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ebes ser lo suficientemente fuerte como para golpear, golpear
y golpear de nuevo sin cansarte.
La primera lección es hacerte fuerte.
Después de la sorprendente revelación de que Oak es el heredero de
la Tierra de las Hadas, Jude debe mantener a su hermano menor a salvo.
Para lograrlo, tiene que atar al rey malvado, Cardan, a ella, y hacerse con el
poder detrás del trono. Navegar por las alianzas políticas en constante
cambio de la Tierra de las Hadas sería bastante difícil si Cardan fuera fácil
de controlar. Pero él hace todo lo que está a su alcance para humillarla y
socavarla aun cuando su fascinación por ella no ha disminuido.
Cuando queda claro que alguien cercano a Jude quiere traicionarla,
amenazando su propia vida y la vida de todos los que ama, Jude debe
descubrir al traidor y luchar contra sus propios sentimientos complicados
por Cardan para mantener el control como mortal en la Tierra de las Hadas.

The Folk of the Air #2


Traducido por Mari NC

Corregido por Arcy Briel

ude levantó la pesada espada de práctica, moviéndose hacia la


primera posición de preparación.
Acostúmbrate al peso, le había dicho Madoc. Debes ser
lo suficientemente fuerte como para golpear, golpear y golpear de nuevo sin
cansarte. La primera lección es hacerte fuerte.
Dolerá. El dolor te hace fuerte.
Esa fue la primera lección que le había enseñado después de haber
matado a sus padres con una espada que no era diferente a la que sostenía
ahora. Entonces había tenido siete años, una bebé. Ahora tenía nueve años
y vivía en la Tierra de las Hadas y todo había cambiado.
Ella plantó sus pies en la hierba. El viento agitaba su cabello mientras
se movía a través de las posiciones. Uno; la espada ante ella, inclinada hacia
un lado, protegiendo su cuerpo. Dos; el pomo alto, como si la hoja fuera un
cuerno saliendo de su cabeza. Tres: abajo hacia su cadera, luego en una
caída engañosamente casual frente a ella. Luego cuatro: arriba de nuevo, a
su hombro. Cada posición podría pasar fácilmente a un golpe o una defensa.
Pelear era ajedrez, anticipando el movimiento del oponente y
contrarrestándolo antes de que uno fuera golpeado.
Pero era ajedrez jugado con todo el cuerpo. Ajedrez que la dejaba
magullada, cansada y frustrada con todo el mundo y con ella también.
O tal vez era más como andar en bicicleta. Cuando había estado
aprendiendo a hacer eso, en el mundo real, se había caído muchas veces.
Sus rodillas habían estado lo suficientemente costrosas que mamá pensó
que podrían quedar cicatrices. Pero Jude había quitado sus ruedas de
entrenamiento y desdeñada montó cuidadosamente en la acera, como lo
hacía Taryn. Jude quería andar por la calle, rápido, como Vivi, y si conseguía
grava incrustada en su piel por eso, bueno, entonces dejaría que papá la
quitara con pinzas por la noche.
A veces, Jude anhelaba su bicicleta, pero no había ninguna en la
Tierra de las Hadas. En cambio, tenía sapos gigantes, pequeños ponis
verdosos y caballos de ojos salvajes delgados como sombras.
Y tenía armas.
Y el asesino de sus padres, ahora su padre adoptivo. El general del
Rey Supremo, Madoc, quien quería enseñarle cómo montar demasiado
rápido y cómo luchar hasta la muerte. No importaba lo duro que lo golpeara,
solo lo hacía reír. A él le gustaba su ira. Fuego, lo llamaba.
A ella también le gustaba cuando estaba enojada. Enojada era mejor
que asustada. Mejor que recordar que era una mortal entre monstruos. Ya
nadie le estaba ofreciendo la opción de ruedas de entrenamiento.
En el otro lado del campo, Madoc estaba guiando a Taryn a través de
una serie de posiciones. Taryn también estaba aprendiendo la espada,
aunque tenía problemas diferentes a los de Jude. Sus posturas eran más
perfectas, pero odiaba pelear. Combinaba las defensas obvias con los
ataques obvios, por lo que era fácil atraerla a una serie de movimientos y
luego golpear rompiendo el patrón. Cada vez que pasaba, Taryn se enojaba,
como si Jude estuviera estropeando los pasos de un baile en lugar de ganar.
—Ven aquí —le dijo Madoc a Jude a través de la extensión plateada
de hierba.
Caminó hacia él, la espada colgada sobre los hombros. El sol se estaba
poniendo, pero las hadas son criaturas crepusculares y su día ni siquiera
había llegado a la mitad. El cielo estaba manchado con cobre y oro. Inhaló
una profunda respiración de agujas de pino. Por un momento, se sintió
como si fuera solo una niña aprendiendo un nuevo deporte.
—Vengan a pelear —dijo cuando Jude se acercó—. Ambas chicas
contra este viejo militar. —Taryn se apoyó contra su espada, la punta de la
misma hundiéndose en el suelo. No se suponía que la sostuviera de esa
manera, no era bueno para la espada, pero Madoc no la reprendió—. Poder
—dijo—. El poder es la capacidad de obtener lo que quieres. El poder es la
capacidad de ser quien toma las decisiones. ¿Y cómo obtenemos el poder?
Jude dio un paso al lado de su gemela. Era obvio que Madoc esperaba
una respuesta, pero también que esperaba la incorrecta.
—¿Aprendemos a pelear bien? —dijo por decir algo.
Cuando Madoc le sonrió, pudo ver las puntas de sus colmillos
inferiores, más largos que el resto de sus dientes. Él le despeinó el cabello y
sintió los bordes afilados de sus uñas como garras contra su cuero
cabelludo, demasiado ligeras para doler, pero un recordatorio de lo que él
era, no obstante.
—Obtenemos poder al tomarlo.
Señaló hacia una colina baja con un árbol de espinas creciendo en
ella.
—Hagamos de la próxima lección un juego. Esa es mi colina. Vayan y
tómenla.
Taryn obedientemente se dirigió a ella, Jude detrás de ella. Madoc
mantuvo el ritmo, su sonrisa mostrando todos sus dientes.
—¿Ahora qué? —preguntó Taryn, sin ninguna emoción particular.
Madoc miró a lo lejos, como si estuviera contemplando y descartando
varias reglas.
—Ahora defiéndanla contra un ataque.
—Espera, ¿qué? —preguntó Jude—. ¿De ti?
—¿Es esto un juego de estrategia o una práctica de pelea? —preguntó
Taryn, frunciendo el ceño.
Madoc puso un dedo debajo de su barbilla, levantando su cabeza
hasta que ella estaba mirando sus ojos dorados de gato.
—¿Qué es el combate, sino un juego de estrategia, pero más rápido?
—le dijo, con gran seriedad—. Habla con tu hermana. Cuando el sol alcance
el tronco de ese árbol, vendré por mi colina. Derríbenme solo una vez y
ambas ganan.
Luego se fue por un bosquecillo de árboles a cierta distancia. Taryn
se sentó en la hierba.
—No quiero hacer esto —dijo.
—Es solo un juego —le recordó Jude nerviosamente.
Taryn le dirigió una larga mirada, la que se daban cuando una de ellas
fingía que las cosas eran normales.
—Está bien, entonces, ¿qué crees que deberíamos hacer?
Jude miró hacia las ramas del árbol de espinas.
—¿Y si una de nosotras tirara piedras mientras la otra hiciera el
combate?
—Está bien —dijo Taryn, levantándose y comenzando a juntar piedras
en los pliegues de sus faldas—. No crees que se enojará, ¿verdad?
Jude negó con la cabeza, pero entendía la pregunta de Taryn. ¿Y si
las mataba por accidente?
Tienes que elegir la colina en la que morirás, solía decirle mamá a papá.
Había sido uno de esos dichos extraños que los adultos esperaban que
entendiera, aunque no tenían ningún sentido, por ejemplo: «uno en la mano
vale dos en el monte» o «cada palo tiene dos extremos» o el totalmente
misterioso «un gato puede mirar a un rey». Ahora, de pie en una colina real
con una espada en la mano, lo entendía mucho mejor.
—Ponte en posición —dijo Jude y Taryn no perdió el tiempo en subir
al árbol de espinas. Jude comprobó la marca del sol, preguntándose qué
tipo de trucos podría usar Madoc. Cuanto más esperara, más oscuro se
pondría y mientras él podía ver en la oscuridad, Jude y Taryn no.
Pero, al final, no usó ningún truco. Salió del bosque y en dirección a
ellas, aullando como si estuviera liderando un ejército de cien. Las rodillas
de Jude se debilitaron de terror.
Esto es solo un juego, se recordó frenéticamente. Sin embargo, cuanto
más se acercaba, menos le creía su cuerpo. Cada instinto animal se esforzó
por correr.
Su estrategia parecía tonta ahora ante la enormidad de él y la
pequeñez de ellas, ante su miedo. Pensó en su madre sangrando en el suelo,
recordó el olor de sus entrañas a medida que goteaban. El recuerdo se sintió
como un trueno en su cabeza. Ella iba a morir.
Corre, urgía todo su cuerpo. ¡CORRE!
No, su madre había corrido. Jude plantó sus pies.
Se obligó a moverse a la primera posición, a pesar de que sus piernas
se sentían tambaleantes. Él tenía la ventaja, incluso subiendo esa colina,
porque tenía el impulso de su lado. Las piedras lloviendo sobre él desde
Taryn apenas refrenaron su ritmo.
Jude se apartó del camino, sin siquiera molestarse en intentar
bloquear el primer golpe. Poniendo el árbol entre ellos, esquivó el segundo y
el tercero. Cuando llegó el cuarto, la tiró a la hierba.
Cerró los ojos contra el golpe de muerte.
—Puedes tomar una cosa cuando nadie está mirando. Pero
defenderlo, incluso con toda la ventaja de tu lado, no es tarea fácil —le dijo
Madoc con una carcajada. Ella levantó la vista para encontrarlo ofreciéndole
una mano—. El poder es mucho más fácil de adquirir que de mantener.
El alivio cayó sobre ella. Era solo un juego, después de todo. Solo otra
lección.
—Eso no fue justo —se quejó Taryn.
Jude no dijo nada. Nada era justo en la Tierra de las Hadas. Había
aprendido a dejar de esperar que fuera así.
Madoc levantó a Jude y le lanzó un pesado brazo sobre los hombros.
La atrajo a ella y a su gemela para un abrazo. Olía a humo y sangre seca y
Jude se dejó caer contra él. Era bueno ser abrazada. Incluso por un
monstruo.
Traducido por Mari NC

Corregido por Vickyra

l nuevo Rey Supremo de las hadas está arrellanado en su


trono, su corona descansa en un ángulo despreocupado,
su larga capa de vil escarlata está sujeta a sus hombros y
barre el suelo. Un pendiente brilla desde la cima de una
oreja puntiaguda. Pesados anillos brillan a lo largo de sus
nudillos. Sin embargo, su decoración más ostentosa es su boca suave y
hosca.
Le hace ver cada centímetro de imbécil que es.
Estoy a un lado de él, en la honrada posición de senescal. Se supone
que debo ser el consejero más confiable del Rey Supremo Cardan, y por eso
interpreto esa parte, en lugar de mi papel real: la mano detrás del trono, con
el poder de obligarlo a obedecer en caso de que intente frustrar mis planes.
Escaneando a la multitud, busco un espía de la Corte de las Sombras.
Interceptaron una comunicación de la Torre del Olvido, donde el hermano
de Cardan está encarcelado y me lo traerán a mí en lugar de a su
destinatario original.
Y esa es solo la última crisis.
Han pasado cinco meses desde que forcé a Cardan al trono de Elfhame
como mi rey títere, cinco meses desde que traicioné a mi familia, desde que
mi hermana llevó a mi hermanito al reino de los mortales y lejos de la corona
que podría haber usado, desde que crucé espadas con Madoc.
Cinco meses desde que dormí más de unas pocas horas seguidas.
Parecía un buen trato, incluso un muy buen trato de hadas: poner a
alguien que me despreciaba en el trono para que Oak estuviera fuera de
peligro. Fue emocionante engañar a Cardan para que me prometiera que me
serviría durante un año y un día, vivificante cuando mi plan se unió.
Entonces, un año y un día parecían para siempre. Pero ahora debo averiguar
cómo mantenerlo en mi poder, y fuera de problemas, durante más tiempo
que eso. El tiempo suficiente para darle a Oak la oportunidad de tener lo
que no tuve: una infancia.
Ahora, un año y un día parece nada de tiempo en absoluto.
Y a pesar de haber puesto a Cardan en el trono a través de mis propias
maquinaciones, a pesar de las confabulaciones para mantenerlo allí, no
puedo evitar estar nerviosa por lo cómodo que se ve.
Los gobernantes de las hadas están atados a la tierra. Son la sangre
vital y el corazón palpitante de su reino de una manera mística que no
entiendo completamente. Pero seguramente Cardan no es eso, no con su
compromiso de ser un haragán que no hace nada del verdadero trabajo de
gobernar.
Mayormente, sus obligaciones parecen ser permitir que sus manos
cubiertas de anillos sean besadas y aceptar las lisonjas de los mágicos.
Estoy segura que disfruta de esa parte: los besos, las reverencias y los
servilismos. Ciertamente está disfrutando el vino. Pide una y otra vez que se
le vuelva a llenar su copa incrustada de cabujones con un licor verde pálido.
El mismo olor hace que mi cabeza gire.
Durante una pausa, él me mira, levantando una ceja negra.
—¿Disfrutando de ti misma?
—No tanto como tú —le digo.
No importa lo mucho que le disgustaba cuando estábamos en la
escuela, eso era una vela encendida ante la constante llama de su odio
ahora. Su boca se curva en una sonrisa. Sus ojos brillan con intenciones
perversas.
—Míralos a todos, tus súbditos. Una vergüenza que nadie sepa quién
es su verdadero gobernante.
Mi rostro se calienta un poco con sus palabras. Su don es tomar un
cumplido y convertirlo en un insulto, un golpe que duele más por la
tentación de tomarlo en serio.
Pasé tantas fiestas evitando ser notada. Ahora todos me ven, bañada
en la luz de las velas, en uno de los tres jubones negros casi idénticos que
llevo cada noche, mi espada Nightfell en mi cadera. Giran en sus círculos de
baile y tocan sus canciones, beben su vino dorado y componen sus acertijos
y sus maldiciones mientras los miro desde el estrado real. Son hermosos y
terribles, y pueden despreciar mi mortalidad, pueden burlarse de ella, pero
yo estoy aquí arriba y ellos no.
Por supuesto, tal vez eso no sea tan diferente de esconderse. Tal vez
simplemente es esconderse a plena vista. Pero no puedo negar que el poder
que tengo me emociona, una sacudida de placer cada vez que pienso en ello.
Solo desearía que Cardan no pudiera decirlo.
Si miro con atención, puedo ver a mi hermana gemela, Taryn, bailando
con Locke, su prometido. Locke, quien una vez pensé que podría amarme.
Locke, a quien una vez pensé que podía amar. Sin embargo, es Taryn a quien
extraño. Noches como esta, me imagino saltando de la tarima y yendo hacia
ella, intentando explicar mis elecciones.
Su matrimonio está a solo tres semanas y aún no hemos hablado.
Sigo diciéndome que necesito que ella venga a mí primero. Me engañó
como a una tonta con Locke. Todavía me siento estúpida cuando los miro.
Si no se disculpa, al menos debería ser ella quien pretenda que no hay nada
por lo que disculparse. Incluso podría aceptar eso. Pero no seré yo quien
vaya a Taryn, a mendigar.
Mis ojos la siguen mientras baila.
No me molesto en buscar a Madoc. Su amor es parte del precio que
pagué por esta posición.
Un hada pequeño y arrugado, con una nube de cabello plateado y una
capa escarlata se arrodilla debajo del estrado, esperando ser reconocido.
Sus puños están enjoyados y el alfiler de polilla que sostiene su capa en su
lugar tiene alas que se mueven por sí solas. A pesar de su postura de
sumisión, su mirada es codiciosa.
Junto a él están dos pálidos mágicos de colina con largas
extremidades y cabello que revolotea detrás de ellos, aunque no hay brisa.
Borracho o sobrio, ahora que Cardan es el Rey Supremo, debe
escuchar a aquellos súbditos que lo harían resolver un problema, sin
importar cuán pequeño sea, u otorgar una bendición. No puedo imaginar
por qué alguien pondría su destino en sus manos, pero la Tierra de las
Hadas está llena de caprichos.
Afortunadamente, estoy allí para susurrar mi consejo en su oído,
como lo haría cualquier senescal. La diferencia es que él debe escucharme.
Y si susurra de vuelta unos insultos horribles, bueno, al menos se ve
obligado a susurrar.
Por supuesto, entonces la pregunta es si merezco tener todo este
poder. No seré horrible por mi propia diversión, me digo a mí misma. Eso
tiene que valer algo.
—Ah —dice Cardan, inclinándose hacia delante en el trono, haciendo
que su corona se incline más abajo en su frente. Toma un sorbo profundo
del vino y sonríe al trío—. Esto debe ser una gran preocupación, llevarla
ante el Rey Supremo.
—Es posible que ya haya oído hablar de mí —dice el pequeño hada—
. Hice la corona que se sienta sobre su cabeza. Me llamo Grimsen el Herrero,
exiliado con Alderking. Sus huesos ahora están en reposo, y hay un nuevo
Alderking en Fairfold, ya que hay un nuevo Rey Supremo aquí.
—Severin —le digo.
El herrero me mira, obviamente sorprendido de que haya hablado.
Entonces su mirada vuelve al Rey Supremo.
—Le ruego me permita regresar a la Corte Superior.
Cardan parpadea un par de veces, como si intentara enfocarse en el
peticionario frente a él.
—¿Así que estabas exiliado? ¿O elegiste irte?
Recuerdo que Cardan me contó un poco sobre Severin, pero no había
mencionado a Grimsen. He oído hablar de él, por supuesto. Es el herrero
que hizo la Corona de Sangre para Mab y tejió encantamientos en ella. Se
dice que puede hacer cualquier cosa de metal, incluso seres vivos: pájaros
de metal que vuelan, serpientes de metal que se deslizan y golpean. Hizo las
espadas gemelas, Heartseeker y Heartsworn, una que nunca falla y la otra
que puede cortar cualquier cosa. Desafortunadamente, las hizo para el
Alderking.
—Le juré a él, como su sirviente —dice Grimsen—. Cuando se fue al
exilio, me vi obligado a seguirlo y, al hacerlo, me desanimé. Aunque solo hice
baratijas para él en Fairfold, su padre todavía me consideraba su criatura.
Ahora, con los dos muertos, ansío tener permiso para encontrar un lugar
para mí aquí en su Corte. No me castigue más y mi lealtad hacia usted será
tan grande como su sabiduría.
Miro al pequeño herrero con más atención, de repente estoy segura
que está jugando con las palabras. Pero, ¿con qué fin? La solicitud parece
genuina, y si la humildad de Grimsen no lo es, bueno, su fama no sorprende.
—Muy bien —dice Cardan, pareciendo complacido de que le pidieran
algo fácil de dar—. Tu exilio ha terminado. Dame tu juramento y la Corte
Superior te dará la bienvenida.
Grimsen hace una profunda reverencia, su expresión teatralmente
perturbada.
—Noble rey, pide lo más pequeño y razonable a su siervo, pero yo, que
he sufrido por tales votos, odio hacerlos de nuevo. Permítame esto:
concédame que pueda mostrarle mi lealtad en mis actos, en lugar de atarme
con mis palabras.
Pongo mi mano en el brazo de Cardan, pero él se encoge de hombros
por mi apretón de advertencia. Podría decir algo, y él se vería obligado, por
orden anterior, a que al menos no me contradiga, pero no sé qué decir. Tener
al herrero aquí, forjando para Elfhame, no es poca cosa. Tal vez, vale la
pena, la falta de un juramento.
Y, sin embargo, algo en la mirada de Grimsen parece demasiado
satisfecho de sí mismo, demasiado seguro de sí mismo. Sospecho un truco.
Cardan habla antes de que pueda descifrar algo más.
—Acepto tu condición. De hecho, te daré una bendición. Un edificio
antiguo con una fragua se asienta en el borde de los terrenos del palacio. Lo
tendrás para ti y para todo el metal que necesites. Espero ver lo que harás
para nosotros.
Grimsen se inclina bajo.
—Su amabilidad no será olvidada.
No me gusta esto, pero tal vez estoy siendo demasiado cautelosa. Tal
vez es solo que no me gusta el herrero. Hay poco tiempo para considerarlo
antes de que otro peticionario avance.
Una bruja, lo suficientemente vieja y poderosa como para que el aire
a su alrededor crepite con la fuerza de su magia. Sus dedos son como
ramitas, su cabello es del color del humo y su nariz como la hoja de una
guadaña. Alrededor de su garganta, lleva un collar de piedras, cada cuenta
tallada con espirales que parecen atrapar y desconcertar al ojo. Cuando se
mueve, la pesada túnica se ondula a su alrededor, y veo pies con garras,
como los de un ave de presa.
—Reycito —dice la bruja—. Madre Marrow te trae regalos.
—Tu fidelidad es todo lo que necesito. —La voz de Cardan es ligera—.
Por ahora.
—Oh, he jurado a la corona, por supuesto —dice, metiendo la mano
en uno de sus bolsillos y sacando un paño que parece más negro que el cielo
nocturno, tan negro que parece beber la luz a su alrededor. La tela se desliza
sobre su mano—. Pero he venido hasta aquí para presentarte un premio
raro.
A los mágicos no les gustan las deudas, razón por la cual no pagarán
un favor simplemente con agradecimiento. Deles una torta de avena y ellos
llenarán de grano una de las habitaciones de tu casa, pagando en exceso
para ponerte a ti en deuda. Y, sin embargo, todo el tiempo se le rinde tributo
a los Reyes Supremos: oro, servicio, espadas con nombres. Pero no solemos
llamar a esas cosas regalos. Tampoco premios.
No sé qué hacer con su pequeño discurso.
Su voz es un ronroneo.
—Mi hija y yo tejimos esto de seda de araña y pesadillas. Una prenda
de esta tela puede repeler una cuchilla afilada y, a la vez, ser tan suave como
una sombra contra tu piel.
Cardan frunce el ceño, pero su mirada se ve atraída una y otra vez a
la maravillosa tela.
—Admito que no creo que haya visto algo igual.
—Entonces, ¿aceptas lo que te otorgaría? —pregunta, con un brillo
astuto en sus ojos—. Soy mayor que tu padre y tu madre. Más vieja que las
piedras de este palacio. Tan vieja como los huesos de la tierra. Aunque seas
el Rey Supremo, Madre Morrow tendrá tu palabra.
Los ojos de Cardan se estrechan. Ella lo ha molestado, puedo ver eso.
Hay un truco aquí y esta vez sé lo que es. Antes de que él pueda,
empiezo a hablar.
—Dijiste regalos, pero solo nos has mostrado tu maravillosa tela.
Estoy segura que a la corona le complacería tenerla si se le diera libremente.
Su mirada se posa sobre mí, sus ojos duros y fríos como la noche
misma.
—¿Y quién eres tú para hablar por el Rey Supremo?
—Soy su senescal, Madre Marrow.
—¿Y dejarás que esta chica mortal responda por ti? —le pregunta a
Cardan.
Él me da una mirada de tal condescendencia que hace que mis
mejillas se calienten. La mirada perdura. Su boca se retuerce, curvándose.
—Supongo que lo haré —dice finalmente—. Eso la divierte para
mantenerme fuera de problemas.
Me muerdo la lengua mientras él gira una expresión plácida sobre
Madre Marrow.
—Ella es lo suficientemente inteligente —dice la bruja, escupiendo las
palabras como una maldición—. Muy bien, la tela es tuya, Su Majestad. La
doy libremente. Te doy solo eso y nada más.
Cardan se inclina hacia adelante como si estuvieran compartiendo
una broma.
—Oh, dime el resto. Me gustan los trucos y las trampas. Incluso en
los que casi fui atrapado.
Madre Marrow se desplaza de un pie con garra al otro, la primera
señal de nervios que muestra. Incluso para una bruja con huesos tan viejos
como ella decía, la ira de un Rey Supremo es peligrosa.
—Muy bien. Si hubieras aceptado todo lo que te otorgaría, te habrías
encontrado bajo un geas, permitiéndote casarte solo con un tejedor de la
tela en mis manos. Yo misma o mi hija.
Un escalofrío me recorre al pensar en lo que podría haber sucedido
entonces. ¿Podría el Rey Supremo de las Hadas haber sido obligado a
semejante matrimonio? Seguramente habría habido una manera de evitarlo.
Pensé en el último Rey Supremo, que nunca se casó.
El matrimonio es inusual entre los gobernantes de la Tierra de las
Hadas porque una vez gobernante, uno sigue siendo gobernante hasta la
muerte o la abdicación. Entre los plebeyos y la aristocracia, los matrimonios
de hadas se organizan para salir de ellos, a diferencia del mortal “hasta que
la muerte nos separe”, estos contienen condiciones como “hasta que ambos
renuncien al otro” o “a menos que uno golpee al otro con ira” o el hábilmente
redactado “por la duración de una vida” sin especificar de quién. Pero una
unión de reyes y/o reinas nunca puede ser disuelta.
Si Cardan se casara, no solo tendría que sacarlo del trono para
conseguir que Oak se suba a él. También tendría que quitar a su novia.
Las cejas de Cardan se elevan, pero tiene toda la apariencia de feliz
despreocupación.
—Mi señora, usted me adula. No tenía idea de que estuviera
interesada.
Su mirada es inquebrantable cuando pasa su regalo a uno de los
guardias personales de Cardan.
—Que crezcas en la sabiduría de tus consejeros.
—La oración ferviente de muchos —dice—. Dime. ¿Ha hecho tu hija el
viaje contigo?
—Ella está aquí —dice la bruja. Una muchacha se aleja de la multitud
para inclinarse ante Cardan. Es joven, con una masa de pelo suelto. Al igual
que su madre, sus extremidades son extrañamente largas y parecidas a una
ramita, pero donde su madre es inquietantemente huesuda, ella tiene una
especie de gracia. Tal vez ayude que sus pies se parezcan a los humanos.
Aunque, para ser justos, se vuelven hacia atrás.
—Sería un marido pobre —dice Cardan, dirigiendo su atención a la
chica, que parece encogerse en sí misma por la fuerza de su consideración—
. Pero concédeme un baile y te mostraré mis otros talentos.
Le doy una mirada sospechosa.
—Ven —le dice Madre Marrow a la chica, y la agarra por el brazo, no
con mucha suavidad, arrastrándola hacia la multitud. Entonces se vuelve a
mirar a Cardan—. Los tres nos volveremos a encontrar.
—Todos van a querer casarse contigo, ya sabes —dice Locke
arrastrando las palabras. Conozco su voz incluso antes de mirar para
encontrar que él ha tomado la posición que dejó vacante Madre Marrow.
Le sonríe a Cardan, viéndose encantado consigo mismo y con el
mundo.
—Es mejor tomar consortes —dice Locke—. Muchas y muchas
consortes.
—Hablado como un hombre a punto de entrar al matrimonio —le
recuerda Cardan.
—Oh, déjalo. Como Madre Marrow, te he traído un regalo. —Locke da
un paso hacia el estrado—. Uno con menos púas. —No mira en mi dirección.
Es como si no me viera o que soy tan poco interesante como un mueble.
Ojalá no me molestara. Ojalá no recordara estar de pie en lo más alto
de la torre más alta de su finca, su cuerpo caliente contra el mío. Ojalá no
me hubiera usado para probar el amor de mi hermana por él. Ojalá ella no
lo hubiera dejado.
Si los deseos fueran caballos, solía decir mi padre mortal, los mendigos
cabalgarían. Otra de esas frases que no tiene sentido hasta que lo hace.
—¿Ah, sí? —Cardan parece tan perplejo como intrigado.
—Deseo regalarme a ti, como tú Maestro de Festejos —anuncia
Locke—. Dame el puesto y haré mi deber y placer evitar que el Rey Supremo
de Elfhame se aburra.
Hay tantos trabajos en un palacio: sirvientes y ministros, embajadores
y generales, asesores y sastres, bufones y creadores de adivinanzas, mozos
para caballos y guardianes de arañas, y una docena de otros puestos que
he olvidado. Ni siquiera sabía que había un Maestro de Festejos. Por lo que
sé, él inventó la posición.
—Voy a servirte delicias que nunca habrías imaginado. —La sonrisa
de Locke es contagiosa. Él servirá problemas, eso es seguro. Problemas para
los que no tengo tiempo.
—Ten cuidado —digo, atrayendo la atención de Locke hacia mí por
primera vez—. Estoy segura que no desearías insultar la imaginación del
Rey Supremo.
—De hecho, estoy seguro que no —dice Cardan de una manera que
es difícil de interpretar.
La sonrisa de Locke no vacila. En su lugar, se sube al estrado,
haciendo que los caballeros de ambos lados se muevan inmediatamente
para detenerlo. Cardan los aleja.
—Si lo haces Maestro de Festejos… —comienzo, rápido, desesperada.
—¿Me estás ordenando? —interrumpe Cardan, arqueando una ceja.
Él sabe que no puedo decir que sí, no con la posibilidad de Locke
escuchando.
—Por supuesto que no —gruño.
—Bien —dice Cardan, apartando su mirada de mí—. Estoy dispuesto
a conceder tu solicitud, Locke. Las cosas han estado tan aburridas
últimamente.
Veo la sonrisa de Locke y me muerdo el interior de la mejilla para
contener las palabras de mando. Hubiera sido tan satisfactorio ver su
expresión, hacer alarde de mi poder delante de él.
Satisfactorio, pero estúpido.
—Antes, Estorninos, Alondras y Halcones compitieron por el corazón
de la Corte —dice Locke, refiriéndose a las facciones que preferían el jolgorio,
el arte o la guerra. Facciones que cayeron dentro y fuera de favor con
Eldred—. Pero ahora el corazón de la Corte es tuyo y solo tuyo. Vamos a
romperlo.
Cardan mira a Locke de forma extraña, como si considerara, al
parecer por primera vez, que ser Rey Supremo podría ser divertido. Como si
estuviera imaginando cómo sería gobernar sin esforzarse contra mi correa.
Luego, al otro lado de la tarima, finalmente veo a la Bomba, una espía
en la Corte de las Sombras, su pelo blanco un halo alrededor de su cara
marrón. Ella me hace una señal.
No me gustan Locke y Cardan juntos, no me gusta su idea de
entretenimiento, pero trato de dejar eso a un lado cuando salgo del estrado
y me dirijo hacia ella. Después de todo, no hay forma de esquivar a Locke
cuando se siente atraído por lo que más le divierte en el momento…
A medio camino de donde está la Bomba, escucho la voz de Locke
resonando sobre la multitud.
—Celebraremos la Luna del Cazador en el Milkwood, y allí el Rey
Supremo les dará un libertinaje como para que canten los bardos, lo
prometo.
El miedo se enrosca en mi vientre.
Locke está atrayendo algunos pixies de la multitud hacia el estrado,
sus alas iridiscentes brillando a la luz de las velas. Una chica se ríe a
carcajadas y alcanza la copa de Cardan, bebiéndola hasta el fondo. Espero
que él la golpee, la humille o destruya sus alas, pero solo sonríe y pide más
vino.
Lo que sea que Locke tenga entre manos, Cardan parece demasiado
listo para seguirle el juego. A todas las coronaciones de la Tierra de las
Hadas les sigue un mes de juerga: festejar, embriagarse, adivinanzas,
enfrentarse a duelos y más. Se espera que los mágicos bailen a través de las
suelas de sus zapatos desde el atardecer hasta la puesta del sol. Pero cinco
meses después de que Cardan se convirtiera en Rey Supremo, el gran salón
permanece siempre lleno, los cuernos de beber rebosan de aguamiel y vino
de trébol. El jolgorio apenas ha disminuido.
Ha pasado mucho tiempo desde que Elfhame tuvo un Rey Supremo
tan joven, y un aire salvaje e imprudente infecta a los cortesanos. La Luna
del Cazador es pronto, incluso antes que la boda de Taryn. Si Locke tiene la
intención de avivar las llamas del jolgorio cada vez más alto, ¿cuánto tiempo
será hasta que se convierta en un peligro?
Con algo de dificultad, le doy la espalda a Cardan. Después de todo,
¿cuál sería el propósito de llamar su atención? Su odio es tal que hará lo
que pueda, dentro de mis órdenes, para desafiarme. Y él es muy bueno en
el desafío.
Me gustaría decir que él siempre me odió, pero durante un breve y
extraño momento fue como si nos entendiéramos, quizás incluso nos
gustáramos. En conjunto, una alianza poco probable, que comenzó con mi
espada en su garganta, dio como resultado que confiara en mí lo suficiente
como para ponerse en mi poder.
Una confianza que traicioné.
Una vez, me atormentaba porque era joven, estaba aburrido, enojado
y era cruel. Ahora tiene mejores razones para los tormentos, estoy segura
que sueña con dañarme una vez que el año y un día se termine. Será muy
difícil mantenerlo siempre bajo mi control.
Alcanzo a la Bomba y ella empuja un pedazo de papel en mi mano.
—Otra nota para Cardan de Balekin —dice—. Esta llegó hasta el
palacio antes de que la interceptáramos.
—¿Es lo mismo que las dos primeras?
Ella asiente.
—Muy parecida. Balekin trata de adular a nuestro Rey Supremo para
que venga a su celda de la prisión. Quiere proponer algún tipo de trato.
—Estoy segura que sí —le digo, contenta de haber sido llevada a la
Corte de las Sombras y de que sigan cuidándome la espalda.
—¿Qué vas a hacer? —me pregunta.
—Iré a ver al Príncipe Balekin. Si quiere hacerle una oferta al Rey
Supremo, primero tendrá que convencer al senescal del Rey Supremo.
Una esquina de su boca se levanta.
—Iré contigo.
Miro de nuevo al trono, haciendo un gesto vago.
—No. Quédate aquí. Intenta evitar que Cardan se meta en problemas.
—Él es un problema —me recuerda, pero no parece particularmente
preocupada por su propia declaración preocupante.
Mientras me dirijo hacia los pasadizos del palacio, veo a Madoc a
través de la habitación, medio en la sombra, mirándome con sus ojos de
gato. No está lo suficientemente cerca para hablar, pero si lo estuviera, no
tengo ninguna duda de lo que diría.
El poder es mucho más fácil de adquirir que de mantener.
Traducido por Mari NC

Corregido por LarochzCR

alekin está encarcelado en la Torre del Olvido en la parte


más al norte de Insweal, Isla de la Aflicción. Insweal es
una de las tres islas de Elfhame, unidas a Insmire e
Insmoor por grandes rocas y parcelas de tierra, pobladas
con solo unos pocos abetos, ciervos plateados y la
ocasional gente de los árboles. Es posible cruzar entre Insmire e Insweal
completamente a pie, si no te importa saltar piedra a piedra, caminar solo
por el Milkwood, y probablemente, mojarte un poco.
Pienso en todas esas cosas y decido montar.
Como senescal del Rey Supremo, puedo acceder a sus establos. No
muy buena jinete, elijo un caballo que parece suficientemente dócil, su pelo
es de un color negro suave, su melena en nudos complicados y
probablemente mágicos.
La saco mientras un mozo goblin me trae un poco de brida.
Luego me coloco en sus espaldas y la dirijo hacia la Torre del Olvido.
Olas rompiendo contra las rocas debajo de mí. La sal salpica empañando el
aire. Insweal es una isla prohibida, grandes extensiones de su paisaje sin
vegetación, solo rocas negras, pozas de marea y una torre atravesada con
hierro frío.
Ato al caballo a uno de los anillos de metal negro clavados en el muro
de piedra de la torre, Resopla nerviosamente, con la cola contra el cuerpo.
Toco su hocico en lo que espero que sea una manera tranquilizadora.
—No tardaré y luego podremos salir de aquí —le digo, deseando
haberle preguntado al mozo por su nombre.
No me siento tan diferente del caballo cuando toco la pesada puerta
de madera.
Una criatura grande y peluda la abre. Lleva una armadura de placas
bellamente labrada, pelaje rubio sobresale de cualquier brecha. Obviamente
es un soldado, lo que solía significar que me trataría bien, por el favor de
Madoc, pero ahora podría significar todo lo contrario.
—Soy Jude Duarte, senescal del Rey Supremo —digo—. Aquí en
asuntos de la corona. Déjame entrar.
Se hace a un lado, abre la puerta y entro en la oscura antesala de la
Torre del Olvido. Mis ojos mortales se ajustan lenta y pobremente a la falta
de luz. No tengo la habilidad de hada para ver en la oscuridad cercana. Al
menos otros tres guardias están allí, pero los percibo más como formas que
cualquier otra cosa.
—Estás aquí para ver al Príncipe Balekin, es de suponer —dice una
voz desde la parte de atrás.
Es extraño no poder ver al hablante con claridad, pero simulo que el
malestar desaparece y asiento.
—Llévame a él.
—Vulciber —dice la voz—. Tú llévala.
La Torre del Olvido se llama así porque existe como un lugar para
llevar a los mágicos cuando un monarca quiere sacarlos de la memoria de
la Corte. La mayoría de los criminales son castigados con maldiciones
inteligentes, misiones o alguna otra forma de juicio de hadas caprichoso.
Para terminar aquí, uno tiene que haber enfadado a alguien importante.
La mayoría de los guardias son soldados para los cuales un lugar tan
sombrío y solitario se adapta a su temperamento, o aquellos cuyos
comandantes pretenden que aprendan la humildad de la posición. Cuando
miro las figuras sombrías, es difícil adivinar de qué tipo son.
Vulciber viene hacia mí y reconozco al soldado peludo que abrió la
puerta. Parece ser al menos parte trol, de cejas pesadas y de extremidades
largas.
—Adelante —le digo.
Me da una mirada dura a cambio. No estoy segura de lo que no le
gusta de mí: mi mortalidad, mi posición, mi intrusión en su velada. No
pregunto. Solo lo sigo por las escaleras de piedra hacia la húmeda oscuridad
con olor mineral. La floración del suelo es pesada en el aire y hay un olor a
hongos podridos que no puedo ubicar.
Me detengo cuando la oscuridad crece demasiado y temo que voy a
tropezar.
—Enciende las lámparas —solicito.
Vulciber se acerca, su aliento en mi cara, llevando consigo el olor de
las hojas mojadas.
—¿Y si no lo hago?
Un cuchillo delgado llega fácilmente a mi mano, deslizándose hacia
abajo desde una funda en la manga. Presiono la punta contra su costado,
justo debajo de las costillas.
—Lo mejor es que no lo descubras.
—Pero no puedes ver —insiste, como si le hubiera jugado una especie
de truco sucio al no estar tan intimidada como esperaba.
—Tal vez prefiero un poco más de luz —le digo, intentando mantener
mi voz tranquila, aunque mi corazón está latiendo salvajemente, mis palmas
empezando a sudar. Si tenemos que luchar en las escaleras, es mejor que
lo haga rápido y certero, porque probablemente solo tendré esa oportunidad.
Vulciber se aleja de mí y de mi cuchillo. Escucho sus pesadas pisadas
en los escalones y empiezo a contar por si tengo que seguir a ciegas. Pero
entonces una antorcha cobra vida, emitiendo fuego verde.
—¿Y bien? —demanda—. ¿Vienes?
Las escaleras pasan por varias celdas, algunas vacías y otras cuyos
ocupantes se sientan lo suficientemente lejos de los barrotes para que la luz
de las antorchas no los ilumine. Ninguno que reconozca hasta el último.
El cabello negro del Príncipe Balekin está sostenido por una diadema,
un recordatorio de su realeza. A pesar de estar preso, apenas se ve
desconcertado. Tres alfombras cubren la piedra húmeda del suelo. Se sienta
en un sillón tallado, observándome con ojos encapuchados de búho. Un
samovar dorado descansa sobre una mesa pequeña y elegante. Balekin gira
una manija y el té humeante y fragante se derrama en porcelana frágil. Su
aroma me hace pensar en algas.
Pero no importa lo elegante que parezca, todavía está en la Torre del
Olvido, unas pocas polillas rojizas se posan en la pared sobre él. Cuando
derramó la sangre del antiguo Rey Supremo, las gotitas se convirtieron en
polillas, que revolotearon por el aire durante unos momentos
impresionantes antes de que parecieran morir. Pensé que todas se habían
ido, pero parece que algunas lo siguen, un recordatorio de sus pecados.
—Nuestra señora Jude de la Corte de las Sombras —dice, como si
creyera que eso me gustaría—. ¿Puedo ofrecerte una taza?
Hay un movimiento en una de las otras celdas. Considero cómo son
sus fiestas de té cuando no estoy cerca.
No me complace que esté al tanto de la Corte de las Sombras o de mi
asociación con ellos, pero tampoco puedo sorprenderme del todo: el Príncipe
Dain, nuestro maestro de espías y empleador, era el hermano de Balekin. Y
si Balekin sabía sobre la Corte de las Sombras, probablemente reconoció a
uno de ellos cuando robaron la Corona de Sangre y la colocaron en las
manos de mi hermano para poder colocarla sobre la cabeza de Cardan.
Balekin tiene buenas razones para no estar del todo contento de
verme.
—Lamentablemente debo rechazar el té —le digo—. No estaré aquí por
mucho tiempo. Enviaste al Rey Supremo cierta correspondencia. ¿Algo sobre
un trato? ¿Un acuerdo? Estoy aquí en su nombre para escuchar lo que
quieras decirle.
Su sonrisa parece torcerse, volverse fea.
—Me crees menoscabado —dice Balekin—. Pero aún soy príncipe de
la Tierra de las Hadas, incluso aquí. Vulciber, ¿no tomarías al senescal de
mi hermano y le darías una bofetada en su bonita y pequeña cara?
El golpe llega con las manos abiertas, más rápido de lo que hubiera
imaginado, el sonido de la bofetada sorprendentemente fuerte cuando su
palma se conecta con mi piel. Me deja la mejilla picante y me enfurece.
Mi cuchillo está de vuelta en mi mano derecha, su gemelo en mi
izquierda.
Vulciber lleva una expresión ansiosa.
Mi orgullo me impulsa a luchar, pero él es más grande que yo y en un
espacio que le es familiar. Esto no sería un simple concurso de espadas.
Aun así, la necesidad de superarlo, la necesidad de borrar la expresión de
su rostro presumido, es abrumadora.
Casi abrumadora. El orgullo es para los caballeros, me recuerdo, no
para los espías.
—Mi cara bonita —le murmuro a Balekin, guardando mis cuchillos
lentamente. Estiro mis dedos para tocar mi mejilla. Vulciber me golpeó lo
suficientemente fuerte como para que mis propios dientes hubieran cortado
el interior de mi boca. Escupo sangre en el suelo de piedra—. Qué halagador.
Te quité una corona, así que supongo que puedo permitir algunos
resentimientos. Especialmente cuando vienen con un cumplido. Solo no me
pruebes otra vez.
Vulciber parece abruptamente inseguro de sí mismo.
Balekin toma un sorbo de su té.
—Hablas muy libremente, niña mortal.
—¿Y por qué no debería? —digo—. Hablo con la voz del Rey Supremo.
¿Crees que está interesado en venir hasta aquí, lejos del palacio y sus
placeres, para tratar con el hermano mayor en cuyas manos sufrió?
El príncipe Balekin se inclina hacia adelante en su silla.
—Me pregunto qué crees que quieres decir.
—Y me pregunto qué mensaje quieres que le dé al Rey Supremo.
Balekin me mira, sin duda una de mis mejillas debe estar sonrojada.
Toma otro sorbo de té con cuidado.
—He oído que, para los mortales, el sentimiento de enamorarse es
muy parecido al sentimiento del miedo. Tu corazón late rápido. Tus sentidos
se agudizan. Te aturdes, puedes incluso marearte. —Me mira—. ¿Es cierto?
Eso explicaría mucho sobre tu clase si es posible confundir los dos.
—Nunca he estado enamorada —le digo, negándome a ser sacudida.
—Y por supuesto, puedes mentir —dice—. Puedo ver por qué Cardan
lo encontraría útil. Por qué Dain también lo habría hecho. Fue inteligente
de tu parte haberte metido en su pequeña banda de inadaptados. Inteligente
de ver que Madoc te perdonaría. Cualquier otra cosa que pudieras decir
sobre mi hermano, él era maravillosamente nada sentimental.
»Por mi parte, apenas pensé en ti, y cuando lo hice, fue solo para
incitar a Cardan con tus logros. Pero tienes lo que Cardan nunca
tuvo: ambición. Si solo hubiera visto eso, tendría una corona ahora. Pero
creo que también me has juzgado mal.
—¿Oh? —Sé que no me va a gustar esto.
—No te daré el mensaje que envié para Cardan. Le llegará de otra
manera y le llegará pronto.
—Entonces pierdes el tiempo de ambos —le digo, molesta. He venido
hasta aquí, he sido golpeada y asustada por nada.
—Ah, tiempo —dice—. Tú eres la única con poco de eso, mortal. —
Asiente a Vulciber—. Puedes escoltarla fuera.
—Vamos —dice el guardia, dándome un empujón no demasiado suave
hacia los escalones. Mientras asciendo, miro hacia atrás a la cara de
Balekin, severa bajo la luz verde de las antorchas. Se parece demasiado a
Cardan para mi comodidad.
Estoy parcialmente arriba cuando una mano de dedos largos se
extiende entre las barras y me agarra el tobillo. Sorprendida, me resbalo,
raspándome las palmas y golpeando mis rodillas mientras voy tumbándome
en las escaleras. La vieja herida en el centro de mi mano izquierda palpita
de repente. Apenas me agarro antes de caer por los escalones.
A mi lado está el rostro delgado de una hada. Su cola se enrosca
alrededor de uno de los barrotes. Cuernos cortos se apartan de su frente.
—Conocí a tu Eva —me dice, con los ojos brillando en la penumbra—
. Conocí a tu madre. Conocía muchos de sus pequeños secretos.
Me pongo de pie y subo los escalones lo más rápido que puedo, mi
corazón corriendo más rápido que cuando pensé que iba a tener que luchar
contra Vulciber en la oscuridad. Mi respiración sale en jadeos rápidos y
breves que hacen que me duelan los pulmones.
En la parte superior de las escaleras me detengo para limpiar mis
palmas punzantes contra mi doblete y trato de controlarme.
—Ah —le digo a Vulciber cuando mi respiración se ha calmado un
poco—. Casi lo olvido. El Rey Supremo me dio un pergamino de órdenes.
Hay algunos cambios en la forma en que desea que su hermano sea tratado.
Están afuera en mis alforjas. Si pudieras seguirme…
Vulciber lanza una mirada interrogante al guardia que lo envió a
guiarme a Balekin.
—Ve rápido —dice la figura sombría.
Y así Vulciber me acompaña a través de la gran puerta de la Torre del
Olvido. Iluminadas por la luna, las rocas negras brillan con rocío de sal, una
capa brillante, como la de las frutas azucaradas. Intento concentrarme en
el guardia y no en el sonido del nombre de mi madre, que no he escuchado
en tantos años que, por un momento, no supe por qué era importante para
mí.
Eva.
—Ese caballo tiene solo freno y brida —dice Vulciber, frunciendo el
ceño ante el corcel negro atado a la pared—. Pero tú dijiste…
Lo apuñalo en el brazo con un alfiler que escondí en el forro de mi
jubón.
—Mentí.
Se necesita algo de fuerza para levantarlo y tirarlo sobre el lomo del
caballo. Está entrenada con comandos militares familiares, incluso
arrodillarse, lo que ayuda. Me muevo tan rápido como puedo, por temor a
que uno de los guardias venga a ver cómo estamos, pero tengo suerte. Nadie
viene antes de que nos levantemos y nos movamos.
Otra razón para cabalgar a Insweal, en lugar de caminar: nunca sabes
lo que podrías traer contigo.
Traducido por Mari NC

Corregido por Flochi


e estás proyectando a ti misma como un
maestro de espías —dice la Cucaracha,
mirándome y luego a mi prisionero—. Eso
debería incluir ser astuta. Confiar solo en ti
misma es una buena manera de conseguir
ser atrapada. La próxima vez, lleva a un miembro de la guardia real. Lleva
a uno de nosotros. Lleva una nube de sprites o un spriggan borracho. No
vayas sola.
—Cuidar mi espalda es la oportunidad perfecta para meter un cuchillo
en ella —le recuerdo.
—Hablado como el propio Madoc —dice la Cucaracha con un resoplido
irritado de su nariz larga y torcida. Se sienta en la mesa de madera en la
Corte de las Sombras, la guarida de espías en lo profundo de los túneles
bajo el Palacio de Elfhame. Está quemando las puntas de los pernos de
ballesta en una llama y luego los cubre con un alquitrán pegajoso—. Si no
confías en nosotros, solo dilo. Llegamos a un acuerdo, podemos llegar a otro.
—Eso no es lo que quiero decir —digo, poniendo mi cabeza sobre mis
manos por un largo momento. Confío en ellos. No hubiera hablado tan
libremente si no lo hiciera, pero estoy dejando que mi irritación se muestre.
Estoy sentada frente a la Cucaracha, comiendo queso y pan con
mantequilla con manzanas. Es la primera comida que comía ese día, y mi
barriga está haciendo ruidos hambrientos, otro recordatorio de la forma en
que mi cuerpo es diferente al de ellos. Los estómagos de las hadas no
gorgotean.
Tal vez el hambre es la razón por la que estoy siendo susceptible. Mi
mejilla está picando, y aunque le di vuelta a la situación, estaba más cerca
de lo que me gustaría admitir. Además, todavía no sé lo que Balekin quería
decirle a Cardan.
Cuanto más agotada me permitiera estar, más meteré la pata. Los
cuerpos humanos nos traicionan. Se mueren de hambre, se enferman y se
agotan. Lo sé, y, sin embargo, siempre hay mucho más que hacer.
A nuestro lado, Vulciber se sienta, atado a una silla y con los ojos
vendados.
—¿Quieres un poco de queso? —le pregunto.
El guardia gruñe sin comprometerse, pero tira de sus ataduras ante
la atención. Ha estado despierto por varios minutos y se ha vuelto
visiblemente más preocupado cuanto más tiempo no hemos hablado con él.
—¿Qué estoy haciendo aquí? —grita finalmente, meciendo su silla de
un lado a otro—. ¡Déjame ir! —La silla se vuelca, golpeándolo contra el suelo,
donde yace de costado. Comienza a luchar contra las cuerdas con
vehemencia.
La Cucaracha se encoge de hombros, se levanta y le quita la venda a
Vulciber.
—Saludos —dice.
En el otro lado de la habitación, la Bomba se está limpiando debajo
de las uñas con un largo cuchillo de media luna. El Fantasma está sentado
en un rincón tan silenciosamente que, de vez en cuando, parece no estar
allí. Unos cuantos más de los nuevos reclutas observan, interesados en los
procedimientos: un niño con alas de gorrión, tres spriggans, una chica
sluagh. No estoy acostumbrada a una audiencia.
Vulciber mira a la Cucaracha, a su piel de duende verde y sus ojos
que reflejan el color naranja, su larga nariz y el único mechón de cabello en
su cabeza. Inspecciona la habitación.
—El Rey Supremo no permitirá esto —dice Vulciber.
Le doy una sonrisa triste.
—El Rey Supremo no lo sabe, y es poco probable que se lo digas una
vez que te corte la lengua.
Ver su miedo madurar me llena de una satisfacción casi voluptuosa.
Yo, que he tenido poco poder en mi vida, debo estar en guardia contra ese
sentimiento. El poder va demasiado rápido a mi cabeza, como el vino de las
hadas.
—Déjame adivinar —le digo, volviéndome hacia atrás en mi silla para
enfrentarlo, con frialdad calculada en mi mirada—. Pensaste que podías
golpearme y no habría consecuencias.
Se encoge un poco ante mis palabras.
—¿Qué deseas?
—¿Quién dice que quiero algo en particular? —contesto—. Tal vez solo
un poco de revancha…
Como si lo hubiéramos ensayado, la Cucaracha saca una hoja
particularmente desagradable de su cinturón y la sostiene sobre Vulciber.
Él le sonríe al guardia.
La Bomba levanta la vista de sus uñas, con una pequeña sonrisa en
sus labios mientras observa a la Cucaracha.
—Supongo que el espectáculo está a punto de comenzar.
Vulciber lucha contra sus ataduras, golpeando su cabeza de un lado
a otro. Escucho que se rompe la madera de la silla, pero él no se libera.
Después de varias respiraciones pesadas, se desploma.
—Por favor —susurra.
Toco mi barbilla como si se me hubiera ocurrido un pensamiento.
—O podrías ayudarnos. Balekin quería hacer un trato con Cardan.
Podrías hablarme de eso.
—No sé nada de eso —dice desesperadamente.
—Muy mal. —Me encojo de hombros y tomo otro trozo de queso,
metiéndolo en mi boca.
Echa un vistazo a la Cucaracha y al cuchillo feo.
—Pero sé un secreto. Vale más que mi vida, más que lo que sea que
Balekin quiera con Cardan. Si lo digo, ¿me darás tu juramento de que me
iré de aquí esta noche ileso?
La Cucaracha me mira y me encojo de hombros.
—Bastante bien —dice la Cucaracha—. Si el secreto es todo lo que
reclamas que es, y si juras que nunca revelarás que tuviste una visita a la
Corte de las Sombras, entonces dinos y te dejaremos ir.
—La reina de Bajo el Mar —dice Vulciber, ansioso por hablar ahora—
. Su gente se arrastra por las rocas en la noche y le susurra a Balekin. Se
meten en la Torre, aunque no sabemos cómo, y le dejan conchas y dientes
de tiburón. Los mensajes se están intercambiando, pero no podemos
descifrarlos. Hay susurros de que Orlagh intenta romper su tratado con la
tierra y usar la información que Balekin le está dando para arruinar a
Cardan.
De todas las amenazas al reinado de Cardan, la de Bajo el Mar no era
una que esperaba. La Reina de Bajo el Mar tiene una hija soltera, Nicasia,
criada en tierra y una de las terribles amigas de Cardan. Como Locke,
Nicasia y yo tenemos una historia. También como la de Locke, no es buena.
Pero pensé que la amistad de Cardan con Nicasia significaba que
Orlagh estaba feliz de que estuviera en el trono.
—La próxima vez que ocurra uno de estos intercambios —digo—, ven
directamente a mí. Y si escuchas algo más que crees que me interesaría,
vienes y me dices eso también.
—Eso no es lo que acordamos —protesta Vulciber.
—Es cierto —le digo—. Nos has contado una historia, y es una buena.
Te dejaremos ir esta noche. Pero puedo recompensarte mejor que un
príncipe asesino que no tiene y nunca tendrá el favor del Rey Supremo. Hay
mejores posiciones que proteger la Torre del Olvido, tuyas para tomarlas.
Hay oro. Hay todas las recompensas que Balekin puede prometer pero que
es poco probable que se cumplan.
Me lanza una mirada extraña, probablemente intentando juzgar si,
dado que me golpeó y lo envenené, todavía es posible que seamos aliados.
—Puedes mentir —dice finalmente.
—Yo garantizaré las recompensas —dice la Cucaracha. Se acerca y
corta las ataduras de Vulciber con su aterrador cuchillo.
—Prométanme un puesto que no sea en la Torre —dice Vulciber,
frotándose las muñecas y poniéndose de pie—, y los obedeceré como si
fueran el Rey Supremo en persona.
La Bomba se ríe de eso, con un guiño en mi dirección. No saben
explícitamente que tengo el poder de comandar a Cardan, pero saben que
tenemos un acuerdo que implica que yo haga la mayor parte del trabajo y
que la Corte de las Sombras actúe directamente por la corona y también
reciba un pago directo.
Estoy interpretando al Rey supremo en tu pequeño espectáculo, dijo
Cardan una vez en mi oído. La Cucaracha y la Bomba rieron; el fantasma
no lo hizo.
Una vez que Vulciber intercambia promesas con nosotros, y la
Cucaracha se lo lleva, con los ojos vendados, a los pasillos que salen del
Nido, el Fantasma viene a sentarse a mi lado.
—Ven a entrenar —dice, tomando un pedazo de manzana de mi
plato—. Quema algo de esa furia a fuego lento.
Le doy una pequeña risa.
—No menosprecies. No es fácil mantener una temperatura tan
constante —le digo.
—Ni tan alta —devuelve, mirándome cuidadosamente con ojos color
avellana. Sé que hay humanos en su linaje, puedo verlo en la forma de sus
orejas y su pelo arenoso, algo inusual en la Tierra de las Hadas. Pero no me
ha contado su historia, y aquí, en este lugar de secretos, me siento incómoda
al preguntar.
Aunque la Corte de las Sombras no me sigue, los cuatro hemos hecho
un voto juntos. Hemos prometido proteger a la persona y oficio del Rey
Supremo, para garantizar la seguridad y prosperidad de Elfhame con la
esperanza de menos derramamiento de sangre y más oro. Así que hemos
jurado. Así que me dejaron jurar, aunque mis palabras no me atan, como lo
hacen las suyas, por la magia. Estoy obligada por el honor y por su fe en
que lo tenga.
—El rey mismo ha tenido audiencia con la Cucaracha tres veces en
esta última quincena. Él está aprendiendo a robar. Si no eres cuidadosa,
será mejor que tú. —El Fantasma ha sido añadido a la guardia personal del
Rey Supremo, lo que le permite mantener a Cardan a salvo y también
conocer sus hábitos.
Suspiro. Está completamente oscuro y tengo mucho que hacer antes
del amanecer. Y, sin embargo, es difícil ignorar esta invitación, que me
pincha el orgullo.
Especialmente ahora, con los nuevos espías escuchando mi
respuesta. Reclutamos más miembros, desplazados después de los
asesinatos reales. Cada príncipe y princesa empleaba a unos pocos, y ahora
los empleamos a todos. Los spriggans son tan cautelosos como los gatos,
pero excelentes para descubrir el escándalo. El niño gorrión es tan novato
como una vez fui. Me gustaría que la expansión de la Corte de las Sombras
crea que no retrocedo ante un desafío.
—La verdadera dificultad vendrá cuando alguien intente enseñarle a
nuestro rey a sortear una espada —digo, pensando en las frustraciones de
Balekin en ese frente, en la declaración de Cardan de que su única virtud
era que no era un asesino.
No es una virtud que comparto.
—¿Oh? —dice el Fantasma—. Tal vez tengas que enseñárselo a él.
—Ven —le digo, levantándome—. A ver si puedo enseñarte a ti.
Ante eso, el Fantasma se ríe abiertamente. Madoc me crio con la
espada, pero hasta que me uní a la Corte de las Sombras, solo conocía una
forma de luchar. El Fantasma ha estudiado por más tiempo y sabe mucho
más.
Lo sigo hasta el Milkwood, donde las abejas con espinas negras
zumban en sus colmenas en lo alto de los árboles de corteza blanca. Los
hombres de raíz están dormidos. El mar lame los bordes rocosos de la isla.
El mundo se siente en silencio cuando nos enfrentamos. Tan cansada como
estoy, mis músculos recuerdan mejor que yo.
Desenfundo a Nightfell. El Fantasma viene a mí rápido, la espada
apuntando hacia mi corazón, y la aparto, barriendo mi espada por su
costado.
—No tan fuera de práctica como temía —dice mientras
intercambiamos golpes, cada uno de nosotros probando al otro.
No le cuento sobre los ejercicios que hago ante el espejo, así como no
le cuento de todas las otras formas en que intento corregir mis defectos.
Como senescal del Rey Supremo y el gobernante de facto, tengo
mucho que estudiar. Compromisos militares, mensajes de vasallos,
demandas de todos los rincones de Elfhame escritos en tantos idiomas. Hace
solo unos meses, todavía estaba asistiendo a clases, todavía haciendo tareas
para que los académicos las corrigieran. La idea de que puedo desentrañar
todo parece tan imposible como convertir la paja en oro, pero cada noche
me quedo despierta hasta que el sol está alto en el cielo, haciendo todo lo
posible por hacer eso.
Ese es el problema con un gobierno títere: no va a funcionar solo.
La adrenalina puede convertirse en un sustituto de la experiencia.
Habiendo terminado de probarme con lo básico, el Fantasma
comienza la verdadera lucha. Baila ligeramente sobre la hierba, de modo
que apenas hay un sonido de sus pisadas. Golpea y golpea de nuevo,
presentando una ofensiva vertiginosa. Me detengo desesperadamente, cada
uno de mis pensamientos dedicados a esto, la lucha. Mis preocupaciones se
desvanecen en el fondo a medida que mi atención se agudiza. Incluso mi
agotamiento me hace tan liviana como la pelusa de la parte posterior de un
diente de león.
Es glorioso.
Intercambiamos golpes, adelante y atrás, avanzando y retrocediendo.
—¿Extrañas el mundo mortal? —pregunta. Me siento aliviada al
descubrir que su aliento no viene del todo fácil.
—No —digo—. Apenas lo conocía.
Ataca de nuevo, su espada como un pez plateado lanzándose a través
del mar de la noche.
Mira la hoja, no al soldado, me dijo Madoc muchas veces. El acero
nunca engaña.
Nuestras armas chocan una y otra vez mientras nos rodeamos.
—Debes recordar algo.
Pienso en el nombre de mi madre susurrado a través de los barrotes
en la Torre.
Finge a un lado y, distraída, me doy cuenta demasiado tarde de lo que
está haciendo. El plano de su espada golpea mi hombro. Podría haber
cortado mi piel si no hubiera girado su golpe en el último momento, y tal
como está, va a dejar un moretón.
—Nada importante —le digo, intentando ignorar el dolor. Dos pueden
jugar al juego de la distracción—. Tal vez tus recuerdos sean mejores que
los míos. ¿Qué recuerdas?
Él se encoge de hombros.
—Como tú, yo nací allí. —Él apuñala y yo giro la hoja—. Pero las cosas
eran diferentes hace cien años, supongo.
Levanto mis cejas y paro otro golpe, bailando fuera de su alcance.
—¿Fuiste un niño feliz?
—Yo era mágico. ¿Cómo podría fallar en serlo?
—Magia —digo, y con un giro de mi espada, un movimiento de Madoc,
golpeo la espada de la mano del Fantasma.
Él parpadea hacia mí. Ojos color avellana. Boca torcida abriéndose de
asombro.
—Tú…
—¿Mejoré? —suministro, lo suficientemente complacida como para no
preocuparme por mi dolorido hombro. Se siente como una victoria, pero si
realmente estuviéramos luchando, esa herida en el hombro probablemente
hubiera hecho imposible mi movimiento final. Aun así, su sorpresa me
emociona casi tanto como mi victoria.
—Es bueno que Oak crezca como nosotros no lo hicimos —le digo
después de un momento—. Lejos de la Corte. Lejos de todo esto.
La última vez que vi a mi hermanito, él estaba sentado en la mesa en
el apartamento de Vivi, aprendiendo la multiplicación como si fuera un juego
de adivinanzas. Estaba comiendo queso en tiras. Se reía.
—Cuando el rey regrese —dice el Fantasma, citando una balada—, los
pétalos de rosa se dispersarán en su camino y sus pisadas acabarán con la
ira. Pero, ¿cómo gobernará tu Oak si él tiene tan pocos recuerdos de la Tierra
de las Hadas como nosotros del mundo mortal?
La euforia de la victoria disminuye. El Fantasma me da una pequeña
sonrisa, como para atenuar el aguijón de sus palabras.
Voy a un arroyo cercano y sumerjo las manos, contenta del agua fría.
Me la llevo a los labios y la trago con gratitud, probando agujas de pino y
limo.
Pienso en Oak, mi hermanito. Un niño hada completamente normal,
ni particularmente llamado a la crueldad ni a liberarse de ella. Solía ser
mimado, solía ser apartado de la angustia por una Oriana preocupada.
Ahora se acostumbra a los cereales azucarados, los dibujos animados y una
vida sin traición. Considero la oleada de placer que sentí en mi triunfo
temporal sobre el Fantasma, la emoción de ser el poder detrás del trono, la
preocupante satisfacción que recibí al hacer que Vulciber se retorciera. ¿Es
mejor que Oak no tenga esos impulsos o es imposible que él pueda gobernar
a menos que los tenga?
Y ahora que he encontrado en mí un gusto por el poder, ¿odiaré
renunciar a él?
Me limpio las manos mojadas sobre la cara, haciendo retroceder esos
pensamientos.
Solo existe el ahora. Solo hay mañana, esta noche, ahora, pronto y
nunca.
Comenzamos a caminar juntos, mientras el alba vuelve el cielo
dorado. En la distancia escucho el bramido de un ciervo y lo que suena como
tambores.
A mitad de camino, el Fantasma inclina la cabeza en media reverencia.
—Me venciste esta noche. No permitiré que eso vuelva a suceder.
—Si tú lo dices —le digo con una sonrisa.
Cuando vuelvo al palacio, el sol ha salido y no quiero más que dormir.
Pero cuando llego a mis apartamentos, encuentro a alguien parado frente a
la puerta.
Mi hermana gemela, Taryn.
—Tienes un moretón en la mejilla —dice, las primeras palabras que
me dirige en cinco meses.
Traducido por Flochi

Corregido por Carib

l cabello de Taryn está adornado con un halo de laurel y


su vestido es de un suave marrón, los hilos entretejidos
con verde y dorado. Se ha vestido para acentuar las curvas
de sus caderas y pecho, ambos inusuales en la Tierra de
las Hadas, donde los cuerpos son delgados hasta el punto
de la atenuación. Las ropas le quedan bien y hay algo nuevo en el conjunto
de sus hombros que también le queda bien.
Ella es un espejo, reflejando a alguien que pude haber sido pero que
no soy.
—Es tarde —digo torpemente, abriendo la puerta a mis aposentos—.
No esperaba que nadie estuviera despierto. —Es pasado el amanecer. Todo
el palacio está en silencio y probablemente permanezca de esa manera hasta
la tarde, cuando los asistentes corran a través de sus corredores y los
cocineros enciendan algunas hornallas. Los cortesanos se levantarán de sus
camas mucho más tarde, con completa oscuridad.
Por más que deseo verla, ahora que se encuentra frente a mí, estoy
enojada. Debe querer algo para haber hecho todo este esfuerzo de repente.
—He venido dos veces antes —dice, siguiéndome dentro—. No estabas
aquí. Esta vez decidí esperar, incluso si esperaba todo el día.
Enciendo las lámparas; aunque está brillante afuera, estoy en lo
profundo del palacio para tener ventanas en mis aposentos.
—Te ves bien.
Le resta importancia a mi rígida amabilidad con un ademán.
—¿Vamos a pelear por siempre? Quiero que uses una corona de flores
y bailes en mi boda. Vivienne va a venir del reino mortal. Va a traer a Oak.
Madoc promete que no peleará contigo. Por favor, di que vendrás.
¿Vivi va a traer a Oak? Gruño para mis adentros y me pregunto si
existe la posibilidad de convencerla para que no lo haga. Quizás sea porque
es mi hermana mayor, pero a veces es difícil que me tome particularmente
en serio.
Me hundo en el sofá y Taryn hace lo mismo.
Vuelvo a considerar el enigma de que esté aquí. O si debería exigir una
disculpa o si debería dejar todo eso atrás, de la manera que claramente
desea.
—De acuerdo —le digo, dándome por vencida. La he extrañado mucho
como para arriesgarme a perderla otra vez. En aras de ser hermanas,
intentaré olvidar lo que se sintió besar a Locke. Por mi propio bien, intentaré
olvidar que ella sabía sobre los juegos que él estaba jugando conmigo
durante su cortejo.
Bailaré en su boda, aunque temo que se sentirá como bailar sobre
cuchillos.
Mete la mano en el bolso a sus pies y saca mi gato y serpiente de
peluche.
—Toma —dice—. No creí que quisieras dejarlos.
Son reliquias de nuestra vieja vida mortal, talismanes. Los tomo y
presiono contra mi pecho, como si se tratara de una almohada. Ahora
mismo, se sienten como recordatorios de todas mis vulnerabilidades. Me
hacen sentir como una niña, jugando un juego de adultos.
La odio un poco por traerlos.
Son un recordatorio de nuestro pasado compartido: un recordatorio
deliberado, como si no pudiera confiar en que lo recordara por mi cuenta.
Me hacen sentir todos mis nervios expuestos cuando estoy intentando tan
fuerte no sentir nada.
Cuando no hablamos por un largo rato, continúa.
—Madoc también te extraña. Siempre fuiste su favorita.
Resoplo.
—Vivi es su heredera. Su primogénita. La que vino a buscar al mundo
mortal. Es su favorita. Luego estás tú, quien vive en casa y no lo traicionó.
—No estoy diciendo que sigas siendo su favorita —dice Taryn con una
risa—. Aunque estuvo un poco orgulloso de ti cuando lo aventajaste para
poner a Cardan en el trono. Incluso si eso fue estúpido. Pensé que odiabas
a Cardan. Pensé que ambas lo odiábamos.
—Lo odiaba —digo, ridículamente—. Lo odio.
Me mira de manera rara.
—Pensé que querías castigar a Cardan por todo lo que ha hecho.
Pienso en su horror ante su propio deseo cuando llevé mi boca contra
la suya, la daga en mi mano, el filo contra su piel. El placer aprehensivo y
corrosivo de ese beso. Se sintió como si lo estuviera castigando, castigándolo
a él y a mí al mismo tiempo.
Lo odiaba tanto.
Tarryn está ventilando todos los sentimientos que deseo ignorar, todo
lo que deseo fingir.
—Hicimos un acuerdo —le digo, que está cerca de la verdad—. Cardan
me deja ser su consejera. Tengo posición y poder y Oak está fuera de peligro.
—Quiero contarle el resto, pero no me atrevo. Podría decirle a Madoc, incluso
podría decirle a Locke. No puedo compartir mis secretos con ella, incluso
para presumir.
Y admito que deseo desesperadamente presumir.
—Y a cambio, le diste la corona del Reino de las Hadas… —Taryn me
está mirando como sorprendida por mi arrogancia. Después de todo, ¿quién
era yo, una chica mortal, para decidir quién debería sentarse en el trono de
Elfhame?
Conseguimos poder al tomarlo.
Poco sabe cuánto más arrogante he sido. Robé la corona del Reino de
las Hadas, quiero decirle. El Rey Supremo, Cardan, nuestro viejo enemigo,
sigue mis órdenes. Pero por supuesto, no puedo decir esas palabras. A veces
parece peligroso incluso pensarlas.
—Algo así —digo en cambio.
—Debe ser un trabajo demandante ser consejera. —Mira la
habitación, obligándome a verle como ella la ve. Me he apoderado de estos
aposentos, pero no tengo sirvientes salvo por el personal del palacio, a quien
pocas veces dejo entrar. Tazas de té se encuentran en los estantes, los
platillos se encuentran en el suelo junto con platos sucios de cáscaras de
frutas y migas de pan. Las ropas están esparcidas a donde las suelto luego
de quitármelas. Libros y papeles yacen sobre todas las superficies—. Te
estás desenmarañando como una bobina. ¿Qué sucede cuando no quede
hilo?
—En ese caso giro más —digo, continuando con la metáfora.
—Déjame ayudarte —dice, animándose.
Arqueo las cejas.
—¿Quieres embobinarme?
Pone sus ojos en blanco.
—Oh, vamos. Puedo hacer cosas para las que no tienes tiempo. Te veo
en la Corte. Quizás tienes dos chaquetas buenas. Podría traer algunos de
tus viejos vestidos y joyas; Madoc no lo notaría, y aunque lo hiciera, no le
importaría.
El Reino de las Hadas se maneja con deudas, promesas y obligaciones.
Al haber crecido aquí, entiendo lo que está ofreciendo; un regalo, una ayuda,
en vez de una disculpa.
—Tengo tres chaquetas —digo.
Alza sus cejas.
—Bueno, entonces supongo que estás preparada.
No puedo evitar preguntarme su razón para venir aquí ahora, justo
luego de que Locke haya sido nombrado Maestro de Festejos. Y con ella
todavía en la casa de Madoc, me pregunto dónde se encuentran sus
lealtades políticas.
Estoy avergonzada de esos pensamientos. No quiero pensar en ella de
la manera en que tengo que pensar de todos los demás. Es mi gemela, la
extrañaba, esperaba que viniera y ahora lo ha hecho.
—De acuerdo —digo—. Si lo quieres, traer mis antiguas cosas sería
estupendo.
—¡Bien! —Taryn se pone de pie—. Y tienes que reconocer el enorme
acto de paciencia al no preguntarte de dónde venías esta noche o cómo te
lastimaste.
Ante eso, mi sonrisa es instantánea y real.
Alarga un dedo para acariciar el cuerpo esponjoso de mi serpiente de
peluche.
—Te amo, sabes. Igual que el Sr. Siseo. Y ninguno quiere ser dejado
atrás.
—Buenas noches —le digo, y cuando besa mi mejilla magullada, la
abrazo contra mí, breve y ferozmente.
Una vez que se ha ido, tomo mis animales de peluche y los pongo junto
a mí en la alfombra. Una vez, fueron un recordatorio de que hubo un tiempo
antes del mundo de las hadas, cuando las cosas eran normales. Una vez,
fueron un consuelo. Les doy un último vistazo, uno por uno, los arrojo al
fuego.
Ya no soy una niña y no necesito ese consuelo.

Una vez que está hecho, pongo en fila los brillantes viales de vidrio
frente a mí.
Mitridatismo, se llama, el proceso por el cual uno toma un poco de
veneno para inocularse a sí mismo contra una dosis completa del mismo.
Comencé hace un año, otra manera para corregir mis defectos.
Todavía hay efectos secundarios. Mis ojos se tornan muy brillantes.
Las medialunas de mis uñas están azuladas, como si mi sangre no tuviera
suficiente oxígeno. Mis sueños son raros, llenos de sueños demasiado
vívidos.
Una gota del líquido rojo sangre del hongo lepiota, que provoca una
parálisis potencialmente mortal. Un pétalo de muerte dulce, que puede
causar un sueño que dura cien años. Una tajada fina de fresa fantasma,
que hace que la sangre corra e induce un tipo de locura antes de detener el
corazón. Y una semilla de manzana eterna, la fruta de las hadas, que
enturbia las mentes de los mortales.
Me siento mareada y un poco descompuesta cuando el veneno llega a
mi sangre, pero me enfermaría todavía más si me saltara una dosis. Mi
cuerpo se ha acostumbrado y ahora anhela lo que debería dañarlo.
Una metáfora apta para otras cosas.
Me arrastro hasta el sofá y me recuesto allí. Cuando lo hago, las
palabras de Balekin me atraviesan: He oído que, para los mortales, el
sentimiento de enamorarse es muy parecido al sentimiento del miedo. Tu
corazón late rápido. Tus sentidos se agudizan. Te aturdes, puedes incluso
marearte. ¿Es cierto?
No estoy segura si duermo, pero sí sueño.
Traducido por Naomi, Anna y Flopy

Corregido por Dai’

stoy dando vueltas en un nido de mantas, papeles y


pergaminos en la alfombra frente el fuego cuando el
Fantasma me despierta. Mis dedos están manchados con
tinta y cera. Miro a mi alrededor, intentando recordar
cuándo me levanté, lo que estaba escribiendo y a quién.
La Cucaracha se encuentra de pie en el panel abierto del pasadizo
secreto en mis habitaciones, mirándome con sus ojos reflexivos e
inhumanos.
Mi piel está sudorosa y fría. Mi corazón se acelera.
Todavía puedo saborear el veneno, amargo y empalagoso, en mi
lengua.
—Está en ello otra vez —dice el Fantasma. No tengo que preguntar a
quién se refiere. Puede que haya engañado a Cardan para que usara la
corona, pero todavía no he aprendido el truco de hacer que se comporte con
la seriedad de un rey.
Mientras estaba fuera obteniendo información, él estaba fuera con
Locke. Sabía que habría problemas.
Me froto el rostro con la palma callosa de mi mano.
—Estoy despierta —le digo.
Todavía con mi ropa de la noche anterior, me quito la chaqueta y
espero lo mejor. Al entrar en mi habitación, me echo el cabello hacia atrás,
lo anudo con una tira de cuero y cubro el desastre con una gorra de
terciopelo.
La Cucaracha me frunce el ceño.
—Estás arrugada. Su Majestad no debe andar con un senescal que
parece que acaba de salir de la cama.
—Val Moren tuvo palos en su cabello durante la última década —le
recuerdo, tomando unas cuantas hojas de menta parcialmente secas de mi
gabinete y masticándolas para eliminar mi aliento rancio. El senescal del
último Rey Supremo era mortal, como yo, fan de las profecías poco
confiables y ampliamente considerado un loco—. Probablemente los mismos
palos.
La Cucaracha se aclara la garganta.
—Val Moren es un poeta. Las reglas son diferentes para los poetas.
Ignorándolo, sigo al Fantasma por el pasaje secreto que conduce al
corazón del palacio, deteniéndome solo para comprobar que mis cuchillos
todavía están escondidos en los pliegues de mi ropa. Las pisadas de
Fantasma son tan silenciosas que cuando no hay suficiente luz para que
mis ojos humanos puedan ver, es como si estuviera completamente sola.
La Cucaracha no nos sigue. Se dirige en dirección opuesta con un
gruñido.
—¿A dónde vamos? —pregunto a la oscuridad.
—Sus habitaciones —me dice el Fantasma cuando salimos a un
pasillo, una escalera debajo de donde duerme Cardan—. Ha habido algún
tipo de disturbio.
Me resulta difícil imaginar en qué problemas se metió el Rey Supremo
en sus propias habitaciones, pero no me lleva mucho tiempo descubrirlo.
Cuando llegamos, veo a Cardan descansando entre los restos de sus
muebles. Cortinas arrancadas de sus barras, los marcos de las pinturas
rotos, los lienzos destrozados, muebles rotos. Un pequeño fuego arde en una
esquina, y todo apesta a humo y vino derramado.
Tampoco está solo. En un sofá cercano están Locke y dos hermosas
hadas: un chico y una chica, uno con cuernos de carnero y el otro con orejas
largas que terminan en puntas con mechones, como las de una lechuza.
Todos ellos están en un estado avanzado de desnudez y embriaguez. Miran
cómo se quema la habitación con una especie de sombría fascinación.
Los sirvientes se encogen en el pasillo, inseguros de si deben desafiar
la ira del rey y limpiar. Incluso sus guardias parecen intimidados. Están
parados incómodamente en el pasillo frente a sus enormes puertas, unas
que apenas cuelgan de sus goznes, listos para proteger al Rey Supremo de
cualquier amenaza que no sea él mismo.
—Carda… —Me recuerdo y me hundo en una reverencia—. Su
Majestad Infernal.
Se gira y, por un momento, parece mirar a través de mí, como si no
tuviera idea de quién soy. Su boca está pintada de oro y sus pupilas están
dilatadas por la intoxicación. Entonces su labio se levanta en una burla
familiar.
—Tú.
—Sí —digo—. Yo.
Gesticula hacia una petaca.
—Toma un trago. —Su camisa de caza de lino de manga ancha cuelga
abierta. Sus pies están descalzos. Supongo que debería alegrarme de que
esté usando pantalones.
—No tengo cabeza para el licor, mi señor —digo, con toda la verdad,
entornando los ojos en advertencia.
—¿No soy tu rey? —pregunta, desafiándome a contradecirlo.
Desafiándome a rechazarlo. Obedientemente, porque estamos frente a las
personas, tomo la petaca y la inclino contra mis labios cerrados,
pretendiendo tomar un largo trago.
Puedo decir que no está engañado, pero no presiona.
—Todos los demás pueden dejarnos —indico a las hadas en el sofá,
incluyendo a Locke—. Tú. Muévete. Ahora.
Los dos que no conozco se vuelven hacia Cardan suplicantes, pero él
apenas parece darse cuenta de ellos y no me contradice. Después de un
largo momento, se vuelven enfurruñados y se van a través de la puerta rota.
Locke tarda más en levantarse. Me sonríe mientras se va, una sonrisa
insinuante que no puedo creer que haya encontrado encantadora. Me mira
como si compartiéramos secretos, aunque no lo hacemos. No compartimos
nada.
Pienso en Taryn esperando en mis habitaciones cuando comenzó este
jolgorio. Me pregunto si pudo oírlo. Me pregunto si está acostumbrada a
quedarse hasta tarde con Locke, viendo las cosas arder.
El Fantasma sacude su cabeza arenosa hacia mí, con los ojos
brillantes de diversión. Está vestido con la librea de palacio. Para los
guardias en el pasillo y cualquier otra persona que pueda estar mirando, él
es solo otro miembro de la guardia personal del Rey Supremo.
—Me aseguraré de que todos se queden dónde están —dice el
Fantasma, saliendo y emitiendo lo que parecen órdenes a los otros
caballeros.
—¿Y bien? —digo, mirando alrededor.
Cardan se encoge de hombros, sentado en el sofá recién desocupado.
Escoge un pedazo de relleno de crin que sobresale a través de la tela
rasgada. Cada uno de sus movimientos es lánguido. Se siente peligroso
descansar mi mirada en él durante demasiado tiempo, como si estuviera tan
corrompido que podría ser contagioso.
—Hubo más invitados —dice, como si eso fuera una explicación—. Se
fueron.
—No puedo imaginar por qué —le digo con la voz más seca que puedo
lograr.
—Me contaron una historia —dice Cardan—. ¿Te gustaría escucharla?
Una vez, hubo una niña humana robada por las hadas, y por eso, ella juró
destruirlas.
—Vaya —le digo—. Eso realmente es un testimonio de cuánto apestas
como rey, creer que su reinado es capaz de destruir a la Tierra de las Hadas.
Aun así, las palabras me ponen nerviosa. No quiero que mis motivos
sean considerados. No debería ser considerada como influyente. No debería
ser considerada en absoluto.
El Fantasma regresa del pasillo, colocando la puerta contra el marco,
cerrándola lo más posible. Sus ojos color avellana están ensombrecidos.
Me vuelvo hacia Cardan.
—Esa pequeña historia no es la razón por la que me llamaron. ¿Qué
pasó?
—Esto —dice y se tambalea a la habitación con una cama en ella. Allí,
incrustadas profundamente en la madera astillada de la cabecera hay dos
flechas negras.
—¿Estás enojado porque uno de tus invitados le disparó a tu cama?
—supongo.
Ríe.
—No apuntaban a la cama. —Aparta su camisa, y veo el agujero en la
tela y una franja de piel expuesta a lo largo de su costado.
Mi aliento se detiene.
—¿Quién hizo esto? —exige el Fantasma. Y luego, mirando más de
cerca a Cardan—. ¿Y por qué los guardias afuera no están más enojados?
No se comportan como si hubieran fallado en prevenir un intento de
asesinato.
Cardan se encoge de hombros.
—Creo que los guardias creen que estaba apuntando a mis invitados.
Me acerco un paso y noto unas gotas de sangre en una de las
almohadas desordenadas. También hay algunas flores blancas dispersas
que parecen crecer de la tela.
—¿Alguien más fue alcanzado?
Asiente.
—La flecha le dio en la pierna, y ella estaba gritando y no tenía mucho
sentido. Así que ya ves cómo alguien podría concluir que le disparé cuando
no había nadie más cerca. El verdadero tirador regresó a las paredes. —
Entrecierra los ojos hacia al Fantasma y a mí, inclinando la cabeza, con la
acusación ardiendo en su mirada—. Parece que hay algún tipo de pasadizo
secreto.
El Palacio de Elfhame está construido en una colina, con los antiguos
apartamentos del Rey Supremo Eldred en el centro, con sus paredes repletas
de raíces y enredaderas florecientes. Toda la Corte asumió que Cardan los
tomaría, pero se trasladó al lugar más alejado posible de ellos, en la cima de
la colina, con cristales colocados en la tierra como ventanas. Antes de su
coronación, le habían pertenecido al menos favorecido de la casa real.
Ahora, los residentes del castillo peleaban para estar más cerca del nuevo
Rey Supremo. Y las habitaciones de Eldred, abandonadas y demasiado
grandes para que alguien pudiera reclamarlas, seguían vacías.
Solo conozco algunas formas de entrar a la habitación de Cardan; una
gran ventana de cristal grueso encantado para no romperse nunca, un par
de puertas dobles y, aparentemente, un pasaje secreto.
—No está en el mapa de túneles que tenemos —le digo.
—Ah —dice. No estoy segura que me crea.
—¿Viste quién te disparó? ¿Y por qué no les dijiste a tus propios
guardias lo que sucedió realmente? —demando.
Me da una mirada exasperada.
—Vi una mancha negra borrosa. Y en cuanto a por qué no corregí a
los guardias, estaba protegiéndote a ti y a la Corte de Sombras. ¡No creí que
quisieras a toda la guardia real en tus pasadizos secretos!
Para eso, no tengo respuesta. Lo perturbador acerca de Cardan es lo
bien que finge ser tonto para esconder su propia inteligencia.
Frente a la cama hay un armario construido en la pared, que ocupa
todo el largo de esta. Tiene la cara de un reloj pintado en el frente, con
constelaciones en lugar de números. Las agujas del reloj apuntan hacia una
formación de estrellas que profesan un amante particularmente amoroso.
Por dentro, luce meramente como un armario repleto de la ropa de
Cardan. Tiro de ellas, dejándolas caer al piso en una pila de terciopelo, satín
y cuero. Desde la cama, Cardan hace un sonido de simulada angustia.
Presiono mi oído contra la pared de madera del fondo, buscando el
silbido del viento e intentando sentir la corriente de aire. El Fantasma hace
lo mismo del otro lado. Sus dedos encuentran un pestillo y una delgada
puerta se abre.
Aunque sabía que el palacio es un laberinto de pasadizos, nunca
hubiese siquiera soñado que uno estaba en la habitación de Cardan. Y aun
así… debería haber revisado cada centímetro de pared. Podría, por lo menos,
haberle pedido a otro de los espías que lo hiciera. Pero lo evité, porque
evitaba estar a solas con Cardan.
—Quédate con el rey —le digo al Fantasma y, tomando una vela, me
dirijo a la oscuridad más allá de la pared, evitando de nuevo estar a solas
con él.
El túnel es sombrío, iluminado por manos doradas sosteniendo
antorchas encendidas con llamas verdes sin humo. El suelo de piedra está
cubierto por una alfombra raída, un detalle extrañamente decorativo para
un pasaje secreto.
Uno metros más adelante, encuentro una ballesta. No es una
compacta como la que cargo. Es gigante, más de la mitad de mi tamaño,
obviamente arrastrada hasta aquí, puedo ver la forma en que la alfombra
está arrugada en la dirección por la que vino.
Quien sea que la haya disparado, lo hizo desde aquí.
Salto sobre ella y sigo. Esperaría que un pasadizo secreto tuviera
muchas bifurcaciones, pero este no tiene ninguna. Desciende en intervalos,
como una rampa, y gira sobre sí mismo, pero corre en una sola dirección;
hacia adelante. Me apresuro, cada vez más rápido, mi mano cubre la llama
de mi vela para evitar que se apague.
Luego llego a una pesada losa de madera tallada con la insignia real,
la misma que esta estampada en el sello del anillo de Cardan.
Le doy un empujón, y se desplaza, claramente en una dirección. Hay
una estantería en el otro lado.
Hasta ahora, solo he escuchado historias de la gran majestuosidad de
las habitaciones del Rey Supremo Eldred, en el corazón del palacio, justo
encima del torreón, las grandes ramas del trono que serpentean a través de
sus paredes. Aunque nunca antes las he visto, las descripciones hacen que
sea imposible pensar que estoy en otro lugar.
Recorro las enormes y cavernosas habitaciones de los apartamentos
de Eldred, con la vela en una mano y un cuchillo en la otra.
Y allí, sentada en la cama del Rey Supremo, con el rostro manchado
de lágrimas, está Nicasia.
La hija de Orlagh, la Princesa de Bajo el Mar, fue trasladada a la Corte
del Rey Supremo como parte del tratado de paz de hace décadas entre
Orlagh y Eldred, Nicasia fue parte del cuarteto formado por Cardan y sus
amigos más cercanos y más terribles. También fue su amante, hasta que lo
traicionó por Locke. No la he visto al lado de Cardan tan a menudo desde
que ascendió al trono, pero ignorarla no parece ser una ofensa mortal.
¿Es esto lo que Balekin estaba susurrando con Bajo el Mar? ¿Es así
como arruinarían a Cardan?
—¿Tú? —grito—. ¿Le disparaste a Cardan?
—¡No se lo digas! —Me mira furiosa, secándose los ojos húmedos—. Y
guarda ese cuchillo.
Nicasia usa una túnica, demasiado bordada con fénix y envuelta
apretadamente a su alrededor. Tres aros brillan a lo largo de sus lóbulos,
subiendo por la oreja hasta sus puntas membranosas azuladas. Su cabello
se ha vuelto más oscuro desde la última vez que la vi. Siempre fue de los
muchos colores del mar, pero ahora es el mar en una tormenta, un profundo
negro verdoso.
—¿Estás loca? —grito—. Intentaste asesinar al Rey Supremo de la
Tierra de las Hadas.
—No lo hice —dice—. Lo juro. Solo quería matar a la chica con la que
estaba.
Por un momento, estoy demasiado aturdida por la crueldad y la
indiferencia para hablar.
La miro de nuevo, a la bata que está agarrando tan fuerte. Con sus
palabras haciendo eco en mi cabeza, de repente tengo una idea clara de lo
que sucedió.
—Pensaste sorprenderlo en sus habitaciones.
—Sí —dice.
—Pero no estaba solo… —continúo, esperando que retome la historia.
—Cuando vi la ballesta en la pared, no parecía que fuera tan difícil
apuntar —dice, olvidando la parte sobre arrastrarla por el pasillo, aunque
es pesada e incómoda y no pudo haber sido fácil. Me pregunto qué tan
enojada estaba, cuán metida en su rabia.
Por supuesto, tal vez estaba pensando con toda claridad.
—Es traición, ya sabes —digo en voz alta. Me doy cuenta que estoy
temblando. Los efectos secundarios de creer que alguien intentó asesinar a
Cardan, de darme cuenta que podría haber muerto—. Te ejecutarán. Te
harán bailar con zapatos de hierro que se calientan hasta matarte. Tendrás
suerte si te ponen en la Torre del Olvido.
—Soy una princesa de Bajo el Mar —dice arrogantemente, pero puedo
ver el impacto en su rostro cuando mis palabras se registran—. Exenta de
las leyes de la tierra. Además, te dije que no estaba apuntando hacia él.
Ahora comprendo su mal comportamiento en la escuela: pensó que
nunca podría ser castigada.
—¿Alguna vez has usado una ballesta? —pregunto—. Pusiste su vida
en riesgo. Pudo haber muerto. Idiota, él pudo haber muerto.
—Te lo dije… —comienza a repetirse.
—Sí, sí, el pacto entre el mar y la tierra —la interrumpo, todavía
furiosa—. Pero sucede que sé que tu madre está intentando romper el
tratado. Verás, ella dirá que fue entre la Reina Orlagh y el Rey Supremo
Eldred, no entre la Reina Orlagh y el Rey Supremo Cardan. Ya no aplica. Lo
que significa que no te protegerá.
En ese momento, Nicasia me mira, asustada por primera vez.
—¿Cómo supiste eso?
No estaba segura, pienso, pero no lo digo. Ahora lo sé.
—Asumamos que sé todo —digo, en vez de eso—. Todo. Siempre. Aun
así, estoy dispuesta a hacer un trato contigo. Le diré a Cardan y al guardia
y al resto de ellos que el tirador huyó, si haces algo por mí.
—Sí —dice antes de que siquiera diga mis condiciones, haciendo clara
la profundidad de su desesperación. Por un momento, un deseo de venganza
surge dentro de mí. Una vez, se rio de mi humillación. Ahora podría
regodearme con la suya.
Así es como se siente el poder, puro poder ilimitado. Es genial.
—Dime lo que Orlagh está planeando —digo, apartando esos
pensamientos.
—Creí que ya sabías todo —dice malhumorada, moviéndose para
levantarse de la cama, sujetando su bata con una mano. Supongo que no
está usando mucho o nada debajo.
Debiste haber entrado, quiero decirle, repentinamente. Debiste haberle
dicho que olvidara a la otra chica. Quizás lo hubiera hecho.
—¿Quieres comprar mi silencio o no? —pregunto, sentándome en el
borde de los almohadones—. Solo tenemos cierta cantidad de tiempo antes
de que alguien venga a buscarme. Si te ven, será demasiado tarde para
negarlo.
Nicasia suelta un largo suspiro.
—Mi madre dice que es un rey joven y débil, que se deja influenciar
demasiado por otros. —Con eso, me da una mirada dura—. Ella cree que él
cederá a sus demandas. Si lo hace, entonces nada cambiará.
—¿Y si no lo hace…?
Ella alza su barbilla.
—Entonces la tregua entre la tierra y el mar se acabará, y será la tierra
la que sufra. Las Islas de Elfhame se hundirán bajo las olas.
—¿Y entonces qué? —pregunto—. Es poco probable que Cardan se
enrolle contigo si tu mamá inunda todo.
—No lo entiendes. Quiere que nos casemos. Quiere que sea reina.
Estoy tan sorprendida que, por un momento, solo la miro, reprimiendo
una descontrolada risa nerviosa.
—Acabas de dispararle.
Su mirada es más que odiosa.
—Bueno, asesinaste a Valerian, ¿cierto? Lo vi la noche que
desapareció, y estaba hablando de ti, hablando de hacerte pagar por haberlo
apuñalado. La gente dice que murió en la coronación, pero no creo que haya
sido así.
El cuerpo de Valerian está enterrado en las tierras de Madoc, junto a
los establos, y si hubiese sido desenterrado, ya me hubiera enterado. Solo
está suponiendo.
¿Y qué si lo hice? Soy la mano derecha del Rey Supremo de la Tierra
de las Hadas. Él puede perdonar todos mis crímenes.
Aun así, el recuerdo de ello trae de regreso el terror de pelear por mi
vida. Y me recuerda como ella se hubiera deleitado ante mi muerte de la
manera en que se deleitaba de todo lo que Valerian me hizo o intentó hacer.
Del modo en que se deleitaba del odio de Cardan.
—La próxima vez que me atrapes cometiendo traición, puedes
obligarme a decirte mis secretos —digo—. Pero ahora preferiría escuchar lo
que tu madre pretende hacer con Balekin.
—Nada —dice Nicasia.
—Y yo que creí que los Mágicos no podían mentir —digo.
Nicasia camina por su habitación. Está usando sandalias, las puntas
se enrollan como helechos.
—¡No estoy mintiendo! Madre cree que Cardan aceptará sus términos.
Solo está adulando a Balekin. Le hace creer que es importante, pero no lo
será. No lo será.
Intento juntar las piezas del complot.
—Porque es su plan de respaldo si Cardan se niega a casarse contigo.
Mi mente se tambalea con la certeza de que, no puedo permitir que
Cardan se case con Nicasia. Si lo hiciera, sería imposible sacarlos del trono.
Oak jamás reinaría.
Lo perdería todo.
Ella entrecierra sus ojos.
—Ya he dicho suficiente.
—Crees que todavía estamos jugando algún tipo de juego —digo.
—Todo es un juego, Jude —dice—. Lo sabes. Y ahora es tu turno. —
Con esas palabras, se dirige hacia las enormes puertas y las abre de par en
par—. Ve y diles si quieres, pero deberías saber esto, alguien en quien
confías ya te ha traicionado. —Oigo sus pantuflas resonar contra la piedra
y luego el pesado golpe de la madera contra el marco.
Mis pensamientos son un caos de confusión mientras regreso por el
pasadizo. Cardan está esperándome en el cuarto principal de sus
habitaciones, recostado en un sofá con una mirada perspicaz en su rostro.
Su camisa sigue abierta, pero hay una venda sobre su herida. Una moneda
danzando entre sus dedos, reconozco el truco como uno de la Cucaracha.
Alguien en quien confías ya te ha traicionado.
Desde los restos destrozados de la puerta, el Fantasma mira desde
donde está con la guardia personal del Rey Supremo. Él atrapa mi mirada.
—¿Y bien? —pregunta Cardan—. ¿Has descubierto algo de mi posible
asesino?
Niego con la cabeza, incapaz de agregar palabras a mi mentira. Miro
las ruinas de estas habitaciones. No hay manera de que sean seguras y
huelen a humo.
—Vamos —digo, tomando el brazo de Cardan y haciendo que se
levante tambaleándose—. No puedes dormir aquí.
—¿Qué te pasó en la mejilla? —pregunta, su mirada borrosa
enfocándose en mí. Está lo suficientemente cerca para que pueda ver sus
largas pestañas, el círculo dorado alrededor de sus irises negros.
—Nada —digo.
Me deja guiarlo hasta el pasillo. Mientras salimos, el Fantasma y el
resto de los guardias se mueven inmediatamente para ponerse firmes.
—Tranquilos —dice Cardan ondeando su mano—. Mi senescal me va
a llevar a otro lado. No se preocupen. Estoy seguro que tiene algún tipo de
plan.
Sus guardias nos siguen en fila, algunos frunciendo el ceño, mientras
lo llevo cargándolo a medias a mis habitaciones. Odio traerlo aquí, pero no
me siento segura por su seguridad en ningún otro lado.
Mira alrededor asombrado, asimilando el desastre.
—¿Dónde…? ¿En verdad duermes aquí? Quizás deberías prender
fuego tus habitaciones también.
—Tal vez —digo, guiándolo a mi cama. Es extraño apoyar mi mano en
su espalda. Puedo sentir la calidez de su piel a través de la delgada tela de
su camisa, puedo sentir sus músculos flexionándose.
Se siente incorrecto tocarlo como si fuera una persona normal, como
si no fuera el Rey Supremo y mi enemigo.
No necesita que lo alienten para estirarse en mi cama, su cabeza en
la almohada, su cabello negro derramándose como plumas de cuervo. Me
mira con sus ojos del color de la noche, hermoso y terrible al mismo tiempo.
—Por un momento —dice—, me pregunté si no eras tú disparándome.
Le hago una mueca.
—¿Y qué te hizo decidir que no lo era?
Me sonríe.
—Fallaron.
He dicho que tiene el poder de hacer un cumplido y hacer que duela.
Además, también, puede decir algo que debería ser ofensivo y decirlo de un
modo que se siente como si fuera verdad.
Nuestras miradas se encuentran y algo peligroso destella.
Él te odia, me recuerdo.
—Bésame de nuevo —dice, ebrio y tonto—. Bésame hasta que me
harte de ello.
Siento esas palabras, las siento como una patada en el estómago. Ve
mi expresión y se ríe, un sonido lleno de burla. No puedo decir de quien de
los dos se está riendo.
Te odia. Incluso si te desea, te odia.
Quizás te odia más por ello.
Luego de un momento, sus ojos pestañean hasta cerrarse. Su voz se
vuelve un susurro, como si estuviese hablando consigo mismo.
—Si eres la enfermedad, supongo que no puedes ser la cura también.
Se queda dormido, pero estoy completamente despierta.
Traducido por âmenoire

Corregido por Flochi

lo largo de la mañana, me siento en una silla inclinada


hacia atrás apoyada contra la pared de mi propio
dormitorio. La espada de mi padre está sobre mi regazo. Mi
mente sigue reproduciendo sus palabras.
No lo entiendes. Quiere que nos casemos. Quiere que sea reina.
Aun cuando estoy sentada en el suelo frente a él, mi mirada a menudo
se mueve hacia la cama y hacia el chico durmiendo ahí.
Sus ojos negros cerrados, su cabello oscuro extendido por la
almohada. Al principio, no podía parecer poder ponerse cómodo, enredando
sus pies con las sábanas, pero con el tiempo, su respiración se suavizó y
también lo hicieron sus movimientos. Está tan ridículamente hermoso como
siempre, su boca suave, sus labios ligeramente separados, sus pestañas tan
largas que cuando sus ojos están cerrados descansan contra su mejilla.
Estoy acostumbrada a la belleza de Cardan, pero no a cualquier
vulnerabilidad. Se siente incómodo verlo sin su elaborada ropa, sin su
lengua ácida y su maliciosa mirada como armadura.
Durante los cinco meses de nuestro arreglo, he intentado anticiparme
a lo peor. He emitido órdenes para prevenir que me evite, ignore o se deshaga
de mí. He determinado reglas para evitar que los mortales sean engañados
para terminar en largos años de servidumbre y he hecho que las proclame.
Pero nunca parece ser suficiente.
Recuerdo caminar con él en los jardines del palacio al anochecer. Las
manos de Cardan estaba juntas detrás de su espalda y se detuvo para
olisquear el enorme bulbo de una rosa blanca con las puntas carmesí, justo
antes de que se rompiera en el aire. Sonrió y levantó una ceja hacia mí, pero
estaba demasiado nerviosa para sonreír en respuesta.
Detrás de él, en la orilla del jardín, estaba media docena de caballeros,
su guardia personal, a quien el Fantasma ya había asignado.
Aunque pensé una y otra vez en lo que estaba a punto de decir, todavía
me sentía como la tonta que creía que podía engañar con una docena de
deseos en uno solo, si simplemente lograba pronunciarlo correctamente.
—Voy a darte órdenes.
—Oh, no me digas. —dijo. En su frente, la corona de oro de Elfhame
reflejaba la luz del atardecer.
Respiré hondo y comencé:
—Nunca vas a negarme una audiencia o a dar una orden para evitar
que esté a tu lado.
—¿Por qué siquiera querría que no estuvieras a mi lado? —preguntó,
su voz seca.
—Y nunca puedes ordenar que me arresten, aprisionen o maten —
dije, ignorándolo—. No me pueden lastimar. Ni siquiera mantener en
custodia.
—¿Qué hay sobre pedirle a un sirviente que ponga un piedrita muy
afilada en tu bota? —preguntó, su expresión molestamente seria.
Le di lo que esperaba fuera una mirada mordaz a manera de
respuesta.
—Y no puedes levantar una mano en contra de mí.
Hizo un gesto en el aire, como si todo esto fuera ridículamente obvio,
como si de alguna manera, darle las órdenes en voz alta fuera un acto de
mala fe.
Proseguí tercamente.
—Cada tarde, te encontrarás conmigo en tus aposentos antes de la
cena y discutiremos de política. Y si sabes de algún daño que se me pueda
hacer, debes advertirme. Debes intentar prevenir que cualquiera adivine
cómo es que te controlo. Y no importa lo mucho que odies ser el Rey
Supremo, debes fingir todo lo contrario.
—No lo hago —dijo, levantando la mirada hacia el cielo.
Me giré hacia él, sorprendida.
—¿A qué te refieres?
—No odio ser el Rey Supremo —dijo—. No siempre. Pensé que lo haría
y aun así, no lo hago. Haz con eso lo que quieras.
Estaba desconcertada, porque era mucho más fácil cuando sabía que
no solo era incapaz de regir, sino tampoco estaba interesado en ello. Cada
vez que veía a la Corona de Sangre sobre su cabeza, tenía que fingir que no
estaba ahí.
No ayudaba cuán inmediatamente había convencido a la aristocracia
de su derecho para presidirlos. Su reputación hacia la crueldad lo hacía
temerosos de cruzarse con él. Su licencia los hizo pensar que todos los
delirios eran posibles.
—Así qué —dije—. ¿Disfrutas siendo mi peón?
Sonrió perezosamente, como si no le importara ser atormentando.
—Por ahora.
Mi mirada se agudizó.
—Por mucho más tiempo que eso.
—Te hiciste acreedora a un año y un día —me dijo—. Pero mucho
puede suceder en un año y un día. Dame todas las órdenes que quieras,
pero nunca pensarás en todo.
Por una vez, había sido la que lo había sacado de balance, la que había
provocado su enojo y vencido su autocontrol, pero de alguna manera, los
papeles se invirtieron. Cada día después de eso, he sentido el descenso.
Mientras lo observo ahora, acostado en mi cama, me siento más fuera
de balance que nunca antes.

La Cucaracha entra en la habitación cuando la luz de la tarde cae


desde la colina por encima de nosotros. En su hombro está el hob con rostro
de búho, alguna vez mensajero de Dain, ahora mensajero de la Corte de las
Sombras. Responde al nombre de Boca de Dragón, aunque no sé si ese es
un nombre en código.
—El Consejo Viviente quiere verte —dice la Cucaracha. Boca de
Dragón parpadea sus adormilados ojos negros hacia mí.
Gruño.
—A decir verdad —dice, asintiendo hacia la cama—, quieren verlo a
él, pero es a ti a quién pueden ordenar.
Me levanto y me estiro. Entonces, amarrándome la funda, me dirijo
hacia la sala de mis apartamentos así no despertaré a Cardan.
—¿Cómo está Fantasma?
—Descansando —dice la Cucaracha—. Hay muchos rumores volando
acerca de anoche, incluso entre la guardia del palacio. Los chismes
comienzan a girar en sus redes.
Me dirijo hacia mi sala de baño para asearme. Hago gárgaras con agua
salada y limpio mi rostro y axilas con un trapo untado con jabón de verbena
y limón. Cepillo para deshacer mis nudos, demasiado cansada para lograr
hacer algo más complicado que eso.
—Supongo que ya has revisado el pasadizo para este punto —digo.
—Lo hice —dice la Cucaracha—. Y veo por qué no estaba en alguno
de nuestros mapas, no hay conexión con alguno de los otros pasadizos en
ningún punto de toda su longitud. Ni siquiera estoy seguro que fueran
construidos al mismo tiempo.
Considero la pintura del reloj y las constelaciones. Las estrellas
profetizando un amante amoroso.
—¿Quién durmió ahí antes de Cardan? —pregunto.
La Cucaracha se encoge de hombros.
—Varios Mágicos. Nadie de particular importancia. Invitados de la
corona.
—Amantes —digo, finalmente descifrándolo—. Las amantes del Rey
Supremo que no eran consortes.
—Huh. —La Cucaracha señala a Cardan con un movimiento de su
barbilla en la dirección de mi dormitorio—. ¿Y ese es el lugar donde nuestro
Rey Supremo eligió dormir? —La Cucaracha me da una mirada significativa,
como si se supusiera que sepa la respuesta de este rompecabezas, cuando
ni siquiera me había dado cuenta que se trataba de un rompecabezas.
—No lo sé —digo.
Sacude su cabeza.
—Será mejor que vayas a esa reunión del consejo.
No puedo decir que no es un alivio saber que cuando Cardan
despierte, no estaré ahí.
Traducido por Ximena Vergara

Corregido por Mime

l Consejo Viviente fue formado durante el tiempo de


Eldred, aparentemente para ayudar al Rey Supremo a
tomar decisiones, y se han calcificado en un grupo al que
es difícil oponerse. No es tanto que los ministros tengan
un poder individual en bruto, aunque muchos sean
formidables, sino que, como colectivo, tienen la autoridad de tomar las más
pequeñas decisiones con respecto al funcionamiento del reino. El tipo de
pequeñas decisiones que, en conjunto, podrían poner incluso a un rey en
un aprieto.
Después de la interrupción de la coronación y el asesinato de la familia
real, después de la irregularidad con la corona, el Consejo se muestra
escéptico sobre la juventud de Cardan y se confunde por mi ascenso al
poder.
Boca de Dragón me lleva a la reunión, debajo de una cúpula trenzada
de sauces en una mesa de madera fosilizada. Los ministros me observan
caminar por la hierba, y los miro por turnos: la Ministra Unseelie, un troll
con una espesa cabellera peluda con trozos de metal trenzados; la ministra
Seelie, una mujer verde que parece una mantis; el gran general Madoc; el
Astrólogo Real, un hombre muy alto, de piel oscura, con una barba
esculpida y adornos celestes en su largo cabello azul marino; el Ministro de
Llaves, un viejo duende con cuernos de carnero y ojos de cabra; y el Gran
Bufón, que lleva rosas pálidas de lavanda en su cabeza para que coincida
con su tocado púrpura.
A lo largo de la mesa hay botellones de agua, vino y platos de fruta
seca.
Me inclino hacia uno de los sirvientes y los envío por una taza del té
más fuerte que puedan encontrar. Voy a necesitarlo.
Randalin, el Ministro de Llaves, se sienta en la silla del Rey Supremo,
el respaldo de madera del asiento en forma de trono está quemado con el
escudo real. Noto el movimiento y las suposiciones inherentes a él. En los
cinco meses transcurridos desde que asumió el cargo de Rey Supremo,
Cardan no ha venido al Consejo. Solo una silla está vacía, entre Madoc y
Fala, el Gran Bufón. Me quedo de pie.
—Jude Duarte —dice Randalin, fijándome con sus ojos de cabra—,
¿dónde está el Rey Supremo?
Pararse frente a ellos siempre es intimidante y la presencia de Madoc
lo empeora. Me hace sentir como una niña, demasiado ansiosa por decir o
hacer algo inteligente. Una parte de mí no quiere nada más que demostrar
que soy más de lo que ellos suponen que soy: la débil y tonta acompañante
de un rey débil y tonto.
Para probar que hay otra razón para que Cardan haya elegido un
senescal mortal más que debido a que puedo mentir por él.
—Estoy aquí en su lugar —le digo—. Hablaré en su lugar.
La mirada de Randalin me esta fulminando.
—Hay un rumor de que le disparó a una de sus amantes la noche
anterior. ¿Es verdad?
Un sirviente coloca la taza de té solicitada en mi codo, y estoy
agradecida por el refuerzo y por tener una excusa para no responder de
inmediato.
—Hoy, los cortesanos me dijeron que esa chica usaba una tobillera de
rubíes colgantes que le habían enviado como una disculpa, pero que no
podía valerse por sí misma —dice Nihuar, la representante de los Seelie. Ella
frunce sus pequeños labios verdes—. Encuentro todo eso de mal gusto.
Fala, el Bufón se ríe, claramente encontrándolo a su gusto.
—Rubíes por derramar su sangre de color rojo rubí.
Eso no podría ser cierto. Cardan habría tenido que arreglarlo en el
tiempo que me llevó llegar de mis habitaciones al Consejo. Pero eso no
significa que alguien más no lo arregló en su nombre. Todos están ansiosos
por ayudar a un rey.
—¿Prefieres que la haya matado simplemente? —le digo. Mis
habilidades en diplomacia no están tan afinadas como mis habilidades para
empeorarlo. Además, estoy cansada.
—No me importaría —dice el representante de Unseelie, Mikkel, con
una risita—. Nuestro nuevo Rey Supremo parece Unseelie completamente,
y él nos favorecerá, creo. Podríamos darle mejores depravaciones que la que
su Maestro de Festejos presume, ahora que sabemos lo que le gusta.
—Hay otras historias —continúa Randalin—. Esa del guardia que le
disparó al Rey Supremo Cardan para salvar la vida de esa cortesana. Que
ella está llevando al heredero real. Debes decirle al Rey Supremo que su
Consejo está listo para aconsejarle para que su gobierno no esté plagado de
tales historias.
—Me aseguraré de hacerlo —le digo.
El Astrólogo Real, Baphen, me lanza una mirada escrutadora, como
si leyera correctamente mi intención de no hablar con Cardan sobre nada
de esto.
—El Rey Supremo está atado a la tierra y a sus súbditos. Un rey es
un símbolo viviente, un corazón palpitante, una estrella sobre la cual está
escrito el futuro de Elfhame —habla en voz baja y, sin embargo, de alguna
manera su voz se transmite—. Seguramente habrás notado que desde que
comenzó su reinado, las islas son diferentes. Las tormentas llegan más
rápido. Los colores son un poco más vivos, los olores son más nítidos—. Se
han visto cosas en los bosques —continúa—. Cosas antiguas, por mucho
tiempo olvidadas del mundo, vienen a mirarlo. Cuando él se emborracha,
sus súbditos se emborrachan sin saber por qué. Cuando su sangre cae, las
cosas crecen. Por qué, la Reina Suprema Mab llamó a Insmire, Insmoor e
Insweal desde el mar. Todas las islas de Elfhame, formadas en una sola
hora.
Mi corazón se acelera más rápido cuanto más habla Baphen. Mis
pulmones se sienten como si no pudieran obtener suficiente aire. Porque
nada de esto puede estar describiendo a Cardan. Él no puede estar
conectado a la tierra tan profundamente, no puede hacer todo eso y, sin
embargo, estar bajo mi control.
Pienso en la sangre de su colcha, y junto a ella, las flores blancas
dispersas.
Cuando su sangre cae, las cosas crecen.
—Como puedes ver —dice Randalin, sin darse cuenta que me estoy
volviendo loca—, cada decisión del Rey Supremo cambia a Elfhame e influye
en sus habitantes. Durante el reinado de Eldred, cuando nacieron los niños,
fueron forzados a presentarse ante él para comprometerse con el reino. Pero
en las Cortes bajas, algunos herederos fueron criados en el mundo mortal,
creciendo fuera del alcance de Eldred. Esos niños cambiantes volvieron a
gobernar sin hacer votos a la Corona de Sangre. Al menos una Corte ha
hecho a esa niña cambiante su reina. Y quién sabe cuántos mágicos salvajes
lograron evitar los votos.
—También tenemos que vigilar a la reina de Bajo el Mar —le digo—.
Ella tiene un plan y se va a mover contra nosotros.
—¿Qué es esto? —pregunta Madoc, interesado en la conversación por
primera vez.
—Imposible —dice Randalin—. ¿Cómo habrías escuchado tal cosa?
—Balekin se ha estado reuniendo con sus representantes —le digo.
Randalin resopla.
—¿Y supongo que escuchaste eso de los propios labios del príncipe?
Si me mordiera la lengua con más fuerza, la cortaría.
—Lo obtuve de más de una fuente. Si su alianza fue con Eldred,
entonces se acabó.
—La gente del mar tiene corazones fríos —dice Mikkel, que al principio
suena como si estuviera de acuerdo conmigo, pero el tono de aprobación de
su voz lo carcome.
—¿Por qué Baphen no consulta sus cartas estelares? —pregunta
Randalin en tono apacible—. Si encuentra una amenaza profetizada allí, lo
discutiremos más a fondo.
—Te estoy diciendo… —insisto, frustrada.
Ese es el momento en que Fala salta sobre la mesa y comienza a
bailar, creo que interpretativamente. Madoc gruñe una carcajada. Un pájaro
se posa en el hombro de Nihuar, y comienzan a chismear en susurros y
gorjeos.
Está claro que ninguno de ellos quiere creerme. ¿Cómo podría saber
algo que ellos no saben, después de todo? Soy demasiado joven, demasiado
inmadura, demasiado mortal.
—Nicasia… —empiezo de nuevo.
Madoc sonríe.
—Tu pequeña amiga de la escuela.
Ojalá pudiera decirle a Madoc que la única razón por la que aún forma
parte del Consejo es por mi culpa. A pesar de que ha traspasado a Dain con
su propia mano, sigue siendo el Gran General. Podría decir que quiero
mantenerlo ocupado, que es un arma mejor desplegada por nosotros que
contra nosotros, que es más fácil para mis espías vigilarlo cuando sé dónde
está, pero una parte de mí sabe que todavía es el Gran General porque no
fui capaz de quitarle autoridad a mi padre.
—Todavía está el asunto de Grimsen —dice Mikkel, moviéndose como
si no hubiera hablado—. El Rey Supremo ha dado la bienvenida al herrero
de Alderking, fabricante de la Corona de Sangre. Ahora él mora entre
nosotros, pero todavía no trabaja para nosotros.
—Debemos darle la bienvenida —dice Nihuar en un raro momento de
simpatía entre las facciones Unseelie y Seelie—. El Maestro de Festejos ha
hecho planes para la Luna del Cazador. Tal vez pueda agregar un
entretenimiento para el beneficio de Grimsen.
—Depende de lo que haga Grimsen, supongo —digo, renunciando a
convencerlos de que Orlagh se va a mover contra nosotros. Estoy por mi
cuenta.
—Arraigado en la tierra, tal vez —dice Fala—. Buscando fruslerías.
—Trufas —corrige Randalin automáticamente.
—Oh, no —dice Fala, arrugando la nariz—. No esos.
—Me esforzaré por descubrir sus diversiones preferidas. —Randalin
hace una pequeña nota en un papel—. También me dijeron que un
representante de la Corte de Termitas asistirá al festejo de la Luna del
Cazador.
Intento no dejar que mi sorpresa se muestre. La Corte de Termitas,
dirigida por Lord Roiben, fue útil para llevar a Cardan al trono. Y por sus
esfuerzos prometí que cuando Lord Roiben me pidiera un favor, lo haría.
Pero no tengo idea de lo que él podría querer, y ahora no es un buen
momento para otra complicación.
Randalin se aclara la garganta y se gira, mirándome fijamente.
—Transmita nuestros arrepentimientos al Rey Supremo de que no
pudimos aconsejarlo directamente, y hágale saber que estamos listos para
acudir en su ayuda. Si no logras recalcarle esto, encontraremos otros
medios para hacerlo.
Hago una pequeña reverencia y no respondo a lo que claramente es
una amenaza.
Cuando me voy, Madoc se pone a mi lado.
—Entiendo que has hablado con tu hermana —dice, bajando las cejas
gruesas en al menos una mímica de preocupación.
Me encojo de hombros y me recuerdo que hoy no habló una palabra a
mi favor.
Me mira con impaciencia.
—No me digas lo ocupada que estás con ese chico rey, aunque me
imagino que él cuida de ti.
De alguna manera, en pocas palabras, me ha convertido en una hija
huraña y él mismo en su sufridor padre.
Suspiro, derrotada.
—He hablado con Taryn.
—Bien —dice—. Estás demasiada sola.
—No finjas preocupación —le digo—. Nos insulta a ambos.
—¿No crees que pueda preocuparme por ti, incluso después de
traicionarme? —Me mira con sus ojos de gato—. Todavía soy tu padre.
—Eres el asesino de mi padre —suelto.
—Puedo ser ambas cosas —dice Madoc, sonriendo, mostrando esos
dientes.
Intenté inquietarlo, pero solo logré inquietarme a mí misma. A pesar
del paso de los meses, el recuerdo de su estocada final abortada una vez que
se dio cuenta que estaba envenenado está fresco en mi mente. Recuerdo que
parecía que le hubiera gustado cortarme por la mitad.
—Es por eso que ninguno de nosotros debe fingir que no estás furioso
conmigo.
—Oh, estoy enojado, hija, pero también tengo curiosidad. —Hace un
gesto desdeñoso hacia el Palacio de Elfhame—. ¿Es esto realmente lo que
querías? ¿A él?
Al igual que con Taryn, me ahogo con la explicación que no puedo dar.
Cuando no hablo, él llega a sus propias conclusiones.
—Como pensaba. No te aprecié adecuadamente. Deseché tu deseo de
ser caballero. Descarté tu capacidad de estrategia, de fuerza y de crueldad.
Ese fue mi error y no lo volveré a cometer.
No estoy segura si eso es una amenaza o una disculpa.
—Cardan es ahora el Rey Supremo, y mientras use la Corona de
Sangre, juré servirlo —dice él—. Pero ningún juramento te ata. Si te
arrepientes de tu movimiento, haz otro. Todavía hay juegos por jugar.
—Ya gané —le recuerdo.
Sonríe.
—Hablaremos de nuevo.
Mientras se aleja, no puedo evitar pensar que tal vez estaba mejor
cuando me ignoraba.
Traducido por Anabel-vp y Flochi

Corregido por Bella’

e encuentro con La Bomba en las antiguas habitaciones


del Rey Supremo Eldred. Esta vez, estoy decidida a revisar
cada centímetro antes de que Cardan se mude a ellas; y
estoy empeñada a que se quede aquí, en el lugar más
seguro de palacio, independientemente de sus
preferencias.
Cuando llego, La Bomba está encendiendo la última de las gruesas
velas sobre la chimenea, los caminos de cera derretida están tan
consolidados que crean una especie de escultura. Es extraño estar aquí
ahora, sin Nicasia hablando sin parar o algo más que me distraiga de
registrar la habitación. Las paredes brillan por la mica, y el techo es de
ramas y vides verdes. En la antesala, resplandece la cáscara de un enorme
caracol, una lámpara del tamaño de una mesita.
La Bomba me da una rápida sonrisa. Su cabello blanco está recogido
en trenzas atadas con unas brillantes perlas plateadas.
Alguien en quien confías ya te ha traicionado.
Intento sacar las palabras de Nicasia de mi cabeza. Después de todo,
eso podría significar cualquier cosa. Es la típica mentira de hadas, ominosa
pero tan ampliamente aplicable que podría ser una pista sobre una trampa
que está a punto de caer sobre mí, o una referencia a algo que sucedió
cuando todos tomábamos lecciones. Tal vez me esté advirtiendo que hay un
espía entre mi gente de confianza, o tal vez se refiera a que Taryn se está
acostando con Locke.
Y, sin embargo, no dejo de darle vueltas.
—Así que, ¿el asesino escapó por aquí? —dice la Bomba—. El
Fantasma dice que los perseguiste.
Sacudo la cabeza.
—No hubo asesino. Fue un malentendido romántico.
Alza las cejas.
—El Rey Supremo es muy malo en lo que a romance se refiere —le
digo.
—Lo supongo —me dice—. Así que, ¿te ocupas tú de la sala de estar
y yo me encargo del dormitorio?
—Claro. —Asiento, rumbo a la sala.
El pasadizo secreto está junto a una chimenea tallada como la boca
sonriente de un duende. La estantería todavía está movida a un lado,
revelando una escalera en espiral en el interior de la pared. Lo cierro.
—¿En serio crees que puedes hacer que Cardan se mude aquí? —dice
la Bomba desde la otra habitación—. Es un desperdicio tener todo este
glorioso espacio desaprovechado.
Me inclino y comienzo a sacar libros de los estantes, a abrirlos y a
agitarlos un poco, para ver si hay algo adentro.
Se caen unos cuantos pedazos de papel amarillentos y deshechos,
junto con una pluma y un abridor de cartas hecho de hueso tallado. Alguien
ahuecó uno de los libros, pero no hay nada en el interior. También hay otro
tomo que ha sido devorado por los insectos. Tiro ese.
—La última habitación que ocupó Cardan se incendió. —Miro a La
Bomba—. Permíteme que me corrija. Se incendió porque la prendió fuego.
Ella ríe.
—Le tomaría días quemar todo esto.
Miro devuelta a los libros y no estoy tan segura. Están tan secos que
podrían estallar en llamas solo por mirarlos demasiado tiempo. Tras un
suspiro, los apilo y me muevo hacia los cojines, para retirar las alfombras.
Debajo, solo encuentro polvo.
Vacío todos los cajones sobre el enorme escritorio: puntas metálicas
de las plumas, piedras talladas con caras, tres anillos de sello, un diente
largo de una criatura sin identificar y tres viales con un líquido negro seco
y sólido en su interior.
En otro cajón, encuentro joyas. Un collar de azabache negro, una
pulsera de cuentas con cierre, pesados anillos de oro.
En el último encuentro cristales de cuarzo, cortados en forma de
esferas lisas y pulidas y tallos. Cuando acerco uno a la luz, algo se mueve
dentro de ella.
—¿Bomba? —llamo, mi voz un poco alta.
Entra a la habitación con un abrigo tan pesado y recargado de joyas
que me sorprende que alguien esté dispuesto a ponérselo.
—¿Qué pasa?
—¿Alguna vez has visto algo como esto? —Levanto la bola de cristal.
Lo mira con atención.
—Vaya, es Dain.
Me lo devuelve y miro dentro. Un joven príncipe Dain aparece a
caballo, sosteniendo un arco en una mano y manzanas en la otra. Elowyn
sentada en un poni a su lado y Rhyia al otro. Lanza tres manzanas al aire,
y todos sacan los arcos y disparan.
—¿Eso ocurrió? —le pregunto.
—Probablemente —responde—. Alguien debe haber encantado estos
orbes para Eldred.
Pienso en las espadas legendarias de Grimsen, en la bellota de oro que
arrojó las últimas palabras de Liriope, en la tela de Madre Marrow, que
podría doblar hasta la hoja de la espada más afilada, y en toda la magia loca
que poseen los Reyes Supremos. Esta era lo suficientemente corriente como
para ser arrojada a un cajón.
Saco cada cajón para ver que hay dentro. Veo a Balekin como un
recién nacido, con las espinas ya saliendo de su piel. Se retuerce entre los
brazos de su niñera mortal, su mirada vidriosa por el glamour.
—Mira este —dice la Bomba, con una expresión extraña.
Es Cardan de pequeño. Está vestido con una camisa demasiado
grande para él. Le cuelga como si fuese un vestido. Se encuentra descalzo,
con los pies y la camisa manchados de barro, pero lleva aros colgando de
las orejas, como si se hubiese puesto los pendientes de un adulto. Un hada
femenina con cuernos está de pie cerca de él, y cuando corre hacia ella, le
agarra las muñecas antes de que él pueda manchar su falda al tocarla.
Ella dice algo rígidamente y lo aparta de un empujón. Cuando él se
cae, ella apenas lo mira, demasiado ocupada charlando con otros
cortesanos. Espero que Cardan llore, pero no lo hace. En lugar de eso, se
acerca a un niño un poco mayor que él, que está trepando a un árbol. El
chico dice algo y Cardan corre hacia él. Cardan forma un puño con su
pequeña y sucia mano, y un momento después, el otro niño está en el suelo.
Al oír la pelea, el hada se da la vuelta, y se ríe, claramente encantada con lo
sucedido.
Cuando Cardan la mira, también sonríe.
Dejo el cristal de nuevo en el cajón. ¿Quién querría ver esto? Es
horrible.
Y, sin embargo, no es peligroso. No hay razón para hacer nada más
que dejarlo donde estaba. La Bomba y yo seguimos revisando juntas la sala.
Una vez que estamos satisfechas, nos dirigimos por una puerta tallada con
un búho, de vuelta a la habitación del rey.
Una enorme cama de mediados de siglo está en el centro, con una
cortina verde con el símbolo de los Greenbriar cosida en hilo de oro. Las
gruesas mantas de seda de araña descansan sobre un colchón que huele
como si estuviese relleno de flores.
—Vamos —dice la Bomba, dejándose caer sobre la cama y girándose
hasta estar mirando el techo—. Vamos a asegurarnos de que sea seguro
para nuestro nuevo Rey Supremo, por si acaso.
Jadeo sorprendida, pero la obedezco. Mi peso hace que el colchón se
hunda y el olor a rosas inunda mis sentidos.
Tumbarse en la cama del Rey de Elfhame, respirar el aire que
perfumaba sus noches, tiene algo casi hipnótico. La Bomba coloca sus
brazos bajo su cabeza, como si no fuese gran cosa, pero yo recuerdo la mano
del Rey Supremo Eldred en mi cabeza, y la leve sacudida de orgullo y nervios
que sentía cada vez que me reconocía. Acostarme en su cama es como
limpiar mis sucios pies de campesina en su trono.
Y, sin embargo, ¿cómo podría no hacerlo?
—Nuestro rey es un hombre afortunado —dice la Bomba—. Me
gustaría tener una cama como esta, lo suficientemente grande como para
tener uno o dos invitados en ella.
—Ah, ¿sí? —le pregunto, burlándome de ella, como solía hacerlo con
mis hermanas—. ¿Piensas en alguien en particular?
Aparta la mirada, avergonzada, lo que me hace prestarle toda mi
atención. Me levanto sobre un codo.
—¡Espera! ¿Es alguien a quién conozco?
Por un momento, no me responde, lo que es suficiente respuesta.
—¡Lo conozco! ¿Es el Fantasma?
—¡Jude! —dice ella—. No.
Le frunzo el ceño.
—¿La Cucaracha?
La Bomba se sienta, sus largos dedos tiran de la colcha hacia ella.
Como no puede mentir, solo suspira.
—No lo entiendes.
La Bomba tiene rasgos hermosos y delicados y una cálida piel marrón,
salvaje cabello blanco y ojos luminosos. Pienso que ella tiene una
combinación de encanto y habilidad que significa que podría tener a quien
quisiera.
La lengua negra de la Cucaracha, su nariz torcida y la cresta de pelo
en la base de su cuero cabelludo se suman a su impresionante y aterradora
apariencia, incluso de acuerdo a la estética de la Tierra de las Hadas, un
lugar donde se celebra la belleza inhumana con una fealdad casi opulenta,
ni siquiera estoy segura que él adivine que la Bomba lo quiere.
Nunca lo hubiese imaginado.
Sin embargo, no sé cómo decírselo sin que suene como un insulto.
—Supongo que no —coincido.
Ella pone una almohada en su regazo.
—Mi gente murió en una brutal guerra interna de la Corte hace siglos,
dejándome sola. Me fui al mundo humano y me convertí en una ladrona de
poca monta. No era particularmente buena. Sobre todo, usaba el glamour
para cubrir mis errores. Fue entonces cuando la Cucaracha me encontró.
Señaló que si bien podría no ser una gran ladrona, tenía mucha habilidad
en lo referente a pociones y bombas. Estuvimos viajando juntos durante
décadas. Él era tan amable, tan apuesto, y encantador, que estafaba a la
gente directamente bajo sus narices, sin necesidad de magia.
Sonrío ante la idea de él con un bombín y un chaleco con un reloj de
bolsillo, entretenido por el mundo y todo en este.
—Entonces tuve esta idea donde íbamos a robar de la corte de Hueso
en el Oeste. Pero el engaño salió mal. La Corte nos cortó con cuchillo y llenó
con maldiciones y geas. Nos cambiaron. Nos obligaron a servirles. —
Chasquea sus dedos y vuelan chispas—. Divertido, ¿verdad?
—Apuesto a que no lo fue —digo.
Se deja caer hacia atrás y sigue hablando.
—La Cucaracha… Van, no puedo decirle Cucaracha mientras estoy
hablando así. Van es quien me ayudó a pasar a través de eso. Me contó
historias, cuentos de la Reina Mab aprisionando a un gigante de hielo,
atando a todos los grandes monstruos de antaño y ganándose la Corona
Suprema. Historias de lo imposible. Sin Van, no sé si podría haber
sobrevivido.
»Luego arruinamos un trabajo y Dain nos agarró. Tuvo una idea para
que traicionáramos la Corte de Hueso y nos uniéramos a él. Así que lo
hicimos. El Fantasma ya estaba a su lado y los tres hicimos un equipo
formidable. Yo con los explosivos. La Cucaracha robando cualquier cosa o a
cualquiera. Y el Fantasma, un tirador de pasos ágiles. Y aquí estamos, de
alguna manera, a salvo en la Corte de Elfhame, trabajando para el Rey
Supremo mismo. Mírame, tendida en la cama real, incluso. Pero aquí no hay
ninguna razón para que Van tome mi mano o me cante cuando estoy herida.
No hay razón para que se moleste conmigo en absoluto.
Se queda en silencio. Ambas miramos fijamente el techo.
—Deberías decirle —le digo. Que no es un mal consejo, creo. No es un
consejo que yo tomaría, pero no necesariamente hace que sea malo.
—Quizás. —La Bomba se levanta de la cama—. Sin trucos o trampas.
¿Piensas que es seguro dejar a nuestro rey aquí?
Pienso en el chico en el cristal, de su sonrisa orgullosa y su puño
cerrado. Pienso en la mujer hada con cuernos, que debió ser su madre,
apartándolo de ella con un empujón. Pienso en su padre, el Rey Supremo,
que no se molestó en intervenir, ni siquiera se molestó en asegurarse de que
estuviera vestido o su rostro limpio. Pienso en como Cardan evitaba estas
habitaciones.
Suspiro.
—Ojalá pudiera pensar en un lugar donde estaría a salvo.
A la medianoche, se espera que asista a un banquete. Me siento a
varios asientos del trono y escojo un platillo de anguilas crujientes. Un trío
de pixies canta a capela para nosotros mientras los cortesanos intentan
impresionarse entre sí con su humor. Encima de nosotros, los candelabros
gotean cera en largos hilillos.
El Rey Supremo Cardan sonríe desde la mesa con indulgencia y
bosteza como un gato. Tiene el cabello revuelto, como si solo se lo hubiera
peinado con los dedos desde que se levantó de la cama. Nuestros ojos se
encuentran y soy la que aparta la mirada, mi rostro ardiente.
Bésame hasta que me harte de ello.
El vino es traído en garrafas de colores. Brillan de color aguamarina y
zafiro, citrina y rubí, amatista y topacio. Otro platillo llega, con violetas
azucaradas y roció congelado.
Luego llegan los domos de vidrio, bajo los cuales pequeños peces
plateados se sientan en una nube de humo azul pálido.
—De Bajo el Mar —dice una de las cocineras, vestida para la ocasión.
Hace una reverencia.
Miro a través de la mesa a Randalin, el Ministro de Llaves, pero está
ignorándome intencionadamente.
A mi alrededor, los domos son alzados, y el humo, fragante de
pimienta y hierbas, llena la habitación.
Veo que Locke se ha sentado junto a Cardan, atrayendo a la chica en
cuyo asiento estaba sobre su regazo. Ella levanta sus pies de pezuñas y echa
hacia atrás su cabeza con cuernos en una carcajada.
—Ah —dice Cardan, alzando un anillo de oro de su plato—. Veo que
mi pez tiene algo en su vientre.
—Y el mío —dice una cortesana al otro lado, recogiendo una sola perla
brillante tan grande como la uña de un pulgar. Ella se ríe con deleite—. Un
regalo del mar.
Cada pez plateado contiene un tesoro. Los cocineros son llamados,
pero dan negativas vacilantes, jurando que los peces fueron atrapados
frescos y alimentados con nada más que hierbas por los mágicos de la
cocina. Frunzo el ceño a mi plato, a las cuentas de vidrio de mar que
encuentro bajo las branquias de mi pez.
Cuando alzo la mirada, Locke sostiene una sola moneda de oro, quizás
parte de una carga perdida de un barco mortal.
—Te veo mirándolo fijamente —dice Nicasia, sentada a mi lado. Esta
noche lleva un vestido de encaje dorado. Su cabello de turmalina oscuro
está recogido con dos peinetas de oro en forma de mandíbulas de tiburones,
completado con dientes dorados.
—Quizás solo estoy mirando las baratijas y oro con que tu madre
piensa que puede comprar el favor de la Corte —digo.
Ella recoge una de las violetas de mi plato y la pone delicadamente en
su lengua.
—Perdí el amor de Cardan por las palabras sencillas y los besos más
fáciles de Locke, azucarados como estas flores —dice—. Tu hermana perdió
tu amor para conseguir el de Locke, ¿verdad? Pero todos sabemos lo que
perdiste.
—¿Locke? —Me rio—. Vaya alivio.
Frunce el ceño.
—Claramente no es al mismo Rey Supremo a quien mirabas.
—Claro que no —repito, pero no la miro a los ojos.
—¿Sabes por qué no le contaste a nadie mi secreto? —pregunta—.
Quizás te dices que disfrutas teniendo algo en mi contra. Pero en realidad,
creo que sabías que nadie te creería. Pertenezco a este mundo. Tú no. Y lo
sabes.
—Ni siquiera perteneces a la tierra, princesa del mar —le recuerdo. Y,
sin embargo, no puedo evitar recordar cómo el Consejo Viviente dudó de mí.
No puedo evitar cómo sus palabras se arrastran bajo mi piel.
Alguien en quien confías ya te ha traicionado.
—Este nunca será tu mundo, mortal —dice.
—Esto es mío —digo, el enojo haciéndome temeraria—. Mi tierra y mi
rey. Y protegeré a ambos. Di lo mismo, adelante.
—Él no puede amarte —me dice, su voz de pronto frágil.
A ella obviamente no le agrada la idea de que reclame a Cardan,
obviamente sigue encaprichada con él y es igual de obvio que no tiene idea
de qué hacer al respecto.
—¿Qué quieres? —pregunto—. Solo estoy sentada aquí, ensimismada
en mis asuntos, comiendo mi cena. Eres la que vino a mí. Eres la que me
está acusando de… ni siquiera estoy segura de qué.
—Dime lo que tienes sobre él —dice Nicasia—. ¿Cómo lo engañaste
para ponerte como su mano derecha, a ti, a quien despreciaba y denigraba?
¿Cómo es que te escucha?
—Te lo diré, si me dices algo a cambio. —Me giro hacia ella, dándole
toda mi atención. He estado desconcertada por el pasadizo secreto en el
palacio, por la mujer en el cristal.
—Te he dicho todo lo que estoy dispuesta a… —comienza Nicasia.
—No eso. La madre de Cardan —digo, interrumpiéndola—. ¿Quién
era? ¿Dónde está?
Intenta cambiar su sorpresa a burla.
—Si son tan buenos amigos, ¿por qué no le preguntas?
—Nunca dije que fuéramos amigos.
Un sirviente con una boca llena de dientes afilados y alas de mariposa
en su espalda trae el siguiente platillo. El corazón de un ciervo, poco cocido
y relleno con avellanas tostadas. Nicasia elige la carne y la rasga, sangre
corriendo por sus dedos.
Se pasa la lengua sobre sus dientes rojos.
—Ella no era nadie, solo una chica de las Cortes inferiores. Eldred
nunca la hizo una consorte, incluso luego de haberle dado un hijo.
Parpadeo con evidente sorpresa.
Parece insufriblemente complacida, como si el hecho de no saberlo
haya probado de una vez y para siempre lo inadecuada que soy.
—Ahora es tu turno.
—¿Quieres saber qué hice para que me subiera de posición? —
pregunto, inclinándome hacia ella, lo bastante cerca como para que pueda
sentir la calidez de mi aliento—. Lo besé en la boca y, luego, amenacé con
besarlo un poco más si no hacía exactamente lo que yo deseaba.
—Mentirosa —sisea.
—Si son tan buenos amigos —digo, repitiendo sus propias palabras
con maliciosa satisfacción—, ¿por qué no le preguntas?
Su mirada va hacia Cardan, su boca manchada de rojo con la sangre
del corazón, la corona en su frente. Parecen ser iguales, un par de
monstruos. Él no mira, ocupado escuchando al laudista que ha compuesto,
en ese instante, una oda alegre sobre su mandato.
Mi rey, pienso para mis adentros. Pero solo por un año y un día, y ya
han pasado cinco meses.
Traducido por Naomi Mora

Corregido por Flochi

atterfell me está esperando cuando regreso a mis


habitaciones, sus ojos de escarabajo desaprobadores
mientras recoge los pantalones del Rey Supremo de mi
sofá.
—Entonces, así es como has estado viviendo —se queja la pequeña
duendecilla—. Un gusano en el capullo de una mariposa.
Algo sobre ser regañada es reconfortantemente familiar, pero eso no
significa que me guste. Me doy la vuelta para que no pueda ver mi vergüenza
por lo desordenado que he dejado que las cosas se pongan. Sin mencionar
lo que parece que he estado haciendo, y con quién.
Jurada al servicio de Madoc hasta que pagara una vieja deuda de
honor, Tatterfell no podría haber venido aquí sin su conocimiento. Puede
que me haya cuidado desde que era niña, me cepillara el pelo, me remendara
los vestidos y ensartara las bayas de serbal para evitar que me encantaran,
pero es Madoc quien tiene su lealtad. No es que no crea que me quería, a su
manera, pero nunca lo he confundido con amor.
Suspiro. Los sirvientes del castillo habrían limpiado mis habitaciones
si los hubiera dejado, pero luego se darían cuenta de mis extraños horarios
y podrían hojear mis papeles, sin mencionar mis venenos. No, mejor cerrar
la puerta y dormir en la inmundicia.
La voz de mi hermana viene de mi habitación.
—Has vuelto temprano. —Saca la cabeza, levantando algunas
prendas.
Alguien en quien confías ya te ha traicionado.
—¿Cómo entraste? —pregunto. Mi llave giró, encontró resistencia. Los
mecanismos se movieron. Me han enseñado el humilde arte de abrir
cerraduras, y aunque no soy ninguna prodigio, al menos puedo decir cuándo
una puerta está cerrada con llave en primer lugar.
—Oh —dice Taryn, y se ríe—. Me hice pasar por ti y obtuve una copia
de tu llave.
Quiero patear una pared. Seguramente todos saben que tengo una
hermana gemela. Seguramente todos saben que los mortales pueden mentir.
¿Alguien no debería haber hecho al menos una pregunta que podría
encontrar difícil de responder antes de entregar el acceso a las habitaciones
del palacio? Para ser justos, sin embargo, yo misma he mentido una y otra
vez y me he salido con la mía. Apenas puedo resentir a Taryn por hacer lo
mismo.
Es mi mala suerte que esta noche sea cuando decide irrumpir, con la
ropa de Cardan esparcida sobre mi alfombra y un montón de sus
sangrientos vendajes todavía sobre una mesa baja.
—Convencí a Madoc para que regalara el resto de la deuda de
Tatterfell —anuncia Taryn—. Y te he traído todos tus abrigos, vestidos y
joyas.
Miro a los ojos de tinta de la duendecilla.
—Quieres decir que Madoc la tiene espiando para él.
Los labios de Tatterfell se levantan y me recuerda lo fuerte que
pellizca.
—¿No eres una chica astuta y desconfiada? Deberías estar
avergonzada, diciendo tal cosa.
—Estoy agradecida por las veces que fuiste amable —le digo—. Si
Madoc me ha entregado tu deuda, considera que se pagó hace mucho
tiempo.
Tatterfell frunce el ceño con tristeza.
—Madoc perdonó la vida de mi amante cuando pudo haberla tomado
por derecho. Le prometí cien años de mi servicio y ese momento está por
terminar. No deshonraré mi voto al pensar que se puede descartar con un
gesto de tu mano.
Me pican sus palabras.
—¿Lamentas que te haya enviado?
—Todavía no —dice, y vuelve al trabajo.
Me dirijo a mi habitación, recogiendo los trapos ensangrentados de
Cardan antes de que Tatterfell lo pueda hacer. Cuando paso junto al hogar,
los arrojo a las llamas. El fuego se enciende.
—Entonces —le pregunto a mi hermana—, ¿qué me trajiste?
Señala mi cama, donde ha extendido mis cosas viejas sobre mis
sábanas recién arrugadas. Es extraño ver la ropa y las joyas que no he
tenido en meses, las cosas que Madoc compró para mí, las cosas que aprobó
Oriana. Túnicas, batas, artículos de lucha, jubones. Taryn incluso trajo la
bata casera que solía usar para escabullirme por Hollow Hall y la ropa que
usábamos cuando nos escabullíamos al mundo mortal.
Cuando lo miro todo, veo a una persona que soy yo y no lo soy. Una
niña que iba a clases y no pensaba que las cosas que estaba aprendiendo
serían tan importantes. Una chica que quería impresionar al único padre
que conocía, que quería un lugar en la Corte, que todavía creía en el honor.
Ya no estoy segura que entre en estas ropas.
Aun así, las cuelgo en mi armario, junto a mis dos jubones negros y
un solo par de botas altas.
Abro una caja con mis joyas. Pendientes que me regalaron por
cumpleaños, un brazalete dorado, tres anillos: uno con un rubí que Madoc
me regaló en una luna de sangre, uno con su escudo que ni siquiera
recuerdo haber recibido y uno delgado de oro que era un regalo de Oriana.
Collares de piedra de luna tallada, trozos de cuarzo, hueso tallado. Deslizo
el anillo de rubí en mi mano izquierda.
—Y traje algunos bocetos —dice, sacando un bloc de papel y
sentándose con las piernas cruzadas en mi cama. Ninguna de las dos somos
grandes artistas, pero sus dibujos de ropa son fáciles de entender—. Quiero
llevarlos a mi sastre.
Me ha imaginado con muchas chaquetas negras con cuellos altos, las
faldas cortadas en los costados para facilitar el movimiento. Los hombros se
ven como si estuvieran blindados y, en algunos casos, dibujó lo que parece
ser una sola funda de metal brillante.
—Pueden medirme a mí —dice—. Ni siquiera tendrás que ir a las
pruebas.
Le doy una larga mirada. A Taryn no le gustan los conflictos. Su
manera de lidiar con todo el terror y la confusión en nuestras vidas ha sido
volverse inmensamente adaptable, como una de esas lagartijas que cambia
de color para adaptarse a su entorno. Es la persona que sabe qué ponerse
y cómo comportarse, porque estudia a las personas con cuidado y las imita.
Es buena para escoger la ropa para enviar un determinado mensaje,
incluso si el mensaje de sus dibujos parece ser “Aléjate de mí o te cortaré la
cabeza”, y no es que no crea que quiera ayudarme, pero el esfuerzo que ha
puesto en esto, especialmente porque su propio matrimonio es inminente,
parece extraordinario.
—Está bien —le digo—. ¿Qué quieres?
—¿Qué quieres decir? —pregunta, toda inocencia.
—Quieres que volvamos a ser amigas —le digo, deslizándome hacia
una dicción más moderna con ella—. Lo aprecio. Quieres que vaya a tu boda,
lo que es genial, porque quiero estar allí. Pero esto… esto es demasiado.
—Puedo ser amable —dice, pero no encuentra mis ojos.
Espero. Durante un largo momento, ninguna de las dos habla. Sé que
vio la ropa de Cardan tirada en el suelo. No preguntar de inmediato sobre
eso debería haber sido mi primera pista de que quería algo.
—Bien. —Suspira—. No es muy importante, pero hay algo de lo que
quiero hablarte.
—No me digas —le digo, pero no puedo evitar sonreír.
Me lanza una mirada de vasta molestia.
—No quiero que Locke sea el Maestro de Festejos.
—Ya somos dos.
—¡Pero podrías hacer algo al respecto! —Taryn enrolla sus manos en
sus faldas—. Locke anhela experiencias dramáticas. Y como Maestro de
Festejos, puede crear estas… ni siquiera sé cómo llamarlas, historias. Él no
piensa tanto en una fiesta como comida, bebidas y música, sino en una
dinámica que podría crear conflicto.
—Está bien… —digo, intentando imaginar lo que eso significa para la
política. Nada bueno.
—Quiere ver cómo reaccionaré a las cosas que él hace —dice.
Es verdad. Quiso saber, por ejemplo, si Taryn lo amaba lo suficiente
como para dejar que me cortejara mientras ella permanecía a su lado,
silenciosa y sufriendo. Creo que él había estado interesado en descubrir lo
mismo sobre mí, pero resulté ser muy quisquillosa.
Continúa.
—Y Cardan. Y los Círculos de la Corte. Ya ha estado hablando con las
Alondras y Estorninos, encontrando sus debilidades, descubriendo qué
disputas puede hacer y cómo.
—Locke podría hacerles un favor a las Alondras —le digo—. Darles
una balada que escribir. —En cuanto a los Estorninos, si puede competir
con sus orgías, creo que debería hacerlo, aunque soy lo suficientemente
inteligente como para no decir eso en voz alta.
—La forma en que habla, por un momento, todo parece ser divertido,
incluso si es una idea terrible —dice Taryn—. Él siendo el Maestro de
Festejos va a resultar horrible. Tomará amantes y estará lejos de mí. Y lo
odiaré. Jude, por favor. Haz algo. Sé que quieres decir que me lo dijiste, pero
no me importa.
Tengo problemas más grandes, quiero decirle.
—Madoc casi seguramente diría que no tienes que casarte con él. Vivi
diría eso, también, apuesto. De hecho, apuesto a que lo han hecho.
—Pero me conoces demasiado bien como para molestarte. —Sacude
su cabeza—. Cuando estoy con él, me siento como la heroína de una
historia. De mi historia. Cuando no está allí, las cosas no se sienten bien.
No sé qué decir a eso. Podría señalar que Taryn parece ser la que está
inventando la historia, asignando a Locke el papel del protagonista y de ella
misma como el interés romántico que desaparece cuando no está en la
página.
Pero sí recuerdo estar con Locke, sintiéndome especial, elegida y
bonita. Ahora, pensando en ello, me siento tonta.
Supongo que podría ordenarle a Cardan que le quitara el título a
Locke, pero a Cardan le molestaría que usara mi poder para algo tan
mezquino y personal. Me haría parecer débil. Y Locke se daría cuenta que
quitarle el título fue culpa mía, ya que no he hecho de mi disgusto un
secreto. Sabría que tengo más poder sobre Cardan que lo que tendría
sentido.
Y todo de lo que se quejaba Taryn todavía sucedería. Locke no necesita
ser el Maestro de los Festejos del Rey Supremo para meterse en este tipo de
problemas; el título solo le permite manejarlo en una escala mayor.
—Voy a hablar con Cardan al respecto —miento.
Su mirada se dirige a donde su ropa estaba esparcida por mi piso y
sonríe.
Traducido por Brendy Eris

Corregido por Flochi

medida que se acerca la Luna del Cazador, aumenta el


nivel de libertinaje en el palacio. El tenor de las fiestas
cambia, se vuelven más frenéticas, más salvajes. Ya no es
necesaria la presencia de Cardan para dicha licencia.
Ahora que los rumores lo pintan como alguien que
dispararía a una amante por deporte, su leyenda crece a partir de ahí.
Recuerdos de sus días más jóvenes: de la forma en que montó un
caballo en nuestras lecciones, las peleas que tuvo, las crueldades que
cometió, son guardados. Cuanto más horrible es la historia, más se aprecia.
Las hadas pueden no ser capaces de mentir, pero las historias crecen aquí
como lo hacen en cualquier lugar, alimentadas por la ambición, la envidia y
el deseo.
Por las tardes, paso sobre cuerpos dormidos en los pasillos. No todos
son cortesanos. Los sirvientes y los guardias parecen haber sido presa de la
misma energía salvaje y se los puede encontrar abandonando sus deberes
al placer. Los mágicos desnudos corren a través de los jardines de Elfhame,
y los abrevaderos que antes se utilizaban para regar caballos ahora corren
con vino.
Me reuní con Vulciber, buscando más información sobre Bajo el mar,
pero no tiene ninguna. A pesar de saber que Nicasia intentaba cebarme,
repaso la lista de personas que pueden haberme traicionado. Me preocupo
por quién y con qué fin, sobre la llegada del embajador de Lord Roiben, sobre
cómo extender mi contrato sobre el trono de un año y un día. Estudio mis
papeles pudriéndose, bebo mis venenos y planeo mil bloqueos para los
golpes que tal vez nunca lleguen.
Cardan se ha trasladado a las antiguas habitaciones de Eldred y las
habitaciones con el piso quemado están prohibidas desde el interior. Si le
incomoda dormir donde dormía su padre, no da señales. Cuando llego, él
está descansando despreocupadamente mientras los sirvientes sacan
tapices y divanes para dejar espacio para una nueva cama tallada según sus
especificaciones.
No está solo. Un pequeño círculo de cortesanos está con él, algunos
que no conozco, además de Locke, Nicasia y mi hermana, actualmente
rosadas con vino y riendo en la alfombra ante el fuego.
—Vayan —les dice cuando me ve en el umbral.
—Pero, Majestad —comienza una niña. Es toda crema y oro, en un
vestido azul claro. Largas antenas pálidas se elevan desde los bordes
exteriores de sus cejas—. Seguramente las noticias tan aburridas que su
senescal trae requerirán el antídoto de nuestra alegría.
He pensado cuidadosamente en ordenar a Cardan. Demasiadas
órdenes y él se enojaría con ellas, muy pocas y las esquivaría fácilmente.
Pero me alegro de haberme asegurado de que nunca me negara la admisión.
Estoy especialmente contenta de que él nunca pueda revocarme.
—Estoy seguro que les devolveré la llamada bastante rápido —dice
Cardan y los cortesanos salen alegremente. Uno de ellos lleva una jarra,
obviamente robada del mundo mortal y llena hasta el borde con vino. YO
GOBIERNO, se lee. Locke me lanza una mirada curiosa. Mi hermana agarra
mi mano mientras sale, apretándola esperanzadamente.
Voy a una silla y me siento sin esperar una invitación. Quiero
recordarle a Cardan que sobre mí, no tiene autoridad.
—El festejo de la Luna del Cazador es mañana por la noche —le digo.
Se extiende en una silla frente a la mía, mirándome con sus ojos
negros como si yo fuera lo único de lo que tener cautela.
—Si deseas conocer detalles, deberías haber mantenido a Locke
detrás. Yo sé poco. Es otra de mis actuaciones. Me arriesgaré mientras
conspiras.
—Orlagh de Bajo del mar te está mirando…
—Todo el mundo me está mirando —dice Cardan, los dedos
jugueteando inquietamente con su anillo de sello, dándole vueltas y vueltas
de nuevo.
—Parece que no te importa —le digo—. Tú mismo dijiste que no odias
ser rey. Tal vez incluso lo estés disfrutando.
Me mira con suspicacia.
Trato de darle una sonrisa genuina a cambio. Espero poder ser
convincente. Necesito ser convincente.
—Ambos podemos tener lo que queremos. Puedes gobernar por
mucho más de un año. Todo lo que tienes que hacer es extender tu voto.
Déjame mandarte por una década, por una veintena de años, y juntos…
—Creo que no —dice, interrumpiéndome—. Después de todo, sabes lo
peligroso que sería tener a Oak sentado en mi lugar. Es solo un año mayor
de lo que era. No está listo. Y sin embargo, en solo unos pocos meses,
tendrás que ordenarme que renuncie a favor de él o que haga un arreglo que
requiera que confiemos entre nosotros, en lugar de confiar en ti sin la
esperanza de que confíes en mí a cambio.
Estoy furiosa conmigo misma por pensar que podría estar de acuerdo
en mantener las cosas como están.
Me muestra su sonrisa más dulce.
—Quizás entonces puedas ser mi senescal en serio.
Aprieto mis dientes. Una vez, una posición tan grande como senescal
hubiera estado más allá de mis sueños más salvajes. Ahora parece una
humillación. El poder es infeccioso. El poder es codicioso.
—Ten cuidado —le digo—. Puedo hacer que los meses que quedan
pasen lentamente.
Su sonrisa no vacila.
—¿Alguna otra orden? —pregunta. Debería decirle más sobre Orlagh,
pero la idea de jactarse sobre su oferta es más de lo que puedo soportar. No
puedo dejar que ese matrimonio suceda, y en este momento no quiero ser
molestada por ello.
—No bebas hasta morir mañana —le digo—. Y ten cuidado con mi
hermana.
—Taryn parecía lo suficientemente bien esta noche —dice—. Rosa en
sus mejillas y alegría en sus labios.
—Vamos a estar seguros de que siga estando así —le digo.
Sus cejas se levantan.
—¿Quieres que la seduzca para alejarla de Locke? Ciertamente podría
intentarlo. No prometo nada en el camino de los resultados, pero podría
encontrar diversión en el intento.
—No, no, absolutamente no, no hagas eso —le digo, y no examino el
pico de pánico que sus palabras provocan—. Me refiero a tratar de evitar
que Locke se comporte de la peor manera cuando ella está cerca, eso es
todo.
Entorna los ojos.
—¿No deberías alentar todo lo contrario?
Tal vez sería mejor para Taryn descubrir la infelicidad con Locke lo
antes posible. Pero ella es mi hermana y nunca quiero ser la causa de su
dolor. Sacudo la cabeza.
Hace un vago gesto en el aire.
—Como desees. Tu hermana estará envuelta en tela de satén y tela de
saco, tan protegida de sí misma como yo puedo hacerla.
Me pongo de pie.
—El Consejo quiere que Locke componga un poco de diversión para
complacer a Grimsen. Si es bueno, tal vez el herrero te haga una copa que
nunca se quede sin vino.
Cardan me lanza una mirada hacia arriba a través de sus pestañas
que me resulta difícil interpretar y luego se levanta también. Toma mi mano.
—Nada es más dulce —dice, besando el dorso—, pero eso es poco
probable.
Mi piel enrojece, caliente e incómoda.
Cuando salgo, su pequeño círculo está en el pasillo, esperando a que
se les permita regresar a sus habitaciones. Mi hermana se ve un poco
mareada, pero cuando me ve, pega una sonrisa amplia y falsa. Uno de los
chicos ha puesto un poco de ritmo en la música, tocándola una y otra vez,
cada vez más rápido. Su risa inunda el pasillo, sonando como el graznido
de los cuervos.

Cruzando el palacio, paso por una cámara donde se han reunido unos
pocos cortesanos. Allí, tostando una anguila en las llamas de una enorme
chimenea, sentado en una alfombra, está el viejo Poeta y Senescal de la
Corte Superior del Rey Eldred, Val Moren.
Los artistas y músicos hadas se sientan a su alrededor. Desde la
muerte de la mayor parte de la familia real, se ha encontrado en el centro
de una de las facciones de la Corte, el Círculo de Alondras. Las zarzas están
enrolladas en su cabello y canta suavemente para sí mismo. Es mortal, como
yo. También es probable que esté enojado.
—Ven a beber con nosotros —dice uno de los Alondras, pero declino.
—Bonita, bonita Jude. —Las llamas bailan en los ojos de Val Moren
cuando mira en mi dirección. Comienza a quitar la piel quemada y comer la
suave carne blanca de la anguila. Entre bocados, habla—: ¿Por qué no has
venido a pedirme consejo?
Se dice que fue el amante del Rey Supremo Eldred, una vez. Ha estado
en la corte desde mucho antes que mis hermanas y yo estuviéramos aquí. A
pesar de eso, nunca hizo causa común de nuestra mortalidad. Nunca
intentó ayudarnos, nunca intentó acercarse a nosotros para hacernos sentir
menos solas.
—¿Tienes alguno?
Me mira y mete uno de los ojos de la anguila en su boca. Éste es
depositado, reluciente, sobre su lengua. Luego traga.
—Tal vez. Pero importa poco.
Estoy tan cansada de acertijos.
—Déjame adivinar. Porque cuando te pida consejo, ¿no me lo vas a
dar?
Se ríe, un sonido seco y hueco. Me pregunto cuántos años tiene. Bajo
la zarza, parece un hombre joven, pero los mortales no envejecerán mientras
no abandonen Elfhame. Aunque no puedo ver la edad en las arrugas en su
rostro, puedo verlo en sus ojos.
—Oh, te daré el mejor consejo que alguien te haya dado. Pero no le
prestarás atención.
—Entonces, ¿para qué eres bueno? —exijo, a punto de dar la vuelta.
No tengo tiempo para interpretar algunas líneas de versos inútiles.
—Soy un excelente malabarista —dice, limpiándose las manos en los
pantalones, dejando las manchas detrás. Se mete la mano en el bolsillo y
saca una piedra, tres bellotas, un trozo de cristal y lo que parece ser un
hueso de los deseos—. El malabarismo, ya ves, es simplemente lanzar dos
cosas al aire al mismo tiempo.
Comienza a tirar las bellotas de un lado a otro, luego agrega el hueso
de la suerte. Algunas de las alondras se dan codazos, susurrando
encantados.
—No importa cuántas cosas agregues, solo tienes dos manos, así que
solo puedes lanzar dos cosas. Solo tienes que lanzar más y más rápido, más
alto y más alto. —Agrega la piedra y el cristal, las cosas vuelan entre sus
manos lo suficientemente rápido como para que sea difícil ver lo que está
lanzando. Tomo una respiración.
Entonces todo cae, estrellándose contra el suelo de piedra. El cristal
se rompe. Una de las bellotas rueda cerca del fuego.
—Mi consejo —dice Val Moren—, es que aprendas a hacer malabares
mejor que yo, senescal.
Por un largo momento, estoy tan enojada que no puedo moverme. Me
siento incandescente con eso, traicionada por la única persona que debería
entender lo difícil que es ser lo que somos aquí.
Antes de hacer algo de lo que me arrepentiré, giro sobre mis talones y
me alejo.
—Te dije que no seguirías mi consejo —grita detrás de mí.
Traducido por Anna y Flopy

Corregido por Vickyra

a noche de la Luna del Cazador, toda la corte se mueve a


Milkwood, donde los árboles están envueltos por masas de
seda cubriéndolos que parecen, a mis ojos mortales, nada
más que sacos de huevos de polillas, o quizás cenas
envueltas de arañas.
Locke ha hecho construir una estructura de piedras planas de la
misma forma que sería una pared, en la forma áspera de un trono. Una
enorme losa de roca sirve como respaldo, con una piedra ancha para el
asiento. Se alza sobre la arboleda. Cardan se sienta en ella, con la corona
brillando en su frente. La hoguera cercana quema salvia y milenrama. Por
un momento distorsionado, parece más grande que él mismo, movido hacia
el mito, el verdadero Rey Supremo de la Tierra de las Hadas y el títere de
nadie.
El temor disminuye mi paso, el pánico sigue a mis talones.
Un rey es un símbolo viviente, un corazón palpitante, una estrella sobre
la cual está escrito el futuro de Elfhame. Seguramente habrás notado que
desde que comenzó su reinado, las islas son diferentes. Las tormentas llegan
más rápido. Los colores son un poco más vivos, los olores son más nítidos.
Cuando él se emborracha, sus súbditos se emborrachan sin saber por qué.
Cuando su sangre cae, las cosas crecen.
Solo espero que no vea nada de esto en mi cara. Cuando estoy frente
a él, inclino la cabeza, agradecida por una excusa para no encontrarme con
sus ojos.
—Mi rey —digo.
Cardan se levanta del trono, desabrochando una capa hecha
completamente de brillantes plumas negras. Un nuevo anillo destella en su
dedo meñique, una piedra roja que atrapa las llamas de la hoguera. Un
anillo muy familiar. Mi anillo.
Recuerdo que tomó mi mano en sus aposentos.
Aprieto mis dientes, robando una mirada a mi propia mano desnuda.
Me robó el anillo. Lo robó y no me di cuenta. La Cucaracha le enseñó a hacer
eso.
Me pregunto si Nicasia consideraría eso como una traición. Seguro
que se siente como una.
—Camina conmigo —dice, tomando mi mano y guiándome entre la
multitud. Hobs y grigs, piel verde y marrón, alas rasgadas y prendas
esculpidas de corteza; todos los mágicos de Elfhame han salido esta noche
con sus mejores galas. Pasamos a un hombre con un abrigo con hojas
doradas cosidas y otro con un chaleco de cuero verde con una gorra que se
enrolla como un helecho. Las mantas cubren el suelo y se apilan con
bandejas de uvas del tamaño de puños y cerezas rubí brillantes.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunto mientras Cardan me dirige
hacia el borde del bosque.
—Me resulta tedioso que haya una acotación a todas mis
conversaciones —dice—. Quiero que sepas que tu hermana no está aquí esta
noche. Me aseguré de ello.
—Entonces, ¿qué tiene planeado Locke? —pregunto, no queriendo
estar agradecida y negándome a felicitarlo por su juego de manos—.
Ciertamente ha apostado su reputación esta noche.
Cardan hace una mueca.
—No preocupo mi bonita cabeza con ese tipo de cosas. Ustedes son
los que se supone que deben estar haciendo el trabajo. Como la hormiga en
la fábula que trabaja en la tierra mientras el saltamontes canta todo el
verano.
—Y no tiene nada para el invierno —le digo.
—No necesito nada —dice, sacudiendo la cabeza, burlándose con
tristeza—. Soy el Rey del Maíz, después de todo, para ser sacrificado para
que el pequeño Oak pueda ocupar mi lugar en la primavera.
En lo alto, los orbes se han encendido y brillan con una luz cálida y
mágica a medida que se desplazan por el aire de la noche, pero sus palabras
envían un escalofrío de temor a través de mí.
Lo miro a los ojos. Su mano se desliza hacia mi cadera, como si
pudiera acercarme más. Durante un momento confuso y estúpido, algo
parece brillar en el aire entre nosotros.
Bésame hasta que me harte de ello.
Él no intenta besarme, por supuesto. No le han disparado, no está
delirando por una bebida, no está lleno de suficiente odio hacia sí mismo.
—No deberías estar aquí esta noche, pequeña hormiga —dice,
dejándome ir—. Regresa al palacio. —Luego se está alejando entre la
multitud. Los cortesanos se inclinan al pasar. Unas pocas, las más
descaradas, agarran su abrigo, coquetean, tratan de empujarlo al baile.
Y él, quien una vez arrancó el ala de la espalda de un niño porque no
se inclinaba, ahora permite toda esta familiaridad con una risa.
¿Qué ha cambiado? ¿Es diferente porque lo he obligado a serlo? ¿Es
porque está lejos de Balekin? ¿O no es en absoluto diferente y solo estoy
viendo lo que quiero ver?
Todavía siento la cálida presión de sus dedos contra mi piel. Algo está
realmente mal conmigo, querer lo que odio, querer a alguien que me
desprecia, incluso si también me quiere. Mi único consuelo es que no sabe
lo que siento.
Sea cual sea el libertinaje que Locke haya planeado, debo quedarme
para encontrar al representante de la Corte de Termitas. Cuanto antes mi
favor a su Lord Roiben sea descartado, antes tendré una deuda menos sobre
mi cabeza. Además, apenas pueden ofenderme más de lo que lo hacen.
Cardan regresa al trono mientras Nicasia llega con Grimsen, con un
alfiler de polilla sosteniendo su capa.
Grimsen comienza un discurso que sin duda es halagador y saca algo
de un bolsillo. Parece un pendiente, una sola gota, que Cardan levanta a la
luz y admira. Supongo que ha hecho su primer objeto mágico al servicio de
Elfhame.
En el árbol a la izquierda de ellos, veo al hob con cara de búho, Boca
de Dragón, parpadeando hacia abajo. Aunque no puedo verlos, el Fantasma
y varios espías más están cerca, observando el festejo desde una distancia
suficiente para que, si se realiza un movimiento, estarán allí.
Un músico parecido a un centauro con el cuerpo de un ciervo se ha
presentado, uno que lleva una lira tallada en forma de duendecillo y sus
alas forman la curva superior del instrumento. Está encordelado con lo que
parece ser hilo de muchos colores. El músico comienza a tocar, la figura
tallada a cantar.
Nicasia se acerca al lugar donde está sentado el herrero. Lleva un
vestido púrpura que es azul pavo real cuando atrapa la luz. Su cabello está
tejido en una trenza que rodea su cabeza, y en su frente hay una cadena de
la que cuelgan docenas de cuentas en violeta, azul y ámbar.
Cuando Grimsen se gira hacia ella, su expresión se relaja. Arrugo la
frente.
Los malabaristas comienzan a lanzar al aire una serie de objetos,
desde ratas vivas hasta espadas brillantes. Vino y tortas de miel se pasan
alrededor.
Finalmente, veo a Dulcamara de la Corte de las Termitas, su cabello
rojo como amapolas enroscado y una espada de dos manos atada a su
espalda, un vestido plateado flotando a su alrededor. Me acerco, intentando
no lucir intimidada.
—Bienvenida —le digo—. ¿A qué debemos el honor de su visita? ¿Ha
encontrado tu rey algo que pueda hacer…?
Ella me interrumpe con una mirada hacia Cardan.
—Lord Roiben quiere que sepas que incluso en las Cortes menores,
escuchamos cosas.
Por un momento, mi mente pasa por un inventario ansioso de todas
las cosas que Dulcamara pudo haber escuchado, luego recuerdo que los
mágicos habían estado susurrando que Cardan le había disparado a una de
sus amantes para su propia diversión. El Tribunal de Termitas es uno de
las pocas Cortes que tiene miembros tanto de Seelie como Unseelie; no estoy
segura si les importaría la cortesana herida o solo la posibilidad de un Rey
Supremo inestable.
—Incluso sin mentirosos, todavía puede haber mentiras —digo con
cuidado—. Cualesquiera que sean los rumores que escuchaste, puedo
explicar lo que realmente sucedió.
—¿Por qué debería creerte? Creo que no. —Sonríe—. Podemos pedir
nuestra deuda en cualquier momento que queramos, niña mortal. Lord
Roiben puede enviarme a ti, por ejemplo, para que sea tu guardia personal.
—Me estremezco. Guardia obviamente significa espía—. O quizás pidamos
prestado a su herrero, Grimsen. Podría hacer a Lord Roiben una espada que
corte a través de los juramentos.
—No he olvidado mi deuda. De hecho, esperaba que me permitieras
pagarla ahora —digo, sacando mi plena autoridad—. Pero Lord Roiben no
debería olvidar…
Me interrumpe con un gruñido.
—Veo que no olvides. —Con eso, se marcha, dejándome pensar en
todas las cosas más inteligentes que debería haber dicho. Todavía tengo una
deuda con la Corte de Termitas y todavía no tengo forma de extender mi
poder sobre Cardan. Todavía no tengo idea de quién podría haberme
traicionado o qué hacer con Nicasia.
Al menos esta fiesta no parece particularmente peor que cualquier
otra, por toda la fanfarronería de Locke. Me pregunto si podría ser posible
para mí hacer lo que Taryn quiere y conseguir que sea sacado como Maestro
de Festejos, después de todo, solo por ser aburrido.
Como si Locke pudiera leer mis pensamientos, junta las manos,
silenciando a la multitud. La música tartamudea hasta detenerse, y con ella
el baile y el malabarismo, incluso la risa.
—Tengo otro entretenimiento para ustedes —dice—. Es hora de
coronar a un monarca esta noche. La Reina de la Alegría.
Uno de los laudistas toca una alegre improvisación. Hay risas
dispersas de la audiencia.
Un escalofrío me recorre. He oído hablar del juego, aunque nunca lo
he visto. Es bastante simple: robar a una niña mortal, emborracharla con
vino de hadas, adulación y besos, luego convencerla de que está siendo
honrada con una corona, todo el tiempo lanzando insultos en su
inconsciente cabeza.
Si Locke ha traído a una chica mortal para divertirse a expensas de
ella, tendrá que lidiar conmigo. Lo arremeteré contra las rocas negras de
Insweal para que las sirenas lo devoren.
Mientras sigo pensando eso, Locke dice:
—Pero seguramente solo un rey puede coronar a una reina.
Cardan se levanta del trono, bajando las piedras para estar junto a
Locke. Su larga y emplumada capa se desliza tras él.
—Entonces, ¿dónde está ella? —pregunta el Rey Supremo con las
cejas levantadas. No parece divertido y tengo la esperanza de que termine
esto antes de que comience. ¿Qué posible satisfacción podría encontrar en
el juego?
—¿No has adivinado? Hay solo un mortal entre nuestra compañía —
dice Locke—. Bueno, nuestra Reina de la Alegría no es otra que Jude Duarte.
Por un momento, mi mente queda completamente en blanco. No
puedo pensar. Luego veo la sonrisa de Locke y los rostros sonrientes de los
Mágicos de la Corte y todos mis sentimientos se convierten en miedo.
—Vamos a aclamarla —dice Locke.
Gritan en sus voces inhumanas y tengo que sofocar el pánico. Miro a
Cardan y encuentro algo peligroso brillando en sus ojos: no tendré ninguna
compasión allí.
Nicasia sonríe con júbilo, y junto a ella, el herrero, Grimsen, está
claramente entretenido. Dulcamara, al borde del bosque, mira para ver qué
haré.
Supongo que Locke ha hecho algo bien al fin. Prometió al Rey
Supremo que se deleitaría y estoy completamente segura que Cardan está
completamente deleitado.
Podría ordenarle que detenga lo que suceda a continuación. Él
también lo sabe, lo que significa que supone que odiaré lo que está a punto
de hacer, pero no lo suficiente como para ordenarlo y revelarlo todo.
Por supuesto, hay un montón que debo soportar antes de hacer eso.
Te vas a arrepentir de esto. No digo las palabras, pero miro a Cardan
y las pienso con tanta fuerza que se siente como si estuviera gritando.
Locke hace una señal, y un grupo de duendecillos viene trayendo un
horrible vestido andrajoso, junto con una corona de ramas. Colocados en la
corona improvisada hay unos asquerosos hongos pequeños, del tipo que
produce un polvillo de olor putrefacto.
Maldigo en voz baja.
—Nueva vestimenta para nuestra nueva reina —dice Locke.
Hay algunas risas dispersas y jadeos de sorpresa. Esto es un juego
cruel, hecho para las chicas mortales cuando están hechizadas y no saben
que se están riendo de ellas. Esa es la diversión, su estupidez. Se deleitan
por vestidos que parecen elegantes para ellas. Se regocijan ávidamente sobre
coronas que parecen relucir con joyas. Se desmayan ante la promesa de
verdadero amor.
Gracias a los cambios del Príncipe Dain, el glamour de las hadas no
funciona conmigo, pero incluso si lo hicieran, cada miembro de la Corte
espera que la senescal humana del Rey Supremo esté usando un dije de
protección, una trenza de bayas de serbal, un pequeño bulto de roble,
cenizas y ramas con espinas. Saben que puedo ver lo que Locke está
dándome realmente.
La Corte me observa con ansias, conteniendo su respiración. Estoy
segura que nunca han visto antes una Reina de la Alegría que sabía que se
estaban burlando de ella. Esto es un nuevo tipo de juego.
—Dinos que piensas de nuestra dama —pregunta Locke a Cardan
fuertemente, con una extraña sonrisa.
La expresión del Rey Supremo se endurece, solo para suavizarla un
momento después cuando se gira hacia la Corte.
—He tenido problemas muy seguido por soñar con Jude —dice, con
voz audible—. Su rostro aparece prominentemente en mi pesadilla más
frecuente.
Los cortesanos ríen. Calor inunda mi rostro porque les está diciendo
un secreto y usando ese secreto para burlarse de mí.
Cuando Eldred era el Rey Supremo, sus fiestas eran formales, pero
un nuevo Rey Supremo no es solo una renovación de la tierra, sino de la
Corte en sí. Puedo decir que él los divierte con sus caprichos y su crueldad.
Fui una tonta por haber creído que es diferente de lo que siempre ha sido.
—Algunos de entre nosotros no creen que los mortales sean hermosos.
De hecho, algunos de ustedes podrían jurar que Jude es fea.
Por un momento, me pregunto si quiere que esté lo suficientemente
furiosa para ordenarle que se detenga y revelar nuestro trato a la Corte. Pero
no, es solo que con mi corazón retumbando en mi cabeza, apenas puedo
pensar.
—Pero creo que es solo que su belleza es… única. —Cardan se detiene
por más risas de la multitud, una mayor burla—. Insoportable. Alarmante.
Angustiante.
—Tal vez necesita un nuevo vestido para sacar a relucir su verdadera
belleza —dice Locke—. Lo más fino para alguien tan fina.
Los duendecillos se mueven para colocar el andrajoso vestido
harapiento sobre el mío para el deleite de los mágicos.
Más risas. Todo mi cuerpo se siente caliente. Parte de mí quiere huir,
pero estoy atrapada por el deseo de mostrarles que no puedo ser intimidada.
—Esperen —digo, levantando mi voz lo suficiente para que sea
ensordecedora. Los duendecillos vacilan. La expresión de Cardan es ilegible.
Me inclino y sujeto el dobladillo, luego me quito el vestido que estoy
usando por encima de mi cabeza. Es algo simple, sin corsé y sin ganchos y
es igual de simple sacarlo. Me quedo en medio de la fiesta en mi ropa
interior. Retándolos a que digan algo. Desafiando a Cardan a que hable.
—Ahora estoy lista para ponerme mi nuevo vestido —digo. Hay
algunas ovaciones, como si no entendieran que el juego es humillación.
Locke, sorprendentemente, parece encantado.
Cardan se acerca a mí, su mirada devorándome. No estoy segura de
poder soportar que me humille de nuevo. Afortunadamente, parece haberse
quedado sin palabras.
—Te odio —susurro antes de que pueda hablar.
Me sujeta la barbilla, inclinando mi rostro hacia el suyo.
—Dilo otra vez —dice mientras los duendecillos peinan mi cabello y
colocan la horrible corona apestosa en mi cabeza. Su voz es baja. Sus
palabras son solo para mí.
Me suelto de su agarre, pero no antes de ver su expresión. Se ve como
lo hizo cuando fue forzado a responder mis preguntas, cuando admitió que
me deseaba. Luce como si se estuviese confesando.
Un rubor atraviesa mi cuerpo, confundiéndome porque estoy furiosa
y avergonzada. Volteo mi cabeza.
—Reina de la Alegría, hora de tu primer baile —dice Locke,
empujándome hacia la multitud.
Dedos con garras rodean mis brazos. Risas inhumanas suenan en mis
oídos mientras la música comienza. Cuando el baile comienza nuevamente,
estoy en él. Mis pies golpean la tierra al ritmo de los tambores, mi corazón
se acelera con el sonido de una flauta. Soy girada, pasada de mano en mano
por la multitud. Empujada y zarandeada, pellizcada y magullada.
Intento ir en contra de la compulsión de la música, intento separarme
del baile, pero no puedo. Cuando intento arrastrar mis pies, manos me
arrastran hasta que la música me atrapa nuevamente. Todo se convierte en
un salvaje borrón de sonido y telas volando, de ojos brillantes y dientes
demasiado afilados.
Estoy perdida en él, fuera de control, como si fuera una niña otra vez,
como si no hubiera hecho un trato con Dain y envenenado a mí misma y
robado el trono. Esto no es un glamour. No puedo dejar de bailar, no puedo
hacer que mi cuerpo deje de moverse incluso mientras mi terror aumenta.
No me voy a detener. Bailaré hasta que el cuero de mis zapatos se desgaste,
bailaré hasta que mis pies sangren, bailaré hasta colapsar.
—¡Dejen de tocar! —exclamo tan fuerte como puedo, el pánico
haciendo que mi voz suene casi como un grito—. ¡Como su Reina de la
Alegría, como la senescal del Rey Supremo, me permitirán elegir el baile!
Los músicos se detienen. Los pasos de los bailarines se ralentizan.
Quizás es solo un momento de descanso, pero no estaba segura de poder
lograr eso siquiera. Estoy temblando de furia, miedo y el esfuerzo de luchar
contra mi propio cuerpo.
Me enderezo, pretendiendo con el resto de ellos que estoy vestida
elegantemente y no con harapos.
—Tengamos un baile —digo, intentando imaginar la manera en que
mi madrastra, Oriana, hubiera dicho las palabras. Por primera vez, mi voz
suena exactamente como quiero, llena de autoridad—. Y lo bailaré con mi
rey, quien me ha llenado de cumplidos y regalos esta noche.
La Corte me observa con sus relucientes ojos húmedos. Estas son
palabras que podrían esperar que la Reina de la Alegría diga, las que estoy
segura muchos mortales han dicho antes bajo diferentes circunstancias.
Espero que les ponga nerviosos saber que estoy mintiendo.
Después de todo, si el insulto hacia mí es señalar que soy mortal,
entonces esto es mi respuesta: vivo aquí, también, y conozco las reglas.
Quizás las conozco incluso mejor que ustedes que nacieron en ellas, pero yo
tuve que aprender. Quizás las conozco mejor que ustedes porque tienen más
margen para romperlas.
—¿Bailarías conmigo? —pregunto a Cardan, sumergiendo en una
reverencia, ácido en mi voz—. Creo que eres tan hermoso como crees que lo
soy.
Un siseo recorre la multitud. He marcado un punto en Cardan y la
Corte no está segura de como sentirse al respecto. Les gustan cosas
extrañas, como sorpresas, pero quizás se están preguntando si les gustará
esta.
Aun así, parecen fascinados por mi pequeña actuación.
La sonrisa de Cardan es ilegible.
—Será un placer —dice cuando los músicos comienzan a tocar
nuevamente. Me toma en sus brazos.
Hemos bailado una vez, en la coronación del Príncipe Dain. Antes de
que los asesinatos comenzaran. Antes de haber tomado prisionero a Cardan
amenazándolo con un cuchillo. Me pregunto si está pensando en eso cuando
me hace girar por el Milkwood.
Él puede no ser muy bueno con una espada, pero como prometió a la
hija de la bruja, es un gran bailarín. Lo dejo guiarme en pasos que sin duda
yo hubiera fallado. Mi corazón está acelerado y mi piel está sudorosa.
Polillas de papel vuelan sobre nuestras cabezas, dando vueltas como
si fueran trágicamente atraídas a la luz de las estrellas.
—Lo que sea que me hagas —digo, demasiado enfadada para
quedarme callada—, puedo hacerte algo peor.
—Oh —dice, sus dedos apretados en los míos—. No pienses que olvidé
eso por un momento.
—Entonces, ¿por qué? —pregunto.
—¿Crees que planeé tu humillación? —Se ríe—. ¿Yo? Eso suena como
trabajo.
—No me importa si lo hiciste o no —digo, demasiado enfadada para
comprender mis sentimientos—. Solo me importa que lo disfrutaras.
—¿Y por qué no debería disfrutar verte humillada? Me tendiste una
trampa —dice—. Me tomaste por un tonto y ahora soy el Rey de los Tontos.
—El Rey Supremo de los tontos —digo, con desdén en mi voz. Nuestras
miradas se encuentran, y hay un mutuo entendimiento de que nuestros
cuerpos están presionados demasiado cerca. Soy consciente de mi piel, el
sudor resbalando en mi labio, de mis muslos el uno contra el otro. Estoy
consciente de la calidez de su cuello bajo mis dedos, del roce áspero de su
cabello y cómo quiero sumergir mis manos en éste. Inhalo su aroma: musgo,
roble y cuero. Observo su peligrosa boca y la imagino sobre la mía.
Todo esto está mal. A nuestro alrededor, la fiesta se reanuda. Algunos
de la Corte miran hacia nosotros, porque algunos de la Corte siempre miran
al Rey Supremo, pero el juego de Locke está terminando.
Regresa al palacio, había dicho Cardan y yo ignoré la advertencia.
Pienso en la expresión de Locke mientras Cardan habló, el entusiasmo
en su rostro. No era a mí a quien estaba mirando. Por primera vez me
pregunto si mi humillación fue circunstancial, la carnada de su anzuelo.
Dinos que piensas de nuestra dama.
Para mi inmenso alivio, al final del baile, los músicos se detienen
nuevamente, mirando al Rey Supremo por instrucciones.
Me alejo de él.
—Estoy exhausta, Su Majestad. Me gustaría tu permiso para
retirarme.
Por un momento, me pregunto qué voy a hacer si Cardan no me
autoriza. He emitido muchas órdenes, pero ninguna acerca de herir mis
sentimientos.
—Eres libre de irte o quedarte, como quieras —dice Cardan
magnánimamente—. La Reina de la Alegría es bienvenida a donde sea que
vaya.
Me alejo de él y salgo de la fiesta tropezándome para apoyarme contra
un árbol, respirando el frío aire marítimo. Mis mejillas están calientes, mi
rostro está ardiendo.
En el borde del Milkwood, observo las olas golpeando contra las rocas
negras. Luego de un momento, noto formas en la arena, como si sombras se
movieran solas. Pestañeo nuevamente. No son sombras. Selkies, emergiendo
del mar. Una veintena, al menos. Se quitan sus elegantes abrigos de piel de
foca y alzan sus espadas de plata.
Bajo el Mar ha venido a la fiesta del Cazador de la Luna.
Traducido por Brendy Eris

Corregido por Flochi

e apresuro a regresar, rasgándome el vestido largo con


espinas y zarzas en mi prisa. Voy inmediatamente al
miembro más cercano de la guardia. Parece sobresaltado
cuando corro, sin aliento, todavía vestida con los harapos
de la Reina de la Alegría.
—Bajo del mar —me las arreglo para decir—. Selkies. Están viniendo.
Protege al rey.
Él no duda, no duda de mí. Llama a sus caballeros y se mueve para
flanquear el trono. Cardan mira su movimiento con confusión, y luego con
una breve y brillante chispa de pánico. Sin duda, está recordando cómo
Madoc ordenó a los guardias rodear el estrado en la ceremonia de
coronación del Príncipe Dain, justo antes de que Balekin comenzara a
asesinar personas.
Antes de que pueda explicar, desde Milkwood salen los selkies, sus
cuerpos elegantes y desnudos, excepto por largas cuerdas de algas y perlas
alrededor de sus gargantas. El sonido de los instrumentos cesa. La risa se
desvanece.
Alcanzando mi muslo, saco el cuchillo largo enfundado allí.
—¿Qué es esto? —exige Cardan, poniéndose de pie.
Una selkie hembra se inclina y se aleja hacia un lado. Detrás de ellos
viene la Aristocracia de Bajo el Mar. Caminando sobre piernas que no estoy
segura que hayan tenido una hora antes, recorren la arboleda con vestidos,
dobletes y calzas empapados, y no parecen nada desconcertados. Se ven
feroces incluso en sus galas.
Mis ojos buscan en la multitud por Nicasia, pero ni ella ni el herrero
están allí. Locke se sienta en uno de los brazos del trono, mirando a todo el
mundo como si diera por sentado que si Cardan es el Rey Supremo,
entonces serlo no puede ser tan especial.
—Su Majestad —dice un hombre de piel gris con un abrigo que parece
estar hecho de la piel de un tiburón. Tiene una voz extraña, una que parece
ronca por la falta de uso—. Orlagh, Reina de Bajo el Mar, nos envía un
mensaje para el Rey Supremo. Denos permiso para hablar.
El semicírculo de caballeros alrededor de Cardan se tensa.
Cardan no responde de inmediato. En cambio, se sienta.
—Bajo el mar es bienvenido en este festejo de la Luna del Cazador.
Bailen. Beban. Que nunca se diga que no somos anfitriones generosos, ni
siquiera para los huéspedes no invitados.
El hombre se arrodilla, pero su expresión no es para nada humilde.
—Su generosidad es grande. Y, sin embargo, no podemos participar
en ella hasta que se haya entregado el mensaje de nuestra señora. Debe
escucharnos.
—¿Debo? Muy bien —dice el Rey Supremo luego de un momento. Él
hace un gesto airoso—. ¿Qué tiene que decir ella?
El hombre de piel gris llama a una chica con un vestido azul mojado,
con el pelo recogido en trenzas. Cuando abre la boca, veo que sus dientes
son delgados, viciosamente puntiagudos y extrañamente translúcidos. Ella
entona las palabras en una canción:
El Mar un novio necesita,
La Tierra una novia necesita.
Únanse así no se enfrentan
a la creciente marea.
Rechaza al Mar una vez,
Tu sangre tendremos.
Rechaza al Mar dos veces,
Tu arcilla tendremos.
Rechaza al Mar tres veces,
Tu corona desaparecerá.
Los Mágicos de la tierra, cortesanos y peticionarios, sirvientes y la
aristocracia, se quedan boquiabiertos ante las palabras.
—¿Es eso una propuesta? —pregunta Locke. Creo que quiere hablar
para que solo Cardan lo escuche, pero en el silencio, su voz se escucha.
—Una amenaza, me temo —responde Cardan. Fulmina con la mirada
a la joven, al hombre de piel gris, a todos—. Has entregado tu mensaje. No
tengo ni un poco de versos para devolver, mi propia culpa por tener un
senescal que no puede interpretar dos papeles como mi Poeta de la Corte,
pero me aseguraré de arrugar un poco de papel y tirarlo al agua cuando lo
haga.
Por un momento, todos permanecen como estaban, exactamente en
sus lugares.
Cardan aplaude, asustando a los mágicos del mar.
—¿Y bien? —grita—. ¡Bailen! ¡Diviértanse! ¿No es para eso que
vinieron?
Su voz resuena con autoridad. Ya no se parece al Rey Supremo de
Elfhame; suena como el Rey Supremo.
Un escalofrío de premonición me atraviesa.
Los cortesanos de Bajo el Mar, con sus ropas empapadas y brillantes
perlas, lo observan con ojos pálidos y fríos. Sus rostros son lo
suficientemente inexpresivos que no puedo decir si sus gritos los
molestaron. Pero cuando la música vuelve a empezar, se toman las manos
unidas del otro y se lanzan al festejo, para saltar y hacer cabriolas como si
esto fuera algo que hicieran por placer bajo las olas.
Mis espías han permanecido ocultos a través de este encuentro. Locke
se aleja del trono para dar vueltas con dos selkies en su mayoría desnudas.
Nicasia no se ve por ninguna parte, y cuando busco a Dulcamara, tampoco
puedo verla. Vestida como estoy, no puedo soportar hablar con nadie en
calidad oficial. Rasgo la corona apestosa de mi cabeza y la arrojo a la hierba.
Pienso en sacarme el vestido desgarrado, pero antes de que pueda
decidir hacerlo, Cardan me hace un gesto con la mano para que me acerque
al trono.
No me inclino. Esta noche, después de todo, soy una gobernante por
derecho propio. La reina de la Alegría, que no se está riendo.
—Pensé que te estabas yendo —espeta.
—Y pensé que la Reina de la Alegría era bienvenida donde quiera que
ella vaya —le susurro.
—Reúne al Consejo Viviente en mis habitaciones en el palacio —me
dice, con voz fría, remota y real—. Me uniré a ti tan pronto como pueda
escapar.
Asiento y estoy a medio camino entre la multitud cuando me doy
cuenta de dos cosas: una, él me dio una orden; Y dos, lo obedecí.

Una vez en el palacio, envío páginas para convocar al Consejo. Le


envío a Boca de Dragón un mensaje para que mis espías descubran a dónde
se ha ido Nicasia. Habría pensado que estaría disponible para escuchar la
respuesta de Cardan, pero dado que no estaba lo suficientemente segura
sobre los sentimientos de él como para dispararle a una amante rival, tal
vez esté renuente a escucharlo.
Incluso si ella cree que la elegiría en vez de ir a una guerra, eso no
significa mucho.
En mis habitaciones, me quito la ropa rápidamente y me lavo. Quiero
deshacerme del perfume de las setas, el hedor del fuego y la humillación. Se
siente como una bendición tener mi ropa vieja allí. Me pongo un vestido
marrón oscuro, demasiado simple para mi posición actual pero al mismo
tiempo reconfortante. Recojo mi cabello con una severidad despiadada.
Tatterfell ya no está cerca, pero es obvio que lo ha estado. Mis
habitaciones están ordenadas, mis cosas planchadas y colgadas.
Y puesto en mi tocador, una nota dirigida a mí: Del Gran General del
Ejército del Rey Supremo para el Senescal de Su Majestad.
Lo rasgo. La nota es más corta que lo que está escrito en el sobre:
Ven a la sala de guerra inmediatamente. No esperes al Consejo.
Mi corazón palpita débilmente. Considero fingir que no recibí el
mensaje y simplemente no ir, pero eso sería una cobardía.
Si Madoc aún tiene esperanzas de llevar a Oak al trono, no puede
permitir que se produzca un matrimonio con Bajo el mar. No tiene por qué
saber que, al menos en esto, estoy completamente de su lado. Esta es una
buena oportunidad para que muestre su mano.
Y así, me dirijo a regañadientes a su sala de guerra. Es familiar; jugué
aquí de niña, debajo de una gran mesa de madera cubierta por un mapa de
la Tierra de las Hadas, con pequeñas figuras talladas para representar a sus
Cortes y ejércitos. Sus “muñecas”, como las llamaba Vivi.
Cuando entro, lo encuentro con poca luz. Solo unas pocas velas arden
en un escritorio al lado de unas pocas sillas rígidas.
Recuerdo haber leído un libro acurrucada en una de esas sillas,
mientras a mi lado se tramaban violentos complots.
Mirando hacia arriba desde la misma silla, Madoc se levanta y me
hace un gesto para que me siente frente a él, como si fuéramos iguales. Está
siendo curiosamente cuidadoso conmigo.
En el tablero de estrategia, solo hay unas pocas figuras. Orlagh y
Cardan, Madoc y una figura que no reconozco hasta que la estudio más
detenidamente. Soy yo a quien miro, en madera tallada. Senescal. Jefa de
espías. Hacedora de reyes.
De repente tengo miedo de lo que he hecho para llegar a ese tablero.
—Recibí tu nota —le digo, acomodándome en una silla.
—Después de esta noche, pensé que finalmente estarías
reconsiderando algunas de las decisiones que tomaste —dice.
Empiezo a hablar, pero levanta una mano con garras para detener mis
palabras.
—Si fuera tú —continúa—, mi orgullo podría llevarme a fingir lo
contrario. Los mágicos no pueden decir mentiras, como sabes, no con
nuestras lenguas. Pero podemos engañar. Y somos tan capaces de
autoengañarnos como cualquier mortal.
Me duele que sepa que fui coronada reina de la Alegría y que la Corte
se rio de mí.
—¿No crees que sé lo que estoy haciendo?
—Bueno —dice con cuidado—, no con certeza. Lo que veo es que te
estás humillando con el príncipe más pequeño y tonto. ¿Te prometió algo?
Me muerdo el interior de mi mejilla para evitar gritarle. No importa lo
mal que ya me sienta, si me considera tonta, entonces debo ser una tonta.
—Soy senescal del Rey Supremo, ¿o no?
Es difícil disimular con la risa de la Corte aún resonando en mis oídos.
Con el polvo sucio de esos hongos todavía en mi cabello y el recuerdo de las
palabras desagradables de Cardan.
Insoportable. Alarmante. Angustiante.
Madoc suspira y extiende las manos delante de él.
—Me guste o no, siempre y cuando Cardan use la Corona de Sangre,
es mi rey. Soy devoto a él con tanta certeza como lo fui con su padre, sin
duda alguna como lo habría sido con Dain o incluso con Balekin. La
oportunidad que se presentó en la coronación, la oportunidad de cambiar el
rumbo del destino, la perdí.
Hace una pausa. Aunque lo expresa, el significado es el mismo. La
oportunidad se perdió porque se la robé. Soy la razón por la que Oak no es
el Rey Supremo y Madoc no está usando su influencia para rehacer Elfhame
a su imagen.
—Pero tú —dice Madoc—, que no estás atada a tus palabras. Cuyas
promesas pueden ser renunciadas…
Pienso en lo que me dijo después de la última reunión del Consejo
Viviente, mientras caminábamos: ningún juramento te ata. Si te arrepientes
de tu movimiento, haz otro. Todavía hay juegos por jugar. Veo que ha elegido
este momento para explayarse sobre el tema.
—Quieres que traicione a Cardan —le digo, solo para aclarar las cosas.
Se para y me invita a la mesa de estrategia.
—No sé qué conocimiento tienes de la Reina de Bajo el Mar de parte
de su hija, pero una vez, Bajo el mar fue un lugar muy parecido a la tierra.
Tenía muchos feudos, con muchos gobernantes entre los selkies y la gente
del agua.
»Cuando Orlagh llegó al poder, persiguió a cada uno de los
gobernantes más pequeños y los asesinó, por lo que todo Bajo el Mar solo le
respondería a ella. Todavía hay algunos gobernantes del mar que no ha
puesto debajo de su pulgar, algunos demasiado poderosos y otros más
remotos. Pero si casa a su hija con Cardan, puedes estar segura que
presionará a Nicasia para que haga lo mismo en la tierra.
—¿Asesinar a los dirigentes de las Cortes más pequeñas? —pregunto.
Sonríe.
—De todas las Cortes. Quizás al principio parezca una serie de
accidentes, o unas pocas órdenes insensatas. O tal vez será otro baño de
sangre.
Lo estudio con cuidado. Después de todo, el último baño de sangre
fue, al menos parcialmente, obra suya.
—¿Y no estás de acuerdo con la filosofía de Orlagh? ¿Habrías hecho
lo mismo si fueras el poder detrás del trono?
—No lo habría hecho en nombre del mar —dice—. Ella quiere tener la
tierra como su vasallo. —Alcanza la mesa y toma una pequeña estatuilla,
una tallada para representar a la reina Orlagh—. Ella cree en la paz forzada
del gobierno absoluto.
Miro el tablero.
—Querías impresionarme —dice—. Adivinaste, con razón, que no
vería tu verdadero potencial hasta que me superaras. Considérame
impresionado, Jude. Pero sería mejor para los dos dejar de pelearnos y
concentrarnos en nuestro interés común: el poder.
Eso pende en el aire siniestramente. Un cumplido entregado en forma
de amenaza. Continúa:
—Pero ahora, vuelve a mi lado. Vuelve antes de que me mueva contra
ti en serio.
—¿Qué aspecto tiene volver? —pregunto.
Me da una mirada evaluadora, como si se preguntara cuánto decir en
voz alta.
—Tengo un plan. Cuando llegue el momento, puedes ayudarme a
implementarlo.
—¿Un plan que no te ayudé a hacer y sobre el que no me contarás
mucho? —pregunto—. ¿Qué pasa si estoy más interesada en el poder que
ya tengo?
Sonríe, mostrando sus dientes.
—Entonces, supongo que no conozco muy bien a mi hija. Porque la
Jude que conocí cortaría el corazón de ese chico por lo que te hizo esta
noche.
Ante la vergüenza de tener el festejo arrojado a mi cara, le espeto:
—Me dejaste humillar en la Tierra de las Hadas desde que era una
niña. Has dejado que los mágicos me hagan daño, se rieran de mí y me
mutilen. —Levanto la mano con la punta del dedo que falta, donde uno de
sus propios guardias lo mordió completamente. Otra cicatriz está en su
centro, de donde Dain me obligó a pasar una daga a través de mi mano—.
He sido encantada y llevada a un festejo, llorando y sola. Por lo que puedo
decir, la única diferencia entre esta noche y todas las demás noches en las
que sufrí indignidades sin quejarme es que esas te beneficiaron, y cuando
soporto esto, me beneficia a mí.
Madoc se ve sacudido.
—No lo sabía.
—No querías saber —respondo.
Vuelve la vista hacia el tablero, hacia las piezas que hay en él, hacia
la pequeña figura que me representa.
—Ese argumento es un buen golpe, directo a mi hígado, pero no estoy
tan seguro que lo haga tan bien como un bloqueo. El chico es indigno…
Habría seguido hablando, pero la puerta se abre y Randalin está allí,
mirando atentamente, sus ropas de estado parecen puestas
apresuradamente.
—Oh, ustedes dos. Bien. La reunión está por comenzar. Apresúrense.
Cuando comienzo a seguirlo, Madoc agarra mi brazo. Su voz es baja.
—Intentaste decirnos que esto iba a suceder. Todo lo que te pido esta
noche es que utilices tu poder como senescal para bloquear cualquier
alianza con Bajo el mar.
—Sí —digo, pensando en Nicasia, Oak y todos mis planes—. Eso te lo
puedo garantizar.
Traducido por Brendy Eris

Corregido por Flochi

l Consejo Viviente se reúne en las enormes recámaras del


Rey Supremo, alrededor de una mesa con el símbolo de la
línea Greenbriar, flores y espinas con raíces enrolladas.
Nihuar, Randalin, Baphen y Mikkel están sentados,
mientras Fala está en medio del piso cantando una pequeña canción:
Pececitos. Pececitos. Levantándose.
Cásate con un pez y la vida será dulce.
Fríela en una sartén y los huesos arráncale.
La sangre de pescado es gélida arriba de un trono.
Cardan está desparramado en un sofá cercano con un estilo
dramático, desdeñando la mesa por completo.
—Esto es ridículo. ¿Dónde está Nicasia?
—Debemos discutir esta oferta —dice Randalin.
—¿Oferta? —se burla Madoc, tomando asiento—. Por la forma en que
se entregó, no estoy seguro de cómo podría casarse con la chica sin parecer
que la tierra temía al mar y capituló ante sus demandas.
—Tal vez fue una pequeñez torpe —dice Nihuar.
—Es hora de que nos preparemos —dice Madoc—. Si guerra es lo que
ella quiere, es guerra lo que le daremos. Sacaré la sal del mar antes de dejar
que Elfhame tiemble por la ira de Orlagh.
Guerra, exactamente a lo que temía que Madoc nos apurara, y sin
embargo, ahora llega sin su instigación.
—Bueno —dice Cardan, cerrando los ojos como si fuera a dormir una
siesta allí—. No hay necesidad de que haga nada entonces.
El labio de Madoc se crispa. Randalin se ve un poco descompuesto.
Durante tanto tiempo, quiso a Cardan en las reuniones del Consejo Viviente,
pero ahora no está seguro de qué hacer con su verdadera presencia.
—Podrías tomar a Nicasia como tu consorte en lugar de tu novia —
dice Randalin—. Ponle un heredero a ella para que gobierne sobre la tierra
y el mar.
—¿Ahora no voy a casarme por orden de Orlagh, solo reproducirme?
—exige Cardan.
—Quiero escuchar lo que Jude tiene que decir —dice Madoc, para mi
enorme sorpresa.
El resto del Consejo se vuelve hacia mí. Parecen completamente
desconcertados por las palabras de Madoc. En las reuniones, mi único valor
ha sido como un conducto entre ellos y el Rey Supremo. Ahora, con su
representación de sí mismo, podría ser una de las pequeñas figuras de
madera en un tablero de estrategia por lo que todos esperan que hable.
—¿Para qué? —quiere saber Randalin.
—Porque no la hemos escuchado antes. Nos dijo que la Reina de Bajo
el Mar se iba a mover en contra de la tierra. Si la hubiéramos escuchado,
ahora no estaríamos luchando por una estrategia.
Randalin hace una mueca.
—Eso es cierto —dice Nihuar, como si estuviera intentando pensar en
una manera de explicar esta inquietante señal de competencia.
—Quizás ella nos diga qué más sabe —dice Madoc.
Las cejas de Mikkel se elevan.
—¿Hay más? —pregunta Baphen.
—¿Jude? —pregunta Madoc.
Sopeso mis siguientes palabras.
—Como dije, Orlagh se ha estado comunicando con Balekin. No sé
qué información le ha transmitido a ella, pero el mar envía gente a la tierra
con regalos y mensajes para él.
Cardan se ve sorprendido y claramente infeliz. Me doy cuenta que no
le dije nada sobre Balekin y Bajo el Mar, a pesar de informar al Consejo.
—¿Sabías sobre Nicasia también? —pregunta.
—Yo, uh… —comienzo, hundiéndome.
—A ella le gusta mantener su propio consejo en el Consejo —dice
Baphen con una mirada astuta.
Como si fuera mi culpa que ninguno de ellos me escuchara.
Randalin tiene una mirada intensa.
—Nunca explicaste cómo aprendiste nada de esto.
—Si me preguntas si tengo secretos, podría preguntarte lo mismo —
le recuerdo—. Anteriormente, no estabas interesado en ninguno de los míos.
—Príncipe de la tierra, príncipe bajo las olas —dice Fala—. Príncipe
de las prisiones, príncipe de los granujas.
—Balekin no es un estratega —dice Madoc, que es lo más cercano a
admitir que estuvo detrás de la ejecución de Eldred como lo ha hecho
siempre—. Sin embargo, es ambicioso. Y orgulloso.
—Rechaza al mar una vez, tu sangre tendremos —dice Cardan—. Ese
es Oak, me imagino.
Madoc y yo compartimos una mirada rápida. Lo único en lo que
estamos de acuerdo es que Oak será mantenido a salvo. Me alegra que esté
lejos de aquí, sobre la tierra firme, con espías y caballeros cuidándolo. Pero
si Cardan tiene razón acerca de lo que significa la frase, me pregunto si
necesitará más protección que esa.
—Si Bajo el mar planea robar a Oak, entonces tal vez le prometieron
la corona a Balekin —dice Mikkel—. Es más seguro que haya solo dos en la
línea de sangre, cuando se necesita uno para coronar al otro. Tres es
superfluo. Tres es peligroso.
Que es una manera indirecta de decir que alguien debería matar a
Balekin antes de que intente asesinar a Cardan.
Tampoco me importaría ver muerto a Balekin, pero Cardan ha estado
obstinadamente en contra de la ejecución de su hermano. Pienso en las
palabras que me dijo en la Corte de las Sombras: puede que esté corrompido,
pero mi única virtud es que no soy un asesino.
—Tomaré eso en consideración, asesores —dice Cardan—. Ahora,
quiero hablar con Nicasia.
—Pero aún no hemos decidido… —dice Randalin, alejándose cuando
ve la mirada abrasadora que Cardan le dirige.
—Jude, ve a buscarla —dice el Rey Supremo de Elfhame. Otra orden.
Me levanto, rechinando los dientes y voy hacia la puerta. El Fantasma
me está esperando.
—¿Dónde está Nicasia? —pregunto.
Resulta que la han puesto en mis habitaciones, con la Cucaracha. Su
vestido de color gris paloma está ordenado sobre mi diván como si estuviera
posando para una pintura. Me pregunto si la razón por la que se apresuró
fue para poder cambiarse de ropa para esta audiencia.
—Mira lo que sopló el viento —dice cuando me ve.
—El Rey Supremo requiere tu presencia —le digo.
Me da una extraña sonrisa y se levanta.
—Si solo fuera cierto.
Bajamos por el pasillo, los caballeros la observan pasar. Se ve
majestuosa y miserable a la vez, y cuando las enormes puertas de los
apartamentos de Cardan se abren, entra con la cabeza alta.
Mientras estaba fuera, un sirviente trajo té. Está en remojo en una
tetera en el centro de una mesa baja. Una taza humea en la jaula de los
delgados dedos de Cardan.
—Nicasia —dice arrastrando la palabra—. Tu madre ha enviado un
mensaje para nosotros dos.
Ella frunce el ceño, observando a los otros consejeros, la falta de una
invitación a sentarse y la falta de una oferta para tomar el té.
—Este era su plan, no el mío.
Él se inclina hacia adelante, ya no tiene sueño ni está aburrido, pero
cada poco de él es el terrorífico señor de las hadas, con los ojos vacíos e
incalculablemente poderoso.
—Quizás, pero sabías que ella lo haría, puedo apostar. No juegues
conmigo. Nos conocemos demasiado bien para hacer trucos.
Nicasia baja la mirada, las pestañas rozan sus mejillas.
—Ella desea un tipo diferente de alianza. —Tal vez el Consejo pueda
verla como mansa y humilde, pero no soy tan tonta.
Cardan se para, arrojando su taza de té contra la pared, donde se
rompe.
—Dile a la Reina de Bajo el mar que si me vuelve a amenazar,
encontrará a su hija como prisionera en lugar de mi novia.
Nicasia se ve afectada.
Randalin finalmente encuentra su voz.
—No es una reunión para tirar cosas a la hija de Bajo el Mar.
—Pequeña pececita —dice Fala—, quítate las piernas y aléjate
nadando.
Mikkel suelta una carcajada.
—No debemos apresurarnos —dice Randalin sin poder hacer nada—.
Princesa, deja que el Rey Supremo tome más tiempo para considerar.
Me preocupaba que Cardan se divirtiera, se sintiera halagado o se
sintiera tentado. En cambio, está claramente furioso.
—Déjame hablar con mi madre. —Nicasia mira alrededor de la sala, a
los concejales, a mí, antes de que parezca decidir que no va a persuadir a
Cardan para que nos haga marchar. Hace la siguiente mejor cosa, volviendo
su mirada solo hacia él y hablando como si no estuviéramos allí—. El mar
es severo y también lo son los métodos de la reina Orlagh. Ella exige cuándo
debe solicitar, pero no significa que no haya sabiduría en lo que ella quiere.
—¿Te casarías conmigo, entonces? ¿Atar el mar a la tierra y atarnos
juntos en la miseria? —Cardan la mira con todo el desprecio que una vez
reservó para mí. Se siente como si el mundo se hubiera vuelto del revés.
Pero Nicasia no retrocede. En cambio, da un paso más cerca.
—Seríamos leyendas —le dice ella—. Las leyendas no necesitan
preocuparse por algo tan pequeño como la felicidad.
Y luego, sin esperar a que la despidan, se da vuelta y sale. Sin que se
les ordene, los guardias se separan para dejarla pasar.
—Ah —dice Madoc—. Esa se comporta como si ya fuera reina.
—Fuera —dice Cardan, y luego, cuando nadie reacciona, hace un
gesto salvaje en el aire—. ¡Afuera! Afuera. Estoy seguro que desean seguir
deliberando como si no estuviera en la sala, así que hágalo donde no esté.
Vayan y no me molesten más.
—Su perdón —dice Randalin—. Solo nos referíamos a…
—¡Fuera! —dice, en cuyo punto incluso Fala se dirige a la puerta.
—Excepto Jude —llama—. Tú, espera un momento.
Tú. Me vuelvo hacia él, la humillación de la noche todavía caliente en
mi piel. Pienso en todos mis secretos y planes, y en lo que significará si
vamos a la guerra con Bajo el mar, lo que he arriesgado y lo que ya se ha
perdido para siempre.
Dejo que los demás se vayan, esperando a que salga el último del
Consejo Viviente.
—Dame una orden otra vez —digo—, y te mostraré la verdadera
vergüenza. Los juegos de Locke parecerán nada para lo que te obligue a
hacer.
Con eso, sigo a los demás al pasillo.

En la Corte de las Sombras, considero qué movimientos son posibles.


Asesinar a Balekin. Mikkel no se equivocó de que haría más difícil que
Bajo el mar arrancara la corona de la cabeza de Cardan.
Casar a Cardan con alguien más. Pienso en Madre Marrow y casi me
arrepiento de interferir. Si Cardan tuviera a la hija de una bruja como novia,
tal vez Orlagh no se hubiera involucrado en tal unión marcial.
Por supuesto, habría tenido otros problemas.
Un dolor de cabeza comienza detrás de mis ojos. Froto mis dedos sobre
el puente de mi nariz.
Con la boda de Taryn tan cerca, Oak estará aquí en pocos días. No me
gusta la idea de ello con la amenaza de Orlagh cerniéndose sobre Elfhame.
Es una pieza demasiado valiosa en el tablero de estrategias, demasiado
necesaria para Balekin, demasiado peligrosa para Cardan.
Recuerdo la última vez que vi a Balekin, la influencia que tuvo sobre
el guardia, la forma en que se comportó como si fuera el rey en el exilio. Y
todos mis informes de Vulciber sugieren que no ha cambiado mucho. Exige
lujos, entretiene a los visitantes del mar que dejan atrás charcos y perlas.
Me pregunto qué le han dicho, qué promesas le han hecho. A pesar de la
creencia de Nicasia de que él no será necesario, debe esperar todo lo
contrario.
Y luego recuerdo otra cosa: la mujer que quería hablarme de mi
madre. Ella ha estado allí todo el tiempo, y si está dispuesta a vender un
tipo de información por su libertad, tal vez esté dispuesta a vender otra.
Cuando pienso en lo que me gustaría saber, se me ocurre cuán útil
sería enviar información a Balekin, en lugar de obtener información de él.
Si dejo que la prisionera crea que la estaba liberando temporalmente
para que me contara sobre mi madre, entonces podría dejarle algo de
información en su oído. Algo sobre Oak, algo sobre su paradero o
vulnerabilidad. Ella no mentiría cuando se lo pasara; ella creería que había
oído y dicho la verdad.
Cavilo un poco más y me doy cuenta, no, es demasiado pronto para
eso. Lo que necesito ahora es darle a la prisionera información más sencilla
que pueda transmitir, información que yo pueda controlar y verificar, para
que pueda estar segura que es una buena fuente.
Balekin quería enviarle un mensaje a Cardan. Encontraré la manera
de dejarlo.
La Corte de las Sombras ha comenzado a formalizar el trazado de
documentos sobre los habitantes de Elfhame, pero ninguno de los
pergaminos actuales trata con ningún prisionero en la Torre, excepto
Balekin. Caminando por el pasillo, voy a la oficina recién excavada de la
Bomba.
Ella está allí, lanzando dagas a un cuadro de un atardecer.
—¿No te gustó? —pregunto, señalando el lienzo.
—Me gustó lo suficiente —dice ella—. Ahora me gusta más.
—Necesito a una prisionera de la Torre del Olvido. ¿Tenemos
suficientes uniformes para vestir a algunos de nuestros nuevos reclutas?
Los caballeros de allí han visto mi cara. Vulciber puede ayudar a suavizar
las cosas, pero preferiría no arriesgarme. Es mejor falsificar algunos papeles
y hacer que salga con menos preguntas.
Ella frunce el ceño en concentración.
—¿A quién quieres?
—Hay una mujer. —Tomo un trozo de papel y la rejilla del piso de
abajo lo mejor que puedo—. Ella estaba arriba de la escalera. Aquí. Sola.
La Bomba frunce el ceño.
—¿Puedes describirla?
Me encojo de hombros.
—Cara delgada, cuernos. Bonita, supongo. Todos ustedes son bonitos.
—¿Qué tipo de cuernos? —pregunta la Bomba, inclinando su cabeza
hacia un lado como si estuviera considerando algo—. ¿Rectos? ¿Curvos?
Gesticulo hacia la parte superior de mi cabeza donde recuerdo que
estaban los de ella.
—Pequeños. Como de cabra, supongo. Y tenía una cola.
—No hay tantos mágicos en la torre —explica la Bomba—. La mujer
que estás describiendo…
—¿La conoces? —pregunto.
—Nunca le he dicho una palabra —dice la Bomba—. Pero sé quién es
ella o quién era: una de las amantes de Eldred que le engendró un hijo. Esa
es la madre de Cardan.
Traducido por Brendy Eris

Corregido por Flochi

olpeo mis uñas contra el viejo escritorio de Dain cuando la


Cucaracha lleva a la prisionera adentro.
—Su nombre es Asha —dice—. Lady Asha.
Asha es delgada y tan pálida que parece un poco
gris. No se parece mucho a la mujer sonriente que vi en el globo de cristal.
Está mirando alrededor de la habitación en un éxtasis de confusión.
Está claro que está contenta de estar lejos de la Torre del Olvido. Sus ojos
están hambrientos, empapándose de cada detalle incluso en esta habitación
algo aburrida.
—¿Cuál fue su crimen? —pregunto, minimizando mi conocimiento.
Espero que ella establezca el juego y muestre más de sí misma de esa
manera.
La cucaracha gruñe, siguiendo el juego.
—Era la consorte de Eldred, y cuando él se cansó de ella, fue arrojada
a la Torre.
Sin duda, hubo algo más que eso, pero todo lo que descubrí es que se
refería a la muerte de otra amante del Rey Supremo y, de alguna manera,
de la participación de Cardan.
—Mala suerte —le digo, señalando la silla frente a mi escritorio. A la
que, hace cinco largos meses, Cardan había sido atado—. Ven a sentarte.
Puedo ver su cara en la de ella. Comparten esos ridículos pómulos,
esa boca suave.
Ella se sienta, la mirada se vuelve bruscamente hacia mí.
—Tengo una sed poderosa.
—¿Ahora? —pregunta la Cucaracha, lamiéndose la comisura de los
labios con su lengua negra—. Tal vez una copa de vino te restauraría.
—También tengo frío —le dice ella—. Frío hasta la médula. Frío como
el mar.
La cucaracha comparte una mirada conmigo.
—Te quedas aquí con nuestra propia Reina de las Sombras y me
ocuparé del resto.
No sé qué hice para merecer un título tan extravagante y temo que se
me haya otorgado ya que uno podría otorgar a un enorme troll el apodo de
“Chiquito”, pero parece impresionarla.
La Cucaracha sale, dejándonos solas. Mi mirada lo sigue por un
momento, pensando en la Bomba y su secreto. Luego me dirijo a lady Asha.
—Dijiste que conocías a mi madre —le recuerdo, con la esperanza de
atraerla con eso, hasta que pueda averiguar cómo pasar a lo que realmente
debo saber.
Su expresión es de ligera sorpresa, como si estuviera tan distraída por
su entorno que olvidó su razón para estar aquí.
—Te pareces mucho a ella.
—Sus secretos —le pido—. Dijiste que sabías secretos sobre ella.
Finalmente, sonríe.
—A Eva le resultaba tedioso tener que prescindir de todo lo de su
antigua vida. Oh, al principio fue divertido para ella estar en la Tierra de las
Hadas, siempre lo es, pero al final se sienten nostálgicos. Solíamos
escabullirnos a través del mar para estar entre los mortales y recuperar las
pequeñas cosas que extrañaba. Barritas de chocolate ceroso. Perfume.
Pantys. Eso fue antes de Justin, por supuesto.
Justin yEva, Eva y Justin. Mi madre y mi padre. Mi estómago se
tambalea ante la idea de que son dos personas que Asha conocía mejor que
yo.
—Por supuesto —me hago eco de todos modos.
Se inclina hacia delante, sobre el escritorio.
—Te pareces a ella. Te pareces a los dos.
Y tú te pareces a él, lo pienso pero no lo digo.
—Has escuchado la historia, apostaré —dice Asha—. Cómo uno o
ambos mataron a una mujer y quemaron el cuerpo para ocultar la
desaparición de la madre de Madoc. Te podría decir sobre eso. Podría decirte
cómo sucedió.
—Te traje aquí para que pudieras hacer eso —le digo—. Así podrías
decirme todo lo que sabes.
—¿Así luego me arrojarás de vuelta a la Torre? No. Mi información
vale un precio.
Antes de que pueda responder, la puerta se abre, y la Cucaracha entra
con una bandeja llena de queso, pan integral y una taza humeante de vino
especiado. Lleva una capa sobre los hombros y, después de dejar la comida,
la pone sobre ella como una manta.
—¿Alguna otra petición? —pregunta.
—Ella estaba llegando a eso —le digo.
—Libertad —dice—. Deseo estar lejos de la Torre del Olvido, y deseo
un pasaje seguro lejos de Insmoor, Insweal e Insmire. Además, quiero tu
promesa de que el Rey Supremo de Elfhame nunca tomará conciencia de mi
liberación.
—Eldred está muerto —le digo—. No tienes nada de qué preocuparte.
—Sé quién es el Rey Supremo —corrige ella bruscamente—. Y no
quiero que me descubra una vez que esté libre.
Las cejas de la Cucaracha se levantan.
En el silencio, ella toma un gran trago de vino. Muerde un gran trozo
de queso.
Se me ocurre que Cardan muy probablemente sabe a dónde fue
enviada su madre. Si él no ha hecho nada para sacarla, mucho menos verla
desde que se convirtió en Rey Supremo, es intencional. Pienso en el niño en
el orbe de cristal y en la adoración con que la miraba, y me pregunté qué
había cambiado. Apenas recuerdo a mi madre, pero haría mucho para volver
a verla, aunque sea por un momento.
—Dime algo de valor —le digo—. Y lo consideraré.
—Así que, ¿no tengo nada hoy? —Ella quiere saber.
—¿No te hemos alimentado y te hemos vestido con nuestras propias
prendas? Además, puedes dar una vuelta por los jardines antes de regresar
a la Torre. Bebe los aromas de las flores y siente la hierba bajo tus pies —le
digo—. Permítame aclararme: no pido reminiscencias reconfortantes ni
historias de amor. Si tienes algo mejor que darme, entonces tal vez
encuentre algo para ti. Pero no creas que te necesito.
Ella pone mala cara.
—Muy bien. Había una bruja que se topó con la tierra de Madoc
cuando tu madre estaba embarazada de Vivienne. La bruja era dada a las
profecías y futuros adivinados en cáscaras de huevo. ¿Y sabes lo que dijo la
bruja? Que el hijo de Eva estaba destinado a ser un arma más poderosa de
lo que Justin jamás podría forjar.
—¿Vivi? —exijo.
—Su hijo —dice Asha—. Aunque ella debe haber pensado en el de su
vientre en ese momento. Quizás por eso se fue. Para proteger al niño del
destino. Pero nadie puede escapar al destino.
Estoy en silencio, mi boca una línea sombría. La madre de Cardan
toma otro trago de vino.
No dejaré que nada de lo que siento se muestre en mi cara.
—Todavía no es suficiente —le digo, tomando una respiración que
espero que no sea demasiado temblorosa y que se centre en pasar la
información que espero encuentre su camino a Balekin—. Si piensas en algo
mejor, puedes enviarme un mensaje. Nuestros espías vigilan las notas que
entran y salen de la Torre del Olvido, generalmente en el punto en que pasan
al palacio. Cualquier cosa que envíes, no importa a quién esté dirigida, si
deja la mano del guardia, la veremos. Será fácil que me hagas saber si tu
memoria aparece con algo de más valor.
Con eso, me levanto y salgo de la habitación. La Cucaracha me sigue
al pasillo y me pone una mano en el brazo.
Por un largo momento, me quedo allí sin decir nada intentando
ordenar mis pensamientos.
Él sacude la cabeza.
—Le hice algunas preguntas en el camino aquí. Suena como si
estuviera fascinada por la vida del palacio, enamorada del respeto del Rey
Supremo, glorificándose en el baile, el canto y el vino. Cardan se dejó mamar
por un gatito negro cuyos gatitos nacieron muertos.
—¿Sobrevivió con leche de gato? —exclamo. La Cucaracha me mira,
como si me hubiera perdido del todo el punto de su historia.
—Después de que fue enviada a la Torre, Cardan fue enviado a Balekin
—dice.
Pienso de nuevo en el orbe que sostuve en el estudio de Eldred, en
Cardan vestido con harapos, buscando la aprobación de la mujer en mi
recámara, que solo llegaba cuando era horrible. Un príncipe abandonado,
destetado con leche de gato y crueldad, salió a deambular por el palacio
como un pequeño fantasma. Pienso en mí misma, acurrucada en una torre
de Hollow Hall, viendo a Balekin encantar a un mortal para que golpee a su
hermano menor por su pobre habilidad con la espada.
—Llévala a la Torre —le digo a la Cucaracha.
Él levanta las cejas.
—¿No quieres escuchar más sobre tus padres?
—Ella obtiene demasiada satisfacción en la narración. Tendré la
información de ella sin tantas gangas. —Además, he plantado una semilla
más importante. Ahora solo tengo que ver si crece.
Él me da una media sonrisa.
—Te gusta, ¿verdad? ¿Jugar juegos con nosotros? ¿Tirando de
nuestras cuerdas y viendo cómo bailamos?
—Los mágicos, ¿quieres decir?
—Me imagino que te gustará también con los mortales, pero somos
con quienes practicas. —No suena desaprobador, pero aun así, se siente
como si estuviera siendo pinchada con un alfiler—. Y tal vez algunos de
nosotros ofrecemos un sabor particular.
Me mira por encima de su nariz curvada de duende hasta que yo
respondo.
—¿Es un cumplido?
Ante eso, su sonrisa florece.
—No es ningún insulto.
Traducido por Ximena, âmenoire y Anabel-vp

Corregido por Bella’

os vestidos llegan al día siguiente, cajas de ellos, junto con


abrigos, chaquetillas, pantalones de terciopelo y botas
altas. Todos parecen como si pertenecieran a alguien feroz,
alguien mejor y peor que yo.
Me visto y, antes de que termine, entra Tatterfell.
Ella insiste en cepillar mi cabello con un nuevo peine, uno tallado en forma
de sapo con una única gema de cimófano por ojo.
Me veo con un abrigo de terciopelo negro con punta plateada y pienso
en el cuidado con el que Taryn eligió la pieza. Quiero pensar en eso y nada
más.
Una vez, ella dijo que me odiaba un poco por ser testigo de su
humillación con la Aristocracia. Me pregunto si es por eso que me resulta
tan difícil olvidarme de lo que pasó con Locke, porque ella lo vio, y cada vez
que la veo, recuerdo una vez más cómo me sentí como una tonta.
Sin embargo, cuando miro mi ropa nueva, pienso en todas las cosas
buenas que vienen de alguien que te conoce lo suficientemente bien como
para entender tus esperanzas y temores. Puede que no le haya contado a
Taryn todas las cosas horribles que he hecho y las terribles habilidades que
he adquirido, pero me ha vestido como si lo hubiera hecho.
Con mi ropa nueva, me dirijo a una reunión del Consejo convocada
apresuradamente y escucho mientras debaten si Nicasia trasmitió el
mensaje de enojo de Cardan a Orlagh y si el pez puede volar (ese es Fala).
—No importa si lo hizo o no —dice Madoc—. El Rey Supremo ha dejado
clara su posición. Si no se casa, debemos asumir que Orlagh cumplirá sus
amenazas. Lo que significa que ella va a ir tras su sangre.
—Te estás anticipando —le dice Randalin—. ¿No deberíamos
considerar todavía que el tratado podría seguir vigente?
—¿De qué sirve hacer eso? —pregunta Mikkel con una mirada de reojo
a Nihuar—. Las Cortes Unseelie no sobreviven en los deseos.
La representante Seelie frunce su pequeña boca parecida a un insecto.
—Las estrellas dicen que este es un momento de gran agitación —dice
Baphen—. Veo que viene un nuevo monarca, pero no sé si es un signo de
Cardan depuesto o de Orlagh derrocada o de Nicasia convertida en reina.
—Tengo un plan —dice Madoc—. Oak estará aquí en Elfhame muy
pronto. Cuando Orlagh envíe a su gente por él, tengo la intención de
retenerla.
—No —digo, sorprendiendo a todos con mi proceder—. No vas a usar
a Oak como cebo.
Madoc no parece particularmente ofendido por mi arrebato.
—Puede parecer que eso es lo que estoy haciendo…
—Porque lo es. —Lo fulmino con la mirada, recordando todas las
razones por las que no quería que Oak fuera el Rey Supremo en primer lugar
con Madoc como su regente.
—Si Orlagh planea cazar a Oak, entonces es mejor que sepamos
cuándo atacará en lugar de esperar a que se mueva. Y la mejor manera de
saberlo es creándonos una oportunidad.
—¿Qué tal si quitamos la oportunidad? —digo.
Madoc sacude la cabeza.
—Eso no es más que los deseos contra los que advirtió Mikkel. Ya le
he escrito a Vivienne. Planean llegar dentro de la semana.
—Oak no puede venir aquí —le digo—. Ya era suficientemente malo
antes, pero no ahora.
—¿Crees que el mundo mortal es seguro? —se burla Madoc—. ¿Crees
que Bajo el Mar no puede llegar allí? Oak es mi hijo, yo soy el Gran General
de Elfhame y conozco mis asuntos. Haz los arreglos que quieras para
protegerlo, pero déjame el resto a mí. Este no es el momento para un ataque
de nervios.
Rechino mis dientes.
—¿Nervios?
Me mira fijamente.
—Es fácil arriesgar tu propia vida, ¿no es así? Hacer las paces con el
peligro. Pero como estrategia a veces debes arriesgar a otros, incluso a
aquellos que amamos. —Me mira de manera significativa, tal vez para
recordarme que una vez lo envenené—. Por el bien de Elfhame.
Me muerdo de nuevo la lengua. Esta no es una conversación con la
que me pueda meter frente a todo el Consejo. Sobre todo, porque no estoy
segura de tener razón.
Necesito averiguar más sobre los planes de Bajo el Mar, y debo hacerlo
rápidamente. Si hay alguna alternativa que poner en peligro a Oak, quiero
encontrarla.
Randalin tiene más preguntas sobre la guardia personal del Rey
Supremo. Madoc quiere que las Cortes inferiores envíen más que su
asignación habitual de tropas. Tanto Nihuar como Mikkel tienen objeciones.
Dejo que las palabras se apoderen de mí, intentando frenar mis
pensamientos.
A medida que se va terminado la reunión, aparece una hoja con dos
mensajes. Uno es de Vivi, llevada al palacio, pidiéndome que vaya y la lleve
a ella, Oak y Heather a Elfhame para la boda de Taryn en un día, incluso
antes de lo que Madoc sugirió. El segundo es de Cardan, convocándome a
la sala del trono.
Maldiciendo por lo bajo, empiezo a irme, luego Randalin me agarra de
la manga.
—Jude —dice—. Permíteme darte un consejo.
Me pregunto si estoy a punto de ser regañada.
—El senescal no es solo la voz del rey —dice—. También eres sus
manos. Si no te gusta trabajar con el General Madoc, busca un nuevo Gran
General, uno que no haya cometido previamente una traición.
Sabía que Randalin estaba a menudo en desacuerdo con Madoc en
las reuniones del Consejo, pero no tenía idea de que quería eliminarlo. Y,
sin embargo, no confío más en Randalin que en Madoc.
—Un pensamiento interesante —digo en lo que espero que sea una
manera neutral antes de escapar.
Cardan está descansando de lado en el trono cuando entro, con una
larga pierna colgando sobre un reposabrazos.
Soñolientos fiesteros aún festejan en el gran salón, alrededor de mesas
aún llenas de delicias. El olor a tierra recién revuelta y vino recién
derramado, pende en el aire. Mientras me dirijo a la tarima, veo a Taryn
dormida en una alfombra. Un niño duendecillo que no conozco dormido a
su lado, con sus altas alas de libélula retorciéndose ocasionalmente, como
en sueños de vuelo.
Locke está completamente despierto, sentado en el borde del estrado,
gritándoles a los músicos.
Frustrado, Cardan se mueve, sus piernas cayendo al suelo.
—¿Cuál es exactamente el problema aquí?
Un niño con la mitad inferior de un ciervo da un paso adelante. Lo
reconozco del festejo de la Luna del Cazador, donde jugó. Su voz tiembla
cuando habla.
—Perdón, Su Majestad. Es solo que mi lira fue robada.
—Entonces, ¿qué estamos debatiendo? —dice Cardan—. Una lira está
aquí o se ha ido, ¿no es así? Si se ha ido, deja que toque un violinista.
—Él la robó. —El niño señala a uno de los otros músicos, este con el
cabello como hierba.
Cardan se vuelve hacia el ladrón con un impaciente ceño fruncido.
—Mi lira estaba atada con el cabello de hermosos mortales que
murieron trágicamente jóvenes —escupe el hada de cabello de hierba—. Me
tomó décadas para ensamblar y no fue fácil de mantener. Las voces mortales
cantaban tristemente cuando tocaba. Podría haberte hecho llorar a ti
mismo, pidiéndote perdón.
Cardan hace un gesto de impaciencia.
—Si has terminado de alardear, ¿qué tiene que ver con este asunto?
No te he preguntado por tu instrumento, sino por el suyo.
El hada de cabello de hierba parece sonrojarse, su piel se torna de un
verde más oscuro, lo que supongo no es realmente el color de su carne, sino
de su sangre.
—Lo tomó prestado la víspera —dice, señalando hacia el niño ciervo—
. Después de eso, se obsesionó y no descansó hasta destruirla. Solo tomé su
lira en recompensa, ya que, aunque es inferior, debo tocar algo.
—Deberías castigarlos a ambos —dice Locke—. Por presentar una
preocupación tan trivial ante el Rey Supremo.
—¿Y bien? —Cardan se gira de vuelta hacia el chico que declaró
primero que su lira fue robada—. ¿Debería dar mi dictamen?
—No todavía, se lo ruego —dice el chico ciervo, sus orejas
retorciéndose de nervios—. Cuando toqué su lira, las voces de aquellos que
habían muerto y aquellos de cuyo cabello se hicieron las cuerdas, me
hablaron. Ellos eran los verdaderos dueños de la lira. Y cuando la destruí,
los estaba salvando. Estaban atrapados, verá.
Cardan se deja caer en su trono, inclinando su cabeza hacia atrás con
frustración, moviendo su corona hacia un costado.
—Suficiente —dice—. Ambos son ladrones y ninguno de los dos
particularmente hábiles.
—Pero no entiende el tormento, los gritos… —Entonces el chico ciervo
presiona una mano sobre su boca, recordándose que está en la presencia
del Rey Supremo.
—¿Alguna vez has escuchado que la virtud es su propia retribución?
—dice Cardan placenteramente—. Eso es porque no hay otra recompensa
en ello.
El chico arrastra su pezuña en el suelo.
—Robaste una lira y tu lira fue robada en consecuencia —dice Cardan
suavemente—. Hay algo de justicia en ello. —Se gira hacia el músico con
cabello de pasto—. Y te encargaste del asunto con tus propias manos, así
que solo puedo asumir que fueron arregladas a tu satisfacción. Pero ambos
me han irritado. Dame ese instrumento.
Ambos lucen descontentos, pero el músico con el cabello de pasto se
adelanta y le entrega la lira a un guardia.
—Cada uno de ustedes tendrá una oportunidad de tocarla y quien sea
que la toque más dulcemente, la tendrá. Porque el arte es más que una
virtud o un vicio.
Subo los escalones cuidadosamente mientras el chico ciervo comienza
su interpretación. No esperaba que a Cardan le importara lo suficiente para
escuchar a los músicos y no puedo decidir si su decisión es brillante o si
simplemente es solo un idiota. Me preocupa que una vez más esté leyendo
en sus acciones lo que quiero que sea cierto.
La música es cautivadora, resonando a través de mi piel y por mis
huesos.
—Su majestad —digo—. ¿Envió por mí?
—Ah, sí. —Su cabello como ala de cuervo cae sobre un ojo—. ¿Así que
estamos en guerra?
Por un momento, creo que está hablando sobre nosotros.
—No —digo—. Al menos no hasta la siguiente luna llena.
—No puedes pelear contra el mar —dice Locke filosóficamente.
Cardan suelta una pequeña risa.
—Puedes pelear contra cualquier cosa. Aunque ganar, eso ya es otra
cosa. ¿No es cierto, Jude?
—Jude es una verdadera ganadora —dice Locke con una sonrisa.
Luego mira hacia los músicos y aplaude—. Suficiente. Cambien.
Cuando Cardan no contradice a su Maestro de Festejos, el chico ciervo
renuentemente entrega la lira al hada de cabello de pasto. Una nueva onda
de música recorre la colina, una tonada salvaje para acelerar mi corazón.
—Te estabas yendo —le digo a Locke.
Sonríe.
—Encuentro que estoy bastante cómodo aquí —dice Locke—.
Seguramente no hay nada que tengas que decirle al rey que sea muy
personal o privado.
—Es una pena que nunca lo vayas a averiguar. Vete. Ahora. —Pienso
en el consejo de Randalin, su recordatorio de que tengo el poder. Tal vez lo
tengo, pero todavía soy incapaz de deshacerme de un Maestro de Festejos
por media hora, por no hablar del Gran General quien también es, más o
menos, mi padre.
—Vete —le dice Cardan a Locke—. No la convoqué aquí para tu deleite.
—Eres el más mezquino. Si realmente te preocuparas por mí, la
convocarías para eso —dice Locke mientras salta para bajarse del estrado.
—Llévate a Taryn a casa —digo detrás de él. Si no fuera por ella, lo
habría golpeado directo en el rostro.
—Creo que le gustas de esta manera —dice Cardan—. Con las mejillas
sonrojadas y furiosa.
—No me importa lo que le guste —digo bruscamente.
—Parece que no te importa demasiado. —Su voz es seca y cuando lo
miro, no puedo leer su rostro.
—¿Por qué estoy aquí? —pregunto.
Saca sus piernas por el costado del trono y se pone de pie.
—Tú. —Apunta al chico ciervo—. Hoy eres afortunado. Toma la lira.
Vean que ninguno de ustedes sea traído a mi presencia de nuevo. —Mientras
el chico ciervo hace una reverencia y el hada con cabello de pasto comienza
a enfurruñarse, Cardan se gira hacia mí—. Ven.
Ignorando sus maneras arbitrarias con algo de dificultad, lo sigo
detrás del trono y fuera del estrado, donde una pequeña puerta está
colocada contra la pared de piedra, medio escondida por la hiedra. Nunca
he estado aquí antes.
Cardan mueve hacia un costado la hiedra y entramos.
Es una pequeña habitación, claramente con la intención de utilizarse
para reuniones íntimas y asignaciones. Sus paredes están cubiertas con
moho, con pequeños hongos brillantes en ellas, lanzando una pálida luz
blanca sobre nosotros. Hay un sofá bajo, en donde la gente puede sentarse
o reclinarse, depende de lo que pida la situación.
Estamos a solas en una forma en que no hemos estado solos en un
largo tiempo y cuando da un paso hacia mí, mi corazón se detiene.
Las cejas de Cardan se levantan.
—Mi hermano me envió un mensaje. —Lo desdobla, sacándolo de su
bolsillo.
Si quieres salvar tu cuello, hazme una vista. Y ponle una correa a tu
senescal.
—Así que —dice, extendiéndolo hacia mí—. ¿Qué has estado
haciendo?
Dejo salir un suspiro de alivio. No le tomó mucho tiempo a Lady Asha
pasar la información que le di para Balekin y no le tomó mucho tiempo a
Balekin actuar en torno a ella. Un punto para mí.
—Evité que recibieras algunos mensajes —admito.
—Y decidiste no mencionarlos. —Cardan me mira sin algún rencor en
particular, pero no exactamente complacido—. Simplemente te negaste a
contarme sobre las reuniones de Balekin con Orlagh o los planes de Nicasia
para mí.
—Mira, por supuesto que Balekin quiere verte —digo, intentando
redirigir la conversación lejos de la tristemente incompleta lista de las cosas
que no le he dicho—. Eres su hermano, a quien mantuvo en su propia casa.
Eres la única persona con el poder para liberarlo quien podría realmente
hacerlo. Me imaginé que, si estuvieras de un humor indulgente, podrías
hablar con él en cualquier momento que quisieras. No necesitarías de sus
llamados.
—Entonces, ¿qué cambio? —pregunta, ondeando el pedazo de papel
hacia mí. Ahora suena enojado—. ¿Por qué se me permitió que recibiera
esto?
—Le di una fuente de información —digo—. Una con la que es posible
llegar a un acuerdo mutuo.
—¿Y se supone que responda a esta pequeña nota? —me pregunta.
—Haz que lo traigan a ti encadenado. —Tomo el papel y lo meto en mi
bolsillo—. Estaría interesada en saber lo que piensa que puede obtener de
ti con una pequeña conversación, especialmente dado que no sabe que estás
enterado de sus vínculos con Bajo el Mar.
La mirada de Cardan se estrecha. La peor parte es que lo estoy
engañando de nuevo en este momento, engañando por omisión. Ocultándole
que mi fuente de información, con la que ahora puedo llegar a un acuerdo
mutuo, es su propia madre.
Pensé que querías que hiciera esto por mi cuenta, quise decirle. Pensé
que se suponía que yo gobernara y que se suponía que tú estuvieras feliz; así
se suponía que fuera esto.
—Sospecho que intentará gritarme hasta que le dé lo que quiere —
dice Cardan—. Podría ser posible provocarlo hasta que dejara salir algo. Es
posible, pero poco probable.
Asiento y la parte conspiradora de mi cerebro, perfeccionada por los
juegos de estrategia, me provee de un movimiento.
—Nicasia sabe más de lo que está diciendo. Haz que te diga el resto
de ello y luego utiliza eso en contra de Balekin.
—Sí, bueno, no creo que sea conveniente, políticamente hablando,
torturar a una princesa del mar.
Lo miro de nuevo, a su suave boca, y a sus altos pómulos, a la cruel
belleza de su rostro.
—No vamos a torturarla. Tú. Tú vas a ir y seducir a Nicasia.
Sus cejas se alzan.
—Oh, vamos —digo. El plan toma forma en mi mente mientras estoy
hablando, un plan que odio tanto que sé que funcionará—. Prácticamente
estás cubierto de cortesanas cada vez que te veo.
—Soy el rey —dice.
—Han estado sobre ti por más tiempo del que has sido rey. —Me siento
frustrada por tener que explicárselo. Seguramente ya sabe cómo responden
los mágicos a él.
Hace un gesto de impaciencia.
—¿Quieres decir cuando yo era simplemente el príncipe?
—Usa tus artimañas —le digo, exasperada y avergonzada—. Estoy
segura que tienes algunas. Ella te quiere. No debería ser difícil.
Sus cejas, si es que es posible, suben más alto.
—En serio estás diciendo que quieres que haga esto.
Tomo aire, dándome cuenta que voy a tener que convencerlo de que
funcionará. Y sé algo que podría conseguirlo.
—Nicasia es la que cruzó el pasaje y le disparó a la chica que estabas
besando —le digo.
—¿Quieres decir que ella intentó matarme? —pregunta—.
Honestamente, Jude, ¿Cuántos secretos más me ocultas?
Pienso de nuevo en su madre y me muerdo la lengua. Demasiados.
—Ella le estaba disparando a la chica, no a ti. Te encontró en la cama
con otra, se puso celosa, y disparó dos veces. Desafortunadamente para ti,
pero afortunadamente para todos los demás, ella es una tiradora terrible.
¿Ahora ya crees que ella te quiere?
—No sé qué creer —me dice, claramente enojado, tal vez con ella, tal
vez conmigo, probablemente con las dos.
—Ella pensó en sorprenderte en tu cama. Dale lo que quiere y obtén
la información que necesitamos para evitar la guerra.
Se acerca a mí. Está lo suficientemente cerca como para que pueda
sentir su aliento contra mi cabello.
—¿Me estás dando una orden?
—No —le digo, sorprendida e incapaz de encontrarme con sus ojos—.
Por supuesto que no.
Pone sus dedos en mi barbilla, inclinando mi cabeza, así que estoy
mirando sus ojos negros, la rabia en ellos tan caliente como las brasas.
—Pero piensas que debería hacerlo. Que puedo hacerlo. Que sería
bueno en ello. Muy bien, Jude. Dime cómo se hace. ¿Crees que le gustaría
que le hiciese esto a ella, que la mirase profundamente a los ojos?
Todo mi cuerpo está alerta, vibrante por un deseo enfermo y
vergonzoso en su intensidad.
Lo sabe. Sé que él lo sabe.
—Probablemente —digo, mi voz suena un poco temblorosa—. Lo que
sea que hagas normalmente.
—Oh, vamos —dice, su voz llena de furia apenas controlada—. Si
quieres que juegue a este juego, al menos dame el beneficio de tu consejo.
Sus dedos recorren mi mejilla, trazan la línea de mis labios y bajan
por mi garganta. Me siento abrumada y mareada.
—¿Debería tocarla así? —me pregunta, con las pestañas bajas. Las
sombras enmarcan su rostro, marcando aún más sus pómulos.
—No lo sé —digo, pero la voz me traiciona. Suena mal, desafinada y
sin aliento.
Presiona su boca contra mi oreja, besándome allí. Desliza sus manos
sobre mis hombros, haciéndome temblar.
—¿Y qué tal esto? ¿Es así como debo seducirla? —Puedo sentir su
boca susurrando suavemente las palabras contra mi piel—. ¿Crees que
funcionaría?
Clavo las uñas en las palmas de mis manos, para evitar moverme.
Todo mi cuerpo tiembla a causa de la tensión.
—Sí.
Entonces su boca está contra la mía y mis labios se separan. Cierro
los ojos para no ver lo que voy a hacer. Mis dedos se estiran para enredarse
en los rizos negros de su cabello. No me besa como si estuviese enfadado;
su beso es suave, anhelante.
Todo se ralentiza, se derrite y se calienta. Apenas puedo pensar.
Quería y temía esto, y ahora está sucediendo, y es mejor de lo que
nunca hubiese podido soñar.
Nos tropezamos y caemos sobre el sofá. Me apoya contra los cojines y
lo jalo hacia mí. Su expresión refleja la mía: Sorpresa y horror.
—Dime otra vez lo que me dijiste en la fiesta —dice, trepando sobre
mí, su cuerpo contra el mío.
—¿Qué? —Apenas puedo pensar.
—Que me odias —dice, con voz ronca—. Dime que me odias.
—Te odio —digo, las palabras sonando como una caricia. Lo repito
una y otra vez. Como una letanía. Un encantamiento. Una protección contra
lo que realmente siento—. Te odio. Te odio. Te odio.
Me besa más fuerte.
—Te odio —repito contra sus labios—. Te odio tanto que a veces no
puedo pensar en nada más.
En ese momento, él hace un sonido áspero y bajo.
Una de sus manos se desliza sobre mi estómago, dibujando formas en
mi piel. Me besa de nuevo, y es como caer de un precipicio. Como en un
tobogán gigante, la velocidad aumenta con cada toque, hasta que solo queda
el inminente impacto más adelanto.
Nunca he sentido nada como esto.
Comienza a desabotonar mi camisola, y trato de no congelarme, de no
mostrar mi inexperiencia. No quiero que se detenga.
Se siente extraño. Tiene todo el placer culpable de escabullirse de
casa, toda la repugnante satisfacción de robar. Me recuerda el momento
antes de que golpease mi propia mano contra una espada, sorprendida por
mi propia capacidad de autodestrucción.
Se inclina para quitarse su propia chaqueta, e intento quitarme la
mía. Me mira y parpadea, como viendo a través de una niebla.
—Esta es una idea absolutamente horrible —dice, con asombro en su
voz.
—Sí —le digo, quitándome las botas.
Estoy usando medias, y no creo que haya una manera elegante de
quitarlas. Y si la hay, no lo conozco. Enredada con la tela, y sintiéndome
tonta, me doy cuenta que podría parar esto ahora. Podría recoger mis cosas
e irme. Pero no lo hago.
Se saca la camisa blanca abrochada por encima de la cabeza, en un
solo gesto elegante, revelando piel desnuda y cicatrices. Mis manos están
temblando. Las agarra y besa mis nudillos con una especie de reverencia.
—Quiero decirte tantas mentiras —dice.
Me estremezco, y mi corazón late fuerte mientras sus manos se
deslizan sobre mi piel, una deslizándose entre mis muslos. Lo veo buscar a
tientas los botones de su pantalón. Me ayuda a quitarlos, su cola se enrosca
contra su pierna, y luego se enrolla contra mí, suave como un susurro. Me
acerco para deslizar mi mano sobre su plano estómago. No me permito
dudar, pero mi inexperiencia es obvia. Su piel está caliente bajo mi palma,
contra los callos de mis manos. Sus dedos son demasiado habilidosos.
Siento como si me estuviese ahogando debido a las sensaciones.
Sus ojos están abiertos, mirando mi cara enrojecida y mi respiración
entrecortada. Trato de evitar hacer ruidos embarazosos. Que me mire así,
es incluso más íntimo que la forma en que me está tocando. Odio que él
sepa lo que está haciendo y yo no. Odio ser vulnerable. Odio que me incline
la cabeza hacia atrás, dejando al descubierto mi garganta. Odio la forma en
la que me aferro a él, mis uñas hundiéndose en su espalda, mi mente
explota, y mi último pensamiento es que él me gusta más de lo que nadie
me ha gustado nunca; y que cada una de las cosas que él me ha hecho,
hacen que me guste todavía más, y eso es mucho peor.
Traducido por LizC

Corregido por Flochi

na de las cosas más difíciles de hacer como espía, como


estratega, o incluso como persona, es esperar. Recuerdo
las lecciones del Fantasma, haciéndome sentarme durante
horas con una ballesta en la mano sin que mi mente
divague, esperando el disparo perfecto.
Tanto de ganar está en esperar.
Sin embargo, la otra parte, es aprovechar la oportunidad cuando llega.
Desatando todo ese impulso.
Me recuerdo eso, una vez más en mis habitaciones. No puedo
permitirme distraerme. Mañana, necesito sacar a Vivi y Oak del mundo
mortal, y debo encontrar un plan mejor que el de Madoc o una forma de
hacer que el plan de Madoc sea más seguro para Oak.
Me concentro en lo que le voy a decir a Vivi, en lugar de pensar en
Cardan. No quiero considerar lo que pasó entre nosotros. No quiero pensar
en la forma en que se movieron sus músculos o en cómo se sintió su piel o
los suaves sonidos de jadeo que hizo o el deslizamiento de su boca contra la
mía.
Definitivamente no quiero pensar en lo duro que tuve que morderme
el labio para mantenerme callada. O cuán obvio fue que nunca había hecho
ninguna de las cosas que hicimos, ni menos las que no hicimos.
Cada vez que pienso en algo de eso, empujo el recuerdo lo más
ferozmente posible. Lo empujo junto con la enorme vulnerabilidad que
siento, la sensación de estar expuesta a mis nervios en bruto. No sé cómo
me enfrentaré a Cardan otra vez sin comportarme como una tonta.
Si no puedo atacar el problema de Bajo el Mar y no puedo atacar el
problema de Cardan, entonces tal vez puedo encargarme de otra cosa.
Es un alivio ponerme un traje de tela oscura y botas altas de cuero,
colocar cuchillas en mis muñecas y pantorrillas. Es un alivio hacer algo
físico, dirigirse por el bosque y luego meterme en una casa mal custodiada.
Cuando uno de los residentes entra, mi cuchillo está en su garganta más
rápido de lo que puede hablar.
—Locke —digo con dulzura—. ¿Estás sorprendido?
Se vuelve hacia mí, con su deslumbrante sonrisa vacilando.
—Mi florecita. ¿Qué es esto?
Después de un momento de asombro, me doy cuenta que él cree que
soy Taryn. ¿En serio no puede notar la diferencia entre nosotras?
Un pozo amargo donde debería estar mi corazón se complace con el
pensamiento.
—Si crees que mi hermana pondría un cuchillo en tu garganta, tal vez
deberías retrasar tus nupcias —le digo, retrocediendo un paso y señalando
una silla con la punta—. Adelante. Siéntate.
Se sienta justo cuando pateo la silla, enviándola hacia atrás y él se
desploma en el suelo. Se da vuelta, mirándome con indignación.
—Grosero —es todo lo que dice, pero hay algo en su rostro que no
estaba allí antes.
Miedo.
Durante cinco meses he intentado utilizar todas las restricciones que
aprendí durante toda una vida para mantener la cabeza baja. He intentado
comportarme como si solo tuviera pizcas de poder, un poder de sirviente
importante, y todavía tengo en mente que estaba a cargo. Un acto de
equilibrio que me hace pensar en la lección de Val Moren sobre los
malabares.
He permitido que la situación de Locke se salga de control.
Pongo mi pie en su pecho, presionando un poco hacia abajo para
recordarle que si piso más fuerte, podría romper el hueso.
—He terminado con ser educada. No vamos a jugar ningún juego de
palabras o adivinanzas. Humillar al Rey Supremo es una mala idea.
Humillarme es una idea terrible. Corretear alrededor de mi hermana es
simplemente tonto. ¿Tal vez pensaste que estaba demasiado ocupada para
vengarme? Bueno, Locke, quiero que entiendas que para ti, haré tiempo.
Su rostro palidece. Obviamente no está seguro de qué hacer conmigo
en este momento. Sabe que apuñalé a Valerian una vez, pero no sabe que
lo maté, ni que he matado desde entonces. No tiene idea de que me convertí
en una espía y luego en una maestra espía. Incluso la pelea de espadas con
Taryn era algo de lo que solo él había oído hablar.
—Hacerte Reina de la Alegría fue una broma —dice Locke, mirándome
desde el suelo con una especie de cariño en sus ojos de zorro, con una
pequeña sonrisa en la esquina de su boca, como si quisiera que sonriera
junto con él—. Vamos, Jude, deja que me levante. ¿En realidad voy a creer
que me harías daño?
Mi voz es burlona y dulce.
—Una vez me acusaste de jugar el gran juego. ¿Cómo fue que lo
llamaste: “el juego de reyes y príncipes, de reinas y coronas”? Pero para
jugarlo bien, debo ser despiadada.
Él comienza a levantarse, pero presiono más fuerte con mi pie y
cambio el agarre de mi cuchillo. Deja de moverse.
—Siempre te han gustado las historias —le recuerdo—. Dijiste que
querías crear las chispas de las historias. Bueno, la historia de una gemela
que asesina al prometido de su hermana es una buena, ¿no crees?
Cierra los ojos y extiende las manos vacías.
—Calma, Jude. Tal vez exageré mi mano. Pero no puedo creer que
quieras asesinarme por eso. Tu hermana estaría devastada.
—Mejor que ella nunca sea una novia que una viuda —le digo, pero
quito el pie de su pecho. Se levanta lentamente, quitándose el polvo. Una
vez sobre sus pies, mira alrededor de la habitación como si no reconociera
su propia mansión ahora que la ha visto desde la posición privilegiada del
piso.
»Tienes razón —continúo—. No quiero hacerte daño. Vamos a ser
familia. Tú serás mi hermano y yo tu hermana. Seamos amigos. Pero para
hacer eso, necesito que hagas algunas cosas por mí. Primero, deja de
intentar hacerme sentir incómoda. Deja de intentar convertirme en un
personaje de uno de tus dramas. Elige otro objetivo para tejer historias
alrededor.
»Segundo, cualquiera que sea tu problema con Cardan, cualquier cosa
que te empujó a jugar con él de forma cotidiana, cualquier cosa que te haya
hecho pensar que fue divertido robar a su amante y luego dejarla por una
chica mortal, como si quisieras hacerle saber que lo más querido para él no
valía nada para ti, déjalo ir. Sea lo que sea que hizo que te decidieras
hacerme Reina de la Alegría para atormentarlo con los sentimientos que
sospechabas que tenía, déjalo. Él es el Rey Supremo y es demasiado
peligroso.
—Peligroso —dice—, pero divertido.
No sonrío.
—Humilla al rey ante la Corte, y los cortesanos difundirán rumores y
sus súbditos se olvidarán de tener miedo. Pronto, las Cortes menores
pensarán que pueden ir contra él.
Locke se inclina para enderezar la silla rota, apoyándola contra una
mesa cercana cuando se vuelve claro que no se quedará de pie por si sola.
—Oh, está bien, estás enojada conmigo. Pero piensa. Puedes ser el
senescal de Cardan y obviamente lo has fascinado con tus caderas, tus
labios y tu cálida piel mortal, pero sé que en tu corazón, a pesar de lo que
sea que te haya prometido, todavía lo odias. Te encantaría verlo abatido
frente a toda su Corte. Cielos, si no te hubieras vestido con harapos y se
hubieran reído de ti, probablemente me habrías perdonado por todas las
fechorías que he cometido contra ti, solo por mi ingeniería.
—Te equivocas —le digo.
Él sonríe.
—Mentirosa.
—Incluso si me gustara —digo—. Debe terminar.
Parece estar evaluando lo en serio que voy y de lo que soy capaz. Estoy
segura que está viendo a la chica que trajo a casa, a la que besó y engañó.
Se está preguntando, probablemente no por primera vez, cómo tuve la suerte
de hacerme senescal, cómo logré poner mis manos en la corona de Elfhame
para orquestar que mi hermano menor la pusiera en la cabeza de Cardan.
—Esto es lo último —digo—. Vas a ser fiel a Taryn. A menos que te
esté follando a ti o contigo, una vez que te hayas casado, no habrá más
aventuras.
Me mira fijamente en blanco.
—¿Me estás acusando de no preocuparme por tu hermana? —
pregunta.
—Si realmente creyera que no te importa Taryn, no tendríamos esta
conversación.
Él da un largo suspiro.
—¿Porque me matarías?
—Si estás jugando con Taryn, Madoc te matará; yo ni siquiera tendré
oportunidad.
Me guardo mi cuchillo y me dirijo hacia la puerta.
—Tu familia ridícula podría sorprenderse al descubrir que no todo se
resuelve con un asesinato —grita Locke detrás de mí.
—Nos sorprendería descubrir eso —grito en respuesta.
Traducido por Flochi y Naomi Mora

Corregido por Dai’

n los cinco meses que Vivi y Oak han estado lejos,


solamente he visitado el mundo mortal dos veces. Una vez
para ayudarlos a acomodar su departamento, y la
segunda, para una fiesta de vinos que Heather organizó
por el cumpleaños de Vivi. En esa, Taryn y yo nos
sentamos incómodas en el borde de un sofá, comiendo queso con aceitunas
aceitosas, y los pocos sorbos de Shiraz que nos permitieron las
universitarias porque éramos “demasiado jóvenes para beber legalmente”.
Mis nervios estuvieron al límite toda la noche, preguntándome qué
problemas estaban aconteciendo en mi ausencia.
Madoc le había enviado un regalo a Vivi, y Taryn lo había llevado
fielmente a través del mar: un cuenco dorado de sal que nunca se vaciaba.
Dale la vuelta y estará lleno otra vez. Lo encontré un regalo perturbador,
pero Heather simplemente había reído, como si fuera alguna especie de
novedad con un botón de truco.
Ella no creía en la magia.
Cómo Heather iba a reaccionar a la boda de Taryn era una suposición
cualquiera. Todo lo que esperaba era que Vivienne le hubiera advertido de
al menos algo de lo que iba a pasar. De lo contrario, la noticia de que las
sirenas eran reales iba a llegar junto a la noticia de que las sirenas iban tras
nosotros. No creía que “todo a la vez” fuera la manera ideal de escuchar
ninguna de esas noticias.
Luego de la medianoche, la Cucaracha y yo cruzamos el mar en un
bote hecho de juncos y aliento. Llevamos un cargamento de mortales que
han estado haciendo túneles a nuevos cuartos en la Corte de las Sombras.
Tomados de sus camas después del crepúsculo, serán devueltos poco antes
del amanecer. Cuando despierten, encontrará monedas de oro esparcidas
por sus sábanas y llenando sus bolsillos. No es dinero de hadas, que
desaparece como volutas de dientes de león y deja detrás hojas y piedras,
sino oro verdadero, el salario de un mes por una noche robada.
Podrías pensar que soy una desalmada por permitir esto, mucho
menos ordenarlo. Quizás lo sea. Pero hicieron un trato, incluso si no
comprendían con quién lo estaban haciendo. Y puedo prometer que además
del oro, todo lo que queda por la mañana es cansancio. No recordarán su
viaje a Elfhame y no los llevaremos dos veces.
En el viaje, se sientan en el bote en silencio, perdidos en sueños
mientras el oleaje del mar y el viento nos impulsan hacia delante. En lo alto,
Boca de Dragón mantiene el paso, buscando problemas. Miro las olas y
pienso en Nicasia, imagino manos palmeadas a los lados de la embarcación,
imagino a los Mágicos del océano arañando su camino hasta llegar a bordo.
No puedes luchar contra el mar, dijo Locke. Espero que esté
equivocado.
Cerca de la orilla, me bajo, metiéndome en la impactante agua helada
hasta mis pantorrillas y rocas negras bajo mis pies, luego salto sobre ellas,
dejando que el bote se deshaga a medida que la magia de la Cucaracha se
desvanece. Boca de Dragón se dirige al este para buscar futuros
trabajadores.
La Cucaracha y yo ponemos a cada mortal en la cama, de vez en
cuando junto a una amante dormida que cuidamos de no despertar
mientras los atiborramos con oro. Me siento como un hada de cuentos,
entrando a hurtadillas en las casas, capaz de beber la crema de leche o
hacerles nudos a los niños en el cabello.
—Este por lo general es un trabajo solitario —dice la Cucaracha
cuando acabamos—. Tu compañía fue un placer. Faltan horas para el
amanecer y despertarse, ven a comer conmigo.
Es verdad que todavía es demasiado temprano para recoger a Vivi,
Heather y Oak. También es verdad que tengo hambre. Estos días tengo
tendencia a dejar de comer hasta que estoy famélica. Me siento un poco
como una serpiente, o muerta de hambre o tragando un ratón entero.
—Está bien.
La Cucaracha sugiere ir a un restaurante. No le digo que nunca he
estado en uno. En cambio, lo sigo a través del bosque. Salimos a una
carretera cercana. Al otro lado de la carretera se encuentra un edificio,
brillantemente iluminado con cromo. Junto a este un cartel asegura estar
abierto las veinticuatro horas, y el estacionamiento es enorme, lo bastante
amplio para varios camiones que hay estacionados allí. Tan temprano en la
mañana, apenas hay tráfico y somos capaces de cruzar la carretera con
facilidad.
En el interior, me deslizo obedientemente en la cabina que él elige.
Chasquea los dedos, y la pequeña caja junto a nuestra mesa cobra vida,
haciendo sonar música. Me sobresalto, sorprendida y se ríe.
Una mesera viene a la mesa, un bolígrafo con la tapa masticada
metido detrás de su oreja, como en las películas.
—¿Algo de beber? —dice, las palabras saliendo apresuradas por lo que
me toma un momento comprender que ha hecho una pregunta.
—Café —dice la Cucaracha—. Negro como los ojos del Rey Supremo
del Elfhame.
La mesera lo mira fijamente por un largo rato, luego escribe algo en
su libreta y se gira hacia mí.
—Lo mismo —digo, sin estar segura de qué otra cosa tienen.
Cuando se ha ido, abro el menú y miro las fotos. Resulta que tienen
de todo. Pilas de comida. Alitas de pollo, brillosas con el glaseado junto a
pequeños cuencos de salsa blanca. Una pila de patatas picadas, hechas en
su punto justo, cubiertas con salchichas crujientes y huevos espumosos.
Pasteles de trigo más grandes que mi mano extendida, con mantequilla
untada, y brillantes por el sirope.
—¿Sabías que —pregunta la Cucaracha—, tu gente una vez creyó que
los Mágicos venían y se llevaban la saludable comida de los mortales?
—¿Lo hacían? —pregunto con una sonrisa.
Se encoge de hombros.
—Algunos trucos pueden haberse perdido con el tiempo. Pero estoy
de acuerdo con que la comida mortal posee una gran cantidad de sustento.
La mesera regresa con los cafés calientes y caliento mis manos con la
taza mientras la Cucaracha ordena pepinillos fritos y alitas estilo buffalo,
una hamburguesa y un batido. Ordeno una tortilla con champiñones y algo
llamado queso pepper Jack.
—Entonces —dice la Cucaracha—. ¿Cuándo le dirás al rey de su
madre?
—Ella no quiere que le diga —digo.
La Cucaracha frunce el ceño.
—Has hecho mejoras en la Corte de las Sombras. Eres joven, pero
ambiciosa de la manera que quizás solo los jóvenes pueden serlo. Te juzgo
por tres cosas y solamente tres: cuán sincera eres con nosotros, lo capaz y
lo que quieres para el mundo.
—¿Cómo se relaciona Lady Asha con algo de eso? —pregunto, justo
cuando la mesera regresa con nuestra comida—. Porque ya puedo sentir
que lo hace. No empezaste con esa pregunta por nada.
Mi tortilla es enorme, todo un gallinero de huevos. Mis champiñones
tienen formas idénticas, como si alguien hubiera molido los verdaderos
champiñones y luego hecho versiones con cortadores de galletas. Saben de
esa manera también. Con la comida de la cucaracha apilada al otro lado,
pronto la mesa está llena hasta crujir.
Le da un bocado a una alita y se lame los labios con su lengua negra.
—Cardan es parte de la Corte de las Sombras. Podemos engañar al
mundo, pero no nos engañamos entre nosotros. Esconderle los mensajes de
Balekin es una cosa. Pero su madre… ¿sabe que no está muerta?
—Estás escribiendo una tragedia para él sin causa —digo—. No
tenemos razones para creer que no lo sabe. Y no es uno de nosotros. No es
un espía.
La Cucaracha muerde el último trozo de cartílago de los huesos de
pollo, rompiéndolo entre sus dientes. Ha terminado todo el plato y,
poniéndolo a un lado, comienza con los pepinillos.
—Hiciste un trato para que lo entrenara y lo he tomado bajo mi ala.
Trucos de manos. Robar cosas. Pequeños trucos. Es bueno en ello.
Pienso en la moneda que jugaba a través de sus largos dedos mientras
estaba agachado en los restos ardientes de sus aposentos. Miro fijamente a
la Cucaracha.
Solo ríe.
—No me mires así. Fuiste quien hizo el trato.
Apenas recuerdo esa parte, estaba tan decidida a lograr que Cardan
estuviera de acuerdo en ponerse a mi servicio por un año y un día. Mientras
estuviera comprometido conmigo, podía ponerlo en el trono. Le habría
prometido mucho más que lecciones de espionaje.
Pero cuando pienso en la noche en la que fue disparado, la noche que
hizo trucos con la moneda, no puedo evitar recordarlo mirándome desde mi
cama, borracho y perturbadoramente excitante.
Bésame hasta que me harte de ello.
—Y ahora está simulando, ¿verdad? —continúa la Cucaracha—.
Porque si es el verdadero Rey Supremo de Elfhame, a quien seguiremos
hasta el final de los días, entonces hemos sido un poco irrespetuosos,
dirigiendo el reino por él. Pero si está simulando, entonces es un espía con
seguridad mejor que la mayoría de nosotros. Lo que lo convierte en parte de
la Corte de las Sombras.
Bebo mi café en un hirviente trago.
—No podemos hablar de esto.
—No, en casa no podemos —dice la Cucaracha con un guiño—. Razón
por la que estamos aquí.
Le pedí que sedujera a Nicasia. Sí, supongo que he sido un “poco
irrespetuosa” con el Rey Supremo de Elfhame. Y la Cucaracha tiene razón,
Cardan no se comportó como si estuviera muy contento con mi pedido. Esa
no era razón para ofenderse.
—Bien —digo con derrota—. Pensaré en una manera de decirle.
La Cucaracha sonríe.
—La comida es buena aquí, ¿cierto? A veces extraño el mundo mortal.
Pero para bien o para mal, mi trabajo en Elfhame no ha terminado todavía.
—Con suerte para bien —digo, y le doy un mordisco a la tortica de
papas que vino con mi tortilla.
La cucaracha resopla. Ha pasado al batido, los otros platos vacíos y
apilados a un lado. Alza su taza en un saludo.
—Por el triunfo de la bondad, solo que no antes de que obtengamos lo
nuestro.
—Quiero preguntarte algo —digo, chocando mi taza con la suya—.
Sobre la Bomba.
—Déjala fuera de esto —dice, estudiándome—. Y si puedes, déjala
fuera de tus planes contra el Reino Bajo el Mar. Sé que siempre arriesgas el
cuello como si estuvieras enamorada del hacha, pero si debe haber un cuello
a tu lado en la tabla, escoge uno menos atractivo.
—¿Incluyendo el tuyo? —pregunto.
—Mucho mejor —concuerda.
—¿Porque la amas? —pregunto.
La Cucaracha frunce el ceño hacia mí.
—¿Y si lo hiciera? ¿Me mentirías sobre mis posibilidades?
—No… —comienzo, pero me interrumpe.
—Me encanta una buena mentira —dice, levantándose y dejando
pequeñas pilas de monedas de plata sobre la mesa—. Amo a un buen
mentiroso aún más, lo cual es para tu beneficio. Pero algunas mentiras no
valen la pena decirlas.
Me muerdo el labio, sin poder decir nada más sin contar los secretos
de la Bomba.
Después de la cena, nos separamos, los dos con hierba cana en
nuestros bolsillos. Lo veo irse, pensando en su reclamo sobre Cardan. Me
había esforzado tanto por no pensar en él como el legítimo Rey Supremo de
Elfhame, que me había perdido la oportunidad de preguntarme si él se
consideraba Rey Supremo. Y, si no lo hacía, si significaba que se
consideraba a sí mismo como uno de mis espías.

Me dirijo al departamento de mi hermana. Aunque me puse ropa


mortal para caminar por el centro comercial y traté de comportarme de tal
manera que estaría por encima de toda sospecha, resulta que llegar a Maine
en un jubón y botas de montar atrae algunas miradas, pero no temor de que
haya venido de otro mundo.
Tal vez sea parte de un festival medieval, sugiere una chica cuando
paso junto a ella. Fue a uno hace unos años y disfrutó mucho la justa.
Comió una pierna de pavo enorme y probó el aguamiel por primera vez.
—Se te sube a la cabeza —le digo. Está de acuerdo.
Un anciano con un periódico comenta que debo estar haciendo
Shakespeare en el parque. Unos cuantos idiotas en unas escaleras me dicen
que Halloween es en octubre.
Los Mágicos sin duda aprendieron esta lección hace mucho tiempo.
No necesitan engañar a los humanos. Los humanos se engañarán a sí
mismos.
Con esto fresco en mi mente, cruzo un césped lleno de dientes de león,
subo los escalones hasta la puerta de mi hermana y toco.
Heather la abre. Su cabello rosa está recién teñido para la boda. Por
un momento, parece atónita, probablemente por mi atuendo, y luego sonríe,
abriendo la puerta de par en par.
—¡Hola! Gracias por estar dispuesta a conducir. Todo está casi
empacado. ¿Tu auto es lo suficientemente grande?
—Definitivamente —miento, buscando a Vivi en la cocina con una
especie de desesperación. ¿Cómo piensa mi hermana mayor que esto
sucederá si no le ha dicho nada a Heather? Si cree que tengo un auto en
lugar de tallos de hierba cana.
—¡Jude! —grita Oak, saltando de su asiento en la mesa. Me abraza—
. ¿Podemos ir? ¿Vamos a ir? Les hice regalos a todos en la escuela.
—Veamos qué dice Vivi —le digo y le doy un apretón. Está más fuerte
de lo que recordaba. Incluso sus cuernos parecen un poco más largos,
aunque no puede haber crecido tanto en unos pocos meses, ¿verdad?
Heather presiona un interruptor y la cafetera comienza a resoplar.
Oak se sube a una silla y se sirve un cereal de color caramelo en un tazón y
comienza a comerlo seco.
Me deslizo y me dirijo a la habitación de al lado. Ahí está el escritorio
de Heather, lleno de bocetos, marcadores y pinturas. Las impresiones de su
trabajo están pegadas a la pared de arriba.
Además de hacer cómics, Heather trabaja medio tiempo en una tienda
de copias para ayudar a cubrir las facturas. Cree que Vivi también tiene un
trabajo, que puede o no ser real. Hay trabajos para los Mágicos en el mundo
mortal, pero no es el tipo de trabajo del que le hablarías a tu novia humana.
Especialmente si uno convenientemente nunca ha mencionado que
no es humano.
Sus muebles son una colección de cosas de ventas de garaje, ejército
de salvación y el lado de la carretera. Cubriendo las paredes hay platos viejos
con animales graciosos de ojos grandes; frases siniestras hechas en punto
cruz; y la colección de disco antiguos de Heather, más de su arte y los
dibujos de crayón de Oak.
En uno, Vivi y Heather y Oak están juntos, representados como él los
ve: la piel marrón y cabello rosa de Heather, la piel pálida y ojos de gato de
Vivi, los cuernos de Oak. Apuesto a que Heather piensa que es adorable,
cómo Oak se convirtió a sí mismo y a Vivi en monstruos. Apuesto a que cree
que es un signo de su creatividad.
Esto va a salir mal. Estoy preparada para que Heather le grite a mi
hermana, Vivi, más que lo merece. Pero no quiero que Heather lastime los
sentimientos de Oak.
Encuentro a Vivi en su habitación, todavía empacando. Es pequeña
en comparación con las habitaciones en las que crecimos, y mucho menos
ordenada que el resto del departamento. Su ropa está en todas partes. Las
bufandas cubren la cabecera, los brazaletes se enroscan en el poste de la
base, zapatos se asoman desde debajo de la cama.
Me siento en el colchón.
—¿A dónde piensa Heather que va hoy?
Vivi me da una gran sonrisa.
—Recibiste mi mensaje, parece que es posible encantar a las aves para
hacer cosas útiles después de todo.
—No me necesitas —le recuerdo—. Eres perfectamente capaz de hacer
todos los caballos de hierba cana que puedas necesitar, algo que yo no
puedo hacer.
—Heather cree que asistiremos a la boda de mi hermana Taryn, cosa
que haremos, en una isla de la costa de Maine, a la cual también iremos.
¿Ves? Ni una sola mentira fue dicha.
Empiezo a comprender por qué me engancharon.
—Y cuando quiso conducir, dijiste que tu hermana vendría a
buscarte.
—Bueno, asumió que habría un ferry, y apenas podría estar de
acuerdo o en desacuerdo con eso —dice Vivi con la vívida honestidad que
siempre me ha gustado y también me ha exasperado.
—Y ahora vas a tener que decir la verdad más honesta —le digo—. O…
tengo una propuesta. No lo hagas. Sigue mintiendo. No vengas a la boda.
—Madoc dijo que dirías eso —me dice, frunciendo el ceño.
—Es demasiado peligroso, por razones complicadas que sé que no te
importan —le digo—. La Reina de Bajo el Mar quiere que su hija se case con
Cardan, y está trabajando con Balekin, quien tiene su propia agenda.
Probablemente esté jugando con él, pero como es mejor que él
comportándose de la peor manera, eso no es bueno.
—Tienes razón —dice Vivi—. No me importa. La política es aburrida.
—Oak está en peligro —le digo—. Madoc quiere usarlo como cebo.
—Siempre hay peligro —dice Vivi, lanzando un par de botas encima
de algunos vestidos arrugados—. La Tierra de las Hadas es una gran
ratonera de peligro. Pero si dejo que eso nos mantenga alejados, ¿cómo
podría mirar a mi incondicional padre a la cara?
»Sin mencionar a mi incondicional hermana, quien nos mantendrá a
salvo mientras padre trama sus planes —continúa Vivi—. Al menos, según
él.
Gimo. Es justo como él asignarme un papel que no puedo negar, pero
que cumple su propósito. Y justo como ella ignorarme y creer que sabe lo
que es mejor.
Alguien en quien confías ya te ha traicionado.
He confiado en Vivi más que en nadie. Le he confiado a Oak, con la
verdad, con mi plan. He confiado en ella porque es mi hermana mayor,
porque no le importa la Tierra de las Hadas. Pero se me ocurre que, si me
traicionara, estaría acabada.
Desearía que no siguiera recordándome que estuvo hablando con
Madoc.
—¿Y confías en papá? Eso es un cambio.
—No es bueno en muchas cosas, pero sabe acerca de intrigas —dice
Vivi, lo cual no es muy tranquilizador—. Venga. Háblame de Taryn. ¿Está
realmente emocionada?
¿Cómo puedo responder eso?
—Locke se hizo Maestro de Festejos. No está exactamente satisfecha
con su nuevo título o comportamiento. Creo que la mitad de la razón por la
que le gusta joder por ahí es para sacarla de quicio.
—Esto no es aburrido —dice Vivi—. Sigue.
Heather entra en la habitación con dos tazas de café. Dejamos de
hablar cuando nos pasa una a mí y otra a Vivi.
—No sabía cómo lo tomas —dice—. Así que lo hice como el de Vee.
Tomo un sorbo. Es muy dulce. Ya he tomado un montón de café esta
mañana, pero bebo un poco más de todos modos.
Negro como los ojos del Rey Supremo de Elfhame.
Heather se apoya contra la puerta.
—¿Has terminado de empacar?
—Casi. —Vivi mira su maleta y luego arroja un par de botas de lluvia.
Luego mira alrededor de la habitación, como si se estuviera preguntando
qué otras cosas puede guardar.
Heather frunce el ceño.
—¿Llevas todo eso para una semana?
—Solo lo de arriba es ropa —dice Vivi—. Debajo, es sobre todo cosas
para Taryn que son difíciles de conseguir en la… isla.
—¿Crees que lo que planeo usar estará bien? —Puedo entender por
qué Heather está preocupada, ya que nunca conoció a mi familia. Cree que
nuestro padre es estricto. No tiene idea.
—Claro —dice Vivi y luego me mira—. Es un sexy vestido plateado.
—Lleva lo que quieras. En serio —le digo a Heather, pensando en cómo
los vestidos, los trapos y la desnudez son todos aceptables en la Tierra de
las Hadas. Está a punto de tener problemas mucho más grandes.
—Apúrense. No queremos quedarnos atrapadas en el tráfico —dice
Heather y vuelve a salir. En la otra habitación, la oigo hablar con Oak,
preguntándole si quiere un poco de leche.
—Entonces —dice Vivi—, decías…
Dejo escapar un largo suspiro y señalo con mi taza de café hacia la
puerta, abriendo mucho los ojos.
Vivi sacude la cabeza.
—Vamos. No podrás decirme nada de esto una vez que estemos allí.
—Ya lo sabes —le digo—. Locke va a hacer infeliz a Taryn. Pero no
quiere escuchar eso y especialmente no quiere escucharlo de mí.
—Una vez tuviste una pelea de espadas por él —señala Vivi.
—Exactamente —le digo—. No soy objetiva. O no parezco objetiva.
—Sin embargo, sabes qué me pregunto —dice, cerrando su maleta y
sentándose sobre ella para aplastarla. Me mira con sus ojos de gato,
idénticos a los de Madoc—. ¿Has manipulado al Rey Supremo de la Tierra
de las Hadas para que te obedezca, pero no puedes encontrar la manera de
manipular a un imbécil para mantener a nuestra hermana feliz?
No es justo, quiero decir. Prácticamente lo último que hice antes de
venir aquí fue amenazar a Locke, ordenándole que no engañara a Taryn
después de que se casaran… o de lo contrario. Aun así, sus palabras duelen.
—No es tan simple.
Suspira.
—Supongo que nunca nada lo es.
Traducido por AnnaTheBrave y Flopy

Corregido por Mime

ak me toma la mano y llevo su pequeña maleta por los


escalones hacia el estacionamiento vacío.
Miro de nuevo a Heather. Está arrastrando una
bolsa detrás de ella y unos cordones elásticos que dice que
podemos usar si tenemos que poner una de las maletas en el portaequipajes
del techo. No le he dicho que ni siquiera hay un coche.
—Así que… —digo, mirando a Vivi.
Vivi sonríe, extendiendo su mano hacia mí. Me saco los tallos de
hierba cana del bolsillo y se los entrego.
No puedo mirar la cara de Heather. Me vuelvo hacia Oak. Está
recogiendo tréboles de cuatro hojas de la hierba, encontrándolos sin
esfuerzo, haciendo un ramo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta Heather, desconcertada.
—No vamos a ir en coche. Vamos a volar —dice Vivi.
—¿Vamos al aeropuerto?
Vivi se ríe.
—Te encantará esto. Corcel, levántate y llévanos a donde yo ordene.
Un jadeo ahogado detrás de mí. Entonces Heather grita. Me giro.
Los corceles de hierba cana están allí frente al complejo de
apartamentos: ponis amarillos de aspecto hambriento con melenas de
encaje y ojos color esmeralda, como los caballitos de mar en la tierra, las
malas hierbas llegan a la vida resoplando y bufando. Y Heather, con las
manos sobre la boca.
—¡Sorpresa! —dice Vivi, que continúa comportándose como si esto
fuera algo pequeño. Oak, claramente anticipando este momento, lo elige
para sacar su propio glamour, revelando sus cuernos.
—Mira, Heather —dice—. Somos mágicos. ¿Estás sorprendida?
Ella mira a Oak, a los monstruosos ponis de hierba cana y luego se
hunde para sentarse en su maleta.
—Está bien —dice ella—. Esto es una especie de broma práctica o algo
así, pero uno de ustedes me va a decir lo que está pasando o voy a volver a
entrar a la casa y los dejaré a todos fuera.
Oak se ve abatido. Realmente esperaba que ella estuviera encantada.
Pongo mi brazo alrededor de él, frotando su hombro.
—Vamos, cariño —le digo—. Vamos a cargar las cosas y pueden venir
después. Mamá y papá están tan emocionados por verte.
—Los extraño —me dice—. También te extraño.
Lo beso en una suave mejilla mientras lo levanto sobre la espalda del
caballo. Él mira por encima de mi hombro a Heather.
Detrás de mí, puedo escuchar a Vivi comenzar a explicarle.
—La Tierra de las Hadas es real. La magia es real. ¿Ves? No soy
humana y mi hermano tampoco. Y te llevaremos a una isla mágica durante
toda la semana. No tengas miedo. No somos los que dan miedo.
Me las arreglo para sacar las cuerdas elásticas de las manos
entumecidas de Heather mientras Vivi muestra sus orejas puntiagudas y
sus ojos de gato y trata de explicar por qué no se lo dijo antes.
Definitivamente somos los que dan miedo.

Algunas horas después, estamos en el salón de Oriana. Heather,


todavía desconcertada y molesta, camina alrededor, contemplando el
extraño arte en las paredes, el siniestro patrón de escarabajos y espinas en
el tejido de cortinas.
Oak se sienta en el regazo de Oriana, dejándola sostenerlo en sus
brazos como si fuera pequeño de nuevo. Sus dedos pálidos revuelven su
cabello, que ella cree que es demasiado corto, y él le cuenta una larga y
confusa historia sobre la escuela y la forma en que las estrellas son
diferentes en el mundo mortal y a qué sabe la mantequilla de maní.
Me duele un poco mirar, porque Oriana no dio a luz más a Oak que a
mí o a Taryn, pero es claramente la madre de Oak, mientras que se ha
negado rotundamente a ser la nuestra.
Vivi saca regalos de su maleta. Bolsas de granos de café, pendientes
de cristal en forma de pequeñas hojas, latas de dulce de leche.
Heather se acerca a mí.
—Todo esto es real.
—Realmente, realmente real —confirmo.
—¿Y es cierto que estas personas son elfos, que Vee es un elfo, como
en una historia? —Heather mira alrededor de la habitación de nuevo, con
cautela, como si estuviera esperando que un unicornio de arco iris
atravesara el yeso y los listones.
—Sí —le digo. Se ve asustada, pero en realidad no está enojada con
Vivi, que es algo. Tal vez la noticia sea demasiado grande para la ira, al
menos todavía.
O tal vez Heather está sinceramente complacida. Tal vez Vivi tenía
razón sobre la manera de decírselo, y fue solo que el placer tardó unos
minutos en llegar. ¿Qué sé yo sobre el amor?
—Y este lugar es… —se detiene—. ¿Oak es una especie de príncipe?
Él tiene cuernos. Y Vivi tiene esos ojos.
—Ojos de gato como su padre —le digo—. Es mucho, estoy segura.
—Suena aterrador —dice Heather—. Tu papá. Lo siento, me refiero al
papá de Vee. Ella dice que él no es realmente tu padre.
Me estremezco, aunque estoy segura que Vivi no quiso decir eso. Tal
vez ni siquiera lo dijo de esa manera.
—Porque eres humana. —Heather intenta aclarar—. Eres humana,
¿verdad?
Asiento y el alivio en su rostro es claro. Ella se ríe un poco.
—No es fácil ser humano en la Tierra de las Hadas —le digo—. Ven a
caminar conmigo. Quiero contarte algunas cosas.
Intenta llamar la atención de Vivi, pero ella todavía está sentada en la
alfombra, hurgando en su maleta. Veo más baratijas, paquetes de regaliz,
cintas para el pelo y un paquete grande cubierto de papel blanco con un
lazo dorado, estampado con “felicitaciones” en todo su largo.
Sin saber qué más hacer, Heather me sigue. Vivi ni siquiera parece
darse cuenta.
Es extraño estar de vuelta en la casa donde crecí. Tentada a subir las
escaleras y abrir las puertas de mi antigua habitación para ver si hay algún
rastro de mí allí. Tentada a entrar en el estudio de Madoc y revisar sus
papeles como la espía que soy.
En lugar de eso, me dirijo al patio y comienzo a dirigirme hacia los
establos. Heather respira hondo. Sus ojos son atraídos hacia las torres
visibles sobre la línea de los árboles.
—¿Vee te habló acerca de las reglas? —pregunto mientras caminamos.
Heather sacude la cabeza, claramente perpleja.
—¿Reglas?
Vivi me ha ayudado muchas veces cuando nadie más lo hizo, así que
sé que se preocupa. Sin embargo, se siente como una ceguera voluntaria
por haber pasado por alto lo difícil que Taryn y yo la tuvimos como mortales,
lo cuidadosas que debíamos ser y lo cuidadosa que debería ser Heather
mientras está aquí.
—Dijo que debería quedarme con ella —dice Heather, probablemente
viendo la frustración en mi cara y queriendo defender a Vivi—. Que no
debería vagar sin uno de los miembros de su familia.
Sacudo la cabeza.
—No es suficiente. Escucha, los mágicos pueden hacer que las cosas
se vean diferentes. Pueden alterar tu mente, hechizarte, persuadirte a hacer
cosas que no considerarías normalmente. Y luego está la manzana eterna,
el fruto de la Tierra de las Hadas. Si lo pruebas, todo lo que piensas es en
obtener más.
Sueno como Oriana.
Heather me mira con horror y posiblemente con incredulidad. Me
pregunto si fui demasiado lejos. Intento de nuevo con un tono un poco más
tranquilo:
—Estamos en desventaja aquí. Los mágicos, son eternos e inmortales.
Y no a todos les agradan los humanos. Así que no bajes la guardia, no hagas
tratos y mantén algunas cosas específicas contigo en todo momento: bayas
de serbal y sal.
—Está bien —dice.
En la distancia, puedo ver dos sapos de Madoc pastando en el patio,
siendo atendidos por peones.
—Lo estás tomando muy bien —le digo.
—Tengo dos preguntas. —Algo en su voz o en su comportamiento me
hace darme cuenta que tal vez está pasando un momento más difícil de lo
que pensaba—. Uno, ¿qué son las bayas de serbal? Y dos, si la Tierra de las
Hadas es como dices, ¿por qué vives aquí?
Abro la boca y luego la cierro.
—Es mi hogar —le digo, finalmente.
—No tiene que ser así —dice ella—. Si Vee puede irse, tú también
puedes. Como dijiste, no eres uno de ellos.
—Ven a las cocinas —digo, dirigiéndome hacia la casa.
Una vez allí, Heather se queda paralizada por el enorme caldero, lo
suficientemente grande como para que ambas nos bañemos en él. Mira
fijamente los cuerpos de perdices, que descansan en el mostrador junto a la
masa estirada para un pastel.
Me acerco a los frascos de vidrio de hierbas y saco algunas bayas de
serbal. Saco un hilo grueso para coser el relleno dentro de las gallinas, y uso
eso y un poco de gasa para hacer un pequeño nudo con ellas.
—Pon esto en tu bolsillo o en tu sostén —le digo—. Mantenlo contigo
mientras estés aquí.
—¿Y esto me mantendrá a salvo? —pregunta Heather.
—Más a salvo —le digo, cosiéndole una bolsa de sal—. Espolvorea esto
en lo que comes. No lo olvides.
—Gracias. —Toma mi brazo, dándole un rápido apretón—. Quiero
decir, esto no se siente real. Sé que eso debe sonar ridículo. Estoy parada
frente a ti. Puedo oler las hierbas y la sangre de esas pequeñas aves raras.
Si me clavaras esa aguja, dolería. Pero todavía no se siente real. A pesar de
que explica todas las estúpidas evasiones de Vee sobre cosas normales,
como a dónde fue a la escuela secundaria. Pero significa que todo el mundo
está al revés.
Cuando he estado allí, en el centro comercial, en el apartamento de
Heather, la diferencia entre ellos y nosotros ha parecido tan grande que no
puedo imaginar cómo Heather logra superarlo.
—Nada de lo que puedas decir me parecería ridículo —le digo.
Su mirada, mientras contempla la fortaleza, mientras bebe en el aire
de la tarde, está llena de interés esperanzador. Tengo un recuerdo incómodo
de una chica con piedras en los bolsillos y me siento desesperadamente
aliviada de que Heather esté dispuesta a aceptar que le den la vuelta a su
mundo.
De vuelta en la sala, Vivi nos sonríe.
—¿Jude te dio el gran tour?
—Le hice un talismán —le digo, mi tono deja en claro que ella debería
haber sido la que lo hiciera.
—Bien —dice Vivi alegremente, porque va a tomar mucho más que un
tono un poco agraviado para meterse debajo de su piel cuando las cosas van
en la dirección que quiere—. Oriana me dice que no has estado mucho
últimamente. Tu enemistad con nuestro viejo y querido padre suena
bastante seria.
—Sabes lo que le costó —le digo.
—Quédate a cenar. —Oriana se levanta, pálida como un fantasma,
para mirarme con sus ojos rubí—. A Madoc le gustaría eso. A mí también.
—No puedo —respondo, lamentándome—. Ya me entretuve aquí más
de lo debido, pero los veré en la boda.
—Las cosas siempre son dramáticas por aquí —dice Vivi a Heather—.
Épicas. Todos actúan como si acabaran de salir de una balada de asesinato.
Heather mira a Vivi como si, quizás, ella acabara de salir de una
balada, también.
—Oh —dice Vivi, buscando en su maleta nuevamente, sacando otro
paquete de aspecto esponjoso envuelto con un moño negro—. ¿Podrías
llevarle esto a Cardan? Es un obsequio de “felicidades por ser rey”.
—Es el Rey Supremo de Elfhame —dice Oriana—. No importa si solían
jugar juntos, no puedes llamarlo como lo hacías cuando eran niños.
Me quedo allí parada estúpidamente por un largo momento, sin tomar
el paquete. Sabía que Vivi y Cardan eran amigos. Después de todo, Vivi fue
quien le dijo a Taryn de su cola, por haberla visto mientras nadaba con una
de sus hermanas.
Simplemente lo había olvidado.
—¿Jude? —pregunta Vivi.
—Creo que es mejor si se lo das tu misma —digo, y con eso, me voy
de mi antigua casa antes de que Madoc regrese y me abrume de nostalgia.

Paso por la sala del trono donde Cardan está sentado en una de las
mesas bajas, su cabeza inclinada hacia la de Nicasia. No puedo ver su
rostro, pero puedo ver el de ella cuando inclina su cabeza hacia atrás riendo,
mostrando la columna de su cuello. Se ve incandescente de alegría, la
atención de él es la luz en la cual su belleza brilla especialmente brillante.
Ella lo ama, me doy cuenta incómodamente. Lo ama, y lo traicionó
con Locke y está aterrada de que él nunca vuelva a amarla.
Sus dedos acarician su brazo hasta su muñeca y recuerdo
vívidamente la sensación de esas manos sobre mí. Mi piel arde ante el
recuerdo, un rubor que comienza en mi cuello y se expande desde allí.
Bésame hasta que me harte de ello, dijo, y ahora sin duda se había
asqueado de mis besos. Ahora con toda seguridad está harto de ellos.
Odio verlo con Nicasia. Odio la idea de él tocándola. Odio que sea mi
plan y no tener a nadie con quien enfadarme excepto yo.
Soy una idiota.
El dolor te hace fuerte, me dijo Madoc una vez, haciéndome levantar
una espada una y otra vez. Acostúmbrate al peso.
Me obligo a dejar de mirar. En vez de eso, me encuentro con Vulciber
para coordinar traer a Balekin al palacio para su audiencia con Cardan.
Luego voy a la Corte de las Sombras y oigo información sobre
cortesanos, oigo rumores de Madoc organizando sus fuerzas como si se
estuviese preparando para la guerra que aún espero evitar. Envío dos espías
a las Cortes inferiores con la mayor cantidad de cambiantes sin juramento
para ver que pueden averiguar. Hablo con la Bomba sobre Grimsen, quien
ha creado a Nicasia un broche incrustado de gemas que le permite conjurar
vaporosas alas de su espalda y volar.
—¿Qué crees que quiere? —pregunto.
—Elogios, alabanzas —dice la Bomba—. Quizás encontrar un nuevo
benefactor. Probablemente no le moleste un beso.
—¿Crees que está interesado en Nicasia por Orlagh o por ella? —
quiero saber.
La Bomba se encoge de hombros.
—Está interesado en la belleza de Nicasia y el poder de Orlagh.
Grimsen fue exiliado con el primer Alderking; creo que la próxima vez que
jure lealtad, estará muy seguro del monarca al que jura.
—O quizás él no quiere jurar lealtad nunca más —digo, decidiendo
hacerle una visita.

Grimsen prefiere vivir y trabajar en la vieja herrería que Cardan le


había dado, aunque está repleta con rosales y no en la mejor condición.
Una pequeña nube de humo sale de la chimenea mientras me
aproximo. Golpeo tres veces y espero.
Unos momentos después, él abre la puerta, dejando salir una oleada
de calor suficientemente caliente para hacerme retroceder un paso.
—Te conozco —dice.
—Reina de la Alegría —admito, sacándolo del camino.
Él ríe, negando con la cabeza.
—Conocí a tu padre mortal. Él hizo un cuchillo para mí una vez, viajó
todo el camino hasta Fairfold para preguntarme qué opinaba.
—¿Y qué pensaste? —Me pregunto si fue antes de que Justin llegara
a Elfhame, antes de mi madre.
—Él tenía verdadero talento. Le dije que si practicaba por cincuenta
años podría crear la mejor espada hecha por un hombre mortal. Le dije que
si practicaba por cien años, podría forjar una de las mejores espadas hecha
por quien sea. Nada de eso lo satisfizo. Luego le dije que le daría uno de mis
secretos: él podría aprender cien años de práctica en un solo día, solo si
hacía un trato conmigo. Solo si se iba con algo que no quería perder.
—¿Y aceptó el trato? —pregunto.
Él parece encantado.
—Oh, ¿no te gustaría saberlo? Ven.
Con un suspiro, lo hago. El calor es casi insoportable y el olor a metal
abruma mis sentidos. En la oscura habitación, lo que más veo es fuego.
Deslizo mi mano hacia el cuchillo en mi manga.
Afortunadamente, nos movemos por la herrería y hacia las
habitaciones de la casa. Es un desorden, todas las superficies llenas de
cosas hermosas: gemas, joyas, espadas y otros adornos. Él trae una
pequeña silla de madera para mí y se sienta en un banco bajo.
Tiene un rostro curtido, y su cabello canoso está en punta, como si se
lo hubiera acomodado mientras trabajaba. Hoy no está usando una
chaqueta de joyas; está usando un delantal de cuero gastado sobre una
camisa gris llena de cenizas. Siete aros de oro pesados cuelgan de sus largas
orejas puntiagudas.
—¿Qué te trae a mi herrería? —pregunta.
—Esperaba encontrar un regalo para mi hermana. Se va a casar
dentro de unos días.
—Algo especial entonces —dice.
—Sé que eres un herrero legendario —digo—. Así que creí que era
posible que ya no vendas tus mercancías.
—Sin importar mi reputación, aun soy un comerciante —dice, con una
mano en su corazón. Luce complacido de ser halagado—. Pero es cierto que
ya no acepto dinero, solo en trueque.
Debí haber sabido que había algún tipo de truco. Aun así, parpadeo,
fingiendo inocencia.
—¿Qué puedo darte que no tengas?
—Vamos a averiguarlo —dice—. Háblame de tu hermana. ¿Es un
matrimonio por amor?
—Debe serlo —digo, considerándolo—. Ya que no hay ningún valor en
el mismo.
Sus cejas se elevan.
—Sí, ya veo. ¿Y tu hermana se parece a ti?
—Somos gemelas —digo.
—Piedras azules, entonces, por tus colores —dice—. ¿Tal vez un collar
de lágrimas falsas para que no tenga que hacerlo? ¿Un broche de dientes
para morder esposos molestos? No. —Continúa caminando entre el pequeño
espacio. Levanta un anillo—. ¿Para concebir un hijo? —Y luego, viendo mi
rostro, toma un par de pendientes, uno con la forma de una luna creciente
y el otro de la forma de una estrella—. Ah, sí. Aquí. Esto es lo que quieres.
—¿Qué es lo que hacen? —pregunto.
Él ríe.
—Son hermosos, ¿eso no es suficiente?
Le doy una mirada escéptica.
—Será suficiente, considerando lo exquisitos que son, pero apuesto a
que eso no es todo.
Él disfruta eso.
—Chica inteligente. No solo son hermosos, sino que aumentan la
belleza. Hacen que alguien se vea más hermoso de lo que es, dolorosamente
hermoso. Su esposo no se apartará de ella por un tiempo.
La expresión en su rostro es un desafío. Cree que soy demasiado
vanidosa para darle un regalo así a mi hermana.
Que bien conoce el egoísta corazón humano. Taryn será una hermosa
novia. ¿Cuánto más quiero, su gemela, estar en su sombra? ¿Qué tan
hermosa puedo soportar que sea?
Y aun así, ¿qué mejor regalo para una chica humana comprometida
con la belleza de los mágicos?
—¿Qué quieres a cambio? —pregunto.
—Oh, cualquier cantidad de pequeñas cosas. Un año de tu vida. El
brillo de tu cabello. El sonido de tu risa.
—Mi risa no es un sonido dulce en absoluto.
—No dulce, pero apuesto a que es extraña —dice y me pregunto cómo
lo sabe.
—¿Qué hay de mis lágrimas? —pregunto—. Podrías hacer otro collar.
Él me observa, como si evaluara qué tan seguido lloro.
—Tomaré una sola lágrima —dice finalmente—. Y tú llevarás una
oferta al Rey Supremo de mi parte.
—¿Qué tipo de oferta? —pregunto.
—Se sabe que el Bajo el mar ha amenazado la tierra. Dile a tu rey que
si declara una guerra, le haré una armadura de hielo para destrozar
cualquier espada que lo ataque y hará su corazón demasiado frío para sentir
lástima. Dile que le haré tres espadas que, usadas en la misma batalla,
pelearán con la fuerza de treinta soldados.
Estoy sorprendida.
—Se lo diré. Pero, ¿por qué querrías eso?
Hace un mohín, tomando un trapo para pulir los pendientes.
—Tengo una reputación que reconstruir, miladi, y no solo como un
creador de baratijas. Antes, reyes y reinas solían venir a mí suplicándome.
Antes, forjé coronas y espadas para cambiar el mundo. Está en las manos
del Rey Supremo el poder de restaurar mi fama y está en mis manos
aumentar su poder.
—¿Y si le gusta el mundo así como es? —pregunto—. Sin cambiar.
Suelta una pequeña risa.
—Entonces te haré un pequeño cristal para detener el tiempo.
La lágrima es tomada por el rabillo de mi ojo con un largo sifón. Luego
me voy, con los pendientes de Taryn y más preguntas.
En mis habitaciones, sostengo las joyas en mis orejas. Incluso en el
espejo, hacen que mis ojos se vean profundos y luminosos. Mi boca parece
más roja, mi piel brilla como si acabara de salir de la bañera.
Los envuelvo antes de cambiar de opinión.
Traducido por Ximena y âmenoire

Corregido por Flochi

asé el resto de la noche en la Corte de las Sombras,


haciendo planes para mantener a Oak a salvo. Guardias
alados que pueden arrastrarlo por los aires si se siente
atraído por los placeres de las olas en las que él alguna vez
jugó. Un espía disfrazado de niñera, que lo siga, lo
consienta y pruebe cualquier cosa antes de que pueda saborearlo. Arqueros
en los árboles, con las puntas de sus flechas apuntando sobre cualquiera
que se acerque demasiado a mi hermano.
Cuando estoy intentando anticipar lo que Orlagh podría hacer y cómo
saberlo tan pronto como sucede, alguien toca a mi puerta.
—¿Sí? —digo y Cardan entra.
Me pongo de pie con sorpresa. No esperaba que él estuviera aquí, pero
está vestido con una vestimenta desordenada. Sus labios están ligeramente
hinchados, su cabello revuelto. Parece que vino directamente de una cama
y no de la suya.
Arroja un pergamino sobre mi escritorio.
—¿Y bien? —pregunto, mi voz saliendo tan fría como podría desear.
—Tenías razón —dice, y suena como una acusación.
—¿Qué? —pregunto.
Se apoya contra el marco de la puerta.
—Nicasia reveló sus secretos. Solo me tomó un poco de amabilidad y
unos cuantos besos.
Nuestros ojos se encuentran. Si miro hacia otro lado, sabrá que estoy
avergonzada, pero me temo que puede decirlo de todos modos. Mis mejillas
se calientan. Me pregunto si alguna vez podré mirarlo de nuevo sin recordar
cómo fue tocarlo.
—Orlagh actuará durante la boda de Locke y tu hermana.
Me siento de nuevo en mi silla, mirando todas las notas frente a mí.
—¿Estás seguro?
Él asiente.
—Nicasia dijo que a medida que el poder mortal crece, la tierra y el
mar deberían estar unidos. Y que lo estarían, ya sea como ella esperaba o
como yo debería temer.
—Siniestro —le digo.
—Parece que tengo un gusto singular por las mujeres que me
amenazan.
No puedo pensar en qué decir a eso, así que en lugar le cuento sobre
la oferta de Grimsen de forjarle armaduras y espadas para llevarlo a la
victoria.
—Mientras estés dispuesto a luchar contra Bajo el Mar.
—¿Quiere que tenga una guerra para devolverle su antigua gloria? —
pregunta Cardan.
—Más o menos —le digo.
—Ahora eso es ambición —dice Cardan—. Puede que solo quede un
terreno inundable y varios pinos aún en llamas, pero los cuatro Mágicos que
se amontonan en una cueva húmeda habrían escuchado el nombre
Grimsen. Uno debe admirar el enfoque. Supongo que no le dijiste que
declarar la guerra o no, era tu decisión, no la mía.
Si es el verdadero Rey Supremo de Elfhame, a quien seguiremos hasta
el final de los días, entonces hemos sido un poco irrespetuosos, dirigiendo el
reino por él. Pero si está simulando, entonces es un espía con seguridad mejor
que la mayoría de nosotros.
—Por supuesto que no —le digo.
Por un momento, hay silencio entre nosotros.
Da un paso hacia mí.
—La otra noche…
Lo interrumpo.
—Lo hice por la misma razón que tú. Para sacarlo de mi sistema.
—¿Y lo hiciste? —pregunta—. ¿Sacarlo de tu sistema?
Lo miro a la cara y miento.
—Sí.
Si me toca, si incluso da otro paso hacia mí, mi engaño quedará
expuesto. No creo que pueda mantener el anhelo fuera de mi cara. En
cambio, para mi alivio, asiente con la cabeza y se marcha.
Desde la habitación de al lado, escucho a la cucaracha llamar a
Cardan para ofrecerle enseñarle el truco de levitar una carta. Escucho a
Cardan reír.
Se me ocurre que tal vez el deseo no es algo que ayude en exceso. Tal
vez no sea diferente al mitridatismo; tal vez tomé una dosis mortal cuando
debería estar envenenándome lentamente, un beso a la vez.

No me sorprende encontrar a Madoc en su sala de estrategia en el


palacio, pero está sorprendido por mí, no está acostumbrado a mi astucia.
—Padre —le digo.
—Solía pensar que quería que me llamaras así —dice—. Pero resulta
que cuando lo haces, rara vez vienen cosas buenas.
—En absoluto —le digo—. Vine a decirte que tenías razón. Odio la idea
de que Oak esté en peligro, pero si podemos descubrir cuando llega el ataque
de Bajo el Mar, eso es más seguro para Oak.
—Has estado planeando cuidarlo mientras él está aquí. —Sonríe,
mostrando sus dientes afilados—. Difícil de cubrir cada eventualidad.
—Imposible. —Suspiro, entrando más profundamente en la
habitación—. Así que estoy a bordo. Déjame ayudarte a distraer a Bajo el
Mar. Tengo recursos. —Ha sido un general desde hace mucho tiempo. Él
planeó el asesinato de Dain y se salió con la suya. Es mejor en esto que yo.
—¿Y si solo quieres sabotearme? —pregunta—. No puedes esperar que
confíe en que ahora es en serio.
Aunque tiene todas las razones para hacerlo, la desconfianza de
Madoc duele. Me pregunto cómo habría sido si él hubiera compartido sus
planes de poner a Oak en el trono antes de que fuera testigo del baño de
sangre de la coronación. Si hubiera confiado en mí para ser parte de su plan,
me pregunto si habría desdeñado mis dudas. No me gusta pensar que eso
sea posible, pero me temo que podría ser.
—No pondría a mi hermano en riesgo —le digo, mitad en respuesta a
él, mitad en respuesta a mis propios miedos.
—¿Oh? —pregunta—. ¿Ni siquiera para salvarlo de mis garras?
Supongo que me lo merezco.
—Dijiste que querías que volviera a tu lado. Aquí tienes la oportunidad
de mostrarme cómo sería trabajar contigo. Persuadirme.
Mientras yo controlo el trono, nunca podremos estar del mismo lado,
pero quizás podamos trabajar juntos. Tal vez pueda canalizar su ambición
para vencer a Bajo el Mar y olvidarse del trono, al menos hasta que Oak
crezca. Para entonces, al menos, las cosas serán diferentes.
Indica la mesa con un mapa de las islas y sus estatuillas talladas.
—Orlagh tiene una semana para atacar, a menos que tenga la
intención de volver a poner una trampa en el mundo mortal en ausencia de
Oak. Tienes guardias en el apartamento de Vivienne, los que has contratado
fuera del ejército y que no parecen caballeros. Inteligente. Pero nada ni nadie
es infalible. Creo que es el lugar más ventajoso para nosotros para tentarlos
a atacar…
—Bajo el Mar va a hacer su movimiento durante la boda de Taryn.
—¿Qué? —Me da una evaluación con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo
sabes eso?
—Nicasia —le digo—. Y creo que puedo restringir más las cosas si
trabajamos rápido. Tengo una manera de obtener información para Balekin,
información que él creerá.
Las cejas de Madoc se levantan.
Asiento con la cabeza.
—Un prisionero. Ya he enviado información a través de ella con éxito.
Se aleja de mí para servirse un poco de licor oscuro y se deja caer en
la silla de cuero.
—¿Estos son los recursos que mencionaste?
—No vengo a ti con las manos vacías —le digo—. ¿No estás al menos
un poco satisfecho de que hayas decidido confiar en mí?
—Podría decir que fuiste tú quien finalmente decidió confiar en mí.
Ahora queda por ver qué tan bien vamos a trabajar juntos. Hay muchos más
proyectos en los que podríamos colaborar.
Como tomar el trono.
—Un contratiempo a la vez —le advierto.
—¿Lo sabe? —pregunta Madoc, sonriendo de una forma ligeramente
aterrorizante pero paternal—. ¿Tu Rey Supremo tiene alguna idea de cuán
buena eres en gobernar su reino por él?
—Sigo esperando que no lo haga —digo, intentando mostrar una
despreocupada confianza que no siento cuando se trata de algo que tenga
que ver con Cardan o nuestro arreglo.
Madoc se ríe.
—Oh, también lo espero, hija, tanto como espero que te des cuenta de
cuánto mejor sería si estuvieras gobernándolo para tu propia familia.

La audiencia de Cardan con Balekin toma lugar al día siguiente. Mis


espías me dicen que pasó la noche solo, sin fiestas desordenadas, deleites
ebrios o concurso de liras. No sé cómo interpretar eso.
Balekin es llevado hacia el salón del trono encadenado, pero camina
con su cabeza levantada, con ropa demasiado fina para la Torre. Alardea su
habilidad de obtener lejos, alardea su arrogancia, como si Cardan tuviera
que estar sorprendido por esto en lugar de molesto.
Por su parte, Cardan luce especialmente formidable. Viste un abrigo
de terciopelo color moho, bordado por todos lados con brillante dorado. El
arete que le fue dado por Grimsen cuelga de su lóbulo, atrapando la luz
cuando gira su cabeza. No hay juerguista aquí hoy, pero la habitación no
está vacía. Randalin y Nihuar están parados juntos próximos al estrado en
un costado, cerca de tres guardias. Estoy en el otro costado, parada cerca
de un área de sombras. Los sirvientes permanecen cerca, listos para servir
vino o tocar el arpa, lo que se adapte al placer del Rey Supremo.
Arreglé con Vulciber para que Lady Asha reciba una nota justo cuando
Balekin fuera traído por las escaleras y sacado de la Torre para su audiencia.
La nota decía:
He pensado en tu solicitud y quiero negociar. Hay una manera de
conseguir que salgas de la isla, inmediatamente después de la boda de mi
hermana. Para su seguridad, mi hermano menor va a ser traído de vuelta en
barco porque volar lo hace enfermar. También puedes irte ahí, sin que el Rey
Supremo sea el más listo, dado que el viaje es, por necesidad, secreto. Si estás
de acuerdo en que esto sea suficiente, responde a esto y nos encontraremos
de nuevo para discutir mi pasado y tu futuro. ~J.
Hay una posibilidad de que no le dirá nada a Balekin cuando regrese
a su celda, pero dado que ya le ha pasado información y dado que
indudablemente él vio que recibió una nota, creo que no soportará escuchar
que no había nada ahí, especialmente cuando, siendo un hada, ella debe
preferir la evasión en lugar de las mentiras descaradas.
—Hermanito —dice Balekin sin esperar a ser reconocido. Lleva
puestas esposas en sus muñecas como si fueran brazaletes, como si
añadieran a su estatus en lugar de marcarlo como un prisionero.
—Solicitaste una audiencia con la corona —dice Cardan.
—No, hermano, eras tú con quien quería hablar, no con el adorno
sobre tu cabeza. —La ladina falta de respeto me hace preguntar por qué
quiso tener esta audiencia en primer lugar.
Pienso en Madoc y cómo alrededor de él, soy perpetuamente una niña.
No es algo pequeño juzgar a la persona que te crio, sin importar lo demás
que haya hecho. Esta confrontación es menos sobre este momento y más
sobre el vasto barrido de su pasado, los torcidos y enredados resentimientos
viejos y alianzas entre ellos.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunta Cardan. Su voz permanece
suave, pero con el vacío de la autoridad aburrida que generalmente ejerce.
—¿Qué es lo que quiere cualquier prisionero? —dice Balekin—.
Déjame salir de la Torre. Si tienes la intención de tener éxito, necesitas de
mi ayuda.
—Si has estado intentando verme solo para decir eso, tus esfuerzos
han sido en vano. No, no te liberaré. No, no te necesito. —Cardan suena
convencido.
Balekin sonríe.
—Me has encerrado porque me temes. Después de todo, odiabas a
Eldred más de lo que yo lo hacía. Detestabas a Dain. ¿Cómo puedes
castigarme por las muertes de las que no te arrepientes?
Cardan mira a Balekin con incredulidad, medio levantándose del
trono. Sus puños están cerrados. Su rostro es el de una persona que ha
olvidado dónde está.
—¿Qué hay sobre Elowyn? ¿Qué hay de Caelia y Rhyia? Si todo lo que
me importara fuera por mis propios sentimientos, sus muertes serían razón
suficiente para que me vengara de ti. Eran nuestras hermanas y hubieran
sido mejores gobernantes que tú o que yo.
Pensé que Balekin retrocedería ante eso, pero no lo hace. En cambio
una pequeña sonrisa insidiosa crece en su boca.
—¿Intercedieron por ti? ¿Alguna de nuestras queridas hermanas te
acogieron? ¿Cómo puedes pensar que se preocupaban por ti cuando no irían
en contra de padre por defenderte?
Durante un momento, creo que Cardan va a atacarlo. Mi mano se
mueve hacia la empuñadura de mi propia espada. La pondré frente a él.
Pelearé contra Balekin. Sería mi placer pelear contra Balekin.
En cambio, Cardan se deja caer de nuevo en el trono. La furia
desaparece de su rostro y habla como si no hubiera escuchado las últimas
palabras de Balekin.
—Pero estás encerrado no porque te tema o por venganza. No me
satisfago a mí mismo con tu castigo. Estás en la Torre porque es justo.
—No puedes hacer esto solo —dice Balekin, mirando alrededor de la
habitación—. Nunca te preocupaste por trabajar, nunca te preocupaste por
halagar diplomáticos o cumplir con tus obligaciones en lugar de conseguir
tus placeres. Dame las tareas difíciles, en lugar de dárselas a una chica
mortal con quien te sientes en deuda y quien solo te defraudará.
Los ojos de Nihuar y Randalin y unos cuantos guardias se mueven
hacia mí, pero Cardan observa a su hermano. Después de un largo
momento, habla:
—¿Serías mi regente, aunque ya tengo edad suficiente? Vienes ante
mí, no como penitente, sino como si estuvieras ante un perro callejero a
quien llamarías para que te siguiera.
Finalmente, Balekin luce desconcertado.
—Aun cuando algunas veces he sido severo contigo, fue porque
buscaba hacerte alguien mejor. ¿Crees que puedes ser indolente y
autocomplaciente y aun así tener éxito aquí, como gobernante? Sin mí, no
serías nada. Sin mí, no serás nada.
La idea de que Balekin pueda decir esas palabras sin creer que fueran
mentiras es sorprendente.
Cardan, por su parte, muestra una pequeña sonrisa y cuando habla,
su voz es ligera.
—Me amenazas, te alabas. Revelas tus deseos. Incluso si estuviera
considerando tu oferta, después de ese pequeño discurso, estaría seguro
que no fueras un diplomático.
Balekin da un furioso paso hacia el trono y los guardias cierran el
espacio entre ellos. Puedo ver la urgencia física de Balekin por golpear a
Cardan.
—Estás jugando a ser rey —dice Balekin—. Y si no lo sabes, entonces
eres el único. Envíame de vuelta a prisión, pierde mi ayuda y pierde el reino.
—Esa —dice Cardan—. La segunda opción, la que no te involucra. Esa
es la que elijo. —Se gira hacia Vulciber—. Esta audiencia se terminó.
Mientras Vulciber y los otros guardias se mueven para acompañar a
Balekin de vuelta a la Torre del Olvido, su mirada se mueve hacia mí. Y en
sus ojos, veo un pozo de odio tan profundo que temo que si no somos
cuidadosos, todo Elfhame podría hundirse en él.

Dos noches antes de la boda de mi hermana, estoy parada frente al


alto espejo en mis aposentos y saco lentamente a Nightfell. Realizo los
movimientos y posiciones, las que Madoc me enseñó, las que aprendí en la
Corte de las Sombras.
Luego levanto mi espada, presentándosela a mi oponente. La saludo
en el espejo.
De un lado al otro, bailo por el piso, peleando contra ella. Ataco y
esquivo, esquivo y ataco. Simulo. Me agacho. Observo al sudor acumularse
en su frente. Lucho hasta que la transpiración mancha su camiseta, hasta
que está temblando por el cansancio.
Todavía no es suficiente.
Nunca puedo vencerla.
Traducido por Anabel-Vp, LizC y Flochi

Corregido por Imma Marques

a trampa para Orlagh está preparada. Paso el resto del día


con Madoc repasando los detalles. Creamos tres
momentos y lugares específicos en los cuales el Reino de
Bajo el Mar podría atacarnos con cierta confianza.
El barco en sí, llevando un señuelo, es obvio. Hace falta un trasgo
escondido bajo una capa que simule ser Oak, y encantar el barco para que
vuele.
Antes de eso, hay un momento durante la recepción de Taryn, en el
que Oak se va por su cuenta al laberinto. Una parte de la vegetación va a
ser reemplazada por árboles mágicos, que pasarán inadvertidos hasta que
tengan que atacar.
E incluso antes que eso, al llegar a la finca de Locke para la boda,
parecerá que Oak sale de un carruaje a un área de tierra, despejada y visible
desde el océano. Ahí también usaremos un señuelo. Yo esperaré con el
verdadero Oak en el carruaje mientras sale el resto de la familia y, con
suerte, el mar ataca. Entonces, el carruaje dará un rodeo y entraremos de
forma segura a través de una ventana. En esta opción, los árboles cercanos
a la costa estarán llenos de duendecillos, listos para detectar a los
habitantes del Reino de Bajo el Mar y una red ha sido enterrada bajo la
arena para atraparlos.
Tres oportunidades que tiene el Reino de Bajo el Mar para atrapar y
dañar a Oak. Tres oportunidades para hacer que se arrepientan de
intentarlo.
Tampoco vamos a descuidar la protección de Cardan. Su guardia
personal está en alerta máxima. Tiene su propio grupo de arqueros, que
seguirán cada uno de sus movimientos. Y, por supuesto, nuestros espías.
Taryn quiere pasar la última noche antes de la boda con sus
hermanas, así que guardo un vestido y los pendientes en una mochila, y la
ato a la parte trasera del mismo caballo que una vez llevé a Insweal. Me
coloco a Nightfell en la parte de atrás de la silla. Luego, me dirijo a la finca
de Madoc.
La noche es hermosa. Una brisa atraviesa los árboles, perfumada con
el aroma de las agujas de pino y de los manzanos eternos. A lo lejos oigo
cascos. Los zorros hacen sus extraños aullidos para llamar a otros. El trino
de la música de flauta proviene de un lugar lejano, junto con el sonido de
las sirenas cantando sus canciones agudas y sin palabras en las rocas.
Entonces, de repente, los cascos ya no están tan lejos. Vienen jinetes
por el bosque. Siete de ellos montan esqueléticos caballos con ojos perlados.
Sus caras están cubiertas y sus armaduras manchadas de pintura blanca.
Puedo oir sus risas mientras se separan para venir hacia mí desde diferentes
ángulos. Por un momento, creo que debe haber algún error.
Uno de ellos saca un hacha, que brilla a la luz de la luna creciente, lo
que me hiela la sangre. No, no es un error. Han venido a matarme.
Mi experiencia peleando a caballo es limitada. Pensé que sería
caballero del Rey en Elfhame, defendiendo la seguridad y el honor de algún
miembro de la familia real, no participando en batallas, como Madoc.
Ahora, a medida que se acercan a mí, pienso en quién sabía de esta
vulnerabilidad en particular. Ciertamente, Madoc lo sabía. Tal vez, esta es
su forma de hacerme pagar por mi traición. Tal vez lo de fiarse de mí fue
una trampa. Después de todo, sabía que me dirigía a su fortaleza esta noche.
Y hemos pasado toda la tarde planeando trampas como esta.
Tristemente pienso en la advertencia de la Cuccaracha: La próxima
vez, lleva a un miembro de la guardia real. Lleva a uno de nosotros. Lleva una
nube de sprites o un spriggan1 borracho. Pero no vayas sola.
Pero aquí estoy. Sola.
Animo a mi caballo a moverse más deprisa. Si logro atravesar el
bosque y acercarme a casa lo suficiente, estaré a salvo. Allí hay guardias e
independientemente de si Madoc ha contratado o no a los jinetes, nunca
dejaría que un invitado, por no hablar de su pupila, fuese asesinada en sus
tierras.
Iría en contra de las normas de cortesía.

1
Spriggan: es un adusto y feo, guerrero hada de la tradición de Cornualles.
Todo lo que tengo que hacer es conseguirlo.
Los cascos se escuchan a mis espaldas mientras atravesamos el
bosque. Miro hacia atrás, con el viento en mi cara, haciendo que se me meta
el cabello en la boca. Están muy lejos, intentando acercase lo suficiente a
mí para alejarme de las tierras de Madoc, hacia la costa, donde no pueda
esconderme.
Se acercan más y más. Puedo escucharlos llamándose unos a otros,
pero las palabras se pierden en el viento. Mi caballo es rápido, pero los suyos
se mueven como el viento a través de la noche. Cuando miro, veo a uno de
ellos blandiendo un arco con flechas de color negro.
Giro mi montura hacia un lado solo para encontrar otro jinete allí,
cortando mi camino.
Están blindados, con las armas a mano. Yo solo tengo unos cuantos
cuchillos en mi espalda, y a Nightfell en las alforjas, junto con una pequeña
ballesta desmontada. Recorrí estos bosques cientos de veces durante mi
niñez; nunca pensé que debería estar armada aquí.
Una flecha pasa volando junto a mí, mientras otro jinete se acerca,
blandiendo un cuchillo.
No hay manera de dejarlos atrás.
Me pongo de pie sobre los estribos, un truco que no estoy segura si
funcionará, y luego me agarro a la siguiente rama robusta que paso. Uno de
los caballos de ojos blanquecinos muestra sus dientes y muerde el lateral
de mi montura. Mi pobre caballo relincha y se sacude. A la luz de la luna
creo ver unos ojos ámbar, mientras la larga espada de un jinete se balancea
en el aire.
Subo de un salto arrastrándome por la rama. Por un segundo, me
aferro a ella, respirando con dificultad, mientras los jinetes pasan debajo de
mí. Dan la vuelta. Uno toma un trago de una botella, que deja una mancha
dorada en sus labios.
—Pequeña gatita en el árbol —llama otro—. ¡Baja hasta los zorros!
Me pongo de pie, recordando las lecciones del Fantasma mientras
corro por la rama. Tres jinetes rondan por debajo de mí. Hay un destello en
el aire mientras el hacha vuela en mi dirección. Me agacho, intentando no
resbalar. El hacha se clava a mi lado, astillando el tronco del árbol.
—Buen intento —grito, intentando no sonar asustada. Tengo que
alejarme de ellos. Tengo que subir más alto. Pero, ¿entonces qué? No puedo
pelear contra siete de ellos. Incluso si quisiera intentarlo, mi espada sigue
atada a mi caballo. Todo lo que tengo son unos cuantos cuchillos.
—Baja, niña humana —dice uno con ojos plateados.
—Hemos oído de tu crueldad. Hemos oído de tu ferocidad —dice otro,
con una voz profunda y melodiosa que podría ser femenina—. No nos
decepciones.
Una tercera muesca, cortesía de una flecha de punta negra.
—Si voy a ser un gato, déjame que te arañe —le digo, sacando dos
cuchillos con forma de hoja de mis costados y enviándolos, en dos arcos
brillantes, hacia los jinetes.
Uno falla y el otro golpea en una armadura, pero espero que los
distraiga lo suficiente para que saque el hacha de la madera. Entonces, me
muevo. Salto de rama en rama, mientras las flechas vuelan a mi alrededor,
agradeciendo todo lo que el Fantasma me enseñó.
Entonces, una flecha me alcanza en la pierna.
Soy incapaz de contener un grito de dolor. Empiezo a moverme otra
vez, luchando contra el dolor, pero mi velocidad se ha ido. La siguiente flecha
se clava tan cerca de mí, que solo me salva la suerte.
Ven demasiado bien, incluso en la oscuridad. Ven incluso mejor que
yo.
Los jinetes tienen todas las de ganar. En lo alto de los árboles,
mientras no pueda esconderme, solo soy un objetivo un poco complicado,
sino el tipo de diversión complicada. Y cuanto más me canso, más sangro,
más me duele, y más lenta me vuelvo. Si no cambio de estrategia voy a
perder el juego.
Tengo que igualar las probabilidades. Tengo que hacer algo que no
esperan. Si no puedo ver, tengo que confiar en mis otros sentidos.
Respirando hondo, mientras ignoro el dolor en mi pierna, y la flecha
que todavía tengo clavada, hacha en mano salto de la rama con un grito.
Los jinetes intentan girar sus caballos para alejarse de mí.
Golpeo a uno de los jinetes en el pecho con el hacha. La punta del
hacha dobla su armadura hacia adentro. Lo que es un gran truco, o lo
habría sido si no perdiese mi equilibrio un momento después. El arma se
cae de mi mano cuando caigo. Golpeo el suelo con fuerza, quedándome sin
aliento. Inmediatamente, ruedo para evitar ser pisoteada por los caballos.
Oigo un zumbido en mi cabeza y noto como si mi pierna estuviese en llamas
cuando me pongo de pie. El mástil de la flecha en mi pierna se ha roto, pero
la punta se ha clavado más.
El jinete que he atacado está colgado de su silla, su cuerpo está flojo
y de su boca sale espuma roja.
Otro jinete se mueve hacia un lado, mientras que un tercero viene de
frente a mí. Saco un cuchillo cuando el arquero frente a mí intenta sacar su
espada.
Las probabilidades de seis a uno son mucho mejores, especialmente
cuando cuatro de los jinetes se quedan en un segundo plano, como si nunca
hubiesen pensado antes que yo también pudiese hacerles daño.
—¿Ha sido lo suficientemente feroz para ustedes? —les grito.
El jinete de ojos plateados viene hacia mí y le lanzo mi cuchillo. Lo
esquiva, pero golpea al caballo en el flanco. El animal se encabrita. Pero
mientras él trata de recuperar el control de su montura, los otros avanzan
hacia mí. Agarro el hacha, respiro hondo y me concentro.
El esquelético caballo me mira, con sus ojos blancos y sin pupilas. Se
ve hambriento.
Si muero aquí en el bosque porque no estaba mejor preparada, porque
estaba demasiado distraída como para molestarme en ponerme mi estúpida
espada, estaré absolutamente furiosa conmigo misma.
Me preparo cuando otro jinete me ataca, pero no estoy segura de poder
soportar la carga. Intento encontrar otra opción frenéticamente.
Cuando el caballo está cerca, me arrojo al suelo, luchando contra cada
instinto de supervivencia, cada impulso de huir del enorme animal. Se
precipita sobre mí, así que levanto el hacha y corto hacia arriba. La sangre
salpica mi cara.
La criatura corre un poco más lejos, y luego cae con un terrible sonido
agudo, atrapando la pierna de su jinete debajo de su cuerpo.
Me pongo de pie, limpiándome la cara, justo a tiempo para ver al
caballero de ojos plateados preparándose para cargar. Le sonrío, levantando
el hacha ensangrentada.
El jinete de ojos ámbar se dirige hacia su compañero caído, llamando
a los demás. El caballero de ojos plateados se da la vuelta al escuchar el
sonido y se dirige hacia sus compañeros. El jinete atrapado lucha mientras
observo cómo los otros dos caballeros lo liberan y lo suben a uno de los otros
caballos. Luego los seis se alejan por la noche, sin más risas siguiéndolos.
Espero, temiendo que puedan dar la vuelta, temiendo que algo peor
esté a punto de saltar de las sombras. Los minutos pasan. El sonido más
fuerte es mi respiración entrecortada y el rugido de la sangre en mis oídos.
Temblorosa y dolorosamente camino por el bosque, solo para
encontrar a mi propio corcel tirado en la hierba, siendo devorado por el
caballo del jinete muerto. Agito mi hacha y se aleja. Sin embargo, nada hace
que mi pobre caballo esté menos muerto.
Se han llevado mi mochila de su lomo. Debe haberse caído durante el
viaje, llevándose mi ropa y ballesta con él. Mis cuchillos también se han ido,
esparcidos en el bosque después de haberlos arrojado, probablemente
perdidos en la maleza. Al menos Nightfell todavía está aquí, atada a la silla.
Desengancho la espada de mi padre con dedos acalambrados.
Usándola como un bastón, logro arrastrarme el resto del camino hasta
la fortaleza de Madoc y me limpio la sangre en la bomba de afuera.
Dentro, encuentro a Oriana sentada cerca de una ventana, cosiendo
en un aro de bordado. Ella me mira con sus ojos rosados y no se molesta en
sonreír, como un ser humano podría hacer para tranquilizarme.
—Taryn está arriba con Vivi y su amante. Oak duerme y Madoc está
planificando. —Se fija en mi apariencia—. ¿Te caíste en un lago?
Asiento.
—Estúpido, ¿verdad?
Toma otra puntada. Me dirijo a las escaleras y ella vuelve a hablar
antes de que mi pie pueda dar el primer paso.
—¿Sería tan terrible que Oak se quede conmigo en la Tierra de las
Hadas? —pregunta. Hay una larga pausa, y luego susurra—: No quiero
perder su amor.
Odio tener que decir lo que ella ya sabe.
—Aquí, no habría fin para los rumores venenosos de los cortesanos
en sus oídos, susurrando sobre el rey que sería si solo Cardan estuviera
fuera del camino, y eso, a su vez, podría hacer que aquellos leales a Cardan
quisieran sacar a Oak del camino. Y eso ni siquiera es pensar en las mayores
amenazas. Mientras viva Balekin, Oak está más seguro lejos de la Tierra de
las Hadas. Además, está Orlagh.
Ella asiente, con expresión sombría y se vuelve hacia la ventana.
Tal vez solo necesita que alguien más sea el villano, alguien que sea
responsable de mantenerlos separados. Buena suerte para ella que soy
alguien que ya no le agrado mucho.
Todavía recuerdo cómo era extrañar donde crecí, extrañar a las
personas que me criaron.
—Jamás perderás su amor —digo, mi voz que saliendo tan
silenciosamente como la de ella. Sé que ella puede escucharme, pero aun
así no se vuelve.
Con eso, subo las escaleras, me duele la pierna. Estoy en el rellano
cuando Madoc sale de su oficina y me mira. Él huele el aire. Me pregunto si
huele la sangre que aún corre por mi pierna, si huele la suciedad, el sudor
y el agua fría.
Un escalofrío recorre mis huesos.
Entro en mi antigua habitación y cierro la puerta. Busco debajo de mi
cabecera y estoy agradecida de encontrar que uno de mis cuchillos todavía
está allí, enfundado y un poco polvoriento. Lo dejo donde estaba,
sintiéndome un poco más segura.
Me acerco a mi vieja bañera rengueando, me muerdo el interior de mi
mejilla contra el dolor y me siento en el borde. Luego corto mis pantalones
e inspecciono lo que queda de la flecha incrustada en mi pierna. El eje
agrietado es de sauce, teñido con ceniza. Lo que puedo ver de la punta de la
flecha está hecho de asta dentada.
Mis manos empiezan a temblar y me doy cuenta de lo rápido que late
mi corazón, de lo confusa que se siente mi cabeza.
Las heridas de flecha son malas, porque cada vez que te mueves la
herida empeora. Tu cuerpo no puede curarse con un pedazo afilado cortando
el tejido, y cuanto más tiempo esté allí, más difícil será sacarlo.
Respirando profundamente, deslizo mi dedo hacia la punta de la
flecha y presiono ligeramente. Me duele tanto que jadeo y me mareo por un
momento, pero no parece alojada en el hueso.
Me preparo, tomo el cuchillo y corto alrededor de unos centímetros en
la piel de mi pierna. Es insoportable y estoy respirando en resoplidos
superficiales para cuando pongo los dedos en la piel y libero la punta de la
flecha. Hay mucha sangre, una cantidad aterradora. Presiono mi mano
contra ella, intentando detener el flujo.
Por un tiempo, estoy demasiado mareada para hacer algo más que
sentarme allí.
—¿Jude? —Es Vivi, abriendo la puerta. Ella me mira y luego a la
bañera. Sus ojos de gato se abren de par en par.
Sacudo la cabeza.
—No se lo digas a nadie.
—Estás sangrando —dice.
—Consígueme… —comienzo y luego me detengo, dándome cuenta que
necesito coser la herida, que no pensé en eso. Tal vez no estoy tan bien como
pensaba. El shock no siempre golpea de inmediato—. Necesito una aguja e
hilo, no cosas finas como hilo de bordar. Y un paño para seguir presionando
la herida.
Ella frunce el ceño ante el cuchillo en mi mano, la frescura de la
herida.
—¿Te hiciste eso a ti misma?
Eso me saca de mi aturdimiento por un momento.
—Sí, me disparé a mí misma con una flecha.
—Está bien, está bien. —Me da una camisa de la cama y luego sale de
la habitación. Presiono la tela contra mi herida, esperando disminuir el
sangrado.
Cuando vuelve sostiene un hilo blanco y una aguja. Ese hilo no va a
ser blanco por mucho tiempo.
—Está bien —digo, intentando concentrarme—. ¿Quieres sostener o
coser?
—Sostener —dice ella, mirándome como si quisiera que hubiera una
tercera opción—. ¿No crees que debería buscar a Taryn?
—¿La noche antes de su boda? Absolutamente no. —Intento enhebrar
la aguja, pero mis manos tiemblan tanto que es difícil—. Está bien, ahora
empuja los lados de la herida entre sí.
Vivi se arrodilla y lo hace, haciendo una mueca. Jadeo y trato de no
desmayarme. Solo unos minutos más y puedo sentarme y relajarme, me
prometo. Solo unos minutos más y será como si esto nunca hubiera pasado.
Coso. Duele. Duele, duele y duele. Después de terminar, lavo la pierna
con más agua y arranco la parte más limpia de la camisa para envolverla
alrededor.
Ella se acerca.
—¿Puedes pararte?
—En un minuto. —Sacudo la cabeza.
—¿Qué hay de Madoc? —pregunta—. Podríamos decirl…
—A nadie —digo, y, agarrando el borde de la bañera, paso mi pierna,
reprimiendo un grito.
Vivi abre los grifos, y el agua salpica, lavando la sangre.
—Tu ropa está empapada —dice, frunciendo el ceño.
—Dame un vestido de allí —le indico—. Busca algo parecido a un saco.
Me obligo a cojear hacia una silla y hundirme en ella. Luego me quito
la chaqueta y la camisa debajo de ella. Desnuda hasta mi cintura, no puedo
ir más lejos sin que el dolor me detenga.
Vivi trae un vestido, uno tan viejo que Taryn no se molestó en
traérmelo, y me lo pone para que pueda guiarlo sobre mi cabeza, luego guía
mis manos a través de los agujeros de los brazos como si fuera una niña.
Suavemente, me quita las botas y los restos de mis pantalones.
—Podrías acostarte —dice—. Descansa. Heather y yo podemos
distraer a Taryn.
—Voy a estar bien —le digo.
—No tienes que hacer nada más, es todo lo que estoy diciendo. —Vivi
parece que está reconsiderando mis advertencias sobre venir aquí—. ¿Quién
hizo esto?
—Siete jinetes… tal vez caballeros. Pero, ¿quién estaba realmente
detrás del ataque? No lo sé.
Vivi da un largo suspiro.
—Jude, vuelve al mundo humano conmigo. Esto no tiene por qué ser
normal. Esto no es normal.
Me levanto de la silla. Preferiría caminar con la pierna herida que
escuchar más de esto.
—¿Qué hubiera pasado si no hubiera entrado aquí? —exige.
Ahora que estoy de pie, tengo que seguir moviéndome o perderé
impulso. Me dirijo a la puerta.
—No lo sé —respondo—. Pero sí sé esto. El peligro también puede
encontrarme en el mundo mortal. Mi presencia aquí me permite asegurarme
que tú y Oak tengan guardias vigilándolos allí. Mira, entiendo que piensas
que lo que estoy haciendo es estúpido. Pero no actúes como si fuera inútil.
—No me refiero a eso —dice, pero para entonces estoy en el corredor.
Abro la puerta de la habitación de Taryn y la encuentro a ella y a Heather
riéndose de algo. Se detienen cuando entro.
—¿Jude? —pregunta Taryn.
—Me caí de mi caballo —le digo y Vivi no me contradice—. ¿De qué
están hablando?
Taryn está nerviosa, vagando por la habitación para tocar el vestido
de gaza que usará mañana, para sostener la diadema tejida con follaje
sacado de los jardines de los duendes y fresco como cuando fueron
arrancados.
Me doy cuenta que los pendientes que le compré a Taryn se han ido,
perdidos con el resto de la mochila. Dispersos entre hojas y maleza.
Los sirvientes traen vino y pasteles, y lamo el dulce glaseado y dejo
que la conversación me inunde. El dolor de mi pierna es distractor, pero lo
que me distrae más es el recuerdo de los jinetes riendo, el recuerdo de su
cercanía debajo del árbol. El recuerdo de estar herida, asustada y sola.

Cuando despierto el día de la boda de Taryn, es en la cama de mi


niñez. Se siente como si saliera de un profundo sueño y, por un momento,
no es que no sepa dónde me encuentro, es que no recuerdo quién soy. Por
ese pequeño instante, parpadeando en la luz del sol de la tarde, soy la hija
leal de Madoc, soñando en convertirme en caballero de la Corte. Entonces
el medio año regresa a mí como el ahora familiar sabor del veneno en mi
boca.
Como el ardor de las puntadas mal hechas.
Me levanto y desenvuelvo la tela para mirar la herida. Se ve fea e
hinchada y la costura es pobre. Mi pierna está rígida también.
Gnarbone, un enorme sirviente de orejas largas y cola, entra en mi
habitación con un golpe tardío. Está llevando una bandeja de desayuno.
Rápidamente, pongo las mantas sobre la parte inferior de mi cuerpo.
Él pone la bandeja sobre la cama sin hacer un comentario y entra a
la zona del baño. Escucho la ráfaga de agua y huelo las hierbas molidas. Me
siento allí, apoyada, hasta que se marcha.
Podría decirle que estoy herida. Sería algo simple. Si le pidiera a
Gnarbone que enviara a un cirujano militar lo haría. Les diría a Oriana y
Madoc, por supuesto. Pero mi pierna sería cosida rápidamente y estaría a
salvo de una infección.
Incluso si Madoc hubiera enviado a los jinetes, creo que todavía se
encargaría de mí. Cortesía, al fin y al cabo. Lo tomaría como una concesión
sin embargo. Admitiría que lo necesitaba, que él ganó. Que vendría a casa
para siempre.
Y sin embargo, a la luz de la mañana, estoy más o menos segura que
no fue Madoc quien envió a los jinetes, incluso si es el tipo de trampa que él
prefiere. Nunca habría enviado asesinos que se quedaban detrás y que se
marchaban cuando las probabilidades seguían de su lado.
Una vez que Gnarbone sale, me tomo el café con avidez y me dirijo al
baño.
Es lechoso y fragante y solo bajo el agua puedo permitirme llorar. Solo
bajo el agua puedo admitir que casi morí, que estaba aterrorizada y que
desearía que hubiera alguien a quien pudiera contarle todo eso. Contengo
el aliento hasta que no hay más aliento que contener.
Luego del baño, me envuelvo en una vieja bata y me dirijo a la cama.
Cuando intento decidir si vale la pena enviar a un sirviente de regreso al
palacio para conseguirme otro vestido o si debería pedir prestado algo de
Taryn, Oriana entra a la habitación, sosteniendo una pieza plateada.
—Los sirvientes me dijeron que no trajiste equipaje —dice—. Supongo
que olvidaste que la boda de tu hermana requeriría un vestido nuevo. O un
vestido en absoluto.
—Al menos una persona va a estar desnuda —digo—. Sabes que es
verdad. Nunca he estado en una sola celebración de la Tierra de las Hadas
donde todo el mundo tenga ropa.
—Bueno, si ese es tu plan —dice, girándose—. Entonces supongo que
todo lo que necesitas es un bonito collar.
—Espera —digo—. Tienes razón. No tengo un vestido y necesito uno.
Por favor, no te vayas.
Cuando Oriana se da la vuelta hay un indicio de sonrisa en su rostro.
—Qué diferente a ti, decir lo que realmente quieres decir y que no sea
hostil.
Me pregunto cómo es para ella vivir en la casa de Madoc, ser la esposa
obediente de éste y haber formado parte en que todos sus planes fueran
deshechos. Oriana es capaz de ser más sutil de lo que le daría crédito.
Y me ha traído un vestido.
Eso parece una amabilidad hasta que lo extiende sobre mi cama.
—Es uno mío —dice—. Creo que quedará bien.
El vestido es plateado y me recuerda un poco a una cota de mallas.
Es hermoso, con mangas acampanadas con cortes a lo largo del brazo para
mostrar la piel, pero tiene un escote pronunciado, que se vería de una
manera en Oriana y completamente distinto en mí.
—Es un poco, eh, atrevido para una boda, ¿no crees? —No hay forma
de usarlo con un sujetador.
Se limita a mirarme por un momento, con una mirada desconcertada,
casi como de un insecto.
—Supongo que puedo probarlo —digo, recordando que había
bromeado sobre estar desnuda hace solo un rato.
Dado que esta es la Tierra de las Hadas, no hace ningún movimiento
para marcharse. Me doy la vuelta, esperando que eso será suficiente para
quitar la atención de mi pierna cuando me desvista. Entonces me pongo el
vestido sobre mi cabeza y dejo que se deslice sobre mis caderas. Éste brilla
de manera hermosa, pero, como sospechaba, muestra mucho de mi pecho.
Como, mucho.
Oriana asiente, satisfecha.
—Enviaré a alguien a que te peine el cabello.
Poco después, una chica duendecillo esbelta ha trenzado mi cabello
en cuernos de carnero y envolvió las puntas con cinta plateada. Pinta los
párpados de mis ojos y mi boca con más plateado.
Luego, vestida, bajo las escaleras para unirme al resto de la familia en
el salón de Oriana, como si los últimos meses no hubieran pasado.
Oriana tiene puesto un vestido de un pálido violeta con un collar de
pétalos frescos que se eleva hasta su mandíbula empolvada. Vivi y Heather
tienen ropas mortales, Vivi una tela trémula con un diseño de ojos en la
ropa y Heather un vestido corto rosa con pequeñas lentejuelas plateadas por
toda la superficie. El cabello de Heather está recogido con clips rosa
brillantes. Madoc está usando una túnica de un intenso ciruela, Oak una a
juego.
—Ey —dice Heather—. Ambas estamos de plateado.
Taryn no está todavía aquí. Nos sentamos en el salón, bebiendo té y
comiendo bannocks2.
—¿En verdad piensas que va a seguir con esto? —pregunta Vivi.
Heather le da una mirada escandalizada, le palmea la pierna.
Madoc suspira.
—Se dice que aprendemos más de nuestros fracasos que de nuestros
éxitos —dice con una mirada intencionada en mi dirección.
Entonces Taryn finalmente baja. Ha sido bañada en rocío de lilas y
usa un vestido de capas increíblemente delgadas de tela, una encima de la
otra, hierbas y flores atrapadas entre ellas para dar la impresión de que es
esta figura hermosa y flotante y un ramo vivo al mismo tiempo.
Su cabello está trenzado en una corona con flores verdes a través del
mismo.
Se ve hermosa y dolorosamente humana. En toda esa tela pálida, se
ve como un sacrificio en vez de una novia. Nos sonríe, tímida y
brillantemente feliz.
Todos nos ponemos de pie y le decimos lo hermosa que se ve. Madoc
toma sus manos y las besa, mirándola como cualquier padre orgulloso.
Incluso aunque piensa que está cometiendo un error.
Subimos al carruaje, junto con el pequeño trasgo que va a ser el doble
de Oak, que cambia las chaquetas una vez que estamos dentro y luego se
sienta preocupadamente en una esquina.
De camino a la finca de Locke, Taryn se inclina y toma mi mano.
—Una vez que esté casada, las cosas serán distintas.
—Algunas cosas —digo, no del todo segura de lo que está hablando.
—Papá ha prometido mantenerlo en línea —susurra.
Recuerdo cuando Tarryn recurrió a mí para que Locke fuera despedido
de su puesto como Maestro de Festejos. Frenar las indulgencias de Locke

2 Bannocks: pan escocés plano hecho de avena.


probablemente mantenga ocupado a Madoc, lo que no me parece una mala
idea.
—¿Estás contenta por mí? —pregunta—. ¿En verdad?
Taryn ha sido cercana a mí más que cualquier otra persona en el
mundo. Ha conocido la marea y la resaca de mis sentimientos, mis heridas,
tanto grandes y pequeñas, por la mayoría de mi vida. Sería estúpido dejar
que algo interfiera con eso.
—Quiero que tú seas feliz —digo—. Hoy y siempre.
Me da una sonrisa nerviosa y sus dedos se aprietan sobre los míos.
Estoy sosteniendo su mano cuando el laberinto de setos aparece. Veo
tres duendecillas con vestidos diáfanos volar sobre el follaje, riéndose
juntas, y más allá de ellas a otros Mágicos ya comenzando a deambular.
Como Maestro de Festejos, Locke ha organizado una boda digna de título.
Traducido por Naomi y AnnaTheBrave

Corregido por LarochzCR

a primera trampa pasa sin activarse. El señuelo sale con


mi familia mientras Oak y yo nos metemos en el carruaje.
Me sonríe al principio, cuando nos acurrucamos en el
espacio entre los bancos acolchados, pero la sonrisa
desaparece de su rostro un momento después,
reemplazada por la preocupación.
Tomo su mano y la aprieto.
—¿Listo para trepar por una ventana?
Eso lo deleita de nuevo.
—¿Desde el carruaje?
—Sí —digo y espero a que se mueva. Cuando lo hace, hay un golpe.
Miro hacia fuera y veo a la Bomba dentro de la finca. Me guiña un ojo, y
luego levanto a Oak primero de las patas, a través de la ventana del carruaje
y hacia sus brazos.
Subo después, sin elegancia. Mi vestido es ridículamente revelador, y
mi pierna todavía está rígida, aún me duele, cuando caigo sobre el suelo de
piedra de Locke.
—¿Algo? —pregunto, mirando a la Bomba.
Sacude la cabeza, extendiendo una mano hacia mí.
—Eso siempre fue poco probable. Mi apuesta está en el laberinto.
Oak frunce el ceño y le froto los hombros.
—No tienes que hacer esto —le digo, aunque no estoy segura de lo que
haremos si dice que no lo hará.
—Estoy bien —menciona sin mirarme a los ojos—. ¿Dónde está mi
mamá?
—La encontraré para ti, amigo —dice la Bomba y pone su brazo sobre
su delgado hombro para llevarlo. En la puerta, me mira y saca algo de su
bolsillo—. Parece que te has lastimado. Menos mal que no solo cocino
explosivos.
Con eso, me lanza algo. Lo atrapo sin saber qué es y luego le doy vuelta
en mi mano. Un bote de ungüento. Miro hacia atrás para agradecerle, pero
ya se ha ido.
Al destapar el pequeño bote, respiro el aroma de las fuertes hierbas.
Aun así, una vez que lo extiendo sobre mi piel, mi dolor disminuye. El
ungüento enfría el calor de lo que probablemente era una infección
inminente. La pierna sigue adolorida, pero nada comparado a como estaba
antes.
—Mi senescal —dice Cardan, y casi suelto la pomada. Tiro de mi
vestido, dándome la vuelta—. ¿Estás lista para darle la bienvenida a Locke
en tu familia?
La última vez que estuvimos en esta casa, en el laberinto de los
jardines, su boca estaba manchada de oro nunca jamás, y me vio besar a
Locke con una intensidad que pensé que era odio.
Ahora, me estudia con una mirada no muy diferente y todo lo que
quiero hacer es caminar a sus brazos. Quiero ahogar mis preocupaciones
en un abrazo. Quiero que diga algo totalmente diferente a lo que diría, sobre
que las cosas están bien.
—Bonito vestido —afirma en su lugar.
Sé que la Corte ya debe pensar que estoy enamorada del Rey Supremo
para soportar ser coronada como la Reina de la Alegría y seguir siendo su
senescal. Todos deben pensar, como lo hace Madoc, que yo soy su criatura.
Incluso después de que me humillara, volví arrastrándome.
Pero, ¿y si realmente me estoy enamorando de él?
Cardan está más informado que yo en el amor. Podría usar eso en mi
contra, justo como le pedí que lo usara contra Nicasia. Tal vez encontró una
manera de volver las tornas después de todo.
Mátalo, dice una parte de mí, una parte que recuerdo de la noche que
lo tomé cautivo. Mátalo antes de que te haga amarlo.
—No deberías estar solo —digo, porque si los de Bajo el Mar van a
atacar en ese momento, no debemos darles ningún objetivo fácil—. No esta
noche.
Cardan sonríe.
—No lo había planeado.
La insensata implicación de que no está solo la mayoría de las noches
me molesta y odio lo que lo haga.
—Bien —digo, tragando ese sentimiento, aunque se siente como
tragar bilis—. Pero si planeas llevar a alguien a la cama, o mejor aún, varias
personas, elige guardias. Y luego haz que los cuiden más guardias.
—Una verdadera orgía. —Parece encantado con la idea.
Sigo pensando en la manera constante en que me miraba cuando
ambos estábamos desnudos, antes de que se pusiera la camisa y se
abrochara los elegantes puños. Deberíamos haber pedido una tregua, había
dicho, echándose el pelo negro como la tinta hacia atrás con
impaciencia. Deberíamos haber pedido una tregua mucho antes de esto.
Pero ninguno de nosotros lo pidió, ni entonces, ni después.
Jude, había dicho, pasando una mano por mi pantorrilla, ¿me tienes
miedo?
Me aclaro la garganta, alejando los recuerdos.
—Te ordeno que no te permitas estar solo desde la puesta del sol de
esta noche hasta la salida del sol de mañana.
Se retira, como si le hubieran mordido. Ya no espera que le dé ordenes
de esta manera tan autoritaria, como si no confiara en él.
El Rey Supremo de Elfhame hace una reverencia superficial.
—Tu deseo, no, quita eso. Tu orden es una orden para mí —dice.
No puedo mirarlo mientras sale. Soy una cobarde. Tal vez sea el dolor
en mi pierna, tal vez sea la preocupación por mi hermano, pero una parte
de mí quiere llamarlo, quiere disculparse. Finalmente, cuando estoy segura
que se ha ido, me dirijo a la fiesta. Unos pasos y estoy en el pasillo.
Madoc me mira desde donde se apoya contra la pared. Sus brazos
están cruzados sobre su pecho y sacude su cabeza hacia mí.
—Nunca tuvo sentido para mí. Hasta ahora.
Me detengo.
—¿Qué?
—Estaba entrando para recoger a Oak cuando te oí hablar con el Rey
Supremo, perdóname por espiar.
Apenas puedo pensar en el trueno en mis oídos.
—No es lo que pien…
—Si no lo fuera, no sabrías lo que pensé —declaró Madoc—. Muy
inteligente, hija. No es de extrañar que no te tentaste con nada de lo que te
ofrecí. Dije que no te subestimaría y, sin embargo, lo hice. Te subestimé, y
subestimé tanto tu ambición como tu arrogancia.
—No —le digo—. No entiendes…
—Oh, creo que sí —espeta, sin esperar a que explique que Oak no está
listo para el trono, sobre mi deseo de evitar el derramamiento de sangre,
sobre cómo ni siquiera sé si puedo aferrarme a lo que he tenido durante un
año y un día. Está demasiado enojado para todo eso—. Al fin, por fin
entiendo. A Orlagh y los de Bajo el Mar vamos a vencerlos juntos. Pero
cuando se hayan ido, seremos nosotros mirándonos a través del tablero de
ajedrez. Y cuando te derrote, me aseguraré de hacerlo tan bien como lo haría
con cualquier oponente que haya demostrado ser mi igual.
Antes de que pueda pensar qué responder a eso, me agarra del brazo
y nos hace avanzar juntos hacia el campo.
—Ven —dice—. Tenemos roles aún por jugar.
Afuera, parpadeando bajo el sol de la tarde, Madoc me deja para ir a
hablar con unos caballeros de pie en una puerta cerca de una piscina
ornamental. Me da un gesto de asentimiento cuando se va, el gesto de
alguien que reconoce a un oponente.
Un escalofrío me recorre. Cuando lo confronté en Hollow Hall después
de envenenar su copa, pensé que nos habíamos hecho enemigos. Pero esto
es mucho peor. Sabe que me interpongo entre él y la corona, y poco importa
si me ama o me odia, hará lo que sea necesario para arrebatar ese poder de
mis manos.
Sin ninguna otra opción, me dirijo al laberinto, hacia la celebración
en su centro.
Tres vueltas y parece que los fiesteros están más lejos. Los sonidos se
apagan, y me parece que la risa viene de todas direcciones. Los setos son lo
suficientemente altos como para ser desorientadores.
Siete vueltas y estoy realmente perdida. Empiezo a dar la vuelta, solo
para encontrar que el laberinto ha cambiado. Los caminos no están donde
estaban antes.
Por supuesto. No puede ser simplemente un laberinto normal. No,
tiene que estar para desorientarme.
Recuerdo que entre este follaje están los mágicos de los árboles,
esperando para mantener a Oak a salvo. No sé si son los que se están
metiendo conmigo, pero al menos puedo estar segura que algo está
escuchando cuando hablo.
—Cortaré mi camino a través de ti —digo a las frondosas paredes—.
Vamos a empezar a jugar limpio.
Las ramas crujen detrás de mí. Cuando me giro, hay un nuevo
camino.
—Será mejor que este sea el camino a la fiesta —me quejo, empezando
a caminar. Espero que esto no conduzca al secreto reservado para las
personas que amenazan el laberinto.
Otra vuelta y llego a un tramo de pequeñas flores blancas y una torre
de piedra construida en miniatura. Desde dentro, escucho un extraño
sonido, mitad gruñido y mitad llanto.
Saco a Nightfell. No hay muchas cosas que lloren en la Tierra de las
Hadas. Y las cosas que lloran que son más comunes aquí, como las
banshees, son muy peligrosas.
—¿Quién está ahí? —digo—. Salga o entro.
Me sorprende ver a Heather apareciendo a la vista. A sus orejas les ha
salido pelo y han crecido, como las de un gato. Su nariz tiene una forma
diferente, y trazos de bigotes crecen por encima de sus cejas y de las
manzanas de sus mejillas.
Peor aún, ya que no puedo ver a través de él, no es un glamour. Es
un verdadero hechizo de algún tipo y no creo que haya terminado con ella.
Mientras observo, una ligera capa de pelo crece a lo largo de sus brazos en
un patrón que no se parece a un gato de carey.
—¿Qué… qué pasó? —balbuceo.
Abre la boca, pero en lugar de una respuesta, sale un aullido
lastimero.
A pesar de mí misma, me rio. No porque sea gracioso, porque estoy
sobresaltada. Entonces me siento muy mal, especialmente cuando sisea.
Me agacho, haciendo una mueca al tirar de mis puntos.
—No te asustes. Lo siento. Me tomaste por sorpresa. Por eso te advertí
que mantuvieras ese encantamiento contigo.
Hace otro aullido sibilante.
—Sí —le digo, suspirando—. A nadie le gusta escuchar “Te lo dije”. No
te preocupes. Quienquiera que sea el imbécil que pensó que iba a ser una
broma divertida está a punto de tener muchos remordimientos. Vamos.
Me sigue, temblando. Cuando trato de rodearla con un brazo, se aleja
con otro siseo. Al menos permanece erguida. Al menos es lo suficientemente
humana para quedarse conmigo y no huir.
Nos sumergimos en los setos y esta vez el laberinto no se mete con
nosotros. En tres vueltas, estamos paradas entre los invitados. Una fuente
salpica suavemente, su sonido se mezcla con la conversación.
Miro a mi alrededor, buscando a alguien que conozco.
Taryn y Locke no están allí. Lo más probable es que hayan ido a una
glorieta, donde se harán votos privados el uno al otro, su verdadero
matrimonio de hadas, sin testigos y misterioso. En una tierra donde no hay
mentiras, las promesas necesitan no ser públicas para ser vinculantes.
Vivi se apresura hacia mí, tomando las manos de Heather. Sus dedos
se han curvado de una manera similar a una pata.
—¿Qué ha pasado? —exige Oriana.
—¿Heather? —quiere saber Oak. Ella lo mira con ojos que coinciden
con los de mi hermana. Me pregunto si esa fue la razón de la broma. Un
gato para una niña con ojos de gato.
—Haz algo —le dice Vivi a Oriana.
—No soy hábil en los encantamientos —gime—. Deshacer maldiciones
nunca fue mi especialidad.
—¿Quien hizo esto? Ellos pueden deshacerlo. —Mi voz tiene un
gruñido que me hace sonar como Madoc. Vivi levanta la mirada con una
extraña expresión en su rostro.
—Jude —advierte Oriana, pero Heather señala con los nudillos.
De pie junto a un trío de faunos que tocan flauta hay un niño con
orejas de gato. Cruzo el laberinto hacia él. Una mano va a la empuñadura
de mi espada, toda la frustración que siento por todo lo que no puedo
controlar se inclina para arreglar esta única cosa.
Mi otra mano golpea la copa de vino verde de su agarre. Los líquidos
se acumulan en el trébol antes de hundirse en la tierra bajo nuestros pies.
—¿Qué es esto? —exige.
—Le pusiste una maldición a esa chica de allí —le digo—. Arréglala de
inmediato.
—Ella admiró mis orejas —dice el niño—. Solo le estaba dando lo que
deseaba. Un favor de fiesta.
—Eso es lo que voy a decir cuando te destripe y use tus entrañas como
serpentinas —exclamo—. Solo le estaba dando lo que quería. Después de
todo, si él no quisiera ser eviscerado, habría cumplido con mi muy razonable
petición.
Con miradas furiosas a todos, pisa el césped y habla unas pocas
palabras. El encantamiento comienza a disiparse. Sin embargo, Heather
comienza a llorar de nuevo cuando su humanidad regresa. Los enormes
jadeos la sacuden.
—Quiero irme —dice finalmente con voz temblorosa y húmeda—.
Quiero irme a casa ahora mismo y nunca volver.
Vivi debería haberla preparado mejor, debería haberse asegurado de
que siempre llevara un amuleto, o mejor aún, dos. Nunca debería haber
dejado que Heather se fuera sola.
Me temo que, en cierta medida, esto es mi culpa. Taryn y yo
escondimos de Vivi lo peor de lo que era ser humano en la Tierra de las
Hadas. Creo que Vivi creía que porque sus hermanas estaban bien, Heather
también lo estaría. Pero nunca estuvimos bien.
—Todo va a estar bien —dice Vivi, frotando la espalda de Heather en
suaves círculos—. Estás bien. Solo un poco de rareza. Más tarde, vas a
pensar que fue divertido.
—No va a pensar que fue divertido —le digo, y Vivi me lanza una
mirada de enojo.
El sollozo continúa. Finalmente, Vivi pone su dedo debajo de la
barbilla de Heather, levantando su cara para mirarla completamente.
—Estás bien —dice Vivi de nuevo y puedo escuchar el glamour en su
voz. La magia hace que todo el cuerpo de Heather se relaje—. No recuerdas
la última media hora. Has estado divirtiéndote mucho en la boda, pero luego
te caíste. Estabas llorando porque te lastimaste la rodilla. ¿No es muy tonto?
Heather mira a su alrededor, avergonzada y luego se limpia los ojos.
—Me siento un poco ridícula —dice con una risa—. Supongo que
estaba asustada.
—Vivi —siseo.
—Sé lo que vas a decir —me dice Vivi en voz baja—. Pero es solo esta
vez. Y antes de que preguntes, nunca antes lo he hecho. Pero ella no necesita
recordar todo eso.
—Por supuesto que lo necesita —espeto—. O no tendrá cuidado la
próxima vez.
Estoy tan enojada que apenas puedo hablar, pero necesito hacer que
Vivi entienda. Necesito hacer que se dé cuenta que incluso los recuerdos
terribles son mejores que los huecos extraños o la sensación de que tus
sentimientos no tienen sentido.
Pero antes de que pueda comenzar, el Fantasma está en mi hombro.
Vulciber, a su lado. Ambos están en uniforme.
—Ven con nosotros —dice el Fantasma, extrañamente contundente.
—¿Qué es? —les pregunto, con voz aguda. Todavía estoy pensando en
Vivi y Heather.
El Fantasma está más sombrío de lo que nunca lo he visto.
—Bajo el Mar hizo su movimiento.
Miro a mi alrededor buscando a Oak, pero él está donde lo dejé
momentos antes, con Oriana, observando a Heather insistir en que está
bien. Un pequeño ceño fruncido arruga el espacio entre sus cejas, pero por
lo demás parece estar completamente a salvo de todo, excepto de la mala
influencia.
Cardan se encuentra al otro lado, cerca de donde Taryn y Locke
acaban de volver de decir sus votos. Taryn luce tímida, con sus mejillas
sonrosadas. Los mágicos se apresuran a besarla: duendes y grigs, damas y
brujas de la corte. El cielo es brillante en lo alto, el viento dulce y lleno de
flores.
—La Torre del Olvido. Vulciber insiste en que deberías verlo —dice la
Bomba. Ni siquiera la noté caminando hacia mí. Está vestida toda de negro,
su cabello recogido en un moño apretado—. ¿Jude?
Me vuelvo a mis espías.
—No entiendo.
—Vamos a explicártelo en el camino —dice Vulciber—. ¿Estás lista?
—Solo un segundo. —Debería felicitar a Taryn antes de irme. Besar
sus mejillas y decir algo agradable, y entonces sabrá que estuve aquí,
incluso si debo irme. Pero cuando miro hacia ella, evaluando con qué
rapidez puedo hacer eso, mi mirada se fija en sus pendientes.
Colgando de sus lóbulos hay lunas y estrellas. Los mismos que pedí
de Grimsen. Los que perdí en el bosque. Ella no los usaba cuando subimos
al carruaje, por lo que debe haberlos conseguido…
Junto a ella, Locke sonríe con su sonrisa de zorro, y cuando camina,
tiene una leve cojera.
Por un momento, solo miro fijamente, mi mente se niega a reconocer
lo que estoy viendo. Locke. Fue Locke con los jinetes, Locke y sus amigos la
noche antes de casarse. Una despedida de soltero de algún tipo. Supongo
que decidió pagarme por amenazarlo. Eso, o tal vez sabía que nunca podría
mantenerse fiel y decidió ir tras de mí antes de que volviera por él.
Los miro por última vez y me doy cuenta que ahora no puedo hacer
nada.
—Pasa la noticia sobre Bajo el Mar al gran general —le digo a la
Bomba—. Y asegúrate de…
—Voy a cuidar a tu hermano —me tranquiliza—. Y al Rey Supremo.
De espalda a la boda, sigo a Vulciber y al Fantasma. Caballos
amarillos con melenas largas están cerca, ya ensillados. Nos montamos en
ellos y nos dirigimos a la prisión.

Desde el exterior, la única evidencia de que algo podría estar mal es


que las olas golpean más alto de lo que nunca las he visto. El agua se ha
acumulado en las lajas desiguales.
En el interior, veo los cuerpos. Caballeros, pálidos y quietos. Los pocos
en sus espaldas tienen agua llenando sus bocas como si sus labios fueran
los bordes de tazas. Otros yacen de lado. Todos sus ojos han sido
reemplazados por perlas.
Ahogados en tierra firme.
Me apresuro por las escaleras, aterrorizada por la madre de Cardan.
Ella está allí, sin embargo, viva, parpadeando hacia mí desde la penumbra.
Por un momento, me paro frente a su celda, con la mano en mi pecho
aliviada.
Entonces saco a Nightfell y recorto directamente entre la barra y la
cerradura. Chispas vuelan y la puerta se abre. Asha me mira con suspicacia.
—Ve —le digo—. Olvídate de nuestros tratos. Olvídalo todo. Sal de
aquí.
—¿Por qué haces esto? —me pregunta.
—Por Cardan —le digo. Dejo sin decir la segunda parte: porque su
madre todavía está viva y la mía no, porque incluso si él te odia, al menos
debería tener la oportunidad de decírtelo.
Con una mirada desconcertada hacia mí, ella comienza a ascender.
Necesito saber si Balekin sigue encarcelado, si aún está vivo. Me dirijo
más abajo, abriéndome paso a través de la penumbra con una mano contra
la pared y la otra sosteniendo mi espada.
El Fantasma dice mi nombre, probablemente debido a la abrupta
llegada de Asha frente a él, pero estoy decidida a mi propósito. Mis pies van
más rápidos y más seguros en los escalones en espiral.
Encuentro que la celda de Balekin está vacía, las barras dobladas y
rotas, sus alfombras opulentas mojadas y cubiertas de arena.
Orlagh se llevó a Balekin. Se robó un príncipe de la Tierra de las Hadas
justo debajo de mi nariz.
Maldigo mi propia miopía. Sabía que se estaban reuniendo, sabía que
estaban planeando algo juntos, pero estaba segura, gracias a Nicasia, que
Orlagh realmente quería que Cardan fuera el novio del mar. No se me ocurrió
que Orlagh actuaría antes de escuchar una respuesta. Y no pensé que
cuando ella amenazaba con tomar sangre, se refería a Balekin.
Balekin. Sería difícil tener la corona de la Tierra de las Hadas en su
cabeza sin que Oak la pusiera allí. Pero si Cardan alguna vez abdica, eso
significaría un período de inestabilidad, otra coronación, otra oportunidad
para que Balekin gobierne.
Pienso en Oak, que no está preparado para nada de esto. Pienso en
Cardan, a quien hay que persuadir para que se comprometa conmigo,
especialmente ahora.
Todavía estoy insultando cuando escucho que una ola golpea las
rocas, lo suficientemente fuerte como para resonar a través de la Torre. El
Fantasma grita mi nombre otra vez, desde más cerca de lo que espero.
Me doy la vuelta cuando entra en la vista al otro lado de la habitación.
Junto a él están tres mágicos del mar, mirándome con ojos pálidos. Me toma
un momento entender la imagen, darme cuenta que el Fantasma no está
restringido ni amenazado. Darme cuenta que esto es una traición.
Mi cara se calienta. Quiero sentirme enojada, pero en cambio siento
un rugido en mi cabeza que abruma todo lo demás.
El mar vuelve a estrellarse contra la orilla y se estrella contra la Torre.
Me alegro de que Nightfell ya esté en mi mano.
—¿Por qué? —pregunto, escuchando las palabras de Nicasia
golpeando en mis oídos como las olas: alguien en quien confías ya te ha
traicionado.
—Serví al príncipe Dain —dice el Fantasma—. No a ti.
Empiezo a hablar cuando hay un crujido detrás de mí. Luego dolor en
la parte posterior de mi cráneo y nada más.
Traducido por Flopy y Âmenoire

Corregido por Imma Marques

espierto en el fondo del mar.


Al principio, entro en pánico. Tengo agua en mis
pulmones y una terrible presión en mi pecho. Abro mi boca
para gritar, y un sonido sale, pero no el que espero. Me
sobresalta lo suficiente para detenerme y darme cuenta que no me estoy
ahogando.
Estoy viva. Estoy respirando agua, difícilmente, laboriosamente, pero
estoy respirando.
Debajo de mí hay una cama hecha de arrecifes de coral y acolchada
con algas, largos zarzillos que aletean con la corriente. Estoy dentro de un
edificio, que también parece de coral. Peces pasan por las ventanas.
Nicasia está flotando al final de mi cama, sus pies reemplazados por
una larga cola. Verla en el agua se siente como verla por primera vez, ver su
cabello azul verdoso ondeando y sus ojos claros brillan como metal bajo las
olas. Ella era hermosa en la tierra, pero aquí luce elemental, aterradora en
su belleza.
—Esto es por Cardan —dice, justo antes de cerrar su mano en un
puño y golpearme en el estómago.
No hubiera creído posible que tuviera el impulso necesario para
golpear a alguien bajo el agua, pero este es su mundo, y ella puede hacerlo
bastante bien.
—Ouch —digo. Intento tocar donde me golpeó, pero mis muñecas
están restringidas en pesadas esposas. Giro mi cabeza, viendo bolas de
hierro anclándome al suelo. Un nuevo temor se apodera de mí, con una
sensación de irrealidad.
—No sé que truco usaste con él, pero lo descubriré —dice,
inquietándome con lo cerca que está de la verdad. Aun así, significa que no
sabe nada.
Me obligo a concentrarme en eso, en el aquí y ahora, en descubrir lo
que puedo hacer y en la elaboración de un plan. Pero es difícil cuando estoy
tan enfadada, furiosa con el Fantasma por traicionarme, enfadada con
Nicasia y conmigo misma, yo, siempre conmigo, más que con nadie más.
Furiosa conmigo misma por haber terminado así.
—¿Qué ocurrió con el Fantasma? —espeto—. ¿Dónde está?
Nicasia me mira con los ojos entrecerrados.
—¿Qué?
—Te ayudó a secuestrarme. ¿Le pagaste? —pregunto, intentado sonar
calmada. Lo que más quiero saber es lo que no puedo preguntar, ¿sabe los
planes del Fantasma para la Corte de las Sombras? Pero para descubrirlo y
detenerlo, tengo que escapar.
Nicasia coloca su mano en mi mejilla, acomodando mi cabello hacia
atrás.
—Preocúpate por ti misma.
Tal vez me quiere aquí solo por celos. Quizás aún puedo salir de esto.
—Crees que engatusé a Cardan porque le agrado más que tú —digo—
. Pero le disparaste con una ballesta. Por supuesto que le agrado más.
Su rostro empalidece, su boca abriéndose con sorpresa y luego
frunciéndose con furia cuando se da cuenta de lo que estoy insinuando: que
se lo dije. Quizás no sea buena idea provocarla cuando estoy indefensa, pero
espero que se enfade lo suficiente para decirme por qué estoy aquí.
Y cuánto tiempo debo quedarme. El tiempo ya ha pasado mientras
estaba inconsciente. Tiempo en que Madoc es libre de hacer planes de
guerra con su nuevo conocimiento de mi influencia sobre la corona, cuando
Cardan es completamente libre de hacer lo que sea que su caótico corazón
desee, cuando Locke podría ridiculizar a todos los que pueda y arrastrarlos
a sus dramas, tiempo en que el Consejo podría insistir en la rendición al
mar, y no puedo hacer nada al respecto.
¿Cuánto tiempo más voy a estar aquí? ¿Cuánto tiempo antes de que
los cinco meses de trabajo sean deshechos? Pienso en Val Moren lanzando
cosas en el aire y dejándolas caer a su alrededor. Su rostro humano y sus
antipáticos ojos humanos.
Nicasia parece haber recuperado su compostura, pero su larga cola
se ondea de un lado a otro.
—Bueno, ahora eres nuestra, humana. Cardan se arrepentirá del día
en que confió en ti.
Lo dice con intención de asustarme, pero siento un poco de alivio. No
creen que tenga algún poder en particular. Creen que tengo una
vulnerabilidad especial. Creen que pueden controlarme como lo harían con
cualquier mortal.
Pero, alivio es lo último que debo demostrar.
—Sí, Cardan definitivamente debería confiar más en ti. Pareces
realmente digna de confianza. No es como si estuvieses traicionándolo.
Nicasia busca en su bandolera cruzada a través de su pecho y saca
un cuchillo dentado. Sosteniéndolo, me mira.
—Podría lastimarte y no lo recordarías.
—Pero tú lo harías —digo.
Sonríe.
—Quizás sería algo que apreciar.
Mi corazón palpita en mi pecho, pero me niego a mostrarlo.
—¿Quieres que te muestre donde apuntar? —pregunto—. Es un
trabajo delicado, causar dolor sin causar daño permanente.
—¿Eres demasiado estúpida para tener miedo?
—Oh, tengo miedo —respondo—. Pero no de ti. Quien sea que me trajo
aquí, tu madre, supongo, y Balekin, me necesitan para algo. Tengo miedo
de lo que eso puede ser, pero no de ti, una inepta torturadora que es
irrelevante para los planes de todos.
Nicasia dice una palabra y un dolor sofocante se apodera de mis
pulmones. No puedo respirar. Abro mi boca, y la agonía solo se intensifica.
Mejor que termine rápido, me digo. Pero no es lo suficientemente
rápido.

La siguiente vez que despierto estoy sola.


Estoy acostada, agua fluyendo a mi alrededor, mis pulmones
despejados. Aunque la cama sigue debajo de mí, estoy conciente de que
estoy flotando sobre ella.
Mi cabeza duele y noto un dolor en mi estomago que es una
combinación de hambre y dolor luego de ser golpeada. El agua está fría, un
profundo escalofrío recorre mis venas, haciendo que mi sangre corra más
lento. No estoy segura de cuánto tiempo he estado inconsciente, no estoy
segura de cuánto ha pasado desde que fui tomada de la Torre. Mientras el
tiempo pasa y peces vienen a tirar de mis pies y mi cabello, y los puntos
alrededor de mi herida, la furia me abandona y es reemplazada por
desesperanza. Desesperanza y arrepentimiento.
Desearía haberle dado un beso en la mejilla a Taryn antes de irme.
Desearía haberme asegurado que Vivi entendiera que si amaba a una
mortal, tendría que ser más cuidadosa con ella. Desearía haberle dicho a
Madoc que siempre tuve la intención de que Oak tuviera el trono.
Desearía haber hecho más planes. Desearía haber dejado más
instrucciones. Desearía nunca haber confiado en el Fantasma.
Espero que Cardan me extrañe.
No estoy segura de cuánto tiempo floto así, cuántas veces entro en
pánico y tiro de mis cadenas, cuántas veces el peso del agua sobre mí se
siente opresivo y me asfixio. Un tritón entra nadando a la habitación. Se
mueve con inmensa gracia a través del agua. Su cabello es de un tipo de
tiras verdes y las mismas tiras aparecen en el resto de su cuerpo. Sus
enormes ojos brillan con indiferencia.
Mueve sus manos y hace algunos sonidos que no entiendo. Luego,
obviamente ajustando sus expectativas, habla nuevamente:
—Estoy aquí para prepararte para cenar con la Reina Orlagh. Si me
causas algún problema, puedo dejarte fácilmente inconciente. Así es como
esperaba encontrarte.
Asiento.
—No hay problema. Entiendo.
Más gente del agua entra a la habitación, algunos con colas verdes,
otros con colas amarillas y otros con colas negras. Ellos nadan alrededor de
mí, observándome con sus enormes ojos brillantes.
Uno me desencadena de la cama y otro endereza mi cuerpo. No peso
casi nada en el agua. Mi cuerpo va hacia donde lo empujan.
Cuando comienzan a desvestirme, entro en pánico nuevamente, un
tipo de reacción animal. Me retuerzo en sus brazos, pero me sostienen
firmemente y colocan un vestido transparente sobre mi cabeza. Es corto y
fino, apenas cuenta como prenda de vestir. Fluye alrededor de mí, y estoy
segura que la mayor parte de mi cuerpo se puede ver a través de éste. Intento
no mirar hacia abajo, con temor de sonrojarme.
Luego soy envuelta en cuerdas de perlas, mi cabello es apartado de
mi rostro con una corona de caparazones y una red de algas. La herida en
mi pierna está cubierta con grasa marítima. Finalmente, soy guiada por el
inmenso palacio de coral, su tenue luz interrumpida por una
resplandeciente medusa.
El tritón me dirige hacia un salón para banquetes sin techo, así que
cuando miro hacia arriba, veo variedades de peces e incluso un tiburón por
encima de mí, y sobre eso, un atisbo de luz de lo que debe ser la superficie.
Supongo que es de día.
La Reina Orlagh está sentada en un enorme trono en la punta de la
mesa, el cuerpo de éste está recubierto con caracoles y caracolillos,
cangrejos y estrellas de mar arrastrándose por encima, corales em forma de
abanico y anémonas brillantes moviéndose con la corriente.
Ella luce imposiblemente majestuosa. Sus ojos negros me observan, y
me estremezco, sabiendo que estoy mirando a alguien que ha reinado más
que el transcurso de generaciones de vidas mortales.
A su lado está sentada Nicasia, en una silla apenas menos
impresionante. Y en la otra punta de la mesa está Balekin, en una silla
mucho más simple.
—Jude Duarte —dice él—. Ahora sabes lo que se siente ser una
prisionera. ¿Cómo es pudrirse en una celda? ¿Pensar que vas a morir allí?
—No lo sé —respondo—. Siempre supe que iba a salir.
Ante eso, la Reina Orlagh inclina su cabeza y ríe.
—Supongo que sí, por así decirlo. Ven a mi. —Oigo el encantamiento
en su voz y recuerdo lo que Nicasia dijo sobre no recordar lo que me podía
hacer. En serio, debería alegrarme de que no me hiciera algo peor.
Mi vestido ligero hace claro que no estoy usando ningún talismán. No
saben del geas que Dain me puso. Creen que soy totalmente susceptible a
los encantos.
Puedo fingir. Puedo hacer esto.
Nado hacia allí, manteniendo mi rostro cuidadosamente en blanco.
Orlagh me observa profundamente a los ojos, y es extremadamente difícil
no apartar mi mirada, mantener mi expresión abierta y sincera.
—Somos tus amigos —dice Orlagh, acariciando mi mejilla con sus
uñas largas—. Nos amas mucho, pero nunca debes decirle cuánto a nadie
fuera de esta habitación. Eres leal a nosotros y harías absolutamente
cualquier cosa por nosotros. ¿No es verdad, Jude Duarte?
—Sí —digo inmediatamente.
—¿Qué harías por mí, pequeña pececillo? —pregunta.
—Lo que sea, mi reina —respondo.
Ella mira al otro lado de la mesa hacia Balekin.
—¿Ves? Así es cómo se hace.
Él luce taciturno. Se tiene en un muy alto concepto y no le gusta que
lo pongan en su lugar. El mayor de los hijos Eldred resiente a su padre por
no considerarlo seriamente para el trono. Estoy segura que odia la forma en
que Orlagh le habla. Si no necesitara esta alianza y si no estuviera en el
dominio de ella, dudo que lo permitiría.
Quizás hay aquí una división que puedo explotar.
Pronto se presenta un desfile de platillos en campanas de cristal llenas
de aire, de modo que incluso bajo el agua, estén secos hasta que se vayan a
comer.
Pescado crudo, cortado en artísticas flores y formas complicadas.
Ostras, perfumadas con algas rostizadas. Hueva, brillando en rojo y negro.
No sé si está permitido que coma sin habérseme otorgado el permiso
explícitamente, pero tengo hambre y estoy dispuesta a tomar el riesgo de ser
reprendida.
El pescado crudo es suave y está mezclado con algo de pimienta verde.
No anticipé que me gustaría, pero lo hace. Rápidamente me como tres tiras
rosas de atún.
Mi cabeza todavía me duele, pero mi estómago comienza a sentirse
mejor.
Mientras como, pienso en todo lo que debo hacer: escuchar
cuidadosamente y actuar de todas las formas posibles para mostrar como
si confiara en ellos, como si fuera leal a ellos. Para hacer eso, debo
imaginarme que tengo al menos la sombra de ese sentimiento.
Miro hacia Orlagh e imagino que fue ella en lugar de Madoc quien me
trajo aquí, que soy un tipo de hermana de Nicasia, quien algunas veces era
malvada pero al final se preocupaba por mí. Ante Balekin, mis imágenes se
resisten, pero intento pensar en él como un nuevo miembro de la familia,
alguien en quien he llegado a confiar porque todos los demás lo hacen. Les
muestro mi sonrisa, una sonrisa generosa que casi no se siente como una
mentira.
Orlagh mira hacia mí.
—Cuéntame sobre ti, pequeña pececillo.
La sonrisa casi titubea, pero me concentro en mi estómago lleno, en
la maravilla y belleza del paisaje.
—Hay poco por saber —digo—. Soy una chica mortal que fue criada
en la Tierra de las Hadas. Eso es lo más interesante acerca de mí.
Nicasia frunce el ceño.
—¿Te besaste con Cardan?
—¿Eso es importante? —Balekin quiere saber. Está comiendo ostras,
abriéndolas una tras otra con un pequeño tenedor.
Orlagh no responde, simplemente asiente hacia Nicasia. Me gusta que
haga eso, poner a su hija por encima de Balekin. Es bueno saber algo así
acerca de ella, algo en qué concentrarme para mantener el calor de mi
verdadera voz.
—Es importante si es la razón por la que no estuvo de acuerdo en una
alianza con el Reino de Bajo el Mar —dice Nicasia.
—No sé si se supone que debo responder —digo, mirando alrededor
en lo que espero que parezca una honesta confusión—. Pero sí.
La expresión de Nicasia se derrumba. No es porque esté bajo los
efectos del “encanto”, pero no parece pensar en mí como una persona frente
a la cual tenga que fingir estoicismo.
—¿Más de una vez? ¿Te ama?
No me di cuenta de lo mucho que esperaba que estuviera mintiendo
cuando le dije que me besé con él.
—Más de una vez, pero no. No me ama. Nada de eso.
Nicasia mira hacia su madre, inclinando su cabeza, indicando que
obtuvo las respuestas que deseaba.
—Tu padre debe estar muy enojado contigo por arruinar todos su
planes —dice Orlagh, llevando la conversación hacia otras cosas.
—Lo está —digo. Corto y dulce. Sin mentiras que no tengo que decir.
—¿Por qué el general no le contó a Balekin sobre la paternidad de
Oak? —continúa—. ¿No hubiera sido eso más fácil que registrar Elfhame
para buscar al Príncipe Cardan antes de tomar la corona?
—No soy digna de su confianza —digo—. No entonces y
definitivamente no ahora. Todo lo que sé es que tuvo una razón.
—Sin duda —dice Balekin—. Tenía la intención de traicionarme.
—Si Oak fuera el Rey Supremo, entonces realmente sería Madoc quien
gobernara Elfhame —digo, porque no es algo que no sepan.
—Y no querías eso. —Un sirviente se acerca con un pequeño pañuelo
lleno de pescados. Orlagh atraviesa a uno con una larga uña, ocasionando
que un delgado hilo de sangre se mueva hacia mí en el agua—. Interesante.
Dado que no es una pregunta, no tengo que responder.
Unos cuantos sirvientes más comienzan a limpiar los platos.
—¿Y nos llevarías hasta la puerta de Oak? —pregunta Balekin—.
¿Llevarnos al mundo mortal y quitárselo a tu hermana mayor para traerlo
de regreso a nosotros?
—Por supuesto —miento.
Balekin le dirige una mirada a Orlagh. Si tomaran a Oak, podrían
criarlo debajo del mar, podrían casarlo con Nicasia, podrían tener un linaje
Greenbriar por su cuenta, leal al Reino de Bajo el Mar. Tendrían opciones
más allá de Balekin para acceder al trono, lo que no puede complacerlo.
Un largo juego, pero en la Tierra de las Hadas, esa es una manera
razonable de jugar.
—Esta criatura Grimsen —le pregunta Orlagh a su hija—. ¿Realmente
crees que pueda hacer una nueva corona?
Mi corazón se siente por un momento como si tartamudeara hasta
detenerse. Estoy contenta de que nadie me esté mirando, porque en ese
momento, no creo poder estar ocultando mi horror.
—Hizo la Corona de Sangre —dice Balekin—. Si hizo esa, seguramente
puede hacer otra.
Si no necesitan la Corona de Sangre, entonces no necesitan a Oak. No
necesitan criarlo, no necesitan que coloque la corona sobre la cabeza de
Balekin, no lo necesitan con vida.
Orlagh lo mira a manera de reprimenda. Espera por la respuesta de
Nicasia.
—Es un herrero —dice Nicasia—. No puede forjar debajo del mar, así
que siempre preferirá la tierra firme. Pero desde la muerte de Alderking,
ansía la gloria. Desea tener a un Rey Supremo que le dé eso.
Este es su plan, me digo intentando suprimir el pánico que siento.
Conozco su plan. Si puedo escapar, entonces puedo detenerlo.
Un cuchillo en la espalda de Grimsen antes de que termine la corona.
Algunas veces dudo de mi efectividad como senescal, pero nunca como
asesina.
—Pequeña pececillo —dice Orlagh, su atención regresando hacia mí—
. Dime lo que Cardan te prometió por ayudarlo.
—Pero ella… —comienza Nicasia, pero la mirada de Orlagh la silencia.
—Hija —dice la Reina del Reino de Bajo el Mar—, no ves lo que está
justo debajo de tu nariz. Cardan obtuvo un trono debido a esta chica. Deja
de buscar lo que ella le da a él y comienza a buscar lo que él le dio a ella.
Nicasia dirige su petulante mirada hacia mí.
—¿A qué te refieres?
—Has dicho que Cardan no se preocupaba mucho por ella. Y, aun así,
ella lo hizo el Rey Supremo. Considera que tal vez él se dio cuenta que ella
pudiera serle útil y explotó esa utilidad, a través de besos y galantería, tanto
como has cortejado tú al pequeño herrero.
Nicasia luce desconcertada, como si todas sus ideas del mundo fueran
molestas. Quizás no pensaba en Cardan como alguien capaz de tramar. Aun
así, puedo ver que algo acerca de esto la complace. Si Cardan me ha
seducido para estar a su lado, entonces ya no necesita preocuparse porque
a él le importe yo. En cambio, solo necesita preocuparse por mi utilidad.
—¿Qué te prometió por conseguirle la corona de Elfhame? —me
pregunta Orlagh con exquisita amabilidad.
—Siempre quise un lugar en la Tierra de las Hadas. Me dijo que me
haría su senescal y me puso como su mano derecha, como Val Moren de la
Corte de Eldred. Se aseguraría de que fuera respetada e incluso temida. —
Es una mentira, por supuesto. Nunca me prometió nada y Dain prometió
mucho menos que eso. Pero, oh, si alguien lo hubiera hecho, si Madoc lo
hubiera hecho, hubiera sido muy difícil de rechazar.
—¿Me estás diciendo que traicionaste a tu padre y pusiste a ese tonto
en el trono a cambio de un empleo? —demanda Balekin incrédulamente.
—Ser el Rey Supremo de Elfhame también es un trabajo —respondo—
. Y mira lo que se ha sacrificado para obtenerlo. —Por un momento, me
detengo, preguntándome si he hablado con demasiada dureza para que
crean que todavía estoy bajo los efectos del encanto, pero Orlagh solo sonríe.
—Cierto, mi querida —dice después de una pausa—. Y no estamos
poniendo nuestra fe en Grimsen, incluso si no le ofrecemos una recompensa
particularmente distinta.
Balekin luce descontento, pero no lo discute. Es mucho más fácil
pensar que Cardan es la mente maestra que una chica mortal.
Me las arreglo para comer tres rebanadas más de pescado y beber
algún tipo de té de arroz tostado y alga a través de una ingeniosa pajilla que
no permite que se mezcle con el agua del mar, antes de ser llevada hacia
una cueva en el mar. Nicasia acompaña a los guardias mágicos del mar que
me llevan hasta ahí.
Este no es un dormitorio, sino una jaula. Una vez que soy empujada
dentro, sin embargo, descubro que mientras que estoy empapada, mis
alrededores están secos y llenos con aire que abruptamente no puedo
respirar.
Me atraganto, mi cuerpo estremeciéndose. Y desde mis pulmones sale
toda esa agua, junto con algunos pedazos de pescado parcialmente digerido.
Nicasia se ríe.
Luego, con su voz pesada con encantamiento, dice:
—¿No es hermosa esta habitación?
Lo que veo solo es un áspero suelo de piedra, sin mobiliario, sin nada.
Su voz es de ensueño.
—Te encantará la cama de cuatro postes, envuelta en colchas. Y las
intrincadas mesitas de noche y tu propia tetera, todavía humeando. El té
estará perfectamente caliente y delicioso en cualquier momento que lo
pruebes.
Coloca un vaso de agua de mar en el suelo. Supongo que es el té. Si
lo bebo, como sugiere, mi cuerpo rápidamente se deshidratará. Los mortales
pueden pasar algunos días sin agua, pero dado que estoy respirando agua
de mar, puedo ya estar en problemas.
—Sabes —dice mientras finjo admirar la habitación, girando alrededor
de ella con asombro, sintiéndome tonta—, nada de lo que pudiera hacerte
será tan terrible como lo que te harás a ti misma.
Me giro hacia ella, frunciendo el ceño con la pretensión de
desconcierto.
—No importa —dice y me deja pasando el resto de la tarde girándome
y revolviéndome en el suelo duro, intentando hacer parecer como si sintiera
que tuviera el más alto nivel de comodidad.
Traducido por Flochi

Corregido por Vickyra

e despierto con unos terribles calambres y mareos. Gotas


de sudor frío se encuentran en mi frente y mis miembros
se estremecen incontrolablemente.
Durante buena parte del año, he estado
envenenando mi cuerpo todos los días. Mi sangre está acostumbrada a las
dosis, mucho más altas que cuando comencé. Adicta a ellas, por lo que
ahora ansía lo que una vez lo lastimaba. Ahora no puedo estar sin el veneno.
Me acuesto en el suelo de piedra e intento ordenar mis pensamientos.
Intento recordar las muchas veces que Madoc estuvo en una campaña y me
digo que él estuvo incómodo en cada una de esas veces. A veces, durmió
tendido en el suelo, con la cabeza apoyada en una mata de yuyos y sus
propios brazos. A veces estuvo herido y luchó de todas maneras. No murió.
No voy a morir tampoco.
Me sigo diciendo eso, pero no estoy segura de creerlo.
Por días, nadie viene.
Me rindo y bebo el agua de mar.
A veces, pienso en Cardan cuando estoy acostada aquí. Pienso en lo
que debe haber sido crecer como un miembro honrado de la familia real,
poderoso y sin amor. Alimentado con leche de gato y negligencia. Ser
golpeado arbitrariamente por el hermano al que más te pareces y al que más
pareces importarle.
Imagino a todos esos cortesanos haciéndote reverencia, permitiendo
que les sisees y abofetees. Pero sin importar cuántos de ellos humillaste o
heriste, siempre sabrías que alguien los había encontrado dignos de amar,
cuando nadie te había encontrado a ti digno de lo mismo.
A pesar de crecer entre los Mágicos, no siempre comprendo la manera
en que piensan o sienten. Se parecen más a los mortales de lo que les gusta
creer, pero en el momento en que me permito olvidar que no son humanos,
harán algo que me lo recuerde. Por esa sola razón, sería estúpida al pensar
que conocía el corazón de Cardan por su historia. Pero me pregunto por el
mismo.
Me pregunto qué habría pasado si le dijera que no estaba fuera de mi
sistema.

Con el tiempo vienen. Me permiten un poco de agua, un poco de


comida. Para entonces, estoy demasiado débil para preocuparme fingir estar
encantada.
Les cuento los detalles que recuerdo de la sala de estrategia de Madoc
y lo que piensa de las intenciones de Orlagh. Repaso el asesinato de mis
padres con sangriento detalle. Describo un cumpleaños, juro mi lealtad,
explico cómo perdí mi dedo y cómo mentí al respecto.
Incluso les miento a ellos, ante sus órdenes.
Y luego tengo que fingir olvidar cuando me dicen que lo haga. Tengo
que fingir estar saciada cuando me han dicho que me di un banquete y estar
borracha con vino imaginario cuando todo lo que he tenido es una copa de
agua.
Tengo que permitirles abofetearme.
No puedo llorar.
A veces, cuando estoy tendida en el frío suelo de piedra, me pregunto
si existe un límite para lo que les dejaré hacer, si hay algo que me haría
defenderme, incluso si eso me condena.
Si lo hay, eso me hace una tonta.
Pero quizás si no lo hay, eso me convierte en un monstruo.
—Chica mortal —dice Balekin una tarde cuando estamos solos en las
cámaras acuosas del palacio. No le gusta usar mi nombre, quizás porque no
le gusta tener que recordarlo, encontrándome tan desechable como a todas
las chicas humanas que han pasado por Hollow Hall.
Estoy débil por la deshidratación. Regularmente se olvidan de darme
agua fresca y comida, me encantan un alimento ilusorio cuando ruego por
ello. Estoy teniendo dificultad para concentrarme en algo.
A pesar del hecho de que Balekin y yo estamos solos en una cámara
de coral, con patrullas de guardias nadando a intervalos que
automáticamente cuento, ni siquiera trato de luchar y huir. No tengo armas
y poca fuerza. Incluso si fuera capaz de matar a Balekin, no soy una
nadadora lo bastante fuerte para lograr llegar a la superficie antes de que
me atrapen.
Mi plan se ha reducido a soportar, a sobrevivir hora a hora, sin sol día
a día.
Quizás no puedo ser encantada, pero eso no significa que no pueda
ser rota.
Nicasia dijo que su madre tiene muchos palacios en Bajo el Mar y que
éste, construido en la roca de Isnweal a lo largo del fondo marino, solo es
uno de ellos. Pero para mí, es un constante tormento estar tan cerca de casa
y, sin embargo, fuera de alcance.
Jaulas cuelgan en el agua a través de todo el palacio, algunas de ellas
vacías, pero muchas conteniendo mortales de piel grisácea, mortales que
parecen estar muertos pero que de vez en cuando se mueven de maneras
que sugieren que no lo están. Los ahogados, los llaman a veces los guardias,
y más que nada, eso es lo que temo convertirme. Recuerdo pensar que había
visto a la chica que saqué de la casa de Balekin en la coronación de Dain,
la chica que se arrojó al mar, la chica que ciertamente se había ahogado.
Ahora no estoy tan segura de haberme equivocado.
—Dime —dice Balekin hoy—. ¿Por qué mi hermano robó mi corona?
Orlagh cree que entiende, porque comprende las ansias de poder, pero no
comprende a Cardan. Él nunca se preocupó por trabajar duro. Le gustaba
agradar a la gente, claro. Le gustaba hacer problemas, pero lo desquiciaba
un real esfuerzo. Y aunque Nicasia lo admita o no, ella no lo comprende
tampoco. El Cardan que ella conoce podría haberte manipulado, pero no
con esto.
Es una prueba, pienso absurdamente. Una prueba donde tengo que
mentir, pero temo que mi habilidad para tener sentido me ha abandonado.
—No soy un oráculo —digo, pensando en Val Moren y el refugio que
ha encontrado en los acertijos.
—Entonces adivina —dice—. Cuando desfilaste frente a mi celda en la
Torre del Olvido, sugeriste que era porque había tenido una mano firme
sobre él. Pero tú, de todas las personas, debes creer que le faltaba disciplina
y que yo buscaba su mejoría.
Debe estar recordando el torneo en que Cardan y yo luchamos y la
manera en que me atormentó. Estoy enredada en los recuerdos, en
mentiras. Estoy demasiado agotada para inventar historias.
—En el tiempo que lo conocí, montó borracho un caballo a través de
una lección de un respetado profesor, intentó darme como alimento de los
nixies y atacó a alguien en una fiesta —digo—. No parecía estar disciplinado.
Parecía salirse con la suya todo el tiempo.
Balekin parece sorprendido.
—Buscaba la atención de Eldred —dice finalmente—. Para bien o para
mal, y en su mayoría para mal.
—Entonces quizás quiere ser el Rey Supremo por el bien de Eldred —
digo—. O a pesar de su memoria.
Eso parece atraer la atención de Balekin. Aunque lo dije solo para
sugerir algo que lo desviaría de pensar demasiado en los motivos de Cardan,
una vez que sale de mi boca, examino si no hay algo de verdad en ello.
—O porque estaba muy enojado porque le cortaste la cabeza a Eldred.
O ser responsable de la muerte de todos sus hermanos. O porque tenía
miedo de que podrías matarlo también.
Balekin se crispa.
—Haz silencio —dice y me quedo agradecidamente en silencio. Luego
de un momento, me mira—. Dime cuál de nosotros es digno de ser el Rey
Supremo, ¿el Príncipe Cardan o yo?
—Tú lo eres —digo con facilidad, dándole una mirada de practicada
adoración. No señalo que Cardan ya no es un príncipe.
—¿Y se lo dirías tú misma? —pregunta.
—Le diría lo que sea que quisieras —digo con toda la sinceridad que
puedo reunir con mi cansancio.
—¿Irías a sus aposentos y lo apuñalarías una y otra vez hasta que se
quedara sin su sangre roja? —pregunta Balekin, inclinándose más cerca.
Dice las palabras en voz baja, como a una amante. No puedo controlar el
estremecimiento que me atraviesa y espero que crea que se debe a otra cosa
que no sea disgusto.
—¿Por ti? —pregunto, cerrando mis ojos contra su cercanía—. ¿Por
Orlagh? Sería un placer.
Se ríe.
—Tal brutalidad.
Asiento, intentando ponerle un freno al excesivo entusiasmo ante la
idea de ser enviada en una misión lejos del océano, de tener la oportunidad
de escapar.
—Orlagh me ha dado tanto, me trató como a una hija. Quiero
retribuírselo. A pesar del atractivo de mis aposentos y las delicadezas que
me dan, no fui hecha para ser una holgazana.
—Un bonito discurso. Mírame, Jude.
Abro mis ojos y lo miro. Cabello negro flota alrededor de su rostro, y
aquí, bajo el agua, las espinas de sus nudillos y a lo largo de sus brazos son
visibles, como las aletas puntiagudas de un pez.
—Bésame —dice.
—¿Qué? —Mi sorpresa es genuina.
—¿No quieres hacerlo? —pregunta.
Esto no es nada, me digo, ciertamente mejor que ser abofeteada.
—Pensé que eras el amante de Orlagh —le digo—. O de Nicasia. ¿No
les importará?
—Para nada —me dice, mirándome con cuidado.
Cualquier duda de mi parte parecerá sospechosa, así que me muevo
hacia él en el agua, presionando mis labios contra los suyos. El agua está
fría, pero su beso lo es aún más.
Luego de lo que espero que sea un intervalo suficiente, me retiro. Se
limpia la boca con el dorso de su mano, claramente asqueado, pero cuando
me mira fijamente, hay avaricia en sus ojos.
—Ahora bésame como si pensaras que fuera Cardan.
Para comprarme un momento de reflexión, miro en sus ojos de búho,
paso mis manos por sus brazos espinosos. Claramente es una prueba.
Quiere saber cuánto control tiene sobre mí. Pero creo que quiere saber algo
más, también, algo sobre su hermano.
Me obligo a inclinarme hacia delante de nuevo. Tienen el mismo
cabello negro, los mismos pómulos. Todo lo que tengo que hacer es fingir.

Al día siguiente, me traen una jarra con agua clara de río, que engullo
agradecidamente. El día después de ese, comienzan a prepararme para
regresar a la superficie.

El Rey supremo ha hecho un trato para que me regresen.


Pienso en las muchas órdenes que le di, pero ninguna fue lo bastante
específica para haberle ordenado que pagara un rescate por mi regreso a
salvo. Se había liberado de mí y ahora está llevándome de regreso
dispuestamente.
No sé lo que eso significa. Quizás la política lo demanda, quizás
realmente, realmente no le agrada asistir a las reuniones.
Todo lo que sé es que estoy llena de alivio, salvaje con el terror de que
esto sea alguna especie de juego. Si no vamos a la superficie, temo que no
seré capaz de ocultar el dolor de la decepción.
Balekin me “encanta” de nuevo, haciéndome repetir mi lealtad hacia
ellos, mi amor, mi intento asesino hacia Cardan.
Balekin viene a la cueva, donde estoy caminando de un lado a otro,
cada arañazo de mis pies descalzos sobre la piedra resuena en mis oídos.
Nunca he estado tan sola y nunca he tenido que interpretar un rol por tanto
tiempo. Me siento vacía, deteriorada.
—Cuando regresemos a Elfhame, no seremos capaces de vernos a
menudo —dice, como si eso fuera algo que extrañaré enormemente.
Estoy tan nerviosa que no intento hablar.
—Vendrás a Hollow Hall cuando puedas.
Me sorprende la idea de que anticipa vivir en Hollow Hall, que no
espera ser puesto en la Torre. Supongo que su libertad es parte del precio
de mi liberación y me sorprende de nuevo que Cardan esté de acuerdo con
pagarlo.
Asiento.
—Si te necesito, te daré una señal, una tela roja dejada en tu camino.
Cuando la veas, debes venir de inmediato. Espero que serás capaz de
inventar alguna excusa.
—Lo haré —digo, mi voz saliendo demasiado alta en mis oídos.
—Debes recuperar la confianza del Rey Supremo, conseguir que esté
solo y luego encontrar una manera de matarlo. No lo intentes si hay gente
cerca. Debes ser lista, incluso si toma más de un encuentro. Y quizás puedas
descubrir más de las estrategias de tu padre. Una vez que Cardan esté
muerto, necesitaremos movernos rápido para asegurar al ejército.
—Sí —digo. Inhalo y luego me atrevo a preguntar lo que realmente
quiero saber—. ¿Tienes la corona?
Frunce el ceño.
—Muy pronto.
Por un largo momento, no hablo. Dejo que el silencio se prolongue.
En éste, Balekin habla.
—Grimsen necesita que termines tu trabajo antes de poder lograrlo.
Necesita a mi hermano muerto.
—Ah —digo, mi mente corriendo. Una vez, Balekin se arriesgó a salvar
a Cardan, pero ahora que Cardan se interpone entre él y la corona, parece
estar dispuesto a sacrificar a su hermano. Intento darle sentido a eso, pero
no puedo concentrarme. Mis pensamientos sieguen dando vueltas.
Balekin esboza una sonrisa de tiburón.
—¿Sucede algo?
Casi estoy rota.
—Me siento un poco débil —digo—. No sé qué puede estar mal.
Recuerdo comer. Al menos, creo recordar hacerlo.
Me da una mirada preocupada y llama a un sirviente. En unos
momentos, me traen un plato de pescado crudo, ostras y huevas negras.
Observa con disgusto mientras lo devoro.
—Evitarás todos los encantos, ¿entiendes? Nada de serbal, nada de
manojos de roble, cenizas y espino. No los usarás. Tampoco los tocarás. Si
te dan uno, lo arrojarás al fuego en cuanto puedas ocultar hacerlo.
—Lo entiendo —digo. El sirviente no ha traído más agua fresca para
mí, sino vino. Lo bebo con avidez sin importarme el extraño regusto o cómo
se sube a mi cabeza.
Balekin me da más órdenes, e intento escuchar, pero para cuando se
marcha, me siento mareada por el vino, cansada y enferma.
Me acurruco en el suelo frío de mi celda y por un momento, justo
antes de cerrar mis ojos, casi puedo creer que estoy en el gran cuarto que
han estado conjurando para mí con sus encantos. Esta noche, la piedra se
siente como una cama de plumas.
Traducido por Ximena y anabel-vp

Corregido por Bella’

l día siguiente, me palpita la cabeza mientras estoy vestida


otra vez, y mi cabello está trenzado. los mágicos del agua
me pusieron mi propia ropa: el vestido plateado que usé
para la boda de Taryn, ahora desvanecido por la
exposición a la sal y deshilachado por ser mordisqueado
por las criaturas de Bajo el Mar. Incluso me ataron a Nightfell, aunque la
funda está oxidada y el cuero parece como si algo se hubiera estado
alimentando con él.
Luego me llevan a Balekin, vestido con los colores y llevando el
símbolo de Bajo el Mar. Me mira y me cuelga nuevas perlas en las orejas.
La reina Orlagh ha reunido una gran procesión de gente del mar.
Mágicos del agua, jinetes sobre enormes tortugas y tiburones, las selkies en
su forma de focas, todos cortando a través del agua. Los mágicos en tortugas
llevan largas pancartas rojas que se ondean detrás de ellos.
Estoy sentada en una tortuga, junto a una sirena con dos bandoleras
de cuchillos. Ella me agarra con firmeza, y no lucho, aunque es difícil
quedarme quieta. El miedo es terrible, pero la combinación de esperanza y
miedo es peor. Me muevo entre las dos, mi corazón late tan rápido y mis
respiraciones llegan tan rápido que mis entrañas se sienten magulladas.
Cuando empezamos a elevarnos, arriba, arriba y más arriba, una
sensación de irrealidad me embarga.
Rebasamos la superficie en el estrecho tramo entre Insweal e Insmire.
En la orilla de la isla, Cardan se sienta en una regia capa forrada de
piel, sobre un corcel gris moteado. Está rodeado de caballeros en armadura
de oro y verde. A un lado de él está Madoc, montado sobre un robusto
caballo ruano. Al otro está Nihuar. Los árboles están llenos de arqueros. El
oro martillado de las hojas de roble en la corona de Cardan parece brillar
ante la luz tenue del atardecer.
Estoy temblando. Siento que puedo desgarrarme.
Orlagh habla desde su lugar en el centro de nuestra procesión.
—Rey de Elfhame, como acordamos, ahora que ha pagado mi precio,
he asegurado la devolución segura de su senescal. Y se la traigo
acompañada por el nuevo Embajador de Bajo el mar, Balekin, de la línea
Greenbriar, hijo de Eldred, tu hermano. Esperamos que esta elección le
satisfaga, ya que él conoce muchas costumbres de la tierra.
La cara de Cardan es imposible de leer. Él no mira a su hermano. En
cambio, su mirada está en mí. Todo en su comportamiento es frio.
Soy pequeña, disminuida e impotente.
Bajo la mirada, porque si no lo hago, voy a comportarme
estúpidamente. Has pagado mi precio, le dijo Orlagh. ¿Qué podría haber
hecho para mi regreso? Intento recordar mis órdenes, recordar si forcé su
mano.
—La prometiste completa y sana —dice Cardan.
—Y se puede ver que ella lo está —dice Orlagh—. Mi hija Nicasia,
princesa de Bajo el Mar, la ayudará hacia la tierra con sus propias manos
reales.
—¿Ayudarla? —dice Cardan—. Ella no debería necesitar ayuda. La
has mantenido en la humedad y el frío durante demasiado tiempo.
—Quizás ya no la quieras —dice Orlagh—. Tal vez podrías negociar
algo más en su lugar, Rey de Elfhame.
—La tendré —dice, sonando a la vez posesivo y despectivo—. Y mi
hermano será tu embajador. Todo será como acordamos. —Señala a dos
guardias, que se dirigen hacia donde yo estoy sentada y me ayudan a bajar,
me ayudan a caminar. Me avergüenzo de mis piernas inestables, de mi
debilidad, de la ridiculez de seguir vestida con el totalmente inadecuado
vestido de Oriana para una fiesta que terminó hace mucho.
—Todavía no estamos en guerra —dice Orlagh—. Tampoco estamos
todavía en paz. Considera bien tu próximo movimiento, rey de la tierra,
ahora que sabes el costo del desafío.
Los caballeros me guían a la tierra y pasan junto a otros mágicos. Ni
Cardan ni Madoc se giran cuando los paso. Un carruaje está esperando un
poco más allá en los árboles y soy depositada dentro.
Un caballero se quita el casco. La he visto antes, pero no la conozco.
—El general me ha ordenado que te lleve a su casa —me dice.
—No —le digo—. Tengo que ir al palacio.
Ella no me contradice, pero tampoco se retracta.
—Debo hacer lo que él dice.
Y aunque sé que debo pelear, que alguna vez lo habría hecho, no lo
hago. La dejo cerrar la puerta del carruaje. Me recuesto en los asientos y
cierro los ojos.
Cuando me despierto, los caballos están levantando polvo delante de
la fortaleza de Madoc. El caballero abre la puerta, y Gnarbone me levanta
literalmente del carruaje tan fácilmente como podría haber levantado a Oak,
como si estuviera hecha de ramitas y hojas en lugar de carne terrenal. Me
lleva a mi viejo dormitorio.
Tatterfell nos está esperando. Ella me suelta el cabello y me quita el
vestido, llevándose a Nightfell y poniéndome una muda. Otro sirviente deja
una bandeja con una taza de té caliente y un plato de venado que sangra
sobre una tostada. Me siento en la alfombra y lo como, usando el pan con
mantequilla para absorber los jugos de la carne.
Me duermo allí también. Cuando me despierto, Taryn me está
sacudiendo.
Parpadeo peligrosamente y tropiezo con mis pies.
—Estoy despierta —le digo—. ¿Cuánto tiempo estuve acostada allí?
Ella sacude su cabeza.
—Tatterfell dice que has estado desmayada todo el día y toda la noche.
Le preocupaba que tuvieras una enfermedad humana, por eso me envió.
Vamos, al menos acuéstate.
—Estás casada ahora —le digo, recordándolo de repente. Con eso
viene el recuerdo de Locke y los jinetes, los pendientes que se suponía que
debía darle. Todo se siente tan lejos, tan distante.
Ella asiente, poniendo su muñeca en mi frente.
—Y te ves como un espectro. Pero no creo que tengas fiebre.
—Estoy bien —digo, la mentira viene automáticamente a mis labios.
Tengo que llegar a Cardan y advertirle sobre el Fantasma. Tengo que ver a
la Corte de las Sombras.
—No actúes tan orgullosa —dice Taryn, y hay lágrimas en sus ojos—.
Desapareciste en mi noche de bodas y ni siquiera sabía que te habías ido
hasta la mañana. He estado tan asustada.
»Cuando el reino de Bajo el Mar envió el mensaje de que te tenía,
bueno, el Rey Supremo y Madoc se culparon mutuamente. No estaba segura
de lo que iba a pasar. Cada mañana, fui al borde del agua y miré hacia
abajo, esperando poder verte. Pregunté a todas las sirenas si podían decirme
si estabas bien, pero nadie lo haría.
Trato de imaginar el pánico que ella debió sentir, pero no puedo.
—Parece que han resuelto sus diferencias —digo, pensando en ellos
juntos en la playa.
—Algo así. —Hace una mueca y trato de sonreír.
Taryn me ayuda a meterse en la cama, colocando los cojines detrás
de mí. Me siento magullada por todas partes, adolorida, mayor y más mortal
que nunca.
—¿Vivi y Oak? —pregunto—. ¿Están bien?
—Están bien —responde—. De regreso en casa con Heather, que
parece haber superado su visita a la Tierra de las Hadas sin mucho drama.
—Ella fue encantada —le digo.
Por un momento, veo la ira cruzar su cara, cruda y rara.
—Vivi no debería hacer eso —dice Taryn.
Me siento aliviada de no ser la única que se siente así.
—¿Cuánto tiempo he estado fuera?
—Un poco más de un mes —me dice, lo que parece increíblemente
breve. Siento como si hubiera envejecido cien años debajo del mar.
No solo eso, sino que ahora estoy a más de la mitad del año y un día
que Cardan me prometió. Me vuelvo a hundir en los cojines y cierro los ojos.
—Ayúdame a levantarme —le digo.
Ella sacude su cabeza.
—Que las cocineras envíen más sopa.
No es difícil persuadirme. Como concesión, Taryn me ayuda a vestirme
con ropa que una vez me quedó demasiado ajustada y que ahora me cuelga.
Ella se queda y me alimenta con cucharadas de caldo.
Cuando está lista para irse, se levanta la falda y saca un cuchillo de
caza de una funda sujeta con una liga. En momentos así, queda claro que
crecimos en la misma casa.
Deja el cuchillo sobre la colcha, al lado de un amuleto que saca de su
bolsillo.
—Aquí —me dice—. Tómalos. Sé que te harán sentirte más segura.
Pero debes descansar. Prométeme que no harás nada precipitado.
—Apenas puedo levantarme sola.
Me da una mirada severa.
—Nada precipitado —le prometo.
Me abraza antes de irse, y yo la abrazo por los hombros casi
demasiado tiempo, aspirando el olor humano a sudor y piel. Sin océano, sin
agujas de pino, o sangre, o flores que solo florecen de noche.
Me duermo con la mano en el cuchillo. No estoy segura de cuándo me
despierto, pero escucho una discusión.
—¡Independientemente de cuáles sean las órdenes del Gran General,
estoy aquí para ver al senescal del Rey Supremo y no pienso aceptar más
excusas! —Es una voz de mujer, una voz que reconozco un poco. Me levanto
de la cama, y me dirijo medio dormida al pasillo, desde donde puedo mirar
hacia abajo desde el balcón. Veo a Dulcamara, de la Corte de las Termitas.
Ella me mira. Hay un corte reciente en su cara.
—Discúlpame —dice ella, de una manera que deja claro que no lo
siente en absoluto—. Pero debo tener una audiencia. De hecho, estoy aquí
para recordarte tus obligaciones, incluída esta.
Recuerdo a Lord Roiben con su cabello canoso y la promesa que le
hice para que apoyara a Cardan hace seis meses. Se comprometió con la
corona y el nuevo Rey Supremo, pero bajo una condición muy específica.
Algún día, le pediré un favor a tu rey, dijo.
¿Qué dije en respuesta? Intenté negociar: Algo de igual valor. Y dentro
de nuestro poder.
Supongo que ha enviado a Dulcamara a reclamar ese favor, aunque
no sé qué utilidad tengo cuando estoy así.
—¿Oriana está en su salón? Si no, lleva a Dulcamara, y hablaré con
ella allí —digo, agarrándome a la barandilla para no caerme. Los guardias
de Madoc parecen infelices, pero no me contradicen.
—Por aquí —dice uno de los sirvientes, y tras una última mirada
hostil, Dulcamara lo sigue.
Eso me da tiempo para bajar temblorosamente las escaleras.
—Las órdenes de tu padre fueron que no salieras —dice uno de los
guardias, acostumbrado a pensar en mí como una niña de la que cuidar y
no como en la senescal del Rey Supremo, con quien debería comportarse de
manera más formal—. Quería que descansaras.
—Quieres decir que no me prohibió tener audiencias aquí, solo porque
no se le ocurrió. —El guardia no me contradice, solo frunce el ceño—. Las
preocupaciones, de ambos, son tenidas en cuenta.
Me las arreglo para llegar al salón de Oriana sin caerme. Y si me aferro
demasiado tiempo del marco de madera de las ventanas o de los bordes de
las mesas, no es tan horrible.
—Tráenos un poco de té, por favor, tan caliente como puedas hacerlo
—le digo a un criado que me observa demasiado atentamente.
Preparándome a mí misma, suelto la pared, y entro en el salón, le
hago a Dulcamara un gesto de asentimiento, y me hundo en la silla, aunque
ella permanece de pie, con las manos entrelazadas a la espalda.
—Ahora veremos si la palabra de tu Rey Supremo vale algo —dice,
dando un paso hacia mí, su rostro tan hostil que me pregunto si su
propósito al venir aquí es solo hablar.
El instinto me hace ponerme de pie.
—¿Qué ha pasado?
Ante eso, ella se ríe.
—Lo sabes perfectamente. Tu rey le ha dado permiso a Bajo el Mar
para atacarnos. Aparecieron hace dos noches, salidos de la nada. Mucha de
nuestra gente fue asesinada antes de que entendiésemos lo que estaba
pasando y ahora se nos ha impedido tomar represalias.
—¿Impedido tomar represalias? —Pienso en lo que dijo Orlagh sobre
no estar en guerra, pero ¿cómo puede la tierra no estar en guerra si el mar
ya ha atacado? Como Rey Supremo, Cardan le debe a sus súbditos el poder
de sus ejércitos, del ejército de Madoc, cuando están bajo amenaza. Pero
impedir a alguien contraatacar era algo inaudito.
Me muestra sus dientes.
—La consorte de Lord Roiben fue herida —dice ella—, gravemente.
El hada de piel verde y ojos negros que hablaba como si fuese mortal.
La única a la que el aterrador líder de la Corte de las Termitas trata con
amabilidad y con la que se ríe.
—¿Va a sobrevivir? —pregunto, mi voz mucho más suave.
—Reza por ello, mortal —dice Dulcamara—. O Lord Roiben pondrá
todos sus recursos en la destrucción de tu joven rey, a pesar de los votos
que hizo.
—Te enviaremos caballeros —le digo—. Deja que Elfhame compense
el error.
Ella escupe en el suelo.
—No lo entiendes. Tu Rey Supremo hizo esto por ti. Esos fueron los
términos bajo los cuales la reina Orlagh te dejaría regresar. Balekin eligió a
la Corte de las Termitas como objetivo, Bajo el Mar nos atacó y tu Cardan la
dejó. No ha habido ningún error.
Cierro los ojos, y me pellizco el puente de la nariz.
—No —le digo—. Eso no es posible.
—Balekin siempre nos ha odiado, hija de la tierra.
Me estremezco por el insulto, pero no la corrijo. Dejo que me eche en
cara todo lo que quiera. La Corte Superior le ha fallado a la Corte de Termitas
por mi culpa.
—Nunca deberíamos habernos unido a la Corte Superior. Nunca
deberíamos haber jurado lealtad a tu tonto rey. He venido a entregarte este
y otro mensaje. Le debes un favor a Lord Roiben y es mejor que lo pagues.
Me preocupa lo que me pueda pedir. Un favor sin especificar es algo
peligroso para dar, incluso para un mortal que no está obligada a honrarlo.
—Tenemos nuestros propios espías, senescal. Nos han dicho que eres
una buena pequeña asesina. Lo que queremos que hagas es: matar al
príncipe Balekin.
—No puedo hacer eso —digo, demasiado sorprendida para medir mis
palabras. No me siento insultada por su alabanza a mis habilidades de
asesina, pero establecer una tarea imposible como pago, tampoco es
halagador—. Es un embajador de Bajo el Mar. Si lo mato, estaríamos en
guerra.
—Entonces iremos a la guerra. —Después de eso, ella sale de la
habitación, dejándome sentada en el salón de Oriana, mientras traen la
bandeja de té humeante.

Una vez que se ha ido y el té se ha enfriado, subo la escalera hasta mi


habitación. Allí, tomo el cuchillo de Taryn, y el otro que hay escondido bajo
mi cama. Llevo uno al bolsillo del vestido, haciéndole un corte para poder
atar el cuchillo a mi muslo y sacarlo rápidamente. Hay muchas armas en
casa de Madoc, incluida mi Nightfell, pero si empiezo a buscarlas y
llevármelas, seguramente los guardias lo notarán. Necesito que crean que
me he ido dócilmente a la cama.
Acercándome al espejo, me aseguro que el cuchillo está oculto bajo mi
vestido. Por un instante, no reconozco a la persona que me devuelve la
mirada. Lo que veo me horroriza: Mi piel tiene una palidez enfermiza, mi
peso ha bajado tanto que mis brazos y piernas se ven frágiles y quebradizos,
mi rostro demacrado.
Me doy la vuelta, no queriendo ver más. Normalmente, trepar por la
barandilla y escalar la pared hasta el jardín no sería gran cosa. Pero cuando
subo la pierna, me doy cuenta de lo débiles que se han vuelto mis brazos y
piernas. No creo que sea capaz de subir.
Así que tengo que ir por la segunda opción: Salto.
Traducido por LizC

Corregido por Carib

e levanto, con manchas de hierba en mis rodillas, mis


palmas picando y sucias. Mi cabeza se siente inestable,
como si todavía estuviera esperando moverme con la
corriente a pesar de que estoy en tierra.
Respirando hondo varias veces, bebo la sensación del viento en mi
cara y los sonidos susurrando en las hojas de los árboles. Estoy rodeada de
los aromas de la tierra, de la Tierra de las Hadas, de casa.
Sigo pensando en lo que dijo Dulcamara: que Cardan se negó a tomar
represalias por el bien de mi regreso seguro. Eso no puede haber hecho
felices a sus súbditos con él. No estoy segura que Madoc piense que es una
buena estrategia. Por eso es difícil imaginar por qué lo aceptó, especialmente
ya que, si me quedaba atrapada en Bajo el Mar, él estaría fuera de mi
control. Nunca pensé que le gustaba lo suficiente para salvarme. Y no estoy
segura que lo siga creyendo a menos que escuche las razones de sus labios.
Pero cual sea la razón por la que me trajo, necesito advertirle sobre el
Fantasma, sobre Grimsen y la corona, sobre el plan de Balekin para que sea
su asesina.
Empiezo a avanzar hacia el palacio a pie, segura que los guardias
tardarán mucho más en darse cuenta que me he ido, que la cuadrilla del
establo en descubrir una montura desaparecida. Aun así, estoy respirando
con dificultad poco después de empezar. A mitad de camino tengo que
detenerme y descansar en un tocón.
Estás bien, me digo. Levántate.
Me toma mucho tiempo llegar al palacio. A medida que camino hacia
las puertas, cuadro mis hombros e intento no mostrar cuán agotada estoy.
—Senescal —dice uno de los guardias en la puerta—. Le pido perdón,
pero está prohibido el acceso al palacio.
Nunca me negarás una audiencia ni darás una orden para alejarme de
tu lado. Por un momento delirante, me pregunto si he estado en Bajo el Mar
durante más tiempo del que Taryn me dijo. Tal vez un año y un día ha
pasado. Pero eso es imposible. Estrecho mi mirada.
—¿Por orden de quién?
—Disculpe, mi señora —dice otro caballero. Su nombre es Diarmad.
Lo reconozco como un caballero en el que Madoc tiene sus ojos, alguien en
quien confiaría—. El general, su padre, dio la orden.
—Tengo que ver al Rey Supremo —digo, intentando un tono de orden,
pero en su lugar una nota de pánico se arrastra en mi voz.
—El Gran General nos dijo que le llamáramos un carruaje si venía y,
si es necesario, la escoltáramos. ¿Espera necesitar nuestra presencia?
Me quedo allí, furiosa y superada.
—No —digo.
Cardan no podía negarme una audiencia, pero podía permitir que
alguien más diera la orden. Mientras Madoc no pidiera el permiso de
Cardan, no contradecía mis órdenes. Y no sería tan difícil averiguar el tipo
de cosas que podría haberle ordenado a Cardan; después de todo, la mayoría
de éstas eran cosas que Madoc probablemente le habría ordenado por sí
mismo.
Sabía que Madoc quería gobernar la Tierra de las Hadas desde detrás
del trono. No se me ocurrió que podría encontrar su camino junto a Cardan
y eliminarme.
Me la jugaron. Juntos o por separado, me la jugaron.
Mi estómago se revuelve de ansiedad.
La sensación de ser engañada, la vergüenza de ello, me persigue.
Enreda mis pensamientos.
Recuerdo a Cardan sentado sobre el caballo gris moteado en la playa,
su cara impasible, su capa de pelaje y su corona destacando su parecido
con Eldred. Puede que lo haya engañado para asumir su papel, pero no
engañé a la tierra para que lo recibiera. Él tiene un poder real, y cuanto más
tiempo esté en el trono, mayor será su poder.
Se ha convertido en el Rey Supremo y lo ha hecho sin mí.
Esto es todo lo que temía cuando se me ocurrió este estúpido plan en
primer lugar. Quizás Cardan no quería este poder al principio, pero ahora
que lo tiene, le pertenece.
Pero lo peor es que tiene sentido que Cardan esté fuera de mi alcance,
que él sea inaccesible para mí. Que Diarmad y el otro caballero me hayan
detenido en las puertas del palacio es el cumplimiento de un miedo que he
tenido desde que comenzó esta mascarada. Y por más terrible que parezca,
también parece más razonable de lo que he intentado convencerme durante
meses: que soy el senescal del Rey Supremo de la Tierra de las Hadas, que
tengo un poder real, que puedo mantener este juego en movimiento.
Lo único que me pregunto es, ¿por qué no dejarme languidecer bajo
el mar?
Al alejarme del palacio, me dirijo a través de los árboles hacia donde
hay una entrada en la Corte de las Sombras. Solo espero no encontrarme
con el Fantasma. Si lo hago, no estoy segura de lo que sucederá. Pero si
puedo llegar a la Cucaracha y la Bomba, entonces tal vez pueda descansar
un rato. Y conseguir la información que necesito. Y enviar a alguien a cortar
la garganta de Grimsen antes de que él haya terminado de hacer la nueva
corona.
Sin embargo, cuando llego allí, me doy cuenta que la entrada está
colapsada. No, cuando lo veo con más cuidado, no es exactamente correcto,
hay evidencia de una explosión. Lo que sea que destruyó esta entrada hizo
más daño que eso.
No puedo respirar.
Arrodillándome en las agujas de pino, trato de entender lo que estoy
mirando, porque parece que la Corte de las Sombras ha sido enterrada. Este
debe haber sido el trabajo del Fantasma, aunque los explosivos de la Bomba
podrían haber hecho un daño preciso como este. Cuando el Fantasma dijo
que no me dejaría tener la Corte de las Sombras, no me di cuenta que se
había referido a destruirla. Solo espero que Van y la Bomba estén vivos.
Por favor, que estén vivos.
Y aun así, sin una forma de encontrarlos, estoy más atrapada que
nunca. Aturdida, vuelvo hacia los jardines.
Un grupo de hadas niños se ha reunido alrededor de un profesor. Un
niño Alondra recoge rosas azules de los arbustos reales, mientras Val Moren
vaga a su lado, fumando una pipa larga, con su escaldado cuervo sobre un
hombro.
Su cabello está sin cepillar alrededor de su cabeza, enmarañado en
lugares y trenzado con un paño brillante y campanas en otros. Líneas de
risa arrugan las comisuras de su boca.
—¿Puedes llevarme al interior del palacio? —le pregunto. Es una
posibilidad muy remota, pero ya no me importa la vergüenza. Si puedo
entrar, puedo descubrir qué pasó con la Corte de las Sombras. Puedo llegar
a Cardan.
Las cejas de Val Moren se alzan.
—¿Sabes lo que son? —me pregunta, moviendo una vaga mano hacia
el niño, que se gira para darnos a ambos una mirada aguda.
Tal vez Val Moren no puede ayudarme. Tal vez la Tierra de las Hadas
es un lugar donde un lunático puede hacerse el tonto y parecer un profeta,
pero tal vez solo sea un loco.
El chico Alondra continúa recogiendo su ramo, tarareando una
melodía.
—¿Hadas…? —pregunto.
—Sí, sí. —Suena impaciente—. Los mágicos del aire. Insustanciales,
incapaces de mantener una forma. Como las semillas de las flores lanzadas
al cielo.
El cuervo grazna.
Val Moren toma una larga calada de su pipa.
—Cuando conocí a Eldred, él montaba sobre un corcel blanco como
la leche, y todas las imaginaciones de mi vida fueron como polvo y cenizas.
—¿Lo amabas? —le pregunto.
—Por supuesto que sí —me dice, pero suena como si estuviera
hablando de hace mucho tiempo, una vieja historia que solo necesita contar
de la forma en que se contó antes—. Una vez que lo conocí, todo el deber
que sentía por mi familia se tornó tan corroído y desgastado como un abrigo
viejo. Y para el momento en que sus manos estuvieron sobre mi piel, habría
quemado el molino de mi padre para que me tocara de nuevo.
—¿Eso es amor? —pregunto.
—Si no es amor —dice—, es algo muy parecido.
Pienso en Eldred como lo conocí, envejecido y encorvado. Pero
también lo recuerdo de la forma en que parecía más joven cuando le sacaron
la corona de la cabeza. Me pregunto cuánto más joven se habría vuelto si no
hubiera sido asesinado.
—Por favor —digo—. Solo ayúdame a entrar en el palacio.
—Cuando Eldred montó en su corcel blanco como la leche —dice de
nuevo—, me hizo una oferta. “Ven conmigo”, dijo, “a la tierra debajo de la
colina, y te daré de comer manzanas, vino de miel y amor. Nunca
envejecerás, y todo lo que deseas saber, podrás descubrir”.
—Eso suena bastante bien —lo admito.
—Nunca hagas un trato con ellos —me dice, tomando mi mano
bruscamente—. No es ni sabio ni pobre, ni tonto ni extraño, pero sobre todo
no suena bastante bien.
Suspiro.
—He vivido aquí casi toda mi vida. ¡Sé eso!
Mi voz asusta a su cuervo, que salta de su hombro para volar hacia el
cielo.
—Entonces aprende esto —dice Val Moren, mirándome—. Puede que
no te ayude. Fue una de las cosas que abandoné. Le prometí a Eldred que
una vez que me convirtiera en suyo, renunciaría a toda la humanidad.
Nunca elegiría a un mortal antes que a una hada.
—Pero Eldred está muerto —insisto.
—Y sin embargo, mi promesa permanece en pie. —Sostiene sus manos
frente a él en reconocimiento de su impotencia.
—Somos humanos —digo—. Podemos mentir. Podemos romper
nuestra palabra. —Pero la mirada que me da es compasiva, como si yo fuera
la que está equivocada.
Al verlo alejarse, tomo una decisión. Solo una persona tiene una razón
para ayudarme, solo una persona de la que puedo estar segura.
Vendrás a Hollow Hall cuando puedas, me dijo Balekin. Ahora es un
buen momento como cualquier otro.
Me obligo a caminar, aunque el camino a través de Milkwood no es
directo, y pasa demasiado cerca del mar para mi comodidad. Cuando miro
hacia el agua, un estremecimiento me sobreviene. No será fácil vivir en una
isla si me atormentan las olas.
Paso por el Lago de las Máscaras. Cuando miro hacia abajo, veo a tres
pixies mirándome con aparente preocupación. Hundo mis manos en él y
froto mi cara con el agua fresca. Incluso bebo un poco, aunque sea agua
mágica y no estoy segura que sea seguro. Aun así, el agua dulce era
demasiado suntuosa para que dejara pasar la oportunidad de tenerla.
Una vez que Hollow Hall está a la vista, me detengo un momento para
recuperar el aliento y el coraje.
Me dirijo a la puerta tan audazmente como puedo. La aldaba de la
puerta es una perforación a través de la nariz de una cara siniestra y tallada.
Levanto mi mano para tocar el aro y los ojos de la talla se abren.
—Te recuerdo —dice la puerta—. La dama de mi príncipe.
—Estás equivocado —contesto.
—Raramente. —La puerta se abre con un ligero crujido que indica el
desuso—. Saludos y bienvenida.
Hollow Hall está desprovisto de sirvientes y guardias. Sin duda que es
difícil para el príncipe Balekin convencer a cualquiera de los mágicos para
que lo sirva cuando es tan claramente una criatura de Bajo el Mar. Y
efectivamente he cortado su capacidad para engañar a los mortales en el
tipo de servidumbre horrible en la que él está más interesado. Camino por
las salas que hacen eco hasta un salón, donde Balekin está bebiendo vino
rodeado de una docena de gruesos pilares de velas. Por encima de su cabeza,
las polillas rojas bailan. Las dejó atrás en Bajo el Mar, pero ahora que está
de vuelta, lo rodean como la llama de una vela.
—¿Alguien te vio? —pregunta.
—No lo creo —respondo con una reverencia.
Él se para, yendo a una larga mesa de caballetes y levanta un pequeño
frasco de vidrio soplado.
—¿Supongo que no has logrado asesinar a mi hermano?
—Madoc me ha ordenado que me vaya del palacio —digo—. Creo que
teme mi influencia sobre el Rey Supremo, pero no puedo hacerle nada a
Cardan si no se me permite verlo.
Balekin toma otro sorbo de su vino y camina hacia mí.
—Habrá un baile, una mascarada para honrar a uno de los señores
de la Corte inferior. Será mañana, y mientras puedas escapar de Madoc,
encontraré la manera de hacerte entrar. ¿Puedes adquirir un disfraz y
ponerte una máscara, o también necesitarás que te lo consiga?
—Puedo conseguirme un disfraz —contesto.
—Bien. —Levanta el frasco—. Apuñalarlo sería muy dramático en una
función tan pública, pero envenenarlo es mucho más fácil. Quiero que lleves
esto contigo hasta que tengas un momento a solas con él, luego debes
agregarlo a su vino en secreto.
—Lo haré —prometo.
Entonces toma mi barbilla, con encantamiento en su voz.
—Dime que eres mía, Jude.
Cuando coloca el vial en mi mano, mis dedos se cierran sobre él.
—Soy tu criatura, príncipe Balekin —digo, mirándole a los ojos y
mintiendo con todo mi corazón roto—. Haz conmigo lo que quieras. Soy toda
tuya.
Traducido por Naomi y âmenoire

Corregido por Mime

uando estoy a punto de salir de Hollow Hall, de repente me


acosa una ola de agotamiento. Me siento en los escalones,
aturdida, y espero hasta que la sensación pasa. Un plan
se está formando en mi mente, un plan que requiere el
manto de la oscuridad y estar bien descansada y
razonablemente bien equipada.
Podría ir a la casa de Taryn, pero Locke estaría allí e intentó matarme
esa vez.
Podría regresar a la casa de Madoc, pero si lo hago, es probable que
los sirvientes hayan recibido instrucciones de enrollarme en mantas peludas
y de mantenerme en cautiverio hasta que Cardan ya no esté bajo mi mando,
salvo para jurar obedecer a su Gran General.
Horrorosamente, me pregunto si lo mejor es quedarse aquí. No hay
sirvientes, nadie que me moleste excepto Balekin, y él está preocupado.
Dudo que se diera cuenta de mi presencia en esta casa enorme y llena de
ecos.
Quiero ser práctica, pero es muy difícil cuando significa luchar contra
los instintos que me dicen que corra tan lejos y tan rápido de Balekin como
pueda. Pero ya me he agotado.
Habiéndome colado por Hollow Hall suficientes veces antes, conozco
el camino a las cocinas. Tomo más agua de la bomba que está justo más
allá, encontrándome desesperadamente sedienta. Luego, subo los escalones
hacia donde dormía Cardan. Las paredes están tan vacías como recuerdo,
la cama de medio dosel domina la habitación con sus esculturas de chicas
gato bailando y con los pechos descubiertos.
Tenía libros y papeles, ahora desaparecidos, pero el armario todavía
está lleno de ropa extravagante y abandonada. Supongo que ya no son lo
suficientemente ridículas para el Rey Supremo. Pero más de unas pocas son
negras como la noche, y hay unas medias con las que será fácil moverse.
Me meto en la cama de Cardan y, aunque me temo que daré vueltas por los
nervios, me sorprendo al caer de inmediato en un sueño profundo y sin
sueños.
Al despertar a la luz de la luna, voy a su armario y me visto con la
más simple de sus ropas: un jubón de terciopelo al que le arranco las perlas
del cuello y los puños, junto con un par de leggings lisos y suaves.
Salgo de nuevo, sintiéndome menos tambaleante. Cuando paso por
las cocinas, encuentro poco de comida, pero hay un poco de pan duro que
roo mientras camino por la oscuridad.
El Palacio de Elfhame es un enorme montículo con la mayoría de las
cámaras importantes, incluida la enorme sala del trono, bajo tierra. En la
cima hay un árbol, cuyas raíces surgen más profundamente de lo que podría
provenir de cualquier cosa que no sea mágica. Justo debajo del árbol, sin
embargo, están las pocas habitaciones que tienen paneles de cristal fino que
dejan pasar la luz. Son habitaciones que no están a la moda, como la que
una vez Cardan prendió fuego al piso y donde Nicasia salió de su armario
para dispararle.
Esa sala ahora está sellada, las puertas dobles están cerradas y
bloqueadas para que no se pueda acceder al pasaje a las cámaras reales.
Sería imposible entrar dentro del palacio.
Pero voy a subir la colina.
En silencio, sigilosamente, me pongo en marcha, hundiendo mis dos
cuchillos en la tierra, levantándome, metiendo mis pies en rocas y raíces, y
luego haciéndolo de nuevo. Subo más alto y más alto. Veo murciélagos
dando vueltas por encima y me quedo quieta, esperando que no sean los
ojos de nadie. Un búho llama desde un árbol cercano y me doy cuenta de
cuántas cosas podrían observarme. Todo lo que puedo hacer es ir más
rápido. Estoy casi en el primer conjunto de ventanas cuando la debilidad
me golpea.
Aprieto los dientes e intento ignorar el temblor de mis manos, la
inestabilidad de mis pasos. Estoy respirando demasiado rápido y todo lo que
quiero hacer es darme un descanso. Sin embargo, estoy segura que si lo
hago, mis músculos se pondrán rígidos y no podré empezar de nuevo. Sigo
avanzando, aunque me duele todo el cuerpo.
Luego entierro uno de los cuchillos en la tierra e intento levantarme,
pero mi brazo está demasiado débil. No puedo hacerlo. Miro hacia la colina
empinada y rocosa, a las luces parpadeantes alrededor de la entrada al
torreón. Por un momento, mi visión se vuelve borrosa y me pregunto qué
pasaría si simplemente me dejara ir.
Lo cual es un pensamiento estúpido. Lo que sucedería es que rodaría
por la colina, me golpearía la cabeza y me lastimaría muchísimo.
Me agarro, abriéndome camino hacia los cristales. He mirado los
mapas del palacio tantas veces que solo tengo que mirar tres antes de
encontrar el correcto. Se ve decepcionante en la oscuridad, pero me pongo
a trabajar, astillo el cristal con mi cuchillo hasta que se rompe.
Envuelvo mis manos en la manga del jubón y lo rompo en pedazos.
Luego caigo en la oscuridad de las habitaciones que Cardan abandonó. Las
paredes y los muebles todavía apestan a humo y vino amargo. Me dirijo
hacia al armario guiándome por el tacto.
Desde allí es fácil abrir el pasaje y recorrer el pasillo, por el camino en
espiral hacia la cámara real.
Me deslizo en la habitación de Cardan. Aunque aún no ha amanecido,
tengo suerte. La habitación está vacía de juerga. Ningún cortesano duerme
en los cojines o en su cama. Camino hacia donde duerme y presiono mi
mano sobre su boca.
Se despierta, luchando contra mi agarre. Presiono lo suficientemente
fuerte como para poder sentir sus dientes contra mi piel.
Agarra mi garganta, y por un momento, tengo miedo de no ser lo
suficientemente fuerte, de que mi entrenamiento no sea lo suficientemente
bueno. Entonces su cuerpo se relaja por completo, como si se diera cuenta
de quién soy.
No debería relajarse así.
—Me envió a matarte —susurro contra su oreja.
Un escalofrío recorre su cuerpo, y su mano va a mi cintura, pero en
lugar de apartarme, me lleva a la cama con él, haciendo rodar mi cuerpo
sobre los cobertores pesadamente bordados.
Mi mano se resbala de su boca, y me siento enervada de encontrarme
aquí, en la misma cama en la que me sentía demasiado humana para
tumbarme, junto a alguien que me aterroriza más cuanto más siento por él.
—Balekin y Orlagh están planeando tu asesinato —digo, aturdida.
—Sí —dice perezosamente—. Entonces, ¿por qué me desperté?
Estoy torpemente consciente de su físico, del momento en que estaba
medio despierto y me atrajo hacia él.
—Porque soy difícil de encantar —digo.
Eso le hace dar una risa suave. Se acerca y toca mi cabello, traza el
hueco de mi pómulo.
—Pude haberle dicho eso a mi hermano —dice, con una suavidad en
su voz para la que no estoy preparada para nada.
—Si no le hubieras permitido a Madoc prohibirme que te viera, podría
haberte dicho todo esto antes. Tengo información que no puede esperar.
Cardan sacude la cabeza.
—No sé de lo que hablas. Madoc me dijo que estabas descansando y
que deberíamos dejar que te curaras.
Arrugo la frente.
—Ya veo. Y mientras tanto, Madoc sin duda tomaría mi lugar como tu
asesor —le digo a Cardan—. Dio órdenes a tu guardia de que me
mantuvieran fuera del palacio.
—Les daré órdenes diferentes —dice Cardan. Se sienta en la cama.
Está desnudo hasta la cintura, su piel plateada en el suave brillo de las
luces mágicas. Continúa mirándome de esta manera extraña, como si nunca
me hubiera visto antes o como si pensara que nunca podría volver a verme.
—¿Cardan? —digo, su nombre tiene un sabor extraño en mi lengua—
. Una representante de la Corte de Termitas vino a verme. Me dijo algo…
—Lo que pidieron a cambio de ti —dice—. Sé todas las cosas que dirás.
Que fue tonto acordar pagar su precio. Que desestabiliza mi reinado. Que
era una prueba de mis vulnerabilidades y que fallé. Incluso Madoc creía que
era una traición a mis obligaciones, aunque sus alternativas tampoco eran
exactamente diplomáticas. Pero no conoces a Balekin y a Nicasia como yo,
mejor que piensen que eres importante para mí que creer que lo que te hacen
no tiene consecuencias.
Considero cómo me trataron cuando creyeron que era valiosa y me
estremezco.
—He pensado y pensado desde que te fuiste, y hay algo que deseo
decir. —El rostro de Cardan es serio, casi grave, de una manera que rara
vez permite ser—. Cuando mi padre me despidió, al principio intenté
demostrar que no era nada como lo que él pensaba de mí. Pero cuando eso
no funcionó, traté de ser exactamente lo que él creía que era. Si pensaba
que yo era malo, sería peor. Si pensaba que yo era cruel, sería horroroso.
Viviría de acuerdo con todas sus expectativas. Si no podía tener su favor,
entonces tendría su ira.
»Balekin no sabía qué hacer conmigo. Me obligó a asistir a sus
depravaciones, me hizo servir vino y comida para presumir a su pequeño
principito. Cuando crecí y me volví más malhumorado, le gustaba tener a
alguien a quien disciplinar. Sus decepciones fueron mis latigazos, sus
inseguridades mis defectos. Y, sin embargo, fue la primera persona que vio
algo en mí que le gustaba: él mismo. Alentó toda mi crueldad, inflamó toda
mi rabia. Y me puse peor.
»No fui amable, Jude. No con muchas personas. No contigo. No estaba
seguro si te quería o si quería que te alejaras de mi vista para que dejara de
sentir como lo hacía, lo que me hizo aún más desagradable. Pero cuando te
fuiste, realmente ido bajo las olas, me odié a mí mismo como nunca antes
lo he hecho.
Estoy tan sorprendida por sus palabras que trato de encontrar el truco
en ellas. No puede realmente querer decir lo que está diciendo.
—Tal vez soy un insensato, pero no soy un tonto. Te gusta algo de mí
—dice, travesura iluminando su rostro, haciendo que sus rasgos sean más
familiares—. ¿El reto? ¿Mis bonitos ojos? No importa, porque hay más cosas
que no te gustan y lo sé. No puedo confiar en ti. Aun así, cuando te fuiste,
tuve que tomar muchas decisiones, y gran parte de lo que hice bien fue
imaginarte a mi lado, Jude, dándome un montón de órdenes ridículas que
sin embargo obedecía.
Me ha quitado el habla.
Se ríe, su cálida mano va a mi hombro.
—O te he sorprendido o estás tan enferma como afirmó Madoc.
Pero antes de que pueda decir algo, antes de que pueda siquiera
imaginar lo que podría decir, de repente me apunta una ballesta. Detrás de
ella está la Cucaracha, con la Bomba pisándole los talones, dagas gemelas
en sus manos.
—Su Majestad, la rastreamos. Vino de la casa de su hermano y está
aquí para matarlo. Por favor, salga de la cama —dice la Bomba.
—Eso es ridículo —le digo.
—Si eso es cierto, muéstrame qué encantos estás usando —dice la
Cucaracha—. ¿Serbal? ¿Hay incluso sal en tus bolsillos? Porque la Jude que
conozco no iría sin nada.
Mis bolsillos están vacíos, por supuesto, ya que Balekin revisaría
cualquier cosa, y no la necesito de todos modos. Pero no me deja muchas
opciones en términos de prueba. Podría decirles sobre el geas de Dain, pero
no tienen razón para creerme.
—Por favor, salga de la cama, Su Majestad —repite la Bomba.
—Debería ser yo quien saliera, no es mi cama —digo, moviéndome
hacia el estribo.
—Quédate en donde estás, Jude —dice la Cucaracha.
Cardan sale de entre las sábanas. Está desnudo, lo que es
sorprendente por un momento, pero se va y se pone una bata pesadamente
bordada sin mostrar vergüenza. Su ligeramente peluda cola se mueve de un
lado a otro con molestia.
—Me despertó —dice—. Si tuviera la intención de asesinar,
difícilmente sería la manera de hacerlo.
—Vacía tus bolsillos —me dice la Cucaracha—. Déjame ver tus armas.
Pon todo sobre la mesa.
Cardan se acomoda en una silla, su bata colocándose alrededor de él
como una capa de gobernante.
Tengo poco. El pedazo de pan, mordisqueado, pero sin terminar. Dos
cuchillos, con una corteza de tierra y pasto. Y el vial tapado.
La Bomba lo levanta y me mira, sacudiendo su cabeza.
—Aquí lo tenemos. ¿De dónde obtuviste esto?
—De Balekin —digo exasperada—. Quien intentó encantarme para
asesinar a Cardan porque lo necesita muerto para persuadir a Grimsen de
que le haga su propia corona de Elfhame. Y eso es lo que vine a decirle al
Rey Supremo. Les hubiera dicho a ustedes primero, pero no pude llegar a la
Corte de las Sombras.
La Bomba y la Cucaracha comparten una mirada de incredulidad.
—Si realmente estuviera encantada, ¿les hubiera dicho algo de esto?
—Probablemente no —dice la Bomba—. Pero pudiera ser una pieza
bastante inteligente para desviar la atención.
—No puedo ser encantada —admito—. Es parte de un trato que hice
con el príncipe Dain, a cambio de mis servicios como espía.
Las cejas de la Cucaracha se levantan. Cardan me da una mirada
afilada, como indicando que seguramente cualquier cosa que tenga que ver
con Dain no puede ser buena. O tal vez solo está sorprendido de que tenga
otro secreto más.
—Me preguntaba lo que te dio para hacer que te decidieras a venir con
nosotros buenos para nada —dijo la Bomba.
—Mayormente un propósito —digo—, pero también la habilidad de
resistirme al encanto.
—Aun así, podrías estar mintiendo —dice la Cucaracha. Se gira hacia
Cardan—. Haz una prueba con ella.
—¿Disculpa? —dice Cardan, levantándose y la Cucaracha
repentinamente parece recordar con quien está hablando de una forma tan
descuidada.
—No sea quisquilloso, Su Majestad —dice la Cucaracha con un
encogimiento de hombros y una sonrisa—. No le estoy dando una orden.
Estoy sugiriendo que si intentara encantar a Jude, podríamos descubrir la
verdad.
Cardan suspira y camina hacia mí. Sé que esto es necesario. Sé que
no tiene la intención de lastimarme. Sé que no puede encantarme. Aun así,
retrocedo automáticamente.
—¿Jude? —pregunta.
—Adelante —digo
Escucho el encantamiento entrar en su voz, estimulante, seductor y
más poderoso de lo que esperaba.
—Gatea hacia mí —dice con una sonrisa. La vergüenza tiñe de rosa
mis mejillas.
Me quedo en donde estoy, mirando hacia el rostro de todos.
—¿Satisfechos?
La Bomba asiente.
—No estás encantada.
—Ahora díganme por qué debería confiar en ustedes —le digo a ella y
a la Cucaracha—. El Fantasma vino, con Vulciber, para llevarme hacia la
Torre del Olvido. Me instaron a que fuera sola, me llevaron justo a donde fui
capturada, todo porque no quería que tuviera la Corte de las Sombras de
Dain. ¿Alguno de ustedes estuvo en ello con él?
—No sabíamos lo que estaba sucediendo con el Fantasma hasta que
fue demasiado tarde —dice la Cucaracha.
Asiento.
—Vi la entrada del viejo bosque hacia la Corte de las Sombras.
—El Fantasma activó algunos de nuestros propios explosivos. —
Hunde su cabeza hacia la Bomba, quien asiente.
—Colapsó parte del Castillo, junto con la guarida de la Corte de las
Sombras, por no mencionar las viejas catumbas donde yacen los huesos de
Mab —dice Cardan.
—Ha estado planeando esto durante un tiempo. Fui capaz de evitar
que fuera peor —dice ella—. Algunos de nosotros salimos ilesos, Boca de
Dragón está bien y te vio escalando la colina del palacio. Pero muchos fueron
heridos por la explosión. El sluagh, Niniel, está gravemente quemado.
—¿Qué hay sobre el Fantasma? —pregunto.
—Está desaparecido —dice la Bomba—. Se fue. No sabemos a dónde.
Me recuerdo que al menos la Bomba y la Cucaracha están bien, las
cosas pudieron haber sido mucho peores.
—Ahora que todos estamos en la misma página sombría —dice
Cardan—. Debemos discutir qué hacer después.
—Si Balekin piensa que puede hacerme ir a la mascarada, entonces
déjenlo que su voluntad se mueva hacia ese objetivo. Le seguiré la corriente.
—Me detengo y me giro hacia Cardan—. O simplemente podría matarlo.
La Cucaracha pone su mano en la parte posterior de mi cuello con
una risa.
—Lo hiciste bien, niña, ¿lo sabes? Saliste del mar incluso más fuerte
que como entraste.
Tengo que bajar la mirada porque estoy sorprendida de lo mucho que
quería escuchar que alguien dijera eso. Cuando vuelvo a levantar la mirada,
Cardan me está observando cuidadosamente. Luce afligido.
Sacudo mi cabeza, para evitar que diga lo que sea que esté pensando.
—Balekin es el Embajador del Reino de Bajo el Mar —dice en cambio,
un eco de mis propias palabras a Dulcamara. Estoy agradecida por el
regreso al tema—. Está protegido por Orlagh. Y ella tiene a Grimsen y un
fuerte deseo de ponerme a prueba. Si su embajador es asesinado, podría
enojarse mucho.
—Orlagh ya atacó la tierra —le recuerdo—. La única razón por la que
no ha sido declarada la guerra abiertamente es que está buscando todas las
ventajas. Pero lo hará. Así que deja que el primer golpe sea nuestro.
Cardan sacude su cabeza.
—Quiere matarte —insisto—. Grimsen ha puesto esa condición para
hacer la corona.
—Deberías tener las manos del herrero —dice la Bomba—. Cortarlas
hasta las muñecas, así no puede crear más problemas.
La Cucaracha asiente.
—Lo encontraré esta noche.
—Los tres tienen una solución para cada problema. Asesinato. No hay
una llave que quepa en todas las cerraduras. —Cardan nos dirige a todos
una mirada severa, levantando una mano de dedos largos con mi anillo de
rubí robado todavía en uno de sus dedos—. Alguien intenta traicionar al Rey
Supremo, asesinato. Alguien les da una mirada molesta, asesinato. Alguien
les falta el respeto, asesinato. Alguien arruina su lavandería, asesinato.
»Encuentro que mientras más escucho, más me recuerdan que he sido
despertado después de dormir muy poco. Voy a enviar por algo de té para
mí y un poco de comida para Jude, que luce un poco pálida.
Cardan se pone de pie y envía a un sirviente por pan de avena, queso
y dos enormes teteras, pero no permite que nadie más entre a la habitación.
Lleva la gran bandeja tallada en madera y plata él mismo, acomodándola en
una mesa baja.
Estoy demasiado hambrienta para resistirme a hacerme un sándwich
con el pan y el queso. Después de comerme un segundo y pasármelo con
tres tazas de té, me siento más fuerte.
—La mascarada es mañana —dice Cardan—. Es en honor a Lord
Roiben de la Corte de las Termitas. Ha venido hasta acá para gritarme, así
que debemos dejarlo. Si el intento de asesinato de Balekin lo mantiene
ocupado hasta después de eso, mucho mejor.
»Cucaracha, si puedes llevar a Grimsen hasta un lugar donde no
cause problemas, eso sería de mucha ayuda. Es momento para que elija un
bando y se incline ante uno de los jugadores de este pequeño juego. Pero no
quiero que Balekin muera.
La Cucaracha toma un sorbo de té y levanta una espesa ceja. La
Bomba suspira audiblemente.
Cardan se gira hacia mí.
—A partir de que fuiste secuestrada, he investigado toda la historia
que pude encontrar con relación a la tierra y el mar. Desde que la primera
Reina Suprema, Mab, llamó a las islas de Elfhame desde las profundidades,
nuestros mágicos han peleado, pero parece claro que si hacemos algo más
serio, no habrá un vencedor. Dijiste que pensabas que la Reina Orlagh
estaba esperando una ventaja para declarar la guerra. En cambio, creo que
está intentado tener un nuevo gobernante, uno que espera que pueda
engañar o reemplazar con otro que sea fiel a ella. Piensa en mí como alguien
joven e inútil y tiene la intención de tomarme la medida.
—¿Entonces, qué? —pregunto—. ¿Nuestra opción es aguantar sus
juegos, sin importar cuán mortales sean o involucrarnos en una guerra que
no podemos ganar?
Cardan sacude su cabeza y bebe otra taza de té.
—Le mostramos que no soy un Rey Supremo inútil.
—¿Y cómo hacemos eso? —pregunto.
—Con mucha dificultad —dice—. Dado que me temo que tiene razón.
Traducido por Ximena, Flopy y LizC

Corregido por LarochzCR

ería algo sencillo sacar a escondidas uno de mis vestidos


de mi propia habitación, pero no quiero que Balekin sepa
que he estado dentro del palacio. En cambio, me dirijo al
mercado de Mandrake en la punta de Insmoor para
encontrar algo adecuado para la mascarada.
He estado en el mercado de Mandrake dos veces antes, hace mucho
tiempo acompañando a Madoc. Es exactamente el tipo de lugar del que
Oriana nos advirtió a Taryn y a mí que nos mantuviéramos lejos, demasiado
lleno de gente ansiosa por hacer negocios. Está abierto solo en las brumosas
mañanas, cuando la mayor parte de Elfhame está dormida, pero si no
consigo un vestido y una máscara allí, tendré que robar una del vestuario
de un cortesano.
Atravieso los puestos, un poco mareada por el olor de las ostras
ahumadas en un lecho de algas marinas, el olor me recuerda con fuerza al
mundo de Bajo el Mar. Paso por bandejas de animales de algodón de azúcar,
pequeñas copas de bellotas llenas de vino, enormes esculturas de cuerno y
un puesto donde una mujer con la espalda doblada toma un pincel y dibuja
amuletos en las suelas de los zapatos. Me toma algo deambular, pero
finalmente encuentro una colección de máscaras de cuero esculpidas. Están
pegadas a una pared y tienen una forma astuta como caras de animales
extraños, duendes risueños o mortales maleducados, pintados en oro, verde
y en cualquier otro color imaginable.
Encuentro uno que es de rostro humano, sin sonreír.
—Este —le digo a la comerciante, una mujer alta con la espalda
hundida, quién me da una sonrisa deslumbrante.
—Senescal —exclama, el reconocimiento ilumina sus ojos—. Deja que
sea mi regalo para ti.
—Eso es muy amable —le digo, un poco desesperada. Todos los
regalos tienen un precio y ya estoy luchando para pagar mis deudas—. Pero
preferiría…
Me da un guiño.
—Y cuando el Rey Supremo elogie tu máscara, me dejarás hacerle
una. —Asiento, aliviada de que lo que quiere sea sencillo. La mujer me quita
la máscara, la deja sobre la mesa y saca una olla de pintura de debajo de
un escritorio—. Déjame hacerle una pequeña alteración.
—¿Qué quieres decir?
Saca un cepillo.
—Así se parecerá más a ti. —Y con unos pocos golpes del cepillo, la
máscara se parece a mí. La miro y veo a Taryn.
—Recordaré tu amabilidad —exclamo mientras lo empaca.
Luego salgo en busca de la tela que señala una tienda de ropa. En
cambio, encuentro un fabricante de encajes y me doy vuelta en un laberinto
de artesanos de pociones y adivinos. Cuando intento encontrar mi camino
de regreso, paso por un puesto ocupado por un pequeño fogón. Una bruja
se sienta en un pequeño taburete frente a éste.
Agita la olla, de ella sale el aroma de verduras cocidas. Cuando mira
en mi dirección, la reconozco como Madre Médula.
—Ven y siéntate junto a mi fuego —dice.
No me atrevo. No es correcto ser grosera en la Tierra de las Hadas,
donde las leyes más estrictas son las de cortesía, pero tengo prisa.
—Me temo que yo…
—Toma un poco de sopa —dice, recogiendo un cuenco y empujándolo
hacia mí—. Solo es eso, lo que es más saludable.
—Entonces, ¿por qué me lo ofrece? —interrogo.
Ella se ríe encantada.
—Si no le hubieras costado a mi hija sus sueños, me gustarías.
Siéntate. Come. Dime, ¿para qué has venido al mercado de Mandrake?
—Un vestido —menciono, moviéndome para posarme junto al fuego.
Tomo el tazón, que está lleno de un líquido marrón, poco apetecible—.
Quizás podrías considerar que a tu hija no le habría gustado una princesa
del mar como rival. Le ahorré eso, al menos.
Me da una mirada evaluadora.
—Ella te perdonó, además.
—Algunos podrían decir que fue un premio caro —digo.
Madre Médula gesticula hacia la sopa, y a mí, que no puedo
permitirme más enemigos, la llevo a mis labios. Sabe a un recuerdo que no
puedo ubicar, tardes cálidas y chapoteando en piscinas y pateando juguetes
de plástico sobre la hierba marrón de los jardines de verano. Las lágrimas
brotan de mis ojos.
Quiero derramarlo en la tierra.
Quiero beberlo hasta las heces.
—Eso te arreglará de inmediato —afirma mientras yo oculto todo lo
que estaba sintiendo y la fulmino con la mirada—. Ahora, sobre ese vestido.
¿Qué me darías por uno?
Me quito el par de aretes de perlas del Mundo Bajo el Mar.
—¿Qué tal esto? Por el vestido y la sopa. —Valen más que el precio de
diez vestidos, pero no quiero participar en más negociaciones, especialmente
con Madre Médula.
Los toma, desliza los dientes sobre el nácar y los guarda en un bolsillo.
—Bastante bien. —De otro bolsillo, toma una nuez y me la ofrece.
Yo levanto mis cejas.
—¿No confías en mí, niña? —pregunta.
—No me fío ni un pelo —respondo y ella deja escapar otra carcajada.
Aun así, hay algo en la nuez y probablemente sea algún tipo de
vestido, porque de lo contrario no estaría cumpliendo con los términos del
acuerdo. Y no voy a jugar al mortal ingenuo para ella, exigiendo saber cómo
funciona todo. Con ese pensamiento, me paro.
—No me agradas mucho —dice, lo que no es una gran sorpresa,
aunque me duele—. Pero la gente del mar me agrada mucho menos.
Así despedida, tomo la nuez, mi máscara y hago el viaje de regreso a
Insmire y Hollow Hall. Miro las olas que nos rodean, la extensión del océano
en todas direcciones con sus constantes olas, inquietas y de punta blanca.
Cuando respiro, el rocío de sal me atrapa en el fondo de mi garganta, y
cuando camino, debo evitar las pozas de marea con pequeños cangrejos.
Parece inútil luchar contra algo tan vasto. Parece ridículo creer que
podemos ganar.

Balekin está sentado en una silla cerca de las escaleras cuando entro
en Hollow Hall.
—¿Y dónde pasaste la noche? —pregunta, todo insinuación.
Me acerco a él y levanto mi nueva máscara.
—Disfraz.
Asiente, aburrido de nuevo.
—Puedes prepararte —dice, saludando vagamente a las escaleras.
Subo. No estoy segura de qué habitación piensa que use, pero voy de
nuevo a la de Cardan. Allí, me siento en la alfombra ante la rejilla apagada
y abro la nuez. Muselina, albaricoque pálida se derrama, echando
cantidades de espuma de ella. Agito el vestido. Tiene una cintura de imperio,
mangas anchas y recogidas que comienzan justo por encima del codo para
que mis hombros queden al descubierto. Llega hasta el suelo en pliegues
más juntos.
Cuando me lo pongo, me doy cuenta que el tejido es el complemento
perfecto para mi cutis, aunque nada puede hacerme parecer menos
hambrienta. No importa cómo me favorezca el vestido, no puedo alejarme de
la sensación de que no es mi estilo. Aun así, servirá bien por la noche.
Sin embargo, al ajustarlo, me doy cuenta que el vestido tiene varios
bolsillos escondidos astutamente. Transfiero el veneno a uno. Transfiero el
más pequeño de mis cuchillos a otro.
Entonces trato de ponerme presentable. Encuentro un peine entre las
cosas de Cardan y trato de arreglar mi cabello. No tengo nada para ponerme,
así que me lo dejo suelto alrededor de los hombros. Me lavo la boca. Luego,
poniéndome la máscara, me dirijo a donde espera Balekin.
De cerca, es probable que me reconozcan aquellos que me conocen
bien, pero de lo contrario, creo que podré pasar inadvertida entre la
multitud.
Cuando me ve, no tiene reacción visible sino impaciencia. Se pone de
pie.
—¿Sabes qué hacer?
A veces mentir es un verdadero placer.
Tomo el frasco tapado de mi bolsillo.
—Yo era un espía para el príncipe Dain. He sido parte de la Corte de
las Sombras. Puedes confiar en que mate a tu hermano.
Eso trae una sonrisa a su rostro.
—Cardan fue un niño ingrato por encarcelarme. Debería haberme
puesto junto a él. Debería haberme hecho senescal. En realidad, debería
haberme dado la corona.
No digo nada, pensando en el chico que vi en el cristal. El chico que
aún esperaba que pudiera ser amado. La admisión de Cardan de lo que se
ha convertido me atormenta: Si pensaba que yo era malo, sería peor.
Qué bien conozco ese sentimiento.
—Voy a llorar por mi hermano pequeño —dice Balekin, pareciendo
animarse ante la idea—. Puede que no me lamente por los otros, pero haré
que se compongan canciones en su honor. Él será recordado.
Pienso en el pedido de Dulcamara para matar al Príncipe Balekin, que
fue él quien ordenó el ataque a la Corte de Termitas. Quizás incluso fue
responsable de que el Fantasma pusiera explosivos en la Corte de las
Sombras. Lo recuerdo en Bajo el Mar, exultante en su poder. Pienso en todo
lo que ha hecho y en todo lo que planea hacer y estoy aliviada de estar
usando una máscara.
—Ven —dice y lo sigo hacia la puerta.

Solo Locke tomaría la ridícula decisión de organizar una mascarada


para una situación tan grave como recibir a Lord Roiben después de un
ataque en sus tierras. Y aun así, cuando paso por debajo del torreón,
sujetando el brazo de Balekin, tal cosa parece el comienzo de algo. Duendes
y grigs, hadas y elfos, todos divirtiéndose en interminables danzas circulares
entrelazadas. Vino de miel fluye libremente de cuernos, y las mesas están
llenas de cerezas maduras, uvas espinosas, granadas y ciruelas.
Camino de Balekin hacia la tarima vacía, escaneando la multitud en
busca de Cardan, pero no está en ninguna parte. Capturo un vistazo de
cabello canoso en su lugar. Estoy a mitad de camino de la convocación de
la Corte de Termitas cuando paso junto a Locke.
Giro hacia él.
—Tú trataste de matarme.
Se sorprende, una ridícula sonrisa se forma en su rostro cuando me
reconoce. Quizás no recuerda el modo en que cojeaba el día de su boda, pero
seguramente debió haber sabido que vería los pendientes en las orejas de
Taryn. Tal vez porque las consecuencias tardaron tanto en llegar, pensó que
no llegarían en absoluto.
—No se suponía que sería tan serio —dice, tomando mi mano—. Solo
quería asustarte del mismo modo que hiciste conmigo.
Quito mis dedos de su agarre.
—No tengo tiempo para ti ahora, pero lo haré para ti pronto.
Taryn, vestida con un hermoso vestido de baile acampanado azul
turquesa, bordado con delicadas rosas, y usando una máscara de encaje
sobre sus ojos, viene hacia nosotros.
—¿Hacer tiempo para Locke? ¿Para qué?
Él alza sus cejas, luego toma la mano de su esposa.
—Tu gemela está molesta conmigo. Ella tenía planeado un regalo para
ti, pero fui yo quien te dio el regalo en su lugar.
Eso es lo suficientemente cierto por lo que es difícil contradecirlo,
especialmente dada la sospechosa manera en que Taryn me está mirando.
—¿Qué regalo? —quiere saber. Tal vez piensa que fuimos a algún
lugar juntos para elegir algo. Debería simplemente decirle sobre los jinetes,
decirle que le oculté la pelea en el bosque porque no quería molestarla en el
día de su boda, que perdí los pendientes que Locke debió haber encontrado,
que maté a uno de los jinetes y lancé una daga a su esposo. Y que él me
quería muerta.
Pero si digo todo eso, ¿me creería?
Mientras estoy intentando decidir cómo responder, Lord Roiben se
mueve frente a nosotros, mirándome con sus brillantes ojos plateados.
Locke se inclina. Mi hermana se hunde en una hermosa reverencia y
la imito lo mejor que puedo.
—Un honor —dice—. He oído muchas de tus baladas.
—Difícilmente mías —objeta—. Y enormemente exageradas. Aunque
la sangre sí rebota en el hielo. Esa frase es muy cierta.
Mi hermana luce momentáneamente desconcertada.
—¿Has traído a tu consorte?
—Kaye, sí, ella está en muchas de esas baladas también, ¿verdad? No,
me temo que no vino esta vez. Nuestro último viaje a la Corte Superior no
fue lo que le prometí que sería.
Dulcamara había dicho que ella estaba gravemente herida, pero él
está teniendo mucho cuidado para evitar decirlo; un cuidado interesante. Ni
una sola mentira, pero una red de distracciones.
—La coronación —dice Taryn.
—Sí —continúa—. No fueron las minivacaciones que habíamos
esperado.
Taryn sonríe brevemente en respuesta y Lord Roiben se gira hacia mí.
—¿Podrías disculparnos a Jude y a mí? —pregunta a Taryn—.
Tenemos algo apremiante que discutir.
—Por supuesto —responde, y Roiben me escolta lejos, hacia uno de
los rincones más oscuros del salón.
—¿Está bien? —pregunto—. ¿Kaye?
—Vivirá —dice secamente—. ¿Dónde está tu Rey Supremo?
Escaneo el salón nuevamente, dirigiendo mi mirada hacia la tarima y
el trono vacío.
—No lo sé, pero va a estar aquí. Me dijo anoche lo mucho que
lamentaba tus pérdidas y que deseaba hablar contigo.
—Ambos sabemos quién estuvo detrás de ese ataque —dice Roiben—
. El Príncipe Balekin me culpa por inclinar mi peso e influencia hacia ti y tu
principito cuando le conseguiste una corona.
Asiento, contenta por su calma.
—Me hiciste una promesa —dice—. Ahora es momento de determinar
si un mortal es realmente capaz de cumplir con su palabra.
—Voy a arreglar las cosas —prometo—. Voy a encontrar una manera
de arreglar las cosas.
El rostro de Lord Roiben está en calma, pero sus ojos plateados no y
soy forzada a recordar que él llegó a su trono asesinando.
—Hablaré con tu Rey Supremo, pero si no puede satisfacerme,
entonces tendré que reclamar mi deuda.
Y con eso, se aparta con un susurro de su larga capa.
Cortesanos cubren el suelo, ejecutando complicados pasos de baile,
un círculo de baile que se vuelve dentro de sí mismo, se separa en tres y se
vuelve a formar. Veo a Locke y Taryn allí, juntos, bailando. Taryn sabe todos
los pasos.
Tendré que hacer algo respecto a Locke eventualmente, pero no esta
noche, me digo.
Madoc entra a la habitación, Oriana de su brazo. Está vestido de negro
y ella de blanco. Se ven como dos piezas de ajedrez en lados opuestos del
tablero. Tras ellos entran Mikkel y Randalin. Escaneo la habitación
rápidamente y veo a Baphen hablando con una mujer con cuernos que me
lleva un momento reconocer, y cuando lo hago, me sobresalto.
Lady Asha. La madre de Cardan.
Sabía que había sido una cortesana, lo vi en la bola de cristal en el
escritorio de Eldred, pero ahora es como si la estuviese viendo por primera
vez. Está usando un vestido de falda alta, por lo que se pueden ver sus
tobillos y sus pequeños zapatos hechos astutamente para parecer hojas.
Todo su vestido es de colores de otoño, hojas y flores de tela cubriendo todo
el largo. Las puntas de sus cuernos han sido pintadas con cobre, y está
usando una diadema de cobre, no es una corona pero es bastante similar.
Cardan no me dijo nada sobre ella, pero de alguna manera se habrán
reconciliado. Debió haberla perdonado. Cuando otro cortesano la dirige
hacia el baile, soy incómodamente consiente de que es probable que ella
adquiera no solo poder sino influencia rápidamente, y que no hará nada
bueno con ninguno de los dos.
—¿Dónde está el Rey Supremo? —pregunta Nihuar. No había notado
a la representante Seelie hasta que estuvo a mi lado y me sobresalto.
—¿Cómo voy a saberlo? —demando—. Ni siquiera tenía permitida la
entrada al palacio hasta hoy.
Es en ese momento que Cardan finalmente entra a la habitación.
Delante de él, hay dos caballeros de su guardia personal, que se apartan de
él una vez que lo escoltan con seguridad hacia el torreón.
Un instante después, Cardan se cae. Se derrumba a través del suelo
en todas sus fantásticas ropas de vestir, luego empieza a reírse. Se ríe y se
ríe como si fuera el truco más impresionante que ha hecho en toda su vida.
Obviamente está ebrio. Muy, muy ebrio.
Se me hunde el alma a los pies. Cuando miro a Nihuar, está
inexpresiva. Incluso Locke, mirando desde la pista de baile, luce
desconcertado.
Por su parte, Cardan le quita el instrumento de las manos a un
sorprendido duende músico y se sube a una larga mesa de banquete.
Rasgando las cuerdas, comienza una canción tan vulgar que la Corte
entera deja de bailar para escuchar y reírse tontamente. Luego, de a uno, se
unen a la locura. Los cortesanos de la Tierra de las Hadas no son tímidos.
Empiezan a bailar nuevamente, ahora con la canción del Rey Supremo.
Ni siquiera sabía que él podía tocar.
Cuando la canción termina, se cae de la mesa. Aterrizando torpemente
sobre su costado, su corona se inclina hacia adelante colgando sobre uno
de sus ojos. Sus guardias se apresuran a ayudarlo a levantarse del piso,
pero él los aleja.
—¿Qué tal eso como introducción? —le exige a lord Roiben, aunque
en realidad se han encontrado antes—. No soy un monarca aburrido.
Miro a Balekin, que tiene una sonrisa satisfecha. El rostro de lord
Roiben es como de piedra, ilegible. Mi mirada se dirige a Madoc, quien mira
a Cardan con disgusto mientras él arregla su corona.
Y aun así, con gravedad, Roiben sigue adelante con lo que ha venido
a hacer aquí.
—Su Majestad, he venido a pedirle que me permita vengarme de mi
gente. Nos atacaron y ahora deseamos responder. —He visto a muchas
personas que son incapaces de humillarse, pero lord Roiben lo hace con
gran gracia.
Y sin embargo, con una mirada a Cardan, sé que no importará.
—Dicen que eres un especialista en el derramamiento de sangre.
Supongo que quieres mostrar tus habilidades. —Cardan mueve un dedo en
dirección a Roiben.
El rey Unseelie hace una mueca ante eso. Una parte de él debe querer
presumir de inmediato, pero no hace ningún comentario.
—Sin embargo, debes renunciar a eso —dice Cardan—. Me temo que
has recorrido un largo camino por nada. Al menos hay vino.
Lord Roiben vuelve su mirada plateada hacia mí y hay una amenaza
en ellos.
Esto no va para nada como esperaba.
Cardan agita su mano hacia una mesa de refrigerios. Las cáscaras de
las frutas se enroscan de la carne, y algunos globos estallan, derramando
semillas y sorprendiendo a los cortesanos cercanos.
—He estado practicando una habilidad por mi cuenta —dice con una
carcajada.
Voy hacia Cardan para intentar interceder cuando Madoc me toma de
la mano. Su labio se crispa.
—¿Esto va de acuerdo a tu plan? —exige en voz baja—. Tu títere está
ebrio. Sácalo de aquí.
—Lo intentaré —digo.
—Me he contenido el tiempo suficiente —dice Madoc, sus ojos de gato
mirando fijamente a los míos—. Haz que tu títere abdique el trono a favor
de tu hermano o enfrenta las consecuencias. No te lo pediré de nuevo. Es
ahora o nunca.
Levanto la voz para que coincida con la suya.
—¿Después de excluirme del palacio?
—Estabas enferma —contrarresta él.
—Trabajar contigo siempre implicará trabajar para ti —digo—. Así
que, nunca.
—¿En serio elegirías eso por encima de tu propia familia? —se burla,
mirando a Cardan antes de fulminarme otra vez.
Hago una mueca, pero sin importar cuánta razón tenga, él también
está equivocado.
—Me creas o no, esto es por mi familia —le digo, y a Cardan le pongo
una mano en el hombro, esperando poder guiarlo fuera de la habitación sin
que nada salga mal.
—Oh, no —dice—. Mi querida senescal. Demos una vuelta por la
habitación. —Me agarra y me empuja hacia el baile.
Apenas puede pararse. Tropieza tres veces, y tres veces tengo que
sostener la mayor parte de su peso para mantenerlo en posición vertical.
—Cardan —siseo—. Este no es un comportamiento apropiado para el
Rey Supremo.
Se ríe de eso. Pienso en lo serio que estuvo anoche en su habitación y
en lo lejos que parece de esa persona.
—Cardan —lo intento de nuevo—. No debes hacer esto. Te ordeno que
te recompongas. Te ordeno que no bebas más licor y que intentes la
sobriedad.
—Sí, mi dulce villana, mi querida diosa. Estaré tan sobrio como una
piedra tallada, tan pronto como pueda. —Y con eso, me besa en la boca.
Siento una cacofonía de cosas a la vez. Estoy furiosa con él, furiosa y
resignada de que sea un fracaso como Rey Supremo, corrupto y fantasioso
y tan débil como Orlagh hubiera podido esperar. Luego está la naturaleza
pública del beso, desfilando esto ante la Corte también es impactante.
Nunca he estado dispuesta a demostraciones de afecto en público. Tal vez
él pueda retractarse, pero en este momento, ya se sabe.
Pero también hay una debilidad en mí, porque soñé que me besara
durante todo el tiempo en Bajo el Mar, y ahora, con su boca en la mía, quiero
hundir mis uñas en su espalda.
Su lengua roza mi labio inferior, el sabor embriagador y familiar.
Fresa fantasma.
No está borracho; ha sido envenenado.
Me alejo y miro sus ojos. Esos ojos familiares, negros, bordeados en
dorado. Sus pupilas están muy abiertas.
—Dulce Jude. Eres mi más querido castigo. —Se aleja de mí e
inmediatamente cae al suelo de nuevo, riendo, con los brazos abiertos como
si quisiera abrazar toda la habitación.
Lo miro con asombrado horror.
Alguien lo envenenó, y se reirá y bailará hasta morir frente a una Corte
que se desviará entre el deleite y el disgusto. Ellos lo considerarán ridículo
mientras su corazón se detiene.
Intento concentrarme. Antídotos. Debe haber uno. Agua, sin duda,
para enjuagar el sistema. Arcilla. Bomba sabría más. La busco a mi
alrededor, pero todo lo que veo es la vertiginosa variedad de cortesanos.
Me dirijo a uno de los guardias.
—Consígueme un cubo, un montón de mantas, dos jarras de agua y
ponlas en mi habitación. ¿De acuerdo?
—Como desee —dice, girándose para dar órdenes a los otros
caballeros. Me dirijo a Cardan, quien, como era de esperar, se ha dirigido en
la peor dirección posible. Camina directamente hacia los concejales Baphen
y Randalin, donde se encuentran con lord Roiben y su caballero, Dulcamara,
sin duda intentando suavizar la situación.
Puedo ver los rostros de los cortesanos, el brillo de sus ojos a medida
que lo consideran con una especie de desprecio codicioso.
Lo observan mientras levanta una jarra de agua, inclinándola hacia
atrás para caer en cascada sobre su boca risueña hasta que se ahoga con
ella.
—Disculpen —digo, envolviendo mi brazo con el suyo.
Dulcamara saluda con desdén.
—Hemos venido hasta aquí para tener una audiencia con el Rey
Supremo. Seguramente él querrá quedarse más tiempo que este.
Ha sido envenenado. Las palabras están en mi lengua cuando escucho
a Balekin decirlas.
—Temo que el Rey Supremo no sea él mismo. Creo que ha sido
envenenado.
Y luego, demasiado tarde, entiendo el esquema.
—Tú —me dice—. Dale vuelta a tus bolsillos. Eres la única aquí no
obligada por un voto.
Si realmente estuviera bajo un encanto, habría tenido que sacar el
frasco tapado. Y una vez que la Corte lo viera y encontrara la fresa fantasma
dentro, cualquier protesta quedaría en nada. Los mortales son mentirosos,
después de todo.
—Está borracho —digo, y me complace la expresión de sorpresa de
Balekin—. Sin embargo, tampoco responde a un voto, embajador. O, mejor
dicho, no está obligado a la tierra.
—¿He bebido demasiado? Solo una taza de veneno para mi desayuno
y otra para mi cena —dice Cardan.
Lo miro, pero no digo más mientras guio al tambaleante Rey Supremo
a través del piso.
—¿A dónde lo lleva? —pregunta uno de los guardias—. Su Majestad,
¿desea partir?
—Todos bailamos a las órdenes de Jude —dice, y se ríe.
—Por supuesto que no quiere ir —dice Balekin—. Atiende a tus otros
deberes, senescal, y déjame cuidar de mi hermano. Tiene obligaciones que
cumplir esta noche.
—Te enviarán a buscar si te necesitan —le digo, intentando engañarlo
en esto. Mi corazón se acelera. No estoy segura si alguien aquí estaría de mi
lado, si se redujera a eso.
—Jude Duarte, dejarás el lado del Rey Supremo —dice Balekin.
Ante ese tono, el enfoque de Cardan se reduce. Puedo verlo
esforzándose para concentrarse.
—No lo hará —dice.
Como nadie puede contradecirlo, incluso en este estado, finalmente
puedo sacarlo de ahí. Aguanto el peso pesado del Rey Supremo a medida
que nos movemos a través de los pasillos del palacio.
Traducido por Anna y Anabel-vp

Corregido por Carib

a guardia personal del Rey Supremo nos sigue a distancia.


Las preguntas pasan por mi mente ¿Cómo fue
envenenado? ¿Quién realmente puso lo que bebía en su
mano? ¿Cuándo sucedió?
Agarrando a un sirviente en el pasillo, envío mensajeros a la Bomba
y, si no pueden encontrarla, un alquimista.
—Vas a estar bien —le digo.
—Ya sabes —dice, aferrándose a mí—. Eso debería ser tranquilizador.
Pero cuando los mortales lo dicen, no significa lo mismo que cuando los
mágicos lo hacen, ¿verdad? Para ti, es una apelación. Una especie de magia
esperanzadora. Dices que estaré bien porque temes que no lo esté.
Por un momento, no hablo.
—Fuiste envenenado —le digo finalmente—. Lo sabes, ¿verdad?
No se asusta.
—Ah —dice—. Balekin.
No digo nada, solo lo acomodo frente el fuego en mis aposentos, con
la espalda contra mi sofá. Se ve extraño allí, su hermosa ropa contrasta con
la alfombra lisa, su rostro pálido con un rubor febril en sus mejillas.
Se levanta y presiona mi mano contra su rostro.
—Es gracioso, ¿no es así?, cómo me burlé de ti por tu mortalidad
cuando es seguro que me sobrevivirás.
—No vas a morir —insisto.
—Oh, ¿cuántas veces he deseado que no pudieras mentir? Nunca más
que ahora.
Se inclina hacia un lado, tomo una de las jarras de agua y sirvo un
vaso lleno. Lo llevo a sus labios.
—¿Cardan? Toma tanto como puedas.
No responde y parece estar a punto de quedarse dormido.
—No. —Le doy palmaditas en la mejilla cada vez con más fuerza hasta
que es más una bofetada—. Tienes que permanecer despierto.
Sus ojos se abren. Su voz suena atontada.
—Solo dormiré por un rato.
—A menos que quieras terminar como Severin de Fairfold, encerrado
tras un cristal durante siglos, mientras que los mortales hacen fila para
tomarse fotos con su cuerpo, vas a permanecer despierto.
Se desplaza a una posición sentada más erguida.
—Bien —dice—. Háblame.
—Vi a tu madre esta noche —le digo—. Toda vestida elegantemente.
La última vez que la vi estaba en la Torre del Olvido.
—¿Y te estás preguntando si me olvidé de ella? —dice airosamente, y
me complace que esté prestando la suficiente atención para soltar una de
sus típicas bromas.
—Me alegra que estés a la altura de las burlas.
—Espero que sea la última cosa sobre mí que se vaya. Así que
háblame de mi madre.
Intento pensar en algo para decir que no sea del todo negativo. Voy
por lo neutral.
—La primera vez que la vi, no sabía quién era. Quería intercambiarme
algo de información a cambio de que la sacara de la Torre. Y te tenía miedo.
—Bien —dice.
Mis cejas se alzan.
—Entonces, ¿cómo terminó con una parte de tu corte?
—Supongo que todavía le tengo algo de cariño —admite. Le sirvo un
poco más de agua y la bebe más lentamente de lo que me gustaría. Relleno
el vaso tan pronto como puedo.
—Hay tantas preguntas que desearía poder hacerle a mi mamá —
admito.
—¿Qué le preguntarías? —Las palabras se confunden, pero él las
saca.
—¿Por qué se casó con Madoc? —le digo, señalando el vaso, que
obedientemente lleva a su boca—. Si ella lo amaba y por qué lo dejó y si fue
feliz en el mundo humano. Si realmente asesinó a alguien y escondió su
cuerpo en los restos quemados de la fortaleza original de Madoc.
Luce sorprendido.
—Siempre me olvido de esa parte de la historia.
Decido que un cambio de tema está en orden.
—¿Tienes preguntas como esa para tu padre?
—¿Por qué soy como soy? —Su tono deja claro que está proponiendo
algo que podría sugerirle que pregunte, sin realmente preguntarse al
respecto—. No hay respuestas reales, Jude. ¿Por qué fui cruel con la gente?
¿Por qué fui horrible contigo? Porque podía. Porque me gustaba. Porque, por
un momento, cuando estaba en mi peor momento, me sentía poderoso, y la
mayor parte del tiempo, me sentía impotente, a pesar de ser un príncipe y
el hijo del Rey Supremo de las Hadas.
—Esa es una respuesta —le digo.
—¿Lo es? —Y luego, después de un momento—. Deberías irte.
—¿Por qué? —pregunto, molesta. Por un lado, esta es mi habitación.
Por otro, estoy intentando mantenerlo vivo.
Me mira solemnemente.
—Porque voy a vomitar.
Agarro el cubo, y me lo quita, todo su cuerpo convulsionando con la
fuerza del vómito. El contenido de su estómago aparece como hojas
enmarañadas y me estremezco. No sabía que la fresa fantasma hacía eso.
Hay un golpe en la puerta y yo voy hacia ella. La Bomba está ahí, sin
aliento. La dejo entrar, y pasa a mi lado, directamente a Cardan.
—Aquí —dice, sacando un pequeño frasco—. Es arcilla. Puede ayudar
a extraer y contener las toxinas.
Cardan asiente y se lo quita, tragando el contenido con una mueca.
—Sabe a tierra.
—Es tierra —le informa—. Y hay algo más. Dos cosas, en realidad.
Grimsen ya se había ido de su forja cuando intentamos capturarlo. Tenemos
que asumir lo peor: que está con Orlagh.
»Además, me dieron esto. —Toma una nota de su bolsillo—. Es de
Balekin. Astutamente redactado, pero se reduce a esto: te está ofreciendo el
antídoto, Jude, si le traes la corona.
—¿La corona? —Cardan abre los ojos y me doy cuenta que debe
haberlos cerrado sin que me diera cuenta.
—Quiere que la lleves a los jardines, cerca de las rosas —dice la
Bomba.
—¿Qué pasa si no recibe el antídoto? —pregunto.
La Bomba pone el dorso de su mano contra la mejilla de Cardan.
—Es el Rey Supremo de Elfhame, tiene la fuerza de la tierra a la que
recurrir. Pero ya está muy débil. Y no creo que sepa cómo hacerlo. ¿Su
Majestad?
Él la mira con benevolente incomprensión.
—¿A qué te refieres? Acabo de tomar un bocado de tierra por tu
petición.
Pienso en lo que está diciendo, en lo que sé de los poderes del Rey
Supremo.
Seguramente habrás notado que desde que comenzó su reinado, las
islas son diferentes. Las tormentas llegan más rápido. Los colores son un poco
más vivos, los olores son más nítidos.
Pero todo eso lo hizo sin intentarlo. Estoy segura que no se dio cuenta
que la tierra se estaba alterando para adaptarse mejor a él.
Míralos a todos, a tus súbditos, me había dicho hace unos meses. Una
vergüenza, nadie sabe quién es su verdadero gobernante.
Si Cardan no se cree a sí mismo como el verdadero Rey Supremo de
Elfhame, si no se permite acceder a su propio poder, será mi culpa. Si la
fresa fantasma lo mata, será por mi culpa.
—Voy a conseguir ese antídoto —le digo.
Cardan levanta la corona de su cabeza y la mira por un momento,
como si de alguna manera no pudiera comprender cómo llegó a su mano.
—Esto no puede pasar a Oak si lo pierdes. Aunque admito que la
sucesión se complica si muero.
—Ya te lo dije —le digo—. No vas a morir. Y no me voy a llevar esa
corona. —Me voy a la parte de atrás y cambio el contenido de mis bolsillos.
Me ato una capa con una capucha profunda y una máscara nueva. Estoy
tan furiosa que me tiemblan las manos. Fresa fantasma, a la que una vez
fui invulnerable, gracias a un mitridatismo cuidadoso. Si hubiera podido
mantener las dosis, quizás podría haber engañado a Balekin como una vez
engañé a Madoc. Pero después de mi encarcelamiento en Bajo el Mar, tengo
menos ventaja y mucho más en juego. He perdido mi inmunidad. Soy tan
vulnerable al veneno como Cardan.
—¿Te quedarás con él? —le pregunto a la Bomba, y asiente.
—No —dice Cardan—. Va contigo.
Sacudo la cabeza
—Sabe de pociones. Sabe de magia. Puede asegurarse de que no
empeores.
Me ignora y toma su mano.
—Liliver, como tu rey, te lo ordeno —dice con gran dignidad para
alguien que está sentado en el suelo junto al cubo en el que ha vomitado—.
Ve con Jude.
Me dirijo a la Bomba, pero veo en su rostro que no lo desobedecerá,
ha hecho su juramento y hasta le ha dado su nombre. Él es su rey.
—Maldito seas —susurro a uno o tal vez a ambos.
Prometo que obtendré el antídoto rápidamente, pero eso no me hace
más fácil irme cuando sé que la fresa fantasma podría detener su corazón.
Su mirada abrasadora nos sigue por la puerta, con las pupilas dilatadas y
la corona todavía en la mano.

Balekin está en el jardín como prometió, cerca de un árbol floreciente


de rosas azul plateado. Cuando llego allí, observo figuras no muy distantes
de donde estamos paradas, otros cortesanos que van a dar un paseo a
medianoche. Significa que no puede atacarme, pero tampoco puedo
atacarlo.
Al menos no sin que otros lo sepan.
—Eres una gran decepción —dice.
Es tanto una conmoción que en realidad me rio.
—Quieres decir porque no fui encantada. Sí, puedo ver cómo eso sería
muy triste para ti.
Me fulmina con la mirada, pero ni siquiera tiene a Vulciber a su lado
ahora para amenazarme. Tal vez ser un embajador de Bajo el Mar le haga
creer que es intocable.
Lo único en lo que puedo pensar es que envenenó a Cardan, me
atormentó, empujó a Orlagh a atacar la tierra. Estoy temblando de ira, pero
trato de contener esa furia para poder superar lo que se debe hacer.
—¿Me trajiste la corona? —pregunta.
—La tengo cerca —miento—. Pero antes de entregarla, quiero ver el
antídoto.
Saca un frasco de su abrigo, casi el gemelo del que me dio, que saco
de mi bolsillo.
—Me habrían ejecutado si me hubieran encontrado con este veneno
—le digo, sacudiéndolo—. Eso es lo que pretendías, ¿no?
—Alguien todavía puede ejecutarte —dice.
—Esto es lo que vamos a hacer —le digo, sacando el tapón de la
botella—. Voy a tomar el veneno y luego vas a darme el antídoto. Si me
funciona, sacaré la corona y te la cambiaré por la botella. Si no, entonces
supongo que moriré, pero la corona se perderá para siempre. Ya sea que
Cardan viva o muera, esa corona está lo suficientemente oculta como para
perderse durante décadas.
—Grimsen puede forjarme otra —dice Balekin.
—Si eso es cierto, ¿por qué estamos aquí?
Balekin hace una mueca, y considero la posibilidad de que el pequeño
herrero no esté con Orlagh después de todo. Tal vez haya desaparecido
después de hacer todo lo posible por echarnos a la garganta del otro. Tal vez
no hay otra corona salvo esta.
—Me robaste esa corona —dice.
—Es verdad —admito— Y te la devolveré, pero no gratis.
—No puedo mentir, mortal. Si prometo que te daré el antídoto, lo haré.
Mi palabra es suficiente.
Le doy mi mejor ceño fruncido.
—Todo el mundo sabe que hay que tener cuidado al negociar con los
mágicos. Mienten cada vez que hablan. Si de verdad tienes el antídoto, ¿qué
daño te haría que me envenenase a mí misma? Uno pensaría que sería un
placer para ti.
Me da una mirada pensativa. Me imagino que está enfadado porque
no he caído bajo su encanto. Debió estar desconcertado cuando empujé a
Cardan fuera de la sala del trono. ¿Siempre llevaba el antídoto encima?
¿Creía que de esa forma podría persuadir a Cardan para que le coronase?
¿Era tan arrogante como para pensar que el Consejo no se habría
interpuesto en su camino?
—Muy bien —dice—. Una dosis para ti y el resto para Cardan.
Destapo la botella que me da y echo la cabeza hacia atrás, bebiendo
todo el contenido, mientras haago un gesto de dolor. Estoy enfadada otra
vez, pensando en lo enferma que me puse por tomar las pequeñas dosis de
veneno. Todo para nada.
—¿Notas como la fresa fantasma actúa en tu sangre? Funcionará
mucho más rápido en ti que en uno de nosotros. Y tomaste una dosis
grande. —Me mira con una expresión tan feroz que sé que desearía que yo
hubiese muerto. Si él pudiese justificar irse en este momento, lo haría. Por
un momento, creo que se irá.
Entonces, se acerca a mí y destapa él mismo otra botella.
—Por favor, ¿no creerás que voy a darte la botella? —dice—. Abre la
boca y dejaré caer dentro la dosis. Luego, me darás la corona.
Abro la boca, obedientemente, y le dejo que vierta sobre mi lengua la
espesa mezcla, amarga, y del color de la miel. Me alejó de él, volviendo a
poner distancia entre nosotros y asegurándome de que estoy más cerca de
la entrada del palacio.
—¿Satisfecha? —pregunta.
Escupo el antídoto en la botella de vidrio, la que me dio antes, que
una vez tuvo fresa fantasma, pero que hace un momento solo había tenido
agua.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta.
Lo tapo de nuevo y se lo lanzo a La Bomba, que lo atrapa fácilmente.
Luego, se va, dejándolo boquiabierto.
—¿Qué has hecho? —exige.
—Te he engañado —le digo—. Un pequeño juego de manos. Saqué tu
veneno y lavé el frasco. Como sigues olvidando, crecí aquí, y soy una
peligrosa negociadora y, como has visto, puedo mentir. Y como me
recordaron hace mucho, estoy escasa de tiempo.
Desenvaina su espada. Es una hoja larga y delgada. No creo que sea
la que solía usar cuando peleaba con Cardan en su habitación de la torre,
pero podría serlo.
—Estamos en público —le recuerdo—. Y sigo siendo la Senescal del
Rey Supremo.
Mira a su alrededor, observando a los cortesanos que están cerca
—Déjennos —les grita. Algo que no pensé que pudiera hacer, pero está
acostumbrado a ser un príncipe. Está acostumbrado a ser obedecido.
Y, de hecho, los cortesanos parecen fundirse en las sombras,
despejando el salón para un tipo de duelo que, definitivamente, no
deberíamos tener. Deslizo la mano en mi bolsillo, tocando la empuñadura
de un cuchillo. No está en la misma categoría que una espada. Como Madoc
explicó más de una vez: Una espada es un arma de guerra, una daga es un
arma de asesinos. Prefiero tener el cuchillo a estar desarmada, pero, más
aún, desearía tener a Nightfell.
—¿Me estás retando a duelo? —preguntó—. ¿Estoy segura que no
querrás traer la deshonra a tu nombre, teniendo en cuenta que estoy
desarmada?
—¿Esperas que crea que tienes honor? —pregunta. Lo cual,
desafortunadamente, es un punto válido—. Eres una cobarde, como el
hombre que te crio.
Da un paso hacia mí, listo para atacarme, tenga yo, o no, un arma.
—¿Madoc? —Saco mi cuchillo. No es pequeño, pero sigue siendo
menos de la mitad de la longitud de la hoja que está apuntando hacia mí.
—Fue idea de Madoc atacar durante la coronación. Fue cosa suya
que, una vez que Dain estuviese fuera del camino, Eldred vería claramente
que debía ponerme la corona en la cabeza. Fue su plan, pero se quedó como
Gran General y yo fui enviado a la Torre del Olvido. ¿Y levantó un dedo para
ayudarme? No. Se inclinó ante mi hermano, a quién él desprecia. Y tú eres
como él, dispuesta a mendigar, arrastrarte y rebajarte ante cualquiera, si
eso te da poder.
Dudo que poner a Balekin en el trono haya sido parte del plan de
Madoc, independientemente de lo que le haya dicho a Balekin, pero eso no
hace que sus palabras duelan menos. He pasado toda mi vida haciéndome
invisible, con la esperanza de encontrar la aceptación de Elfhame, y luego,
cuando conseguí el puesto más grande e importante que pudiese haber
imaginado, tuve que ocultar mis habilidades más que nunca.
—No —le digo—. Eso no es cierto.
Parece sorprendido. Incluso en la Torre del Olvido, cuando fue
prisionero, tuve que dejar que Vulciber me golpeara. En Bajo el Mar, tuve
que fingir no tener dignidad. ¿Por qué debería pensar que me veo a mí misma
diferente a como él lo hace?
—Tú fuiste el que eligió servir a Orlagh, en lugar de a tu propio
hermano —le digo—. Tú eres el cobarde y el traidor. Un asesino de tu propia
familia. Pero, incluso peor, eres un idiota.
Me muestra los dientes mientras se acerca a mí, y yo, que he estado
fingiendo ser sumisa, recuerdo mi talento más problemático: molestar a la
gente.
—Adelante —dice—. Corre como la cobarde que eres.
Doy un paso atrás.
Mata al príncipe Balekin. Pienso en las palabras de Dulcamara, pero
no escucho su voz. Oigo la mía, áspera por el agua salada, aterrorizada, fría
y sola.
Las palabras que Madoc dijo hace mucho tiempo regresan a mí. ¿Qué
es el combate, sino un juego de estrategia, pero más rápido?
El objetivo de un combate no es pelear mejor, sino ganar.
Estoy en desventaja contra una espada, una gran desventaja. Y
todavía estoy débil por mi tiempo en Bajo el Mar. Balekin puede esperar, y
tomarse su tiempo, mientras que yo apenas puedo levantar la espada. Me
desangrará lentamente, corte a corte. Mi mejor oportunidad es acabar el
combate rápidamente. Necesito vencer su guardia y no tengo el tiempo
suficiente para estudiar sus movimientos antes de hacerlo. Voy a tener que
ser rápida.
Solo tengo una oportunidad para hacer esto bien.
Mi corazón resuena en mis oídos.
Se lanza hacia mí, y golpeo la base de su espada con el cuchillo, que
llevo en mi mano derecha; luego, agarro su antebrazo con mi mano
izquierda, retorciéndolo para desarmarlo. Se retuerce en mi agarre. Pongo
mi cuchillo contra su cuello.
—Espera —grita Balekin—. Me rin…
La sangre arterial rocía mi brazo, rocía la hierba. Brilla en mi cuchillo.
Balekin se desploma, tendido en el suelo.
Todo sucede muy rápido.
Sucede demasiado rápido.
Quiero reaccionar. Quiero temblar o sentir náuseas. Quiero ser el tipo
de persona que empezaría a llorar. Quiero ser alguien que no sea la persona
que soy, la que mira alrededor para asegurarse de que nadie la ha visto, que
limpia su cuchillo en la tierra, que se limpia las manos en la ropa y sale de
ahí antes de que lleguen los guardias.
Eres una buena pequeña asesina, dijo Dulcamara.
Cuando vuelvo la vista, los ojos de Balekin todavía están abiertos,
mirando a la nada.

Cuando vuelvo, Cardan está sentado en el sofá. El cubo ya no está y


la Bomba, tampoco.
Me mira con una sonrisa perezosa.
—Tu vestido. Te los has vuelto a poner.
Lo miro confundida, las consecuencias de lo que acabo de hacer,
incluido tener que contarle a Cardan lo que acaba de pasar, son difíciles de
prever. Pero el vestido que llevo ya lo había usado, el que conseguí de la
nuez de Madre Médula. Ahora tiene sangre en la manga, pero el resto está
igual.
—¿Ha pasado algo? —pregunto otra vez.
—¿No lo sé? —pregunta desconcertado— ¿Lo ha hecho? Te concedí tu
deseo. ¿Está tu padre a salvo?
¿Deseo?
¿Mi padre?
Madoc. Por supuesto. Madoc me amenazó. Madoc estaba enfadado
con Cardan. Pero, ¿qué ha hecho y como se relaciona eso con los vestidos?
—Cardan —le digo, intentando tranquilizarme. Me acerco al sofá y me
siento. No es un sofá pequeño, pero sus largas piernas están estiradas,
cubiertas con almohadas. No importa lo lejos que esté de él, sigue siendo
demasiado cerca—. Tienes que decirme lo que ha pasado. No he estado aquí
durante la última hora.
Su expresión se vuelve preocupada.
—La Bomba volvió con el antídoto —dice—. Dijo que estarías justo
detrás de ella. Todavía estaba mareado. Y luego vino un guardia, diciendo
que había una emergencia. Ella se fue a ver qué pasaba. Y luego entraste
tú, como ella dijo que harías. Dijiste que tenías un plan…
Me mira, como si esperase que yo me pusiese a contar el resto de la
historia, la parte que yo recordaba. Pero, por supuesto, no era yo.
Después de un momento, cierra los ojos y sacude la cabeza.
—Taryn.
—No entiendo —digo, porque no quiero entenderlo.
—Tu plan era que tu padre tomase a la mitad del ejército. Pero, para
poder funcionar de manera independiente, necesitaba ser liberado de sus
votos a la corona. Llevabas una de tus blusas, esas que llevas siempre. Y
unos pendientes extraños. De lunas y estrellas —dice, sacudiendo la cabeza.
Me recorre un escalofrío.
Cuando éramos pequeñas, en el mundo mortal, Taryn y yo
cambiábamos de lugar, para hacerle bromas a nuestra madre. Incluso en la
Tierra de las Hadas, a veces fingíamos ser la otra, para que una pudiese
escaparse. ¿Sería un profesor capaz de diferenciarnos? ¿Podría Oriana?
¿Madoc? ¿Oak? ¿Podría el gran y poderoso príncipe Cardan?
—Pero, ¿cómo te convenció? —exijo—. No tiene poder. No podría fingir
ser yo, pero no podría obligarte a…
Pone la cabeza sobre sus manos.
—No tuvo que obligarme, Jude. No necesitó hacer magia. Confío en ti.
Confié en ti.
Y confió en Taryn.
Mientras yo asesinaba a Balekin, mientras Cardan estaba envenenado
y desorientado, Madoc hizo su movimiento contra la corona. Contra mí. Y lo
hizo con su hija Taryn a su lado.
Traducido por Ximena Vergara

Corregido por Dai’

l Rey Supremo es regresado a su propia habitación para


que pueda descansar. Alimento el fuego con mi vestido
manchado de sangre, me pongo una bata y planeo. Si
ninguno de los cortesanos vio mi rostro antes que Balekin
los despidiera, y luego me envolviera en mi capa, puede
que no me hayan identificado. Y, por supuesto, puedo mentir. Pero la
cuestión de cómo evitar la culpa por el asesinato del embajador de Bajo el
Mar palidece al lado de la cuestión de qué hacer con Madoc.
Con la mitad del ejército con el general, si Orlagh decide atacar, no
tengo idea de cómo repelerla. Cardan tendrá que elegir otro Gran General y
rápido.
Y tendrá que informar a las Cortes inferiores sobre la deserción de
Madoc, para asegurarse de que se sepa que no habla en nombre del Rey
Supremo. Debe haber una manera de traerlo de vuelta a la Corte Superior.
Es orgulloso, pero práctico. Quizás la respuesta esté en algo que tenga que
ver con Oak. Quizás significa que debo hacer que mis esperanzas para el
reinado de Oak sean menos turbias. Pero todo eso depende de que no sea
visto como un traidor, aunque lo sea. Estoy pensando en todo esto cuando
alguien llama a mi puerta.
Afuera, hay un mensajero, una niña de piel lila con librea real.
—El Rey Supremo requiere de su presencia. Debo llevarla a sus
aposentos.
Tomo una temblorosa respiración. Nadie más podría haberme visto,
pero Cardan no puede dejar de adivinar. Sabe con quién fui a reunirme y a
qué hora regresé de esa reunión. Vio la sangre en mi manga. Tú le ordenas
al Rey Supremo, no al revés, me recuerdo, pero el recordatorio se siente
vacío.
—Deja que me cambie —le digo.
La mensajera sacude la cabeza.
—El rey dejó claro que debía pedirle que viniera de inmediato.
Cuando llego a las habitaciones reales, encuentro a Cardan solo,
vestido sencillamente, sentado en una silla parecida a un trono. Se ve
demasiado pálido y sus ojos todavía brillan demasiado, como si el veneno
perdurara en su sangre.
—Por favor —dice—. Siéntate.
Con cautela, lo hago.
—Una vez, tuviste una propuesta para mí —dice—. Ahora tengo una
para ti. Devuélveme mi voluntad. Devuélveme mi libertad.
Respiro hondo. Estoy sorprendida, aunque creo que no debería
estarlo. Nadie quiere estar bajo el control de otra persona, a pesar de que el
equilibrio de poder entre nosotros, en mi opinión, ha ido y venido, a pesar
de su voto. Mi dominio sobre él ha sido como equilibrar un cuchillo en su
punta, casi imposible y probablemente peligroso. Renunciar a ello
significaría renunciar a cualquier apariencia de poder. Sería renunciar a
todo.
—Sabes que no puedo a hacer eso.
No parece particularmente desanimado por mi negativa.
—Escúchame. Lo que quieres de mí es obediencia por más de un año
y un día. Más de la mitad de tu tiempo se ha ido. ¿Estás lista para poner a
Oak en el trono?
No hablo por un momento, esperando que piense que su pregunta fue
retórica. Cuando queda claro que ese no es el caso, sacudo la cabeza.
—Y entonces pensaste en extender mi voto. ¿Cómo te has imaginado
haciendo eso?
De nuevo, no tengo respuesta. Ciertamente no es una buena.
Es su turno de sonreír.
—Pensaste que no tenía nada con qué negociar.
Subestimarlo es un problema que he tenido antes, y me temo que lo
volveré a tener.
—¿Qué trato es posible? —pregunto—. ¿Cuándo lo que quiero es que
vuelvas a hacer un voto, por lo menos durante otro año, tal vez una década,
y lo que quieres es que yo cancele el voto por completo?
—Tu padre y tu hermana me engañaron —dice Cardan—. Si Taryn me
hubiera dado una orden, habría sabido que no eras tú. Pero estaba enfermo,
cansado y no quería rechazarte. Ni siquiera pregunté por qué, Jude. Quería
mostrarte que puedes confiar en mí, que no necesitas darme órdenes para
que haga cosas. Quería mostrarte que creía que lo habías pensado todo el
tiempo. Pero esa no es manera de gobernar. Y ni siquiera es confianza,
cuando alguien puede ordenarte que lo hagas de todos modos.
»La Tierra de las Hadas sufrió por nuestros mutuos ataques.
Intentaste hacerme hacer lo que pensabas que debía hacerse, y si no
estábamos de acuerdo, no podíamos hacer nada más que manipularnos el
uno al otro. Eso no funcionó, pero ceder sencillamente no es la solución. No
podemos continuar así. Esta noche es una prueba de eso. Necesito tomar
mis propias decisiones.
—Dijiste que no te importaba tanto, escuchar mis órdenes. —Es un
mísero intento de broma y él no sonríe.
En cambio, mira hacia otro lado, como si no pudiera verme a los ojos.
—Más razón para no permitirme ese lujo. Me convertiste en el Rey
Supremo, Jude. Déjame ser el Rey Supremo.
Doblo mis brazos protectoramente sobre mi pecho.
—¿Y yo qué seré? ¿Tu sirviente? —Odio que lo que dice tenga sentido,
porque no hay manera de que pueda darle lo que está pidiendo. No puedo
hacerme a un lado, no con Madoc por ahí, no con tantas amenazas. Y, sin
embargo, no puedo dejar de recordar lo que dijo la Bomba acerca de que
Cardan no sabía cómo invocar su conexión con la tierra. O lo que dijo la
Cucaracha sobre Cardan viéndose a sí mismo como un espía que pretende
ser un monarca.
—Cásate conmigo —dice—. Conviértete en la reina de Elfhame.
Siento que una conmoción fría me invade, como si alguien hubiera
contado una broma especialmente cruel, conmigo como objetivo. Como si
alguien mirara dentro de mi corazón y viera el deseo más ridículo, más
infantil, y lo usara en mi contra.
—Pero no puedes.
—Puedo —dice—. Los reyes y las reinas no se casan a menudo por
algo más que una alianza política, es cierto, pero considera esto como una
versión de eso. Y si fueras reina, no necesitarías mi obediencia. Podrías
emitir todas tus propias órdenes. Y yo sería libre.
No puedo dejar de pensar en cómo hace unos meses luché por un
lugar en la Corte, esperando desesperadamente obtener el título de caballero
y ni siquiera lo conseguí.
La ironía de que es Cardan, quien insistió en que no pertenecía a la
Tierra de las Hadas en absoluto, quien me ofrece esto hace que sea todavía
más sorprendente.
Él continúa:
—Además, como planeas obligarme a abdicar por tu hermano, no es
como si fuéramos a estar casados por siempre. Los matrimonios entre reyes
y reinas deben durar mientras gobiernen, pero en nuestro caso, no será
tanto tiempo. Podrías tener todo lo que quieras al precio de liberarme de mi
voto de obediencia.
El corazón me late con tanta fuerza que temo que se detenga.
—¿Hablas en serio? —me las arreglo para decir.
—Por supuesto. Sincero también.
Busco el truco, porque esta debe ser una de esas ofertas de hadas que
suenan como una cosa, pero que resultan ser algo muy diferente.
—Entonces déjame adivinar, ¿quieres que te libere de tu promesa a
cambio de casarte conmigo? Pero entonces el matrimonio tendrá lugar en el
mes de nunca cuando la luna salga en el oeste y las mareas fluyan hacia
atrás.
Sacude la cabeza, riendo.
—Si estás de acuerdo, me casaré contigo esta noche —dice—. Ahora
incluso. Aquí. Intercambiamos votos y está hecho. Esto no es un matrimonio
mortal, que requiere ser presidido y presenciado. No puedo mentir. No puedo
rechazarte.
—No falta mucho para que termine tu voto —le digo, porque la idea
de tomar lo que está ofreciendo, la idea de que no solo podría ser parte de
la Corte, sino también la cabeza, es tan tentadora que es difícil creer que no
sea una trampa—. Seguramente la idea de un par de meses más ligado a mí
no puede ser tan dura si te gustaría unirte a mí durante años.
»Como dije antes, pueden pasar muchas cosas en un año y un día.
Mucho ha sucedido en la mitad de ese tiempo.
Nos sentamos por un momento en silencio mientras trato de pensar.
Durante los últimos siete meses, la pregunta de qué pasaría después de un
año y un día me ha perseguido. Esta es una solución, pero no se siente nada
práctica. Es la idea de un sueño absurdo, imaginado mientras dormitaba en
una cañada de musgo, demasiado embarazoso como para incluso confesarlo
a mis hermanas.
Las chicas mortales no se convierten en reinas de la Tierra de las
Hadas.
Me imagino cómo sería tener mi propia corona, mi propio poder. Tal
vez no tendría que tener miedo de amarlo. Tal vez estaría bien. Tal vez no
debería tener miedo de todas las cosas por las que he tenido miedo toda mi
vida, de ser disminuida, débil y poca cosa. Tal vez me volvería un poco
mágica.
—Sí —digo, pero mi voz falla. Sale todo el aliento—. Sí.
Se inclina hacia adelante en la silla, con las cejas levantadas, pero no
lleva su habitual mirada arrogante. No puedo leer su expresión.
—¿Con qué estás de acuerdo?
—Está bien —le digo—. Lo haré. Me casaré contigo.
Me da una sonrisa maliciosa.
—No tenía idea de que sería un sacrificio.
Frustrada, me dejo caer en el sofá.
—Eso no es lo que quiero decir.
—El matrimonio con el Rey Supremo de Elfhame se considera en gran
parte un premio, un honor que pocos merecen.
Supongo que su sinceridad no podría durar por mucho tiempo. Pongo
mis ojos en blanco, agradecida de que esté actuando como él otra vez, así
puedo fingir que no estoy asustada por lo que está por suceder.
—Así que ¿qué hacemos?
Pienso en la boda de Taryn y en la parte de la ceremonia que no
presenciamos. También pienso en la boda de mi madre, en los votos que
debe haberle hecho a Madoc y de repente siento un escalofrío que espero no
tenga nada que ver con la premonición.
—Es simple —dice, moviéndose hacia el borde de la silla—. Nos
prometemos lealtad. Iré primero, a menos que desees esperar. Quizás hayas
imaginado algo más romántico.
—No —digo rápidamente, sin querer admitir que lo que imagino no
tiene nada que ver con el matrimonio.
Él desliza mi anillo de rubí de su dedo.
—Yo, Cardan, hijo de Eldred, Rey Supremo de Elfhame, te tomo a ti,
Jude Duarte, pupila mortal de Madoc, para que seas mi esposa y mi reina.
Estaremos casados hasta que deseemos que sea de otra manera y la corona
haya pasado de nuestras manos.
Mientras habla, comienzo a temblar con algo entre la esperanza y el
miedo. Las palabras que dice son tan importantes que son surrealistas,
especialmente aquí, en las habitaciones de Eldred. El tiempo parece
alargarse. Por encima de nosotros, las ramas comienzan a brotar, como si
la propia tierra escuchara las palabras que dijo.
Tomando mi mano, desliza el anillo. El intercambio de anillos no es
un ritual de hadas y me sorprende.
—Tu turno —dice en el silencio. Me sonríe—. Confío en que cumplas
tu palabra y me liberes de mi vínculo de obediencia después de esto.
Le devuelvo la sonrisa, lo que tal vez compensa la forma en que me
congelé después que terminó de hablar. Todavía no puedo creer que esto
esté sucediendo. Mi mano se aprieta sobre la suya mientras hablo:
—Yo, Jude Duarte, tomo a Cardan, Rey Supremo de Elfhame, para
ser mi esposo. Estaremos casados hasta que no queramos estarlo y la
corona haya pasado de nuestras manos.
Él besa la cicatriz de mi palma.
Todavía tengo la sangre de su hermano bajo mis uñas.
No tengo un anillo para él.
Por encima de nosotros, los capullos están floreciendo. Toda la
habitación huele a flores.
Retrocediendo, hablo de nuevo, alejando todos los pensamientos de
Balekin y del futuro en el que voy a tener que decirle lo que he hecho.
—Cardan, hijo de Eldred, Rey Supremo de Elfhame, abandono
cualquier orden sobre ti. Estás libre de tu voto de obediencia, por ahora y
por siempre.
Deja escapar un suspiro y se pone de pie un poco inestable. No puedo
deleitarme en absoluto con la idea de que soy… ni siquiera puedo pensar en
las palabras. Han pasado demasiadas cosas esta noche.
—Parece que apenas has descansado. —Me levanto para asegurarme
de que, si se cae, pueda agarrarlo antes de que toque el suelo, aunque
tampoco estoy tan segura de mí misma.
—Me acostaré —dice, dejándome guiarlo hacia su enorme cama. Una
vez allí, no me suelta la mano—. Si te acuestas conmigo.
Sin ninguna razón para objetar, lo hago, la sensación de irrealidad
aumenta. Cuando me extiendo sobre el edredón bordado, me doy cuenta
que he encontrado algo mucho más blasfemo que extenderme en la cama
del Rey Supremo, mucho más blasfemo que deslizar el sello de Cardan en
mi dedo, o incluso sentarme en el trono mismo.
Me he convertido en la reina de la Tierra de las Hadas.

Intercambiamos besos en la oscuridad, borrosos por el agotamiento.


No espero dormir, pero lo hago, mis extremidades enredadas con las suyas,
el primer sueño reparador que he tenido desde mi regreso de Bajo el Mar.
Cuando me despierto, es por un golpe en la puerta.
Cardan ya está levantado, jugando con el frasco de arcilla que la
Bomba trajo, tirándolo de mano en mano. Todavía vestido, su aspecto
arrugado le da solo un aire de disipación. Aprieto la bata más fuerte. Me
avergüenza estar compartiendo su cama tan obviamente.
—Su Majestad —dice el mensajero, un caballero, por lo oficial que
suena—. Su hermano está muerto. Hubo un duelo, de lo que hemos podido
determinar.
—Ah —dice Cardan.
—Y la reina de Bajo el Mar. —La voz del caballero tiembla—. Está aquí,
exigiendo justicia para su embajador.
—Apuesto que sí. —La voz de Cardan es seca, entrecortada—. Bueno,
no podemos hacerla esperar. Tú. ¿Cuál es tu nombre?
El caballero vacila.
—Rannoch, Su Majestad.
—Bien, Sir Rannoch, espero que reúnas a un grupo de caballeros para
que me escolten al agua. Esperarás en el patio. ¿Harás eso por mí?
—Pero el general… —comienza.
—No está aquí ahora —termina Cardan por él.
—Lo haré —dice el caballero. Oigo que la puerta se cierra y Cardan
rodea la esquina con expresión altiva.
—Bueno, esposa —me dice, con un escalofrío en su voz—. Parece que
has mantenido al menos un secreto sobre tu dote. Ven, debemos vestirnos
para nuestra primera audiencia juntos.
Y así me dejan correr por los pasillos con mi bata. De vuelta en mis
habitaciones, pido mi espada y me abalanzo sobre mis vestidos, mientras
me pregunto qué significará tener este nuevo estatus y qué hará Cardan
ahora que no está controlado.
Traducido por LizC

Corregido por Carib

rlagh nos espera en un océano agitado, acompañada por


su hija y una manada de caballeros montados en focas,
tiburones y toda clase de criaturas marinas de dientes
afilados. Ella misma, se sienta en una orca y está vestida
como si estuviera lista para la batalla. Su piel está cubierta
de escamas plateadas brillantes que parecen ser tanto metálicas como haber
crecido a partir de su piel. Un casco de hueso y dientes esconde su cabello.
Nicasia está a su lado, sobre un tiburón. No tiene cola hoy, sus largas
piernas están cubiertas con armadura de concha y hueso.
A lo largo de la orilla de la playa hay grupos de algas marinas, alzados
como por una tormenta. Creo que veo otras cosas en el agua. La espalda de
una gran criatura nadando justo debajo de las olas. El cabello de mortales
ahogados, soplando como la hierba del mar. Las fuerzas de Bajo el Mar son
más grandes de lo que parecen a primera vista.
—¿Dónde está mi embajador? —exige Orlagh—. ¿Dónde está tu
hermano?
Cardan está sentado en su corcel gris, vestido de negro y un manto
escarlata. Junto a él hay dos docenas de caballeros montados y tanto Mikkel
como Nihuar. En el viaje, intentaron determinar lo que Cardan había
planeado, pero él mantuvo su propio consejo de ellos y, más
inquietantemente, de mí. Desde que se enteró de la muerte de Balekin, dijo
poco y evitó mirar en mi dirección. Mi estómago se revuelve de ansiedad.
Mira a Orlagh con una frialdad que sé por experiencia que proviene
de la furia o el miedo. En este caso, posiblemente ambos.
—Como bien sabes, está muerto.
—Era tu responsabilidad mantenerlo a salvo —dice ella.
—¿Lo era? —pregunta Cardan con exagerado asombro, llevándose su
mano contra su pecho—. Pensé que mi obligación era no actuar contra él,
no impedirle las consecuencias de su propio riesgo. Tuvo un pequeño duelo,
por lo que oí. El duelo, como estoy seguro que sabes, es peligroso. Pero ni lo
maté ni lo alenté. De hecho, lo desanimé bastante.
Intento no dejar que nada de lo que siento se demuestre en mi cara.
Orlagh se inclina hacia delante como si sintiera sangre en el agua.
—No deberías permitir tal desobediencia.
Cardan se encoge de hombros despreocupadamente.
—Quizás.
Mikkel se desplaza sobre su caballo. Está claramente incómodo con
la forma en que Cardan está hablando, descuidadamente, como si
simplemente estuvieran teniendo una conversación amistosa y Orlagh no
hubiera venido a quitarle su poder para debilitar su reinado. Y si ella supiera
que Madoc se había ido, podría atacar de plano.
Mirándola, viendo la burla de Nicasia y los ojos extraños y húmedos
de los selkies y gente del agua, me siento impotente. He renunciado al
mando de Cardan, y por ello, tengo su promesa de matrimonio. Pero sin que
nadie lo sepa, parece cada vez menos que alguna vez sucediera.
—Estoy aquí para exigir justicia. Balekin era mi embajador, y si no
consideras que él estuvo bajo tu protección, voy a considerar que está bajo
la mía. Debes entregar a su asesino al mar, donde ella no encontrará el
perdón. Danos a tu senescal, Jude Duarte.
Por un momento, siento que no puedo respirar. Es como si me
estuviera ahogando otra vez.
Las cejas de Cardan se alzan. Su voz se mantiene ligera.
—Pero ella acaba de regresar del mar.
—Entonces, ¿no disputas su crimen? —pregunta Orlagh.
—¿Por qué debería? —pregunta Cardan—. Si ella es con quien él se
enfrentó, estoy seguro que ella ganaría; mi hermano se suponía experto con
la espada, una gran exageración de habilidades. Pero ella es mía para
castigar o no, según me parezca.
Odio que hablen como si no estuviera justo allí cuando tengo su
promesa de lealtad. Pero que una reina mate a un embajador parece ser un
problema político potencial.
La mirada de Orlagh no va hacia mí. Dudo mucho que a ella le importe
algo más que Cardan renunciando a tanto por mi regreso y, al amenazarme,
cree que puede obtener más.
—Rey de la tierra, no estoy aquí para pelear con tu lengua afilada. Mi
sangre es fría y prefiero las cuchillas. Una vez, te consideré como un
compañero para mi hija, la cosa más preciosa en el mar. Ella habría
negociado una verdadera paz entre nosotros.
Cardan mira a Nicasia, y aunque Orlagh le deja una oportunidad,
durante un largo momento, no habla. Y cuando lo hace, solo dice:
—Al igual que usted, no soy tan bueno con el perdón.
Algo en los modales de la reina Orlagh cambia.
—Si lo que quieres es la guerra, sería imprudente declararla en una
isla. —A su alrededor, las olas se vuelven más violentas y sus capas blancas
de espuma son más grandes. Remolinos se forman justo en el borde de la
tierra, pequeños que se profundizan, solo para girar a medida que se forman
los nuevos.
—¿Guerra? —Él la mira como si ella hubiera dicho algo
particularmente desconcertante y eso le molestara—. ¿En serio quieres que
crea que quieres pelear? ¿Me estás desafiando a un duelo?
Obviamente la está hostigando, pero no puedo imaginar en qué
beneficio.
—¿Y si lo fuera? —pregunta ella—. ¿Entonces qué, muchacho?
La sonrisa que curva su labio es voluptuosa.
—Debajo de cada pedacito de tu mar hay tierra. Tierra hirviente,
volcánica. Ve en mi contra y te mostraré lo que hará este muchacho, miladi.
Extiende su mano, y algo parece subir a la superficie del agua que nos
rodea, como un remolino pálido. Arena. Arena flotante.
Luego, alrededor de la Corte de Bajo el Mar, el agua comienza a
burbujear.
Lo miro fijamente, esperando llamar su atención, pero está
concentrado. Independientemente de la magia que esté haciendo, esto es lo
que Baphen quiso decir cuando dijo que el Rey Supremo estaba atado a la
tierra, era el corazón palpitante y la estrella sobre la que estaba escrito el
futuro de Elfhame. Esto es poder. Y ver a Cardan blandirlo es entender cuán
inhumano es, cuán transformado, qué tan fuera de mi control se ha movido.
—¿Qué es esto? —pregunta Orlagh a medida que el burbujeo empieza
a hervir. Un oblongo océano burbujeante y en ebullición estalla mientras los
mágicos de Bajo el Mar gritan y se dispersan, nadando fuera del alcance de
lo que está sucediendo. Varias focas suben sobre las rocas negras cerca de
la tierra, llamándose entre sí en su idioma.
El tiburón de Nicasia se gira de lado y se hunde en el agua.
El vapor se eleva de las olas, soplando caliente. Una enorme nube
blanca rueda por mi visión. Cuando se dispersa, puedo ver que nueva tierra
ha emergido desde las profundidades, sus piedras calientes enfriándose
mientras observamos.
Con Nicasia de pie sobre ella, su expresión es de medio asombro y
medio terror.
—Cardan —llama.
Él está frente a ella, y en una esquina de su boca aparece una pequeña
sonrisa, pero su mirada luce desenfocada. Pensó que tenía que convencer a
Orlagh de que no era un inútil.
Ahora veo que ha ideado un plan para hacer eso. Justo como se le
ocurrió un plan para deshacerse del yugo de mi control.
Durante mi mes en Bajo el Mar, cambió. Comenzó a urdir planes. Y
se ha vuelto perturbadoramente efectivo en ellos.
Estoy pensando en eso a medida que veo crecer la hierba entre los
dedos de los pies de Nicasia y flores silvestres brotando a lo largo de las
colinas elevándose suavemente, a medida que noto los árboles y las zarzas
que brotan, y a medida que el tronco de un árbol comienza a formarse
alrededor del cuerpo de Nicasia.
—¡Cardan! —grita mientras la corteza la envuelve, encerrando su
cintura.
—¿Qué has hecho? —chilla Orlagh a medida que la corteza se mueve
hacia arriba, a medida que las ramas se despliegan, brotando hojas y flores
fragantes. Pétalos soplando sobre las olas.
—¿Ahora vas a inundar la tierra? —le pregunta Cardan a Orlagh con
perfecta calma, como si no hubiera causado que una cuarta isla se levantara
del mar—. ¿Enviar agua salada para corromper las raíces de nuestros
árboles y hacer que nuestros arroyos y lagos sean salobres? ¿Ahogarás
nuestras bayas y enviarás a tu gente del mar para que nos rebanen las
gargantas y nos roben las rosas? ¿Lo harás si eso significa que tu hija sufrirá
lo mismo? Ven, te reto.
—Libera a Nicasia —dice Orlagh, con una pesada derrota en su voz.
—Soy el Rey Supremo de Elfhame —le recuerda Cardan—. Y me
desagrada mucho recibir órdenes. Atacaste la tierra. Robaste a mi senescal
y liberaste a mi hermano, quien estaba encarcelado por el asesinato de
nuestro padre, Eldred, con quien tenías una alianza. Una vez, respetamos
el territorio del otro.
»Te he permitido demasiada falta de respeto y has exagerado tu mano.
»Ahora, Reina de Bajo el Mar, tendremos una tregua como la tuviste
con Eldred, como la tuviste con Mab. Tendremos una tregua o tendremos
una guerra, y si luchamos, seré implacable. Nada ni nadie que ames estará
a salvo.
—Muy bien, Rey Supremo —dice Orlagh, y yo me quedo sin aliento,
sin estar segura de lo que vendrá después—. Tengamos una alianza y ya no
estaremos sobre la garganta del otro. Dame a mi hija y nos iremos.
Dejo escapar un suspiro. Fue prudente al empujarla, a pesar de que
fue aterrador. Después de todo, una vez que ella se enterara de Madoc,
podría haber aprovechado su ventaja. Mejor traer este momento a su crisis.
Y funcionó. Bajo la mirada para ocultar mi sonrisa.
—Deja que Nicasia se quede aquí y sea tu embajadora en lugar de
Balekin —dice Cardan—. Ella ha crecido en estas islas y muchos de los que
la aman están aquí.
Eso borra la sonrisa de mi cara. En la nueva isla, la corteza se está
separando de la piel de Nicasia. Me pregunto a qué está jugando,
devolviéndola a Elfhame. Con ella vendrán problemas inevitablemente.
Y sin embargo, tal vez sea el tipo de problema que él quiere.
—Si ella desea quedarse, puede hacerlo. ¿Estás satisfecho? —
pregunta Orlagh.
Cardan inclina la cabeza.
—Lo estoy. No seré guiado por el mar, sin importar cuán grande sea
su reina. Como el Rey Supremo, debo liderar. Pero también debo ser justo.
—Aquí se detiene. Y luego se vuelve hacia mí—. Y hoy voy a impartir justicia.
Jude Duarte, ¿niegas haber asesinado al Príncipe Balekin, Embajador de
Bajo el Mar y hermano del Rey Supremo?
No estoy segura de lo que él quiere que diga. ¿Ayudaría negarlo? Si es
así, seguramente no me lo diría de tal manera… de manera que queda claro
que él cree que maté a Balekin. Cardan ha tenido un plan todo el tiempo.
Todo lo que puedo hacer es confiar en que él tiene un plan ahora.
—No niego que tuvimos un duelo y que lo gané —digo, mi voz sale más
incierta de lo que me gustaría.
Todos los ojos de los mágicos están sobre mí, y por un momento,
mientras miro sus caras despiadadas, siento la ausencia de Madoc. La
sonrisa de Orlagh está llena de dientes afilados.
—Escucha mi juicio —dice Cardan, con autoridad resonando en su
voz—. En lo sucesivo, exilio a Jude Duarte al mundo mortal hasta que la
corona la perdone. Hasta entonces, no dejen que ponga un pie en la Tierra
de las Hadas ni pierda su vida.
Jadeo.
—¡Pero no puedes hacer eso!
Me mira por un largo momento, pero su mirada es suave, como si
esperara que yo esté bien con el exilio. Como si no fuera más que uno de
sus peticionarios. Como si no fuera nada en absoluto.
—Por supuesto que puedo —responde.
—Pero soy la Reina de la Tierra de las Hadas —grito, y por un
momento, hay silencio. Entonces todos a mi alrededor comienzan a reír.
Puedo sentir el calor de mis mejillas. Lágrimas de frustración y furia
me escuecen los ojos cuando, demasiado tarde, Cardan se ríe con ellos.
En ese momento, los caballeros sujetan mis muñecas. Sir Rannoch
me baja del caballo. Por un momento de locura considero pelear con él como
si dos docenas de caballeros no estuvieran a nuestro alrededor.
—Entonces niégalo —grito—. ¡Niégame!
No puede, por supuesto, así que no lo hace. Nuestros ojos se
encuentran y la extraña sonrisa en su rostro está claramente dirigida a mí.
Recuerdo lo que era odiarlo con todo mi corazón, pero lo recuerdo demasiado
tarde.
—Venga conmigo, miladi —dice Sir Rannoch, y no hay nada más que
pueda hacer que ir.
Sin embargo, no puedo resistirme a mirar atrás. Cuando lo hago,
Cardan está dando el primer paso hacia la nueva isla. Parece ser cada pizca
del gobernante que fue su padre, cada pizca del monstruo en el que su
hermano quería convertirse. El cabello negro como cuervo se aparta de su
rostro, la capa escarlata se arremolina a su alrededor, los ojos reflejan el
vacío plano gris del cielo.
—Si Insweal es la Isla de Aflicción, Insmire, la Isla de Poderío e
Insmoor la Isla de Piedra —dice, su voz retumbando a través de la tierra
recién formada—. Entonces deja que esto sea Insear, Isla de Ceniza.
Traducido por Anabel-vp

Corregido por Mime

e tumbo en el sofá frente a la televisión. Delante de mí se


enfría un plato de varitas de merluza para microondas. En
la pantalla frente a mí, dibujos animados de un patinador
sobre hielo que está de mal humor. No es un patinador
muy bueno, pienso. O, quizá es estupendo. Sigo
olvidándome de leer los subtítulos.
Es difícil concentrarse en algo estos días.
Vivi entra en la habitación y se deja caer en el sofá.
—Heather no me contesta —dice ella.
Aparecí en el umbral de Vivi hace una semana, agotada, con los ojos
rojos de llorar. Rannoch y su camarilla me habían llevado por el cielo en uno
de sus caballos y me habían dejado en una calle al azar en una ciudad al
azar. Caminé y caminé hasta que tuve ampollas en mis pies, y comencé a
dudar de mi habilidad para guiarme con las estrellas. Finalmente, me topé
con una gasolinera, donde estaba repostando un taxi y me sobresalté al
recordar que los taxis existían. Para entonces, ya no importaba que no
tuviera dinero conmigo o que Vivi probablemente iba a pagarle con un
puñado de hojas con glamour.
Pero no esperaba llegar y encontrar a Heather desaparecida.
Cuando ella y Vivi regresaron de la Tierra de las Hadas, creo que ella
tenía muchas preguntas. Y luego había tenido más preguntas y, finalmente,
Vivi admitió que le había lanzado un encantamiento. Ahí es cuando todo se
acabó.
Vivi deshizo el encantamiento, Heather recuperó sus recuerdos.
Heather se mudó.
Se está quedando en casa de sus padres, por lo que Vivi espera que
regrese. Algunas de sus cosas todavía están aquí. Ropa. Su mesa de dibujo.
Un conjunto de pinturas al óleo sin usar.
—Te enviará un mensaje cuando esté lista —le digo, aunque no estoy
segura que me lo crea—. Solo está intentando aclararse. —Solo porque yo
esté resentida con el amor, no significa que todos los demás deban estarlo
también.
Por un tiempo, simplemente nos sentamos juntas, viendo cómo el
patinador falla en aterrizar los saltos y se enamora perdidamente de su
entrenador, probablemente un amor no correspondido.
Pronto, Oak volverá a casa de la escuela y fingiremos que las cosas
son normales. Lo llevaré a la parte boscosa del complejo de apartamentos y
lo haré practicar con la espada. A él no le importa, para él solo es un juego,
y no tengo el corazón para asustarlo haciendo que lo vea de manera
diferente.
Vivi toma un palito de pescado de mi plato y lo moja en kétchup.
—¿Cuánto tiempo vas a seguir de mal humor? Estabas cansada de
estar encerrada en el reino de Bajo el Mar. Estabas fuera de juego. Él ganó.
A veces pasa.
—Lo que sea —le digo, mientras se come mi comida.
—Si no te hubiesen capturado, habrías limpiado el piso con él.
Ni siquiera estoy segura de lo que significa, pero es bueno escucharlo.
—Me alegro de que estés aquí. —Se vuelve hacia mí con sus ojos de
gato, como los de su padre—. Quería que vinieras al mundo mortal, para
quedarte. Tal vez lo hagas. Puede que te encante. Me encantaría que le
dieras una oportunidad.
Asiento, sin comprometerme.
—Y, si no te gusta —dice ella, levantando una ceja—, siempre puedes
unirte a Madoc.
—No puedo —le digo—. Él ya lo intentó. Trató de reclutarme, pero lo
rechacé. Ese barco ya zarpó.
Ella se encoge de hombros.
—A él no le… está bien, le importaría. Te haría arrastrarte, mucho. Y
lo mencionaría en todos los consejos de guerra de las próximas dos décadas.
Pero él te aceptaría.
Le doy una mirada severa.
—¿Y qué? ¿Conspiraría para poner a Oak en el trono?
—¿A quién le importa eso? Conspira para lastimar a Cardan —dice
Vivi, con una luz peligrosa en sus ojos. Ella nunca ha sido particularmente
indulgente.
Ahora mismo, me alegro de que no lo sea.
—¿Cómo? —pregunto, aunque la parte de mi cerebro que se dedica a
la estrategia ya está en funcionamiento lentamente. Grimsen todavía está
en juego. Si podía crear una corona para Balekin, ¿qué podría hacer para
mí?
—No lo sé, pero no te preocupes todavía —dice Vivi, levantándose—.
La venganza es dulce, pero el helado lo es aún más. —Va al congelador, y
saca una tarrina de menta con trocitos de chocolate. La trae al sofá, junto
con dos cucharas—. Por ahora, acepta este manjar, aunque no sea digno de
la Reina de las Hadas en el exilio.
Sé que no lo dice para burlarse de mí, pero, de todos modos, duele oír
el título. Tomo una cuchara.
Debes ser lo suficientemente fuerte como para golpear, golpear, y
golpear de nuevo sin cansarte. La primera lección es hacerte fuerte.
Comemos, bañadas por la luz parpadeante de la pantalla. El teléfono
de Vivi está en silencio sobre la mesa de café. Mi mente, sigue girando.

Fin
Él será la destrucción de la corona
y la ruina del trono.
El poder es mucho más fácil de
adquirir que de mantener. Jude aprendió
esta lección cuando libero de su control
al rey perverso, Cardan, a cambio de
poder inconmensurable.
Ahora como la exiliada y mortal
Reina de la Tierra de las Hadas, Jude no
tiene poder y fue dejada tambaleándose
tras la traición de Cardan. Aguarda su
momento, determinada a reclamar todo lo que le quitó. La oportunidad llega
en forma de su engañosa hermana gemela, Taryn, cuya vida mortal está en
peligro.
Jude debe arriesgarse aventurándose de vuelta en la traicionera Corte
de las hadas y enfrentar los sentimientos que tiene por Cardan, si desea
salvar a su hermana. Pero Elfhame no está como lo dejó. La guerra está
desarrollándose. Mientras Jude se escabulle en la profundidad de las líneas
enemigas, se ve atrapada en el conflicto de la política sangrienta.
Y cuando una maldición latente pero peligrosa es liberada, el pánico
se extiende por toda la tierra, obligándola a elegir entre su ambición y su
humanidad.

The Folk of the Air #3


Holly Black es una autora
éxito en ventas de libros
contemporáneos de fantasía para
niños y adolescentes. Algunos de
sus títulos incluyen Las Crónicas de
Spiderwick, La Saga de la Corte
Oscura, Curse Workers, Doll Bones,
The Coldest Girl in Coldtown, la
serie Magisterium, The Darkest Part
of the Forest y su nueva seria, que
comienza con The Cruel Prince.
Actualmente vive en Nueva Inglaterra con su esposo e hijo en una casa
con una puerta secreta.
Moderadoras
Âmenoire Flochi

Traductoras
âmenoire Brendy Eris Mari NC
Anabel-vp Flochi Naomi Mora
AnnaTheBrave Flopy durmiente Ximena Vergara
LizC

Correctoras
Arcy Briel Dai' Larochz
Bella' Flochi Mime
Carib Imma Marques Vickyra

Recopilación y Edición de
revisión final Poemas
Flochi Mari NC

Diseño
Tolola

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