas, sus labios carnosos. Nina cayó de rodillas y la alcanzó.
La sangre de Hanne había empapado la falda de Ylva. Su cuerpo estaba
frío.

—El príncipe —lloró Ylva entre sollozos—. El príncipe... dijo que se


cayó.

Nina miró hacia arriba, hacia la torre de observación oeste donde Hanne
había ido a ver la batalla con el príncipe Rasmus.

No Hanne. No su Hanne. Estaba sucediendo todo de nuevo. Estaba


arrodillada en las calles de una ciudad extranjera. Tenía las manos
manchadas de la sangre de Matthias. ¿Era esto lo que hacía su amor?
¿Asesinaba todo lo que tocaba? Nina quería gritar y así lo hizo, incapaz de
detener la angustia que la atravesaba.

Hanne no saltaría, ¿verdad? Habían tenido esperanzas para el futuro,


esperanzas de escapar. Pero Nina pensó en Hanne sentada en el borde de su
cama, en lo perdida que se veía, en lo asustada que estaba. «Si pide mi
mano, no me puedo negar. Pero Nina... Nina, no puedo decir que sí.» Hace
dos noches. Una eternidad de distancia. Un momento en el que Nina
todavía creía en las posibilidades.

«Tal vez no pueda ser feliz en absoluto», había dicho Hanne.


Nina vio a Joran observando, con el rostro pálido, afligido por lo que
parecía ser dolor.

Ella se puso de pie y lo agarró por la tela de su vil chaqueta de


drüskelle.

—¿Qué pasó? —Su voz era estridente, aguda como un cristal roto—.
¿Qué le pasó? ¿Qué le hiciste?

—No vi —protestó, luego tiró de ella cerca, envolviendo sus brazos


alrededor de ella—. Debes tranquilizarte. Tienes que calmarte. —Pero en su
oído le susurró—: No sé qué pasó. Hubo una discusión. El príncipe la
golpeó, solo una bofetada, pero luego fue víctima de una especie de ataque.
Hanne me dijo que buscara ayuda, y cuando regresé...

Nina se apartó de él. No podía pensar, no podía respirar. «Hanne,


Hanne, Hanne» su nombre era una bendición, un encantamiento, una
maldición. El príncipe la había lastimado. Tal vez solo había sido un juego
para él, como el que había jugado con Joran, probando su control, una
oportunidad para ver hasta dónde podía llevar su rivalidad con Brum. «Fue
víctima de una especie de ataque.» Hanne había arremetido. Probablemente
no había querido hacerlo. Estaba asustada y había usado su poder contra el
príncipe.

¿Y entonces qué? ¿Qué había sucedido entre ellos cuando Joran los
había dejado solos?

—¡Él hizo esto! —escupió ella—. El Príncipe Rasmus. ¿Dónde esta?


Hanne no solo se cayó y no había forma de que saltara. ¿Donde está él?

Jarl Brum estaba de repente a su lado.

—Cállate —gruñó. Él le tapó la boca con su gran mano. Sus ojos eran
trozos de hielo.

Nina se agitó en sus brazos e intentó morderle los dedos.

Brum solo apretó más fuerte, sorprendido por su fuerza.


—No dirás esas cosas.

Nina no podía respirar. Miró los ojos odiosos de Brum, sus pupilas
como pinchazos, y supo entonces lo cobarde que era. él había perdido el
control de sus drüskelle en el campo de batalla. La invasión se había
derrumbado. Estaba aferrándose desesperadamente a su posición y no podía
permitirse ningún indicio de traición. Incluso con su hija muerta a sus pies.

Nina dejó de moverse. Brum la soltó lenta y cautelosamente.

—Sabe que él hizo esto —dijo claramente—. Sabe lo que es. —Y Nina
también lo sabía, pero había dejado que Hanne se enfrentara a él a solas.
¿Hanne había admitido que era Grisha? ¿Había rechazado su propuesta?
¿Picado su orgullo? ¿O él simplemente había querido lastimar a Brum y
demostrar que él era quien realmente tenía el poder?

Ylva soltó un gemido entrecortado.

—Nunca debería haberla dejado ir con él. Nunca debería haberla dejado
entrar al Corazón de Madera.

Nina se arrodilló y abrazó a la madre de Hanne. Podía sentir los


sollozos sacudiendo sus cuerpos.

—Lo mataré —dijo Nina—. Lo juro.

—Eso no la traerá de vuelta.

A Nina no le importaba. Había perdido demasiado. Ella había


perdonado a Joran. Le había rogado a Zoya que perdonara a los soldados de
Fjerda. Piedad, piedad, siempre piedad. Pero, ¿de qué servía la misericordia
cuando el mundo se llevaba a las mejores personas de él? Matthias se había
ido. Hanne se había ido.

«Reserva un poco de misericordia para mi pueblo.»

Quizás los fjerdanos merecían el perdón, pero sus líderes, Brum, este
príncipe monstruo, no. Hanne y ella se habían atrevido a soñar con un
mundo nuevo, pero habían confiado en las personas equivocadas.
Un cuerno de clarín sonó sobre la cubierta. El príncipe venía.

—Mila, debes controlarte —suplicó Ylva—. Puede haber una


explicación.

—Él la mató, Ylva. Yo lo sé y tú también.

Una mano agarró la nuca de Nina con fuerza.

—Te callarás o yo te silenciaré —gruñó Brum.

Nina se puso de pie, rompiendo el agarre de Brum. La histeria salvaje


que se había apoderado de ella se había ido, y solo quedaba la furia. Ella
encontró su mirada y Jarl Brum, comandante de los drüskelle, arquitecto de
la tortura, la guadaña de Fjerda, dio un paso atrás.

Sabía que corría el riesgo de revelar su identidad. Sabía que Mila, la


dulce, mansa y cariñosa Mila, nunca se atrevería a mirar a Brum a los ojos,
nunca le mostraría ese destello limpio y sin nubes de su rabia.

—Eres un cobarde —dijo, en una voz baja que provenía de su garganta.


Era un gruñido animal. Hablaba por Matthias, por Joran, por Hanne, por los
Grisha, por todos aquellos cuyas raíces se habían visto obligadas a beber el
veneno del odio de este hombre—. Eres la forma más baja de hombre. Sin
honor, sin integridad. Djel djeren je töp. —Que Djel te dé la espalda.

—¡Mila! —jadeó Ylva.

Los labios de Brum se aplanaron.

—Ya no eres bienvenida en nuestra casa.

Nina rio.

—No hago compañía a las alimañas. Mi lugar está con los lobos.

Brum podía verlo ahora, que ella no era lo que había fingido ser. Pero se
acercaban los otros generales, los ministros reales.
—Enke Jandersdat —dijo Joran con urgencia—. Mila, debes escuchar.
El príncipe ha ordenado que…

Pero la voz de Rasmus cortó entre la multitud.

—Ven, Enke Jandersdat. —Estaba rodeado de guardias y nobles,


haciéndole señas con un perezoso movimiento de la mano. Su rostro era
dorado, brillante, cálido y vivo. Finalmente parecía un Grimjer. Era como si
le hubiera robado la vida a Hanne y se la hubiera tragado—. Debo viajar a
Os Kervo para estas negociaciones de paz y quiero tenerte a mi lado.
Deberíamos estar juntos en nuestro dolor.

No escuchó remordimiento en sus palabras. En todo caso, sonaba aún


más cruel y divertido, como si una vez más tuviera la fusta en la mano.
Rasmus en su peor momento.

Nina tembló. ¿Cómo lo mataría? ¿Un dardo en la garganta? ¿Un


cadáver para que lo partiera en dos? Tal vez ella lo estrangularía con sus
manos desnudas. El príncipe pensaba que estaba lidiando con otra chica
vulnerable, alguien amable y buena. Alguien gentil como Hanne.

Se obligó a hacer una reverencia. Soportaría su presencia, su


presunción, hasta que pudiera tenerlo a solas. Entonces Nina acabaría con
su vida. La colgarían por ello, lo sabía. Quizá sería quemada viva en una
pira. Y a ella no le importaba. «Fui soldado antes de ser espía, y estoy
harta de las mentiras». Se puso a caminar junto al príncipe heredero de
Fjerda. «Dejaré este mundo con un martillazo».
45

Nikolai
Traducido por Lieve

NIKOLAI HABÍA ESTADO DENTRO del ayuntamiento de Os Kervo


muchas veces, había luchado por no quedarse dormido bajo su cúpula de
vidrieras durante innumerables reuniones. Sin embargo, la sala de
audiencias se veía diferente hoy, la luz que se filtraba a través de la vidriera
desde arriba parecía más brillante.

La cámara estaba construida como un anfiteatro, sus paredes


escalonadas estaban alineadas con bancos largos y curvos, y los nobles de
Ravka ya se habían reunido. Pero las delegaciones de Ravka y Fjerda
entraron a través de las puertas norte y sur al mismo tiempo, de modo que
ninguno de los dos países tuviera prioridad.

—Algo le pasó a Nina —susurró Zoya—. Cuando la dejé estaba


brillando, lista para conquistar el mundo.

Nikolai tardó un momento en darse cuenta de a quién se refería. Casi


había olvidado que Nina había sido confeccionada. Ella estaba en el séquito
del príncipe, lo que Nikolai esperaba que fuera una buena señal. Pero esa
esperanza se vio frustrada por su expresión. Tenía los ojos demasiado
abiertos y los labios ligeramente entreabiertos.

Nikolai tuvo que estar de acuerdo con Zoya.

—Parece que está en estado de shock.


El príncipe mismo era en su mayoría lo que Nikolai había esperado
según los informes de inteligencia: joven, de estatura promedio para un
fjerdano. Sus ojos estaban brillantes y había una energía nerviosa que
irradiaba de él, pero eso era de esperar de un líder sin experiencia cuando
había tanto en juego.

Brum no parecía más que tranquilo, a pesar de la derrota y el motín que


había sufrido. Este sería su intento de resucitar su reputación y tomar el
control una vez más. Estaba flanqueado por drüskelle.

—Trajo a sus cachorros de lobo —señaló Nikolai con cierta sorpresa.

—Quiere demostrar que todavía tiene el mando —dijo Zoya—. Él debe


haberlos elegido con cuidado. Un riesgo calculado.

—Debería haber revisado sus matemáticas. Solo tienen ojos para mi


general.

Y, ¿quién podría culparlos? Los Grisha se fortalecían con su poder. Los


alimentaba, extendía sus vidas. La cara de Zoya todavía estaba sonrojada.
Su cabello enmarcaba su rostro en espesas ondas negras, ligeramente
húmedo por el Abismo del mar. La armadura que llevaba era menos como
equipo de batalla que una piel entallada de escamas relucientes. No parecía
una Grisha, ni un comandante militar, ni siquiera muy humana.

«¿Qué deben pensar de nosotros?» Se preguntó mientras él y Zoya


ocupaban sus lugares y miraban a los nobles y diplomáticos sentados,
rodeados por todos lados. El demonio y el dragón. Al menos Nikolai tuvo la
gentileza de ponerse la ropa adecuada.

La gente que seguía a Brum fueron como un puñetazo en el estómago.


Su padre. Su madre. Y el hombre que Nikolai supo instantáneamente que
era Vadik Demidov.

—Se parece al viejo rey —susurró Zoya.

—Una tragedia para todos los involucrados —respondió Nikolai. Pero


dolió ver a Demidov flanqueado por sus padres.
Nikolai sabía que era probable que los fjerdanos involucrarían a su
madre y su padre, o al hombre que alguna vez creyó que era su padre, y
Kerch lo había hecho posible. Sin embargo, verlos aquí todavía era difícil
de aceptar. Podía sentir el desprecio de su padre desde el otro lado de la
cámara, verlo en las amargas arrugas de su rostro demacrado. Su madre se
veía frágil y cansada, y se preguntó si quería estar aquí para hablar en su
contra o si la habían coaccionado. Quizá era una ilusión, la esperanza de un
hijo descarriado que había exiliado a sus propios padres. Ella no lo miraba a
los ojos.

«¿Es aquí donde termina todo?» Había hecho esa pregunta más de una
vez durante los últimos días. Miró alrededor de la sala a los delegados de
Fjerda, los nobles de Ravka y los embajadores de Kerch y Zemeni
estacionados en Os Kervo que se habían unido a la cumbre como
mediadores. El Apparat y su Guardia Sacerdotal también habían llegado
hasta aquí, aunque no habían llegado con los fjerdanos y estaban en lo alto
de la galería. El rostro del sacerdote parecía amoratado.

Nikolai no sabía en quién podía confiar. Tenía aliados entre las primeras
familias de Ravka, aunque muchos se habían opuesto a sus reformas.
Muchos nobles de Ravka Occidental se habrían alegrado de verlo depuesto,
sobre todo si eso significaba la secesión para el oeste. Pero después de la
traición y la invasión de Fjerda, esperaba poder contar con algunos amigos
más entre ellos. Nikolai era popular entre la gente, pero esa gente no estaba
reunida aquí. No tenían voz en este lugar.

«No es del todo cierto», consideró. Una densa multitud había atestado la
plaza frente al ayuntamiento y podía escuchar los sonidos distantes de sus
cánticos, incluso si era difícil distinguir lo que decían a través de las
contraventanas cerradas.

Se sintió curiosamente ligero. Si conservaba o no el trono de Ravka


parecía casi incidental ahora que podía ver a su país y a su gente libres. No
conocía a Demidov, pero podría no ser la elección más terrible,
especialmente porque Zoya tenía el poder de combatir la influencia del
Apparat. Ella podría quedarse para aconsejar al Pequeño Lantsov como una
voz para oponerse a Fjerda. Y para evitar que el rey hiciera algo ridículo.
Básicamente, estaría ocupando el mismo papel que siempre tuvo.
¿Y Nikolai? Sería desterrado. No había forma de que Demidov pudiera
permitirle permanecer como miembro del gabinete de gobierno. No se le
permitiría reanudar sus experimentos en Lazlayon ni ocupar algún cargo en
el gobierno de Ravka. Quizás había algo de libertad en eso. Podría volver al
mar. Podría volver a convertirse en Sturmhond y unir fuerzas con la
legendaria Espectro, aterrorizar a los esclavistas, convertirse en el
castigador de… algo. Todo sonaba razonable, incluso excitante, excepto
cuando consideró dejar atrás a la mujer a su lado.

El suelo de la sala de audiencias estaba decorado con bancos como los


de arriba. Pero nadie se sentó. En lugar de eso, todos estaban de pie; los
zemeníes, los ravkanos, los fjerdanos, los kerchanos, todos uno frente al
otro debajo de la cúpula, como si estuvieran a punto de comenzar un baile.

El embajador de Zemeni dio un paso al frente.

—Ambas naciones han presentado su lista de concesiones para la paz.


Su Alteza Real, el Rey Nikolai Lantsov de Ravka, tiene la palabra.

Nikolai solo podía soportar la pompa hasta cierto punto, por lo que
decidió prescindir de ella.

—Leí su lista de concesiones propuestas, comandante Brum. Son


absurdas. Creo que intencionalmente, porque no quiere la paz en absoluto.

—¿Por qué lo querríamos? —respondió Brum. Parecía que él también


estaba harto de la pompa.

—No tendría precedentes, dada la aplastante derrota que acaban de


sufrir. —Se dirigió a Zoya—. Esto es incómodo. ¿Él sabe que perdieron?

Brum cortó el aire con la mano en señal de desprecio.

—Una batalla no es una guerra, y no creo que Ravka tenga el estómago


para un conflicto prolongado. Si lo tuviera, aprovecharías tu ventaja en
lugar de ondear la bandera de la tregua.

Cierto.
—¿Estás tan ansioso por ver más sangre derramada?

—Estoy ansioso por ver la soberanía de Fjerda protegida de brujas y


demonios y de aquellos que verían corrompido el trabajo de Djel. Todos
fuimos testigos del monstruo en el que te convertiste en el campo de batalla.

—Soy tanto un hombre como un monstruo. Algo de lo que imagino que


sabes bastante.

—Y esta criatura —Brum señaló a Zoya—, la Bruja de la Tormenta o la


abominación en la que se haya convertido. Nadie debería tener tal poder.

—Apuesto a que se dijo lo mismo del primer hombre que tenía una
pistola en la mano.

Un murmullo se elevó desde los bancos. Para los esperanzados oídos de


Nikolai, sonó aprobatorio. «No los he perdido del todo.» Cualesquiera que
fueran los informes sobre un demonio que sus compatriotas habían
escuchado en el campo de batalla, el rey que estaba ante ellos con botas
lustradas y charreteras doradas era en cada centímetro el gobernante
civilizado.

—Puedes ofrecer toda la charla fina que desees —dijo Brum—. No


cambiará el tamaño de tu ejército o las probabilidades que nos favorecen.

—Perdone mi falta de delicadeza —dijo Hiram Schenck, el delegado de


Kerch, que había bebido el excelente vino del conde Kirigin y le había
negado la ayuda a Ravka—. Pero, ¿puedes hablar por Ravka, Nikolai…
bueno, quienquiera que seas?

Un grito ahogado surgió de la multitud. Esta no era la alusión cortés a la


ascendencia de Nikolai que algunos esperaban. Fue un insulto flagrante…
represalia por preservar las rutas comerciales de Zemeni y entregar a los
kerchanos lo que equivalía a tecnología inútil.

Nikolai solo sonrió.


—Soy el hombre que todavía lleva la corona de la doble águila y el
demonio que acaba de destrozar un campo de batalla. Avísame si necesitas
refrescar tu memoria.

Brum aprovechó su oportunidad.

—Rechazamos a este farsante, el rey bastardo, como el verdadero


gobernante de Ravka. No puede hablar por su país cuando no tiene derecho
a ocupar el trono.

—Eso bien puede ser —dijo sombríamente el embajador de Zemeni—.


Pero, ¿quién eres tú para hablar en nombre de Fjerda? ¿Por qué no
escuchamos algo del príncipe heredero de Fjerda?

«Oh amigo —pensó Nikolai con pesar— no encontraremos suerte por


ese camino.»

Hubo una larga pausa mientras todos los ojos se volvían hacia el
príncipe Rasmus. Tenía una mandíbula fuerte y afilada y labios
inusualmente carnosos.

El príncipe se encogió de hombros.

—Quién gobierna Ravka será decidido por los ravkanos —dijo


arrastrando las palabras—. Vine aquí para hacer las paces.

—¿Qué? —dijo Nina, aturdida.

El príncipe le dedicó una leve sonrisa y, fue tan rápido que Nikolai
pensó que podría haberlo imaginado, extendió la mano para rozar su mano
contra la de ella. Nina retrocedió. Había logrado lo imposible: había
entregado al príncipe y una promesa de paz. Entonces, ¿por qué se veía tan
sorprendida?

Su sorpresa no fue nada comparada con la furia y confusión en el rostro


de Brum.

—Eso no es… nosotros acordamos…


—¿Nosotros? —preguntó el príncipe, poniendo sus duros ojos azules en
él—. Nosotros somos Fjerda. Tú eres un comandante militar que no puede
controlar a sus propios hombres. Dime, si regresamos al campo de batalla,
¿estás tan seguro de que tus soldados levantarán armas contra una mujer a
la que llaman Santa?

Las fosas nasales de Brum se dilataron de forma alarmante.

—Lo harán o yo les arrancaré el corazón del pecho.

—¿Todo por tu cuenta? —El príncipe Rasmus examinó a los drüskelle y


luego señaló con la barbilla al guardaespaldas que tenía a su lado—.
Entonces, Joran, ¿alzarás las armas contra tus hermanos? ¿Les sacarás el
corazón por Fjerda?

El joven drüskelle negó con la cabeza.

—Nunca.

Brum lo miró fijamente.

—Eres un traidor y morirás como tal colgando de una cuerda.

A pesar de su altura, el chico no podía tener más de dieciséis años. Sin


embargo, no se inmutó.

—No merezco nada menos —dijo el guardaespaldas del príncipe—.


Cometí crímenes horribles por el bien de mi país, porque creí que estaba
haciendo lo que había que hacer para salvar el alma de Fjerda. Cuélguenme.
Moriré con más honor que con el que he vivido.

El rostro de Brum se sonrojó de un rojo oscuro.

—No cederé el derecho de mi país a proteger sus fronteras y su


soberanía solo porque algunos niños ingenuos han sido manipulados por
brujas Grisha. —Señaló a Zoya con un dedo—. Esa mujer no es una Santa.
Ella es la corrupción andante. Y este hombre —dijo enfurecido, girando
sobre Nikolai—, es igual de antinatural. Que la reina viuda dé testimonio.
Ella es testigo del hecho de que él no nació en la realeza.
—Escucharemos lo que tiene que decir —dijo Hiram Schenck.

—No —dijo Nikolai. Sabía que la conversación llegaría a esto. Había


entendido que no tenía opciones en cuanto vio a sus padres entrar en la sala
de audiencias con el “aspirante al trono”. Pensó en Magnus Opjer, vestido
de mendigo pero todavía orgulloso, que había viajado hasta la capital para
tratar de salvar a su hijo y una ciudad llena de gente inocente. Era un
inventor, un constructor. Como Nikolai.

«Nunca he sido un rey», se dio cuenta. Nunca fue el trono o la corona lo


que había buscado. Todo lo que quería era arreglar su país y ahora, por fin,
pensaba que sabía cómo hacerlo.

Vio los ojos azules descoloridos de su madre y sonrió.

—No hay razón para hacer pasar a la reina Tatiana por esta terrible
experiencia. Tendrás la prueba que buscas en mi confesión. Soy un
bastardo. Siempre lo he sabido y no me arrepiento. Nunca quise ser un
Lantsov.

—¿Qué estás haciendo? —susurró Zoya furiosamente.

—Lo que debo —dijo Nikolai.

—¡Los Lantsov son descendientes de la sangre de los primeros reyes!


—siseó su padre—. ¡Del propio Yaromir!

—Los hombres que alguna vez fueron grandes no siempre siguen


siendo grandes. Fue un rey Lantsov el que no pudo mantener a raya al
Hereje Negro y le permitió crear el Abismo. Fue un rey Lantsov el que casi
abdicó el gobierno de Ravka ante el Darkling y el Apparat, y dejó que su
país y su gente languidecieran bajo su cuidado. Lamento no poder reclamar
la corona de Ravka, pero estoy feliz de no poder reclamar la sangre
Lantsov.

—Nikolai… —protestó Zoya.

Él hizo un gesto a Vadik Demidov.


—Pero este hombre no tiene más derecho al trono que yo. —Nikolai
recorrió la cámara con la mirada, reuniendo toda la autoridad que había
ganado a través de sangre y sacrificio, en los mares como Sturmhond, en el
campo de batalla como Nikolai Lantsov. Puede que no tuviera un nombre
verdadero, pero tenía suficientes victorias—. Fjerda impuso a las familias
nobles de Ravka que vinieran a este lugar. Así que les haremos a esos
nobles la cortesía de dejarles decidir quién debe gobernar esta nación.

—¿Eres tan arrogante que crees que elegirán a un bastardo? —dijo su


padre con una carcajada.

Zoya se volvió hacia él y le susurró:

—Esto es exactamente lo que quiere Fjerda. No se les puede dejar votar


y que te legitimicen así. Debes parar.

Pero Nikolai no tenía la intención de detenerse. Y si Zoya estaba


enojada ahora, sospechaba que tendría que ponerse a cubierto en un
momento.

Él caminó hacia las ventanas.

—Yaromir, el primer rey, no tenía derecho a la realeza hasta que unió a


los nobles guerreros de Ravka bajo su estandarte. Tuvo la ayuda de Sankto
Feliks para hacerlo. Solo una persona puede unir a este país y traer la paz a
nuestras naciones. Soldado, Invocadora y Santa.

Abrió las contraventanas. El viento invernal lo atravesó y trajo los


sonidos de la gente cantando abajo. Sankta Zoya. Rebe Dva Urga. Santa
Zoya. Hija del Viento. La única persona a quien podía confiar este país por
el que había luchado y sangrado, que finalmente podría traerles una era de
paz.

—Me arrodillaré ante un solo gobernante, y solo veré a una persona


coronada este día. La era de los Lantsov ha terminado. —Cayó sobre una
rodilla—. Que comience la dinastía Nazyalensky. Todos saluden a la Reina
Dragón.
Las palabras colgaban en la habitación como insectos suspendidos en
ámbar. Nikolai podía escuchar los latidos de su corazón, los cánticos afuera.

«¿Qué pasa si nadie habla? —Se preguntó—. ¿Y si todos se levantan y


se van? ¿Me quedo aquí?

Entonces escuchó un carraspeo, y por todos los dulces santos, una voz:

—¡Saluden a la Reina Dragón! ¡Moya Tsaritsa!

«Conde Kirigin». El hombre realmente ayudó en este apuro.

Otra voz gritó:

—¡La Reina Dragón!

Nikolai no podía estar seguro de quién era… ¿Raevsky? Radimov?


Venía del lado izquierdo de la habitación. Y luego no pudo seguir la pista de
las voces porque se apiñaron, una encima de la otra, mientras los hombres y
mujeres de las familias nobles de Ravka gritaban el nombre de Zoya.

No serían todos, lo sabía. También se oyeron voces llenas de ira,


hombres que ya salían arrastrando los pies por la puerta y se iban a crear
problemas. Y sabía que no a todos los que ahora se arrodillaban les gustaba
esta idea, o creían en ella. Comenzarían a fomentar la revolución antes de
salir del edificio. Nikolai podría haber condenado tanto a la dinastía
Lantsovy como a la Nazyalensky en un solo movimiento. Pero no creía que
ese fuera el caso. Los nobles de Ravka no querían ser gobernados por una
marioneta de Fjerda.

Levantó la vista y se encontró con la mirada furiosa de Zoya.

—Voy a asesinarte mientras duermes —dijo enfurecida.

Nikolai le guiñó un ojo.

—Adelante. Di algo grandioso.


46

Zoya
Traducido por Lieve

—¿QUÉ DICES, ZOYA NAZYALENSKY? ¿General del Segundo


Ejército?

El embajador zemeni le había hecho la pregunta, pero ella no tenía idea


de cómo responder. Solo sabía que tan pronto como estuviera a solas con
Nikolai, lo estrangularía. ¿Cuándo se había decidido por este plan ridículo y
completamente absurdo?

Recordó la imagen que Juris le había metido en la cabeza cuando tomó


sus escamas como amplificadores: una corona. Había pensado que era la
arrogancia del dragón, su deseo de una reina Grisha, pero ahora tenía que
preguntarse. ¿Juris había predicho este momento, tal como había visto lo
que sucedería en la torre de observación?

Lo había insinuado una y otra vez, pero ella lo había entendido mal a
cada paso. «No puedes decirme que no has contemplado lo que significaría
ser reina»

Zoya lo había hecho. Por supuesto que sí. Cuando su mente tonta y
soñadora había divagado. Pero esto era algo diferente. «No puedo hacer
esto»

«¿No puedes?» No era una niña humilde sacada de la oscuridad. No era


una joven princesa lejos de casa. Su vida había sido entregada al servicio de
los Grisha, de su país, de su rey. ¿Esto era diferente?
Por supuesto que era diferente. Ella no estaba pensando racionalmente.

«Somos el dragón y este es nuestro momento.»

Zoya sintió los ojos de todos en la sala de audiencias evaluándola. Podía


escuchar a la gente cantando fuera del ayuntamiento muy abajo. Estaba
bien. Ella no era una reina y ciertamente no era una santa, pero era un
general. Atacaría esto como lo haría con cualquier otra campaña estratégica.
Si estos eran sus aliados, que lo expresaran.

—Soy una soldado —dijo ella—. Soy soldado desde que era niña.
¿Quieren que una chica que ha pasado su vida en las trincheras de la batalla
lleve una corona? ¿Aceptarán una reina soldado?

Fue Pensky, general del Primer Ejército, quien dio un paso al frente. Se
habían visto obligados a trabajar juntos desde que Nikolai había ascendido
al trono. A él nunca le había gustado especialmente Zoya, pero ella
esperaba que la respetara.

Se enderezó la chaqueta, se acarició su voluminoso bigote blanco.

—Mejor una reina que conoce el costo de la batalla. Aceptaré una reina
soldado.

Zoya dio un asentimiento breve y digno, mostrando la más mínima


fracción de la gratitud que sentía. El sudor frío había cubierto su cuerpo,
pero se obligó a continuar.

—Soy una Impulsora, una Grisha. —Lanzó una mirada desdeñosa a


Brum—. Algunos de nuestros enemigos me llamarán bruja. Y algunos de
nuestra propia gente estarán de acuerdo. ¿Aceptarán una reina Grisha?

—Es verdad —dijo el viejo duque de Grevyakin, a quien ella y Nikolai


habían visitado meses atrás. Se había sentido miserable durante toda la
noche, pero ahora se alegraba de haber logrado mantenerse despierta y
educada—. Algunos te despreciarán. Otros te llamarán Santa. Quiero
cultivar mi tierra y ver a mis hijos a salvo. Me inclinaré ante una reina
Grisha si eso trae la paz.
Ella nuevamente asintió, como si no hubiera esperado menos, como si
su corazón no se sintiera como si estuviera a punto de atravesarle el pecho
como un colibrí. Zoya hizo una pausa. Comprendió el riesgo que estaba a
punto de correr, pero la corona no sería más que un peso no deseado si no lo
hacía. Sabía que las especulaciones sobre su nacimiento se habían cobrado
su precio en Nikolai. No podía intentar gobernar de esa manera. Y ya no
quería ser la chica que se escondía. «Te vemos, hija.»

Zoya respiró hondo.

—El nombre de mi padre era Suhm Nabri y yo soy su única hija.


¿Aceptarán una reina suli?

Un murmullo de consternación y confusión surgió de la multitud, pero


Zoya no bajó la barbilla. Ella encontró sus miradas una por una. Algunos de
ellos probablemente habían hecho que sus sirvientes expulsaran a un suli de
su tierra, o tal vez los habían contratado para sus fiestas y nunca volvieron a
pensar dos veces en ellos. Otros enviaban ropa vieja a las caravanas suli y
dormían mejor esa noche, aliviados por su muestra de generosidad,
mientras que otros elogiaban la belleza de las mujeres y los niños suli y se
daban palmadas en la espalda por su apertura mental. Pero tal vez algunos
de ellos sabían que tenían sangre suli en sus propias familias, y tal vez
algunos admitirían que los sulíes habían vagado por este país antes de que
se llamara Ravka.

El Conde Kirigin dio un paso adelante. Hoy había elegido un alarmante


abrigo azul cobalto adornado con una cinta escarlata.

—¿los sulíes no son conocidos por su visión de futuro y su resistencia?


—preguntó al grupo reunido.

Nikolai iba a tener que darle una medalla a ese hombre. O tal vez Zoya
lo haría.

—Así es —dijo la duquesa de Caryeva—. No me importa de dónde sea.


Me inclinaré ante la única reina que puede volar a los cielos con alas negras
e infundir terror en los corazones de nuestros enemigos.
Nikolai se levantó.

—¡Yo digo sí! —llamó él, su rostro iluminado con optimismo y triunfo
—. ¡Aceptaremos una reina suli, una reina Grisha, una reina ravkana! —
Nunca se había visto más dorado o más grandioso.

Los ravkanos aplaudieron mientras los fjerdanos observaban con cierta


preocupación.

Quizá eso fuera suficiente. Quizá. Este momento estaba hecho de vidrio,
frágil, listo para romperse en la nada si hacía el movimiento equivocado.

—Si este es el deseo del pueblo de Ravka —dijo Zoya lentamente—,


serviré a mi país en todo lo que pueda.

—¿Pero cómo sabemos que su poder es santo? —La voz del Apparat
atravesó la habitación. Zoya casi se había olvidado de él y de su Guardia
Sacerdotal—. ¿Estamos tan dispuestos a olvidar la plaga que ha asolado no
solo a Ravka sino a todos los países representados en esta sala y más allá?
¿Puede ser una mera coincidencia que tal maldición haya caído sobre
nuestras tierras cuando primero aparece un demonio y luego un dragón? —
Extendió las manos como si se dirigiera a su congregación, sus preguntas
resonaban por la cámara—. ¿Cómo es posible que Zoya Nazyalensky, una
Grisha ordinaria, llegue a poseer tales habilidades? Ella tomó la forma de
un reptil porque lo es. Conozco a esta chica. Serví como consejero
espiritual del rey. Tiene un corazón cruel y frío y nunca podrá ser la madre
que Ravka necesita.

Zoya no pudo responder a eso. Ella había sido cruel. Había sido fría.
Había un corazón duro de hierro en ella que le había permitido sobrevivir.
¿Y cómo se suponía que debía oponerse al Apparat? Nikolai no había
pensado en eso, ¿verdad? Se creía que el sacerdote hablaba por la gente, y
en esta cámara, sus palabras se escuchaban tan fuerte como los que
cantaban afuera.

—¿Eliges a qué santos podemos adorar ahora?


Esta voz. Fría como el agua. El Darkling emergió de la parte trasera de
la cámara. Todavía vestía la túnica negra del Santo Sin Estrellas. ¿Cómo
había conseguido acceder al salón?

El Apparat resopló.

—¿Qué derecho tienes para estar aquí? Un monje sin nombre siguiendo
el estandarte de un loco.

—No nos preocupemos por los nombres —dijo el Darkling, dando un


paso hacia la luz—. He tenido muchos de ellos.

El Apparat retrocedió. La mayoría de las personas en esta cámara nunca


habían conocido al Darkling o se lo habían encontrado solo brevemente, y
sus rasgos aún no habían regresado a lo que habían sido antes. Pero para
aquellos que lo conocían, que habían trabajado con él, que lo habían
admirado y temido, no había duda de quién era. Genya lo supo al instante.
Y si el puro horror en su rostro era una indicación, también lo hizo el
Apparat.

—Todos hemos sufrido durante estos largos años de guerra y conflicto


—dijo el Darkling con suavidad—. Pero de las muchas personas que
podrían hablar de reyes y reinas, no debería ser este hombre. Por un
momento, dejemos de lado el hecho de que él se ha aliado con los enemigos
de Ravka durante una época de guerra…

—¡Mi única lealtad es a los santos!

El Darkling lo ignoró, pareciendo acercarse más al Apparat.

—Este hombre ayudó al Darkling a deponer a un rey Lantsov. Jugó un


papel decisivo en el desencadenamiento de la guerra civil que casi destruyó
este país, y ahora, ¿se atreve a desafiar a una mujer a la que la gente adora
como una santa viviente?

—¿Estamos seguros de que queremos que siga hablando? —murmuró


Zoya a Nikolai.
—Para nada.

—Todo el mundo sabe que el viejo rey estaba enfermo —dijo el


Apparat, pero sus ojos recorrían la habitación como si buscara algún medio
de escape—. Estos cargos no son más que mentiras.

—El rey fue víctima de un veneno, ¿no es así? —preguntó el Darkling.

—En realidad, así fue —dijo Nikolai.

—Veneno entregado lentamente con el tiempo, por alguien cercano a él,


alguien en quien confiaba. ¿Cuántas personas podrían ser? Solo puedo
pensar en una.

Zoya miró al viejo rey. Su rostro estaba rojo de furia, su papada


temblaba como un pudín que no se había endurecido del todo. En realidad,
el veneno había sido entregado por una tal Genya Safin en justa retribución.
Pero eso no era de conocimiento común. Y de admitirlo ahora, el padre de
Nikolai tendría que decirles a todas estas personas cómo una chica había
tenido acceso a su cuerpo todos los días.

—¡Mentiras! —dijo el Apparat—. ¡Mentiras de un hereje!

Pero mientras hablaba, las sombras comenzaron a sangrar de su boca.


La gente en la cámara jadeó, retrocediendo, tratando de poner distancia
entre ellos y el sacerdote.

Los ojos de Zoya se enfocaron en las manos del Darkling, metidas en


sus mangas pero moviéndose.

—Creo que esta es tu señal —susurró Nikolai.

Una que estaba feliz de tomar. Zoya cortó su brazo en el aire y el trueno
estalló en un enorme estallido.

—Suficiente —dijo—. Agárrenlo.

El caos había estallado en la cámara cuando los guardias reales se


lanzaron hacia el Apparat. Los fjerdanos se habían marchado
apresuradamente, pero no antes de que el príncipe heredero accediera a
prolongar su tregua hasta que se pudiera llegar a un tratado adecuado.

—¿No pueden quedarse? —Zoya había dicho, con la mirada centrada en


Nina, en su apariencia de Mila Jandersdat. Pero toda la atención de Nina
estaba centrada en el príncipe, su rostro era una máscara de confusión
mientras lo estudiaba con una intensidad extraña que no parecía en absoluto
acorde con las formas modestas de las mujeres fjerdanas.

—Regresaremos —dijo el príncipe Rasmus—. Lo juro. —Tenía una voz


baja y ronca—. Quizá para tu coronación.

Nikolai había puesto guardias y Soldados del Sol para perseguir al


Darkling, que de alguna manera había desaparecido de la habitación. No
importaba lo que hubiera hecho por ellos en la cumbre, todavía no tenían
idea de sus planes, y Zoya se negaba a dejarlo marcharse para planear.
Además, si esta tregua se mantenía, tenían que encontrar una manera de
detener la propagación de la plaga. No sabía si el Darkling realmente poseía
algún conocimiento de cómo hacer eso o si toda su charla sobre el obisbaya
había sido manipulación, pero tenía la intención de averiguarlo.

Los nobles de Ravka ya preguntaban cuándo sería coronada y cuándo


estaría aceptando peticiones de fondos gubernamentales, anexiones de
tierras, y la lista continuaba. Pero finalmente la sala de audiencias fue
despejada y solo Nikolai y Zoya permanecieron debajo de la cúpula
resonante.

Con un movimiento de su mano, Zoya envió una ráfaga para cerrar las
contraventanas de golpe, bloqueando el sonido de ese cántico infernal.

Se giró hacia Nikolai.

—¿Estás loco?

—En ocasiones. Lo encuentro vigorizante. Pero nunca he estado más


cuerdo o sobrio, Zoya.
—No puedo hacer esto, Nikolai. Tú eres el diplomático, el encantador.
Yo soy…

—¿Sí?

Ella levantó las manos con exasperación.

—Yo soy el músculo.

—La corona nunca fue para mí. Eres una comandante militar, eres
Grisha, y gracias al trabajo de Nina y al regalo de Juris, eres una Santa
viviente.

Zoya se dejó caer en uno de los bancos.

—No importa lo que hayan dicho en esta sala, sabes que nunca me
aceptarán. Todos esos votos y aplausos no significarán nada cuando no
obtengan lo que quieren.

Nikolai se arrodilló ante ella y le tomó la mano.

—Deja de hacer eso —espetó ella—. Deja de arrodillarte. —Pero ella


no impidió que él tomara su mano. Su toque era reconfortante, familiar,
algo a lo que aferrarse.

—No puedo. Es lo que hacen ahora mis rodillas. Me di cuenta de tu


complicado giro de palabras allá atrás. Dijiste que servirías a Ravka, pero
en realidad no dijiste que aceptarías la corona.

—Porque espero que recobres la cordura y veas que esto es imposible.

Nikolai sonrió.

—Sabes lo que siento por esa palabra.

Se veía positivamente mareado.

—¿Cómo puedes hacerlo? —preguntó ella—. ¿Cómo puedes renunciar


al trono por el que tanto has luchado?
—Porque nunca estuve luchando por el trono. No realmente. La batalla
siempre fue por este desastre de país. El Darkling creía que él era la clave
para la salvación de Ravka. Quizá yo también caí en esa trampa. Pero no es
demasiado tarde para hacerlo bien.

Ella sacudió su cabeza.

—No se puede hacer.

—Los encantaremos uno por uno si es necesario, y llevarás a Ravka a


una era de paz.

—No soy encantadora.

—Pero yo lo soy. Tengo un arsenal de artimañas para desplegar en


nombre de Ravka.

—Cenas y desfiles y charlas triviales. Eso suena como el infierno.

—Te frotaré los pies todas las noches.

¿Qué le estaba ofreciendo? Él sonreía, pero ella también podía sentir la


precaución en él, una cautela que reconocía. Se había prometido a sí misma
que hablaría con su corazón cuando tuviera la oportunidad, pero ahora que
estaba aquí, en esta habitación silenciosa, con Nikolai delante de ella, nunca
había estado tan asustada en su vida.

—Hay un mural en mi habitación —dijo ella vacilante, insegura de lo


que quería decir, temerosa de las palabras que pudieran surgir—. Un mar
tempestuoso. Un barco. Una bandera con dos estrellas. ¿Alguna vez te
preguntaste…?

—¿Lo que significan? Solo cuando pensaba en tu dormitorio. Así que,


aproximadamente todas las noches.

—¿Puedes hablar en serio por una vez?

—Una vez y solo una vez.


—Esas estrellas somos mi tía y yo. Liliyana. Era la mujer más valiente
que conocí y ella… luchó por mí, cuando nadie más lo hizo, sin ningún
arma. Era una mujer sin estatus ni riqueza, pero arriesgó su propia vida para
protegerme. Ella pensó que valía la pena salvarme. Ella pensó… pensó que
amarme valía la pena. —Cuando la estrella de Liliyana se fue, Zoya había
creído que tendría que enfrentarse a ese mar tormentoso por su cuenta, para
siempre. Que si tenía la suerte de ser amada por una persona en esta vida,
eso debería ser suficiente. O eso era lo que se había dicho a sí misma—. No
puedo hacer esto sola, Nikolai.

—Estaré a tu lado.

—¿Como mi consejero?

—Si eso es lo que deseas.

Ella no quería preguntar. Su orgullo lo prohibía. Pero su maldito orgullo


le había costado bastante. Ella apartó la mirada.

—¿Y si… si quisiera más?

Sintió los dedos de él en la barbilla, girándole la cabeza. Tenía un dolor


no deseado en la garganta. Zoya se obligó a mirarlo a los ojos. A esta luz,
sus ojos color avellana parecían casi dorados.

—Entonces con mucho gusto sería tu príncipe, tu consorte, tu demonio


tonto.

—Llegarás a odiarme. Soy demasiado cortante. Demasiado furiosa.


Demasiado rencorosa.

—Eres todas esas cosas, pero eres mucho más, Zoya. Nuestra gente
llegará a amarte no a pesar de tu ferocidad, sino por eso. Porque mostraste
misericordia en nuestra hora más oscura. Porque sabemos que si el peligro
regresa, nunca vacilarás. Danos esa oportunidad.

«Amor». La palabra no fue hecha para gente como ella.

—No sé cómo creerte —dijo ella con impotencia.


—¿Qué pasa si digo que no puedo soportar perderte?

Una sonrisa tiró de sus labios.

—Diría que eres un mentiroso. Que afirmaciones como esa pertenecen a


los bobos románticos. —Ella levantó la mano y dejó que las yemas de los
dedos trazaran la línea de su hermosa mandíbula. Cerró los ojos—. Y
continuaríamos, tú y yo. Si no pudiera ser reina, encontrarías la manera de
ganar esta batalla y salvar este país. Harías un refugio para mi gente.
Marcharías, sangrarías y harías chistes terribles hasta que hubieras hecho
todo lo que dijiste que harías. Supongo que por eso te amo.

Sus ojos se abrieron y su rostro se iluminó con una sonrisa


extraordinaria.

—Por todos los Santos, dilo de nuevo.

—No lo haré.

—Debes.

—Soy la reina. No debo hacer nada más que complacerme a mí misma.

—¿Te complacería besarme?

Sí. Y lo hizo, atrayéndolo hacia ella, sintiendo la barba incipiente en su


mandíbula, los suaves rizos de su cabello detrás de sus orejas y, por fin,
después de todos esos largos días de deseo, su boca ingeniosa, brillante y
perfecta. El silencio cayó alrededor de ellos y la cabeza de Zoya se vació de
miedo y preocupación y cualquier cosa menos la cálida presión de sus
labios.

Cuando se rompió el beso, él apoyó la frente contra la de ella.

—Te das cuenta de que te refieres a ti misma como la reina. Eso


significa que estuviste de acuerdo.

—Voy a matarte.
—Siempre y cuando me vuelvas a besar antes de hacerlo.

Ella lo complació.
47

Nina
Traducido por ElenaTroy

NINA NO PODÍA PENSAR BIEN. «¿Es esto un juego? ¿Él está


jugando conmigo?»

Ella era un enredo de enojo y esperanza y confusión. «Controla tu


mente, Zenik —se reprendió a sí misma— Si alguna vez necesitaste
mantener la cordura, este es el momento.»

Más fácil decirlo que hacerlo. Estaba bastante segura de que acababa de
ver a Nikolai Lantsov, o tal vez no Lantsov, ya que admitió ser un bastardo,
dar su corona a Zoya Nazyalensky. Quien también era un dragón. Y
posiblemente una Santa. Y Rasmus había pedido una tregua duradera y un
tratado con Ravka. ¿Pero por qué? ¿Él verdaderamente creía en la paz? ¿Era
todo esto una treta elaborada, alguna parte de su enemistad con Jarl Brum?

¿O era algo más lo que estaba en juego aquí? Nina había visto el cuerpo
de Hanne destrozado en el piso. ¿Pero qué había visto realmente? Recordó
las manos de Hanne moverse rápidamente por su cara, haciendo crecer el
cabello de su propia cabeza. «He estado practicando», ella había dicho.

«No lo esperes, Nina. No te atrevas a tener esperanza por esto.»

Todo fue silencio en el viaje en bote de regreso a la boca de Leviatan, el


malestar de los soldados y oficiales fjerdanos era palpable. Ella podía sentir
la ira de Brum irradiando de él, el temor de los drüskelle que le habían
fallado en la sala de audiencias.
Joran lucía casi feliz, su cara serena, como si finalmente hubiera
encontrado algún tipo de paz por primera vez. Él había sido el primero en
hablar, en declarar por Zoya y por el fin de la guerra. ¿Alguno de los otros
se habría atrevido a ser el primero? ¿O solo el chico lleno de
arrepentimiento, desesperado por hacer lo correcto, de sacrificar todo como
penitencia a los Santos? Si Nina hubiera buscado su venganza y tomado la
vida de Joran, si Hanne no la hubiera detenido, ¿qué habría sucedido en Os
Kervo?

Nina estaba menos segura de lo que percibía del Príncipe Rasmus. Él la


seguía mirando fijo, y su expresión era una que casi solo podía creer que era
pura preocupación. No pudo evitar estudiar su perfil, el color de sus ojos,
¿eran las diferencias que ella pensó que vio allí reales o imaginarias? Sintió
que se estaba deshaciendo.

Atracaron en uno de los muelles, y el príncipe caminó hacia la central


de mando con Joran a su lado. ―Ven―él le dijo a Nina.

―Si me permite una palabra, Su Alteza―dijo Brum, su enojo apenas


controlado.

―Entonces tú también ven.

La central de mando era muy parecida al resto de las estructuras en


Leviatan, toda utilería militar, abastecido con mapas y equipos. Cajas de
equipos habían sido apiladas en pasillos limpios, mapas y cartas de mareas
estaban colgadas en las lonas de las tiendas, a pesar de que el resto de las
paredes estaban abiertas.

―¿Está seguro de que no le gustaría un descanso, Su Alteza? ―Brum


preguntó, buscando llamar su atención hacia la fragilidad del príncipe.

―Creo que no. Me siento bastante bien.

―Por supuesto, no estuvo en el campo hoy.

―No, no estuve. No he tomado parte en montar o respirar aire fresco o


entrar en batalla en esta vida. Sé que piensas que soy inferior por eso.
―Nunca he dicho…

―Has dicho suficiente. Me has llamado cobarde y débil.

Brum tartamudeó. ―Yo nunca. Yo…

―Piensa―el príncipe dijo gentilmente, y de nuevo Nina se encontró


inclinándose adelante, preguntándose. Su voz sonaba áspera, diferente.
Como si las cuerdas vocales hubieran sido levemente alteradas―. Recuerda
que los hombres que una vez llamaste leales ya no quieren servirte. Tu
amigo Redvin fue encontrado muerto en las ruinas de la torre este. Tus
drüskelle están en ruinas. ¿Es el momento que quieres que tu honestidad sea
puesta en duda?

Brum no cedio nada de terreno. ―Le he servido a Fjerda con honor.

―Le has servido a Fjerda el tiempo suficiente.

Brum se rió. ―Ya veo. Piensas que los ravkanos mantendrán esta paz,
¿Su Alteza?

―Lo creo―dijo el Príncipe Rasmus―. E incluso si no lo creyera, ya no


es algo que te incumba.

―Su salud…

―Mi salud nunca ha estado mejor.

Nina dudó, luego dijo. ―Toda esta charla sobre el veneno hoy.

El silencio cayó.

―Sí ―dijo Rasmus lentamente―. Una cosa curiosa. He estado


custodiado por drüskelle desde que era niño.

Ahora Brum lució genuinamente aterrorizado. Por lo que Nina sabía, él


nunca había recurrido al veneno. Había pensado que la pobre salud del
príncipe haría el trabajo por él. ¿Pero podía él probar eso?
―Si tiene evidencias de tamaña traición―dijo Brum―. Demando que
sean presentadas. No permitiré que se manche mi honor.

―Sé que este ha sido un día de tragedia para ti ―dijo el príncipe―. De


terrible pérdida. Necesitas tiempo para reponerte y tranquila contemplación.
Tal vez en Kenst Hjerte.

―Eso es exilio―dijo Brum, su voz baja y determinada―. No puede


decir que…

―”No puede” son palabras desconocidas para el príncipe.

―Su Alteza―Brum trató, haciendo su voz cálida, suplicante―. Esto es


un malentendido y nada más.

El príncipe hizo gestos a sus guardias. ―Llévenlo a su cabaña y


manténgalo bajo guardia. Pero sean amables con él. Es… él es en lo que
este país lo convirtió.

Antes de que los guardias pudieran agarrar a Brum, él tenía un arma en


sus manos, apuntando al príncipe heredero.

―¡No! ―Nina gritó.

―¡Strymacht Fjerda! ―gritó Brum.

Uno, dos, tres disparos retumbaron.

Brum nunca tuvo la oportunidad de disparar. Él cayó al piso, sangrando.


Joran enfundó su arma. Le había disparado a Brum tres veces, una en la
pierna, dos veces en el brazo.

El príncipe se movió hacia adelante, pero Nina lo agarró del codo.


―No. Él estará bien.

Los ojos de Rasmus encontraron los de ella, para nada parecidos al azul
que solían ser. ―¡Busquen un médico! ―gritó, sosteniendo su mirada―.
Este pobre hombre necesita ayuda.
Médicos y soldados se apresuraron a acercarse. ―Deberíamos dejarlo
morir―dijo uno, escupiendo al piso hacia el cuerpo de Brum―. Él trató de
matarlo, Su Alteza.

―No tengo dudas de que quería girar el arma hacia sí mismo. Perdió a
su única hija hoy―Rasmus hizo una pausa―. Mila, tú la conociste bien.
Fuiste la amiga más querida de Hanne, ¿no es así?

―La amaba―dijo Nina, la obstinada y terrible esperanza desgarró en


su corazón―. Aún la amo.

***

Brum fue llevado a la enfermería para tratar sus heridas de bala. Se


recuperaría con el tiempo, ya que sanaría más rápido con la ayuda de
Grisha. Ylsa insistió en permanecer con él. Nina quería consolarla, pero
apenas sabía qué palabras decir.

Abordaron la aeronave real en silencio. Ya se hablaba que el Príncipe


Rasmus se reuniría con sus padres para discutir sobre el tratado, de si la paz
se sostendría, pero todo lo que Nina quería era una oportunidad para hablar
con él a solas.

Entraron al camarote real, una elegante vaina de madera dorada y seda


afelpada blanca. A través de las ventanas, Nina podía ver el sol poniente
pintando las nubes en luz dorada, rosa pálido, azul tenue en los bordes.

―Déjanos, Joran―dijo el príncipe.

Joran hizo una pausa en la puerta, encontrando primero la mirada del


príncipe, luego la de Nina. ―Lo que sea que requiera, Su Alteza. Solo tiene
que pedirlo — dijo las palabras como si estuviera haciendo un voto―. Veré
que no lo molesten.

Se inclinó y salió, cerrando la puerta detrás de él. No había testigos


ahora, solo las nubes y el cielo más allá.
La luz color miel alcanzó las facciones del príncipe. Él la estaba
mirando con esa expresión que nunca había visto en su arrogante rostro real
antes. Ella vio temor allí, y su propia esperanza se reflejó de regreso.

―¿En dónde nos conocimos? ―susurró.

―En un claro junto a un arroyo envenenado ―el príncipe heredero


respondió en esa voz suave y ronca―. Montaba un caballo blanco, y por un
momento, tú creíste que era un soldado.

Antes de que la mente de Nina pudiera protestar, sus pies la llevaron al


otro lado de la habitación. Lanzó los brazos alrededor de él.

―Nunca me sueltes―Hanne susurró contra su cabello, apretandola.

―Nunca ―respondió ella―. Pero… ¿el príncipe?

La expresión de culpa de Hanne dijo todo lo que se necesitaba. Rasmus


estaba muerto, su cabeza aplastada por la caída. Él había muerto usando el
rostro de Hanne.

―¿Cómo? ¿Qué sucedió en esa torre?

Hanne respiró hondo. ―El príncipe Rasmus empezó a beber cuando las
campanas fjerdanas fueron destruidas. Se estaba burlando de mi padre y sus
planes. Él… pensó que era divertido darme una bofetada.

―Sabíamos lo cruel que podía ser. Nunca debí haberte dejado sola con
él.

―Fue una pequeña cachetada.

―¡Hanne!

―Lo fue. Era una prueba. Creo que él quería ver lo lejos que podía
llegar. Me dijo que le devolviera el golpe, así como hizo con Joran. Me
desafió a golpearlo. Me golpeó de nuevo. Dijo que jugaríamos este juego
cuando tuviera ganas cuando fuéramos marido y mujer. Joran trató de
detenerlo, pero… me entró pánico. No quería hacerlo.
―Usaste tu poder en él.

Una lágrima cayó por la mejilla de Hanne. ―Su corazón. Creo que lo
aplasté… nunca había lastimado a alguien de esa forma.

Nina acunó la cara de Hanne en sus palmas. ―Sé que no querías


hacerlo. Sé que nunca lo harías. ―Hanne siempre había sido demasiado
buena y demasiado amable para la fealdad de este mundo.

―Le dije a Joran que corriera por ayuda. Traté de sanar al príncipe.
Pero sabía que estaba muerto.

―Así que lo confeccionaste.

―Sí. Como yo. Tan rápidamente como pude. Pero Joran… creo que se
tomó su tiempo.

¿Para ayudar a Hanne? ¿O porque quería al Príncipe Rasmus muerto?


«Lo que sea que requiera, Su Alteza.» ¿Podía Nina llamar a eso redención?
¿Acaso sus motivos importaban? Joran había salvado la vida de Hanne hoy.
Había hablado contra Brum. Había sabido que Nina no era Mila Jandersdat
y sin embargo mantuvo ese secreto para sí mismo. Tal vez podría ser un
comienzo.

―Até mis senos, cambié nuestras ropas, y… y… lancé su cuerpo por la


ventana.

―Por todos los Santos.

Hanne se sentó en un amplio sillón de terciopelo. ―¿Que debo decirle a


mi madre? Ella piensa que estoy muerta. No puedes imaginar lo que fue
escuchar su dolor, verte a ti de rodillas llorando por mí. No puedo perderla,
Nina.

―Encontraremos una forma de decirle. A su tiempo. Pero Hanne…


¿qué hacemos ahora? Tendrás que enfrentar al rey y reina Grimjer.

―Puedo confeccionarme más completamente para entonces. A pesar de


que desearía tener tu don para la actuación.
Nina tuvo que reírse. ―Lo hiciste brillantemente. Absolutamente creí
que eras Rasmus. Eres afortunada de que no te asesiné en el lugar.

―No creas que no m preocupó. ¿Pero engañar a mis padres?

Hanne había aprendido de Nina el arte del engaño durante los últimos
meses. Había pasado una buena parte de su vida en la Corte de Hielo
aprendiendo los protocolos, y había estado tanto en la compañía del
príncipe que sus peculiaridades y formas de hablar no eran un misterio.

―Practicaremos. Tenemos tiempo en este viaje.

Hanne no lucía convencida. ―Si el rey y la reina me hacen preguntas


acerca de la infancia de Rasmus…

―Yo puedo ayudar con eso―dijo Nina. Después de todo, tenían el


consejo de la muerte.

―¿Lo harás? ―el ceño de Hanne se frunció aun más―¿Puedes amar a


una asesina?

―Tendría que preguntar lo mismo.

Hanne dudó. ―¿Y puedes amarme en este cuerpo?

―Es tu corazón al que amo. Sabes eso, ¿no es así?

Lágrimas se formaron en los ojos de Hanne. ―Eso espero.

―¿Pero en dónde termina esto? ¿Cuánto tiempo puedes estar atrapada


así?

―No estoy atrapada, Nina―Hanne sopló una bocanada de aire—. ¿Qué


si te digo que hay justicia en este cuerpo? ¿Que desde que entendí lo que la
confección podía hacer, no he sido capaz de dejar de pensar en lo que
podría ser?

Nina recordó la mirada de culpa en la cara de Hanne cuando admitió


haber estado practicando la confección en sí misma en secreto. Pensó en la
forma que los ojos de Hanne se habían deslizado en su propio reflejo. Nina
no lo había entendido. ―Dijiste que no sabías si podrías ser feliz.

―Aún no lo sé. No sé qué es vivir en un cuerpo que se siente como si


pudiera ser mío. Todo lo que sé es… que perdí a mi padre hoy, tal vez a mi
madre. Pero no a mí misma. Y si tengo que jugar el rol del príncipe por esta
posibilidad, entonces es un intercambio que estoy feliz de aceptar.

―Esto de la persona que dijo que odiaba las fiestas.

―No es la cara que hubiera escogido. No quiero ser Rasmus.

Nina puso sus manos en los hombros de Hanne. ―Tú no eres Rasmus.
Eres alguien nuevo, alguien que no puedo esperar a conocer.

La sonrisa de Hanne era pequeña, una cosa frágil y preciosa.


―Queríamos cambiar el mundo. Tal vez esta es nuestra oportunidad.

―¿El príncipe y la pescadora? Si vives como Rasmus, sabes que serás


el rey algún día, ―Un rey que sabía lo que era ser una mujer en Fjerda, lo
que era sentirse sola entre las personas. Una verdadera guerrera.

―Y tú serás mi reina. ―La mirada tímida de Hanne traspasó a Nina, de


repente luz, demasiado brillante después de tanta oscuridad―. Si me
aceptas.

Nina se rió. ―Oh, te acepto, Hanne Brum. ―Las mejillas de Hanne se


sonrojaron. Era glorioso―. Dos Grisha viviendo en secreto, gobernando
Fjerda, ¿guiándola hacia la paz con Ravka? Es un sueño demasiado
hermoso. Pero un príncipe no puede casarse con una plebeya.

―Entonces te daré tierras y títulos. Si estás dispuesta. ¿Puedes quedarte


aquí y vivir esta mentira?

Nina detuvo a Hanne con un beso, mirando hacia abajo a la persona que
amaba, viva y feliz. ―No es una mentira. Tú eres mi príncipe y tienes mi
corazón.

―¿Usarás un rostro falso por siempre?


―Bueno, Mila podría desarrollar algunas nuevas aficiones y dejar de
gorjear y retorcer las manos tanto, pero sí. Por el sueño que eres, lo haría.

―Si quieres regresar a Ravka…

―Quiero. Y lo extrañaré y haré que ordenes a los cocineros que cocinen


blini y sopa de remolacha. ―Se acomodó en el regazo de Hanne―. Pero es
aquí a dónde pertenezco.

Se quedaron allí, acurrucadas entre sí, los brazos de Hanne envueltos


alrededor de Nina, mientras miraban el cielo volverse del azul profundo del
crepúsculo. Justo debajo de la oreja izquierda de Hanne, Nina vio dos pecas
rosadas, olvidadas en el pánico apuro de la confección. Ella sí amaba esas
pecas. Tal vez podían conservarlas.

¿Qué pensaría Mathias de todo esto? Nina se preguntó. Un rey Grisha.


Una reina Grisha. Esperaba que él estuviera feliz de verla feliz, que quisiera
que su corazón sanara. «Guarda algo de piedad para mi gente. Sentada allí,
en el silencio, mirando las nubes deslizarse, sin que ningún sonido
interrumpiera el silencio más que la tranquilidad de los motores tarareando,
Nina sintió una extraña sensación atravesarla, una tranquilidad que había
olvidado por completo. Paz.

Había batallas por delante, peligros que ella y Hanne tendrían que
enfrentar. Lo que estaban intentando era audaz, tal vez imposible, pero de
alguna manera, ella sabía que se las arreglarían. Nina descansó su mejilla
contra la de Hanne. Había honrado la promesa a Mathias, y este camino, en
algún lugar entre la venganza y la redención, era el correcto. Mi lugar es
con los lobos.

Nina se enderezó. ―Hanne, ¿cómo te llamo ahora? ¿Rasmus?

Hanne se estremeció. ―No puedo soportar eso. Tendremos que elegir


un nuevo nombre. Un nombre de Santo. En honor a la reciente fe del
príncipe en los hijos de Djel.

―Por todos los Santos, aprendes rápido. Ese es un movimiento político.


―Pero debemos escoger uno bueno.

―¿Qué hay de Demyan? ¿O Ilya? Él era famoso. Y cambió al mundo.

Su príncipe sonrió. ―No me sé la historia.

―Te la contaré―dijo Nina. Afuera, la noche estaba cayendo y el cielo


estaba lleno de estrellas―. Te contaré miles de historias, mi amor.
Escribiremos los nuevos finales, uno a uno.
48

Nikolai
Traducido por ♥ Celaena S. ♥

VIAJARON CON SOLDADOS DEL SOL, no solo por protección, sino


porque algunos de los pasos de montaña todavía estaban bloqueados por la
nieve.

—Habría sido más rápido en dragón —se quejó Zoya mientras


atravesaban otra curva pronunciada.

—Y considerablemente más llamativo —respondió Nikolai.

—Sigue moviéndote —dijo Genya—. No quiero pasar otra noche en


estas montañas.

Nikolai miró detrás, al sendero, donde Zoya estaba ayudando a Genya a


trepar por una roca. Todos llevaban la ropa tosca de los viajeros: abrigos y
pantalones, botas forradas de piel. —¿Son los gatos monteses, el clima o la
compañía lo que te desagrada?

—Soy una reina —dijo Zoya —Debería ser llevada en una litera para
que mis delicados pies nunca toquen el suelo.

—Podría pedirle al demonio que te lleve.

Zoya resopló —Gracias, no. La última vez que lo dejaste salir, trató de
morderme.

—Creo que fue con cariño.


—¿Estàs seguro? —preguntó Genya.

—No del todo —admitió.

Los voladores los habían llevado a las llanuras al norte de Sikursk.


Desde allí, se vieron obligados a continuar a pie. Los vientos que
atravesaban estos picos hicieron que el vuelo fuera demasiado arriesgado.
Delante de ellos, entre los Soldados del Sol, el Darkling avanzaba con
dificultad. Tenía las manos atadas y todavía vestía la túnica negra del Sin
Estrellas. Era como si no sintiera el frío.

Nikolai se preguntó qué les estaría esperando si alguna vez lograban


encontrar este monasterio, asumiendo que existiera. Estaba perfectamente
preparado para que esta tonta excursión fuera otro de los engaños del
Darkling, pero eso no significaba que estuviera preparado para el engaño en
sí. Quizá el Darkling ocasionaría una avalancha de tierra y los enterraría a
todos debajo de una pila de rocas o los abandonaría en un laberinto de
cuevas. Las opciones eran infinitas. El hombre tenía un suministro ilimitado
de sorpresas desagradables.

Emergieron por una curva y el valle se extendió ante ellos, envuelto en


una niebla plateada y rodeado por los picos nevados del Sikurzoi. Podía ver
los lagos de las montañas relucientes como monedas congeladas y, a lo
lejos, una manada de bisontes peludos que se movía lentamente por un
prado en busca de señales de la primavera.

Nikolai hubiera preferido esperar el deshielo para hacer este viaje, pero
los informes de la plaga solo se habían vuelto más frecuentes, parches de
tierra muerta y suelo ceniciento de kilómetros de ancho; hombres, mujeres
y niños abatidos en el espacio de unos momentos, cicatrices que tal vez
nunca sanaran.

Después de la batalla por Os Kervo, sus rastreadores no habían podido


localizar al Darkling. Los seguidores del Sin Estrellas todavía hacían misas,
y algunos habían acampado fuera de los muros del palacio para pedirle a la
nueva reina la Santidad del Darkling. Pero el hombre mismo había
desaparecido. Hasta que una noche entraron en la sala de guerra del
Pequeño Palacio y lo encontraron encorvado en su vieja silla, como si
nunca se hubiera ido.

Nikolai había tomado sus armas, Tolya y Zoya se habían puesto en


posición de combate. Pero el Darkling simplemente había apoyado su
barbilla en su mano y dijo: —Parece que, una vez más, Ravka tiene un
problema que solo yo puedo resolver.

Era justo decir que el problema era de su misma creación, pero si podía
ser de ayuda, Nikolai no iba a discutir. Como mínimo, los había puesto en el
camino hacia el monasterio de Sankto Feliks, donde creía que encontrarían
respuestas. ¿Y si no? Incluso el Darkling, el eterno sabelotodo, no estaba
seguro de lo que harían. Parecía imperturbable ante la perspectiva.

—¿Estás realmente tan listo para ver morir al mundo? —Nikolai le


había preguntado.

Él simplemente se había encogido de hombros —Imagínate, si eres


capaz, cuánto tiempo he pasado en este mundo. ¿Nunca te preguntas qué te
espera en el próximo?

Nikolai supuso que sí. Había escrito poesías muy tristes sobre la muerte
y lo desconocido mientras estaba en la universidad de Ketterdam, algunas
en coplas rimadas, todas notablemente malas.

Miró a Zoya que caminaba con dificultad, con el sombrero de piel


plateado caído hasta las orejas y la nariz enrojecida por el frío. ¿Por qué
pensar en el próximo mundo cuando ella estaba en este? Durante las últimas
semanas la había visto navegar entre reuniones, cenas diplomáticas, las
complicadas negociaciones iniciales del tratado fjerdano. Él estaba allí para
encantar y ofrecer orientación cuando ella lo necesitaba, pero el papel de
Zoya como general del Segundo Ejército la había obligado a aprender los
entresijos de la política exterior y el funcionamiento interno de Ravka.
Puede que nunca sintiera una verdadera pasión por la reforma agrícola o el
desarrollo industrial, pero sus ministros estarían allí para ayudar. Y Nikolai
también, si ella se lo permitía.
No estaban casados. Ni siquiera estaban comprometidos. Quería
proponérselo, pero quería cortejarla primero. Quizás construirle algo. Un
nuevo invento, algo hermoso, inútil y poco adecuado para la guerra. Una
caja de música o un zorro mecánico, una locura para su jardín. Parte de él
estaba seguro de que ella simplemente cambiaría de opinión sobre él y eso
sería el final. La había deseado durante tanto tiempo que parecía imposible
tenerla a su lado todos los días, que podría acostarse a su lado todas las
noches. No era imposible, suponía. Simplemente improbable.

Se volvió y envió guijarros que se esparcieron por la ladera de la


montaña.

—Bésame, Zoya —dijo.

—¿Por qué?

—Necesito asegurarme que eres real y que sobrevivimos.

Zoya se puso de puntillas y apretó su cálida boca contra la de él. —


Estoy justo aquí y me estoy congelando, así que muévete antes de que te
arroje a un barranco.

Suspiró feliz. Allí estaba ella. Amarga y vigorizante como bebida fuerte.
Ella era real, y al menos por ahora, era suya.

Llegaron al monasterio sin previo aviso. En un momento estaban


apretados entre dos paredes de roca escarpada y al siguiente estaban
mirando una elaborada fachada de piedra de arcos y columnas talladas en
piedra gris. Entre ellos, en una serie de frisos, Nikolai vio la historia del
primer Sacerdote, los monjes que se habían transformado en bestias para
luchar por el primer rey ravkano, pero que no habían podido volver a su
forma humana. Yuri había creído que Sankto Feliks había estado entre esos
monjes, y que a lo largo de los años, los detalles de su santidad y martirio
habían sido alterados por el tiempo y la narración. Feliks había soportado el
obisbaya, el Ritual de la Espina Ardiente, para purgarse de una bestia. ¿Y si
Nikolai ya no quería ser liberado de su monstruo? Seguiría haciendo lo que
el futuro de su país requería. Eso no había cambiado mucho.

No había puerta a la que llamar, solo un largo túnel que conducía a la


oscuridad. Uno de los Soldados del Sol iluminó el camino.

—El aire huele dulce —dijo Genya, y momentos después, entendieron


por qué.

Salieron a un vasto claro abierto al cielo, cubierto de nieve. Las paredes


de roca a su alrededor estaban llenas de nichos arqueados como cien bocas
hambrientas, y en el centro de todo estaba el árbol más grande que Nikolai
había visto en su vida.

El diámetro de su tronco retorcido era casi tan ancho como el faro de Os


Kervo. Una red de raíces gruesas y musculosas irradiaba desde su base, y en
lo alto, el dosel de sus ramas casi cubría el claro, denso con flores rojas y
espinas tan largas como el antebrazo de un hombre.

El bosque de espino. Pero su forma se sentía diferente esta vez.

—Parece el fresno de Djel —dijo Zoya.

—Todas las historias comienzan en alguna parte. —La voz provenía de


las sombras de uno de los nichos. Apareció una mujer, su cuerpo envuelto
en seda carmesí, su cabello negro en tres largas trenzas echadas sobre su
hombro. Ella era shu, sus ojos del verde vibrante de los nuevos membrillos
y sus pies estaban descalzos a pesar de la nieve —Todos los dioses son el
mismo dios —Se volvió hacia Zoya—. Nae brenye kerr, eld ren.

Zoya hizo una reverencia.

Nikolai miró de Zoya a la monja —¿Perdón?

—Es kaelish —dijo el Darkling—. Antiguo kaelish. Un idioma que no


sabía que Zoya conocía.

Zoya no le dedicó una mirada —Significa «bueno verte, viejo amigo».


Juris estuvo aquí antes.
—Hace mucho tiempo —dijo la monja—. Quería volver a ser humano y
pensó que podíamos ayudarlo. ¿Temes ese destino?

Zoya pareció sorprendida —Todavía soy humana.

—¿Lo eres?

Genya se acercó y tomó la mano de Zoya. —Ella es lo suficientemente


humana.

Pero Nikolai supuso que todos estaban en un territorio algo confuso en


lo que a eso se refería.

—Nosotros sabemos para qué estás aquí —dijo la monja—. Pero no se


puede encontrar ayuda en el bosque de espino.

«¿Nosotros?» Nikolai se dio cuenta de que había figuras de color


carmesí debajo de cada arco, mirándolos. Parecían estar desarmados, pero
se mantuvieron en el terreno elevado.

—¿Eres consciente de la plaga? —preguntó, tratando de hacer un


recuento de las personas en los arcos. Había más de cincuenta.

—Ya ha llegado a nuestras montañas una vez. Solo estamos agradecidos


de que no haya golpeado el bosque de espino.

—Igual que nosotros —dijo Nikolai, ya que el árbol era su única


esperanza. O lo había sido—. ¿Estás diciendo que no podemos detener la
propagación del Abismo?

—No con el obisbaya. El Abismo de Sombras es un desgarro en el


tejido del universo, el tejido de la primera creación.

—La creación en el corazón del mundo —murmuró Zoya.

—Antes de la creación, no había nada, y eso es lo que se filtra en


nuestro mundo ahora.
Nikolai se frotó las manos —¿Entonces, como lo arreglamos? —La
pregunta que siempre hacía. Lo que estaba roto podría repararse. Lo que se
rompió se podía arreglar—. ¿Cómo cerramos el desgarrón?

—No pueden —dijo la monja—. Alguien debe mantenerlo cerrado.

Genya frunció el ceño —¿Qué?

—Alguien debe estar en la puerta entre los mundos, entre el vacío y la


creación.

—¿Por cuánto tiempo exactamente? —preguntó Nikolai.

—Para siempre.

—Ya veo.

—¿Que ves? —dijo Zoya bruscamente.

—Tiene que ser alguien.

—No seas absurdo —espetó.

La monja se acercó. No podía decir cuántos años tenía ella. —¿Es la


sombra dentro de ti lo que te hace valiente?

—Espero que no. Estaba tomando malas decisiones mucho antes de que
apareciera esa cosa.

Zoya lo agarró por la manga —Nikolai, no puedes hablar en serio. No te


dejaré hacer esto.

—No has sido coronada. No estoy seguro de que puedas prohibir nada
todavía.

—Me dijiste que te quedarías a mi lado.

No había nada que quisiera más. Habían detenido una guerra juntos y él
había empezado a creer que podían construir una vida juntos, pero esto era
algo que tendría que hacer solo. Se volvió hacia la monja. —¿Que tengo
que hacer?

—Nikolai...

—El espino te atravesará el corazón, como en el obisbaya, pero allí


permanecerás, en agonía, cortejando la locura. Si se retira el espino, la
plaga volverá y el universo se derrumbará.

Nikolai tragó. Eso sonaba mucho menos agradable que una muerte
rápida y heroica. —Entiendo.

—Pero Nikolai —dijo Genya —¿Qué pasará cuando... bueno, cuando


mueras?

—La plaga volverá —dijo la monja.

—Justo como pensé —El Darkling se apoyó en una de las gigantescas


raíces del árbol. Parecía aburrido, como si se encontrara con una antigua
orden de monjes cada dos días—. Tu gran gesto ha sido notado, niño rey...

—No un rey —corrigió Nikolai.

—Consorte o rey, no estás a la altura.

Zoya miró el árbol de espino. —¿Entonces este es mi martirio?

—Absolutamente no —dijo Genya.

El Darkling se limitó a reír. —Mira la forma en que marchan hacia la


horca. Uno con celo heroico, otro con determinación sombría. No, Sankta
Zoya, tampoco eres lo suficientemente poderoso como para hacerte la
mártir. Tengo que ser yo, por supuesto.

Los ojos de Zoya se entrecerraron —Por supuesto. Un hombre conocido


por sus actos desinteresados. No hace nada sin antes calcular su propia
ganancia. ¿Por qué empezarías ahora?

—Porque soy el único que puede.


—¿Es mi imaginación o suenas presumido al respecto? —preguntó
Nikolai.

—Soy inmortal —dijo Darkling encogiéndose de hombros—. Posees


una pizca de mi poder. Zoya apenas está aprendiendo a dominar el suyo. Yo
soy el eje. Soy el imán. Muevo la corriente.

—Tú causaste todo esto —dijo Nikolai—. ¿Recuerdas?

—¿Entonces se supone que esto es tu redención? —preguntó Genya—.


¿Tu gran sacrificio?

Nikolai se había sorprendido de que quisiera acompañarlos, pero se


mantuvo firme. «No voy a perderlo de vista de nuevo —había dicho— «No
más escapes». Ella y el Darkling no habían intercambiado una sola palabra
o mirada hasta ahora.

—¿No me perdonas, pequeña Genya?

Zoya se volvió hacia él. —Muéstrale respeto o te destriparé donde estás.

—No, Zoya —dijo Genya—. Él y yo vamos a charlar. Te perdono por


estas cicatrices. —Él no pudo ocultar su sorpresa y ella se rió—. No
esperabas eso, ¿verdad? No me arrepiento de ellas. Encontré mi camino
hacia quien debía ser a través del dolor que soporté. Soy más fuerte por eso.

—Considéralo mi regalo hacia ti.

Nikolai vio los puños de Zoya apretarse. Le estaba costando todo lo que
tenía para no ensartar al Darkling con un rayo.

—Pero el resto no lo puedo perdonar —dijo Genya—. Me entregaste a


la casa de la reina porque necesitabas un espía. Sabías que la mirada del
viejo rey se volvería hacia mí. Sabías lo que iba a soportar. —Cerró el ojo,
recordando—. Me dijiste que era tu soldado, que todo mi sufrimiento
valdría alguna gloria futura. No lo valió.

—El costo...
—No hables de costos. —Su voz resonó a través del claro, su cabello
rojo ardía como fuego otoñal. El parche que llevaba estaba adornado con el
símbolo de Alina. Brillaba como una estrella—. Si el costo era tan
necesario, entonces deberías haber sido tú quien lo pagara. Yo era una niña
y me ofreciste como sacrificio por tu guerra centenaria. —Ella se echó a
reír, un sonido pequeño y triste—. Y lo peor es que nadie se acuerda.
Cuando la gente habla de tus crímenes, habla de la matanza de
Novokribirsk, tu asesinato de los Grisha que alguna vez estuvieron bajo tu
cuidado. Lo que viví se mantuvo oculto. Pensé que era mi vergüenza
soportarlo. Ahora sé que es tuya. Eras padre, amigo y mentor. Se suponía
que debías protegerme.

—Tenía una nación que proteger, Genya.

—Una nación es su gente —dijo Zoya—. Genya, yo, mi tía.

El Darkling arqueó una ceja —Cuando seas reina, es posible que estos
cálculos te resulten más difíciles de realizar.

—No habrá redención para ti —dijo Genya—. La mujer que soy puede
perdonarte por el castigo que me diste. Pero por el bien de la niña que fui,
no hay penitencia que puedas realizar, ninguna disculpa de la que puedas
hablar que me haga abrirte mi corazón.

—No recuerdo haberte pedido que lo hicieras.

Los ojos de Zoya se habían vuelto plateados, las pupilas se rajaron. —


¿Puedo matarlo antes de que lo empujemos al árbol?

Nikolai no dudaba de que el Darkling se mereciera eso y mucho peor,


pero vaciló. —Algo está mal aquí. ¿Cuál es el truco?

El Darkling levantó un hombro. —Una eternidad de sufrimiento como


penitencia por mis crímenes. Solo pido una cosa.

—Aquí viene.

—Constrúyeme un altar para que me recuerden.


Zoya frunció el ceño —¿Como un tirano? ¿Un asesino?

—Como el Sin Estrellas. Dame un lugar en tus libros. Cuando llegue la


noche, que se encienda una vela más por un Santo más. ¿Puedes aceptar
eso, misericordiosa reina? —dijo arrastrando las palabras.

El Darkling parecía casi desinteresado, pero el demonio en Nikolai


sintió que era una pose.

—Lo dice en serio —dijo Nikolai con incredulidad—. Está dispuesto a


morir.

—No es la muerte —dijo la monja—. La muerte sería una bondad.

Genya inclinó la cabeza hacia un lado. Estaba observando al Darkling


de cerca. —Pero no es la muerte lo que temes, ¿verdad? Tiene miedo de
desaparecer.

Nikolai recordó lo que había dicho Genya. «Todo lo que el Darkling


siempre quiso fue ser amado por este país.» Conocía bien ese sentimiento.
Tuvo que enfrentarlo cuando se enfrentó a su demonio. Ravka amaba a
pocos hombres. Los santos eran otro asunto.

—¿Zoya? —preguntó Nikolai. El Darkling quería que levantaran un


altar en su nombre, que escribieran su historia y su legado de nuevo, pero
no era decisión de Nikolai—. ¿Genya?

Zoya y Genya estaban cogidas de la mano, y mientras se miraban, supo


que estaban recordando cada pérdida que habían sufrido por los caprichos
de este hombre. Había visto el tormento de Zoya cuando fue testigo de la
adoración de los Sin Estrellas, cuando se pararon en el Abismo que devoró
a su tía y les costó la vida a innumerables personas, alabando su nombre. La
mujer que había estado en ese momento no podría haberse inclinado a esta
solicitud.

—¿Le dejamos jugar al héroe? —preguntó Zoya.


Genya asintió una vez —Déjalo hacerlo. Dejemos que nuestro
sufrimiento haya significado algo.

Zoya estaba enmarcada por flores rojas y espinas, una reina que no
necesitaba corona. —Así será.

El Darkling se volvió hacia la monja. —¿Por dónde empezamos?

La monja los estudió durante un rato. Luego hizo un gesto hacia el


espino, mientras los monjes descendían por las paredes, rodeando el tronco
en un mar de seda roja, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ravkanos,
zemeni, suli, shu. Incluso algunas cabezas rubias fjerdanas.

El Darkling levantó las manos —Desátame.

Nikolai y Zoya intercambiaron una mirada. Si todo esto fuera una


estratagema, haría su movimiento ahora.

—Dispersense —dijo Nikolai a los Soldados del Sol—. Estén listos.

—Mientras yo viva, el demonio permanecerá dentro de ti —dijo el


Darkling mientras Nikolai usaba un cuchillo para cortar las cuerdas en sus
muñecas.

—Hemos hecho las paces.

—Algunos tratados no duran.

—Te encantan las profecías funestas, ¿no es así?

—Zoya vivirá una vida muy larga —dijo el Darkling—. A pesar del
demonio, es posible que tú no.

—Entonces la amaré desde mi tumba.

Una sonrisa asomó a los labios del Darkling. —Palabras valientes. El


tiempo puede contar una historia diferente.

Nikolai casi se rió —Realmente no te voy a extrañar.


Envainó su cuchillo y se alejó.

El Darkling se frotó las muñecas, tomándose su tiempo, como si


disfrutara del miedo de quienes se veían obligados a mirar y esperar para
ver qué haría.

Se quitó la túnica, dejándola caer al suelo nevado, luego se quitó la


camisa y caminó hacia la base del árbol. Solo llevaba los pantalones y
botas, su piel blanca como la madera a la deriva, su largo cabello negro
como plumas de cuervo.

—Continúa —dijo la monja de las tres trenzas—. Si este es tu deseo. Si


te atreves.

El Darkling respiró hondo.

—Mi nombre es Aleksander Morozova —dijo, su voz resonando a


través del claro—. Pero he tenido cien nombres y he cometido mil
crímenes.

Los monjes colocaron sus manos sobre las raíces del árbol, el tronco, las
ramas colgantes.

El Darkling abrió los brazos, su delgado cuerpo pálido a la luz invernal


—No lo lamento.

La corteza del gran árbol comenzó a moverse y cambiar. «Son


Fabricadores —se dio cuenta Nikolai, mirando a los monjes concentrarse—
Todos ellos.»

—¡No me arrepiento! —dijo el Darkling.

Una de las ramas del árbol de espino comenzó a girar, retorciéndose


como una serpiente, una sola espiga sobresalía de su punta. Zoya tomó la
mano de Nikolai. Ahora estaban todos unidos: Nikolai, Zoya y Genya.

La rama del espino se movía de un lado a otro, de un lado a otro, una


serpiente mirando a su presa.
—Todo lo que hice, lo hice por Ravka —gritó el Darkling—. Y ahora,
también hago esto. ¡Por Ravka!

La rama golpeó con una estocada repentina y sinuosa.

La espina atravesó el pecho del Darkling y gritó, con la cabeza echada


hacia atrás, el sonido puro, humano y terrible. Nikolai apretó la mano de
Zoya mientras el demonio dentro de él también gritaba, el dolor como una
quemadura, un fuego en su corazón.

El espino atrajo al Darkling más cerca, sus ramas se envolvieron


alrededor de él, levantando su cuerpo indefenso, una madre acunando a su
hijo, llamándolo a casa. El enorme tronco se dividió y la madera lo arrastró
hacia la oscuridad.

El árbol se cerró a su alrededor, silenciando su grito. Sus ramas se


calmaron. Los monjes guardaron silencio. Nikolai se llevó la mano al
corazón. El dolor se fue; el demonio se quedó quieto.

Débilmente, en el patrón de la corteza, Nikolai pudo ver la forma de una


mano, la mano del Darkling, presionando los barrotes de su prisión por la
eternidad.

Uno a uno, los Soldados del Sol se arrodillaron.

Zoya caminó lentamente hacia el árbol, sus pasos silenciosos en la


nieve. Apoyó la mano en la marca que había hecho el Darkling e inclinó la
cabeza.

—Realmente no pensé que lo haría.

—Está en la puerta entre los mundos —dijo la monja—. Mira con tu ojo
de dragón. ¿Que ves?

Zoya cerró los ojos, levantó la cara al cielo —El Abismo... el Abismo
está floreciendo.

—Cuéntanos —dijo Genya.


—Hierbas verdes. Un huerto en flor. Árboles de membrillo. Sus ramas
están llenas de flores blancas. Parecen espuma de mar.

—La plaga ha terminado —dijo la monja—. ¿Tú también lo ves?

Zoya siseó en un suspiro —Su dolor... —Se estremeció y retiró la mano,


tocándose el pecho como si sintiera la espina en su propio corazón.

La monja asintió lentamente —Tendrás que decidir qué puedes y qué no


puedes perdonar, eld ren.

Zoya la miró —¿Y si pudiera?

—Algunos corazones laten más fuerte que otros —dijo la monja, y


Zoya pareció sobresaltarse ante las palabras—. Solo un corazón tan fuerte
como el suyo podría liberarlo de su sufrimiento y darle la liberación de la
muerte.

Agradecieron a los monjes, pero no hubo ofrecimiento de hospitalidad,


y Nikolai no tenía ningún deseo de permanecer en este lugar por más
tiempo. Fuera lo que fuese el Darkling, este claro se había convertido en un
lugar de duelo.

Sin decir palabra, pasaron por debajo de la entrada arqueada y


atravesaron la grieta en la roca. Pronto llegaría la primavera. El mundo se
volvería verde y nuevo. Pero por ahora, todo era hielo, viento y piedra gris,
como si la tierra llevara un velo y solo dijera palabras de pérdida. Nikolai
no podía sentir pena por el hombre en el que se había convertido el
Darkling, pero podía lamentar la pérdida de alguien que había comenzado
con tantas promesas, tanta fe en lo que podría lograrse si tan solo fuera lo
suficientemente inteligente, lo suficientemente fuerte, lo suficientemente
valiente para arriesgarlo todo. ¿Quién podría haber sido si el mundo hubiera
sido más amable? ¿Si Ravka hubiera sido mejor con su gente todo el
tiempo?
El pasado estaba destrozado y desolado, desgarrado por trincheras, lleno
de minas. Pero el futuro eran colinas onduladas y bosques vírgenes, un mar
abierto, un cielo de buen tiempo.

Nikolai siguió a su reina a través de las montañas y sabía que la


esperanza los llevaría a casa.
49

Zoya
Traducido por ♥Celaena S. ♥

LA MAÑANA DE LA CORONACIÓN DE ZOYA, Genya despidió a


los sirvientes e insistió en peinarla ella misma. Zoya se sintió extraña al
dejar que su amiga la atendiera, pero estaba agradecida por su presencia y
por sus habilidades.

—No has estado durmiendo —dijo Genya, arreglando los círculos


oscuros debajo de los ojos de Zoya.

—Nada nuevo.

Pero eso no era del todo cierto. Sus responsabilidades pesaban mucho
sobre ella, pero en las semanas transcurridas desde su viaje a las montañas,
había estado preocupada por nuevas pesadillas.

Ella y Genya se tomaron su tiempo durante el desayuno, contemplando


los jardines del palacio, viendo cómo el Abismo se consumía bajo el sol de
la mañana. Habían apoyado los pies en el alféizar de la ventana, los platos
en el regazo.

—No me importa la vista —dijo Zoya, alcanzando otro blini.

Genya movió los dedos de los pies. —Al Pequeño Palacio le faltan
ventanas. Hay prioridad por el secretismo sobre el paisaje.

Nikolai había insistido en que Zoya habitara sus aposentos.


—Pertenecen al gobernante de Ravka —le había dicho—. Vamos, es
una oportunidad para quejarte de mi horrible gusto.

Zoya odiaba las habitaciones, pero no por la forma en que estaban


decoradas. Simplemente echaba de menos sus aposentos en el Pequeño
Palacio. Todo era tan nuevo que no pudo evitar añorar lo familiar. Pero el
día que se mudó, encontró un pequeño barco de alambre en su escritorio, lo
suficientemente pequeño como para caber en la palma de su mano. Desde
su mástil ondeaba una diminuta bandera blasonada con dos estrellas. Se
alegraba de tener un recordatorio de Nikolai y de Liliyana con ella siempre.

Genya la ayudó a vestirse con un vestido de terciopelo azul oscuro, la


falda y el corpiño bordados con hilo plateado en un patrón de escamas de
dragón. Era una reminiscencia de una kefta, pero nunca se había visto una
kefta como esta.

—Es la perfección —dijo Zoya. Le había encomendado a Genya su


diseño—. Gracias.

—Oh, todavía no hemos terminado.

Genya desapareció en el camerino y salió con lo que parecía un


kilómetro de encaje plateado con lentejuelas.

Zoya lo levantó en sus manos. Era casi ingrávido y brillaba como un


rayo capturado. —¿De verdad despellejaste un dragón?

—No tuve que hacerlo —dijo Genya, colocando la capa en los hombros
del vestido de Zoya—. Le dije que era para la reina de Ravka y se lo quitó.

—Eres ridícula.

—Soy encantadora.

—La cola es demasiado larga.

—Alguien me dijo una vez que la capilla exige espectáculo. —Su tono
era todo alegría, pero Zoya podía ver la triste sonrisa de Genya en el espejo.
Ella agarró la mano de su amiga —Ojalá pudiera estar aquí con
nosotras.

Genya se enjugó una lágrima de la mejilla y permanecieron juntas,


como lo habían hecho en las montañas. —David habría odiado cada minuto
de esto. Pero yo también desearía que estuviera aquí.

La capilla nunca sería un lugar de celebración para Zoya. Había visto a


Nikolai coronado en esta habitación, pero también había estado junto a
Alina aquí, detrás de este mismo altar la noche en que el Darkling arrasó el
Pequeño Palacio y asesinó a la mitad de las personas que Zoya había
conocido. Habían pasado a la clandestinidad esa noche, pero habían pasado
años antes de que Zoya realmente se dejara salir a la luz. Las heridas habían
sido demasiado hondas, el miedo demasiado profundo. No había creído que
pudiera volver a sentirse segura de nuevo.

¿Y ahora? Dejó que Vadik Demidov, el último de los Lantsov, a quien


se le había otorgado una propiedad gloriosa y una cantidad considerable de
tesoros, la mayoría cortesía del Conde Kirigin, colocara la piel de oso de
Sankto Grigori sobre sus hombros. Escuchó a Vladim Ozwal, el sacerdote
que le serviría de Apparat, predicar las palabras de los viejos Santos y los
nuevos. Se había comenzado a trabajar en una pequeña capilla en el
frondoso membrillero que alguna vez fue el Abismo, y se dijo que pequeños
altares al Sin Estrellas ya habían comenzado a brotar en los lugares donde
había golpeado la plaga, pero que ahora estaban floreciendo. Zoya no estaba
segura de poder hacer las paces con que el Darkling fuera un Santo, pero
había tratado de cumplir su promesa.

Cuando llegó el momento, dejó que Vladim le pusiera una corona en la


cabeza. Era una corona nacida de la batalla, forjada a partir de los restos de
titanio que quedaban, engastada con zafiros y con la forma de las curvas de
las alas de un dragón.
Miró a esta multitud de extraños y amigos, a Genya con su único ojo
ámbar, su kefta rojo ahora adornado con un dragón dorado; a Leoni, la
Fabricadora que David había admirado, ahora parte del Triunvirato Grisha,
de la mano de Adrik, que no había abandonado a su rey demonio después
de todo, y que tomaría el lugar de Zoya para representar a los Etherealki.

Habían llegado dignatarios de todo el mundo: delegados del Consejo


Mercante de Kerch, incluido el patán de Hiram Schenck, que había hecho
todo lo posible para ceder el trono de Ravka a Fjerda; el mariscal de la Isla
Errante; Los ministros de Zemeni, sin los cuales Ravka no habría
sobrevivido a la guerra; e incluso las princesas shu y sus guardias: Ehri y
Mayu, que habían abrazado a Nikolai como a un viejo amigo, y Makhi, que
había echado un vistazo a las flores blancas que adornaban las balaustradas
del palacio, los cortesanos relucientes en cada entrada, los estandartes
chasqueando en el viento invernal, y dijo: —Por todos los cielos, ¿ninguno
de ustedes entiende la ceremonia?

Se habían asegurado de que Tamar y los khergud se hubieran ido antes


de que llegara la delegación de Shu. Zoya nunca se sentiría cómoda en su
presencia, pero de todos modos estaba agradecida con ellos. Habían sido
diseñados para cazar y capturar a Grisha, pero eso significaba que también
estaban perfectamente preparados para salvar a Grisha. Langosta, Heraldo,
Escarabajo y Polilla habían acordado unirse a Bergin, un Grisha fjerdano,
para localizar los laboratorios secretos de Jarl Brum, todos bajo el mando de
Tamar.

El príncipe heredero de Fjerda había autorizado la operación encubierta,


y él también asistió a la boda, junto con la mujer que sería su esposa, Mila
Jandersdat. Llevaba un vestido de seda color crema con un escote que solo
podría describirse como escandaloso y ópalos del tamaño de nueces en el
cuello.

—Fjerda te queda bien —le había susurrado Zoya a Nina cuando


lograron robar unos momentos a solas fuera de la capilla.

—La comida sigue siendo terrible, pero nos las arreglamos.


—Tu príncipe no es en absoluto lo que esperaba por nuestros informes.
Mucho más amable y menos arrogante.

—Él es todo lo que Fjerda o yo podríamos desear en un soberano.

Zoya no necesitó dejar que su ojo de dragón se abriera para sentir la


convicción en las palabras de Nina. —Te enviaré de regreso a ese país
olvidado por los santos con un regalo.

—¿Un chef y dos kilos de caramelos?

—Una planta. Es de mi jardín.

—¿Tu... jardín? ¿A Zoya Nazyalensky le gusta hurgar en la tierra con


gusanos?

—Miserable niña —dijo Zoya—. Espero que florezca para ti. Y espero
que tú también florezcas.

Sabía que Nina no volvería con ellos. Al menos no por mucho tiempo.
Zoya echaría de menos la vista de las dalias en el verano, pero tal vez
estaban destinadas a un suelo diferente.

Entre los otros invitados de honor en la capilla se encontraba un grupo


de suli, vestidos con sedas. Algunos llevaban la máscara de chacal. Otros
llevaban el pelo trenzado y decorado con flores. Estaban sentados al lado de
Nikolai en la parte delantera de la habitación, junto con una pareja con
ropas sencillas de campesino, el reluciente cabello blanco de la mujer
escondido debajo de un chal de cuentas.

Había fantasmas en esta habitación, fantasmas que nunca serían


enterrados. Caminarían por este nuevo camino con ella: Liliyana, David,
Isaak, Harshaw, Marie, Paja, Fedyor, Sergei. La lista era larga y solo se
haría más larga.

«No puedes salvarlos a todos.»

No, pero podría intentar ser una buena reina. La niña siempre estaría
allí, asustada y enojada, y Zoya nunca la olvidaría, o cómo se sentía estar
impotente y sola, incluso si no estaba sola ahora. Tenía a sus soldados, a su
Grisha, a sus amigos, a su príncipe y, supuso, ahora también tenía a sus
súbditos.

«Zoya de la ciudad perdida. Zoya del jardín. Zoya sangrando en la


nieve.»

—Levántate, Zoya, reina de Ravka —dijo el sacerdote—. Portadora de


la corona de dragón.

Zoya se puso de pie. Levantó el cetro en su mano. Escuchó a la gente


vitorear, observó cómo se desplegaba su estandarte de dragón, labrado en el
azul pálido y dorado de Ravka. La tarea que tenía ante ella se sentía
abrumadora.

Nada de esto había sido predestinado; nada de eso se predijo. No había


profecías de un rey demonio o una reina dragón, una confeccionadora
tuerta, gemelos Cardio. Eran solo las personas que habían aparecido y
habían logrado sobrevivir.

Pero tal vez ese era el truco: sobrevivir, atreverse a permanecer con
vida, forjar su propia esperanza cuando toda esperanza se había agotado.

«Entonces, por los sobrevivientes —Zoya se susurró a sí misma


mientras la gente frente a ella se arrodillaba y cantaba su nombre— Y por
los perdidos.»

El resto de la mañana fue un torbellino de saludos y felicitaciones,


deseos para el futuro e incluso algunas amenazas veladas de Kerch. La sala
del trono estaba llena de invitados y hacía un calor miserable, un hecho que
no ayudó con el peso de su vestido de terciopelo, pero Zoya lo soportó todo
con Nikolai y Genya para ayudarla.
Aún así, había algo en su mente —Genya, ¿encontrarías a Alina antes
de que desaparezca con su rastreador? Necesito hablar con ustedes dos.
Reúnete conmigo en los aposentos del rey.

Genya le plantó un beso en la mejilla —Tus aposentos.

Nikolai apareció al lado de Zoya mientras Genya desaparecía entre la


multitud. —Hay alguien que me gustaría que conocieras.

Lo acompañaba una chica suli, diminuta de estatura, con el pelo


recogido en una espesa trenza.

Hizo una reverencia con gracia de bailarina. —Reina Zoya, es un honor.

Zoya la estudió un momento, notó el destello de cuchillos discretamente


escondidos en sus bolsillos y debajo de su chaleco bordado. —Capitana
Ghafa —dijo en voz baja, asegurándose de que su voz no llegara a la
ajetreada habitación.

Inej sonrió —Sabe mi nombre.

Zoya miró hacia donde los dignatarios de Kerch se habían reunido en un


rincón. ——Mucha gente te está buscando.

El brillo en los ojos de la pequeña chica era perverso. —Será mejor que
recen para no encontrarme.

—Si hay algo que necesites...

—Ella lo tendrá —dijo Nikolai, con una presta reverencia.

—Ha sido mi sueño visitar este lugar —dijo Inej—. Para recorrer los
mismos caminos que la Santa del Sol.

—Entonces tendremos que mostrarte el Pequeño Palacio, donde se


entrenó para usar su poder.

La sonrisa de Inej se ensanchó —Bhashe.


—Merema —respondió Zoya en suli—. Eres bienvenida.

Un pliegue apareció entre las cejas de Inej. Sus ojos oscuros se


enfocaron en alguien que se movía entre la multitud. —Esa mujer —dijo—,
con el chal. Su pelo...

—Amigos del país —dijo Nikolai enérgicamente—. Ahora déjame


presentarte a mi hermana Linnea. Querrá oír hablar de estos nuevos cañones
que estás usando.

A Zoya le hubiera gustado seguirlos y escucharlos hablar sobre barcos y


navegación y cualquier otra cosa que a los corsarios y piratas les gustara
discutir, pero Tolya ya la estaba llevando a reunirse con un grupo de
aristócratas kaelish. Lo siguieron los zemeníes, luego poderosos
comerciantes de Ravka Occidental, la nobleza fjerdana y el Conde Kirigin,
que se había vestido de mandarina vibrante, y su corbata era un dragón
dorado con un trozo de turquesa en sus garras.

Zoya no estaba segura de cuánto tiempo había pasado o cuántas


personas había conocido cuando por fin vio a Genya al otro lado de la
habitación.

Se disculpó y se apresuró a atravesar uno de los muchos pasillos del


palacio hasta las habitaciones de Nikolai, sus habitaciones, maldita sea.
Genya y Alina esperaban en la sala de estar, ambas sentadas junto a una
ventana abierta, el aire fresco era una bendición después del calor del salón
de baile.

—Bueno —dijo Alina, dejando su vaso de kvas mientras Zoya cerraba


la puerta —Te queda bien.

—¿Hubo alguna vez alguna duda?

Genya se rió —Te dije que es la misma Zoya.

—Te veías tan serena allí —protestó Alina.


—Todo un acto —dijo Zoya—. Principalmente esperaba no
desmayarme. Este vestido pesa más que yo.

—La belleza no se supone que sea fácil —dijo Genya con poca
simpatía.

Alina asintió —La verdadera pregunta es cómo vas a eclipsar este


vestido para la boda real.

—No te adelantes —dijo Zoya—. Nikolai no ha preguntado.

—¿Puedes culparlo? —dijo Genya—. No ha tenido mucha suerte con


las propuestas.

Alina resopló —Tal vez debería haberme ofrecido una dinastía y no una
pequeña esmeralda insignificante.

—Pobre muchacho —dijo Zoya—. Pero tengo la intención de dejar


colgando la posibilidad de mi mano en matrimonio frente a todos los
políticos, comerciantes y aristócratas menores elegibles mientras forjamos
nuestros nuevos acuerdos y tratados comerciales.

Genya puso los ojos en blanco —Muy romántico.

—No puedo dejar de ser un general —dijo Zoya—. Es una buena


estrategia. —Su romance con Nikolai nunca serían ramos de flores y
bonitas declaraciones de amor. Vivía en la tranquilidad que habían
encontrado el uno en el otro, en las horas de paz que enlazaban una por una.

—Pero te casarás —insistió Genya.

—No puedo evitar darme cuenta —dijo Alina—. El zorro demasiado


inteligente renunció a su trono, pero aún así se las arregló para seguir
siendo un rey.

—Un príncipe —corrigió Genya—. Príncipe consorte. ¿O será tu


general?
A Zoya realmente no le importaba el título que tomara. Él era de ella, y
eso era todo lo que importaba. Su mirada se fijó en los planos que había
encontrado esperándola en su escritorio esa mañana, diseños para una
estructura extraordinaria que Nikolai había diseñado para proteger su jardín.
Los planos habían sido encuadernados con su cinta de terciopelo azul y
acompañados de una nota que decía: «Siempre buscaré que sea verano para
ti». Zoya había sido cortejada por hombres ricos y poderosos, le ofrecieron
joyas, palacios, la escritura de una mina de diamantes. Este era un tipo de
tesoro diferente, uno que no podía creer que hubiera tenido la suerte de
encontrar.

Se volvió hacia Genya y Alina y se apoyó contra su escritorio. Quería


sentarse y descansar los pies, pero estaba demasiado nerviosa por lo que
tenía que decir. —Sabes lo que hicimos en las montañas.

—Sí —dijo Alina—. Salvaron al mundo y condenaron al enemigo más


mortal de Ravka a una eternidad de tortura.

—Una expedición muy eficiente —dijo Genya.

Zoya tamborileó con los dedos contra el escritorio —He... he tenido


pesadillas sobre el monasterio, el bosque de espino. —Cuando tocó el árbol
antiguo, sintió el dolor del Darkling. El dragón no le había dejado olvidarlo.

—¿Qué pasa en los sueños? —preguntó Alina.

—Me convierto en él.

Genya se mordisqueó el labio —¿Estás siendo torturada?

—Peor que eso... tengo todo lo que él quería. La corona. El poder. Soy
una conquistadora de ciudades, una emperatriz, una asesina. —En sus
sueños, estaba en la proa de un barco con una hermosa ciudad frente a ella.
Levantaba las manos y el Abismo se precipitaba hacia adelante en una
marea negra, ahogando a Novokribirsk. Cada noche se despertaba bañada
en sudor, escuchando los gritos de su tía—. No estoy segura de que
podamos dejarlo allí.
Genya se cruzó de brazos. —¿No?

—No si queremos gobernar con justicia. No si el futuro está destinado a


ser mejor que el pasado.

—¿Tienes fiebre? —preguntó Genya.

Pero la expresión de Alina era cómplice. —Tienes miedo de convertirte


en él. Tienes miedo de ser la avalancha.

Inmortal e imparable, otra tragedia que le acontecería a Ravka.

—¿Qué se supone que debemos hacer? —dijo Genya —¿Liberarlo?


¿Perdonarlo?

—Concéderle la muerte —dijo Zoya.

Genya se puso de pie y se acercó a la repisa de la chimenea. —¿Se lo


merece?

—Esa no es mi elección —dijo Zoya—. No corre por mi cuenta.

Alina apoyó la cabeza en el respaldo del sofá —¿Por qué siquiera


estamos discutiendo esto? Por lo que tengo entendido, Darkling sabía el
trato que hizo. Está en la puerta entre mundos. Si muere, el Abismo se
vuelve a romper y el vacío se abre paso.

—Sí —dijo Zoya—. Pero la monja me dijo que un corazón tan fuerte
como el suyo podría liberarlo. —Había dicho las palabras de Liliyana.
Quería que Zoya la escuchara.

Genya pareció horrorizada. —¿Alguien que ocupe su lugar? A menos


que sea voluntario Jarl Brum...

—No, creo que fue un acertijo. No alguien, algo. El primer corazón en


ser atravesado por el espino. El corazón de Sankto Feliks.

—Estás hablando de una reliquia —Alina parecía escéptica—. Como


alguien cuyos huesos de los dedos están a la venta en las aldeas en este
momento, déjame decirte que todos son falsos.

—Ella tiene razón —dijo Genya—. Si Sankto Feliks realmente existió y


su corazón se conservó de alguna manera, nadie sabe dónde está.

—Es cierto —dijo Zoya—. Y quien lo tenga no estará ansioso por


separarse de un objeto de tanto poder.

Genya hizo una especie de zumbido. —Entonces, si decidimos que se


merece la misericordia de la muerte, ¿dónde nos deja eso?

Zoya tocó con los dedos el pequeño barco de alambre de su escritorio.


—¿Un objeto de valor incalculable, imposible de encontrar, sin duda bajo
llave y sin duda necesita ser robado? Conozco a un ladrón que podría estar
a la altura.

Genya gimió. —No puedes hablar en serio. ¡No soportas al hombre!

—Porque es insoportablemente grosero y absolutamente carece de


moral. Pero tiene sus usos.

—¿Crees que lo hará? —preguntó Genya.

—Por la recompensa adecuada.

Hubo un largo silencio en la habitación. Por fin, Genya tomó el vaso de


Alina y tomó un largo sorbo. —No creo que el Darkling se haya ganado el
perdón. No sé cuántos años de dolor lo compran, o cuándo nos convertimos
en los monstruos y él se convierte en la víctima. Pero no quiero pasar el
resto de mi vida haciendo esas matemáticas. Si realmente hay una manera
de lograrlo, librémonos de esta carga de una vez por todas.

—Está bien —dijo Alina.

Antes de que pudiera convencerse a sí misma de no hacerlo, Zoya llamó


a un sirviente para que fuera a buscar a Nikolai.

—¿Se ha tomado una decisión? —preguntó—. No puedo decidir si


todas lucen despiadadas o beatíficas. Quizá solo sea hambre.
—¿La Capitana Ghafa todavía está aquí?

—Creo que se fue hace una hora en compañía del príncipe Rasmus y su
prometida.

—Quizá eso sea una señal —aventuró Zoya.

—Zoya —dijo Alina en tono de advertencia—. Estuvimos de acuerdo.

—Oh, está bien —dijo Zoya—. Necesito que Sturmhond lleve un


mensaje a Ketterdam.

—Escuché que está muy ocupado estos días.

—Creo que apreciará la recompensa.

Bajó la voz. —Si te involucra sin ese vestido, no tengo ninguna duda de
que puedo convencerlo.

—No te detendrás hasta que hayas creado un escándalo, ¿verdad?

—El demonio me obligó a hacerlo. ¿Qué mensaje vital llevará el


corsario más guapo del mundo a Ketterdam?

Zoya suspiró. Era trágico pensar que una mujer podría tener todo lo que
deseaba y aún necesitar un ladrón.

—Envía un mensaje al Club Cuervo —dijo—. Dile a Kaz Brekker que


la reina de Ravka tiene un trabajo para él.

>>><<<
Agradecimientos
Traducido por Azhreik

Rule of Wolves es la séptima novela que he escrito en el Grishaverso,


una historia que empezó con una chica que intentaba encontrar el camino
entre la oscuridad. Como Zoya diría, no es una metáfora. Pero aún así estoy
agradecida con toda la gente generosa que ayudó a iluminar el camino.

Gracias a todos en Imprint: Dawn Ryan, Hayley Jozwiak, David Briggs,


Raymond E. Colón, el metículoso John Morgan, Camille Kellogg, mi
talentosa editora Erin Stein, que me permite agregar sus ideas salvajes, y
Natalie Sousa, que se ha esforzado tanto por hacer hermosos estos libros.
Estoy profundamente agradecida a los maravillosos equipos de marketing,
publicidad y derechos en MCPG: Kathryn Little, Melissa Zar, Teresa
Ferraiolo, Julia Gardiner, Lucy Del Priore, Allison Verost, Mariel Dawson,
Kristin Dulaney, Kaitlin Loss, Jordan Winch, y el Equipo Triple M: Molly
Ellis, Morgan Kane, y Madison Furr.

Gracias al inestimable equipo de ventas de Jennifer Edwards, Jessica


Brigman, Jasmine Key, Jennifer Golding, Mark Von Bargen, Matthew
Mich, Rebecca Schmidt, Sofrina Hinton, y Taylor Armstrong. También a
Jon Yaged, que no encaja en ninguna de estas listas.

Como siempre, me alegra y soy afortunada de ser parte de la familia


New Leaf Literary. Gracias a Hilary Pecheone, Joe Volpe, Veronica
Grijalva, Victoria Hendersen, Meredith Barnes, Abigail Donoghue, Jenniea
Carter, Katherine Curtis, Kate Sullivan, el siempre acertado Jordan Hill, la
incansable Pouya Shahbazian, y mi agente, Joanna Volpe, quien vio el
destino antes que yo… y consiguió llevarnos allí.

Sarah Rees Brennan y Holly Black me prestaron sus extraordinarios


cerebros y ayudaron a dar forma a los primeros borradores de este libro.
Marie Lu y Daniel José Older me condujeron a través del final con
amabilidad y pericia. Gracias a Kyle Lukoff y Jesse Deshays, quien me
ayudaron a contar la historia de Hanne. Robyn, Rachael, Ziggy, Morgan,
Michelle, Sarah, Theodora, Jimmy, las Empanadas Platino y las Amigas de
Pijama; unidas en aliteración, me hicieron continuar con humor, burlas y la
ocasional entrega de fantasmas de cerámica. Gracias y cariño a Christine,
Sam, Emily, Ryan, mi hermosa madre y Wally, que mejora todo. Y E, sé
que no te gusta que haga un escándalo, pero gracias por ser mi amigo, mi
familiar y la única persona a la que podría amar después de once horas en el
carro. Un agradecimiento final a Jean, quien es amada y recordada.
Créditos

The Guardians

Midnight Dreams

Traductores

Alfacris

Azhreik

Brig20

Pandita91

Saimi_v

Yul’s...

____

Catt

♥ Celaena S. ♥

ElenaTroy

Lieve
NataliCQ

Correctores

Azhreik

Catt

Lieve

Lectura Final

Azhreik

Epub

Azhreik

Esta traducción es de Fans para Fans.

Hecha sin fines de lucro.

Apoya a los autores comprando sus libros

Cuando salgan a la venta en tu pais.

También podría gustarte