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CONTENIDO
Sinopsis Capítulo 26
Las cuatro Casas de Midgard Capítulo 27
PARTE I: EL VACÍO Capítulo 28
Capítulo 1 Capítulo 29
Capítulo 2 Capítulo 30
Capítulo 3 Capítulo 31
Capítulo 4 Capítulo 32
Capítulo 5 Capítulo 33
Capítulo 6 Capítulo 34
Capítulo 7 Capítulo 35
PARTE II: LA ZANJA Capítulo 36
Capítulo 8 Capítulo 37
Capítulo 9 PARTE III: EL CAÑÓN
Capítulo 10 Capítulo 38
Capítulo 11 Capítulo 39
Capítulo 12 Capítulo 40
Capítulo 13 Capítulo 41
Capítulo 14 Capítulo 42
Capítulo 15 Capítulo 43
Capítulo 16 Capítulo 44
Capítulo 17 Capítulo 45
Capítulo 18 Capítulo 46
Capítulo 19 Capítulo 47
Capítulo 20 Capítulo 48
Capítulo 21 Capítulo 49
Capítulo 22 Capítulo 50
Capítulo 23 Capítulo 51
Capítulo 24 Capítulo 52
Capítulo 25 Capítulo 53
Capítulo 54 Capítulo 77
Capítulo 55 Capítulo 78
Capítulo 56 Capítulo 79
Capítulo 57 Capítulo 80
Capítulo 58 Capítulo 81
Capítulo 59 Capítulo 82
Capítulo 60 Capítulo 83
Capítulo 61 Capítulo 84
Capítulo 62 Capítulo 85
Capítulo 63 Capítulo 86
Capítulo 64 Capítulo 87
Capítulo 65 Capítulo 88
Capítulo 66 Capítulo 89
Capítulo 67 Capítulo 90
PARTE IV: EL BARRANCO Capítulo 91
Capítulo 68 Capítulo 92
Capítulo 69 Capítulo 93
Capítulo 70 Capítulo 94
Capítulo 71 Capítulo 95
Capítulo 72 Capítulo 96
Capítulo 73 Capítulo 97
capítulo 74 Epílogo
Capítulo 75 Agradecimientos
Capítulo 76
SINOPSIS
Bryce Quinlan tenía la vida perfecta, trabajando duro todo el día y festejando
toda la noche, hasta que un demonio asesinó a sus amigos más cercanos, dejándola
desamparada, herida y sola. Cuando el acusado está tras las rejas, los crímenes
comienzan de nuevo y Bryce se encuentra en el centro de la investigación. Hará lo
que sea necesario para vengar sus muertes.
Hunt Athalar es un notorio ángel caído, ahora esclavizado por los Arcángeles
que una vez intentó derrocar. Sus habilidades brutales y su increíble fuerza se han
establecido para un propósito: asesinar a los enemigos de su jefe, sin hacer
preguntas. Pero con un demonio causando estragos en la ciudad, le han ofrecido un
trato irresistible: ayudar a Bryce a encontrar al asesino, y su libertad estará al
alcance.
Mientras Bryce y Hunt profundizan en el bajo vientre de la Ciudad Crescent,
descubren un poder oscuro que amenaza a todo y todos los que ellos aprecian, y
encuentran en el otro una pasión ardiente, una que podría liberarlos a ambos, si tan
solo la dejan.
Con personajes inolvidables, un romance chisporroteante y suspenso a cada
página, esta nueva y fantástica serie de fantasía de la exitosa autora número 1 del New
York Times, Sarah J. Maas, profundiza en la angustia de la pérdida, el precio de la
libertad y el poder del amor.
Crescent City #1
Para Taran…
La estrella más brillante en mi cielo
LAS CUATRO CASAS
DE MIDGARD
Establecido en 33 E.V., por el Senado Imperial
en la Ciudad Eternal

CASA DE TIERRA Y SANGRE


Cambiaformas, humanos, brujas, animales ordinarios, y muchos otros a quienes
Cthona llama, al igual que aquellos elegidos por Luna

CASA DE CIELO Y ALIENTO


Malakim (ángeles), Fae, elementales, duendecillos*, y aquellos bendecidos por
Solas, junto con aquellos favorecidos por Luna

CASA DE MUCHAS AGUAS


Espíritus acuáticos, mer, bestias marinas, ninfas, kelpies, nøkks y otros cuidados
por Ogenas

CASA DE SOMBRA Y LLAMA


Daemonaki, Parcas, espectros, vampiros y muchas cosas crueles e innombrables
que ni siquiera la misma Urd puede ver

*Los duendecillos fueron sacados de su Casa como resultado de su participación en


la Caída, y ahora son considerados como Chusma, aunque muchos de ellos se
niegan a aceptar esto.
PARTE I
EL VACÍO
1
Traducido por Vaughan
Corregido por Lieve

Había un lobo en la puerta de la galería.


Lo que significaba que debía de ser jueves, lo que significaba que Bryce debía
estar real y jodidamente cansada si tenía que confiar en las idas y venidas de Danika
para averiguar qué día era.
La puerta pesada de metal de Antigüedades Griffin hizo un ruido sordo con el
impacto del puño del lobo, un puño que Bryce sabía terminaba en uñas pintadas en
morado metálico en terrible necesidad de una manicura. Un segundo después, una
voz femenina espetó, amortiguada a medias a través del acero:
—¡Abre, la estúpida puerta, B! ¡Está caliente como la mierda aquí afuera!
Sentada en el escritorio de una modesta sala de exposición, Bryce hizo una
mueca y abrió el video de la cámara de seguridad en la puerta principal. Peinando
un mechón de cabello rojo vino detrás de su oreja puntiaguda, preguntó por el
intercomunicador:
—¿Por qué estás cubierta de tierra? Parece que estabas escarbando en la
basura.
—¿Qué carajos significa escarbar? —Danika dio saltitos en sus pies, sudor
vislumbrándose en su frente. Se lo limpió con una mano sucia, esparciendo una
sustancia negra en ese lugar.
—Lo sabrías si leyeras un libro, Danika. —Agradecida por el descanso de lo que
había sido una mañana de agotadora búsqueda, Bryce sonrió mientras se levantaba
del escritorio. Sin ventanas exteriores, el extensivo equipo de vigilancia de la galería
servía como su única advertencia de quién estaba más allá de sus gruesas paredes.
Incluso con su agudo oído semi-Fae, no podía percibir mucho más allá de la puerta
de acero, salvo por los ocasionales puños golpeando cosas. Las paredes de piedra
arenisca sin adornos del edificio ocultaban los artefactos de última tecnología y el
hechizo de primera categoría que los mantenía operacionales, preservando muchos
de los libros en los archivos subterráneos.
Como si el solo pensamiento sobre el nivel bajo los tacones de Bryce la hubiera
invocado, una pequeña voz preguntó al otro lado de la puerta de quince centímetros
de grosor a su izquierda:
—¿Esa es Danika?
—Sí, Lehabah. —Bryce puso su mano alrededor de la manija de la puerta de la
entrada. Los encantamientos en ella murmuraron a través de su palma, deslizándose
como humo sobre su piel dorada pecosa. Ella apretó sus dientes y lo aguantó, todavía
sin acostumbrarse a la sensación a pesar de tener un año trabajando en la galería.
Al otro lado de la engañosa y sencilla puerta metálica hacia los archivos,
Lehabah advirtió:
—A Jesiba no le gusta que ella esté aquí.
—A ti no te gusta que esté aquí —corrigió Bryce, sus ojos ámbar
entrecerrándose hacia la puerta de los archivos y la duendecilla de fuego que sabía
estaba flotando justo al otro lado, husmeando como siempre lo hacía cuando alguien
estaba del otro lado de la puerta—. Regresa a trabajar.
Lehabah no respondió, posiblemente deslizándose de vuelta al piso inferior a
cuidar los libros allá abajo. Rodando sus ojos, Bryce abrió de un jalón la puerta
principal, recibiendo un golpe en el rostro de calor tan seco que amenazó con
absorberle la vida. Y eso que el verano apenas había comenzado.
Danika no solo lucía como si hubiera estado escarbando la basura. Olía a ello
también.
Mechones de su cabello oro plateado, normalmente como una hoja sedosa, se
arremolinaba en su trenza tensa y larga, con rayas amatista, zafiro y rosa salpicadas
en algún tipo de sustancia viscosa y oscura que apestaba a metal y amoniaco.
—Te tomó mucho tiempo —dijo Danika quejándose y se pavoneó hacia la
galería, con la espada atada a su espalda agitándose con cada movimiento. Su trenza
se había enredado en la empuñadura de piel, y mientras ella se detenía ante el
escritorio, Bryce se tomó la libertad de desenredarle la trenza.
Muy apenas había terminado de hacerlo cuando los delgados dedos de Danika
estaban ya desabotonando los listones que mantenían la espada enfundada
alrededor de su chaqueta de cuero.
—Necesito dejar esto aquí por unas horas —dijo ella, quitándose la espada de
su espalda y apuntando hacia el closet de suministros escondido detrás de un panel
de madera al otro lado de la sala de exposición.
Bryce se reclinó en la orilla del escritorio y se cruzó de brazos, sus dedos
rozando la tela negra de su vestido ceñido.
—Tu mochila de gimnasio ya está haciendo el trabajo de apestar el lugar. Jesiba
regresará esta tarde. Tirará toda tu mierda al basurero de nuevo si sigue aquí.
Por Hel, era lo más… tranquilo que Jesiba Roga podía hacer si se le provocaba.
Jesiba era una hechicera de cuatrocientos años que había nacido como bruja y
luego había sido desertada, se había unido a la Casa de Sombra y Llama y ahora solo
le respondía al InfraRey. Sombra y Llama era un lugar adecuado para ella, poseía un
arsenal de hechizos para rivalizar contra cualquier hechicero y nigromante en las
más oscuras de las Casas. Ella era conocida por transformar personas en animales
cuando la irritaban lo suficiente. Bryce nunca se había atrevido a preguntar si los
pequeños animales en sus docenas de tanques y terrarios habían sido siempre
animales.
Y Bryce trataba de no irritarla. No había lados seguros cuando se tratara de los
Vanir. Incluso los más débiles de los Vanir, un grupo que cubría cada ser de Midgard
además de los humanos y animales ordinarios, podían ser letales.
—La recogeré luego —prometió Danika, empujando el panel oculto para
abrirlo. Bryce ya le había advertido tres veces que el closet de suministros de la sala
de exposiciones no era su casillero personal. Aun así, Danika le replicaba diciendo
que la galería, ubicada en el corazón de la Plaza Antigua, estaba localizada de manera
más central que la Guarida de los lobos ubicada en Moonwood. Y eso era todo.
El closet de suministros se abrió, y Danika agitó una mano frente a ella.
—¿Mi bolsa de gimnasio es la que está apestando el lugar? —Con una bota
negra, movió la bolsa de lona flácida que tenía el equipo de danza de Bryce,
actualmente yaciendo entre el trapeador y el balde—. ¿Cuándo mierda fue la última
vez que lavaste esa ropa?
Bryce arrugó su nariz ante el hedor de los zapatos viejos y la ropa sudorosa que
yacían ahí. Verdad, se había olvidado de llevar a casa el leotardo y mallas para
lavarlas después de su hora de comida hace dos días. En su mayoría porque Danika
le envió un video de un montón de raíz de risas sobre el mostrador de la cocina, con
música retumbando desde un parlante destartalado en las ventanas, junto con una
orden de apurarse para regresar a casa pronto. Bryce había hecho caso. Habían
fumado lo suficiente que había una alta probabilidad de que ayer por la mañana
Bryce estuviera todavía drogada cuando se dirigió a trabajar.
No había otra explicación al porqué le había tomado diez minutos redactar un
correo de dos oraciones aquel día. Letra por letra.
—Olvida eso —dijo Bryce—. Tengo un asunto pendiente contigo.
Danika reorganizó la mierda del closet para hacer espacio para lo suyo.
—Te dije que lo sentía por haberme comido los fideos que sobraron. Te
compraré más esta noche.
—No me refería a eso, tonta, aunque ahora que lo mencionas: jódete. Esa era mi
comida para hoy. —Danika soltó una risa—. Este tatuaje duele como Hel —dijo
Bryce quejándose—. Ni siquiera me puedo reclinar sobre mi silla.
—El artista te dijo que iba a doler por unos cuantos días —replicó Danika en un
tono cantarín.
—Estaba tan ebria que deletreé mal mi nombre. Te aseguro que no estaba en
mis cinco sentidos para entender lo que “dolerá por unos días” significaba.
Danika, quien se había hecho el mismo tatuaje que ahora yacía en la espalda de
Bryce, ya había sanado. Uno de los beneficios de ser una Vanir de sangre pura:
recuperación rápida en comparación con los humanos, o los semi-humanos como
Bryce.
Danika metió su espada en el desorden del closet.
—Prometo ayudarte a disminuir el dolor de tu espalda esta noche. Solo déjame
tomar una ducha y saldré de aquí en diez minutos.
No era inusual para su amiga entrar a la galería, especialmente los jueves,
cuando su patrulla matutina terminada solo a unas cuadras de distancia, pero nunca
había usado el baño en la planta baja de los archivos. Bryce hizo un gesto hacia la
tierra y la grasa.
—¿Qué es eso que tienes sobre ti?
Danika frunció el ceño, los rasgos de su rostro arrugándose.
—Terminé una pelea entre un sátiro y un caminante nocturno. —Mostró sus
dientes y también la sustancia negra hecha costra en sus manos—. Adivina quién
vomitó sus jugos sobre mí.
Bryce bufó y apuntó hacia la puerta de los archivos.
—La ducha es tuya. Hay ropa limpia en el cajón del fondo del escritorio allá
abajo.
Los dedos sucios de Danika comenzaron a empujar el mango de la puerta de los
archivos. Su mandíbula se tensó, el tatuaje viejo en su cuello, el lobo con una sonrisa
y cuernos que era el símbolo de la Manada de Demonios, arrugándose con la tensión.
No del esfuerzo, Bryce se dio cuenta, al notar la espalda rígida de Danika. Bryce
echó un vistazo hacia el closet de suministros, el cual Danika no se había molestado
en cerrar. La espada, famosa tanto aquí en esta ciudad y mucho más allá de ella,
estaba reclinada entre la escoba y el trapeador, su vaina de cuero antiguo casi
oscurecida por el contenedor lleno de gasolina utilizada para alimentar la energía
del generador.
Bryce siempre se había preguntado por qué Jesiba se molestaba en tener un
generador tan anticuado, hasta que sucedió un apagón en toda la ciudad la semana
pasada. Cuando la energía había fallado, el generador había mantenido los candados
mecánicos en su lugar durante el saqueo que le siguió, cuando los carroñeros se
habían abalanzado desde el Mercado de Carne, bombardeando la puerta principal
con hechizos para penetrar los encantamientos.
Pero Danika dejando botada la espada en la oficina. Necesitando tomar una
ducha. Su espalda rígida.
—¿Tienes una junta con Jefes de la Ciudad?
En los cinco años desde que se conocieron como estudiantes de primer año en
la Universidad de Ciudad Crescent, UCC para abreviar, Bryce podía contar con una
mano la cantidad de veces que Danika había sido llamada a una reunión con las siete
personas lo suficientemente importantes como para que ameritara tomar una ducha
y cambiarse de ropa. Inclusive cuando tenía que entregar reportes al abuelo de
Danika, el Prime de los lobos de Valbara, y a Sabine, su madre, Danika usualmente
vestía esa chaqueta de cuero, pantalones, y cualquier camiseta vintage que no
estuviera sucia.
Por supuesto, eso molestaba a Sabine infinitamente, pero todo sobre Danika, y
Bryce, molestaba a la Alfa de la Manada Luna Cortada, jefe de entre las unidades de
cambiaformas en el Auxiliado de la ciudad.
No importaba que Sabine fuera la Heredera del Prime de los lobos de Valbara y
que haya sido la heredera de su anciano padre por siglos, o que Danika fuera
oficialmente la segunda en la línea al título. No cuando susurros habían hecho eco
por años que Danika debía ser nombrada Heredera del Prime, saltando a su madre.
No cuando el lobo anciano le había dado a su nieta la espada reliquia de la familia en
su lecho de muerte después de siglos de prometérsela a Sabine. La espada había
llamado a Danika en su décimo octavo cumpleaños como un aullido a la luna, el
Prime había dicho para explicar su inesperada decisión.
Sabine nunca había olvidado la humillación. Especialmente cuando Danika
cargaba consigo la espada prácticamente a cualquier lado, especialmente frente a su
madre.
Danika hizo una pausa en el espacio del arco de la puerta, sobre los escalones
con alfombra verde que llevaban a los archivos bajo la galería, donde yacía el
verdadero tesoro de este lugar, protegido por Lehabah día y noche. Era la verdadera
razón por la que a Danika, quien se había graduado en Historia en la Universidad de
Ciudad Cresent, le gustaba venir tan seguido, solo para buscar los libros y el arte
antiguo, a pesar de las burlas de Bryce sobre sus hábitos de lectura.
Danika se dio la vuelta, sus ojos color caramelo entrecerrados.
—Philip Briggs será liberado hoy.
Bryce se enderezó.
—¿Qué?
—Lo dejarán ir por un maldito detalle técnico. Alguien jodió el papeleo.
Tendremos el reporte completo en la junta. —Apretó su delgada mandíbula, el brillo
de las primeras luces en los cristales de las lámparas sobre las escaleras rebotando
sobre su descuidado cabello—. Esto está tan jodido.
El estómago de Bryce se revolvió. La rebelión humana se había mantenido
confinada en las fronteras norte de Pangera, territorio creciente sobre el Mar
Haldren, pero Philip Briggs había hecho de todo para traer dicha rebelión hasta
Valbara.
—Pero tú y la manada lo atraparon en su pequeño laboratorio de explosivos
clandestino.
Danika dio golpecitos con su pie embotado sobre la alfombra verde.
—Estúpida burocracia sin sentido.
—Estaba a punto de hacer estallar un club. Literalmente encontraste sus planos
para la explosión del Cuervo Blanco. —Como uno de los clubes nocturnos más
populares de la ciudad, la cantidad de víctimas hubiera sido catastrófica. Las
explosiones previas de Briggs habían sido pequeñas, pero no menos mortales, todas
diseñadas para provocar guerra entre los humanos y los Vanir para igualar aquella
violencia de los fríos climas de Pangera. Briggs no mantenía en secreto su objetivo:
un conflicto global que costaría la vida de millones en cualquiera de los bandos.
Vidas que podrían reemplazarse si significaba la posibilidad de los humanos de
derrocar a aquellos quienes les oprimían, aquellos con magia de nacimiento y
antiguos Vanir y, sobre ellos, los Asteri, quienes gobernaban el planeta Midgard
desde Ciudad Eternal en Pangera.
Pero Danika y la Manada de Demonios habían detenido ese complot. Ella atrapó
a Briggs y sus secuaces, todos eran parte de los rebeldes de Keres, y perdonaron a
los inocentes de su fanatismo.
Como una de las unidades de cambiaformas élite en el Auxiliado de la Ciudad
Crescent, la Manada de Demonios patrullaba la Plaza Antigua, asegurándose que los
turistas ebrios no se volvieran turistas ebrios y muertos cuando se acercaban a la
persona equivocada. Asegurándose de que los bares y las cafeterías de los salones
de música y las tiendas se mantuvieran seguras de cualquier delincuente que se
hubiera colado al centro ese día. Y asegurándose que gente como Briggs se
mantuviera en prisión.
La trigésima tercera Legión Imperial, mejor conocida como la 33ra, clamaba
hacer lo mismo, pero los ángeles, quienes conformaban los rangos legendarios del
ejército personal del Gobernador, solo fruncían el ceño y prometían un Hel si se les
provocaba.
—Créeme —dijo Danika, bajando las escaleras—. Voy a dejarles perfecta y
jodidamente claro en esta junta que la liberación de Briggs es inaceptable.
Ella lo haría. Inclusive si Danika tenía que gruñirle en el rostro de Micah
Domitus, ella dejaría muy claro su punto. No había muchos que se atrevieran a irritar
al Arcángel de Ciudad Crescent, pero Danika no dudaría. Y dado el hecho de que los
siete Líderes de la Ciudad estarían en la reunión, las posibilidades de que eso
sucediera eran muy altas. Las cosas solían complicarse con facilidad cuando todos
ellos estaban en una habitación. Había muy poco afecto entre los seis Líderes
inferiores en Ciudad Crescent, en la metrópolis conocida como Lunathion. Cada
Líder controlaba una parte específica de la ciudad: el Prime de los lobos en
Moonwood, el Rey Fae de Otoño en Cinco Rosas, el InfraRey en el Barrio de Huesos,
la Reina Víbora en el Mercado de Carne, la Oráculo en la Antigua Palaza, y la Reina
del Ríp, quien rara vez hacía una aparición, representaba la Casa de Muchas Aguas y
su Corte Azul muy lejos de la superficie turquesa del Río Istros. Ella rara vez se
dignaba en dejar ese lugar.
Los humanos en los Prados de Asphodel no tenían Líder. Ningún lugar en la
mesa. Philip Briggs había encontrado a más de unos cuantos simpatizantes por ello.
Pero Micah, Líder del Distrito de Comercio Central, DCC, gobernaba sobre todos
ellos. Más allá de los títulos de la ciudad, él era el Arcángel de Valbara. Gobernador
de todo este maldito territorio, y quien respondía solo ante los seis Asteri en la
Ciudad Eternal, la capital y el núcleo de Pangera. De todo el planeta de Midgard. Si
alguien podía mantener a Briggs en prisión, era él.
Danika llegó al final de las escaleras, tan abajo que se perdió de vista por la
inclinación del techo. Bryce se reclinó en el arco, escuchando mientras Danika decía:
—Hola, Syrinx. —El pequeño grito de alegría de la quimera de trece kilos hizo
eco por las escaleras.
Jesiba había comprado a la criatura Inferior hace dos meses, para el deleite de
Bryce. Él no es una mascota, le había advertido Jesiba. Es una criatura rara y costosa
adquirida con el único propósito de asistir a Lehabah en el cuidado de los libros. No
interfieras con sus obligaciones.
Bryce había fallado hasta ahora en informarle a Jesiba que Syrinx estaba más
interesado en comer, dormir, y obtener sobos en su panza que monitorear los
preciados libros. Sin importar que su jefa pudiera ver eso en cualquier momento, si
tan solo se molestara en revisar las docenas de registros de las cámaras en la librería.
Danika continuó arrastrando las palabras, la sonrisa perceptible en su voz,
—¿Qué te tiene las bragas tan tensas, Lehabah?
La duendecilla de fuego gruñó.
—Yo no uso bragas. O ropa. No quedan bien cuando estás hecha de fuego,
Danika.
Danika rio por lo bajo. Antes de que Bryce pudiera decidir si bajar para
presenciar el encuentro entre la duendecilla y el lobo, el teléfono de su escritorio
comenzó a sonar. Ya tenía una buena idea de quién podría ser.
Con sus tacones hundiéndose en la alfombra de felpa, Bryce alcanzó a contestar
el teléfono antes de que se fuera al correo de voz, ahorrándose un regaño de cinco
minutos.
—Hola, Jesiba.
Una voz hermosa y melodiosa contestó,
—Por favor dile a Danika Fendyr que si continúa usando el closet de
suministros como su acumulador personal, la convertiré en una lagartija.
2
Traducido por Vaughan & Freya
Corregido por Lieve

Para cuando Danika subió a la sala de exposiciones, Bryce había tolerado una
levemente amenazadora reprimenda de Jesiba sobre su ineptitud, un correo de una
clienta molesta demandando que Bryce hiciera el papeleo de la urna antigua que
había comprado para que pudiera presumirla a sus igualmente molestas amigas en
su fiesta del lunes, y dos mensajes de miembros de la manada de Danika husmeando
para saber si su Alfa estaba a punto de matar a alguien con respecto a la liberación
de Briggs.
Nathalie, la Tercera de Danika, había ido directo al grano: ¿Ya perdió su mierda
con respecto a Briggs?
Connor Holstrom, el Segundo de Danika, se tomó un poco más de tiempo con
respecto a lo que había mandado al éter. Siempre había una oportunidad de que se
filtrara información. ¿Has hablado con Danika? Fue todo lo que preguntó.
Bryce le estaba respondiendo a Connor:
Sí, tengo todo bajo control. Cuando un lobo gris del tamaño de un caballo
pequeño cerró la puerta de hierro de los archivos con una pata, sus garras haciendo
ruidos sobre el metal.
—¿Tanto odiaste mi ropa? —preguntó Bryce, levantándose de su asiento. Solo
los ojos caramelo de Danika permanecían iguales en esta forma, y solo esos ojos
suavizaban la amenaza y gracia pura que el lobo irradiaba con cada paso hacia el
escritorio.
—La tengo puesta, no te preocupes. —Largas y afiladas fauces se movieron con
cada palabra. Danika movió sus peludas orejas, tomando la computadora que había
sido apagada, y el bolso que Bryce había puesto en el escritorio—. ¿Vendrás
conmigo?
—Tengo que investigar algo para Jesiba —contestó Bryce mientras agarraba el
juego de llaves que abrían puertas a partes de su vida—. Ha estado molestándome
sobre encontrar de nuevo el Cuerno de Luna. Como si no hubiera estado intentando
encontrarlo sin parar desde la semana pasada.
Danika miró hacia una de las cámaras con vista a la sala de exposiciones,
montada detrás de una estatua sin cabeza de un fauno danzante que databa de hace
casi diez mil años. Su robusta cola se sacudió una vez.
—¿Para qué lo quiere?
Bryce se encogió de hombros.
—No he tenido las agallas para preguntarle.
Danika se dirigió hacia la puerta, cuidadosa de no permitir que sus garras
hicieran un solo rasguño a la carpeta.
—Dudo que vaya a regresarlo al templo como muestra de la bondad de su
corazón.
—Tengo el presentimiento de que Jesiba usaría el regresarlo para su
conveniencia —dijo Bryce. Anduvieron por la silenciosa calle una cuadra hacia
Istros, con el sol del mediodía calentando los adoquines, Danika siendo una muralla
sólida de pelaje y músculo entre Bryce y la acera.
El robo del cuerno sagrado durante el apagón había sido la mayor historia de
todo ese desastre: saqueadores habían usado el camuflaje de la oscuridad para
irrumpir en el Templo de Luna y llevarse la antigua reliquia Fae de su lugar de
descanso en el regazo de la deidad masiva situada en dicho lugar.
El mismo Arcángel Micah había ofrecido una pesada recompensa a cualquier
tipo de información relacionada con su recuperación, y prometido que los bastardos
irrespetuosos que lo habían robado serían castigados con justicia.
También conocida como crucifixión pública.
Bryce siempre había tenido un punto con respecto a no acercarse a la cuadra en
el DCC, donde usualmente yacían esas personas. En ciertos días, dependiendo del
viento y el calor, el olor de sangre y carne podrida podía esparcirse por cuadras
enteras.
Bryce caminaba al lado de Danika mientras el enorme lobo escaneaba la calle,
sus fosas nasales olfateando cada posible señal de amenaza. Bryce, siendo semi-Fae,
podía olfatear a la gente con más detalle que un humano normal. Entretenía a sus
padres sin fin cuando era niña al describir los aromas de cada una de las personas
en su pequeño pueblo de en una montaña, Nidaros. Los humanos no poseían forma
tal de interpretar al mundo. Pero sus habilidades no se comparaban a las de su
amiga.
Mientras Danika olfateaba la calle, su cola de agitó una vez, y no de felicidad.
—Relájate —dijo Bryce—. Harás saber tu opinión con los Líderes, y luego ellos
sabrán qué hacer al respecto.
Las orejas de Danika se agacharon.
—Todo está jodido, B. Todo.
Bryce frunció el ceño.
—¿Realmente me estás diciendo que cualquiera de los Líderes querrá a un
rebelde como Briggs libre? Encontrarán un error y mandarán su trasero de vuelta a
la prisión —agregó, porque Danika seguía sin poder mirarla—. No hay forma de que
la 33ra no esté monitoreando cada una de sus respiraciones. Si Briggs hace algo tan
simple como parpadear en la dirección equivocada, verá qué clase de dolor los
ángeles nos pueden causar. Hel, el Gobernador podría hasta enviar al Umbra Mortis
tras él. —El asesino personal de Micah, con el raro don del rayo en sus venas, podía
eliminar casi cualquier amenaza.
—Puedo controlar a Briggs yo misma —gruñó Danika, sus dientes brillando.
—Sé que puedes. Todos sabemos que puedes, Danika.
Danika estudió la calle frente a ella, echando un vistazo de reojo al póster
pegado a la pared de los seis Asteri en sus tronos, con un trono vacío para honrar a
su hermana caída, pero dejó escapar un suspiro.
Ella siempre tendría cargas y expectativas que cargar en sus hombros, las cuales
Bryce nunca tendría que soportar, y Bryce estaba demasiado agradecida por ese
privilegio. Cuando Bryce cometía un error, Jesiba usualmente le llamaba la atención
por unos cuantos minutos y eso era todo. Cuando Danika cometía un error, la noticia
se esparcía por los noticieros y a través de la interweb.
Sabine se encargaba de ello.
Bryce y Sabine se habían odiado la una a la otra desde el momento en que la Alfa
había hecho una mueca de desprecio a la compañera de habitación mestiza de su
hija aquel primer día en la UCC. Y Bryce había amado a Danika desde el momento en
que su compañera de cuarto le había ofrecido un estrechón de manos, habiendo
dicho después que Sabine estaba solo molesta porque esperaba a un vampiro
musculoso por el cual babear.
Danika rara vez dejaba que las opiniones de otros, especialmente de Sabine,
consumieran su arrogancia y alegría, pero en días duros como este… Bryce levantó
una mano y la pasó por la musculosa área de las costillas de Danika en una caricia
suave y reconfortante.
—¿Crees que Briggs vaya tras de ti o la manada? —preguntó Bryce, su estómago
dando vueltas. Danika no había atrapado a Briggs sola, él tenía cuentas que saldar
con todos ellos.
—No lo sé. —La nariz de Danika se arrugó.
Las palabras hicieron eco entre ellas. En combate mano-a-mano, Briggs nunca
sobreviviría contra Danika. Pero una de esas bombas podría cambiar todo. Si Danika
hubiera hecho el Descenso a la inmortalidad, probablemente sobreviviría. Pero dado
que no lo había hecho, ya que era la única de la Manada de Demonios quien no lo
había hecho aún… la boca de Bryce se secó.
—Ten cuidado —dijo Bryce quedamente.
—Lo tendré —contestó Danika, sus cálidos ojos todavía llenos de sombras. Pero
luego sacudió su cabeza, como si estuviera quitándose agua de encima, movimiento
meramente canino. Bryce a menudo se maravillaba con esto, que Danika pudiera
alejar sus miedos, o al menos enterrarlos lo suficiente para seguir adelante. En
efecto, Danika cambió de tema—. Tu hermano estará en la junta hoy.
Medio hermano. Bryce no se molestó en corregirla. Medio hermano y cerdo
completamente Fae.
—¿Y?
—Solo pensaba advertirte que lo voy a ver. —El rostro del lobo se suavizó
ligeramente—. Va a preguntarme cómo estás.
—Dile a Run que estoy ocupada haciendo mierda importante y que se vaya al
Hel.
Danika ahogó una risa.
—¿Dónde, exactamente, harás esta investigación sobre el paradero del Cuerno?
—En el templo —dijo Bryce con un suspiro—. Honestamente, he estado
buscando esta cosa por días enteros, y no he podido averiguar nada. Ni un
sospechoso, ni un rumor en el Mercado de Carne sobre que esté a la venta, ningún
motivo para siquiera molestarse con ello. Es lo suficientemente famoso como para
que quien lo tenga lo tenga bastante escondido. —Ella frunció el ceño hacia el cielo
despejado—. Me pregunto si el apagón estuvo ligado a ello… si alguien cortó la
electricidad de la ciudad para robarlo en medio del caos. Hay cerca de veinte
personas en esta ciudad capaces de hacer esa artimaña, y la mitad poseen los
recursos necesarios para lograrlo.
La cola de Danika se agitó.
—Si son capaces de hacer algo así, sugiero entonces que te mantengas alejada.
Mantén entretenida a Jesiba por un tiempo, hazla pensar que estás buscándolo, y
entonces abandona el caso. Para entonces el Cuerno saldrá de su escondite, o te hará
ir a otra estúpida búsqueda.
—Yo solo… creo que sería bueno encontrar el Cuerno —admitió Bryce—. Para
mi propio currículo. —Lo que fuera por Hel que eso podría ser. Un año trabajando
en la galería no había hecho nada más allá de generarle disgusto hacia las obscenas
cantidades de dinero que la gente despilfarraba en mierda antigua.
—Sí, lo sé. —Los ojos de Danika parpadearon.
Bryce se abrochó un pequeño pendiente de oro, un nudo de tres círculos
entrelazados, junto con la delicada cadena alrededor de su cuello.
Danika iba a patrullar equipada con garras, una espada y armas, pero la
armadura del día a día de Bryce consistía solamente en eso: un amuleto Arcano muy
apenas del tamaño de su pulgar, regalo de Jesiba en su primer día de trabajo.
Un traje de protección en un collar, Danika le había dicho maravillada cuando
Bryce le había mostrado las considerables protecciones del amuleto contra la
influencia de varios objetos mágicos. Los amuletos Arcanos no eran baratos, pero
Bryce no se molestaba en engañarse a sí misma sobre pensar en que el regalo de su
jefa fue dado de manera totalmente amable. Hubiera sido una pesadilla si Bryce no
tuviera uno.
Danika asintió hacia el collar.
—No te quites eso. Especialmente si estás buscando mierda como el Cuerno. —
Aunque los todopoderosos poderes del Cuerno hacía mucho tiempo que estaban
muertos, si había sido robado por alguien poderoso, ella necesitaría cada defensa
mágica posible con ello.
—Sí, sí —dijo Bryce, aunque Danika tenía razón. Nunca se había quitado el
collar desde que lo obtuvo. Si algún día Jesiba la corría del trabajo, sabía que tenía
que asegurarse de encontrar una forma de que el collar se fuera con ella. Danika
había dicho lo mismo varias veces, incapaz de detener ese instinto de Alpha de
proteger a toda costa. Era parte del por qué Bryce la amaba, y por qué se le hizo un
nudo en el pecho en ese momento con el mismo amor y gratitud.
El teléfono de Bryce vibró en su bolso, y ella lo sacó. Danika se asomó para ver,
notó quién era, y agitó su cola, sus orejas levantándose.
—No digas ni una palabra sobre Briggs —advirtió Bryce, y contestó la
llamada—. Hola, mamá.
—Hola, cariño. —La firme voz de Ember Quinlan sonó en su oído, generando
una sonrisa en el rostro de Bryce aún con más de trescientos kilómetros de distancia
entre ellas—. Quería volver a confirmar si la siguiente semana estaba bien para
visitarte.
—¡Hola, mami! —ladró Danika hacia el teléfono.
Ember soltó una risa. Ember siempre había sido mamá para Danika, inclusive
desde la primera vez que se conocieron. Y Ember, quien no había tenido más hijos
además de Bryce, había estado más que contenta de encontrarse a sí misma con una
segunda hija igual de traviesa y problemática.
—¿Danika está contigo?
Bryce rodó los ojos y sostuvo el teléfono hacia su amiga. Entre un paso y el
siguiente, Danika cambió de forma en un parpadeo, el enorme lobo reduciéndose a
la pequeña forma humana.
Quitando el teléfono de la mano de Bryce, Danika se lo puso sobre su oreja y
hombro mientras se ajustaba la blusa blanca de seda que Bryce le había prestado,
metiéndola en sus vaqueros. Había logrado quitar gran parte del mugre de aquel
caminante nocturno de sus pantalones y chaqueta de cuero, pero la camiseta
aparentemente había sido un caso perdido.
—Bryce y yo estamos tomando un paseo —respondió Danika en el teléfono.
Con las orejas puntiagudas de Bryce, podía escuchar a su madre perfectamente
mientras decía:
—¿A dónde?
Ember Quinlan hacía de la sobreprotección un deporte competitivo.
Mudarse aquí a Lunathion, había sido una prueba de voluntad. Ember había
aceptado solo cuando supo quién era la compañera de cuarto de primer año de Bryce
y luego le dio una charla a Danika sobre cómo hacer que Bryce se mantuviera a salvo.
Randall, el padrastro de Bryce, había piadosamente cortado la conversación de su
esposa después de treinta minutos sin parar.
Bryce sabe cómo protegerse a sí misma, le había recordado Randall a Ember. Nos
aseguramos de ello. Y Bryce mantendrá firme su entrenamiento mientras esté aquí,
¿verdad?
Bryce definitivamente lo había hecho. Había ido al campo de tiro justo unos días
atrás, yendo con los movimientos que Randall, su verdadero padre en lo que a ella
concernía, le había enseñado desde su niñez: armar un arma, apuntar a un objetivo,
controlar su respiración.
La mayoría de los días había descubierto que las armas podían ser brutalmente
mortales, y se sentía agradecida de que fueran altamente reguladas por la República.
Pero dado que ella tenía muy pocas formas de defenderse a sí misma salvo su
velocidad y unas cuantas buenas maniobras de posicionamiento, había aprendido
que para un humano, un arma podía hacer la diferencia entre vivir y ser asesinado.
Danika dijo una mentirilla.
—Nos estamos dirigiendo a un puesto ambulante en la Plaza Antigua,
queríamos un poco de kofta de cordero.
Antes de que Ember pudiera continuar con la interrogación, Danika agregó:
—Por cierto, B debió haber olvidado mencionar que de hecho iremos a Kalaxos
la siguiente semana. Ithan tiene un partido de sunball, así que iremos a apoyarlo.
Una verdad a medias. El partido iba a suceder, pero no había habido
conversación sobre ir a ver al hermano menor de Connor, el jugador estrella de la
UCC. Esta tarde, la Manada de Demonios se dirigiría al estadio de la UCC para apoyar
a Ithan, pero Bryce y Danika no se habían molestado en asistir a ningún partido
desde el segundo año, cuando Danika se estaba acostando con uno de los defensas.
—Que mal —dijo Ember. Bryce podía prácticamente escuchar el ceño fruncido
de su madre en el tono—. Realmente queríamos verlas.
Por Solas, esta mujer realmente era una maestra con la culpa. Bryce se encogió
de vergüenza y tomó de vuelta el teléfono.
—También nosotras, pero vamos a agendarlo al mes que viene.
—Pero eso es dentro de mucho…
—Mierda, un cliente se nos va a adelantar —mintió Bryce—. Me tengo que ir.
—Bryce Adelaide Quinlan…
—Adiós, mamá.
—¡Adiós, mamá! —repitió Danika, justo mientras Bryce colgaba.
Bryce suspiró hacia el cielo, ignorando los ángeles volando y aleteando, sus
sombras danzando sobre las calles bañadas de sol.
—Mensaje llegando en tres, dos…
Su teléfono vibró.
Ember había escrito, Si no te conociera, diría que nos estás evitando, Bryce. Tu
padre se sentirá mal por esto.
Danika dejó salir un silbido.
—Oh, ella es muy buena.
Bryce gruñó.
—No los voy a dejar venir a la ciudad si Briggs anda suelto por ahí.
La sonrisa de Danika se esfumó.
—Lo sé. Los seguiremos alejando hasta que hayamos resuelto todo. —Gracias a
Cthona por Danika, ella siempre tenía un plan para todo.
Bryce deslizó el celular en su bolso, dejando el mensaje de su madre sin
responder.

Cuando llegaron a la Puerta en el corazón de la Plaza Antigua, el arco de cuarzo


tan claro como un lago congelado, el sol reflejándose en su borde y lanzando y
reflejando pequeños arcoíris en uno de los edificios que lo flanqueaban. En el
Solsticio de Verano, cuando el sol se alineaba perfectamente con la Puerta, llenaba
la plaza entera de arcoíris, tantos que era como caminar dentro de un diamante.
Turistas pululaban alrededor del lugar, una fila de ellos zigzagueaba por la
plaza, todos esperando una oportunidad para tomarse una foto con el monumento
de seis metros de altura.
Uno de los siete en esta ciudad, todos esculpidos de enormes bloques de cuarzo
extraídos de las Montañas Laconian en el norte, la Puerta de la Plaza Antigua a
menudo era denominada como la Puerta Corazón, gracias a su ubicación en el centro
muerto de Lunathion, con las otras seis Puertas ubicadas equidistantemente, cada
una dando a un camino a las afueras de la ciudad amurallada.
—Deberían crear una vía de acceso especial para que los residentes crucen la
plaza —murmuró Bryce mientras rodeaban a los turistas y vendedores ambulantes.
—Y dar multas a los turistas por caminar lento —murmuró Danika de regreso,
pero dio una amplia sonrisa lobuna a una joven pareja humana que la reconoció, la
miraron boquiabiertos y comenzaron a tomar fotografías.
—Me pregunto qué pensarían si supieran que la salsa especial del caminante
nocturno está sobre ti —murmuró Bryce.
Danika le dio un codazo.
—Imbécil.
Ella dio un saludo amigable a los turistas y continuó caminando.
Al otro lado de la Puerta Corazón, en medio de un pequeño ejército de puestos
vendiendo comida y basura turística, una segunda fila de personas esperaba para
acceder a la calle dorada que sobresalía del lado del sur.
—Tendremos que pasar en medio de ellos para cruzar —dijo Bryce, frunciendo
el ceño a los turistas holgazaneando en el marchitante calor.
Pero Danika se detuvo, su rostro se giró en dirección la Puerta y la placa.
—Vamos a pedir un deseo.
—No voy a esperar en esa fila.
Por lo general, simplemente gritaban ebriamente sus deseos a la nada a altas
horas de la noche, cuando se tambaleaban de vuelta a casa desde el Cuervo Blanco y
la plaza estaba vacía. Bryce miró la hora en su celular.
—¿No tienes que ir al Comitium?
La fortaleza de cinco torres del Gobernador estaba por lo menos a unos quince
minutos caminando.
—Tengo tiempo —dijo Danika. Tomó la mano de Bryce, arrastrándola a través
de la multitud y en dirección a la verdadera atracción turística que era la Puerta.
Sobresaliendo del cuarzo, a aproximadamente metro y medio de distancia del
piso yacía la plataforma marcada: un bloque de oro sólido con siete diferentes gemas
incrustadas, una para cada barrio diferente de la ciudad, la insignia de cada distrito
grabada debajo.
Esmeralda y una rosa para Cinco Rosas. Ópalo y un par de alas para el Distrito
de Comercio Central, DCC. Rubí y un corazón para la Plaza Antigua. Zafiro y un roble
para Moonwood. Ametista y una mano humana para los Prados Asfódelos. Ojo de
tigre y una serpiente para el Mercado de Carne. Y ónix, tan oscuro que engullía la luz,
con una calavera y dos huesos cruzados para el Barrio de Huesos.
Por debajo del arco de piedras e insignias grabadas, un pequeño y redondo
disco se alzaba ligeramente, el metal desgastado por cientos de manos, garras, aletas
y cualquier otro tipo de extremidad.
A un lado había un letrero que decía: Toca bajo tu propio riesgo. No utilizarlo
durante el amanecer y el atardecer. Los transgresores serán multados.
Las personas en la fila, que esperaban para tener acceso al disco, parecían no
preocuparse por el riesgo.
Un par de risueños cambiaformas machos adolescentes, de algún tipo de felino,
por sus aromas, se incitaban a acercarse, codeándose y provocándose, desafiándose
entre sí para tocar el disco.
—Patético —dijo Danika, pasando la fila, las cuerdas y una guardia de la ciudad
que lucía aburrida, una joven hembra Fae, hacia el frente. Sacó una placa del interior
de su chaqueta de cuero y la mostró a la guardia, que se tensó al darse cuenta de
quién se había saltado la fila. Ni siquiera miró al emblema dorado de la arqueada
luna creciente con una flecha atravesada antes de retroceder.
—Esto es un asunto oficial del Aux —declaró Danika con un desconcertante
rostro serio—. Solo será un minuto.
Bryce contuvo la risa, plenamente consciente de las fulminantes miradas que
lanzaba la gente en la fila a sus espaldas.
—Si no van a hacerlo, entonces desaparezcan —dijo Danika lentamente a los
adolescentes.
Ellos se giraron en su dirección, y se pusieron tan pálidos como la muerte.
Danika sonrió, mostrando casi todos los dientes. No era una visión agradable.
—Santa mierda —susurró uno de ellos.
Bryce también escondió su sonrisa. Nunca pasaba de moda, el asombro.
Principalmente porque sabía que Danika se lo había ganado. Cada maldito día,
Danika se ganaba el asombro que florecía en los rostros de extraños cuando
avistaban su sedoso cabello color maíz sedoso y ese tatuaje en su cuello. Y el
asombro que hacía que los criminales en esta ciudad se lo pensaran dos veces antes
de meterse con ella y la Manada de Diablos.
Excepto por Philip Briggs. Bryce envío una plegaria a las profundidades azules
de Ogenas para que la diosa del mar le susurrase su sabiduría a Briggs para que se
mantuviera alejado de Danika si es que algún día realmente era liberado.
Los chicos se hicieron a un lado, y solo tardaron unos pocos milisegundos en
notar la presencia de Bryce también. El asombro en sus rostros se convirtió en
descarado interés.
Bryce resopló. Sigan soñando.
—Mi… mi maestro de historia dijo que las Puertas eran originalmente
dispositivos de comunicación —balbuceó uno de ellos, dirigiendo su atención de
Bryce a Danika.
—Apuesto a que consigues a todas las chicas con esos brillantes hechos —dijo
Danika sin mirar en su dirección, poco impresionada e indiferente.
Mensaje recibido, ellos se escabulleron de vuelta a la fila. Bryce sonrió
socarronamente y caminó hacia el lado de su amiga, mirando hacia abajo en
dirección a la plataforma marcada.
El chico estaba en lo correcto. Las siete Puertas de esta ciudad, cada una ubicada
por encima de una línea ley que recorría Lunathion, había sido diseñada como un
método rápido para que los guardias en los distritos se comunicaran entre ellos
hacía siglos. Cuando alguien simplemente ponía una mano en el disco de oro al
centro de la plataforma y hablaba, la voz de la persona viajaría a las otras Puertas,
una gema iluminándose con el distrito del cual la voz se originaba.
Por supuesto, se requería una gota de magia para hacerlo, literalmente la
chupaba como un vampiro de las venas de la persona que tocaba la plataforma, un
cosquilleo de poder y se iba para siempre.
Bryce levantó la mirada en dirección a la placa de bronce por encima de su
cabeza. Las Puertas de cuarzo eran memoriales, aunque no sabía de cuál guerra o
conflicto. Pero cada uno tenía la misma placa: El poder debe pertenecer siempre a
aquellos que dan sus vidas a la ciudad.
Considerando que era una declaración que podía ser interpretada como estar
en oposición al reinado de los Asteri, a Bryce siempre le había sorprendido que
permitieran que las Puertas siguieran en pie. Pero después de volverse obsoletos
con el advenimiento de los teléfonos, las puertas habían encontrado una segunda
vida cuando niños y turistas las empezaron a usar, al hacer que sus amigos fueran a
las otras puertas para poder susurrarse palabras sucias o maravillarse de la gran
novedad de un método tan anticuado de comunicación. Como era de esperar, los
fines de semana, los idiotas borrachos, una categoría a la que Bryce y Danika
pertenecían firmemente, se convertían en tal dolor de cabeza con sus gritos a través
de la Puerta, que la ciudad había instituido horarios de operación.
Y la tonta superstición creció, alegando que la Puerta podía hacer realidad los
deseos, y que dar una gota de tu poder era hacer una ofrenda a los cinco dioses.
Era una mierda, Bryce lo sabía, pero si hacía que Danika no tuviera tanto temor
a la liberación de Briggs, bueno, valía la pena.
—¿Qué vas a desear? —preguntó Bryce cuando Danika miró el disco y las gemas
oscuras sobre él.
La esmeralda de CiRo se encendió, una joven voz femenina se abrió paso para
chillar:
—¡Tetas!
La gente se rio a su alrededor, sonaba como agua goteando sobre piedra, y Bryce
se rio.
Pero la expresión de Danika se había vuelto solemne.
—Tengo demasiadas cosas que desear —dijo. Antes de que Bryce pudiera
preguntarle, Danika se encogió de hombros—. Pero supongo que desearé que Ithan
gane su partido de sunball esta noche.
Con eso, puso su palma sobre el disco. Bryce observó a su amiga mientras dejaba
salir un escalofrío y reía quedamente, retrocediendo. Sus ojos color caramelo
brillaron.
—Tu turno.
—Sabes que apenas y tengo algo de magia que valga la pena tomar, pero está
bien —dijo Bryce, sin dejarse aventajar, ni siquiera por un lobo Alfa. Desde el
momento en que Bryce entró a su dormitorio en su primer año, habían hecho todo
juntas. Solo ellas dos, como siempre sería.
Incluso habían planeado hacer el Descenso juntas… congelarse en la
inmortalidad en el mismo aliento, con miembros de la Manada de Diablos
Anclándolas.
Técnicamente, no era auténtica inmortalidad, los Vanir sí envejecían y morían,
ya fuera por causas naturales o por otros métodos, pero el proceso de
envejecimiento se ralentizaba de tal manera después del Descenso que,
dependiendo de la especie de cada uno, podían pasar siglos antes de que apareciera
alguna arruga. Los Fae podían durar mil años, los cambiaformas y brujas usualmente
cinco siglos, los ángeles estaban en algún punto intermedio. Los completamente
humanos no hacían el Descenso, ya que no portaban magia. Y comparados con los
humanos, con su ordinaria esperanza de vida y su lenta curación, los Vanir eran
esencialmente inmortales. Algunas especies tienen hijos que ni siquiera entran a la
madurez sino hasta que cumplían los ochenta. Y la mayoría eran muy, muy difíciles
de matar.
Pero Bryce rara vez pensaba en dónde caería ella en esa variedad, ya sea que su
sangre semi-Fae le garantizara cien años o mil. No importaba, siempre y cuando
Danika estuviera con ella durante todo el proceso. Empezando por el Descenso. Ellas
harían la mortal inmersión en su madurado poder juntas, encontrarían lo que fuera
que hubiera en el fondo de sus almas, y entonces volverían corriendo a la vida antes
de que la falta de oxígeno las dejara con muerte cerebral. O simplemente muertas.
No obstante, mientras Bryce heredará apenas el poder suficiente para hacer
divertidos trucos de fiesta, se esperaba que Danika reclamara un mar de poder que
la pondría en un rango muy por encima de Sabine. Probablemente igual al de la
realeza Fae, tal vez incluso por encima al del mismísimo Rey de Otoño.
Era insólito, que una cambiaformas tuviera esa clase de poder, y aun así todas
las pruebas en su niñez lo habían confirmado: una vez que Danika hiciera el
Descenso, se convertiría en un poder considerable entre los lobos, como de aquellos
que no se han visto desde los días antiguos al otro lado del mar.
Danika no se convertiría simplemente en Prime de los lobos de Ciudad Crescent.
No, ella tenía el potencial para ser el Alfa de todos los lobos. Del jodido planeta.
A Danika nunca pareció importarle una mierda. No planeaba su futuro
basándose en ello.
Veintisiete era la edad ideal para hacer el Descenso, lo decidieron juntas,
después de años de juzgar despiadadamente a los diversos inmortales que habían
marcado sus vidas por siglos y milenios. Justo antes de que apareciera alguna marca
permanente, o arrugas, o canas. Se limitaban a decir a cualquiera que preguntara,
¿Cuál es el punto de ser pateatraseros inmortales si tenemos las tetas caídas?
Idiotas vanidosas, había siseado Fury cuando se lo explicaron por primera vez.
Fury, que había hecho el Descenso a los veintiún años, no había escogido la edad
por sí misma. Simplemente sucedió, o fue forzada a ello, no lo sabían con seguridad.
La presencia de Fury en la UCC había sido únicamente una tapadera para una misión;
la mayor parte de su tiempo lo dedicaba a hacer cosas realmente jodidas por
repugnantes cantidades de dinero en Pangera. Ella hacia un punto en nunca dar
detalles.
Asesina, afirmó Danika. Incluso la dulce Juniper, la fauno que ocupaba la cuarta
parte de su pequeño cuarteto de amistad, admitió que lo más probable era que Fury
fuera una mercenaria. Ya sea que Fury fuera empleada ocasionalmente por los Asteri
y sus títeres del Senado Imperial, también estaba sujeto a debate. Pero a ninguna le
importaba realmente, no cuando Fury siempre les había cubierto la espalda cuando
la necesitaban. E incluso cuando no lo necesitaban.
La mano de Bryce se cubrió el disco de oro. La mirada de Danika era un peso
fresco en ella.
—Vamos, B, no seas cobarde.
Bryce suspiró, y puso su mano en la plataforma.
—Deseo que Danika se haga una manicura. Sus uñas lucen como la mierda.
Una corriente de electricidad la recorrió, aspirando ligeramente alrededor de
su ombligo, y entonces Danika estaba riendo, empujándola.
—Jodida imbécil.
Bryce pasó un brazo por encima de los hombros de Danika.
—Te lo merecías.
Danika le agradeció a la guardia de seguridad, que sonrió por la atención, e
ignoró a los turistas que seguían tomando fotografías. No hablaron sino hasta que
llegaron al extremo norte de la plaza, donde Danika se dirigiría hacia el cielo repleto
de ángeles y las torres del DCC, al inmenso complejo del Comitium en el centro, y
Bryce hacia el Templo de Luna, tres cuadras más adelante.
Danika levantó el mentón en dirección a las calles detrás de Bryce.
—Te veré en casa, ¿bueno?
—Ten cuidado. —Bryce soltó una respiración, tratando de sacudirse la
inquietud.
—Sé cuidar de mí misma, B —dijo Danika, pero amor brillaba en su mirada, una
gratitud que aplastó el pecho de Bryce, por el simple hecho de que alguien se
preocupaba de si vivía o moría.
Sabine era un pedazo de mierda. Nunca había susurrado o dado alguna pista
acerca de quién podía ser el padre de Danika. Así que Danika había crecido sin
absolutamente nadie, excepto su abuelo, que era demasiado viejo y retraído como
para salvar a Danika de la crueldad de su madre.
Bryce inclinó su cabeza en dirección al DCC.
—Buena suerte. No hagas enojar a demasiadas personas.
—Sabes que lo haré —dijo Danika con una sonrisa que no llegó a sus ojos.
3
Traducido por Irais A
Corregido por Lieve

La Manada de Demonios ya estaba en su apartamento cuando Bryce llegó a casa


del trabajo.
Habría sido imposible pasar por alto la risa estruendosa que la recibió antes de
que siquiera subiera la escalera del segundo piso, al igual que los gritos caninos de
diversión. Ambos habían continuado mientras ella subía el nivel restante del edificio
de apartamentos, durante el cual Bryce se quejó sobre sus planes arruinados de una
noche tranquila en el sofá.
Mientras soltaba una serie de maldiciones que harían sentir orgullosa a su
madre, Bryce abrió la puerta de hierro pintada de azul del apartamento,
preparándose para la embestida el carácter mandón lupino, la arrogancia y el
bullicio general en todos los asuntos de su vida. Y eso era solo Danika.
La manada de Danika convertía cada una de esas cosas en una forma de arte.
Principalmente porque reclamaban a Bryce como uno de los suyos, incluso si ella no
llevaba el tatuaje de su grupo en su cuello.
A veces se sentía mal por el futuro compañero de Danika, quien quiera que
fuera. El pobre bastardo no sabría qué lo golpeó cuando se uniera a ella. A menos
que el tipo también fuera lobo, aunque Danika tenía tanto interés en acostarse con
un lobo como Bryce.
Es decir, ni una jodida pisca.
Dando un buen empujón a la puerta con el hombro, sus bordes deformados se
atascaban la mayoría de las veces, principalmente gracias a la estampida de
alborotadores que actualmente se extendían por los varios sofás y sillones viejos.
Bryce suspiró al encontrar seis pares de ojos fijos en ella. Y seis sonrisas.
—¿Cómo estuvo el juego? —preguntó ella a nadie en particular, arrojando sus
llaves en el cuenco de cerámica medio ladeado que Danika había medio hecho
durante un curso de cerámica en la universidad. No había escuchado nada de Danika
sobre la liberación de Briggs más allá de un general te contaré en casa.
No podría haber sido tan malo si Danika había llegado al juego de sunball.
Incluso le había enviado a Bryce una foto de toda la manada frente al campo, con
Ithan una pequeña figura con casco en el fondo.
Más tarde apareció un mensaje del propio jugador estrella: La próxima vez, será
mejor que estés con ellos, Quinlan.
Ella le respondió: ¿El cachorrito me extrañó?
Lo sabes, había respondido Ithan.
—Ganamos —dijo Connor arrastrando las palabras desde donde descansaba en
el lugar favorito de ella en el sofá, con su camiseta gris de sunball levantada lo
suficiente como para revelar el corte de músculos y piel dorada.
—Ithan marcó el gol ganador —dijo Bronson, que todavía llevaba una camiseta
azul y plateada con Holstrom en la espalda.
El hermano pequeño de Connor, Ithan, tenía una membresía no oficial en la
Manada de Demonios. Él también resultó ser la segunda persona favorita de Bryce
después de Danika. Sus mensajes eran un flujo interminable de gruñidos y burlas,
fotos intercambiadas y una buena actitud refunfuñada sobre la actitud mandona de
Connor.
—¿De nuevo? —preguntó Bryce, quitándose los tacones de diez centímetros
blancos perlado—. ¿No puede Ithan compartir algo de la gloria con los demás
chicos? —Normalmente, Ithan habría estado sentado en ese sofá junto a su hermano,
obligando a Bryce a meterse entre ellos mientras veían televisión, pero en las noches
de juego, él generalmente optaba por festejar con sus compañeros de equipo.
Una media sonrisa tiró de una esquina de la boca de Connor mientras Bryce
mantuvo su mirada por más tiempo de lo que la mayoría de la gente consideraba
sabia. Sus cinco compañeros de manada, dos todavía en forma de lobo con colas
tupidas, sabiamente, mantuvieron sus bocas y fauces cerradas.
Era de conocimiento común que Connor habría sido Alfa de la Manada de
Demonios si Danika no hubiera estado presente. Pero a Connor no le molestaba. Sus
ambiciones no iban por ese rumbo. A diferencia de las de Sabine.
Bryce empujó su bolsa de lona con su equipo de baile de respaldo sobre el
perchero para dejar espacio para su bolso, y les preguntó a los lobos:
—¿Qué están viendo esta noche? —Fuera lo que fuese, ella ya había decidido
acurrucarse con una novela romántica en su habitación. Con la puerta cerrada.
Nathalie, hojeando revistas de chismes de celebridades en el sofá, no levantó la
cabeza cuando respondió:
—Algún nuevo procedimiento legal sobre una manada de leones tomando una
malvada corporación Fae.
—Suena como un verdadero ganador de premio —dijo Bryce. Bronson gruñó
su desaprobación. Los gustos masculinos masivos se inclinaban más hacia las
películas de casas de arte y documentales. Como era de esperar, a él nunca se le
permitía seleccionar el entretenimiento para las Noche de Manada.
Connor pasó un dedo calloso por el brazo enrollado del sofá.
—Llegas tarde a casa.
—Tengo un trabajo —dijo Bryce—. Quizás quieras conseguir uno. Para que
dejes de ser una sanguijuela en mi sofá.
Esto no era exactamente justo. Como el Segundo de Danika, Connor actuaba
como su ejecutor. Para mantener esta ciudad segura, él había matado, torturado,
mutilado, y luego había vuelto a salir y lo había vuelto a hacer antes de que la luna
se hubiera puesto.
Él nunca se quejó de eso. Ninguno de ellos lo hizo.
¿Qué sentido tiene quejarse?, había Danika dicho cuando Bryce le preguntó cómo
soportaba la brutalidad, ¿cuando no hay opción en unirse al Auxiliado? Los
cambiaformas nacidos de depredadores estaban destinados a ciertas manadas del
Aux antes de que siquiera nacieran.
Bryce trató de no mirar al lobo con cuernos tatuado en el costado del cuello de
Connor, prueba de esa predestinada vida de servicio. De su eterna lealtad a Danika,
la Manada de Demonios y al Aux.
Connor solo miró a Bryce con esa media sonrisa. La que hacía que sus dientes
rechinaran.
—Danika está en la cocina. Comiendo la mitad de la pizza antes de que podamos
comer algo.
—¡No estoy! —Vino la respuesta amortiguada.
La sonrisa de Connor creció.
La respiración de Bryce se volvió un poco desigual ante esa sonrisa, la luz
perversa en sus ojos.
El resto del grupo permaneció debidamente concentrado en la pantalla del
televisor, pretendiendo ver las noticias nocturnas.
Tragando, Bryce le preguntó:
—¿Algo que deba saber? —Traducción: ¿La reunión de Briggs fue un desastre?
Connor sabía a qué se refería. Él siempre lo hacía. Giró la cabeza hacia la cocina.
—Ya verás.
Traducción: No fue bien.
Bryce hizo una mueca y logró apartar su mirada de la de él para poder entrar a
la cocina. Sintió la mirada de Connor en cada paso del camino.
Y puede que ella agitara sus caderas. Solo un poquito.
Danika estaba, de hecho, metiéndose un trozo de pizza en la garganta, con los
ojos muy abiertos para advertir a Bryce que mantuviera la boca cerrada. Bryce notó
la súplica tácita y simplemente asintió.
Una botella de cerveza medio vacía goteaba condensación sobre el mostrador
de plástico blanco en el que se apoyaba Danika, su camisa de seda prestada estaba
húmeda de sudor alrededor del cuello. Su trenza caía sobre su hombro delgado, los
pocos mechones coloridos inusualmente disimulados. Incluso su piel pálida,
generalmente enrojecida por color y salud, se veía grisácea.
Por supuesto, la mala iluminación de la cocina, dos orbes empotrados de luz, no
era exactamente favorable para nadie, pero… cerveza. Comida. La manada
manteniendo su distancia. Y ese vacío de cansancio en los ojos de su amiga: sí, algo
de mierda se había venido abajo en esa reunión.
Bryce abrió la nevera, agarrando una cerveza para sí misma. La manada tenía
diferentes preferencias, y eran propensos a venir cada vez que lo deseaban, por lo
que el refrigerador estaba lleno de botellas y latas y lo que podría haber jurado era
una jarra de… hidromiel. Debía ser de Bronson.
Bryce agarró una de las favoritas de Nathalie, una cerveza de sabor lechoso y
cargada de lúpulo, y se giró en la parte superior.
—¿Briggs?
—Liberado oficialmente. Micah, el Rey del Otoño y la Oráculo estudiaron
detenidamente cada ley y reglamento y todavía no podían encontrar una forma de
evitar que sucediera. Ruhn incluso hizo que Declan hiciera algunas de sus
sofisticadas búsquedas tecnológicas y no encontró nada. Sabine ordenó a la Manada
Luna Cortada que vigilara a Briggs esta noche, junto con algunos de los 33ra. —Las
manadas tenían noches de descanso obligatorias una vez por semana, y esta era la
de la Manada de Demonios, sin negociación. De lo contrario, Bryce sabía que Danika
estaría allí, observando cada movimiento de Briggs.
—Así que todos están de acuerdo —dijo Bryce—. Al menos eso es bueno.
—Sí, hasta que Briggs explote algo o alguien. —Danika sacudió la cabeza con
disgusto—. Es una maldita mierda.
Bryce estudió a su amiga cuidadosamente. La tensión alrededor de su boca, su
cuello sudoroso.
—¿Qué está mal?
—Nada está mal.
Las palabras fueron pronunciadas demasiado rápido para ser creíbles.
—Algo te está carcomiendo. Mierda como esta con Briggs es grande, pero
siempre te recuperas. —Bryce entrecerró los ojos—. ¿Qué no me estás diciendo?
Los ojos de Danika brillaron.
—Nada. —Ella bebió de su cerveza.
Solo había otra respuesta.
—Supongo que Sabine estaba rara esta tarde.
Danika desgarró su pizza.
Bryce tomó dos tragos de cerveza y observó a Danika mirando en blanco hacia
los gabinetes de color verde azulado sobre el mostrador, la pintura astillada en los
bordes.
Su amiga masticó lentamente y luego dijo con un bocado de arina y queso:
—Sabine me acorraló después de la reunión. Justo en el pasillo afuera de la
oficina de Micah. Para que todos pudieran escucharla decirme que dos estudiantes
de investigación de la UCC fueron asesinados cerca del Templo de Luna la semana
pasada durante el apagón. Mi turno. Mi sección. Mi culpa.
Bryce hizo una mueca.
—¿Se tardó una semana en enterarse de esto?
—Aparentemente.
—¿Quién los mató?
Los estudiantes de la Universidad de Ciudad Crescent siempre estaban en la
Plaza Antigua, siempre causando problemas. Incluso como exalumnas Bryce y
Danika lamentaban a menudo el hecho de que no había una cerca eléctrica a la altura
del cielo que encerrara a los estudiantes en su rincón de la ciudad. Solo para evitar
que vomiten y orinen en toda la Plaza Antigua desde los viernes por la noche hasta
los domingos por la mañana.
Danika volvió a beber.
—No tengo idea de quién lo hizo. —Con un escalofrío, sus ojos color caramelo
se oscurecieron—. Incluso con sus aromas que los marcaban como humanos, les
llevó veinte minutos identificar quiénes eran. Los hicieron pedazos y se los comieron
parcialmente.
Bryce trató de no imaginarlo.
—¿Motivo?
La garganta de Danika se movió.
—Ni idea. Pero Sabine me dijo frente a todos exactamente lo que pensaba sobre
una carnicería pública sucediendo durante mi guardia.
Bryce preguntó:
—¿Qué dijo el Prime al respecto?
—Nada —dijo Danika—. El viejo se durmió durante la reunión, y Sabine no se
molestó en despertarlo antes de acorralarme. —Sería pronto ahora, decían todos,
solo cuestión de un año o dos hasta que el actual Prime de los lobos, de casi
cuatrocientos años, tuviera su Despedida por el Istros hacia el Barrio de Huesos para
su sueño final. De ninguna manera el bote negro se hundiría durante el rito final, de
ninguna manera su alma sería considerada indigna y dada al río. Él sería bienvenido
al reino del InfraRey, se le daría acceso a sus costas cubiertas de niebla… y entonces
comenzaría el reinado de Sabine.
Que los Dioses los perdonen a todos.
—No es tu culpa, ya sabes —dijo Bryce, levantando las tapas de cartón de las
dos cajas de pizza más cercanas. Salchicha, pepperoni y albóndigas en uno. El otro
contenía carnes selladas al fuego y quesos apestosos, sin duda era la elección de
Bronson.
—Lo sé —murmuró Danika, vaciando lo último de su cerveza, golpeando la
botella contra el fregadero y hurgando en la nevera por otra. Todos los músculos de
su cuerpo delgado parecían tensos, a punto de atacar. Cerró la nevera de golpe y se
apoyó contra ella. Danika no miró a Bryce a los ojos mientras decía:
—Estaba a tres cuadras esa noche. Tres. Y no escuché ni vi ni olí que fueran
hechos trizas.
Bryce se dio cuenta del silencio de la otra habitación. Escuchar con atención
tanto en forma humana como en forma de lobo significaba un interminable
espionaje concedido.
Ellas podían terminar esta conversación más tarde.
Bryce abrió el resto de las cajas de pizza, examinando el paisaje culinario.
—¿No deberías sacarlos de su miseria y dejarlos que coman antes de que
devores el resto?
Había tenido el placer de ver a Danika comer tres grandes tartas de una sola
vez. Con este tipo de humor, Danika bien podría romper su récord y llegar a las
cuatro.
—Por favor, déjanos comer —rogó la profunda y retumbante voz de Bronson
desde la otra habitación.
Danika bebió de su cerveza.
—Vengan a buscarla, chandosos.
Los lobos se apresuraron a entrar.
En el frenesí, Bryce estaba casi aplastada contra la pared trasera de la cocina,
con el calendario en la pared arrugándose detrás de ella.
Maldita sea, a ella le encantaba ese calendario: Los Solteros Más Calientes de
Ciudad Crescent: Edición Ropa Opcional. Este mes tenía al daemonaki más hermoso
que jamás había visto, su pierna apoyada en un taburete era lo único que evitaba
que todo se mostrara. Alisó las nuevas arrugas en toda esa piel y músculos
bronceados, los cuernos rizados, y luego se giró para fruncir el ceño a los lobos.
A un paso de distancia, Danika estaba entre su manada como una piedra en un
río. Ella sonrió a Bryce.
—¿Alguna actualización sobre tu búsqueda del Cuerno?
—No.
—Jesiba debe estar emocionada.
Bryce hizo una mueca.
—Súper emocionada. —Había visto a Jesiba durante dos minutos.
Esta tarde, antes de que la hechicera amenazara con convertir a Bryce en un
burro, y luego desapareció en un sedán con chofer hacia los dioses subían dónde. Tal
vez a hacer un recado para el InfraRey y la Casa oscura que gobernaba.
Danika sonrió.
—¿No tienes esa cita con cuál-sea-su-rostro esta noche?
La pregunta sonó a través de Bryce.
—Mierda. Mierda. Sí. —Ella hizo una mueca hacia el reloj de la cocina—. Dentro
de una hora.
Connor, tomando una caja de pizza entera para sí mismo, se puso rígido. Había
dejado en claro sus pensamientos sobre el novio ricachón de Bryce desde la primera
cita hace dos meses. Al igual que Bryce había dejado perfectamente claro que no le
importaba una mierda la opinión de Connor sobre su vida amorosa.
Bryce observó su espalda musculosa cuando Connor salió, girando sus anchos
hombros. Danika frunció el ceño. Ella nunca se perdía de una maldita cosa.
—Necesito vestirme —dijo Bryce, frunciendo el ceño—. Y su nombre es Reid, y
lo sabes.
Ella le dio una sonrisa lobuna.
—Reid es un nombre estúpido —dijo Danika.
—Uno, yo creo que es un nombre popular. Y dos, Reid es caliente. —Que los
Dioses la ayuden, Reid Redner era tan sexy como Hel. Aunque el sexo era… bien.
Estándar. Ella se había corrido, pero realmente había tenido que trabajar para ello.
Y no en la forma en que a veces le gustaba trabajar para ello. Más en el sentido de
Espérate ahí, Pon eso aquí, ¿Podemos cambiar de posición? Pero ella se había acostado
con él solo dos veces. Y se dijo a sí misma que podría llevar tiempo encontrar el ritmo
adecuado con una pareja. Incluso si…
Danika lo acaba de decir.
—Si agarra su teléfono para revisar sus mensajes antes de que su polla esté
apenas fuera de ti otra vez, ten respeto por ti y patea sus pelotas hacia el otro lado
de la habitación y vuelve a casa conmigo.
—¡Maldito Hel, Danika! —siseó Bryce—. Dilo un poco más malditamente alto.
Los lobos se habían quedado en silencio. Incluso su masticar se había detenido.
Luego reanudaron con sonidos un poco más altos.
—Al menos tiene un buen trabajo —dijo Bryce a Danika, quien cruzó sus
delgados brazos, brazos que ocultaban una fuerza tremenda y feroz, y la miró. Una
mirada que decía: Sí, uno que su papi le dio. Bryce agregó—: Y al menos no es un
psicópata Alfaimbécil que exigirá una maratón sexual de tres días y luego me llamará
su compañera, me encerrará en su casa y nunca más me dejará salir. —Por eso Reid,
humano Reid, sexo meh Reid, era perfecto.
—Te vendría bien una maratón sexual de tres días —bromeó Danika.
—Tú tienes la culpa de esto, y lo sabes.
Danika agitó una mano.
—Sí, sí. Mi primer y último error: juntarlos.
Danika conoció a Reid casualmente a través del trabajo de seguridad a tiempo
parcial que hizo para el negocio de su padre: una empresa masiva de magi-
tecnología propiedad humana en el Distrito de Comercio Central. Danika afirmó que
el trabajo era demasiado aburrido para molestarse en explicarlo, pero pagaba lo
suficiente como para no poder decir que no. Y más que eso: era un trabajo que ella
había elegido. No la vida a la que había sido empujada. Entonces, entre sus patrullas
y obligaciones con el Aux, Danika a menudo estaba en el rascacielos imponente en
el DCC, pretendiendo que tenía una oportunidad de tener una vida normal. Era
inaudito que cualquier miembro del Aux tuviera un trabajo secundario,
especialmente para un Alfa, pero Danika lo hizo funcionar.
No dolía que todos quisieran un pedazo de Industrias Redner en estos días.
Incluso Micah Domitus era un importante inversor en sus experimentos de
vanguardia. No fue nada fuera de lo común cuando el Gobernador invertía en todo,
desde tecnología hasta viñedos y escuelas, pero como Micah estaba en la eterna lista
de mierda de Sabine, enojar a su madre al trabajar para una compañía humana que
él apoyaba era probablemente incluso mejor para Danika que el sentido libertad y
el pago generoso.
Danika y Reid habían estado en la misma presentación una tarde hace meses,
exactamente cuando Bryce había estado soltera y se quejaba constantemente de
ello. Danika le había dado el número de Bryce a Reid en un último esfuerzo por
preservar su cordura.
Bryce se pasó una mano por el vestido.
—Necesito cambiarme. Guárdame un pedazo.
—¿No vas a salir a cenar?
Bryce se encogió.
—Sí. A uno de esos lugares pomposos, donde te dan mousse de salmón en una
galleta y lo llaman comida.
Danika se estremeció.
—Definitivamente debes comer antes entonces.
—Un pedazo —dijo Bryce, señalando a Danika—. Recuerda mi pedazo. —Miró
la caja que quedaba y salió de la cocina.
La Manada de Demonios ahora estaba en forma humana, menos Zelda, cajas de
pizza balanceadas sobre las rodillas o extendidas sobre la gastada alfombra azul.
Bronson se estaba sacudiendo por la jarra de cerámica de hidromiel, con los ojos
marrones fijos en el noticiero nocturno. Las noticias sobre la liberación de Briggs,
junto con imágenes granuladas del hombre humano escoltado fuera del complejo de
la cárcel en un traje blanco, comenzaron a mostrarse. Quien tenía el control remoto
cambió rápidamente el canal a un documental sobre el delta del Río Negro.
Nathalie le dio a Bryce una sonrisa come mierda mientras caminaba hacia la
puerta de su habitación en el extremo opuesto de la sala de estar. Oh, Bryce no sería
dejada en paz por ese pequeño detalle sobre el rendimiento de Reid en el dormitorio.
Especialmente cuando Nathalie estaba segura de que eso reflejaba las habilidades
de Bryce.
—Ni siquiera comiences —advirtió Bryce. Nathalie apretó los labios, como si
apenas pudiera contener el aullido de diversión perversa. Su elegante cabello negro
parecía temblar con el esfuerzo de contener la risa, sus ojos ónix casi brillaban.
Bryce ignoró intencionalmente la pesada mirada dorada de Connor mientras la
seguía por el espacio.
Lobos. Malditos lobos metiendo las narices en sus asuntos.
Nunca se les confundiría con humanos, aunque sus formas eran casi idénticas.
Demasiado altos, demasiado musculosos, demasiado quietos. Incluso la forma en
que comían sus pizzas, cada movimiento era deliberado y elegante, era un
recordatorio silencioso de lo que podían hacer a cualquiera que se metiera con ellos.
Bryce caminó sobre las piernas largas y extendidas de Zach, y evitó
cuidadosamente pisar la cola blanca como la nieve de Zelda, donde yacía en el suelo
junto a su hermano. Los lobos blancos eran gemelos, ambos delgados y de cabello
oscuro en forma humana, y completamente terroríficos cuando cambiaban. Los
Fantasmas: el apodo susurrado que los seguía a todas partes.
Así que sí. Bryce intentó realmente no pisar la esponjosa cola de Zelda.
Thorne, al menos, le lanzó a Bryce una sonrisa comprensiva desde donde estaba
sentado en el sillón de cuero medio podrido cerca de la televisión, su gorra de UCC
girada hacia atrás. Era la única otra persona en el apartamento que entendía cuán
entrometida podía ser la manada. Y a quién también le importaba el estado de ánimo
de Danika. La crueldad de Sabine.
Era una posibilidad muy remota para un Omega como Thorne ser notado por
un Alfa como Danika. No es como si Thorne lo hubiera insinuado. Pero Bryce lo veía:
la atracción que parecía ocurrir cuando Danika y Thorne estaban juntos en una
habitación, como si fueran dos estrellas orbitando entre sí.
Afortunadamente, Bryce llegó a su habitación sin escuchar ningún comentario
sobre la destreza de su novio, y cerró la puerta detrás de ella lo suficientemente
firme como para decirles a todos que se fueran a la mierda.
Dio tres pasos hacia su decaído armario verde antes de que la risa atravesara el
apartamento. Fue silenciada un momento después por un gruñido vicioso y no muy
humano. Profundo y retumbante y completamente letal.
No era el gruñido de Danika, que era como la muerte encarnada, suave, ronca y
fría. Este era de Connor. Lleno de calor, temperamento y sentimiento.
Bryce se sacó el polvo y la mugre que parecía cubrirla cada vez que hacía la
caminata de quince cuadras entre el apartamento y el delgado edificio de piedra
arenisca que ocupaba Antigüedades Griffin.
Unos cuantos ganchos cuidadosamente ubicados borraron la flacidez al final del
día que generalmente afectaba su pesado cabello rojo vino, y apresuradamente
aplicó una nueva capa de rímel para devolverle la vida a sus ojos color ámbar. Desde
la ducha hasta deslizarse sobre sus tacones de aguja negros, pasaron un total de
veinte minutos.
Prueba, se dio cuenta, de lo poco que realmente le importaba esta cita. Ella
pasaba una maldita hora en su cabello y maquillaje todas las mañanas. Sin contar la
ducha de treinta minutos para quedar reluciente, afeitada e hidratada. ¿Pero veinte
minutos? ¿Para cenar en el Perla y Rosa?
Sí, Danika tenía un punto. Y Bryce sabía que la perra estaba mirando el reloj, y
probablemente le preguntaría si el corto tiempo de preparación reflejaba cuánto
tiempo, exactamente, Reid podía mantenerlo funcionando.
Bryce miró en dirección a los lobos más allá de la puerta de su acogedora
habitación antes de inspeccionar el tranquilo refugio a su alrededor. Cada pared
estaba adornada con carteles de actuaciones legendarias en el Ballet de Ciudad
Crescent, más conocido como BCC. Una vez, se había imaginado allí arriba, entre los
pequeños Vanir, explotando en el escenario, turno tras turno, o haciendo llorar al
público con una agonizante escena de muerte. Una vez, había imaginado que podría
haber un lugar para una mujer mitad humana en ese escenario.
Incluso cuando le habían dicho una y otra vez que tenía el tipo de cuerpo
equivocado, no le había impedido amar el baile. No había detenido esa embriagadora
adrenalina al ver un baile en vivo, o de tomar clases de aficionados después del
trabajo, o de seguir a los bailarines del BCC de la misma manera que Connor, Ithan y
Thorne seguían a los equipos deportivos. Nada podría evitar que anhelara esa
sensación elevada que tenía cuando bailaba, ya sea en clase o en un club o incluso
en la maldita calle.
Juniper, al menos, no había sido disuadida. Había decidido que ella estaría allí a
largo plazo, que un fauno desafiaría las probabilidades y estaría en un escenario
construido para Faes, ninfas y sílfides, y los dejara a todos comiendo polvo. Y lo había
logrado.
Bryce soltó un largo suspiro. Hora de irse. Era una caminata de veinte minutos
hasta el Pearl and Rose, y en estos tacones, le tomaría veinticinco. No tiene sentido
tomar un taxi durante el caos y la congestión de jueves por la noche en la Vieja Plaza,
cuando el auto simplemente se quedaría allí.
Se puso los pendientes de perlas en las orejas, esperando a medias que
agregaran algo de clase a lo que podría considerarse un vestido un tanto
escandaloso. Pero tenía veintitrés años y podía disfrutar de su figura generosamente
curva. Le dio una pequeña sonrisa a sus piernas doradas mientras se giraba frente
al espejo de cuerpo completo en la pared para admirar la pendiente de su trasero
con el ceñido vestido gris y el indicio de ese tatuaje todavía dolorido en su espalda,
antes de ir a la sala.
Danika dejó escapar una risa malvada que retumbó por encima del programa
de naturaleza que los lobos estaban mirando.
—Apuesto cincuenta monedas de plata a que los porteros no te dejarán pasar
por las puertas luciendo así.
Bryce silenció a su amiga cuando la manada se echó a reír.
—Lo siento si te hago sentir cohibida por tu culo huesudo, Danika.
Thorne soltó una carcajada.
—Al menos Danika lo compensa con su personalidad ganadora.
Bryce sonrió al guapo Omega.
—Eso debe explicar por qué tengo una cita y ella no ha estado en una desde
hace… ¿cuánto tiempo? ¿Tres años?
Thorne guiñó un ojo, sus ojos azules se deslizaron hacia la cara ceñuda de
Danika.
—Debe ser por eso.
Danika se recostó en su silla y apoyó los pies descalzos sobre la mesa de café.
Cada uña de sus pies estaba pintada de un color diferente.
—Solo han pasado dos años —murmuró—. Imbéciles.
Bryce acarició la cabeza de seda de Danika cuando pasó. Danika mordisqueó
hacia sus dedos, sus dientes brillaron.
Bryce se rio entre dientes, entrando en la cocina estrecha. Buscó a través de los
gabinetes superiores, el vidrio golpeando mientras buscaba…
Ah. La ginebra.
Bebió un trago. Luego otro.
—¿Una noche difícil por delante? —preguntó Connor desde donde se apoyaba
contra la puerta de la cocina, con los brazos cruzados sobre su pecho musculoso.
Una gota de la ginebra había aterrizado en su barbilla. Bryce evitó por poco
embarrarse el labial rojo como el pecado en la boca con el dorso de su muñeca y en
su lugar optó por tocarse con una servilleta sobrante de la pizza. Como una persona
educada.
Ese color debería llamarse Rojo Mamada, había dicho Danika la primera vez que
Bryce lo había usado. Porque eso es todo en lo que cualquier hombre pensará cuando
lo uses. Y por supuesto, los ojos de Connor se habían pegado directamente en sus
labios. Entonces Bryce dijo tan despreocupadamente como pudo:
—Sabes que me gusta disfrutar de mis jueves por la noche. ¿Por qué no
comenzar temprano?
Se balanceó en sus pies mientras volvía a poner la ginebra en el armario
superior, el dobladillo de su vestido se elevó precariamente alto. Connor estudió el
techo como si fuera inmensamente interesante, su mirada solo se cruzó con la de
ella cuando ella se enderezó nuevamente. En la otra habitación, alguien subió el
volumen de la televisión a un nivel que sacudía tímpanos.
Gracias, Danika.
Ni siquiera la audición de lobos podría acallar esa cacofonía para escuchar a
escondidas.
La sensual boca de Connor se movió hacia arriba, pero él permaneció en la
puerta.
Bryce tragó saliva, preguntándose qué asqueroso sería bajar la quemadura de
la ginebra con la cerveza que había dejado calentándose en el mostrador.
Connor dijo:
—Mira. Nos conocemos desde hace un tiempo…
—¿Un discurso ensayado?
Él se enderezó, color llenando sus mejillas. El Segundo en la Manada de
Demonios, el más temido y letal de todas las unidades, se sonrojó.
—No.
—Eso sonó como una introducción ensayada para mí.
—¿Puedes dejar que te invite a una cita, o necesito entrar en una pelea contigo
sobre mis palabras primero?
Ella resopló, pero sus entrañas se retorcieron.
—No salgo con lobos.
Connor le lanzó una sonrisa arrogante.
—Haz una excepción.
—No. —Pero ella sonrió levemente.
Connor simplemente dijo con inquebrantable arrogancia que solo un
depredador inmortal podría lograr:
—Me deseas. Te deseo. Ha sido así por un tiempo, y jugar con estos machos
humanos no ha hecho nada para hacerte olvidarlo, ¿verdad?
No, no lo ha hecho. Pero con voz misericordiosamente tranquila a pesar de su
corazón atronador ella dijo:
—Connor, no saldré contigo. Danika es lo suficientemente mandona. No
necesito otro lobo, especialmente un lobo macho, tratando de manejar mi vida. No
necesito a más Vanir metiéndose en mis asuntos.
Sus ojos dorados se atenuaron.
—No soy tu padre.
No se refería a Randall.
Ella se apartó del mostrador, caminando hacia él. Y la puerta del apartamento
más allá. Iba a llegar tarde.
—Eso no tiene nada que ver con esto, contigo. Mi respuesta es no.
Connor no se movió y ella se detuvo a escasos centímetros de distancia. Incluso
con tacones, aunque ella estaba en el lado más alto de la altura promedio, él se alzaba
sobre ella. Dominaba todo el espacio con solo una respiración.
Como lo haría cualquier Alfaimbécil. Como lo que su padre Fae le había hecho a
una Ember Quinlan, a sus diecinueve años, cuando la persiguió, la sedujo, trató de
retenerla y se adentró tanto en un territorio posesivo que en el momento en que
Ember se dio cuenta de que llevaba a su bebé… que llevaba a Bryce, ella huyó antes
de que él pudiera olerlo y encerrarla en su villa en CiRo hasta que ella se hiciera
demasiado mayor para interesarle.
Lo cual era algo que Bryce no se permitía considerar. No después de que se
hicieron los análisis de sangre y salió de la oficina de la medwitch sabiendo que se
parecía a su padre Fae en más formas que solo el cabello rojo y las orejas
puntiagudas.
Tendría que enterrar a su madre algún día, enterrar a Randall también. Lo cual
era completamente esperado, si eras humano. Pero el hecho de que ella siguiera
viviendo unos cuantos siglos más, con solo fotos y videos para recordarle sus voces
y rostros, hacía que su estómago se retorciera.
Ella debería haber tomado un tercer trago de la ginebra.
Connor permaneció inmóvil en la puerta.
—Una cita no me enviará a un ataque de histeria territorial. Ni siquiera tiene
que ser una cita. Solo… pizza —terminó, mirando las cajas apiladas.
—Tú y yo salimos mucho. —Lo hacían: en las noches en que Danika era llamada
para reunirse con Sabine o los otros comandantes Aux, él a menudo traía comida o
se reunía con ella en uno de los muchos restaurantes que en la animada cuadra del
apartamento.
—Si no es una cita, ¿qué hace la diferencia?
—Sería un ensayo. Para una cita de verdad —dijo Connor entre dientes.
Ella levantó una ceja.
—¿Una cita para decidir si quiero salir contigo?
—Eres imposible. —Él se alejó del marco de la puerta—. Nos vemos más tarde.
Sonriendo para sí misma, lo siguió fuera de la cocina, encogiéndose ante la
televisión monstruosamente ruidosa que los lobos estaban mirando muy, muy
atentamente.
Incluso Danika sabía que había límites en cuanto a lo lejos que podía empujar a
Connor sin consecuencias serias.
Por un instante, Bryce debatió en agarrar al Segundo por los hombros y explicar
que sería mejor encontrar una lobo dulce y agradable que quisiera tener una camada
de cachorros, y que realmente no quería a alguien que era diez tipos de jodida,
todavía le gustara salir de fiesta, que no era mejor que una estudiante de la UCC al
vomitar en un callejón oscuro, y que no estaba del todo segura de si podía amar a
alguien, no cuando Danika era todo lo que realmente necesitaba de todos modos.
Pero ella no agarró a Connor, y cuando Bryce tomó sus llaves del cuenco al lado
de la puerta, él se había desplomado en el sofá, nuevamente en el lugar de ella, y
estaba mirando fijamente la pantalla.
—Adiós —dijo ella a nadie en particular.
Danika encontró su mirada desde el otro lado de la habitación, sus ojos aún
cautelosos, pero levemente divertidos. Le guiñó un ojo.
—Emociónate, perra.
—Emociónate tú, imbécil —respondió Bryce, las palabras salieron de su lengua
con la facilidad de años de uso.
Pero fue el añadido de Danika:
—Te amo. —Mientras Bryce se deslizaba por el sucio pasillo lo que la hizo dudar
con la mano en el pomo.
Danika tardó algunos años en decir esas palabras, y todavía las usaba con
moderación. Danika inicialmente había odiado cuando Bryce se las dijo, incluso
cuando Bryce le explicó que había pasado la mayor parte de su vida diciéndolas, por
si acaso era la última vez. En caso de que no pudiera despedirse de las personas que
más le importaban. Y había necesitado una de sus aventuras más jodidas, una
motocicleta hecha chatarra, y literalmente tener varias armas apuntándoles a la
cabeza, para que Danika pronunciara las palabras, pero al menos ahora las decía. A
veces.
Dejando de lado la liberación de Briggs. Sabine realmente debe haber hecho un
número a Danika.
Los tacones de Bryce golpearon el suelo de baldosas desgastadas mientras se
dirigía a las escaleras al final del pasillo. Tal vez debería cancelarle a Reid. Podía
tomar unos botes de helado de la tienda de la esquina y acurrucarse en la cama con
Danika mientras veían sus absurdas comedias favoritas.
Tal vez llamaría a Fury y vería si podría hacerle una pequeña visita a Sabine.
Pero… ella nunca pediría eso de Fury. Fury mantenía su mierda profesional
fuera de sus vidas, y sabían que no debían hacer demasiadas preguntas. Solo Juniper
podría salirse con la suya.
Honestamente, no tenía sentido que ella fueran amigas: la futura Alfa de todos
los lobos, una asesina a sueldo bien pagado con clientes al otro lado del mar, una
bailarina increíblemente talentosa y la única fauna que alguna vez ha honrado el
escenario del Ballet de Ciudad Crescent y… ella.
Bryce Quinlan. Asistente de una hechicera. Bailarina frustrada con el tipo de
cuerpo equivocado. Ligona crónica de frágiles hombres humanos que no tenían idea
de qué hacer con ella. Y mucho menos qué hacer con Danika, si alguna vez llegaban
lo suficientemente lejos en el campo de citas.
Bryce bajó las escaleras pisoteando, frunciendo el ceño a uno de los orbes de luz
que se proyectaba en la pintura gris azulada decadente un alivio parpadeante. El
propietario iba por lo más barato posible en cuanto a la luz, probablemente
desviándola en lugar de pagarle a la ciudad como todos los demás.
Todo en este edificio de apartamentos era una mierda, para ser honesta.
Danika podría costearse algo mejor. Bryce ciertamente no podía. Y Danika la
conocía lo suficientemente bien como para no sugerir que ella sola pagara por uno
de los apartamentos más bonitos y relucientes a la orilla del río o en el DCC.
Entonces, después de la graduación, solo habían mirado los lugares que Bryce podía
permitirse con su sueldo; esta mierda en particular era lo menos miserable.
A veces, Bryce deseaba haber aceptado el dinero de su monstruoso padre,
deseaba no haber decidido desarrollar algo de moralidad en el momento exacto en
que ese asqueroso le había ofrecido montañas de monedas de oro a cambio de su
silencio eterno sobre él. Al menos entonces estaría descansando junto a la cubierta
de una piscina en un edificio de la altura del cielo, mirando con ojos bien abiertos a
los ángeles mientras pasaban, y no evitando las babas de un conserje que le miraba
el pecho cada vez que tenía que quejarse de que el vertedero de basura estaba
bloqueado una vez más.
La puerta de cristal en la parte inferior de la escalera conducía a la calle
oscurecida por la noche ya repleta de turistas, juerguistas y residentes con ojos
vidriosos tratando de abrirse paso entre las ruidosas multitudes después de un largo
y caluroso día de verano. Un macho draki vestido con un traje y corbata pasó
rápidamente, con una bolsa de mensajero flotando en su cadera mientras se abría
paso alrededor de una familia de una especie de cambiaformas equina, tal vez
caballos, a juzgar por sus olores llenos de cielos abiertos y campos verdes, todo tan
ocupados tomando fotos por lo que todos permanecían ajenos a cualquiera que
intentara llegar a algún lado.
En la esquina, un par de malakim aburridos vestidos con la armadura negra de
la 33ra mantuvieron sus alas apretadas contra sus poderosos cuerpos, sin duda para
evitar que cualquier viajero apurado o idiota borracho las tocara. Si tocas las alas de
un ángel sin permiso tendrías suerte de si solo llegas a perder una mano.
Cerrando firmemente la puerta de cristal detrás de ella, Bryce se empapó de la
maraña de sensaciones que era esta antigua y vibrante ciudad: el calor seco del
verano que amenazaba con derretir sus huesos; el sonido de las bocinas de los autos
que se deslizaban a través del siseo constante y el derrame de la música que se
filtraba de los salones de fiesta; el viento del Río Istros a tres cuadras de distancia
balanceaba las palmeras y los cipreses; el toque de salmuera del mar turquesa
cercano; el olor seductor y suave de la noche a jazmín envuelto alrededor de la cerca
de hierro del parque cercano; el aroma a vomito, orina y cerveza rancia; las
llamativas especias ahumadas que sellaban el cordero asándose lentamente en el
carrito del vendedor en la esquina… todo la golpeó en un beso que la despertaba.
Intentando no romperse los tobillos en los adoquines, Bryce inhaló la ofrenda
nocturna de la Ciudad Crescent, la bebió profundamente y desapareció por la calle
repleta.
4
Traducido por Irais A
Corregido por Lieve

El Perla y Rosa era todo lo que Bryce odiaba de esta ciudad.


Pero al menos Danika ahora le debía sus cincuenta monedas de plata.
Los guardias la habían dejado pasar, subir los tres escalones y atravesar las
puertas abiertas de bronce del restaurante.
Pero ni cincuenta monedas de plata harían diferencia en el pago de esta comida.
No, esto estaría firmemente en la zona de oro.
Reid ciertamente podía permitírselo. Dado el tamaño de su cuenta bancaria,
probablemente ni siquiera miraría la cuenta antes de entregar su tarjeta negra.
Sentada en una mesa en el corazón del comedor dorado, debajo de los
candelabros de cristal que colgaban del techo intrincadamente pintado, Bryce tomó
dos vasos de agua y media botella de vino mientras esperaba.
Veinte minutos después, su teléfono sonó en su bolso negro. Si Reid le
cancelaba, ella lo mataría. No había manera de que ella pudiera pagar el vino, no sin
tener que renunciar a las clases de baile por el próximo mes. Dos meses, en realidad.
Pero los mensajes no eran de Reid, y Bryce los leyó tres veces antes de devolver
su teléfono a su bolso y verterse otra copa de vino muy, muy costoso.
Reid era rico y llegaba tarde. Él se lo debía a ella.
Especialmente porque la gente de rangos superiores de Ciudad Crescent le
estaban haciendo muecas de desprecio por su vestido, piel expuesta, orejas Fae pero
claramente cuerpo humano.
Mestiza, casi podía escuchar el odioso término mientras lo pensaban. La
consideraban una trabajadora inferior en el mejor de los casos. Presa y basura en el
peor de los casos.
Bryce sacó su teléfono y leyó los mensajes por cuarta vez.
Connor había escrito: Sabes que soy una mierda hablando. Pero lo que quería
decir, antes de que intentaras pelear conmigo, por cierto, era que creo que vale la pena.
Tú y yo. Dándonos una oportunidad.
Él había añadido: Estoy loco por ti. No quiero a nadie más. No lo he hecho por
mucho tiempo. Una cita. Si no funciona, lo solucionaremos. Pero solo dame una
oportunidad. Por favor.
Bryce seguía mirando los mensajes, su cabeza giraba por todo ese maldito vino,
cuando finalmente apareció Reid. Cuarenta y cinco minutos tarde.
—Lo siento, cariño —dijo él, inclinándose para besar su mejilla antes de
deslizarse en su silla. Su traje gris carbón seguía inmaculado, su piel dorada brillaba
por encima del cuello de su camisa blanca. Ningún cabello castaño oscuro en su
cabeza estaba fuera de lugar.
Reid tenía los modales de alguien educado con dinero, educación y sin puertas
cerradas a sus deseos. Los Redner eran una de las pocas familias humanas que se
habían unido a la alta sociedad de los Vanir y se vestían para el papel. Reid era
meticuloso sobre su apariencia, hasta el último detalle. Había aprendido que cada
corbata que usaba se había seleccionado para resaltar el verde de sus ojos color
avellana. Sus trajes siempre estaban impecablemente cortados en su cuerpo
tonificado. Ella podría haberlo llamado vanidoso, si ella misma no pusiera tanta
consideración en sus propios atuendos. Si no hubiera sabido que Reid trabajaba con
un entrenador personal por la razón exacta por la que ella seguía bailando, más allá
de su amor por ello, asegurándose de que su cuerpo estuviera preparado para
cuando se necesitara su fuerza para escapar de cualquier posible depredador que
acechara las calles.
Desde el día en que los Vanir se habían arrastrado por la Grieta del Norte y
habían tomado Midgard hace eternidades, un evento que los historiadores llamaron
Cruce, huir era la mejor opción si un Vanir decidía hacerse una comida contigo. Eso
es, si no tuvieras una pistola o bombas o alguna de las cosas horribles que personas
como Philip Briggs habían creado para matar incluso a una criatura de curación
rápida y larga vida.
A menudo ella se preguntaba cómo había sido todo antes de que este planeta se
encontrara ocupado por criaturas de tantos mundos diferentes, todos ellos mucho
más avanzados y civilizados que este, cuando solo había humanos y animales
ordinarios. Incluso su sistema de calendario remontaba al Cruce, y al tiempo
anterior y posterior a él: E.H., y E.V. Era humana y Era Vanir.
Reid levantó las cejas oscuras ante la botella de vino casi vacía.
—Buena elección.
Cuarenta y cinco minutos. Sin una llamada o un mensaje para decirle que
llegaría tarde. Bryce apretó los dientes.
—¿Algo surgió en el trabajo?
Reid se encogió de hombros y buscó en el restaurante a funcionarios con los
cuales codearse. Como el hijo de un hombre que tenía su nombre en letras de diez
metros de largo en tres edificios en el DCC, la gente generalmente hacía fila para
conversar con él.
—Algunos de los malakim están inquietos por la evolución del conflicto de
Pangera. Necesitaban tranquilidad de que sus inversiones seguían siendo sólidas. La
llamada duró mucho.
El conflicto de Pangera, la lucha que Briggs tanto deseaba traer a este territorio.
El vino que se le había subido a la cabeza se convirtió en una piscina aceitosa en sus
entrañas.
—¿Los ángeles piensan que la guerra podría extenderse hasta aquí?
Al no ver a nadie de interés en el restaurante, Reid abrió su menú encuadernado
en cuero.
—No. Los Asteri no dejarían que eso sucediera.
—Los Asteri dejaron que sucediera allí.
Los labios de él se torcieron en una mueca.
—Es un tema complicado, Bryce. —Conversación terminada. Ella lo dejó volver
a estudiar el menú.
Los informes sobre el territorio a través del Mar Haldren fueron sombríos: la
resistencia humana estaba preparada para aniquilarse a sí misma en lugar de
someterse a los Asteri y al gobierno del Senado elegido. Durante cuarenta años, la
guerra se había desatado en el vasto territorio de Pangera, destruyendo ciudades,
arrastrándose hacia el mar tempestuoso. Si el conflicto lo llegara a cruzar, Ciudad
Crescent, asentada en la costa sureste de Valbara a mitad de camino de una
península llamada la Mano por la forma de la tierra árida y montañosa que le
sobresalía, sería uno de los primeros lugares en su camino.
Fury se negaba a hablar sobre lo que vio allí. Lo que ella hizo allí. Para qué lado
luchó. La mayoría de los Vanir no encontraban divertido un desafío a su reinado de
más de quince mil años.
La mayoría de los humanos tampoco encontraban tan divertidos quince mil
años de casi esclavitud, de ser presa, comida y prostituidos. Sin importar que en los
últimos siglos, el Senado Imperial haya otorgado a los humanos más derechos, con
la aprobación de los Asteri, por supuesto. El hecho seguía siendo que cualquiera que
se saliera de la línea sería arrojado de vuelta al lugar donde habían comenzado:
literal esclavos de la República.
Los esclavos, al menos existían principalmente en Pangera. Unos pocos vivían
en Ciudad Crescent, es decir, entre los ángeles guerreros de la 33ra, la legión
personal del Gobernador, marcados por el tatuaje de esclavos SPQM en sus muñecas.
Pero se mezclaban, en su mayoría.
Ciudad Crescent, a pesar de que sus habitantes más ricos eran imbéciles de
grado A, todavía era un complot fundido. Uno de los raros lugares donde ser humano
no necesariamente significaba toda una vida de trabajo. Aunque no te daba derecho
a mucho más.
Una hembra Fae de cabello oscuro y ojos azules captó la mirada superficial de
Bryce alrededor de la habitación, su chico al otro lado de la mesa marcándola como
una especie de noble.
Bryce nunca había decidido a quién odiaba más: a los malakim alados o a los
Fae. Los Fae, probablemente, ya que su considerable magia y gracia les hacía pensar
que se les permitía hacer lo que quisieran, con quien quisieran. Un rasgo compartido
con muchos miembros de la Casa de Cielo y Aliento: ángeles fanfarrones, sílfides
nobles y elementales enfurecidos.
Casa de Imbéciles y Bastardos, Danika siempre los llamaba. Aunque su propia
lealtad a la Casa de Tierra y Sangre podría haber opacado un poco su opinión,
especialmente cuando los cambiaformas y Fae estaban siempre en desacuerdo.
Nacida en dos Casas, Bryce se había visto obligada a ceder su lealtad a la Casa
de Tierra y Sangre como parte de aceptar el rango de civitas que su padre le había
otorgado. Había sido el precio a pagar por aceptar el codiciado estatus de ciudadana:
él solicitaría la ciudadanía completa, pero ella tendría que reclamar al Cielo y Aliento
como su Casa. Lo había resentido, resentía al bastardo por hacerla elegir, pero
incluso su madre había visto que los beneficios superaban los costos.
Tampoco es que haya muchas ventajas o protecciones para los humanos dentro
de la Casa de Tierra y Sangre. Ciertamente no para el joven sentado con la hembra
Fae.
Hermoso, rubio y no más de veinte años, probablemente tenía la décima parte
de la edad de su acompañante Fae. La piel bronceada de sus muñecas no tenía
indicios del tatuaje de cuatro letras que lo marcaba como esclavo. Así que tenía que
estar con ella por su propia voluntad, o deseo de lo que ella le ofreciera: sexo, dinero,
influencia. Sin embargo, era una ganga de tontos. Ella lo usaría hasta que se
aburriera, o él envejeciera demasiado, y luego arrojaría su trasero a la calle, él
todavía ansiando esas riquezas Fae.
Bryce inclinó la cabeza hacia la noble, quien descubrió sus dientes demasiado
blancos ante la insolencia. La hembra Fae era hermosa, pero la mayoría de los Fae lo
eran.
Encontró a Reid mirando, con un ceño fruncido en su hermoso rostro. Él sacudió
la cabeza, hacia ella, y continuó leyendo el menú.
Bryce sorbió su vino. Hizo señas al camarero para que le trajera otra botella.
Estoy loco por ti.
Connor no toleraría las burlas, los susurros. Tampoco Danika. Bryce había sido
testigo de cómo ambos golpeaban a los estúpidos imbéciles que le habían susurrado
insultos, o que la confundían con una de las muchas mujeres medio Vanir que se
ganaban la vida vendiendo sus cuerpos en el Mercado de Carne.
La mayoría de esas mujeres no tenían la oportunidad de completar el Descenso,
ya sea porque no llegaban al umbral de madurez o porque obtenían el extremo corto
del palo con una corta vida mortal. Había depredadores, tanto nacidos como
entrenados, que utilizaban el mercado de carne como terreno de caza personal.
El teléfono de Bryce sonó, justo cuando el camarero finalmente se acercó, con
una botella de vino fresca en la mano. Reid frunció el ceño de nuevo, su
desaprobación fue lo suficientemente fuerte como para que ella se abstuviera de leer
el mensaje hasta que hubiera ordenado su sándwich espumoso de carne con queso.
Danika había escrito: Deja al bastardo de polla flácida y saca a Connor de su
miseria. Una cita con él no te matará. Lleva años esperando, Bryce. Años. Dame algo
para sonreír esta noche.
Bryce se encogió cuando volvió a guardar el teléfono en su bolso. Levantó la
vista para encontrar a Reid en su propio teléfono, con los pulgares volando, sus
rasgos cincelados iluminados por la pantalla oscura. Su invención, hace cinco
décadas, se había producido en el famoso laboratorio tecnológico de Industrias
Redner, y propulso a la compañía a una fortuna sin precedentes. Una nueva era de
vinculación del mundo, todos clamaban. Bryce pensó que solo daban a las personas
una excusa para no hacer contacto visual. O ser malas citas.
—Reid —dijo ella. Él solo levantó un dedo.
Bryce golpeó una uña roja en su copa de vino. Ella mantenía sus uñas largas, y
tomaba un elixir diario para mantenerlas fuertes. No son tan efectivas como patas o
garras, pero podrían causar algo de daño. Al menos lo suficiente como para escapar
de un asaltante.
—Reid —dijo ella de nuevo. Él siguió escribiendo y levantó la vista solo cuando
apareció el primer plato.
De hecho, era una mousse de salmón. Sobre un pan crujiente, y encerrado en
una celosía de plantas verdes rizadas. Pequeños helechos, tal vez. Ella tragó su risa.
—Adelante, come —dijo Reid distante, escribiendo de nuevo—. No me esperes.
—Un bocado y habré terminado —murmuró ella, levantando el tenedor, pero
preguntándose cómo Hel se comería eso. Nadie a su alrededor usaba sus dedos,
pero… la hembra Fae hizo una mueca hacia ella de nuevo.
Bryce dejó el tenedor. Dobló su servilleta en un cuadrado limpio antes de
levantarse.
—Me voy.
—Está bien —dijo Reid, con los ojos fijos en su pantalla. Claramente él pensaba
que ella iría al baño. Podía sentir los ojos de un ángel bien vestido en la mesa de al
lado recorrer la extensión de pierna desnuda y luego escuchó la silla gemir cuando
él se echó hacia atrás para admirar la vista de su trasero.
Ese era exactamente el por qué mantenía sus uñas fuertes.
Pero ella le dijo a Reid:
—No, me voy. Gracias por la cena.
Eso lo hizo mirar hacia arriba.
—¿Qué? Bryce, siéntate. Come.
Como si llegar tarde y estar hablando por teléfono, no fuera parte de esto. Como
si ella fuera solo algo que necesitaba alimentar antes de follar. Ella dijo claramente:
—Esto no está funcionando.
La boca de él se tensó.
—¿Perdón?
Dudaba que alguna vez lo hubieran dejado. Ella dijo con una dulce sonrisa:
—Adiós, Reid. Buena suerte con el trabajo.
—Bryce.
Pero por los dioses, ella tenía la suficiente maldita autoestima como para no
dejarle explicar, no para aceptar sexo que simplemente estaba bien, básicamente a
cambio de comidas en restaurantes que nunca podría permitirse, y un hombre que
de verdad ondeó una mano hacia ella y volvió a pegarse a ese teléfono. Así que tomó
la botella de vino y se alejó de la mesa, pero no hacia la salida.
Se acercó a la hembra Fae de las muecas y su juguete humano y dijo con una voz
fría que habría hecho que incluso Danika retrocediera:
—¿Te gusta lo que ves?
La mujer le dirigió una mirada evaluadora, desde los tacones de Bryce hasta su
cabello rojo y la botella de vino que colgaba de sus dedos. La hembra Fae se encogió
de hombros e hizo que las piedras negras de su largo vestido brillaran.
—Pagaré una moneda de oro para verlos a los dos. —Ella inclinó su cabeza hacia
el humano en su mesa.
Él le ofreció a Bryce una sonrisa, su rostro vacío sugirió que estaba drogado con
alguna algo.
Bryce sonrió a la hembra.
—No sabía que las hembras Fae se habían vuelto tan tacañas. Se decía en la calle
que nos pagarían oro de a montones para fingir que no están desprovistos de vida
como las Parcas entre las sábanas.
El rostro bronceado de la hembra se puso blanco. Las uñas brillantes y
desgarradoras de carne se enterraron en el mantel. El hombre frente a ella ni
siquiera se estremeció.
Bryce puso una mano sobre el hombro del hombre, para consolarlo o para
enojar a la hembra, no estaba segura. Ella apretó ligeramente, nuevamente
inclinando su cabeza hacia la hembra, y se fue.
Dejó de la botella de vino y ondeó una mano a la anfitriona mientras se dirigía
a través de las puertas de bronce. Luego cogió un puñado de fósforos del tazón sobre
el stand.
Las disculpas sin aliento de Reid hacia la noble resonaban detrás de ella cuando
Bryce salió a la calle seca y cálida.
Bueno, mierda. Eran las nueve en punto, estaba vestida decentemente, y si
volvía a ese apartamento, caminaría en círculos hasta que Danika le arrancara la
cabeza. Y los lobos metieran sus narices en sus asuntos, de los cuales no quería
hablar con ellos en lo absoluto.
Lo que le dejó una opción. Su opción favorita, afortunadamente.
Fury contesto en el primer tono.
—Qué.
—¿Estás en este lado de los Haldren o en el equivocado?
—Estoy en Cinco Rosas. —La voz plana y fría estaba mezclada con un toque de
diversión, prácticamente una risa, viniendo de Fury—. Pero no iré a ver televisión
con los cachorros.
—¿Quién en Hel querría hacer eso?
Una pausa en la línea. Bryce se apoyó contra el exterior de piedra pálida del
Perla y Rosa.
—Pensé que tenías una cita con cuál-sea-su-rostro?
—Tú y Danika son lo peor, ¿lo sabías?
Prácticamente escuchó la sonrisa malvada de Fury a través de la línea.
—Te veré en el Cuervo en treinta minutos. Necesito terminar un trabajo.
—Pónselo fácil al pobre bastardo.
—Eso no es lo que me pagaron para hacer.
Se cortó la llamada. Bryce juró y rezó para que Fury no apestara a sangre cuando
llegara a su club preferido. Ella marcó otro número.
Juniper estaba sin aliento cuando contesto al quinto tono, justo antes de que
fuera al buzón de voz. Ella debe haber estado en el estudio, practicando fuera de
horario. Como siempre hacía. Como a Bryce le encantaba hacer cada vez que tenía
un rato libre. Para bailar, bailar y bailar, dejando que el mundo se desvaneciera en
nada más que música, aliento y sudor.
—Oh, lo dejaste, ¿verdad?
—¿La maldita Danika les envió un mensaje a todos?
—No —respondió la dulce y encantadora fauna—, pero llevas solo una hora en
tu cita. Dado que las llamadas de resumen generalmente ocurren la mañana
siguiente…
—Vamos al Cuervo —espetó Bryce—. Estate allí en treinta. —Colgó antes de
que la risa brillante de Juniper la hiciera maldecirla.
Oh, encontraría una manera de castigar a Danika por decírselo. Aunque sabía
que había sido una advertencia, prepararlas para recoger cualquier pieza, si fuera
necesario. Justo como Bryce había consultado con Connor sobre el estado de Danika
más temprano esa noche.
El Cuervo Blanco estaba a solo cinco minutos a pie, justo en el corazón de la
Plaza Antigua. Lo que dejó a Bryce con el tiempo suficiente para meterse en
problemas de verdad o enfrentar lo que había estado evitando durante una hora.
Ella optó por los problemas.
Muchos problemas, lo suficiente como para vaciar las siete monedas de oro que
tanto le costó ganar cuando se las entregó a una sonriente hembra draki, que deslizó
todo lo que Bryce le pidió en la palma de su mano. La mujer había tratado de
venderle una nueva droga para fiestas (El sinte te hará sentir como una diosa, había
dicho), pero las treinta monedas de oro por una sola dosis habían estado muy por
encima del nivel salarial de Bryce.
Aún le quedaban cinco minutos. De pie frente al Cuervo Blanco, el club todavía
estaba lleno de fiesteros a pesar del plan fallido de Briggs de destruirlo, Bryce sacó
su teléfono y abrió la conversación con Connor. Apostaría todo el dinero que
acababa de gastar en raíz de risas que él estaba revisando su teléfono cada dos
segundos.
Los autos pasaban, el bajo de sus sistemas de sonido resonando en los
adoquines y cipreses, las ventanas estaban abiertas para revelar a los pasajeros
ansiosos por comenzar su jueves: bebiendo; fumando; cantando junto a la música;
enviando mensajes a amigos, traficantes, y a quienquiera que los llevara a una de las
docenas de clubes que bordeaban la calle Archer. Las filas ya serpenteaban desde
las puertas, también en el Cuervo. Los Vanir miraban con anticipación la fachada de
mármol blanco, peregrinos bien vestidos que esperaban a las puertas de un templo.
El Cuervo era solo eso: un templo. O lo había sido. Un edificio ahora llevado a
las ruinas, pero la pista de baile seguía siendo las piedras antiguas y originales del
templo de un dios olvidado hace mucho tiempo, y los pilares de piedra tallada en
todo el lugar todavía estaban en pie desde aquel momento. Bailar en el interior era
adorar a ese dios sin nombre, inspirado en las antiguas tallas de sátiros y faunos
bebiendo, bailando y follando en medio de las vides. Un templo para el placer, eso
era lo que había sido una vez. Y en lo que se había convertido de nuevo.
Un grupo de jóvenes de leones de montaña cambiaformas merodeaban por el
camino, algunos retorciéndose para gruñir en invitación. Bryce los ignoró y se
acercó a una alcoba a la izquierda de las puertas de servicio del Cuervo. Se apoyó
contra la piedra resbaladiza, metió el vino en el hueco de su brazo, apoyó un pie en
la pared detrás de ella mientras sacudía la cabeza al escuchar la música que salía de
un auto cercano y finalmente escribió: Pizza. Sábado a las seis de la noche. Si llegas
tarde, se acabó.
Al instante, Connor comenzó a escribir en respuesta. Entonces la burbuja se
detuvo. Luego comenzó de nuevo.
Entonces, finalmente, llegó el mensaje.
Nunca te haré esperar.
Ella puso los ojos en blanco y escribió: No hagas promesas que no puedas
cumplir.
Más de escribir, eliminar y escribir por parte de él. Entonces: ¿Lo dices en serio,
sobre la pizza?
¿Parece que estoy bromeando, Connor?
Parecías deliciosa cuando saliste del apartamento.
El calor se acumuló en ella y se mordió el labio. Bastardo encantador y
arrogante. Dile a Danika que voy al Cuervo con Juniper y Fury. Te veré en dos días.
Hecho. ¿Qué pasó con cuál-sea-su-rostro?
REID esta oficialmente dejado.
Bueno. Me preocupaba tener que matarlo.
Se le revolvieron las tripas.
Él añadió rápidamente: Bromeaba, Bryce. No seré alfaimbécil contigo, lo
prometo.
Antes de que pudiera responder, su teléfono volvió a sonar.
Danika, esta vez. CÓMO TE ATREVES A IR AL CUERVO SIN MÍ. TRAIDORA.
Bryce resopló. Disfruta la Noche de Manada, perdedora.
NO TE DIVIERTAS SIN MÍ. TE LO PROHIBO.
Sabía que por mucho que matara a Danika quedarse, no dejaría a la manada. No
en la única noche que todos tenían juntos, la noche en la que solían mantener fuertes
los lazos entre ellos. No después de este día tormentoso de mierda. Y especialmente
no mientras Briggs andaba suelto, con una razón para vengarse de la manada de
Demonios.
Esa lealtad era la razón por la que amaban a Danika, por qué luchaban tan
ferozmente por ella, iban al barro una y otra vez cuando Sabine se preguntaba
públicamente si su hija era digna de las responsabilidades y el estatus de segunda
en la fila. La jerarquía de poder entre los lobos de la Ciudad Crescent era dictada solo
por el dominio, pero el linaje de tres generaciones que conformaba el Prime de los
lobos, pero el linaje de tres generaciones conformado por el Prime de los lobos,
Prime Sucesor y lo que fuera Danika (¿Sucesora Prime Sucesora?) Era una rareza.
Antiguas líneas de sangre potentes era la explicación habitual.
Danika había pasado incontables horas investigando la historia de la manada de
cambiaformas dominantes en otras ciudades, por qué los leones habían llegado a
gobernar en Hilene, por qué los tigres supervisaban a Korinth, por qué los halcones
reinaban en Oia. Si el dominio que determinaba que el estado de Prime Alfa pasaba
por las familias o se las saltaba. Los cambiaformas no depredadores podrían
encabezar el Aux de una ciudad, pero era raro. Honestamente, la mayoría aburría a
Bryce hasta las lágrimas. Y si Danika alguna vez supo por qué la familia Fendyr
reclamaba una parte tan grande del pastel de dominio, nunca se lo había dicho a
Bryce.
Bryce le respondió a Connor: Buena suerte manejando a Danika.
Él simplemente respondió: Ella me está diciendo lo mismo de ti.
Bryce estaba a punto de guardar su teléfono cuando la pantalla volvió a
parpadear.
Connor había añadido, No te arrepentirás de esto. He tenido mucho tiempo para
descubrir todas las formas en que te voy a malcriar. Toda la diversión que vamos a
tener.
Acosador. Pero ella sonrió.
Ve y disfrutarlo. Te veré en unos días. Envíame un mensaje cuando estés a salvo
en casa.
Volvió a leer la conversación dos veces porque ella realmente era una absoluta
perdedora y estaba debatiendo pedirle a Connor que se saltara la espera y viniera
ahora, cuando algo frío y metálico presionó contra su garganta.
—Y estás muerta —arrulló una voz femenina.
Bryce chilló, tratando de calmar su corazón que había pasado de estúpido a
vertiginoso a estúpidamente asustado en el lapso de un latido.
—Joder, no hagas eso —siseó ella a Fury cuando la mujer bajó el cuchillo de la
garganta de Bryce y lo enfundó a su espalda.
—No seas un blanco andante —dijo Fury con frialdad, su largo cabello color
ónix atado en una cola de caballo que resaltaba las líneas afiladas de su rostro
marrón claro.
Ella escaneó la fila hacia el Cuervo, sus ojos castaños hundidos marcaban todo
y prometían muerte a cualquiera que se la cruzara. Pero debajo de eso…
afortunadamente, los pantalones de cuero negro, su top de terciopelo ceñido y las
botas pateatraseros no olían a sangre. Fury le dio una mirada de arriba abajo a Bryce.
—Apenas te pusiste maquillaje. Ese pequeño humano debería haberte echado
un vistazo y saber que estabas a punto de dejar su trasero.
—Estaba demasiado ocupado en su teléfono para darse cuenta.
Fury miró intencionadamente el teléfono de Bryce, todavía apretado con un
agarre mortal en su mano.
—Danika te clavará las bolas en la pared cuando le diga que te pillé así de
distraída.
—Es su culpa —espetó Bryce.
Una sonrisa aguda fue su única respuesta. Bryce sabía que Fury era Vanir, pero
no tenía idea de qué tipo. Tampoco tenía idea de a qué casa pertenecía Fury.
Preguntar no era cortés, y Fury, aparte de su velocidad, gracia y reflejos
sobrenaturales, nunca había revelado otra forma, ni ningún indicio de magia más
allá de lo básico.
Pero ella era una civitas. Una ciudadana con pleno derecho, lo que significaba
que tenía que ser algo que consideraran digno. Dadas sus habilidades, la Casa de
Sombra y Llama era el lugar más probable para ella, incluso si Fury ciertamente no
era un daemonaki, vampiro o incluso un espectro. Definitivamente tampoco una
bruja convertida en hechicera como Jesiba. O una nigromante, ya que sus dones
parecían estar cobrando vidas, no devolviéndolas ilegalmente.
—¿Dónde está la de piernas largas? —preguntó Fury, tomando la botella de
vino de Bryce y sacudiéndose mientras examinaba los clubes y bares a lo largo de la
calle Archer.
—Hel si lo sé —dijo Bryce. Le guiñó un ojo a Fury y levantó la bolsa de plástico
de raíz de risas, agitando los doce cigarrillos negros enrollados—. Nos conseguí
algunas golosinas.
La sonrisa de Fury fue un destello de labios rojos y dientes blancos y rectos.
Metió la mano en el bolsillo trasero de sus pantalones y levantó una pequeña bolsa
de polvo blanco que brillaba con una iridiscencia ardiente en el resplandor de la
farola.
—Yo también.
Bryce miró el polvo de reojo.
—¿Es eso lo que la traficante acaba de tratar de venderme?
Fury se quedó quieta.
—¿Qué dijo ella que era?
—Una nueva droga para fiestas, te da un efecto divino, no lo sé. Súper caro.
Fury frunció el ceño.
—¿Sinte? Mantente alejada. Eso es mierda mala.
—Está bien. —Ella confiaba lo suficiente en Fury para prestar atención a la
advertencia. Bryce miró el polvo que Fury aún sostenía en su mano—. No puedo
tomar nada que me haga alucinar durante días, por favor. Tengo que trabajar
mañana. —Al menos tenía que fingir que tenía alguna idea de cómo encontrar ese
maldito Cuerno.
Fury metió la bolsa en su sostén negro. Volvió a beber de la botella de vino antes
de devolvérsela a Bryce.
—Jesiba no podrá olerlo, no te preocupes.
Bryce unió los codos con la delgada asesina.
—Entonces vamos a hacer que nuestros antepasados se revuelquen en sus
tumbas.
5
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

Ir a una cita con Connor en unos días no significaba que tuviera que
comportarse.
Entonces, en lo profundo del santuario del Cuervo Blanco, Bryce saboreó cada
deleite que se le ofrecía.
Fury conocía al dueño, Riso, ya sea por trabajo o por lo que sabía Hel hiciera son
su vida personal, y por eso, nunca tuvieron que esperar en la fila. El extravagante
cambiaformas mariposa siempre dejaba una cabina abierta para ellas.
Ninguno de los sonrientes camareros vestidos de colores que trajeron sus
bebidas siquiera parpadearon ante las líneas de polvo blanco brillante que Fury
cortó con un barrido de su mano o ante las columnas de humo que salieron de los
labios abiertos de Bryce mientras inclinaba la cabeza hacia el techo abovedado
cubierto de espejos y se echaba a reír.
Juniper tenía una clase al amanecer, así que se abstuvo del polvo y de fumar y
de beber. Pero eso no le impidió escapar durante unos veinte minutos con un macho
Fae de piel marrón oscura y pecho ancho, rostro exquisito y cabello negro rizado,
largas piernas terminadas en delicados cascos y prácticamente le rogó de rodillas a
la fauno para poder tocarlo.
Bryce se perdió en el ritmo palpitante de la música, en la euforia que llenaba su
sangre más rápido que un ángel cayendo del cielo, en el sudor deslizándose por su
cuerpo mientras se retorcía en la antigua pista de baile. Apenas podría caminar
mañana y tendría medio cerebro, pero santa mierda… más, más, más.
Riendo, se abalanzó sobre la mesa baja en su cabina privada entre dos columnas
medio desmoronadas; riendo, se arqueó, una uña roja soltó su agarre sobre una fosa
nasal mientras se hundía contra el banco de cuero oscuro; riendo, bebió agua y vino
de saúco y regresó tropezando con la multitud danzante.
La vida era buena. La vida era jodidamente buena, y dioses, no podía esperar a
hacer el Descenso con Danika y hacer esto hasta que la tierra se convirtiera en polvo.
Encontró a Juniper bailando en medio de una manada de sílfides celebrando el
exitoso Descenso de un amigo. Sus cabezas plateadas estaban adornadas con
círculos de palitos neón con los dotes designados a su amiga por su primera luz, que
se había generado cuando completó con éxito el Descenso. Juniper había logrado
conseguir un halo de palitos neón para ella, y su cabello brillaba con una luz azul
mientras extendía sus manos hacia Bryce, sus dedos uniéndose mientras bailaban.
La sangre de Bryce latía al ritmo de la música, como si ella hubiera sido creada
solo para esto: el momento en que se convirtió en las notas, el ritmo y el bajo, cuando
se convirtió en canción. Los ojos brillantes de Juniper le dijeron a Bryce que ella
entendía, que siempre había entendido la particular libertad, alegría y
desencadenamiento que provenía del baile. Como si sus cuerpos estuvieran tan
llenos de sonido que apenas podían contenerlo, apenas podían soportarlo, y solo
bailar podría expresarlo, aliviarlo, honrarlo.
Machos y hembras se reunieron para mirar, su lujuria cubriendo la piel de Bryce
como sudor. Todos los movimientos de Juniper coincidían con los de ella sin dudarlo,
como si fueran preguntas y respuestas, sol y luna.
Tranquila y hermosa, Juniper Andromeda, la exhibicionista. Incluso bailando en
el sagrado y antiguo corazón del Cuervo, era dulce y suave, pero brillaba.
O tal vez eso era por todo el polvo que Bryce había inhalado por la nariz.
Su cabello se aferraba a su cuello sudoroso, sus pies estaban completamente
entumecidos gracias al pronunciado ángulo de sus tacones, su garganta estaba
devastada por los gritos ante las canciones que resonaban en el club.
Se las arregló para enviar algunos mensajes a Danika, y un video, porque de
todos modos apenas podía leer los mensajes que le llagaban.
Estaría realmente jodida si apareciera mañana en el trabajo incapaz de leer.
El tiempo se ralentizó y sangró. Aquí, bailando entre los pilares y sobre las
piedras desgastadas por el tiempo del templo que había renacido, el tiempo no
existía.
Tal vez ella se quedaría a vivir aquí.
Renunciaría a su trabajo en la galería y viviría en el club. Podrían contratarla
para bailar en una de las jaulas de acero que colgaban del techo de cristal sobre las
ruinas del templo que formaban la pista de baile. Estaba segura de que no le dirían
estupideces sobre un tipo de cuerpo equivocado. No, le pagarían por hacer lo que
amaba, lo que la hacía sentirse viva como ninguna otra cosa.
Parecía un plan suficientemente razonable, pensó Bryce mientras tropezaba
por su calle más tarde sin recordar haber dejado el Cuervo, despedirse de sus
amigas, o de cómo Demonios había llegado allí. ¿Taxi? Ella se había gastado todo en
drogas. A menos que alguien hubiera pagado…
Como sea. Lo pensaría mañana. Si lograba a dormir. Quería mantenerse
despierta, bailar para siempre. Solo que… oh, le dolían sus jodidos pies. Y estaban
casi negros y pegajosos…
Bryce se detuvo frente a la puerta de su edificio y gimió mientras desabrochaba
sus tacones y los tomaba con una mano. Un código. Su edificio tenía un código para
entrar.
Bryce contempló el teclado como si un par de ojos fueran a abrirse y se lo fueran
a decir. Algunos edificios hacían eso.
Mierda. Mieeerda. Sacó su teléfono, la luz deslumbrante de la pantalla le quemó
los ojos. Entrecerrándolos, pudo distinguir unas cuantas docenas de notificaciones
de mensajes. Su vista se nubló, sus ojos intentaron y fallaron en enfocarse lo
suficiente como para leer una sola palabra coherente. Incluso si de alguna manera
lograra llamar a Danika, su amiga le arrancaría la cabeza.
El chirrido del timbre del edificio molestaría aún más a Danika. Bryce se
encogió, saltando de un pie a otro.
¿Cuál era el código? El código, el código, el cóoodigo…
Oh, ahí estaba. Metido en un bolsillo trasero de su mente.
Tecleó alegremente los números, luego escuchó el zumbido cuando la cerradura
se abrió con un leve sonido metálico.
Frunció el ceño ante el hedor de la escalera. Ese maldito conserje. Le patearía el
trasero. Lo empalaría con estos tacones baratos e inútiles que le habían destrozado
los pies.
Bryce puso un pie descalzo en la escalera e hizo una mueca. Esto iba a doler.
Dolor tipo caminata sobre vidrio.
Dejó que sus tacones cayeran al suelo de baldosas, susurrando una ferviente
promesa de buscarlos mañana, y se agarró a la barandilla de metal pintada de negro
con ambas manos. Tal vez podría sentarse en la barandilla y subir por ahí las
escaleras.
Dioses, apestaba aquí. ¿Qué comían las personas en este edificio? O, para el caso,
¿a quién se comieron? Esperaba que no fuera una estúpida hembra medio Fae que
no podía esperar a subir las escaleras.
Si Fury le hubiera dado el polvo con otra cosa, ella jodidamente la mataría.
Resoplando ante la idea de incluso intentar matar a la infame Fury Axtar, Bryce
se arrastró escaleras arriba, paso a paso.
Se debatió dormir en el rellano del segundo nivel, pero el hedor era abrumador.
Tal vez tendría suerte y Connor todavía estaría en el apartamento. Entonces
realmente tendría suerte.
Dioses, ella quería buen sexo. Sexo-sin-límites, gritar a todo pulmón. Sexo que
rompiera la cama. Ella sabía que Connor sería así. Más que eso. Iría mucho más allá
de lo físico con él. Honestamente, podría derretir lo que quedara de su mente
después de esta noche.
Era por eso que había sido una cobarde, por qué había evitado pensar en eso
desde el momento en que se apareció en su puerta hace cinco años, después de haber
venido a saludar a Danika y conocer a su nueva compañera de cuarto, y ellos
simplemente… se miraron.
Tener a Connor viviendo a cuatro puertas el primer año había sido la peor
tentación. Pero Danika le había dado la orden de mantenerse alejado hasta que
Bryce se le acercara a él, y aunque aún no habían sido parte de la Manada de
Demonios, Connor obedeció. Parecía que Danika había levantado la orden esta
noche.
La encantadora y malvada Danika. Bryce sonrió cuando casi se arrastró hasta el
rellano del tercer piso, encontró el equilibrio y sacó las llaves de su bolso, algo que
había logrado hacer por algún milagro. Dio unos pasos tambaleantes por el pasillo
que compartían con otro apartamento.
Oh, Danika iba a estar tan enojada. Tan enojada de que Bryce no solo se había
divertido sin ella, sino que se había drogado tanto que no podía recordar cómo leer.
O el código del edificio.
El parpadeo de la luz del pasillo le quemó los ojos lo suficiente como para
cerrarlos casi por completo y tambalearse por el pasillo. Debería ducharse, si podía
recordar cómo abrir manijas. Lavar sus pies sucios y entumecidos.
Especialmente después de que pisara un charco frío debajo de una tubería que
goteaba en el techo. Se estremeció, apoyando una mano en la pared, pero siguió
tambaleándose hacia adelante.
Mierda. Demasiadas drogas. Incluso su sangre Fae no podía eliminarlas lo
suficientemente rápido.
Pero allí estaba su puerta. Llaves. Cierto, ya las tenía en la mano.
Eran seis. ¿Cuál era la suya? Una abría la galería; una abría los diversos armarios
y cajones de los archivos; una abría la jaula de Syrinx; una era de la cadena de su
scooter; una era para su scooter… y otra era de la puerta. Esta puerta.
Las llaves tintinearon y se balancearon, brillando con la luz, luego mezclándose
con la pintura metálica del pasillo. Se deslizaron de sus dedos torpes, golpeando el
suelo de azulejos.
—Mieeerda. —La palabra salió en una larga exhalación.
Sosteniéndose con una mano en el marco de la puerta para evitar caerse sobre
su trasero, Bryce se agachó para recoger las llaves.
Algo fresco y húmedo se encontró con la punta de sus dedos.
Bryce cerró los ojos, deseando que el mundo dejara de girar. Cuando los abrió,
se enfocó en el piso delante de la puerta.
Rojo. Y el olor, no era el hedor de antes.
Era sangre.
Y la puerta del apartamento estaba abierta.
La cerradura había sido destrozada, la manija arrancada por completo.
Hierro, la puerta era de hierro y estaba encantada con los mejores hechizos que
el dinero podía comprar para mantener alejados a los invitados no deseados,
atacantes o magia. Esos hechizos eran lo único que Bryce había permitido que
Danika comprara en su nombre. No había querido saber cuánto costaron, no cuando
probablemente sería el doble del salario anual de sus padres.
Pero la puerta ahora parecía un trozo de papel arrugado.
Parpadeando furiosamente, Bryce se enderezó. A la mierda las drogas en su
sistema, a la mierda Fury. Había prometido que no tendría alucinaciones.
Bryce nunca, jamás volvería a beber o contaminar su cuerpo con esas drogas. Se
lo diría a Danika a primera hora de la mañana. No más. No más.
Se frotó los ojos, el rímel ensució sus dedos. Sus dedos empapados de sangre…
La sangre seguía ahí. La puerta destrozada también.
—¿Danika? —Si el atacante aún estaba adentro…—. ¿Danika?
Esa mano ensangrentada, su propia mano, empujó la puerta medio arrugada
para abrirla aún más.
La oscuridad la saludó.
El sabor cobrizo de la sangre y ese olor a pudrición la golpearon.
Su cuerpo entero se erizó, cada músculo se puso en alerta, cada instinto gritó
que corriera, corriera, corriera…
Pero sus ojos Fae se acostumbraron a la oscuridad, revelando el apartamento.
Lo que quedaba de él.
Lo que quedaba de ellos.
Ayuda, ella necesitaba buscar ayuda, pero…
Se tambaleó dentro del apartamento destrozado.
—¿Danika? —La palabra era un sonido crudo, roto.
Los lobos habían luchado. No había un mueble que estuviera intacto, que no
estuviera destrozado y astillado.
Tampoco había un cuerpo intacto. Pilas y más pilas eran todo lo que quedaba.
—DanikaDanikaDanika…
Necesitaba llamar a alguien, gritar por auxilio, buscar a Fury, o a su hermano, a
su padre, necesitaba a Sabine…
La puerta de la habitación de Bryce estaba destruida, el umbral pintado de
sangre. Los carteles de ballet colgaban en pedazos. Y en la cama…
Sabía en sus huesos que no era una alucinación, lo que había en esa cama, sabía
en sus huesos que lo que sangraba dentro de su pecho era su corazón.
Danika yacía allí. En pedazos.
Y al pie de la cama, ensuciando la rota alfombra, en pedazos aún más pequeños,
como si hubiera caído defendiendo a Danika… ella sabía que era Connor.
Conocía el bulto justo a la derecha de la cama, más cerca de Danika… ese era
Thorne.
Bryce los miró fijamente. Se quedó observando.
Tal vez el tiempo se había detenido. Tal vez estaba muerta. No podía sentir su
cuerpo.
Un ruido metálico y resonante sonó desde afuera. No del apartamento, sino del
pasillo.
Ella se movió. El apartamento se deformaba, encogía y expandía como si
estuviera respirando, los pisos subían con cada inhalación, pero ella logró moverse.
La pequeña mesa de la cocina estaba hecha pedazos. Sus dedos temblorosos y
manchados de sangre se envolvieron alrededor de una de sus patas de madera,
levantándola silenciosamente sobre su hombro. Miró por el pasillo.
Le tomó unos parpadeos aclarar su visión. Las malditas drogas, dioses…
El ducto de la basura estaba abierto. La sangre con olor a lobo cubría la oxidada
puerta de metal, y huellas que no pertenecían a un humano manchaban el piso de
baldosas, apuntando hacia las escaleras.
Era real. Parpadeó, una y otra vez, balanceándose contra la puerta.
Real. Lo que significaba…
Desde muy lejos, se vio a sí misma lanzarse hacia el pasillo.
Se vio a sí misma golpearse contra la pared opuesta y rebotar en ella, luego
corrió a toda velocidad hacia la escalera.
Lo que sea que los haya matado debió escucharla venir y se escondió dentro del
ducto de basura, esperando la oportunidad de saltar hacia ella o escabullirse sin ser
notado.
Bryce bajó las escaleras, una brillante neblina blanca se deslizó sobre su visión.
Ardiendo a través de cada inhibición, haciendo caso omiso de todas las campanas de
advertencia.
La puerta de cristal al pie de las escaleras ya estaba rota. La gente gritaba afuera.
Bryce saltó desde lo alto del rellano.
Sus rodillas la alzaron y se doblaron cuando bajó las escaleras, sus pies
descalzos se rasgaron con el vidrio que cubría el piso del vestíbulo. Luego se
desgarraron más cuando ella se precipitó por la puerta y salió a la calle,
observando…
Gente jadeaba a su derecha. Otros gritaban. Los autos se habían detenido, los
conductores y los pasajeros miraban hacia un callejón estrecho entre su edificio y el
vecino.
Sus rostros se volvieron borrosos y se estiraron, convirtiendo su terror en algo
grotesco, algo extraño y primordial y…
Esto no era una alucinación.
Bryce corrió por la calle, siguiendo los gritos, el hedor…
Su respiración desgarró sus pulmones mientras se precipitaba por el callejón,
esquivando montones de basura. Lo que sea que estaba persiguiendo solo había
tenido una breve ventaja.
¿Dónde estaba?, ¿dónde estaba?
Cada pensamiento lógico era una cinta flotando sobre su cabeza. Ella los leyó,
como si siguiera un delgado patrón pintado en el lado de un edificio en el DCC.
Un vistazo, incluso si no podía matarlo. Un vistazo, solo para identificarlo, por
Danika.
Bryce salió del callejón y avanzó a toda velocidad hacia la bulliciosa avenida
Central, a la calle llena de gente huyendo y de bocinazos de los autos. Saltó sobre los
capós y las escaló uno tras otro, cada movimiento tan suave como uno de sus pasos
de baile. Salta, gira, arquéate, su cuerpo no le falló. No mientras seguía el hedor
podrido de la criatura a otro callejón. Otro y otro.
Ya casi estaban en el Istros. Un gruñido y un rugido llenaron el aire por delante.
Había venido desde otro callejón conectado, más de un rincón sin salida entre dos
edificios de ladrillo.
Levantó la pata de la mesa, deseando haber agarrado la espada de Danika,
preguntándose si Danika había tenido tiempo de desenvainarla.
No. La espada estaba en la galería, donde Danika había ignorado la advertencia
de Jesiba y la había dejado en el armario de suministros. Bryce se lanzó a la vuelta
de la esquina del callejón.
Había sangre por todas partes. Por todas partes.
Y la cosa a mitad de camino por el callejón… no era un Vanir. No era nada con lo
que se hubiera encontrado antes.
¿Un demonio? Algo salvaje con piel gris lisa, casi translúcida. Se arrastró sobre
cuatro extremidades largas y delgadas, pero parecía vagamente humanoide. Y
estaba devorando a alguien más.
A un… a un malakh.
La sangre cubría el rostro del ángel, empapaba su cabello y cubría los rasgos
hinchados y maltratados que había debajo. Sus alas blancas estaban extendidas y
rotas, su poderoso cuerpo se arqueó en agonía cuando la bestia rasgó su pecho con
una boca llena de colmillos cristalinos que fácilmente se clavaron en la piel y los
huesos.
Ella no pensó, no sintió.
Se movió tan rápido como Randall le había enseñado, brutal como él le había
enseñado a ser.
Golpeó la pata de la mesa en la cabeza de la criatura con tanta fuerza que el
hueso y la madera se agrietaron.
La cosa fue arrancada del ángel y giró, sus patas traseras se retorcieron debajo
de sí mientras que sus patas delanteras, brazos, formaron líneas en los adoquines.
La criatura no tenía ojos. Solo planos lisos de hueso por encima de hendiduras
profundas, su nariz.
Y la sangre que goteaba de su sien… era clara, no roja.
Bryce jadeó, el macho malakh gimió una súplica sin palabras mientras la
criatura la olisqueaba.
Parpadeó y siguió parpadeando, deseando que el polvo y la raíz de rosas
salieran de su sistema, deseando que la imagen que tenía delante dejara de
empañarse.
La criatura arremetió. No hacia ella, sino hacia el ángel. De vuelta al pecho y al
corazón al que intentaba llegar. La presa más considerable.
Bryce se lanzó hacia adelante, la pata de la mesa se balanceó de nuevo. El golpe
contra el hueso mordió su palma. La criatura rugió, ciegamente lanzándose hacia
ella.
Ella lo esquivó, pero sus colmillos afilados y claros le abrieron el muslo cuando
se alejó.
Ella gritó, perdiendo el equilibrio, y se balanceó hacia adelante mientras esa
cosa saltaba de nuevo, esta vez hacia su garganta.
La madera se aplastó contra esos dientes. El demonio chilló, tan fuerte que sus
oídos Fae casi se rompieron, y ella se atrevió a parpadear.
Las garras rasparon, silbaron, y luego desapareció.
Ella se encontraba en el borde del edificio de ladrillos contra el que yacía el
malakh. Podía rastrearlo desde las calles, mantenerlo a la vista el tiempo suficiente
para que llegara el Aux o la 33ra.
Bryce se había atrevido a dar un paso cuando el ángel volvió a gemir. Su mano
estaba contra su pecho, empujando débilmente. No lo suficientemente fuerte como
para evitar que la sangre siguiera brotando de la mortal mordedura. Incluso con su
rápida curación, incluso si hubiera hecho el Descenso, la herida era lo
suficientemente importante como para ser fatal.
Alguien gritó en una calle cercana cuando la criatura saltó entre los edificios.
Ve. Ve. ¡Ve!
El rostro del ángel estaba tan maltratado que apenas era más que un pedazo de
carne hinchada.
La pata de la mesa cayó en un charco de sangre del ángel mientras ella se dirigió
hacia él, mordiendo su grito ante la herida ardiente en su muslo. Alguien había
vertido ácido sobre su piel, sus huesos.
Una insoportable e impenetrable oscuridad la atravesó, cubriéndolo todo.
Pero ella empujó su mano contra la herida del ángel, sin permitirse sentir la
carne húmeda y desgarrada, el hueso dentado del esternón cortado.
La criatura había estado comiendo su camino hacia su corazón.
—Teléfono —jadeó ella—. ¿Tienes un teléfono?
El ala blanca del ángel estaba tan destrozada que en su mayoría eran astillas
rojas. Pero se movió ligeramente para revelar el bolsillo de sus jeans negros. El bulto
cuadrado en ellos.
Cómo logró sacar el teléfono con una mano estaba más allá de su entendimiento.
El tiempo seguía enganchándose, acelerando y deteniéndose. El dolor recorría su
pierna con cada respiración.
Pero agarró el elegante dispositivo negro en sus manos destrozadas, sus uñas
rojas casi chasqueando por la fuerza mientras marcaba el número de emergencia.
Una voz masculina respondió al primer timbre.
—Servicio de emergencia de…
—Ayúdenos. —Su voz se quebró—. Ayúdenos.
Una pausa.
—Señorita, necesito que especifique dónde está, cuál es la situación.
—Plaza Antigua. En el río, cerca del río, por la calle Cygnet… —Pero allí vivía
ella. Estaba a muchas cuadras de allí. No conocía las demás calles—. Por favor, por
favor ayúdenos.
La sangre del ángel empapó su regazo. Le sangraban las rodillas, rasgadas hasta
quedar crudas.
Y Danika estaba…
Y Danika estaba…
Y Danika estaba…
—Señorita, necesito que me diga dónde está, podemos tener lobos en la escena
en un minuto.
Entonces comenzó a llorar, y los dedos flácidos del ángel rozaron su rodilla
raspada. Como reconfortándola.
—El teléfono. —Ella se las arregló para decir, interrumpiendo al otro lado de la
línea—. Su teléfono, rastréenlo, rastréenos. Encuéntrenos.
—Señorita, ¿está…?
—Rastree este número de teléfono.
—Señorita, necesito un momento para…
Ella levantó la pantalla principal del teléfono, haciendo clic en la pantalla
mientras buscaba hasta que encontró el número.
—112 03 0577.
—Señorita, los registros son…
—¡112 03 0577! —gritó en el teléfono. Una y otra vez—. ¡112 03 0577!
Era todo lo que podía recordar. Ese estúpido número.
—Señorita… por los dioses. —La línea crujió—. Ya están en camino —respiró el
interlocutor.
El hombre trató de preguntar por las heridas del hombre, pero ella dejó caer el
teléfono del ángel cuando las drogas la empujaron hacia atrás, tiraron de ella hacia
abajo y se tambaleó. El callejón se deformaba y ondulaba.
La mirada del ángel se encontró con la de ella, tan llena de agonía que pensó que
así debía ser su alma.
La sangre de él se derramó entre sus dedos. No se detuvo.
6
Traducido por Mayra S
Corregido por Lieve

La hembra semi Fae lucía recién salida del Hel.


No, no del Hel, notó Isaiah Tiberian al estudiarla desde el espejo unilateral en el
edificio central de interrogatorios de la Legión; lucía como la muerte.
Lucía como los soldados que había visto arrastrarse empapados de sangre en la
guerra en Pangera.
Ella estaba frente a la mesa metálica en el centro de la sala de interrogatorios,
mirando a la nada. Justo como lo había estado haciendo por horas.
A un llanto lejos de ser la chillante hembra que Isaiah y su unidad había
encontrado en el callejón de la Plaza Antigua, su vestido gris destrozado, el muslo
izquierdo desangrándose tan efusivamente que creyó ella se desmayaría. Se había
puesto agresiva, ya fuera por el absoluto terror de lo que había ocurrido, el dolor del
duelo hundiéndose profundo o las drogas que habían estado corriendo por su
sistema.
Más como una combinación de las tres. Y considerando que no solo era una
fuente de información respecto al ataque sino un peligro para sí misma, Isaiah había
tomado la decisión de traerla al estéril edificio subterráneo a unas cuantas cuadras
del Comitium. Testigo, había dejado muy claro en el papeleo. No es sospechosa.
Dejó salir un profundo respiro, resistiendo la urgencia de apoyar su frente
contra el espejo del cuarto de observación. Solo el zumbido de las luces sobre él
llenaban el espacio.
El primer trozo de silencio que había tenido en horas. Tenía pocas dudas de que
terminaría pronto.
Como si el pensamiento hubiera tentado a la misma Urd, una áspera voz
masculina habló desde la puerta a su espalda.
—¿Sigue sin hablar?
Le tomó a Isaiah los dos siglos de entrenamiento dentro y fuera del campo de
batalla para no estremecerse ante esa voz, voltear muy lentamente hacía el ángel
que él sabía estaría recargándose contra el marco de la puerta, usando su usual traje
negro de batalla; un ángel cuya historia y razones le recordaban que era un aliado,
aunque cada instinto rugiera lo contrario.
Depredador. Asesino. Monstruo.
Sin embargo, los ojos negros de Hunt Athalar permanecieron en la ventana. En
Bryce Quinlan. Ni una sola pluma grisácea en sus alas se había agitado. Desde sus
primeros días en la 17ma Legión en el Sur de Pangera, Isaiah había tratado de
ignorar el hecho de que Hunt parecía existir dentro de una permanente vibra de
tranquilidad. Era como el silencio antes de un trueno, como si la tierra entera
contuviera el aliento cuando él estaba cerca.
Debido a lo que él había visto a Hunt hacerle a sus enemigos y objetivos, eso no
era ninguna sorpresa.
La mirada de Hunt se deslizó hacia él.
Verdad, le habían hecho una pregunta. Isaiah acomodó sus alas blancas.
—No ha dicho una palabra desde que fue traída aquí.
Hunt volvió a mirar a la hembra tras la ventana.
—¿Ya vino la orden para moverla a otra habitación?
Isaiah sabía perfectamente a qué clase de habitación se refería. Cuartos
diseñados para hacer a la gente hablar. Incluso a los testigos.
Isaiah enderezó su corbata negra y dio una plegaria a medias a los cinco dioses
para que su traje gris carboncillo no se manchara de sangre antes del amanecer.
—No aún.
Hunt asintió una vez, su rostro dorado-moreno sin revelar nada.
Isaiah escaneó al ángel, porque seguro como el Hel que Hunt no revelaría nada
sin ser provocado. Sin rastros del cadavérico casco que le había hecho ganar a Hunt
un apodo susurrado en toda la Ciudad Crescent: el Umbra Mortis.
La Sombra de la Muerte.
Incapaz de decidir si estar aliviado o preocupado por la ausencia del infame
casco, Isaiah le entregó al asesino personal de Micah un delgado archivo sin decir ni
una palabra.
Se aseguró de que sus morenos dedos no tocaran los dedos de Hunt cubiertos
por guantes. No cuando la sangre aún cubría el cuero, el aroma llenando el cuarto.
Reconocía el angelical aroma en esa sangre, por lo que el otro rastro debía ser de
Bryce Quinlan.
Isaiah apuntó con su barbilla al cuarto blanco embaldosado.
—Bryce Quinlan, veintitrés años, mitad Fae, mitad humana. Un análisis de
sangre de hace diez años confirma que tendrá una esperanza de vida como la de un
inmortal. Un nivel de poder casi insignificante. No ha hecho su Descenso aún.
Registrada como civitas. Fue hallada en el callejón con uno de los nuestros, tratando
de evitar que su corazón y entrañas se salieran con solo sus manos desnudas.
Las palabras sonaban tan malditamente clínicas. Pero él sabía que Hunt estaba
muy bien versado en los detalles. Los dos lo estaban. Después de todo, ambos habían
estado en ese callejón. Y sabían que incluso aquí, en el seguro cuarto de observación,
serían unos tontos al arriesgarse decir algo delicado en voz alta.
Les había tomado a ambos poner a Bryce sobre sus pies, solo para que colapsara
de nuevo sobre Isaiah, no por su duelo sino por dolor.
Hunt se había dado cuenta primero: su muslo había sido desgarrado.
Aún un poco salvaje, había luchado mientras la guiaban devuelta al suelo, Isaiah
pidiendo una medwitch mientras la sangre brotaba de su muslo. Le habían cortado
en la arteria, era un milagro que no estuviera muerta antes de que la encontraran.
Hunt había maldecido al inclinarse sobre ella y ella lo había pateado, casi
golpeándolo en las pelotas. Pero luego él se había quitado el casco, la miró directo a
los ojos.
Y le dijo que se calmara de una puta vez.
Ella se calló completamente, solo se quedó mirando hacia Hunt, en blanco y
vacía. Ella no hizo nada más que encogerse con cada punto de la máquina que Hunt
había sacado de su kit médico dentro de su traje de batalla. Y ella solo había mirado
y mirado y mirado al Umbra Mortis.
Aun así, después de haber cosido su herida, Hunt no se quedó, despegó a la
oscuridad para hacer lo que hacía mejor: buscar a sus enemigos y eliminarlos.
Como si recién notara la sangre en sus guantes, Hunt maldijo y se los arrancó,
arrojándolos al basurero de metal junto a la puerta.
Luego ojeó el archivo, su cabello a la altura de sus hombros deslizándose sobre
su ilegible rostro.
—Parece que es tu típica chica malcriada y fiestera —dijo él, leyendo a través
de las páginas. Una esquina en la boca de Hunt se curvó, de todo menos
entretenida—. Y mira qué sorpresa: vive con Danika Fendyr. La mismísima Princesa
de las Fiestas.
Nadie más que la 33ra usaba ese término, porque nadie más en Lunathion, ni
siquiera la nobleza Fae, se hubiera atrevido. Pero Isaiah hizo señas para que siguiera
leyendo, Hunt había dejado el callejón antes que supiera todo el alcance del desastre.
Hunt siguió leyendo, sus cejas se alzaron.
—Santa jodida Urd.
Isaiah esperó.
Los ojos negros de Hunt se ampliaron.
»¿Danika Fendyr está muerta? —Él siguió leyendo—. Junto con toda la Manada
de Demonios. —Sacudió su cabeza y repitió—: Santa jodida Urd.
Isaiah tomó de vuelta el archivo.
—Esto es total y completamente jodido, amigo mío. —La mandíbula de Hunt se
apretó.
—No encontré ningún rastro del demonio que hizo esto.
—Lo sé. —Ante la pregunta en el rostro de Hunt, Isaiah aclaró—: Si lo hubieras
hecho, estarías sosteniendo una cabeza cortada en lugar de un archivo.
Isaiah había estado ahí, en demasiadas ocasiones, cuando Hunt había hecho
exactamente eso, regresando triunfante de una cacería a la que había sido enviado a
por quien fuera el Arcángel que mantuviera el control sobre sus reinos.
La boca de Hunt se torció ligeramente, como si recordara la última vez que había
mostrado un asesinato de tal forma, pero cruzó sus poderosos brazos. Isaiah ignoró
el inherente dominio en la posición. Había un orden entre ellos, el equipo de cinco
guerreros que conformaban el triarii, la más élite de todas las Legiones Imperiales.
La pequeña camarilla de Micah.
A pesar de que Micah había designado a Isaiah como Comandante de la 33ra, él
nunca se había declarado como su líder oficial. Pero Isaiah siempre había asumido
que se encontraba en la cima, el mejor soldado del triarii, a pesar de su elegante traje
y corbata.
Dónde Hunt encajaba, sin embargo… nadie lo había realmente decidido en los
dos años que habían pasado desde que había llegado de Pangera. Isaiah tampoco
estaba totalmente seguro de que quería saberlo.
Rastrear y eliminar cualquier demonio que se arrastrara por las
resquebraduras en la Grieta Norte o entrara en este mundo por alguna invocación
ilegal era su cargo oficial y uno muy adecuado para las habilidades particulares de
Hunt. Los dioses sabían cuántos de ellos había rastreado durante siglos,
comenzando por esa primera unidad en Pangera en la que habían estado juntos, la
17ma, dedicada a llevar a las criaturas a la otra vida.
Pero el trabajo que Hunt hacía en las sombras para los Arcángeles, la mayoría
para Micah, era lo que le había ganado su apodo. Hunt respondía directamente a
Micah y el resto se mantenía lejos de su camino.
—Naomi acaba de arrestar a Philip Briggs por los asesinatos —dijo Isaiah,
nombrando a la capitán de infantería de la 33ra—. Briggs salió de prisión hoy… y
Danika y la Manada de Demonios fueron quienes lo atraparon en primer lugar.
Que el honor no hubiera sido para la 33ra irritaba a Isaiah sin fin. Al menos
Naomi había sido la que lo arrestó esta noche.
—No comprendo cómo en el infierno un humano como Briggs pudo invocar un
demonio tan poderoso.
—Supongo que lo sabremos pronto —dijo Hunt, oscuro.
Sí, ellos malditamente lo harían.
—Briggs tiene que ser muy estúpido para ser dejado en libertad solo para hacer
un asesinato así de grande.
Pero el líder de los rebeldes de Keres, un disparo al aire del enorme movimiento
rebelde, el Ophion, no parecía tonto. Solo un fanático por iniciar conflicto y para
igualar la guerra rugiendo a través del mar.
—O tal vez Briggs actuó bajo la única oportunidad de libertad que tuvo antes de
que encontráramos una excusa para llevarlo de vuelta bajo custodia —replicó
Hunt—. Sabía que su tiempo era limitado y quería asegurarse de ganar algo contra
los Vanir.
Isaiah sacudió su cabeza.
—Qué desastre. —Eufemismo del siglo.
Hunt dejó salir un pequeño respiro.
—¿La prensa ha obtenido algo?
—Aún no —dijo Isaiah—. Y hace unos minutos recibí la orden de quedarnos
callados, aunque mañana esto estará en todas las noticias de la mañana.
Los ojos de Hunt brillaban.
—No tengo a nadie a quien decirle.
En efecto, Hunt y el concepto de amigos no se mezclaban bien. Incluso entre los
triarii, incluso después de estar aquí por dos años, Hunt aún se mantenía para sí
mismo.
Aún trabaja sin descanso hacia una cosa: la libertad. O más bien, a la pequeña
posibilidad de ella.
Isaiah suspiró.
—¿Cuánto falta para que Sabine llegue?
Hunt revisó su teléfono.
—Sabine entrará justo…
La puerta se abrió de golpe. Los ojos de Hunt parpadearon.
»Ahora.
Sabine lucía apenas mayor que Bryce Quinlan, con sus elegantes facciones y un
rostro alargado, cabello rubio platinado, pero solo había ira inmortal en sus ojos
azules.
—Dónde está esa puta mestiza. —Ella hirvió cuando encontró a Bryce a través
de la ventana—. Voy a matarla…
A unos metros a su izquierda, Isaiah extendió una blanca ala para bloquear el
camino de la Prime Heredera a la puerta de la sala de interrogatorios.
Hunt se posicionó al otro lado de ella con un gesto casual. Relámpagos bailando
en sus nudillos. Un poco del poder que Isaiah había visto ser desatado sobre sus
enemigos: relámpagos capaces de derrumbar un edificio.
Ya fuera un ángel ordinario o un Arcángel, los dones siempre eran una variación
de lo mismo: lluvias, tormentas, los ocasionales tornados; Isaiah podía convocar
vientos capaces de mantener un enemigo en movimiento a raya. Pero nadie en su
memoria era capaz de controlar los relámpagos a voluntad.
O el poder suficiente para hacerlo realmente destructivo. Había sido la
maldición y la salvación de Hunt.
Isaiah dejó que una de sus frías brisas se cerniera sobre el cabello rubio satinado
de Sabine hasta donde se encontraba Hunt.
Siempre habían trabajado bien juntos, Micah hizo bien cuando había colocado a
Hunt con Isaiah hace dos años, a pesar de las espinas entrelazadas tatuadas sobre
sus frentes. La mayoría del tatuaje lo cubría el cabello negro sobre la frente de Hunt,
pero no había manera de ocultar la enorme marca en su rostro.
Isaiah apenas podía recordar cómo se veía su amigo antes de que esas brujas de
Pangera lo marcaran, fusionando sus endemoniados hechizos con la misma tinta
para que así sus crímenes nunca fueran olvidados, y con esto los hechizos de las
brujas ataba la mayoría de sus poderes.
El halo, le llamaban, una burla a las auras divinas y luminosas que los primeros
humanos habían pensado que los ángeles poseían.
Tampoco había manera de ocultar el de la frente de Isaiah, el mismo tatuaje que
Hunt y el mismo en casi dos mil ángeles rebeldes que habían una vez sido valientes
tontos idealistas hace casi dos siglos.
Los Asteri habían creado a los ángeles como sus leales sirvientes y perfectos
soldados. Los ángeles, dotados con ese enorme poder, habían jugado su propio rol
en el mundo. Hasta Shahar, la Arcángel que una vez habían llamado Estrella del Día.
Hasta Hunt y los demás que habían volado en la 18va Legión élite de Shahar.
Su rebelión había fallado, solo para que los humanos comenzaran la suya hace
cuarenta años. Una causa diferente, un grupo y una especie diferente de luchadores
diferentes, pero el sentimiento era en esencia el mismo: la República era el enemigo,
su rígida jerarquía era pura mierda.
Cuando los humanos rebeldes habían comenzado su guerra, uno de los idiotas
debería haberle preguntado a los ángeles por qué había fallado la suya, mucho antes
de que cualquiera de esos humanos hubiera siquiera nacido. Isaiah podría haberles
dado algunos consejos sobre qué no hacer e iluminarlos sobre las consecuencias.
Pero tampoco había manera de ocultar el segundo tatuaje sobre su muñeca
derecha: SPQM.
Adornaba cada bandera y afiche alrededor de la República, cuatro letras
rodeadas por siete estrellas, adornaba cada muñeca que les perteneciera. Incluso si
Isaiah se cortaba su mano, el miembro que se regenerara mantendría el tatuaje. Tal
era el poder en la tinta hecha por brujas.
Un destino peor que la muerte: convertirse en los eternos sirvientes de aquellos
a quienes juraron derrocar.
Decidiendo el ahorrarle a Sabine la manera de Hunt de lidiar con los problemas,
Isaiah preguntó suavemente:
—Entiendo que estés en duelo, Sabine. Pero ¿tienes un motivo por el cual
quieras a Bryce muerta?
Sabine resopló, apuntando hacia Bryce.
—Ella se llevó la espada. Esa aspirante a lobo tomó la espada de Danika. Sé que
la tiene, no está en el apartamento, y es mía.
Isaiah conocía esos detalles, que la herencia de la familia Fendyr estaba
desaparecida. Pero no había ninguna prueba de que Bryce Quinlan la tuviera.
—¿Qué tiene que ver la muerte de tu hija con esa espada?
Rabia y dolor se peleaban en su expresión feroz. Sabine negó, ignorando su
pregunta y dijo:
—Danika no podía mantenerse fuera de problemas. Nunca mantenía su boca
cerrada o saber mantenerse callada frente a sus enemigos. Y mira cómo terminó. Esa
estúpida perra sigue respirando y Danika no. —Su voz casi flaqueó—. Danika
debería de haberlo sabido mejor.
Hunt preguntó en un tono más amable.
—¿Sabido mejor sobre qué?
—Sobre todo —espetó Sabine. Negando de nuevo y sacudiéndose su dolor de
encima—. Comenzando con esa puta con la que vivía. —Sabine giró hacia Isaiah, solo
había furia en su rostro—. Dímelo todo.
Hunt fríamente dijo:
—Él no tiene que decirte una mierda, Fendyr.
Como Comandante de la 33ra Legión, Isaiah mantenía un mismo rango con
Sabine: los dos se sentaban en la misma sala de consejo, los dos respondían a los
mismos jefes poderosos en sus respectivos rangos y casas.
Los caninos de Sabine se alargaron al estudiar a Hunt.
—¿Acaso te hablaba a ti, maldito Athalar?
Los ojos de Hunt brillaron, pero Isaiah sacó su celular. Revisándolo mientras
con calma los detenía.
—Aún estamos recibiendo los reportes. Victoria vendrá a hablar con la señorita
Quinlan justo ahora.
—Yo hablaré con ella —dijo Sabine enfurecida. Sus dedos curvándose listos
para desgarrar la garganta de Hunt. Él respondió con una sonrisa que la retaba a
intentarlo, los relámpagos en sus nudillos retorciéndose hasta su muñeca.
Para fortuna de Isaiah, la puerta a la sala de interrogatorios se abrió y una mujer
pelinegra en un traje inmaculado de militar entró.
Eran una fachada, los trajes que él y Viktoria usaban. Una especie de armadura,
sí, pero también un último intento para pretender que eran remotamente normales.
No había ninguna duda de por qué Hunt nunca se molestaba con ellos.
Mientras que Viktoria se acercó con gracia, Bryce no dio ningún indicio de notar
a la impactante mujer que usualmente causaba que las personas de todas las casas
dieran una segunda mirada.
Pero Bryce había estado así desde hace horas. La sangre aún manchaba la blanca
venda alrededor de su muslo desnudo. Viktoria olfateó de una delicada manera, sus
ojos de un verde claro entrecerrados debajo del halo tatuado en su frente. La
espectro había sido una de las pocas no-malakim que se habían rebelado junto a
ellos hace dos siglos. Había sido entregada a Micah justo después y su castigo había
sido peor que un tatuaje en la frente y las marcas de un esclavo. No tan brutal como
lo que Hunt y él habían pasado en los calabozos de los Asteri y luego los años en los
calabozos de varios Arcángeles, pero en la misma forma de tormento que
permanecía incluso después de que la suya hubiera terminado.
—Señorita Quinlan —dijo Viktoria.
Ella no respondió.
La espectro arrastró una silla de metal a través de la habitación y la colocó al
otro lado de la mesa. Sacando un archivo de su saco, Viktoria cruzó sus largas piernas
hasta donde la mesa se lo permitía.
—¿Puedes decirme quién es el responsable por el derramamiento de sangre de
esta noche?
Ni siquiera un cambio en su respiración. Sabine gruñó suavemente.
La espectro reposó sus manos sobre su regazo. La gracia sobrenatural era el
único indicio del increíble poder que habitaba debajo de calmada superficie.
Vik no tenía un cuerpo propio. Aunque había luchado en la 18va, Isaiah había
aprendido su historia cuando llegó aquí hace diez años. Cómo es que Viktoria había
obtenido este particular cuerpo, a quién le había pertenecido una vez, él no lo
preguntó y ella tampoco le dijo. Los espectros utilizaban cuerpos de la misma forma
que algunos lo hacían con los autos. Los espectros más vanidosos los cambiaban
seguido, usualmente ante el menor signo de envejecimiento, pero Viktoria se había
aferrado a este más de lo usual, le agradaba su construcción y movilidad, decía.
Ahora se quedaba con él porque no tenía elección. Había sido el castigo de Micah
por su rebeldía: atraparla dentro de ese cuerpo para siempre. No más cambios, ni
tratos por algo más nuevo o elegante. Por dos mil años, Vik había sido contenida,
forzada a soportar la lenta erosión de su cuerpo, ahora visible a simple vista: las
líneas haciendo su camino alrededor de sus ojos, las arrugas grabadas sobre su
frente sobre el tatuaje de espinas.
—Quinlan está en shock —observó Hunt, monitoreando cada respiración de
Bryce—. No va a hablar.
Isaiah estaba inclinado a estar de acuerdo, hasta que Viktoria abrió el archivo y
dijo:
—Personalmente creo que no estás en completo control de tu cuerpo o
acciones.
Y entonces leyó una lista de compras para un cóctel de drogas y alcohol que
habría detenido el corazón de un humano. O detener el corazón de un Vanir inferior,
por lo que sabía.
Hunt maldijo de nuevo.
—¿Hubo algo que ella no fumara o inhalara esta noche?
Sabine se erizó.
—Basura mestiza.
Isaiah le lanzó a Hunt una mirada. Lo único necesario para realizar un pedido.
Nunca una orden; nunca se había atrevido a ordenarle algo a Hunt. No cuando
el macho poseía el temperamento explosivo capaz de dejar unidades completas de
legiones imperiales en cenizas humeantes. Incluso portando el tatuaje de espinas
que reducía su poder a una décima parte, sus habilidades de combate compensaban
lo perdido.
Pero la barbilla de Hunt se hundió, la única señal de estar de acuerdo con el
pedido.
—Necesitas llenar algunos papeles arriba, Sabine. —Hunt suspiró, como
recordándose que Sabine solo era una madre que había perdido a su única hija esta
noche y agregó—: Si necesitas tiempo para puedes tomarlo, pero necesitar firmar…
—A la mierda firmar papeles y a la mierda tiempo para mí. Crucifiquen a la
perra si es necesario, pero hagan que dé una declaración. —Sabine escupió sobre las
baldosas cerca de las botas de Hunt.
El éter cubrió la lengua de Isaiah mientras Hunt le lanzaba la fría mirada que
servía como única advertencia para los enemigos en el campo de batalla. Ninguno
había sobrevivido a lo que pasaba después.
Sabine pareció recordarlo y fue como una tormenta al pasillo, flexionando sus
dedos en garras afiladas como cuchillas, las cuales utilizó para atravesar la puerta
de metal.
Hunt sonrió a la sombra de Sabine alejándose. Un blanco. Hoy no, tal vez no
mañana, pero sí un día en el futuro.
Y las personas juraban que los cambiaformas se llevaban mejor con los ángeles
que con los Fae.
Viktoria le hablaba suavemente a Bryce.
—Tenemos los vídeos de las cámaras en El Cuervo Blanco y a ti caminando a
casa, eso confirma tu coartada.
Las cámaras cubrían todo Lunathion con cobertura de audio y vídeo. Pero el
apartamento de Bryce era viejo y las cámaras del lugar no habían sido reparadas en
décadas. El dueño esta noche recibiría una visita por las leyes violadas que habían
jodido la investigación entera. Una pequeña parte del audio había sido todo lo que
las cámaras habían podido captar. Solo el audio. El cual no tenía nada que no
supieran ya. Los teléfonos de la Manada de Demonios habían sido destruidos
durante el ataque, ningún mensaje había salido.
—De lo que no tenemos vídeo, Bryce —continuó Viktoria—, es sobre lo que
pasó en el apartamento. ¿Tú podrías decirnos?
Lento, como si hubiera sido devuelta a su abollado cuerpo, Bryce dirigió sus
ambarinos ojos hacia Viktoria.
—¿Dónde está su familia? —preguntó Hunt toscamente.
—La madre humana vive con el padrastro en uno de los pueblos montañosos al
norte, ambos peregrinos —dijo Isaiah—. El padre biológico no estaba registrado o
se rehusó a aceptar la paternidad; obviamente Fae. Y probablemente alguien de alto
rango, ya que se molestó en conseguirle una civitas completa.
Muchos de los hijos bastardos nacidos de madres humanas tomaban sus rangos
como peregrinos. Y aunque Bryce con algo de la belleza elegante típica de los Fae, su
rostro la delataba como humana; su piel salpicada de dorado, las pecas sobre su
nariz y pómulos altos, su boca llena. Incluso con un sedoso cabello rojo y orejas
puntiagudas puramente Fae.
—¿Los padres humanos ya fueron notificados?
Isaiah pasó una mano por sus gruesos rizos marrones de cabello. Había sido
despertado por el estridente sonido de su alarma a las dos de la madrugada, arrojado
al cuartel momentos después y estaba comenzando a sentir el efecto de una noche
sin dormir. El amanecer ya debía de estar cerca.
—Su madre estaba histérica. Preguntó una y otra vez sí sabíamos por qué había
sido atacado el apartamento o si había sido Philip Briggs. Escuchó en las noticias que
había sido liberado por un tecnicismo y estaba segura de que había sido él. Ya tengo
una patrulla de la 31er Legión desplegándose, los padres estarán en vuelo dentro de
una hora.
La voz de Viktoria resonaba por el intercomunicador al retomar la entrevista.
—¿Podrías describir a la criatura que atacó a tus amigos?
Pero Bryce Quinlan estaba lejos de nuevo. Sus ojos vacíos.
Había un vídeo borroso gracias a las cámaras en la calle, pero el demonio se
había movido más rápido que el mismo viento y había sabido ocultarse. Aún no
habían podido identificarlo, ni siquiera el extenso conocimiento de Hunt había
ayudado. Todo lo que tenían era un borrón gris que ni siquiera al bajar la velocidad
en el vídeo había dado resultados y a Bryce Quinlan corriendo descalza por las calles
de la ciudad.
—Esa chica no está lista para dar una declaración —dijo Hunt—. Es una pérdida
de tiempo.
Pero Isaiah preguntó:
—¿Por qué Sabine la odia tanto? ¿Por qué implicar que ella es la culpable de
todo esto? —Cuando Hunt no respondió, Isaiah apuntó con su barbilla a dos archivos
en la esquina del escritorio—. Fíjate en Quinlan. Solo ha cometido un crimen antes
de esto, por indecencia pública en el festival del Solsticio de Verano. Tuvo un rápido
retozón contra un muro y fue atrapada en el acto. Pasó la noche en una celda, pagó
su fianza al día siguiente, hizo servicio comunitario por un mes para que los cargos
permanentes fueran borrados.
Isaiah podría haber jurado que vio el fantasma de una sonrisa en la boca de
Hunt.
Pero Isaiah palmeó con un calloso dedo el grueso archivo a su lado.
—Esta es la parte uno del registro de Danika Fendyr. De siete. Comienza con un
pequeño robo cuando tenía diez, continúa al cumplir la mayoría de edad hace cinco
años y entonces se vuelve inquietantemente silenciosa. Si me preguntas, creo que
fue Bryce la que fue arrastrada por el camino de la ruina y de pronto sacó a Danika
del suyo.
—No sé lo suficiente como para no inhalar suficiente polvo como para matar a
un caballo —dijo Hunt—. Asumo que no estuvo de fiesta sola. ¿Había algún otro
amigo con ella esta noche?
—Dos más, Junpier Andromeda, una fauno que es solista en el Ballet de la ciudad
y… —Isaiah abrió el archivo y envió una oración silenciosa—. Fury Axtar.
Hunt susurró una maldición al nombre de la mercenaria.
Fury Axtar tenía licencia para matar en casi una docena de países. Incluyendo
este.
—¿Fury estaba con Quinlan esta noche?
Habían cruzado caminos con la mercenaria lo suficiente como para saber que
debía mantenerse lejos de ella. Micah incluso le había ordenado a Hunt asesinarla.
En dos ocasiones.
Pero ella tenía demasiados aliados en puestos importantes. Algunos, decían los
rumores, en el Senado. Así que ambas veces, Micah había decidido que el conflicto
que caería sobre el Umbra Mortis por tostar a Fury Axtar traería más problemas de
lo que en realidad valía.
—Sí —dijo Hunt—. Fury estaba con ella en el club.
Hunt frunció el ceño. Pero Viktoria se inclinó a hablar con Bryce una vez más.
—Estamos tratando de encontrar a quién hizo esto. ¿Puedes darnos la
información que necesitamos?
Solo había un caparazón frente a la espectro.
Viktoria le habló con ese ronroneo en su voz que normalmente hacía que todos
comieran de la palma de su mano.
—Quiero ayudarte, quiero encontrar a quién hizo esto y castigarlos.
Viktoria sacó el celular de su bolsillo y lo colocó boca arriba en la mesa. En un
instante su contenido apareció en la pequeña pantalla en la habitación donde se
encontraban Isaiah y Hunt. Miraron entre la espectro y la pantalla mientras los
mensajes de texto aparecían.
—Hemos descargado los datos de tu celular, ¿puedes guiarme a través de ellos?
Ojos vidriosos recorrieron la pequeña pantalla que se alzó de un
compartimiento escondido de linóleo en el piso. Proyectaba los mismos mensajes
que ellos también leían.
El primero, enviado por Bryce, leía:
Las noches de película son para cachorros felices. Ven a jugar con las grandes
perras.
Y luego un corto y oscuro vídeo, de alguien rugiendo de risa mientras Bryce
volteaba la cámara, se inclinaba sobre unas líneas blancas, el polvo lightseeker, y lo
inhalaba directo por su pecosa nariz. Estaba riendo, tan brillante y viva que la mujer
ahora sentada en el cuarto frente a ellos parecía un cadáver destripado. Ella gritó
frente a la cámara.
¡EMOCIÓNATE DANIKAAA!
El mensaje escrito de Danika era exactamente lo que Isaiah esperaba de la
Prime Sucesora de los lobos, a quien solo había visto de lejos en eventos que
parecían diseñados para que causara problemas.
MALDITAMENTE TE ODIO. DEJA DE INHALAR LIGHTSEEKER SIN MÍ. IMBÉCIL.
En efecto, la Princesa de las Fiestas.
Bryce había respondido veinte minutos después.
Acabo de ligarme a alguien en el baño. No le digas a Connor.
Hunt negó con la cabeza.
Pero Bryce se quedó ahí mientras Viktoria leía los mensajes en voz alta, la
espectro estoica.
Danika respondió.
Estuvo bien?!!?
Solo lo suficientemente como para quitarme el borde.
—Esto no es relevante —murmuró Hunt—. Saca a Viktoria de ahí.
—Tenemos nuestras órdenes.
—Que se jodan las órdenes. Esa mujer está a punto de romperse y no de una
buena manera.
Entonces Bryce dejó de responderle a Danika.
Pero ella siguió enviando mensajes. Uno tras otro, durante las próximas dos
horas.
Se terminó el espectáculo. ¿Dónde están, imbéciles?
¿Por qué no contestas el teléfono? Llamaré a Fury.
¿Dónde MIERDA está Fury?
Juniper nunca lleva su teléfono así que ni siquiera me voy a tomar la molestia con
ella. ¡¡¡¿Dónde están?!!!
¿Debería ir al club? La manada se va en diez. Deja de follarte a extraños en el baño
porque Connor irá conmigo.
BRYYYCE. Cuando veas tú celular y notes las mil notificaciones espero que te
molesten.
Thorne me dice que deje de mensajearte. Le dije que se metiera en sus propios
jodidos asuntos.
Connor dice que deberías madurar de una vez y dejes de aspirar drogas
sospechosas porque solo los perdedores hacen eso. No estaba feliz cuando le dije que
no estaba segura de dejarte salir con alguien más santo que él.
Está bien, nos vamos en cinco. Te veo pronto chupapollas. Emociónate.
Bryce miró la pantalla sin pestañear. Su piel de un pálido tono enfermizo en la
pantalla del monitor.
—Las cámaras del edificio están casi rotas, pero la que está cerca del pasillo fue
capaz de grabar algo de audio, incluso con el vídeo hacia abajo —dijo calmada
Viktoria—. ¿Debería reproducirlo?
Sin respuesta, así que Viktoria lo reprodujo.
Gemidos y gritos apagados llenaron los parlantes, lo suficientemente
silenciosos como para darse cuenta de que la cámara solo había captado los sonidos
más altos que provenían del apartamento. Y entonces alguien estaba rugiendo, los
rugidos feroces de un lobo.
—Por favor, por favor…
Las palabras fueron cortadas. Pero el audio en la cámara no.
Danika Fendry gritó. Algo se tambaleó y se rompió al fondo, como si ella hubiera
sido lanzada contra un mueble. Y la cámara del pasillo siguió grabando.
Los gritos siguieron, siguieron y siguieron. Interrumpidos solo cuando el
sistema por fin se apagó. Los gruñidos y gemidos sordos eran húmedos y viciosos;
Danika estaba rogando, sollozando mientras pedía por piedad, lloraba y gritaba para
que se detuviera.
—Apágalo —ordenó Hunt, observando desde el cuarto—. Apágalo, ahora.
Estaba afuera tan rápido que Isaiah no pudo detenerlo, cruzando en un instante
el espacio hacia la puerta al lado de ellos y arrojándola abierta antes de Isaiah
hubiera despejado la habitación.
Pero ahí estaba Danika, el audio cortándose, el sonido de su voz todavía
pidiendo misericordia a través de los altavoces en el techo. Danika siendo devorada
y destrozada.
El silencio del asesino era tan escalofriante como los sollozos de Danika.
Viktoria giró sobre su asiento hacia la puerta mientras Hunt arremetía adentro,
su expresión oscura de furia, alas abiertas. La Sombra de la Muerte estaba suelta.
Isaiah probó el éter. Los relámpagos se retorcían en los dedos de Hunt.
Los interminables gritos de Danika llenaban la habitación.
Isaiah se precipitó a entrar en la habitación a tiempo para ver a Bryce explotar.
Él convocó una pared de viento alrededor de él y de Vik, Hunt sin duda haciendo
lo mismo, mientras Bryce arrojaba la silla y volcaba la mesa. Cayó sobre la cabeza de
Viktoria y se estrelló contra la ventana del cuarto de interrogatorios.
Un salvaje gruñido llenó la habitación cuando ella tomó la silla en la que había
estado sentada y la lanzó contra la pared con tal fuerza que el metal se abolló y se
estropeó.
Bryce vomitó sobre todo el suelo. Y si sus poderes no hubieran estado alrededor
de Viktoria, sus absurdamente costosos tacones hubieran sido bañados.
El audio finalmente terminó cuando la cámara en el pasillo volvió a llenarse de
estática, y se quedó así.
Bryce jadeó, mirando su desastre. Luego cayó de rosillas sobre él.
Ella vomitó una otra y otra vez para luego abrazar sus rodillas, su sedoso cabello
cayendo sobre el vómito mientras se mecía a sí misma en el absoluto silencio.
Ella era mitad Fae, juzgada con un poder apenas en el promedio. Lo que le
acababa de hacer a la silla y a esa mesa justo ahora… había sido pura y física rabia.
Ni siquiera el más relajado de los Fae podría haber detenido semejante erupción de
ira cuando eso los llenaba por completo.
Imperturbable, Hunt se acercó a ella, sus alas grises en alto para evitar
arrastrarlas por el vómito.
—Oye. —Hunt se arrodilló al costado de Bryce, se estiró para tocar su hombro,
pero bajó la mano. ¿Cuántas personas alguna vez habían visto las manos del Umbra
Mortis tratar de tocarlos sin ninguna intención de violencia?
Hunt asintió hacia la mesa y la silla destruidas.
—Impresionante.
Bryce se acurrucó más en sí misma, sus dedos casi blancos por abrazarse tan
fuerte que seguro dejarían un moretón.
La voz de ella era un como un ronco respiro.
—Quiero irme a casa.
Los oscuros ojos de Hunt parpadearon, pero no dijo nada más.
Viktoria, frunciendo el ceño al desastre, se deslizó lejos para encontrar a alguien
para que lo limpiara.
Isaiah dijo:
—Me temo que no puedes ir a casa. Es una activa escena del crimen. —Y el lugar
estaba tan destruido que incluso si lo limpian con toneladas de cloro, ningún Vanir
podría entrar ahí sin oler la carnicería—. No es seguro para ti volver hasta que
hayamos encontrado a quien hizo esto. Y por qué lo hizo.
Bryce suspiró.
—S-Sabine s-abe…
—Lo hace —dijo Isaiah gentilmente—. Todo aquel que estaba en la vida de
Danika ha sido notificado.
Y el mundo entero lo sabría en unas cuantas horas.
Aún arrodillado a su lado, Hunt dijo:
—Podemos moverte a una habitación con calefacción y un baño. Darte algo de
ropa.
Su vestido estaba tan hecho trizas que la mayor parte de su piel estaba al
descubierto, un largo corte alrededor de la cintura mostraba un resquicio de un
tatuaje en su espalda. Había visto putas en el Mercado de Carne que usaban ropas
más modestas.
El celular en el bolsillo de Isaiah zumbó. Naomi. La voz de la capitana de la
infantería de la 33ra estaba tensa cuando Isaiah respondió.
—Suelten a la chica. Ahora. Sáquenla del edificio y por el bien todos nosotros,
que nadie la siga. En especial Hunt.
—¿Por qué? El Gobernador nos dio la orden opuesta.
—Tuve una llamada —dijo Naomi—. Del jodido Ruhn Danaan. Está lívido
porque no notificamos a Cielo y Aliento sobre traer a la chica. Dice que cae en la
jurisdicción de los Faes y más mierda. Así que al Hel lo que quiera el Gobernador,
nos lo agradecerá después por evitarle este enorme dolor de cabeza. Deja ir a la chica
ahora. Puede volver con un Fae como escolta, si eso es lo que esos imbéciles quieren.
Hunt, al haber escuchado toda la conversación, estudió a Bryce Quinlan con una
certera evaluación depredadora. Como parte de los triarii, Naomi Boreas respondía
únicamente a Micah sin darle explicaciones nadie, pero desobedecer una orden
directa a favor de los Fae… Naomi agregó:
—Hazlo, Isaiah. —Y luego colgó.
A pesar de las orejas puntiagudas de Bryce, no dio signos de haber escuchado
algo.
Isaiah guardó su teléfono dentro de su bolsillo.
—Eres libre de irte.
Ella se levantó en un sorprendente estable par de piernas, a pesar del vendaje
en una de ellas. La suciedad y la sangre aún cubrían sus pies. Cansado del acto, Hunt
dijo:
—Tenemos una medwitch en camino.
Pero Bryce lo ignoró y cojeó lejos por la puerta hasta el pasillo. Su mirada se
quedó en el pasillo hasta que el entrecortado sonido de sus pisadas se alejó.
Por un largo minuto, ninguno de ellos habló. Entonces Hunt dejó escapar un
suspiro y se levantó.
—¿En qué cuarto pondrá Naomi a Briggs?
Isaiah no tuvo la oportunidad de responder cuando pasos resonaron a través
del corredor, aproximándose rápido. En definitiva, no eran de Bryce.
Incluso en uno de los lugares más seguros de la ciudad, Isaiah y Hunt colocaron
sus manos a un rápido alcance de sus armas, el primero cruzando sus brazos para
así tener un fácil acceso a la pistola escondida debajo de su traje, el segundo dejando
su mano colgar cerca de su muslo, a centímetros de su cuchillo dentado enfundado
ahí. Relámpagos bailando una vez más alrededor de sus dedos.
Un macho Fae pelinegro se precipitó por la puerta del cuarto de interrogatorios.
Incluso con un aro de plata atravesando su labio inferior, un lado de su cabello negro
como cuervo rapado e incluso con una manga tatuada debajo de su chaqueta de
cuero; no había manera de ignorar la belleza en su linaje.
Ruhn Danaan, el Príncipe Heredero de la corona Fae de Valbara. Hijo del Rey de
Otoño y el actual poseedor de la espada Estrellada, la negra cuchilla del antiguo Fae
Nacido de la Estrella. Prueba de la posición como Elegido entre los Fae, o lo que en
Hel eso significara.
Esa espada estaba atada en la espada de Ruhn, su negra empuñadura
absorbiendo los primeros rayos de luz. Isaiah había escuchado a alguien una vez
decir que la espada estaba hecha de iridio extraído de un meteorito, forjada en otro
mundo, antes de que los Fae atravesaran la Grieta del Norte.
Los ojos azules de Danaan hervían como el corazón de una llama, aunque el
mismo Ruhn no portaba tal magia. La magia de fuego era común entre los Fae de
Valbara, poseída por el mismo Rey de Otoño. Pero los rumores decían que la magia
de Ruhn era más como la de los de su tipo que reinaban la sagrada Isla Fae de Avallen
cruzando el mar: el poder de convocar sombras y niebla que podían no solo
atravesar el velo del mundo físico sino también las mentes. Tal vez telepatía.
Ruhn echó un vistazo al vómito, sintiendo a la hembra que ya se había ido.
—¿Dónde mierda está?
Hunt se quedó muy quieto ante la fría orden en la voz del príncipe.
—Bryce Quinlan ha sido dejada en libertad —dijo Isaiah—. Fue escaleras arriba
hace unos minutos.
Ruhn debió haber tomado una entrada lateral si no la había visto y ellos no
habían sido notificados de su llegada. Tal vez había usado esa magia suya para
arrastrarse por las sombras.
El príncipe se volteó hacia la entrada, pero Hunt dijo:
—¿Qué es ella para ti?
Ruhn se erizó.
—Es mi prima, imbécil. Cuidamos de los nuestros.
Una prima lejana, ya que el Rey de Otoño no tenía hermanos, pero
aparentemente el príncipe conocía a Bryce lo suficiente como para intervenir.
Hunt le lanzó una sonrisa a Ruhn.
—¿Dónde estuviste esta noche?
—Vete a la mierda, Athalar. —Ruhn desnudó sus dientes—. Supongo que
escucharon que Danika y yo peleamos por Briggs en la Reunión. Qué bien salió todo.
Buen trabajo. —Cada palabra salía más molesta que la otra—. Si quisiera matar a
Danika, no invocaría a un maldito demonio para hacerlo ¿Dónde mierda está Briggs?
Quiero hablar con él.
—Está de camino. —Hunt aún sonreía. Esos relámpagos aún bailaban en sus
nudillos—. Y tú no lo tendrás primero. —Luego Hunt agregó—: El dinero y a
influencia de papi solo te traerán hasta aquí, Príncipe.
No hacía diferencia que Ruhn encabezara la división Fae del Aux y que estuviera
tan bien entrenado como cualquier luchador élite. O que la espada en su espalda no
fuera solo decoración.
No importaba para Hunt. No cuando la nobleza y las rígidas jerarquías estaban
involucradas.
Ruhn dijo:
—Sigue hablando, Athalar. Veamos a dónde te lleva.
Hunt sonrió con suficiencia.
—Estoy temblando de miedo.
Isaiah se aclaró la garganta. Por el calor de Solas, la última cosa que necesitaban
esta noche era una pelea entre uno de sus triarii y el príncipe de los Fae. Él le dijo a
Ruhn:
—¿Puedes decirnos si el comportamiento de la señorita Quinlan antes del
asesinato era inusual o…?
—El dueño del Cuervo me dijo que estaba ebria y había inhalado una pila de
lightseeker —interrumpió Ruhn—. Pero encontrarás a Bryce con esa clase de
mierda en su sistema al menos una noche a la semana.
—¿Por qué siquiera lo hace? —preguntó Isaiah.
Ruhn cruzó sus brazos.
—Ella hace lo que quiere. Siempre lo ha hecho. —Había suficiente amargura ahí
para sugerir una mala historia.
Hunt dijo arrastrando las palabras:
—¿Qué tan cercanos son ustedes dos?
—Si estás preguntando si me la estoy follando —dijo Ruhn enfurecido—, la
respuesta, gran imbécil, es no. Ella es familia.
—Familia lejana —replicó Hunt—. Escuché que a los Fae les gusta mantener su
linaje puro.
Ruhn sostuvo su mirada y Hunt sonrió de nuevo, el éter llenando la habitación,
la promesa de una tormenta atravesando la piel de Isaiah.
Preguntándose si sería tan tonto de interponerse cuando Ruhn intentara
tumbar a golpes los dientes de Hunt, y Hunt convirtiera al Príncipe en una pila de
humeantes huesos, Isaiah habló rápidamente.
—Solo estamos tratando de hacer nuestro trabajo, Príncipe.
—Si ustedes, idiotas, hubieran mantenido un ojo en Briggs como se suponía que
lo hicieran tal vez esto no hubiera pasado en absoluto.
Las alas grisáceas de Hunt se movieron ligeramente, la posición de ataque usual
de un malakh al prepararse para una pelea física. Y esos oscuros ojos… eran los ojos
de un temido guerrero, el ángel Caído. Uno que había aplastado ejércitos a los cuales
le habían ordenado derrotar. Aquel que había matado por el capricho de un Arcángel
y lo había hecho tan bien que había sido bautizado como la Sombra de la Muerte.
—Cuidado —dijo Hunt.
—Quédate jodidamente lejos de Bryce —escupió Ruhn antes de dirigirse hacia
la puerta, posiblemente detrás de su prima. Al menos Bryce tendría una escolta.
Hunt se volteó hacia la puerta vacía. Después de un momento, murmuró:
—El dispositivo de rastreo en el agua que Quinlan bebió al llegar aquí. ¿Cuánto
tiempo permanece activo?
—Tres días —contestó Isaiah.
Hunt estudió el cuchillo enfundado en su muslo.
—Danika Fendyr era una de las más fuertes Vanir en la ciudad, incluso antes de
hacer el Descenso. Suplicó como humana al final.
Sabine nunca se recuperaría de la vergüenza.
—No sé de un demonio que mate de esa manera —reflexionó Hunt—. O que
desaparezca así de fácil. No pude encontrar un rastro. Es como si se hubiera
desvanecido de vuelta a Hel.
Isaiah dijo:
—Si Briggs está detrás de esto, sabremos qué demonio es muy pronto.
Si Briggs hablaba en absoluto. Él ciertamente no lo había hecho cuando había
sido atrapado en su laboratorio de bombas, a pesar de todos los esfuerzos en los
interrogatorios de la 33ra y el Aux.
Isaiah agregó:
—Tendré cada patrulla disponible buscando silenciosamente otras manadas
jóvenes en el Auxiliado. Si esto resulta no estar conectado con Briggs, entonces eso
podría ser el comienzo de un patrón.
Hunt preguntó, oscuramente:
—¿Y si encontramos al demonio?
Isaiah se encogió de hombros.
—Entonces asegúrate de que ya no sea un problema, Hunt.
Los ojos de Hunt se afilaron en una concentración letal.
—¿Y Bryce Quinlan? ¿Después de que los tres días terminen?
Isaiah frunció hacia la mesa y la silla destrozada.
—Si es inteligente, mantendrá un perfil bajo y no atraerá la atención de otro
poderoso inmortal por el resto de su vida.
7
Traducido por Mafer T
Corregido por Lieve

Los escalones negros que rodeaban la costa neblinosa del Barrio de Huesos
golpearon las rodillas de Bryce mientras ella se arrodillaba frente a las imponentes
puertas blancas.
El Istros se extendía como un espejo gris detrás de ella, silencioso en la luz antes
del amanecer.
Tan callado y quieto como ella lo estaba, vacío y a la deriva.
La neblina se arremolinó a su alrededor, cubriendo todo menos los escalones
de obsidiana donde ella estaba arrodillada y las puertas de hueso talladas
elevándose por encima de ella. El podrido bote negro era su única compañía, su
cuerda mohosa y vieja descartada sobre las escaleras en lugar de un ancla. Ella había
pagado el pasaje, el bote se quedaría aquí hasta que ella hubiera terminado. Hasta
que hubiera dicho lo que tenía que decir.
El reino de los vivos se encontraba un mundo más allá, las torres y rascacielos
de la ciudad escondidos por esos bucles neblinosos, las bocinas de los autos y las
voces enmudecidas. Ella había dejado sus posesiones materiales. No tendrían valor
aquí, junto a las Parcas y los muertos.
Ella las había dejado alegremente, especialmente su teléfono, tan lleno de odio
e ira.
El último correo de voz de Ithan había llegado hacia solo una hora, sacudiéndola
del estupor insomne en el que se había encontrado las últimas seis noches, viendo
el oscuro techo del cuarto de hotel que compartía con su madre. Ignorando cada
llamada y mensaje.
Las palabras de Ithan habían permanecido con ella cuando se escabulló al baño
del hotel para escuchar.
No vengas a la Despedida mañana. No eres bienvenida aquí.
Lo había escuchado una y otra vez, las primeras palabras que hacían eco en su
silenciosa mente.
Su madre no se había levantado de la cama su lado cuando Bryce salió de la
habitación de hotel en pies tan silencios como los de un Fae, tomando el elevador
del personal y saliendo por la puerta trasera sin vigilancia que daba al callejón. Ella
no había dejado esa habitación por seis días, solo se sentaba a mirar vagamente el
papel tapiz floral del hotel. Y ahora, con el séptimo amanecer… solo para esto se iría.
Recordaría cómo mover su cuerpo, cómo hablar.
La Despedida de Danika comenzaría al amanecer, y las Despedidas del resto de
la manada le seguirían. Bryce no estaría ahí para ser testigo de ellos. Incluso si los
lobos se lo negaran, ella no hubiera podido soportarlo. Ver el bote negro ser
empujado del muelle con todo lo que quedaba de Danika en él, su alma dejada para
ser juzgada digna o no de poder entrar a la isla sagrada del otro lado del río.
Solo había silencio aquí. Silencio y niebla.
¿Era esto la muerte? ¿Silencio y niebla?
Bryce pasó su lengua sobre sus labios secos y partidos. No recordaba la última
vez que había bebido algo. Comido. Solo recordaba a su madre intentando hacer que
bebiera un poco de agua.
Una luz se había apagado en su interior. Una luz se había extinguido.
Ella bien podía estar observando su interior: oscuridad. Silencio. Neblina.
Bryce alzó su cabeza, mirando hacia las puertas de hueso, hechas de las costillas
de un leviatán muerto que había acechado los profundos mares del norte. La niebla
se puso más densa, la temperatura bajó. Anunciando la llegada de algo terrible.
Bryce se mantuvo de rodillas. Bajó la cabeza.
Ella no era bienvenida a la Despedida. Así que había venido aquí a decir adiós.
A darle a Danika esta última cosa.
La criatura que yacía en la niebla emergió, e incluso el río a sus espaldas tembló.
Bryce abrió sus ojos. Y lentamente levantó la mirada.
PARTE II
LA ZANJA
8
Traducido por Selkmanam
Corregido por Lieve

VENTIDÓS MESES DESPUÉS


Bryce Quinlan tropezó saliendo del baño del Cuervo Blanco, un león
cambiaformas acariciando su cuello, sus amplias manos envolviendo su cintura.
Fue fácilmente el mejor sexo que ella había tenido en tres meses. Quizás más.
Quizás ella debería mantenerlo por un tiempo.
Quizás ella debería saber su nombre primero. No es que importe. Su reunión era
en el bar VIP en al otro lado del club era en… bueno, una mierda. Justo ahora.
El ritmo de la música martilleaba sus huesos, haciendo eco con los pilares
tallados, una invocación incesante que Bryce ignoró, negó. Justo como ella lo había
hecho cada día por los últimos dos años.
—Vamos a bailar. —Las palabras del león de cabello dorado retumbaron en su
oreja mientras agarraba su mano y la arrastraba hacia abarrotada multitud en las
antiguas piedras de la pista de baile.
Ella plantó sus pies tan firmemente como sus tacones de diez centímetros se lo
permitían.
—No, gracias. Tengo una reunión de negocios. —No era una mentira, aunque
ella lo hubiera rechazado de todas formas.
La esquina del labio del león se crispó mientras revisaba el pecaminosamente
corto vestido negro de ella, las piernas desnudas con las que había rodeado sus
caderas hace unos momentos. Que Urd la ayude, los pómulos de él eran irreales.
También lo eran esos ojos dorados ahora estrechados con diversión.
—¿Vas a una reunión de negocios vestida así?
Lo hacía cuando los clientes de su jefa insistían en encontrarse en espacios
neutrales como el Cuervo, temerosos de cualquier hechizo de vigilancia que Jesiba
haya puesto en la galería.
Bryce nunca habría venido acá, venía raramente por su cuenta. Ella estuvo
sorbiendo su agua mineral en el bar normal dentro del club, no el VIP del entresuelo
donde ella supuestamente debía estar, cuando el león se acercó a ella con esa sonrisa
fácil y esos hombros anchos. Ella debió estar en tal nivel de necesidad de distracción
por la tensión acumulándose en ella con cada minuto que estaba en ese lugar que
apenas terminó su vaso de agua antes de arrastrarlo a él hasta el baño. Él estuvo
demasiado feliz como para detenerla.
—Gracias por la cabalgata —dijo Bryce al león. Cualquiera que sea tu nombre.
Le tomó un pestañeo descubrir que ella iba en serio con la reunión. El rojo se
deslizó por sus mejillas bronceadas. Él dijo bruscamente:
—No te puedo pagar.
Era el turno de ella para pestañear. Luego ella echó hacia atrás su cabeza y rio.
Perfecto: él pensaba que ella era una de las putas de Riso. Prostitución sagrada,
Riso una vez le explicó, ya que el club estaba en las ruinas de un templo de placer,
era su deber continuar con la tradición.
—Es por parte de la casa —canturreó ella, palmeando su mejilla antes que se
girara hacia el bar resplandeciente en el entresuelo de cristal flotando sobre el
espacio cavernoso.
Ella no se permitió mirar hacia la cabina escondida dos pilares desgastados por
la edad. No se permitió ver quién podría estar ocupándola. No Juniper, que estaba
muy ocupada estos días para algo más que un desayuno tardío ocasional, y
ciertamente no Fury, que no se molestaba en atender sus llamadas, responder sus
mensajes o incluso visitar esta ciudad.
Bryce movió sus hombros alejando esos pensamientos.
Los jaguares cambiaformas que montaban guardia sobre la iluminada escalera
de oro que conectaba el entresuelo VIP con el templo apartaron la cuerda de
terciopelo negro para dejarla pasar. Veinte taburetes de cristal flanqueaban el bar
de oro sólido y solo un tercio de ellos estaban ocupados. Vanir de cada Casa se
sentaban en ellos. Pero no había humanos.
Excepto por ella, si siquiera contaba.
Su cliente ya estaba sentado en el extremo alejado del bar, su traje oscuro
apretado contra su figura voluminosa, su largo cabello negro peinado hacia atrás
revelaba un rostro afilado y ojos oscuros.
Bryce recordó sus detalles mientras se paseaba hacia él, rezando que no fuera
del tipo de recordarle que estaba técnicamente dos minutos tarde.
Maximus Tertian: vampiro de doscientos años; soltero y sin pareja; hijo de Lord
Cedrian, el vampiro más rico de Pangera y el más monstruoso, si se cree en los
rumores. Conocido por llenar bañeras con sangre de doncellas humanas en su
fortaleza en las montañas heladas, bañándose en su juventud…
No es de ayuda. Bryce se pegó una sonrisa y se adueñó del taburete a su lado,
ordenando agua mineral al camarero.
—Señor Tertian —dijo ella como saludo, extendiendo su mano.
La sonrisa del vampiro era tan suave que ella supo de diez mil pares de bragas
seguramente habían caído ante su vista a lo largo de los siglos.
—Señorita Quinlan —ronroneó él, tomando su mano y besando el dorso. Sus
labios permanecieron ahí lo necesario para que ella reprimiera el impulso de tirar
de su mano—. Un placer conocerla en carne y hueso. —Sus ojos cayeron a su cuello,
luego en el escote expuesto por su vestido—. Tu empleadora podrá tener una galería
llena de arte, pero tú eres una verdadera obra maestra.
Oh, por favor.
Bryce bajó su cabeza, obligándose sonreír.
—Dices eso a todas las mujeres.
—Solo a las que me llenan de agua la boca.
Una oferta de cómo esa noche podría terminar, si ella quería: chupada y follada.
Ella no se molestó en informarle que ya cubrió esa necesidad, sin la parte de
chuparle sangre. A ella le gustaba su sangre donde estaba, muchas gracias.
Ella se acercó a su bolso sacando un estrecho portafolio de cuero; una réplica
exacta de los que se usan en el Cuervo para entregar cuentas a sus clientes más
exclusivos.
—Tu bebida está a mi cuenta. —Ella deslizó el portafolio hacia él con una
sonrisa.
Maximus revisó los papeles de propiedad por el busto de ónix de cinco mil años
de antigüedad de un Lord vampiro muerto hace mucho. El trato había sido un triunfo
para Bryce después de semanas de enviar ofertas a clientes potenciales, tentándolos
con la oportunidad de comprar un raro artefacto antes que sus rivales. Ella había
tenido su ojo en Maximus, y durante las infinitas llamadas por teléfono y los
mensajes, ella había jugado bien, basándose en su odio hacia otros señores
vampiros, su ego frágil y su arrogancia inaguantable.
Fue un esfuerzo no suprimir una sonrisa mientras Maximus, nunca Max, asentía
mientras leía. Dándole la ilusión de privacidad, Bryce giró su taburete para mirar
hacia el abarrotado club debajo de ella.
Un grupo de hembras jóvenes adornadas con halos de palos neón bailaban
juntas cerca de un pilar, riendo y cantando y pasando una botella de vino espumante
entre ellas.
El pecho de Bryce se apretó. Ella había una vez planeado tener su fiesta de
Descenso en el Cuervo. Había planeado ser tan salvaje como esas hembras abajo,
festejando con sus amigas desde el momento que ella emergiera del Ascenso hasta
que ella se desmayara o la empujaran a la cuneta.
La fiesta, honestamente, era en lo que se quería enfocar. En lo que la mayoría de
la gente trataba de enfocarse. En vez del puro terror del mismo ritual del Descenso.
Pero eso era un ritual necesario. Porque el poder de la primera luz era generado
por la luz pura y sin diluir que cada Vanir emitía mientras se realizaba el Descenso.
Y era solo durante el Descenso que cada destello de luz parecía magia cruda sin
filtrar. Podía curar y destruir y hacer cualquier cosa en el camino.
Capturada y embotellada, la primera luz era siempre usada para sanar, luego el
resto era mandado a las plantas de energía para energizar sus bombillod y autos y
máquinas y tecnología; algo de eso era usado para hechizos, y algo más era
reservado para cualquier mierda sombría que quisiera la República.
La “donación” de la primera luz por cada ciudadano era un elemento clave del
ritual del Descenso, parte del por qué siempre se hacía en un centro del gobierno:
una habitación estéril, donde la luz de la persona realizando el Descenso era
engullida durante la transición a la inmortalidad y el verdadero poder. Todo
supervisado por el sistema Eleusiano, capaz de monitorear cada momento del
evento a través de vibraciones en el mundo mágico. En efecto, familiares a veces
miraban la transmisión en una habitación adyacente.
El Descenso era la parte fácil: caer al poder propio. Pero una vez que se llegaba
al fondo, el cuerpo mortal expiraba. Y luego el reloj comenzaba su cuenta regresiva.
Meros minutos eran permitidos para la carrera devuelta a la vida antes de que
el cerebro se apagara por falta de oxígeno. Seis minutos para apresurarse a través
de una pista psíquica a través del fondo del poder propio, solo una oportunidad
desesperada para lanzarse a la vida. La alternativa de realizar exitosamente ese
salto: caer en un pozo negro sin fondo y esperar la muerte. La alternativa a generar
suficiente momentum en esa pista: caer en un pozo negro sin fondo y esperar la
muerte.
Era por qué alguien más debía actuar como Ancla: un faro, una línea de vida,
una cuerda de bungee que podría tirar a su acompañante devuelta a la vida una vez
que saltara de la pista. Hacer el Descenso solitario era morir, llegar al fondo del
poder, que el corazón deje de latir al llegar a ese lugar. Nadie sabía si el alma
continuaba viviendo ahí abajo, perdida para siempre, o si moría junto al cuerpo
dejado atrás.
Era por eso que las Anclas eran usualmente familia, padres o hermanos, o
amigos confiables. Alguien que no te dejaría a mitad de camino. O un empleado del
gobierno que tenía la obligación legal de no hacerlo. Algunos aseguran que esos seis
minutos se llaman la Búsqueda, que, durante ese tiempo, enfrentabas el fondo
mismo de tu alma. Pero más allá de eso, no había esperanza de sobrevivencia.
Era solo al realizar el Ascenso, alcanzar ese umbral y volver a la vida, rebosando
con nuevo poder, que la inmortalidad era alcanzada, el proceso de envejecimiento
era reducido a un goteo glacial y el cuerpo se volvía casi indestructible como si
estuviera bañado en la primera luz resultante, tan brillante que la sola vista podría
cegar. Y al final de eso, cuando los pulcros paneles de energía del centro de
Descensos desviaran toda esa primera luz, todo lo que quedaba para marcar la
ocasión era un pequeño punto de esa luz en una botella. Un bonito souvenir.
Estos días, con las fiestas de Descenso como la de abajo a toda potencia, los
nuevos inmortales a menudo usaban la asignación de su propia primera luz para
hacer objetos fiesteros y pasárselos a sus amigos. Bryce había planeado varas
luminosas y llaveros que dijeran “¡Besa mi brillante trasero!” Danika solo había
querido vasos de chupitos.
Bryce escondió ese viejo escozor en su pecho mientras Maximus cerraba el
portafolio con chasquido, su lectura terminada. Un portafolio a juego apareció en su
mano, luego lo empujó a través de la superficie dorada del bar.
Bryce miró el cheque adentro, una alucinante suma que él entregaba como un
envoltorio de chicle, y volvió a sonreír. Incluso mientras una pequeña parte de ella
se encogió por el minúsculo hecho que ella no recibiría nada de comisión por esa
pieza. Por ninguna pieza de la galería de Jesiba. Ese dinero iba a otro lugar.
—Un placer hacer negocios con usted, señor Tertian.
Listo. Hecho. Hora de ir a casa, entrar en la cama y acurrucarse con Syrinx. La
mejor forma de celebrar en la que ella podría pensar en esos días.
Pero una pálida y fuerte mano se posó sobre el folio.
—¿Te vas tan temprano? —La sonrisa de Maximus creció otra vez—. Sería una
pena que una cosa linda como tú se vaya cuando estaba a punto de ordenar una
botella de Serat.
El vino espumoso del sur de Valbara se comercializaba al menos a cien monedas
de oro por botella. Y aparentemente hacía a imbéciles como él creer que tenían el
derecho de la compañía femenina.
Bryce le dio un guiño, tratando de halar el folio con el cheque hacia su bolso.
—No creo que usted sea de los que sienten lástima si una cosa linda como yo se
vaya, señor Tertian.
Su mano permaneció en el folio.
—Por lo que le pagué a tu jefa, pensaría que el trato viene con algunos
beneficios.
Bueno, tiene que ser un récord: ser confundida con una prostituta dos veces en
menos de diez minutos. Ella no siente desdén por la profesión más vieja del mundo,
solo respeto y a veces lástima, pero ser confundida con una de ellas ha llevado a más
accidentes desafortunados de los que le gustaría. Aun así, Bryce logró decir
calmadamente:
—Me temo que tengo otra reunión.
La mano de Maximus se deslizó a su muñeca, agarrándola lo suficientemente
fuerte como para demostrar que él podría romper cada hueso dentro en ella con
siquiera un pensamiento.
Ella se negó a dejar que su aroma cambiara mientras su estómago se ahuecaba.
Ella había tratado con su tipo y peor.
—Quita tu mano de mí, por favor.
Ella añadió la última palabra porque le debía a Jesiba al menos sonar cortés, solo
una vez.
Pero Maximus inspeccionó su cuerpo con todo el masculino e inmortal derecho
del mundo.
—A algunos les gusta que su presa juegue a resistirse. —Él sonrió otra vez a
ella—. Resulta que soy uno de esos. Lo haré bien para ti, ya sabes.
Ella encontró su mirada, odiando que una pequeña parte de ella quisiera
retroceder. Que lo reconocía como un depredador y a ella como su presa y que
tendría suerte de siquiera tener una oportunidad de huir antes de ser devorada por
completo.
—No, gracias.
El entresuelo VIP quedó en silencio, la onda de silencio siendo un signo seguro
de que un depredador más grande y malo había entrado. Bien.
Quizás distraería al vampiro lo suficiente para soltar su muñeca. Y el cheque.
Jesiba la desollaría si se iba sin él.
Por supuesto, la mirada de Maximus se movió por sobre su hombro hacia
cualquiera que haya entrado. Su mano se apretó sobre la de Bryce. Lo
suficientemente fuerte como para que Bryce mirara.
Un macho Fae de cabello negro acechaba en el otro extremo del bar. Mirando
directamente hacia ella.
Ella trató de no gemir. Y no en la forma en que había gemido con ese león
cambiaformas.
El macho Fae seguía mirando hacia ella cuando el labio superior de Maximus
subió, revelando unos largos caninos que él quería tanto hundir en el cuello de ella.
Maximus gruñó en advertencia.
—Tú eres mía. —Las palabras fueron tan guturales que ella apenas pudo
entenderlas.
Bryce suspiró por su nariz mientras el macho Fae tomaba un asiento en el bar
murmurando su orden a un sílfide de cabello plateado detrás de él.
—Él es mi primo —dijo Bryce—. Relájate.
Su sorpresa le costó: su agarre se relajó y Bryce guardó el portafolio con el
cheque en su bolso mientras daba un paso atrás. Al menos su herencia Fae le era
buena para moverse rápido cuando era necesario. Mientras se alejaba, Bryce
ronroneó sobre su hombro.
—Solo para que lo sepas, no me gustan del tipo posesivo y agresivo.
Maximus gruñó otra vez, pero había visto quién era su “primo”. No se atrevía a
seguirla.
Incluso cuando el mundo pensara que solo estaban lejanamente emparentados,
nadie se metía con los familiares de Ruhn Danaan.
Si hubieran sabido que Ruhn era su hermano, bueno, técnicamente su medio
hermano, ningún hombre se le hubiera acercado. Pero agradecidamente, el mundo
pensaba que era su primo, y ella estaba encantada de mantenerlo así. No solo por
quién era su padre y el secreto que hace mucho tiempo juró mantener. No solo
porque Ruhn era el hijo legítimo, el maldito Elegido y ella… no lo era.
Ruhn ya estaba bebiendo su whiskey, sus llamativos ojos azules fijados en
Maximus. Prometiendo muerte.
Ella estaba medio tentada de dejar que Ruhn enviara a Maximus a escurrirse
devuelta al castillo de horrores de su papi, pero ella había trabajado tanto en este
trato, había timado a este imbécil para pagar un tercio más de lo que costaba el
busto. Pero solo tomaría una llamada de Maximus a su banquero y el cheque en su
bolso estaría anulado.
Así que Bryce fue hacia Ruhn, sacando su atención del vampiro.
La camisa negra de su hermano y los jeans oscuros estaban lo suficientemente
apretados como para mostrar los músculos por los que el Fae se hacía pedazos
entrenando y por los que la gente del nivel VIP se lo comía con los ojos. Las mangas
tatuadas en la piel dorada de sus brazos eran, sin embargo, lo suficientemente
hermosas y coloridas como para enojar a su padre. Junto con la línea de aretes en
una de sus orejas arqueadas, y el cabello liso y negro que fluía hasta su cintura
excepto por un lado rasurado. Todo esto creaba un gran cartel que decía ¡Jódete,
papá!
Pero Ruhn seguía siendo un macho Fae. Seguía siendo cincuenta años mayor
que ella. Seguía siendo un idiota dominante cada vez que ella se topaba con él o sus
amigos. Lo cual era siempre que ella no podía evitarlo.
—Bueno, bueno, bueno —dijo Bryce, asintiendo con hacia el camarero mientras
otra agua mineral aparecía frente a ella. Bebió un trago, agitando las burbujas para
enjuagar el persistente sabor a león y alfaimbécil—. Mira quién decidió dejar de
frecuentar clubs de rock poseur y comenzar a reunirse con los niños populares.
Parece que finalmente el Elegido se pone al día.
—Siempre olvido lo molesta que eres —dijo Ruhn como saludo—. Y no es de tu
incumbencia, pero no estoy aquí para divertirme.
Bryce inspeccionó a su hermano. Ningún signo de la espada Estrellada esta
noche, y, mirándolo bien, más allá de la delatadora herencia física de la línea Nacido
de la Estrella, poco mostraba que él había sido ungido por Luna o dada la genética
para acomodar a su gente en lo más alto. Pero han pasado años desde que ellos
realmente habían hablado. Quizás Ruhn se arrastró devuelta al redil. Hubiera sido
una pena, considerando la mierda que se había venido abajo para sacarlo de allí en
primer lugar.
—¿Hay alguna razón a por qué estás aquí, además de arruinar mi noche? —
preguntó Bryce.
Ruhn resopló.
—Veo que aún estás feliz de jugar a la puta secretaria.
Imbécil mimado. Por algunos relucientes años, ellos fueron mejores amigos, un
dúo dinámico contra el Hijo de Puta Número Uno, más conocido como el macho Fae
que los engendró, pero eso es historia antigua. Ruhn se había encargado de eso.
Ella frunció el ceño a la apretada multitud de abajo, escaneado la muchedumbre
en busca de los dos amigos que seguían a Ruhn a todas partes, ambos un dolor en su
trasero.
—¿Cómo llegaste aquí? —Incluso un Príncipe Fae tiene que esperar en la fila
del Cuervo. A Bryce le habría encantado ver a idiotas Fae acicalados ser rechazados
en las puertas.
—Riso es mi amigo —dijo Ruhn—. Él y yo jugamos póker los martes por la
noche.
Po supuesto Ruhn que se las había arreglado para ser el amigo del dueño del
club. Una extraña variedad de mariposa cambiaformas, lo que le faltaba a Riso en
tamaño lo compensaba en pura personalidad, siempre riendo, siempre volando
sobre el club y bailando sobre la multitud. Alimentándose del regocijo como si fuera
néctar. Él era selectivo con su círculo cercano, aunque le gustaba unir un interesante
grupo de personas para entretenerlo. Bryce y Danika nunca lo lograron, pero hay
posibilidades de que Fury estuviera en ese grupo de póker. Qué mal que Fury no
contestara sus llamadas, aunque sea para preguntarle sobre eso.
Ruhn le mostró sus dientes a Maximus mientras el ceñudo vampiro se dirigía a
los escalones dorados.
»Riso me llamó hace unos minutos para decirme que estabas aquí. Con ese
imbécil desagradable.
—¿Disculpa? —Su voz se agudizó. No tenía nada que ver con el hecho de que
ella dudaba que el diplomático dueño del club hubiera usado esos términos. Riso era
más del tipo de decir, ella está con alguien que podría causar que su baile terminara.
Lo cual podría ser la idea de Riso del Hel.
—Riso no se puede arriesgar a echar a Tertian de aquí. Insinuó que el idiota se
estaba pasando de mano y que necesitabas refuerzos —dijo Ruhn. Un brillo
totalmente depredador iluminó los ojos de su hermano—. ¿No sabes lo que hace el
padre de Tertian?
Ella sonrió, y supo que no llegó a sus ojos. Ninguna de sus sonrisas lo hacía estos
días.
—Lo sé —dijo ella dulcemente.
Ruhn agitó su cabeza con disgusto. Bryce se inclinó hacia adelante para agarrar
su bebida, cada movimiento controlado solo para evitar agarrar el agua y tirársela
en la cara.
—¿No deberías estar en casa? —preguntó Ruhn—. Es día de semana. Tienes que
ir a trabajar en seis horas.
—Gracias, mamá —dijo ella. Pero irse a casa y quitarse el sostén sonaba
fantástico. Había despertado antes del amanecer de nuevo, bañada en sudor y sin
aliento, y el día no había mejorado desde entonces. Quizás ella estaría lo
suficientemente exhausta esta noche como para dormir.
Pero cuando Ruhn no hizo ningún movimiento para irse, Bryce suspiró.
»Dímelo.
Debía haber otra razón de por qué Ruhn se molestaría en venir, siempre la
había, considerando quién los había engendrado.
Ruhn bebió de trago.
—El Rey de Otoño quiere mantengas un bajo perfil. La Cumbre es en un mes, y
quiere que todos los cabos sueltos estén atados.
—¿Qué tiene que ver la Cumbre conmigo?
Eso ocurría cada diez años, era una reunión de los poderes reinantes de Valbara
para debatir cualquier problema o política que los Asteri les ordenaron ocuparse.
Cada territorio en la República lleva a cabo su propia Cumbre en un calendario
programado para que ocurra una cada año. Y Bryce ha dado atención a cero atención
a esos eventos.
—El Rey de Otoño quiere a cualquiera asociado con los Fae en su mejor
comportamiento, los rumores dicen que los Asteri están enviando algunos de sus
comandantes más favorecidos, y quieren que todos nos veamos como buenos y
obedientes súbditos. Honestamente, me importa una mierda, Bryce. Solo me
ordenaron que te dijera que… no te metieras en problemas hasta que la Cumbre haya
concluido.
—Te refieres a no hacer algo embarazoso.
—Básicamente —dijo él, bebiendo otra vez—. Y mira, además de eso, la mierda
siempre se vuelve intensa alrededor de las Cumbres, así que sé cuidadosa, ¿está
bien? La gente siempre sale de sus escondites para dar a conocer su agenda. Mantén
la guardia alta.
—No sabía que a papi le preocupa mi seguridad. —A él nunca le había
importado.
—No le interesa —dijo Ruhn, sus labios estrechándose, el pequeño aro en su
labio inferior zarandeándose con el movimiento—. Pero haré que se preocupe.
Ella consideró la ira en sus ojos azules, no estaba dirigida a ella. Entonces Ruhn
aún no había caído en la línea. No había caído en la grandeza del Elegido. Ella tomó
otro trago de su agua.
—¿Desde cuándo él te escucha?
—Bryce. Solo mantente fuera de los problemas, en todos los frentes. Por la
razón que sea, esta Cumbre es importante para él. Ha estado al borde por eso, más
allá de la mierda de todos-deben-comportarse. —Él suspiró—. No lo había visto tan
al borde desde hace dos años…
Las palabras se desvanecieron mientras él se contenía. Pero ella entendió el
significado. Desde hace dos años. Desde Danika. Y Connor.
El vaso en la mano de ella se agrietó.
—Cuidado —murmuró Ruhn—. Cuidado.
Ella no pudo dejar de apretar el vaso, no pudo sacar su cuerpo de la furia animal
que había surgido.
El vaso de cristal pesado estalló en su mano, agua rociando todo el bar dorado.
El barman se giró, pero mantuvo su distancia. Nadie en todo el bar se atrevía a mirar
por más que un respiro, no al Príncipe Heredero de los Fae de Valbara.
Ruhn agarró el rostro de Bryce con su mano.
»Toma un jodido respiro.
Ese horrible e inútil lado Fae de ella obedeció la dominancia en esa orden, su
cuerpo retrocediendo de los instintos con los que ella había nacido, a pesar de sus
mejores esfuerzos por ignorarlos.
Bryce tomó aliento, luego otra vez. Saliendo en sonidos estremecedores y
jadeantes.
Pero con cada respiro, la ira enceguecedora retrocedía. Se alejaba.
Ruhn sostuvo su mirada hasta que ella dejó de gruñir, hasta que pudo ver
claramente. Luego lentamente soltó su rostro, y respiró.
—Joder, Bryce.
Ella se sostuvo en piernas tambaleantes y ajustó la correa de su bolso sobre el
hombro, asegurándose que el cheque monstruosamente grande de Maximus aún
estuviera dentro.
—Mensaje recibido. Mantendré un bajo perfil y actuaré lo más elegantemente
que pueda hasta la Cumbre.
Ruhn frunció el ceño y salió del taburete con la familiar gracia Fae.
—Déjame acompañarte hasta casa.
—No te necesito para eso.
Además, nadie iba a su apartamento. Que técnicamente ni siquiera era su
apartamento, pero eso estaba fuera de cuestión. Solo su madre y Randall, y
ocasionalmente Juniper si alguna vez dejaba el estudio de baile, pero nadie más tenía
permitido entrar. Era su santuario y ella no quería aroma Fae cerca de él.
Pero Ruhn ignoró su negativa y escaneó el bar.
—¿Dónde está tu abrigo?
Ella apretó su mandíbula.
—No traje.
—Apenas es primavera.
Ella pasó por su lado, deseando haber vestido botas en lugar de stilettos.
—Entonces es una buena idea que haya traído mi suéter de alcohol ¿No es
cierto? —Una mentira, ella no ha tomado alcohol en casi dos años.
Aunque Ruhn no lo sabía. Ni nadie más. Él la siguió.
—Eres graciosa. Estoy contento de que todas esas monedas para la universidad
sirvieran de algo.
Ella bajó las escaleras.
—Al menos fui a la universidad y no me senté en una pila de dinero de papi,
jugando videojuegos con mis amigos imbéciles.
Ruhn gruñó, pero Bryce ya estaba a la mitad de la escalera hacia la pista de baile.
Momentos después, ella estaba empujándose con los codos a través de la multitud
entre los pilares, luego bajando los pocos escalones hacia el patio encerrado por
cristal, aún flanqueado en dos lados por las paredes de piedra originales del templo,
y hacia las enormes puertas de hierro. Ella no esperó a ver si Ruhn aún la seguía
antes de escabullirse, despidiéndose de los gorilas mitad lobo, mitad daemonaki,
quienes devolvieron el gesto.
Eran buenos chicos, años atrás, en noches más duras, ellos siempre se
aseguraron de que Bryce llegara a un taxi. Y el conductor supiera exactamente lo que
pasaría si ella no llegaba a casa en una pieza.
Ella caminó una cuadra antes de sentir que Ruhn se acercaba en una tormenta
temperamental detrás de ella. No lo suficientemente cerca como para que alguien
supiera que estaban juntos, pero lo suficientemente cerca como para que sus
sentidos estuvieran llenos de su olor, su molestia.
Al menos mantuvo a cualquier depredador potencial alejado de ella.
Cuando Bryce alcanzó el lobby de mármol y cristal de su edificio, Marrin, el oso
cambiaformas detrás del escritorio frontal, le zumbó la entrada mientras ella
atravesaba las puertas dobles y le daba un saludo amistoso. Parando con una mano
en las puertas de vidrio, ella miró por encima de su hombro a donde Ruhn se
apoyaba contra un poste de luz pitado de negro. Él levantó una mano en una burla
de despedida.
Ella se giró y caminó hacia el edificio. Un rápido saludo a Marrin, un elevador
hasta el pent-house, cinco pisos arriba, y el pequeño pasillo color crema apareció.
Ella suspiró, sus tacones hundiéndose en el lujoso camino color cobalto que fluía
entre su apartamento y el que estaba a través del pasillo, y abrió su bolso. Ella
encontró las llaves por el brillo del orbe de luz en el cuenco sobre la mesa de madera
negra contra la pared, su radiancia cubriendo las orquídeas blancas cayendo sobre
ella.
Bryce abrió la puerta, primero con la llave, luego con el panel dactilar al lado del
pomo. Los seguros pesados y hechizos silbaron mientras se desvanecían, y ella entró
en el apartamento oscuro. La esencia de aceite de lilas de su difusor la recibió
mientras Syrinx aulló su saludo y demandó ser inmediatamente liberado de su jaula.
Pero Bryce se apoyó contra la puerta.
Ella odió saber que Ruhn aún acechaba en la calle de abajo, el jodido Príncipe
Heredero de los Posesivos y Agresivos Alfaimbéciles, mirando fijamente la masiva
ventana de cristal que se extendía del piso al techo al otro lado del gran salón ante
ella, esperando que las luces se encendieran.
El golpeteo en la puerta dentro de tres minutos sería inevitable si ella no
encendía las luces. Marrin no sería tan estúpido como para detenerlo. No a Ruhn
Danaan. Nunca había una puerta cerrada para él, ni una sola en su vida.
Pero ella no estaba de humor para una pelea. No esta noche.
Bryce encendió el panel de luces junto a su habitación, iluminando el pálido piso
de madera, el amoblado blanco y lujoso, las paredes igual de blancas. Todo tan
prístino como el día que se mudó, hace casi dos años, todo esto muy por encima de
su salario.
Todo pagado por Danika. Por ese estúpido y jodido testamento.
Syrinx gruñó, su jaula zarandeándose. Otro posesivo y agresivo alfaimbécil.
Pero al menos uno pequeño y peludo.
Con un suspiro, Bryce se quitó los tacones, al fin se quitó su sostén, y fue a dejar
a la pequeña bestia libre de su jaula.
9
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

—Por favor.
El gemido del macho apenas era escuchable con la sangre llenando su boca, sus
fosas nasales. Pero aun así lo intentó de nuevo.
—Por favor.
La espada de Hunt Athalar goteó sangre sobre la alfombra empapada del
lúgubre apartamento en los Prados. Salpicaduras le cubrían la visera de su casco,
moteando su línea de visión mientras observaba al solitario macho de pie.
De rodillas, técnicamente.
Los amigos del hombre cubrían el piso de la sala de estar, uno de ellos aún
brotaba sangre de lo que ahora era su muñón de cuello. Su cabeza cortada yacía en
el sofá hundido, con boca abierta contra los cojines gastados por el tiempo.
—Te lo contaré todo —suplicó el macho, sollozando mientras apretaba su mano
contra el corte en su hombro—. No te lo han contado todo, pero yo sí puedo.
El terror del macho llenó la habitación, dominando el aroma de la sangre, su
olor era tan malo como la orina rancia en un callejón.
La mano enguantada de Hunt se apretó en su arma. El macho lo notó y comenzó
a temblar, una mancha más pálida que la sangre que se filtró por sus pantalones.
—Te diré más. —El hombre lo intentó de nuevo.
Hunt se preparó, juntó su fuerza y bajó con fuerza su espada.
Las entrañas del macho se derramaron sobre la alfombra con una bofetada
húmeda. Aun así, el macho siguió gritando.
Así que Hunt siguió trabajando.
Hunt llegó al cuartel del Comitium sin que nadie lo viera.
A esta hora, la ciudad al menos parecía dormida. También los cinco edificios que
formaban el complejo del Comitium. Pero las cámaras de los cuarteles de la 33ra
Legión, la segunda de las torres con cúpula del Comitium, lo veían todo. Escuchaban
todo.
Los pasillos de azulejos blancos estaban oscuros, sin indicios del ajetreo que los
llenaría al amanecer.
La visera de su casco lo ponía todo en claro relieve, sus receptores de audio
captaban los sonidos de detrás de las puertas cerradas de los dormitorios que se
alinean a ambos lados del pasillo: centinelas de bajo nivel que jugaban algún
videojuego, haciendo lo posible por mantener sus voces bajas mientras se maldecían
entre sí; una centinela hembra hablando por teléfono; dos ángeles follando; y varios
roncadores.
Hunt pasó por su propia puerta, apuntando al baño compartido en el centro del
largo pasillo, accesible solo a través de la sala común. Cualquier esperanza de un
retorno inadvertido se desvaneció al ver la luz dorada que se filtraba por debajo de
la puerta cerrada y el sonido de las voces más allá de ella.
Demasiado cansado, demasiado sucio, Hunt no se molestó en saludar cuando
entró en la sala común, merodeando entre la dispersión de sofás y sillas hacia el
baño.
Naomi estaba tumbada en el viejo sofá verde ante la televisión, con las alas
negras extendidas. Viktoria se recostaba en el sillón junto a ella, observando los
mejores momentos deportivos del día, y en el otro extremo del sofá estaba Justinian,
todavía con su armadura negro de legionario.
La conversación murió cuando Hunt entró.
—Hola —dijo Naomi, su trenza oscura colgaba sobre su hombro. Llevaba su
negro habitual, el negro habitual de los triarii, aunque no había rastro de sus armas
crueles o sus fundas.
Viktoria parecía contenta con dejar pasar a Hunt sin saludar. Era por eso que le
gustaba la espectro más que a casi cualquier otra persona en el círculo íntimo de
guerreros de Micah Domitus, le había gustado desde aquellos primeros días en la
18va legión, cuando había sido una de las pocas Vanir que no eran ángeles en unirse
a su causa. Vik nunca presionaba cuando Hunt no quería ser molestado. Pero
Justinian…
El ángel olfateó, oliendo la sangre en la ropa de Hunt, sus armas. A cuántas
personas diferentes pertenecía. Justinian soltó un silbido.
—Eres un maldito enfermo, ¿lo sabías?
Hunt continuó caminando hacia la puerta del baño. Su rayo no hizo más que
sisear dentro de él.
Justinian continuó hablando.
—Una pistola habría sido mucho más limpia.
—Micah no quería una pistola para esto —dijo Hunt, su voz hueca incluso a sus
oídos. Había sido así durante siglos; pero esta noche, esas muertes que había
cometido, lo que habían hecho para ganarse la ira del Arcángel…—. No merecían un
arma —corrigió. O el veloz relámpago de su rayo.
—No quiero saber —refunfuñó Naomi, subiendo el volumen del televisor.
Señaló con el control remoto a Justinian, el más joven de los triarii—. Y tú tampoco,
así que cállate.
No, realmente no querían saberlo.
Naomi, la única de los triarii que no era una Caída, le dijo a Hunt:
—Isaiah me dijo que Micah quiere que ustedes dos jueguen a ser investigadores
mañana por alguna mierda en la Plaza Antigua. Isaiah te llamará después del
desayuno con los detalles.
Las palabras apenas se registraron. Isaiah. Mañana. La Plaza Antigua.
Justinian resopló.
—Buena suerte, hombre. —Bebió de su cerveza—. Odio la Plaza Antigua;
siempre está llena de mocosos universitarios y turistas asquerosos. —Naomi y
Viktoria gruñeron su acuerdo.
Hunt no preguntó por qué estaban despiertos, o dónde estaba Isaiah, dado que
no pudo entregar el mensaje él mismo. El ángel probablemente estaba con cualquier
macho guapo con el que estuviera saliendo actualmente.
Como Comandante de la 33ra, adquirida por Micah para reforzar las defensas
de la Ciudad Crescent, Isaiah había disfrutado cada segundo aquí desde que había
llegado hace más de una década. En cuatro años, Hunt no había visto el atractivo de
la ciudad más allá de ser una versión más limpia y organizada de cualquier otra
metrópolis de Pangera, con calles en líneas limpias en lugar de curvas serpenteantes
que a menudo se doblaban sobre sí mismas, como si no tuvieran prisa por llegar a
ninguna parte.
Pero al menos no era Ravilis. Y al menos era Micah quien gobernaba, no
Sandriel.
Sandriel, Arcángel y Gobernadora del cuadrante noroeste de Pangera, y la
antigua dueña de Hunt antes de que Micah lo negociara con ella, deseando que Hunt
despejara a la Ciudad Crescent de cualquier enemigo. Sandriel, la hermana gemela
de su amante muerta.
Los documentos formales declaraban que los deberes de Hunt serían rastrear y
despachar demonios sueltos. Pero teniendo en cuenta que ese tipo de desastres
ocurrían solo una o dos veces al año, era muy obvio por qué realmente lo habían
traído. Había asesinado para Sandriel, la Arcángel que tenía el mismo rostro que su
amante durante los cincuenta y tres años que lo había poseído.
Una rara ocurrencia, que ambas hermanas llevaran el título y el poder de un
Arcángel. Un buen presagio, la gente había creído. Hasta que Shahar, hasta Hunt
liderando sus fuerzas, se rebeló contra todo lo que los ángeles representaban. Y
traicionara a su hermana en el proceso.
Sandriel había sido la tercera de sus dueños después de la derrota en el Monte
Hermon, y había sido lo suficientemente arrogante como para creer que a pesar de
los dos Arcángeles antes que ella que no lo habían hecho, ella podría ser la que lo
rompiera. Primero en su espectáculo de terror con una mazmorra. Luego, en su
arena empapada de sangre en el corazón de Ravilis, enfrentándolo contra guerreros
que nunca tuvieron una oportunidad. Luego, ordenándole que hiciera lo que mejor
hacía: meterse en una habitación y acabar vidas. Una tras otra tras otra, año tras año,
década tras década.
Sandriel ciertamente tenía motivación para romperlo. Durante esa batalla
demasiado corta en Hermon, fueron sus fuerzas las que Hunt había diezmado, su
rayo el que convirtió a soldado tras soldado en cáscaras carbonizadas antes de que
pudieran desenvainar sus espadas. Sandriel había sido el objetivo principal de
Shahar, y Hunt había recibido la orden de matarla. Sin importar qué.
Y Shahar tenía una buena razón para ir tras su hermana. Sus padres habían sido
Arcángeles, cuyos títulos habían pasado a sus hijas después de que un asesino
hubiera conseguido de alguna manera hacerlos pedazos.
Nunca olvidaría la teoría de Shahar: que Sandriel había matado a sus padres e
incriminado al asesino. Que lo había hecho por ella y por su hermana, para que
pudieran gobernar sin interferencias. Nunca hubo pruebas para culpar a Sandriel,
pero Shahar lo creyó hasta el día de su muerte.
Shahar, la Estrella del Día, se había rebelado contra sus compañeros Arcángeles
y los Asteri por eso. Ella había querido un mundo libre de jerarquías rígidas, sí,
habría llevado su rebelión directamente al palacio de cristal de los Asteri si hubiera
tenido éxito. Pero ella también quería que su hermana pagara. Así que Hunt había
sido desatado.
Tontos. Todos habían sido tontos.
No habría sido diferente si él hubiera admitido su locura. Sandriel creía que él
había atraído a su gemela a la rebelión, que había vuelto a Shahar contra ella. Que de
alguna manera, cuando la hermana había puesto la espada contra la otra hermana,
casi tan idénticas en rostro y constitución y técnica de lucha que era como ver a
alguien luchar contra su reflejo, era su maldita culpa que hubiera terminado con una
de ellas muerta.
Al menos Micah le había ofrecido la oportunidad de redimirse. Para demostrar
su total lealtad y sumisión a los Arcángeles, al imperio, y luego, un día, eliminar el
halo. Décadas a partir de ahora, posiblemente siglos, pero teniendo en cuenta que
los ángeles más viejos vivían cerca de ochocientos años… tal vez recuperaría su
libertad a tiempo para ser viejo. Podía potencialmente morir libre.
Micah le había ofrecido a Hunt el trato desde su primer día en la Ciudad Crescent
hace cuatro años: una muerte por cada vida que había tomado ese sangriento día en
el Monte Hermon. Debía pagar por cada ángel que había matado durante esa
condenada batalla. Con más muerte. Una muerte por una muerte, había dicho Micah.
Cuando hayas cumplido con la deuda, Athalar, discutiremos eliminar ese tatuaje en tu
frente.
Hunt nunca había sabido la cuenta, cuántos había matado ese día. Pero Micah,
que había estado en ese campo de batalla, que había visto mientras Shahar caía a
manos de su hermana gemela, tenía la lista. Habían tenido que pagar comisiones
para todos los legionarios. Hunt había estado a punto de preguntar cómo habían
podido determinar qué golpes mortales había hecho su espada y no la de alguien
más, cuando vio el número.
Dos mil doscientos diecisiete.
Era imposible él hubiera matado personalmente a tantos en una sola batalla. Sí,
su rayo había sido desatado; sí, había destrozado unidades enteras, pero ¿tantas?
Se había quedado boquiabierto. Eras el general de Shahar, dijo Micah.
Comandaste el 18va legión. Así que pagarás, Athalar, no por solo las vidas que tomaste,
sino también las que tu legión traidora tomó. Ante el silencio de Hunt, Micah había
añadido, Esta no es una tarea imposible. Algunas de mis misiones contarán para más
de una vida. Compórtate, obedece y podrás alcanzar este número.
Desde hace cuatro años, se había comportado. Había obedecido. Y esta noche lo
había puesto en un gran total de ochenta y dos jodidas muertes.
Era lo mejor que podía esperar. Todo por lo que trabajaba. Ningún otro Arcángel
le había ofrecido la oportunidad. Por eso había hecho todo lo que Micah le había
ordenado hacer esta noche. Por qué cada pensamiento se sentía distante, su cuerpo
arrancado de él, su cabeza llena de un rugido sordo.
Micah era un Arcángel. Un Gobernador designado por los Asteri. Era un rey
entre los ángeles, y una ley de por sí, especialmente en Valbara, tan lejos de las siete
colinas de la Ciudad Eternal. Si consideraba que alguien era una amenaza o
necesitaba justicia, entonces no habría investigación ni juicio.
Solo su orden. Normalmente a Hunt.
Llegaría en forma de archivo en el buzón de su cuartel, con el escudo imperial
al frente. No se mencionaría su nombre. Solo SPQM, y las siete estrellas que rodean
las letras.
El archivo contenía todo lo que necesitaba: nombres, fechas, delitos y una línea
de tiempo para que Hunt hiciera lo que mejor hacía. Además de cualquier solicitud
de Micah con respecto al método empleado.
Esta noche había sido bastante simple, sin armas. Hunt entendió las palabras
implícitas: hazlos sufrir. Así que lo hizo.
—Hay una cerveza con tu nombre cuando salgas —dijo Viktoria, sus ojos se
encontraron con los de Hunt incluso con el casco puesto. Nada más que una
invitación casual y genial.
Hunt continuó hacia el baño, las primeras luces cobraron vida mientras se abría
paso por la puerta y se acercaba a una de las duchas. Abrió el agua a lo más caliente
antes de regresar a la hilera de lavabos de pedestal.
En el espejo de arriba, el ser que le devolvía la mirada era tan malo como una
Parca. Peor.
La sangre salpicaba el casco, justo sobre la cara pintada en plata del cráneo.
Brillaba débilmente sobre las intrincadas escamas de cuero de su traje de batalla,
sus guantes negros, y las espadas gemelas que se asomaban por encima de sus
hombros. Algunas salpicaduras incluso manchaban sus alas grises.
Hunt se quitó el casco y puso las manos en el lavabo.
En las duras luces del baño, su piel marrón clara estaba pálida bajo la banda
negra de espinas en su frente. El tatuaje con el que había aprendido a vivir. Pero se
encogió ante la mirada en sus ojos oscuros. Vidriados. Vacíos. Como mirar a Hel.
Orion, su madre lo había nombrado. Cazador1. Dudaba que ella lo hubiera
llamado Hunt con tanto cariño, si hubiera sabido en qué se había convertido.
Hunt miró hacia donde sus guantes habían dejado manchas rojas en el
fregadero de porcelana.
Hunt se quitó los guantes con brutal eficiencia y merodeó hasta la ducha, donde
el agua había alcanzado temperaturas casi escaldantes. Se quitó las armas, luego el
traje de batalla, dejando más manchas de sangre en las baldosas.
Hunt se metió bajo el chorro y se sometió a su implacable ardor.

1Orión (Orion): juego de palabras, Hunter significa Cazador, Hunt para abreviar. El Cazador es una
constelación prominente, quizás la más conocida del cielo. Mas conocida como Orión.
10
Traducido por Isabella
Corregido por Lieve

Eran apenas las diez de la mañana y el martes ya estaba jodido.


Con una sonrisa pegada en su rostro, Bryce se quedó junto a su escritorio en la
sala de exposiciones de la galería mientras una pareja de Fae curioseaba.
El elegante toque de violines fluía a través de los altavoces ocultos en el espacio
de dos pisos con paneles de madera, el sonido de una sinfonía que había reproducido
tan pronto como el intercomunicador había zumbado. Dado el atuendo de la pareja,
una falda plisada de color canela y una blusa de seda blanca para la hebra y un traje
gris para el macho, había dudado de que apreciaran el sonido del bajo de su mezcla
de entrenamiento matutino.
Pero habían estado caminoteando por la galería durante diez minutos, que era
tiempo suficiente para que ella educadamente les preguntara:
—¿Están aquí por algo en particular o simplemente para curiosear?
El macho Fae, rubio y mayor para uno de su clase, agitó una mano desdeñosa y
condujo a su acompañante hacia la exhibición más cercana: un relieve parcial de
mármol de las ruinas de Morrah, rescatado de un templo destrozado. La pieza era
del tamaño de una mesa de café, con una cría de hipocampo que ocupaba la mayor
parte. Las criaturas mitad caballo y mitad pez habían vivido una vez en las aguas
cerúleas del Mar Rhagan en Pangera, hasta que las guerras antiguas los destruyeron.
—Curioseando —respondió el hombre con frialdad, su mano descansando
sobre la delgada espalda de su acompañante mientras estudiaban las olas talladas
con detalles sorprendentemente precisos.
Bryce convocó otra sonrisa.
—Tómense su tiempo. Estoy a su disposición.
La hembra asintió con la cabeza, agradeciéndole, pero el hombre resopló. Su
acompañante le frunció el ceño profundamente.
El silencio en la pequeña galería se volvió palpable.
Bryce había deducido desde el momento en que habían cruzado la puerta que
el macho estaba aquí para impresionar a la hembra, ya sea comprando algo
escandalosamente caro o fingiendo que podía. Quizás este eran un emparejamiento
arreglado, tanteando las aguas antes de comprometerse a algo más.
Si Bryce hubiera sido Fae de pura sangre, si su padre la hubiera reclamado como
su descendencia, podría haber sido sometida a esas cosas. Ruhn, especialmente con
su condición de Nacido de la Estrella, algún día tendría que someterse a un
matrimonio arreglado, cuando apareciera una joven hembra considerada adecuada
para continuar con la preciosa línea de sangre real.
Ruhn podría engendrar algunos hijos antes de eso, pero no serían reconocidos
como realeza a menos que su padre eligiera ese camino. A menos que lo merecieran.
La pareja Fae pasó el mosaico del patio del una vez gran palacio en Altium, luego
estudiaron la intrincada caja de rompecabezas de jade que había pertenecido a una
princesa de una tierra olvidada del norte.
Jesiba hacía la mayoría de las adquisiciones de arte, razón por la cual estaba
ausente tan a menudo, pero Bryce había rastreado y comprado una buena cantidad
de las piezas. Para luego revenderlas con una gran ganancia.
La pareja había alcanzado un conjunto de estatuas de fertilidad de Setmek
cuando la puerta de entrada zumbó.
Bryce miró hacia el reloj de su escritorio. La cita con el cliente de la tarde no era
hasta dentro de tres horas. Tener múltiples compradores en la galería era una
rareza, dado los precios notablemente elevados del arte, pero tal vez tendría suerte
y vendería algo hoy.
—Disculpen —murmuró Bryce, rodeando del masivo escritorio y poniendo las
imágenes de la cámara exterior en la computadora. Apenas había hecho clic en el
icono cuando volvió a sonar el timbre.
Bryce vio quiénes estaban de pie en la acera y se congeló. El martes estaba
efectivamente jodido.

No había ventanas en la fachada de piedra arenisca del esbelto edificio de dos


pisos a una cuadra del Río Istros. Solo una placa de bronce a la derecha de la pesada
puerta de hierro le reveló a Hunt Athalar que era un negocio de cualquier tipo.
Antigüedades Griffin decía allí con letras arcaicas y gruesas, las palabras
adornadas con un conjunto de ojos de búho deslumbrantes debajo de ellas, como si
desafiaran a cualquier comprador a entrar. Un intercomunicador con un botón de
bronce a juego yacía debajo.
Isaiah, con su traje y corbata habituales, había estado mirando el timbre durante
el tiempo suficiente para que Hunt finalmente dijera arrastrando las palabras:
—No hay ningún encantamiento aquí. —A pesar de la identidad de la dueña.
Isaiah le lanzó una mirada y se alisó la corbata.
—Debería haber tomado una segunda taza de café —murmuró él antes de
apuñalar el botón de metal con un dedo. Un leve zumbido sonó a través de la puerta.
Nadie respondió.
Hunt escaneó el exterior del edificio en busca de una cámara oculta. No había
ningún destello de nada. La más cercana estaba montada en la puerta cromada del
refugio antiaéreo a mitad de cuadra.
Hunt volvió a escanear la fachada de piedra arenisca. No había forma de que
Jesiba Roga no tuviera cámaras cubriendo cada centímetro, tanto por fuera como
por dentro.
Hunt desató una chispa de su poder, pequeñas lenguas de rayos probando
campos de energía.
Casi invisible en la mañana soleada, el rayo rebotó con un encantamiento ceñido
que cubría la piedra, el concreto y la puerta. Un hechizo frío e inteligente que parecía
reír suavemente ante cualquier intento de entrar.
Hunt murmuró:
—Roga no está jugando, ¿verdad?
Isaiah volvió a presionar el timbre, más fuerte de lo necesario. Tenían sus
órdenes, unas que eran tan apremiantes que incluso Isaiah, independientemente de
la falta de café, estaba casi al borde.
Aunque también podría haberse debido al hecho de que Isaiah había estado
fuera hasta las cuatro de la mañana. Sin embargo, Hunt no había preguntado al
respecto. Solo había escuchado a Naomi y Justinian chismeando en la sala común,
preguntándose si este nuevo novio significaba que Isaiah finalmente seguiría
adelante.
Hunt no se había molestado en decirles que de ninguna jodida manera. No
cuando Isaiah obedecía a Micah solo por el generoso salario semanal que Micah les
daba a todos, cuando la ley declaraba que a los esclavos no se les debía un cheque
de pago. El dinero que Isaiah acumulaba compraría la libertad de otra persona. Así
como la mierda que Hunt hacía para Micah era para ganarse la suya.
Isaiah tocó el timbre por tercera vez.
—Tal vez ella no está.
—Ella está aquí —dijo Hunt.
Su aroma aún permanecía en la acera, lila y nuez moscada y algo que no podía
identificar, como el brillo de las primeras estrellas al anochecer.
Y así, un momento después, una sedosa voz femenina que definitivamente no
pertenecía a la dueña de la galería crujió a través del intercomunicador.
—No pedí pizza.
A pesar de sí mismo, a pesar del tictac del reloj mental, Hunt ahogó una risa.
Isaiah acomodó sus alas blancas, y poniendo una sonrisa encantadora dijo por
el intercomunicador:
—Somos de la 33ra Legión. Estamos aquí para ver a Bryce Quinlan.
La voz se endureció.
—Estoy con clientes. Vuelvan más tarde.
Hunt estaba bastante seguro de que “vuelvan más tarde” significaba “váyanse a
la mierda”.
La encantadora sonrisa de Isaiah se tensó.
—Esto es algo urgente, señorita Quinlan.
Un zumbido bajo salió del aparato.
—Lo siento, pero tendrán que sacar una cita. ¿Qué tal… en tres semanas? Tengo
el veintiocho de abril libre. Los agendaré para el mediodía.
Bueno, ella tenía pelotas, Hunt le daría eso.
Isaiah amplió su postura. Posición típica de lucha de la legión, impuesta a golpes
en ellos desde sus primeros días como jóvenes.
—Temo que debemos hablar ahora.
No hubo respuesta. Como si acabara de alejarse del intercomunicador.
El gruñido de Hunt envió al pobre fauno caminando detrás de ellos corriendo
por la calle, sus delicados cascos golpeando los adoquines.
—Es una chica fiestera malcriada. ¿Qué esperabas?
—Ella no es estúpida, Hunt —respondió Isaiah.
—Todo lo que he visto y oído sugiere lo contrario. —Lo que había visto cuando
hojeó su archivo hace dos años, combinado con lo que había leído esta mañana y las
fotos que había hojeado, todo pintaba un retrato que le decía exactamente cómo iría
esta reunión. Pues mal por ella, porque estaba a punto de obtener un Hel mucho más
serio.
Hunt levantó la barbilla hacia la puerta.
—Veamos si siquiera hay clientes está allí.
Volvió a cruzar la calle, donde se apoyó contra un auto azul estacionado. Un
fiestero borracho había usado su capó como lienzo para pintar con aerosol una polla
enorme e innecesariamente detallada, con alas. Una burla del escudo de una espada
alada de la 33ra. O simplemente el escudo con su verdadero significado.
Isaiah también lo notó y se rio, siguiendo el ejemplo de Hunt y apoyándose
contra el auto.
Pasó un minuto. Hunt no se movió ni un centímetro. No apartó la mirada de la
puerta de hierro. Tenía mejores cosas que hacer este día que jugar jugos con una
mocosa consentida, pero órdenes eran órdenes. Después de cinco minutos, apareció
un elegante sedán negro y la puerta de hierro se abrió.
El Fae conductor del auto, el cual costaba más de lo que la mayoría de las
familias humanas vería en su vida, salió. Dio la vuelta al otro lado del vehículo en un
instante, abriendo la puerta trasera del pasajero. Dos Fae desfilaron fuera de la
galería, un macho y una hembra. Cada respiración de la bonita hembra irradiaba
confianza fácil obtenida de toda una vida de riqueza y privilegios.
Alrededor de su delgado cuello llevaba una hilera de diamantes, cada uno tan
grande como las uñas de Hunt. Del valor del auto, o más. El macho subió al sedán,
con el rostro tenso mientras cerraba la puerta antes de que su conductor pudiera
hacerlo por él. La hembra adinerada simplemente caminó calle abajo, con el teléfono
ya en la oreja, gruñendo a quien estaba en la línea sobre No más citas a ciegas, por el
amor de Urd.
La atención de Hunt volvió a la puerta de la galería, donde estaba una mujer
pelirroja y con curvas.
Solo cuando el auto dobló la esquina, Bryce deslizó sus ojos hacia ellos.
Ella inclinó la cabeza, su melena de seda se deslizó sobre un hombro de su
ceñido vestido blanco, y sonrió brillantemente. Los saludó con la mano. Haciendo
que el delicado amuleto de oro alrededor de su cuello bronceado brillara.
Hunt se apartó del auto estacionado y se dirigió hacia ella, sus alas grises se
abrieron ampliamente.
El destello en los ojos ambarinos de Bryce absorbió a Hunt desde su tatuaje
hasta las puntas de sus botas pateatraseros. Su sonrisa creció.
—Nos vemos en tres semanas —dijo ella alegremente, y cerró la puerta de
golpe.
Hunt cruzo la calle en cuestión de pasos. Un auto chirrió hasta detenerse, pero
el conductor no fue lo suficientemente estúpido como para tocar la bocina. No
cuando un rayo envolvió el puño de Hunt mientras golpeaba el botón del
intercomunicador.
—No pierdas mi maldito tiempo, Quinlan.
Isaiah dejó pasar al conductor casi frenético antes de acercarse a Hunt,
entrecerrando sus ojos marrones. Pero Bryce respondió dulcemente:
—A mi jefa no le gustan los legionarios en su propiedad. Lo siento.
Hunt golpeó su puño contra la puerta de hierro. Ese mismo golpe había
destrozado autos, roto paredes y astillado huesos. Y eso sin la ayuda de la tormenta
en sus venas. El hierro ni siquiera se estremeció; su rayo se deslizó fuera de él.
Al Hel con amenazas, entonces. Iría a la yugular, tan profundo y seguro como
cualquiera de sus asesinatos físicos. Así que Hunt dijo por el intercomunicador:
—Estamos aquí por un asesinato.
Isaiah hizo una mueca, escaneando la calle y los cielos en busca de cualquiera
que pudiera haber escuchado.
Hunt se cruzó de brazos mientras se el silencio extendía.
Entonces la puerta de hierro siseó, chasqueó, y se abrió.
Dio en el blanco.
Hunt tardó un instante en adaptarse de la luz del sol en el exterior a la baja
iluminación del lugar, y utilizó ese primer paso dentro de la galería para observar
cada ángulo, salida y detalle.
Las lujosas alfombras de color verde pino eran de pared a pared con paneles de
madera en la sala de exposición de dos pisos. Alcobas con exhibiciones artísticas de
luz tenue salpicaban los bordes de la habitación: trozos de frescos antiguos, pinturas
y estatuas de Vanir tan extrañas y raras que incluso Hunt no sabía sus nombres.
Bryce Quinlan estaba apoyada contra el gran escritorio en el centro del espacio,
su vestido blanco como la nieve se aferraba a cada generosa curva y ángulo.
Hunt sonrió lentamente, mostrando todos sus dientes.
Esperó a que sucediera: que se diera cuenta de quién era él. Esperó a que ella
retrocediera, buscando el botón de pánico o la pistola o lo que sea que pensaba que
podría salvarla de personas como él.
Pero tal vez era estúpida, después de todo, porque su sonrisa en respuesta fue
extremamente sacarina. Sus uñas pintadas de rojo golpeaban ociosamente la
superficie prístina del escritorio.
—Tienen quince minutos.
Hunt no le dijo que esta reunión probablemente tomaría mucho más tiempo que
eso.
Isaiah se giró para cerrar la puerta, pero Hunt sabía que ya estaba cerrada. Tal
como él sabía, gracias a la información que la legión había reunido a lo largo de los
años, que la pequeña puerta de madera detrás del escritorio conducía a la oficina de
Jesiba Roga, donde una ventana de piso a techo daba a la sala de exposición en la que
se encontraban, y la simple puerta de hierro a su derecha conducían a otro nivel,
repleto de cosas que los legionarios no debían encontrar. Los encantamientos en
esas dos puertas eran probablemente aún más intensos que los de afuera.
Isaiah soltó uno de sus suspiros sufridos.
—Anoche ocurrió un asesinato en las afueras del Mercado de Carne. Creemos
que conocías a la víctima.
Hunt marcó cada reacción que pasó por su rostro mientras mantenía su
posición en el borde del escritorio: el leve ensanchamiento de sus ojos, la pausa en
esas uñas tamborileando sobre el escritorio, el parpadeo único que sugería que tenía
una breve lista de posibles víctimas y ninguna de las opciones eran buenas
—¿Quién? —Fue todo lo que dijo, su voz firme. Las nubes de humo del difusor
cónico al lado de la computadora pasaron junto a ella, llevando el aroma limpio y
brillante de menta. Por supuesto, ella era una de esas fanáticas de la aromaterapia,
engañada para entregar sus monedas con la promesa de sentirse más feliz, o ser
mejor en la cama, o cultivar otra mitad de cerebro para que coincida con la mitad
que ya tenía.
—Maximus Tertian —dijo Isaiah—. Tenemos informes de que tuviste una
reunión con él en el entrepiso VIP del Cuervo Blanco dos horas antes de su muerte.
Hunt podría haber jurado que los hombros de Bryce se hundieron ligeramente.
—Maximus Tertian está muerto —dijo ella.
Ellos asintieron, ella ladeó la cabeza.
—¿Quién lo hizo?
—Eso es lo que estamos tratando de resolver —dijo Isaiah neutralmente.
Hunt había oído hablar de Tertian, un vampiro repulsivo que no podía aceptar
un no por respuesta y cuyo padre rico y sádico le había enseñado bien. Y lo protegía
de cualquier consecuencia de su horrible comportamiento. Si Hunt estaba siendo
honesto, Midgard estaría mejor sin él. Excepto por el dolor de cabeza que tendrán
que soportar cuando el padre de Tertian se enterara de que su hijo favorito había
sido asesinado… la reunión de hoy sería solo el comienzo.
Isaiah continuó:
—Puede que hayas sido una de las últimas personas en verlo con vida. ¿Puedes
guiarnos a través de tu encuentro con él? Ningún detalle es demasiado pequeño.
Bryce miró entre ellos.
—¿Esta es su forma de saber si lo maté?
Hunt sonrió levemente.
—No pareces demasiado destrozada de que Tertian esté muerto.
Esos ojos ambarinos se deslizaron hacia él, molestia iluminándolos.
Lo admitiría: los machos harían muchas cosas jodidas por alguien que lucía así.
Él había hecho precisamente ese tipo de cosas por Shahar una vez. Ahora
llevaba un halo tatuado en la frente y el tatuaje de esclavo en la muñeca por eso. Su
pecho se apretó.
—Estoy segura de que alguien ya ha dicho que Maximus y yo nos separamos en
términos hostiles. Nos reunimos para cerrar un trato de la galería, y cuando terminó,
pensó que tenía derecho a un poco de… tiempo personal conmigo —dijo Bryce
Hunt entendió perfectamente. Estaba alineado con todo lo que había escuchado
sobre Tertian y su padre. También ofrecía una buena cantidad de motivos.
Bryce continuó:
—No sé a dónde fue después del Cuervo. Si fue asesinado en las afueras del
Mercado de Carne, supongo que fue a ese lugar para comprar lo que quería quitarme.
—Palabras frías y agudas.
La expresión de Isaiah se volvió pétrea.
—¿Fue su comportamiento de anoche diferente a cómo actuaba durante las
reuniones anteriores?
—Solo interactuamos por correo electrónico y por teléfono, pero yo diría que
no. Anoche fue nuestro primer encuentro cara a cara, y actuó exactamente como lo
indicaría su comportamiento pasado.
Hunt preguntó:
—¿Por qué no verse aquí? ¿Por qué el Cuervo?
—Se emocionó con la idea de actuar como si nuestro trato fuera confidencial.
Afirmó que no confiaba en que mi jefa no estuviera grabando la reunión, pero
realmente solo quería que la gente lo notara, que lo vieran haciendo tratos. Tuve que
deslizarle el papeleo en un folio, y él lo cambió por uno propio, ese tipo de cosas. —
Se encontró con la mirada de Hunt—. ¿Cómo murió?
La pregunta fue contundente, y ella no sonrió ni parpadeó. Una chica
acostumbrada a ser respondida, obedecida, atendida. Sus padres no eran ricos, o eso
decía su archivo, pero su apartamento a quince cuadras de distancia sugería una
riqueza escandalosa. Ya sea por este trabajo o por algo turbio que había escapado
incluso de los ojos vigilantes de la legión.
Isaiah suspiró.
—Esos detalles son clasificados.
Ella sacudió su cabeza.
—No puedo ayudarlos. Tertian y yo hicimos el trato, se puso pegajoso y se fue.
Cada fragmento de la cámara y los informes de testigos en el Cuervo lo
confirmaron. Pero no era por eso que ellos estaban aquí. Lo que les habían enviado
a hacer.
Isaiah dijo:
—¿Y cuándo apareció el príncipe Ruhn Danaan?
—Si lo saben todo, ¿por qué molestarse en preguntar?
Ella no esperó a que respondieran antes de decir:
»Saben, ustedes nunca me dijeron sus nombres.
Hunt no pudo leer su expresión, su lenguaje corporal relajado. Ellos no habían
tenido contacto desde esa noche en el centro de detención de la legión, y ninguno de
los dos se había presentado entonces. ¿Había incluso registrado sus rostros en esa
neblina inducida por las drogas?
Isaiah ajustó sus prístinas alas blancas.
—Soy Isaiah Tiberian, comandante de la 33ra Legión Imperial. Este es Hunt
Athalar, mi…
Isaiah se detuvo, como si se diera cuenta de que había pasado mucho tiempo
desde que tuvieron que presentarse con algún tipo de rango. Entonces Hunt le hizo
un favor a Isaiah y terminó con:
—Su Segundo.
Si Isaiah se sorprendió al escucharlo, ese rostro tranquilo y bonito no lo dejó
ver. Isaiah era, técnicamente, su superior en los triarii y en la 33ra como tal, incluso
si la mierda que Hunt hacía por Micah lo hacía directamente responder ante el
Gobernador.
Sin embargo, Isaiah nunca había usado el rango. Como si recordara aquellos
días antes de la caída, y quién había estado a cargo entonces.
Como si ahora importara.
No, todo lo que importaba de esa mierda era que Isaiah había matado al menos
a tres docenas de Legionarios Imperiales ese día en el Monte Hermon. Y Hunt ahora
soportaba la carga de pagar cada una de esas vidas a la República. Para cumplir el
trato de Micah.
Los ojos de Bryce se movieron hacia sus frentes, a los tatuajes allí. Hunt se
preparó para el comentario burlón, para cualquiera de los comentarios de mierda
que a la gente todavía le gustaba hacer sobre la Legión Caída y su fallida rebelión.
Pero ella solo dijo:
—Entonces, ¿qué? ¿Ustedes dos investigan crímenes en su tiempo libre? Pensé
que era territorio del Auxiliado. ¿No tienen mejores cosas que hacer en la 33ra que
jugar a los amigos policías?
Isaiah, aparentemente no divertido de que hubiera una persona en esta ciudad
que no se cayera a sus pies, dijo un poco rígido:
—¿Tienes gente que pueda verificar tu paradero después de que dejaste el
Cuervo Blanco?
Bryce sostuvo la mirada de Isaiah. Luego dirigió sus ojos a Hunt. Y él todavía no
podía leer su máscara de aburrimiento cuando ella se apartó del escritorio y dio
unos pasos deliberados hacia ellos antes de cruzar los brazos.
—Solo mi portero… y Ruhn Danaan, pero eso ya lo sabían.
Cómo alguien podía caminar con tacones tan altos estaba más allá de él. Cómo
alguien podía respirar en un vestido tan apretado también era un misterio. Era lo
suficientemente largo como para cubrir el área de su muslo donde estaba la cicatriz
de esa noche hace dos años, es decir, si no hubiera pagado un poco de dinero para
borrarla. Para alguien que claramente se esfuerza por vestirse bien, tenía pocas
dudas de que se la había quitado de inmediato.
A las fiesteras no les gustaban las cicatrices que estropeaban su aspecto en traje
de baño.
Las alas blancas de Isaiah se movieron.
—¿Llamarías a Ruhn Danaan un amigo?
Bryce se encogió de hombros.
—Es un primo lejano.
Pero aparentemente lo suficiente interesado como para irrumpir en la sala de
interrogatorios hace dos años. Y aparecer en el bar VIP anoche. Si él era tan protector
con Quinlan, ese también podría ser un Hel de motivo. Incluso si Ruhn y su padre
harían del interrogatorio una pesadilla.
Bryce sonrió bruscamente, como si también recordara ese hecho.
—Diviértanse hablando con él.
Hunt apretó la mandíbula, pero ella se dirigió hacia la puerta principal, con las
caderas moviéndose como si supiera con precisión cuán espectacular era su trasero.
—Un momento, señorita Quinlan —dijo Isaiah.
La voz del comandante era tranquila, pero no tomaba mierda de nadie.
Hunt ocultó su sonrisa. Ver a Isaiah enojado siempre era un buen espectáculo.
Mientras no estuvieras en el lado receptor.
Quinlan aún no se había dado cuenta de eso cuando los miró por encima del
hombro.
—¿Sí?
Hunt la miró cuando Isaiah por fin expresó su verdadera razón para esta
pequeña visita.
—No nos enviaron aquí solo para preguntarle sobre su paradero.
Hizo un gesto hacia la galería.
—¿Quieren comprar algo bonito para el Gobernador?
La boca de Hunt se torció hacia arriba.
—Es curioso que lo menciones. Él está en camino aquí ahora mismo.
Un parpadeo lento. De nuevo, sin señal ni olor a miedo.
—¿Por qué?
—Micah nos dijo que obtuviéramos información de ti sobre anoche, y luego nos
aseguráramos de que estés disponible y que pongas a tu jefa en la línea. —Dada la
poca frecuencia con la que le pedían a Hunt que ayudara en las investigaciones, se
sorprendió como Hel con la orden. Pero considerando que él e Isaiah habían estado
allí esa noche en el callejón, supuso que eso los convertía en las mejores opciones
para encabezar este tipo de cosas.
—Micah vendrá aquí.
Su garganta se movió una vez.
—Estará aquí en diez minutos —dijo Isaiah.
Él asintió con la cabeza hacia su teléfono.
—Le sugiero que llame a su jefa, señorita Quinlan.
Su respiración se volvió ligeramente superficial.
—¿Por qué?
Hunt arrojó la bomba por fin.
—Porque las heridas de Maximus Tertian fueron idénticas a las infligidas a
Danika Fendyr y la Manada de Demonios. Destripados y desmembrados.
Sus ojos se cerraron.
—Pero… Philip Briggs los mató. Convocó a ese demonio para matarlos. Y él está
en prisión. —Su voz se agudizó—. Lleva dos años en prisión.
En un lugar peor que la prisión, pero eso no tenía importancia.
—Lo sabemos —dijo Hunt, manteniendo su rostro sin ninguna reacción.
—No pudo haber matado a Tertian. ¿Cómo pudo convocar al demonio desde la
prisión? —dijo Bryce—. Él… —Tragó saliva y se detuvo. Al darse cuenta, tal vez, por
qué venía Micah. Varias personas que había conocido habían sido asesinadas, todas
a las pocas horas de haber interactuado con ella—. Creen que Briggs no lo hizo. Que
él no mató a Danika y su manada.
—No lo sabemos con certeza —interrumpió Isaiah.
—Pero los detalles específicos de cómo murieron todos nunca se filtraron, por
lo que tenemos buenas razones para creer que este no fue un asesino imitador.
—¿Se reunieron con Sabine? —preguntó Bryce rotundamente.
—¿Tú lo has hecho? —dijo Hunt.
—Hacemos nuestro mejor esfuerzo para mantenernos fuera del camino de la
otra.
Tal vez era lo único inteligente que Bryce Quinlan había decidido hacer. Hunt
recordó el veneno de Sabine cuando había mirado por la ventana a Bryce en la sala
de interrogatorios hace dos años, y no tenía dudas de que Sabine estaba esperando
el tiempo suficiente para que la desafortunada e inoportuna muerte de Quinlan no
se considerara más que una casualidad…
Bryce regresó a su escritorio, dándoles espacio. Para su crédito, su andar
permaneció sin prisas y sólido. Levantó el teléfono sin siquiera mirarlos.
—Esperaremos afuera —ofreció Isaiah.
Hunt abrió la boca para objetar, pero Isaiah le lanzó una mirada de advertencia.
Bien. Él y Quinlan podrían discutir más tarde.

Con el teléfono apretado con los nudillos blancos, Bryce escuchó el timbre. Dos
veces. Luego…
—Buenos días, Bryce.
Los latidos del corazón de Bryce latían en sus brazos, sus piernas, su estómago.
—Hay dos legionarios aquí. —Tragó saliva—. El Comandante de la 33ra y… —
Ella dejó escapar un suspiro—. El Umbra Mortis.
Ella había reconocido a Isaiah Tiberian ya que él adornaba las noticias
nocturnas y las columnas de chismes con la frecuencia suficiente para que nunca se
pasara por alto el hermoso Comandante de la 33ra.
Y también había reconocido a Hunt Athalar, aunque él nunca estuvo en la
televisión. Todos sabían quién era Hunt Athalar. Había oído hablar de él incluso
mientras crecía en Nidaros, cuando Randall hablaba sobre sus batallas en Pangera y
susurraba cuando mencionaba a Hunt. El Umbra Mortis. La Sombra de la Muerte.
En ese entonces, el ángel no había trabajado para Micah Domitus y su legión,
sino para la Arcángel Sandriel, había volado en su 45ta Legión. Cazando demonios,
se rumoreaba que ese era su trabajo. Y peor.
—¿Por qué? —siseó Jesiba.
Bryce apretó el teléfono.
—Maximus Tertian fue asesinado anoche.
—Solas ardiente…
—De la misma manera que Danika y la manada.
Bryce alejó todas las imágenes borrosas, respirando el brillo y la calma del
aroma de los vapores de menta saliendo del difusor en su escritorio. Había
comprado el estúpido cono de plástico dos meses después de que mataran a Danika,
pensando que no podía hacer daño probar un poco de aromaterapia durante las
largas y tranquilas horas del día, cuando sus pensamientos la plagaban y descendían,
comiéndola de adentro hacia afuera. Al final de la semana, había comprado tres más
y los colocó en toda su casa.
Bryce respiró profundo.
—Parece que Philip Briggs podría no haber matado a Danika.
Durante dos años, una parte de ella se había aferrado a eso; en los días
posteriores al asesinato, habían encontrado suficiente evidencia para condenar a
Briggs, que había querido que Danika muriera por desmantelar sus fabricaciones de
bombas. Briggs lo había negado, pero todo había cuadrado: había sido sorprendido
comprando sales de invocación negras en las semanas previas a su arresto inicial,
aparentemente para alimentar algún tipo de arma nueva y horrible.
Que Danika haya sido asesinada por un demonio del Foso, que habría requerido
la sal negra mortal para convocarlo a este mundo, no podría haber sido una
coincidencia. Parecía bastante claro que Briggs había sido liberado, puesto las
manos sobre la sal negra, convocó al demonio y lo desató sobre Danika y la Manada
de Demonios. Atacó al soldado de la 33ra que patrullaba el callejón, y cuando
terminó su trabajo, Briggs lo envió de regreso a Hel. Aunque nunca lo había
confesado, o qué tipo de demonio era, el hecho era que el demonio no había sido
visto nuevamente en dos años. Desde que Briggs había sido encerrado. Caso cerrado.
Durante dos años, Bryce se había aferrado a esos hechos. Que a pesar de que su
mundo se había desmoronado, la persona responsable estaba tras las rejas. Para
siempre. Merecedor de cada horror que sus carceleros le infligieran.
Jesiba dejó escapar un largo suspiro.
—¿Los ángeles te acusaron de algo?
—No. —No exactamente—. El Gobernador está de camino para acá.
Otra pausa.
—¿Para interrogarte?
—Espero que no.
Le gustaban las partes de su cuerpo donde estaban.
—Él quiere hablar contigo también.
—¿Sabe el padre de Tertian que está muerto?
—No lo sé.
—Necesito hacer algunas llamadas —dijo Jesiba, más para sí misma—. Antes de
que llegue el gobernador.
Bryce entendió su significado lo suficientemente bien: así el padre de Maximus
no se aparecería en la galería, exigiendo respuestas. Culpando a Bryce por su muerte.
Sería un desastre.
Bryce se limpió las palmas sudorosas en los muslos.
—El Gobernador estará aquí pronto.
Un leve golpeteo sonó en la puerta de hierro de los archivos antes de que
Lehabah susurrara:
—¿BB? ¿Estás bien?
Bryce puso una mano sobre la boquilla de su teléfono.
—Vuelve a tu puesto, Lele.
—¿Eran esos dos ángeles?
Bryce apretó los dientes.
—Sí. Baja la escalera. Mantén a Syrinx en silencio.
Lehabah dejó escapar un suspiro, audible a través de los quince centímetros de
hierro. Pero la duendecilla de fuego no habló más, sugiriendo que ella había
regresado a los archivos debajo de la galería o todavía estaba escuchando a
escondidas. A Bryce no le importaba, mientras ella y la quimera permanecieran en
silencio.
Jesiba preguntaba:
—¿Cuándo llega Micah?
—Ocho minutos.
Jesiba lo consideró.
—Está bien.
Bryce trató de no quedarse boquiabierta ante el hecho de que no presionara por
más tiempo, especialmente con la muerte de un cliente en juego.
Pero incluso Jesiba sabía que no debía joder con un Arcángel. O tal vez
finalmente encontró una pizca de empatía en lo concernía al asesinato de Danika.
Estaba segura como Hel que no lo había demostrado cuando le ordenó a Bryce
que volviera al trabajo o la convertiría en un cerdo dos semanas después de la
muerte de Danika.
—No necesito decirte que te asegures de que todo esté cerrado —dijo Jesiba.
—Comprobaré dos veces.
Pero se había asegurado antes de que los ángeles hubieran puesto un pie en la
galería.
—Entonces ya sabes qué hacer, Quinlan —dijo Jesiba, el sonido de susurros de
sábanas o ropa llenando el fondo. Dos voces masculinas se quejaron en protesta.
Luego se cortó la llamada.
Soltando la respiración, Bryce se puso en movimiento.
11
Traducido por Luneta
Corregido por Lieve

El Arcángel tocó el timbre exactamente siete minutos después.


Calmando su jadeo, Bryce examinó la galería por décima vez, confirmando que
todo estaba en su lugar, el arte libre de polvo y cualquier contrabando almacenado
debajo.
Sus piernas se sentían larguiruchas, el viejo dolor en el muslo le arañaba el
hueso, pero sus manos permanecieron firmes cuando llegó a la puerta principal y la
abrió.
El Arcángel era hermoso. Horriblemente, indecentemente hermoso.
Hunt Athalar e Isaiah Tiberian estaban detrás de él, casi igual de apuestos; este
último le dio otra sonrisa suave que obviamente creía que era encantador. El
primero… los ojos oscuros de Hunt no se perdieron de nada.
Bryce bajó la cabeza hacia el Gobernador y dio un paso atrás, sus estúpidos
tacones tambaleándose sobre la alfombra.
—Bienvenido, Su Gracia. Por favor entre.
Los ojos marrones de Micah Domitus la devoraron. Su poder presionó contra su
piel, arrancó el aire de la habitación y de sus pulmones. Llenó el espacio con
tormentas de medianoche, sexo y muerte entrelazados.
—Supongo que tu empleadora se unirá a nosotros a través de la pantalla de
video —dijo el Arcángel, entrando desde la calle deslumbrantemente brillante.
Jodido Hel, su voz era seda, acero y piedra antigua. Probablemente podría hacer
que alguien se corra con simplemente susurrarle cosas sucias al oído.
Incluso sin esa voz, hubiera sido imposible olvidar lo que era Micah, lo que el
Gobernador irradiaba con cada respiración, cada parpadeo. Actualmente había diez
Arcángeles que gobernaban los diversos territorios de la República, todos con el
título de Gobernador, todos respondiendo solo a los Asteri. La magia de un ángel
ordinario podría derrumbar un edificio si se consideraran poderosos. El poder de
un Arcángel podría derrumbar una metrópolis entera. No se podía predecir de
dónde provenía la fuerza adicional que separaba al Arcángel del ángel; a veces, se
transmitía, generalmente por las cuidadosas órdenes de cría de los Asteri. Otras
veces, aparecía en líneas de sangre poco notables.
Ella no sabía mucho sobre la historia de Micah; nunca había prestado atención
durante la clase de historia, estaba demasiado ocupada babeando sobre el rostro
injustamente perfecto que tenía ante ella para escuchar la voz de su maestro.
—La señorita Roga está esperando nuestra llamada. —Ella logró decir, e intentó
no respirar demasiado fuerte cuando el gobernador de Valbara pasó por su lado.
Una de sus prístinas plumas blancas le rozó la clavícula desnuda. Ella podría haberse
estremecido, si no fuera por los dos ángeles detrás de él.
Isaiah solo asintió mientras seguía a Micah hacia las sillas delante del escritorio.
Hunt Athalar, sin embargo, se quedó atrás. Sosteniendo su mirada, antes de que
él mirara su clavícula. Como si la pluma hubiera dejado una marca. El tatuaje de
espinas en su frente pareció oscurecerse. Y así, ese aroma a sexo que se desprendía
del Arcángel murió. Los Asteri y los Arcángeles podrían haber encontrado
fácilmente otra forma de obstaculizar el poder de los Caídos, sin embargo, los habían
esclavizado con los hechizos de brujas entretejidos en tatuajes mágicos estampados
en sus frentes como jodidas coronas. Y los tatuajes en sus muñecas: SPQM.
Senatus Populusque Midgard.
El Senado y la Gente de Midgard. Pura mierda. Como si el Senado fuera cualquier
cosa menos un títere de gobierno. Como si los Asteri no fueran sus emperadores y
emperatrices, gobernando sobre todo y todos por la eternidad, sus almas podridas
regenerándose de una forma a otra.
Bryce apartó el pensamiento de su mente mientras cerraba la puerta de hierro
detrás de Hunt, apenas esquivando sus plumas grises. Sus ojos negros brillaron con
advertencia.
Ella le dio una sonrisa para transmitir todo lo que no se atrevía a decir en voz
alta con respecto a sus sentimientos sobre esta emboscada. Me he enfrentado a
peores cosas que tú, Umbra Mortis. Fulmíname con la mirada y gruñe todo lo que
quieras.
Hunt parpadeó, la única señal de su sorpresa, pero Bryce ya se estaba moviendo
hacia su escritorio, tratando de no cojear cuando el dolor le atravesó la pierna. Había
arrastrado una tercera silla de la biblioteca, lo que había agravado aún más el dolor
sobre su pierna.
No se atrevió a frotar la gruesa cicatriz curva en la parte superior del muslo,
escondida debajo de su vestido blanco.
—¿Puedo conseguirle algo, Su Gracia? ¿Café? ¿Té? ¿Algo más fuerte?
Ya había agua mineral embotellada en las pequeñas mesas entre las sillas.
El Arcángel había reclamado el asiento del medio, y cuando ella le sonrió
cortésmente, el peso de su mirada la presionó como una manta de seda.
—Estoy bien. —Bryce miró a Hunt e Isaiah, que se estaban deslizando en sus
sillas—. También están bien —dijo Micah.
Muy bien entonces. Caminó alrededor del escritorio, deslizando su mano debajo
de la repisa para presionar un botón y enviando una oración a la misericordiosa
Cthona para que su voz permaneciera tranquila, incluso mientras su mente seguía
dando vueltas al mismo pensamiento, una y otra vez: Briggs no mató a Danika. No
mató a Danika, Briggs no mató a Danika, Briggs no mató a Danika…
El panel de madera en la pared detrás de ella se abrió, revelando una gran
pantalla. A medida que parpadeaba, levantó el teléfono del escritorio y marcó.
Briggs había sido un monstruo que había planeado lastimar a la gente, y merecía
estar en la cárcel, pero había sido acusado erróneamente de ese asesinato.
El asesino de Danika todavía estaba ahí afuera.
Jesiba respondió al primer timbre.
—¿Está lista la pantalla?
—Cuando tú lo estés. —Bryce tecleó los códigos en su computadora, tratando
de ignorar al Gobernador que la miraba como si fuera un bistec y él era… algo que
comía bistec. Crudo. Y gimiendo.
—Te estoy llamando —declaró.
Jesiba Roga apareció en la pantalla un instante después, y ambas colgaron sus
teléfonos.
Detrás de la hechicera, la suite del hotel estaba decorada con el esplendor de
Pangera: paredes blancas con paneles y molduras doradas, lujosas alfombras color
crema y cortinas de seda rosa pálido, una cama de roble con dosel lo suficientemente
grande para ella y los dos hombres que Bryce había escuchado cuando llamó antes.
Jesiba jugaba duro mientras trabajaba en el territorio masivo, buscando más
arte para la galería, ya sea visitando varias excavaciones arqueológicas o cortejando
a clientes de alto poder que ya las poseían.
A pesar de tener menos de diez minutos, y a pesar de usar la mayor parte de ese
tiempo para hacer algunas llamadas muy importantes, el fluido vestido azul marino
de Jesiba estaba impecable, revelando atisbos de un cuerpo femenino exuberante
adornado con perlas de agua dulce en sus orejas y garganta. Su cabello rubio ceniza
recortado brillaba a luz de las lámparas doradas, más corto en los lados, más largo
en la parte superior. Sin esfuerzo, chic y casual. Su rostro…
Su rostro era a la vez joven y sabio, suave como un dormitorio, pero inquietante.
Sus pálidos ojos grises brillaban con magia seductora y mortal.
Bryce nunca se había atrevido a preguntar por qué Jesiba había desertado de
las brujas siglos atrás. Por qué se había alineado con la Casa de Sombra y Llama y su
líder, el InfraRey, y lo que hacía para él. Ahora se llamaba hechicera. Nunca una
bruja.
—Buenos días, Micah —dijo Jesiba suavemente. Una voz agradable y
desarmante en comparación con la de otros miembros de Sombra y Llama: el tono
ronco de las Parcas o los tonos sedosos de los vampiros.
—Jesiba —ronroneó Micah.
Jesiba le dedicó una leve sonrisa, como si hubiera escuchado ese ronroneo mil
veces diferentes, de mil hombres diferentes.
—Tan encantada como estoy de ver tu hermoso rostro, me gustaría saber por
qué convocaste esta reunión. A menos que lo de Danika fuera una excusa para hablar
con la dulce Bryce.
Lo de Danika. Bryce mantuvo su rostro neutral, incluso cuando sintió que Hunt
la miraba atentamente. Como si él pudiera escuchar su corazón retumbar, y ver el
sudor que ahora cubría sus palmas.
Pero Bryce le dirigió una mirada aburrida en su lugar.
Micah se reclinó en su silla, cruzó sus largas piernas y habló sin siquiera mirar
a Bryce.
—Por más tentadora que sea tu asistente, tenemos asuntos importantes que
discutir.
Ella ignoró el comentario y el timbre de esa voz sensual. Tentadora, como si
fuera un postre en una mesa. Estaba acostumbrada a eso, pero… estos malditos
machos Vanir.
Jesiba ondeó una mano con gracia etérea para que continuara, sus uñas
plateadas brillaban en la luz del hotel.
»Creo que mis triarii informaron a la señorita Quinlan del asesinato de anoche.
Uno que coincidía exactamente con las muertes de Danika Fendyr y la Manada de
Demonios hace dos años —dijo Micah suavemente.
Bryce se mantuvo quieta, insensible. Tomó una sutil inhalación de los suaves
aromas de menta del infusor a unos centímetros de distancia.
Micah continuó.
—Lo que no mencionaron fue la otra conexión.
Los dos ángeles que flanquean al gobernador se pusieron rígidos casi
imperceptiblemente. Esta era claramente la primera vez que oyeron hablar de esto
también.
—¿Oh? —dijo Jesiba—. ¿Y tengo que pagar por esta información?
Enorme y frío poder crepitó en la galería, pero el rostro del Arcángel
permaneció ilegible.
—Estoy compartiendo esta información para que podamos combinar recursos.
Jesiba arqueó una ceja rubia con suavidad sobrenatural.
—¿Para qué?
—Para que Bryce Quinlan encuentre al verdadero asesino detrás de esto, por
supuesto —dijo Micah.
12
Traducido por Sandra A
Corregido por Lieve

Bryce se había quedado increíblemente quieta, tan inmóvil que Hunt se


preguntó si eso la delataba. No sus propios nervios, sino su linaje. Solo los Fae podían
quedarse así de inmóviles.
Su jefa, la hechicera de rostro joven, suspiró.
—¿Tu 33ra es tan incompetente estos días que de verdad necesitas la ayuda de
mi asistente? —Su encantadora voz apenas suavizó la pregunta—. Aunque supongo
que ya tengo mi respuesta, si es que condenaste falsamente a Philip Briggs.
Hunt no se atrevió a sonreír ante su evidente desafío. Pocas personas podían
salirse con la suya al hablarle a Micah Domitus, mucho menos a un Arcángel, de esa
manera.
Consideró a la hechicera de cuatrocientos años en la pantalla por un momento.
Había escuchado los rumores: que Jesiba le respondía al InfraRey, que podía
transformar a cualquiera en animal si la provocaban, que una vez había sido una
bruja que dejó su clan por razones desconocidas. Muy probablemente malas si había
acabado como miembro de la Casa de Sombra y Llama.
Bryce respiró.
—No sé nada de eso. O de quién quería matar a Tertian.
Jesiba afiló su mirada.
—Aun así, eres mi asistente. No trabajas para la 33ra.
La mandíbula de Micah se tensó. Hunt se preparó.
—Te invité a esta reunión, Jesiba, por cortesía. —Sus ojos marrones se
entrecerraron con disgusto—. En efecto, parece que Philip Briggs fue condenado
erróneamente. Pero sigue siendo un hecho que Danika Fendyr y la Manada de
Demonios lo capturaron en su laboratorio, donde había evidencia innegable de su
intención de bombardear inocentes en el club nocturno Cuervo Blanco. Y aunque
inicialmente fue liberado debido a una laguna en el proceso, en los últimos dos años
se ha encontrado evidencia suficiente sobre sus primeros crímenes como para
condenarlo también por esos. Por consiguiente, permanecerá tras las rejas y servirá
la sentencia por esos primeros crímenes como líder de la ahora inactiva secta Keres,
y por su participación en la rebelión de los humanos.
Quinlan pareció encogerse con alivio.
Pero Micah continuó.
»Sin embargo, esto significa que un peligroso asesino está suelto por la ciudad,
capaz de invocar demonios letales, por deporte o por venganza, no lo sabemos.
Admito que mi 33ra y el Auxiliado han agotado sus recursos. Pero la Cumbre es en
solo un mes. Habrá individuos que verán estos asesinatos como una prueba de que
no tengo el control de mi ciudad, mucho menos de este territorio, y buscarán usar
eso en mi contra.
Por supuesto que no se trataba de capturar a un asesino mortal. No, esto era
puramente un asunto de relaciones públicas.
Incluso con la Cumbre tan lejos, Hunt y los otros triarii habían estado
preparándose por semanas, alistando las unidades de la 33ra para la pompa y las
tonterías que rodeaban la reunión de los poderes de Valbara cada diez años.
Asistirían líderes de todo el territorio, expresarán sus quejas, con quizá alguna
aparición invitada de los imbéciles que gobernaban al otro lado del Haldren.
Hunt aún no había asistido a ninguna en Valbara, pero había estado en muchas
otras Cumbres en Pangera, con gobernantes que pretendían tener algún sesgo de
libre albedrío. Las reuniones de la Cumbre consistían usualmente de una semana de
poderosos Vanir discutiendo hasta que el Arcángel supervisor establecía la ley. No
dudaba que Micah fuera diferente. Isaiah ya había asistido a una Cumbre y le había
advertido que al Arcángel le gustaba lucir su poder militar en ellas, le gustaba tener
a la 33ra marchando y haciendo vuelos en formación, ataviados con atuendos
imperiales.
El protector de pecho dorado de Hunt ya estaba siendo pulido. La idea de
ponerse la armadura formal, con las siete estrellas de la cresta de los Asteri sobre su
corazón, lo hacía enfermar.
Jesiba examinó sus uñas plateadas.
—¿Algo interesante pasará en la Cumbre esta vez?
Micah pareció sopesar la casual expresión de Jesiba al decir:
—La nueva reina bruja será reconocida formalmente.
Jasiba no dejó escapar ningún rastro de emoción.
—Escuché algo sobre el fallecimiento de Hecuba —dijo la hechicera. Ningún
tinte de dolor o satisfacción. Solo un hecho.
Pero Quinlan se tensó, como si Jesiba les hubiera gritado que regresaran al tema
del asesinato. Micah agregó:
—Y los Asteri enviarán a Sandriel para entregar un reporte del Senado acerca
del conflicto rebelde.
Todo pensamiento se esfumó de la cabeza de Hunt. Incluso el usualmente
imperturbable Isaiah se puso rígido.
Sandriel vendría aquí.
Micah estaba diciendo:
—Sandriel llegará al Comitium la próxima semana, y, a petición de los Asteri,
será mi invitada hasta que llegue la Cumbre.
Un mes. Ese maldito monstruo estaría en esta ciudad por un mes.
Jesiba inclinó la cabeza con una gracia desconcertante. Podría no ser una Parca,
pero seguro como la mierda que se movía como una.
—¿Qué puede ofrecer mi asistente en la búsqueda del asesino?
Hunt lo reprimió, el rugido, el temblor, la quietud. Los empujó hasta el fondo,
más, más abajo hasta que se convirtieron en una ola más en la oscuridad, girando
sobre sí mismos en su interior. Se forzó a sí mismo a concentrarse en la
conversación. Y no en la psicópata que estaba de camino a esta ciudad.
La mirada de Micah se posó en Bryce quien estaba tan pálida que sus pecas
parecían gotas de sangre esparcidas por el tabique de su nariz.
—La señorita Quinlan es, hasta ahora, la única persona viva en haber visto al
demonio que convocó el asesino.
Bryce tuvo el valor de preguntar:
—¿Qué hay del ángel en el callejón?
El rostro de Micah permaneció impasible.
—No tenía memoria del ataque. Fue una emboscada. —Antes de que Bryce
pudiera contestar, él continuó—: Teniendo en cuenta la delicada naturaleza de esta
investigación, ahora estoy dispuesto a mirar fuera de la caja, como dicen, para
conseguir asistencia en la resolución de estos asesinatos antes de que se conviertan
en un problema real.
Es decir, el Arcángel necesitaba verse bien frente a los poderes por venir. Frente
a Sandriel, quien lo reportaría todo ante los Asteri y su marioneta, el Senado.
¿Un asesino suelto, capaz de invocar a un demonio que podía matar a los Vanir
tan fácilmente como a humanos? Oh, precisamente eso sería la clase de mierda que
Sandriel disfrutaría de contarle a los Atseri. Especialmente si le costaba su posición
a Micah. Y si la ganaba para sí misma. ¿Qué era el cuadrante noroeste de Pangera
comparado con todo Valbara? Y que Micah perdiera todo significaba que sus
esclavos, Hunt, Isaiah, Justinian, y muchos otros, irían a quien quiera que heredara
su título de Gobernador.
Sandriel nunca honraría el trato de Micah con Hunt.
Micah se giró hacia Hunt con una cruel inclinación en sus labios.
—Puedes adivinar, Athalar, a quien traerá Sandriel consigo. —Hunt se puso
rígido—. Pollux también estaría muy feliz de reportar sus hallazgos.
Hunt luchó para calmar su respiración, para mantener su rostro neutro.
Pollux Antonius, el comandante triarii de Sandriel, el Malleus, lo llamaban. El
Martillo. Tan cruel y despiadado como Sandriel. Y un absoluto hijo de puta.
Jesiba se aclaró la garganta.
—¿Y aún no saben qué clase de demonio era? —Ella se recostó en su silla, el
ceño fruncido reflejado en sus labios apretados.
—No —dijo Micah entre dientes.
Era verdad. Ni siquiera Hunt había sido capaz de identificarlo, y él había tenido
el placer de matar más demonios de los que era capaz de contar. Venían en
interminables números de razas y niveles de inteligencia, oscilando entre bestias
que asemejaban a híbridos felino-caninos, hasta humanoides, príncipes
cambiaformas que gobernaban los siete territorios de Hel, cada uno más oscuro que
el último: el Vacío, la Zanja, el Cañón, el Barranco, la Grieta, el Abismo, y el peor de
todos, el Foso.
Incluso sin identificación específica, aunque, tomando en cuenta su velocidad y
lo que había hecho, el demonio concordaba con algo perteneciente al Foso, tal vez
una mascota del mismísimo Devorador de Estrellas. Solo en las profundidades del
Foso podía evolucionar a algo como eso, una criatura que nunca ha visto la luz, que
nunca la ha necesitado.
Hunt supuso que no tenía importancia. Acostumbrado a la luz o no, sus
habilidades particulares aún podían convertirlo en trozos de carne quemada. Un
rápido destello de luz y un demonio huiría o se retorcería de dolor.
La voz de Quinlan atravesó la tormenta en la cabeza de Hunt.
—Dijiste que había otra conexión entre los asesinatos de antes con el de ahora.
Más allá del…estilo.
Micah la miró. Para su sorpresa, Quinlan no bajó la mirada.
—Maximus Tertian y Danika Fendyr eran amigos.
Las cejas de Bryce se acercaron la una a la otra.
—Danika no conocía a Tertian.
Micah resopló hacia el techo de paneles de madera.
—Sospecho que podría haber mucho sobre lo que ella no te informó.
—Yo habría sabido si ella era amiga de Maximus Tertian —aseguró Quinlan.
El poder de Micah murmuró a través del cuarto.
—Cuidado, señorita Quinlan.
Nadie usaba ese tono con un Arcángel, al menos no alguien con casi cero poder
en sus venas. Fue suficiente para que Hunt hiciera a un lado la visita de Sandriel y se
concentrara en la conversación.
Micah prosiguió:
—También está el hecho de que tú conocías tanto a Danika como a Maximus
Tertian. Que tú estuviste en el Cuervo Blanco en cada una de las noches en que
ocurrieron los asesinatos. La similitud es suficiente para ser… de interés.
Jesiba se enderezó.
—¿Estás diciendo que Bryce es sospechosa?
—Aún no —dijo Micah fríamente—, pero todo es posible.
Las manos de Quinlan se cerraron en puños, sus nudillos se tornaron blancos
mientras trataba de contenerse de escupirle al Arcángel. Optó, en vez de eso, por
cambiar el tema.
—¿Qué hay de investigar a los otros miembros de la Manada de Demonios?
¿Ninguno de ellos podría haber sido el objetivo?
—Ya ha sido investigado y descartado. Danika sigue siendo nuestro foco.
Bryce preguntó tensa:
—¿Honestamente piensas que puedo encontrar algo, cuando el Auxiliado y la
33ra no pudieron? ¿Por qué no hacer que los Asteri envíen a alguien como la Hind?
La pregunta onduló a través de la habitación. Seguro Quinlan no era lo
suficientemente tonta como para desear eso. Jesiba le dio una mirada de advertencia
a su asistente.
Micah, imperturbable ante la mención de Lidia Cervos, la espía-cazadora, y
torturadora, más notoria de la República, respondió:
—Como dije, no deseo que el conocimiento de estos… eventos llegue más allá
de los muros de mi ciudad.
Hunt escuchó lo que Micah dejó sin decir: a pesar de ser parte de los triarii de
Sandriel, la ciervo cambiaformas conocida como la Hind reportaba directamente a
las Asteri y era conocida por ser la amante de Pollux.
El Martillo y la Hind, los vencedores de campos de batallas y destructores de los
enemigos de la República. Hunt había visto a la Hind unas pocas veces en la fortaleza
de Sandriel y siempre se alejaba nervioso por sus ilegibles ojos dorados. Lidia era
tan hermosa como despiadada en su búsqueda de espías rebeldes. La pareja perfecta
para Pollux. La única que podía haber sido más adecuada para Pollux que Hind era
la Arpía, pero Hunt intentaba no pensar en la segunda al mando del triarii de
Sandriel cuando podía evitarlo.
Hunt aplacó su creciente pánico. Micah estaba diciendo:
—Las estadísticas delictivas sugieren que es probable que Danika conociera a
su asesino. —Otro silencio que dejó a Quinlan erizada—. Y, a pesar de todo lo que no
te dijo, sigues siendo la persona que conocía a Danika Fendyr mejor que nadie. Creo
que puedes proporcionar una visión incomparable.
Jesiba se inclinó hacia la pantalla de su lujosa habitación de hotel, grácil y con
poder refrenado.
—De acuerdo, Gobernador. Digamos que recluta a Bryce para la investigación.
Me gustaría una compensación.
Micah sonrió, un gesto afilado y emocionante del que Hunt era testigo solo antes
de que el Arcángel hiciera añicos a alguien.
—Independientemente a tu alianza con el InfraRey, y la protección que crees
que eso te confiere, sigues siendo una ciudadana de la República.
Y me responderás ante mí, no había necesidad de añadir.
Jesiba dijo simplemente:
—Creería que estarías bien versado en los estatutos, Gobernador. Sección
Cincuenta y Siete: Si un gobernador oficial requiere los servicios de un contratista
externo, debe pagar…
—De acuerdo. Me mandarás tu factura. —Las alas de Micah crujieron, la única
señal de su impaciencia. Pero su voz era amable, por lo menos, cuando se giró hacia
Quinlan—. Se me acaban las opciones, y pronto también se me acabará el tiempo. Si
hay alguien que podría trazar las actividades de Danika en sus días finales y
descubrir quién la asesinó, serías tú. Eres la única conexión entre las víctimas. —Ella
solo lo miró boquiabierta— Me parece que tu posición aquí en la galería te da acceso
a individuos que podrían no estar dispuestos a hablar con la 33ra o el Auxiliado.
Isaiah Tiberian reportará conmigo cualquier progreso que logres, y mantendrá los
ojos atentos en la investigación. —Sus ojos marrones envolvieron a Hunt como si
pudiera leer cada línea de tensión en su cuerpo, el pánico creciente en sus venas ante
la noticia de la llegada de Sandriel—. Hunt Athalar tiene experiencia cazando
demonios. Él estará en servicio de protección, vigilándote durante tu búsqueda por
la persona detrás de esto.
Bryce entrecerró los ojos, pero Hunt no se atrevió a decir palabra. A exhibir su
disgusto, y su alivio.
Al menos tendría una excusa para no estar en el Comitium mientras Sandriel y
Pollux estaban alrededor. Pero ser niñera glorificada, el no poder trabajar para
recuperar sus deudas…
—Muy bien —dijo Jesiba. Su mirada se deslizó hacia su asistente—. ¿Bryce?
En voz baja, con sus ojos ámbar llenos de fuego helado, Brice dijo:
—Los encontraré. —Cruzó miradas con el Arcángel—. Y luego quiero que los
elimine del jodido planeta.
Sí, Quinlan tenía pelotas. Era estúpida y descarada, pero al menos tenía coraje.
Esa combinación, sin embargo, la mataría antes de que ella hiciera su Descenso.
Micah sonrió, como si se diera cuenta de lo mismo.
—Lo que se haga con el asesino dependerá del sistema de justica. —Tonterías
burocráticas leves, aun cuando el poder del Arcángel retumbaba en la habitación,
como si le prometiera a Quinlan que haría justo eso.
—Bien —farfulló Bryce.
Jesiba Roga frunció el ceño hacia ella, notando que su rostro aún ardía con ese
fuego helado.
—Intenta no morir, Bryce. Odiaría tener el inconveniente de entrenar a alguien
nuevo. —La llamada terminó.
Bryce se levantó sobre esos estúpidos zapatos. Rodeando el escritorio, echó
hacia atrás su sedosa cabellera rojiza, las puntas levemente rizadas casi tocando la
curva generosa de su trasero.
Micah se puso de pie, sus ojos deslizándose sobre Bryce como si él también
notara ese detalle particular, pero dijo a nadie en especial:
—Hemos terminado.
El vestido de Bryce era tan ajustado que Hunt podía ver los músculos de sus
muslos hacer presión mientras abría la puerta de hierro para el Arcángel. Una leve
mueca atravesó su rostro, y luego se esfumó.
Hunt llegó a su lado mientras el Arcángel y su Comandante hacían una pausa
afuera. Ella solo les dedicó una sosa sonrisa victoriosa y comenzó a cerrar la puerta
antes de que pudiera poner un pie en la polvosa calle. Él puso un pie entre la puerta
y los encantamientos zigzaguearon y chasquearon contra su piel mientras trataban
de alinearse a su alrededor. Los ojos ámbar de ella se encendieron.
—¿Qué?
Hunt le dio una sonrisa afilada.
—Haz una lista de sospechosos hoy. Cualquiera que podría querer a Danika y
su manada muertos. —Si Danika conocía a su asesino, era probable que Bryce
también lo hiciera—. Y haz una lista de los lugares en los que estuvo y las actividades
que realizó Danika en sus últimos días de vida.
Bryce solo sonrió otra vez, como si no hubiera escuchado una maldita palabra
de lo que dijo. Entonces presionó un botón al lado de la puerta que hizo que los
encantamientos ardieran como ácido…
Hunt dio un brinco hacia atrás, sus rayos resplandeciendo, defendiéndose
contra un enemigo que no estaba allí.
La puerta se cerró. Ella ronroneó a través del intercomunicador:
—Te llamaré. No me molestes hasta entonces.
Joder, que Urd lo ayude.
13
Traducido por Stefani U
Corregido por Lieve

Un momento después, en lo alto del techo de la galería, con Isaiah callado a su


lado, Hunt miraba la luz de la mañana tardía dorar las prístinas alas blancas de Micah
y colocar hebras de oro en su cabello casi resplandeciente mientras el Arcángel
inspeccionaba la ciudad amurallada que se extendía alrededor de ellos.
Hunt inspeccionó el techo plano, dividido solamente por el equipo y la entrada
a la galería debajo.
Las alas de Micah se movieron, la única advertencia de que estaba por hablar.
—El tiempo no es nuestro aliado.
—¿De verdad crees que Quinlan pueda encontrar a quien sea que esté detrás de
esto? —preguntó Hunt. Dejó que la pregunta transmitiera el grado de su propia fe
en ella.
Micah ladeó su cabeza. Un antiguo y letal depredador midiendo una presa.
—Creo que este es un problema que requiere utilizar cada arma en nuestro
arsenal, no importa cuán poco ortodoxo sea. —Suspiró mientras volvía a mirar la
ciudad.
Lunathion había sido construida como un modelo de las antiguas ciudades
costeras alrededor del Mar de Rhagan, una réplica casi exacta que incluía los muros
de arenisca, el clima árido, los olivos y las pequeñas granjas alineadas a colinas
distantes más allá de los bordes de la ciudad, en el norte, e incluso el gran templo a
una diosa local en el mismo centro. Pero a diferencia de esas ciudades, a esta se le
había permitido adaptarse: las calles yacían en ordenadas cuadrículas y edificios
modernos sobresalían como lanzas en el corazón del DCC, sobrepasando por mucho
los estrictos códigos de altura de Pangera.
Micah había sido el responsable de ello, por ver a esta ciudad como tributo al
antiguo modelo, pero también como un lugar para florecer con el futuro. Tampoco
estaba acostumbrado a usar el nombre Ciudad Crescent por encima de Lunathion.
Un hombre de progreso. De tolerancia, decían.
Hunt se preguntaba constantemente como se sentiría al arrancarle la garganta.
Lo había contemplado tantas veces que había perdido la cuenta. Había
contemplado lanzarle un rayo a ese hermoso rostro, esa máscara perfecta para el
brutal y demandante bastardo que era por dentro.
Quizás era injusto. Micah había nacido con poder, nunca había conocido una
vida que no sea ser una de las mayores fuerzas en el planeta. Un casi dios que no
estaba acostumbrado a que cuestionaran su autoridad y que destruiría cualquier
amenaza a ello.
Una rebelión liderada por un compañero Arcángel y tres mil guerreros había
sido eso. Aunque casi todos los de su triarii eran los Caídos. Una segunda
oportunidad, aparentemente. Hunt no podía descifrar por qué se molestaba en ser
tan misericordioso.
—Sabine ya ha puesto a su gente en este caso—dijo Micah—, y visitará mi
oficina para decirme precisamente lo que piensa del lío con Briggs. —Ambos
cruzaron miradas heladas—. Quiero que nosotros encontraremos al asesino, no los
lobos.
—¿Vivo o muerto? —preguntó Hunt con frialdad.
—Vivo, preferiblemente. Pero muerto es mejor que dejarlo libre.
—¿Y esta investigación contará para mi cuota? —Hunt se atrevió a preguntar—
. Podría tomar meses.
Isaiah se tensó. Pero la boca de Micah se curvo hacia arriba. Por un largo
momento no dijo nada. Hunt no hizo más que parpadear.
Entonces, Micah dijo:
—Que tal este incentivo, Athalar: resuelve este caso rápido. Lo resuelves antes
de la Cumbre y bajaré tus deudas a diez.
El mismo viento pareció detenerse.
—¿Diez —Hunt logró decir—, encargos más?
Era escandaloso. Micah no tenía razones para ofrecerle nada. No cuando su
palabra era todo lo que necesitaba para que Hunt obedeciera.
—Diez encargos más —dijo Micah, como si no hubiera lanzado una maldita
bomba en la mitad de la vida de Hunt.
Podría ser el trato de un tonto. Micah podría alargar esos diez encargos por
décadas, pero… jodido Solas ardiente.
—No le dirás a nadie de esto, Athalar —añadió el Arcángel.
Que no se molestara en advertir también a Isaiah indicaba cuánto confiaba en
su comandante.
—Muy bien —dijo Hunt, tan calmado como pudo.
La mirada de Micah se volvió despiadada. Escudriñó a Hunt de pies a cabeza.
Luego a la galería debajo de sus botas. Y a la asistente adentro.
—Mantén tu polla en tus pantalones y tus manos para ti mismo —gruñó
Micah—. O te encontrarás sin ninguna de las dos por un largo tiempo.
Hunt podía hacer que ambas cosas volvieran a crecer, claro. Cualquier inmortal
que hubiera hecho el Descenso podía regenerarse como si nada mientras no hayan
sido decapitados o severamente mutilados, pero… la recuperación sería dolorosa.
Lenta. Y estar sin polla, incluso por unos meses, no estaba en la lista de prioridades
de Hunt.
Ni mucho menos follar con una asistente mestiza, de todas formas, mucho
menos con su libertad potencial a diez muertes de distancia.
—Lo mantendremos profesional —respondió Isaiah por ambos.
Micah se dio la vuelta al DCC, sus prístinas alas moviéndose, evaluando la brisa
que venía del río.
—Ve a mi oficina en una hora —dijo a Isaiah.
Isaiah hizo una reverencia profunda al Arcángel, un gesto de Pangera que
enfurecía a Hunt. Él había sido forzado a hacer eso, bajo el riesgo de arrancarle las
plumas, quemarlas y despedazarlas. Esas décadas iniciales después de la Caída no
habían sido amables.
Prueba suficiente eran las plumas que él sabía que estaban colgadas en un muro
del salón del trono de los Asteri.
Pero Isaiah siempre había sabido cómo jugar el juego, cómo soportar sus
protocolos y jerarquías. Cómo vestirse, comer y follar como ellos. Había Caído y
vuelto al rango de comandante por ello. No sorprendería a nadie si Micah
recomendara que el halo de Isaiah fuera removido en el siguiente Consejo de
Gobernadores con los Asteri después del Solsticio de Invierno.
Sin homicidios, desmembramientos o torturas requeridas.
Micah no hizo más que observarlos antes despegar a los cielos. En segundos, se
había convertido en una mancha blanca sobre el mar azul.
Isaiah exhaló, frunciendo el ceño a los picos de las cinco torres del Comitium,
una corona de vidrio y acero levantándose desde el corazón del DCC.
—¿Crees que hay una trampa? —preguntó Hunt a su amigo.
—Él no tiende trampas así. —Como Sandriel y la mayoría de los otros
Arcángeles—. Siempre habla en serio. Tiene que estar desesperado, si quiere darte
esa clase de motivación.
—Le pertenezco. Su palabra es mi motivación.
—Con Sandriel en camino quizá se dio cuenta de que sería ventajoso si tú te
inclinarás a ser… leal.
—De nuevo: soy esclavo.
—Entonces no tengo ni puta idea, Hunt. Quizá solo se sintió generoso. —Isaiah
agitó su cabeza—. No cuestiones la mano que Urd te dio.
Hunt resopló.
—Lo sé. —Las probabilidades eran que la verdad era una combinación de esas
cosas.
Isaiah arqueó una ceja.
—¿Crees que puedes encontrar a quien hizo esto?
—No tengo elección. —No con este nuevo trato sobre la mesa. Hunt saboreó el
aire seco, medio escuchando su áspera canción a través de los sagrados cipreses en
las calles debajo. Había miles de esos en la ciudad, plantados en honor a su diosa
patrona.
—Lo encontrarás —dijo Isaiah—. Sé que lo harás.
—Si es que puedo dejar de pensar en la visita de Sandriel —resopló,
arrastrando sus manos por su cabello—. No puedo creer que vendrá aquí. Con ese
pedazo de mierda de Pollux.
—Dime que te das cuenta de que Micah te ha tirado otro maldito hueso justo
ahora, con eso de ponerte a proteger a Quinlan en vez de mantenerte al lado del
Comitium con Sandriel aquí.
Hunt sabía eso, sabía que Micah tenía conocimiento de lo que Hunt sentía con
respecto a Sandriel y Pollux, pero rodó los ojos.
—Lo que sea. Clama todo lo que quieras sobre cuán fantástico es Micah, pero
recuerda que el bastardo está recibiéndola con los brazos abiertos.
—Los Asteri le ordenaron venir a la Cumbre —replicó Isaiah—. Es común que
ellos manden a uno de los Arcángeles como emisario a estas reuniones. El
Gobernador Ephraim vino a la última que hubo aquí. Micah lo recibió también.
—El hecho es que ella se quedará por un mes completo. En ese maldito
complejo. —Señaló los cinco edificios del Comitium—. Lunathion no es su escenario.
No hay nada que le divierta aquí.
Con la mayoría de los Caídos o estaban esparcidos por los cuatro vientos o
muertos, Sandriel disfrutaba vagar por las mazmorras de su castillo, abarrotadas a
más no poder de humanos rebeldes, y seleccionar uno, dos o tres a la vez. La arena
en el corazón de su ciudad estaba allí solo por el placer de destrozar a estos
prisioneros de diversas formas. Batallas a muerte, tortura pública, liberar Inferiores
o animales comunes contra ellos… no había fin para su creatividad. Hunt lo había
visto y soportado todo.
Con el conflicto actualmente en aumento, esas mazmorras debían estar llenas.
Sandriel y Pollux deben de haber disfrutado como Hel de todo el dolor que flotaba
en esa arena.
Solo pensar en ello lo hizo pararse más rígido.
—Pollux será una jodida amenaza a esta ciudad. —El Martillo era bien conocido
por sus actividades favoritas: asesinar y torturar.
—Lidiaremos con Pollux. Micah sabe cómo es. Lo que hace. Puede que los Asteri
le hayan ordenado recibir a Sandriel, pero él no va a dejar que ella le dé rienda suelta
a Pollux. —Isaiah pausó, sus ojos distantes mientras parecía sopesar algo
internamente—. Pero puede hacer que no estés disponible mientras Sandriel está
de visita. Permanentemente.
Hunt alzó una ceja.
—Si te refieres a la promesa de Micah de cortarme la polla, paso.
Isaiah se rio silenciosamente.
—Micah te dio la orden de investigar con Quinlan. Orden que te hará estar muy,
muy ocupado. Especialmente si quiere a Bryce protegida.
Hunt le dio una media sonrisa.
—Tan ocupado que no tendré tiempo de estar en el Comitium.
—Tan ocupado que te quedarás en el techo frente al edificio de Quinlan para
vigilarla.
—He dormido en peores condiciones. —Isaiah también—. Y será una cubierta
fácil para mantener un ojo en Quinlan para algo más que protección.
Isaiah frunció el ceño.
—¿Realmente crees que es sospechosa?
—No la descarto —dijo Hunt, encogiéndose de hombros—. Micah tampoco. Así
que hasta que ella pruebe lo contrario, no está fuera de mi lista. —Se preguntaba
quién podría estar en la lista de sospechosos de Quinlan. Cuando Isaiah solo asintió,
Hunt preguntó—: ¿No le vas a decir a Micah que la estaré vigilando todo el día?
—Si nota que no estás durmiendo en el cuartel, le diré. Pero hasta entonces, lo
que no sepa no le dolerá.
—Gracias. —No era una palabra en el vocabulario común de Hunt, y de nadie
sin alas, pero realmente lo dijo en serio. Isaiah siempre había sido el mejor de ellos,
el mejor de los Caídos, y de todos los legionarios con los que Hunt había servido
alguna vez. Isaiah debería estar en la Guardia Asteriana, con esas habilidades y esas
prístinas alas blancas, pero, como Hunt, Isaiah venía de las alcantarillas. Solo los de
clase noble podían estar en la legión privada de la élite Asteriana. Incluso si eso
significaba pasar sobre buenos soldados como Isaiah.
Hunt, con sus alas grises y sangre común, a pesar de sus rayos, nunca había
aspirado a ello. Ser solicitado a unirse a la elite 18va de Shahar había sido privilegio
suficiente. La había amado casi de inmediato por ver la valía de él. Y la de Isaiah.
Todos los de la 18va habían sido elegidos así: soldados que ella seleccionaba no por
su estatus, sino por sus habilidades. Su verdadero valor.
Isaiah hizo un gesto hacia el DCC y el Comitium dentro de él.
—Agarra tus cosas del cuartel. Necesito hacer una parada antes de reunirme
con Micah. —Hunt parpadeó, Isaiah hizo una mueca—. Le debo una visita al príncipe
Ruhn para confirmar la coartada de Quinlan.
Era la última puta cosa que Hunt quería hacer, y la última puta cosa que sabía
que Isaiah quería hacer, pero protocolos eran protocolos.
—¿Quieres que vaya contigo? —preguntó Hunt. Era lo menos que podía ofrecer.
La esquina de la boca de Isaiah se levantó.
—Considerando que rompiste la nariz de Danaan la última vez que estuvieron
en la misma habitación, voy a decir que no.
Sabio movimiento.
—Se lo merecía —dijo por lo bajo.
Micah, misericordiosamente, había encontrado el evento, el Incidente, como
Danaan lo llamaba, divertido. No era todos los días que a los Fae les pateaban sus
traseros, así que incluso el Gobernador se había regodeado discretamente del
altercado en las celebraciones del Equinoccio de Primavera el año pasado. Le había
dado una semana de descanso a Hunt por ello. Una suspensión, había clamado Micah,
pero esa suspensión había venido con un cheque de pago especialmente acolchado.
Y tres muertes menos que expiar.
—Te llamaré después para confirmar todo —dijo Isaiah.
—Buena suerte.
Isaiah le lanzó una cansada y desgastada sonrisa, el único indicio de cansancio
de todos esos años por esos dos tatuajes, y se fue a localizar a Ruhn Danaan, el
Príncipe Heredero de los Fae.

Bryce se paseó una vez por la sala de exposiciones, siseó ante el dolor de su
pierna y se sacó sus tacones de manera tan ruda que uno se estampó contra el muro,
haciendo que un florero antiguo se tambaleara.
—Cuando claves las bolas de Hunt Athalar en la pared, ¿me harías un favor y
tomarías una foto? —preguntó una voz fría detrás de ella.
Bryce fulminó con la mirada a la pantalla que se había vuelto a activar, y a la
hechicera al otro lado.
—¿Realmente quieres entrometerte en esto, jefa?
Jesiba se recostó en su silla de oro, como una reina.
—¿Acaso una buena venganza a la antigua no tiene su encanto?
—No tengo idea de quien querría a Danika y la manada muertos. Ninguna en lo
absoluto. —Había tenido sentido cuando parecía que Briggs había invocado al
demonio para hacerlo: había sido liberado ese día, Danika estaba estresada y
molesta por ello, y entonces había muerto. Pero si no había sido Briggs, y con
Maximus Tertian muerto… no sabía por dónde comenzar.
Pero lo haría. Encontraría a quien sea que haya hecho esto. Una pequeña parte
era para hacer que Micah Domitus se tragara sus palabras al insinuar que ella podría
ser de interés en este caso, pero… apretó sus dientes. Ella encontraría al responsable
y lo haría arrepentirse de siquiera haber nacido.
Bryce caminó hacia el escritorio, sofocando la cojera. Se apoyó en el borde.
—El Gobernador debe estar desesperado. —Y loco, si estaba pidiéndole ayuda.
—No me importa la agenda del Gobernador —dijo Jesiba—. Juega a la detective
vengativa todo lo que quieras, Bryce, pero recuerda que tienes un trabajo. Las
reuniones con los clientes no pasarán a segundo plano.
—Ya sé. —Bryce se mordió el interior de su mejilla—. Si quien sea que esté
detrás de esto es lo suficientemente fuerte para invocar un demonio así para hacer
su trabajo sucio, probablemente terminaré muerta, también. —Muy probable, dado
que aún no había decidido si o cuándo hacer el Descenso.
Esos brillantes ojos grises vagaron por su rostro.
—Entonces mantén a Athalar cerca.
Bryce se erizó. Como si ella fuera una pequeña mujer necesitada de un grande y
fuerte guerrero para cuidarla.
Incluso si era parcialmente verdad. Mayormente verdad.
Total, y definitivamente verdad si ese demonio había sido invocado de nuevo.
Pero sí debería hacer una lista de sospechosos. Y la otra tarea que él le había
dado, hacer una lista de los últimos paraderos de Danika… su cuerpo se tensó con
solo pensarlo.
Puede que aceptara la protección de Athalar, pero no necesitaba hacer todo fácil
para el imbécil fanfarrón.
El teléfono de Jesiba sonó. La mujer miró a la pantalla.
—Es el padre de Tertian. —Le dio a Bryce una mirada de advertencia—. Si
empiezo a perder dinero porque estás afuera jugando a la detective con el Umbra
Mortis, te convertiré en una tortuga. —Levantó el teléfono hacia su oído y su llamada
terminó.
Bryce suspiró largamente antes de presionar el botón para cerrar la pantalla en
el muro.
El silencio de la galería se enroscó a su alrededor, royendo sus huesos.
Lehabah, por una vez, parecía no estar escuchando a escondidas. Ningún sonido
al otro lado de la puerta de hierro llenó el atronador silencio. Ni un susurro de la
pequeña e incurablemente entrometida duendecilla de fuego.
Bryce apoyó el brazo sobre la superficie fría del escritorio, colocando su mano
en su frente.
Danika nunca había mencionado que conocía a Tartian. Nunca habían hablado
de él, incluso. Ni una vez. ¿Y era todo eso lo que tenía para empezar?
Sin Briggs como el asesino invocador, el asesinato no tenía sentido. ¿Por qué el
demonio había elegido su apartamento, cuando se encontraba a tres pisos de la calle
y ubicado en un edificio supuestamente vigilado? Tuvo que haber sido intencional.
Danika y los otros, incluido Tertian, tuvieron que haber sido objetivos, siendo la
conexión de Bryce con Tertian una coincidencia horrible.
Bryce jugueteó con el amuleto al final de su cadena de oro, moviéndolo arriba y
abajo.
Luego. Ya lo pensaría más tarde, porque… miró al reloj. Mierda.
Tenía a otro cliente en cuarenta y cinco minutos, lo que significaba que tenía
que ordenar el tsunami de papeles para la venta del tallado de madera de Svadgard,
que había sido comprado ayer.
O quizás debería trabajar en esa solicitud de trabajo que mantenía en secreto,
un archivo engañosamente nombrado en su computadora: Hojas de Cálculo de
Ventas.
Jesiba, quien la dejaba a cargo de todo: desde reponer papel de baño hasta
ordenar papel de impresora, jamás abriría el archivo. Nunca vería que entre los
documentos reales que Bryce había puesto ahí, había una carpeta, Facturas de
Suministros de Oficina de Marzo, que no contenía una hoja de cálculo. Contenía una
carta de presentación, un currículum vitae y solicitudes a medio completar para
puestos en unos diez lugares diferentes.
Algunos eran poco posibles. Curador Asociado del Museo de Arte de Ciudad
Crescent. Como si alguna vez pudiera tener ese trabajo, cuando no tenía ni una
licenciatura de arte o de historia. Y menos cuando muchos museos creían que
lugares como Antigüedades Griffin deberían ser ilegales.
Otros puestos, Asistente Personal de la Abogada Señorita Importante, sería más
de lo mismo. Diferente escenario y jefa, misma mierda.
Pero eran una salida. Sí, tendría que encontrar algún tipo de acuerdo con Jesiba
con respecto a sus deudas, y evitar descubrir si solo mencionar que quería irse la
convertiría en un animal feroz, pero teniendo esas solicitudes, retocando
constantemente su currículum, la hacía sentirse mejor, al menos. Algunos días.
Pero si el asesinato de Danika había resurgido, y si estar en este trabajo
estresante podía ayudar… esos currículums eran una pérdida de tiempo.
La pantalla oscura de su teléfono apenas reflejaba las luces muy, muy elevadas.
Suspirando de nuevo, Bryce tecleó su código de seguridad y abrió el hilo de
mensajes.
No te arrepentirás de esto. He tenido un largo tiempo para pensar todas las
formas en las que voy a mimarte. Toda la diversión que vamos a tener.
Podría haber recitado los mensajes de Connor de memoria, pero dolía más
leerlos. Dolían lo suficiente para sentir en cada parte de su cuerpo los oscuros restos
de su alma. Así que siempre los leía.
Ve y disfruta. Te veré en unos días.
La pantalla blanca quemaba sus ojos. Mándame un mensaje cuando estés a salvo
en casa.
Cerró esa ventana. Y no se atrevió a abrir su correo de voz. Usualmente tenía
que estar en unos de sus mensuales “espirales emocionales mortíferos” para hacer
eso. Para oír la voz risueña de Danika otra vez.
Bryce suspiró pesadamente una y otra y otra vez.
Encontraría a la persona detrás de esto. Por Danika, por la Manada de
Demonios, lo haría. Haría lo que sea.
Abrió su celular de nuevo y comenzó a escribir un mensaje grupal a Juniper y
Fury. No es que Fury contestara, no, era una conversación de dos entre Bryce y June.
Ya había escrito la mitad de su mensaje: Philip Briggs no mató a Danika. Los
asesinatos están comenzando nuevamente y yo… cuando lo eliminó. Micah había dado
la orden de mantener esto en secreto, y si su teléfono era hackeado… no se
arriesgaría a que la retiraran del caso.
Fury ya tenía que saberlo. Que su supuesta amiga no la haya contactado… Bryce
eliminó ese pensamiento. Se lo diría a Juniper cara a cara. Si Micah tenía razón y
había alguna conexión entre Bryce y cómo eran elegidas las víctimas, no podía
arriesgarse a dejar a Juniper desprevenida. No perdería a nadie más.
Bryce miró fijamente a la puerta de hierro bloqueada. Frotó el intenso dolor en
su pierna una vez antes de pararse.
El silencio la acompañó durante su viaje escaleras abajo.
14
Traducido por Irais
Corregido por Lieve

Ruhn Danaan se detuvo frente a las altas puertas de roble del estudio de su
padre y tomó un respiró vigorizante y refrescante.
No tenía nada que ver con la carrera de treinta cuadras que había realizado
desde su oficina no oficial sobre un bar de mala muerte en la Plaza Antigua hasta la
villa de mármol de su padre en el corazón de CiRo. Ruhn dejó escapar un suspiro y
tocó.
Sabía mejor que irrumpir.
—Entra. —La fría voz masculina se filtró a través de las puertas, a través de
Ruhn. Pero hizo a un lado cualquier indicio de su corazón estrepitoso y se entró a la
habitación, cerrando la puerta detrás de él.
El estudio personal del Rey de Otoño era más grande que la mayoría de las casas
unifamiliares. Las estanterías daban los dos pisos en cada pared, repletas de tomos
y artefactos antiguos y nuevos, mágicos y ordinarios. Un balcón dorado dividía el
espacio rectangular, accesible por cualquiera de las escaleras de caracol en la parte
delantera y trasera, y las pesadas cortinas de terciopelo negro bloqueaban la luz de
la mañana desde las altas ventanas que daban al patio interior de la villa.
El planetario en el fondo del espacio atrajo la atención de Ruhn: un modelo
funcional de sus siete planetas, lunas y sol. Hecho de oro macizo. Ruhn había
quedado hipnotizado cuando era niño, cuando había sido lo suficientemente
estúpido como para creer que a su padre realmente le importaba una mierda,
pasando horas aquí mirando al hombre hacer cualquier observación y cálculo que
anotara en sus cuadernos de cuero negro. Había preguntado solo una vez acerca de
lo que estaba buscando su padre, exactamente.
Patrones fue todo lo que dijo su padre.
El Rey de Otoño se sentó en una de las cuatro mesas de trabajo masivas, cada
una llena de libros y una serie de dispositivos de vidrio y metal. Experimentos para
cual sea la mierda que su padre hacía con esos patrones. Ruhn pasó junto a una de
las mesas, donde un líquido iridiscente burbujeaba dentro de un orbe de vidrio
sobre un quemador, la llama que probablemente estaba haciendo su padre, con
humo violeta flotando para salir del orbe.
—¿Debería estar usando un traje de materiales peligrosos? —preguntó Ruhn,
apuntando a la mesa de trabajo donde su padre miraba a través de un prisma de
treinta centímetros de largo instalado en un delicado artilugio plateado.
—Exponga sus asuntos, Príncipe —dijo su padre en breve, con un ojo ámbar fijo
en el aparato de visualización sobre el prisma.
Ruhn se abstuvo de comentar sobre cómo se sentirían los contribuyentes de
esta ciudad si supieran cómo uno de sus siete Jefes pasaba sus días. Los seis Jefes
inferiores fueron todos nombrados por Micah, no elegidos por ningún proceso
democrático. Había consejos dentro de los consejos, diseñados para dar a la gente la
ilusión de control, pero el orden principal de las cosas era simple: el Gobernador
gobernaba y los Jefes de la Ciudad dirigían sus propios distritos debajo de él. Más
allá de eso, la Legión 33ra respondía solo al Gobernador, mientras que el Aux
obedecía a los Líderes de la Ciudad, divididos en unidades basadas en distritos y
especies. Se hacía más oscuro a partir de ahí. Los lobos afirmaban que la manada de
los cambiaformas eran los comandantes de la Auxiliado, pero los Fae insistían en
que esta distinción les pertenecía a ellos. Hacía difícil dividir, reclamar,
responsabilidades.
Ruhn había estado dirigiendo la división Fae del Aux durante quince años. Su
padre había dado la orden y él había obedecido. Tenía pocas opciones. Es bueno que
haya entrenado toda su vida para ser un asesino letal y eficiente.
No es que le trajera ninguna alegría en particular.
—Algo de mierda importante se está viniendo abajo —dijo Ruhn, deteniéndose
al otro lado de la mesa—. Acabo de recibir una visita de Isaiah Tiberian. Maximus
Tertian fue asesinado anoche, exactamente de la misma manera que Danika y su
manada fueron asesinados.
Su padre ajustó un dial en el dispositivo del prisma.
—Recibí el informe más temprano esta mañana. Parece que Philip Briggs no es
el asesino.
Ruhn se puso rígido.
—¿Cuándo me lo ibas a decir?
Su padre levantó la vista del dispositivo del prisma.
—¿Estoy en deuda contigo, Príncipe?
El bastardo ciertamente no lo estaba, dejando a un lado su título. Aunque
estaban cerca en profundidad de poder, el hecho era que Ruhn, a pesar de su
condición de Nacido de la Estrella y en posesión de la espada Estrellada, siempre
tendría un poco menos que su padre. Nunca había decidido, después de haber
pasado por su Ordeal y haber hecho el Descenso hace cincuenta años, si era un alivio
o una maldición haber quedado corto en el ranking de poder. Por un lado, si hubiera
superado a su padre, el campo de juego se hubiera inclinado a su favor. Por otro lado,
lo habría establecido firmemente como un rival.
Habiendo visto lo que su padre les hacía a sus rivales, era mejor no estar en esa
lista.
—Esta información es vital. Ya hice una llamada a Flynn y Declan para
amplificar las patrullas en CiRo. Tendremos todas las calles vigiladas.
—Entonces no parece que necesitaba que te dijera, ¿verdad?
Su padre tenía casi quinientos años, había usado la corona de oro del Rey de
Otoño durante la mayor parte de ese tiempo, y había sido un imbécil durante todo
este. Y todavía no mostraba signos de envejecimiento, no como lo hacían los Fae, con
su gradual desaparición en la muerte, como una camisa lavada demasiadas veces.
Entonces serían otros pocos siglos de esto. Interpretar al príncipe. Tener que
tocar una puerta y esperar el permiso para entrar. Tener que arrodillarse y
obedecer.
Ruhn era uno de más o menos una docena de Príncipes Fae en todo el planeta
Midgard, y había conocido a la mayoría de los demás a lo largo de las décadas. Pero
resalta como el único Nacido de la Estrella entre ellos. Entre todos los Fae.
Al igual que Ruhn, los otros príncipes servían a reyes orgullosos y vanos en
varios territorios como Jefes de distritos de la ciudad o franjas de desierto. Algunos
de ellos habían estado esperando sus tronos durante siglos, contando cada década
como si fueran solo meses.
Le disgustaba. Siempre lo había hecho. Junto con el hecho de que todo lo que
tenía estaba financiado por el bastardo que tenía delante: la oficina sobre el bar de
mala muerte, la villa en Cinco Rosas adornada con antigüedades invaluables que su
padre le había regalado al ganar la espada Estrellada durante su prueba. Ruhn nunca
se quedaba en la villa, sino que decidió vivir en una casa que compartía con sus dos
mejores amigos cerca de la Plaza Antigua.
También comprada con el dinero de su padre.
Oficialmente, el dinero provenía del “salario” que Ruhn recibía por encabezar
las patrullas auxiliares de los Fae. Pero la firma de su padre autorizaba ese cheque
semanal.
El Rey de Otoño levantó el dispositivo del prisma.
—¿El Comandante de la 33ra dijo algo notable?
La reunión estuvo a un paso de un desastre.
Primero, Tiberian lo había interrogado sobre el paradero de Bryce la noche
anterior, hasta que Ruhn estuvo a un respiro de darle una paliza al ángel,
comandante de la 33ra o no. Entonces Tiberian tuvo las bolas para preguntar sobre
el paradero de Ruhn.
Ruhn se abstuvo de informar al comandante que golpear a Maximus Tertian por
agarrar la mano de Bryce había sido tentador.
Ella le habría mordido la cabeza por eso. Y había sido capaz de manejarlo por su
cuenta, ahorrándole a Ruhn la pesadilla política de desencadenar una pelea de
sangre entre sus dos Casas. No solo entre Cielo y Aliento, y Sombra y Llama, sino
entre los Danaan y los Tertian. Y así todos los Fae y vampiros que viven en Valbara
y Pangera. Los Fae no jodían con sus peleas de sangre. Tampoco los vampiros.
—No —dijo Ruhn—. Aunque Maximus Tertian murió unas horas después de
tener una reunión de negocios con Bryce.
Su padre dejó el prisma con los labios curvados.
—Te dije que le advirtieras a esa chica que se quedara callada.
Esa chica. Bryce siempre fue esa chica, o la chica, para su padre. Ruhn no había
escuchado al hombre decir su nombre en doce años. No desde su primera y última
visita a esta villa.
Todo había cambiado después de esa visita. Bryce había venido aquí por
primera vez, una niña de 13 años que estaba lista para finalmente conocer a su padre
y su gente. Para conocer a Ruhn, que había estado intrigado ante la perspectiva de
descubrir que tenía una medio hermana después de más de sesenta años de ser hijo
único.
El Rey de Otoño había insistido en que la visita fuera discreta, sin decir lo obvio:
hasta que la Oráculo susurre tu futuro. Lo que ocurrió fue un desastre no mitigado
no solo para Bryce, sino también para Ruhn. Todavía le dolía el pecho cuando la
recordaba salir de la villa con lágrimas de rabia, negándose a mirar por encima del
hombro ni una sola vez. El trato que le dio su padre a Bryce había abierto los ojos de
Ruhn a la verdadera naturaleza del Rey de Otoño… y el frío macho Fae ante él nunca
había olvidado eso.
Ruhn había visitado a Bryce con frecuencia en casa de sus padres durante los
siguientes tres años. Ella había sido un punto brillante, el punto más brillante, si él
quería ser honesto. Hasta esa pelea estúpida y vergonzosa entre ellos que había
dejado las cosas en tal confusión que Bryce todavía odiaba sus entrañas. No la
culpaba, no con las palabras que había dicho, de las que se había arrepentido de
inmediato tan pronto como salieron de él.
Ahora, Ruhn dijo:
—La reunión de Bryce con Maximus precedió a mi advertencia de comportarse.
Llegué justo cuando ella estaba terminando. —Cuando recibió la llamada de Riso
Sergatto, la voz risueña del cambiaformas de mariposa inusualmente grave, corrió
hacia el Cuervo Blanco, sin darse tiempo para pensarlo dos veces—. Soy su coartada,
según Tiberian, le dije que la acompañé a su casa y me quedé allí hasta mucho
después de la muerte de Tertian.
El rostro de su padre no reveló nada.
—Y, sin embargo, todavía no parece muy halagador que la chica estuviera en el
club ambas noches e interactuara con las víctimas horas antes.
—Bryce no tuvo nada que ver con los asesinatos. A pesar de la mierda de la
coartada, el Gobernador también debe creerlo, porque el Tiberian juró que Bryce
está siendo custodiada por la 33ra —dijo Ruhn con firmeza.
Podría haber sido admirable que se hubieran molestado en hacerlo, si todos los
ángeles no fueran sido imbéciles arrogantes. Afortunadamente, el más arrogante de
esos imbéciles no fue quien le hizo a Ruhn esa visita en particular.
—Esa chica siempre ha poseído un talento espectacular para estar donde no
debería.
Ruhn controló la ira que lo golpeó, su magia de sombra buscaba ocultarlo,
protegerlo de ser visto. Otra razón por la que su padre lo resentía: más allá de sus
regalos de Nacido de la Estrella, la mayor parte de su magia se inclinaba hacia los
parientes de su madre: los Fae que gobernaban Avallen, la isla envuelta en niebla en
el norte. El sagrado corazón de Faedom. Su padre habría quemado a Avallen hasta
las cenizas si hubiera podido. Que Ruhn no poseyera las llamas de su padre, las
llamas de la mayoría de los Fae de Valbara, que en cambio poseía habilidades de
Avallen, más de lo que Ruhn había demostrado alguna vez, para convocar y caminar
a través de las sombras, había sido un insulto imperdonable.
El silencio se extendió entre padre e hijo, interrumpido solo por el tictac del
metal en el otro extremo de la habitación mientras los planetas avanzaban alrededor
de su órbita.
Su padre levantó el prisma y lo sostuvo frente a las luces que parpadeaban en
una de las tres arañas de cristal.
—Tiberian dijo que el Gobernador quiere que estos asesinatos se mantengan en
silencio, pero me gustaría tu permiso para advertir a mi madre —dijo Ruhn
tensamente. Cada palabra irritándolo. Me gustaría tu permiso.
Su padre agitó una mano.
—Permiso concedido. Ella obedecerá la advertencia.
Así como la madre de Ruhn había obedecido a todos toda su vida.
Ella escucharía y mantendría un bajo perfil, y sin duda aceptaría con gusto los
guardias adicionales enviados a su villa, a una cuadra de la de él, hasta que se
resolviera esta mierda. Tal vez incluso se quedaría con ella esta noche.
Ella no era reina, ni siquiera era una consorte o compañera. No, su dulce y
amable madre había sido seleccionada para un propósito: reproducción. El Rey de
Otoño había decidido, después de algunos siglos de gobierno, que quería un
heredero. Como hija de una prominente casa noble que había desertado de la corte
de Avallen, había cumplido con su deber con gusto, agradecida por el eterno
privilegio que ofrecía. En los setenta y cinco años de vida de Ruhn, nunca la había
escuchado decir una sola palabra negativa sobre su padre. Sobre la vida a la que la
habían reclutado.
Incluso cuando Ember y su padre tuvieron su relación secreta y desastrosa, su
madre no había estado celosa. Hubo muchas otras mujeres antes y después de ella.
Sin embargo, ninguna había sido elegida formalmente, no como ella, para continuar
el linaje real. Y cuando Bryce llegó, las pocas veces que su madre la había conocido,
ella había sido amable. Adorable, incluso.
Ruhn no podía decir si admiraba a su madre por nunca haber cuestionado la
jaula dorada en la que vivía. Si algo estaba mal con él por resentir esa vida.
Puede que nunca entendiera a su madre, pero eso no detuvo el feroz orgullo que
tenía por su línea de sangre, que su caminar en las sombras lo separaba del imbécil
frente a él, un recordatorio constante y bienvenido de que no tenía que convertirse
en un cerdo dominante. Incluso si la mayoría de los parientes de su madre en Avallen
no eran mejores. Sus primos especialmente.
—Quizás deberías llamarla —dijo Ruhn—. Darle la advertencia tú mismo.
Agradecería tu preocupación.
—Estoy comprometido —dijo su padre con calma. Siempre había sorprendido
a Ruhn: lo frío que era su padre, cuando esas llamas ardían en sus venas—. Puedes
informarla tú. Y abstente de decirme cómo manejar mi relación con tu madre.
—No tienen una relación. La tomaste para procrear como una yegua y la
enviaste a pastar.
Ceniza chisporroteó en la habitación.
—Te has beneficiado bastante de eso, Nacido de la Estrella.
Ruhn no se atrevió a pronunciar las palabras que intentaron brotar de su boca.
A pesar de que mi estúpido jodido título te trajo más influencia en el imperio y entre
tus compañeros reyes, todavía te irrita, ¿no? Que tu hijo, no tú, recuperara la espada
Estrellada de la Cueva de los Príncipes en el oscuro corazón de Avallen. Que tu hijo, no
tú, se encontrara entre los príncipes Nacidos de la Estrella muertos hace mucho
tiempo, dormidos en sus sarcófagos y se considerara digno de sacar la espada de su
vaina. ¿Cuántas veces intentaste sacar la espada cuando eras joven? ¿Cuánta
investigación hiciste en este mismo estudio para encontrar formas de hacerlo sin ser
elegido?
Su padre curvó un dedo hacia él.
—Necesito tu don.
—¿Por qué? —Sus habilidades de Nacido de la Estrella eran poco más que un
destello de luz de estrellas en su palma. Sus talentos para las sombras eran el regalo
más interesante. Incluso los monitores de temperatura en las cámaras de alta
tecnología en esta ciudad no podían detectarlo cuando caminaba en las sombras.
Su padre levantó el prisma.
—Dirige un haz de tu luz a través de esto. —Sin esperar una respuesta, su padre
volvió a mirar el artilugio de metal que tenía sobre el prisma.
Por lo general, a Ruhn le tomaba una buena cantidad de concentración evocar
su luz de estrellas, y generalmente le dejaba un dolor de cabeza durante horas
después, pero… estaba lo suficientemente intrigado como para intentarlo.
Poniendo su dedo índice sobre el cristal del prisma, Ruhn cerró los ojos y se
concentró en su respiración. Dejó que el chasquido metálico del planetario lo guiara
hacia abajo, abajo, hacia el agujero negro dentro de sí mismo, más allá del agitado
pozo de sus sombras, hacia el pequeño hueco debajo de ellos. Allí, acurrucado sobre
sí mismo como una criatura hibernando, yacía la única semilla de luz iridiscente.
La acunó suavemente con una palma mental, agitándola despierta mientras la
levantaba con cuidado, como si llevara agua en las manos. A través de él, el poder
brillaba con anticipación, cálido y encantador, y casi era la única parte de sí mismo
que le gustaba. Ruhn abrió los ojos para encontrar la luz de las estrellas bailando a
su alcance, refractándose a través del prisma.
Su padre ajustó unos pocos discos en el dispositivo, tomando notas con la otra
mano.
La semilla de la luz de las estrellas se volvió resbaladiza y se desintegró en el
aire a su alrededor.
—Solo otro momento —ordenó el rey.
Ruhn apretó los dientes, como si de alguna manera evitara que la luz de las
estrellas se disolviera.
Otro clic en el dispositivo y otra nota anotada con una letra antigua y rígida. El
Antiguo Idioma Fae; su padre grabó todo en el idioma medio olvidado que su gente
había usado cuando llegaron a Midgard por la Grieta del Norte.
La luz de las estrellas tembló, brilló y se desvaneció en la nada. El Rey de Otoño
gruñó molesto, pero Ruhn apenas lo escuchó sobre su cabeza palpitante.
Él se había dominado lo suficiente como para prestar atención cuando su padre
terminó sus notas.
—¿Qué estás haciendo con esa cosa?
—Estudiar cómo se mueve la luz por el mundo. Cómo se puede moldear.
—¿No tenemos científicos en la UCC haciendo esta mierda?
—Sus intereses no son los mismos que los míos. —Su padre lo inspeccionó. Y
luego dijo, sin un indicio de advertencia—: Es hora de considerar mujeres para un
matrimonio apropiado.
Ruhn parpadeó.
—¿Para ti?
—No te hagas el tonto. —Su padre cerró su cuaderno y luego se recostó en su
silla—. Le debes a nuestra línea de sangre producir un heredero y expandir nuestras
alianzas. La Oráculo decretó que serías un rey justo y bondadoso. Este es el primer
paso en esa dirección.
Todos los Fae, hombres y mujeres, hacen una visita a la Oráculo de la ciudad a
la edad de trece años como uno de los dos Grandes Ritos para entrar en la edad
adulta: primero la Oráculo y luego el Ordeal, unos años o décadas después.
El estómago de Ruhn se revolvió al recordar ese primer Rito, mucho peor que
su terrible Ordeal en muchos sentidos.
—No me voy a casar.
—El matrimonio es un contrato político. Produce un heredero, luego vuelve a
follar a quien quieras.
Ruhn gruñó.
—No me voy a casar. Ciertamente no en un matrimonio arreglado.
—Harás lo que te dicen.
—Tú no estás jodidamente casado.
—No necesitábamos la alianza.
—¿Pero ahora sí?
—Hay una guerra en el extranjero, por si no lo sabías. Empeora cada día, y
puede muy bien extenderse hasta aquí. No planeo ingresar sin seguro.
Con su pulso martilleando, Ruhn miró a su padre. Él estaba completamente
serio.
—¿Planeas hacerme casar para que tengamos aliados sólidos en la guerra? ¿No
somos aliados de los Asteri? —Ruhn se las arregló para decir
—Lo somos. Pero la guerra es algo que puede percibirse. Las clasificaciones de
poder se pueden reorganizar fácilmente. Debemos demostrar cuán vitales e
influyentes somos.
Ruhn consideró las palabras.
—Estás hablando de un matrimonio con alguien que no sea Fae. —Su padre
tenía que estar preocupado, para incluso considerar algo tan raro.
—La reina Hecuba murió el mes pasado. Su hija, Hypaxia, ha sido coronada
como la nueva reina bruja de Valbara.
Ruhn había visto las noticias. Hypaxia Enador era joven, no más de veintiséis.
No existían fotos de ella, ya que su madre la había mantenido enclaustrada en su
fortaleza de la montaña.
Su padre continuó:
»Su reinado será reconocido oficialmente por los Asteri en la Cumbre el
próximo mes. La ataré a los Fae poco después de eso.
—Te estas olvidando de que Hypaxia tendrá algo que decir de esto. Ella bien
podría reírse de ti.
—Mis espías me dicen que prestará atención a la antigua amistad de su madre
con nosotros, y que estará lo suficientemente precavida como una nueva gobernante
para aceptar la mano amiga que ofrecemos.
Ruhn tenía la clara sensación de ser conducido a una trampa, el Rey de Otoño lo
acercaba aún más al corazón.
—No me voy a casar con ella.
—Eres el Príncipe Heredero de los Fae de Valbara. No tienes elección. —El frío
rostro de su padre se parecía tanto al de Bryce que Ruhn se giró, incapaz de
soportarlo. Era un milagro que nadie hubiera descubierto aún su secreto—. El
Cuerno de Luna sigue en perdido.
Ruhn se volvió hacia su padre.
—¿Y? ¿Qué tiene que ver el uno con el otro?
—Quiero que lo encuentres.
Ruhn miró los cuadernos, el prisma.
—Desapareció hace dos años.
—Y ahora tengo interés en localizarlo. El Cuerno perteneció primero a los Fae.
El interés público en recuperarlo ha disminuido; ahora es el momento adecuado
para lograrlo.
Su padre golpeteó un dedo en la mesa. Algo lo había irritado. Ruhn consideró lo
que había visto en el horario de su padre esta mañana cuando había hecho su
escaneo superficial como comandante de los Fae en el Auxiliado. Reuniones con la
nobleza Fae, una sesión de ejercicios con su guardia privada, y…
—Supongo que la reunión con Micah fue bien esta mañana.
El silencio de su padre confirmó sus sospechas. El Rey de Otoño lo inmovilizó
con sus ojos color ámbar, sopesando la postura de Ruhn, su expresión, todo. Ruhn
sabía que siempre se quedaba corto, pero su padre dijo:
—Micah deseaba discutir puntualmente las defensas de nuestra ciudad en caso
de que el conflicto en el extranjero se extendiera hasta aquí. Dejó en claro que los
Fae… no son como eran antes.
Ruhn se puso rígido.
—Las unidades Fae del Aux están en tan buena forma como los lobos.
—No se trata de nuestra fuerza con las armas, sino de nuestra fuerza como
pueblo. —La voz de su padre goteaba asco—. Los Fae se han desvanecido durante
mucho tiempo: nuestra magia disminuye con cada generación, como vino aguado.
—Frunció el ceño a Ruhn—. El primer Príncipe Nacido de la Estrella podría cegar a
un enemigo con un destello de su luz de estrellas. Tú apenas puedes invocar un brillo
por un instante.
Ruhn apretó la mandíbula.
—El Gobernador presionó tus botones. ¿Y qué?
—Insultó nuestra fuerza. —El cabello de su padre hervía a fuego lento, como si
los mechones se hubieran fundido—. Dijo que renunciamos al Cuerno en primer
lugar, y luego lo dejamos perder hace dos años.
—Fue robado del Templo de Luna. Joder, no lo perdimos nosotros. —Ruhn
apenas sabía algo sobre el objeto, ni siquiera le había importado cuando desapareció
hace dos años.
—Dejamos que un artefacto sagrado de nuestra gente usara como una atracción
turística barata —espetó su padre—. Y quiero que tú lo encuentres de nuevo. —Para
que su padre pudiera restregarlo en la cara de Micah.
Macho insignificante y frágil. Eso es todo lo que era su padre.
—El Cuerno no tiene poder —le recordó Ruhn.
—Es un símbolo, y los símbolos siempre ejercerán su propio poder. —El cabello
de su padre ardió más brillante.
Ruhn reprimió su impulso de encogerse, su cuerpo se tensó con el recuerdo de
cómo la mano ardiente del rey se había sentido envuelta alrededor de su brazo,
sofocando su carne. Ninguna sombra había sido capaz de esconderlo.
—Encuentra el cuerno, Ruhn. Si la guerra llega a estas costas, nuestro pueblo lo
necesitará en más de un sentido.
Los ojos ambarinos de su padre ardieron. Había más cosas que el hombre no le
estaba diciendo.
A Ruhn se le ocurrió otra cosa que podría causar tanta molestia: Micah
nuevamente sugirió que Ruhn reemplazara a su padre como Jefe de la Ciudad en
CiRo. Los susurros se habían arremolinado durante años, y Ruhn no tenía dudas de
que el Arcángel era lo suficientemente inteligente como para saber cuánto enojaría
al Rey de Otoño. Con la Cumbre acercándose, Micah sabía que enojar al Rey Fae con
una referencia a su poder desvaneciéndose era una buena manera de asegurarse de
que el Aux de los Fae estuviera listo antes que él, independientemente de cualquier
guerra.
Ruhn se guardó esa información.
—¿Por qué no buscas tú el cuerno?
Su padre soltó el aliento a través de su nariz larga y delgada, y el fuego en él se
convirtió en brasas. El rey asintió hacia la mano de Ruhn, donde había estado la luz
de estrellas.
—He estado buscando. Durante dos años. —Ruhn parpadeó, pero su padre
continuó—: El Cuerno fue originalmente la posesión de Pelias, el primer Príncipe
Nacido de la Estrella. Tal vez los iguales se llamen, simplemente investigarlo podría
revelarte cosas que estaban ocultas a los demás.
Ruhn apenas se molestaba en leer estos días más allá de las noticias y los
informes del Aux. La posibilidad de estudiar detenidamente tomos antiguos por si
algo se resaltaba para él mientras un asesino estaba libre…
—Tendremos muchos problemas con el gobernador si tomamos el Cuerno para
nosotros.
—Entonces mantenlo en silencio, Príncipe. —Su padre volvió a abrir su
cuaderno. Conversación terminada.
Sí, esto no era más que caricias políticas al ego. Micah se había burlado de su
padre, había insultado su fuerza, y ahora su padre le mostraría exactamente dónde
estaban los Fae.
Ruhn apretó los dientes. Necesitaba un trago. Una jodida bebida fuerte.
Su cabeza se revolvió mientras se dirigía hacia la puerta, el dolor de invocar la
luz de estrellas se agitaba con cada palabra lanzada a él.
Te dije que le advirtieras a esa chica que se quedara callada.
Encuentra el cuerno.
Los iguales se llaman.
Un matrimonio apropiado.
Produce un heredero.
Se lo debes a nuestro linaje.
Ruhn cerró la puerta detrás de él. Solo cuando había llegado a la mitad del
pasillo se rio, un sonido duro y áspero. Al menos el imbécil aún no sabía que había
mentido sobre lo que la Oráculo le había dicho todas esas décadas.
Con cada paso para salir de la villa de su padre, Ruhn podía escuchar una vez
más el susurro sobrenatural de la Oráculo, leyendo el humo mientras él temblaba en
su cámara de mármol:
El linaje real terminará contigo, Príncipe.
15
Traducido por Lia S
Corregido por Lieve

Syrinx arañó la ventana, su rostro arrugado se aplastó contra el vidrio. Había


estado siseando sin cesar durante los últimos diez minutos y Bryce, más que lista
para acomodarse en los lujosos cojines del sofá en forma de L y mirar su programa
de televisión favorito de los martes por las noches, finalmente se giró para ver el
porqué de tanto alboroto.
Un poco más grande que un terrier, la quimera resopló y arañó el vidrio que se
extendía desde el piso al techo, el sol poniente bronceando su pelaje dorado. La cola
larga, con mechones oscuros al final como la de un león, se agitó de un lado a otro.
Sus pequeñas orejas dobladas estaban aplanadas sobre su cabeza redonda y peluda,
sus rollitos de grasa y el pelo más largo en su cuello, sin llegar a ser una melena,
estaban vibrando con sus gruñidos, y sus patas demasiado grandes, que terminaban
en garras como las de un pájaro, ahora se encontraban…
—¡Deja de hacer eso! ¡Estás rasguñando el cristal!
Syrinx miró por encima de su hombro musculoso y redondeado, su rostro
aplastado luciendo más el de un perro que cualquiera otra cosa, y entrecerró sus
ojos oscuros. Bryce le devolvió la mirada.
El resto de su día había sido largo, extraño y agotador, especialmente después
de recibir un mensaje de Juniper, diciendo que Fury le había alertado sobre la
inocencia de Briggs y el nuevo asesinato, advirtiendo a Bryce que tuviera cuidado.
Dudaba que alguna de las dos supiera de su participación en la búsqueda del asesino,
o del ángel que había sido asignado para trabajar con ella, pero le había picado, solo
un poco. Que Fury no se hubiera molestado en contactarla personalmente. Que
incluso June lo hubiera hecho por mensaje y no cara a cara.
Bryce tenía la sensación de que mañana no sería igual de agotador, sino peor.
Así que lanzar una batalla de voluntades con una quimera de trece kilos no era su
definición de un muy necesitado descanso.
—Y diste tu paseo —le recordó ella a Syrinx—. Y comiste una porción extra de
cena.
Syrinx dio un mmmm y volvió a arañar la ventana.
—¡Malo! —siseó ella. A medias, claro, pero intentó sonar autoritaria.
En cuanto a la pequeña bestia respectaba, la dominancia era una cualidad que
ambos fingían que ella tenía.
Gimiendo, Bryce se levantó del nido de cojines y cruzó la madera y la alfombra
hasta la ventana. En la calle de abajo, los autos pasaban lentamente, unos pocos
trabajadores se dirigían penosamente a casa, y algunos comensales paseaban
agarrados del brazo hacia uno de los buenos restaurantes a lo largo del río al final
de la cuadra para cenar. Por encima de ellos, el sol poniente manchaba el cielo de
rojo, dorado y rosa, las palmeras y los cipreses se balanceaban en la suave brisa de
la primavera y… y había un hombre alado sentado en el techo opuesto. Mirándola
fijamente.
Conocía esas alas grises, el cabello oscuro hasta los hombros y el corte de esos
hombros anchos.
Deber de protección, había dicho Micah.
Y una mierda. Tenía la fuerte sensación que el Gobernador todavía no confiaba
en ella, coartada o no.
Bryce le dio a Hunt Athalar una sonrisa deslumbrante y cerró las pesadas
cortinas.
Syrinx aulló cuando se encontró atrapado en ellas, retrocediendo su pequeño
cuerpo robusto fuera de los pliegues. Su cola azotó de lado a lado, y ella apoyó las
manos en sus caderas.
—¿Estabas disfrutando la vista?
Syrinx mostró todos sus dientes puntiagudos cuando dejó escapar otro aullido,
trotó hacia el sofá y se arrojó sobre los cálidos cojines donde ella había estado
sentada. El retrato de la desesperación.
Un momento después, su teléfono sonó en la mesa de café. Justo cuando
comenzaba su programa.
No conocía el número, pero no se sorprendió en absoluto cuando contestó, se
dejó caer en los cojines y Hunt gruñó:
—Abre las cortinas. Quiero ver el programa.
Apoyó ambos pies descalzos sobre la mesa.
—No sabía que los ángeles se dignaban a ver televisión basura.
—Prefiero ver el juego de sunball que están transmitiendo ahora, pero tomaré
lo que pueda.
La idea del Umbra Mortis viendo una competencia de citas era tan ridícula que
Bryce dio pausa al programa en vivo. Al menos ahora podría pasar rápidamente los
comerciales.
—¿Qué haces en ese techo, Athalar?
—Lo que me ordenaron hacer.
Que la perdonen los dioses.
—Protegerme no te da derecho a invadir mi privacidad.
Ella podía admitir que era sabio dejar que él la protegiera, pero no tenía que
ceder toda clase de límites.
—Otras personas no estarían de acuerdo. —Ella abrió la boca, pero él la
interrumpió—. Tengo mis órdenes. No puedo desobedecerlas.
Su estómago se apretujó. No, Hunt Athalar ciertamente no podía desobedecer
sus órdenes.
Ningún esclavo podría, sea Vanir o humano. Por lo que, en su lugar, ella
preguntó:
—¿Y cómo exactamente obtuviste este número?
—Está en tu archivo.
Golpeó su pie sobre la mesa.
—¿Le diste una visita al Príncipe Ruhn?
Ella habría dado una moneda de oro por ver a su hermano enfrentarse al
asesino personal de Micah.
—Isaiah lo hizo. —gruñó Hunt gruñó. Ella sonrió—. Era un protocolo estándar.
—Entonces incluso después que tu jefe me encomendó la tarea de encontrar a
este asesino, ¿sentiste la necesidad de investigar si mi coartada cuadraba?
—Yo no escribí esas jodidas reglas, Quinlan.
—Mmm.
—Abre las cortinas.
—No, gracias.
—O podrías invitarme a entrar y hacer mi trabajo más fácil.
—Definitivamente no.
—¿Por qué?
—Porque puedes hacer tu trabajo igual de bien desde ese techo.
La risa contenida de Hunt se deslizó por sus huesos.
—Se nos ordenó llegar al fondo de estos asesinatos. Así que odio decirte esto,
cariño, pero estamos a punto de volvernos muy cercanos.
La manera en que dijo cariño, condescendiente, lleno de arrogancia, y
degradante le hizo rechinar los dientes.
Bryce se levantó, caminando ligeramente hacia la ventana de piso a techo bajo
la cuidadosa mirada de Syrinx, y tiró de las cortinas lo suficiente como para ver al
ángel de pie en el techo opuesto, con el teléfono en la oreja, alas grises moviéndose
ligeramente, como si se balancearan contra el viento.
—Estoy segura de que te emociona todo lo relacionado con ser el protector de
damiselas, pero a mí me pidieron que encabezara este caso. Tú eres el respaldo.
Incluso desde el otro lado de la calle, pudo verlo poner los ojos en blanco.
—¿Podemos omitir esta mierda de jerarquía?
Syrinx dio un empujón a sus pantorrillas, luego empujó su rostro entre sus
piernas para mirar al ángel.
—¿Qué es esa mascota tuya?
—Es una quimera.
—Luce costoso.
—Lo fue.
—Tu apartamento también luce bastante costoso. Esa hechicera debe pagarte
bien.
—Sí. —Verdad y mentira.
—Tienes mi número ahora. Llama si algo sale mal, o si necesitas algo.
»¿Si quiero una pizza?
Ella claramente vio el dedo medio que Hunt levantó sobre su cabeza.
Verdaderamente era la Sombra de la Muerte.
—Serías un buen repartidor con esas alas —ronroneó Bryce.
Aunque los ángeles en Lunathion nunca se inclinaron hacia tal trabajo. Nunca.
—Mantén las malditas cortinas abiertas, Quinlan. —Colgó.
Ella solo le dio una despedida burlona. Y cerró las cortinas por completo.
Su teléfono vibró con un mensaje justo cuando se dejó caer de nuevo.
¿Tienes hechizos resguardando tu apartamento?
Ella puso los ojos en blanco y escribió. ¿Me veo estúpida?
Hunt le respondió rápidamente. Algo de mierda está por pasar en esta ciudad y
has recibido una protección de grado A contra ello, y aun así, me estás reventando las
bolas con los límites. Creo que es respuesta suficiente con respecto a tu inteligencia.
Sus pulgares volaron sobre la pantalla mientras fruncía el ceño y escribió.
Amablemente, vete volando a la mierda.
Presionó enviar antes de poder debatir lo sabio que era decirle eso al Umbra
Mortis. Él no respondió. Con una sonrisa petulante, levantó su control remoto.
Un ruido sordo contra la ventana la hizo saltar de su piel, enviando a Syrinx a
toda prisa hacia las cortinas, aullando con toda su cabeza peluda.
Ella salió dispara del sofá, abriendo las cortinas, preguntándose qué demonios
le había arrojado a su ventana. El Ángel Caído estaba allí. Mirándola.
Ella se negó a retroceder, incluso cuando su corazón tronó. Se negó a hacer otra
cosa que abrir la ventana, el viento de sus poderosas alas agitó su cabello.
—¿Qué?
Sus ojos oscuros no pestañearon. Sorprendentes, esa era la única palabra que
Bryce podía pensar para describir su hermoso rostro, lleno de líneas poderosas y
pómulos afilados.
—Puedes facilitar esta investigación, o puedes hacerla difícil.
—Yo no…
—Ahórratelo. —El cabello oscuro de Hunt se movió con el viento. El susurro y
batir de sus alas dominaron el tráfico de abajo, y los humanos y Vanir lo miraban
ahora boquiabiertos—. No te gusta que te miren, ni mimen, ni nada. —Cruzó sus
musculosos brazos—. Ninguno de nosotros tiene voz en este acuerdo. Así que, en
lugar de desperdiciar tu energía en discutir sobre tus límites, ¿por qué no haces esa
lista de sospechosos y los paraderos de Danika?
—¿Por qué no dejas de decirme qué debería hacer con mi tiempo?
Ella podría haber jurado que saboreaba éter mientras él gruñía:
—Voy a ser sincero contigo.
—Súper.
Sus fosas nasales se abrieron.
—Haré lo necesario en Hel para resolver este caso. Incluso si eso significa atarte
a una maldita silla hasta que escribas esas listas.
Ella sonrió.
—Bondage. Genial.
Los ojos de Hunt se oscurecieron.
—No. Juegues. Conmigo.
—Sí, sí, tú eres el Umbra Mortis.
Sus dientes brillaron.
—No me importa cómo me digas, Quinlan, siempre y cuando hagas lo que te
dicen.
Maldito alfaimbécil.
—La inmortalidad es mucho tiempo para tener un gran palo metido en el
trasero. —Bryce puso las manos en sus caderas. No importaba que ella fuera
completamente pisoteada por Syrinx bailando a sus pies, brincando en dicho lugar.
Arrastrando su mirada lejos de ella, el ángel examinó a su mascota con las cejas
arqueadas. La cola de Syrinx se agitó y balanceó. Hunt resopló, como si intentara no
hacerlo.
—Eres una pequeña bestia inteligente, ¿verdad? —Le lanzó una mirada
despectiva a Bryce—. Más inteligente que tu dueña, al parecer.
Mejor aún, Rey de los Alfaimbéciles.
Pero Syrinx se acicaló. Y Bryce tuvo esa estúpida y abrumadora necesidad de
esconder a Syrinx de Hunt, de cualquiera, de cualquier cosa. Él era de ella y de nadie
más, y no le gustaba especialmente la idea de alguien entrando en su pequeña
burbuja…
La mirada de Hunt se elevó a la suya nuevamente.
—¿Tienes alguna arma?
El brillo puramente masculino en sus ojos le dijo que él suponía que no.
—Moléstame de nuevo —dijo ella dulcemente, justo antes de cerrar la ventana
en su cara—, y lo descubrirás.

Hunt se preguntaba la cantidad de problemas en los que se metería si arrojara


a Bryce Quinlan al Istros.
Después de la mañana que tuvo, cualquier castigo de Micah o el ser convertido
en un cerdo por Jesiba Roga comenzaba a parecerle que valía la pena.
Apoyado contra un poste de luz, su rostro cubierto por la neblina que flotaba
encima de la ciudad, Hunt apretó la mandíbula lo suficiente para lastimarse. A esta
hora, los empleados abarrotaban las calles estrechas de la Plaza Antigua, algunos
dirigiéndose a trabajos en innumerables tiendas y galerías, otros hacia los edificios
del DCC, a un kilómetro hacia el oeste. Todos, sin embargo, notaron sus alas, su
rostro y le dieron una amplia mirada.
Hunt los ignoró y miró el reloj de su teléfono. Ocho y cuarto. Había esperado lo
suficiente para hacer la llamada. Marcó el número y acercó el teléfono a su oído,
escuchándolo sonar una, dos veces…
—Por favor, dime que Bryce está viva —dijo Isaiah, su voz sin aliento de una
manera que le dijo a Hunt que estaba en el gimnasio del Comitium o disfrutando la
compañía de su novio.
—Por el momento.
Una máquina sonó, como si Isaiah estuviera bajando la velocidad de una
caminadora.
—¿Quiero saber por qué recibo una llamada tan pronto? —Una pausa—. ¿Por
qué estás en la Calle Samson?
Aunque Isaiah probablemente haya rastreado su ubicación a través del
localizador en el teléfono de Hunt, aun así, Hunt frunció el ceño hacia la cámara
visible más cercana. Probablemente había otras escondidas en los cipreses y
palmeras flanqueando las aceras también, o disfrazadas de aspersores brotando de
la hierba empapada de las macetas de las flores, o integrados en los postes de hierro
como en el que se apoyaba.
Siempre había alguien mirando. En toda esta jodida ciudad, territorio y mundo,
siempre había alguien mirando, las cámaras tan engañosas y protegidas que eran a
prueba de bombas. Incluso si esta ciudad se convirtiera en escombros bajo la magia
letal de la Guardia Asteriana, las cámaras seguirían grabando.
—¿Eres consciente —dijo Hunt con voz ronca mientras un grupo de codornices
cruzaban al otro lado de la calle, era sin dudas una pequeña familia de
cambiaformas—, que las quimeras son capaces de abrir cerraduras, abrir puertas y
saltar entre dos lugares como si estuvieran caminando de una habitación a otra?
—¿No…? —dijo Isaiah, jadeando.
Aparentemente, Quinlan tampoco lo sabía, si es que siquiera se molestaba en
tener una jaula para su bestia. Aunque tal vez lo más importante era darle a la
quimera un espacio de comodidad, como las personas hacían con sus perros. Ya que
no había forma en que él permaneciera contenido sin una gran cantidad de
encantamientos.
Los Inferiores, la clase de Vanir a la que pertenecían las quimeras, tenían todo
tipo de pequeños poderes interesantes como ese. Era parte de por qué exigían
precios tan altos por ellos en el mercado. Y la razón de por qué, incluso milenios
después, el Senado y los Asteri habían rechazado cualquier intento de cambiar las
leyes que los tildaban de propiedad para ser comercializados. Los Inferiores eran
demasiado peligrosos, afirmaban, incapaces de comprender las leyes, con poderes
que podrían ser perjudiciales si los diversos hechizos y tatuajes mágicos no estaban
bajo supervisión.
Y demasiado lucrativo, especialmente para los poderes gobernantes cuyas
familias se beneficiaban de su comercio.
Así que se mantuvieron como Inferiores.
Hunt escondió sus alas una a la vez. El agua goteaba de sus plumas como joyas
transparentes.
—Esto ya es una pesadilla.
Isaiah tosió.
—Vigilaste a Quinlan por una noche.
—Diez horas, para ser exactos. Justo hasta que su mascota quimera apareció a
mi lado al amanecer, me mordió el trasero por parecer que me estaba quedando
dormido y luego desapareció de nuevo, de vuelta al apartamento. Justo cuando
Quinlan salió de su habitación y abrió las cortinas para verme agarrando mi propio
trasero como un condenado idiota. ¿Sabes lo afilados que son los dientes de una
quimera?
—No. —Hunt podría haber jurado escuchar una sonrisa en la voz de Isaiah.
—Cuando volé para explicárselo a ella, hizo estallar su música y me ignoró como
una jodida mocosa.
Con suficientes encantamientos alrededor de su apartamento como para
mantener alejados a una gran cantidad de ángeles, Hunt ni siquiera había intentado
entrar por una ventana, ya que las había probado a todos durante la noche. Así que
se había visto obligado a mirar por el vidrio, regresando al techo solo después que
ella hubiera salido de su habitación con nada más que un sujetador deportivo negro
y una tanga. La sonrisa ante sus alas retorciéndose había sido nada menos que felina.
—No la volví a ver hasta que salió a correr. Me enseñó el dedo medio cuando se
fue.
—¿Entonces fuiste a la calle Samson a meditar? ¿Cuál es la emergencia?
—La emergencia, imbécil, es que yo podría matarla antes de encontrar al
verdadero asesino.
—Estás enojado porque no ella no se está acobardándose de ti o adulándote.
—Como si quisiera que alguien jodidamente me adulara…
—¿Dónde está Quinlan ahora?
—Haciéndose las uñas.
La pausa de Isaiah sonó como un Hel de igual a que si estuviera a punto de
estallar a carcajadas.
—Es la razón de tu presencia en la calle Samson antes de las nueve.
—Estoy mirando por la ventana de un salón de manicura como un maldito
acosador.
El hecho que Quinlan no estuviera buscando al asesino lo irritaba al igual que
su comportamiento. Y Hunt no pudo evitar sospechar. Él no sabía cómo o por qué
ella podría haber matado a Danika, su manada y a Tertian, pero había estado
conectada con todos ellos. Había ido al mismo lugar las noches en que habían sido
asesinados. Ella sabía algo, o había hecho algo.
—Voy a colgar. —El bastardo estaba sonriendo. Hunt lo sabía—. Te enfrentaste
a ejércitos enemigos, sobreviviste la arena de Sandriel, fuiste mano a mano con los
Arcángeles. —Isaiah rio entre dientes—. Seguro que una chica fiestera no es tan
difícil como todo eso.
La línea se cortó.
Hunt apretó los dientes. A través de la ventana de cristal del salón, pudo
distinguir perfectamente a Bryce sentada en una de las estaciones de trabajo de
mármol, con las manos extendidas hacia una hermosa hembra draki con escamas
color oro rojizo que se estaba poniendo otra capa de esmalte en las uñas. ¿Cuántas
más necesitaba?
A esta hora, solo unos pocos clientes estaban sentados adentro, uñas o garras
en proceso de ser limadas y pintadas y lo que fuera en Hel que hicieran allí. Pero
todos seguían mirando por la ventana. A él.
Ya se había ganado una mirada fulminante de la halcón cambiaformas de
cabello verde azulado en el mostrador de bienvenida, pero ella no se había atrevido
a salir a pedirle que dejara de poner nerviosos a sus clientes y se fuera.
Bryce se sentó allí, ignorándolo por completo. Charlando y riendo con la mujer
que estaba haciendo las uñas.
A Hunt le había tomado unos minutos lanzarse a los cielos cuando Bryce había
salido de su apartamento. La había seguido, bastante consciente que los
trabajadores mañaneros lo grabarían en vídeo si aterrizaba a su lado en medio de la
calle y la estrangulaba con las manos.
Su carrera matutina la llevó a quince cuadras más allá, aparentemente, Apenas
había comenzado a sudar cuando corrió al salón de manicura, su ropa atlética ceñida
y húmeda por la llovizna, y le lanzó una mirada que le advirtió que se quedara afuera.
Eso había sido hace una hora. Una hora completa de taladros, limas y tijeras
perforadas en sus uñas de una manera que haría a la Hind temblar. Pura tortura.
Cinco minutos. Quinlan tenía cinco jodidos minutos más, luego la arrastraría
fuera del lugar. Micah debe haber perdido la razón, esa era la única explicación para
pedirle ayuda a ella, especialmente si priorizaba sus uñas en lugar de resolver el
asesinato de sus amigos.
No sabía por qué se le hacía una sorpresa. Después de todo lo que había visto, a
quiénes había conocido y soportado, este tipo de mierda debería haberle dejado de
molestar hace mucho tiempo.
Alguien con el aspecto de Quinlan se acostumbraría a puertas que su rostro y
cuerpo abrían sin siquiera una protesta. Ser mitad humano tenía desventajas, sí, y
muchas, si era honesto sobre el estado del mundo. Pero ella lo había hecho bien.
Jodidamente bien en realidad, si su apartamento era alguna indicación.
La hembra draki dejó a un lado la botella y pasó sus dedos con garras sobre las
uñas de Bryce. La magia brilló, y la coleta de Bryce se movió como si le hubieran
soplado viento seco.
Al igual que la de los Fae de Valbara, la magia draki se inclinaba hacia las llamas
y el viento. Sin embargo, en los climas al norte de Pangera, se había encontrado con
varios draki y Fae cuyos poderes podían convocar agua, lluvia, niebla; magia basada
en elementos. Pero incluso entre los solitarios draki y los Fae, nadie contaba con el
rayo. Lo sabía porque había buscado, desesperado en su juventud por cualquiera
que pudiera enseñarle a controlarlo. Al final, había tenido que enseñarse a sí mismo.
Bryce examinó sus uñas y sonrió. Y luego abrazó a la hembra. La abrazó. Como
si fuera una especie de maldita heroína de guerra por el trabajo que había hecho.
Hunt se sorprendió que sus dientes no fueran molidos hasta quedar hechos
polvo cuando ella se dirigió a la puerta, despidiéndose de la sonriente halcón
cambiaformas en la recepción, quien le entregó un paraguas transparente,
presumiblemente para tomar prestado y protegerse de la lluvia.
La puerta de vidrio se abrió, y los ojos de Bryce finalmente se encontraron con
los de Hunt.
—¿Me estás jodiendo? —Las palabras explotaron fuera de él.
Ella abrió el paraguas, por poco sacándole un ojo a él.
—¿Tuviste algo mejor que hacer con tu tiempo?
—Me hiciste esperar bajo la lluvia.
—Eres un macho grande y duro. Creo que puedes manejar un poco de agua.
Hunt se puso a su lado.
—Te dije que hicieras esas dos listas. No que fueras a un maldito salón de
belleza.
Ella se detuvo en una intersección, esperando a que pasaran los autos, y se
enderezó a toda su altura. Para nada cerca de la de él, pero de alguna manera se las
arregló para mirarlo por debajo de su nariz mientras todavía miraba hacia arriba.
—Si eres tan bueno investigando, ¿por qué no lo haces tú y me ahorras el
esfuerzo?
—El Gobernador te dio una orden. —Las palabras sonaban ridículas incluso
para él. Ella cruzó la calle y él la siguió—. Y creo que estarías personalmente
motivaba para descubrir quién está detrás de esto.
—No asumas nada acerca de mis motivaciones.
Ella esquivó un charco de lluvia u orina. En la Plaza Antigua, era imposible
saberlo. Él se abstuvo de empujarla hacia ese charco.
—¿Tienes algún problema conmigo?
—En realidad no me importas lo suficiente como para tener un problema
contigo.
—Igualmente.
Sus ojos realmente brillaron entonces, como si un fuego distante hirviera por
dentro. Ella lo examinó, midiendo cada centímetro y, de alguna manera, de alguna
jodida manera, haciéndolo sentir como si midiera cinco centímetros de alto.
No dijo nada hasta que finalmente doblaron por su calle.
Él gruñó.
—Necesitas hacer la lista de sospechosos y la lista de la última semana de
actividades de Danika.
Ella se examinó sus uñas, ahora pintadas con una especie de color degradado
que iba del rosa al azul bígaro. Como el cielo en el crepúsculo.
—A nadie le gusta un regaño, Athalar.
Llegaron a la entrada de cristal en arco del edificio de su apartamento,
estructurado como la aleta de un pez, se había dado cuenta anoche, y las puertas se
abrieron. Sacudiendo su coleta, ella dijo alegremente:
—Adiós.
—La gente podría verte ser así de imbécil, Quinlan, y pensar que estás tratando
de obstaculizar una investigación oficial —dijo Hunt arrastrando las palabras. Si no
podía intimidarla para que trabajara en este caso, tal vez podría asustarla para que
lo hiciera.
Especialmente con la verdad: no estaba fuera de ser sospechosa. Ni siquiera
estaba cerca.
Sus ojos brillaron de nuevo, y maldita sea si no fue satisfactorio.
Así que Hunt simplemente agregó con la boca curvada en una media sonrisa.
—Mejor date prisa. No querrás llegar tarde al trabajo.

Ir al salón de belleza había valido la pena en muchas maneras, pero quizás el


mayor beneficio había sido enojar a Athalar.
—No veo por qué no puedes dejar entrar al ángel —dijo Lehabah quejándose,
sentada encima de una vieja vela de pilar—. Es muy guapo.
En las entrañas de la biblioteca de la galería, con el papeleo de los clientes
extendido sobre la mesa frente a ella, Bryce lanzó una mirada de soslayo a la llama
en forma de hembra.
—No gotees cera en estos documentos, Lele.
La duendecilla de fuego refunfuñó, dejando caer su trasero sobre la mecha de la
vela igualmente. La cera goteó por los costados, un mechón de su cabello amarillo
flotaba sobre su cabeza, como si verdad fuera la llama dada a forma regordeta
femenina.
—Está sentado en el techo con este clima lluvioso. Déjalo descansar en el sofá
aquí abajo. Syrinx dice que el ángel puede peinar su pelaje si necesita hacer algo.
Bryce suspiró hacia el techo pintado, el cielo nocturno con un cuidado amoroso.
El enorme candelabro de oro que colgaba del centro del espacio estaba diseñado a
partir de un sol en explosión, con todas las otras luces colgantes en perfecta
alineación de los siete planetas.
—El ángel —dijo ella, frunciendo el ceño hacia la forma dormida de Syrinx en el
sofá de terciopelo verde—, no tiene permitido de entrar aquí.
Lehabah dejó escapar un pequeño sonido triste.
—Algún día, la jefa cambiará mis servicios a un viejo asqueroso, y te
arrepentirás de haberme negado esto.
—Algún día, ese viejo asqueroso te hará hacer tu trabajo y proteger sus libros,
y te arrepentirás de pasar todas estas horas de libertad relativa quejándote.
La cera chisporroteó sobre la mesa. Bryce levantó la cabeza. Lehabah estaba
tumbada boca abajo sobre la vela, con una mano ociosa colgado a un lado.
Peligrosamente cerca de los documentos que Bryce había pasado las últimas
semanas estudiando detenidamente.
—No lo hagas.
Lehabah giró su brazo para que la tinta del tatuaje en medio de la piel hirviendo
fuera visible. Lehabah había dicho que había sido estampado en su brazo unos
instantes después de su nacimiento. SPQM. La tinta se encontraba en la piel de cada
duendecillo: de fuego, de agua o de tierra, no importaba. Castigo por unirse a la
rebelión de los ángeles hace doscientos años, cuando los duendecillos se habían
atrevido a protestar por su condición de peregrini. De Inferiores. Los Asteri habían
ido incluso más allá de esclavitud y tortura de los ángeles. Decidieron después de la
rebelión que todos los duendecillos, no solo los que se unieron a Shahar y su legión,
serían esclavizados y expulsados de la Casa de Cielo y Aliento. Todos sus
descendientes también serían desterrados y esclavos. Para siempre.
Fue uno de los episodios más espectacularmente jodidos de la historia de la
República.
Lehabah suspiró.
—Compra mi libertad de Jesiba. Entonces podré ir a vivir a tu apartamento y
mantener calientes tus baños y toda tu comida.
Ella podía hacer mucho más que eso, Bryce lo sabía. Técnicamente, la magia de
Lehabah superaba la de Bryce. Pero la mayoría de los no-humanos podrían decir lo
mismo. E incluso cuando era mayor que el poder de Bryce, el poder de Lehabah
seguía siendo una brasa en comparación con las llamas de los Fae. Las llamas de su
padre.
Bryce dejó los papeles de compra de los clientes.
—No es tan fácil, Lele.
—Syrinx me dijo que te sentías sola. Yo podría animarte.
En respuesta, la quimera rodó sobre su espalda, con la lengua colgando de su
boca, y roncó.
—Uno, mi edificio no permite haditas de fuego. O de agua. Es una pesadilla para
los seguros. Dos, no es tan simple como preguntarle a Jesiba. Ella podría deshacerse
de ti porque se lo pedí.
Lehabah tomó su redonda barbilla en su mano y goteó más cera peligrosamente
cerca del papeleo.
—Ella te dio a Syrie.
Que Cthona le diera paciencia.
—Ella me dejó comprar a Syrinx porque mi vida estaba hecha una mierda, y lo
soporté cuando se aburrió de él y trató de venderlo.
—Porque Danika murió —dijo el hada de fuego dijo en voz baja.
Bryce cerró los ojos por un segundo y luego dijo:
—Sí.
—No deberías maldecir tanto, BB.
—Entonces realmente no te gustará el ángel.
—Condujo a mi gente a la batalla, y es miembro de mi Casa. Merezco conocerlo.
—La última vez que supe, esa batalla tuvo resultados pobres, y los duendecillos
de fuego fueron expulsados de Cielo y Aliento gracias a eso.
Lehabah se sentó con las piernas cruzadas.
—La membresía en las Casas no es algo que el gobierno pueda decretar. Nuestra
expulsión fue solo de nombre.
Eso era cierto. Pero Bryce dijo:
—Lo que dicen los Asteri y su Senado, se cumple.
Lehabah había sido guardiana de la biblioteca de la galería durante décadas. La
lógica insistía en que ordenar que una duendecilla de fuego vigilara una biblioteca
era una mala idea, pero cuando un tercio de los libros no querían nada más que
escapar, matar a alguien o comerlos, en orden diferente, tener una llama viva para
mantenerlos a raya valía la pena cualquier riesgo. Incluso la cháchara interminable,
al parecer.
Algo golpeó en la entreplanta. Como si un libro se hubiera lanzado fuera de su
estante por sí solo.
Lehabah siseó hacia él, convirtiéndose en azul profundo. Papel y cuero
susurraron mientras el libro errante regresó a su lugar una vez más.
Bryce sonrió, y luego sonó el teléfono de la oficina.
Una mirada a la pantalla le hizo alcanzar el teléfono y siseó al hada:
—Vuelve a tu lugar ahora.
Lehabah había llegado a la cúpula de cristal donde mantenía su ferviente vigilia
en los libros errantes de la biblioteca cuando Bryce respondió.
—Buenas tardes, jefa.
—¿Algún progreso?
—Todavía investigando. ¿Cómo está Pangera?
Jesiba no se molestó en responder, en su lugar dijo:
—Tengo un cliente a las dos en punto. Tienes que estar lista. Y deja de permitir
que Lehabah parlotee. Tiene un trabajo que hacer.
La comunicación se cortó.
Bryce se levantó del escritorio donde había estado trabajando toda la mañana.
Los paneles de roble de la biblioteca debajo de la galería se veían viejos, pero estaban
conectados con la última tecnología y los mejores encantamientos que el dinero
podía comprar. Sin mencionar que había un excelente sistema de sonido que a
menudo ella usaba cuando Jesiba estaba en el otro lado del Haldren.
No es que ella bailara allí abajo, ya no. En estos días, la música era
principalmente para evitar que el ruido de las luces la volviera loca. O para ahogar
los monólogos de Lehabah.
Las estanterías se alineaban en cada pared, interrumpidas solamente por una
docena de pequeños tanques y terrarios, ocupados por todo tipo de pequeños
animales comunes: lagartos, serpientes, tortugas y varios roedores. Bryce a menudo
se preguntaba si eran personas que habían enojado a Jesiba. Ninguno mostraba
signo de consciencia, lo que era incluso más horrible si era cierto. No solo habían
sido convertidos en animales, sino que también habían olvidado que eran algo
completamente distinto.
Naturalmente, Lehabah los había nombrado a todos, cada uno más ridículo que
el anterior. Nuez moscada y Jengibre eran los nombres de los geckos en el tanque
más cercano a Bryce. Hermanas, afirmó Lehabah. Señorita Poppy era el nombre de
la serpiente blanco y negro en el entrepiso.
Sin embargo, Lehabah nunca le dio nombre a nada del tanque más grande. El
tanque masivo ocupaba una pared entera de la biblioteca, y cuya extensión de vidrio
revelaba una penumbra acuosa. Afortunadamente, el tanque se encontraba vacío.
El año pasado, Bryce gestionó en nombre de Lehabah algunas anguilas irises
para iluminar el azul turbio con su brillante luz arcoíris. Jesiba había dicho que no, y
en su lugar compró una mascota kelpie que se había frotado contra el cristal con
toda la delicadeza de un universitario ebrio.
Bryce se había asegurado que el que hijo de puta fuera dado a un cliente como
regalo bastante rápido. Bryce se preparó para el trabajo que tenía delante. No el
papeleo o el cliente, sino lo que tenía que hacer esta noche. Que los dioses la
ayudaran cuando Athalar se enterara.
Pero la idea de su rostro cuando se diera cuenta de lo que ella había planeado…
sí, sería satisfactorio.
Si es que sobrevivía.
16
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

La raíz de risas que Ruhn había fumado hace diez minutos con Flynn tal vez era
más potente de lo que su amigo había dicho.
Acostado en su cama, con los auriculares especialmente hechos para los Fae
sobre las orejas puntiagudas, Ruhn cerró los ojos y dejó que los bajos y el
sintetizador de la música lo enviaran a la deriva.
Su pie golpeteaba el suelo a tiempo con el ritmo, los dedos que había
entrelazado sobre su estómago tamborileaban haciendo eco de cada nota alta. Cada
respiración lo alejaba más de la conciencia, como si su mente hubiera sido aventada
a unos pocos metros de donde normalmente descansaba como un capitán al timón
de un barco.
La relajación lo derritió, huesos y sangre transformándose en oro líquido. Cada
nota navegaba través de él. Cada palabra estresante y aguda se fue de él, se
deslizaron de la cama como una serpiente.
Ignoró esos sentimientos mientras se alejaban. Sabía muy bien las caladas de
raíz de risas de Flynn que había tomado fueron gracias a las horas que había pasado
meditando sobre las órdenes de mierda de su padre.
Su padre se podía ir a Hel.
La raíz de risas envolvió sus suaves y dulces brazos alrededor de su mente y lo
arrastró a una brillante piscina.
Ruhn se dejó ahogar en ella, demasiado desorientado para hacer otra cosa que
dejar que la música lo cubriera, su cuerpo se hundió en el colchón, hasta que se
encontró cayendo entre sombras y luz de estrellas. Las notas de la canción flotaban
alto, hilos dorados que brillaban con el sonido. ¿Seguía moviendo su cuerpo? Sus
párpados eran demasiado pesados para levantarlos y comprobarlo.
Un aroma a lila y nuez moscada llenó la habitación. Hembra, Fae…
Si una de las mujeres fiesteras en la planta baja se había metido a su habitación,
pensando que iba a tener una agradable y sudorosa revolcada con un Príncipe Fae,
estaría muy decepcionada. No estaba en estado para follar en este momento. Por lo
menos no una follada que valiera la pena.
Sus párpados eran tan increíblemente pesados. Debería abrirlos. ¿Dónde Hel
estaban el control de su cuerpo? Incluso sus sombras se habían alejado, demasiado
lejos para convocarlas.
El olor se hizo más fuerte. Él conocía ese olor. Lo conocía tan bien…
Ruhn se levantó bruscamente, con los ojos abiertos para encontrar a su
hermana de pie a los pies de su cama.
La boca de Bryce se movía, ojos color whiskey llenos de diversión seca, pero no
podía escuchar una palabra, ni una sola palabra…
Oh. Cierto. Los auriculares. Música estridente.
Parpadeando furiosamente, apretando los dientes contra la droga tratando de
arrastrarlo hacia abajo, abajo, abajo, Ruhn se quitó los auriculares y puso pausa en
su teléfono.
—¿Qué?
Bryce se apoyó contra el tocador de madera astillada. Al menos usaba ropa
normal por una vez. Incluso si los jeans estaban pintados y el suéter color crema
dejaba poco a la imaginación.
—Dije que te volarás los tímpanos escuchando música tan fuerte.
La cabeza de Ruhn giró cuando la miró, entrecerrando los ojos, parpadeando
ante el halo de luz de estrellas que bailaba alrededor de su cabeza, a sus pies.
Parpadeó nuevamente, empujando más allá las auras que nublaban su visión, y se
habían ido. Otro parpadeo, y ella seguía allí.
Bryce resopló.
—No estás alucinando. Estoy parada aquí.
Su boca estaba a mil kilómetros de distancia, pero se las arregló para preguntar:
—¿Quién te dejó entrar? —Declan y Flynn estaban abajo, junto con media
docena de sus mejores guerreros Fae. Algunos de ellos eran personas que no quería
a un metro de su hermana.
Bryce ignoró su pregunta, frunciendo el ceño hacia la esquina de su habitación.
Hacia la pila de ropa sucia y la espada Estrellada que había arrojado encima. La
espada también brillaba con luz de estrellas. Podría haber jurado que la maldita cosa
estaba cantando. Ruhn sacudió la cabeza, como si se hubiera aclarado las orejas, y
Bryce dijo:
—Necesito hablar contigo.
La última vez que Bryce había estado en esta habitación, ella tenía dieciséis años
y él había pasado horas antes limpiándola, y toda la casa. Cada bong y botella de
licor, cada par de ropa interior femenina que nunca había sido devuelta a su dueña,
cada rastro y aroma de sexo y drogas y toda la estúpida mierda que hizo aquí habían
sido ocultos.
Y ella se había parado justo allí, durante esa última visita. Se quedó allí mientras
se gritaban el uno al otro.
Entonces y ahora borrosa, la forma de Bryce se encogió y expandió, su rostro
adulto se mezcló con la suavidad adolescente, la luz de sus ojos ambarinos se calentó
y se enfrió, su visión recorrió la escena brillando con luz de estrellas, luz de estrellas,
luz de estrellas.
—Jodido Hel —murmuró Bryce, y se giró hacia la puerta—. Eres patético.
Se las arregló para decir.
—¿A dónde vas?
—A conseguirte agua. —Abrió la puerta de golpe—. No puedo hablar contigo
así.
Entonces se le ocurrió que esto tenía que ser importante si ella no solo estaba
ahí, sino también estaba ansiosa por hacer que se concentrara. Y que todavía podría
haber una posibilidad de que estuviera alucinando, pero no iba a dejar que ella se
aventurara en el laberinto del pecado sin compañía.
Con las piernas que sentía larguísimas y pies que pesaban una tonelada, se
tambaleó tras ella. El oscuro pasillo ocultaba la mayoría de las diversas manchas en
la pintura blanca, todo gracias a las diversas fiestas que él y sus amigos habían hecho
en cincuenta años de vivir juntos. Bueno, habían tenido esta casa durante veinte
años, y solo se habían mudado porque su primera casa literalmente había
comenzado a desmoronarse. Esta podría no durar otros dos años, si era honesto.
Bryce estaba a mitad de camino hacia la gran escalera curva, las luces de la
araña de cristal rebotaban en su cabello rojo con ese halo brillante. ¿Cómo no había
notado que el candelabro estaba torcido? Debe ser de cuando Declan había saltado
de la barandilla de la escalera, balanceándose y bebiendo de su botella de whiskey.
Se había caído un momento después, demasiado borracho para aguantar.
Si el Rey de Otoño supiera la mierda que hacían en esta casa, no habría forma
de que él o cualquier otro Jefe de la Ciudad les permitiera liderar la división Fae del
Aux. De ninguna manera Micah lo elegiría para tomar el lugar de su padre en el
consejo.
Pero emborracharse y divertirse era solo para las noches libres. Nunca cuando
estaba de servicio o de guardia.
Bryce golpeó el suelo de roble desgastado del primer nivel, rodeando la mesa
de cerveza-pong que ocupaba la mayor parte del vestíbulo. Unos cuantos vasos
cubrían la superficie manchada de madera, pintada por Flynn con lo que todos
habían considerado un arte de clase alta: una enorme cabeza de macho Fae
devorando un ángel, solo las alas deshilachadas eran visibles a través de los dientes
cerrados. Parecían ondular con el movimiento cuando Ruhn bajó las escaleras.
Podría haber jurado que la pintura le guiñó un ojo.
Sí, agua. Necesitaba agua.
Bryce avanzó a través de la sala de estar, donde la música sonaba tan fuerte que
hizo que los dientes de Ruhn resonaran en su cráneo.
Entró a tiempo para ver a Bryce pasar junto a la mesa de billar en la parte
trasera del largo y cavernoso espacio. Unos pocos guerreros del Aux la rodeaban,
hembras con ellos, inmersos en un juego.
Tristan Flynn, hijo de Lord Hawthorne, presidía desde un sillón cercano, una
hermosa dríada en su regazo. La luz en sus ojos marrones reflejaba los de Ruhn.
Flynn le dio a Bryce una sonrisa torcida mientras se acercaba.
Todo lo que usualmente tomaba era una mirada y las hembras se arrastrarían
al regazo de Tristan Flynn como la ninfa de árbol, o, si la mirada era más que
fulminante, cualquier enemigo saldría disparado de ahí.
Encantador como el Hel y letal como la mierda. Debería haber sido el lema de la
familia Flynn.
Bryce no se detuvo cuando pasó junto a él, imperturbable por su clásica belleza
Fae y sus considerables músculos, pero le preguntó por encima del hombro:
—¿Qué mierda le diste?
Flynn se inclinó hacia delante, liberando su corto cabello castaño de los dedos
de la dríada.
—¿Cómo sabes que fui yo?
Bryce caminó hacia la cocina al fondo de la habitación, accesible a través de un
arco.
—Porque también te ves igual de drogado.
Declan habló desde el sofá seccional en el otro extremo de la sala de estar, con
una computadora portátil en la rodilla y un muy interesado macho draki medio
tumbado sobre él, pasando los dedos con garras por el cabello rojo oscuro de Dec.
—Hola, Bryce. ¿A qué le debemos el placer?
Bryce señaló con el pulgar a Ruhn.
—Visito al Elegido. ¿Cómo va tu basura tecnológica, Dec?
Declan Emmet generalmente no apreciaba a nadie que menospreciara la
carrera lucrativa que había construido con piratear los sitios web de la República y
luego cobrar cantidades impías de dinero para revelar sus debilidades críticas, pero
sonrió.
—Me mantengo en el mercado.
—Genial —dijo Bryce, continuando hacia la cocina y fuera de la vista. Algunos
de los guerreros del Aux miraron hacia la cocina ahora, con evidente interés en sus
ojos. Flynn gruñó suavemente:
—Ella está fuera de límites, imbéciles.
Eso fue todo. Ni siquiera una pizca de la magia de tierra de Flynn, rara entre los
Fae de Valbara propensos al fuego. Los otros inmediatamente volvieron su atención
al juego de billar. Ruhn lanzó a su amigo una mirada agradecida y siguió a Bryce…
Pero ella ya estaba de vuelta en la puerta, con la botella de agua en la mano.
—Tu refrigerador esta peor que el mío —dijo, empujando la botella hacia él y
entrando de nuevo en la sala de estar. Ruhn sorbió mientras el estéreo soltaba las
notas iniciales de una canción, las gimientes guitarras, y ella inclinó la cabeza,
escuchando, sopesando.
Impulso Fae: sentirse atraído por la música y amarla. Quizás el lado de su
herencia no le importaba tener. La recordaba mostrándole sus rutinas de baile
cuando era una adolescente. Ella siempre se había visto tan increíblemente feliz.
Nunca había tenido la oportunidad de preguntarle por qué se detuvo.
Ruhn suspiró, obligándose a concentrarse y le dijo a Bryce:
—¿Por qué estás aquí?
Se detuvo cerca del pasillo.
—Te lo dije, necesito hablar contigo.
Ruhn mantuvo su expresión en blanco. No podía recordar la última vez que ella
se había molestado en contactarlo.
—¿Por qué tu prima necesitaría una excusa para hablar con nosotros? —
preguntó Flynn, murmurando algo en la delicada oreja de la dríada que la hizo
dirigirse hacia el grupo de sus tres amigos en la mesa de billar, sus caderas estrechas
moviéndose en un recordatorio de lo que se perdería si esperaba demasiado.
—Ella sabe que somos los machos más encantadores de la ciudad —dijo Flynn
arrastrando las palabras
Ninguno de sus amigos supuso la verdad, o al menos ninguno dieron voz a sus
sospechas. Bryce se echó el cabello sobre un hombro cuando Flynn se levantó de su
sillón.
—Tengo mejores cosas que hacer…
—Que pasar el rato con perdedores Fae —terminó Flynn por ella, dirigiéndose
a la barra incorporada contra la pared del fondo—. Sí, sí. Lo has dicho cientos de
veces. Pero mira: aquí estás, con nosotros y en nuestra humilde morada.
A pesar de su comportamiento despreocupado, Flynn algún día heredaría el
título de su padre: Lord Hawthorne. Lo que significaba que durante las últimas
décadas, Flynn había hecho todo lo posible para olvidar ese pequeño hecho, y los
siglos de responsabilidades que conllevaría. Se sirvió un trago y luego otro que le
entregó a Bryce.
—Bebe, pastelito.
Ruhn puso los ojos en blanco. Pero era casi medianoche, y ella estaba en su casa,
en una de las calles más peligrosas de la Plaza Antigua, con un asesino suelto.
—Se te dio la orden de mantener un bajo perfil… —siseó Ruhn.
Agitó una mano, y no tocó el whiskey en la otra.
—Mi escolta imperial está afuera. Asustando a todos, no te preocupes.
Sus dos amigos se quedaron quietos. El macho draki tomó eso como una
invitación para retirarse, uniéndose al juego de billar detrás de ellos mientras
Declan giraba para mirarla.
—¿Quién? —preguntó Ruhn.
—¿Esta casa es realmente apropiada para el Elegido? —preguntó Bryce con una
pequeña sonrisa y girando el whiskey en su vaso.
La boca de Flynn se torció. Ruhn le lanzó una mirada de advertencia,
desafiándolo a que mencionara la mierda de Nacido de la Estrella en este momento.
Fuera de la villa y la corte de su padre, todo lo que había conseguido Ruhn era una
vida de burlas de parte de sus amigos.
—Escuchemos lo que tienes que decir, Bryce. —Lo más probable era que ella
hubiera venido aquí solo para molestarlo.
Sin embargo, ella no respondió de inmediato. No, Bryce trazó un círculo en un
cojín, completamente imperturbable por los tres guerreros Fae que observaban
cada respiro que tomaba. Tristan y Declan habían sido los mejores amigos de Ruhn
desde que podía recordar, y siempre le protegían las espaldas, sin hacer preguntas.
El hecho de que fueran guerreros altamente entrenados y eficientes era irrelevante,
aunque se habían salvado el uno al otro más veces de las que Ruhn podía contar.
Pasar juntos por sus Ordeales solo había consolidado ese vínculo.
El Ordeal en sí variaba según la persona: para algunos, podría ser tan simple
como recuperarse de una enfermedad o un poco de lucha personal. Para otros,
podría ser matar un wyrm o un demonio. Cuanto mayor era el Fae, mayor era la
prueba.
Ruhn había estado aprendiendo a manejar sus sombras con sus odiosos primos
en Avallen, sus dos amigos con él, cuando todos habían pasado por su Ordeal, casi
muriendo en el proceso. Había culminado con la entrada de Ruhn en la Cueva de los
Príncipes envuelta en niebla y emergiendo con la espada Estrellada, y salvándolos a
todos.
Y cuando había hecho el Descenso semanas después, había sido Flynn, recién
salido de su propio Descenso, quien había sido su Ancla.
—¿Qué está pasando? —preguntó Declan, su profunda voz retumbando sobre
la música y la charla.
Por un segundo, la arrogancia de Bryce vaciló. Los miró: su ropa casual, los
lugares donde sabía que sus armas estaban escondidas incluso en su propia casa,
sus botas negras y los cuchillos escondidos dentro de ellas.
Los ojos de Bryce se encontraron con los de Ruhn.
—Sé lo que significa esa mirada —gruñó Flynn—. Significa que no quieres que
escuchemos.
—Síp. —Bryce no apartó los ojos de Ruhn cuando lo dijo.
Declan cerró de golpe su laptop.
—¿Realmente lo harás todo misterioso y esa mierda?
Ella miró entre Declan y Flynn, que habían sido inseparables desde su
nacimiento.
—Ustedes dos idiotas tienen las bocas más grandes de la ciudad.
—Pensé que te gustaba mi boca. —Flynn le guiñó un ojo.
—Sigue soñando, señorito. —Bryce sonrió de lado.
Declan se rio entre dientes, ganándose un codazo de Flynn y el vaso de whiskey
de Bryce.
Ruhn absorbió su agua, haciendo que su cabeza se despejara más.
—Suficiente de esta basura. —Toda esa raíz de risas amenazó con volverse
contra él mientras tiraba de Bryce hacia su habitación nuevamente.
Cuando llegaron, él tomó un lugar junto a la cama.
—¿Y bien?
Bryce se apoyó contra la puerta, la madera salpicada de agujeros de todos los
cuchillos que le había arrojado para practicar sus lanzamientos
despreocupadamente.
—Necesito que me digas si has oído algo sobre lo que ha estado haciendo la
Reina Víbora.
Esto no podía ser bueno.
—¿Por qué?
—Porque necesito hablar con ella.
—¿Estás jodidamente loca?
De nuevo, esa sonrisa molesta.
—Maximus Tertian fue asesinado en su territorio. ¿El Aux recibió alguna
información sobre sus movimientos esa noche?
—¿Tu jefe te puso en esto? —Apestaba a Roga.
—Tal vez. ¿Sabes algo? —Volvió a inclinar la cabeza, esa melena sedosa, la
misma que la de su padre, ondeaba con el movimiento.
—Sí. El asesinato de Tertian fue… igual que el de Danika y el de la manada.
Cualquier rastro de sonrisa desapareció de su rostro.
—Philip Briggs no lo hizo. Me gustaría saber en lo que la Reina Víbora estuvo
involucrada esa noche. Si el Aux tiene algún conocimiento de sus movimientos.
Ruhn sacudió la cabeza.
—¿Por qué estás involucrada en esto?
—Porque me pidieron que lo investigara.
—No jodas con este caso. Dile a tu jefe que no se meta. Esto es un asunto del
Gobernador.
—Y el Gobernador me ordenó que buscara al asesino. Él cree que soy el vínculo
entre ellos.
Excelente. Absolutamente fantástico. Isaiah Tiberian no había mencionado ese
pequeño hecho.
—Hablaste con el Gobernador.
—Solo responde mi pregunta. ¿El Aux sabe algo sobre el paradero de la Reina
Víbora en la noche de la muerte de Tertian?
Ruhn dejó escapar el aliento.
—No. He oído que ella sacó a su gente de las calles. Algo la asustó. Pero eso es
todo lo que sé. E incluso si supiera la coartada de la Reina Víbora, no te la diría.
Mantente alejada de esto. Llamaré al Gobernador para decirle que ya no eres su
investigador personal.
Esa mirada helada, la mirada de su padre, pasó por su rostro. El tipo de mirada
que le decía que había una tormenta salvaje y malvada desatada bajo ese frío
exterior. Y el poder y la emoción tanto para el padre como para la hija no estaban en
la fuerza, sino en el control sobre sí mismos, sobre esos impulsos.
El mundo exterior veía a su hermana como imprudente, sin control, pero sabía
que ella había sido la dueña de su destino desde antes de conocerla. Bryce era solo
una de esas personas que, una vez que ponía la mirada en lo que quería, no dejaban
que nada se interpusiera en su camino. Si ella quería acostarse con todos, lo hacía.
Si quería irse de fiesta durante tres días seguidos, lo hacía. Si quería atrapar al
asesino de Danika…
—Voy a encontrar a la persona detrás de esto —dijo con furia tranquila—. Si
intentas interferir con eso, haré de tu vida un Hel viviente.
—El demonio que usa el asesino es letal. —Había visto las fotos de la escena del
crimen. La idea de que Bryce se había salvado por solo unos minutos, por pura
estupidez borracha, todavía lo perturbaba. Ruhn continuó antes de que ella pudiera
responder—: El Rey de Otoño te dijo que mantuvieras un bajo perfil hasta la Cumbre,
esto es todo lo contrario a eso, Bryce.
—Bueno, ahora es parte de mi trabajo. Jesiba lo firmó. No puedo negarme,
¿verdad?
No. Nadie podía decir que no a esa hechicera.
Ruhn deslizó sus manos en los bolsillos traseros de sus jeans.
—¿Alguna vez te dijo algo sobre el Cuerno de Luna?
Las cejas de Bryce se levantaron ante el cambio de tema, pero teniendo en
cuenta el campo de trabajo de Jesiba Roga, ella sería la que preguntaría.
—Me hizo buscarlo hace dos años —dijo Bryce con cautela—. Pero fue un
callejón sin salida. ¿Por qué?
—No importa. —Miró el pequeño amuleto de oro alrededor del cuello de su
hermana. Al menos Jesiba le había dado protección. Costosa y poderosa protección.
Los amuletos arcanos no eran baratos, no cuando solo había pocos en el mundo. Él
asintió hacia el collar—. No te lo quites.
—¿Todos en esta ciudad piensan que soy tonta? —Bryce puso los ojos en
blanco.
—Lo digo en serio. Más allá de la mierda que tienes de trabajo, si estás buscando
a alguien lo suficientemente fuerte como para convocar a un demonio como ese, no
te quites ese collar. —Al menos podría recordarle que fuera inteligente.
Ella abrió la puerta.
—Si escuchas algo sobre la Reina Víbora, llámame.
Ruhn se puso rígido, su corazón tronando.
—No la provoques.
—Adiós, Ruhn.
Estaba tan desesperado que dijo:
—Iré contigo a…
—Adiós. —Luego bajó las escaleras, despidiéndose de Declan y Flynn de una
manera molesta como la jodida mierda, antes de pavonearse por la puerta principal.
Sus amigos lanzaron miradas curiosas hacia donde estaba Ruhn en el rellano
del segundo piso. El whiskey de Declan todavía estaba en sus labios.
Ruhn contó hasta diez, aunque solo fuera para evitar romper el objeto más
cercano por la mitad, y luego saltó sobre la barandilla, aterrizando tan fuerte que las
tablas de roble rasgadas se estremecieron.
Sintió, más que vio, que sus amigos cayeron en su lugar detrás de él, con las
manos al alcance de sus armas ocultas, las bebidas descartadas mientras leían la
furia en su rostro. Ruhn irrumpió por la puerta principal y salió a la noche.
Justo a tiempo para ver a Bryce pavonearse al otro lado de la calle. Hacia el
malnacido Hunt Athalar.
—Qué verdadero Hel —respiró Declan, deteniéndose junto a Ruhn en el porche.
El Umbra Mortis parecía enojado, con los brazos cruzados y las alas ligeramente
abiertas, pero Bryce pasó a su lado sin siquiera mirarlo. Haciendo que Athalar girara
lentamente, los brazos se aflojaron a sus costados, como si tal cosa nunca hubiera
sucedido en su larga y miserable vida.
Y no era eso suficiente para poner a Ruhn en un estado de ánimo mortal.
Ruhn despejó el porche y el jardín delantero y salió a la calle, extendiendo una
mano hacia el auto que se detuvo con un chirrido. Su mano golpeó el capó, los dedos
curvados. El metal se abolló debajo de ellos.
El conductor, sabiamente, no gritó.
Ruhn caminó entre dos sedanes estacionados, Declan y Flynn muy cerca, justo
cuando Hunt se volvió para ver por qué tanto alboroto.
La comprensión brilló en los ojos de Hunt, rápidamente reemplazada por una
media sonrisa.
—Príncipe.
—¿Qué mierda estás haciendo aquí?
Hunt levantó la barbilla hacia Bryce, que ya desaparecía calle abajo.
—Misión de protección.
—Como un Hel que la estas cuidando. —Isaiah Tiberian tampoco había
mencionado esto.
Un encogimiento de hombros.
—No es mi decisión. —El halo en su frente parecía oscurecerse mientras medía
a Declan y Flynn. La boca de Athalar se torció hacia arriba, los ojos color ónix
brillaron con un desafío tácito.
El creciente poder de Flynn hizo retumbar la tierra debajo del pavimento. La
sonrisa come mierda de Hunt solo se amplió.
—Dile al gobernador que ponga a alguien más en el caso —dijo Ruhn.
La sonrisa de Hunt se agudizó.
—No es una opción. No cuando se necesita mi experiencia.
Ruhn se erizó ante la arrogancia. Claro, Athalar era uno de los mejores
cazadores de demonios, pero mierda, incluso tomaría a Tiberian en este caso por
encima del Umbra Mortis.
Hace un año, el Comandante de la 33ra no había sido lo suficientemente tonto
como para interponerse entre ellos cuando Ruhn se había lanzado a Athalar,
habiendo tenido suficientes comentarios sarcásticos en la fiesta del Equinoccio de
Primavera que Micah hacía cada marzo. Había roto algunas costillas de Athalar, pero
el imbécil recibió un puñetazo que dejó la nariz de Ruhn destrozada y derramando
sangre por los suelos de mármol del salón de baile en el pent-house del Comitium.
Ninguno de los dos se había enojado lo suficiente como para desatar su poder en
medio de una habitación llena de gente, pero los puños habían funcionado bien.
Ruhn calculó cuántos problemas tendría si golpeaba al asesino personal del
Gobernador nuevamente. Tal vez sería suficiente para hacer que Hypaxia Enador se
negara a considerar el casarse con él.
—¿Has descubierto qué tipo de demonio lo hizo? —demandó Ruhn.
—Algo que come pequeños príncipes en el desayuno —canturreó Hunt.
—Pruébame, Athalar. —Ruhn mostró los dientes.
Un rayo bailaba sobre los dedos del ángel.
—Debe ser fácil abrir la boca cuando tu padre te paga todo. —Hunt señaló la
casa blanca—. ¿Él también te la compró?
Las sombras de Ruhn se alzaron para encontrarse con el rayo que ocultaba los
puños de Athalar, dejando a los autos estacionados detrás de él temblando. Había
aprendido de sus primos en Avallen cómo hacer que las sombras se solidificaran,
cómo manejarlas como látigos, escudos y tormento puro. Físico y mental.
Pero mezclar magia y drogas nunca era una buena idea. Puños tendría que ser
suficiente entonces. Y todo lo que necesitaría era un golpe, justo en la cara de
Athalar…
—Este no es el momento ni el lugar —gruñó Declan.
No, no lo era. Incluso Athalar parecía recordar a las personas boquiabiertas, los
teléfonos levantados grabando todo. Y la mujer pelirroja al final de la cuadra. Hunt
sonrió de lado.
—Adiós, imbéciles. —Siguió a Bryce, un rayo deslizándose sobre el pavimento
a su paso.
—No la dejes ir a la Reina Víbora —gruñó Ruhn a la espalda del ángel.
Athalar miró por encima de un hombro, sus alas grises se recogieron. Sus ojos
le dijeron a Ruhn que no había estado al tanto de la agenda de Bryce. Un escalofrío
de satisfacción recorrió a Ruhn. Pero Athalar continuó calle abajo, la gente
presionándose contra los edificios para darle un amplio espacio. La vista del
guerrero permaneció en el cuello expuesto de Bryce.
Flynn sacudió la cabeza como un perro mojado.
—Literalmente no puedo decir si estoy alucinando en este momento.
—Ojalá yo sí lo estuviera —murmuró Ruhn. Tendría que fumar otra montaña
de raíz de risas para relajarse nuevamente, por el Hel. Pero si Hunt Athalar estaba
cuidando a Bryce… había escuchado suficientes rumores para saber qué podía
hacerle Hunt a un oponente. Que él, además de ser un bastardo con gran fuerza, era
implacable, decidido y completamente brutal a la hora de eliminar amenazas.
Hunt tenía que obedecer la orden de protegerla. Sin importar qué.
Ruhn los estudió mientras se alejaban. Bryce aceleraría; Hunt coincidiría con su
ritmo. Ella volvería a bajar la velocidad; él haría lo mismo. Ella lo llevó a la derecha,
derecha, derecha, fuera de la acera y hacia el tráfico que se aproximaba; él logró
evitar por poco un auto que venía y regresó a la acera.
Ruhn estaba medio tentado a seguirlos, solo para ver la batalla de voluntades.
—Necesito un trago —murmuró Declan. Flynn concordó y los dos se dirigieron
hacia la casa, dejando a Ruhn solo en la calle.
¿Podría ser realmente una coincidencia que los asesinatos comenzaran de
nuevo al mismo tiempo que su padre había dado la orden de encontrar un objeto
que había desaparecido una semana antes de la muerte de Danika?
Se sentía… extraño. Como si Urd estuviera susurrando, empujándolos a todos.
Ruhn planeaba averiguar por qué. Comenzando por encontrar ese Cuerno.
17
Traducido por Paola V
Corregido por Lieve

Bryce había logrado empujar a Hunt hacia el tráfico que se aproximaba cuando
él preguntó:
—¿Podrías explicarme por qué he tenido que seguirte como un perro toda la
noche?
Bryce metió la mano en el bolsillo de sus jeans y sacó un trozo de papel. Luego
se lo entregó en silencio a Hunt quien con el sueño fruncido dijo:
—¿Qué es esto?
—Mi lista de sospechosos —dijo ella, dejando que mirara los nombres antes de
arrancarla de sus manos.
—¿Cuándo hiciste esto?
—Anoche. En el sofá —dijo ella dulcemente.
Un músculo en la mandíbula de Hunt se contrajo.
—¿Y me ibas a decir cuándo?
—Después de haber dejado que pasaras un día entero asumiendo que era una
mujer tonta y estúpida, más interesada en arreglarme las uñas que en resolver este
caso.
—Sí te hiciste las uñas.
Ella agitó sus bonitas uñas con degrado en su rostro. El parecía medio inclinado
a morderlas.
—¿Sabes qué más hice anoche? —Su silencio fue encantador—. Investigué un
poco más a Maximus Tertian. Porque a pesar de lo que dice el gobernador, no había
forma de que Danika lo conociera. ¿Y sabes qué? Yo tenía razón. ¿Y sabes cómo sé
que tengo razón?
—Cthona, jodidamente ayúdame —murmuró Hunt.
—Porque busqué su perfil en Spark.
—¿El sitio de citas?
—El sitio de citas. Resulta que incluso los vampiros asquerosos buscan amor,
en el fondo. Y mostraba que estaba en una relación. Lo que aparentemente no hizo
nada para evitar que coqueteara conmigo, pero eso no viene al caso. Entonces
investigué aún más. Y encontré a su novia.
—Mierda.
—¿No hay personas en la 33ra que deberían estar haciendo esta mierda? —
Cuando él se negó a responder, ella sonrió—. Adivina dónde trabaja la novia de
Tertian.
Los ojos de Hunt lanzaban llamas y dijo entre dientes:
—En el salón de manicura de Samson.
—¿Y adivina quién hizo mis uñas y comenzó a conversar sobre la terrible
pérdida de su novio rico?
Se pasó las manos por el cabello, tan incrédulo que ella se echó a reír.
—Detente con las jodidas preguntas y solo dímelo, Quinlan —gruñó él.
Ella examinó sus hermosas uñas nuevas.
—La novia de Tertian no sabía nada sobre quién podría haber querido
asesinarlo. Ella dijo que la 33ra la cuestionó vagamente, pero eso fue todo. Entonces
le dije que yo también había perdido a alguien. —Fue un esfuerzo mantener la voz
firme mientras recuerdos de ese maldito apartamento aparecían—. Ella me
preguntó quién, le dije, y se veía tan sorprendida que le pregunté si Tertian era
amigo de Danika. Ella me dijo que no. Ella dijo que habría sabido si Maximus lo era,
porque Danika era lo suficientemente famosa como para que él se hubiera jactado
de ello. Lo más cercano a Danika que ella o Tertian estuvieron fue a través de dos
rangos de separación, a través de la Reina Víbora. Cuyas uñas hace los domingos.
—¿Danika conocía a la Reina Víbora? —Bryce levantó la lista.
—El trabajo de Danika en el Aux la convirtió en amiga y enemiga de mucha
gente. La Reina Víbora fue una de ellas.
Hunt palideció.
—¿Honestamente crees que la Reina Víbora mató a Danika?
—Tertian fue encontrado muerto en una de sus fronteras. Ruhn dijo que recogió
a su gente anoche. Y nadie sabe qué tipo de poderes tiene. Ella podría haber
convocado a ese demonio.
—Esa es una gran jodida acusación.
—Por eso tenemos que investigarla. Esta es la única pista que tenemos para
continuar.
Hunt sacudió la cabeza.
—Está bien. Puedo aceptar esa posibilidad. Pero tenemos que pasar por los
canales correctos para contactarla. Pueden ser días o semanas antes que se digne a
reunirse con nosotros. Incluso más tiempo, si se entera que vamos a por ella.
Con alguien como la Reina Víbora hasta la ley era flexible.
—No seas tan estricto con las reglas —resopló Bryce.
—Las reglas están para mantenernos vivos. Las seguimos o no la investigamos
en absoluto.
Ella agitó una mano.
—Bien.
Un músculo volvió a marcarse en su mandíbula.
—¿Y qué hay de Ruhn? Tu solo… arrastraste a tu primo a nuestros asuntos.
—Mi primo —dijo con firmeza—, será incapaz de resistir el impulso de
informar a su padre que un miembro de la raza Fae ha sido comandado a realizar
una investigación imperial. Puede que valga la pena saber cómo reacciona y a quién
contacta.
—¿Qué? ¿Crees que el Rey de Otoño podría haber hecho esto?
—No. Pero Ruhn recibió la orden de advertirme que me mantuviera alejada de
problemas la noche del asesinato de Maximus, tal vez el viejo bastardo sabía algo
también. Sugeriría decirle a tu gente que lo vigilen. Mira lo que hace y a dónde nos
lleva.
—Dioses —respiró Hunt, dando zancadas y pasando a los peatones—. ¿Quieres
ponga espías al Rey de Otoño como si no fuera una violación de diez leyes diferentes?
—Micah dijo que hiciera lo que fuera necesario.
—El Rey de Otoño está autorizado para matar a cualquiera que se encuentre
siguiéndolo de esa manera.
—Entonces será mejor que le digas a tus espías que se mantengan ocultos.
Hunt crispó sus alas.
—No juegues juegos. Si sabes algo, dímelo.
—Te iba a contar todo esta mañana cuando salí del salón de manicura. —Se
puso las manos en las caderas—. Pero entraste en modo perra conmigo por ninguna
razón.
—Lo que sea, Quinlan. No lo vuelvas a hacer. Me dices antes de hacer cualquier
movimiento.
—Me estoy aburriendo de que me des órdenes y me prohíbas hacer cosas.
—Lo que sea —dijo él nuevo. Ella puso los ojos en blanco, pero ya habían
alcanzado el edificio. Ninguno de los dos se molestó en decir adiós antes de que Hunt
saltara al cielo, dirigiéndose al techo al otro lado, con un teléfono ya en la oreja.
Bryce subió en ascensor hasta su piso, reflexionando sobre todo en silencio.
Había querido decir lo que le dijo a Hunt: no creía que su padre estuviera detrás de
las muertes de Danika y de la manada. Tenía pocas dudas que hubiera matado a
otros. Y haría cualquier cosa para mantener su corona.
El Rey de Otoño era un título de cortesía en adición a la posición de su padre
como Cabeza de la Ciudad, al igual que para el resto de los siete reyes Fae. Ningún
reino era realmente suyo. Incluso Avallen, la isla verde gobernada por el Rey Ciervo,
se inclina ante la República.
Los Fae habían coexistido con la República desde su fundación, y respondido a
sus leyes, pero últimas, se gobiernan por su cuenta y se les ha dejado conservar sus
antiguos títulos de reyes, príncipes y similares. Aún respetados por todos… y
temidos. No tanto como los ángeles, con sus destructivos y terribles poderes de
tormenta y cielo, pero podrían infligir dolor si lo desearan. Ahogar el aire de tus
pulmones, congelarte o quemarte de adentro hacia afuera.
Solas sabía que Ruhn y sus dos amigos podían crear un Hel si se los provocaba.
Pero ella no estaba buscando crear un Hel esta noche. Estaba buscando
deslizarse en silencio a su equivalente de Midgard.
Precisamente fue por eso que esperó treinta minutos antes de meter un cuchillo
en sus botas de cuero negro hasta los talones, y colocó algo que parecía un gran bulto
en la parte trasera de sus jeans oscuros, escondido debajo de su chaqueta de cuero.
Mantuvo las luces y la televisión encendidas, las cortinas parcialmente cerradas;
justo lo suficiente para bloquear la vista de Hunt de su puerta principal al salir.
Escabulléndose por la escalera trasera de su edificio hacia el pequeño callejón
donde su scooter estaba encadenado, Bryce tomó un profundo y vigorizante respiro
antes de ponerse el casco en su cabeza.
El tráfico no se movía cuando desencadenó su Scooter Firebright 3500 color
marfil de la farola del callejón y lo llevó a los adoquines. Ella esperó a que otras
scooters, bici taxis y motocicletas pasaran rápidamente, luego se lanzó al tráfico, el
mundo se desvaneció a través de la visera de su casco.
Su madre todavía se quejaba del scooter y le rogaba que usara un auto hasta
después de su Descenso, pero Randall siempre había insistido en que Bryce estaría
bien. Por supuesto, ella nunca les habló de los diversos incidentes en este scooter,
pero… su madre tenía una vida mortal. Bryce no necesitaba quitarle más años de lo
necesario.
Bryce recorrió una de las arterias principales de la ciudad, perdiéndose en el
ritmo al pasar entre autos y alrededor de peatones. El mundo era un borrón de luz
dorada y sombras profundas con luces neón brillando arriba, todo acentuado por
estallidos y destellos de magia callejera. Incluso los pequeños puentes que cruzó,
atravesando los innumerables afluentes que llevaban al Istros, estaban llenos de
luces brillantes que bailaban en el tenue flujo de agua abajo.
Muy por encima de la calle principal, un brillo plateado llenaba el cielo
nocturno, iluminando las nubes donde los Malakim festejaban y cenaban. Solo una
llamarada de rojo interrumpía el brillo pálido, cortesía del letrero masivo de
Industrias Redner encima de su rascacielos en el corazón del DCC.
Pocas personas caminaban por las calles del DCC a esta hora, y Bryce se aseguró
de atravesar los callejones que se formaban entre los rascacielos lo más rápido
posible. Supo que había entrado al Mercado de Carne, no por ninguna calle o señal,
sino por el cambio en la oscuridad.
Ninguna luz iluminaba el cielo ni los bajos edificios de ladrillo abarrotados
juntos. Y aquí las sombras se volvieron permanentes, metidas en callejones y debajo
de los autos, los postes de luz hechos añicos y nunca fueron reparados.
Bryce bajó por una calle estrecha donde algunos camiones de entrega abollados
estaban en proceso de descargar cajas de frutas verde con púas y cajas con criaturas
de aspecto crustáceo que parecían demasiado conscientes de su cautiverio y muerte
próxima a través de ollas de agua hirviendo en uno de los establecimientos de
alimentos.
Bryce trató de no encontrarse con sus ojos negros saltones suplicándole a
través de las barras de madera mientras se detenía a unos metros de un anodino
almacén, se quitó el casco y esperó.
Los vendedores y compradores la miraron para identificar si estaba vendiendo
o a la venta. En las madrigueras de abajo, talladas profundamente en el útero de
Midgard, había tres niveles diferentes solo para carne. Principalmente humana;
mayormente viva, aunque ella había oído hablar de algunos lugares que se
especializan en ciertos gustos. Todo fetiche podía ser comprado; ningún tabú era
demasiado repulsivo. Los mestizos eran preciados: podían sanar más rápido y mejor
que los humanos completos. Una inteligente inversión a largo plazo. Y había
ocasionales Vanir que eran esclavizados y atados con tantos encantamientos que no
tenían esperanza de escapar. Solo los más ricos podían permitirse el lujo de pagar
unas horas con ellos.
Bryce verificó la hora en el reloj del tablero de su scooter. Con los brazos
cruzados se apoyó en el asiento de cuero negro.
El Umbra Mortis golpeó suelo, rompiendo los adoquines en un círculo
ondulante.
Los ojos de Hunt prácticamente brillaban cuando dijo, a la vista de aquellos
encogidos de miedo a lo largo de la calle:
—Te voy a matar.
18
Traducido por Freya
Corregido por Lieve

Hunt se precipitó hacia Bryce, pasando por encima de los adoquines


fragmentados por su caída. Había detectado su aroma a lilas y nuez moscada en el
viento al momento en que salió por la puerta de atrás de su edificio, y cuando
descubrió a dónde, precisamente, se estaba dirigiendo en ese scooter…
Bryce tuvo el descaro de arremangarse su chaqueta de cuero, fruncir el ceño en
dirección a su muñeca desnuda, como si estuviera leyendo un maldito reloj, y decir:
—Llegas dos minutos tarde.
Iba a estrangularla. Alguien debería haberlo hecho hace muchísimo tiempo.
Bryce sonrió de una manera que decía que le gustaría verlo intentarlo, y se
paseó en su dirección, dejando atrás el scooter y el casco.
Increíble. Jodidamente increíble.
—No hay manera de que ese scooter siga aquí cuando regresemos —gruñó
Hunt.
Bryce batió sus pestañas, acomodando su cabello esponjando por el casco.
—Lo bueno es que hiciste una gran entrada triunfal. Nadie se atreverá a tocarlo
ahora. No con el Umbra Mortis como mi enfurecido acompañante.
En efecto, la gente se encogía ante su mirada, algunos caminaban por detrás de
las cajas apiladas mientras Bryce se dirigía a una de las puertas abiertas en el
laberinto de almacenes subterráneamente interconectados que formaban los
bloques del distrito.
Ni siquiera Micah había posicionado legionarios ahí. El Mercado de la Carne
tenía sus propias leyes y métodos de hacerlas cumplir.
—Te dije qué hay protocolos a seguir si queremos tener una oportunidad de
contactar a la Reina Víbora… —reprochó Hunt.
—No estoy aquí para contactar a la Reina Víbora.
—¿Qué? —La Reina Víbora había gobernado el Mercado de Carne por más
tiempo del que cualquiera podía recordar. Hunt hacía el punto, todos los ángeles, ya
fuera civiles o legionarios, en mantenerse jodidamente lejos de esa serpiente
cambiaformas, cuya forma de serpiente, según decían los rumores, era un completo
horror contemplar. Antes de que Bryce pudiera contestar, Hunt dijo—: Me estoy
hartando de esta mierda, Quinlan.
Ella descubrió sus dientes.
—Lo siento —dijo enfurecida—, si tu frágil ego no puede soportar que yo sepa
lo que estoy jodidamente haciendo.
Hunt abrió y cerró la boca. Muy bien, la había mal juzgado esta mañana, pero
ella no le había dado propiamente ninguna señal de estar remotamente interesada
en esta investigación. O de que no estuviera intentando obstaculizarla.
Bryce continuó a través de las puertas abiertas al almacén sin decir una palabra
más.
Estar en la 33ra, o en cualquier legión, era prácticamente lo mismo a poner un
blanco en su espalda, y Hunt comprobó que sus armas estuvieran en su lugar en las
fundas inteligentemente construidas a lo largo de su traje mientras la seguía.
El hedor a cuerpos y humo cubrió su rostro como aceite, Hunt recogió sus alas
firmemente.
Cualquier temor que hubiera infundido en la gente que estaba en las calles no
tenía ningún efecto en el mercado, repleto de puestos destartalados y vendedores y
puestos de comida, humo flotaba por todo el lugar, el fuerte sabor a sangre y la
chispa de magia acre en sus fosas nasales. Y sobre todo, en la pared más lejana del
enorme espacio, había un imponente mosaico, los azulejos tomados de un antiguo
templo en Pangera, restaurado y recreado aquí con amoroso detalle, a pesar de su
espantosa representación: muerte oculta y encapuchada, el rostro del esqueleto
sonriente desde la capucha, una guadaña en una mano y un reloj de arena en la otra.
Sobre su cabeza, habían grabado palabras en el idioma más antiguo de la República:
Memento Mori.
Recuerda que morirás. Se suponía que era una invitación a regocijarse, a
aprovechar cada momento como si fuera el último, como si el mañana no estuviera
garantizado, incluso para los Vanir de envejecimiento retardado. Recuerda que
morirás, y disfruta de cada placer que el mundo ofrece. Recuerda que morirás, y nada
de esta mierda ilegal importará de todos modos. Recuerda que morirás, así que ¿a
quién le importa cuántas personas sufren por tus acciones?
Bryce pasó por el lado de la pared, su brillante cabellera balanceándose como
el corazón de un rubí. Las luces iluminaban el cuero negro desgastado de su
chaqueta trayendo a alto relieve las palabras pintadas a lo largo de la espalda, en
colorida escritura femenina. Era un instinto traducir, también de la lengua antigua,
como si la propia Urd hubiese escogido ese momento para poner las dos frases
antiguas delante de él.
A través del amor, todo es posible.
Una frase tan bonita era una jodida broma en un lugar como este. Los brillantes
ojos que seguían a Quinlan desde los puestos y las sombras rápidamente apartaban
la mirada cuando lo notaban a él a su lado.
Fue un esfuerzo no arrastrarla fuera de este agujero de mierda. A pesar de que
quería resolver este caso, al tener tan solo diez hermosas muertes interponiéndose
en su libertad, venir aquí era un colosal riesgo. ¿De qué sirve su libertad si lo dejan
tirado en un basurero detrás de uno de estos almacenes?
Tal vez eso era lo que ella quería. Atraerlo aquí… usar el propio Mercado de
Carne para matarlo. Parecía poco probable, pero mantuvo un ojo en ella.
Bryce conocía bien el camino. Conocía a algunos de los vendedores, por los
asentimientos que intercambiaban. Hunt se fijó en cada uno: un herrero
especializado en pequeños mecanismos complejos; una vendedora de frutas que
vendía exóticos productos; una hembra con rostro de búho que tenía extensiones de
libros encuadernados en materiales que eran de todo menos cuero de vaca.
—El herrero me ayuda a identificar si algún artefacto es falso —dijo Bryce en
voz baja mientras serpenteaban en medio del vapor y humo de un pozo de comida.
Cómo era que había notado su contemplación, no tenía idea—. Y la señora de la fruta
recibe cargamentos de durian a principios de primavera y otoño. Es la comida
favorita de Syrinx. Apesta toda la casa, pero él enloquece con ellos.
Rodeó un cubo de basura lleno hasta casi rebosar de láminas, huesos y
servilletas sucias antes de ascender hacia unas destartaladas escaleras que llevaban
al entresuelo que flanqueaba cada lado del piso del almacén, con puertas
desplegadas cada pocos metros.
—¿Y los libros? —Hunt no pudo evitar preguntar.
Parecía que ella contaba las puertas, más que mirar a los números. No tenían
números, se dio cuenta.
—Los libros —dijo Bryce—. Son una historia para otra ocasión. —Ella se detuvo
frente a una puerta color verde guisante, desnivelada y profundamente rayada en
algunos lugares. Hunt olfateó, tratando de detectar qué había más allá. Nada, por lo
que pudo oler. Se preparó sutilmente, manteniendo al alcance sus armas.
Bryce abrió la puerta, sin molestarse en tocar, revelando velas parpadeantes y…
salmuera. Sal. Humo y algo que resecaba sus ojos.
Bryce acechó por el pasillo estrecho en dirección a la abierta y podrida sala de
estar más allá. Frunciendo el ceño, él cerró la puerta y la siguió, sus alas recogidas
para evitar rozar los aceitosos muros decadentes. Si Quinlan moría, la oferta de
Micah estaría fuera de discusión.
Velas blancas y marfileñas parpadeaban mientras Bryce caminaba hacia la
desgastada alfombra verde, y Hunt reprimió un escalofrío. Un sofá hundido y
rasgado había sido empujado contra la pared, una sucia butaca de cuero con la mitad
del relleno desbordándose estaba al otro lado, y alrededor de la habitación, sobre
mesas, pilas de libros y sillas medio rotas había frascos, cuencos y tazas llenas de sal.
Sal blanca, sal negra, sal gris, en granos de todos los tamaños, desde casi
pulverizada hasta bolas grandes y toscos trozos. Sales para proteger contra poderes
oscuros. Contra demonios. Muchos Vanir construían sus casas con losas de sal en los
cimientos. Los rumores decían que toda la estructura del palacio de cristal de los
Asteri era una losa de sal. Que estaba construido sobre una reserva natural.
Jodido Hel. Nunca había visto una colección igual. Mientras Bryce se asomaba
hacia el oscuro pasillo a la izquierda, donde las sombras ocultaban tres puertas, Hunt
siseó:
—Por favor dime…
—Solo mantén tus gruñidos y ojos en blanco para ti mismo —dijo ella
bruscamente, y dijo a la penumbra—: Estoy aquí para comprar, no para recoger.
Una de las puertas crujió abriéndose, y un sátiro de tez pálida y cabello oscuro
cojeó hacia ellos, sus peludas piernas ocultas por pantalones. Su boina debía cubrir
sus pequeños y curvos cuernos. El sonido de sus pezuñas lo delataba.
El macho apenas llegaba a la altura del pecho de Bryce, su encogido y retorcido
cuerpo era de la mitad del tamaño del de los toros que Hunt había visto desgarrando
gente en los campos de batalla. Y que él mismo había enfrentado en la arena de
Sandriel. Las pupilas verticales del macho, como las de una cabra, se expandieron.
Miedo… y no por la presencia de Hunt, se dio cuenta con un sobresalto.
Bryce enterró sus dedos en un cuenco de plomo con sal rosa, tomando unos
cuantos trozos y dejándolos caer en el plato con tenues grietas.
—Necesito la obsidiana.
El sátiro se removió, sus pezuñas resonando levemente, frotando su cuello
peludo y pálido.
—No hago negocios con eso.
Ella sonrió levemente.
—¿Oh? —Se dirigió hacia otro cuenco, removiendo la pulverizada sal negra que
había allí—. Piedra obsidiana grado A de sal. Siete libras, siete onzas. Ahora.
El cuello del macho se agitó.
—Es ilegal.
—¿Estás citando el lema del Mercado de Carne, o tratas de decirme que de
alguna manera no tienes precisamente lo que necesito?
Hunt escaneó la habitación. Sal blanca para purificar; rosa para protección; gris
para hechicería; roja para… olvidó para qué Hel era la roja. Pero la obsidiana…
mierda.
Hunt retrocedió en siglos de entrenamiento para mantener la sorpresa fuera de
su rostro. Las sales negras se usaban para invocar demonios directamente, pasando
la Grieta del Norte, o para diversos hechizos oscuros. Una sal que era mucho más
que negra, una sal como la de obsidiana… podía invocar algo grande.
Hel estaba cerrado por el tiempo y el espacio, pero aún era accesible a través de
portales gemelos sellados en los polos norte y sur, la Grieta del Norte y la Grieta del
Sur respectivamente. O por idiotas que trataban de invocar demonios por medio de
sales de diversos poderes.
Un montón de mierda jodida, Hunt siempre había pensado. El beneficio de
utilizar sales, al menos, era que únicamente se podía invocar un demonio a la vez.
Aunque si las cosas salían mal, el invocador podría terminar muerto. Y un demonio
podría quedar atrapado en Midgard, hambriento.
Era la razón por la que los monstruos existían en su mundo en lo absoluto: la
mayoría habían sido cazados después de esas guerras entre dimensiones hacía
mucho tiempo, pero de vez en cuando, los demonios escapaban. Se reproducían,
usualmente a la fuerza.
El resultado de esas horribles uniones: los daemonaki. La mayoría de los que
caminaban en las calles eran encarnaciones diluidas y más débiles o híbridos de los
demonios de raza pura de Hel. Muchos eran parias. Aunque ellos no habían cometido
ningún error, más allá de su genética, y usualmente trabajaban duramente para
integrarse a la República. Pero aún el más bajo de los demonios raza pura, recién
salido de Hel podía paralizar una ciudad completa mientras arrasaba con ella. Y
durante siglos, Hunt había tenido la labor de rastrearlos.
Este sátiro debía ser un traficante de alto nivel, si traficaba sal de obsidiana.
Bryce caminó en dirección al sátiro. El macho retrocedió. Los ojos color ámbar
de Bryce brillaban con feroz diversión, sin duda debido a su lado Fae, nada que ver
con aquella chica fiestera haciéndose la manicura.
Hunt se tensó. Ella no podía ser tan tonta, ¿o sí? ¿Tanto como para mostrarle a
él que podía y sabía cómo adquirir fácilmente el mismo tipo de sal que
probablemente había sido utilizando para invocar al demonio que había asesinado
a Tertian y a Danika? Uno menos en la lista de sospechosos de su mente.
Bryce encogió un hombro.
—Podría llamar a tu reina. Vamos a ver qué piensa de esto.
—Tú… tú no tienes el rango suficiente como para llamarla.
—No —dijo Bryce—. No lo tengo. Pero apuesto a que si desciendo al piso
principal y empiezo a llamar a gritos a la Reina Víbora, ella misma saldrá de ese pozo
de peleas para ver qué es todo ese ruido.
Solas ardiente, iba en serio, ¿o no?
Sudor perlaba la frente del sátiro.
—La obsidiana es demasiado peligrosa. No puedo venderla con la conciencia
tranquila.
—¿Dijiste eso cuando se la vendiste a Philip Briggs para sus bombas?—
canturreó Bryce.
Hunt se paralizó, y el macho palideció enfermizamente. Miró a Hunt, notando el
tatuaje que tenía a través de la ceja, la armadura que portaba.
—No sé de qué estás hablando. Me… me fueron retirados todos los cargos por
los investigadores. Nunca vendí nada a Briggs.
—Apuesto a que te pagó en efectivo para ocultar el rastro del dinero —dijo
Bryce, bostezó—. Mira, estoy cansada y hambrienta, y no estoy de ánimos para jugar
este juego. Dime tu precio para que pueda seguir con lo mío.
Esos ojos cabrunos miraron a los suyos.
—Cincuenta mil monedas de oro.
Bryce sonrió mientras Hunt reprimía una maldición.
—¿Sabías que mi jefa pagó cincuenta mil para mirar una manada de Sabuesos
Infernales despedazar a un sátiro? Digamos que fue el mejor minuto de su miserable
vida.
—Cuarenta y cinco.
—No pierdas mi tiempo con ofertas estúpidas.
—No me iré con menos de treinta. No por esa cantidad de obsidiana.
—Diez.
Diez mil monedas de oro seguía siendo demasiado. Pero las sales de invocación
eran extraordinariamente valiosas. ¿Cuántos demonios había cazado por ellas?
¿Cuántos cuerpos desmembrados había presenciado debido a invocaciones que
habían salido mal? O salido bien, si había sido un ataque planeado.
Bryce elevó su teléfono.
—En cinco minutos, se supone que debo llamar a Jesiba, y decir que la sal de
obsidiana está en mi posesión. En seis minutos, si no hago esa llamada, alguien
tocará esa puerta. Y no vendrá por mí.
Honestamente, Hunt no sabría decir si Quinlan estaba bromeando o no.
Probablemente no se lo habría dicho… pudo haber recibido esa orden de su jefa
mientras él estaba sentado en el techo. Si Jesiba Roga traficaba con cualquier mierda
que implicara salo de obsidiana, ya fuera por sus propios intereses o en favor del
InfraRey… tal vez Bryce no había cometido el asesinato, pero había sido cómplice.
—Cuatro minutos —dijo Bryce.
Sudor descendió de la frente del sátiro y hacia su tupida barba. Silencio.
A pesar de sus sospechas, Hunt tenía la sensación de que su misión iba a ser un
jodido montón de diversión o una pesadilla. Si lo llevaba a su meta, no le importaba
que fuera una u otra. Bryce se sentó sobre el putrefacto brazo de la silla y comenzó
a escribir en su teléfono, no parecía más que una mujer joven aburrida evitando las
interacciones sociales.
El sátiro se giró hacia Hunt.
—Eres el Umbra Mortis. —Tragó saliva audible mente—. Eres uno de los triarii.
Nos proteges… sirves al Gobernador.
Antes de que Hunt pudiese contestar, Bryce levantó su teléfono para mostrarle
una fotografía de dos grandes y regordetes cachorros.
—Mira lo que acaba de adoptar mi primo —dijo—. Este es Osirys, y el de la
derecha es Set. —Bajó su teléfono antes de que pudiera encontrar una respuesta,
sus pulgares volaban. Pero ella miró a Hunt por encima de sus espesas pestañas.
Sígueme el juego, por favor, parecía que decía.
Así que le dijo:
—Lindos perros.
El sátiro dejó salir un pequeño gemido de angustia. Bryce levantó la cabeza, una
cortina de cabello rojo enmarcado con plateado a la luz de la pantalla.
—Creí que ya habrías corrido a conseguir la sal para este momento. Tal vez
deberías, considerando que tienes… —Miró su teléfono. Sus dedos volaban—, oh.
Noventa segundos.
Abrió lo que parecía un chat y comenzó a escribir.
—Veinte mil —susurró el sátiro.
Ella elevó un dedo.
—Le estoy contestando a mi primo. Dame un momento.
El sátiro temblaba tanto que Hunt casi se sintió mal. Casi, hasta que…
—Diez, diez, ¡Maldita seas! ¡Diez!
Bryce sonrió.
—No hay necesidad de gritar —ronroneó ella, presionando un botón que puso
su teléfono a sonar.
—¿Sí? —contestó la hechicera después del primer tono.
—Detén a tus perros.
Una entrecortada risa femenina sonó al otro lado de la línea.
—Hecho.
Bryce bajó su teléfono.
—¿Entonces?
El sátiro se apresuró a la parte trasera, sus pezuñas golpeaban los gastados
suelos, y trajo un bulto envuelto un momento después. Apestaba a humedad y
mugre. Bryce alzó una ceja.
—Ponlo en una bolsa.
—No tengo una… —Bryce le lanzo una mirada.
El sátiro encontró una bolsa. Una apestosa bolsa reusable de supermercado,
pero era mejor que sostener eso en público.
Bryce pesó la sal en sus manos.
—Apenas pesa dos onzas.
—¡Son siete y siete! ¡Justo lo que me pediste! Está cortada en séptimos.
Siete… el número sagrado. O impuro, dependiendo de a quién adoren.
Siete Asteri, siete colinas en su Ciudad Eternal, siete vecinos y siete puertas en
Ciudad Crescent; siete planetas y siete círculos en Hel, con siete príncipes que los
regían, cada uno más oscuro que el anterior.
Bryce inclinó la cabeza.
—Si compruebo y no es…
—¡Lo es! —chilló el sátiro—. Oscuro Hel, ¡lo es!
Bryce presionó algunos de los botones en su teléfono.
—Diez grandes, transferidos directamente a ti.
Hunt se mantuvo a sus espaldas mientras ella salía, el sátiro medianamente
enfurecido y medianamente atemorizado a sus espaldas.
Ella abrió la puerta, sonriendo para sí misma, y Hunt estaba a punto de empezar
a demandar respuestas cuando ella se detuvo. Cuando vio también quién estaba
afuera.
La alta mujer de piel color luna vestía un enterizo dorado, con aretes en aros de
esmeraldas colgando por debajo de su corte a la barbilla tipo bob, luciendo sedoso
afilado como una cuchilla. Sus labios rellenos estaban pintados en un morado tan
oscuro que era casi negro, y sus excepcionales ojos verdes… Hunt la reconoció
simplemente al ver sus ojos.
Humanos en cada aspecto, excepto para ellos. Completamente verdes, con vetas
color de jade y oro. Interrumpidos únicamente por una pupila delgada que ahora era
del grosor de una navaja bajo las luces del almacén. Ojos de serpiente.
O de una Reina Víbora.
19
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

Bryce se puso la bolsa al hombro, vigilando a la Reina Víbora.


—Bonito atuendo.
La serpiente cambiaformas sonrió, revelando dientes blancos brillantes y
caninos que eran ligeramente demasiado alargados. Y ligeramente demasiado
delgados.
—Bonito guardaespaldas.
Bryce se encogió de hombros mientras esos ojos de serpiente se arrastraban
por cada centímetro de Hunt.
—No pasa nada arriba, pero todo sucede donde cuenta.
Hunt se endureció. Pero los labios púrpuras de la hembra se curvaron hacia
arriba.
—Nunca he oído describir a Hunt Athalar de esa manera, pero estoy segura de
que el general lo aprecia.
Ante el casi olvidado título, la mandíbula de Hunt se apretó. Sí, es probable que
la Reina Víbora estuviera viva durante la Caída. Habría conocido a Hunt no como uno
de los triarii de la 33ra o la Sombra de la Muerte, sino como el General Hunt Athalar,
Alto Comandante de todas las legiones de la Arcángel Shahar.
Y Bryce lo había engañado durante dos días. Miró por encima del hombro, y
encontró a Hunt evaluando a la Reina Víbora y a los cuatro machos Fae que la
flanqueaban. Desertores de la corte de su padre, asesinos entrenados no solo en
armas, sino en la especialidad de la reina, venenos.
Ninguno de ellos se dignó a reconocerla.
La Reina Víbora inclinó su cabeza hacia un lado, su cabello corto y negro de
aspecto afilado se movió. En el suelo, los clientes se arremolinaban sin saber que su
gobernante los había agraciado con su presencia.
—Parece que estabas haciendo algunas compras.
Bryce se encogió de hombros.
—Cazar gangas es un hobby. Tu reino es el mejor lugar para ello.
—Pensé que tu jefa te pagaba demasiado bien para que te rebajaras a recortar
gastos. Y usar sales.
Bryce se forzó a sonreír, a mantener sus latidos constantes, sabiendo que la
hembra podía captarlos. Podía saborear el miedo. Probablemente podía saborear
qué variedad de sal, exactamente, estaba en la bolsa colgando de su hombro.
—Solo porque gane dinero no significa que tenga que ser estafada.
La Reina Víbora miró entre ella y Hunt.
—He oído que os han visto juntos por la ciudad.
—Es clasificado —gruñó Hunt.
La Reina Víbora arqueó una ceja negra bien cuidada, la pequeña marca de
belleza justo debajo de la esquina exterior de su ojo cambiando con el movimiento.
Sus uñas pintadas de oro brillaron cuando metió la mano en el bolsillo de su traje,
sacando un encendedor incrustado con rubíes que formaban la forma de un
llamativo áspid. Un cigarrillo apareció entre sus labios morados un momento
después, y ellos observaron en silencio, sus guardias monitoreando cada respiración
que tomaban, mientras ella lo encendía e inhalaba profundamente. El humo
ondulaba de esos labios oscuros mientras decía:
—La mierda se está poniendo interesante estos días.
Bryce giró hacia la salida.
—Sí. Vamos, Hunt.
Uno de los guardias se puso delante de ella, metro noventa y cinco de gracia y
músculo Fae.
Bryce se detuvo en seco, Hunt casi se estrella con su gruñido, probablemente su
primera y última advertencia al macho. Pero el guardia solo miró a su reina, vacío y
en deuda. Probablemente adicto al veneno que ella segregaba y repartía a su círculo
íntimo.
Bryce miró por encima de su hombro a la Reina Víbora, apoyada en la
barandilla, todavía fumando ese cigarrillo.
—Es un buen momento para negocios —dijo la reina—, cuando los jugadores
clave vienen para la Cumbre. Tantas elites de al poder, todas con sus propios…
intereses.
Hunt estaba lo suficientemente cerca de la espalda de Bryce como para sentir el
temblor que recorría su poderoso cuerpo, podría jurar que un rayo le cosquilleó en
la columna. Pero no dijo nada.
La Reina Víbora simplemente extendió una mano a la pasarela detrás de ella,
con clavos de oro brillando a la luz.
—Mi oficina, si quieres.
—No —dijo Hunt—. Nos vamos.
Bryce se acercó a la Reina Víbora.
—Dirija el camino, Majestad.
Y así lo hizo. Hunt se erizó a su lado, pero Bryce mantuvo sus ojos en el caminar
y el brillo de la hembra delante de ellos. Sus guardias se mantuvieron a unos metros
de distancia lo suficientemente lejos como para que Hunt considerara seguro
murmurar:
—Esta es una idea terrible.
—Esta mañana te quejabas de que no estaba haciendo nada de valor —
murmuró Bryce mientras seguían a la Reina Víbora a través de un arco y bajando
unas escaleras. Desde abajo, rugidos y vítores se elevaron para recibirlos—. Y ahora
que estoy haciendo algo, ¿también te quejas de ello? —resopló—. Decídete, Athalar.
La mandíbula de él se apretó de nuevo. Pero miró su bolsa, el bloque de sal
haciendo que pesara.
—Compraste la sal porque sabías que atraería su atención.
—Me dijiste que llevaría semanas conseguir una reunión con ella. Decidí evitar
toda esa mierda. —Golpeó la bolsa, la sal haciendo un sonido hueco bajo su mano.
—Por las tetas de Cthona —murmuró él, sacudiendo la cabeza. Salieron del
hueco de la escalera un nivel más abajo con paredes de hormigón sólido. Detrás de
ellos, el rugido de la fosa de combate resonó en el pasillo. Pero la Reina Víbora se
deslizó hacia adelante, pasando por puertas metálicas oxidadas. Hasta que abrió una
sin marcar y entró sin mirar atrás. Bryce no pudo evitar su engreída sonrisa.
—No parezcas tan jodidamente satisfecha —siseó Hunt—. Puede que ni
siquiera salgamos vivos de este lugar. —Era verdad—. Yo haré las preguntas.
—No.
Se miraron el uno al otro, y Bryce podría haber jurado que el rayo iluminó sus
ojos. Pero habían llegado a la puerta, que se abrió para…
Había estado esperando la lujosa opulencia de Antigüedades Griffin detrás de
esa puerta, espejos dorados y divanes de terciopelo y cortinas de seda y un escritorio
de roble tallado tan antiguo como esta ciudad.
No este… desastre. Apenas era mejor que el almacén de un bar de mala muerte.
Un escritorio de metal abollado ocupaba la mayor parte del espacio reducido, una
silla púrpura rayada detrás de ella, con restos de relleno que salían de la esquina
superior, y la pintura verde pálida se desprendía de la pared en media docena de
puntos. Sin mencionar la mancha de agua que adornaba el techo, empeorada por el
tintineo de las luces fluorescentes. Contra una pared había una estantería llena de
todo, desde archivos hasta cajas de licor y armas desechadas; en el lado opuesto,
cajas de cartón apiladas se elevaban sobre su cabeza.
Una mirada a Hunt y Bryce sabía que él pensaba lo mismo, la Reina Víbora,
amante del bajo mundo, temida experta en venenos y gobernante del Mercado de
Carne, reclamaba esta casucha como oficina…
La hembra se deslizó en la silla, entrelazando sus dedos sobre el desorden de
papeles esparcidos por el escritorio. Un ordenador que pasó de moda hace veinte
años estaba como una roca gorda delante de ella, una pequeña estatua de Luna se
alzaba sobre él, el arco de la diosa apuntando al rostro de la cambiaformas.
Uno de sus guardias cerró la puerta, haciendo que la mano de Hunt se deslizara
hacia su cadera, pero Bryce ya se había sentado en una de las sillas baratas de
aluminio.
—No es tan elegante como la casa de tu jefa —dijo la Reina Víbora, leyendo la
incredulidad en el rostro de Bryce—, pero hace el truco.
Bryce no se molestó en concordar que el espacio estaba lejos de ser algo digno
de una serpiente cambiaformas cuya forma de serpiente era una cobra blanca color
luna con escamas que brillaban como ópalos y cuyo poder se rumoreaba que era…
diferente. Algo extra que se mezclaba con su veneno, algo extraño y antiguo.
Hunt se sentó a su lado, dando la vuelta a la silla para acomodar sus alas. El
rugido de la fosa de combate retumbó a través del suelo de hormigón bajo sus pies.
La Reina Víbora encendió otro cigarrillo.
—Estás aquí para preguntar por Danika Fendyr.
Bryce mantuvo su rostro neutral. Para su crédito, Athalar también lo hizo.
—Estamos tratando de obtener una imagen más clara de todo —dijo Hunt
cuidadosamente.
Los notables ojos de ella se entrecerraron con placer.
—Si eso es lo que quieres reclamar, entonces seguro. —El humo salió de sus
labios—. Sin embargo, te ahorraré las mierdas. Danika era una amenaza para mí, y
en más formas de las que quizás sepas. Pero era inteligente. Nuestra relación era una
relación de trabajo. —Otra calada—. Estoy segura de que Athalar puede
respaldarme en esto —dijo ella, ganándose una mirada de advertencia de él—, pero
para hacer que mierda sea hecha, a veces el Aux y la 33ra tienen que trabajar con los
que vivimos en las sombras.
—¿Y Maximus Tertian? Fue asesinado a las afueras de tu territorio —dijo Hunt.
—Maximus Tertian era una pequeña perra malcriada, pero yo nunca sería tan
estúpida como para pelearme con su padre de esa manera. Solo me ganaría un dolor
de cabeza.
—¿Quién lo mató? —preguntó Bryce—. Escuché que recogiste a tu gente. Sabes
algo.
—Solo por precaución. —Se pasó la lengua por encima de los dientes
inferiores—. Nosotros las serpientes podemos saborear cuándo la mierda está a
punto de caer. Como una carga en el aire. Puedo saborearla ahora… en toda la ciudad.
El rayo de Hunt crepitó en la habitación.
—¿No pensaste en avisar a nadie?
—Advertí a mi gente. Mientras los problemas no pasen en mi distrito, no me
importa lo que pase en el resto de Lunathion.
—Muy noble de tu parte —dijo Hunt.
—¿Quién crees que mató a Terciana? —preguntó Bryce de nuevo.
Ella se encogió de hombros.
—¿Honestamente? Es el Mercado de la Carne. La mierda pasa. Probablemente
vino aquí por drogas, y ese fue el precio que pagó.
—¿Qué tipo de drogas? —preguntó Bryce, pero Hunt dijo—: El informe
toxicológico dice que no había drogas en su sistema.
—Entonces no puedo ayudarte —dijo la cambiaformas—. Tu suposición es tan
buena como la mía. —Bryce no se molestó en preguntar por las imágenes de la
cámara, no cuando 33ra ya las había revisado.
La Reina Víbora sacó algo de un cajón y lo tiró en el escritorio. Una memoria.
—Mi coartada de la noche en que Tertian fue asesinado y de los días anteriores
y durante los asesinatos de Danika y su manada.
Bryce no tocó la pequeña unidad de metal, no más grande que un tubo de labial.
Los labios de la Reina Víbora se curvaron de nuevo.
—Estuve en el spa la noche del asesinato de Tertian. Y en cuanto a Danika y la
Manada de Demonios, uno de mis socios organizó una fiesta por el Descenso de su
hija esa noche. Se convirtió en tres días de… bueno, ya verás.
—¿Esta memoria contiene imágenes tuyas en una orgía de tres días? —exigió
Hunt.
—Avísame si te pone caliente y molesto, Athalar. —La Reina Víbora tomó otra
calada de su cigarrillo. Sus ojos verdes se dirigieron al regazo de él—. He oído que
eres un Hel de un paseo cuando detienes los renfunfuñeos el tiempo suficiente.
Oh, por favor. Los dientes de Hunt brillaron mientras los desnudaba en un
gruñido silencioso, así que Bryce dijo:
—Dejando de lado la orgía y la destreza de Hunt en el dormitorio, tienes un
vendedor de sal en este mercado. —Golpeó la bolsa balanceándose sobre sus
rodillas.
La Reina Víbora quitó los ojos de un Hunt todavía gruñendo y dijo bruscamente
a Bryce:
—No uso lo que vendo. Aunque no creo que vivas según esa regla en tu galería
de lujo. —Guiñó el ojo—. Si alguna vez te cansas de arrastrarte por esa hechicera,
ven a buscarme. Tengo un grupo de clientes que se arrastrarían por ti. Y pagan por
hacerlo.
La mano de Hunt fue caliente en su hombro.
—Ella no está a la venta.
Bryce salió de su agarre, lanzándole una mirada de advertencia.
—Todos, General, están en venta. Solo tienes que saber el precio. —El humo
salía de sus fosas nasales, un dragón soplando llamas—. Dame un día o dos, Athalar,
y sabré el tuyo.
La sonrisa de Hunt era una cosa de belleza mortal.
—Tal vez ya he descubierto el tuyo.
La Reina Víbora sonrió.
—Ciertamente espero que sí. —Apagó el cigarrillo y se encontró con la mirada
de Bryce—. Te doy un consejo profesional para tu pequeña investigación. —Bryce
se tensó ante la fría burla—. Mira donde más duele. Siempre es ahí donde están las
respuestas.
—Gracias por el consejo —dijo Bryce.
La cambiaformas simplemente chasqueó sus dedos con puntas doradas. La
puerta de la oficina se abrió, esos machos Fae adictos al veneno se asomaron.
—Ya ellos terminaron aquí —dijo la Reina Víbora, encendiendo su antiguo
ordenador—. Asegúrate de que se vayan. —Y no husmeen.
Bryce cargó con el bloque de sal mientras Hunt cogía la memoria y la guardaba.
El guardia fue lo suficientemente listo como para alejarse mientras Hunt
empujaba a Bryce a través de la puerta. Bryce dio tres pasos antes de que la Reina
Víbora dijera:
—No subestimes la sal de obsidiana, Quinlan. Puede traer lo peor de Hel.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Pero Bryce simplemente levantó una mano
en un gesto sobre el hombro cuando entró al pasillo.
—Bueno, al menos estaré entretenida, ¿no?

Dejaron el Mercado de Carne de una pieza, gracias a los cinco malditos dioses,
especialmente a la misma Urd. Hunt no estaba del todo seguro de cómo se las
arreglaron para alejarse de la Reina Víbora sin sus tripas llenas de balas
envenenadas, pero… frunció el ceño a la pelirroja que ahora inspeccionaba su
scooter blanco para ver si estaba dañado. Incluso el casco estaba intacto.
—Le creo —dijo Hunt. De ninguna manera en Hel vería el video en esa memoria.
Lo enviaría directamente a Viktoria—. No creo que ella tenga nada que ver con esto.
Quinlan y Roga, sin embargo… todavía no las había tachado de su lista mental.
Bryce le metió el casco en el hueco de su brazo.
—Estoy de acuerdo.
—Así que eso nos lleva de vuelta al punto de partida. —Suprimió el impulso de
caminar, imaginando que su número de muertes aún era de miles.
—No —respondió Bryce—. No lo hace. —Ató la bolsa de sal en el pequeño
compartimento de la parte trasera de su scooter—. Dijo que buscara respuestas
donde más doliera.
—Solo estaba escupiendo alguna mierda para meterse con nosotros.
—Probablemente —dijo Bryce, colocando el casco sobre su cabeza antes de
levantar la visera para revelar esos ojos color ámbar—. Pero tal vez ella sin querer,
tenía razón. Mañana… —Sus ojos se cerraron—. Tengo que pensar un poco mañana.
En la galería, o si no Jesiba tendrá un ataque.
Estaba tan intrigado que dijo:
—¿Crees que tienes una pista?
—Todavía no. Pero sí una dirección general. Es mejor que nada. —Sacudió su
barbilla hacia el compartimento de su scooter.
—¿Para qué es la sal de obsidiana? —Debía tener otro propósito para ello.
Aunque rezara para que no fuera tan tonta como para usarla.
—Sazonar mis hamburguesas —dijo Bryce simplemente.
Bien. Se él se lo buscó.
—¿Cómo pudiste pagar la sal, de todos modos? —Dudaba que tuviera diez de
las grandes en su cuenta bancaria.
Bryce subió la cremallera de su chaqueta de cuero.
—Lo puse en la cuenta de Jesiba. Ella gasta más dinero en productos de belleza
en un mes, así que dudo que se dé cuenta.
Hunt no tenía ni idea de cómo responder a nada de eso, así que apretó los
dientes y la examinó en su vehículo.
—Sabes, un scooter es una cosa jodidamente tonta para conducir antes de hacer
el Descenso.
—Gracias, mamá.
—Deberías tomar el autobús.
Ella solo soltó una risa, y se alejó en la noche.
20
Traducido por Brandy
Corregido por Lieve

Mira donde más duele.


Bryce se abstuvo de decirle a Athalar cuán preciso había sido el consejo de la
Reina Víbora. Ella le había dado una lista de sospechosos, pero él no preguntó sobre
la otra demanda que había hecho.
Así que eso es lo que ella había decidido hacer: compilar una lista de cada uno
de los movimientos de Danika desde la semana anterior a su muerte. Pero el
momento en el que terminó de abrir la galería para el día, el momento en el que ella
bajó a la biblioteca para hacer la lista… le dio un ataque de nausea.
En lugar de ello, encendió su laptop y comenzó a buscar entre sus correos con
Maximus Tertian, los cuales se remontaban a hace seis semanas. Tal vez ella
encontraría alguna clase de conexión ahí, o al menos una pista de sus planes para
esa noche.
Sin embargo, con cada profesional y soso correo que ella releía, los recuerdos
de los últimos días de Danika arañaban la herméticamente soldada puerta de su
mente. Como amenazantes espectros que le siseaban y susurraban, y ella trataba de
ignorarlos, trataba de enfocarse en los correos de Tertian, pero…
Lehabah la miró desde donde se había derrumbado, sobre el pequeño y gastado
sofá que Bryce le había dado años atrás, cortesía de una casa de muñecas de su niñez,
mirando su drama Vanir favorito en su tablet. Su domo de cristal estaba atrás de ella,
sobre un montón de libros, los pétalos de una orquídea morada arqueándose sobre
él.
—Podrías dejar entrar al ángel aquí y trabajar juntos en lo que sea que te esté
causando tanta dificultad.
Bryce torció los ojos.
—Tu fascinación con Athalar está tomando niveles medio acosadores.
Lehabah suspiró.
—¿Sabes cómo luce Hunt Athalar?
—Considerando que está viviendo en la azotea frente a mi apartamento, yo diría
que sí.
Lehabah le puso pausa a su capítulo, inclinando su cabeza contra el respaldo de
su pequeño y débil sillón.
—Es un encanto.
—Sí, solo pregúntale.
Bryce salió del correo que había estado leyendo, uno de cientos entre ella y
Tertian, y el primero donde él había sido ligeramente coqueto con ella.
—Hunt es lo suficientemente guapo para estar en este show. —Lehabah apuntó
con una elegante punta de pie hacia la tablet levantada frente a ella.
—Desafortunadamente, no pienso que las diferencias de estatura entre tú y
Athalar funcionarían en la cama. Eres apenas lo suficientemente grande para
envolver tus brazos alrededor de su polla.
Humo giró alrededor de Lehabah con su resoplo de vergüenza, y el hada agitó
sus pequeñas manos para hacerlo a un lado.
—¡BB!
Bryce rio entre dientes, luego hizo un ademán hacia la tablet.
—No soy la que está viendo un show que es básicamente porno con trama.
¿Cómo es que se llama? ¿Colmilladas y Folladas?
Lehabah se puso morada.
—¡Así no se llama y lo sabes! Y es artístico. Hacen el amor. Ellos no… —Se ahogó
con la palabra.
—¿Follan? —sugirió Bryce secamente.
—Exacto —dijo Lehabah asintiendo como mojigata.
Bryce se rio, dejando que se fueran los abrumadores fantasmas del pasado, y la
duendecilla, a pesar de ser prácticamente una mojigata, se le unió.
—Dudo que Hunt Athalar sea del tipo que hacen el amor —dijo Bryce.
Lehabah ocultó su rostro tras sus manos, tarareando mortificada.
Solo para torturarla un poquito más, Bryce añadió:
—Él es del tipo que te dobla sobre un escritorio y…
El teléfono sonó.
Ella miró hacia el techo, preguntándose si Athalar había quizás oído, pero… no.
Era peor.
—Hola, Jesiba —dijo, haciendo señas a Lehabah para que volviera a su lugar de
guardiana en caso de que la hechicera estuviese monitoreando a través de las
cámaras de la biblioteca.
—Bryce. Me alegra ver que Lehabah hace un trabajo duro.
Lehabah rápidamente apagó la tablet e hizo lo mejor por lucir alerta.
—Era su descanso de mediodía. Tiene derecho a uno —dijo Bryce.
Lehabah le lanzó una mirada de agradecimiento que le llegó hasta los huesos.
Jesiba comenzó a soltar órdenes.

Treinta minutos después, en el escritorio de la sala de exposiciones de la galería,


Bryce miró fijamente hacia la puerta frontal cerrada. El tictac del reloj llenaba el
espacio, un constante recordatorio de cada segundo perdido. Cada segundo que
Danika y el asesino de la manada rondaban las calles mientras ella se sentaba ahí,
revisando papeleo estúpido.
Inaceptable. Sin embargo, el pensamiento de mirar a través de la puerta hacia
esos recuerdos…
Ella sabía que se arrepentiría. Sabía que era probablemente diez formas de
estupidez. Pero marcó el número antes de pensarlo dos veces.
—¿Qué está mal? —La voz de Hunt ya era afilada, llena de tormentas.
—¿Por qué asumes que algo está mal?
—Porque nunca me habías llamado, Quinlan.
Esto era inútil, realmente jodidamente inútil. Ella se aclaró la garganta para
inventarse alguna excusa sobre ordenar comida para almorzar, pero él dijo:
»¿Encontraste algo?
Por Danika, por la Manada de Demonios, ella podía hacer esto. Haría esto. El
orgullo aquí no tenía lugar.
—Necesito que… me ayudes con algo.
—¿Con qué?
Pero antes de que sus palabras terminaran de decirse, un puño golpeó la puerta.
Sabía que era él sin tener que mirar a la pantalla de las cámaras.
Ella abrió la puerta, recibiendo un rostro lleno de alas y cedro besado por la
lluvia.
—¿Me vas a dar mierda por entrar o nos podemos ahorrar todo eso? —preguntó
Hunt en tono burlón.
—Solo entra. —Bryce dejó a Hunt en el corredor y caminó a su escritorio, donde
tenía abierto el último cajón para sacar de un tirón una botella reusable. Bebió
directo de ésta.
Hunt cerró la puerta atrás de él.
—Algo temprano para estar bebiendo, ¿no crees?
Ella no se molestó en corregirlo, solo tomó otro trago y se deslizó en su silla.
Él la miró.
—¿Me vas a decir de qué va todo esto?
Un amable pero insistente toc-toc-toc vino de la puerta de hierro de la
biblioteca. Las alas de Hunt se encogieron de golpe cuando él giró su cabeza hacia la
pesada puerta.
Otro tap-tap-tap llenó la sala de exposiciones.
—BB —dijo Lehabah de manera afligida a través de la puerta—. BB, ¿estás bien?
Bryce rodó los ojos. Que Cthona la ayude.
—¿Quién es? —preguntó Hunt demasiado casual.
Un tercer y pequeño toc-toc-toc.
—¿BB? BB, por favor di que estás bien.
—Estoy bien —anunció Bryce—. Regresa abajo y haz tu trabajo.
—Quiero verte con mis propios ojos —dijo Lehabah, sonando como una abuela
preocupada para cualquiera—. No me podré concentrar hasta que lo haga.
Las cejas de Hunt se fruncieron, incluso mientras sus labios se estiraban hacia
arriba.
—Uno, la hipérbole es una forma de arte para ella —dijo Bryce.
—Oh, BB, a veces puedes ser tan terriblemente cruel…
—Dos, a muy pocas personas se les permite estar abajo, así que, si tú se lo
reportas a Micah, se acabó.
—Lo prometo —dijo Hunt cautelosamente—. Aunque Micah puede hacerme
hablar si él insiste.
—Entonces no le des una razón para andar de curioso al respecto.
Puso la botella en el escritorio y notó que sus piernas estaban
sorprendentemente fuertes. Hunt aún se elevaba sobre ella. Las terribles espinas
gemelas tatuadas a través de su frente parecían succionar la luz del lugar.
Pero Hunt se frotó la mandíbula.
—Hay un montón de cosas allí abajo que son de contrabando, ¿no?
—Seguro te habrás dado cuenta de que la mayoría de mierda aquí es de
contrabando. Algunos de esos libros y pergaminos son las últimas copias conocidas
en existencia. —Frunció sus labios y luego añadió detenidamente—. Muchas
personas sufrieron y murieron para preservar lo que hay en la biblioteca de abajo.
Ella no lo diría más de eso. No había sido capaz de leer la mayoría de los libros,
ya que estaban en lenguas que tenían mucho tiempo muertas o estaban en códigos
tan ingeniosos que solo lingüistas o historiadores altamente entrenados podrían
descifrar, pero en el último año ella había aprendido finalmente lo que eran la
mayoría de esos. Sabía que los Asteri y el Senado ordenarían que los destruyesen.
Habían destruido todas las otras copias. Había, también, libros normales, los cuales
Jesiba adquirió en su mayoría para su propio uso, posiblemente incluso para el
InfraRey. Pero los que Lehabah vigilaba… esos eran libros por los cuales la gente
mataría. Libros por los que la gente había matado.
Hunt asintió.
—No diré ni una palabra.
Ella lo estudió por un momento, luego se giró hacia la puerta de hierro.
—Considera esto tu regalo de cumpleaños, Lele —murmuró ella a través del
metal.
La puerta de hierro se abrió con un suspiro, rebelando la alfombrada escalera
color verde pino, la cual guiaba directo hacia abajo, a la biblioteca. Hunt casi se
estrelló contra Lehabah mientras ella flotaba entre ellos, su fuego brillando
fuertemente, y ronroneó:
—Hola.
El ángel examinó a la duendecilla de fuego, flotando a menos de veinte
centímetros de su rostro. Ella no era más grande que la mano de Bryce, y su flamante
cabello giraba sobre su cabeza.
—Bueno, pero si eres una belleza —dijo Hunt con una voz baja y suave que hizo
que los instintos de Bryce estuvieran alerta.
Lehabah flameó mientras enredaba sus regordetes brazos alrededor de sí
misma y agachaba la cabeza.
Bryce se sacudió los efectos de la voz de Hunt.
—Deja de fingir que eres tímida.
Lehabah le dio una hirviente mirada asesina, pero Hunt alzó un dedo para que
ella se posara en él.
—¿Vamos?
Ella resplandeció en un rojo rubí, pero flotó sobre su dedo con cicatrices y se
sentó, sonriéndole bajo sus pestañas.
—Él es muy agradable, BB —dijo mientras Bryce bajaba las escaleras, el
candelabro parpadeando a la vida otra vez—. No veo por qué te quejas tanto de él.
Bryce frunció el ceño sobre su hombro. Pero Lehabah estaba haciéndole ojitos
al ángel, quien le dio a Bryce una sonrisa sardónica mientras la seguía hacia el
corazón de la biblioteca.
Bryce miró rápidamente hacia adelante.
Tal vez Lehabah tenía un punto sobre las miradas de Athalar.
Bryce era consiente de cada paso hacia abajo y cada crujir de las alas de Hunt a
meros centímetros detrás de ella. Cada respiración que soltaba llenaba el aire de
poder y voluntad.
Aparte de Jesiba, Syrinx y Lehabah, solo Danika había estado aquí con ella antes.
Syrinx se removió los suficiente de su siesta para notar que ellas tenían un
invitado, y su pequeña cola de león azotó contra el sofá de terciopelo.
—Syrie dice que ya puedes cepillarlo —dijo Lehabah a Hunt.
—Hunt está ocupado —dijo Bryce, yendo hacia la mesa donde había dejado el
libro abierto.
—Syrie habla, ¿verdad?
—Según ella, sí —murmuró Bryce, inspeccionando la mesa en busca de… cierto,
había puesto la lista en la mesa de Lehabah. Se dirigió hacia esta, sus tacones
hundiéndose en la alfombra.
—Debe haber miles de libros aquí —dijo Hunt, estudiando los elevados
estantes.
—Oh, sí —dijo Lehabah—. Pero la mitad de esto es también la colección privada
de Jesiba. Algunos de los libros datan desde…
—Ejem —dijo Bryce.
Lehabah sacó su lengua y dijo a Hunt en un susurro conspirativo:
—BB está de mal humor porque no ha podido hacer su lista.
—Estoy de mal humor porque tengo hambre y tú has sido un dolor de cabeza
toda la mañana.
Lehabah flotó del dedo de Hunt para precipitarse a su mesa, donde ella había
dejado caer su sillón de muñecas y le dijo al ángel, quien se estaba debatiéndose
entre estremecerse o reír:
—BB aparenta ser mala, pero es una blanducha. Compró a Syrie porque Jesiba
lo iba a dar a un cliente caudillo de guerra en las montañas Farkaan…
—Lehabah…
—Es verdad.
Hunt examinó los varios tanques a través del cuarto y la variedad de reptiles en
ellos, luego las vacías aguas del enorme acuario.
—Pensé que era una mascota de diseñador.
—Oh, lo es —dijo Lehabah—. Syrinx fue robado de su madre cuando era un
cachorro, luego fue intercambiado alrededor del mundo por diez años, entonces
Jesiba lo compró para que fuera su mascota, después Bryce lo compró, a su libertad,
me refiero. Ella incluso tuvo prueba de su libertad certificada. Nadie podrá alguna
vez volverlo a comprar. —Señaló a la quimera—. No puedes verla con él estando
acostado así, pero tiene la cinta de liberado en su pata frontal derecha. La C oficial y
todo.
Hunt se alejó del agua para echarle un vistazo a Bryce.
Ella cruzó los brazos.
—¿Qué? Tú fuiste el que asumió.
Sus ojos parpadearon. Lo que mierda que eso signifique.
Aunque ella trató de no bajar la mirada hacia la muñeca de él, el SPQM
estampado ahí. Se preguntaba si él se estaba resistiendo al mismo deseo, si él estaba
contemplando si algún día conseguiría esa C.
Pero entonces Lehabah le dijo a Hunt:
—¿Cuánto cuestas tú, Athie?
Bryce intervino.
—Lele, eso es grosero. Y no lo llames Athie.
Ella le dio un resoplido de humo.
—Él y yo somos de la misma Casa, y ambos somos esclavos. Mi bisabuela luchó
con su 18va Legión durante la rebelión. Tengo derecho a preguntar.
El rostro de Hunt se endureció totalmente ante la mención de la rebelión, pero
se acercó al sillón y dejó que Syrinx olisqueara sus dedos, luego rascó a la bestia
detrás de sus aterciopeladas orejas. Syrinx dejó salir un suave gruñido de
satisfacción, su cola de león poniéndose floja.
Bryce trató de bloquear la sensación aplastante en su pecho al ver esto.
Las alas de Hunt crujieron.
—Fui vendido a Micah por ochenta y cinco millones de monedas de oro.
Los tacones de Bryce se pegaron a la alfombra mientras trataba de alcanzar la
pequeña estación de Lehabah y tomar su tablet. Lehabah flotó de nuevo hacia el
ángel.
—Yo costé noventa mil monedas de oro —dijo Lehabah—. Syrie costó
doscientas treinta y tres mil monedas.
Los ojos de Hunt se dispararon hacia Bryce.
—¿Pagaste eso?
Bryce se sentó en la mesa de trabajo y señaló la silla vacía junto a ella. Él vino
obedientemente, por una vez.
—Tuve un descuento de empleada del quince por ciento. Y llegamos a un
acuerdo.
Eso sería todo.
Hasta que Lehabah declaró:
—Jesiba toma un poco de cada cheque. —Bryce gruñó, deteniendo el instinto de
apagar a la duendecilla con una almohada—. BB lo va a estar pagando hasta que
tenga trescientos años. A menos que no haga el Descenso. Entonces morirá primero.
Hunt se dejó car en su asiento, sus alas rozando el brazo de ella. Más lisas que el
terciopelo, más tersas que la seda. Él reaccionó brusco ante el tacto, como si no
pudiera soportarlo.
—¿Por qué?
—Porque el caudillo quería herirlo y romperlo hasta que fuera una bestia de
pelea y Syrinx es mi amigo, y yo ya estaba harta de perder amigos.
—Pensé que estabas cargada de ellos.
—Nop.
Ella terminó esa palabra con un sonido de pop.
Hunt frunció las cejas.
—Pero tu apartamento…
—Es el apartamento de Danika. —Bryce no podía levantar la mirada—. Ella lo
compró como una inversión. Tenía la propiedad a nuestros nombres. Yo no sabía
que existía hasta después que murió. Y lo hubiera vendido, pero tenía seguridad de
primera y encantamientos grado A…
—Entiendo —dijo él de nuevo y ella se encogió por la amabilidad en sus ojos.
La lástima.
Danika había muerto y ella estaba sola, y… Bryce no podía respirar.
Se negaba a ir a terapia. Su madre le había sacado una cita tras cita durante el
primer año, y Bryce las ignoró todas. Se compró un difusor de aromaterapia, leyó
sobre técnicas de respiración, y eso había sido todo.
Sabía que debió haber ido. La terapia había ayudado a mucha gente, salvado
muchas vidas. Juniper había estado viendo a un terapeuta desde que era una
adolescente y le contaría a cualquiera que la escuchase acerca de lo vital y brillante
que era.
Pero Bryce nunca fue, no porque no creyese que no funcionaría. No, ella sabía
que serviría, y la ayudaría, y probablemente la haría sentir mejor. O al menos le daría
las herramientas para intentar hacerlo.
Esa era precisamente la razón por la que no había ido.
Por la forma en la que Hunt la miraba, ella se preguntaba si él sabía, si se había
dado cuenta de porqué ella había tomado un gran respiro.
Mira donde más duele.
Hija de puta. La Reina Víbora podía irse al Hel con sus consejos profesionales.
Encendió la tablet de Lehabah. La pantalla mostró a una vampira y un lobo
enzarzados uno con el otro, gimiendo, desnudos…
Bryce rio.
—¿Dejaste esto por la mitad para ir a molestarme, Lele?
El aire en el cuarto se aligeró, como si el dolor de Bryce se hubiera agrietado al
ver un lobo follando a una vampira.
Lehabah ardió de color rubí.
—Quería conocer a Athie —murmuró ella, escabulléndose en su sillón.
Hunt, como si a pesar de sí mismo, se rio por lo bajo.
—¿Ves Colmilladas y Folladas?
Lehabah se levantó muy erguida.
—¡Así no es como se llama! ¿Le dijiste que dijera eso, Bryce?
Bryce se mordió un labio para contener la risa, y tomó su laptop, mostrando sus
correos con Tertian en la pantalla.
—No, no lo hice.
Hunt alzó una ceja, con ese asombro cauteloso.
—Tomaré una siesta con Syrie —anunció Lehabah a nadie en particular. Casi
tan pronto como lo dijo, algo pesado golpeó el entresuelo.
La mano de Hunt se fue a su costado, probablemente a por el arma ahí, pero
Lehabah siseó hacia el barandal:
—No interrumpan mi siesta.
Un pesado deslizar llenó la biblioteca, seguido por un golpe y un crujido. No
venía del tanque de la señorita Poppy.
—No dejes que los libros te engatusen para que te los lleves a casa —dijo
Lehabah a Hunt
Él le dio una media sonrisa.
—Estás haciendo un buen trabajo asegurándote de que eso no pase.
Lehabah destelló, enroscándose junto a Syrinx. Él ronroneó con gusto ante su
calidez.
—Harían lo que fuera para salir de aquí: escabullirse en tu mochila, el bolsillo
de tu abrigo, incluso subir las escaleras. Están tan desesperados por entrar al mundo
otra vez. —Ella flotó hacia los estantes distantes detrás de ellos, donde un libro había
aterrizado en los escalones—. ¡Malo! —siseó ella.
La mano de Hunt se deslizó a un fácil alcance hacia la funda del cuchillo en su
muslo mientras el libro, como si fuera llevado por manos invisibles, subía los
escalones, flotaba al estante y encontraba su lugar otra vez, zumbó una vez con luz
dorada, como estuviera molesto.
Lehabah lanzó un hervor de advertencia hacia él, luego se enrolló la cola de
Syrinx a su alrededor, como si fuera un abrigo de pelaje.
Bryce sacudió su cabeza, pero una mirada de soslayo le dijo que Hunt ahora la
estaba mirando. No en la forma en la que los machos suelen mirarla.
—¿Qué hay con todos esos bichos? —dijo él
—Son los antiguos amantes y enemigos de Jesiba —susurró Lehabah desde su
cobija de pelaje.
Las alas de Hunt crujieron.
—Había oído rumores.
—Nunca la he visto transformar a alguien en animal —dijo Bryce—, pero trato
de estar en el lado bueno. Preferiría no ser convertida en cerdo si Jesiba se molesta
porque jodí un trato.
Los labios de Hunt se crisparon hacia arriba, como si estuviera atrapado entre
la diversión y el horror.
Lehabah abrió su boca, probablemente para decirle a Hunt todos los nombres
que ella le había dado a las criaturas en la biblioteca, pero Bryce la interrumpió,
diciéndole a Hunt:
—Te llamé porque comencé a hacer la lista de todos los paraderos de Danika en
sus últimos días. —Ella le dio un golpecito a la hoja que había empezado a escribir.
—¿Sí? —Los oscuros ojos de él permanecían sobre su rostro.
Bryce se aclaró la garganta y admitió:
—Es, emm, difícil. Hacerme recordar. Pensé… que tal vez tú podrías hacerme
preguntas. Ayudarme a tener los… recuerdos frescos.
—Ah. Bien. —El silencio creció de nuevo mientras ella esperaba a que él le
recordara que el tiempo no estaba de su lado, que él tenía un trabajo qué hacer y que
ella no debería ser una cobarde, bla bla bla.
Pero Hunt estudiaba los libros, los tanques, la puerta al baño en la parte trasera
del lugar, las luces en lo alto, disfrazadas como estrellas pintadas a través del techo.
Y entonces, más que preguntarle sobre Danika, él dijo:
—¿Estudiaste antigüedades en la universidad?
—Tomé algunas clases, sí. Me gustaba aprender sobre porquerías viejas. Estuve
en una licenciatura de Letras Clásicas —añadió—. Aprendí el Antiguo Idioma Fae
cuando era una niña.
Se había enseñado solita por un repentino interés en aprender más sobre su
herencia. Cuando fue a la casa de su padre un año después, por primera vez en su
vida, ella esperaba usarlo para impresionarlo. Después de que todo se fue a la
mierda, ella se negó a aprender otro idioma. Infantil, pero no le importaba.
Pero al menos conocer la mayoría de los antiguos idiomas Fae había sido útil
para este trabajo. Para las pocas antigüedades Fae que no eran acaparadas en sus
brillantes tesoros.
Hunt estudió el espacio de nuevo.
—¿Cómo obtuviste ese trabajo?
—Después de graduarme, no podía encontrar trabajo en ningún lado. Los
museos no me aceptaban porque no tenía suficiente experiencia, y las otras galerías
de arte en la ciudad eran gestionadas por detestables personas que pensaban que
yo era… apetecible. —Los ojos de él se oscurecieron, y ella se hizo ignorar esa ira
que había ahí en nombre de ella—. Pero mi amiga Fury… —Hunt se puso un poco
rígido ante la mención del nombre, claramente sabía de su reputación—. Bueno, ella
y Jesiba trabajaron juntas en Pangera en algún punto. Y cuando Jesiba mencionó que
ella necesitaba una nueva asistente, Fury básicamente le metió mi currículum hasta
por los ojos. —Bryce resopló un poco al recordarlo—. Jesiba me ofreció el empleo
porque no quería a una irritable engreída. El trabajo es muy sucio, los clientes muy
imbéciles. Ella necesitaba a alguien con habilidades sociales, así como con algo de
antecedente en las artes antiguas. Y eso fue todo.
Hunt reflexionó y luego preguntó:
—¿Qué relación tienes con Fury Axtar?
—Ella está en Pangera. Haciendo lo que Fury mejor hace.
Realmente no era una respuesta.
—¿Axtar alguna vez te dijo a lo que se hace?
—No. Y me gustaría permanecer así. Mi padre me contó suficientes historias
sobre cómo es. No disfruto imaginar lo que Fury ve y con lo que trata.
Sangre y lodo y muerte, ciencia contra magia, máquinas contra Vanir, bombas
químicas y luz, balas y colmillos.
El servicio de Randall había sido obligatorio, una condición de vida de cualquier
no Inferior en la clase peregrini: todos los humanos tenían que servir en la milicia
por tres años. Randall nunca lo había dicho, pero ella siempre había sabido que los
años en el frente le habían dejado cicatrices profundas, más allá de las visibles en él.
Ser forzado a matar a su propia especie no era una tarea simple. Pero la amenaza de
los Asteri permanecía: si cualquiera se negaba, sus vidas terminarían. Y luego las
vidas de sus familias. Cualquier sobreviviente sería esclavo, sus muñecas estarían
siempre tatuadas con las mismas letras que manchaban la piel de Hunt.
—No hay posibilidad de que el asesino de Danika haya estado conectado a…
—No —gruñó Bryce. Ella y Fury estaban totalmente jodidas en este momento,
pero lo sabía—. Los enemigos de Fury no eran los enemigos de Danika. Una vez que
Briggs estuvo tras las rejas, ella huyó. —Bryce no le había visto desde entonces.
Buscando cualquier cosa para cambiar de tema, Bryce preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Doscientos treinta y tres.
Ella hizo las cuentas, frunciendo el ceño.
—¿Eras así de joven cuando te rebelaste? ¿Y ya comandabas una legión?
La fallida rebelión de los ángeles había sido hace doscientos años; él debe haber
sido increíblemente joven, para los estándares Vanir, como para haberla
comandado.
—Mis dones me hacían invaluable. —Él levantó una mano, rayos serpenteando
alrededor de sus dedos—. Demasiado bueno para ser asesinando. —Ella gruñó en
acuerdo. Hunt la miró—. ¿Alguna vez has matado?
—Sí.
La sorpresa iluminó sus ojos. Pero ella no quería hablar de ello, lo que había
pasado con Danika el último año de clases, cosa que las había dejado a ambas en el
hospital, su brazo destrozado y una motocicleta robada hecha trizas.
Lehabah interrumpió a través de la biblioteca.
—¡BB, deja de ser enigmática! He querido saber por años, Athie, pero ella nunca
me cuenta nada bueno…
—Déjalo, Lehabah. —Los recuerdos de ese viaje la acosaron. El sonriente rostro
de Danika en la cama de hospital junto a la de ella. Cómo Thorne cargó a Danika al
dormitorio de arriba cuando llegaron a casa, a pesar de sus protestas. Cómo la
manada cuidó de ellas por una semana, Nathalie y Zelda echando a los machos una
noche para que pudieran tener un festival de películas solo de chicas. Pero nada de
eso se comparaba con lo que había cambiado entre ella y Danika en ese viaje. La
barrera final que había caído, la verdad al descubierto.
Te amo, Bryce. Lo siento mucho.
Cierra tus ojos Danika.
Un agujero le desgarró el pecho, abriéndose y aullando.
Lehabah seguía de quejumbrosa, pero Hunt miraba el rostro de Bryce.
—¿Cuál es un recuerdo feliz que tienes con Danika de su última semana de vida?
—preguntó él.
Su sangre palpitaba a través de todo su cuerpo.
—Yo… tengo muchos de ellos de esa semana.
—Escoge uno, empezaremos con ese.
—¿Así es como logras que los testigos hablen?
Él se reclinó en su asiento, sus alas ajustándose alrededor de su espalda baja
—Así es como tú y yo haremos esta lista.
Ella examinó su mirada, su sólida y palpitante presencia. Tragó saliva.
—El tatuaje en mi espalda… ella y yo nos lo hicimos esa semana. Nos
emborrachamos mucho una noche, y estaba tan fuera de mí que ni supe lo que me
puso en la espalda, hasta que tuve resaca.
Sus labios se crisparon.
—Espero que fuera algo bueno, al menos.
Su pecho se afligió, pero ella sonrió.
—Lo fue.
Hunt se sentó hacia adelante y le dio un golpecito al papel.
—Escríbelo.
Ella lo hizo.
»¿Qué hizo Danika ese día antes de que se hicieran el tatuaje? —preguntó él
La pregunta fue hecha con tranquilidad, pero él examinó cada movimiento de
ella. Como si él estuviese leyendo o sopesando algo que ella no podía entender.
Ansiosa de evitar esa mirada tan profunda, Bryce tomó el lapicero y comenzó a
escribir recuerdo tras recuerdo. Siguió escribiendo la recolección de ubicaciones de
Danika esa semana: ese tonto deseo de la Puerta en la Plaza Antigua, la pizza que ella
y Danika devoraron mientras estaban de pie en el mostrador de la cocina, bebiendo
cerveza y hablando mierda; el salón de belleza donde Bryce hojeó revistas
de chismes mientras a Danika le retocaban sus mechas púrpuras, azules y rosas; la
tienda dos cuadras donde ella y Thorne habían encontrado a Danika llenándose la
boca con una bolsa de frituras que todavía no había pagado y la molestaron durante
horas; la arena de sunball de la UCC donde ella y Danika se comieron con los ojos a
los jugadores sexys del equipo de Ithan durante la práctica y reclamaron sus
derechos sobre ellos… ella siguió escribiendo y escribiendo hasta que los muros
presionaron de nuevo.
Su rodilla rebotaba sin parar debajo de la mesa.
—Creo que debemos parar aquí por el día de hoy.
Hunt abrió su boca, echando un ojo a la lista, pero su teléfono vibró.
Agradeciendo a Urd por la oportuna intervención, Bryce miró el mensaje en la
pantalla y frunció el ceño. La expresión era aparentemente lo suficientemente
intrigante que Hunt miró por encima de su hombro.
Ruhn escribió: Nos vemos en el templo de Luna en treinta.
—¿Crees que tiene que ver con lo de anoche? —preguntó Hunt.
Bryce no respondió mientras mensajeaba, ¿Por qué?
Ruhn respondió, Porque es uno de los pocos lugares en esta ciudad sin cámaras.
—Interesante —murmuró ella—. ¿Crees que debería avisarle que irás?
La sonrisa de Hunt era pura malicia.
—Hel, no.
Bryce no pudo contenerse al sonreír igual.
21
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

Ruhn Danaan se apoyó contra uno de los pilares de mármol del santuario
interior del Templo de Luna y esperó a que llegara su hermana. Los turistas iban y
venían, tomando fotos, ninguno notaba su presencia, gracias al velo de sombras que
había puesto alrededor de sí mismo.
La habitación era grande, su techo era elevado. Tenía que serlo, para acomodar
la estatua en un trono en la parte de atrás.
Con diez metros de altura, Luna estaba en un tallado trono dorado, la diosa
cariñosamente rendida en piedra de luna brillante. Una tiara plateada de luna llena
sostenida por dos medias lunas adornaba su cabello rizado y recogido. A sus pies
con sandalias yacían lobos gemelos, sus ojos sombríos desafiaban a cualquier
peregrino a acercarse. En la parte posterior de su trono, un arco de oro sólido había
sido colgado, su carcaj lleno de flechas plateadas. Los pliegues de su túnica hasta el
muslo cubrían su regazo, ocultando los delgados dedos que descansaban allí.
Tanto los lobos como Fae reclamaron a Luna como su diosa patrona, ellos
habían ido a la guerra hace milenios para decidir quiénes eran sus favoritos. Y
aunque la conexión de los lobos con ella había sido tallada en la estatua con detalles
asombrosos, el toque Fae había estado perdido durante dos años. Tal vez el Rey de
Otoño tenía un punto sobre restaurar la gloria de los Fae. No de la manera arrogante
y burlona en la que pretendía hacerlo su padre, pero… la falta de herencia de los Fae
en la estatua erizó los nervios a Ruhn.
Unos pasos sonaron el patio más allá de las puertas del santuario, seguidos de
susurros emocionados y seguidos del clic de las cámaras.
—El patio en sí está inspirado en el de la Ciudad Eternal. —Decía una voz
femenina cuando un nuevo grupo de turistas ingresaba al templo, siguiendo a su
guía como bebés patos.
Y en la parte trasera del grupo había una cabellera de color rojo vino.
Y un par de alas grises demasiado reconocibles.
Ruhn apretó los dientes, ocultándose en las sombras. Al menos ella había
aparecido.
El grupo de turistas se detuvo en el centro del santuario, la guía habló en voz
alta mientras todos se dispersaban, los flashes de las cámaras se encendían como los
rayos de Athalar en la penumbra.
—Y aquí está, amigos: la estatua de la mismísima Luna. La diosa patrona de
Lunathion fue creada a partir de un solo bloque de mármol tallado en las famosas
Cerámicas de Caliprian por el río Melanthos hacia el norte. Este templo fue lo
primero construirse sobre los cimientos de la ciudad hace quinientos años; la
ubicación de esta ciudad fue seleccionada precisamente por la forma en que el río
Istros se curva a través de la tierra. ¿Alguien puede decirme qué forma tiene el río?
—¡Una media luna! —gritó Alguien, las palabras resonaron en los pilares de
mármol, pasando a través del rizado humo del cuenco de incienso colocado entre los
lobos a los pies de la diosa.
Ruhn vio a Bryce y Hunt escanear el santuario en busca de él, y dejó que las
sombras se dispersaran lo suficiente para que ellos pudieran encontrar su ubicación.
El rostro de Bryce no reveló nada. Athalar solo sonrió.
Jodidamente fantástico.
Con todos los turistas centrados en su guía, nadie notó la inusual pareja
cruzando el espacio. Ruhn mantuvo a raya a las sombras hasta que Bryce y Hunt lo
alcanzaron, y luego hizo que también los cubrieran.
Hunt solo dijo:
—Un buen truco.
Bryce no dijo nada. Ruhn trató de no recordar cuán encantada había estado una
vez cada vez que había demostrado cómo funcionaban sus sombras y luz de
estrellas; ambas mitades de su poder funcionando como uno solo.
—Pedí que vinieras tú. No él —dijo Ruhn.
Bryce entrelazó su brazo con el de Athalar, el retrato que montaban era ridículo:
Bryce con su elegante vestido de trabajo y tacones, el ángel con su traje de batalla
negro.
—Ahora estamos unidos por la cadera, desafortunadamente para ti. Somos los
mejores, mejores amigos.
—Los mejores —repitió Hunt, su sonrisa firme en su lugar.
Que Luna lo matara. Esto no terminaría bien.
Bryce asintió al grupo de turistas que seguía a su líder por el templo.
—Este lugar puede no tener ninguna cámara, pero ellos las tienen.
—Están enfocados en su guía —dijo Ruhn—. Y el ruido que están haciendo
enmascarará cualquier conversación que tengamos. —Las sombras solo podían
ocultarlos de la vista, no del sonido.
A través de finas ondas en las sombras, pudieron distinguir a una joven pareja
que rodeaba la estatua, tan ocupados tomando fotos que no notaron la oscuridad
más densa en la esquina más alejada. Pero Ruhn hizo silencio, y Bryce y Athalar
hicieron lo mismo.
Mientras esperaban que la pareja pasara, la guía continuó:
—Nos sumergiremos más en las maravillas arquitectónicas del interior del
santuario en un minuto, pero dirijamos nuestra atención a la estatua. El carcaj, por
supuesto, es oro real, las flechas hechas de plata pura con puntas de diamante.
Alguien dejó escapar un silbido apreciativo.
»Sí —dijo la guía—. Fueron donados por el Arcángel Micah, que es un
patrocinador e inversor en diversas organizaciones benéficas, fundaciones y
empresas innovadoras. —La guía continuó—: Desafortunadamente, hace dos años,
el tercero de los tesoros de Luna fue robado de este templo. ¿Alguien puede decirme
qué fue?
—El Cuerno —dijo alguien—. Estuvo en todas las noticias.
—Fue un robo terrible. Un artefacto que no se puede reemplazar fácilmente.
La pareja siguió adelante y Ruhn descruzó los brazos.
—Bueno, Danaan. Ve al grano. ¿Por qué le pediste a Bryce que viniera? —dijo
Huny
Ruhn hizo un gesto hacia donde los turistas estaban tomando fotos de la mano
de la diosa. Específicamente, los dedos que ahora se curvaban alrededor del aire,
donde una vez había estado un cuerno de caza de marfil agrietado.
—Porque el Rey de Otoño me encargó encontrar el Cuerno de Luna.
Athalar inclinó la cabeza, pero Bryce resopló.
—¿Es por eso que lo preguntaste anoche?
Fueron interrumpidos nuevamente por la guía turística que dijo, mientras se
movía hacia la parte trasera de la habitación:
—Si me siguen, se nos ha otorgado un permiso especial para ver la habitación
donde se preparan los sacrificios de ciervos para quemarlos en honor a Luna. —A
través de las turbias sombras, Bryce pudo distinguir una pequeña puerta que se
abría en la pared.
Cuando se fueron, Hunt preguntó, entrecerrando los ojos:
—¿Qué es exactamente el Cuerno?
—Un montón de basura de cuentos de hadas —murmuró Bryce—. ¿Realmente
me arrastraste aquí por esto? ¿Para qué… ayudarte a impresionar a tu papi?
Gruñendo, Ruhn sacó su teléfono, asegurándose de que las sombras los
rodearan, y sacó las fotos que había sacado en los archivos Fae anoche.
Pero no las compartió, no antes de decirle a Athalar:
—El cuerno de Luna era un arma empuñada por Pelias, el primer Príncipe
Nacido de la Estrella, durante las Primeras Guerras. Los Fae lo forjaron en su mundo
natal, lo nombraron por la diosa en su nuevo mundo y lo usaron para luchar contra
las hordas de demonios una vez que hicieron el Cruce. Pelias empuñó el Cuerno
hasta que murió. —Ruhn puso una mano sobre su pecho—. Mi antepasado, cuyo
poder fluye por mis venas. No sé cómo funcionó, cómo Pelias lo usó con su magia,
pero el Cuerno se convirtió en una molestia suficiente para los príncipes demonios
que hicieron todo lo posible para recuperarlo de él.
Ruhn extendió su teléfono, la imagen del manuscrito brillaba intensamente en
las espesas sombras. La ilustración del cuerno tallado levantado a los labios de un
macho Fae con casco era tan prístina como lo había sido cuando se entintó hace
milenios. Sobre la figura brillaba una estrella de ocho puntas, el emblema de los
Nacidos por la Estrella.
Bryce se quedó completamente quieta. La quietud de los Fae era como un ciervo
que se detiene en un bosque.
Ruhn continuó:
—El mismo Devorador de Estrellas engendró un nuevo horror solo para cazar
al Cuerno, usando un poco de sangre que logró derramar del Príncipe Pelias en un
campo de batalla y su propia esencia terrible. Una bestia salió de la colisión entre la
luz y la oscuridad. —Ruhn pasó su teléfono y apareció la siguiente ilustración. La
razón por la que la había hecho venir, por la que hecho tomado esta apuesta.
Bryce retrocedió ante el cuerpo grotesco y pálido, con los dientes claros al
descubierto en un rugido.
—Lo reconoces —dijo Ruhn suavemente.
Bryce se sacudió, como para volver a la realidad, y se frotó el muslo
distraídamente.
—Ese es el demonio que encontré atacando al ángel en el callejón esa noche.
Hunt le dirigió una mirada aguda.
—¿El que te atacó también?
Bryce asintió levemente.
—¿Qué es?
—Habita en las profundidades más oscuras del Foso —respondió Ruhn—. Tan
falto de luz que el Devorador de Estrellas lo llamó kristallos, por su sangre y dientes
claros.
—Nunca he oído hablar de ese —dijo Athalar.
Bryce contempló el dibujo.
—En… nunca hubo una mención de un jodido demonio en la investigación que
hice sobre el Cuerno. —Ella se encontró con su mirada—. ¿Nadie juntó esa
información hace dos años?
—Creo que ha tomado dos años juntar todo —dijo Ruhn cuidadosamente—.
Este volumen estaba en lo profundo de los archivos Fae, junto con cosas que no están
permitidas escanear. Ninguna de tus investigaciones lo habría encontrado. Toda la
maldita cosa estaba en el Antiguo Idioma Fae. —Y le había llevado la mayor parte de
la noche traducirlo. Y con la persistente niebla de la raíz de risas no había ayudado.
Bryce frunció el ceño.
—Pero el Cuerno estaba roto, era básicamente inútil, ¿verdad?
—Verdad —dijo Ruhn—. Durante la batalla final de las Primeras Guerras, el
Príncipe Pelias y el Príncipe del Foso se enfrentaron. Los dos lucharon durante tres
jodidos días, hasta que el Devorador de Estrellas dio el golpe fatal. Pero no antes de
que Pelias pudiera reunir todas las fuerzas del Cuerno y desterrar al Príncipe del
Foso, sus hermanos y ejércitos de regreso a Hel. Él selló la Grieta del Norte para
siempre, por lo que solo pequeñas grietas o invocaciones con sal pueden traerlos
ahora.
Athalar frunció el ceño.
—¿Entonces quieres decirme que este artefacto mortal, que el Príncipe del Foso
literalmente produjo una nueva especie de demonio para cazarlo, estaba aquí? ¿En
este templo? ¿Y nadie de este mundo o Hel intentó tomarlo hasta ese apagón? ¿Por
qué?
Bryce se encontró con la mirada incrédula de Hunt.
—El Cuerno se partió en dos cuando Pelias selló la Grieta del Norte. Su poder
estaba roto. Los Fae y los Asteri intentaron durante años renovarlo a través de la
magia y los hechizos y toda esa basura, pero no tuvieron suerte. Se le otorgó un lugar
de honor en los Archivos Asteri, pero cuando establecieron Lunathion unos milenios
después, lo dedicaron al templo aquí.
Ruhn sacudió la cabeza.
—El hecho de que los Fae entregaran el artefacto sugiere que habían descartado
su valor, que incluso mi padre podría haber olvidado su importancia. —Hasta que
fue robado, y se le había metido en la cabeza que sería un símbolo de poder de
levantamiento durante una posible guerra.
Bryce agregó:
—Pensé que era solo una réplica hasta que Jesiba me hizo comenzar a buscarlo.
—Se giró hacia Ruhn—. ¿Entonces crees que alguien ha estado convocando a este
demonio para cazar al Cuerno? ¿Pero por qué, cuando ya no tiene poder? ¿Y cómo
explica las muertes? ¿Crees que las víctimas de alguna manera… tuvieron contacto
con el Cuerno, y eso trajo al kristallos directo a ellos? —Ella continuó antes de que
cualquiera de ellos pudiera responder—: ¿Y por qué la brecha de dos años?
—Tal vez el asesino esperó hasta que las cosas se calmaran lo suficiente para
reanudar la búsqueda —reflexionó Hunter.
—Tu suposición es tan buena como la mía —admitió Ruhn—. Sin embargo, no
parece una coincidencia que el Cuerno desapareciera justo antes de que este
demonio apareciera, y que los asesinatos comenzaran de nuevo…
—Podría significar que alguien está buscando el Cuerno una vez más —terminó
Bryce, frunciendo el ceño.
—La presencia del kristallos en Lunathion sugiere que el Cuerno todavía está
dentro de los muros de la ciudad —dijo Hunt.
Bryce le dio a Ruhn una mirada.
—¿Por qué el Rey de Otoño de repente lo quiere?
Ruhn eligió sus palabras con cuidado.
—Llámalo orgullo. Quiere que sea devuelto a los Fae. Y quiere que yo lo
encuentre en silencio.
—¿Pero por qué pedirte a ti que busques el Cuerno? —preguntó Athalar.
Las sombras que los ocultaban se ondularon.
—Porque el poder del Príncipe Pelias Nacido de la Estrella estaba entretejido
en el propio Cuerno. Y está en mi sangre. Mi padre cree que yo podría tener algún
tipo de don sobrenatural para encontrarlo —admitió—. Cuando estaba hojeando los
Archivos anoche, este libro… saltó hacia mí.
—¿Literalmente? —preguntó Bryce con las cejas levantadas.
—Simplemente sentía que… él brillaba. No lo sé. Todo lo que sé es que estuve
allí durante horas, y luego sentí el libro, y cuando vi esa ilustración del Cuerno… ahí
estaba. La basura que traduje lo confirmó —dijo Ruhn.
—Así que el kristallos puede rastrear el Cuerno —dijo Bryce, con los ojos
brillantes—. Pero tú también puedes.
La boca de Athalar se curvó en una sonrisa torcida, captando la idea de Bryce.
—Encontramos al demonio, encontramos quién está detrás de esto. Y si
tenemos el Cuerno…
Ruhn hizo una mueca.
—El kristallos vendrá a por nosotros.
Bryce miró la estatua con las manos vacías detrás de ellos.
—Será mejor que te pongas a investigar, Ruhn.
Hunt se apoyó contra los pilares de entrada sobre los escalones que conducían
al Templo de Luna, con su teléfono al oído. Había dejado a Quinlan adentro con su
primo, necesitando hacer esta llamada telefónica antes de que pudieran resolver el
plan. Habría hecho la llamada allí mismo, pero en el momento en que abrió su lista
de contactos, se ganó un comentario de Bryce sobre teléfonos móviles en espacios
sagrados.
Que Cthona lo ayude. Negándose a decirle que se fuera a la mierda, decidió
evitarles una escena pública y salió por el patio bordeado de cipreses y hacia los
escalones de la entrada.
Cinco acólitas del templo emergieron de la villa en expansión detrás del templo,
llevando escobas y mangueras para limpiar los escalones del templo y las losas más
allá para lavarlas al mediodía.
Innecesario, quería decirles a las jóvenes hembras. Con la llovizna que
nuevamente adornaba la ciudad, las mangueras eran innecesarias.
Con los dientes apretados, escuchó el teléfono sonar y sonar.
—Contesta el maldito teléfono —murmuró.
Una acólita del templo de piel oscura, de cabello negro, túnica blanca y no más
de doce años, lo miró boquiabierta mientras pasaba, agarrando una escoba contra
su pecho. Casi hizo una mueca al darse cuenta del retrato de ira que ahora
presentaba, y comprobó su expresión.
La chica Fae aún se mantenía atrás, la luna creciente dorada colgando de una
delicada cadena en su frente brillando a la luz gris. Una luna creciente, hasta que se
convirtiera en sacerdotisa en pleno derecho al alcanzar la madurez, cuando
cambiara la media luna por el círculo completo de Luna. Y cuando su cuerpo
inmortal comenzaba a envejecer y desvanecerse, su ciclo se desvaneciéndose con él,
otra vez cambiaría el colgante, esta vez por una media luna menguante.
Todas las sacerdotisas tenían sus propias razones para ofrecerse a Luna. Para
abandonar sus vidas más allá de los terrenos del templo y abrazar la eterna doncella
de la diosa. Así como Luna no tuvo pareja ni amante, así vivirían ellas.
Hunt siempre había pensado que el celibato parecía aburrido. Hasta que Shahar
lo había arruinado para alguien más.
Hunt le ofreció a la acólita encogida su mejor intento de una sonrisa. Para su
sorpresa, la chica Fae le ofreció una pequeña de vuelta. La chica tenía coraje.
Justinian Gelos respondió al sexto timbre.
—¿Cómo está el trabajo de niñera?
Hunt se enderezó.
—No suenes tan divertido.
Justinian soltó una carcajada.
—¿Estás seguro de que Micah no te está castigando?
Hunt había considerado mucho la pregunta en los últimos dos días. Al otro lado
de la calle vacía, las palmeras salpicaban los pastos suaves de lluvia en el Parque de
la Oráculo brillaban a la luz gris, el edificio con cúpula de ónice del Templo del
Oráculo estaba oculto en las nieblas rodaban sobre el río.
Incluso al mediodía, el Parque de la Oráculo estaba casi vacío, salvo por las
formas encorvadas y dormidas de los desesperados Vanir y los humanos que
deambulaban por los senderos y jardines, esperando su turno para entrar en los
pasillos llenos de incienso.
Y si las respuestas que buscaban no eran lo que esperaban… bueno, el templo
de piedra blanca en cuyos escalones ahora se encontraba Hunt podría ofrecer algo
de consuelo.
Hunt miró por encima del hombro hacia el oscuro interior del templo, visible a
través de las imponentes puertas de bronce. A la luz de una hilera de braseros
relucientes, apenas podía distinguir el brillo del cabello rojo en la penumbra
silenciosa al interior del santuario, brillando como metal fundido mientras Bryce
hablaba animadamente con Ruhn.
— No —dijo Hunt al fin—. No creo que esta tarea fuera un castigo. Estaba sin
opciones y sabía que causaría más problemas si me dejaba en guardia cerca de
Sandriel . —Y Pollux.
No mencionó el trato que había hecho con Micah. No cuando Justinian también
llevaba el halo y Micah nunca había mostrado mucho interés en él más allá de su
popularidad con las tropas de la 33ra. Si había algún tipo de trato para ganar su
libertad, Justinian nunca había dicho una palabra.
Justinian dejó escapar un suspiro.
—Sí, la mierda se está poniendo intensa por aquí ahora mismo. La gente está
nerviosa y ella aún no ha llegado. Estás mejor donde estás.
Un macho Fae de ojos vidriosos tropezó al pasar los escalones del templo, echó
un buen vistazo a quién impedía la entrada al templo mismo y apuntó a la calle,
tambaleándose hacia el Parque de la Oráculo y el edificio abovedado en su corazón.
Otra alma perdida buscando respuestas en humo y susurros.
—No estoy tan seguro de eso —dijo Hunt—. Necesito que busques algo para mí,
un demonio de la vieja escuela. El kristallos. Simplemente busca en las bases de
datos y mira si aparece algo. —Le habría preguntado a Vik, pero ella ya estaba
ocupada revisando la coartada de la Reina Víbora.
—Me ocuparé de ello —dijo Justinian—. Enviaré un mensaje sobre cualquier
resultado —añadió—. Buena suerte.
—La necesitaré —admitió Hunt. De cien jodidas maneras.
—Aunque no hace daño que tu pareja sea agradable a la vista —dijo Justinian a
sabiendas.
—Me tengo que ir.
—Nadie recibe una medalla por sufrir más, ya sabes —presionó Justinian, su
voz deslizándose en una seriedad inusual—. Han pasado dos siglos desde que
Shahar murió, Hunt.
—Lo que sea. —No quería tener esta conversación. No con Justinian ni con
nadie.
—Es admirable que todavía la estés esperando, pero seamos realistas con…
Hunt colgó. Debatiendo arrojar su teléfono contra un pilar. Tenía que llamar a
Isaiah y Micah y comentarse sobre el Cuerno. Mierda. Cuando desapareció hace dos
años, los mejores inspectores de la 33ra y el Aux buscaron en este templo. No
encontraron nada. Y dado que no se permitían cámaras dentro de las paredes del
templo, no había ninguna pista de quién podría haberlo tomado. No había sido más
que una estúpida broma, todos habían afirmado.
Todos, excepto el Rey de Otoño, al parecer.
Hunt no había prestado mucha atención al robo del Cuerno, y seguro que no
había escuchado durante las lecciones de historia cuando era niño sobre las
Primeras Guerras. Y después de los asesinatos de Danika y la Manada de Demonios,
tenían cosas más importantes por las que preocuparse.
No podía decir qué era peor: el Cuerno posiblemente siendo una pieza vital de
este caso, o el hecho de que ahora tendría que trabajar junto a Ruhn Danaan para
encontrarlo.
22
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

Bryce esperó hasta que la musculosa espalda de Hunt y sus hermosas alas
desaparecieran por las puertas interiores del santuario antes de girarse hacia Ruhn.
—¿El Rey de Otoño lo hizo?
Los ojos azules de Ruhn brillaban en su nido de sombras o como sea que lo
llamara.
—No. Es un monstruo en muchos sentidos, pero no mataría a Danika.
Había llegado a esa conclusión la otra noche, pero preguntó.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? No tienes idea de cuál Hel es su agenda a
largo plazo.
Ruhn se cruzó de brazos.
—¿Por qué me pediría que buscara el Cuerno si está convocando al kristallos?
—¿Dos rastreadores son mejores que uno? —Su corazón retumbó.
—Él no está detrás de esto. Solo está tratando de aprovecharse de la situación,
para restaurar a los Fae a su antigua gloria. Ya sabes cómo le gusta engañarse a sí
mismo con ese tipo de basura.
Bryce arrastró sus dedos sobre la pared de sombras, la oscuridad recorriendo
su piel como niebla.
—¿Sabe que viniste a reunirte conmigo?
—No.
Ella sostuvo la mirada de su hermano.
—¿Por qué…? —Ella luchó con las palabras—. ¿Por qué molestarte?
—Porque quiero ayudarte. Porque esta mierda pone en riesgo a toda la ciudad.
—¡Cuán Elegido de tu parte!
El silencio se extendió entre ellos, tan tenso que tembló.
—El hecho de que trabajemos juntos no significa que nada cambie entre
nosotros. Tú encontrarás el Cuerno, y yo encontraré quién esté detrás de esto. Fin
de la historia —soltó ella.
—Bien —dijo Ruhn, sus ojos fríos—. De todas formas, no esperaba que
consideraras escucharme.
—¿Por qué debería escucharte? —dijo ella enfurecida—. Soy solo una puta
mestiza, ¿verdad?
Ruhn se puso rígido, ruborizándose.
—Sabes que fue una pelea tonta y no quise decirlo enserio.
—Sí, jodidamente lo hiciste —escupió, y giró sobre sus talones—. Puedes
vestirte como un rebelde punk contra las reglas de papi, pero en el fondo, no eres
mejor que el resto de los imbéciles Fae que besan tu Elegido trasero.
Ruhn gruñó, pero Bryce no esperó antes de moverse a través de las sombras,
parpadear ante el torrente de luz que la besó y girar hacia donde Hunt se había
detenido en la puerta.
—Vamos —dijo ella. No le importaba lo que él hubiera escuchado.
Hunt se quedó en el lugar, sus ojos negros parpadearon mientras miraba hacia
la sombra en el fondo de la habitación, donde su supuesto primo estaba nuevamente
velado en la oscuridad. Pero el ángel, por suerte, no dijo nada cuando se puso a su
lado, y ella no le dijo nada más.
Bryce prácticamente corrió de regreso a la galería. En parte para comenzar a
investigar de nuevo sobre el Cuerno, pero también gracias a la gran cantidad de
mensajes de Jesiba, que exigían saber dónde estaba, si todavía quería su trabajo y si
prefería ser convertida en rata o paloma. Y luego una orden para volver ahora a
recibir a un cliente.
Cinco minutos después de que Bryce llegara, el cliente de Jesiba, un furioso
idiota leopardo cambiaformas que creía que tenía derecho a poner sus patas sobre
su trasero, entró y compró una pequeña estatua de Solas y Cthona, retratado como
un sol con rasgos masculinos enterrando su rostro en un par de senos en forma de
montaña. La imagen sagrada se conocía simplemente como el Abrazo. Su madre
incluso llevaba su símbolo simplificado, un círculo ubicado sobre dos triángulos,
como un colgante de plata. Pero Bryce siempre había encontrado el Abrazo cursi y
cliché en cada encarnación. Treinta minutos y dos flagrantes rechazos a sus viciosas
invitaciones después, Bryce estaba afortunadamente sola de nuevo.
Pero en las horas que pasó buscando en las bases de datos de la galería por el
Cuerno de Luna no revelaron nada más allá de lo que ya sabía y de lo que su hermano
había dicho esa mañana. Incluso Lehabah, la extraordinaria reina del chisme no
sabía nada sobre el Cuerno.
Con Ruhn revisando los Archivos Fae para ver si alguna información era atraída
por su don de Nacido de la Estrella, supuso que tendría que esperar una
actualización.
Hunt había ido a monitorear el techo, aparentemente necesitando llamar a su
jefe, o lo que sea que Micah pretendiera ser, y a Isaiah con respecto al Cuerno. No
había intentado volver a la biblioteca, como si sintiera que ella necesitaba espacio.
Mira donde más duele. Siempre es ahí donde están las respuestas.
Bryce se encontró mirando la lista a medio terminar que había comenzado esa
mañana.
Es posible que no pueda encontrar mucho sobre el Cuerno en sí, pero tal vez
podría descubrir cómo Hel Danika estaba metida en todo eso.
Con manos temblorosas, se obligó a terminar la lista de los lugares donde había
estado Danika, hasta donde ella sabía.
Para cuando el sol se estaba poniendo, y Syrinx estaba listo para ser llevado a
casa, Bryce habría cambiado lo que quedaba de su alma a una Parca solo por la
comodidad de su cama. Había sido un día jodidamente largo, lleno de información
que necesitaba procesar y una lista que había dejado en el cajón de su escritorio.
También debió ser un largo día para Athalar, porque los siguió a ella y a Syrinx
desde los cielos sin decir una palabra.
Estaba en la cama a las ocho y ni siquiera recordaba haberse quedado dormida.
23
Traducido por Luneta
Corregido por Lieve

A la mañana siguiente, Bryce estaba sentada en el mostrador de recepción en la


sala de exposiciones de la galería, mirando su lista de las últimas ubicaciones de
Danika, cuando sonó su teléfono.
—El trato con el leopardo se concretó —dijo a Jesiba a modo de saludo. El
papeleo había finalizado hace una hora.
—Necesito que vayas a mi oficina y me envíes un archivo desde mi
computadora.
Bryce puso los ojos en blanco y se abstuvo de replicar: De nada, y preguntó:
—¿No tienes acceso a él?
—Me aseguré de que este no estuviera en la red.
Con las fosas nasales abiertas, Bryce se levantó, le palpitó un poco la pierna y
caminó hacia la pequeña puerta en la pared adyacente al escritorio. Con una mano
en el panel de metal al lado hizo que los encantamientos fueran desbloqueados, la
puerta se abriera para revelar la escalera delgada y alfombrada que subía.
—Cuando quiero que se hagan las cosas, Bryce, debes hacerlas. Sin preguntas.
—Sí, Jesiba —murmuró Bryce, subiendo las escaleras. Esquivar las manos
errantes del leopardo cambiaformas de ayer había herido algo en su pierna mala.
—¿Te gustaría ser un gusano, Bryce? —ronroneó Jesiba, su voz deslizándose a
algo inquietantemente cerca del tono de una Parca. Al menos Jesiba no era uno de
ellos, incluso si Bryce sabía que la hechicera a menudo trataba esos en la Casa de
Sombra y Llama. Sin embargo, gracias a los dioses, ninguno había aparecido en la
galería—. ¿Te gustaría ser un escarabajo de estiércol o un ciempiés?
—Preferiría ser una libélula. —Bryce entró en la pequeña y lujosa oficina de
arriba. Una de las paredes era un panel de vidrio que daba al piso de la galería un
nivel más abajo, el material completamente insonorizado.
—Ten cuidado con lo que me pides —continuó Jesiba—. Encontrarías que tu
boca inteligente se calla bastante rápido si te transformo. No tendrías ninguna voz
en absoluto.
Bryce calculó la diferencia horaria entre Lunathion y las costas occidentales de
Pangera y se dio cuenta de que Jesiba probablemente acababa de regresar de la
cena.
—Ese vino tinto de Pangera es embriagador, ¿no? —Estaba casi en el escritorio
de madera cuando se encendieron las luces. Un estante de ellas iluminó el arma
desmantelada que colgaba en la pared detrás del escritorio, el Rifle Matadioses
brillaba tan fresco como el día que había sido forjado. Podría haber jurado que un
leve gemido fue irradiado del oro y el acero, como si la legendaria arma letal todavía
sonara después de un disparo. Le inquietaba que estuviera aquí, a pesar de que
Jesiba lo había dividido en cuatro piezas, montadas como una obra de arte detrás de
su escritorio. Cuatro piezas que aún podían ensamblarse fácilmente, pero
tranquilizaba a sus clientes, incluso mientras les recordaba que ella estaba a cargo.
Bryce sabía que la hechicera nunca les había dicho de la bala de oro grabada de
quince centímetros en la caja fuerte al lado de la pintura en la pared derecha. Jesiba
se la había enseñado solo una vez, dejándola leer las palabras grabadas en la bala:
Memento Mori.
Las mismas palabras que estaban en el mosaico en el Mercado de Carne.
Parecía melodramático, pero una parte de ella se había maravillado de ello, de
la bala y del rifle, tan raros que solo unos pocos existieran en Midgard.
Bryce encendió la computadora de Jesiba, dejando que la mujer recitara las
instrucciones antes de enviar el archivo. Bryce estaba otra vez bajando las escaleras
cuando le preguntó a su jefa:
—¿Has oído algo nuevo sobre el Cuerno de Luna?
Una larga pausa contemplativa.
—¿Tiene que ver con esta investigación tuya?
—Tal vez.
La voz baja y fría de Jesiba era una encarnación de la casa a la que servía.
—No he escuchado nada. —Entonces ella colgó. Bryce apretó los dientes
mientras volvía a su escritorio en el piso de la sala de exposición.
Lehabah la interrumpió susurrando a través de la puerta de hierro.
—¿Puedo ver a Athie ahora?
—No, Lele.
Él también había mantenido su distancia esta mañana. Bien.
Mira donde más duele.
Tenía su lista de los paraderos de Danika. Desafortunadamente, ella sabía lo que
tenía que hacer a continuación. Lo que había despertado esta mañana temiendo. Su
teléfono sonó en su mano apretada, y Bryce se preparó para que Jesiba llamara a
darle un discurso interminable porque había jodido el archivo, pero era Hunt.
—¿Sí? —preguntó ella a modo de saludo.
—Ha habido otro asesinato.
Su voz era tensa, fría. Ella casi dejó caer el teléfono.
—¿Quien…?
—Todavía estoy recibiendo los detalles. Pero fue a unas diez cuadras de aquí,
cerca de la Puerta en la Plaza Antigua.
Su corazón latía tan rápido que apenas podía respirar para decir:
—¿Algún testigo?
—No. Pero vayamos allá. —Sus manos temblaron.
—Estoy ocupada —mintió.
Hunt hizo una pausa.
—No estoy jodiendo, Quinlan.
No. No, ella no podía hacerlo, soportarlo, verlo de nuevo.
Bryce se obligó a respirar, prácticamente inhalando los vapores de menta del
difusor.
—Hay un cliente en camino…
Él golpeó la puerta de la galería, sellando su destino.
—Nos vamos.

Todo el cuerpo de Bryce estaba tenso hasta el punto de casi temblar cuando
ella y Hunt se acercaron a las pantallas mágicas que bloqueaban el callejón a pocas
cuadras de la Puerta de la Plaza Antigua.
Ella trató de respirar, probó todas las técnicas sobre las que había leído y
escuchado para controlar su temor, esa sensación repugnante y repulsiva en su
estómago. Nada funcionó.
Ángeles, Fae y cambiaformas deambulaban por el callejón, algunos hablando en
radios o teléfonos.
—Un corredor encontró los restos —dijo Hunt mientras la gente se separaba
para dejarlo pasar—. Creen que sucedió en algún momento de anoche —agregó
cuidadosamente—. La 33ra todavía está trabajando para obtener una identificación,
pero por la ropa, parece una acólita del Templo de Luna. Isaiah ya está preguntando
a las sacerdotisas del templo quién podría estar desaparecido.
Todos los sonidos se convirtieron en un zumbido a todo volumen. No recordaba
haber llegado aquí.
Hunt rodeó la pantalla mágica bloqueando la vista de la escena del crimen, echó
un vistazo a lo que había allí y juró. Se giró hacia ella, como si se diera cuenta de
hacia qué la estaba arrastrando, pero era demasiado tarde.
La sangre había salpicado los ladrillos del edificio, acumulada sobre las piedras
agrietadas del piso en el callejón, salpicada a los lados del contenedor de basura. Y
al lado de ese contenedor de basura, como si alguien los hubiera lanzado de un cubo,
había grupos de pulpa roja. Una túnica desgarrada yacía al lado de la carnicería.
El zumbido se convirtió en un rugido. Su cuerpo se alejó más.
Danika aullando de risa, Connor guiñándole un ojo, Bronson y Zach y Zelda y
Nathalie y Thorne, todos soltando risas histéri…
Entonces no había nada más que pulpa roja. Todos ellos, todo lo que habían sido,
todo lo que ella había pasado con ellos, se convirtieron en montones de pulpa roja.
Ido ido ido…
Una mano le agarró el hombro. Pero no la mano de Athalar. No, Hunt se quedó
donde estaba, con el rostro ahora duro como una piedra.
Ella se encogió cuando Ruhn le dijo al oído:
—No necesitas ver esto.
Este era otro asesinato. Otro cuerpo. Otro año.
Una medwitch incluso se arrodilló ante el cuerpo, una varita zumbando con luz
en sus manos, tratando de reconstruir el cadáver, una niña.
Ruhn tiró de ella, hacia la pantalla y al aire libre más allá… el movimiento la
sacudió. Rompió el zumbido en sus oídos.
Ella liberó su cuerpo de su agarre, sin importarle si alguien más los veía, sin
importarle que él, como jefe de las unidades Fae del Aux, tuviera derecho a estar
aquí.
—Joder, no me toques —dijo ella.
La boca de Ruhn se apretó. Pero él miró por encima del hombro a Hunt.
—Eres un imbécil —dijo Ruhn.
Los ojos de Hunt brillaron.
—Le advertí en el camino sobre lo que vería. —Luego agregó un toque con
pesar—: No me di cuenta de que sería un desastre. —Él le había advertido, ¿verdad?
Se había alejado tanto dentro de sí que apenas había escuchado a Hunt en el camino.
Tan aturdida como si hubiera inhalado un montón de droga—. Ella es una mujer
adulta. No necesita que decidas lo que puede manejar —agregó Hunt. Asintió hacia
la salida del callejón—. ¿No deberías estar investigando? Te llamaremos si eres
necesitado, principito.
—Jódete —replicó Ruhn, con sombras cruzando su cabello. Otros lo estaban
notando ahora—. ¿No crees que es más que una coincidencia que una acólita haya
muerto justo después de que fuimos al templo?
Sus palabras no se registraron. Nada de eso se registró.
Bryce se apartó del callejón, del montón de investigadores.
—Bryce… —dijo Ruhn.
—Déjame en paz —dijo en voz baja, y siguió caminando. No debería haber
dejado que Athalar la intimidara para que viniera, no debería haber visto esto, no
debería haber tenido que recordar.
Una vez, ella podría haber ido directamente al estudio de baile. Habría bailado
y movido su cuerpo hasta que el mundo volviera a tener sentido. Siempre había sido
su refugio, su manera de descifrar el mundo. Iba al estudio cada vez que tenía un día
de mierda.
Habían pasado dos años desde que había puesto un pie en uno. Había tirado
toda su ropa y zapatos de baile. Sus bolsos. De todos modos, el que estaba en el
apartamento había estado salpicado de sangre. La de Danika, Connor y Thorne
estaban las sábanas de la habitación, y la Zelda y Bronson en su bolso de repuesto,
que había quedado colgado junto a la puerta. Patrones de sangre como…
Un aroma a lluvia inundó su nariz mientras Hunt se hacía al lado de ella. Y ahí
estaba. Otro recuerdo de esa noche.
—Oye —dijo Hunt.
Oye, le había dicho él, hace mucho tiempo. Ella había sido un desastre, un
fantasma, y luego él había estado allí, arrodillado a su lado, esos ojos oscuros
ilegibles mientras él decía “Oye”.
Ella no le había dicho que recordaba aquella noche en la sala de interrogatorios.
Estaba segura por Hel que no tenía ganas de decírselo ahora.
Si tuviera que hablar con alguien, explotaría. Si tuviera que hacer algo en este
momento, ella se hundiría en una de esas iras sin fondo de los Fae y…
La neblina comenzó a deslizarse sobre su visión, sus músculos se apretaron
dolorosamente, sus dedos se curvaron como si se imaginara estar destrozando a
alguien.
—Aléjate y despeja tu cabeza —murmuró Hunt.
—Déjame en paz, Athalar.
Ella no lo miraría. No podía soportarlo a él ni a su hermano ni a nadie. Si el
asesinato de la acólita había sido por su presencia en el templo, ya sea como una
advertencia o porque la niña podría haber visto algo relacionado con el Cuerno, si
accidentalmente ellos habían provocado su muerte… sus piernas seguían
moviéndose, más y más rápido. Hunt no titubeó ni por un segundo.
Ella no lloraría. No se disolvería en un desastre hiperventilante en la esquina de
la calle. No gritaría ni vomitaría o…
—Estuve allí esa noche —dijo Hunt después de otra cuadra.
Ella siguió caminando, sus pies devorando el pavimento.
—¿Cómo sobreviviste al kristallos? —preguntó Hunt.
Sin duda él había mirado el cuerpo ahora y se preguntó justo esto. ¿Cómo
sobrevivió ella, una mestiza patética, cuando los Vanir purasangre no lo habían
hecho?
—No sobreviví —murmuró ella, cruzando una calle y rodeando un auto en
movimiento en la intersección—. Escapé.
—Pero el kristallos atrapó a Micah, le abrió el pecho…
Ella casi tropezó con sus pasos y se giró para mirarlo boquiabierto.
—¿Ese era Micah?
24
Traducido por Reshi
Corregido por Lieve

Ella había salvado a Micah Domitus esa noche.


No a un legionario al azar, sino al mismísimo maldito Arcángel.
No es de extrañar que la alarma de emergencia se hubiera puesto en acción tan
rápido cuando rastrearon el número telefónico.
El conocimiento se extendía a través de ella, deformando y despejando parte de
la niebla alrededor de sus recuerdos.
—Salvé al Gobernador en el callejón
Hunt solo asintió lentamente.
La voz de ella agudizó.
—¿Por qué es un secreto?
Hunt esperó hasta que una multitud de turistas pasara antes de decir:
—Por su bien. Si se corriera la voz de que el Gobernador te había dejado salvarle
su trasero, no se habría visto bien para él.
—¿Especialmente cuando fue salvado por una mestiza?
—Nadie nunca en nuestro grupo usa ese término, lo sabes, ¿verdad? Pero sí.
Pensamos en cómo se vería una hembra semi Fae de veintitrés años que no ha hecho
su Descenso salvando al Arcángel cuando ni él mismo pudo salvarse.
Su sangre rugía en sus oídos.
—¿Por qué no decirme? Busqué en todos los hospitales, solo para ver si había
logrado salvarse. —Mas que eso, en realidad. Había exigido respuestas sobre el
estado del guerrero, pero había sido puesta en espera o ignorada o le habían pedido
que se fuera.
—Lo sé —dijo Hunt, estudiando su rostro—. Se consideró más sabio
mantenerlo en secreto. Especialmente cuando tu teléfono fue hackeado justo
después…
—Así que iba a vivir en la ignorancia para siempre.
—¿Querías una medalla o algo? ¿Un desfile?
Ella se detuvo tan rápido que Hunt tuvo que extender sus alas para detenerse
también.
—Vete a la mierda. Lo que quería… —Ella intentó calmar las respiraciones
agudas e irregulares que la cegaban, picaban bajo su piel—. Lo que quería —siseó
ella, reanudando su caminata mientras él la miraba—. Era saber que algo de lo que
hice hizo una diferencia esa noche. Asumí que lo habían tirado al Istros, que era un
soldado legionario que no merecía el honor de una Despedida.
Hunt negó con la cabeza.
—Mira, sé que fue una mierda. Y lo lamento, ¿de acuerdo? Lo lamento por todo,
Quinlan. Lo siento por no decírtelo, y lamento que estés en mi lista de sospechosos,
lamento…
—¿Estoy en tu qué? —espetó ella. Su visión se nubló de rojo mientras mostraba
sus dientes—. Después de todo esto —siseo ella—, ¿crees que soy una jodida
sospechosa? —gritó las últimas palabras, solo su voluntad era lo que le impedía que
saltara sobre él y destrozara su rostro.
Hunt levantó las manos.
—Mierda, Bryce. Eso no sonó bien. Mira… tuve que considerar cada ángulo, cada
posibilidad, pero ahora lo sé… Solas, cuando vi tu rostro en ese callejón, me di cuenta
de que no podrías haber sido tú y…
—Sal jodidamente de mi vista.
Él la miró, evaluándola, y luego extendió sus alas. Ella se negó a retroceder un
paso, todavía gruñendo. El viento de sus alas revolvió su cabello, lanzando su aroma
de cedro y lluvia en rostro mientras se alzaba hacia el cielo.
Mira donde más duele.
A la mierda la Reina Víbora. A la mierda todo.
Bryce comenzó a correr, un paso rápido y constante, a pesar de los endebles
zapatos bajos que se había puesto en la galería. No correr hacía nada o de algo, solo
quería moverse. Sentir el golpe de sus pies sobre el pavimento y su respiración
aumentando.
Bryce corrió y corrió, hasta que los sonidos regresaron y la neblina retrocedió,
y pudo escapar del laberinto de gritos en su mente. No era baile, pero serviría. Bryce
correría hasta que su cuerpo gritara que se detuviera, correría, aunque su teléfono
comenzó a sonar y se preguntó si la propia Urd había extendido una mano de oro.
La llamada fue rápida, sin aliento.
Minutos más tarde, Bryce redujo la velocidad mientras se acercaba al Cuervo
Blanco. Y luego se detuvo por completo antes de llegar a la alcoba ubicada justo al
lado de las puertas de servicio. El sudor corría por su cuello, empapando su vestido
verde. Volvió a sacar su teléfono.
Pero no llamaría a Hunt. Él no la había detenido, pero sabía que estaba
vigilándola.
Unas gotas de lluvia salpicaron el pavimento. Esperaba que cayeran sobre
Athalar toda la noche.
Sus dedos vacilaron en la pantalla, suspiró, sabiendo que no debería hacerlo.
Pero lo hizo. De pie en esa misma alcoba donde había intercambiado algunos de
sus últimos mensajes con Danika, sintió un tirón. Sus ojos quemaron.
Se desplazó hacia arriba, más allá de todas esas últimas palabras felices y
bromas. A la foto que Danika había enviado esa tarde de ella y de la manada en el
juego de sunball, vestidos con ropa del equipo de la UCC. En el fondo, Bryce podía
distinguir a los jugadores en el campo, entre ellos la poderosa figura de Ithan.
Pero su mirada se desvió hacia el rostro de Danika. Aquella amplia sonrisa que
ella conocía tan bien como la suya.
Te amo, Bryce. El recuerdo desgastado de aquel día a mediados de mayo durante
su último año tiró de ella, la absorbió.
El pavimento caliente raspó las rodillas de Bryce a través de sus jeans destrozados,
con las manos raspadas temblando mientras las mantenía entrelazadas detrás de
cabeza, donde se le había ordenado tenerlas. El dolor en su brazo cortado con un
cuchillo. Fracturado. Los machos le hicieron levantar los brazos de todas formas.
La motocicleta robada no era más que chatarra en la polvorienta carretera, el
semirremolque sin marcas se detuvo a más de seis metros de distancia, quedándose en
modo neutral. El rifle había sido arrojado a los árboles verdes más allá del camino de
la montaña. Arrancado de las manos de Bryce en el accidente que las había conducido
hasta aquí. El accidente del que Danika la protegió, envolviendo su cuerpo alrededor
del de Bryce. Danika había recibido todo el golpe sobre el pavimento por ambas.
A unos metros de distancia, con las manos también detrás de la cabeza, Danika
sangraba en tantos lugares que su ropa estaba empapada. ¿Cómo habían llegado a
esto? ¿cómo las cosas habían ido tan mal?
—¿Dónde están las malditas balas? —El macho del camión gritó a sus cómplices,
su arma vacía, esa benditamente inesperada arma vacía, apretada en su mano.
Los ojos acaramelados de Danika estaban muy abiertos, buscando, mientras
permanecían en el rostro de Bryce.
Angustia, dolor, miedo y arrepentimiento, todo estaba escrito allí.
—Te amo, Bryce. —Las lágrimas cayeron por la cara de Danika—. Y lo siento.
Ella nunca había dicho esas palabras. Nunca. Bryce se había burlado de ella
durante los últimos tres años por eso, pero Danika se había negado a decírselas.
Un movimiento llamó la atención de Bryce a su izquierda. Había encontrado balas
en la cabina del camión. Pero su mirada se quedó en Danika. En ese hermoso y feroz
rostro.
Se dejó ir, como una llave en una cerradura. Como los primeros rayos de sol sobre
el horizonte.
—Cierra los ojos, Danika —susurró Bryce, mientras esas balas se acercaban al
arma y al monstruoso que la empuñaba.
Bryce parpadeó, el recuerdo brillante reemplazado por la foto todavía brillando
en su pantalla. De Danika y la Manada de Demonios años después, tan felices, jóvenes
y vivos.
A pocas horas de su verdadero final.
Los cielos se abrieron y alas se agitaron por encima, recordándole la presencia
flotante de Athalar. Pero no se molestó en mirar mientras entraba al club.
25
Traducido por Freya
Corregido por Lieve

Hunt sabía que la había jodido. Y tendría serios problemas con Micah… si Micah
se enteraba que había revelado la verdad acerca de esa noche.
Dudaba que Quinlan hubiera hecho esa llamada, ya fuera a la hechicera o a la
oficina de Micah, y se aseguraría de que no la hiciera. Tal vez la sobornaría con un
nuevo par de zapatos o algún bolso o cualquier mierda que fuera lo suficientemente
atractivo para mantener su boca cerrada. Un error, un paso en falso, y tenía pocas
ilusiones acerca de cómo reaccionaría Micah.
Permitió que Quinlan corriera por la ciudad, siguiéndola desde la Plaza Antigua
hacia el oscuro páramo de los Prados de Asphodel, luego hacia el DCC y de vuelta a
la Plaza Antigua otra vez.
Hunt voló por encima de ella, escuchando la sinfonía de bocinazos de los autos,
y el fresco viento de abril susurrar a través de las palmeras y cipreses. Brujas en
escobas se elevaban por las calles, algunas lo suficientemente bajo para tocar el
techo de los autos mientras pasaban. Tan diferentes a los ángeles, Hunt consideró,
que siempre se mantenían por encima de los edificios cuando volaban. Como si las
brujas quisieran formar parte del bullicio por el que los ángeles se definían por
evitar.
Mientras seguía a Quinlan, Justinian lo había llamado con la información acerca
del kristallos, lo que había aportado un montón de nada. Algunos mitos que
coincidían con lo que ya sabían. Vik había llamado cinco minutos después de eso: la
coartada de la Reina Víbora había sido verificada.
Entonces había llamado Isaiah, confirmando que la víctima del callejón era en
efecto una acólita desaparecida. Sabía que las sospechas de Danaan eran correctas:
no podía ser coincidencia que habían estado en el templo ayer, hablando acerca del
Cuerno y el demonio que había asesinado a Danika y la Manada de Demonios, y
ahora una de sus acólitas había muerto en las garras del kristallos.
Una Fae. Apenas era una niña. Ácido quemó por su estómago al pensarlo.
No debió haber llevado a Quinlan a la escena del asesinato. No debió haberla
presionado para ir, estaba tan cegado por su maldita necesidad de resolver esta
investigación rápidamente que no había pensado dos veces en la vacilación de ella.
No se había dado cuenta sino hasta que la vio mirar el cuerpo hecho puré, hasta
que su rostro se puso pálido como la muerte, que su silencio no era calma en lo
absoluto. Era conmoción. Trauma. Horror. Y él la había empujado hacia ello.
La había jodido, y Ruhn había tenido razón al reprocharle eso, pero… mierda.
Había echado un vistazo al rostro ceniciento de Quinlan y había sabido que ella
no estaba detrás de esos asesinatos, o incluso remotamente involucrada. Y él era un
gigante y jodido imbécil por tan siquiera considerar esa idea. Por tan siquiera decirle
que ella había estado en su lista.
Frotó su rostro. Deseó que Shahar estuviera aquí, volando a su lado. Ella
siempre lo dejaba hablar de diversas estrategias o problemas durante los cinco años
que había estado con su 18va, siempre escuchaba, y hacia preguntas. Lo retaba de
una manera que nadie más lo había hecho.
Para cuando había pasado una hora y comenzado a llover, Hunt había planeado
todo un discurso. Dudaba que Quinlan quisiera oírlo, o que admitiera lo que había
sentido hoy, pero le debía una disculpa. Había perdido tantas partes esenciales de sí
mismo a lo largo de estos siglos de esclavitud y guerra, pero le gustaba pensar que
no había perdido su decencia básica. Al menos no todavía.
Después de completar esos más de dos mil asesinatos, que aún debía cometer
si fracasaba al resolver este caso, no podía imaginarse que aún la conservara. Si la
persona en la que se convertiría en ese punto merecería libertad, no lo sabía. No
quería pensar en eso.
Pero entonces Bryce recibió una llamada, recibió, no hizo, gracias a la mierda, y
no detuvo su carrera para contestarla. Estando demasiado elevado para escuchar,
solo podía observarla cambiar de dirección otra vez y dirigirse, se dio cuenta diez
minutos después, a la calle Archer.
Justo cuando la lluvia aumentaba, ella pausó afuera del Cuervo Blanco y pasó
unos minutos en su teléfono. Pero a pesar de tener una vista tan aguda como la de
un águila, no podía distinguir qué estaba haciendo. Así que observó desde el tejado
adyacente, y debió haber checado su propio teléfono una docena de veces en esos
cinco minutos, como un patético y jodido fracasado, esperando que ella le enviara
un mensaje.
Y justo cuando la lluvia se convirtió en un aguacero, ella guardó su teléfono,
caminó más allá de los porteros con un pequeño saludo, y desapareció en el Cuervo
Blanco sin siquiera mirar hacia arriba.
Hunt aterrizó, haciendo que Vanir y humanos se deslizaran por la acera. Y el
portero mitad lobo, mitad daemonaki tuvo el coraje de en realidad extender una
mano.
—La fila está a la derecha —gruñó el macho a su derecha.
—Estoy con Bryce —dijo él.
—Te jodes. La fila está a la derecha —dijo el otro guardia.
La fila, a pesar de aún ser temprano, ya daba la vuelta a la calle.
—Estoy aquí por asuntos de la legión —dijo Hunt, buscando su placa,
dondequiera que la había jodidamente puesto.
La puerta se entreabrió, y una impresionante mesera Fae se asomó.
—Riso dice que él puede entrar, Crucius.
El guardia que habló primero se limitó a sostener la mirada de Hunt.
Hunt sonrió burlonamente.
—En otra ocasión. —Y entró siguiendo a la hembra.
El aroma a sexo, licor y sudor que lo golpeó incrementó cada uno de sus
instintos con una velocidad vertiginosa mientras cruzaban el patio encercado en
vidrio y subían los escalones. Los pilares medianamente abollados estaban
iluminados por luces moradas.
Nunca había puesto un pie en el club, siempre obligaba a Isaiah o a alguno de
los otros a que lo hiciera. Mayormente porque sabía que no era mejor a los palacios
y villas de campo de los Arcángeles de Pangera, donde los festines se convertían en
orgías que duraban días. Todo esto mientras la gente moría de hambre a meros
pasos de distancia de aquellas villas, tanto humanos como Vanir hurgaban las pilas
de basura en busca de cualquier cosa que llenara el vientre de sus hijos. Él conocía
su temperamento y detonadores lo suficientemente bien como para mantenerse
jodidamente lejos.
Algunas personas murmuraron cuando él pasaba por su lado. Él solo mantuvo
su mirada en Bryce, quien ya estaba en una cabina entre dos pilares tallados,
bebiendo de una copa con algún líquido transparente, vodka o ginebra. Con todos
los aromas aquí, no podía distinguirlo.
Sus ojos se elevaron hacia él sobre el borde de su copa mientras sorbía.
—¿Cómo tú entraste aquí?
—Es un lugar público, ¿verdad?
Ella no respondió. Hunt suspiró, y estaba a punto de sentarse para ofrecerle esa
disculpa cuando percibió el olor a jazmín, vainilla y…
—Disculpe, señor… oh. Uhm. Erm.
Se encontró mirando a una adorable fauno, vestida con una camiseta blanca y
falda lo suficientemente corta para mostrar sus largas piernas desnudas y delicadas
pezuñas. El arco suave de sus cuernos estaba casi oculto en un enrollado moño de
cabello rizado, su piel morena espolvoreada con dorado que brillaba bajo las luces
del club. Dioses, era hermosa.
Juniper Andromeda: la amiga de Bryce en el ballet. Había leído su expediente
también. La bailarina miró entre Hunt y Quinlan.
—Yo… yo… espero no estar interrumpiendo nada…
—Él ya se estaba yendo —dijo Bryce, vaciando su copa.
Él finalmente se deslizó dentro de la cabina.
—Justo estaba llegando. —Extendió una mano en dirección a la fauno—. Es un
placer conocerte. Soy Hunt.
—Sé quién eres —dijo la fauno, su voz ronca.
El apretón de Juniper fue ligero pero firme. Bryce rellenó su copa con una
garrafa de un líquido claro y bebió profundamente.
—¿Ordenaste comida? —preguntó Juniper—. Acabo de terminar el ensayo y
muero de hambre.
Aunque la fauno era delgada, tenía una firme musculatura, era fuerte como Hel
debajo de esa agraciada apariencia.
Bryce elevó su bebida.
—Estoy teniendo una cena líquida.
Juniper frunció el ceño. Pero le pregunto a Hunt:
—¿Quieres comida?
—Hel, sí.
—Puedes ordenar lo que quieras… lo conseguirán para ti. —Levantó una mano,
haciendo una seña a una mesera—. Yo quiero una hamburguesa vegetariana, sin
queso, con papas fritas a un lado, aceite vegetal únicamente para cocinarlas, y dos
pedazos de pizza… usando queso a base de plantas, por favor. —Mordió su labio,
entonces le explicó a Hunt—: No consumo productos de origen animal.
Para un fauno, la carne y los lácteos eran abominaciones. La leche se usaba
únicamente para alimentar a los bebés recién nacidos.
—Entiendo —dijo él—. ¿Te incomoda si yo lo hago?
Había combatido junto a faunos a lo largo de los siglos. Algunos no eran capaces
de soportar la visión de la carne. A algunos no les importaba. Siempre valía la pena
preguntar.
Juniper parpadeo, pero sacudió su cabeza.
Le ofreció una sonrisa a la camarera mientras decía:
—Quiero… un ojo de costilla con hueso y judías verdes asadas.
¿Qué Hel? Él miró a Bryce, que engullía su licor como si fuera un batido de
proteína.
Ella todavía no había cenado, y aunque él había estado distraído esa mañana
cuando ella había emergido de su habitación vistiendo únicamente un sujetador rosa
brillante de encaje y ropa interior a juego, había notado a través de la ventana de la
sala de estar que tampoco había desayunado, y dado a que no había llevado nada
para almorzar ni había encargado nada, estaba dispuesto a apostar que tampoco
había almorzado.
Así que Hunt dijo:
—Ella tendrá kofta de cordero con arroz, garbanzos asados y pepinillos a un
lado. Gracias.
La había observado ir a comprar el almuerzo algunas veces, y había olfateado
precisamente qué había dentro de sus bolsas para llevar. Bryce abrió la boca, pero
la mesera ya se había ido. Juniper los contempló nerviosamente. Como si supiera
exactamente lo que Bryce estaba a punto de…
—¿También cortarás mi comida?
—¿Qué?
—El hecho de que seas un grande y fuerte imbécil, no significa que tengas el
derecho a decidir cuándo debo comer, o cuándo no estoy cuidando mi cuerpo. Soy
yo la que vive en él, y yo sé cuándo jodidamente quiero comer. Así que mantén tu
posesiva y agresiva mierda para ti mismo.
El trago de Juniper fue audible por encima de la música.
—¿Fue un largo día de trabajo, Bryce?
Bryce extendió la mano para tomar su copa otra vez. Pero Hunt se movió
rápidamente, envolviendo con su mano la muñeca de Bryce y fijándola en la mesa
antes de que pudiera engullir más licor.
—Quítame tu jodida mano de encima —gruñó ella.
Hunt le lanzó una media sonrisa.
—No seas tan cliché. —Sus ojos hervían—. ¿Tienes un día duro y vienes a
ahogarte en vodka? —resopló, soltando su muñeca y tomando la copa. La llevó a sus
labios, manteniendo su mirada por encima el borde mientras decía—: Al menos
dime que tienes buen gusto en… —Olfateó el licor. Lo probó—. Esto es agua.
Ella cerró sus manos formando puños sobre la mesa.
—No bebo alcohol.
—Yo invité a Bryce esta noche —dijo Juniper—. Hace mucho que no nos vemos,
y tengo que reunirme con algunos de los miembros de la compañía aquí en un rato,
así que…
—¿Por qué no bebes? —preguntó Hunt a Bryce.
—Tú eres el Umbra Mortis. Estoy segura de que puedes descifrarlo. —Bryce se
deslizo fuera de la cabina, forzando a Juniper a levantarse—. Aunque considerando
que pensaste que había matado a mi mejor amiga, tal vez no puedas. —Hunt se erizó,
pero Bryce solo declaró—: Voy al baño.
Entonces caminó directamente hacia la multitud en la antiquísima pista de
baile, la multitud la engulló mientras serpenteaba hacia la distante puerta en medio
de dos pilares en la parte trasera del espacio.
El rostro de Juniper estaba tenso.
—Iré con ella.
Y entonces se fue, moviéndose ágil y velozmente, dos machos la miraron
boquiabiertos mientras pasaba. Juniper los ignoró. Alcanzó a Bryce en medio de la
pista de baile, deteniéndola con una mano en el brazo. Juniper sonrió, tan radiante
como las luces a su alrededor, y comenzó a hablar, señalando a la cabina, el club. La
expresión de Bryce permaneció fría como la piedra. Aún más fría.
Machos se acercaron, vieron esa expresión, y no se atrevieron a acercarse más.
—Bueno, sí está molesta contigo, me hará lucir mejor. —Una voz masculina
arrastró las palabras a su lado.
Hunt no se molestó en lucir agradable.
—Dime que encontraste algo.
El Príncipe Heredero de los Fae de Valbara se apoyó en el borde de la cabina,
sus impresionantes ojos azules deteniéndose en su prima. Sin duda había usado esas
sombras suyas para escabullirse sin que Hunt lo notara.
—Negativo. Recibí una llamada del dueño del Cuervo para decirme que ella
estaba aquí. Ella estaba en tan mal estado cuando se fue de la escena del crimen que
quería asegurarme de que estaba bien.
Hunt no podía discutir con eso. Así que no dijo nada.
Ruhn asintió hacia donde estaban las hembras inmóviles en medio del mar de
bailarines.
—Ella solía bailar, sabes. Si hubiera podido, habría ido al ballet como Juniper.
Él no lo sabía, no realmente. Esos datos habían sido anomalías en su expediente.
—¿Por qué lo dejó?
—Tendrías que preguntárselo. Pero dejó de bailar completamente después de
la muerte de Danika.
—Y de beber, o así parece.
Hunt miró hacia su abandonado vaso de agua.
Ruhn siguió la dirección de su mirada. Si estaba sorprendido, el príncipe no lo
dejó mostrar.
Hunt tomó un sorbo del agua de Bryce y sacudió su cabeza. No era una chica
fiestera después de todo, solo estaba satisfecha con dejar que el mundo creyera lo
peor de ella.
Incluyéndolo. Hunt movió sus hombros, sus alas moviéndose con él, mientras la
miraba en la pista de baile. Sí, la había jodido. Magníficamente.
Bryce miró hacia la cabina y cuando vio a su primo allí… había trincheras en Hel
más cálidas que la mirada que le dio a Ruhn.
Juniper siguió su mirada.
Bryce dio un paso en dirección a la cabina cuando el club explotó.
26
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

Un minuto, Athalar y Ruhn estaban hablando. Un minuto, Bryce estaba a punto


de atacarlos a ambos por su protección de alfaimbéciles, asfixiándola incluso desde
lejos. Un minuto, estaba tratando de no ahogarse en el peso que la había arrastrado
bajo esa superficie negra tan familiar. Ninguna cantidad de salir a correr podría
liberarla de eso, comprarle un sorbo de aire.
Al siguiente, sus oídos quemaron, el suelo se desgarró debajo de ella, el techo
llovió, la gente gritó, la sangre salpicó, el miedo perfumó el aire, y ella se retorció,
lanzándose a por Juniper.
El estridente e incesante zumbido llenó su cabeza.
El mundo se había inclinado.
O tal vez eso fue porque yacía tendida en el suelo destrozado, con escombros y
metralla y partes de cuerpos a su alrededor.
Pero Bryce se mantuvo abajo, arqueándose sobre Juniper, que podría haber
estado gritando.
Ese estridente zumbido no paraba. Ahogaba cualquier otro sonido. Tenía una
capa de cobre en su boca, sangre. El yeso cubría su piel.
—Levántate. —La voz de Hunt atravesó el zumbido, los gritos, los chillidos, y
sus fuertes manos se envolvieron alrededor de sus hombros. Ella se golpeó contra
él, quitándola de encima de Juniper…
Pero Ruhn ya estaba allí, la sangre corriendo de su sien mientras ayudaba a su
amiga a ponerse de pie.
Bryce miró cada centímetro de Juniper: yeso y polvo y la sangre verde de
alguien más, pero ni un rasguño, ni un rasguño, ni un rasguño.
Bryce se balanceó de nuevo hacia Hunt, quien agarró sus hombros.
—Tenemos que irnos. Ahora —dijo el ángel a Ruhn, ordenando a su hermano
como un soldado—. Podría haber más.
Juniper se salió del agarre de Ruhn y le gritó a Bryce:
—¿Estás loca?
Sus oídos… sus oídos no dejaban de zumbar, y tal vez su cerebro estaba
goteando porque no podía hablar, no podía recordar cómo usar sus miembros.
Juniper se movió. Bryce no sintió el impacto en su mejilla. Juniper sollozó como
si su cuerpo se estuviera rompiendo a pedazos.
—¡Hice el Descenso, Bryce! ¡Hace dos años! ¡Tú no lo has hecho! ¿Te has vuelto
completamente loca?
Un brazo fuerte y caliente se deslizó por su abdomen, sosteniéndola en posición
vertical.
—Juniper, ella está en shock. Dale un descanso —dijo Hunt, su boca cerca de su
oreja.
Juniper lo atacó.
—¡No te metas en esto! —Pero la gente estaba llorando, gritando, y los
escombros seguían lloviendo. Los pilares yacían como árboles caídos alrededor de
ellos. June pareció notarlo, darse cuenta de…
Su cuerpo, dioses, su cuerpo no funcionaba…

Hunt no se opuso cuando Ruhn les dio una dirección cercana y les dijo que lo
esperaran allí. Estaba más cerca que el apartamento de ella, pero francamente, Hunt
no estaba seguro de que Bryce lo dejara entrar y si ella entraba en shock y él no
podía pasar de esos encantos… bueno, Micah clavaría su cabeza en las puertas del
Comitium si ella moría bajo su vigilancia.
Podría muy bien hacerlo solo por no sentir que el ataque estaba a punto de
ocurrir.
Quinlan no pareció darse cuenta de que la llevaba en brazos. Ella era más pesada
de lo que parecía, su piel bronceada cubría más músculo de lo que él pensaba.
Hunt encontró la casa familiar con columnas a unas pocas cuadras de distancia;
la llave que Ruhn le había dado abrió una puerta pintada de verde. El vestíbulo
cavernoso estaba lleno de dos olores masculinos que no eran los del príncipe. Un
toque al interruptor de luz reveló una gran escalera que parecía haber atravesado
una zona de guerra, suelos de roble rayados y una araña de cristal colgando
precariamente.
Debajo de ella, una mesa de cerveza-pong pintada con notable habilidad, que
representaba a un gigantesco macho Fae tragándose un ángel entero.
Ignorando ese particular jódete a su especie, Hunt se dirigió a la sala de estar a
la izquierda de la entrada. Una sección manchada yacía contra la pared más alejada
de la larga habitación, y Hunt dejó a Bryce allí mientras se apresuraba hacia la barra
húmeda igualmente desgastada a mitad de la pared lejana. Agua, ella necesitaba un
poco de agua.
No había habido un ataque en la ciudad desde hace años, desde Briggs. Había
sentido el poder de la bomba cuando se extendió por el club, destrozando el antiguo
templo y sus habitantes. Dejaría a los investigadores ver qué era exactamente,
pero…
Ni siquiera su rayo había sido lo suficientemente rápido como para detenerlo,
no es que hubiera sido una protección contra una bomba, no con una emboscada
como esa. Él había causado suficiente destrucción en los campos de batalla para
saber cómo interceptarlos con su poder, cómo combinar la muerte con la muerte,
pero esto no había sido un misil de largo alcance disparado desde un tanque.
La bomba había sido plantada en algún lugar del club y detonó en un momento
predeterminado. Había un puñado de personas que podrían ser capaces de tal cosa,
y en la parte superior de la lista de Hunt… estaba Philip Briggs nuevamente. O sus
seguidores, al menos, el propio Briggs seguía en la prisión de Adrestia. Pensaría en
eso más tarde, cuando su cabeza dejara de girar y su rayo no fuera un crujido en su
sangre, ansioso por buscar un enemigo para destruir.
Hunt dirigió su atención a la mujer que estaba sentada en el sofá, mirando a la
nada.
El vestido verde de Bryce estaba destrozado, su piel estaba cubierta de yeso y
la sangre de otra persona, su rostro pálido, a excepción de la marca roja en su
mejilla.
Hunt agarró una bolsa de hielo de la nevera debajo del mostrador del bar y un
paño de cocina para envolverla. Puso el vaso de agua en la mesa de café de madera
manchada, y luego le tendió el hielo a ella.
—Ella te dio un buen golpe.
Esos ojos ámbar se elevaron lentamente hacia él. La sangre seca estaba
incrustada dentro de sus oídos.
Un momento de búsqueda en el lamentable gabinete de la cocina y el baño
reveló más toallas y un botiquín de primeros auxilios.
Él se arrodilló en la desgastada alfombra gris ante ella, recogiendo sus alas para
evitar que tocaran las latas de cerveza que llenaban la mesa de café.
Ella no dejaba de mirar a la nada mientras él le limpiaba sus orejas sangrientas.
No tenía magia médica como una bruja, pero sabía lo suficiente sobre la
curación en el campo de batalla para evaluar sus orejas arqueadas. La audición Fae
habría hecho que esa explosión fuera horrorosa… su sangre humana retrasando el
proceso de curación. Afortunadamente, no encontró signos de hemorragia o daños
graves.
Empezó en la oreja izquierda. Y cuando terminó, notó que sus rodillas estaban
raspadas, con fragmentos de piedra incrustados en ellas.
—Juniper tiene la posibilidad de ser promovida a directora —dijo Bryce
roncamente—. La primer fauno de la historia. La temporada de verano comienza
pronto. Es suplente para los papeles principales en dos de los ballets. Solista en los
cinco. Esta temporada es crucial. Si se lesiona, podría interferir en eso.
—Ella hizo el Descenso. Se habría recuperado rápidamente. —Sacó un par de
pinzas del kit.
—No importa.
Ella siseó mientras él cuidadosamente sacaba algunos fragmentos de metal y
piedra de su rodilla. Ella golpeó el suelo con fuerza. Incluso con el club explotando,
él la había visto moverse.
Se había lanzado sobre Juniper, protegiéndola de la explosión.
—Esto picará —dijo él, frunciendo el ceño a la botella de solución curativa.
Cosas lujosas y de alto precio. Era sorprendente que estuviera aquí, dado que el
príncipe y sus compañeros de cuarto habían hecho el Descenso—. Pero evitará que
deje cicatrices.
Ella se encogió de hombros, estudiando la enorme y oscura pantalla de
televisión sobre su hombro.
Hunt roció su pierna con la solución, y ella se sacudió. Él le agarró la pantorrilla
lo suficientemente fuerte como para mantenerla abajo, incluso mientras maldecía.
—Te lo advertí.
Ella dio un respiro entre dientes apretados. El dobladillo de su ya corto vestido
se había subido con sus movimientos, y Hunt se dijo a sí mismo que solo miraba para
evaluar si había otras lesiones, pero…
La gruesa y enojada cicatriz atravesaba un muslo que de otra manera sería
elegante y desconcertantemente perfecto.
Hunt se quedó quieto. Nunca se había curado.
Y cada cojera que a veces la sorprendía tendiendo por el rabillo del ojo… no era
por sus malditos tacones. Sino por esto. Por él. Por sus torpes instintos en el campo
de batalla para coserla como a un soldado.
—Cuando los machos se arrodillan entre mis piernas, Athalar —dijo ella—. No
suelen hacer muecas.
—¿Qué? —Pero sus palabras se registraron, justo en el momento en que se dio
cuenta de que su mano aún se agarraba a su pantorrilla, la piel sedosa debajo de los
callos de sus palmas. Justo cuando se dio cuenta de que estaba arrodillado entre sus
muslos, y se había inclinado más cerca en su regazo para ver la cicatriz.
Hunt se echó atrás, incapaz de evitar que el calor se le subiera a la cara. Quitó
su mano de su pierna.
—Lo siento —dijo él tensamente.
Cualquier diversión se desvaneció de sus ojos cuando ella dijo:
—¿Quién crees que lo hizo? ¿Lo del club?
El calor de su suave piel todavía lo sentía en la palma de su mano.
—Ni idea.
—¿Podría tener algo que ver con que investiguemos este caso? —La culpa ya
humedecía sus ojos, y supo que el cuerpo de la acólita pasó por su mente.
Él sacudió la cabeza.
—Probablemente no. Si alguien quisiera detenernos, una bala en la cabeza es
mucho más precisa que volar un club. Podría haber sido fácilmente algún rival del
dueño del club. O el resto de los miembros de Keres buscando empezar más mierda
en esta ciudad.
—¿Crees que tendremos una guerra aquí? —preguntó Bryce.
—Algunos humanos quieren que la tengamos. Algunos Vanir también. Para
deshacerse de los humanos, dicen.
—Han destruido partes de Pangera con la guerra de ahí —murmuró ella—. He
visto las imágenes. —Lo miró, dejando que su pregunta tácita colgara entre ellos.
¿Qué tan malo fue?
—Magia y máquinas. Nunca es una buena mezcla —dijo Hunt simplemente.
Las palabras se ondulaban entre ellos.
—Quiero irme a casa —dijo ella. Él se quitó la chaqueta y la colocó alrededor de
los hombros de ella. Casi la devoró—. Quiero ducharme y quitarme todo esto de
encima. —Señaló la sangre en su piel desnuda.
—Bueno. —Pero la puerta principal del vestíbulo se abrió. Un par de pies con
botas entró.
Hunt sacó su arma, escondida contra su muslo al girarse, cuando Ruhn entró,
con sombras a su paso.
—Esto no te va a gustar —dijo el príncipe.

Ella quería ir a casa. Quería llamar a Juniper. Quería llamar a su mamá y a


Randall solo para escuchar sus voces. Quería llamar a Fury y saber lo que sabía,
incluso si Fury no contestaba sus mensajes. Quería llamar a Jesiba y hacerla
investigar lo que había pasado. Pero sobre todo quería ir a casa y ducharse.
Ruhn, con rostro de piedra y salpicado de sangre, se detuvo en el arco.
Hunt deslizó la pistola en su funda a la altura de su muslo antes de sentarse en
el sofá al lado de ella.
Ruhn fue a la barra y llenó un vaso de agua en el fregadero. Cada movimiento
era rígido, las sombras susurraban a su alrededor. Pero el príncipe exhaló y las
sombras, la tensión, se desvanecieron.
Hunt le ahorró el exigir a Ruhn que se explicara.
—¿Asumo que esto tiene que ver con quienquiera que haya bombardeado el
club?
Ruhn asintió y tomó un trago de agua.
—Todas las señales apuntan a rebeldes humanos. —La sangre de Bryce se
enfrió. Ella y Hunt intercambiaron miradas. Su discusión de hace unos momentos no
había estado lejos de la realidad—. La bomba fue introducida de contrabando al club
a través de un nuevo líquido explosivo escondido en una entrega de vino. Dejaron la
tarjeta de presentación en la caja, su propio logo.
—¿Alguna conexión potencial con Philip Briggs? —intervino Hunt.
—Briggs sigue tras las rejas —dijo Ruhn. Una forma educada de describir el
castigo que el líder rebelde soportaba ahora a manos de los Vanir en la prisión de
Adrestia.
—El resto de su grupo de Keres no lo está —dijo Bryce—. Danika fue la que hizo
la redada a Briggs en primer lugar. Incluso si él no la mató, sigue cumpliendo
condena por sus crímenes rebeldes. Pudo haber instruido a sus seguidores para
llevar a cabo este bombardeo.
Ruhn frunció el ceño.
—Pensé que se habían disuelto, se habían unido a otras facciones o habían
regresado a Pangera. Pero esta es la parte que no te va a gustar. Junto al logo de la
caja había una imagen de marca. Mi equipo y el de ustedes pensaron que era una C
torcida de Ciudad Crescent, pero miré las imágenes del área de almacenamiento
antes de que la bomba explotara. Es difícil de distinguir, pero también podría estar
representando un cuerno curvado.
—¿Qué tiene que ver el Cuerno con la rebelión humana? —preguntó Bryce.
Entonces su boca se secó—. Espera. ¿Crees que la imagen del Cuerno era un mensaje
para nosotros? ¿Para advertirnos que no busquemos el Cuerno? ¿Como si esa acólita
no fuera suficiente?
—No puede ser una coincidencia que el club haya sido bombardeado cuando
estábamos allí. O que una de las imágenes de la caja parezca ser el Cuerno, cuando
estamos hasta las rodillas en su búsqueda. Antes de que Danika lo atrapara, Briggs
planeaba volar el Cuervo. La secta Keres ha estado inactiva desde que él fue a prisión,
pero… —reflexionó Hunt.
—Podrían estar volviendo —insistió Bryce—. Buscando retomar donde Briggs
lo dejó, o de alguna manera están obteniendo direcciones de él incluso ahora.
Hunt se veía sombrío.
—O fue uno de los seguidores de Briggs todo el tiempo, el bombardeo planeado,
el asesinato de Danika, este bombardeo… Briggs puede no ser culpable, pero tal vez
sepa quién lo es. Podría estar protegiendo a alguien. —Sacó su teléfono—. Tenemos
que hablar con él.
—¿Estás jodidamente loco? —dijo Ruhn.
Hunt lo ignoró y marcó un número, poniéndose de pie.
—Él está en la prisión de Adrestia, así que la petición podría tomar unos días —
dijo él a Bryce.
—Bien. —Ella bloqueó la idea de cómo iría exactamente esta reunión. Danika se
había inquietado por el fanatismo de Briggs hacia la causa humana, y rara vez había
querido hablar de él. Arrestarlo a él y a su grupo Keres, una rama de la principal
rebelión de Ophion, había sido un triunfo, una legitimación de la Manada de
Demonios. Pero aún no había sido suficiente para ganar la aprobación de Sabine.
Hunt se puso el teléfono en la oreja.
—Hola, Isaiah. Sí, estoy bien. —Entró en el vestíbulo, y Bryce lo vio irse.
—El Rey de Otoño sabe que te he involucrado en la búsqueda del Cuerno —dijo
Ruhn en voz baja.
Ella levantó los ojos pesados a su hermano.
—¿Qué tan enojado está?
La sombría sonrisa de Ruhn no era reconfortante.
—Me advirtió del veneno que me susurrarías al oído.
—Supongo que debo tomar eso como un cumplido.
Ruhn no sonrió esta vez.
—Quiere saber qué harás con el Cuerno si lo encuentras.
—Usarlo como mi nueva taza de bebida en días del juego.
Hunt dio un resoplido de risa mientras entraba en la habitación. Ruhn solo dijo:
—Él lo decía en serio.
—Lo devolveré al templo —dijo Bryce—. No a él.
Ruhn los miró a ambos mientras Hunt se sentaba de nuevo en el sofá.
—Mi padre dijo que como ahora te he involucrado en algo tan peligroso, Bryce,
necesitas un guardia que… permanezca contigo todo el tiempo. Vivir contigo. Me
ofrecí como voluntario.
Cada parte de su cuerpo maltratado le dolía.
—Por encima de mi maldito cadáver.
Hunt cruzó los brazos.
—¿Por qué le importa a su rey si Quinlan vive o muere?
Los ojos de Ruhn se enfriaron.
—Le pregunté lo mismo. Dijo que ella está bajo su jurisdicción como mitad Fae,
y que no quiere tener que limpiar ninguna situación complicada. La chica es una
carga, me dijo. —Bryce podía oír los tonos crueles en cada palabra que Ruhn
imitaba. Podía ver el rostro de su padre mientras las pronunciaba. A menudo se
imaginaba cómo se sentiría golpear ese rostro perfecto con sus puños. Darle una
cicatriz como la que su madre llevaba en su pómulo, pequeña y delgada, no más larga
que una uña, pero un recordatorio del golpe que él le había dado cuando su horrible
furia lo llevó demasiado lejos.
El golpe que había hecho huir a Ember Quinlan, embarazada de Bryce.
Cretino. Viejo odioso y asqueroso.
—Así que solo le preocupa la pesadilla de relaciones públicas con la muerte de
Quinlan antes de la Cumbre —dijo Hunt bruscamente, con asco tensando su rostro.
—No luzcas tan sorprendido —dijo Ruhn, y luego dijo a Bryce—: Solo soy el
mensajero. Considera si es prudente elegir esto como tu gran batalla contra él.
De ninguna manera en Hel que ella dejara entrar a Ruhn a su apartamento para
darle órdenes. Especialmente con esos amigos suyos. Ya era bastante malo que
tuviera que trabajar con él en este caso.
Dioses, su cabeza estaba golpeando.
—Bien —dijo ella, hirviendo a fuego lento—. Él dijo que necesitaba un guardia,
no a ti específicamente, ¿verdad? —Ante el tenso silencio de Ruhn, Bryce continuó
hablando—: Eso es lo que pensé. Athalar se queda conmigo en su lugar. Orden
cumplida. ¿Contento?
—No le gustará eso.
Bryce sonrió con suficiencia, incluso cuando su sangre hervía a fuego.
—No dijo quién tenía que ser el guardia. El bastardo debería haber sido más
preciso con sus palabras.
Ni siquiera Ruhn podría argumentar en contra de eso.
Si Athalar se sorprendió por la elección de Bryce de su compañero de cuarto, no
lo mostró.
Ruhn miró al ángel que miraba entre ellos con cuidado.
Mierda. Si Athalar finalmente comenzaba a juntar todo, que estaban más
entrelazados de lo que deberían estar los primos, que el padre de Ruhn no debería
interesarse tanto por ella…
—¿Tú pusiste a tu padre en esto? —preguntó Bryce a Ruhn.
—No —dijo Ruhn. Su padre lo había acorralado con respecto a la visita al templo
justo cuando salía del club en ruinas. Honestamente, dado lo enojado que estaba el
macho, fue un milagro que Ruhn no estuviera muerto y en una zanja—. Tiene una
red de espías que ni siquiera yo conozco.
Bryce frunció el ceño, pero se transformó en una mueca de dolor cuando se
levantó del sofá, Athalar mantuvo una mano al alcance de su codo, por si lo necesita.
El teléfono de Ruhn sonó, y lo sacó de su bolsillo lo suficiente para leer el
mensaje en la pantalla. Y los otros que empezaron a llegar.
Declan había escrito en el chat grupal con Flynn, ¿Qué carajo pasó?
Flynn respondió, Estoy en el club. Sabine envió a Amelie Ravenscroft para dirigir
manadas del Auxiliado que transportaban los escombros y ayudaban a los heridos.
Amelie dijo que te vio salir, Ruhn. ¿Estás bien?
Ruhn respondió, solo para que no llamaran, Estoy bien. Los veré pronto en el club.
Él apretó el teléfono en su puño mientras Bryce se dirigía hacia la puerta principal y
al Hel más allá. Las sirenas azules y rojas sonaron, arrojando su luz sobre el suelo de
roble del vestíbulo.
Pero su hermana hizo una pausa antes de alcanzar la manija, girando para
preguntarle:
—¿Por qué estabas en el Cuervo?
Y aquí estaba. Si mencionaba la llamada que Riso le había hecho, que Ruhn la
había estado vigilando, le arrancaría la cabeza. Así que Ruhn mintió a medias:
—Quiero ir a la biblioteca de tu jefa.
Hunt hizo una pausa, un paso detrás de Bryce. Fue realmente impresionante,
ver a ambos poner expresiones confusas en sus rostros.
—¿Qué biblioteca? —preguntó ella, el retrato de la inocencia.
Ruhn podría jurar que Athalar estaba tratando de no sonreír. Pero él dijo con
firmeza:
—La que todos dicen que está debajo de la galería.
—Es la primera vez que oigo de eso —dijo Hunt encogiéndose de hombros.
—Vete a la mierda, Athalar. —A Ruhn le dolía la mandíbula por apretarla tan
fuerte.
—Mira, entiendo que quieras entrar en nuestro pequeño club de chicos
geniales, pero hay un estricto proceso de selección de miembros —dijo Bryce.
Sí, Athalar estaba tratando muy duro de no sonreír.
—Quiero mirar los libros que hay allí. Ver si algo respecto al Cuerno salta a la
vista —gruñó Ruhn. Ella se detuvo ante el tono de su voz, el poco de autoridad que
Ruhn le dio. Él no estaba por encima de poner su rango. No en lo que a esto se
refiere.
Aunque Athalar le estaba clavando puñales con la mirada, Ruhn le dijo a su
hermana:
—He revisado los Archivos Fae dos veces, y… —Sacudió la cabeza—. No dejaba
de pensar en la galería. Así que tal vez haya algo allí.
—Ya busqué —dijo ella—. No hay nada sobre el Cuerno más allá de vagas
menciones.
Ruhn le dio una media sonrisa.
—Así que admites que hay una biblioteca.
Bryce le frunció el ceño. Él conocía esa mirada contemplativa.
»¿Qué?
Bryce lanzó su cabello sobre un hombro sucio y raspado.
—Haré un trato contigo: puedes venir a buscar el Cuerno a la galería, y te
ayudaré en lo que pueda. Si… —Athalar giró de golpe su cabeza, la indignación en su
rostro era casi encantadora. Bryce continuó, asintiendo al teléfono en la mano de
Ruhn—: Si pones a Declan a mi disposición.
—Tendré que contarle sobre el caso, entonces. Y lo que sabe, Flynn lo sabrá dos
segundos después.
—Bien. Adelante, infórmalos. Pero dile a Dec que necesito información sobre
los últimos movimientos de Danika.
—No sé de dónde puede sacar eso —admitió Ruhn.
—La Guarida puede tener esa información —dijo Hunt, mirando a Bryce con
algo de admiración—. Dile a Emmet que hackee los archivos de la Guarida.
Entonces Ruhn asintió.
—Bien. Le preguntaré más tarde.
Bryce le dio esa sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—Entonces ven a la galería mañana.
Ruhn tuvo que darse un momento para dominar su sorpresa por lo fácil que
había sido conseguir acceso. Entonces dijo:
—Tengan cuidado ahí fuera.
Si ella y Athalar tenían razón y eran unos rebeldes de Keres actuando a petición
de Briggs o en su honor… el lío político sería una pesadilla. Y si él no estaba
equivocado en que esa C era una imagen del Cuerno, si este bombardeo y el asesinato
de la acólita eran advertencias dirigidas a ellos con relación a su búsqueda…
entonces la amenaza para todos ellos se había hecho un Hel mucho más mortal.
—Dile a tu papi que le mandamos saludos y que se vaya a la mierda —dijo Bryce
dulcemente.
Ruhn apretó los dientes de nuevo, ganándose otra sonrisa de Athalar. Imbécil
con alas.
Los dos salieron por la puerta, y el teléfono de Ruhn sonó un latido después de
eso.
—Sí —dijo.
Ruhn podría haber jurado que podía oír a su padre tenso antes de que el macho
dijera:
—¿Es así como le hablas a tu rey?
Ruhn no se molestó en responder.
—Ya que no pudiste evitar revelar mis asuntos, quiero dejar una cosa clara con
respecto al Cuerno —dijo su padre y Ruhn se preparó—. No quiero que los ángeles
lo consigan.
—Bien. —Si Ruhn tuviera algo que decir al respecto, nadie tendría el Cuerno.
Iría directamente al templo, con guardia Fae permanente.
—Mantén un ojo en esa chica.
—Ambos ojos.
—Lo digo en serio, muchacho.
—Yo también. —Dejó que su padre escuchara el gruñido de sinceridad en su
voz.
Su padre continuó:
—Tú, como Príncipe Heredero, revelaste los secretos de tu rey a la chica y a
Athalar. Tengo todo el derecho de castigarte por esto, y lo sabes.
Adelante, quería decir. Adelante, hazlo. Hazme un favor y toma mi título ya que
estás en ello. El linaje real termina conmigo de todos modos.
Ruhn había vomitado después de oírlo por primera vez cuando tenía trece años,
enviado a la Oráculo para que le echara un vistazo a su futuro, como todos los Fae.
El ritual había sido una vez para predecir matrimonios y alianzas. Hoy en día, era
más para tener una idea de la vida de un niño y de si llegaría a ser algo. Para Ruhn,
y para Bryce, años más tarde había sido un desastre.
Ruhn había rogado a la Oráculo que le dijera si eso quería decir que moriría
antes de poder engendrar un hijo, o si quería decir que era infértil. Ella solo repitió
sus palabras. El linaje real terminará contigo, Príncipe.
Había sido demasiado cobarde para decirle a su rey lo que había aprendido. Así
que alimentó a su padre con una mentira, incapaz de soportar la decepción y la rabia
del macho. La Oráculo dijo que sería un rey justo.
Su padre estaba decepcionado, pero solo porque la falsa profecía no había sido
más poderosa.
Así que, sí. Si su padre quisiera despojarlo de su título, le estaría haciendo un
favor. O incluso cumpliendo sin querer esa profecía al fin.
Ruhn se había preocupado por su significado una vez, el día que supo que tenía
una hermana pequeña. Pensó que podría predecir una muerte prematura para ella.
Pero sus temores se habían calmado por el hecho de que ella no era y nunca sería
reconocida formalmente como parte de la línea de sangre real. Para su alivio, ella
nunca se había preguntado por qué, en esos primeros años cuando aún estaban
unidos, Ruhn no había presionado a su padre para que la aceptara públicamente.
El Rey de Otoño continuó:
—Desafortunadamente, el castigo que mereces te haría incapaz de buscar el
Cuerno.
Las sombras de Ruhn se movían a su alrededor.
—Lo dejaremos para otro día, entonces.
Su padre gruñó, pero Ruhn colgó.
27
Traducido por Irais
Corregido por Lieve

Las calles estaban llenas de Vanir que venían del todavía caótico Cuervo Blanco,
todos buscando respuestas sobre lo que había sucedido. Varios legionarios, Fae y
miembros de la manada del Auxiliado habían erigido una barricada alrededor del
sitio, un muro mágico vibrante y opaco, pero la multitud aún convergía.
Hunt miró hacia donde Bryce caminaba a su lado, silenciosa, con los ojos
vidriosos. Descalza, se dio cuenta.
¿Cuánto tiempo había estado descalza? Ella debió haber perdido sus zapatos en
la explosión.
Se debatió ofrecerle cargarla de nuevo, o sugerirle llevarlos volando a su
apartamento, pero ella mantuvo sus brazos tan apretados a su alrededor que tuvo
la sensación de que una palabra la enviaría a un espiral de ira sin fondo.
La mirada que le dirigió a Ruhn antes de salir… Hunt se alegró de ella no fuera
una víbora escupe ácido. El rostro del macho estaría derretido.
Que los dioses los ayuden cuando el príncipe llegara a la galería mañana.
El portero de Bryce saltó de su asiento cuando entraron en el vestíbulo
inmaculado, preguntando si estaba bien, si había estado en el club. Murmuró que
estaba bien, y el cambiaformas osuno examinó a Hunt con el foco de un depredador.
Al darse cuenta de esa mirada, ella agitó una mano hacia él, presionando el botón
del elevador y los presentó. Hunt, este es Marrin; Marrin, este es Hunt, quien
lamentablemente se quedará conmigo en el futuro previsible. Luego se metió en el
elevador, donde tuvo que apoyarse contra el riel cromado a lo largo de la parte
posterior, como si estuviera a punto de colapsar.
Hunt entró mientras las puertas se cerraban. El compartimiento era demasiado
pequeño, demasiado apretado con sus alas, y las mantuvo cerca mientras subían al
pent-house.
La cabeza de Bryce se hundió y sus hombros se curvaron hacia adentro.
—¿Por qué no has hecho el Descenso? —soltó Hunt.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella se desplomó contra ellas antes de
entrar en el elegante pasillo color crema y cobalto. Pero ella se detuvo en la puerta
de su apartamento. Luego se giró hacia él.
—Mis llaves estaban en mi bolso.
Su bolso estaba ahora en las ruinas del club.
—¿El portero tiene un repuesto?
Ella gruñó su confirmación, mirando el elevador como si fuera una montaña
para escalar.
Marrin reventó las bolas de Hunt por un buen minuto, comprobando que Bryce
estaba viva en el pasillo, preguntando desde la sala de video si ella lo aprobaba, a lo
que él levantó el pulgar.
Cuando Hunt regresó, la encontró sentada contra su puerta, con las piernas
levantadas y extendidas lo suficiente como para mostrar un par de bragas rosas.
Afortunadamente, las cámaras no podían ver en ese ángulo, pero no tenía dudas de
que el cambia formas vigilaba mientras Hunt la ayudaba a ponerse de pie y le
entregaba las llaves de repuesto.
Ella lentamente deslizó la llave, luego apoyó la palma de la mano en la
almohadilla para los dedos junto a la puerta.
—Estaba esperando —murmuró cuando las cerraduras se abrieron y las tenues
luces del apartamento parpadearon—. Se suponía que íbamos a hacer el Descenso
juntas. Elegimos dos años a partir de ahora.
Él sabía a quién se refería. La razón por la que ya no bebía, bailaba o parecía
vivir su vida. La razón por la que debía mantener esa cicatriz en su muslo bonito y
elegante. Ogenas y todos sus Misterios sagrados sabían que Hunt se había castigado
a sí mismo durante mucho tiempo después del fracaso colosal que había sido la
Batalla del Monte Hermon. Incluso mientras había sido torturado en las mazmorras
de los Asteri, se había castigado a sí mismo, desollando su propia alma de una
manera que ningún interrogador imperial jamás podría.
Entonces, tal vez fue una pregunta estúpida, pero la hizo de todos modos cuando
entraron al apartamento.
—¿Por qué molestarse en esperar ahora?
Hunt entró y echó un buen vistazo al lugar que Quinlan llamaba hogar. El
apartamento de concepto abierto se veía bien desde afuera de las ventanas, pero por
dentro…
O ella o Danika lo había decorado sin escatimar en gastos: un sillón blanco y
acolchado en el tercio en la gran sala, ubicado frente a una mesa de centro de madera
nueva y el televisor masivo sobre una consola de roble tallado. Una mesa de
comedor de vidrio borroso con sillas de cuero blanco ocupaba el tercio izquierdo del
espacio, y el tercio central se dirigía a la cocina: gabinetes blancos,
electrodomésticos de cromo y mostradores de mármol blanco. Todo
impecablemente limpio, suave y acogedor.
Hunt lo miró todo, él estaba de pie como una pieza de equipaje junto a la isla de
la cocina mientras Bryce caminaba por un pasillo de roble pálido para liberar a
Syrinx de donde aullaba desde su jaula.
Estaba a mitad de camino por el pasillo cuando ella dijo sin mirar atrás:
—Sin Danika… se suponía que íbamos a hacer el Descenso juntas —dijo de
nuevo—. Connor y Thorne iban a ser nuestras Anclas.
La elección de Anclas durante el Descenso era fundamental, y una elección
profundamente personal. Pero Hunt apartó los pensamientos del empleado del
gobierno con rostro de mal humor que le habían asignado, ya que estaba seguro de
que no le quedaban familiares o amigos para Anclarlo. No cuando su madre había
muerto solo unos días antes.
Syrinx se arrojó a través del apartamento, sus garras haciendo clic en los pisos
de madera clara y aullando mientras saltaba sobre Hunt, lamiendo sus manos. Cada
uno de los pasos Bryce la arrastraban hacia el mostrador de la cocina.
El silencio lo presionó lo suficiente como para preguntar:
—¿Tú y Danika eran amantes?
Le habían dicho hace dos años que no lo eran, pero las amigas no llevaban el
luto como Bryce, que parecía haber cerrado tan completamente cada parte de sí
misma. Como él lo había hecho con Shahar.
El golpeteo de comida en un tazón llenó el apartamento antes de que Bryce lo
bajara, y Syrinx, abandonando a Hunt, medio se arrojó al tazón mientras tragaba.
Hunt giró en su lugar mientras Bryce recorría el otro extremo de la isla de la
cocina, abriendo la enorme nevera de metal para examinar su escaso contenido.
—No —dijo ella, su voz plana y fría—. Danika y yo no éramos así. —Su agarre
en el mango de la nevera se tensó, sus nudillos se pusieron blancos—. Connor y yo,
quiero decir Connor Holstrom. Él y yo… —Ella se fue apagando—. Era complicado.
Cuando Danika murió, cuando todos murieron… una luz se apagó en mí.
Recordaba los detalles sobre ella y el mayor de los hermanos Holstrom. Ithan
tampoco había estado allí esa noche, y ahora era Segundo en la manada de Amelie
Ravenscroft. Un lamentable reemplazo de lo que había sido la Manada de Demonios.
Esta ciudad también había perdido algo esa noche.
Hunt abrió la boca para decirle a Quinlan que entendía. No solo la complicada
relación, sino la pérdida. Despertarse una mañana rodeado de amigos y su amante,
y luego terminar el día con todos ellos muertos. Comprendía cómo roía los huesos,
la sangre y el alma de una persona. Cómo nada nunca podía corregirlo.
Cómo cortar el alcohol y las drogas, cómo negarse a hacer lo que más amaba, el
baile, todavía no podía corregirlo. Pero las palabras se atoraron en su garganta. No
había tenido ganas de hablar de eso hace doscientos años, y seguro como el infierno
no tenía ganas de hablar de eso ahora.
Un teléfono en algún lugar de la casa comenzó a sonar, y una agradable voz
femenina dijo:
—Llamada de… Casa.
Bryce cerró los ojos, como si se estuviera recuperando, luego recorrió el oscuro
pasillo que conducía a su habitación. Un momento después, dijo con una alegría que
debería haberle valido un premio al Mejor Jodido Actor en Midgard:
—Hola, mamá. —Un chillido ahogado sonó en el teléfono—. No, no estaba allí.
Mi teléfono cayó al baño en el trabajo, sí, totalmente muerto. Conseguiré uno nuevo
mañana. Sí, estoy bien. June tampoco estaba allí. Estamos bien. —Una pausa—. Lo
sé, fue solo un largo día de trabajo. —Otra pausa—. Mira, tengo compañía. —Una
risa áspera—. No de ese tipo. No te hagas ilusiones. Lo digo en serio. Sí, lo dejé entrar
a mi casa de buena gana. Por favor no llames a recepción. ¿Su nombre? No te voy a
decir. —Solo la más mínima vacilación—. Mamá. Te llamaré mañana. No le diré hola.
Adiós… adiós, mamá. Te amo.
Syrinx había terminado su comida y miraba expectante a Hunt, suplicando en
silencio por más, meneando su cola de león.
—No —siseó él a la bestia justo cuando Bryce regresaba a la sala principal.
—Oh —dijo ella, como si hubiera olvidado que él estaba allí—. Voy a darme una
ducha. La habitación de invitados es tuya. Usa lo que necesites.
—Voy a pasar por el Comitium mañana para buscar más ropa. —Bryce solo
asintió como si su cabeza pesara mil libras—. ¿Por qué mientes? —La dejaría decidir
cuál mentira quería explicar.
Ella hizo una pausa, Syrinx trotando por el pasillo hasta la habitación de ella.
—Mi mamá solo se preocuparía y vendría a visitarme. No la quiero cerca si las
cosas se ponen mal. Y no le dije quién eras porque eso también llevaría a preguntas.
Es más fácil de esta manera.
Más fácil no permitirse disfrutar de la vida, más fácil mantener a todos a un
brazo de distancia.
La marca en su mejilla por la bofetada de Juniper apenas se había desvanecido.
Es más fácil arrojarse encima de un amigo cuando explota una bomba, en lugar de
arriesgarse a perderlos.
—Necesito encontrar quién hizo esto, Hunt —dijo ella en voz baja.
Él se encontró con su mirada cruda y dolorida.
—Lo sé.
—No —dijo ella con voz ronca—. No lo haces. No me importa cuáles son los
motivos de Micah, si no encuentro a esta jodida persona, me va a comer viva. —No
el asesino o el demonio, sino el dolor y la pena que estaba empezando a darse cuenta
que habitaban en ella—. Necesito encontrar quién hizo esto.
—Lo haremos —prometió.
—¿Cómo puedes saber eso? —Ella sacudió su cabeza.
—Porque no tenemos otra opción. Yo no tengo otra opción.
Ante su mirada confusa, Hunt dejó escapar un suspiro y dijo:
—Micah me ofreció un trato.
Los ojos de ella se volvieron cautelosos.
—¿Qué tipo de trato?
Hunt apretó la mandíbula. Ella le ofreció una parte de sí misma, para que él
pudiera hacer lo mismo. Especialmente si ahora eran malditos compañeros de
cuarto.
—Cuando llegué aquí por primera vez, Micah me ofreció una ganga: si podía
compensar cada vida que la 18va tomó ese día en el Monte Hermon, recuperaría mi
libertad. Dos mil doscientas diecisiete vidas. —Se armó de valor, deseando que
escuchara lo que no podía decir.
Se mordió el labio.
—Supongo que compensar significa…
—Sí —soltó—. Significa hacer eso en lo que soy bueno. Una muerte por una
muerte.
—¿Micah tiene más de dos mil personas para asesinar?
Hunt dejó escapar una risa áspera.
—Micah es Gobernador de todo un territorio, y vivirá por al menos otros
doscientos años. Probablemente tendrá el doble de ese número de personas en su
lista de mierda antes de que él llegue ahí. —El horror se deslizó en sus ojos, y él
buscó una forma de deshacerse de él, sin saber por qué—. Viene con el trabajo. Su
trabajo y el mío. —Se pasó una mano por el cabello—. Mira, es horrible, pero al
menos me ofreció una salida. Y cuando los asesinatos comenzaron de nuevo, me
ofreció una oferta diferente: encontrar al asesino antes de la Cumbre, y reduciría mi
deuda a diez.
Esperó su juicio, su disgusto con él y Micah. Pero ella ladeó la cabeza.
—Es por eso que has sido un gran dolor en el trasero.
—Sí —dijo él con firmeza—. Sin embargo, Micah me ordenó que no dijera nada.
Así que si respiras una palabra al respecto…
—Su oferta será inválida.
Hunt asintió, escaneando su rostro maltratado. Ella no dijo nada más. Después
de un latido, él exigió:
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —Ella nuevamente comenzó a caminar hacia su habitación.
—¿No vas a decir que soy una mierda egoísta?
Ella se detuvo nuevamente, un débil rayo de luz entró en sus ojos.
—¿Por qué molestarse, Athalar, cuando lo acabas de decir por mí?
Entonces no pudo evitarlo. A pesar de que estaba ensangrentada y cubierta de
escombros, él la miró. Cada centímetro y curva. Intentó no pensar en la ropa interior
rosa debajo de ese apretado vestido verde. Pero él dijo:
—Lo siento, pensé que eras sospechosa. Y más que eso, lamento haberte
juzgado. Pensé que eras solo una chica fiestera, y actué como un imbécil.
—No hay nada malo en ser una chica fiestera. No entiendo por qué el mundo
piensa que lo hay. —Pero ella consideró sus palabras—. Es más fácil para mí cuando
la gente asume lo peor de mí. Me permite ver quiénes son realmente.
—¿Entonces estás diciendo que piensas que soy un imbécil? —Una esquina de
su boca se curvó.
Pero los ojos de ella estaban mortalmente serios.
—He conocido y tratado con muchos imbéciles, Hunt. Tú no eres uno de ellos.
—No estabas cantando esa canción antes.
Ella solo apuntó a su habitación una vez más. Entonces Hunt preguntó:
—¿Quieres que consiga comida?
De nuevo, se detuvo. Parecía que estaba a punto de decir que no, pero luego
soltó:
—Una hamburguesa con queso y papas fritas. Y un batido de chocolate.
Hunt sonrió.
—Entendido.

La elegante habitación de invitados al otro lado de la cocina era espaciosa,


decorada en tonos de gris y crema acentuada con rosa pálido y azul aciano. La cama
era lo suficientemente grande para las alas de Hunt, afortunadamente,
definitivamente comprada pensando en Vanir, y algunas fotos en marcos de aspecto
costoso estaban apoyadas junto a un cuenco azul de cerámica astillado y torcido,
adornando una cómoda a la derecha de la puerta.
Les había comprado hamburguesas y papas fritas, y Bryce la había tragado con
una ferocidad que Hunt solo había visto entre leones reunidos en torno a una nueva
muerte. Había arrojado al lloroso Syrinx unas papas fritas debajo de la mesa de
cristal blanco, ya que seguro como la mierda de que ella no compartiría nada.
El agotamiento se había asentado tan profundamente que ninguno de los dos
habló, y una vez que terminó de sorber el batido, simplemente recogió la basura, la
tiró en su lugar y se dirigió a su habitación. Dejando a Hunt para que entrara en la
suya.
Un olor de mortal persistía que asumió era cortesía de sus padres, y cuando
Hunt abrió los cajones, encontró algunos llenos de ropa: suéteres ligeros, calcetines,
pantalones, ropa deportiva… estaba husmeando. Por supuesto, era parte de la
descripción del trabajo, pero aun así era husmear.
Cerró los cajones y estudió las fotos enmarcadas.
Ember Quinlan había sido hermosísima. No es de extrañar que un imbécil Fae
la hubiera perseguido hasta el punto de haberla hecho huir. El largo cabello negro
enmarcaba un rostro que podría haberla puesto en una valla publicitaria: piel
pecosa, labios carnosos y pómulos altos que hacían que los ojos oscuros y profundos
sobre ellos llamaran la atención.
Era el rostro de Bryce, el color era simplemente diferente. Un humano
igualmente atractivo, de piel morena y cabello castaño, estaba a su lado, con el brazo
alrededor de sus delgados hombros, sonriendo como un demonio a quienquiera que
estuviera detrás de la cámara. Hunt apenas pudo distinguir la escritura en las placas
de identificación plateadas que cubrían el cuello del hombre.
Bueno, santa mierda.
¿Randall Silago era el padre adoptivo de Bryce? ¿El legendario héroe de guerra
y francotirador? No tenía idea de cómo había pasado por alto ese hecho en su
archivo, aunque supuso que había estado leyendo rápido cuando lo leyó hace años.
No es de extrañar que su hija fuera tan valiente. Y allí, a la derecha de Ember,
estaba Bryce.
Apenas tenía como tres años, ese cabello rojo recogido en dos coletas. Ember
miraba a su hija, una expresión un poco exasperada, como si se suponiera que Bryce
tenía que usar la linda ropa que llevaban los dos adultos. Pero ahí estaba ella,
dándole a su madre una mirada igualmente atrevida, con las manos en sus caderas
regordetas y las piernas separadas en una postura de lucha inconfundible. Cubierta
de barro de pies a cabeza.
Hunt soltó una risita y se volvió hacia la otra foto de la cómoda.
Era una bella foto de dos mujeres, chicas, en realidad, sentadas en unas rocas
rojas en la cima de una montaña desierta, de espaldas a la cámara, hombro con
hombro, mientras miraban a los matorrales y la arena a lo lejos. Una de ellas era
Bryce: se notaba por su melena roja. La otra estaba en una chaqueta de cuero
familiar, la parte posterior pintada con esas palabras en el idioma más antiguo de la
República. A través del amor, todo es posible.
Tenían que ser Bryce y Danika. Y, esa era la chaqueta de Danika la que Bryce
usaba ahora.
No tenía otras fotos de Danika en el apartamento.
A través del amor, todo es posible. Era un dicho antiguo, que se remonta a un dios
que no podía recordar. Cthona, probablemente, con todas las cosas de la diosa madre
que ella presidía. Hunt había dejado de visitar templos desde hacía mucho tiempo, o
de prestar mucha atención a las sacerdotisas demasiado acaparadoras que
aparecían en los programas de entrevistas matutinos de vez en cuando. Ninguno de
los cinco dioses lo había ayudado, ni a nadie que le importara. Urd, especialmente,
lo había jodido con bastante frecuencia.
La cola de caballo rubia de Danika cubría la espalda de Bryce mientras apoyaba
su cabeza contra el hombro de su amiga. Bryce llevaba una camiseta blanca suelta,
que mostraba un brazo vendado apoyado en su rodilla. Contusiones salpicaban su
cuerpo. Y dioses, esa era una espada tendida a la izquierda de Danika. Envainada y
limpia, pero… él conocía esa espada.
Sabine se había vuelto loca de furia buscándola cuando descubrió que faltaba
en el apartamento donde habían asesinado a su hija. Aparentemente era una reliquia
de lobos. Pero allí yacía, junto a Bryce y Danika en el desierto.
Sentadas allí en esas rocas, encaramadas sobre el mundo, parecían dos soldados
que acababan de atravesar los pasillos más oscuros de infierno y estaban tomando
un merecido descanso.
Hunt se apartó de la fotografía y se frotó el tatuaje en la frente. Un golpe de su
poder hizo que las pesadas cortinas grises se cerraran sobre las ventanas de piso al
techo en un viento frío. Se quitó la ropa prenda por prenda y descubrió que el baño
era tan espacioso como el dormitorio.
Hunt se duchó rápidamente y cayó en la cama con su piel todavía secándose. Lo
último que vio antes de que el sueño lo alcanzara fue la foto de Bryce y Danika,
congeladas para siempre en un momento de paz.
28
Traducido por Irais
Corregido por Lieve

Hunt se despertó en el momento en que olió a un macho en su habitación, con


los dedos envolviéndose en el cuchillo debajo de su almohada. Abrió un ojo, apretó
con fuerza la empuñadura, recordando cada ventana y puerta, cada posible arma
que pudiera empuñar para su ventaja.
Encontró a Syrinx sentado en la almohada junto a la suya, con el rostro arrugado
de la quimera mirando al suyo.
Hunt gimió, un aliento saliendo de él. Syrinx solo aplastó el rostro de él con una
pata.
Hunt rodó fuera de su alcance.
—Buenos días a ti también —murmuró él, escaneando la habitación.
Definitivamente cerró la puerta anoche. Ahora estaba abierta de par en par. Miró el
reloj.
Siete. No se había dado cuenta de que Bryce se levantó para el trabajo, no la
había escuchado zumbar por el apartamento o la música que sabía que le gustaba
poner.
Por supuesto, tampoco había oído abrir su propia puerta. Había dormido como
los muertos. Syrinx apoyó la cabeza sobre el hombro de Hunt y soltó un suspiro
triste.
Que Solas lo ayude.
—¿Por qué tengo la sensación de que si te doy el desayuno, en realidad será tu
segunda o tercera comida del día?
Un parpadeo inocente de esos ojos redondos fue su respuesta.
Incapaz de evitarlo, Hunt rascó a la pequeña bestia detrás de sus orejas.
El apartamento soleado más allá de su habitación estaba en silencio, la luz
calentaba los suelos de madera clara. Se levantó de la cama, tirando de sus
pantalones. Su camisa estaba destrozada por los acontecimientos de la noche
anterior, así que la dejó en el suelo y…
Mierda. Su teléfono. Lo tomó de la mesita de noche y hojeó los mensajes. Nada
nuevo, sin misiones de Micah, gracias a los dioses.
Dejó el teléfono en la cómoda junto a la puerta y entró en la gran sala.
No había señal ni sonido. Si Quinlan acababa de irse…
Corrió por el espacio, hacia el pasillo al otro lado. La puerta de su habitación
estaba entreabierta, como si Syrinx se hubiera salido y…
Profundamente dormida. El montón de mantas estaba retorcido, y Quinlan
yacía boca abajo sobre la cama, envuelta en una almohada. La posición era casi
idéntica a la que había estado la noche anterior en el club, arrojada sobre Juniper.
Hunt estaba bastante seguro de que la mayoría de la gente consideraría que el
camisón gris de espalda baja, con bordes de encaje rosa pálido, era una camisa.
Syrinx pasó trotando, saltando sobre la cama y olisqueando su hombro desnudo.
El tatuaje en su espalda, hermosas líneas en un alfabeto que no reconoció, subía
y bajaba con cada respiración profunda. Los moretones que no había notado la
noche anterior salpicaban su piel dorada, ya verdosa gracias a la sangre de Fae en
ella.
Y él la estaba mirando fijamente. Como un maldito enfermo.
Hunt giró hacia el pasillo, sus alas repentinamente demasiado grandes, su piel
demasiado apretada, cuando la puerta principal se abrió. Un movimiento suave tenía
su cuchillo en ángulo detrás de él.
Juniper entró, una bolsa marrón que olía a chocolate en una mano, y un juego
de llaves de repuesto en la otra. Ella se detuvo en seco cuando lo vio en el pasillo del
dormitorio.
Su boca se abrió en un silencioso Oh.
Ella lo miró, no en la forma en que algunas hembras lo hacían hasta que notaban
los tatuajes, sino en la forma en que le decía que se dio cuenta de que un macho
semidesnudo estaba parado en el apartamento de Bryce a las siete de la mañana.
Él abrió la boca para decir que no era lo que pensaba, pero Juniper se adelantó,
sus delicadas pezuñas sonaron sobre los pisos de madera. Se metió en la habitación,
levantando la bolsa, y Syrinx se volvió loco, moviendo su cola mientras Juniper
trinaba:
—Traje cruasanes de chocolate, así que saca ese trasero desnudo de la cama y
ponte unos pantalones.
Bryce levantó la cabeza para ver a Juniper, luego Hunt en el pasillo. No se
molestó en tirar del dobladillo de su camisón sobre su ropa interior de encaje verde
azulado mientras entrecerraba los ojos.
—¿Qué?
Juniper se dirigió a la cama y parecía que estaba a punto de caer sobre ella, pero
lo miró.
Hunt se puso rígido.
—No es lo que parece.
Juniper le dedicó una dulce sonrisa.
—Entonces algo de privacidad estaría bien.
Él retrocedió por el pasillo, hacia la cocina. Café. Eso sonaba como un buen plan.
Abrió un armario, sacando algunas tazas. Las voces de ellas volaron hacia él de
todos modos.
—Traté de llamarte, pero tu teléfono no estaba encendido, pensé que
probablemente lo perdiste —dijo Juniper.
Las mantas crujieron.
—¿Estás bien?
—Totalmente bien. Los informes de noticias todavía están especulando, pero
piensan que los rebeldes humanos de Pangera lo hicieron, queriendo comenzar
problemas aquí. Hay imágenes de video del muelle de carga que muestran sus
insignias en una caja de vino. Piensan que así fue como entró la bomba.
Entonces la teoría era cierta. Quedaba por ver si estaba realmente conectado al
Cuerno. Hunt hizo una nota para consultar con Isaiah sobre la solicitud de reunirse
con Briggs tan pronto como Juniper se fuera.
—¿El Cuervo está totalmente destrozado?
Un suspiro.
—Sí, horrible. No tengo idea de cuándo volverá a estar abierto. Finalmente me
puse en contacto con Fury anoche, y ella dijo que Riso está lo suficientemente
enojado como para ponerle una recompensa a quien sea responsable.
Eso no era de extrañar. Hunt había escuchado que, a pesar de su naturaleza
risueña, cuando el cambiaformas de mariposa se enojaba, iba directo a matar.
Juniper continuó:
—Fury probablemente volverá a casa por eso. Sabes que no puede resistirse un
desafío.
Solas ardiente. Lanzar a Fury Axtar en este desastre era una mala idea. Hunt
puso cucharadas de granos de café en la reluciente máquina de cromo integrada en
la pared de la cocina.
Quinlan preguntó con firmeza:
—¿Entonces volverá a casa por una recompensa, pero no para vernos?
Un silencio, y luego:
—No fuiste la única que perdió a Danika esa noche, B. Todos lo manejamos de
diferentes maneras. La respuesta de Fury a su dolor fue irse.
—¿Tu terapeuta te dijo eso?
—No voy a pelear contigo por esto otra vez.
Más silencio. Juniper se aclaró la garganta.
—B, lo siento por lo que hice. Tienes un moretón…
—Está bien.
—No, no lo está.
—Lo está. Lo entiendo, yo…
Hunt encendió el molinillo de café de la máquina para darles un poco de
intimidad. Él puede que haya molido los granos en un polvo demasiado fino en lugar
de fragmentos ásperos, pero cuando terminó, Juniper estaba diciendo:
—Entonces, el hermoso ángel que te está haciendo café en este momento…
Hunt sonrió a la cafetera. Había pasado mucho, mucho tiempo desde que
alguien se había molestado en describirlo como algo más que el Umbra Mortis, el
Cuchillo de los Arcángeles.
—No, no y no —interrumpió Bryce—. Jesiba me está haciendo hacer un trabajo
clasificado, y Hunt fue asignado para protegerme.
—¿Estar sin camisa en tu casa es parte de ese trabajo?
—Ya sabes cómo son los machos Vanir. Viven para mostrar sus músculos.
Hunt puso los ojos en blanco mientras Juniper se reía.
—Me sorprende que incluso lo dejes quedarse aquí, B.
—Realmente no tenía otra opción.
—Hmmm.
Sonó un golpe de pies descalzos en el suelo.
—Sabes que está escuchando, ¿verdad? Sus plumas probablemente están tan
infladas que no podrá pasar por la puerta.
Hunt se apoyó contra el mostrador, la máquina de café gruñendo por él
mientras Bryce salía al pasillo.
—¿Infladas?
Ella ciertamente no se había molestado en cumplir con la solicitud de
pantalones de su amiga. Cada paso tenía el encaje rosa pálido del dobladillo del
camisón rozando contra la parte superior de sus muslos, tirando ligeramente hacia
arriba para revelar esa cicatriz gruesa y brutal en la pierna izquierda. Su estómago
se retorció al ver lo que le había hecho.
—Ojos aquí arriba, Athalar —dijo ella arrastrando las palabras. Hunt frunció el
ceño.
Pero Juniper seguía de cerca a Bryce, sus cascos golpeaban ligeramente los pisos
de madera mientras sostenía la bolsa de pastelería.
—Solo quería dejar esto. Tengo ensayo en… —Sacó su teléfono del bolsillo de
sus ajustados leggins negros—. Oh, mierda. Ahora. Adiós, B.— Se apresuró hacia la
puerta, arrojando la bolsa de pasteles sobre la mesa con una puntería
impresionante.
—Buena suerte, llámame más tarde —dijo Bryce, que ya iba a inspeccionar la
oferta de paz de su amiga.
Juniper se demoró en la puerta el tiempo suficiente para decirle a él:
—Haz tu trabajo, Umbra.
Y entonces se fue.
Bryce se deslizó en una de las sillas de cuero blanco en la mesa de cristal y
suspiró mientras sacaba un croissant de chocolate. Ella mordió y gimió.
—¿Los legionarios comen cruasanes?
Él permaneció apoyado contra el mostrador.
—¿Esa es siquiera una pregunta?
Crujido-mascar-tragar.
—¿Por qué estás despierto tan temprano?
—Son casi las siete y media. Apenas es temprano para alguien. Pero tu quimera
casi se sienta en mi cara, entonces, ¿cómo podría no estar despierto? ¿Y cuántas
personas, exactamente, tienen llaves de este lugar?
Ella terminó su croissant.
—Mis padres, Juniper, y el portero. Hablando de eso… necesito devolver esas
llaves y sacar otra copia.
—Y sacas una para mí.
El segundo cruasán estaba a medio camino de su boca cuando se detuvo.
—No va a pasar.
Él sostuvo su mirada.
—Sí va a pasar. Y cambiarás los encantamientos para que yo pueda acceder…
Ella mordió el croissant.
—¿No es agotador ser un alfaimbécil todo el tiempo? ¿Ustedes tienen un manual
para ello? ¿Quizás grupos de apoyo secretos?
—¿Un alfa qué?
—Alfaimbécil. Posesivo y agresivo. —Ella agitó una mano hacia su torso
desnudo—. Ya sabes, ustedes los machos que se arrancan la camisa a la menor
provocación, que saben cómo matar personas de veinte maneras diferentes, que
tienen hembras peleándose entre sí para estar con ustedes; y cuando finalmente
follan a una, van en modo total de pareja con ella, negándose a dejar que otro macho
la mire o hable con ella, decidiendo qué y cuándo ella necesita comer, qué debe
ponerse, cuándo ver a sus amigos…
—¿De qué mierda estás hablando?
—Tus pasatiempos favoritos son lucir amenazante, pelear y gruñir; has
perfeccionado unos treintena tipos diferentes de refunfuños y gruñidos; tienes un
grupo de amigos ardientes, y en el momento en que uno de ustedes se empareje, los
demás también caerán como fichas de dominó, y que los dioses los ayuden cuando
todos comienzan a tener bebés…
Él le arrebató el croissant de la mano. Eso la hizo callar.
Bryce lo miró boquiabierto, luego al pastel, y Hunt se preguntó si ella lo
mordería cuando él se lo llevó a la boca. Pero maldición, estaba bueno.
—Uno —dijo él, tirando de una silla y girándola hacia atrás para sentarse a
horcajadas—. Lo último que quiero hacer es follarte, por lo que podamos quitar toda
la opción de sexo, apareamiento y bebés de la mesa. Dos, no tengo amigos, así que
seguro como la mierda que no habrá un retiro para parejas a corto plazo. Tres, si nos
estamos quejando de las personas que tienen ropa opcional… —Terminó el
croissant y le dirigió una mirada aguda—, no soy yo quien desfila por este
apartamento en sujetador y ropa interior todas las mañanas mientras me visto.
Él había trabajado duro para olvidar ese detalle en particular. Cómo después de
su carrera matutina, se arreglaba el cabello y maquillaba en una rutina que le llevaba
más de una hora de principio a fin. Usando solo lo que parecía ser una extensa y
espectacular colección de lencería.
Hunt suponía que, si él se viera como ella, él también usaría esa mierda.
Bryce solo lo fulminó con la mirada, su boca y mano, y gruñó:
—Ese era mi cruasán.
La cafetera emitió un pitido, pero él mantuvo su trasero plantado en la silla.
—Me conseguirás un nuevo juego de llaves. Y agrégame a los encantamientos.
Porque es parte de mi trabajo, y ser asertivo no es la primera señal de ser un
alfaimbécil, es una señal de que quiero asegurarme de que no termines muerta.
—Deja de maldecir tanto. Estás molestando a Syrinx.
Él se inclinó lo suficientemente cerca como para notar manchas doradas en sus
ojos ambarinos.
—Tienes la boca más sucia que he escuchado, cariño. Y por tu forma de actuar,
creo que podrías ser tú la alfaimbécil aquí.
Ella siseó.
—¿Ves? —dijo él arrastrando las palabras—. ¿Qué fue lo que dijiste? ¿Una
variedad de refunfuños y gruñidos? —Él agitó una mano—. Bueno, allí tienes.
Ella golpeó sus uñas como cielo al atardecer sobre la mesa de cristal.
—Nunca vuelvas a comerte mi cruasán. Y deja de llamarme cariño.
Hunt le lanzó una sonrisa ladeada y se puso de pie.
—Necesito ir al Comitium por mi ropa. ¿Dónde estarás?
Bryce frunció el ceño y no dijo nada.
»La respuesta —continuó Hunt—, es conmigo. Donde quiera que vayamos tú o
yo, iremos juntos de ahora en adelante. ¿Entendido?
Ella lo ignoró. Pero no discutió más.
29
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

Micah Domitus podía ser un idiota, pero al menos daba a sus triarii el fin de
semana libre, o el equivalente a eso si algún deber en particular les obligaba a
regresar al trabajo.
Jesiba Roga, no es de extrañar, no parecía creer en los fines de semana. Y como
se esperaba que Quinlan estuviera en el trabajo, Hunt había decidido que irían al
cuartel del Comitium durante el almuerzo, mientras la mayoría de la gente estaba
distraída.
Los gruesos velos de niebla de la mañana no se habían disipado cuando Hunt
siguió a Bryce de camino al trabajo. No se le habían entregado nuevas
actualizaciones sobre el atentado, y no mencionaron ningún ataque adicional que
coincidiera con los métodos habituales del kristallos.
Pero Hunt se mantenía completamente alerta, evaluando a cada persona que
pasaba al lado de la pelirroja. La mayoría de las personas veían a Syrinx, brincando
al final de su correa, y le daban un saludo amable. Las quimeras eran mascotas
volátiles, propensas a pequeños ataques mágicos y mordeduras. No importaba que
Syrinx pareciera más interesado en cualquier alimento que pudiera robarle a la
gente.
Bryce llevaba un pequeño vestido negro hoy, su maquillaje era sutil, más pesado
en los ojos, más ligero en sus labios… armadura, se dio cuenta cuando ella y Syrinx
pasaron a otros viajeros y turistas, esquivando autos que ya tocaban la bocina con
impaciencia en el habitual tráfico de la Plaza Antigua. La ropa, el cabello, el
maquillaje… eran como el cuero, acero y armas que él vestía todos los días.
Excepto que él no usaba lencería fina debajo de todo eso.
Por alguna razón, se encontró cayendo sobre los adoquines detrás de ella. Ella
ni siquiera se estremeció, sus tacones negros altísimos ni siquiera vacilaron. Era
impresionante como Hel la manera en que ella podía caminar por las calles sin
romperse un tobillo. Syrinx resopló su saludo y siguió trotando, orgulloso como un
caballo de desfile imperial.
—¿Tu jefa te da un día libre?
Ella tomó un sorbo del café que se balanceaba en su mano libre. Seguramente
bebía una cantidad ilegal de esa cosa durante todo el día. Comenzando con no menos
de tres tazas antes de que salieran del apartamento.
—Tengo libres los domingos —dijo. Las hojas de palma silbaron con la fría brisa
sobre ellos. La piel bronceada de sus piernas se erizó con el frío—. Muchos de
nuestros clientes están lo suficientemente ocupados como para no poder asistir
durante la semana laboral. El sábado es su día de ocio.
—¿Al menos tienes vacaciones?
—La tienda está cerrada los principales días festivos. —Tocó ociosamente el
amuleto de tres nudos alrededor de su cuello.
Un hechizo Arcano como ese tenía que costar… Solas ardiente, tenía que costar
una maldita tonelada de monedas. Hunt pensó en la pesada puerta de hierro de los
archivos. Tal vez no estaba allí para mantener a los ladrones fuera… sino para
mantener cosas adentro.
Tenía el presentimiento de que ella no le diría ningún detalle sobre por qué el
arte requería que ella usara un amuleto, así que, en su lugar, le preguntó:
—¿Qué pasa contigo y tu primo? —El cual llegaría a la galería en algún momento
esta mañana.
Bryce tiró suavemente de la correa de Syrinx cuando se lanzó hacia una ardilla
que corría hacia una palmera.
—Ruhn y yo fuimos cercanos por unos años cuando yo era una adolescente, y
luego tuvimos una gran pelea. Dejé de hablar con él después de eso. Y las cosas han
estado… bueno, ya viste cómo están las cosas ahora.
—¿Por qué pelearon?
La neblina de la mañana los cubría mientras ella se mantenía en silencio, como
si debatiera qué revelar.
—Comenzó como una pelea sobre su padre. Sobre el pedazo de mierda que es
el Rey de Otoño, y cómo Ruhn estaba envuelto alrededor de su dedo. Se convirtió en
una pelea a gritos sobre los defectos del otro. Me fui cuando Ruhn dijo yo que estaba
coqueteando con sus amigos como una prostituta desvergonzada y que me
mantuviera alejada de ellos.
Ruhn había dicho algo mucho peor que eso, recordó Hunt. En el Templo de Luna,
había escuchado a Bryce recordarle que la había llamado puta mestiza.
—Siempre he sabido que Danaan era un imbécil, pero eso es bajo, incluso para
él.
—Lo fue —admitió ella suavemente—, pero… sinceramente, creo que él me
estaba protegiendo. De eso se trataba la discusión, en realidad. Estaba actuando
como cualquier otro idiota macho Fae dominante. Igual que mi padre.
—¿Alguna vez has tenido contacto con él? —preguntó Hunt. Había unas pocas
docenas de nobles Fae que podrían ser lo suficientemente monstruosos como para
haber hecho huir a Ember Quinlan hace todos esos años.
—Solo cuando no puedo evitarlo. Creo que lo odio más que a nadie en Midgard.
Excepto por Sabine. —Ella suspiró hacia el cielo, mirando a los ángeles y las brujas
pasar por encima de los edificios a su alrededor—. ¿Quién es el número uno en tu
maldita lista de mierda?
Hunt esperó hasta que pasaron frente a un Vanir de aspecto reptiliano
escribiendo en su teléfono antes de responder, consciente de cada cámara montada
en los edificios o escondida en árboles o botes de basura.
—Sandriel.
—Ah. —Solo el primer nombre de Sandriel era necesario para alguien en
Midgard—. Por lo que he visto en la televisión, ella parece… —Bryce hizo una mueca.
—Lo que sea que hayas visto en la versión es agradable. La realidad es diez
veces peor. Ella es un monstruo sádico. —Por decir lo menos. Y agregó—: Me vi
obligado a… trabajar para ella durante más de medio siglo. Hasta Micah. —No podía
decir la palabra: propiedad. Nunca dejaría que Sandriel tuviera ese tipo de poder
sobre él—. Ella y el comandante de sus triarii, Pollux, llevan la crueldad y el castigo
a nuevos niveles. —Apretó la mandíbula, sacudiéndose los recuerdos empapados de
sangre—. No son historias para contar en una calle concurrida. —O para contar en
absoluto.
—Si alguna vez quieres hablar de eso, Athalar, estoy aquí.
Lo dijo casualmente, pero él podía leer la sinceridad en su rostro. Él asintió con
la cabeza.
—Igualmente.
Pasaron por la Puerta de la Plaza Antigua, los turistas ya hacían fila para
tomarse fotos o tocar el disco, entregando alegremente una gota de su poder
mientras lo hacían. Ninguno parecía estar al tanto del cuerpo que había sido
encontrado a pocas cuadras de distancia. Con la niebla a su alrededor, la Puerta de
cuarzo era casi etérea, como si hubiera sido tallada en antiguo hielo. Ningún arcoíris
adornaba los edificios a su alrededor, no con la niebla.
Syrinx olfateó un bote de basura rebosante de desperdicios de comida de los
puestos alrededor de la plaza.
—¿Alguna vez has tocado el disco y pedido un deseo? —preguntó Bryce.
—Pensé que era algo que solo los niños y los turistas hacían. —Él sacudió la
cabeza.
—Lo es. Pero es divertido. —Se echó el cabello sobre un hombro, sonriendo
para sí misma—. Pedí un deseo aquí cuando tenía trece años, cuando visité la ciudad
por primera vez. Ruhn me trajo.
Hunt levantó una ceja.
—¿Qué deseaste?
—Que mis senos se agrandaran.
Una risa salió de él, ahuyentando cualquier sombra persistente que la charla
sobre Sandriel le trajeron. Pero Hunt evitó mirar el pecho de Bryce cuando dijo:
—Parece que tu deseo valió la pena, Quinlan. —Eso era una subestimación. Una
subestimación grande, jodida y cubierta de encaje.
Ella se rio entre dientes.
—Ciudad Crescent: lugar donde los sueños se hacen realidad.
Hunt le codeó las costillas, incapaz de evitar hacer contacto físico.
Ella lo alejó.
—¿Qué desearías si supieras que se hará realidad?
Que su madre estuviera viva, segura y feliz. Que Sandriel y Micah y todos los
Arcángeles y los Asteri estuvieran muertos. Que se terminara su trato con Micah y
se pudiera quitar el halo y los tatuajes de esclavo. Que las rígidas jerarquías de los
malakim fueran destruidas.
Pero no pudo decir nada de eso. No estaba listo para decir esas cosas en voz alta.
Así que Hunt dijo:
—Como estoy perfectamente contento con el tamaño de mis atributos, desearía
que dejaras de ser un dolor en mi trasero.
—Idiota. —Pero Bryce sonrió y que lo parta un rayo si el sol de la mañana no
apareció al verla.

La biblioteca debajo de Antigüedades Griffin habría puesto celoso incluso al Rey


de Otoño.
Ruhn Danaan se sentó en la mesa de trabajo gigante en el corazón de ella,
todavía necesitaba un momento para absorber en el espacio y que una duendecilla
de fuego que batía sus pestañas hacia él y le preguntaba si todos sus piercings habían
dolido.
Bryce y Athalar se sentaron al otro lado de la mesa, la primera escribiendo en
una laptop, el último hojeando una pila de tomos viejos. Lehabah yacía en lo que
parecía ser el sofá de muñecas, una tablet apoyada frente a ella, viendo uno de los
dramas Vanir más populares.
—Entonces —dijo Bryce sin levantar la vista de la computadora—, ¿vas a mirar
las cosas o quedarte allí y mirar boquiabierto?
Athalar se rio, pero no dijo nada, su dedo atravesó una línea de texto.
Ruhn lo fulminó con la mirada.
—¿Qué estás haciendo?
—Investigando sobre el kristallos —dijo Hunt, levantando sus ojos oscuros del
libro—. He matado a una docena de demonios Tipo Seis a lo largo de los siglos, y
quiero ver si hay alguna similitud.
—¿Los kristallos son Tipo Seis? —preguntó Ruhn.
—Asumo que sí — respondió Hunt, estudiando el libro nuevamente—. Los Tipo
Siete son solo para los príncipes, y dado lo que puede hacer esta cosa, apuesto a que
se consideraría un seis. —Tocó con los dedos la antigua página—. Sin embargo, no
he visto ninguna similitud.
Bryce tarareó.
—Tal vez estás buscando en el lugar equivocado. Tal vez… —Giró su laptop
hacia Athalar, con los dedos volando sobre el teclado—. Estamos buscando
información sobre algo que no ha entrado a este mundo durante quince mil años. El
hecho de que nadie pueda identificarlo sugiere que podría no haber llegado a
muchos de los libros de historia, y solo unos pocos de esos libros sobrevivieron tanto
tiempo. Pero… —Tecleó más, y Ruhn se estiró para ver la base de datos que ella le
enseñaba—. ¿Dónde estamos ahora mismo? —preguntó ella a Athalar.
—Una biblioteca.
—Una galería de antigüedades, idiota. —Una página cargó, llena de imágenes de
jarrones y ánforas antiguas, mosaicos y estatuas. Había escrito demonio + Fae en la
barra de búsqueda. Bryce deslizó la laptop hacia Hunt—. Tal vez podamos encontrar
al kristallos en arte antiguo.
Hunt se quejó, pero Ruhn notó el brillo de impresión en sus ojos antes de
comenzar a examinar las páginas de resultados.
—Nunca había conocido a un príncipe —suspiró Lehabah desde el sofá.
—Están sobrevalorados —dijo Ruhn sobre un hombro.
Athalar gruñó su acuerdo.
—¿Cómo es —preguntó la duendecilla, apoyando su ardiente cabeza en un puño
ardiente—, ser el Elegido?
—Aburrido —admitió Ruhn—. Más allá de la espada y algunos trucos de fiesta,
no hay mucho.
—¿Puedo ver la espada Estrellada?
—La dejé en casa. No tenía ganas de tratar con turistas deteniéndome a cada
cuadra queriendo tomar fotos.
—Pobre principito —dijo Bryce.
Hunt volvió a gruñir su acuerdo y Ruhn dijo:
—¿Tienes algo que decir, Athalar?
Los ojos del ángel se levantaron de la laptop.
—Ella ya lo dijo todo.
Ruhn gruñó, pero Bryce preguntó, examinándolos:
—¿Cuál es el problema con ustedes dos?
—Oh, sí, dígannos —suplicó Lehabah, poniéndole pausa a su video para
reacomodarse en el sofá.
Hunt volvió a examinar los resultados.
—Nos golpeamos en una fiesta. Danaan todavía está molesto por eso.
La sonrisa de Bryce era la definición de come mierda.
—¿Por qué pelearon?
—Porque él es un idiota arrogante —espetó Ruhn.
—Lo mismo digo —dijo Hunt, con la boca curvada en una media sonrisa.
Bryce lanzó a Lehabah una mirada de complicidad.
—Los niños y sus concursos de meadas.
Lehabah hizo un pequeño sonido primitivo.
—Ni de cerca tan avanzados como nosotras las señoritas.
Ruhn puso los ojos en blanco, sorprendido de encontrar a Athalar haciendo lo
mismo.
Bryce señaló las interminables estanterías que llenaban la biblioteca.
—Bueno, primo —dijo ella—, hazlo. Deja que tus poderes de Nacido de la
Estrella te guíen hacia la iluminación.
—Que graciosa —dijo él, pero comenzó a caminar hacia los estantes,
escaneando los títulos. Se detuvo en los diversos tanques y terrarios integrados en
las estanterías, los pequeños animales dentro totalmente desinteresados en su
presencia. No se atrevió a preguntar si los rumores sobre ellos eran ciertos,
especialmente cuando Lehabah dijo desde su sofá:
—La tortuga se llama Marlene.
Ruhn le dio a su hermana una mirada alarmada, pero Bryce estaba haciendo
algo en su teléfono.
La música comenzó a sonar un momento después, saliendo de los altavoces
ocultos en los paneles de madera. Ruhn escuchó los primeros acordes de la canción:
solo una guitarra y dos voces femeninas inquietantes.
—¿Todavía te gusta esta banda? —Cuando era niña, había estado obsesionada
con el dúo de hermanas folk.
—Josie y Laurel siguen haciendo buena música, así que yo las sigo escuchando.
—Deslizó sus dedos sobre la pantalla del teléfono.
Ruhn continuó su ociosa búsqueda.
—Siempre has tenido muy buen gusto —dijo, lanzando una cuerda en el
tormentoso mar que era su relación.
Ella no levantó la vista, pero dijo en un tono en voz baja:
—Gracias.
Athalar, sabiamente, no dijo una palabra.
Ruhn examinó los estantes, esperando sentir un tirón hacia algo más allá de la
hermana que le había hablado más en los últimos días que en nueve años. Los títulos
estaban en el idioma común, el Antiguo Idioma Fae, el mer y algunos otros alfabetos
que no reconoció.
—Esta colección es increíble.
Ruhn tomó un tomo azul cuyo lomo brillaba con una lámina de oro. Palabras de
los Dioses.
—No lo toques —advirtió Lehabah—. Podría morderte.
Ruhn retiró la mano mientras el libro se agitaba, retumbando en el estante. Sus
sombras murmuraron dentro de él, preparándose para atacar. Les ordenó que se
calmaran.
—¿Por qué el libro se mueve?
—Porque es especial… —Comenzó a decir Lehabah.
—Suficiente, Lele —advirtió Bryce—. Ruhn, no toques nada sin permiso.
—¿Sin permiso tuyo o de los libros?
—Ambos —dijo ella. Como en respuesta, un libro en lo alto del estante crujió.
Ruhn inclinó la cabeza para mirar y vio un tomo verde… brillante. Llamándolo. Sus
sombras murmuraron, como instándole a obedecer. De acuerdo entonces.
Fue cuestión de minutos el arrastrar la escalera de latón y subir. Bryce dijo,
aparentemente a la biblioteca:
—No lo molestes. —Antes de que Ruhn sacara el libro de su lugar de descanso.
Puso los ojos en blanco ante el título. Grandes Romances de los Fae.
Poderes de Nacido de la Estrella sin duda. Metiendo el libro en el hueco bajo su
brazo, descendió la escalera y regresó a la mesa.
Bryce ahogó una carcajada por el título.
—¿Estás seguro de que el poder de Nacido de la Estrella no es para encontrar
obscenidades? —Luego dijo a Lehabah—: Este estaba en tu sección.
Lehabah se sonrojó de un rosa frambuesa.
—BB, eres horrible.
Athalar le guiñó un ojo a él.
—Diviértete.
—Lo haré —replicó Ruhn, abriendo el libro. Su teléfono sonó antes de que
pudiera comenzar. Lo sacó de su bolsillo trasero y miró la pantalla—. Dec tiene la
información que querías.
Bryce y Athalar se quedaron quietos. Ruhn abrió el correo electrónico, luego sus
dedos se cernieron sobre el símbolo de reenvío.
—Yo, eh… ¿tu correo sigue siendo el mismo? —preguntó a Bryce—. Y no tengo
el tuyo, Athalar.
Hunt lo recitó, pero Bryce frunció el ceño a Ruhn por un largo momento, como
si estuviera sopesando si quería abrir otra puerta en su vida. Ella suspiró y
respondió:
—Sí, es el mismo.
—Enviado —dijo Ruhn, y abrió el archivo adjunto que Declan había enviado por
correo electrónico.
Estaba lleno de coordenadas y sus ubicaciones correlacionadas. La rutina diaria
de Danika como Alfa de la Manada de Demonios la hizo moverse por la Plaza Antigua
y más allá. Sin mencionar su saludable vida social después de la puesta del sol. La
lista abarcaba todo, desde el apartamento, la Guarida, la Oficina Central en el
Comitium, un salón de tatuajes, una hamburguesería, demasiadas pizzerías para
contar, bares, una sala de conciertos, el estadio de sunball de la UCC, peluquerías, el
gimnasio… mierda, ¿había dormido alguna vez? La lista databa de dos semanas antes
de su muerte. Por el silencio alrededor de la mesa, sabía que Bryce y Hunt también
estaban mirando las ubicaciones. Y entonces…
Sorpresa iluminó los ojos oscuros de Hunt mientras la miraba.
—Danika no solo estaba de guardia cerca del Templo de Luna aquí; esto dice
que Danika estuvo asignada en el templo durante los dos días anteriores al robo del
Cuerno. Y durante la noche del apagón —murmuró Bryce.
—¿Crees que ella vio a quien lo tomó y la mataron para ocultarlo? —preguntó
Hunt.
¿Podría ser así de fácil? Ruhn rezó para que así fuera.
Bryce sacudió la cabeza.
—Si Danika hubiera visto cuando robaron el Cuerno, lo habría denunciado. —
Suspiró de nuevo—. Danika no solía estar asignada en el templo, pero Sabine a
menudo cambiaba su horario por molestar. Tal vez Danika tenía algo del olor del
Cuerno en ella por estar de servicio y el demonio la rastreó.
—Revísalo de nuevo —instó Ruhn—. Tal vez hay algo que no estás viendo.
La boca de Bryce se torció hacia un lado, el retrato del escepticismo, pero Hunt
dijo:
—Es mejor que nada. —Bryce mantuvo la mirada del ángel por más tiempo de
lo que la mayoría de la gente consideraba sabio.
Nada bueno podría salir de eso: Bryce y Athalar trabajando juntos. Viviendo
juntos.
Pero Ruhn mantuvo la boca cerrada y comenzó a leer.

—¿Has encontrado alguna buena escena de sexo? —preguntó Bryce a Ruhn,


revisando los datos de ubicación de Danika por tercera vez. Se había dado cuenta de
que los primeros lugares habían sido los laboratorios de bombas de Philip Briggs, a
las afueras de los muros de la ciudad. Incluyendo la noche del ataque.
Ella todavía recordaba a Danika y Connor cojeando en el apartamento esa
noche, después de hacer la redada de Briggs y su grupo Keres hace dos años. Danika
había estado bien, pero Connor lucía un labio partido y un ojo morado que gritaba
que algo se había ido a la mierda. Nunca le dijeron qué fue, y ella no había
preguntado. Solo hizo que Connor se sentara en la mesa de la cocina y la dejara
limpiarlo.
Había mantenido los ojos fijos en su rostro, su boca, todo el tiempo que le había
tocado suavemente el labio. En ese momento ella supo que se acercaba, que Connor
había terminado de esperar. Esos cinco años de amistad, de bailar uno alrededor del
otro, ahora iban a cambiar, y pronto se mudarían. No importaba que hubiera estado
saliendo con Reid. Connor la había dejado cuidar de él, con los ojos casi brillantes, y
ella sabía que era momento.
Cuando Ruhn no respondió de inmediato a sus burlas, Bryce levantó la vista de
la computadora portátil. Su hermano había seguido leyendo, y no pareció
escucharla.
—Ruhn.
Hunt detuvo su propia búsqueda en la base de datos de la galería.
—Danaan.
Ruhn levantó la cabeza, parpadeando.
—¿Encontraste algo? —preguntó Bryce.
—Sí y no —dijo Ruhn , enderezándose en su silla—. Esta es solo una historia de
tres páginas del Príncipe Pelias y su novia, Lady Helena. Pero no me di cuenta de que
Pelias era en realidad el alto general de una Reina Fae llamada Theia cuando
entraron a este mundo durante el Cruce, y Helena era su hija. Por lo que parece, la
reina Theia también era Nacida de la Estrella, y su hija poseía el mismo poder. Theia
tenía una hija menor con el mismo don, pero solo se menciona a Lady Helena. —
Ruhn se aclaró la garganta y leyó—: “Helena, de cabello nocturno, cuya piel dorada
brotaba luz de estrellas y sombras”. Parece que Pelias fue uno de varios Fae en aquel
entonces con el poder de los Nacidos de la Estrella.
Bryce parpadeó.
—¿Y entonces? ¿Qué tiene que ver con el Cuerno?
—Menciona aquí que los objetos sagrados fueron hechos solo para Fae como
ellos. Que el Cuerno funcionaba solo cuando la luz de las estrellas fluía a través de
él, cuando estaba lleno de poder. Esto afirma que la magia de los Nacidos por la
Estrella, además de un montón de otra basura, se puede canalizar a través de objetos
sagrados, dándoles vida. Estoy seguro de que yo nunca he podido hacer algo así,
incluso con la espada Estrellada. Pero dice que es por eso que el Príncipe del Pozo
tuvo que robar la sangre de Pelias para que el kristallos localizara el Cuerno:
contenía esa esencia. Sin embargo, creo que el Cuerno podría haber sido utilizado
por cualquiera de ellos.
—Pero si el Príncipe del Pozo hubiera tenido en sus manos el Cuerno, no podría
usarlo a menos que tuviera un Fae Nacido de la Estrella para usarlo —dijo Hunt y
asintió hacia Ruhn—. Incluso quien quiera que encuentre el Cuerno ahora, tendría
que usarte.
Ruhn lo consideró.
—Pero no olvidemos que quien esté convocando al demonio para rastrear el
Cuerno, y matar a estas personas, no tiene el Cuerno. Alguien más lo robó. Así que
esencialmente estamos buscando a dos personas diferentes: el asesino y quien tenga
el Cuerno.
—Bueno, el Cuerno está roto de todos modos —dijo Bryce.
Ruhn tocó el libro.
—Al parecer, está permanentemente roto. Aquí dice que una vez que se rompió,
los Fae afirmaron que solo podía repararse con luz que no es luz; magia que no es
magia. Básicamente, una forma intrincada de decir que no hay ninguna posibilidad
en Hel que vuelva a funcionar.
—Entonces tenemos que descubrir por qué alguien lo querría —dijo Hunt y
frunció el ceño a Ruhn—. ¿Tu padre lo quiere para qué, alguna campaña de
relaciones públicas de los Fae por los viejos tiempos de Faedom?
Ruhn resopló y Bryce sonrió levemente. Con líneas como esa, Athalar estaba en
peligro de convertirse en una de sus personas favoritas.
—Básicamente, sí. Los Fae han estado disminuyendo, según él, durante los
últimos miles de años. Afirma que nuestros antepasados podían quemar bosques
enteros hasta convertirlos en cenizas con medio pensamiento, mientras que él
probablemente pueda incendiar una arboleda y no mucho más. —La mandíbula de
Ruhn se tensó—. Lo vuelve loco que mis poderes de Elegido sean apenas más que
una muesca.
Bryce sabía que su propia falta de poder había sido parte del disgusto de su
padre con ella.
Prueba de la poca influencia de los Fae.
Sintió los ojos de Hunt sobre ella, como si él pudiera sentir la amargura que la
recorría.
—Mi propio padre nunca tuvo mucho interés en mí por la misma razón —
mintió ella a medias.
—Especialmente después de tu visita a la Oráculo —dijo Ruhn.
Las cejas de Hunt se elevaron, pero Bryce sacudió la cabeza hacia él, frunciendo
el ceño.
—Es una larga historia.
Hunt la miró de nuevo de esa manera considerada y que todo lo veía. Entonces
Bryce miró el tomo que tenía Ruhn, observó algunas líneas y luego volvió a mirar a
Ruhn.
—Toda esta sección trata sobre tus elegantes primos de Avallen. Caminantes de
sombras, lectores de mentes… me sorprende que no digan que son Nacidos de la
Estrella.
—Ya quisieran serlo —murmuró Ruhn—. Son un montón de idiotas.
Tenía un vago recuerdo de Ruhn diciéndole los detalles sobre por qué,
exactamente, él se sentía así, pero preguntó:
—¿No lees la mente?
—Es hablar a las mentes —dijo él quejándose—, y no tiene nada que ver con las
cosas de Nacido de la Estrella. O este caso.
Hunt, aparentemente, parecía estar de acuerdo, porque interrumpió.
—¿Y si le preguntamos a la Oráculo sobre el Cuerno? Tal vez ella podría ver por
qué alguien querría una reliquia rota.
Bryce y Ruhn se enderezaron. Pero ella dijo:
—Estaríamos mejor sin los místicos.
Hunt se encogió.
—Los místicos son una mierda oscura y jodida. Primero probaremos con la
Oráculo.
—Bueno, yo no voy a ir —dijo Bryce rápidamente.
Los ojos de Hunt se oscurecieron.
—¿Por lo que pasó en tu visita?
—Correcto —dijo ella con fuerza.
Ruhn intervino y le dijo a Hunt:
—Ve tú solo, entonces.
Hunt se rio por lo bajo.
—¿También tuviste una mala experiencia, Danaan?
Bryce se encontró observando cuidadosamente a su hermano. Ruhn nunca le
había mencionado la Oráculo. Pero él se encogió de hombros y dijo:
—Sí.
Hunt levantó las manos.
—Bien, imbéciles. Iré. Nunca he estado allí. Siempre me pareció algo con
demasiados efectos de circo.
No lo era. Bryce bloqueó la imagen de la esfinge dorada que había estado ante
el agujero en el piso de su oscuro cuarto, cómo el rostro humano de esa mujer había
monitoreado cada respiración suya.
—Necesitarás una cita. —Ella logró decir.
Se hizo el silencio. Un zumbido lo interrumpió, y Hunt suspiró mientras sacaba
su teléfono.
—Tengo que contestar —dijo, y no esperó a que ellos respondieran antes de
subir las escaleras de la biblioteca. Un momento después, la puerta de entrada a la
galería se cerró.
Con Lehabah todavía mirando su programa detrás de ellos, Ruhn dijo en voz
baja a Bryce:
—Tus niveles de poder nunca me importaron, Bryce. Lo sabes, ¿verdad?
Volvió a mirar los datos de Danika.
—Sí. Lo sé. —Ella levantó una ceja—. ¿Qué te pasó con la Oráculo?
Su rostro se cerró.
—Nada. Ella me dijo todo lo que el Rey de Otoño quería escuchar.
—¿Qué? ¿Estás molesto porque no fue algo tan desastroso como lo mío?
Ruhn se levantó de su asiento, los piercings brillaron con las luces.
—Mira, tengo una reunión en el Aux esta tarde para la cual necesito
prepararme, pero nos vemos más tarde.
—Seguro.
Ruhn hizo una pausa, como si debatiera decir algo más, pero continuó hacia las
escaleras y salió.
—Tu primo es de ensueño —suspiró Lehabah desde su sofá.
—Pensé que Athalar era tu verdadero amor —dijo Bryce.
—¿No pueden ser los dos?
—Considerando lo terribles que son para compartir, no creo que termine bien
para ninguno.
Su correo electrónico sonó en la laptop. Como su teléfono estaba hecho pedazos
entre los escombros del Cuervo, Hunt le había enviado un correo electrónico, Vi a tu
primo irse. Nos vamos al Comitium en cinco minutos.
Ella respondió: No me des órdenes, Athalar.
Cuatro minutos, cariño.
Te lo dije: no me llames cariño.
Tres minutos.
Gruñendo, se levantó de la mesa y se frotó la pierna. Sus tacones ya la estaban
matando, y conociendo a Athalar, la haría caminar por todo el complejo del
Comitium. Su vestido se vería ridículo con un par diferente de zapatos, pero
afortunadamente, mantenía una muda de ropa en el cajón inferior del escritorio de
la biblioteca, principalmente en caso de que un día lluvioso amenazara con arruinar
lo que llevaba puesto.
—Es agradable tener compañía aquí abajo —dijo Lehabah.
Algo en el pecho de Bryce se retorció, pero dijo:
—Volveré más tarde.
30
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

Hunt mantuvo una distancia casual de Bryce mientras caminaba a su lado a


través del vestíbulo del Comitium hasta el grupo de ascensores que los llevaría al
cuartel de la 33ra. Los otros grupos de ascensores dispersos a través del atrio
centralizado y acristalado conducían a las otras cuatro torres del complejo, una para
las salas de reuniones de los Jefes de la Ciudad y el funcionamiento de Lunathion,
una para Micah como residencia y oficina oficial, una para la mierda general
administrativa, y una para reuniones públicas y eventos. Miles y miles de personas
vivían y trabajaban dentro de sus paredes, pero incluso con el bullicioso vestíbulo,
Quinlan de alguna manera logró destacar.
Ella se había cambiado a unos zapatos planos de gamuza roja y una blusa blanca
abotonada encajada en unos jeans ajustados, y ató su masa de cabello sedoso en una
alta cola de caballo que se balanceaba descaradamente con cada paso que daba, a la
par con las zancadas de Hunt.
Puso la palma de su mano contra el disco redondo al lado de las puertas del
ascensor, presionando para acceder a su piso treinta niveles más arriba. Por lo
general, volaba al balcón del rellano del cuartel, mitad para mayor comodidad, mitad
para evitar la gente que ahora los miraban boquiabiertos a través del piso del
vestíbulo, sin duda preguntándose si Hunt traería a Quinlan aquí para follarla o
interrogarla.
El legionario que descansaba en un sofá bajo no era particularmente hábil para
ocultar las miradas que dirigió al trasero de Bryce. Bryce miró por encima del
hombro, como si algún sentido adicional le dijera que alguien la estaba mirando, y
le sonrió al soldado.
El legionario se puso rígido. Bryce se mordió el labio inferior y sus pestañas
bajaron ligeramente.
Hunt apretó el botón del elevador con fuerza, incluso cuando el hombre le dio a
Bryce una media sonrisa. Hunt estaba bastante seguro de que el bastardo le arrojaba
la misma sonrisa a cualquier hembra que se le acercara. Como engranajes de bajo
nivel en una máquina muy grande, los legionarios, incluso aquellos en la famosa
33ra, no podían ser exigentes.
Las puertas del ascensor se abrieron, y los legionarios y la gente de negocios
salieron, aquellos sin alas con cuidado de no pisar las plumas de nadie. Y todos con
cuidado de no mirar a Hunt a los ojos.
No era que fuera frío. Si alguien le ofrecía una sonrisa, él generalmente
intentaba devolverla. Pero todos habían escuchado las historias. Todos sabían para
quién trabajaba, cada uno de sus maestros, y lo que hacía por ellos.
Se sentirían más cómodos subiéndose a un ascensor con un tigre hambriento.
Entonces Hunt se cerró, minimizando cualquier posibilidad de contacto. Bryce
se giró para enfrentar el elevador, esa cola de caballo casi lo azota en la cara.
—Cuidado con esa cosa —espetó Hunt cuando el elevador finalmente se vació
y ellos entraron—. Me sacarás un ojo.
Ella se apoyó despreocupadamente contra la pared de cristal al otro lado.
Afortunadamente, nadie entró con ellos. Hunt no fue tan estúpido como para pensar
que fue por pura casualidad.
Habían hecho una sola parada en su camino aquí, para comprarle un teléfono
de reemplazo por el que había perdido en el club. Incluso había gastado algunas
monedas adicionales para un paquete de hechizos de protección estándar en el
teléfono.
La tienda de vidrio-y-cromo había estado prácticamente vacía, pero no había
dejado de notar cuántos compradores potenciales lo vieron por las ventanas y se
mantuvieron lejos. Bryce no parecía darse cuenta, y mientras esperaban a que el
empleado le trajera un teléfono nuevo, ella le había pedido el suyo, para poder
revisar las noticias en busca de actualizaciones sobre el ataque del club. De alguna
manera, ella había terminado revisando sus fotos. O la falta de ellas.
—Hay treinta y seis fotos en este teléfono —dijo ella rotundamente.
Hunt frunció el ceño.
—¿Y?
Se desplazó por la miserable colección.
—De hace cuatro años. —De cuando llegó a Lunathion y consiguió su primer
teléfono y la probada de la vida sin que un monstruo lo gobernara. Bryce se
atragantó cuando abrió una foto de una pierna cortada en una alfombra
ensangrentada—. ¿Qué mierda?
—A veces me llaman a escenas del crimen y tengo que tomar algunas fotos para
obtener evidencia.
—¿Alguna de estas personas son de tu contrato con…?
—No —dijo él—. No tomo esas fotos.
—Hay treinta y seis fotos en tu teléfono de hace cuatro años, y todas son de
cuerpos desmembrados —dijo ella. Alguien jadeó a través de la tienda.
Hunt apretó los dientes.
—Dilo un poco más fuerte, Quinlan.
Ella frunció el ceño.
—¿Nunca tomas otras?
—¿De qué?
—Oh, no sé, ¿de la vida? ¿Una flor bonita o una buena comida o algo así?
—¿Cuál es el punto de hacer eso?
Ella parpadeó y luego sacudió la cabeza.
—Qué raro eres.
Y antes de que él pudiera detenerla, ella había inclinado su teléfono frente a ella,
sonrió de oreja a oreja, y tomó una foto de sí misma antes de devolvérselo.
—Ahí tienes. Una foto que no es un cadáver.
Hunt puso los ojos en blanco, pero se guardó el teléfono en el bolsillo.
El elevador zumbó a su alrededor, disparándose hacia arriba. Bryce observó
cómo aumentaban los números.
—¿Sabes quién era ese legionario? —preguntó ella casualmente.
—¿Cuál? ¿El que estaba babeando sobre la alfombra de Traskia, con la lengua
estirada por el suelo, o el que estaba mirando tu trasero como si fuera a hablar con
él?
—Deben mantenerlos a todos hambrientos de sexo en estos cuarteles si la
presencia de una hembra los pone tan ansiosos. Entonces, ¿sabes su nombre? El del
que quería charlar con mi trasero.
—No. Hay tres mil de nosotros solo en la 33ra. —Él la miró de soslayo,
mirándola vigilar los números de cada piso—. Tal vez un tipo que observa tu trasero
antes de saludar no es alguien que valga la pena conocer.
Sus cejas se levantaron cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron.
—Ese es precisamente el tipo de persona que estoy buscando. —Ella entró en
un pasillo simple, y él la siguió, dándose cuenta cuando ella hizo una pausa que él
sabía a dónde iban, y ella solo lo había fingido.
Él giró a la izquierda. Sus pasos resonaban en las baldosas de granito del largo
corredor. La piedra estaba agrietada y astillada en ciertos puntos, por armas
arrojadas, concursos de meadas mágicas, peleas reales, pero aun así lo
suficientemente pulida como para poder ver sus reflejos.
Quinlan observó el pasillo, los nombres en cada puerta.
—Solo machos, ¿o están mezclados?
—Mezclados —dijo—. Aunque hay más machos que hembras en la 33ra.
—¿Tienes novia? ¿Novio? ¿Alguien a quien cuyo trasero lo hayas mirado
boquiabierto?
Él sacudió la cabeza, tratando de luchar contra el hielo en sus venas cuando se
detuvo ante su puerta, la abrió y la dejó entrar. Intentando bloquear la imagen de
Shahar cayendo a la tierra, la espada de Sandriel atravesando su esternón, las alas
blancas de ambos ángeles chorreando sangre. Ambas hermanas gritando, sus
rostros siendo casi el reflejo del otro.
—Nací bastardo. —Él cerró la puerta detrás de ellos y la observó inspeccionar
la pequeña habitación. La cama era lo suficientemente grande como para acomodar
sus alas, pero no había espacio para mucho más que un armario y una cómoda, un
escritorio repleto de libros y papeles, y armas desechadas.
—¿Y?
—Y mi madre no tenía dinero, y no tenía una línea de sangre distinguida que
pudiera haberlo compensado. No tengo exactamente mujeres haciendo fila por mí,
a pesar de mi rostro. —Su risa fue amarga cuando abrió el armario de pino barato y
sacó una gran bolsa de lona—. Una vez tuve a alguien, alguien a quien no le
importaba la posición, pero no terminó bien. —Cada palabra quemó su lengua.
Bryce se abrazó a sí misma, clavando las uñas en la seda de su camisa. Parecía
darse cuenta de quién hablaba. Miró a su alrededor, como si buscara cosas que decir,
y de alguna manera se decidió por:
—¿Cuándo hiciste el Descenso?
—Tenía veintiocho años.
—¿Por qué en ese entonces?
—Mi madre acababa de morir. —La tristeza llenó sus ojos, y él no pudo soportar
su mirada, no pudo soportar abrir la herida, por lo que agregó—: Caí en espiral
después de eso. Así que obtuve un Ancla del gobierno e hice el Descenso. Pero no
hizo la diferencia. Si heredara el poder de un Arcángel o un ratón, una vez que me
tatuaron cinco años después, me cortaron las rodillas.
Podía escuchar la mano de ella acariciar su manta.
—¿Alguna vez te arrepientes de la rebelión de los ángeles?
Hunt miró por encima del hombro para encontrarla apoyada contra la cama.
—Nunca nadie me ha preguntado eso. —Nadie se atrevía. Pero ella sostuvo su
mirada. Hunt admitió—: No sé lo que pienso al respecto.
Dejó que su mirada transmitiera el resto. No diré una maldita palabra al respecto
en este lugar.
Ella asintió. Luego miró a las paredes, sin obras de arte, sin carteles.
—¿Nadie te ayudó a decorar?
Metió ropa en la bolsa de lona, recordando que ella tenía una lavadora en el
apartamento.
—Micah puede intercambiarme cuando quiera. Es de mala suerte echar raíces
de esa manera.
Ella se frotó los brazos, a pesar de que la habitación estaba cálida, casi
sofocantemente.
—Si él hubiera muerto esa noche, ¿qué te habría pasado? ¿A todos los caídos y
esclavos que posee?
—Nuestro contrato de propiedad pasa a quien lo reemplace. —Odiaba cada
palabra que salía de su boca—. Si no tienen a nadie en la lista, los activos se dividen
entre los otros Arcángeles.
—Quién no honraría su contrato contigo.
—Definitivamente no. —Hunt comenzó a guardar las armas escondidas en los
cajones de su escritorio.
Podía sentirla observando cada uno de sus movimientos, como si contara cada
espada y arma que sacaba.
—Si consiguieras tu libertad, ¿qué harías? —preguntó ella.
Hunt revisó la munición de las armas que tenía en su escritorio, y ella se acercó
a mirar. Él arrojó algunas en su bolsa. Ella tomó un cuchillo largo como si fuera un
calcetín sucio.
»Escuché que tu rayo es único entre los ángeles, que incluso los Arcángeles no
pueden producirlo.
Él recogió sus alas.
—¿Sí?
Ella se encogió de hombros.
—Entonces, ¿por qué Isaiah es el Comandante de la 33ra?
Tomó el cuchillo que ella sostenía y lo puso en su bolsa.
—Porque hago enojar a mucha gente y me importa una mierda hacerlo. —Había
sido así incluso antes del Monte Hermon. Sin embargo, Shahar lo había visto como
una fortaleza. Lo convirtió en su general. Él había intentado y fallado estar a la altura
de ese honor.
Bryce le dedicó una sonrisa conspiradora.
—Tenemos algo en común después de todo, Athalar.
Bien. El ángel no era tan malo. La había curado después del bombardeo, sin
fanfarronería masculina. Y tenía un Hel de razones para querer resolver este caso. Y
había molestado a Ruhn sin descanso.
Cuando él terminó de empacar, recibió una llamada de Isaiah, quien dijo que su
solicitud para ver a Briggs había sido aprobada, pero que tomaría unos días
limpiarlo y traerlo de la prisión de Adrestia. Bryce había decidido ignorar qué
implicaba exactamente el estado actual de Briggs.
El único punto positivo fue que Isaiah le informó a Hunt que la Oráculo había
dejado espacio en su horario a primera hora de mañana para él.
Bryce miró a Hunt mientras entraban al elevador una vez más, su estómago se
revolvió cuando bajaron al vestíbulo central del Comitium. Independientemente de
la autorización que tenía Hunt, de alguna manera incluía anular los comandos del
ascensor para detenerse en otros pisos. Genial.
Nunca había conocido a ninguno de los malakim más allá de ver a los legionarios
en patrulla, o su rica élite pavoneándose como pavos reales por la ciudad. Los
preferidos eran los salones de la azotea en el DCC. Y como a las putas mestizas no se
les permitía entrar, ella nunca había tenido la oportunidad de llevarse uno a casa.
Bueno, ahora se llevaría uno a casa, aunque no de la forma en que había
imaginado una vez mientras observaba sus músculos. Ella y Danika habían pasado
dos sólidas semanas de verano en almuerzos, sentadas en una azotea adyacente a
un espacio de entrenamiento de la legión. Con el calor, los ángeles machos se habían
despojado de sus camisas mientras luchaban. Y luego se habían puesto sudorosos.
Muy, muy sudorosos.
Ella y Danika habrían seguido yendo cada hora del almuerzo si no hubieran sido
atrapadas por el conserje del edificio, que las llamó pervertidas y bloquearon
permanentemente el acceso al techo.
El elevador disminuyó la velocidad hasta detenerse, volviendo a revolver su
estómago. Las puertas se abrieron y fueron recibidos por un muro de legionarios de
aspecto impaciente, quienes se aseguraron de cambiar sus expresiones
cuidadosamente para no comprometerse de ninguna manera cuando vieron a Hunt.
La Sombra de la Muerte. Había visto el infame casco en su habitación, colocado
al lado de su escritorio. Lo había dejado atrás, gracias a los dioses.
Más allá de los ascensores, el vestíbulo del Comitium estaba abarrotado. Lleno
de alas y halos y esos tentadores cuerpos musculosos, todos frente a las puertas
delanteras, estirando los cuellos para verse entre sí, pero ninguno lanzándose al
espacio aéreo del atrio.
Hunt se puso rígido al borde de la multitud que casi había bloqueado la puerta
del ascensor del cuartel. Bryce dio un paso hacia él antes de que el ascensor a su
derecha se abriera e Isaiah saliera rápidamente, deteniéndose mientras miraba a
Hunt.
—Acabo de escuchar…
La oleada de poder en el otro extremo del vestíbulo hizo que sus piernas se
doblaran.
Como si ese poder hubiera derribado a la multitud, todos se arrodillaron e
inclinaron la cabeza.
Dejando a los tres con una vista perfecta de la Arcángel que estaba de pie en las
puertas de cristal gigantes del atrio, Micah a su lado.
31
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

Sandriel se giró hacia Hunt, Bryce e Isaiah en el mismo momento en que Micah
lo hizo. El reconocimiento brilló en los ojos de la mujer de cabello oscuro cuando esa
mirada aterrizó en Hunt, omitió a Bryce por completo y notaba Isaiah.
Bryce la reconoció, por supuesto. Estaba en la televisión con la frecuencia
suficiente para que nadie en el planeta no la reconociera.
Un paso por delante, Hunt se encontraba temblando como un cable
electrificado. Ella nunca lo había visto así.
—Arrodíllate —murmuró Isaiah, y se arrodilló.
Hunt no se movió. Bryce se dio cuenta de que no lo haría. La gente miraba sobre
sus hombros mientras permanecían de rodillas.
Isaiah murmuró:
—Pollux no está con ella. Solo jodidamente arrodíllate. —Pollux: el martillo.
Algo de la tensión salió de Hunt, pero permaneció de pie.
Él lucía perdido, varado en algún lugar entre la ira y el terror. Ni un destello de
su rayo en la punta de sus dedos. Bryce se acercó a su lado y se pasó la cola de caballo
por encima de un hombro. Sacó su nuevo teléfono de su bolsillo, asegurándose de
que el sonido estuviera activado.
Para que todos pudieran escuchar el fuerte clic, clic, clic, mientras tomaba fotos
de los dos Arcángeles, luego se giró, apuntando el teléfono hacia sí misma, para
tomar una foto de ella con los Gobernadores en el fondo.
La gente murmuró en estado de shock. Bryce inclinó la cabeza hacia un lado,
sonriendo ampliamente, y tomó otra foto.
Luego ella se giró hacia Hunt, que todavía temblaba, y habló con la mayor
ligereza que pudo reunir.
—Gracias por traerme a verlos. ¿Nos vamos?
No le dio a Hunt la oportunidad de hacer nada mientras pasaba su brazo por el
de él, les daba la vuelta para tomar una foto con él y los Arcángeles con rostro de
piedra y la multitud desconcertada en el fondo, y luego tiró de él hacia el elevador.
Era por eso que algunos legionarios se apresuraban a subir. A huir.
Tal vez había otra salida más allá de la pared de puertas de vidrio. La multitud
se puso de pie.
Ella apretó el botón, rezando que le diera acceso a cualquier piso de la torre.
Hunt seguía temblando. Bryce agarró su brazo con fuerza, golpeando su pie en las
baldosas mientras…
—Explícate. —Micah se paró detrás de ellos, bloqueando a la multitud del
ascensor.
Hunt cerró los ojos.
Bryce tragó saliva y se volvió, casi golpeando a Hunt otra vez en la cara con su
cabello.
—Bueno, escuché que tenías una invitada especial, así que le pedí a Hunt que
me trajera para poder tomarme unas fotos.
—No mientas.
Hunt abrió los ojos y luego se giró lentamente hacia el gobernador.
—Tuve que recoger suministros y ropa. Isaiah me dio el visto bueno para traerla
aquí.
Como si pronunciar su nombre lo hubiera convocado, el Comandante de la 33ra
empujó a través de la línea de guardias.
—Es verdad, Su Gracia. Hunt estaba atendiendo algunas necesidades y no
quería arriesgarse a dejar sola a la señorita Quinlan mientras lo hacía —dijo Isaiah.
El Arcángel miró a Isaiah, luego a Hunt. Luego a ella.
La mirada de Micah recorrió su cuerpo. Su rostro. Ella conocía esa mirada, ese
lento estudio.
Era demasiado jodidamente malo que Micah fuera tan cálido como un pez en el
fondo de un lago congelado debajo de una montaña.
Demasiado jodidamente malo que hubiera usado a Hunt como un arma,
convirtiendo su libertad en una recompensa para perros.
Demasiado jodidamente malo que a menudo trabajara con su padre en asuntos
de la ciudad y en asuntos de Casas, era demasiado malo que le recordara a su padre.
Bu. Jodido. Ju.
—Fue agradable verle de nuevo, Su Gracia —dijo ella a Micha. Entonces se las
puertas del ascensor abrieron, como si algún dios les hubiera ordenado que hicieran
una buena salida.
Ella empujó a Hunt adentro y lo estaba siguiendo cuando una mano fría y fuerte
la agarró del codo. Alzó las pestañas hacia Micah cuando él la detuvo en las puertas
del ascensor. Hunt no parecía estar respirando.
Como si estuviera esperando que el gobernador revocara su trato.
Pero Micah ronroneó:
—Me gustaría llevarte a cenar, Bryce Quinlan.
Ella salió de su agarre, uniéndose a Hunt en el ascensor. Y cuando las puertas se
cerraron, miró al Arcángel de Valbara a los ojos.
—No estoy interesada —dijo ella.

Hunt sabía que Sandriel vendría, pero encontrarse con ella hoy… debió haber
querido sorprenderlos a todos, si hasta Isaiah no lo sabía. Quería pillar
desprevenidos al Gobernador y a la legión y ver cómo era este lugar antes de que la
pompa y las circunstancias hicieran que sus defensas parecieran más fuertes, su
riqueza más profunda. Antes de que Micah pudiera llamar a una de sus otras legiones
para que parecieran mucho más impresionantes.
Qué jodida mala suerte que se hubieran encontrado con ella.
Pero al menos Pollux no había estado allí. Aún no.
El elevador se movió nuevamente y Bryce permaneció en silencio. Abrazándose.
No estoy interesada.
Él dudaba que Micah Domitus hubiera escuchado esas palabras antes.
Dudaba que Sandriel alguna vez hubiera dejado que alguien le tomara fotos así.
Todo lo que había podido pensar mientras contemplaba a Sandriel era el peso
de su cuchillo a su lado. Todo lo que podía oler era el olor de su arena, sangre,
mierda, orina y esa arena…
Entonces Bryce hizo su jugada. Interpretó a esa irreverente y viciosa chica
fiestera que quería que creyeran que era, que él había creído que era, sacando esas
fotos y dándole a él una salida…
Hunt colocó su mano contra el disco al lado del panel de botones y presionó un
piso diferente, ignorando el lugar donde el elevador los había estado llevando.
—Podemos irnos desde el rellano. —La voz de él era como grava. Siempre se
olvidaba de cuán parecidas se veían Sandriel y Shahar. No gemelas idénticas, pero
su color y constitución habían sido casi iguales—. Aunque tendré que llevarte.
Ella enredó el sedoso largo de su cola de caballo alrededor de una muñeca, sin
darse cuenta de que le mostró la dorada línea de su garganta con el movimiento.
No estoy interesada.
Ella había sonado segura. No alegre, no regodeándose, sino… firme.
Hunt no se atrevió a considerar cómo este rechazo podría afectar su trato con
Micah, o preguntarse si Micah lo culparía de alguna manera por ello.
—¿No hay puerta trasera? —preguntó Bryce.
—La hay, pero tendríamos que bajar de nuevo.
Él podía sentir las preguntas de ella burbujeando, y antes de que pudiera
preguntar, él dijo:
—El Segundo de Sandriel, Pollux, es aún peor que ella. Cuando él llegue aquí,
evítalo a toda costa.
No podía sacar a relucir la lista de horrores que Pollux había infligido a
inocentes.
Bryce chasqueó la lengua.
—Mi camino nunca se cruzará con el de ellos sí puedo evitarlo.
Después de ese espectáculo en el vestíbulo, podría ser verdad. Pero Hunt no le
dijo que Sandriel no estaba por encima de pequeñas venganzas por desaires y
ofensas menores. No le dijo que Sandriel probablemente nunca olvidaría el rostro
de Bryce. Puede que ya le hubiera preguntado a Micah quién era ella.
Las puertas se abrieron en un nivel superior tranquilo. Los pasillos estaban
oscuros, silenciosos, y él la condujo a través un laberinto de equipos de gimnasia. Un
amplio camino pasaba a través del equipo directamente a la pared de las ventanas y
al balcón de despegue más allá. No había barandilla, solo un espacio abierto. Ella se
detuvo.
—Nunca he dejado caer a nadie —prometió él.
Ella lo siguió afuera con cautela. El viento seco los azotaba. Muy por debajo, la
calle de la ciudad estaba llena de ojos curiosos y furgonetas de noticias. Por encima
de ellos, los ángeles volaban, algunos huían directamente, otros rodeaban las cinco
torres del Comitium para vislumbrar a Sandriel desde lejos.
Hunt se inclinó, deslizó una mano debajo de las rodillas de Bryce, apoyó otra en
la espalda y la levantó. Su aroma llenó sus sentidos, quitando el último recuerdo de
esa mazmorra apestosa.
—Gracias —dijo él, encontrándose con la mirada de ella—. Por rescatarme.
Ella se encogió de hombros lo mejor que pudo con su agarre, pero hizo una
mueca cuando él se acercó al borde.
»Eso fue pensar rápido —continuó él—. Ridículo en muchos niveles, pero te lo
debo.
Ella deslizó sus brazos alrededor de su cuello, su agarre casi estrangulándolo.
—Tú me ayudaste anoche. Estamos a mano.
Hunt no le dio la oportunidad de cambiar de opinión cuando batió sus alas en
un poderoso empujón y saltó del borde. Ella se aferró a él, lo suficientemente fuerte
como para lastimarlo, y él la abrazó con firmeza, la lona atada a su pecho golpeando
torpemente contra su muslo.
—¿Al menos estás mirando? —preguntó él mientras el viento los enviaba
navegando fuerte y rápido, volando hacia arriba y hacia arriba, hacia el costado del
rascacielos adyacente en el DCC.
—Absolutamente no —dijo ella en su oído.
Él se rio entre dientes mientras se nivelaban, cruzando por encima de los
pináculos del DCC, el Istros con un brillo sinuoso a su derecha, la isla envuelta en
niebla del Barrio de Huesos se cernía detrás de ellos. A la izquierda, podía distinguir
los muros de la ciudad y luego tierra abierta más allá de la Puerta de los Ángeles. No
había casas o edificios o carreteras por ahí. Nada más que el puerto aéreo. Pero en
la Puerta a su derecha, la Puerta de los Comerciantes en el Mercado de Carne, la línea
ancha y pálida de la Carretera Oeste se abalanzaba hacia las onduladas colinas
salpicadas de cipreses.
Una ciudad agradable y hermosa, en medio de un paisaje agradable y hermoso.
En Pangera, las ciudades eran poco más que corrales para los que Vanir cazaran
y se alimentaran de los humanos y sus hijos. No es de extrañar que los humanos se
hubieran revelado. No es de extrañar que destruyeran ese territorio con sus bombas
químicas y máquinas.
Un escalofrío de ira le recorrió la espalda al pensar en esos niños, y se obligó a
mirar hacia la ciudad de nuevo. El Distrito Central de Comercio estaba separado de
la Plaza Antigua por la línea divisoria de la avenida Ward. La luz del sol brillaba en
las piedras blancas del Templo de Luna, y, como en un espejo reflejándose
directamente frente a él, parecía ser absorbida por el Templo de la Oráculo con su
cúpula negra. Su destino mañana por la mañana.
Pero Hunt miró más allá de la Plaza Antigua, hacia donde el verde del Cinco
Rosas brillaba en la bruma húmeda. Se alzaban cipreses y palmeras, junto con
brillantes destellos de magia. En Moonwood, más robles, menos adornos mágicos.
Hunt no se molestó en buscar en otro lado. Los Prados de Asphodel no tenían mucho
para contemplar. Sin embargo, los Prados eran un complejo de lujo en comparación
con los distritos humanos en Pangera.
—¿Por qué quieres vivir en la Plaza Antigua? —preguntó él después de varios
minutos de volar en silencio, con solo la canción del viento para escuchar.
Ella seguía sin mirar, y él comenzó un suave descenso hacia su pequeña sección
de la Plaza Antigua, a solo una cuadra del río y a pocas cuadras de la Puerta Corazón.
Incluso desde esa distancia, podía verlo, el cuarzo claro brillaba como una lanza
helada en el cielo gris.
—Es el corazón de la ciudad —dijo ella—, ¿por qué no estar allí?
—CiRo es más limpio.
—Y está lleno de pavos reales Fae que hacen muecas de desprecio a los mestizos.
—Ella escupió el término.
—¿Moonwood?
—¿El territorio de Sabine? —Una risa áspera, y ella se apartó para mirarlo. Su
puñado de pecas se arrugó cuando ella arrugó la nariz—. Honestamente, la Plaza
Antigua es el único lugar seguro para alguien como yo. Además, está cerca del
trabajo y tengo mi selección de restaurantes, salas de música y museos. Nunca
necesito salir de ahí.
—Pero lo haces, vas por toda la ciudad en tus carreras matutinas. ¿Por qué usas
una ruta diferente tan a menudo?
—Mantiene todo fresco y divertido.
Su edificio se hizo más claro, el techo estaba vacío. Una hoguera, algunas
tumbonas y una parrilla ocupaban la mayor parte. Hunt se inclinó, giró en círculos y
aterrizó suavemente, bajándola con cuidado. Ella se aferró a él el tiempo suficiente
para mantener las piernas firmes, luego dio un paso atrás.
Ajustó la bolsa de lona y se dirigió a la puerta del techo. La mantuvo abierta para
ella, las luces iluminaron la escalera más allá.
—¿Fue en serio lo que le dijiste a Micah?
Ella bajó las escaleras y la cola de caballo se balanceó.
—Por supuesto que era en serio. ¿Por qué Hel querría salir con él?
—Es el Gobernador de Valbara.
—¿Y? Solo porque le salvé la vida no significa que esté destinada a ser su novia.
Sería como estar con una estatua de todos modos.
Hunt sonrió de lado.
—Para ser justos, las mujeres que han estado con él dicen lo contrario.
Ella abrió la puerta torciendo la boca.
—Como dije, no estoy interesada.
—Segura que no es porque estás evitando…
—¿Ves?, ahí está el problema. Tú y el resto del mundo parecen pensar que existo
solo para encontrar a alguien como él. Que por supuesto no puedo estar realmente
no interesada, porque ¿por qué no querría que un macho grande y fuerte me proteja?
Seguramente si soy bonita y soltera, en el momento en que cualquier poderoso Vanir
muestre interés, estoy obligada a quitarme las bragas. Que de hecho, ni siquiera tuve
una vida hasta que él se apareció, nunca tuve buen sexo, nunca me sentí viva.
Oscuro Hel, esta mujer.
—Realmente eres una joyita, ¿sabías?
Bryce rio por lo bajo.
—Realmente lo haces jodidamente fácil, ¿sabías?
Hunt se cruzó de brazos. Ella cruzó los suyos.
Esa jodida cola de caballo pareció cruzar sus proverbiales brazos también.
—Entonces —dijo Hunt entre dientes mientras arrojaba su bolsa al suelo, la
ropa y las armas golpearon el piso con fuerza—. ¿Vendrás conmigo a ver la Oráculo
mañana o qué?
—Oh no, Athalar. —Sus ronroneantes palabras corrieron por su piel, y su
sonrisa era pura maldad. Hunt se preparó para lo que estaba a punto de salir de su
boca. Incluso mientras se encontraba esperando las palabras—. Tendrás que tratar
con ella tú solo.
32
Traducido por Ravechelle
Corregido por Lieve

Después de dejar su equipo en el apartamento, Hunt siguió a Bryce de regreso


al trabajo, donde dijo que tenía la intención de revisar los datos de las ubicaciones
de Danika que le había mandado Declan y hacer una referencia cruzada con su
propia lista, y las escenas de asesinatos hasta ahora.
Pero la idea de estar sentado bajo tierra durante horas otra vez lo hizo sentir
tan mal que se encontró posicionado en el techo. Él necesitaba el aire fresco y
abierto. Incluso si los ángeles seguían volando, dejando la ciudad. Se concentró en
no mirar hacia el Comitium a sus espaldas.
Justo antes del anochecer, con Syrinx a cuestas, Bryce salió de la galería con una
expresión sombría que coincidía con la de Hunt.
—¿Nada? —preguntó él, aterrizando en la acera a su lado.
—Nada —confirmó ella.
—Revisaremos mañana con los ojos frescos. —Quizás había algo que no estaban
viendo. Hoy había sido largo, horrible y extraño, y él estaba más que listo para
colapsar en su sofá.
—Hay un gran juego de sunball esta noche. ¿Te importa si lo veo? —preguntó
él tan casualmente como pudo.
Ella lo miró de reojo, alzando las cejas.
»¿Qué? —dijo él, incapaz de evitar que la comisura de su boca se moviera hacia
arriba.
—Es solo que… eres tan… chico. —Agitó una mano hacia él—. Con los deportes
y esas cosas.
—A las mujeres les gustan los deportes tanto como a los hombres.
Ella puso los ojos en blanco.
—Esta persona que mira juegos de sunball no encaja con mi imagen mental de
la Sombra de la Muerte.
—Lamento decepcionarte. —Fue turno de Hunt de levantar una ceja—. ¿Qué
crees que hago con mi tiempo libre?
—No lo sé. Asumí que maldecías a las estrellas y pensabas en vengarte de todos
tus enemigos.
Ella no sabía ni la mitad. Pero Hunt dejó escapar una risita baja.
—Una vez más, lamento decepcionarte.
Sus ojos se arrugaron con diversión, el último rayo de sol del día los iluminó en
oro líquido. Él se obligó a vigilar las calles a su alrededor.
Estaban a una cuadra del apartamento de Bryce cuando sonó el teléfono de
Hunt. Ella se tensó, mirando su pantalla en el mismo momento que él.
El teléfono sonó por segunda vez. Ambos miraron fijamente el nombre que
apareció, los peatones pasaban corriendo por su lado.
—¿Vas a responder? —preguntó Bryce en voz baja.
Sonó por tercera vez.
Hunt lo sabía. Antes de presionar el botón, lo sabía.
Por eso se alejó de Quinlan y se llevó el teléfono a la oreja justo cuando decía
suavemente:
—Hola, jefe.
—Tengo un trabajo para ti esta noche —dijo Micah.
Las tripas de Hunt se retorcieron.
—Por supuesto.
—Espero no interrumpir tu diversión con la señorita Quinlan.
—Estamos bien —dijo Hunt con fuerza.
La pausa de Micah fue intencional.
—Lo que ocurrió en el lobby esta mañana nunca volverá a suceder. ¿Entendido?
—Sí —dijo él a regañadientes. Pero lo dijo, y lo decía en serio, porque la
alternativa a Micah ahora era quedarse en la residencia del Gobernador en el
Comitium. Porque Sandriel lo habría castigado por negarse a inclinarse, por
avergonzarla, durante días, semanas. Meses.
Pero Micah le daría esta advertencia y lo obligaría a hacer este trabajo esta
noche para recordarle dónde mierda estaba en el orden jerárquico, y eso sería todo.
—Bien —dijo Micah—. El archivo está esperando en tu habitación en el cuartel.
—Hizo una pausa, como si sintiera la pregunta que ahora quemaba a Hunt—. La
oferta sigue en pie, Athalar. No me hagas reconsiderarlo. —La llamada terminó.
Hunt apretó la mandíbula lo suficiente como para lastimar.
La frente de Quinlan se arrugó con preocupación.
—¿Está todo bien?
Hunt deslizó el teléfono en su bolsillo.
—Sí. —Él continuó caminando—. Solo negocios de legionarios. —No era una
mentira. No completamente.
Las puertas de cristal de su edificio se abrieron. Hunt asintió hacia el vestíbulo.
—Ve subiendo. Tengo algo que hacer. Llamaré si tenemos la fecha y hora para
Briggs.
Sus ojos ambarinos se entrecerraron. Sí, ella lo miró bien. O más bien, escuchó
todo lo que no estaba diciendo. Sabía lo que Micah le había ordenado hacer.
Pero ella dijo:
—Está bien. —Se giró hacia el vestíbulo, pero agregó sobre su hombro—: Buena
suerte.
No se molestó en responder antes de lanzarse al cielo, con el teléfono en la oreja
mientras llamaba a Justinian para pedirle que jugara al centinela durante unas
horas. Justinian se quejó por perderse el juego de sunball, pero Hunt sacó su rango,
ganándose una gruñida promesa de que el ángel estaría en la azotea adyacente en
diez minutos.
Justinian llegó a las ocho. Dejando a su hermano de armas, Hunt aspiró una
bocanada de aire seco y polvoriento, el Istros era una cinta verde azulado a su
izquierda, y se fue a hacer lo que mejor sabía hacer.

—Por favor.
Siempre era la misma palabra. La única palabra que la gente solía decir cuando
la Sombra de la Muerte se paraban frente a ellos.
A través de la sangre salpicada en su casco, Hunt miró al macho puma
cambiaformas encogido ante él. Sus manos con garras temblaron cuando las levantó.
—Por favor —sollozó.
Cada ruego arrastraba a Hunt más lejos. Hasta que el brazo que extendió estaba
distante, hasta que el arma que apuntó a la cabeza del macho era solo un poco de
metal.
Una muerte por una muerte.
—Por favor.
El macho había hecho cosas horribles. Cosas indescriptibles. Se lo merecía.
Merecía algo peor.
—Porfavorporfavorporfavor.
Hunt no era más que una sombra, una brizna de vida, un instrumento de muerte.
No era nada y nadie en absoluto.
—Por…
El dedo de Hunt se apretó el gatillo.

Hunt regresó temprano. Bueno, temprano para él.


Afortunadamente, nadie estaba en el baño del cuartel mientras se lavaba la
sangre. Luego se sentó bajo el agua hirviendo durante tanto tiempo que perdió la
noción del tiempo.
Se habría quedado más tiempo si no hubiera sabido que Justinian estaba
esperando.
Así que se curó, se reconstruyó. La mitad de él salió de la ducha hirviendo y
entró en la persona que era cuando no se veía obligado a poner una bala entre los
ojos de alguien.
Hizo algunas paradas antes de regresar al apartamento de Bryce. Pero regresó,
liberando a Justinian de sus deberes, y cruzó la puerta de Bryce a las once.
Ella estaba en su habitación, con la puerta cerrada, pero Syrinx dejó escapar un
pequeño aullido de bienvenida desde adentro. Su silencio regañante era prueba de
que había escuchado a Hunt regresar. Hunt rezó para que no entrara al pasillo. Las
palabras aún estaban más allá de él.
El pomo de su puerta giró. Pero Hunt ya estaba en su habitación, y no se atrevió
a mirar a través de la extensión de la gran sala cuando ella dijo con firmeza:
—Regresaste.
—Sí —dijo él de forma ahogada.
Incluso al otro lado de la habitación, podía sentir sus preguntas. Pero ella dijo
suavemente:
—Grabé el juego para ti. Si todavía quieres verlo.
Algo se apretó de manera insoportable en su pecho. Pero Hunt no miró atrás.
Él se deslizó en su habitación con un murmullo.
—Buenas noches. —Y cerró la puerta detrás de él.
33
Traducido por Freya
Corregido por Lieve

El cuarto negro de la Oráculo apestaba a azufre y carne asada, lo primero era


debido a los gases naturales elevándose del agujero en el centro del espacio, lo
segundo debido a la pila de huesos de buey que ardía sobre el altar contra la pared
lejana, una ofrenda a Ogenas, Guardiana de Misterios.
Después de anoche, de lo que había hecho, un templo sagrado era el último lugar
en el que quería estar. El último lugar en el que merecía estar.
Las puertas de seis metros de altura se cerraron detrás de Hunt mientras
caminaba a través de la habitación silenciosa, dirigiéndose al agujero en el centro y
a la pared de humo que había detrás. Sus ojos ardían con los diversos aromas agrios,
e invocó una brisa para mantenerlos alejados de su rostro.
Detrás del humo, una figura se movió.
—Me preguntaba cuándo la Sombra de la Muerte oscurecería mi cuarto —dijo
una voz encantadora. Joven, llena de luz y diversión, y sin embargo matizada con
una crueldad ancestral.
Hunt se detuvo en el borde del agujero, evitando el impulso de mirar hacia la
oscuridad infinita.
—No tomaré demasiado de tu tiempo —dijo él, su voz engullida por la
habitación, el agujero, el humo.
—Te otorgaré el tiempo que Ogenas ofrezca.
El humo se dividió, y él inhaló al ver al ser que emergió.
Las esfinges eran escasas, solo una docena caminaban en la tierra, y todas
habían sido llamadas al servicio de los dioses. Nadie sabía qué edad tenían, y la que
tenía frente a él… era tan hermosa que olvidó qué debía hacer con su propio cuerpo.
La forma de leona dorada se movía con gracia, caminando desde el otro lado del
agujero, entretejiéndose entre la niebla. Alas doradas yacían plegadas contra el
cuerpo delgado, brillando como si hubieran sido talladas en metal derretido. Y por
encima de ese cuerpo de león alado… el rostro de la mujer de cabello dorado era tan
perfecto como lo había sido el de Shahar.
Nadie sabía su nombre. Ella era simplemente su título: Oráculo. Se preguntó si
era tan anciana como para haber olvidado su verdadero nombre.
La esfinge parpadeó grandes ojos marrones en su dirección, pestañas rozaron
contra sus morenas mejillas.
—Hazme tu pregunta, y te diré lo que el humo me susurre.
Las palabras retumbaron en sus huesos, atrayéndolo. No de la misma manera
en la que a veces se permitía ser atraído por hermosas hembras, sino de la manera
en la que una araña podría atraer una mosca a su telaraña.
Tal vez Quinlan y su primo tenían algo de razón al no querer venir aquí. Hel,
Quinlan se había negado a tan siquiera poner un pie en el parque que rodeaba al
templo de piedra negra, optando por esperar en una banca a las afueras con Ruhn.
—Lo que diga aquí es confidencial, ¿cierto? —preguntó él.
—Una vez que los dioses hablan, me convierto en el conducto por el cual sus
palabras se transmiten.
Se acomodó en el piso ante el agujero, doblando sus patas frontales, garras
destelleando en la tenue luz de las brasas que ardían a cada lado de ellas.
»Pero sí, esto será confidencial.
Sonaba como un montón de mierda, pero él resopló, miró esos grandes ojos
marrones, y dijo:
—¿Por qué alguien querría el Cuerno de Luna?
No preguntó quién lo había tomado, sabía por los reportes que ya le habían
hecho esa pregunta hacía dos años y se había negado a responder.
Ella parpadeó, sus alas removiéndose como si estuviera sorprendida, pero se
quedó. Inhaló el humo elevándose desde el agujero. Minutos pasaron, y la cabeza de
Hunt comenzó a palpitar con los diversos aromas, especialmente con el apestoso
azufre.
El humo se arremolinó, ocultando a la esfinge de la vista, aun cuando estaba
sentada a tan solo dos metros de distancia.
Hunt se obligó a quedarse quieto.
Una voz ronca salió del humo.
—Para abrir el portal entre mundos. —Un escalofrío sacudió a Hunt—. Desean
utilizar el Cuerno para reabrir la Grieta del Norte. El propósito del Cuerno no era
únicamente cerrar puertas… también las abre. Depende de qué deseé el poseedor.
—Pero el Cuerno está roto.
—Puede ser restaurado.
El corazón de Hunt se detuvo.
—¿Cómo?
Una larga, larga pausa. Y entonces…
—Está velado, no puedo verlo. Nadie puede verlo.
—Las leyendas Fae dicen que no puede ser restaurado.
—Esas son leyendas. Esta es la verdad. El Cuerno puede ser restaurado.
—¿Quién quiere hacerlo? —Tuvo que preguntar, aunque fuera estúpido.
—Eso también está velado.
—Conveniente.
—Sé agradecido, Señor del Relámpago, de que has descubierto algo en lo
absoluto. —Esa voz… ese título… se le secó la boca—. ¿Deseas saber lo que veo en tu
futuro, Orion Athalar?
Retrocedió ante el sonido de su nombre de nacimiento, como si hubiera sido
golpeado en las entrañas.
—Nadie ha pronunciado ese nombre en doscientos años —susurró él.
—El nombre que te dio tu madre.
—Sí —gruñó él, sus entrañas se revolvieron al recordar el rostro de su madre,
el amor que siempre brilló en su mirada para él. Completamente inmerecido, ese
amor… especialmente cuando él no había estado allí para protegerla.
—¿Te digo lo que veo, Orion? —susurró el Oráculo.
—No estoy seguro de querer saberlo.
El humo retrocedió lo suficiente para que viera sus sensuales labios estirarse
en una sonrisa cruel que no pertenecía del todo a este mundo.
—Gente de todo Midgard viene para suplicar por mis visiones, ¿y aun así tú no
deseas conocerlas?
Los caballos en su nuca se erizaron.
—Te lo agradezco, pero no. —Agradecerle parecía sensato, como algo que
podría apaciguar a un dios.
Sus dientes brillaron, sus caninos eran lo suficientemente largos como para
desgarrar carne.
—¿Bryce Quinlan te dijo lo que ocurrió cuando estuvo en este cuarto hace doce
años?
Su sangre se convirtió en hielo.
—Eso es asunto de Quinlan.
Esa sonrisa no flaqueó.
—¿Tampoco deseas saber lo que vi para ella?
—No. —Habló de corazón—. Es asunto de ella —repitió él.
Su relámpago se elevó dentro de él, congregándose en contra de un enemigo
que no podía asesinar.
La Oráculo parpadeó, un lento sube y baja de esas gruesas pestañas.
—Me recuerdas a aquello que se perdió hace mucho —dijo ella quedamente—.
No me había dado cuenta de que algún día podría reaparecer.
Antes de que Hunt pudiera preguntarle a qué se refería, su cola de León, una
versión más larga que la de Syrinx, se balanceó sobre el piso. Las puertas a su
espalda se abrieron con una brisa fantasmal, su despedida clara. Pero la Oráculo dijo
antes de caminar hacia los vapores:
—Hazte un favor, Orion Athalar: mantente alejado de Bryce Quinlan.
34
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

Bryce y Ruhn habían esperado al borde del Parque de la Oráculo por Hunt, cada
minuto que pasaba. Y cuando emergió de nuevo, sus ojos buscaron cada centímetro
de su rostro… Bryce sabía que era malo. Lo que sea que haya descubierto.
Hunt esperó hasta que caminaron por un tranquilo bloque residencial que
bordeaba el parque antes de contarles lo que la Oráculo había dicho sobre el Cuerno.
Sus palabras aún colgaban en el brillante aire de la mañana a su alrededor
cuando Bryce dejó escapar el aliento. Hunt hizo lo mismo a su lado y luego dijo:
—Si alguien sabe cómo reparar el Cuerno después de tanto tiempo, entonces
pueden hacer lo contrario de lo que hizo el Príncipe Pelias. Pueden abrir la Grieta
del Norte. Parece un Hel de motivo para matar a cualquiera que pueda delatarlos.
Ruhn pasó una mano sobre un lado de su cabello.
—Como la acólita en el templo, ya sea como advertencia para que nos
mantengamos alejados del Cuerno o para que no dijera nada, si se enteró de alguna
manera.
Hunt asintió.
—Isaiah interrogó a los demás en el templo y dijeron que la chica era la única
acólita de guardia la noche que robaron el Cuerno, y fue entrevistada en ese
momento, pero afirmaron que no sabía nada al respecto.
La culpa se retorció dentro de Bryce.
—Tal vez tenía miedo de decir algo. Y cuando aparecimos… —dijo Ruhn.
—Quien esté buscando el Cuerno no nos quiere cerca. Podrían haber sabido que
ella estuvo de guardia esa noche e ido a extraer información de ella. Hubieran
querido asegurarse de que no revelara lo que sabía a nadie más, asegurarse de que
permaneciera en silencio. Permanentemente —terminó Hun.
Bryce agregó la muerte de la niña a la lista de otras personas que ella pagaría
antes de que esto terminara.
Luego preguntó:
—Si esa marca en la caja realmente era el Cuerno, tal vez el Ophion, o incluso la
secta Keres, está buscando el Cuerno para ayudar en su rebelión. Para abrir un portal
a Hel y traer a los príncipes demoníacos de vuelta aquí en una especie de alianza
para derrocar a los Asteri. —Ella se estremeció—. Millones morirían. —Ante su
silencio helado, ella continuó—: Quizás Danika se dio cuenta de sus planes sobre el
Cuerno, y fue asesinada por eso. Y la acólita también.
Hunt se frotó la nuca con el rostro pálido.
—Necesitarían la ayuda de un Vanir para convocar a un demonio como ese, pero
es una posibilidad. Hay algunos Vanir comprometidos con su causa. O tal vez una de
las brujas lo convocó. La nueva bruja reina podría estar probando su poder, o algo
así.
—Es improbable que haya una bruja involucrada —dijo Ruhn con un tono
tenso, los aretes su oreja brillando con el sol—. Las brujas obedecen a los Asteri, han
tenido milenios de lealtad ininterrumpida.
—Pero el Cuerno solo puede ser usado por un Fae Nacido por la Estrella, por ti,
Ruhn —dijo Bryce
Las alas de Hunt crujieron.
—Así que tal vez están buscando alguna forma de evitar la mierda de Nacido de
la Estrella.
—Honestamente —dijo Ruhn—, no estoy seguro de poder usar el Cuerno. El
Príncipe Pelias poseía lo que era básicamente un océano de luz de estrellas a su
disposición. —El ceño de su hermano se frunció, y un poquito de luz apareció en la
punta de su dedo—. Esto es prácticamente lo que puedo convocar.
—Bueno, no vas a usar el Cuerno, incluso si lo encontramos, así que no
importará —dijo Bryce.
Ruhn se cruzó de brazos.
—Si alguien puede reparar el Cuerno… ni siquiera sé cómo eso sería posible. Leí
algunas menciones de que el Cuerno tenía una especie de sensibilidad en él, casi
como si estuviera vivo. ¿Tal vez un poder curativo de algún tipo podría ser aplicable?
Una medwitch podría tener alguna idea.
—Curan personas, no objetos. Y el libro que encontraste en la biblioteca de la
galería decía que el Cuerno solo podía repararse con luz que no es luz, magia que no
es magia —respondió Bryce.
—Leyendas —dijo Hunt—. No verdad.
—Vale la pena investigarlo —dijo Ruhn, y se detuvo, mirando a Bryce y Hunt,
quien la miraba a ella con cautela por el rabillo del ojo. Lo que sea que eso
signifique—. Buscaré unas cuantas medwitch y haré algunas visitas discretas —dijo
Ruhn.
—Bien —dijo ella. Cuando él se puso rígido, ella corrigió—: Eso suena bien.
Incluso si nada más sobre este caso lo hacía.
Bryce se desconectó del sonido de Lehabah viendo uno de sus dramas e intentó
concentrarse en el mapa de las ubicaciones de Danika. Intentó, pero fracasó, ya que
podía sentir los ojos de Hunt mirándola desde el otro lado de la mesa de la biblioteca.
Por centésima vez solo en esa hora. Ella se encontró con su mirada, y él apartó la
mirada rápidamente.
—¿Qué?
Él sacudió la cabeza y volvió a su investigación.
—Me has estado mirando raro toda la tarde —dijo ella.
Él tamborileó con los dedos sobre la mesa y luego soltó:
—¿Quieres decirme por qué la Oráculo me advirtió que mantuviera el Hel lejos
de ti?
Bryce dejó escapar una breve carcajada.
—¿Es por eso que parecías en pánico cuando saliste del templo?
—Ella dijo que había revelado su visión para ti, como si tuviera un maldito
hueso para recoger contigo.
Un escalofrío recorrió la columna de Bryce ante eso.
—No la culpo si todavía está enojada.
Hunt palideció, pero Bryce dijo:
—En la cultura Fae, hay una costumbre: cuando las niñas tienen su ciclo por
primera vez, o cuando cumplen trece años, van a un Oráculo. La visita ofrece una
idea del tipo de poder al que podrían ascender cuando maduran, para que sus padres
puedan planificar uniones años antes del Descenso. Los niños también van a los
trece años. En estos días, si los padres son progresivos, es una vieja tradición
descubrir una carrera para sus hijos. Soldados o curanderos o lo que sea que hagan
los Fae si no pueden permitirse descansar comiendo uvas todo el día.
—Los Fae y los Malakim pueden odiarse, pero tienen muchas tonterías en
común.
Bryce tarareó su acuerdo.
—Mi ciclo comenzó cuando me faltaban unas trece semanas para mis trece. Y
mi mamá tuvo esta… no lo sé. ¿Crisis? Este repentino temor de que ella me hubiera
alejado de una parte de mi herencia. Ella se puso en contacto con mi padre biológico.
Dos semanas después, aparecieron los documentos, declarándome una civitas
completa. Sin embargo, vino con una trampa: tenía que reclamar Cielo y Aliento
como mi Casa. Me negué, pero mi madre realmente insistió en que lo hiciera. Ella lo
veía como una especie de… protección. No lo sé. Aparentemente, estaba lo
suficientemente convencida de la intención de él de protegerme que ella le preguntó
si quería conocerme. Por primera vez. Y eventualmente me relajé lo suficiente con
todo el rollo de la lealtad de la Casa para darme cuenta de que también quería
conocerlo.
Hunt leyó su latido de silencio.
—No terminó bien.
—No. En esa misma visita fue la primera vez que conocí a Ruhn también. Vine
aquí, me quedé en CiRo durante el verano. Conocí al Rey de Otoño. —La mentira fue
fácil—. También conocí a mi padre —agregó—. En los primeros días, la visita no fue
tan mala como mi madre había temido. Me gustó lo que vi. Incluso si algunos de los
otros niños Fae susurraran que yo era una mestiza, yo sabía lo que era. Nunca he
estado no orgullosa de ello, quiero decir, ser humana. Y sabía que mi padre me había
invitado, así que al menos me quería allí. No me importaba lo que pensaran los
demás. Hasta la Oráculo.
Él hizo una mueca.
—Tengo un mal presentimiento sobre esto.
—Fue catastrófico. —Ella tragó saliva ante el recuerdo—. Cuando la Oráculo
miró su humo, ella gritó. Se arañó los ojos. —No tenía sentido ocultarlo. El evento se
había conocido en algunos círculos—. Más tarde escuché que quedó ciega durante
una semana.
—Mierda.
Bryce se rio para sí misma.
—Aparentemente, mi futuro es así de malo.
Hunt no sonrió.
—¿Qué pasó?
—Regresé a la antecámara de los peticionarios. Todo lo que podías oír era a la
Oráculo gritando y maldiciéndome, las acólitas apresurándose por todo el lugar.
—Me refería a tu padre.
—Me llamó desgracia inútil, salió por la salida VIP del templo para que nadie
supiera quién era él para mí, y cuando lo alcancé, había tomado el auto y se había
ido. Cuando regresé a su casa, encontré mis maletas en la acera.
—Idiota. ¿Danaan no tuvo nada que decir sobre él echando a su prima hasta la
calle?
—El rey prohibió a Ruhn interferir. —Se examinó las uñas—. Créeme, Ruhn
trató de pelear. Pero el rey le ató las manos. Así que tomé un taxi hasta la estación
de tren. Ruhn logró poner dinero en mi mano para pagar el boleto.
—Tu mamá debe haberse vuelto balística.
—Lo hizo. —Bryce se detuvo un momento y luego dijo—: Parece que la Oráculo
todavía está enojada.
Él le lanzó una media sonrisa.
—Lo consideraría una insignia de honor.
Bryce, a pesar de sí misma, le devolvió la sonrisa.
—Probablemente eres el único que piensa eso. —Sus ojos se posaron en su
rostro nuevamente, y ella supo que no tenía nada que ver con lo que la Oráculo había
dicho.
Bryce se aclaró la garganta.
»¿Encontraste algo?
Al captar su solicitud de dejar el tema, Hunt giró la laptop hacia ella.
—He estado mirando esta mierda antigua durante días, y esto es todo lo que he
encontrado.
El jarrón de terracota databa de hace casi quince mil años. Después del Príncipe
Pelias por alrededor de un siglo, pero el kristallos aún no se había desvanecido de la
memoria común. Ella leyó la breve copia del catálogo y dijo:
—Está en una galería en Mirsia. —Lo que lo ponía a un mar y mil kilómetros
más allá de Lunathion. Acercó la laptop a ella e hizo clic en la miniatura—. Pero estas
fotos deberían ser suficientes.
—Puede que yo haya nacido antes que las computadoras, Quinlan, pero sé cómo
usarlas.
—Solo estoy tratando de evitar que arruines aún más tu imagen de rudo como
el Umbra Mortis. No podemos dejar que se sepa que eres un nerd de las
computadoras.
—Gracias por tu preocupación. —Sus ojos se encontraron con los de ella, la
esquina de su boca se alzó.
Los dedos de sus pies podrían haberse curvado en sus tacones. Ligeramente.
Bryce se enderezó.
—Está bien. Dime qué estoy mirando.
—Una buena señal. —Hunt señaló la imagen, representada en pintura negra
contra el naranja quemado de la terracota, del demonio kristallos rugiendo cuando
un guerrero con casco atravesaba su cabeza con una espada.
Se inclinó hacia la pantalla.
—¿Qué cosa?
—Que los kristallos pueden ser asesinados a la antigua. Por lo que puedo decir,
no hay magia o artefactos especiales que se usen para matarlo aquí. Simplemente
fuerza bruta.
Su intestino se tensó.
—Este jarrón podría ser una interpretación artística. Esa cosa mató a Danika y
a la Manada de Demonios, y también pateó el trasero de Micah. ¿Y quieres decirme
que un antiguo guerrero lo mató con solo una espada en la cabeza?
Aunque el programa de Lehabah seguía sonando, Bryce sabía que la duendecilla
estaba escuchando cada palabra.
—Tal vez el kristallos tuvo el elemento sorpresa de su lado esa noche —dijo
Hunt
Ella trató y falló en bloquear las pilas rojas hechas pulpa, la sangre salpicada en
las paredes, la forma en que todo su cuerpo parecía desplomarse incluso mientras
estaba quieta mientras y lo que quedaba de sus amigos.
—O tal vez esto es solo una representación de mierda de un artista que escuchó
una canción adornada alrededor de un fuego e hizo su propia interpretación. —Ella
comenzó a golpetear su pie debajo de la mesa, como si de alguna manera calmara
sus latidos de corazón.
Él sostuvo su mirada, sus ojos negros eran claros y honestos.
—Está bien. —Esperó a que él presionara, que la hiciera hablar, pero Hunt
deslizó la laptop a su lado de la mesa. Él entrecerró los ojos—. Extraño. Dice que el
jarrón es originario de Parthos. —Él ladeó la cabeza—. Pensé que Parthos era un
mito. Un cuento de hadas humano.
—¿Porque los humanos no eran mejores que los animales que se golpeaban
contra rocas hasta que llegaron los Asteri?
—Dime que no crees que la basura de conspiración sobre una biblioteca antigua
en el corazón de una civilización humana preexistente. —Cuando ella no respondió,
Hunt desafió—: Si existiera algo así, ¿dónde está la evidencia?
Bryce agarró su amuleto a lo largo de su cadena y asintió con la cabeza hacia la
imagen en la pantalla.
—Ese jarrón fue hecho por una ninfa —dijo ella—. No por un humano mítico
iluminado. Tal vez Parthos no había sido borrado del mapa por completo en ese
momento.
Hunt la miró por debajo de las cejas fruncidas.
—¿En serio, Quinlan? —Cuando ella nuevamente no respondió, él sacudió la
barbilla hacia su tablet—. ¿Dónde estás con los datos sobre las ubicaciones de
Danika?
El teléfono de Hunt sonó antes de que pudiera responder, pero Bryce dijo,
recuperándose mientras esa imagen del kristallos asesinados sangraba con lo que le
habían hecho a Danika, lo que le quedaba de ella:
—Todavía descarto las cosas que estaban probablemente desconectadas,
pero… en realidad, lo único atípico aquí es el hecho de que Danika estaba de guardia
en el Templo de Luna. A veces era ubicada en el área general, pero nunca
específicamente en el templo. Y de alguna manera, días antes de morir, ¿hizo guardia
allí? Y los datos muestran que ella estuvo allí cuando el Cuerno fue robado. La acólita
también estuvo allí esa noche. Todo tiene que estar conectado de alguna manera.
Hunt bajó el teléfono.
—Quizás Philip Briggs nos ilumine esta noche.
La cabeza de ella se levantó de golpe.
—¿Esta noche?
Lehabah dejó de mirar su programa por completo.
—Acabo de recibir el mensaje de Viktoria. Lo transfirieron de Adrestia. Nos
reuniremos con él en una hora en una celda debajo el Comitium. —Inspeccionó los
datos difundidos ante ellos—. Él va a ser difícil.
—Lo sé.
Se recostó en la silla.
—No va a tener cosas buenas que decir sobre Danika. ¿Estás segura de que
puedes soportar escuchar su tipo de veneno?
—Estoy bien.
—¿De verdad? Porque ese jarrón te detonó, y dudo que enfrentarte cara a cara
con este tipo vaya a ser más fácil.
Las paredes comenzaron a cerrarse a su alrededor.
—Vete de aquí. —Las palabras de ella cortaron el aire entre ellos—. El hecho de
que trabajemos juntos no significa que tengas derecho a presionar mis asuntos
personales.
Hunt simplemente la miró. Miró todo. Pero dijo bruscamente:
—Quiero ir al Comitium en veinte. Te espero afuera.
Bryce siguió a Hunt, asegurándose de que no tocara ninguno de los libros y que
ellos no lo agarraran a él, luego cerró la puerta antes de saliera a la calle más allá.
Ella se dejó caer contra el hierro hasta que se sentó en la alfombra y apoyó los
antebrazos sobre las rodillas.
Se habían ido, todos ellos. Gracias a ese demonio pintado en un jarrón antiguo.
Se habían ido, y no habría más lobos en su vida. No más pasar el rato en el
apartamento. No más bailes borrachos y estúpidos en las esquinas de las calles, ni
música a las tres de la mañana hasta que sus vecinos amenazaran con llamar a la
33ra.
Ningún amigo que dijera te amo y decirlo en serio. Syrinx y Lele vinieron
lentamente, la quimera se acurrucó bajo sus piernas dobladas, la duendecilla yacía
boca abajo sobre el antebrazo de Bryce.
—No culpes a Athie. Creo que quiere ser nuestro amigo.
—Me importa una mierda lo que Hunt Athalar quiera.
—June está ocupada con el ballet, y Fury está tan bien como desaparecida. Tal
vez es hora de más amigos, BB. Pareces triste otra vez. Como si fueras la de hace dos
inviernos. Bien un minuto, luego no bien al siguiente. No bailas, no sales con nadie,
no…
—Cuidado, Lehabah.
—Hunt es agradable. Y el Príncipe Ruhn es amable. Pero Danika nunca fue
amable conmigo. Siempre mordiendo y gruñendo. O me ignoraba.
—Cuidado.
La duendecilla salió de su brazo y flotó frente a ella, con los brazos envolviendo
su vientre redondo.
—Puedes ser fría como una Parca, Bryce. —Luego se fue, zumbando para evitar
que un grueso tomo encuadernado en cuero se arrastrara por las escaleras.
Bryce dejó escapar un largo suspiro, tratando de unir el agujero en su pecho.
Veinte minutos, había dicho Hunt. Tenía veinte minutos antes de ir a interrogar
a Briggs. Veinte minutos para arreglar su mierda. O al menos fingir que lo había
hecho.
35
Traducido por Freya
Corregido por Lieve

Las barras fluorescentes de primera luz zumbaron a través del impecable


corredor de paneles blancos, muy por debajo del Comitium. Hunt era una tempestad
negra y gris en contraste a las brillantes losas blancas, sus pasos eran decididos
mientras se dirigía a una de las puertas de metal selladas al final del extenso pasillo.
Un paso por detrás de él, Bryce simplemente observaba los movimientos de
Hunt… la manera en que cortaba a través del mundo, la manera en la que los
guardias de la entrada no habían comprobado tan siquiera su identificación antes
de permitirles la entrada con un ademán.
No había notado que este lugar existía por debajo de las cinco brillantes torres
del Comitium. Que tenían celdas. Salas de interrogatorios.
En la que ella había estado la noche en que Danika murió había estado a cinco
cuadras de este lugar. Un complejo regido por protocolos. Pero este lugar… trató de
no pensar en para qué se usaba este lugar. Qué leyes dejaban de ser válidas una vez
que se cruzaba el umbral.
La ausencia de cualquier aroma que no fuera lejía sugería que era limpiado a
profundidad constantemente. Los desagües que encontraba cada pocos pasos
sugerían…
No quería pensar en lo que los desagües sugerían.
Llegaron a una habitación sin ventanas, y Hunt puso la palma de su mano por
encima de la cerradura circular de metal a su izquierda. Después de un zumbido y
silbido, empujó la puerta con su hombro, y miró el interior antes de asentir en su
dirección.
Las luces por encima de ellos zumbaban como avispas. ¿Hacia dónde se dirigiría
su propia primera luz, tan pequeña como fuera? Con Hunt, la explosión de primera
luz repleta de energía que seguro había brotado de él cuando hizo el Descenso
probablemente había sido utilizada para abastecer a una ciudad entera.
A veces reflexionaba respecto a eso: la energía de quién alimentaba su teléfono,
o estéreo, o cafetera.
Y ahora no era el momento de pensar en mierda al azar, se reprochó mientras
seguía a Hunt hacia la celda y contemplaba al pálido y delgado hombre allí sentado.
Dos sillas habían sido colocadas frente a la mesa de metal en el centro de la
habitación… donde los grilletes de Briggs estaban encadenados. Su overol blanco
estaba prístino, pero…
Bryce contempló el estado de su demacrado rostro vacío y se obligó a no
acobardarse. Su cabello oscuro estaba rapado hasta la raíz de su cráneo, y a pesar de
que no había ni un moretón o rasguño marcando su piel, sus oscuros ojos azules…
estaban vacíos y sin esperanza.
Briggs no dijo nada mientras Hunt y ella tomaban asiento al otro lado de la
mesa. Las cámaras parpadearon con luces rojas en cada rincón, y no tenía duda
alguna de que alguien estaba escuchando desde una sala de control a unas cuantas
puertas de distancia.
—No te quitaremos demasiado de tu tiempo —dijo Hunt, como si también
hubiera notado esa mirada atormentada.
—Todo lo que tengo ahora es tiempo, ángel. Y es mejor estar aquí que estar…
allá.
Allá, donde lo mantenían en la prisión Adrestia. Donde le habían hecho las cosas
que se reflejaban en esos quebrantados y horribles ojos.
Bryce podía sentir que Hunt la urgía silenciosamente a preguntar la primera de
sus preguntas, y ella tomó un aliento, preparándose para llenar esta zumbeante y
demasiado pequeña habitación con su voz.
Pero Briggs preguntó:
—¿En qué mes estamos? ¿Qué fecha es hoy?
Horror se enroscó en sus entrañas. Este hombre había querido matar gente, se
recordó a sí misma. Aun cuando parecía que no había matado a Danika, había
planeado asesinar a muchos otros, para provocar una guerra de mayor magnitud
entre los humanos y los Vanir. Para derrocar a los Asteri. Era la razón por la que
permanecía tras las rejas.
—Es doce de abril —dijo Hunt, con voz baja—, del año 15035.
—¿Solo han pasado dos años?
Bryce pasó saliva ante la sequedad de su boca.
—Venimos a preguntarte algunas cosas relacionadas a hace dos años. Así como
a algunos eventos recientes.
Briggs la miró entonces. Realmente la miró.
—¿Por qué?
Hunt se movió en su asiento, una silenciosa indicación de que este era ahora su
momento de llevar la rienda.
—El club nocturno el Cuervo Blanco fue bombardeado hace unos días.
Considerando que solía ser uno de tus principales objetivos hace unos años, la
evidencia apunta a que Keres está activo otra vez.
—¿Y crees que estoy detrás de eso? —Una sonrisa amarga curvó su angular y
hostil rostro. Hunt se tensó—. No sé qué año es, chica. ¿Y crees que de alguna manera
soy capaz de tener contacto con el exterior?
—¿Qué hay de tus seguidores? —dijo Hunt cuidadosamente—. ¿Lo habrían
hecho en tu nombre?
—¿Para qué molestarse? —Briggs se reclinó en su silla—. Les fallé. Fallé a
nuestra gente. —Asintió en dirección a Bryce—. Y le fallé a gente como tú… los
indeseables.
—Nunca me representaste —dijo Bryce quedamente—. Aborrezco lo que
intentaste hacer.
Briggs se rio, un chillido roto.
—Cuando los Vanir te dijeron que no eras lo suficientemente buena para ningún
trabajo debido a tu sangre humana, cuando machos como ese imbécil a tu lado te
ven únicamente como un pedazo de culo para follar y descartar, cuando ves a tu
madre… tu madre es humana, ¿verdad? Siempre lo son… ser tratada como basura…
encontrarás que esos sentimientos moralistas se desvanecerán realmente rápido.
Ella se negó a contestar. Pensar en la cantidad de veces en que su madre había
sido ignorada y despreciada…
—Así que estás diciendo que no estás detrás de este bombardeo —dijo Hunt.
—Nuevamente —dijo Briggs, tironeando sus grilletes—, las únicas personas
que veo diariamente son las que me despedazan como un cadáver, y entonces me
vuelven a armar antes del anochecer, sus medwitch restauran todo nuevamente.
El estómago de ella se revolvió. Hasta la garganta de Hunt se balanceó mientras
pasaba saliva.
—¿Tus seguidores no habrían considerado bombardear el club nocturno en
venganza?
—¿En contra de quién? —demandó Briggs.
—Nosotros. Por investigar el asesinato de Danika Fendyr y por buscar el Cuerno
de Luna.
Los ojos de Briggs se cerraron.
—Así que los imbéciles de la 33ra al fin se dieron cuenta de que yo no la maté.
—No has sido declarado oficialmente de nada —dijo Hunt bruscamente.
Briggs sacudió la cabeza, mirando a la pared a su izquierda.
—No sé nada acerca del Cuerno de Luna, y estoy jodidamente seguro de que
ningún soldado Keres sabe nada tampoco, pero me agradaba Danika Fendyr. Aun
cuando me arrestó, me agradaba.
Hunt observó al demacrado y atormentado hombre. Un cascarón del
poderosamente construido adulto que había sido hace dos años. Lo que le estaban
haciendo en esa prisión… jodido Hel.
Hunt podía suponer algunas cosas acerca de las maneras en que lo torturaban.
Los recuerdos de cómo se lo hacían a él aún lo despertaban por las noches.
Bryce parpadeó hacia Briggs.
—¿A qué te refieres, con que te agradaba?
Briggs sonrió, saboreando la sorpresa de Quinlan.
—Me rodeó a mí y a mis agentes por semanas. Incluso se encontró conmigo un
par de veces. Me dijo que detuviera mis planes… o sino tendría que arrestarme.
Bueno, esa fue la primera vez. La segunda vez me advirtió de que tenía suficiente
evidencia en mi contra y que tenía que arrestarme, pero podía librarme fácilmente
si admitía mis conspiraciones y las terminaba en ese preciso momento. Tampoco la
escuché entonces. Esa tercera vez… trajo a su manada, y eso fue todo.
Hunt refrenó sus emociones, ajustando sus rasgos para lucir neutrales.
—¿Danika fue suave contigo?
El rostro de Bryce se había drenado de todo color. Le tomó una impresionante
cantidad de esfuerzo no tocar su mano.
—Lo intentó. —Briggs pasó sus retorcidos dedos por su prístino overol—. Para
una Vanir, era justa. No creo que necesariamente discrepara con nosotros. Con mis
métodos, sí, pero creo que ella podía haber sido una simpatizante.
Él examinó a Bryce nuevamente, con una dureza que erizó el plumaje de Hunt.
Hunt suprimió un gruñido ante el término.
—¿Tus seguidores sabían de esto?
—Sí. Creo que incluso dejó que algunos de ellos escaparan aquella noche.
Hunt dejó salir un aliento.
—Esa es una jodidamente grande declaración a hacer en contra de una líder del
Aux.
—Está muerta, ¿no es así? ¿A quién le importa?
Bryce se estremeció. Lo suficiente como para que Hunt no contuviera su
gruñido esta vez.
—Danika no era una simpatizante de rebeldes —siseó Bryce.
Briggs la miró por debajo de su nariz.
—Aún no, tal vez —aceptó—, pero Danika pudo haber comenzado a recorrer
ese camino. Tal vez ella veía cómo su linda y mestiza amiga era tratada por los demás
y tampoco le gustó mucho.
Sonrió deliberadamente cuando Bryce parpadeó al escuchar su correcta
suposición con respecto a su relación con Danika. Las emociones que
probablemente leyó en su expresión.
»Mis seguidores sabían que Danika era una aliada en potencia —continuó
Briggs—. Lo discutimos, justo antes de la redada. Y esa noche, Danika y su manada
fueron justos con nosotros. Peleamos, e incluso logramos dar unos buenos golpes a
ese Segundo suyo —silbó—. Connor Holstrom. —Bryce se puso completamente
rígida—. El chico era un matón. —Por la cruel curvatura de sus labios, claramente
había notado cuán tensa se había puesto Bryce ante la mención del nombre de
Connor—. ¿Holstrom era tu novio? Qué lástima.
—Eso no es asunto tuyo.
Las palabras eran tan planas como los ojos de Briggs. Apretaron algo en el pecho
de Hunt, sus palabras. El vacío en su voz.
—¿Nunca mencionaste nada de esto cuando fuiste arrestado inicialmente? —
preguntó Hunt.
—¿Por qué mierda delataría a una potencial simpatizante, a una Vanir tan
increíblemente poderosa como Danika Fendyr? —escupió Briggs—. Tal vez me
estaba dirigiendo a esto —Señaló la celda a su alrededor—, pero la causa continuará.
Tiene que continuar, y sabía que alguien como Danika podría ser una poderosa
aliada de nuestro lado.
—¿Pero por qué no mencionar nada de esto durante tu juicio de asesinato? —
interrumpió Hunt.
—¿Mi juicio? ¿Te refieres a esa farsa de dos días que televisaron? ¿Con ese
abogado que el Gobernador me asignó? —Briggs se rio y rio. Hunt tuvo que
recordarse que era un hombre encarcelado, que pasaba por impronunciables
torturas. Y no alguien a quien pudiera golpear en el rostro. Ni siquiera por la manera
en que su risa hacía que Quinlan se removiera en su asiento—. Sabía que me
inculparían sin importar qué. Sabía que incluso si contaba la verdad, terminaría aquí.
Así que, ante la posibilidad de que Danika pudiera tener amigos que compartieran
sus sentimientos, mantuve mis secretos para mí mismo.
—La estás delatando ahora —dijo Bryce.
Pero Briggs no contestó ante eso, y en su lugar estudió la mesa de metal
dentado.
—Lo dije hace dos años, y lo volveré a decir ahora: Keres no mató a Danika o a
la Manada de Demonios. Pero el bombardeo del Cuervo Blanco… podrían haberse
encargado de eso. Bien por ellos si lo hicieron.
Hunt rechinó los dientes. ¿Él había estado así de desconectado con la realidad
cuando había seguido a Shahar? ¿Había tenido este nivel de fanatismo que lo urgía
a liderar a los ángeles de la 18va al Monte Hermon? En esos últimos años, ¿había tan
siquiera escuchado a cualquiera que le aconsejara no hacerlo?
Un vago recuerdo resurgió, de Isaiah haciendo precisamente eso, gritando en la
carpa de guerra de Hunt. Joder.
—¿Murieron muchos Vanir durante el bombardeo? —preguntó Briggs.
Disgusto cubrió el rostro de Bryce.
—No —dijo ella, levantándose de su asiento—. Ni uno solo.
Habló con la prepotencia de una reina. Hunt solo pudo levantarse con ella.
—Qué mal. —Briggs chasqueó la lengua.
Los dedos de Hunt se cerraron en puños. Había estado tan locamente
enamorado de Shahar, de la causa… ¿acaso había sido mejor que este hombre?
—Gracias por responder nuestras preguntas —dijo Bryce firmemente.
Sin esperar a que Briggs contestara, se apresuró hacia la puerta. Hunt se
mantuvo un paso por detrás de ella, aun cuando Briggs continuaba anclado a la
mesa.
Que decidiera terminar la reunión tan prontamente le demostró a Hunt que
Bryce compartía su opinión: Briggs en realidad no había matado a Danika.
Casi había llegado a la puerta abierta cuando Briggs le dijo:
—Eres uno de los Caídos, ¿eh? —Hunt se detuvo, Briggs sonrió—. Muchísimo
respeto para ti, hombre. —Examinó a Hunt de la cabeza a los pies—. ¿En qué parte
de la 18va serviste?
Hunt no dijo nada. Pero los azules ojos de Briggs brillaron.
»Algún día haremos que caigan los bastardos, hermano.
Hunt miró a Bryce, que ya estaba al final del pasillo, caminando ágilmente. Como
si no soportara respirar el mismo aire del hombre encadenado a la mesa, como si
tuviera que salir de este horrible lugar. El propio Hunt había estado aquí,
interrogando gente más a menudo de lo que quería recordar.
Y el asesinato que había cometido anoche… todavía lo seguía. Había saldado
otra deuda de vida, pero todavía lo seguía.
Briggs seguía observándolo fijamente, esperando a que Hunt hablara. Las
palabras de acuerdo que Hunt hubiera dicho hace unas semanas se disolvieron en
su lengua.
No, no había sido mejor que este hombre.
No sabía en donde lo dejaba eso.

—Así que Briggs y sus seguidores están fuera de la lista —dijo Bryce, doblando
sus pies por debajo de ella en el sofá de su sala. Syrinx ya estaba roncando a su lado—
. ¿A menos que pienses que estaba mintiendo?
Hunt, sentado al otro extremo del mueble, frunció el ceño hacia el partido de
sunball que estaba empezando en la TV.
—Estaba diciendo la verdad. He tratado con suficientes… prisioneros para
saber cuándo alguien está mintiendo.
Las palabras eran cortantes. Él había estado tenso desde que abandonaron el
Comitium a través de la misma puerta en blanco por la que habían entrado. De esa
manera no hubo ninguna posibilidad de encontrarse con Sandriel.
Hunt apuntó a los papeles que Bryce había traído de la galería, notando algunos
de los movimientos de Danika y la lista de nombres que había recopilado.
—¿Recuérdame quién es el siguiente sospechoso en tu lista?
Bryce no contestó mientras ella observaba su perfil, la luz de la pantalla se
movía en sus mejillas, profundizando la sombra debajo de su fuerte mandíbula.
Él era realmente guapo. Y realmente parecía estar de mal humor.
—¿Qué está mal? —preguntó ella.
—Nada.
—Lo dice el tipo que está rechinando los dientes tan fuerte que puedo
escucharlos.
Hunt le lanzó una mirada fulminante y extendió un musculoso brazo a lo largo
del respaldo del sofá. Se había cambiado cuando llegaron hace treinta minutos,
después de haber dado unos rápidos bocados a unos tallarines y dumplings de un
carrito de comida que estaba al final de la manzana, y ahora vestía una suave
camiseta gris, pantalones deportivos negros, y una gorra blanca de sunball volteada
hacia atrás.
Era la gorra lo que había resultado ser lo más desconcertante, tan ordinaria y…
juvenil, a falta de una mejor palabra, había estado mirándolo de reojo por los últimos
quince minutos. Mechones de su oscuro cabello se rizaban en los bordes, la banda
ajustable casi cubría el tatuaje sobre su frente, y no tenía idea de por qué, pero todo
era tan… asquerosamente distractor.
—¿Qué? —preguntó él, notando su mirada.
Bryce se estiró, su larga trenza cayendo sobre su hombro, y tomó el teléfono de
Hunt de la mesa de café. Le tomó una foto y se envió una copia a sí misma,
principalmente porque dudaba que alguien fuera a creerle que el mismísimo Hunt
Athalar estuvo sentado en su sofá usando ropa casual, una gorra de sunball al revés,
viendo televisión y bebiendo cerveza.
Damas y caballeros, la Sombra de la Muerte.
—Eso es molesto —dijo él entre dientes.
—Al igual que tu cara —contestó ella dulcemente, aventándole el teléfono.
Hunt lo atrapó, tomó una foto de ella, y luego lo bajó a la mesa, ojos en el juego
otra vez.
Ella se permitió mirarlo por un minuto más antes de decirle:
—Has estado pensativo desde lo de Briggs.
La boca de él se torció hacia un lado.
—Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
Sus dedos trazaron un círculo a lo largo del cojín del sofá.
—Desenterró algunas cosas malas. Sobre… sobre la manera en la que ayudé a
dirigir la rebelión de Shahar.
Lo consideró, replegando cada horrible palabra e intercambio en esa celda
debajo del Comitium.
Oh. Oh.
—No te pareces en nada a Briggs, Hunt —dijo ella cuidadosamente.
Sus ojos oscuros se deslizaron en su dirección.
—No me conoces lo suficientemente bien como para decir eso.
—¿Arriesgaste voluntaria y felizmente vidas inocentes para promover tu
rebelión?
Su boca se estrechó.
—No.
—Bueno, ahí lo tienes.
De nuevo, su mandíbula se tensó. Y entonces dijo:
—Pero estaba cegado. Acerca de muchas cosas.
—¿Como cuáles?
—Muchas —dijo en todo evasivo—. Al mirar a Briggs, lo que le estamos
haciendo… no sé por qué me molestó esta vez. He estado ahí lo suficiente con otros
prisioneros que… quiero decir… —Balanceó la rodilla. Habló sin mirarla—. Sabes la
clase de mierda debo hacer.
—Sí —dijo ella suavemente.
—Pero por la razón que fuera, ver a Briggs de esa manera hoy, solo me hizo
recordar mi propia… —No terminó la frase de nuevo y bebió de su cerveza.
Gélido y aceitoso terror llenó el estómago de ella, retorciéndose junto a los
tallarines que había aspirado hace treinta minutos.
—¿Por cuánto tiempo te hicieron eso después del Monte Hermon?
—Siete años.
Bryce cerró los ojos a medida que el peso de esas palabras la recorría.
»También perdí la noción del tiempo —dijo Hunt—. Las mazmorras de los
Asteri están bajo tierra, son tan oscuras que los días se vuelven años y los años se
vuelven días y… cuando me dejaron salir, fui directamente al Arcángel Ramuel. Mi
primer… encargado. Continuó ese patrón por dos años, se aburrió, y se dio cuenta
de que sería de mayor utilidad despachando demonios y haciendo su voluntad que
pudriéndome en sus celdas de tortura.
—Solas ardiente, Hunt —susurró ella.
Seguía sin mirarla.
—Para el momento en que Ramuel decidió dejarme servir como su asesino,
habían pasado nueve años desde que había visto la luz del sol. Desde que había oído
el viento u olido la lluvia. Desde que había visto el pasto, o un río, o una montaña.
Desde que había volado.
Las manos de Bryce temblaban tanto que cruzó los brazos, manteniendo
firmemente sus dedos contra su cuerpo.
—Lo… lo siento mucho.
Los ojos de él se volvieron distantes, vidriosos.
—El odio era lo único que me impulsó durante todo eso. El tipo de odio de
Briggs. No esperanza, no amor. Solo implacable y embravecido odio. Hacia los
Arcángeles. Hacia los Asteri. Hacia todo lo qué pasó. —Finalmente la miró, sus ojos
tan vacíos como lo habían estado los de Briggs—. Así que sí. Puede que nunca haya
estado dispuesto a matar inocentes para ayudar a la rebelión de Shahar, pero esa es
la única diferencia entre Briggs y yo. Aún lo es.
Bryce no se permitió reconsiderar antes de tomar su mano.
No se había dado cuenta de cuán grande era la mano de Hunt hasta que envolvió
la suya a su alrededor. No había notado cuántos callos había en sus palmas y dedos
hasta que rasparon contra su piel.
Hunt bajo la mirada hacia sus manos, uñas pintadas de degradado contrastando
con el dorado profundo de su piel. Bryce se encontró conteniendo el aliento,
esperando a que alejara de golpe su mano.
—¿Aún sientes que el odio es lo que te impulsa en el día a día? —preguntó ella.
—No —dijo, sus ojos se elevaron de sus manos para escanear su rostro—. A
veces, con algunas cosas, sí, pero… no, Quinlan.
Ella asintió, pero él seguía mirándola, así que ella se estiró para tomar las hojas
esparcidas con una mano libre.
—¿No tienes más nada que decir? —La boca de a Hunt se torció hacia un lado—
. Tú, la persona que tiene una opinión acerca de todo y todos, ¿no tienes nada más
que decir acerca de lo que te acabo de contar?
Ella empujó su trenza por encima de su hombro.
—No eres como Briggs —dijo ella simplemente.
Hunt frunció el ceño. Y comenzó a sacar su mano de la de ella.
Bryce apretó el agarre de sus dedos.
—Puede que te veas de esa manera, pero yo también te veo, Athalar. Veo tu
amabilidad y tu… lo que sea. —Apretó su mano con énfasis—. Veo toda la mierda
que tú ignoras convenientemente. Briggs es una mala persona. Puede que alguna vez
se haya metido en la rebelión humana por las razones correctas, pero él es una mala
persona. Tú no lo eres. Nunca lo serás. Fin de la historia.
—Este trato que tengo con Micah sugiere lo contrario…
—No eres como él.
El peso de su mirada pulsaba contra su piel, calentaba su rostro.
Ella retrajo su mano tan casualmente como pudo, tratando de no notar como
sus dedos parecían reacios a dejarla ir. Pero se inclinó hacia adelante, estiró su
brazo, y golpeó su gorra.
—¿Qué hay con esto, por cierto?
Él la empujó.
—Es una gorra.
—No combina con tu imagen de depredador nocturno.
Por un instante, se quedó completamente callado. Entonces se rio, inclinando
su cabeza. La fuerte columna bronceada que era su garganta se estiró con el
movimiento, y Bryce cruzó los brazos otra vez.
—Ah, Quinlan —dijo, sacudiendo la cabeza. Se quitó la gorra de la cabeza y la
puso en la cabeza de ella—. Eres implacable.
Ella sonrió, girando la gorra hacia atrás de la misma manera en la que él la
llevaba, y solemnemente barajeó los papeles.
—Vamos a examinar esto otra vez. Dado que Briggs fue un fracaso, y la Reina
Víbora está fuera… quizás hay algo relacionado con Danika en el Templo de Luna la
noche en que el Cuerno fue robado que no estamos viendo.
Él se acercó, su muslo rozando su flexionada rodilla, y echó un vistazo a los
papeles en su regazo. Ella observó cómo sus ojos recorrían los papeles y estudiaban
la lista de locaciones. Y trató de no pensar en el calor de ese muslo contra su pierna.
Su sólida musculatura.
Entonces levantó la cabeza.
Estaba tan cerca que se dio cuenta de que sus ojos no eran negros después de
todo, más bien un tono marrón oscuro.
—Somos idiotas.
—Al menos dijiste somos.
Él se rio, pero no retrocedió. No movió esa poderosa pierna suya.
—El templo tiene cámaras en el exterior. Debieron haber grabado la noche en
que el Cuerno fue robado.
—Lo haces sonar como si la 33ra no hubieran revisado eso hace dos años.
Dijeron que el apagón volvió cualquier grabación esencialmente inútil.
—Tal vez no hicimos las pruebas adecuadas en la grabación. Mirar los campos
correctos. Pedir a la gente adecuada que las examinara. Si Danika estuvo allí esa
noche, ¿por qué nadie lo sabía? ¿Por qué ella no dio la cara acerca de estar en el
templo cuando el Cuerno fue robado? ¿Por qué la acólita no dijo nada de su
presencia?
Bryce mordió su labio. Los ojos de Hunt descendieron ahí. Juraría que se
oscurecieron. Que su muslo se presionó con más fuerza contra el suyo. Cómo en un
desafío… un desafío para ver si ella retrocedería.
No lo hizo, pero su voz se volvió ronca al decir:
—Crees que Danika pudo haber sabido quién tomó el Cuerno… ¿y trató de
ocultarlo? —Ella sacudió la cabeza—. Danika no lo hubiera hecho. Apenas y parecía
que le importara que el Cuerno haya sido robado en lo absoluto.
—No lo sé —dijo él—. Pero comencemos con mirar la grabación, incluso si es
un montón de nada. Y luego la envías a alguien que pueda darnos un análisis más
comprensible.
Quitó su gorra de la cabeza de Bryce, y la volvió a poner en su propia cabeza, de
nuevo hacia atrás, de nuevo con esos pequeños mechones de cabello rizado
asomándose por los bordes. Como en buena medida, él jaló el extremo de su trenza,
y luego cruzó sus manos detrás de su cabeza mientras volvía a observar el partido.
La ausencia de su pierna contra la de ella fue como una fría cachetada.
—¿Qué tienes en mente?
La boca de él simplemente se curvó hacia arriba.
36
Traducido por Katia G
Corregido por Lieve

El campo de tiro de tres niveles en Moonwood abastecía a una letal y creativa


clientela. Ocupando un almacén que se extendía por cuatro cuadras de la ciudad a lo
largo del Istros, contaba con la única galería de francotiradores en la ciudad.
Hunt pasaba por ahí cada pocas semanas para mantener sus habilidades en
forma, generalmente en la oscuridad de la noche cuando nadie podía mirar
boquiabierto al Umbra Mortis vistiendo un par de orejeras y lentes de grado militar
mientras caminaba por los pasillos de concreto hacia una de las galerías privadas.
Ya era tarde cuando se le ocurrió la idea sobre esta reunión, y entonces Jesiba
había llenado de trabajo a Quinlan el día siguiente, por lo que habían decidido
esperar hasta el anochecer para saber dónde terminaría su presa. Hunt le había
apostado a Bryce una moneda de oro a que sería un salón de tatuajes, y ella lo había
elevado a dos monedas de oro diciendo que se trataría de un bar de falso rock. Pero
cuando obtuvo la respuesta a su mensaje, los había llevado hasta aquí.
La galería de francotiradores se encontraba en el extremo norte del edificio,
accesible a través de una puerta de metal pesado que sellaba cualquier sonido. Ellos
tomaron orejeras que sofocarían el sonido de las armas, pero que aun así les
permitiría escuchar las voces de los demás. Antes de que él entrara en la galería,
Hunt miró por encima del hombro a Bryce, comprobando que sus orejeras estaban
en su lugar.
Ella notó su mirada inquisitiva y sonrió.
—Mamá gallina.
—No quisiera que tus lindas orejitas explotaran, Quinlan. —Él no le dio la
oportunidad de responder cuando abrió la puerta, una música estruendosa estalló
para saludarlos y vio a los tres machos alineados a lo largo de una barrera de vidrio
a la altura de su cintura.
Lord Tristan Flynn tenía un rifle de francotirador apuntado a un blanco de papel
en forma de persona en el extremo lejano del espacio, tan lejano que un mortal
apenas lograría identificarlo. Había optado por no usar la mirilla, y en su lugar
decidió confiar en su aguda vista de Fae cuando Danaan y Declan Emmet se pararon
cerca de él, sus propios rifles colgando de sus hombros.
Ruhn asintió hacia ellos y les indicó que esperaran un momento.
—Él va a fallar —dijo Emmet sobre el sonido de la música, dando apenas una
mirada a Hunt y a Bryce—, por un centímetro.
—Jódete, Dec —murmuró Flynn, y disparó. El disparo estalló a través del
espacio, el sonido absorbido por el relleno a lo largo del techo y paredes, y en el otro
extremo de la galería, el papel se balanceaba, el torso ondulando.
Flynn bajó el rifle.
—Tiro directo en las bolas, imbéciles. —Él extendió una palma hacia Ruhn—.
Paga. —Ruhn puso los ojos en blanco y lanzó una moneda de oro en ella mientras se
giraba hacia Hunt y Bryce.
Hunt miró a los dos amigos del príncipe, que ahora lo estaban evaluando
mientras se quitaban las orejeras y los lentes. Él y Bryce hicieron lo mismo.
Él no esperaba el tinte de envidia que contrajo sus entrañas al ver los amigos
juntos. Una mirada a los hombros rígidos de Quinlan lo hizo preguntarse si ella
sentía lo mismo, si recordaba noches con Danika y la Manada de Demonios cuando
no tenían nada mejor que hacer que fastidiarse entre sí por tonterías.
Bryce sacudió más rápido ese pensamiento que Hunt mientras decía
arrastrando las palabras:
—Chicos, lo siento por interrumpirlos mientras juegan tiro libre, pero tenemos
algunas cosas de adultos que discutir.
Ruhn colocó su rifle sobre la mesa de metal a su izquierda y se recargó sobre la
barrera de cristal.
—Podrían haber llamado.
Bryce se dirigió a la mesa para examinar el arma que su primo había dejado. Sus
uñas brillaban contra el negro mate. Armas Stealth, diseñadas para mezclarse en las
sombras y no delatar a su portador con un brillo.
—No quería esta información por ahí en la red.
Flynn esbozó una sonrisa.
—Mierda de capas y dagas. Bonito. —Él se acercó a ella en la mesa, tan cerca
que Hunt se encontró tensándose—. Me dejas intrigado.
El don de Quinlan de mirar por debajo de su nariz a los hombres que se alzaban
por encima de ella generalmente irritaba a Hunt infinitamente. Pero verlo usado en
alguien más era placentero.
Sin embargo, esa mirada imperiosa solo pareció hacer que la sonrisa de Flynn
se ensanchara, especialmente cuando Bryce dijo:
—No estoy aquí para hablar contigo.
—Me hieres, Bryce —dijo Flynn.
Declan Emmet se rio por lo bajo.
—¿Estás dispuesto a hacer algo más de esa mierda de hacker? —preguntó
Quinlan a él.
—Llámalo mierda de nuevo, Bryce, y mira si te ayudo —dijo Declan con frialdad.
—Lo siento, lo siento. Tus… cosas con la tecnología. —Ella agitó una mano—.
Necesitamos el análisis de algunas imágenes del Templo de Luna la noche en que
robaron el Cuerno.
Ruhn se quedó quieto, sus ojos azules brillando mientras le decía a Hunt:
—¿Tienen alguna pista sobre el Cuerno?
—Solo algunas las piezas del rompecabezas —dijo Hunt.
Declan se frotó el cuello.
—Entiendo. ¿Qué estás buscando exactamente?
—Todo —dijo Hunt—. Cualquier cosa que pueda surgir en el audio o la cámara
térmica, o si hay alguna manera de aclarar el video a pesar del apagón.
Declan dejó su rifle al lado del de Ruhn.
—Podría tener algún software que pueda ayudar, pero no puedo prometer
nada. Si los investigadores no encontraron nada hace dos años, las probabilidades
de que encontraré alguna anomalía son escasas.
—Lo sabemos —dijo Bryce—. ¿Cuánto tiempo te llevaría?
Parecía que estaba haciendo algunos cálculos mentales.
—Dame unos días. Veré lo que puedo encontrar.
—Gracias.
Flynn dejó escapar un jadeo exagerado.
—Creo que es la primera vez que nos dice esa palabra, B.
—No se acostumbren. —Ella los examinó de nuevo con esa fría y burlona
indiferencia que hizo que el pulso de Hunt comenzara a latir con tanta fuerza como
el ritmo de la música que se escuchaba a través de los altavoces del lugar—. ¿Por
qué están ustedes tres aquí?
—Trabajamos para el Aux, Bryce. Eso requiere un poco de entrenamiento
ocasional.
—Entonces, ¿dónde está el resto de su unidad? —Ella miró a su alrededor
exageradamente. Hunt no se molestó en ocultar su alegría—. ¿O esto fue solo para
compañeros de cuarto?
Declan se rio entre dientes.
—Esto fue una sesión con invitación.
Bryce puso los ojos en blanco y le dijo a Ruhn:
—Estoy segura de que el Rey de Otoño te dijo que quiere le informaras sobre
nuestros movimientos. —Ella se cruzó de brazos—. Mantengan esto —Ella hizo un
gesto a todos ellos—, en silencio por unos días.
—Me estás pidiendo que le mienta a mi rey —dijo Ruhn, frunciendo el ceño.
—Te pido que no le cuentes sobre esto por el momento —dijo Bryce.
Flynn levantó una ceja.
—¿Estás diciendo que el Rey de Otoño es uno de tus sospechosos?
—Estoy diciendo que quiero que esta mierda se mantenga oculta. —Ella sonrió
a Ruhn, mostrando todos sus dientes blancos, su expresión más salvaje que
divertida—. Estoy diciendo que, si ustedes tres idiotas filtran algo de esto a sus
amigos del Auxiliado o a sus amigos de borracheras, voy a estar muy infeliz. —
Honestamente, a Hunt no le hubiera gustado nada más que tener unas palomitas de
maíz y una cerveza, recostarse en una silla y verla filetear verbalmente a estos
imbéciles.
—Suena como una gran charla —dijo Ruhn, luego señaló el objetivo en la parte
posterior de la sala—. ¿Por qué no haces una pequeña demostración para Athalar,
Bryce?
Ella sonrió.
—No necesito demostrar que puedo manejar un arma grande para pertenecer
al club de niños. —La piel de Hunt se tensó ante el placer salvaje en sus ojos mientras
decía arma grande. Otras partes de él también se tensaron.
—Veinte monedas de oro a que te superamos —dijo Tristan Flynn.
—Solo los ricos de mierda tienen veinte monedas de oro para presumir en
concursos de mierda —dijo Bryce, con los ojos ambarinos bailando con diversión
mientras le guiñaba un ojo a Hunt. Su sangre vibraba, su cuerpo se tensaba como si
ella hubiera agarrado su polla. Pero su mirada se desvió hacia el objetivo distante.
Ella colocó las orejeras en sus orejas. Flynn se frotó las manos.
—Aquí jodidamente vamos.
Bryce se puso los lentes militares, ajustó su cola de caballo y levantó el rifle de
Ruhn en sus manos. Lo pesó en sus brazos, y Hunt no pudo apartar los ojos de la
forma en que sus dedos rozaron el arma, acariciando todo el camino hasta el gatillo.
Él tragó saliva, pero ella simplemente colocó el arma en su hombro, cada
movimiento tan cómodo como él esperaría de alguien criado por un legendario
francotirador. Ella quitó el seguro y no se molestó en usar la mirilla del arma, y dijo
sin hablarle a nadie en particular:
—Permítanme demostrar por qué todos ustedes pueden besarme el jodido
trasero.
Tres disparos resquebrajaron la música, uno tras otro, su cuerpo absorbió el
contragolpe del arma como una campeona. La boca de Hunt se secó por completo.
Todos miraron hacia la pantalla con la imagen del objetivo.
—Solo atinaste uno —resopló Flynn, mirando el agujero a través del corazón
del objetivo.
—No, no lo hizo —murmuró Emmet, justo cuando Hunt también lo veía: el
círculo no era perfecto. No, dos de sus bordes sobresalían, apenas perceptibles.
Tres disparos, tan precisos que habían pasado por el mismo agujero.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Hunt que no tenía nada que ver con miedo
cuando Bryce simplemente cambió su postura, colocó el rifle sobre la mesa y se
retiró las orejeras y los lentes.
Ella se giró y sus ojos se encontraron con los de Hunt de nuevo, un nuevo tipo
de vulnerabilidad brillaba en ellos. Un nuevo desafío había sido lanzado. Esperando
a ver cómo reaccionaría él.
¿Cuántos machos habían huido de esta parte de ella con sus egos de
alfaimbéciles amenazados? Hunt los odiaba a todos simplemente por poner la
pregunta en sus ojos.
Hunt no escuchó nada de lo que Flynn decía mientras se ponía las orejeras y los
lentes y tomaba el rifle que Bryce había dejado, el metal aún cálido por su cuerpo.
No escuchó a Ruhn preguntarle algo mientras él alineaba su disparo.
No, Hunt solo se encontró con la mirada de Bryce cuando él quitó el seguro.
Ese clic resonó entre ellos, fuerte como un trueno. La garganta de ella se movió.
Hunt apartó su mirada de la de ella y disparó una ronda. Con su visión aguda,
no necesitaba la mirilla para ver pasar la bala a través del agujero que ella había
hecho.
Cuando bajó el arma, encontró las mejillas de Bryce sonrojadas, sus ojos como
whiskey tibio. Una especie de luz silenciosa brillaba en ellos.
Él seguía sin escuchar nada de lo que decían los machos, solo tenía la vaga idea
de que incluso Ruhn maldecía con aprecio. Hunt solo sostuvo la mirada de Bryce. Te
veo, Quinlan, le dijo en silencio. Y me gusta todo eso.
Igualmente, su media sonrisa parecía decir.
El teléfono de Hunt sonó, apartando los ojos de esa sonrisa que hacía que el piso
bajo sus pies se sintiera un poco inestable. Lo sacó de su bolsillo con dedos
sorprendentemente temblorosos. Isaiah Tiberian decía en la pantalla. Él respondió
al instante.
—¿Qué pasa?
Hunt sabía que Bryce y los machos Fae podían escuchar cada palabra cuando
Isaiah dijo:
—Lleven sus traseros a los Prados de Asphodel. Ha habido otro asesinato.
37
Traducido por Sandra A
Corregido por Lieve

—¿Dónde? —demandó Hunt al teléfono con la mirada fija en Quinlan, quien


tenía los brazos cruzados y tensos mientras escuchaba. Toda esa luz se había
esfumado de su mirada.
Isaiah le dijo la dirección, a unos tres kilómetros de distancia.
—Ya tenemos a un equipo organizando todo —dijo el comandante.
—Estaremos allí pronto —respondió Hunt antes de colgar.
Los tres machos Fae, habiendo escuchado también, comenzaron a empacar su
equipo, veloces y eficientes. Bien entrenados. Lo irritaban como nadie, pero estaban
bien entrenados.
Sin embargo, Bryce se movía inquieta, con las manos agitadas a los costados.
Había visto esa mirada severa antes. Y la calma fingida que la envolvía mientras
Ruhn y sus amigos la miraban de reojo.
Antes, Hunt se lo había creído, incluso la había molestado para que fuera a esa
otra escena del crimen.
Sin mirar a los machos, Hunt dijo:
—Supongo que escucharon la dirección. —No esperó por la confirmación de
ninguno antes de ordenar—: Los veremos allí.
Quinlan parpadeó con sorpresa, pero Hunt no apartó su atención de ella
mientras se acercaba. Sintió a Danaan, Flynn y a Emmet dejar la galería, pero no miró
para confirmar cuando se detuvo frente a ella.
El frío vacío del campo de tiro era casi palpable a su alrededor.
De nuevo, las manos de Quinlan se enrollaron, sus dedos sacudiéndose a los
costados. Como si pudiera sacudirse el miedo y el dolor.
—¿Quieres que yo me encargue? —preguntó Hunt tranquilamente.
Sus pecosas mejillas se inundaron de color. Ella señaló a la puerta con un dedo
tembloroso.
—Alguien murió mientras perdíamos el tiempo anoche.
Hunt envolvió su dedo con su mano. Lo bajó al espacio entre ellos.
—Esto no es culpa tuya. Es de quienquiera que esté haciendo esto.
Gente como él, asesinando en la noche.
Ella tiró de su dedo, y él la soltó, recordando su cautela con los macho Vanir. Los
alfaimbéciles.
Mirando más allá de sus alas y con un nudo formándosele en la garganta, Bryce
dijo:
—Quiero ir a la escena del crimen. —Él esperó el resto. Ella soltó una
respiración irregular—. Necesito ir —dijo más para sí misma. Su pie golpeó contra
el piso de concreto al compás de la música estruendosa. Hizo una mueca—. Pero no
quiero que Ruhn o sus amigos me vean así.
—¿Así cómo? —Era normal, esperado incluso, estar jodido por lo que ella había
pasado.
—Cómo un maldito desastre. —Sus ojos brillaron.
—¿Por qué?
—Porque no es de su incumbencia, pero lo harán de su incumbencia si me ven
así. Son machos Fae, meter sus narices en donde nadie los ha llamado es un arte para
ellos.
Hunt resopló divertido.
—Cierto.
Ella exhaló de nuevo.
—Está bien —murmuró ella—. Está bien. —Sus manos aún temblaban, como si
sus recuerdos sangrientos pulularan a su alrededor.
—Respira —dijo Hunt, apretando su mano con gentileza.
Bryce cerró los ojos, su cabeza inclinándose hacia él mientras obedecía.
—Otra vez —ordenó él.
Ella lo hizo.
»Otra vez.
Entonces Quinlan respiró, Hunt no dejó ir sus manos hasta que el sudor se secó.
Hasta que ella levantó la cabeza.
—Está bien —dijo ella de nuevo y, esta vez, las palabras eran sólidas.
—¿Mejor?
—Lo mejor que puedo estar —dijo ella, pero su mirada se había aclarado.
Incapaz de detenerse, él apartó un mechón suelto de su cabello. Se deslizó como
seda entre sus dedos mientras lo acomodaba detrás de su oreja arqueada.
—Ya somos dos, Quinlan.
Bryce dejó que Hunt la llevara volando a la escena del crimen. El callejón en los
Prados de Asphodel era casi tan sórdido como parecían: basura desbordada de los
contenedores, sospechosos charcos de líquidos relucientes, animales delgados
hurgando en la basura, vidrios rotos brillando bajo la luz de un poste oxidado.
Brillantes pantallas mágicas azules ya bloqueaban la entrada del callejón.
Algunos técnicos y legionarios estaban en lugar, Isaiah Tiberian, Ruhn y sus amigos
entre ellos.
El callejón estaba justo al lado de la calle principal, a la sombra de la Puerta
Norte, la Puerta Mortal, como la llamaba la mayoría. Edificios de apartamentos se
erguían, la mayoría de ellos públicos, todos en extrema necesidad de reparaciones.
Los ruidos de la abarrotada calle más allá del callejón hacían eco en los desgastados
muros de ladrillo; el penetrante hedor a basura le inundaba la nariz. Bryce intentó
no inhalar demasiado.
Hunt inspeccionó el callejón y murmuró, con una mano fuerte en la parte baja
de su espalda:
—No necesitas mirar, Bryce.
Lo que había hecho por ella en ese campo de tiro… nunca había dejado a nadie,
ni siquiera a sus padres, verla en ese estado. Esos momentos en los que no podía
respirar. Usualmente se escondía en un baño, o se escapaba algunas horas, o salía a
correr.
El instinto de huir había sido casi tan abrumador como el pánico y el horror
agudo en su pecho, pero… había visto a Hunt llegar de su misión la otra noche. Sabía
que, de todas las personas, él podría entenderlo.
Lo había hecho. Y no había retrocedido en ningún momento.
Justo como no había retrocedido cuando la vio disparar al blanco y, en lugar de
eso, respondió con sus propios disparos. Como si fueran dos de un millón, como si
ella pudiera arrojarle cualquier cosa y el la atraparía. Enfrentaría cualquier desafío
con esa malvada y salvaje sonrisa.
Podría jurar que el calor de sus manos aún permanecía en las suyas.
Después de intercambiar algunas palabras con Isaiah, Flynn y Declan se
dirigieron hacia las pantallas mágicas. Ruhn estaba de pie a tres metros de distancia,
hablando con una hermosa medwitch de cabello oscuro. Sin duda preguntándole
sobre lo que había evaluado.
Mirando alrededor del borde azul hacia el cuerpo oculto detrás, Flynn y Declan
maldijeron.
Su estómago cayó. Tal vez el haber venido había sido mala idea. Se inclinó
ligeramente hacia Hunt.
Él le clavó los dedos en la espalda en silencioso apoyo antes de murmurar:
—Yo puedo mirar por nosotros.
Nosotros, como si fueran una unidad contra este maldito desastre que era el
mundo.
—Estoy bien —dijo ella, su voz afortunadamente tranquila. Pero no se movió
hacia la pantalla.
Flynn se alejó del cuerpo oculto y le preguntó a Isaiah:
—¿Qué tan fresco es este asesinato?
—Estamos considerando el tiempo de muerte a hace treinta minutos —
respondió Isaiah con gravedad—. Por los restos de la ropa, parece que era uno de
los guardias del Templo de la Luna. Estaba de camino a casa.
El silencio los envolvió. El estómago de Bryce dio un vuelco.
Hunt maldijo.
—Déjame adivinar, ¿estaba de guardia la noche en que robaron el Cuerno?
Isaiah asintió.
—Fue lo primero que revisé.
Bryce tragó saliva y dijo:
—Debemos estar cerca de algo entonces. O el asesino está un paso delante de
nosotros, interrogando y matando a cualquiera que pudiera saber a dónde
desapareció el Cuerno.
—¿Ninguna de las cámaras captó algo? —preguntó Flynn, su hermoso rostro
inusualmente serio.
—Nada —dijo Isaiah—. Es como si supiera dónde estaban. O quien lo conjuró
lo sabía. Permaneció fuera de vista.
Hunt pasó su mano a lo largo de su espalda en una barrida calmante y sólida, y
entonces se acercó al Comandante de la 33ra, su voz baja mientras decía:
—El conocer cada cámara en esta ciudad, en especial las ocultas, requeriría
cierto grado de autoridad. —Sus palabras quedaron suspendidas; ninguno se atrevió
a decir más, no en público—. ¿Alguna persona reportó el haber visto a un demonio?
Una técnico de ADN apareció de detrás de la pantalla, con sangre manchando
las rodillas de su traje blanco. Como si se hubiera arrodillado para recolectar la
muestra que colgaba de sus dedos enguantados.
Bryce desvió la mirada de nuevo, hacia la calle Principal.
Isaiah sacudió la cabeza.
—Aún no hay reportes de civiles o patrullas.
Bryce apenas lo escuchó cuando los hechos inundaron su mente. La calle
Principal.
Ella sacó su teléfono para observar el mapa de la ciudad. Su ubicación
sobresalía, un punto rojo parpadeante en la red de calles.
Los machos aún estaban hablando sobre la precaria evidencia cuando ella puso
algunas marcas adicionales en el mapa; después entrecerró los ojos para enfocarse
el suelo debajo de ellos. Ruhn se había distanciado y entablado conversación con sus
amigos cuando ella unió los puntos.
Pero Hunt notó su concentración y se volteó hacia ella con las cejas alzadas.
—¿Qué?
Ella se inclinó hacia la sombra de su ala y podría haber jurado que él la dobló
más cerca y alrededor de ella.
—Aquí está el mapa de todos los lugares en los que han ocurrido los asesinatos.
Ella permitió que Ruhn y sus amigos se acercaran. Incluso se dignó a mostrarles
su celular, sus manos temblando ligeramente.
—Aquí —dijo ella señalando el punto parpadeante—, estamos nosotros. —
Señaló otro punto cercano—. Este es donde Maximus Tertian murió. —Señaló otro
más, cercano a la calle principal—. Aquí asesinaron a la acólita. —Su garganta se
cerró, pero señaló el último punto, a unas cuadras al norte—. Aquí es donde… —Las
palabras ardían. Mierda. Mierda, tenía que decirlas, pronunciarlas…
—Donde Danika y la Manada de Demonios fueron asesinados —dijo Hunt.
Bryce le lanzó una mirada de agradecimiento.
—Sí. ¿Ven lo que yo veo?
—¿No? —dijo Flynn.
—¿No fueron a una escuela toda elegante? —preguntó ella. Ante el ceño
fruncido de Flynn, ella suspiró e hizo zoom a la pantalla—. Miren, todos sucedieron
a unos cuantos pasos de una calle importante. Sobre líneas ley, canales naturales
para que la primera luz viaje por la ciudad.
—Vías de poder —dijo Hunt, sus ojos brillando—. Fluyen justo a través de las
Puertas. —Sí, Athalar lo tenía. Se dirigió hacia donde estaba Isaiah, a seis metros de
distancia, hablando con una ninfa rubia y alta en una chaqueta de forense.
Bryce les dijo a los Faes, a su sorprendido hermano:
—Tal vez quien quiera que esté invocando a este demonio toma poder de estas
líneas ley debajo de la ciudad para tener la fuerza de llamarlo. Si todos los asesinatos
tienen lugar cerca de ellas, quizá es así como apareció el demonio.
Uno de los del equipo del Auxiliado llamó a Ruhn, y su hermano meramente le
dedicó una impresionada inclinación de cabeza antes de dirigirse hacia ellos. Ella
ignoró lo que esa admiración le provocó, enfocando su atención en Hunt mientras
caminaba por el callejón, los poderosos músculos de sus piernas marcándose a cada
paso. Lo escuchó llamar a Isaiah mientras se acercaba al comandante.
—Haz que Viktoria realice una búsqueda en las cámaras que están sobre la calle
Principal, y las avenidas Central y Ward. Que mire si captan algún indicio de energía,
cualquier pequeño cambio de temperatura que pueda pasar cuando un demonio es
invocado. —El kristallos podría permanecer fuera de la vista, pero seguro las
cámaras detectarían una ligera perturbación en el flujo de energía o en la
temperatura—. Y hazla echar un vistazo a red de primera luz alrededor de esas
horas también. Que revise si algo se registró.
Declan observó al ángel alejarse a zancadas, y luego dijo dirigiéndose a Bryce:
—Sabes lo que hace, ¿verdad?
—¿Verse muy bien en negro? —dijo ella dulcemente.
Declan gruñó.
—Eso de cazador de demonios es una fachada. Hace el trabajo sucio del
Gobernador. —Su mandíbula cincelada se tensó por un segundo—. Hunt Athalar es
malas noticias.
Ella batió sus pestañas.
—Qué bien que me gusten los chicos malos.
Flynn dejó salir un silbido bajo.
Pero Declan agitó la cabeza.
—A los ángeles no les importa una mierda nadie, B. Sus objetivos no son tus
objetivos. Los objetivos de Athalar pueden no ser ni siquiera los de Micah. Ten
cuidado.
Ella asintió hacia donde su hermano estaba nuevamente hablando con la
deslumbrante medwitch.
—Ya recibí el sermón de Ruhn, no te preocupes.
Al final del callejón, Hunt le estaba diciendo a Isaiah:
—Llámame si Viktoria obtiene algún video. —Después añadió, como si no
estuviera acostumbrado—: Gracias.
En la distancia, las nubes se arremolinaban. Se había predicho lluvia para la
mitad de la noche, pero parecía que llegaría antes.
Hunt se dirigió hacia ellos.
—Están en ello.
—Veremos si la 33ra consigue algo esta vez —masculló Declan—. No estoy
conteniendo el aliento.
Hunt se enderezó. Bryce esperó su réplica, pero el ángel se encogió de hombros.
—Yo tampoco.
Flynn sacudió la cabeza en dirección a los ángeles trabajando en la escena.
—¿No tienes lealtad?
Hunt leyó un mensaje que apareció en su teléfono; después lo guardó.
—No tengo más opción que ser leal.
Y pagar esas muertes una por una. El estómago de Bryce dio un vuelco.
La mirada ambarina de Declan se posó en el tatuaje en la muñeca de Hunt.
—Son una mierda.
Flynn gruñó su acuerdo. Al menos los amigos de su hermano estaban en la
misma página que ella respecto a las políticas de los Asteri.
Hunt miró a los machos una y otra vez. Juzgando.
—Sí —dijo tranquilo—, lo son.
—Eufemismo del siglo.
Bryce inspeccionó la escena del crimen, su cuerpo tensándose nuevamente,
resistiéndose a mirar. Hunt cruzó su mirada con la de ella, como si percibiera su
tensión, el cambio en su aroma. Él asintió levemente.
Bryce levantó la barbilla y declaró:
—Ya nos vamos.
Declan se despidió con un movimiento de mano.
—Te llamaré pronto, B.
Flynn le lanzó un beso.
Ella rodó los ojos.
—Adiós.
Captó la mirada de Ruhn y se despidieron. Su hermano agitó la mano y siguió
hablando con la bruja.
Caminaron toda una cuadra antes de que Hunt dijera, demasiado casual:
—¿Alguna vez te has acostado con Tristan Flynn?
Bryce parpadeó.
—¿Por qué preguntarías eso?
Él contrajo sus alas.
—Porque coquetea contigo todo el tiempo.
Ella resopló divertida.
—¿Quieres contarme acerca de todas con las que tú te has acostado, Athalar?
Su silencio le dijo suficiente. Ella sonrió.
Pero entonces el ángel dijo, como si necesitara algo que lo distrajera de los
restos pulverizados que habían dejado atrás:
—No vale la pena mencionar ninguno de mis encuentros. —Hizo una pausa una
vez más, tomando aire antes de continuar—. Pero eso es porque Shahar me arruinó
para todas las demás.
Me arruinó. Las palabras resonaron a través de Bryce.
Hunt continuó, sus ojos nadando en sus recuerdos.
»Crecí en el territorio de Shahar en el sureste de Pangera y mientras iba
subiendo de rango dentro de sus legiones, me enamoré de ella. De su visión del
mundo. De sus ideas sobre cómo cambiar las jerarquías de los ángeles. —Él tragó
saliva—. Shahar fue la única que alguna vez me sugirió que me habían negado algo
por haber nacido bastardo. Ella me promovió a través de los rangos, hasta que llegué
a ser su mano derecha. Hasta que fui su amante. —Él suspiró largamente—. Ella
lideró la rebelión en contra de los Asteri, y yo lideré sus fuerzas, la Legión 18va.
Sabes cómo terminó eso.
Todos en Midgard lo sabían. La Estrella del Día habría conducido a los ángeles,
tal vez a todo el mundo, hacia un mundo más libre, pero se había extinguido. Otra
soñadora aplastada bajo la bota de los Asteri.
—Entonces, ¿tú y Flynn…? —dijo Hunt.
—¿Me cuentas esa trágica historia de amor y esperas que te responda con mi
mierda?
Su silencio fue respuesta suficiente. Ella suspiró. Pero… bueno. Ella también
necesitaba hablar sobre algo para alejar esa escena del crimen. Y para disipar las
sombras que se habían arremolinado en los ojos de él al hablar de Shahar.
Únicamente por esa razón, ella dijo:
—No. Flynn y yo nunca nos acostamos. —Sonrió ligeramente—. Cuando
visitaba a Ruhn de adolescente, era apenas capaz de funcionar en presencia de Flynn
y Declan. —Las comisuras de los labios de Hunt se movieron hacia arriba—. Ellos
devolvían mi escandaloso coqueteo, y, por un tiempo, tenía la fantástica convicción
de que Flynn sería mi esposo algún un día.
Hunt se rio, y Bryce le dio un codazo.
»Es verdad. Escribí Lady Bryce Flynn en todos mis cuadernos de la escuela por
dos años seguidos.
Él se quedó boquiabierto.
—No lo hiciste.
—Lo hice. Puedo probarlo, aún tengo todos mis cuadernos en casa de mis
padres porque mi madre se rehúsa a desechar cualquier cosa.
Su diversión vaciló. Ella no le contó sobre esa vez en su último año de
preparatoria cuando ella y Danika se encontraron a Flynn y a Declan en un bar. Como
Danika se había ido a casa con Flynn porque Bryce no había querido arruinar nada
con Ruhn.
—¿Quieres escuchar sobre mi peor ligue? —preguntó ella, con una sonrisa
forzada.
Él rio.
—Estoy un poco asustado de oírlo, pero claro.
—Salí con un vampiro por casi tres semanas. Mi primer y único encuentro con
alguien de Sombra y Llama.
Los vampiros habían trabajado duro para que la gente olvidara el pequeño
detalle de que todos habían salido de Hel, demonios menores. Que sus ancestros
habían desertado de sus siete príncipes durante las Primeras Guerras, y alimentaron
las Legiones Imperiales Asteri con información vital que contribuyó a su victoria.
Traidores y renegados, que aún tenían la sed de un demonio.
Hunt alzó una ceja.
—¿Y?
Bryce hizo una mueca.
—Y yo no podía dejar de preguntarme qué parte de mí él quería más: sangre o…
ya sabes. Y después él sugirió comer mientras comíamos, si sabes a lo que me refiero.
Le tomó a Hunt un segundo entenderlo. Entonces sus ojos oscuros se
agrandaron.
—Oh, mierda. ¿De verdad? —Ella notó cómo su mirada se desviaba hacia sus
piernas, y entre ellas. La manera en que sus ojos parecieron oscurecerse aún más,
algo afilándose en ellos—. ¿Eso no sería doloroso?
—No quise averiguarlo.
Hunt sacudió la cabeza, y ella se preguntó si él estaba inseguro sobre si
encogerse de hombros o reírse. Pero la luz había regresado a sus ojos.
—¿No más vampiros después de eso?
—Definitivamente no. Él insistía en que el mejor placer siempre estaba rodeado
de dolor, pero yo le mostré la salida.
Hunt gruñó su aprobación. Bryce sabía que probablemente no debía hacerlo,
pero preguntó con cuidado:
—¿Todavía sientes algo por Shahar?
Un músculo se tensó en su mandíbula. Él escaneó el cielo.
—Hasta el día que muera.
Ningún anhelo o pena adornaba las palabras, pero aún no estaba
completamente segura de qué hacer con la sensación incómoda en su estómago.
Los ojos de Hunt se deslizaron hasta los de ella. Sombríos y apagados.
—No sé cómo puedo dejar de amarla cuando ella renunció a todo por mí. Por la
causa. —Agitó la cabeza—. Cada vez que me acuesto con alguien, la recuerdo.
—Ah.
No había ninguna duda de ello. Cualquier cosa que ella dijera en contra de eso
sonaría egoísta y quejumbroso. Y tal vez era una tonta por leer más en sus piernas
tocándose o por la forma en que la había mirado en el campo de tiro o la forma en
que había calmado su pánico y demás.
Él la estaba mirando. Como si viera todo eso. Él tragó con dificultad.
—Quinlan, eso no quiere decir que yo no…
Sus palabras fueron interrumpidas por un grupo de personas que se
aproximaba desde el otro extremo de la calle.
Ella vislumbró cabello rubio plateado y no pudo respirar. Hunt maldijo.
—Vamos a elevarnos.
Pero Sabine los había visto. Su delgado rostro pálido se retorció en un gruñido.
Bryce odiaba los temblores que se apoderaron de sus manos. Los temblores en
sus rodillas.
—Sigue avanzando, Fendyr —advirtió Hunt a Sabine.
Sabine lo ignoró. Su mirada era como ser atravesado por fragmentos de hielo.
—Escuché que habías estado mostrando tu rostro otra vez —dijo ella
enfurecida hacia Bryce—. ¿Dónde mierda está mi espada, Quinlan?
Bryce no podía pensar en nada que decir, ninguna respuesta o explicación. Solo
dejó que Hunt la guiara más allá de Sabine, formando con su cuerpo una pared de
músculo entre ellas.
Su mano descansaba sobre su espalda mientras la empujaba levemente.
—Vámonos.
—Estúpida puta —siseó Sabine, escupiendo a los pies de Bryce al pasar.
Hunt se puso rígido, un gruñido amenazaba escapar, pero Bryce apretó su brazo
en una súplica silenciosa por alejarse.
Los dientes de él brillaron mientras los descubrió en una mueca agresiva por
encima de su hombro hacia Sabine, y Bryce susurró:
—Por favor.
Él escaneó su rostro, su boca ya abierta para objetar. Ella lo obligó a seguir
caminando, aun cuando el sonido de desprecio de Sabine le quemó su espalda.
—Por favor —murmuró Bryce una vez más.
El pecho de él se agitó, como si le tomara un gran esfuerzo contener su furia,
pero miró al frente. La risa baja y petulante de Sabine onduló hacia ellos.
El cuerpo de Hunt se tensó, y Bryce apretó su brazo con más fuerza, un
sentimiento de miseria enroscándose en ella.
Tal vez él lo olió, tal vez lo leyó en su rostro, pero los pasos de Hunt se hicieron
más constantes. Su mano calentó su espalda baja nuevamente, una presencia estable
mientras caminaban, y finalmente cruzaron la calle.
Iban a la mitad de la calle Principal cuando Hunt la tomó en sus brazos sin decir
una palabra mientras se lanzaba al enérgico cielo.
Ella apoyó su cabeza contra su pecho. Dejó que el viento ahogara el rugido en
su mente.
Aterrizaron en el techo de su edificio cinco minutos después, y ella habría ido
directamente al apartamento si él no la hubiera tomado del brazo para detenerla.
Hunt escaneó de nuevo su rostro. Sus ojos.
Nosotros, había dicho antes. Una unidad. Un equipo. Una manada de dos.
Las alas de Hunt se agitaron ligeramente con el viento del Istros.
—Hallaremos a quienquiera que esté detrás de esto, Bryce. Lo prometo.
Y, por alguna razón, ella le creyó.

Ella estaba lavándose los dientes cuando su teléfono sonó.


Declan Emmet.
Escupió su pasta de dientes antes de contestar:
—Hola.
—¿Aún tienes mi número guardado? Estoy conmovido, B.
—Sí, sí, sí. ¿Qué sucede?
—Encontré algo interesante en las grabaciones. Los residentes que pagan
impuestos en esta ciudad deberían rebelarse por cómo gastan su dinero en analistas
de segunda mano en lugar de alguien como yo.
Bryce atravesó el pasillo hasta llegar a la sala de estar, luego hasta el cuarto de
Hunt. Tocó una vez, y le dijo a Declan:
—¿Vas a contarme o solo vas a regodearte?
Hunt abrió la puerta.
Jodido. Solas. Ardiente.
No llevaba puesta camisa, y, por cómo lucía, él también estaba en mitad de
lavarse los dientes. Pero a ella le importaba una mierda su higiene bucal cuando lucía
así.
Músculos encima de músculos cubiertos por una piel dorada que brillaba bajo
la luz. Era indignante. Lo había visto sin camisa antes, pero no lo había notado, no de
esta manera.
Había visto incontables cuerpos masculinos hermosos, pero Hunt Athalar le
ganaba a todos.
Está esperando un amor perdido, se recordó a sí misma. Lo había dejado muy
claro más temprano esta noche. Mediante un esfuerzo de voluntad, alzó la mirada y
se encontró con una maldita sonrisa en su rostro.
Pero su sonrisa petulante se esfumó cuando ella puso a Declan en altavoz.
—No sé si debería decirte que te sientes o no —dijo Dec.
Hunt salió a la sala de estar con el ceño fruncido.
—Solo dime —dijo Bryce.
—Está bien, pero admito que alguien pudo haber cometido un error. Gracias al
apagón, los vídeos son solo oscuridad y sonidos. Sonidos ordinarios de citadinos
reaccionando al apagón. Así que separé cada audio de la calle afuera del templo.
Amplifiqué los sonidos del fondo que las computadoras del gobierno podrían no
haber tenido la tecnología para escuchar. ¿Sabes lo que escuché? Gente riendo,
incitándose entre sí a tocarlo.
—Por favor dime que esto no terminará asquerosamente —dijo Bryce. Hunt
resopló divertido.
—Eran personas en la Puerta Rosa. Podía escuchar personas en la Puerta Rosa
interactuando, desafiándose a tocar el disco de marcación en medio del apagón, para
ver si aún funcionaba. Pero también podía escucharlos gritar entretenidos por las
flores que salen en la noche sobre la Puerta.
Hunt se inclinó, su aroma la envolvió, mareándola, mientras él decía al teléfono:
—La Puerta Rosa está a medio camino al otro lado de la ciudad del Templo de
la Luna.
Declan rio entre dientes.
—Hola, Athalar. ¿Disfrutando jugar a ser el huésped con Bryce?
—Solo dinos —dijo Bryce rechinando los dientes. Dando un paso largo y
cuidoso lejos de Hunt.
—Alguien intercambió las grabaciones del templo durante el tiempo del robo
del Cuerno. Fue un trabajo condenadamente inteligente; lo duplicaron a la medida
para que no se notara ni siquiera un parpadeo en la marca de tiempo. Eligieron audio
de alguna grabación que encajara lo más posible a lo que habría sonado en el templo,
con el ángulo de los edificios y todo. Mierda realmente inteligente. Pero no lo
suficiente. La 33ra debió acudir a mí. Yo habría encontrado un error como ese.
El corazón de Bryce latía con fuerza.
—¿Puedes encontrar quién lo hizo?
—Ya lo hice. —Cualquier rastro de diversión se borró de la voz de Declan—.
Busqué quién era el responsable de encabezar la investigación de las grabaciones de
video esa noche. Sería la única persona en tener autorización para un cambio como
ese.
Bryce golpeó su pie en el suelo, inquieta, y Athalar rozó su ala sobre su hombro
para tranquilizarla.
—¿Quién es, Dec?
Declan suspiró.
—Mira, no estoy diciendo que sea esta persona al cien por ciento… pero el oficial
que encabezó esa parte de la investigación fue Sabine Fendyr.
PARTE III
EL CAÑÓN
38
Traducido por Irais
Corregido por Lieve

—Tiene sentido —dijo Hunt cuidadosamente, mirando a Bryce donde estaba


sentada en el brazo de su sofá, mordiéndose el labio inferior. Apenas había
agradecido a Declan antes de colgar.
»El demonio ha estado fuera de la vista de las cámaras en la ciudad. Sabine
sabría dónde están esas cámaras, especialmente si tuviera la autoridad para
supervisar las imágenes de video de casos criminales.
El comportamiento de Sabine más temprano esta noche… él había querido
matarla.
Había visto a Bryce reírse en la cara de la Reina Víbora, enfrentarse a Philip
Briggs y burlarse de tres de los guerreros Fae más letales de esta ciudad, y, sin
embargo, ella había temblado ante Sabine.
No había podido soportarlo, su miedo, miseria y culpa.
Cuando Bryce no respondió, él dijo nuevamente:
—Tiene sentido que Sabine pueda estar detrás de esto. —Se sentó a su lado en
el sofá. Se había puesto una camisa hace un momento, a pesar de que había
disfrutado de la mirada de pura admiración en el rostro de Bryce cuando ella lo miró.
—Sabine no habría matado a su propia hija.
—¿Realmente crees eso?
Bryce envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas.
—No. —Con un par de pantalones cortos de dormir y una camiseta gastada de
gran tamaño, lucía joven. Pequeña. Cansada.
—Todo el mundo sabe que el Prime estaba considerando saltarse a Sabine para
que Danika fuera su heredera. Eso me parece un buen jodido motivo —dijo Hunt. Lo
consideró de nuevo, un viejo recuerdo llamando su atención. Sacó su teléfono y
dijo—: Espera.
Isaiah respondió al tercer timbre.
—¿Sí?
—¿Con qué facilidad puedes acceder a tus notas desde la sala de observación la
noche que murió Danika? —No dejó que Isaiah respondiera antes de decir—:
Específicamente, ¿escribiste lo que Sabine nos dijo?
La pausa de Isaiah fue tensa.
—Dime que no crees que Sabine la mató.
—¿Puedes conseguir las notas? —presionó Hunt.
Isaiah juró, pero un momento después dijo:
—Está bien, las tengo. —Hunt se acercó a Quinlan para que pudiera escuchar la
voz del comandante cuando dijo—: ¿Quieres que recite todo esto?
—Solo lo que dijo sobre Danika. ¿Las tienes?
Sabía que Isaiah las tenía. El macho tomaba notas extensas sobre todo.
—Sabine dijo, Danika no podía mantenerse fuera de problemas. —Bryce se puso
rígida, y Hunt puso su mano libre sobre su rodilla, apretando una vez—. Nunca
mantenía su boca cerrada o saber mantenerse callada frente a sus enemigos. Y mira
cómo terminó. Esa estúpida perra sigue respirando, y Danika no. Danika debería
haberlo sabido mejor. Hunt, entonces le preguntaste sobre qué debería haber sabido
mejor Danika, y Sabine dijo: Sobre todo. Comenzando con esa puta con la que vivía.
Bryce se estremeció y Hunt le pasó el pulgar por la rodilla.
—Gracias, Isaiah.
Isaiah se aclaró la garganta.
—Ten cuidado. —La llamada terminó.
Los grandes ojos de Bryce brillaron.
—Lo que dijo Sabine podría ser interpretado de muchas maneras —admitió
ella—. Pero…
—Parece que Sabine quería que Danika guardara silencio sobre algo. Tal vez
Danika amenazó con hablar sobre el robo del Cuerno, y Sabine la mató por eso.
La garganta de Bryce tembló y ella asintió.
—¿Pero por qué esperar dos años?
—Supongo que eso es lo que descubriremos.
—¿Qué querría Sabine con un artefacto roto? E incluso si supiera cómo
repararlo, ¿qué haría con él?
—No lo sé. Y no sé si alguien más lo tiene y ella lo quiere, pero…
—Si Danika vio a Sabine robarlo, tendría sentido que Danika nunca dijera nada.
Lo mismo con el guardia y la acólita. Probablemente estaban demasiado asustados
para denunciar.
—Explicaría por qué Sabine cambió las grabaciones. Y por qué entró en pánico
cuando fuimos al templo, causando que matara a cualquiera que pudiera haber visto
algo esa noche. La bomba en el club probablemente era una forma de intimidarnos
o matarnos mientras hacía que pareciera que los humanos estaban detrás de eso.
—Pero… no creo que ella lo tenga —reflexionó Bryce, jugando con los dedos de
sus pies. Estaban pintados de un rubí profundo. Ridículo, se dijo a sí mismo. No la
alternativa. La alternativa que lo hizo imaginarse saboreando todos y cada uno de
esos dedos antes de abrirse paso lentamente por esas elegantes piernas desnudas.
Piernas desnudas que estaban a escasos centímetros de él, piel dorada brillando bajo
las luces. Se obligó a retirar su mano de su rodilla, incluso cuando sus dedos rogaban
que se moviera, que le acariciara el muslo. Más arriba.
Bryce continuó, ajena a su asqueroso tren de pensamientos:
—No veo por qué Sabine tendría el Cuerno y aún convocaría al kristallos.
Hunt se aclaró la garganta. Había sido un largo día de mierda. Uno extraño, si
era allí de donde sus pensamientos habían derivado. Honestamente, habían estado
a la deriva en esa dirección desde el campo de tiro. Desde que la había visto sostener
y disparar el arma como una maldita profesional.
Él se obligó a concentrarse. Considerar la conversación que tenían entre manos
y no contemplar si las piernas de Quinlan se sentirían tan suaves debajo de su boca
como se veían.
—No olvides que Sabine odia a muerte a Micah. Más allá de silenciar a las
víctimas, los asesinatos ahora también podrían ser para eliminarlo. Ya viste lo
cerrado que está él por resolver esto antes de la Cumbre. ¿Asesinatos como estos,
causados por un demonio desconocido, cuando Sandriel está aquí? Sería una burla.
Maximus Tertian tenía el perfil suficiente como para crear un dolor de cabeza
político para Micah, la muerte de Tertian podría haber sido simplemente para joder
con la posición de Micah. Por amor a la mierda, ella y Sandriel podrían incluso estar
juntas en esto, con la esperanza de debilitarlo a los ojos de los Asteri, para que así
nombren a Sandriel para Valbara. Fácilmente podría convertir a Sabine en la Prime
de todos los cambiaformas de Valbara, no solo de los lobos.
El rostro de Bryce palideció. No existía tal título, pero estaba dentro del derecho
del Gobernador crearlo.
—Sabine no es de ese tipo. Tiene hambre de poder, pero no en esa escala. Ella
piensa mezquinamente, es mezquina. La escuchaste quejarse de la espada perdida
de Danika. —Bryce trenzó ociosamente su largo cabello—. No debemos perder el
aliento adivinando sus motivos. Podría ser cualquier cosa.
—Tienes razón. Tenemos una muy buena razón para pensar que ella mató a
Danika, pero nada lo suficientemente sólido como para explicar estos nuevos
asesinatos. —Observó sus largos y delicados dedos enredarse en su cabello. Se
obligó a mirar la oscura pantalla del televisor—. Atraparla con el demonio probaría
su participación.
—¿Crees que Viktoria puede encontrar las grabaciones que pedimos?
—Eso espero —dijo él. Hunt lo reflexionó. Sabine, joder, si fuera ella…
Bryce se levantó del sofá.
—Saldré a correr.
—Es la una de la mañana.
—Necesito correr un poco o no podré dormir.
Hunt se puso de pie.
—Acabamos de salir de la escena de un asesinato, y Sabine quiere tu sangre,
Bryce…
Bryce se dirigió a su habitación y no miró atrás.
Ella salió dos minutos después en su ropa de ejercicio y lo encontró a él de pie
junto a la puerta con su propio equipo de entrenamiento.
Ella frunció el ceño.
—Quiero correr sola.
Hunt abrió la puerta y salió al pasillo.
—De malas.

Ahí estaba su respiración, y el golpeteo de sus pies en las calles resbaladizas, y


la música estruendosa en sus oídos. Ella le había subido tanto el volumen que casi
solo era ruido. Ruido ensordecedor con ritmo. Nunca la reproducía tan alto durante
sus carreras matutinas, pero con Hunt manteniendo un ritmo constante a su lado,
podía escuchar su música y no preocuparse de que algún depredador se
aprovechara de ella.
Así que ella corrió. Por las anchas avenidas, los callejones y las calles laterales.
Hunt se movía con ella, cada movimiento elegante y ondulante con poder. Ella podría
haber jurado relámpagos se arrastraban a su paso.
Sabine. ¿Ella había matado a Danika?
Bryce no podía entenderlo. Cada aliento era como fragmentos de vidrio.
Necesitaban atraparla en el acto. Encontrar evidencia que la delatara.
Le empezó a doler la pierna, una quemadura ácida a lo largo de la parte superior
del hueso de su pierna. Ella lo ignoró.
Bryce se dirigió hacia los Prados de Asphodel, la ruta tan familiar que le
sorprendió que sus huellas no se hubieran grabado en los adoquines. Dobló una
esquina bruscamente, mordiendo el gemido de dolor cuando su pierna se opuso. La
mirada de Hunt se dirigió a ella, pero ella no lo miró.
Sabine. Sabine. Sabine.
Le ardía la pierna, pero siguió adelante. A través de los prados. A través de CiRo.
Siguió corriendo. Siguió respirando. Ella no se atrevió a parar.

Bryce sabía que Hunt estaba haciendo un esfuerzo grande para mantener la
boca cerrada cuando finalmente regresaron a su apartamento una hora más tarde.
Ella tuvo que agarrar la puerta para mantenerse en pie.
Los ojos de él se entrecerraron, pero no dijo nada. No mencionó que su cojera
había sido tan mala que apenas había podido correr las últimas diez cuadras. Bryce
sabía que la cojera y el dolor empeorarían por la mañana. Cada paso traía un grito a
su garganta los cuáles ella se tragó, tragó y tragó.
—¿Todo bien? —preguntó él con voz tensa, levantando su camisa para
limpiarse el sudor del rostro. Ella tuvo una breve visión de esos ridículos músculos
de su estómago brillando de sudor. Él había estado a su lado todo el tiempo, no se
había quejado ni hablado. Solo mantuvo su ritmo.
Bryce hizo un punto al no apoyarse en la pared mientras caminaba hacia su
habitación.
—Estoy bien —dijo ella sin aliento—. Solo necesitaba salir a correr.
Él se estiró a por su pierna, un músculo en su mandíbula se tensó.
—¿Eso pasa a menudo?
—No —mintió ella.
Hunt solo la miró.
Ella no pudo detener su siguiente paso cojo.
—A veces —corrigió ella, haciendo una mueca—. Le pondré hielo. Estará bien
por la mañana. —Si hubiera sido Fae de pura sangre, se habría curado en una o dos
horas. Por otra parte, si ella fuera Fae de pura sangre, la lesión no habría
permanecido de esta manera.
La voz de él fue ronca cuando preguntó:
—¿Alguna vez la revisaron?
—Síp —mintió de nuevo, y se frotó el cuello sudoroso. Antes de que él pudiera
decir algo más, ella dijo—: Gracias por acompañarme.
—Sí. —No era una respuesta, pero piadosamente, Hunt no dijo nada más
mientras ella cojeaba por el pasillo y cerraba la puerta de su habitación.
39
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

A pesar de que su entrada daba al bullicio de la Plaza Antigua, Ruhn encontró la


clínica de la medwitch felizmente tranquila. Las paredes pintadas de blanco de la
sala de espera brillaban con el sol que se filtraba por las ventanas que daban al
tráfico semipermanente, y el goteo de una pequeña fuente de cuarzo sobre el
mostrador de mármol blanco se mezclaba agradablemente con la sinfonía que
sonaba a través de los altavoces del techo.
Él había esperado cinco minutos, mientras que la bruja a la que él había venido
a ver terminaba con un paciente, contento con regodearse en los zarcillos de vapor
perfumado de lavanda del difusor de la pequeña mesa junto a su silla. Incluso sus
sombras dormían dentro de él.
Revistas y panfletos habían sido esparcidos en la mesa de café de roble blanco
delante de él, este último anunciando todo, desde tratamientos de fertilidad hasta
terapia de cicatrices y alivio de artritis.
Una puerta en el estrecho pasillo más allá del mostrador se abrió, y una cabeza
oscura de cabello suavemente rizado emergió, una voz musical diciendo:
—Por favor, llame si tiene algún otro síntoma. —La puerta se cerró con un clic,
presumiblemente para dar al paciente privacidad.
Ruhn se puso de pie, sintiéndose fuera de lugar con sus ropas negras de pies a
cabeza en medio de los suaves blancos y cremas de la clínica, y se mantuvo
perfectamente quieto mientras la medwitch se acercaba al mostrador.
Anoche en la escena del crimen, él se acercó para preguntar si ella había notado
algo interesante en el cadáver. Estaba tan impresionado por su inteligencia que
pidió pasar por aquí esta mañana.
La medwitch sonrió ligeramente cuando llegó al otro lado del mostrador, sus
ojos oscuros se iluminaron en bienvenida.
Y luego estaba eso. Su rostro impresionante. No es la belleza cultivada de una
estrella de cine o una modelo. No, era la belleza en su forma más cruda, desde sus
grandes ojos marrones hasta su boca llena y sus pómulos altos, todo en simetría casi
perfecta. Todo irradiando una fresca serenidad y conciencia. No había podido dejar
de mirarla, incluso con un cadáver salpicado detrás de ellos.
—Buenos días, Príncipe. —Y también estaba eso. Su clara y hermosa voz. Los
Fae eran sensibles a los sonidos, gracias a su elevado nivel de audición. Podían oír
notas dentro de notas, acordes dentro de acordes. Ruhn casi había huido una vez de
una cita con una joven ninfa cuando su risa aguda había sonado más como el chillido
de una marsopa. Y en la cama… joder, ¿a cuántas parejas él no había vuelto a llamar
no porque el sexo hubiera sido malo, sino porque los sonidos que hacían eran
insoportables? Demasiadas para contar.
Ruhn le ofreció a la medwitch una sonrisa.
—Hola. —Él asintió hacia el pasillo—. Sé que estás ocupada, pero esperaba que
pudieras dedicar unos minutos para charlar sobre el caso en el que estoy trabajando.
Vestida con pantalones sueltos azul oscuro y una camisa blanca de algodón con
mangas a un cuarto que resaltaba su piel marrón brillante, la medwitch se mantuvo
en pie con un impresionante nivel de quietud.
Eran un grupo extraño y único, las brujas. Aunque parecían humanas, su
considerable magia y larga vida las marcaba como Vanir, su poder pasaba
mayormente por la línea femenina. Todas ellas se consideraban civitas. El poder era
heredado, de alguna fuente antigua que las brujas afirmaban que era una diosa de
tres caras, pero las brujas aparecían en familias no mágicas de vez en cuando. Sus
dones eran variados, desde videntes a guerreros y fabricantes de pociones, pero los
curanderos eran los más visibles en Ciudad Crescent. Su formación era tan completa
y larga que la joven bruja frente a él era inusual. Debía ser hábil para trabajar en una
clínica cuando no podía tener más de treinta años.
—Tengo otro paciente que llegará pronto —dijo ella, mirando por encima de su
hombro a la calle concurrida—. Pero tengo que almorzar después de eso. ¿Te
importa esperar media hora? —Señaló el pasillo detrás de ella, donde la luz del sol
se filtraba a través de una puerta de cristal en su otro extremo—. Tenemos un jardín
en el patio. El día está lo suficientemente bonito como para que puedas esperar ahí
afuera.
Ruhn estuvo de acuerdo, mirando la placa de identificación del mostrador.
—Gracias, señorita Solomon.
Ella parpadeó, esas pestañas gruesas y aterciopeladas se movieron
sorprendidas.
—Oh, yo no… esta es la clínica de mi hermana. Se fue de vacaciones, y me pidió
que la cubriera mientras no está. —Ella señaló de nuevo al pasillo, con la gracia de
una reina.
Ruhn la siguió, tratando de no inhalar su aroma a eucalipto y lavanda demasiado
profundamente.
No seas un maldito asqueroso.
La luz del sol se enredó en su grueso cabello oscuro como la noche cuando llegó
a la puerta del patio y la abrió con los hombros, revelando un patio cubierto de
pizarra rodeado de jardines de hierbas en terrazas. El día era realmente encantador,
la brisa del río hacía que las plantas crujieran y se balancearan, esparciendo sus
relajantes fragancias.
Ella señaló una mesa y sillas de hierro forjado junto a un lecho de menta.
—Saldré en breve.
—Está bien —dijo él, y ella no esperó a que él tomara asiento antes de
desaparecer adentro.
Los treinta minutos pasaron rápidamente, sobre todo gracias a una ráfaga de
llamadas que recibió de Dec y Flynn, junto con algunos de sus capitanes del Aux.
Para cuando la puerta de cristal se abrió de nuevo, acababa de dejar su teléfono, con
la intención de disfrutar de unos minutos de dulce y perfumado silencio.
Él se puso de pie al ver la pesada bandeja que llevaba la bruja, cargada con una
tetera humeante, tazas y un plato con queso, miel y pan.
—Pensé que si me detenía a almorzar, podríamos comer juntos —dijo ella
mientras Ruhn tomaba la bandeja.
—No necesitabas traerme nada —dijo él, con cuidado de no derramar el
contenido de la tetera mientras ponía la bandeja sobre la mesa.
—No fue ninguna molestia. De todas formas no me gusta comer sola. —Ella
tomó el asiento frente a él, y comenzó a distribuir los cubiertos.
—¿De dónde es tu acento? —No hablaba con la rápida dicción de alguien de esta
ciudad, sino como alguien que seleccionaba cada palabra cuidadosamente.
Ella puso un poco de queso en una rebanada de pan.
—Mis tutores eran de una vieja parte de Pelium, junto al Mar Rhagan. Se me
pegó el hablar, supongo.
Ruhn se sirvió un poco de té, y luego llenó la taza de ella.
—Toda esa área es vieja.
Sus ojos marrones brillaban.
—En efecto.
Él esperó a que ella tomara un sorbo de té antes de decir:
—He hablado de esto con otras medwitch de la ciudad, pero nadie ha sido capaz
de darme una respuesta. Soy plenamente consciente de que podría estar
aferrándome al aire. Pero antes de decir algo, me gustaría pedir tu… discreción.
Sacó unas cuantas uvas y dátiles en su plato.
—Puedes preguntar lo que quieras. No diré ni una palabra.
Él inhaló el aroma de su té de menta y regaliz y algo más, un susurro de vainilla
y algo… boscoso. Se recostó en su silla.
—Está bien. Sé que tu tiempo es limitado, así que seré directo: ¿puedes pensar
en alguna manera en que un objeto mágico que se rompió pueda ser reparado
cuando nadie, ni las brujas, ni los Fae, ni los propios Asteri, ha sido capaz de
arreglarlo? ¿Una forma en la que pueda ser… curado?
Esparció miel sobre su queso.
—¿El objeto estaba hecho de magia, o era un artículo ordinario que fue imbuido
de poder después?
—La leyenda dice que fue hecho con magia y que solo podía ser usado con los
dones de los Nacidos de la Estrella.
—Ah. —Sus ojos claros lo escanearon, notando su coloración—. Así que es un
artefacto Fae.
—Sí. De las Primeras Guerras.
—¿Hablas del Cuerno de Luna? —Ninguna de las otras brujas había llegado a
eso tan rápido.
—Tal vez. —Él se cercó, dejándola ver la verdad en sus ojos.
—La magia y el poder de las siete estrellas sagradas no podían repararlo —dijo
ella—. Y brujas mucho más sabias que yo lo han mirado y lo han encontrado una
tarea imposible.
La decepción cayó en su estómago.
—Solo pensé que las medwitch podrían tener alguna idea de cómo curarlo,
considerando su campo de experiencia.
—Ya veo por qué podrías pensar eso. Esta clínica está llena de maravillas que
yo no sabía que existían, que mis tutores no sabían que existían. Láseres, cámaras y
máquinas que pueden mirar dentro de tu cuerpo de la misma manera que mi magia
puede. —Sus ojos brillaban con cada palabra, y por su vida, que Ruhn no podía
apartar la vista—. Y tal vez… —Ella inclinó su cabeza, mirando fijamente a una cama
de lavanda que se balanceaba.
Ruhn mantuvo su boca cerrada, dejándola pensar. El teléfono de él sonó con un
mensaje entrante, y rápidamente lo silenció.
La bruja se quedó quieta. Sus delgados dedos se contrajeron en la mesa. Solo un
movimiento, una reacción, que sugería que algo había encajado en su bonita cabeza.
Pero no dijo nada.
Cuando ella se encontró con su mirada de nuevo, sus ojos estaban oscuros.
Llenos de advertencias.
—Es posible que, con todos los avances médicos de hoy en día, alguien podría
haber encontrado una manera de reparar un objeto de poder roto. Tratar el
artefacto no como algo inerte, sino como un ser vivo.
—Entonces, ¿qué? ¿Usarían algún tipo de láser para repararlo?
—Un láser, una droga, un injerto de piel, un trasplante… las investigaciones
actuales han abierto muchas puertas.
Mierda.
—¿Te sonaría de algo si dijera que los antiguos Fae afirmaban que el Cuerno
solo podía ser reparado por luz que no es luz, magia que no es magia? ¿Suena como
cualquier tecnología moderna?
—En eso, admitiré que no soy tan versada como mis hermanas. Mi
conocimiento de la curación está enraizado en nuestras formas más antiguas.
—Está bien —dijo él, y se levantó de su silla—. Gracias por tu tiempo.
Ella se encontró con sus ojos con una franqueza sorprendente. Totalmente sin
miedo o impresionada por él.
—Estoy segura de que lo hará, pero le aconsejo que proceda con cautela,
Príncipe.
—Lo sé. Gracias. —Él se frotó la parte posterior de su cuello, preparándose—.
¿Crees que tu reina podría tener una respuesta?
La cabeza de la bruja se inclinó de nuevo, con todo ese glorioso cabello sobre su
hombro.
—Mi… oh. —Podría haber jurado que la tristeza nublaba sus ojos—. Te refieres
a la nueva reina.
—Hypaxia. —Su nombre brilló en su lengua—. Lamento la pérdida de su
antigua reina.
—Yo también —dijo la bruja. Por un momento, sus hombros parecieron
encogerse, su cabeza inclinada bajo un peso fantasma. Hecuba había sido amada por
su gente, su pérdida perdurará. La bruja soltó aire a través de su nariz y se enderezó
de nuevo, como si se sacudiera del manto de la pena—. Hypaxia ha estado de luto
por su madre. No recibirá visitas hasta que haga su aparición en la Cumbre. —Sonrió
un poco—. Quizás puedas preguntarle tú mismo entonces.
Ruhn hizo un gesto de dolor. Por un lado, al menos no tenía que ir a ver a la
mujer con la que su padre quería que se casara.
—Desafortunadamente, este caso es tan apremiante que no puede esperar
hasta la Cumbre.
—Rezaré a Cthona para que encuentres tus respuestas en otro lugar entonces.
—Esperemos que ella escuche. —Él dio unos pasos hacia la puerta.
—Espero volver a verte, Príncipe —dijo la medwitch, volviendo a su almuerzo.
Las palabras no eran una invitación a venir para eso, o una invitación no tan
sutil. Pero incluso más tarde, mientras se sentaba en los Archivos Fae investigando
los avances médicos, todavía reflexionaba sobre el tono y la promesa de su partida.
Y se dio cuenta de que nunca había conseguido el nombre de ella.
40
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

A Viktoria le tomó dos días encontrar algo inusual en las cámaras de la ciudad y
en la red eléctrica. Pero cuando lo hizo, no llamó a Hunt. No, envió un mensajero.
—Vik me dijo que llevara tu culo a su oficina, la del laboratorio —dijo Isaiah a
modo de saludo mientras aterrizaba en el tejado de la galería.
Apoyándose en la puerta que llevaba abajo, Hunt miró a su comandante. El brillo
habitual de Isaiah se había atenuado, y las sombras estaban bajo sus ojos.
—¿Tan malo es con Sandriel allí?
Isaiah dobló sus alas. Tensas.
—Micah la mantiene bajo control, pero yo estuve despierto toda la noche
tratando con gente petrificada.
—¿Soldados?
—Soldados, personal, empleados, residentes cercanos… ella los ha puesto
nerviosos a todos. —Isaiah sacudió la cabeza—. Están manteniendo en silencio el
momento de la llegada de Pollux también, para ponernos a todos al límite. Ella sabe
qué tipo de miedo crea él.
—Tal vez tengamos suerte y ese pedazo de mierda se quede en Pangera.
—Nunca tenemos tanta suerte, ¿verdad?
—No. No la tenemos. —Hunt soltó una risa amarga—. La Cumbre está todavía
a un mes de distancia. —Un mes de soportar la presencia de Sandriel—. Yo… si
necesitas algo de mí, házmelo saber.
Isaiah parpadeó, mirando a Hunt desde la cabeza hasta la punta de las botas. No
debería haberle avergonzado, esa sorpresa en el rostro del comandante ante su
oferta. La mirada de Isaiah se dirigió al techo debajo de sus botas, como si
contemplara qué o quién podría ser el responsable de su giro hacia lo altruista. Pero
Isaiah solo preguntó:
—¿Crees que Roga realmente convierte a sus ex y enemigos en animales?
Habiendo observado las criaturas en los pequeños tanques de la biblioteca,
Hunt solo pudo decir:
—Espero que no. —Especialmente por el bien de la asistente que había estado
fingiendo que no se estaba durmiendo en su escritorio cuando llamó para
registrarse hace veinte minutos.
Desde que Declan soltó la bomba de Sabine, ella había estado muy pensativa.
Hunt le había aconsejado que tuviera cuidado al ir tras la futura Prime, y parecía
inclinada a esperar a que Viktoria encontrara cualquier indicio de los patrones del
demonio, cualquier prueba de que Sabine estaba usando el poder de las líneas ley
para invocarlo, ya que sus propios niveles de poder no eran lo suficientemente
fuertes. La mayoría de los poderes de los cambiaformas no lo eran, aunque Danika
había sido una excepción. Otra razón para los celos de su madre… y motivo.
No habían oído nada de Ruhn, solo un mensaje ayer sobre la investigación del
Cuerno. Pero si Vik había encontrado algo…
—¿Vik no puede venir con las noticias? —preguntó Hunt.
—Quería mostrártelo en persona. Y dudo que Jesiba esté contenta si Vik viene
aquí.
—Qué considerado de ti.
Isaiah se encogió de hombros.
—Jesiba nos está ayudando, necesitamos sus recursos. Sería estúpido empujar
sus límites. No tengo interés en verlos a ninguno de ustedes convertidos en cerdos
si la presionamos demasiado.
Y ahí estaba. La mirada significativa, demasiado larga. Hunt levantó las manos
con una sonrisa.
—No hay necesidad de preocuparse por mí.
—Micah te caerá encima como un martillo si pones esto en peligro.
—Bryce ya le dijo a Micah que no estaba interesada.
—Y él no lo olvidará pronto. —Joder, Hunt ciertamente lo sabía. El asesinato
que Micah ordenó la semana pasada como castigo por Hunt y Bryce avergonzándolo
en el vestíbulo del Comitium… se había prolongado—. Pero no me refiero a eso. Me
refiero a que si no averiguamos quién está detrás de esto, si resulta que te equivocas
con Sabine, no solo tu sentencia reducida estará fuera de la mesa, sino que Micah te
encontrará a ti responsable.
—Por supuesto que lo hará. —El teléfono de Hunt sonó, y lo sacó de su bolsillo.
Se ahogó. No sólo por el mensaje de Bryce:
El techo de la galería no es un palomar, ya sabes.
Sino porque ella había cambiado su nombre de contacto, presumiblemente
cuando él fue al baño a ducharse o simplemente dejó su teléfono en la mesa de café.
Decía Bryce Rockea Mis Medias.
Y allí, debajo del ridículo nombre, ella había añadido una foto a su contacto: la
que se había tomado en la tienda de teléfonos, sonriendo de oreja a oreja.
Hunt suprimió un gruñido de irritación y le respondió.
¿No deberías estar trabajando?
Bryce Rockea Mis Medias respondió un segundo después.
¿Cómo puedo trabajar cuando ustedes dos están dando vueltas por ahí?
Él contestó.
¿Cómo conseguiste mi contraseña?
No la había necesitado para activar la función de la cámara, pero para meterse
en sus contactos habría necesitado la combinación de siete dígitos.
Presté atención. Y luego añadió un segundo más tarde: Y pude haberte observado
escribiéndola unas cuantas veces mientras veías un tonto juego de sunball.
Hunt rodó los ojos y metió en el bolsillo su teléfono sin responder. Bueno, al
menos ella estaba saliendo de esa nube silenciosa en la que había estado durante
días.
Él encontró a Isaiah observándolo cuidadosamente.
—Hay destinos peores que la muerte, ya sabes.
Hunt miró hacia el Comitium, la hembra Arcángel acechando en él.
—Lo sé.

Bryce frunció el ceño hacia la puerta de la galería.


—El pronóstico no dijo que llovería. —Ella frunció el ceño al cielo—. Alguien
debe estar haciendo un berrinche.
—Es ilegal interferir con el clima —dijo Hunt desde su lado, tecleando un
mensaje en su teléfono. Él no había cambiado nombre de contacto que ella se había
dado, Bryce lo había notado. O borrado esa absurda foto que había añadido a su
contacto.
Ella imitó silenciosamente sus palabras, y luego dijo:
—No tengo paraguas.
—No es un vuelo muy lejos al laboratorio.
—Sería más fácil tomar un auto.
—¿A esta hora? ¿En la lluvia? —Él envió su mensaje y se metió su teléfono en el
bolsillo—. Te tomará una hora solamente cruzar la avenida Central.
La lluvia barrió la ciudad con sábanas.
—Podría electrocutarme allí arriba.
Los ojos de Hunt brillaron cuando le ofreció una mano.
—Menos mal que puedo mantenerte a salvo.
Con todos esos relámpagos en sus venas, ella supuso que era verdad. Bryce
suspiró y frunció el ceño ante su vestido, los tacones de gamuza negra que
seguramente se arruinarían.
—No llevo un atuendo apropiado para volar…
La palabra terminó en un chillido mientras Hunt la arrastraba hacia el cielo. Ella
se aferró a él, siseando como un gato.
—Tenemos que volver antes de cerrar por Syrinx.
Hunt se elevó sobre las congestionadas calles llenas de lluvia mientras Vanir y
humanos se escondían entre puertas y bajo toldos para escapar del clima. Los únicos
en las calles eran aquellos con paraguas o escudos mágicos. Bryce enterró su rostro
contra el pecho de él, como si eso la fuera a proteger de la lluvia y de la terrible caída.
Y eso también equivalía era un rostro lleno de su olor y el calor de su cuerpo contra
la mejilla de ella.
—Despacio —ordenó ella, con sus dedos clavados en sus hombros y cuello.
—No seas una bebé —cantó él en su oído, la riqueza de su voz se deslizaba sobre
cada hueso de ella—. Mira a tu alrededor, Quinlan. Disfruta de la vista. —Y luego
añadió—: Me gusta la ciudad bajo la lluvia.
Cuando ella mantuvo su cabeza agachada contra su pecho, él le dio un apretón.
—Vamos —dijo él burlonamente sobre los bocinazos y las salpicaduras de los
neumáticos a través de los charcos. Y luego él añadió, su voz casi hecha un
ronroneo—: Te compraré un batido si lo haces.
Sus dedos se enroscaron en sus zapatos ante la voz baja y persuasiva.
—Solo por el helado —murmuró ella, ganándose una risa de él, y abrió un ojo.
Forzó el otro a abrirse también. Agarrándose de sus hombros lo suficientemente
fuerte como para atravesar su piel, trabajando contra cada instinto que gritaba para
que su cuerpo se cerrara, entrecerró los ojos a través del agua azotando su rostro a
la ciudad debajo de ellos.
Bajo la lluvia, los edificios de mármol brillaban como si estuvieran hechos de
piedra lunar, las calles grises empedradas parecían pulidas de un azul plateado
salpicado con el oro de las lámparas de primera luz. A su derecha, las puertas de la
Plaza Antigua, Moonwood y CiRo se elevaban a través de la extensión, como la espina
dorsal de una bestia que rompía la superficie de un lago, sus cristales que brillaban
como hielo derretido. Desde esta altura, las avenidas que las unían, las líneas ley
debajo de ellas, se disparaban como lanzas a través de la ciudad.
El viento sacudía las palmeras, lanzando las hojas de un lado a otro, su silbido
casi ahogaba el gruñido de los conductores que ahora estaban detenidos en el
tráfico. Toda la ciudad, de hecho, parecía haberse detenido por un momento, excepto
ellos, que pasaban rápidamente por encima de todo.
—No está tan mal, ¿eh?
Ella pellizcó el cuello de Athalar, y su risa en respuesta rozó su oído. Ella pudo
haber presionado su cuerpo un poco más fuerte contra la sólida pared de él. Él
también pudo haber apretado más fuerte su agarre. Solo un poco.
En silencio, vieron como los edificios pasaban de ser piedra y ladrillo antiguos
a ser de metal y cristal. Los autos se volvieron más elegantes, los taxis demasiado
gastados se cambiaron por sedanes negros con cristales tintados, conductores
uniformados estaban de pie frente a los asientos delanteros mientras esperaban en
fila frente a las altas torres. Menos gente ocupaba las calles mucho más limpias, sin
duda no había música ni restaurantes rebosantes de comida, bebida y risas.
Este era un bolsillo de la ciudad saneado y ordenado, donde no se trataba de
mirar a su alrededor, sino de mirar hacia arriba. En lo alto de la lluvia, en la
oscuridad que cubría las partes altas de los edificios, las luces y los brillantes
verticilos de color manchaban las nieblas. Una mancha roja brillaba a su izquierda,
y no necesitaba mirar para saber que venía de la sede de Industrias Redner. No había
visto ni oído nada de Reid en los dos años desde el asesinato de Danika… ni siquiera
había enviado sus condolencias después. A pesar de que la propia Danika había
trabajado a tiempo parcial en la empresa. Imbécil.
Hunt se dirigió a un sólido edificio de hormigón que Bryce había intentado
bloquear de su memoria, aterrizando sin problemas en un balcón del segundo piso.
Hunt estaba abriendo las puertas de cristal, mostrando una especie de identificación
de entrada en un escáner, cuando dijo:
—Viktoria es un espectro.
Casi dijo lo sé, pero ella solo asintió, siguiéndolo adentro. Ella y Hunt apenas
habían hablado de esa noche. Sobre lo que recordaba. El aire acondicionado estaba
a tope, e instantáneamente se abrazó a sí misma, con los dientes castañeteando ante
el shock de pasar de la tormenta al frío.
—Camina rápido. —Fue la única ayuda que Hunt ofreció, sacudiéndose la lluvia
de su rostro.
Un viaje en ascensor y dos pasillos más tarde, Bryce se encontró temblando en
la puerta de una espaciosa oficina con vistas a un pequeño parque. Mirando a Hunt
y Viktoria agarrarse de la mano en el escritorio curvo de cristal de la espectro.
Hunt hizo un gesto hacia ella.
—Bryce Quinlan, esta es Viktoria Vargos.
Viktoria, a su favor, fingió que la conocía por primera vez.
Gran parte de esa noche era un borrón. Pero Bryce recordó la habitación
desinfectada. Recordaba a Viktoria reproduciendo esa grabación.
Al menos Bryce podía apreciar la belleza que tenía ante ella: el cabello oscuro y
la piel pálida y los impresionantes ojos verdes eran herencia de Pangera, hablaban
de viñedos y palacios de mármol tallado. Pero la gracia con la que Viktoria se movía…
Viktoria debía ser tan vieja como Hel para tener ese tipo de belleza fluida. Para poder
dirigir su cuerpo tan suavemente.
También se había tatuado un halo en su frente. Bryce escondió su sorpresa… su
memoria no había podido proporcionar ese detalle. Sabía que los duendecillos
habían luchado en la rebelión de los ángeles, pero no se había dado cuenta de que
otros no-malakim habían marchado bajo el estandarte de Shahar Estrella del Día.
La calidez brillaba en los ojos de Viktoria mientras ronroneaba:
—Un placer.
De alguna manera, Athalar solo se veía mejor empapado por la lluvia, su camisa
se aferraba a cada músculo duro y esculpido. Bryce era muy consciente, mientras
extendía una mano, de cómo su cabello ahora estaba plano en su cabeza gracias a la
lluvia, del maquillaje que probablemente se había esparcido por todo su rostro.
Viktoria tomó la mano de Bryce, su agarre firme pero amistoso, y sonrió. Guiñó
un ojo.
—Ella le da esa sonrisa coqueta a todo el mundo, así que no te molestes en
sentirte halagada —refunfuñó Hunt.
Bryce se instaló en uno de los asientos gemelos de cuero negro al otro lado del
escritorio, batiendo sus pestañas en Hunt.
—¿Te la dio a ti también?
Viktoria ladró una risa, el sonido rico y encantador.
—Te ganaste esa, Athalar.
Hunt frunció el ceño y se dejó caer en otra silla, una con la espalda baja, se dio
cuenta Bryce, para acomodar a cualquiera con alas.
—Isaiah dijo que encontraste algo —dijo Hunt, cruzando un tobillo sobre una
rodilla.
—Sí, aunque no es exactamente lo que pediste. —Viktoria se acercó al escritorio
y le entregó un archivo a Bryce. Hunt se inclinó para mirar por encima de su hombro.
Su ala rozó la parte posterior de la cabeza de Bryce, pero no la retiró.
Bryce entrecerró los ojos ante la foto granulada, la planta del pie en la esquina
inferior derecha.
—¿Eso es…?
—Fue avistado en Moonwood justo anoche. Estaba siguiendo las fluctuaciones
de temperatura en las principales avenidas como dijiste, y noté un bajón… solo por
dos segundos.
—Una invocación —dijo Hunt.
—Sí —dijo Viktoria—. La cámara solo obtuvo esta pequeña imagen de la pata,
que en su mayoría se mantuvo fuera de la vista. Pero estaba justo al lado de una
avenida principal, como sospechabas. Tenemos algunas capturas granuladas de
otros lugares anoche, pero esas muestran incluso menos que una garra, en lugar de
esta pata.
La foto era borrosa, pero ahí estaba, esas garras trituradoras que ella nunca
olvidaría. Fue un esfuerzo no tocar su pierna. Recordar los dientes claros que la
habían desgarrado.
Ambos la miraron. Esperando. Bryce se las arregló para decir:
—Ese es un demonio kristallos.
El ala de Hunt se extendió un poco más a su alrededor, pero no dijo nada.
—No pude encontrar fluctuaciones de temperatura de la noche de cada
asesinato —dijo Vik, su rostro tornándose sombrío—. Pero sí encontré una de
cuando Maximus Tertian murió. A diez minutos y dos cuadras de él. No hay imágenes
de vídeo, pero fue la misma caída de veinticinco grados, hecha en el lapso de dos
segundos.
—¿Atacó a alguien anoche? —La voz de Bryce se había vuelto un poco distante,
incluso para sus oídos.
—No —dijo Viktoria—. No hasta donde sabemos.
Hunt siguió estudiando la imagen.
—¿El kristallos fue a algún lugar específico?
Viktoria entregó otro documento. Era un mapa de Moonwood, lleno de extensos
parques y caminos a lo largo del río, palacios y complejos de Vanir y de unos pocos
humanos ricos, salpicados de las mejores escuelas y muchos de los restaurantes más
elegantes de la ciudad. En su corazón: la Guarida. Unos seis puntos rojos lo rodeaban.
La criatura se había arrastrado alrededor de sus altos muros. Justo en el corazón del
territorio de Sabine.
—Solas ardiente —respiró Bryce, un escalofrío deslizándose por su espalda.
—Habría encontrado una forma de entrar en las paredes de la Guarida si lo que
estaba cazando estuvo allí —musitó Hunt en voz baja—. Tal vez solo estaba
siguiendo un viejo olor.
Bryce trazó un dedo entre los diversos puntos.
—¿No hay un patrón más grande?
—Lo pasé por el sistema y no surgió nada más allá de lo que ustedes dos
averiguaron sobre la proximidad a las líneas de la ley debajo de esos caminos y las
bajas de temperatura. —Viktoria suspiró—. Parece que estaba buscando algo. O a
alguien.
Sangre, huesos y carne, rociados y desmenuzados y en trozos…
Cristales rompiéndose bajo sus pies; colmillos rompiendo su piel…
Una cálida y fuerte mano agarró suavemente a su muslo. Apretó una vez.
Pero cuando Bryce miró a Hunt, su atención estaba en Viktoria, aunque su mano
permanecía sobre su pierna desnuda, su ala aún estaba ligeramente curvada
alrededor de ella.
—¿Cómo perdiste su rastro?
—Simplemente estaba allí en un momento, y se fue al siguiente.
El pulgar de Hunt le acarició la pierna, justo por encima de la rodilla. Un toque
ocioso y tranquilizador.
Uno que fue muy distractor cuando Viktoria se inclinó hacia adelante para tocar
otro punto del mapa, sus ojos verdes salieron de él sólo para notar la mano de Hunt
también. La cautela inundó su mirada, pero dijo:
—Esta fue su última ubicación conocida, al menos en lo que respecta a lo que
nuestras cámaras pueden encontrar. —La Puerta Rosa en CiRo. En ningún lugar
cerca del territorio de Sabine—. Como dije, un momento estaba allí, y al siguiente
desapareció. He tenido dos unidades diferentes y una manada del Aux buscándolo
todo el día, pero no hubo suerte.
La mano de Hunt salió de su pierna, dejando un punto frío a su paso. Una mirada
a él y vio la causa: Viktoria ahora sostenía su mirada, la de ella llena de advertencias.
Bryce golpeteó sus uñas pintadas de atardecer en el brazo cromado de la silla.
Bueno, al menos ella sabía lo que iban a hacer después de la cena de esta noche.
41
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

La lluvia no se detuvo.
Hunt no podía decidir si era una bendición, ya que mantenía las calles casi vacías
de todo excepto de los Vanir de agua, o si era una suerte de mierda, ya que
ciertamente eliminaba cualquier posibilidad de un olor del demonio que merodeaba
por las calles.
—Vamos… muévete —gruñó Bryce.
Apoyado contra la pared junto a la puerta principal de la galería, a pocos
minutos de la puesta de sol, Hunt debatió sacar su teléfono para grabar la escena
que tenía delante: Syrinx con sus garras incrustadas en la alfombra, gritando como
un loco, y Bryce tratando de arrastrarlo por las patas traseras hacia la puerta.
— Es. Solo. ¡Agua! —gritó ella, tirando de nuevo.
—¡Eeettzzz! —chilló Syrinx en respuesta.
Bryce había declarado que iban a dejar a Syrinx en su apartamento antes de ir
a CiRo a investigar.
Ella gruñó de nuevo, con las piernas estiradas mientras tiraba de la quimera.
—¡Nos. Vamos. A. Casa!
La alfombra verde comenzó a levantarse, las garras salieron mientras Syrinx se
aferraba a la vida.
Que Cthona lo ayude. Riéndose, Hunt le hizo un favor a Jesiba Roga antes de que
Syrinx comenzara con los paneles de madera, y envolvió la quimera con una brisa
fresca. Con la frente fruncida en concentración, él levantó a Syrinx de la alfombra y
lo hizo flotar con el viento de la tormenta hasta los brazos abiertos de Hunt.
Syrinx parpadeó hacia él, luego se erizó, con sus dientes blancos descubiertos.
—Nada de eso, bestia —dijo Hunt tranquilamente.
Syrinx hizo un sonido de indignación y se quedó quieto.
Hunt también encontró a Bryce parpadeando. Le lanzó una sonrisa.
»¿Algún otro chillido de parte tuya?
Ella refunfuñó, sus palabras amortiguadas por la lluvia de la noche. Syrinx se
tensó en los brazos de Hunt mientras salían a la húmeda noche, Bryce cerró la puerta
detrás ellos. Cojeó ligeramente. Como si su tira y afloja con la quimera hubiera
tensado su muslo otra vez.
Hunt mantuvo la boca cerrada mientras le entregaba a Syrinx, la quimera
prácticamente haciendo agujeros en el vestido de Bryce. Sabía que su pierna le
molestaba. Sabía que él había sido la causa con sus puntadas de soldado. Pero si ella
iba a ser estúpida y no conseguir que la miraran, entonces bien. Bien.
Él no dijo nada de eso mientras Bryce abrazaba a Syrinx, con el cabello ya
pegado a su cabeza, y se acercaba a él. Hunt estaba muy consciente de cada parte del
cuerpo de él que se encontraba con cada parte del de ella mientras la tomaba en sus
brazos, agitaba sus alas y los disparaba hacia los cielos tormentosos, Syrinx
resoplando y silbando.
Syrinx los perdonó a ambos cuando lo bajaron goteando agua en la cocina, y
Bryce ganó puntos de redención por la comida adicional que ella arrojó en su tazón.
Un cambio de ropa para Bryce en el equipo atlético, y treinta minutos más tarde,
estaban de pie frente a la Puerta Rosa. Sus rosas, glicinias e innumerables flores que
brillaban con la lluvia de la primera luz de las farolas que flanqueaban la rotonda
que había más allá. Unos pocos autos pasaron para dispersarse por las calles de la
ciudad o por la avenida Central, que se cruzaba con la Puerta y se convertía en la
larga y oscura extensión de la Carretera Este.
Hunt y Bryce entrecerraron los ojos bajo la lluvia para ver la plaza, la Puerta, la
rotonda.
No había indicios del demonio que se había estado arrastrando por los planos
de Vik.
Por el rabillo del ojo, él miró a Bryce frotarse la parte superior del muslo,
conteniendo un gesto de dolor. Él rechinó los dientes, pero contuvo la reprimenda.
No le apetecía recibir otro sermón sobre el comportamiento dominante de los
alfaimbéciles.
—Bien —dijo Bryce, las puntas de su cola de caballo estaban curvadas con la
humedad—. Ya que eres el enfermo con las docenas de fotos de escenas del crimen
en tu teléfono, te dejaré hacer la investigación.
—Qué chistosa. —Hunt sacó su teléfono, tomó una foto de ella parada bajo la
lluvia y con aspecto enfadado, y luego abrió una foto que había tomado de los planos
que Vik había hecho.
Bryce se acercó para estudiar la foto en su teléfono, el calor de su cuerpo una
canción que pedía atención. Se mantuvo perfectamente quieto, negándose a
prestarle atención, mientras ella levantaba la cabeza.
—Esa cámara de ahí —dijo ella, señalando a una de las diez montadas en la
propia Puerta—. Esa es la que captó el pequeño borrón.
Hunt asintió, estudiando la Puerta Rosa y sus alrededores. No hay señales de
Sabine. No es que esperara que la futura Prime destacara a la vista, convocando al
demonio como un charlatán de plaza de ciudad. Especialmente no en un lugar tan
público y normalmente lleno de turistas.
En los siglos transcurridos desde que los Fae decidieron cubrir su Puerta con
flores y plantas trepadoras, la Puerta Rosa se ha convertido en uno de los mayores
atractivos turísticos, con miles de personas acudiendo al lugar cada día para dar una
gota de poder y pedir un deseo en su disco, casi oculto bajo la hiedra, y para tomar
fotos de las impresionantes pequeñas criaturas que ahora hacen sus nidos y hogares
dentro de la maraña de verde. Pero a esta hora, con este clima, incluso la Puerta Rosa
estaba tranquila. Oscura.
Bryce se frotó el maldito muslo otra vez. Él se tragó su molestia y preguntó:
—¿Crees que el demonio se fue de la ciudad?
—Estoy rezando para que no lo hiciera. —El amplio paso de la Carretera Este
se adentraba en oscuras y ondulantes colinas y cipreses. Unas pocas primeras luces
doradas brillaban entre ellos, la única indicación de las granjas y villas intercaladas
en los viñedos, pastizales y olivares. Todos buenos lugares para esconderse.
Bryce se mantuvo cerca mientras cruzaban la calle, hacia el corazón del
pequeño parque en el centro del tráfico. Ella escudriñó los árboles cubiertos de
lluvia que los rodeaban.
—¿Logras ver algo?
Hunt comenzó a sacudir la cabeza, pero se detuvo. Vio algo al otro lado del
círculo de mármol sobre el que estaba la Puerta. Él sacó su teléfono, la luz de la
pantalla rebotando en los fuertes planos de su rostro.
—Tal vez nos equivocamos. Sobre las líneas ley.
—¿Qué quieres decir?
Él le mostró el mapa de la ciudad que había sacado, pasando un dedo por la
avenida Ward. Luego la Central. Después la Principal.
—El kristallos apareció cerca de todas estas calles. Pensamos que era porque
estaban cerca de las líneas ley. Pero olvidamos lo que hay debajo de las calles,
permitiéndole al demonio aparecer y desaparecer sin que nadie lo vea. El lugar
perfecto para que Sabine invoque algo y le ordene moverse por la ciudad. —Señaló
hacia el otro lado de la Puerta. Una rejilla de alcantarilla.
Bryce gimió.
—Tienes que estar bromeando.
—Dioses, apesta —siseó Bryce por encima de la corriente de agua de abajo,
presionando su rostro contra el hueco de su codo mientras se arrodillaba junto a
Hunt y miraba a la cloaca abierta—. Qué mierda.
Empapado por la lluvia y arrodillado en Ogenas sabía qué en la acera, Hunt
escondió su sonrisa mientras el rayo de su linterna rozaba los resbaladizos ladrillos
del túnel debajo de ellos en un cuidadoso barrido, y luego sobre el nublado y oscuro
río, surgiendo gracias a las cascadas de lluvia que entraban por las rejas.
—Es una alcantarilla —dijo—. ¿Qué esperabas?
Ella le dio la vuelta.
—Eres el guerrero-investigador o lo que sea. ¿No puedes ir allí y encontrar
algunas pistas?
—¿De verdad crees que Sabine dejó un rastro así de fácil?
—Tal vez haya marcas de garras o yo qué sé. —Ella examinó la piedra antigua.
Hunt no sabía por qué se molestaba. Había marcas de garras y arañazos por todas
partes. Probablemente de cualquier delincuente que haya vivido y cazado aquí
durante siglos.
—Esto no es un drama de investigación de crímenes, Quinlan. No es tan fácil.
—A nadie le gusta un imbécil condescendiente, Athalar.
La boca de él se curvó hacia arriba. Bryce estudió la penumbra de abajo, su boca
tensándose como si fuera a hacer que el kristallos o Sabine aparecieran. Ya él le
había enviado un mensaje a Isaiah y a Vik para que pusieran cámaras adicionales en
la Puerta y en la rejilla de la alcantarilla, junto con cualquier otra por todo el lugar.
Si una se moviera un centímetro, lo sabrían. No se atrevió a pedirles que siguieran a
Sabine. Todavía no.
—Deberíamos ir allí —declaró Bryce—. Tal vez podamos captar su olor.
—No has hecho el Descenso —dijo él cuidadosamente.
—Ahórrate la mierda protectora.
Oscuro Hel, esta mujer.
—No voy a bajar allí a menos que tengamos una jodida tonelada más de armas
encima. —Solo tenía dos pistolas y un cuchillo—. Demonio aparte, si Sabine está ahí
abajo… —Puede que supere a Sabine en términos de poder, pero con los hechizos
de las brujas reteniendo la mayor parte de su poder a través de la tinta de su halo,
tenía sus proverbiales manos atadas.
Así que se reducía a la fuerza bruta, y aunque tenía la ventaja en eso también,
Sabine era letal. Motivada. Y mala como una víbora.
Bryce frunció el ceño.
—Puedo arreglármelas sola. —Después del campo de tiro, ciertamente lo sabía.
—No se trata de ti, cariño. Se trata de que yo no quiero terminar muerto.
—¿No puedes usar tu cosa de rayos para protegernos? —Él suprimió otra
sonrisa ante el cosa de rayos, pero dijo:
—Hay agua ahí abajo. Añadir un rayo a la mezcla no parece prudente.
Ella le lanzó una mirada. Hunt se la devolvió.
Hunt tuvo la sensación de que había pasado alguna prueba cuando ella sonrió
ligeramente. Evitando esa pequeña sonrisa, Hunt escudriñó el río de inmundicia que
corría por debajo.
—Todas las alcantarillas conducen al Istros. Tal vez la gente de Muchas Aguas
haya visto algo.
Las cejas de Bryce se levantaron.
—¿Por qué lo harían?
—Un río es un buen lugar para tirar un cadáver.
—Pero el demonio dejó restos. No parece que a Sabine le interese esconderlos.
No si quiere hacerlo como parte de un plan para poner en peligro la imagen de
Micah.
—Eso es solo una teoría ahora mismo —respondió Hunt—. Tengo un contacto
en Muchas Aguas que podría tener información.
—Vamos a los muelles entonces. De todas formas, es menos probable que nos
noten por la noche.
—Pero el doble de probabilidades encontrar un depredador en busca de
comida. Esperaremos hasta la luz del día. —Los dioses sabían que ya se habían
arriesgado bastante al venir aquí. Hunt colocó la tapa metálica de nuevo en la
alcantarilla con un golpe seco. Le echó una mirada al rostro sucio y molesto de ella
y se rio. Antes de que pudiera reconsiderarlo, dijo—: Me divierto contigo, Quinlan.
A pesar de lo terrible que es este caso, a pesar de todo, hace tiempo que no me
divierto así. —Desde hace una eternidad.
Podría jurar que ella se ruborizó.
—Pasa el rato conmigo, Athalar —dijo ella, tratando de limpiar la suciedad de
sus piernas y manos por arrodillarse en la entrada de la reja—, y podrías deshacerte
de ese palo en tu trasero después de todo.
No respondió. Solo hubo un clic.
Ella se giró hacia él solo para encontrar su teléfono levantado hacia ella. Con él
tomándole una foto.
La sonrisa de Hunt era blanca en la penumbra de la lluvia.
—Prefiero tener un palo en el trasero que parecer una rata ahogada.
Bryce usó el grifo del techo para lavarse los zapatos y las manos. No tenía ningún
deseo de llevar la suciedad de la calle a su casa. Llegó a hacer que Hunt se quitara las
botas en el pasillo, y no miró para ver si planeaba ducharse antes de que ella corriera
a su propia habitación y tuviera el agua andando en segundos.
Dejó su ropa en un montón en un rincón, subió la temperatura lo más que pudo
tolerar y comenzó un proceso de restregado y hacer espuma y luego un poco más de
restregado. Recordando cómo se había arrodillado en la sucia calle y respirado aire
de alcantarilla, se restregó de nuevo.
Hunt llamó a la puerta veinte minutos después.
—No te olvides de limpiar entre los dedos de los pies.
Incluso con la puerta cerrada, ella se cubrió.
—Vete a la mierda.
Su risa le retumbó con el sonido del agua.
—El jabón de la habitación de invitados está acabado. ¿Tienes otra barra? —
dijo él.
—Hay en el armario de toallas del pasillo. Solo toma lo que sea.
Él gruñó su agradecimiento, y se fue un latido más tarde. Bryce se lavó y se
enjabonó de nuevo. Qué asco. Esta ciudad era tan asquerosa. La lluvia solo la
empeoraba.
Entonces Hunt tocó de nuevo.
—Quinlan.
El tono grave de él la hizo cerrar el agua.
—¿Qué pasa?
Ella se rodeó con una toalla, deslizándose por las baldosas de mármol al llegar
a la puerta. Hunt estaba sin camisa, apoyado en el marco de la puerta de su
dormitorio. Podría haber mirado los músculos que el tipo tenía al descubierto si su
rostro no hubiera estado tan serio como el Hel.
—¿Quieres decirme algo?
Ella tragó, escaneándolo de pies a cabeza.
—¿Qué cosa?
—¿Qué mierda es esto? —Él extendió su mano. Abrió su gran puño.
Un unicornio púrpura brillante yacía en él.
Ella le arrebató el juguete. Los ojos oscuros de él se iluminaron con diversión
mientras Bryce exigía:
—¿Por qué estás husmeando en mis cosas?
—¿Por qué tienes una caja de unicornios en tu armario?
—Este es un unicornio-pegaso. —Acarició la melena color lila—. Gelatina Feliz.
Él la miró fijamente. Bryce pasó a su lado en el pasillo, donde la puerta del
armario de toallas estaba todavía entreabierto, su caja de juguetes ahora en uno de
los estantes inferiores. Hunt la siguió. Todavía sin camisa.
—El jabón está justo ahí —dijo ella, señalando la pila directamente frente a
ella—. ¿Y aun así sacaste una caja del estante más alto?
Podría jurar que el color manchó sus mejillas.
—Vi un brillo púrpura.
Ella parpadeó.
—Pensaste que era un juguete sexual, ¿no?
Él no dijo nada.
»¿Crees que guardo mi vibrador en mi armario de toallas?
Él cruzó los brazos.
—Lo que quiero saber es por qué tienes una caja de estas cosas.
—Porque los amo. —Ella suavemente puso a Gelatina Feliz en la caja, pero sacó
un juguete naranja y amarillo—. Este es mi pegaso, Duraznos y Sueños.
—Tienes veinticinco años.
—¿Y? Son brillantes y blandos. —Le dio a D&S un pequeño apretón, luego la
puso de nuevo en la caja y sacó el tercero, un unicornio de patas delgadas con un
pelaje verde menta y melena color rosa—. Y esta es la Princesa Cremapuff. —Ella
casi se rio de la yuxtaposición mientras sostenía el juguete brillante frente al Umbra
Mortis.
—Ese nombre ni siquiera coincide con su color. ¿Qué tienes con los nombres de
la comida?
Ella pasó un dedo sobre la brillantina púrpura rociada en la melena del muñeco.
—Es porque son tan lindos que podrías comerlos. Lo cual hice cuando tenía seis
años.
La boca de él se movió.
—No lo hiciste.
—Se llamaba Brillitos de Piña y sus piernas eran todas blandas y brillantes y no
pude resistirme y simplemente… le di un mordisco. Resulta que su interior es
realmente gelatinoso. Pero no del tipo comestible. Mi mamá tuvo que llamar a
control de venenos.
Él miró la caja.
—¿Y todavía tienes estos porque…?
—Porque me hacen feliz. —Ante su mirada todavía aturdida añadió—: Está
bien. Si quieres profundizar en el tema, Athalar, jugar con ellos fue la primera vez
que los otros niños no me trataban como un completo bicho raro. Los caballos de
Fantasías Brillantes fueron el juguete número uno en la lista de deseos de todas las
niñas del Solsticio de Invierno cuando tenía cinco años. Y no todos fueron hechos
iguales. La pobre Princesa Cremapuff era tan común como un sapo. Pero Gelatina
Feliz… —Ella sonrió al unicornio-pegaso púrpura, el recuerdo que le trajo—. Mi
mamá dejó Nidaros por primera vez en años para comprarla en una de las grandes
ciudades a dos horas de distancia. Fue la última conquista de Fantasías Brillantes.
No solo un unicornio, no solo un pegaso, sino ambos. Mostré este bebé en la escuela
y fui aceptada al instante.
Los ojos de él brillaron cuando ella colocó suavemente la caja en el estante alto.
—Nunca más me reiré de ellos de nuevo.
—Bien. —Ella se giró hacia él, recordando que aún estaba en toalla, y él aún
estaba sin camisa. Agarró una caja de jabón y la empujó hacia él—. Aquí. La próxima
vez que quieras ver mis vibradores, solo pregunta, Athalar. —Ella inclinó la cabeza
hacia la puerta de su dormitorio y guiñó un ojo—. Están en la mesita de noche de la
izquierda en mi habitación.
De nuevo, las mejillas de él se enrojecieron.
—No estaba… eres un dolor en el culo, ¿sabes?
Ella cerró la puerta del armario de toallas con la cadera y se movió hacia su
dormitorio.
—Prefiero ser un dolor en el culo —dijo ella astutamente sobre su hombro
desnudo—, que un pervertido fisgón.
Su gruñido la siguió de regreso hasta el baño.
42
Traducido por Daniel B
Corregido por Lieve

A la luz de la media mañana, el río Istros brillaba con un azul profundo, sus
aguas eran lo suficientemente claras como para ver los desechos esparcidos entre
las rocas pálidas y los pastos ondulados. Siglos de artefactos de la Ciudad Crescent
se oxidaban allí abajo, recogidos una y otra vez por las diversas criaturas que se
ganaban la vida escarbando la basura arrojada al río.
Se rumoreaba que los funcionarios de la ciudad habían intentado una vez
imponer fuertes multas a cualquiera que se encontrara tirando cosas al río, pero los
chatarreros se habían enterado y armaron tanto alboroto que la Reina del Río no
tuvo más remedio que quitar las multas cuando se repartieron oficialmente.
En lo alto, ángeles, brujas y cambiaformas alados se elevaban, manteniéndose
alejados de la brumosa oscuridad del Barrio de Huesos. La lluvia de anoche se había
despejado en un agradable día primaveral, sin rastro de las luces parpadeantes que
a menudo se deslizaban bajo la superficie del río, visibles solo una vez que caía la
noche.
Bryce frunció el ceño ante un crustáceo, un tipo de cangrejo color azul mamut,
que se abría camino por el suelo junto al bloque de piedra del muelle, moviéndose
entre una pila de botellas de cerveza. Los restos de las fiestas de borrachos de
anoche.
—¿Alguna vez has estado en la ciudad de los mer?
—No. —Hunt agitó sus alas, una rozando el hombro de ella—. Soy feliz de
permanecer en la superficie. —La brisa del río pasó a la deriva, fría a pesar del día
caluroso—. ¿Y tú?
Ella frotó las manos en los brazos a lo largo del suave cuero de la vieja chaqueta
de Danika, tratando de calentarlas.
—Nunca recibí una invitación.
La mayoría nunca lo haría. La gente del río era notoriamente reservada, su
ciudad bajo la superficie, la Corte Azul, un lugar que pocos de los que vivían en tierra
firme verían. Un submarino de cristal entraba y salía cada día, y los que iban en él
viajaban solo por invitación. E incluso si poseían la capacidad pulmonar o medios
artificiales, nadie era tan estúpido como para nadar hacia allá abajo. No con lo que
merodeaba por estas aguas.
Una cabeza castaña rojiza salió a la superficie a metros y metros de distancia, y
un brazo parcialmente escamado y musculoso se agitó antes de desaparecer, los
dedos con las puntas en uñas grises afiladas brillaron al sol.
Hunt echó un vistazo a Bryce.
—¿Conoces algún mer?
Bryce levantó una esquina de su boca.
—Una vivía al final del pasillo en mi primer año en la UCC. Ella se divertía más
que todos nosotros juntos.
La mer podía transformarse a un cuerpo totalmente humano durante cortos
períodos de tiempo, pero si lo prolongaba demasiado, el cambio sería permanente,
sus escamas se secarían y se convertirían en polvo, sus branquias se reducirían a
nada. A la mer al final del pasillo se le había concedido una bañera de gran tamaño
en su dormitorio, así que no necesitaba interrumpir sus estudios para volver al
Istros una vez al día.
Al final del primer mes de escuela, la mer había convertido su dormitorio en una
suite para fiestas. Fiestas a las que Bryce y Danika asistían alegremente, con Connor
y Thorne a la cabeza. Al final de ese año, todo su piso había estado tan destrozado
que cada uno de ellos fue multado por daños y perjuicios.
Bryce se aseguró de interceptar la carta antes de que sus padres la sacaran del
buzón y pagó tranquilamente la multa con las monedas que se ganó ese verano
vendiendo helados en la recepción de la ciudad.
Sabine recibió la carta, pagó la multa, e hizo que Danika pasara todo el verano
recogiendo basura en los Prados.
Actúa como basura, Sabine le había dicho a su hija, y puedes pasar tus días con la
basura.
Naturalmente, el otoño siguiente, Bryce y Danika se habían vestido de
basureros para el Equinoccio de Otoño.
El agua del Istros era lo suficientemente clara como para que Bryce y Hunt
vieran el poderoso cuerpo masculino nadar más cerca, las escamas marrón-rojizas
de su larga cola atrapando la luz como cobre bruñido. Rayas negras las atravesaban,
el patrón continuaba por su torso y a lo largo de sus brazos. Como una especie de
tigre acuático. La piel desnuda de la parte superior de sus brazos y pecho estaba muy
curtida, lo que sugiere que pasaba horas cerca de la superficie o tomando el sol en
las rocas de alguna cala escondida a lo largo de la costa.
La cabeza del macho salió el agua, y sus manos con garras alejaron el cabello
castaño hasta la mandíbula mientras le mostraba una sonrisa a Hunt.
—Mucho tiempo sin vernos.
Hunt sonrió al macho mer en el agua.
—Me alegro de que no estuvieras demasiado ocupado con tu nuevo título como
para venir a saludar.
El mer agitó una mano, y Hunt hizo una seña a Bryce para que avanzara.
—Bryce, este es Tharion Ketos. —Ella se acercó al borde de hormigón del
muelle—. Un viejo amigo.
Tharion le sonrió a Hunt otra vez.
—No tan viejo como tú.
Bryce le dio al macho una media sonrisa.
—Encantada de conocerte.
Los ojos marrón claro de Tharion brillaron.
—El placer, Bryce, es todo mío.
Que los dioses lo ayuden. Hunt aclaró la garganta.
—Estamos aquí en una misión oficial.
Tharion nadó los pocos metros restantes hasta el borde del muelle, golpeando
al crustáceo azul a la deriva con un descuidado roce de su cola. Plantando sus manos
con la punta de una garra en el hormigón, sacó fácilmente su enorme cuerpo del
agua, las branquias bajo sus orejas se cerraron al cambiar el control de su
respiración a su nariz y boca. Él dio una palmadita al hormigón ahora húmedo a su
lado y le guiñó un ojo a Bryce.
—Siéntate, Piernas, y cuéntamelo todo.
Bryce se rio a carcajadas.
—Eres problemas.
—Es mi segundo nombre, en realidad.
Hunt puso los ojos en blanco. Pero Bryce se sentó al lado del macho,
aparentemente sin importarle que el agua seguramente le empapara en el vestido
verde que llevaba debajo de la chaqueta de cuero. Ella se quitó los tacones beige y
sumergió los pies en el agua, salpicando suavemente. Normalmente, él la habría
arrastrado lejos de la orilla del río, y dicho que tendría suerte si perdía solo una
pierna si ponía un pie en el agua. Pero con Tharion a su lado, ninguno de los
habitantes del río se atrevería a acercarse.
—¿Estás en la 33ra o en el Auxiliado? —preguntó Tharion a Bryce.
—Ninguno. Estoy trabajando con Hunt como consultora en un caso.
Tharion tarareó.
—¿Qué piensa tu novio de que trabajes con el famoso Umbra Mortis?
Hunt se sentó en el otro lado del macho.
—Muy sutil, Tharion.
Sin embargo, la boca de Bryce floreció en una completa sonrisa.
Era un casi gemela a la que ella le había dado esta mañana, cuando él se metió
en su habitación para ver si estaba lista para irse. Por supuesto, los ojos de él habían
ido directamente a la mesita de noche a la izquierda. Y luego esa sonrisa se había
vuelto salvaje, como si supiera exactamente lo que él se estaba preguntando.
Él ciertamente no había estado buscando ninguno de sus juguetes sexuales
cuando abrió el armario de toallas anoche. Pero había visto un destello púrpura, y…
bueno, tal vez el pensamiento había cruzado su mente, bajó la caja antes de que
pudiera pensar realmente.
Y ahora que sabía dónde estaban, no podía evitar mirar esa mesita de noche e
imaginarla allí, en esa cama. Apoyándose en las almohadas y…
Puede que haya dormido un poco incómodo anoche.
Tharion se recostó sobre sus manos, mostrando su musculoso abdomen
mientras preguntaba inocentemente:
—¿Qué dije?
Bryce se rio, sin hacer ningún intento de ocultar su descarada mirada abierta
hacia el cuerpo del mer.
—No tengo novio. ¿Quieres el trabajo?
Tharion sonrió con suficiencia.
—¿Te gusta nadar?
Y eso fue todo lo que Hunt podía aguantar con una sola taza de café en su
sistema.
—Sé que estás ocupado, Tharion —dijo él entre dientes con la suficiente fuerza
como para que el mer quitara su atención de Bryce—, así que hagamos esto rápido.
—Oh, tómense tu tiempo —dijo Tharion, sus ojos bailando con puro desafío
masculino—. La Reina del Río me dio la mañana libre, así que soy todo suyo.
—¿Trabajas para la Reina del Río? —preguntó Bryce.
—Soy un humilde peón en su corte, pero sí.
Hunt se inclinó hacia adelante para captar la mirada de Bryce.
—Tharion acaba de ser ascendido a su Capitán de Inteligencia. No dejes que el
encanto y la irreverencia te engañen.
—El encanto y la irreverencia son mis dos rasgos favoritos —dijo Bryce con un
guiño a Tharion esta vez.
La sonrisa del mer se profundizó.
—Cuidado, Bryce. Puede que decida que me gustas y te lleve a Debajo.
Hunt le dio a Tharion una mirada de advertencia. Algunos de los mer más
oscuros habían hecho eso hace mucho tiempo. Llevaban a las novias humanas a sus
cortes submarinas y las mantenían allí, atrapadas en las enormes burbujas de aire
que contenían partes de sus palacios y ciudades, sin poder llegar a la superficie.
Bryce desestimó la horrible historia.
—Tenemos algunas preguntas para ti, si te parece bien.
Tharion hizo un gesto perezoso con una mano palmeada y puntas de garra. Las
marcas en los mer eran variadas y vibrantes, diferentes colores, rayas o manchas,
sus colas largas o cortas o rizadas. Su magia involucraba principalmente el elemento
en el que vivían, aunque algunos podían convocar tempestades. La Reina del Río,
parte mer, parte espíritu de río, decían que podía invocar algo mucho peor.
Posiblemente arrasar con todo Lunathion, si se le provoca.
Era hija de Ogenas, según la leyenda, nacida del poderoso río que circula por el
mundo, y hermana de la Reina del Océano, la solitaria gobernante de los cinco
grandes mares de Midgard. Había un cincuenta por ciento de posibilidades de que
lo de la diosa fuera cierto para la Reina del Río, supuso Hunt. Pero a pesar de ello,
los residentes de esta ciudad hacían lo posible por no hacerla enojar. Incluso Micah
mantenía una relación saludable y respetuosa con ella.
—¿Has visto algo inusual últimamente? —preguntó Hunt.
La cola de Tharion se agitó ociosamente el agua espumosa.
—¿Qué clase de caso es este? ¿Asesinato?
—Sí —dijo Hunt. El rostro de Bryce se tensó.
Las garras de Tharion hicieron clic en el hormigón.
—¿Asesino en serie?
—Solo responde a la pregunta, imbécil.
Tharion miró a Bryce.
—Si te habla así, espero que le des una patada en las pelotas.
—Ella lo disfrutaría —murmuró Hunt.
—Hunt ha aprendido la lección sobre hacerme enojar —dijo Bryce dulcemente.
La sonrisa de Tharion era astuta.
—Esa es una historia que me gustaría escuchar.
—Por supuesto que sí —refunfuñó Hunt.
—¿Esto tiene algo que ver con la Reina Víbora recogiendo su gente la otra
semana?
—Sí —dijo Hunt con cuidado.
Los ojos de Tharion se oscurecieron, un recordatorio de que el macho podía ser
letal cuando el estado de ánimo le golpeaba, y que había una buena razón por la que
las criaturas del río no jodían con el mer.
—Algo malo está pasando, ¿no es así?
—Estamos tratando de detenerlo —dijo Hunt.
El mer asintió gravemente.
—Déjame preguntar por ahí.
—Bajo perfil, Tharion. Cuanta menos gente sepa que algo está pasando, mejor.
Tharion se deslizó de nuevo al agua, molestando de nuevo al pobre cangrejo que
se había abierto camino hasta el muelle. La poderosa cola del mer golpeó,
manteniéndolo sin esfuerzo en su lugar mientras observaba a Hunt y Bryce.
—¿Le digo a mi reina que recoja a nuestra gente también?
—Hasta ahora no encaja en el patrón —dijo Hunt—. Pero no estaría de más dar
una advertencia.
—¿De qué debería advertirle?
—Un demonio de la vieja escuela llamado kristallos —dijo Bryce en voz baja—
. Un monstruo que viene directamente del Pozo, criado por el propio Devorador de
Estrellas.
Por un momento, Tharion no dijo nada, su rostro bronceado se puso pálido.
Luego dijo:
—Joder. —Se pasó una mano por su cabello mojado—. Preguntaré alrededor y
veré qué encuentro —prometió otra vez. A lo largo del río, el movimiento atrajo la
atención de Hunt. Un bote negro se dirigió hacia la niebla del Barrio de Huesos.
En el Muelle Negro sobresaliendo de la brillante costa de la ciudad como una
espada oscura, un grupo de dolientes se apiñaba bajo los arcos de tinta, rezando para
que el barco llevara con seguridad el ataúd velado a través del agua.
Alrededor de la embarcación de madera, anchas espaldas escamadas rompían
la superficie del río, retorciéndose y dando vueltas. Esperando el juicio final… y el
almuerzo.
Tharion siguió su línea de visión.
—Cinco monedas a que se voltea.
—Eso es asqueroso —siseó Bryce.
Tharion movió su cola, salpicando juguetonamente las piernas de Bryce con
agua.
—No apostaré por tu Despedida, Piernas. Lo prometo. —Tiró un poco de agua
hacia Hunt—. Y ya sabemos que tu barco va volcar hacia la derecha antes de dejar la
orilla.
—Qué chistoso.
Detrás de ellos, una nutria con un chaleco amarillo reflectante pasó de largo, un
tubo de cera para mensajes sellado en su boca con colmillos. Apenas les echó un
vistazo antes de saltar al río y desaparecer. Bryce se mordió el labio, un chillido
agudo salió de ella.
Los intrépidos y peludos mensajeros eran difíciles de resistir, incluso para Hunt.
Aunque eran verdaderos animales y no cambiaformas, poseían un nivel de
inteligencia asombroso, gracias a la vieja magia en sus venas. Habían encontrado su
lugar en la ciudad transmitiendo comunicación libre de tecnología entre los que
vivían en los tres reinos que componían Ciudad Crescent: los mer en el río, las Parcas
en el Barrio de Huesos, y los residentes de Lunathion propiamente.
Tharion se rio del desnudo deleite en el rostro de Bryce.
—¿Crees que las Parcas también se derriten por ellas?
—Apuesto a que hasta el mismo InfraRey chilla cuando las ve —dijo Bryce—.
Fueron parte de la razón por la que quise mudarme aquí en primer lugar.
Hunt levantó una ceja.
—¿En serio?
—Las veía cuando era niña y pensé que eran la cosa más mágica que jamás había
visto. —Se emocionó—. Todavía lo hago.
—Considerando tu línea de trabajo, eso es decir algo.
Tharion inclinó su cabeza hacia ellos.
—¿Qué clase de trabajo es ese?
—Antigüedades —dijo Bryce—. Si alguna vez encuentras algo interesante en
las profundidades, házmelo saber.
—Enviaré una nutria directamente a ti.
Hunt se puso de pie, ofreciendo una mano para ayudar a Bryce a levantarse.
—Mantennos informados.
Tharion le dio un saludo irreverente.
—Te veré cuando te vea —dijo él, con sus branquias abiertas, y se sumergió
bajo la superficie. Lo vieron nadar hacia el corazón profundo del río, siguiendo el
mismo camino que la nutria, y luego se sumergió hacia esas lejanas y centelleantes
luces.
—Él es un encanto —murmuró Bryce mientras Hunt la ponía en sus pies, su
otra mano agarrando su codo.
La mano de Hunt se mantuvo ahí, el calor de su mano quemó más allá del cuero
de la chaqueta.
—Solo espera a que lo veas en su forma humana. Causa disturbios.
Ella se rio.
—¿Cómo lo conociste?
—Tuvimos una serie de asesinatos entre los mer el año pasado. —Los ojos de
ella se oscurecieron en reconocimiento. Había salido en todas las noticias—. La
hermana pequeña de Tharion fue una de las víctimas. Fue lo suficientemente
importante como para que Micah me asignara para ayudar. Tharion y yo trabajamos
juntos en el caso durante las pocas semanas que duró.
Micah le había cambiado tres deudas por eso.
Ella hizo una mueca.
—¿Fueron ustedes dos los que atraparon al asesino? Nunca lo dijeron en las
noticias, solo que había sido capturado. Nada más, ni siquiera quién fue.
Hunt le soltó el codo.
—Lo hicimos. Un pantera cambiaformas desertor. Se lo entregué a Tharion.
—Supongo que la pantera no llegó a la Corte Azul.
Hunt observó la brillante extensión de agua.
—No, no lo hizo.

—¿Bryce está siendo amable contigo, Athie?


Sentada en la recepción de la galería, Bryce murmuró:
—Oh, por favor. —Y siguió haciendo clic entre el papeleo que Jesiba había
enviado.
Hunt, tendido en la silla frente a ella, el retrato de la arrogancia angelical, se
limitó a preguntar a la duendecilla de fuego que acechaba en la puerta de hierro
abierta:
—¿Qué harías si te dijera que no, Lehabah?
Lehabah flotaba en el arco, sin atreverse a entrar en la sala de exposiciones. No
cuando Jesiba probablemente lo vería.
—Quemaría todos sus almuerzos durante un mes.
Hunt se rio, el sonido se deslizó a lo largo de sus huesos. Bryce, a pesar de sí
misma, sonrió.
Algo pesado golpeó, audible incluso un nivel por encima de la biblioteca, y
Lehabah bajó las escaleras siseando:
—¡Malo!
Bryce miró a Hunt mientras miraba las fotos del demonio de hace unas noches.
Su cabello colgaba sobre su frente, las hebras brillaban como seda negra. Los dedos
de ella se enroscaron en el teclado.
Hunt levantó la cabeza.
—Necesitamos más información sobre Sabine. El hecho de que ella cambiara las
imágenes del robo del Cuerno del templo es sospechoso, y lo que dijo en la sala de
observación esa noche también es bastante sospechoso, pero no significa
necesariamente que sea una asesina. No puedo acercarme a Micah sin pruebas
concretas.
Ella se frotó la parte posterior de su cuello.
—Ruhn tampoco ha conseguido ninguna pista para encontrar el Cuerno, para
poder atraer al kristallos.
El silencio cayó. Hunt cruzó un tobillo sobre una rodilla, y luego extendió una
mano hasta donde ella había tirado la chaqueta de Danika en la silla a su lado,
demasiado perezosa para molestarse en colgarla.
—Vi a Danika llevando esto en la foto de tu habitación de invitados. ¿Por qué la
guardaste?
Bryce dejó escapar un largo aliento, agradecida por su cambio de tema.
—Danika solía guardar sus cosas en el armario de suministros de aquí, en lugar
de molestarse en volver al apartamento o a la Guarida. Ella había guardado la
chaqueta aquí el día… —Respiró hondo y miró hacia el baño en la parte de atrás del
espacio, donde Danika se había cambiado solo horas antes de su muerte—. No
quería que Sabine la tuviera. Habría leído la parte de atrás y la habría tirado a la
basura.
Hunt levantó la chaqueta y leyó.
—A través del amor, todo es posible.
Bryce asintió.
—El tatuaje en mi espalda dice lo mismo. Bueno, en algún alfabeto elegante que
ella buscó en línea, pero… Danika tenía algo con esa frase. Fue todo lo que la Oráculo
le dijo, aparentemente. Lo que no tiene sentido, porque Danika era una de las
personas menos cariñosas que he conocido, pero… —Bryce jugó con el amuleto
alrededor de su cuello, moviéndolo a lo largo de la cadena—. Algo de esto resonó en
ella. Así que después de que ella murió, me quedé con la chaqueta. Y empecé a usarla.
Hunt puso cuidadosamente la chaqueta en la silla.
—Lo entiendo… sobre los efectos personales. —Parecía que no iba a decir más,
pero luego continuó—: ¿Esa gorra de sunball de la que te burlaste?
—No me burlé. No pareces el tipo de macho que usa ese tipo de cosas.
Él se rio de nuevo, de la misma manera que hacía que se deslizara sobre su piel.
—Esa gorra fue lo primero que compré cuando llegué aquí. Con el primer pago
que recibí de Micah. —La comisura de su boca giró hacia arriba—. La vi en una
tienda deportiva y me pareció tan ordinaria. No tienes ni idea de lo diferente que es
Lunathion de Ciudad Eternal. De cualquier cosa en Pangera. Y esa gorra
simplemente…
—¿Representaba eso?
—Sí. Parecía un nuevo comienzo. Un paso hacia una existencia más normal. Una
existencia tan normal como la que puede tener alguien como yo.
Ella hizo un esfuerzo por no mirar su muñeca.
—Así que tú tienes tu gorra… y yo tengo a Gelatina Feliz.
La sonrisa de él iluminó la oscuridad de la galería.
—Me sorprende que no tengas un tatuaje de Gelatina Feliz en alguna parte. —
Sus ojos se posaron sobre ella, persistiendo en el corto y apretado vestido verde.
Los dedos de sus pies se enroscaron.
—¿Quién dice que no tengo un tatuaje de ella en algún lugar que no puedes ver,
Athalar?
Ella lo vio clasificar todo lo que ya había visto. Desde que él se mudó, ella había
dejado de pasearse por el apartamento en ropa interior mientras se vestía, pero
sabía que él la había visto por la ventana en los días anteriores. Sabía que él se dio
cuenta de que había un número limitado, muy íntimo, de lugares donde podría
esconderse otro tatuaje.
Ella podría jurar que su voz bajó una octava o dos mientras él le preguntaba:
—¿Lo tienes?
Con cualquier otro macho, ella habría dicho: ¿Por qué no vienes y lo averiguas?
Con cualquier otro macho, ella ya habría estado al otro lado del escritorio.
Arrastrándose a su regazo. Desabrochándole el cinturón. Y luego hundiéndose en su
polla, montándolo hasta que ambos se gimieran y estuvieran sin aliento y…
Ella se hizo volver a su papeleo.
—Hay unos pocos machos que pueden responder a esa pregunta, si tienes tanta
curiosidad. —Cómo su voz salió tan firme, no tenía ni idea.
El silencio de Hunt era palpable. Ella no se atrevió a mirar por encima de la
pantalla de su ordenador.
Pero los ojos de él permanecían enfocados en ella, quemándola.
Su corazón tronaba por todo su cuerpo. Peligroso, estúpido, imprudente…
Hunt dejó salir un largo y apretado aliento. La silla en la que estaba sentado
gimió mientras se movía, sus alas crujían. Aun así, no se atrevió a mirar.
Honestamente no sabía qué haría si miraba.
Pero entonces Hunt dijo, con su voz grave:
—Necesitamos centrarnos en Sabine.
Escuchar su nombre fue como ser rociada con agua helada.
Sí, cierto. Por supuesto que sí. Porque follar con el Umbra Mortis no era una
posibilidad. Las razones de eso empezaron con él esperando un amor perdido y
terminaban con el hecho de que él era propiedad del maldito Gobernador. Con un
millón de otros obstáculos en el medio.
Ella todavía no podía mirarlo mientras Hunt preguntaba:
—¿Alguna idea de cómo podemos conseguir más información sobre ella? ¿Un
vistazo a su estado mental actual?
Necesitando algo que hacer con sus manos, su cuerpo demasiado caliente, Bryce
imprimió, luego firmó y fechó, el papeleo que Jesiba había enviado.
—No podemos traer a Sabine para un interrogatorio formal sin hacerle saber
que estamos tras ella —dijo Bryce, finalmente mirando a Hunt.
Su rostro estaba sonrojado, y sus ojos… jodido Solas, sus ojos negros brillaban,
totalmente fijos en su rostro. Como si estuviera pensando en tocarla.
Probarla.
—Bien —dijo él bruscamente, pasando una mano por su cabello. Sus ojos se
posaron en ella, el fuego oscuro en ellos se atenuó. Gracias a los dioses.
Se le ocurrió una idea, y Bryce dijo con voz estrangulada y su estómago
retorciéndose de miedo.
—Así que creo que tendremos que llevar las preguntas a Sabine.
43
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

La Guarida de los lobos en Moonwood ocupaba diez cuadras enteras, una villa
en expansión construida alrededor de una maraña salvaje de bosque y hierba que,
según la leyenda, había crecido ahí desde antes de que alguien hubiera tocado estas
tierras. A través de las puertas de hierro construidas en los imponentes arcos de
piedra caliza, Bryce podía ver el parque privado, donde la luz del sol de la mañana
atraía a las flores somnolientas para que se abrieran durante el día. Los cachorros
de lobo saltaban, atacándose entre sí, persiguiendo sus colas, vigilados por ancianos
de orejas grises cuyos brutales días en el Aux habían quedado atrás.
Su estómago se retorció, lo suficiente como para agradecer que hubiera
olvidado desayunar. Apenas había dormido anoche, mientras consideraba y
reconsideraba este plan. Hunt se ofreció a hacerlo él mismo, pero ella se negó. Tenía
que venir aquí, tenía que dar un paso adelante. Por Danika.
Con su traje de batalla habitual, Hunt estaba a un paso de distancia, silencioso
como lo había estado en la caminata hasta aquí. Como si supiera que ella apenas
podía evitar que le temblaran las piernas. Deseó haber usado zapatillas de
deporte. El ángulo pronunciado de sus tacones había irritado la herida en su
muslo. Bryce apretó la mandíbula contra el dolor cuando se pararon frente a la
Guarida.
Hunt mantuvo sus ojos oscuros fijos en los cuatro centinelas estacionados en
las puertas.
Tres hembras, un macho. Todos en forma humanoide, todos en negro, todos
armados con pistolas y espadas envainadas en sus espaldas. Un tatuaje de una rosa
color ónix con tres marcas de garras cortadas a través de sus pétalos adornados a
los lados de sus cuellos, marcándolos como miembros de la Manada de la Rosa
Negra.
Su estómago se revolvió por las empuñaduras que se asomaban sobre sus
hombros blindados. Pero apartó el recuerdo de una trenza de cabello rubio plateado
con mechas púrpura y rosa enganchándose constantemente en la empuñadura de
una antigua e invaluable espada.
Aunque jóvenes, la Manada de Demonios había sido venerada, los lobos más
talentosos en generaciones. Dirigidos por la Alfa más poderosa en tocar el suelo de
Midgard.
La Manada de la Rosa Negra estaba muy lejos de eso. A jodidos años luz.
Sus ojos se iluminaron con deleite depredador cuando vieron a Bryce.
A ella se le secó la boca. Y se volvió positivamente árida cuando un quinto lobo
apareció en el vestíbulo de seguridad de cristal a la izquierda de la puerta.
El cabello oscuro de la Alfa había sido recogido en una trenza apretada,
acentuando los ángulos agudos de su rostro mientras miraba con desdén a Bryce y
Hunt. La mano de Athalar se deslizó casualmente hacia el cuchillo en su muslo.
—Hola, Amelie —dijo Bryce tan casualmente como pudo.
Amelie Ravenscroft mostró los dientes.
—¿Qué mierda quieres?
Hunt enseñó los dientes de vuelta.
—Estamos aquí para ver al Prime. —Él mostró su placa de la legión, el oro
centelleando al sol—. En nombre del Gobernador.
Amelie dirigió sus ojos dorados hacia Hunt, sobre su halo tatuado. Sobre su
mano en el cuchillo y el SPQM que ella seguramente sabía estaba tatuado en el otro
lado de su muñeca. Su labio se curvó.
—Bueno, al menos elegiste una compañía interesante, Quinlan. Danika lo habría
aprobado. Maldición, incluso podrían haberlo hecho juntas. —Amelie apoyó un
hombro contra el costado del vestíbulo—. Solías hacer eso, ¿verdad? Escuché sobre
ustedes y esos dos daemonaki. Clásico.
Bryce sonrió suavemente.
—Fueron tres daemonaki, en realidad.
—Estúpida zorra —gruñó Amelie.
—Cuidado —gruñó Hunt de vuelta.
Los miembros de la manada de Amelie se quedaron detrás de ella, mirando a
Hunt y retrocediendo. Era el beneficio de pasar el rato con el Umbra Mortis,
aparentemente.
Amelie se echó a reír, un sonido lleno de odio. Bryce se dio cuenta de que no
solo era odio hacia ella. Sino hacia los ángeles. Las Casas de Tierra y Sangre y de Cielo
y Aliento eran rivales en un buen día, enemigos en uno malo.
—¿O qué? ¿Usarás tu rayo sobre mí? —dijo ella a Hunt—. Si lo haces, estarás en
una mierda tan profunda que tu maestro te enterrará vivo en ella. —Una pequeña
sonrisa ante el tatuaje en su frente.
Hunt se quedó quieto. Y tan interesante como hubiera sido ver finalmente cómo
Hunt Athalar mataba, tenían una razón para estar aquí. Entonces Bryce dijo a la líder
de la manada:
—Eres un amor, Amelie Ravenscroft. Comunícale a tu jefa que estamos aquí
para ver al Prime. —Ella frunció el ceño enfatizando el despido que sabía que haría
que la Alfa viera rojo.
—Cierra esa boca tuya —dijo Amelie—, antes de que te arranque la lengua.
Un lobo macho de cabello castaño parado detrás de Amelie bufó.
—¿Por qué no vas a follar a alguien en el baño otra vez, Quinlan?
Ella bloqueó cada palabra. Pero Hunt soltó una carcajada que prometía huesos
rotos.
—Dije que tuvieran cuidado.
—Adelante, ángel —resopló Amelie—. Veamos qué puedes hacer.
Bryce apenas pudo moverse por el pánico y el miedo en ella, apenas podía
respirar, pero Hunt dijo en voz baja:
—Hay seis cachorros jugando a la vista de esta reja. ¿De verdad quieres
exponerlos al tipo de pelea que tendríamos, Amelie?
Bryce parpadeó. Hunt ni siquiera la miró mientras seguía dirigiéndose a una
furiosa Amelie.
»No te voy a sacar la mierda a golpes delante de los niños. Entonces, o nos dejas
entrar, o volveremos con una orden judicial. —Su mirada no vaciló—. No creo que
Sabine Fendyr esté particularmente feliz con la Opción B.
Amelie sostuvo su mirada, incluso cuando los demás se tensaron. Esa
arrogancia había hecho que Sabine la eligiera como Alfa de la Manada de la Rosa
Negra, incluso por encima de Ithan Holstrom, ahora el Segundo de Amelie. Pero
Sabine había querido a alguien como ella, independientemente de la clasificación de
mayor poder de Ithan. Y tal vez también a alguien un poco menos Alfa, para que
tenerlos firmemente bajo sus garras.
Bryce esperó a que Amelie insultara a Hunt sobre la orden judicial. Esperó un
comentario sarcástico o la aparición de colmillos.
Sin embargo, Amelie sacó la radio de su cinturón y dijo:
—Hay invitados aquí para el Prime. Ven a buscarlos.
Una vez había pasado por estas puertas más allá de la cabeza oscura de Amelie,
había pasado horas jugando con los cachorros en la hierba y los árboles más allá
cada vez que a Danika le habían dado la tarea de cuidar niños.
Dejó el recuerdo de cómo había sido: ver a Danika jugando con los cachorros o
los niños gritando, todos adoraban el suelo sobre el que ella caminaba. Su futura
líder, su protectora, la que llevaría a los lobos a nuevas alturas.
El pecho de Bryce se contrajo hasta el punto del dolor. Hunt la miró en ese
momento, alzando las cejas.
Ella no podía hacer esto. Estar aquí. Entrar en este lugar.
Amelie sonrió, como si se diera cuenta de eso. Oliendo su temor y dolor.
Y la vista de la puta perra de pie allí, donde Danika había estado una vez... rojo
cubrió la visión de Bryce mientras arrastraba las palabras:
—Es bueno ver que el crimen ha disminuido tanto, si todo lo que tienes que
hacer con tu día, Amelie, es jugar a hacer guardia en la puerta principal.
Amelie sonrió lentamente. Unos pasos sonaron al otro lado de la puerta, justo
antes de que se abrieran, pero Bryce no se atrevió a mirar. No mientras Amelie decía:
—Sabes, a veces creo que debería agradecerte. Dicen que, si Danika no hubiera
estado tan distraída al enviarte mensajes sobre tu mierda borracha, podría haber
anticipado el ataque. Y entonces yo no estaría donde estoy, ¿verdad?
Las uñas de Bryce cortaron sus palmas. Pero su voz, gracias a los dioses, era
firme cuando dijo:
—Danika era mil veces el lobo que eres. No importa dónde estés, nunca estarás
donde ella estaba.
Amelie se puso blanca de ira, su nariz se arrugó, sus labios se apartaron para
exponer sus dientes ahora alargados.
—Amelie —gruñó una voz masculina desde las sombras del arco de la puerta.
Oh, dioses. Bryce curvó sus dedos en puños para evitar temblar mientras
miraba hacia el joven lobo macho.
Pero los ojos de Ithan Holstrom se movieron entre ella y Amelie mientras él se
acercaba a su Alfa.
—No vale la pena. —Las palabras no pronunciadas hervían en sus ojos. Bryce
no vale la pena.
Amelie resopló, volviéndose hacia el vestíbulo, una mujer más baja y de cabello
castaño la seguía. La Omega de la manada, si la memoria no le fallaba.
—Vuelve al contenedor de basura del que te saliste —bufó Amelie por encima
del hombro hacia Bryce.
Luego cerró la puerta. Dejando a Bryce de pie ante el hermano menor de
Connor.
No había nada amable en el rostro bronceado de Ithan. Su cabello castaño
dorado era más largo que la última vez que lo había visto, pero en ese entonces había
sido un estudiante de segundo año jugando sunball para la UCC.
Este imponente y musculoso macho ante ellos había hecho el Descenso. Se había
puesto en los zapatos de su hermano y se había unido a la manada que había
reemplazado a la de Connor.
El roce de las suaves alas aterciopeladas de Hunt contra su brazo la hizo
caminar. Cada paso hacia el lobo aumentaba los latidos de su corazón.
—Ithan. —Bryce logró decir.
El hermano menor de Connor no dijo nada cuando se giró hacia los pilares que
flanqueaban la pasarela.
Ella iba a vomitar. Encima de todo: los azulejos de piedra caliza, los pilares
pálidos, las puertas de vidrio que se abrían al parque en el centro de la villa.
No debería haber dejado venir a Athalar. Debería haberlo hecho quedarse en el
techo en algún lugar para que no pudiera presenciar el espectacular colapso que ella
estaba a tres segundos de tener.
Los pasos de Ithan Holstrom no tenían prisa, su camiseta gris atravesaba la
considerable extensión de su musculosa espalda. Había sido un engreído de veinte
años cuando Connor murió, un estudiante de historia como Danika y la estrella del
equipo de sunball de su universidad, se rumoreaba que se convertiría en profesional
tan pronto como su hermano lo dijera. Podría haberse hecho profesional justo
después de la secundaria, pero Connor, que había criado a Ithan desde que sus
padres murieron cinco años antes, había insistido en que un título era lo primero, el
deporte lo segundo. Ithan, que había idolatrado a Connor, siempre había cedido, a
pesar de las súplicas de Bronson a Connor para que dejara al chico irse a lo
profesional.
La Sombra de Connor, se habían burlado de Ithan.
Él había llenado ese lugar desde entonces. Por fin comenzó a parecerse
realmente a su hermano mayor, incluso la sombra de su cabello castaño dorado era
como un pico a través de su pecho.
Estoy loco por ti. No quiero a nadie más. No lo he hecho por mucho tiempo.
Ella no podía respirar. No podía dejar de ver, escuchar esas palabras, sentir el
jodido desgarro gigante en el continuo espacio-tiempo donde debería haber estado
Connor, en un mundo en el que nada malo podría pasar...
Ithan se detuvo ante otro juego de puertas de vidrio. Abrió una, los músculos de
su largo brazo ondularon mientras la sostenía para ellos.
Hunt fue primero, sin duda escaneando el espacio en un abrir y cerrar de ojos.
Bryce logró mirar a Ithan cuando pasó.
Sus dientes blancos brillaron cuando los descubrió.
Se había ido el chico arrogante con el que ella había bromeado; se había ido el
chico que había intentado coquetear con ella para poder usar las técnicas con
Nathalie, quien se había reído cuando Ithan la invitó a salir pero le dijo que esperara
unos años más; se había ido el chico que le había preguntado implacablemente a
Bryce sobre cuándo finalmente comenzaría a salir con su hermano y no aceptaría un
nunca como respuesta.
Un depredador afilado ahora estaba en su lugar. Quien seguramente no había
olvidado los mensajes que ella había enviado y recibido esa horrible noche. Que ella
había estado follando al azar en el baño del club mientras Connor, Connor, que
acababa de derramar su corazón ante ella, era asesinado.
Bryce bajó los ojos, odiando, odiando cada segundo de esta visita jodida.
Ithan sonrió, como saboreando su vergüenza.
Él había abandonado la universidad después de que Connor había muerto. Dejó
de jugar sunball. Lo sabía porque había visto un juego en la televisión una noche dos
meses después y los comentaristas aún lo habían estado discutiendo. Nadie, ni sus
entrenadores, ni sus amigos, ni sus compañeros de manada, pudieron convencerlo
de que regresara. Se había alejado del deporte y nunca miró atrás, al parecer.
No lo había visto desde los días previos a los asesinatos. Su última foto de él era
la que Danika había tomado en su juego en segundo plano. Con la que se había
torturado a sí misma la noche anterior durante horas mientras se preparaba para lo
que traería el amanecer.
Antes de eso, sin embargo, había habido cientos de fotos de los dos
juntos. Todavía estaban en su teléfono como una canasta llena de serpientes,
esperando para morder si ella abría la tapa.
La cruel sonrisa de Ithan no vaciló cuando cerró la puerta detrás de ellos.
—El Prime está tomando una siesta. Sabine se reunirá contigo.
Bryce miró a Hunt, quien le dio un asentimiento superficial. Precisamente como
lo habían planeado.
Bryce estaba consiente de cada respiro de Ithan a su espalda mientras
caminaban a las escaleras que Bryce sabía que los llevarían a un nivel superior a la
oficina de Sabine. Hunt también parecía consciente de Ithan, y dejó que un rayo
suficiente le cubriera las manos y las muñecas para que el joven lobo se alejara un
paso.
Al menos los alfaimbéciles eran buenos para algo.

Ithan no se fue. No, parecía que él sería su guardia y atormentador silencioso


durante la duración de este miserable viaje.
Bryce conocía cada paso hacia la oficina de Sabine en el segundo nivel, pero
Ithan lideró el camino: subiendo las enormes escaleras de piedra caliza con tantos
rasguños y hendiduras que ya nadie se molestó en arreglarlos; por el pasillo alto y
luminoso, cuyas ventanas daban a la concurrida calle de afuera; y finalmente a la
puerta de madera desgastada. Danika había crecido aquí, y se mudó tan pronto como
se fue a la UCC. Después de la graduación, se había quedado solo durante los eventos
formales de lobos y las vacaciones.
El ritmo de Ithan era pausado. Como si él pudiera oler la miseria de Bryce, y
quisiera hacerla soportarlo por cada segundo posible.
Supuso que se lo merecía. Sabía que se lo merecía.
Ella trató de bloquear el recuerdo que surgió.
Las veintiún llamadas ignoradas de Ithan los primeros días después del
asesinato. La media docena de mensajes de voz. El primero había sido sollozando,
en pánico, horas después de lo sucedido. ¿Es verdad, Bryce? ¿Están muertos?
Y luego los mensajes habían cambiado a preocuparse. ¿Dónde estás? ¿Estás
bien? Llamé a los principales hospitales y no estás en la lista, pero nadie está
hablando. Por favor, llámame.
Y luego, al final, ese último mensaje de voz de Ithan, nada más que una fría
frialdad. Los inspectores de la Legión me mostraron todos los mensajes. ¿Connor
prácticamente te dijo que te amaba y finalmente aceptaste salir con él y luego te
follaste a un extraño en el baño del Cuervo? ¿Mientras se estaba muriendo? ¿Me estás
tomando el pelo con esta mierda? No vengas a la Despedida mañana. No eres
bienvenida allí.
Ella nunca le había respondido, nunca lo había buscado. No había podido
soportar la idea de enfrentarlo. Ver el dolor y la pena en su rostro. La lealtad era el
más preciado de todos los rasgos de los lobos. A los ojos de él, ella y Connor habían
sido inevitables. Casi compañeros. Solo era cuestión de tiempo. Sus ligues antes de
eso no habían importado, y tampoco los de él, porque todavía no se había declarado
nada.
Hasta que finalmente la invitó a salir. Y ella había dicho que sí. Había comenzado
a ir por ese camino.
Para los lobos, ella era de Connor, y él era de ella.
Envíame un mensaje cuando estés a salvo en casa.
Su pecho se apretó y apretó, las paredes empujando, apretando…
Se obligó a respirar profundamente. Inhalar hasta el punto en que sus costillas
se esforzaron por sostenerla. Luego exhalar, exhalar, exhalar, exhalar, hasta que ella
estaba soltando el pánico puro que le destrozaba las tripas y que quemaba todo su
cuerpo como ácido.
Bryce no era un lobo. Ella no jugaba bajo sus reglas de cortejo. Y había sido
estúpida y estado asustada de lo que significaba aceptar esa cita, y a Danika
ciertamente no le importaba de una forma u otra si Bryce tenía algún ligue sin
sentido, pero... Bryce nunca había tenido el descaro de explicarse con Ithan después
de haber visto y escuchado sus mensajes.
Ella se los había quedado todos. Escucharlos era algo sólido de su rutina
emocional en espiral de muerte. La culminación de esto, por supuesto, era el último
mensaje tontamente feliz de Danika.
Ithan llamó a la puerta de Sabine, dejando que se abriera para revelar un oficina
blanca y soleada cuyas ventanas daban a la verde vegetación del parque de la
Guarida. Sabine estaba en su escritorio, su cabello color maíz de seda casi brillaba a
la luz.
—Tienes bolas al venir aquí.
Las palabras se secaron en la garganta de Bryce mientras observaba el rostro
pálido, las manos delgadas entrelazadas sobre el escritorio de roble, los hombros
estrechos que ocultaban su tremenda fuerza. Danika había sido pólvora pura; su
madre era hielo sólido. Y si Sabine la había matado, si Sabine había hecho esto...
Un rugido comenzó en la cabeza de Bryce.
Hunt debe haberlo percibido, olfateado, porque se acercó al lado de Bryce, Ithan
se quedándose en el pasillo, y dijo:
—Queríamos hablar con el Prime.
La irritación parpadeó en los ojos de Sabine.
—¿Sobre qué?
—Sobre el asesinato de tu hija.
—Aléjate de nuestros jodidos asuntos —espetó Sabine, poniendo el vaso en su
mesa fuertemente. La bilis quemó la garganta de Bryce, y ella se concentró en no
gritar o lanzarse contra la mujer.
El ala de Hunt rozó la espalda de Bryce, un gesto casual para cualquiera que
estuviera mirando, pero esa calidez y suavidad la estabilizaron. Danika. Por Danika,
ella haría esto.
Los ojos de Sabine ardieron.
—¿Dónde Hel está mi espada?
Bryce se negó a responder, incluso a gritar que la espada era y siempre sería la
de Danika, y dijo:
—Tenemos información que sugiere que Danika estaba en el Templo de Luna la
noche en que robaron el Cuerno. Necesitamos al Prime para confirmarlo. —Bryce
mantuvo sus ojos en la alfombra, el retrato de sumisión aterrada y avergonzada, y
dejó que Sabine cavara su propia tumba.
—¿Qué mierda tiene que ver esto con su muerte? —preguntó Sabine.
—Estamos armando una imagen de los movimientos de Danika antes de que el
demonio kristallos la matara. Con quién podría haberse encontrado, qué pudo haber
visto o hecho —dijo Hunt con calma.
Otro cebo: ver su reacción a la raza del demonio, cuando aún no se había hecho
pública. Sabine no pestañeó. Como si ya estuviera familiarizada con eso, tal vez
porque había estado convocándolo todo el tiempo. Aunque podría no haberle
importado, supuso Bryce.
—Danika no estaba en el templo esa noche. Ella no tuvo nada que ver con el
robo del Cuerno —siseó Sabine.
Bryce evitó el impulso de cerrar los ojos ante la mentira que confirmaba todo.
Las garras se deslizaron de los dedos de Sabine, incrustándose en su escritorio.
—¿Quién te dijo que Danika estaba en el templo?
—Nadie —mintió Bryce—. Pensé que podría haber recordado que mencionó…
—¿Pensaste? —bufó Sabine, alzando la voz para imitar la de Bryce—. Es difícil
de recordar, ¿no es así? Cuando estabas drogada, borracha y follando con extraños.
—Tienes razón —respiró Bryce, incluso cuando Hunt gruñó—. Esto fue un
error. —Ella no le dio tiempo a Hunt para objetar antes de dar media vuelta y
marcharse, sin aliento.
Cómo mantenía la espalda recta y su estómago dentro de su cuerpo, no tenía
idea.
Apenas escuchó a Hunt cuando él caminó detrás de ella. No podía soportar
mirar a Ithan cuando ella entró al pasillo y lo encontró esperando contra la pared
del fondo.
Bajó las escaleras. No se atrevió a mirar a los lobos mientras pasaba.
Sabía que Ithan los seguía, pero no le importaba, no le importaba...
—Quinlan. —La voz de Hunt atravesó la escalera de mármol. Ella bajó otro
tramo cuando él volvió a decir—: Quinlan.
Fue lo suficientemente fuerte como para que ella se detuviera. Miró por encima
de un hombro. Los ojos de Hunt recorrieron su rostro: preocupación era lo que
brillaba allí, no triunfo ante la descarada mentira de Sabine.
Pero Ithan se paró entre ellos en los escalones, sus ojos duros como piedras.
—Dime de qué se trata esto.
—Es clasificado, imbécil —dijo Hunt arrastrando las palabras.
El gruñido de Ithan retumbó a través de la escalera.
—Están comenzando de nuevo —dijo Bryce en voz baja, consciente de todas las
cámaras, de la orden de Micah de mantener esto en secreto. Su voz era ronca cuando
dijo—: Estamos tratando de descubrir por qué y quién está detrás de esto. Han
sucedido tres asesinatos hasta ahora. De la misma manera. Ten cuidado, advierte a
tu manada que tenga cuidado.
El rostro de Ithan permaneció ilegible. Esa había sido una de sus ventajas como
jugador de sunball: su habilidad para evitar transmitir movimientos a sus
oponentes. Había sido brillante y arrogante, sí, pero esa arrogancia se había ganado
con horas de práctica y disciplina brutal.
El rostro de Ithan permaneció frío.
—Te avisaré si escucho algo.
—¿Necesitas nuestros números? —preguntó Hunt fríamente.
Los labios de Ithan se curvaron.
—Tengo el de ella. —Bryce luchó por encontrarse con su mirada, especialmente
cuando él le preguntó—: ¿Vas a molestarte en responder esta vez?
Ella giró sobre sus talones y se apresuró a bajar las escaleras hacia el vestíbulo
de recepción.
El Prime de los lobos estaba ahí ahora. Hablando con la recepcionista,
encorvado sobre su bastón de secoya, el abuelo de Danika levantó su rostro
marchito cuando ella se detuvo abruptamente frente a él.
Sus cálidos ojos marrones, esos eran los ojos de Danika, estaban mirándola
fijamente.
El anciano le ofreció una sonrisa triste y amable. Era peor que cualquiera de las
burlas o gruñidos.
Bryce logró inclinar la cabeza antes de salir corriendo por las puertas de vidrio.
Llegó a las puertas sin toparse con nadie más. Casi había llegado a la calle
cuando Ithan la alcanzó, Hunt un paso atrás.
—Nunca lo mereciste a él —dijo Ithan.
También podría haber sacado el cuchillo que ella sabía que estaba escondido en
su bota y hundirlo en su pecho.
—Lo sé —dijo ella con voz áspera.
Los cachorros seguían jugando, saltando a través de las altas hierbas. Asintió
hacia el segundo nivel, donde la oficina de Sabine daba hacia la vegetación.
—Hiciste algunas elecciones jodidamente tontas, Bryce, pero nunca te tomé por
estúpida. Ella te quiere muerta. —Otra confirmación, tal vez.
Las palabras rompieron algo en ella.
—Igualmente. —Señaló las puertas, incapaz de detener la ira que hervía en ella
cuando se dio cuenta de que todas las señales apuntaban hacia Sabine—. Connor se
avergonzaría de ti por dejar que Amelie tuviera rienda suelta. Por dejar que un
pedazo de mierda como esa sea tu Alfa.
Las garras brillaron en los nudillos de Ithan.
—Nunca vuelvas a decir su nombre.
—Aléjate —dijo Hunt a él suavemente. Un rayo lamió sus alas.
Ithan parecía inclinado a arrancarle la garganta, pero Hunt ya estaba al lado de
Bryce, siguiéndola por la calle bañada por el sol. Ella no se atrevió a mirar a Amelie
o su manada en las puertas, burlándose y riéndose de ellos.
—¡Eres basura, Quinlan! —gritó Amelie mientras pasaban, y sus amigos rieron
a carcajadas.
Bryce no podía soportar ver si Ithan se reía con ellos.
44
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

—Sabine mintió acerca de que Danika no estaba en el templo. Pero necesitamos


un plan sólido para atraparla si está convocando a este demonio —dijo Hunt a Bryce
veinte minutos después durante el almuerzo. El ángel devoró no menos de tres
tazones de cereal, uno tras otro. Ella no había hablado en el camino de regreso al
apartamento. Había necesitado todo el camino hasta aquí para recuperarse.
Bryce empujó las hojuelas que flotaban en su propio tazón. No tenía ningún
interés en comer.
—Estoy harta de esperar. Solo arréstala.
—Ella es la cabeza no oficial de Moonwood y es básicamente la Prime de los
lobos —advirtió Hunt—. Si no lo es en título, entonces lo es de todas las otras
maneras. Debemos tener cuidado sobre cómo abordaremos esto. Las consecuencias
podrían ser catastróficas.
—Claro. —Bryce volvió a revolver su cereal. Sabía que debería estar gritando,
sabía que debía marchar de regreso a la Guarida para matar a esa puta perra. Bryce
apretó los dientes. Tampoco habían tenido noticias de Tharion o Ruhn.
Hunt golpeó con el dedo la mesa de cristal y sopesó su expresión. Luego,
misericordiosamente cambió de tema.
—Entiendo la historia de Ithan, pero ¿cuál es el problema de Amelie contigo?
Tal vez Bryce estaba cansada, pero terminó diciendo:
—¿Alguna vez los viste, los mensajes de esa noche? Todos los periódicos los
tenían en primera plana después de filtrarse.
Hunt se movió.
—Sí —dijo él suavemente—. Los vi.
Ella se encogió de hombros y agitó el cereal en su tazón. Una y otra vez.
—Amelie tenía... una cosa. Por Connor. Desde que eran niños. Creo que todavía
la tiene.
—Ah.
—Y… sabes sobre mí y Connor.
—Sí. Lo siento.
Odiaba esas dos palabras. Las había escuchado tantas veces que ella
jodidamente las odiaba.
—Cuando ella vio los mensajes de esa noche, creo que Amelie finalmente se dio
cuenta de por qué él nunca había devuelto sus sentimientos —dijo ella.
Él frunció el ceño.
—Han pasado dos años.
—¿Y? —Segura como la mierda que eso no había hecho nada para ayudarla a
sentirse mejor al respecto.
Hunt sacudió la cabeza.
—¿La gente todavía los traen a colación? ¿Esos mensajes?
—Por supuesto. —Ella resopló, sacudiendo la cabeza—. Solo búscame en línea,
Athalar. Tuve que cerrar cada cuenta que tenía. —La idea le revolvió el estómago,
provocando un pánico nauseabundo que tensó cada músculo y vena de su
cuerpo. Había mejorado en manejarlo, ese sentimiento, pero no por mucho—. La
gente me odia. Literalmente me odia. Algunas de manadas incluso escribieron una
canción y la montaron en internet, la llamaron “Me Acabo de Follar a Alguien en el
Baño, No se lo Digas a Connor”. La cantan cada vez que me ven.
Rostro de él se había vuelto frío como el hielo.
—¿Cuáles manadas?
Ella sacudió su cabeza. Ciertamente no las nombraría, no con esa expresión
asesina en el rostro de él.
—No importa. Las personas son imbéciles.
Había aprendido que era tan simple como eso. La mayoría de las personas eran
imbéciles, y esta ciudad estaba plagada de ellos.
A veces se preguntaba qué dirían si supieran acerca de esa época, hace dos
inviernos, cuando alguien había enviado mil hojas con la letra de la canción impresa
a su nuevo apartamento, junto con ilustraciones de álbumes tomadas de las fotos
que ella había tomado de esa noche. Si supieran que ella había subido al techo para
quemarlas todas, pero en cambio terminó mirando por encima de la cornisa. Se
preguntaba qué habría pasado si Juniper, por capricho, no hubiera llamado solo para
reportarse esa noche. Justo cuando Bryce había apoyado sus manos en la barandilla.
Solo esa voz amistosa en el otro extremo de la línea evitó que Bryce caminara
directamente fuera del techo.
Juniper había mantenido a Bryce en el teléfono, parloteando sobre nada. Justo
hasta que su taxi se detuvo frente al apartamento. Juniper se negó a colgar hasta que
estuvo en el techo con Bryce, riéndose. Solo sabía dónde encontrarla porque Bryce
había murmurado algo acerca de sentarse allí. Y tal vez ella se había precipitado por
lo hueca que había sonado la voz de Bryce cuando lo había dicho.
Juniper se había quedado para quemar las copias de la canción, luego bajó las
escaleras al apartamento, donde habían visto televisión acostadas hasta que se
quedaron dormidas. Bryce se había levantado en algún momento para apagar la
televisión y usar el baño; cuando regresó, Juniper había estado despierta,
esperando.
Su amiga no se apartó de su lado durante tres días.
Nunca habían hablado de eso. Pero Bryce se preguntó si Juniper le había dicho
más tarde a Fury lo cerca que había estado, cuán duro había trabajado para
mantener esa llamada telefónica mientras corría sin alertar a Bryce, sintiendo que
algo estaba mal, mal, mal.
A Bryce no le gustaba pensar en ese invierno. Esa noche. Pero nunca dejaría de
estar agradecida por Juniper en ese sentido, ese amor que le había impedido
cometer un error tan terrible y estúpido.
—Sí —dijo Hunt—, la gente es imbécil.
Supuso que él lo había tenido peor que ella. Mucho peor.
Dos siglos de esclavitud que apenas se disfrazaron como una especie de camino
retorcido hacia la redención. El trato de Micah con él, reducido o no, era una
desgracia.
Se obligó a tomar un bocado de su cereal ahora empapado. Se obligó a preguntar
algo, cualquier cosa, para aclarar un poco su cabeza.
—¿Inventaste tu apodo? ¿Lo de Sombra de la Muerte?
Hunt bajó la cuchara.
—¿Me veo como el tipo de persona que necesita inventar apodos para mí?
—No —admitió Bryce.
—Solo me llaman así porque me ordenan hacer ese tipo de mierda. Y la hago
bien. —Él se encogió de hombros—. Sería mejor que me llamaran Esclavo de la
Muerte.
Ella se mordió el labio y tomó otro bocado de cereal.
Hunt se aclaró la garganta.
»Sé que esa visita de hoy fue difícil. Y sé que al principio no actué como tal,
Quinlan, pero me alegra que te hayan puesto en este caso. Has sido... realmente
genial.
Ella escondió lo que su cumplido le hizo a su corazón, cómo levantó la niebla
que se había asentado en ella.
—Mi papá era un capitán Dracon en la Legión 25ta. Lo estacionaron en el frente
durante los tres años completos de su servicio militar. Me enseñó algunas cosas.
—Lo sé. No sobre lo que te enseñó, quiero decir. Sino de tu papá. Randall Silago,
¿verdad? Él fue quien te enseñó a disparar.
Ella asintió, un extraño tipo de orgullo se abrió paso a través de ella.
—Nunca luché a su lado, pero escuché de él la última vez que me enviaron al
frente, hace unos veintiséis años. Escuché sobre su puntería. ¿Qué piensa él de esto?
—dijo Hunt y ondeó una mano hacia ella, la ciudad a su alrededor.
—Él quiere que me mude de regreso a casa. Tuve que ir al ring con él,
literalmente, para ganar la pelea sobre ir a la universidad.
—¿Peleaste físicamente con él?
—Sí. Dijo que, si podía retenerlo, entonces sabía lo suficiente sobre defensa
como para defenderme en la ciudad. Resulta que yo había estado prestando más
atención de la que le había dejado creer.
La risa baja de Hunt se deslizó sobre su piel.
—¿Y él te enseñó a disparar un rifle de francotirador?
—Rifles, pistolas, lanzar cuchillos, empuñar espadas. —Pero las armas eran la
especialidad de Randall. Él le había enseñado despiadadamente, una y otra y otra
vez.
—¿Alguna vez los usaste en algo fuera de las prácticas?
Te amo, Bryce.
Cierra los ojos, Danika.
—Cuando tuve que hacerlo —dijo con voz áspera. No es que haya hecho la
diferencia cuando importaba.
Su teléfono sonó. Miró el mensaje de Jesiba y gimió.
Un cliente llegará en treinta minutos. Estate allí o tendrás un boleto de ida a la
vida como ratón de campo.
Bryce dejó la cuchara, consciente de que Hunt la estaba observando, y comenzó
a escribir.
Estaré allí en...
Jesiba agregó otro mensaje antes de que Bryce pudiera responder.
¿Y dónde está ese papeleo de ayer?
Bryce borró lo que había escrito y comenzó a escribir:
Lo haré en…
Otro mensaje de Jesiba:
Quiero que se haga antes del mediodía.
—Alguien está enojada —observó Hunt, y Bryce hizo una mueca, agarrando su
tazón y corriendo hacia el fregadero.
Los mensajes seguían llegando, junto con media docena de amenazas para
convertirla en varias criaturas patéticas, lo que sugería que alguien realmente había
cabreado a Jesiba. Cuando llegaron a la puerta de la galería, Bryce abrió las
cerraduras físicas y mágicas y suspiró.
—Tal vez deberías quedarte en el techo esta tarde. Probablemente ella me
estará monitoreando en las cámaras. No sé si te ha visto adentro antes, pero...
Él le dio una palmada en el hombro.
—Entendido, Quinlan. —Su chaqueta negra zumbó, y sacó su teléfono—. Es
Isaiah —murmuró, y asintió con la cabeza hacia la puerta ahora abierta de la galería,
a través de la cual podían ver a Syrinx arañando la puerta de la biblioteca, aullando
su saludo a Lehabah—. Me reportaré más tarde —dijo.
Él esperó para volar al techo, lo sabía, hasta que ella cerró la puerta de la galería
detrás de sí. Un mensaje de él apareció quince minutos después. Isaiah me necesita
para opinar sobre un caso diferente. Iré ahora. Justinian te está cuidando. Regresaré
en unas horas.
Ella le respondió: ¿Justinian es caliente?
Él respondió: ¿Quién es el pervertido ahora?
Una sonrisa tiró de su boca.
Sus pulgares se cernían sobre el teclado para responder cuando sonó su
teléfono. Suspirando, se lo llevó a la oreja para responder.
—¿Por qué no estás lista para el cliente? —exigió Jesiba.

Esta mañana había sido un desastre. Permaneciendo de guardia en el techo de


la galería horas después, Hunt no podía dejar de pensarlo. Sí, atraparon a Sabine en
su mentira, y todas las señales apuntaban hacia ella como el asesino, pero... joder. No
se había dado cuenta de lo duro que sería para Quinlan, incluso sabiendo que Sabine
la odiaba. No se había dado cuenta de que los otros lobos también estaban en contra
de Bryce. Nunca debería haberla traído. Debería haber ido él solo.
Las horas pasaron, una por una, mientras reflexionaba sobre todo.
Hunt se aseguró de que nadie estuviera volando sobre el techo antes de ver el
video, al que se accedía desde los archivos de la 33ra. Alguien había compilado el
carrete corto, sin duda un intento de obtener una mejor imagen del demonio que un
dedo del pie o una garra.
El kristallos era una mancha gris cuando explotó desde la puerta principal del
edificio de apartamentos. No habían podido obtener imágenes de él realmente
entrando al edificio, lo que sugería que había sido convocado en el sitio o se había
escabullido por el techo, y tampoco las cámaras cercanas lo habían captado. Pero
aquí estaba, destrozando la puerta principal, tan rápido que solo era un borrón gris.
Y entonces, allí estaba ella. Bryce. Atravesando la puerta, descalza y corriendo
sobre pedazos de vidrio, con la pata de la mesa en la mano, pura ira retorciendo su
rostro.
Había visto las imágenes hace dos años, pero ahora tenía un poco más de
sentido, sabiendo que Randall Silago la había entrenado. Mirándola saltar por
encima de los autos, corriendo por las calles, tan rápido como un macho Fae. Su
rostro estaba manchado de sangre, sus labios curvados en un gruñido que él no
podía oír.
Pero incluso en el video granulado, sus ojos estaban nublados. Todavía
luchando contra esas drogas.
Ella definitivamente no recordaba que él había estado en esa sala de
interrogatorios con ella, si le había preguntado por los mensajes durante el
almuerzo. Y, joder, sabía que todo lo que había en su teléfono se había filtrado, pero
nunca había pensado en cómo debía haber sido.
Ella tenía razón: las personas eran imbéciles.
Bryce despejó la calle principal, deslizándose sobre el capó de un auto, y luego
el video terminó.
Hunt dejó escapar el aliento. Si realmente Sabine estaba detrás de esto... Micah
le había dado permiso para eliminar al culpable. Pero Bryce bien podría hacerlo ella
misma.
Hunt frunció el ceño hacia el muro de niebla apenas visible a través del río, las
brumas impenetrables incluso a la luz del sol de la tarde. El Barrio de Huesos.
Nadie sabía lo que sucedía en la Ciudad Dormida. Si los muertos deambulaban
por los mausoleos, si las Parcas patrullaban y gobernaban como reyes, si era
simplemente niebla, piedra tallada y silencio. Nadie volaba sobre ella, nadie se
atrevía.
Pero Hunt a veces sentía que el Barrio de Huesos los miraba, y algunas personas
afirmaban que sus seres queridos muertos podían comunicarse a través de la
Oráculo o psíquicos del mercado barato.
Hace dos años, Bryce no había estado en la Despedida de Danika. La había
buscado. Las personas más importantes de la Ciudad Crescent habían ido, pero ella
no había estado allí. Ya sea para evitar que Sabine la matara a simple vista o por
razones propias. Después de lo que había visto hoy, su dinero estaba en lo primero.
Así que ella no había sido testigo de cómo Sabine empujaba el antiguo bote
negro hacia el Istros, el féretro en forma de caja envuelto en seda gris, todo lo que
quedaba del cuerpo de Danika, en el centro. No había contado los segundos mientras
flotaba en las aguas fangosas, conteniendo la respiración con todos los que estaban
en la costa para ver si el bote sería movido por esa corriente rápida que lo llevaría a
las orillas del Barrio de Huesos, o si se volcaría, si los indignos restos de Danika
serían entregados al río y a las bestias que nadaban dentro de él.
Pero el bote de Danika se dirigió directamente a la isla cubierta de niebla al otro
lado del río, el InfraRey la consideraba digna, y más de una persona lanzó un
suspiro. El audio de Danika rogando clemencia grabado por la cámara de su edificio
de apartamentos se había filtrado un día antes.
Hunt sospechaba que la mitad de las personas que habían acudido a su
Despedida esperaban que las súplicas de Danika significaran que el río la tomaría,
que podían considerar cobarde a la altiva y salvaje Alfa.
Sabine, claramente consciente de aquellos que anticipaban tal resultado, solo
había esperado hasta que las puertas del río se abrieran para revelar las brumas
arremolinándose del Barrio de Huesos, el bote movido hacia adentro por manos
invisibles y luego se fue. Ella no esperó a ver las Despedidas del resto de la Manada
de Demonios.
Pero Hunt y todos los demás sí. Había sido la última vez que había visto a Ithan
Holstrom. Llorando mientras empujaba los restos de su hermano a las aguas azules,
tan angustiado que sus compañeros de equipo de sunball se habían visto obligados
a sostenerlo. El hombre de ojos fríos que había servido como escolta hoy era una
persona completamente diferente de ese chico.
Talentoso, Hunt había escuchado a Naomi decir de Ithan en sus interminables
comentarios sobre las manadas del Aux y cómo se apilaron en la 33ra. Más allá de
su habilidad en el sunball, Ithan Holstrom era un guerrero talentoso que había hecho
el Descenso y se encontraba a poca distancia del poder de Connor. Naomi siempre
dijo que, a pesar de ser arrogante, Ithan era un macho sólido: imparcial, inteligente
y leal.
Y un jodido imbécil, al parecer.
Hunt sacudió la cabeza y volvió a mirar hacia el Barrio de Huesos.
¿Danika Fendyr vagaba por esa brumosa isla? ¿O parte de ella, al menos? ¿Se
acordaba de la amiga que, incluso mucho después de su muerte, no tomaba mierda
de nadie que insultara su memoria? ¿Sabía que Bryce haría cualquier cosa,
posiblemente descender al nivel de ira captado para siempre en el video, para
destruir a su asesino? ¿Incluso si ese asesino era la propia madre de Danika?
Leal hasta la muerte y más allá.
El teléfono de Hunt sonó, el nombre de Isaiah apareció de nuevo, pero Hunt no
respondió de inmediato. No mientras miraba el techo de la galería debajo de sus
botas y se preguntaba cómo sería tener un amigo así.
45
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

—Entonces, ¿crees que serás ascendida al papel principal después de la


temporada? —Con el hombro apretando el teléfono contra su oreja, Bryce se quitó
los zapatos en la puerta de su apartamento y se dirigió hacia la pared de
ventanas. Syrinx, liberado de su correa, corrió hacia su plato de comida para esperar
su cena.
—Lo dudo —dijo Juniper, su voz suave y tranquila—. Eugenie realmente lo está
haciendo genial este año. Creo que será elegida como principal. He estado un poco
mal en algunos de mis solos, puedo sentirlo.
Bryce miró por la ventana, vio a Hunt precisamente donde dijo que esperaría
hasta que ella señalara que estaba sana y salva en su apartamento, y saludó con la
mano.
—Sabes que has estado increíble. No finjas que no lo estás haciendo genial.
Hunt levantó una mano y se lanzó hacia el cielo, guiñándole un ojo mientras
pasaba volando por la ventana, luego se dirigió hacia el Munin & Hugin.
No había sido capaz de convencerla de que se uniera a sus compañeros triarii
en el bar, y él la había hecho jurar ante los cinco dioses que no abandonaría su
apartamento ni abriría la puerta a nadie mientras él no estuviera.
Bueno, casi nadie.
Por su breve conversación, había deducido que Hunt era invitado a menudo al
bar, pero que nunca había ido. Por qué iba a ir esta noche por primera vez... tal vez
ella lo estaba volviendo loco. Ella no había sentido eso, pero tal vez él solo necesitaba
una noche libre.
—He estado bien, supongo —admitió Juniper.
Bryce chasqueó la lengua.
—Estás tan llena de mierda con esa basura de “bien”.
—Estaba pensando, B —dijo Juniper cuidadosamente—. Mi instructora
mencionó que está comenzando una clase de baile abierta al público en
general. Podrías ir.
—Tu instructora es la maestra más solicitada en esta ciudad. De ninguna
manera yo entraría. —Bryce desvió el tema, mirando a los autos y peatones que
pasaban por debajo de su ventana.
—Lo sé —dijo Juniper—. Es por eso que le pedí que te guardara un lugar.
Bryce se quedó quieta.
—Tengo muchas cosas en mente en este momento.
—Es una clase de dos horas, dos veces por semana. Después del horario laboral.
—Gracias, pero estoy bien.
—Lo estabas, Bryce. Estabas bien.
Bryce apretó los dientes.
—Joder, no soy lo suficientemente buena.
—No te importó antes de que Danika muriera. Solo ve a la clase. No es una
audición, es literalmente solo una clase para las personas que aman bailar. Lo cual
haces.
—Lo cual hacía.
El aliento de Juniper sacudió el teléfono.
—Danika estaría desconsolada al escuchar que ya no bailas. Ni siquiera por
diversión.
Bryce hizo una demostración de tarareo con consideración.
—Lo pensaré.
—Bien —dijo Juniper—. Te enviaré los detalles.
Bryce cambió de tema.
—¿Quieres venir y ver televisión de mala calidad? Beach House Hookup está en
reproducción esta noche a las nueve.
Juniper preguntó astutamente:
—¿El ángel está allí?
—Está tomando cervezas con su pequeña camarilla de asesinos.
—Se llaman triarii, Bryce.
—Sí, solo pregúntales. —Bryce se apartó de la ventana y se dirigió a la
cocina. Syrinx todavía esperaba en su plato de comida, meneando la cola—. ¿Habría
una diferencia si Hunt estuviera aquí?
—Llegaría ahí un Hel mucho más rápido.
Bryce se echó a reír.
—Descarada. —Ella echó la comida de Syrinx en su plato. Sus garras
chasquearon mientras movía sus patas en su lugar, contando cada croqueta que
caía—. Desafortunadamente para ti, creo que le gusta alguien.
—Desafortunadamente para ti.
—Por favor. —Abrió la nevera y sacó una variedad de alimentos. Una cena de
pasto será—. El otro día conocí a un mer que estaba tan caliente que podrías haber
fritado un huevo en sus diez mil millones de abdominales.
—Nada de lo que dijiste tiene sentido, pero creo que entiendo el punto.
Bryce volvió a reír.
—¿Debería preparar una hamburguesa vegetariana para ti, o qué?
—Ojalá pudiera, pero…
—Pero tienes que practicar.
Juniper suspiró.
—No voy a ser nombrada principal descansando en un sofá toda la noche.
—Te lastimarás si te esfuerzas demasiado. Ya estás haciendo ocho
presentaciones a la semana.
La voz suave de ella se agudizó.
—Estoy bien. Tal vez el domingo, ¿de acuerdo? —El único día que la compañía
de baile no abría.
—Claro —dijo Bryce. Su pecho se apretó, luego dijo—: Llámame cuando estés
libre.
—Lo haré.
Sus despedidas fueron rápidas, y Bryce apenas había colgado cuando marcó
otro número.
El teléfono de Fury fue directo al correo de voz. Sin molestarse en dejar un
mensaje, Bryce colgó y abrió el contenedor de hummus, luego los fideos sobrantes y
luego un estofado de cerdo posiblemente podrido. La magia mantenía fresca la
mayor parte de la comida en su refrigerador, pero había límites.
Gruñendo, arrojó el estofado a la basura. Syrinx frunció el ceño hacia ella.
—Ni tú te comerías eso, amigo —dijo ella.
Syrinx volvió a mover la cola y se dirigió hacia el sofá.
El silencio de su apartamento se hizo pesado.
Una amiga, en eso se había convertido su círculo social. Fury había dejado en
claro que ya no tenía interés en molestarse con ella.
Así que ahora, con su única amiga demasiado ocupada con su carrera como para
tener un horario confiable, especialmente en el próximo verano, meses en que la
compañía actuaba durante toda la semana... Bryce supuso que había bajado a cero.
Bryce medio comió el hummus, mojando zanahorias ligeramente viscosas en la
salsa. El crujido de ellas llenó el silencio del apartamento.
Esa oleada de autocompasión demasiado familiar entró sigilosamente, y Bryce
arrojó las zanahorias y el hummus a la basura antes de acomodarse en el sofá.
Hojeó los canales hasta que encontró las noticias locales. Syrinx la miró
expectante.
—Solo tú y yo esta noche, amigo —dijo ella, dejándose caer junto a él.
En las noticias, Rigelus, Mano Brillante de los Asteri, apareció dando un discurso
sobre las nuevas leyes comerciales en un podio dorado. Detrás de él, los otros cinco
Asteri estaban en sus tronos en sus cámaras de cristal, con el rostro frío e irradiando
riqueza y poder. Como siempre, el séptimo trono estaba vacío en honor a su
hermana muerta hace mucho tiempo. Bryce volvió a cambiar el canal, esta vez a otra
estación de noticias, pasando imágenes de líneas de trajes mecánicos construidos
por humanos enfrentándose cara a cara con las Legiones Imperiales de la élite en un
fangoso campo de batalla. Otro canal mostraba humanos hambrientos en fila para
comer pan en la Ciudad Eternal, sus niños llorando de hambre.
Bryce cambió a un programa sobre comprar casas de vacaciones sin ser vistas
y miró sin procesarlo realmente.
¿Cuándo fue la última vez que leyó un libro? ¿No por trabajo o investigación,
sino por placer? Había leído mucho antes de todo con Danika, pero esa parte de su
cerebro se había apagado después.
Ella había querido ahogar cualquier tipo de calma y tranquilidad. La televisión
a todo volumen se había convertido en su compañera para alejar el silencio. Cuanto
más estúpido el canal, mejor.
Ella se acurrucó en los cojines, Syrinx se acurrucó contra su pierna mientras ella
le rascaba sus suaves orejas aterciopeladas. Él se retorció en una solicitud de más.
El silencio entró, más fuerte y más grueso. Su boca se secó, sus extremidades se
volvieron ligeras y huecas. Los eventos en la Guarida amenazaron con comenzar a
repetirse, el rostro frío de Ithan en primer plano.
Miró el reloj. Apenas eran las cinco y media.
Bryce dejó escapar un largo suspiro. Lehabah estaba equivocada, no era como
ese invierno. Nada podría ser tan malo como ese primer invierno sin Danika. Ella no
dejaría que se repitiera.
Se puso de pie, Syrinx resopló con molestia por ser desacomodado.
—Volveré pronto —prometió ella, señalando hacia el pasillo y su jaula.
Lanzándole una mirada cascarrabias, la quimera entró en su jaula, cerrando la
puerta de metal con una garra.
Bryce la cerró con llave, asegurándole nuevamente que no estaría fuera por
mucho tiempo, y volvió a ponerse los zapatos. Le había prometido a Hunt que se
quedaría allí, se lo había jurado a los dioses.
Lástima que el ángel no sabía que ella ya no rezaba a ninguno de ellos.

Hunt había bebido la mitad de una cerveza cuando sonó su teléfono.


Sabía exactamente lo que había sucedido antes de contestar.
—Se fue, ¿verdad?
Naomi dejó escapar una risa tranquila.
—Sí. Glamurosamente también.
—Así es como suele ser ella —dijo él quejándose y frotándose la sien.
Regresando de la barra de roble tallada, Vik arqueó una elegante ceja, su halo
cambió de posición con el movimiento. Hunt sacudió la cabeza y buscó su
billetera. No debería haber salido esta noche. La oferta le había sido arrojada tantas
veces en los últimos cuatro años, y nunca había ido, no cuando se había sentido como
estar en la 18va de nuevo. Pero esta vez, cuando Isaiah llamó con su invitación
estándar (sé que dirás que no, pero...) dijo que sí.
No sabía por qué, pero había ido.
—¿A dónde se dirige? —preguntó Hunt.
—La estoy rastreando ahora —dijo Naomi, el viento susurraba en su extremo
de la línea. No había hecho preguntas cuando Hunt la llamó hace una hora para
pedirle que cuidara a Bryce y que renunciara a su lugar en la reunión de esta
noche—. Parece que se dirige hacia CiRo.
Tal vez estaba buscando a su primo para una actualización.
—Mantente cerca y mantén la guardia en alto —dijo él. Sabía que no necesitaba
decirlo. Naomi era una de las guerreras más talentosas que jamás se había
encontrado, y no tomaba mierda de nadie. Una mirada a su cabello negro
fuertemente trenzado, el colorido tatuaje que cubría sus manos y la variedad de
armas en su cuerpo musculoso y la mayoría de la gente no se atrevía a meterse con
ella. Tal vez incluso Bryce hubiera obedecido la orden de quedarse si Naomi hubiera
sido quien se la diera—. Envíame tus coordenadas.
—Lo haré. —Se cortó la comunicación.
Hunt suspiró.
—Deberías haberlo sabido mejor, amigo —dijo Viktoria.
Hunt se pasó las manos por el cabello.
—Sí.
A su lado, Isaiah tomó su cerveza.
—Podrías dejar que Naomi se encargue.
—Tengo la sensación de que eso terminaría con ellas desatando un Hel juntas,
y aun así necesitaría ir a terminar su diversión.
Vik e Isaiah se rieron entre dientes, y Hunt dejó una moneda de plata en la
barra. Viktoria levantó una mano en señal de protesta, pero Hunt la ignoró. Puede
que todos sean esclavos, pero él podía pagar su maldita bebida.
—Los veré más tarde.
Isaiah levantó su cerveza en señal de saludo, y Viktoria le dedicó una sonrisa de
complicidad antes de que Hunt se abriera paso entre la barra llena. Justinian,
jugando billar en la parte de atrás, levantó una mano para despedirse. Hunt nunca
había preguntado por qué todos ellos preferían los espacios reducidos del bar a una
de las azoteas que la mayoría de los ángeles frecuentaban. Supuso que no tendría la
oportunidad de saber por qué esta noche.
Hunt no se sorprendió de que Bryce se hubiera escapado. Francamente, lo único
que lo sorprendió fue que ella había esperado tanto.
Pasó por la puerta de cristal con plomo y salió a la calle más allá. Los clientes
bebían en barriles de roble, y un grupo estridente de algún tipo de manada de
cambiaformas, quizás lobos o uno de los felinos grandes, fumaban cigarrillos.
Hunt frunció el ceño ante el hedor que lo perseguía hacia el cielo, luego frunció
el ceño nuevamente ante las nubes que venían del oeste, el fuerte olor de la lluvia ya
en el viento. Fantástico.
Naomi envió sus coordenadas en Cinco Rosas, y un vuelo de cinco minutos hizo
que Hunt llegara a uno de los jardines nocturnos comenzando a despertar con la luz
tenue. Las alas negras de Naomi eran una mancha contra la oscuridad progresiva
mientras se cernía sobre una fuente llena de lirios lunares, las flores
bioluminiscentes ya estaban abiertas y brillaban con un azul pálido.
—Por ahí —dijo Naomi, los duros planos de su rostro dorado por la suave luz
de las plantas.
Hunt asintió al ángel.
—Gracias.
—Buena suerte. —Las palabras fueron suficientes para ponerlo al límite, y Hunt
no se molestó en decir adiós antes de moverse. Robles de estrellas lo recibieron, sus
hojas brillando en un dosel vivo en lo alto. La suave iluminación bailaba sobre el
cabello de Bryce mientras caminaba por el camino de piedra, abriéndose en flores
nocturnas que la rodeaban. El jazmín yacía pesado en el aire crepuscular, dulce y
llamativo.
—¿No podrías darme una hora de paz?
Bryce no se inmutó cuando él dio un paso al lado de ella.
—Quería un poco de aire fresco. —Ella admiraba un helecho desplegado, sus
frondas iluminadas desde adentro para iluminar cada vena.
—¿Ibas a algún lugar en particular?
—Solo… afuera.
—Ah.
—Estoy esperando que comiences a gritarme. —Ella continuó pasando las
camas de azafranes nocturnos, sus pétalos morados brillando en medio del musgo
vibrante. El jardín parecía despertar por ella, darle la bienvenida.
—Gritaré cuando descubra lo que era tan importante que rompiste tu promesa.
—Nada.
—¿Nada?
—Nada es importante.
Dijo las palabras con el suficiente silencio como para que él la observara
atentamente.
—¿Estás bien?
—Sí. —Definitivamente no, entonces.
—El silencio a veces me molesta —admitió ella.
—Te invité al bar.
—No quería ir a un bar con un montón de triarii.
—¿Por qué no?
Ella lo miró de soslayo.
—Soy una civil. No podrían relajarse.
Hunt abrió la boca para negarlo, pero ella le dio una mirada.
—Bien —admitió él—. Tal vez.
Caminaron unos pasos en silencio.
—Podrías volver a beber, sabes. Ese ángel de aspecto ominoso que enviaste a
cuidarme puede ocuparse del trabajo.
—Naomi se fue.
—Ella luce intensa.
—Lo es.
Bryce le lanzó una sonrisa.
—¿Ustedes dos…?
—No. —Aunque Naomi lo había insinuado en alguna ocasión—. Eso
complicaría las cosas.
—Mmm.
—¿Ibas a encontrarte con tus amigos?
Ella sacudió su cabeza.
—Solo hay una amiga en estos días, Athalar. Y ella está demasiado ocupada.
—Entonces saliste sola. ¿A hacer qué?
—Caminar por este jardín.
—Sola.
—Sabía que enviarías una niñera.
Hunt se movió antes de que pudiera pensar, agarrando su codo.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Es aquí donde comienzas a gritar?
Un rayo crujió en el cielo y resonó en sus venas mientras se acercaba y
ronroneaba:
—¿Quieres que grite, Bryce Quinlan?
Su garganta se movía, sus ojos brillaban con fuego dorado.
—¿Tal vez?
Hunt soltó una risa baja. Él no trató de detener el calor que lo inundó.
—Eso puede hacerse.
Todo su enfoque se redujo a la boca de ella. Al sonrojo que floreció sobre sus
mejillas pecosas, invitándolo a probar cada centímetro rosa.
Nadie y nada existían excepto esto, excepto ella.
Nunca escuchó crujir los arbustos detrás de él. Nunca escuchó crujir las ramas.
No hasta que el kristallos se estrelló contra él y le clavó los dientes en el hombro.
46
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

El kristallos se estrelló contra Hunt con la fuerza de un auto enorme.


Bryce sabía que él tenía tiempo suficiente para sacar un arma o empujarla fuera
del camino. Hunt la eligió a ella.
Ella golpeó el asfalto a varios metros de él, sus huesos ladrando y se
congeló. Ángel y demonio cayeron, el kristallos inmovilizó a Hunt con un rugido que
hizo temblar el jardín nocturno.
Era peor. Mucho peor que esa noche.
La sangre roció el lugar, y un cuchillo brilló cuando Hunt lo sacó de su funda y
lo hundió en la piel grisácea, casi translúcida de la cosa.
Rayos envolvieron las manos de Hunt y se desvanecieron en la oscuridad.
La gente gritaba y corría por el camino, llantos que decían ¡Corre! resonaban a
través de la flora resplandeciente. Bryce apenas los escuchó mientras se ponía de
rodillas.
Hunt rodó, apartando a la criatura de él y hacia el camino, liberando su cuchillo
en el proceso. Sangre goteó por la hoja cuando Hunt la inclinó delante de él, con el
brazo destrozado extendido para proteger a Bryce. Un rayo estalló y chisporroteó
en la punta de sus dedos.
—Pide refuerzos —jadeó él sin apartar la atención del demonio, que dio un
paso, una mano con garras, garras cristalinas que brillaban, yendo a la herida a su
lado.
Nunca había visto algo así. Una cosa tan sobrenatural, tan primitiva y furiosa. Su
recuerdo de aquella noche estaba empañado de rabia, dolor y drogas, así que esto,
lo real, sin diluir...
Bryce tomó su teléfono, pero la criatura se lanzó hacia Hunt.
La espada del ángel encontró su objetivo. No hizo diferencia.
Nuevamente cayeron, y Hunt gritó cuando las mandíbulas del demonio
envolvieron su antebrazo y lo aplastó.
Sus rayos se extinguieron por completo.
Moverse. Moverse, ella tenía que moverse...
El puño libre de Hunt se estrelló contra el rostro de la criatura lo
suficientemente fuerte como para romper huesos, pero los dientes permanecieron
pegados a él.
Esta cosa lo inmovilizó tan fácilmente. ¿Le había hecho exactamente esto a
Danika? ¿La rompió y partió en pedazos?
Hunt gruñó, con el ceño fruncido por el dolor y la concentración. Sus rayos se
habían desvanecido. Ni un parpadeo se elevó de nuevo.
Cada parte de ella se sacudió.
Hunt golpeó el rostro del demonio nuevamente.
—Bryce…
Ella se puso en movimiento. No en busca de su teléfono, sino por el arma
enfundada en la cadera de Hunt.
El demonio ciego la sintió, sus fosas nasales se dilataron cuando sus dedos se
envolvieron alrededor de la pistola. Ella quitó el seguro, levantándola mientras se
enderezaba.
La criatura soltó el brazo de Hunt y saltó hacia ella. Bryce disparó, pero
demasiado lento. El demonio se lanzó a un lado, esquivando la bala. Bryce retrocedió
mientras la cosa rugía y saltaba hacia ella otra vez.
Su cabeza giró hacia un lado, sangre clara rociando como lluvia mientras un
cuchillo se incrustaba hasta la empuñadura justo por encima de su boca.
Hunt volvió a atacarlo, extrajo otro cuchillo largo de un panel oculto por la parte
posterior de su traje de batalla y hundió la hoja directamente en el cráneo y hacia la
columna vertebral.
La criatura luchó, chasqueando su mandíbula hacia Bryce, sus dientes claros
manchados de rojo con la sangre de Hunt. Había terminado de alguna manera en el
pavimento y se arrastró hacia atrás mientras intentaba arremeter contra ella. No lo
logró, ya que Hunt envolvió sus manos alrededor de la hoja y la retorció.
El sonido de su cuello cortado fue amortiguado por los árboles cubiertos de
musgo.
Bryce todavía apuntó con la pistola.
—Apártate.
Hunt soltó su agarre, dejando que la criatura cayera en el camino cubierto de
musgo. Su lengua negra colgaba de su boca de colmillos claros.
—Por si acaso —dijo Bryce, y disparó. Ella no falló esta vez.
Las sirenas aullaron y las alas llenaron el aire. Un zumbido resonó en su cabeza.
Hunt retiró su espada del cráneo de la criatura y la bajó con un poderoso
movimiento. La cabeza cortada cayó. Hunt volvió a moverse y la cabeza se partió por
la mitad. Luego en cuartos.
Otro golpe y el odioso corazón también fue destrozado. La sangre clara goteaba
por todas partes, como un vial derramado.
Bryce miró y miró su cabeza arruinada, el cuerpo horrible y monstruoso.
Poderosas formas aterrizaron entre ellos, ese malakh de alas negras
instantáneamente al lado de Hunt.
—Santa mierda, Hunt, qué…
Bryce apenas oyó las palabras. Alguien la ayudó a levantarse. Una luz azul se
encendió y una pantalla mágica abarcó el lugar, bloqueándolos de la vista de
cualquiera que aún no hubiera huido. Ella debería haber estado gritando, debería
haber estado saltando hacia el demonio, destrozando su cadáver con sus propias
manos. Pero solo un silencio atronador llenó su cabeza.
Miró alrededor del parque, estúpidamente y lentamente, como si pudiera ver a
Sabine allí.
Hunt gimió y ella giró cuando él cayó de bruces al suelo. El ángel de alas oscuras
lo atrapó, su poderoso cuerpo soportando fácilmente su peso.
—¡Consigue una medwitch ahora!
Su hombro derramaba sangre. Al igual que su antebrazo. Sangre y una especie
de baba plateada.
Ella conocía el ardor de esa viscosidad, era como el fuego vivo.
Una cabeza con elegantes rizos negros, y Bryce parpadeó cuando una joven con
curvas en un traje azul de medwitch desenganchó la bolsa sobre su pecho y se
deslizó de rodillas junto a Hunt.
Él estaba inclinado con una mano en su antebrazo y jadeando fuertemente. Sus
alas grises se hundieron, salpicadas de sangre clara y roja.
La medwitch le preguntó algo, la insignia de la escoba y la campana en su brazo
derecho captando la luz azul de las pantallas. Sus manos no vacilaron mientras
usaba un par de pinzas para extraer lo que parecía ser un pequeño gusano de un
frasco de vidrio lleno de musgo húmedo y colocarlo en el antebrazo de Hunt.
Él hizo una mueca y mostró sus dientes.
—Está chupando el veneno —explicó una voz femenina al lado de Bryce. El
ángel hembra de alas oscuras. Naomi. Ella apuntó con un dedo tatuado en dirección
de Hunt—. Son sanguijuelas mitridadas.
El cuerpo negro de la sanguijuela se hinchó rápidamente. La medwitch colocó
otra en la herida del hombro de Hunt. Luego otra en su antebrazo.
Bryce no dijo nada.
El rostro de Hunt estaba pálido y sus ojos cerrados mientras parecía
concentrarse en su respiración.
—Creo que el veneno anuló mi poder. Tan pronto como me mordió... —Siseó
ante cualquier agonía que atravesara su cuerpo—. No pude convocar mi rayo.
El reconocimiento la sacudió. Explicaba mucho. Por qué el kristallos había
podido atrapar a Micah, para empezar. Si hubiera emboscado al Arcángel y le
hubiera dado un buen mordisco, él habría quedado solo con fuerza física. Micah
probablemente nunca se habría dado cuenta de lo que pasó. Probablemente lo había
descartado como conmoción o la rapidez del ataque. Quizás la mordedura había
anulado la fuerza sobrenatural de Danika y de la Manada de Demonios también.
—Oye. —Naomi puso una mano sobre el hombro de Bryce—. ¿Estás lastimada?
La medwitch despegó una sanguijuela del hombro de Hunt, la arrojó al frasco
de vidrio y luego la reemplazó por otra. Una luz pálida envolvió sus manos mientras
evaluaba las otras heridas de Hunt, luego comenzó el proceso de curarlas. No se
molestó con los viales que brillaban en su bolso, una cura para muchos males. Como
si prefiriera usar la magia en sus propias venas.
—Estoy bien.
El cuerpo de Hunt podría haber sido capaz de curarse a sí mismo, pero habría
tardado más. Con el veneno en esas heridas, Bryce sabía muy bien que realmente no
podría sanar en absoluto.
Naomi se pasó una mano por el cabello.
—Deberías dejar que la medwitch te examine.
—No.
Sus ojos de ónix se agudizaron.
—Si Hunt puede dejar que la medwitch trabaje en él, entonces tú…
Un vasto poder frío estalló a través del lugar, el jardín, todo ese área. Naomi se
giró cuando Micah aterrizó. Se hizo el silencio, todos retrocedieron mientras el
Arcángel rondaba hacia el demonio caído y Hunt.
Naomi fue la única con las suficientes bolas para acercarse a él.
—Estaba de guardia justo antes de que llegara Hunt y no había señales de...
Micah pasó de ella, con los ojos clavados en el demonio. La medwitch, para su
crédito, no detuvo su trabajo, pero Hunt logró levantar la cabeza para enfrentar el
interrogatorio de Micah.
—Que pasó.
—Emboscada —dijo Hunt, su voz grave.
Las alas blancas de Micah parecían brillar con poder. Y a pesar de todo el
silencio en la cabeza de Bryce, toda la distancia que ahora sentía entre su cuerpo y
lo que quedaba de su alma, dio un paso adelante. Y por un Hel esto pondría en
peligro el trato de Micah con Hunt.
—Salió de las sombras —dijo Bryce.
El Arcángel rastrilló sus ojos sobre ella.
—¿A cuál de ustedes atacó?
Bryce señaló a Hunt.
—A él.
—¿Y quién de ustedes lo mató?
—Él. —Bryce comenzó a repetir, pero Hunt interrumpió—: Fue un esfuerzo
conjunto. —Bryce le lanzó una mirada para que se callara, pero Micah ya había
girado hacia el cadáver del demonio. Lo tocó con la bota, frunciendo el ceño.
—No podemos dejar que la prensa se entere de esto —ordenó Micah—. O los
otros que vienen a la Cumbre. —La parte no dicha de esa declaración quedó
implícita. Que Sandriel no escuche ni una palabra.
—Lo mantendremos fuera de las noticias —prometió Naomi.
Pero Micah sacudió la cabeza y extendió una mano.
Antes de que Bryce pudiera parpadear, una llama blanca estalló alrededor del
demonio y su cabeza. En un segundo, no era más que ceniza.
Hunt comenzó a hablar.
—Necesitábamos examinarlo en busca de evidencia...
—Sin prensa —dijo Micah, luego se volvió hacia un grupo de comandantes
ángeles.
La medwitch comenzó a quitarle las sanguijuelas y vendar a Hunt. Cada una de
las tiras de seda estaba impregnada de su poder, haciendo que la piel y el músculo
se unieran y evitando la infección. Se disolverían una vez que las heridas hubieran
cicatrizado, como si nunca hubieran existido.
La pila de cenizas todavía estaba allí, burlonamente suave considerando el
verdadero terror que había provocado el kristallos. ¿Había sido este demonio el que
mató a Danika, o simplemente uno de los miles que esperaban al otro lado de la
Grieta del Norte?
¿Estaba el Cuerno aquí, en este parque? ¿Ella se había acercado de alguna
manera sin saberlo? O tal vez quien sea que los estuviera buscando, ¿Sabine?,
simplemente envió al kristallos como otro mensaje. No estaban cerca de Moonwood,
pero las patrullas de Sabine merodeaban por toda la ciudad.
El aguijón de la pistola mordía las palmas de Bryce, su contragolpe zumbando
en sus huesos.
La medwitch se quitó los guantes ensangrentados. Un crepitar de relámpagos
en los nudillos de Hunt mostró su poder de regreso.
—Gracias —dijo él a la bruja, quien lo desestimó. En unos segundos, ella había
empacado las sanguijuelas hinchadas de veneno en sus frascos y salido de detrás de
las pantallas mágicas.
La mirada de Hunt se encontró con la de Bryce. Las cenizas y los ocupados
oficiales y guerreros a su alrededor se desvanecieron en un ruido blanco.
Naomi se acercó, con la trenza balanceándose detrás de ella.
—¿Por qué a ti?
—Todo el mundo quiere morderme —dijo Hunt esquivamente.
Naomi les dio a ambos una mirada que le dijo a Bryce que no se lo creía ni por
un segundo, y se alejó para hablar con una hembra Fae del Aux.
Hunt intentó ponerse de pie y Bryce intervino para ofrecerle una mano. Él
sacudió la cabeza, haciendo una mueca mientras apoyaba una mano en su rodilla y
se levantaba.
—Creo que pusimos nerviosa a Sabine —dijo él—. Ella debe haber descubierto
que estamos sobre ella. Esto fue una advertencia como el atentado del club o un
intento fallido de solucionar un problema como lo hizo con la acólita y el guardia.
Ella no respondió. Pasó un viento que agitó las cenizas.
—Bryce. —Hunt se acercó, sus ojos oscuros estaban despejados a pesar de su
lesión.
—No tiene ningún sentido —susurró ella al fin—. Tú… lo matamos tan rápido.
Hunt no respondió, dándole el espacio para pensarlo y decirlo.
—Danika era fuerte. Connor era fuerte. Cualquiera de ellos podría haber
matado a este demonio y haber salido caminando. Pero toda la Manada de Demonios
estaba allí esa noche. Incluso si su veneno anulara algunos de sus poderes, toda la
manada podría haber... —dijo ella y su garganta se apretó.
—Ni siquiera Mic... —Hunt se contuvo, mirando hacia el Arcángel que todavía
hablaba con los comandantes a un lado—. No salió ileso del ataque.
—Pero yo lo hice. Dos veces con este.
—Tal vez tiene algo de debilidad por los Fae.
Ella sacudió su cabeza.
—No lo creo. Es solo que... no cuadra.
—Lo expondremos todo mañana. —Hunt asintió hacia Micah—. Creo que esta
noche demostró que es hora de contarle nuestras sospechas sobre Sabine.
Ella iba a vomitar. Pero asintió en respuesta.
Esperaron hasta que la mayoría de los comandantes de Micah se hubieran ido a
sus diversas tareas antes de acercarse, Hunt haciendo una mueca con cada paso.
—Tenemos que hablar contigo —gruñó Hunt.
Micah solo se cruzó de brazos. Y luego Hunt, enérgica y eficientemente, le dijo.
Sobre el Cuerno, sobre Sabine, sobre sus sospechas. Sobre la posible reparación del
Cuerno, aunque todavía no sabían por qué ella querría o necesitaría abrir un portal
a otro mundo.
Los ojos de Micah pasaron de estar molestos a enfurecerse a ser completamente
glaciales.
Cuando Hunt terminó, el gobernador miró entre ellos.
—Se necesita más evidencia.
—La conseguiremos —prometió Hunt.
Micah los examinó, su rostro oscuro como el Foso.
—Vengan a mí cuando tengan pruebas concretas. O si encuentran ese Cuerno. Si
alguien se ha tomado tantas molestias al respecto, hay una muy buena posibilidad
de que hayan encontrado una manera de repararlo. No pondré esta ciudad en
peligro por una perra hambrienta de poder. —Bryce podría haber jurado que las
espinas tatuadas en la frente de Hunt se oscurecieron cuando los ojos de él se
encontraron con los del Arcángel—. No me jodas esto, Athalar. —Sin una palabra
más, batió sus alas y se disparó al cielo nocturno.
Hunt dejó escapar su aliento, mirando la pila de cenizas.
—Imbécil.
Bryce se pasó las manos por los brazos. Los ojos de Hunt se dirigieron hacia ella,
notando el movimiento. El frío arrastrándose sobre ella que no tenía nada que ver
con la noche de primavera. O la tormenta que estaba a unos instantes de desatarse.
—Vámonos —dijo él suavemente, girando su brazo lesionado para probar su
fuerza—. Creo que puedo manejar llevarnos de regreso a tu casa.
Ella inspeccionó al equipo ocupado, los cambiaformas que hacían seguimiento
ya se movían hacia los árboles para buscar huellas antes de que la lluvia las borrara.
—¿No necesitamos responder preguntas?
Él extendió una mano.
—Saben dónde encontrarnos.
Ruhn llegó al jardín nocturno momentos después de que su hermana y Athalar
se fueran, según Naomi Boreas, capitana de infantería de la 33ra. El ángel que no
toma mierda de nadie simplemente había dicho que ambos estaban bien, y se giró
para recibir una actualización de un capitán de unidad bajo su mando.
Todo lo que quedaba del kristallos era una mancha quemada y unas gotas
rociadas de sangre clara, como agua de lluvia con cuentas sobre las piedras y el
musgo.
Ruhn se acercó a una roca tallada justo fuera del camino. En cuclillas, liberó el
cuchillo en su bota y apuntó la hoja hacia una salpicadura de sangre inusual que se
aferraba a un musgo.
—Yo no haría eso.
Conocía esa voz clara, su cadencia constante y tranquila. Miró por encima de su
hombro para encontrar a la medwitch que estaba detrás de él, con el cabello oscuro
y rizado suelto alrededor de su rostro llamativo. Pero sus ojos estaban sobre la
sangre.
—Su veneno reside en su saliva —dijo—, pero no sabemos qué otros horrores
podría haber en la sangre.
—No ha afectado al musgo —dijo.
—Sí, pero este fue un demonio criado para propósitos específicos. Su sangre
puede ser inofensiva para la vida no consciente, pero puede ser peligrosa para todo
lo demás.
Ruhn se quedó quieto.
—¿Reconociste al demonio?
La bruja parpadeó, como si la hubieran atrapado.
—Tuve tutores muy viejos, como dije. Me exigieron que estudiara textos
antiguos.
Ruhn se puso de pie.
—Podrías habernos venido bien hace años.
—No había completado mi entrenamiento en ese entonces. —Una no
respuesta. El ceño de Ruhn se frunció. La bruja dio un paso atrás—. Estaba
pensando, Príncipe —dijo ella, continuando su retiro—. Sobre lo que me pediste. Lo
investigué y tiene algo de... potencial. Tengo que dejar la ciudad por unos días para
atender un asunto personal, pero cuando regrese y lo revise por completo, te lo
enviaré.
—¡Ruhn! —El grito de Flynn atravesó el caos del equipo de investigación a su
alrededor.
Ruhn miró por encima del hombro para decirle a su amigo que esperara dos
malditos segundos, pero el movimiento de la bruja llamó su atención.
Él no había visto la escoba que ella había guardado al lado del árbol, pero
ciertamente la vio ahora cuando ella se disparó hacia el cielo nocturno, su cabello
era una cortina oscura detrás de ella.
—¿Quién era esa? —preguntó Flynn, señalando a la bruja desapareciendo a lo
lejos.
—No lo sé —dijo Ruhn en voz baja, mirándola fijamente en la noche.
47
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

La tormenta vino cuando ellos estaban a dos cuadras del edificio de Bryce,
empapándolos en segundos. El dolor atravesó el antebrazo y el hombro de Hunt
cuando aterrizaron en el techo, pero se lo tragó. Bryce seguía temblando, su rostro
lo suficientemente distante como para que él no la soltara de inmediato cuando la
dejó sobre los azulejos empapados de lluvia.
Ella lo miró cuando sus brazos permanecieron alrededor de su cintura.
Hunt no pudo evitar el movimiento de su pulgar cuando le rozó las costillas. No
pudo evitar hacerlo por segunda vez.
Ella tragó saliva y él siguió cada movimiento de su garganta. La gota de lluvia
que corría sobre su cuello, su pulso latía delicadamente debajo de él.
Antes de que él pudiera reaccionar, ella se inclinó hacia adelante y lo abrazó. Lo
sostuvo con fuerza.
—Esta noche apestó —dijo ella contra su pecho empapado.
Hunt deslizó sus brazos alrededor de ella, deseando que su calor entrara en su
cuerpo tembloroso.
—Lo hizo.
—Me alegro de que no estés muerto.
Hunt se rio entre dientes y se permitió enterrar el rostro en el cuello de ella.
—Yo también.
Los dedos de Bryce se movieron contra su espalda, exploradores y
gentiles. Cada uno de sus sentidos se redujo a ese toque. Rugieron a la vida.
—Deberíamos salir de la lluvia —murmuró ella.
—Deberíamos —respondió él. Y no hizo ningún movimiento.
—Hunt.
No podía decir si su nombre era una advertencia o una solicitud o algo más. No
le importó cuando rozó su nariz contra la columna de su cuello, que estaba
resbaladiza por la lluvia. Joder, ella olía bien.
Lo hizo de nuevo, incapaz de evitarlo o de tener suficiente olor. Ella levantó un
poco la barbilla. Solo lo suficiente para exponer más su cuello.
Hel, sí. Hunt casi gruñó las palabras mientras se dejaba acariciar ese cuello
suave y delicioso, tan codicioso como un maldito vampiro por estar allí, olerla,
saborearla.
Sobrepasó cada instinto, cada recuerdo doloroso, cada voto que él había jurado.
Los dedos de Bryce se apretaron en su espalda y luego lo comenzaron a
acariciar. Él casi ronroneó.
No se permitió pensar, no mientras pasaba los labios por el lugar donde había
olfateado. Ella se arqueó ligeramente contra él. Hacia la dureza que dolía detrás del
cuero reforzado de su traje de batalla.
Tragando otro gemido contra su cuello, Hunt apretó sus brazos alrededor del
cálido y suave cuerpo de ella, y deslizó sus manos hacia abajo, hacia ese perfecto y
dulce trasero que lo había torturado desde el primer día, y…
La puerta de metal al techo se abrió. Hunt ya tenía su arma desenfundada y
apuntando hacia ella cuando Sabine salió y gruñó:
—Jodidamente retrocede.
48
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

Hunt sopesó sus opciones con cuidado.


Él tenía una pistola apuntando a la cabeza de Sabine. Ella tenía una pistola
apuntando al corazón de Bryce.
¿Quién era más rápido? La pregunta zumbó en su cráneo.
Bryce obedeció la orden de Sabine con las manos en alto. Hunt solo pudo
seguirla, caminando detrás de Bryce para que ella se apoyara contra su pecho, para
que él pudiera pasar su mano libre alrededor de su cintura, sujetándola contra
él. ¿Podría saltar al aire lo suficientemente rápido como para evitar una bala?
Bryce no sobreviviría a un disparo a corta distancia al corazón. Estaría muerta
en segundos.
Bryce se las arregló para preguntar a través de la lluvia:
—¿Dónde está tu pequeño amigo demonio?
Sabine pateó la puerta del techo para cerrarla. Las cámaras habían sido
desactivadas, se dio cuenta. Tenían que estarlo, o la legión ya estaría aquí, después
de haber sido avisados por Marrin. Las cámaras tenían que estar reproduciendo
imágenes inofensivas, tal como había hecho en el Templo de Luna. Lo que significaba
que nadie, absolutamente nadie, sabía lo que estaba sucediendo.
Hunt lentamente comenzó a levantar su brazo bueno por el cuerpo tembloroso
y empapado de Bryce.
Sabine escupió.
—Ni siquiera jodidamente lo pienses, Athalar.
Él detuvo su brazo antes de que pudiera cubrir los senos de Bryce y su corazón
latiendo debajo de ellos. Su traje de batalla tenía suficiente armadura para desviar
una bala. Absorber el impacto. Mejor que él pierda un brazo que podría volver a
crecer a que ella...
No podía pensar la última palabra.
Sabine siseó:
—Te dije que te mantuvieras alejada de esto. Pero no podías escuchar, tenías
que ir a la Guarida y hacer preguntas que no tienes derecho a hacer —siseó Sabine
—Estábamos haciendo esas preguntas porque mataste a Danika, maldita
psicópata —gruñó Bryce.
Sabine se quedó completamente quieta. Casi tan quieta como los Fae podían
estarlo.
—¿Crees que hice qué?
Hunt sabía que Sabine llevaba todas las emociones en su rostro y nunca se había
molestado en ocultarlas. Su sorpresa fue genuina. La lluvia goteaba de los ángulos
angostos de su rostro mientras ella gritaba:
»¿Crees que maté a mi propia hija?
Bryce estaba temblando tanto que Hunt tuvo que apretar más su agarre, y ella
espetó:
—La mataste porque iba a ocupar tu lugar como futura Prime, robaste el Cuerno
para socavarla, y has estado usando ese demonio para matar a cualquiera que te
haya visto y humillar a Micah antes de la Cumbre...
Sabine se echó a reír, baja y hueca.
—Qué mierda más tonta.
—Borraste el video de la noche del robo del Cuerno en el templo. Lo tenemos
confirmado. Nos mentiste sobre Danika estando allí esa noche. Y despotricabas
porque tu hija no mantenía la boca cerrada la noche que murió. Todo lo que
necesitamos para demostrar que mataste a Danika es atarte al kristallos —gruñó
Hunt.
Sabine bajó su arma y volvió a ponerle el seguro. Ella tembló con rabia apenas
contenida.
—No robé nada, estúpidos de mierda. Y no maté a mi hija.
Hunt no se atrevió a bajar su arma. No se atrevió a soltar a Bryce.
No mientras Sabine decía, fría y sin alegría:
—La estaba protegiendo. Danika robó el Cuerno.
49
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

—Danika no robó nada —susurró Bryce, frío sacudiéndose a través de ella. Solo
el brazo de Hunt alrededor de su cintura la mantenía erguida, el cuerpo de él era una
cálida pared a su espalda.
Los ojos marrón claro de Sabine, del mismo tono que los Danika habían sido,
pero carentes de su calor, eran despiadados.
—¿Por qué crees que cambié el video? Ella pensó que el apagón la ocultaría,
pero fue demasiado tonta para considerar que podría haber un audio que continuara
grabando cada uno de sus pasos mientras dejaba su puesto para robar el Cuerno,
luego reapareció un minuto después, volviendo a patrullar, como si no hubiera
escupido en la cara de nuestra diosa. Si ella causó el apagón para robarlo o si
aprovechó la oportunidad para otra cosa, no lo sé.
—¿Por qué lo tomaría? —Bryce apenas podía pronunciar las palabras.
—Porque Danika era una mocosa que quería ver con qué podía salirse con la
suya. Tan pronto como recibí la alerta de que el Cuerno había sido robado, miré los
videos e intercambié las imágenes en cada base de datos. —La sonrisa de Sabine era
cruel—. Limpié su desastre, tal como lo hice durante toda su vida. Y ustedes dos, al
hacer sus preguntas, han amenazado la pizca de legado que ella dejará.
Las alas de Hunt se abrieron ligeramente.
—Enviaste a ese demonio a por nosotros esta noche…
Las pálidas cejas de Sabine se juntaron.
—¿Qué demonio? He estado esperándolos aquí toda la noche. Pensé en su
estúpida visita a mi Guarida, y decidí que necesitaban un recordatorio real para que
se queden un Hel fuera de este caso. —Ella enseñó los dientes—. Amelie Ravenscroft
está de pie al otro lado de la calle, esperando hacer la llamada si te sales de línea,
Athalar. Ella dice que ustedes dos estaban haciendo todo un espectáculo hace un
momento. —Les dio una sonrisa viciosa y conocedora.
Bryce se sonrojó y dejó que Hunt mirara para confirmar. Por la forma en que se
tensó, ella sabía que era verdad.
»Y en cuanto a lo que dije la noche que ella murió: Danika no podía mantener la
boca cerrada, sobre nada. Yo sabía que había robado el Cuerno, y sabía que
probablemente alguien la había matado por eso porque ella no podía mantenerse
callada —dijo Sabine y soltó otra risa fría—. Todo lo que hice fue para proteger a mi
hija. Mi imprudente y arrogante hija. Todo lo que tú hiciste fue alentar lo peor de
ella.
El gruñido de Hunt aquietó la noche.
—Cuidado, Sabine.
Pero la Alfa solo resopló.
—Te arrepentirás de haberte metido conmigo. —Caminó hacia el borde del
techo, su poder vibraba con un leve resplandor a su alrededor mientras evaluaba el
mismo salto que Bryce había considerado tan estúpidamente hace un año y
medio. Solo que Sabine podría aterrizar con gracia en el pavimento. Sabine miró
hacia atrás sobre un hombro delgado, sus dientes alargados brillaban mientras
decía—: No maté a mi hija. Pero si pones en peligro su legado, te mataré.
Y luego saltó, cambiando con un suave destello de luz a medida que
avanzaba. Hunt corrió hacia el borde, pero Bryce sabía lo que vería: un lobo
aterrizando ligeramente en el pavimento y alejándose en la oscuridad.
50
Traducido por Andie
Corregido por Catt

Hunt no se dio cuenta de lo mal que la bomba de Sabine había golpeado a Bryce
hasta la mañana siguiente. Ella no corrió. Casi no se levantó a tiempo para el trabajo.
Bebió una taza de café, pero rechazó los huevos que él hizo. Apenas le dijo tres
palabras. Sabía que ella no estaba enojada con él. Sabía que solo estaba... procesando.
Si ese procesamiento también tenía que ver con lo que habían hecho en el techo,
no se atrevió a preguntar. No era el momento. A pesar de que tuvo que tomar una
fría, fría ducha después. Y tomar el asunto en sus propias manos. Fue con el rostro
de Bryce, el recuerdo de su olor y ese gemido que hizo cuando se arqueó contra él,
con lo que él se había corrido lo suficientemente fuerte como para haber visto
estrellas.
Pero era la menor de sus preocupaciones, esta cosa entre ellos. Lo que sea que
fuera.
Afortunadamente, nada se había filtrado a la prensa sobre el ataque en el
parque.
Bryce apenas habló después del trabajo. Él le había hecho la cena y ella movió
en el plato, luego se había ido a dormir antes de las nueve. Estaba seguro como la
mierda de que no hubo más abrazos que los llevaran a acariciarse.
El día siguiente fue igual. Y el siguiente.
Estaba dispuesto a darle espacio. Los dioses sabían que a veces él lo necesitaba.
Cada vez que mataba por Micah, él lo necesitaba.
Sabía mejor que sugerir que Sabine podría estar mintiendo, ya que no había una
persona más fácil de acusar que una muerta. Sabine era un monstruo, pero Hunt
nunca la había conocido por ser mentirosa.
La investigación estaba llena de callejones sin salida, y Danika había muerto,
¿por qué? Por un artefacto antiguo que no funcionaba. Que no había funcionado en
quince mil años y nunca lo volvería a hacer.
¿La propia Danika había querido reparar y usar el Cuerno? Aunque por qué, no
tenía idea.
Sabía que esos pensamientos pesaban en Bryce. Durante cinco malditos días,
apenas comió. Simplemente fue a trabajar, dormir y volver a trabajar.
Todas las mañanas le preparaba el desayuno. Todas las mañanas ella ignoraba
el plato que él le había tendido.
Micah llamó solo una vez, para preguntar si habían obtenido pruebas de Sabine.
Hunt simplemente había dicho:
—Era un callejón sin salida. —Y el Gobernador había colgado, su rabia por el
caso sin resolver era palpable.
Eso había sido hace dos días. Hunt seguía esperando que cayera el otro zapato.
—Pensé que la caza de armas antiguas y mortales sería emocionante —dijo
Lehabah quejándose desde donde estaba sentada en su pequeño diván, medio
mirando televisión realmente aburrida.
—Yo también —murmuró Bryce.
Hunt levantó la vista del informe de evidencia que había estado leyendo y
estaba a punto de responder cuando sonó el timbre de la puerta. El rostro de Ruhn
en el monitor conectado a la cámara, y Bryce dejó escapar un suspiro muy largo
antes de dejarlo entrar silenciosamente.
Hunt giró su rígido hombro. Su brazo todavía latía un poco, un eco del veneno
letal que había arrancado su magia directamente de su cuerpo.
Las botas negras del príncipe aparecieron en los escalones alfombrados verdes
segundos después, aparentemente dando con su ubicación gracias a la puerta
abierta de la biblioteca. Lehabah cruzó el espacio instantáneamente, dejando
chispas en su estela, mientras sonreía y decía:
—¡Su Alteza!
Ruhn le ofreció una media sonrisa, sus ojos dirigiéndose directamente a
Quinlan. No se perdieron nada del cansancio tranquilo y melancólico. O el tono en la
voz de Bryce cuando dijo:
—¿A qué debemos este placer?
Ruhn se sentó frente a ellos en la mesa cubierta de libros. La espada Estrellada
que cubría su espalda no reflejó las luces de la biblioteca.
—Quería ponerme en contacto. ¿Algo nuevo?
Ninguno de los dos le había contado sobre Sabine. Y aparentemente Declan
tampoco.
—No —dijo Bryce—. ¿Algo sobre el Cuerno?
Ruhn ignoró su pregunta.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Ella se enderezó.
Ruhn parecía listo para discutir con su prima, por lo que Hunt les hizo un favor
a ambos, y a él mismo, si era honesto, y dijo:
—Hemos estado esperando un contacto de Muchas Aguas para que nos reporte
sobre un posible patrón con los ataques del demonio. ¿Has encontrado alguna
información sobre los kristallos que anulan la magia? —Días después, no podía dejar
de pensar en eso, cómo había sentido su poder solo chisporrotear y morir en sus
venas.
—No. Todavía no he encontrado nada sobre la creación de los kristallos, excepto
que fue hecho de la sangre del primer Príncipe Nacido de la Estrella y de la esencia
del mismo Devorador de Estrellas. Nada que diga que anula la magia. —Ruhn
asintió—. ¿Nunca te has encontrado con un demonio que pueda hacer eso?
—Ni uno. Los hechizos de brujas y las piedras gorsianas anulan la magia, pero
esto fue diferente. —Él había tratado con ambos. Antes de atarlo usando la tinta de
brujas en su frente, lo habían encadenado con esposas talladas con piedras gorsianas
de las montañas Dolos, un metal raro cuyas propiedades adormecían el acceso a la
magia.
Eran utilizadas en enemigos de alto perfil del imperio; la propia Hind era
particularmente aficionada a usarlas cuando ella y sus interrogadores quebraban a
los Vanir de los espías y líderes rebeldes. Pero durante años, los rumores se habían
arremolinado en el cuartel de la 33ra, que los rebeldes estaban experimentando con
formas de convertir el metal en un aerosol que podría desatarse sobre los guerreros
Vanir en los campos de batalla.
Ruhn señaló el antiguo libro que había dejado sobre la mesa días atrás, todavía
abierto en un pasaje sobre el Fae Nacido de la Estrella.
—Si el Devorador de Estrellas puso su esencia en los kristallos, eso es
probablemente lo que le dio al demonio la capacidad de comer magia. Así como la
sangre del Príncipe Pelias le dio la capacidad de buscar el Cuerno.
Bryce frunció el ceño.
—¿Entonces ese sentido tuyo del Elegido no ha detectado un rastro del Cuerno?
Ruhn tiró del anillo plateado a través de su labio inferior.
—No. Pero esta mañana recibí un mensaje de una medwitch que conocí el otro
día, la que atendió a Hunt en el jardín nocturno. Es poco probable, pero ella
mencionó que hay un medicamento relativamente nuevo en el mercado que está
empezando a usarse. Es una magia curativa sintética. —Hunt y Bryce se
enderezaron—. Puede tener algunos efectos secundarios perversos si no se controla
cuidadosamente. No tenía acceso a su fórmula exacta ni a los ensayos, pero dijo que
la investigación demostró que es capaz de curar a tasas casi el doble que las de
primera luz.
—¿Crees que algo así podría reparar el Cuerno? —preguntó Bryce.
—Es una posibilidad. Encajaría con ese estúpido acertijo sobre la luz que no es
luz, magia que no es magia para reparar el Cuerno. Eso es más o menos lo que es un
compuesto sintético.
Ella parpadeó.
—¿Y está... disponible?
—Al parecer, entró al mercado en algún momento de los últimos años. Nadie lo
ha probado en objetos inanimados, pero ¿quién sabe? Si la magia real no puede
curarlo, tal vez un compuesto sintético podría.
—Nunca he oído hablar de magia sintética —dijo Hunt.
—Yo tampoco —admitió Ruhn.
—Entonces tenemos una manera potencial de reparar el Cuerno —reflexionó
Bryce —, pero no el Cuerno en sí. —Ella suspiró—. Y todavía no sabemos si Danika
robó el Cuerno como una broma o con algún propósito real.
Ruhn se sobresaltó.
—¿Danika hizo qué?
Bryce hizo una mueca y luego le contó al príncipe todo lo que habían aprendido.
Cuando terminó, Ruhn se recostó en su silla, con la conmoción escrita en cada línea
de su rostro.
—Independientemente de si Danika robó el Cuerno por diversión o para hacer
algo con él, el hecho es que lo robó —dijo Hunt en el silencio del lugar.
—¿Crees que ella lo quería para sí misma? ¿Para repararlo y usarlo? —preguntó
Ruhn con cuidado.
—No —dijo Bryce en voz baja—. No, Danika podría haberme ocultado cosas,
pero yo conocía su corazón. Nunca habría buscado un arma tan peligrosa como el
Cuerno, algo que pudiera poner en peligro el mundo de esa manera. —Se pasó las
manos por el rostro—. Su asesino todavía está ahí afuera. Danika debe haber tomado
el Cuerno para evitar que lo consiguieran. La mataron por eso, pero no deben
haberlo encontrado, si todavía están usando al kristallos para buscarlo. —Ella agitó
una mano hacia la espada de Ruhn—. ¿Esa cosa no puede ayudarte a encontrarlo?
Todavía creo que atraer al asesino con el Cuerno es probablemente la forma más
segura de encontrarlos.
Ruhn sacudió la cabeza.
—La espada no funciona así. Además de ser exigente con quien la desenvaina,
la espada no tiene poder sin el cuchillo.
—¿El cuchillo? —preguntó Hunt.
Ruhn desenvainó la espada, el metal quejumbroso, y la dejó sobre la mesa entre
ellos. Bryce se echó hacia atrás, lejos de ella, mientras un rayo de luz de estrellas
cantaba y centelleaba en la punta.
—Genial —dijo Hunt, ganándose una mirada de Ruhn, que había alzado una ceja
a Bryce, sin duda esperando algún tipo de reverencia de ella por una espada que era
más antigua que esta ciudad, más antigua que el primer paso de los Vanir en
Midgard.
—La espada era parte de un par —dijo Ruhn—. Se forjó un cuchillo de hoja larga
a partir del iridio extraído del mismo meteorito, el cual cayó sobre nuestro viejo
mundo. —El mundo que los Fae habían dejado para viajar a través de la Grieta del
Norte y llegar a Midgard—. Pero perdimos el cuchillo hace eones. Incluso los
archivos de Fae no tienen registro de cómo podría haberse perdido, pero parece
haber sido en algún momento durante las primeras guerras.
—Es otra de las innumerables profecías tontas de los Fae —murmuró Bryce—.
Cuando el cuchillo y la espada se reúnan, también lo hará nuestra gente.
—Está literalmente tallado sobre la entrada de los Archivos Fae, lo que sea que
esa mierda signifique —dijo Ruhn. Bryce dio una pequeña sonrisa ante eso.
Hunt sonrió. Esa pequeña sonrisa era como ver el sol después de días de lluvia.
Bryce fingió no notar su sonrisa, pero Ruhn le dirigió una mirada aguda a él.
Como si supiera cada cosa sucia que Hunt había pensado sobre Bryce, todo lo
que había hecho para complacerse a sí mismo mientras imaginaba que era su boca
alrededor de él, sus manos, su cuerpo suave.
Mierda, estaba en una mierda tan profunda e interminable.
Ruhn solo resopló, como si él también lo supiera, y volvió a envainar la espada.
—Me gustaría ver los archivos de Fae —suspiró Lehabah—. Piensa en toda esa
historia antigua, todos esos objetos gloriosos.
—Encerrados, solo para que lo vean sus herederos de sangre pura —terminó
Bryce con una mirada aguda a Ruhn.
Ruhn levantó las manos.
—He tratado de hacer que cambien las reglas —dijo—. No he tenido suerte.
—Dejaban entrar a los visitantes en las principales fiestas —dijo Lehabah.
—Solo de una lista aprobada —dijo Bryce—. Y los duendecillos de fuego no
están en ella.
Lehabah rodó sobre su costado, levantando la cabeza con una mano ardiente.
—Me dejarían entrar. Soy descendiente de la Reina Ranthia Drahl.
—Sí, y yo soy la séptima Asteri —dijo Bryce secamente.
Hunt tuvo cuidado de no reaccionar ante el tono. La primera chispa que había
visto en días.
—Lo soy —insistió Lehabah, volviéndose hacia Ruhn—. Era mi bisabuela de
hace seis generaciones, destronada en las Guerras Elementales. Nuestra familia fue
expulsada en favor a...
—La historia cambia cada vez —dijo Bryce a Hunt, cuyos labios se torcieron.
—No lo hace —dijo Lehabah quejándose. Ruhn también estaba sonriendo
ahora—. Tuvimos la oportunidad de recuperar nuestro título, pero mi tatarabuela
fue arrancada de la Ciudad Eternal por…
—Arrancada.
—Sí, arrancada. Por una acusación completamente falsa de tratar de robar el
consorte real de la reina impostora. Se revolvería en sus cenizas si supiera lo que fue
de su último vástago. Poco más que un pájaro en una jaula.
Bryce tomó un sorbo de su agua.
—Este es el punto, muchachos, donde ella les solicita dinero en efectivo para
comprar su libertad.
Lehabah se volvió carmesí.
—Eso no es verdad. —Apuntó con su dedo a Bryce—. Mi bisabuela luchó con
Hunt contra los ángeles, y ese fue el fin de la libertad de toda mi gente.
Las palabras resquebrajaron a Hunt. Todos lo miraron ahora.
—Lo siento. —No tenía otras palabras en su cabeza.
—Oh, Athie —dijo Lehabah, acercándose a él y volviéndose color rosa—. No
quise... —Ella se ahuecó las mejillas en sus manos—. No te culpo a ti.
—Lideré a todos a la batalla. No veo cómo hay alguien más a quien culpar por
lo que le pasó a tu gente a causa de eso. —Sus palabras sonaban tan huecas como se
sentían.
—Pero Shahar te lideró a ti —dijo Danaan, sus ojos azules no perdiéndose nada.
Hunt se erizó ante el sonido de su nombre en los labios del príncipe. Pero se
encontró mirando a Quinlan, para torturarse a sí mismo con el condenado acuerdo
que encontraría en su rostro.
Solo había tristeza allí. Y algo así como comprensión. Como si ella lo viera, así
como él la había visto en esa galería de tiro, marcando cada fragmento roto y sin
importarle los pedazos irregulares. Debajo de la mesa, la punta de su tacón alto rozó
su bota. Una pequeña confirmación de que sí, ella veía su culpa, el dolor, y no le daba
miedo. Su pecho se apretó.
Lehabah se aclaró la garganta y le preguntó a Ruhn:
—¿Alguna vez has visitado los archivos de Fae en Avallen? Escuché que son más
grandiosos que los que trajeron aquí. —Ella hizo girar su rizo de llamas alrededor
de un dedo.
—No —dijo Ruhn. —Pero los Fae en esa isla brumosa son aún menos
acogedores que los de aquí.
—A ellos les gusta acumular toda su riqueza, ¿no? —dijo Lehabah, mirando a
Bryce—. Igual que tú, BB. Solo gastas en ti misma, y nunca en nada lindo para mí.
Bryce quitó el pie.
—¿No te compro shisha de fresa algunas veces?
Lehabah se cruzó de brazos.
—Eso es apenas un regalo.
—Dice la duendecilla que se encierra en esa pequeña cúpula de cristal y la
quema toda la noche y me dice que no la moleste hasta que termine. —Ella se reclinó
en su silla, presumida como un gato, y Hunt casi sonrió de nuevo ante la chispa en
sus ojos.
Bryce tomó su teléfono de la mesa y tomó una foto de él antes de que pudiera
objetar. Entonces una de Lehabah. Y otra de Syrinx.
Si Ruhn notó que no se molestó con una foto de él, no dijo nada. Aunque Hunt
podría haber jurado que las sombras en la habitación se profundizaron.
—Todo lo que quiero, BB —dijo Lehabah—, es un poco de aprecio.
—Que los Dioses me ayuden —murmuró Bryce. Incluso Ruhn sonrió ante eso.
El teléfono del príncipe sonó, y él contestó antes de que Hunt pudiera ver quién
era.
—Flynn.
Hunt escuchó la voz de Flynn débilmente.
—Te necesitan en el cuartel. Estalló una pelea de mierda por la novia de alguien
que se acostó con otra persona y honestamente no me importan dos mierdas, pero
se golpearon bastante bien.
Ruhn suspiró.
—Estaré allí en quince —dijo, y colgó.
—¿Realmente tienes que moderar pequeñas peleas como esa? —preguntó
Hunt.
Ruhn pasó una mano por la empuñadura de la espada Estrellada.
—¿Por qué no?
—Eres un príncipe.
—No entiendo por qué haces que suene como un insulto —gruñó Ruhn.
—¿Por qué no hacer... mierda más grande? —preguntó Hunt.
Bryce respondió por él.
—Porque su papi le tiene miedo.
Ruhn le lanzó una mirada de advertencia.
—Me supera en cuanto a poder y título.
—Y, sin embargo, se aseguró de tenerte bajo su pulgar lo antes posible, como si
fueras una especie de animal para ser domesticado. —Ella dijo las palabras
suavemente, pero Ruhn se tensó.
—Todo iba bien —dijo Ruhn con firmeza—, hasta que llegaste.
Hunt se preparó para la tormenta formándose.
—Estaba vivo la última vez que apareció un Príncipe Nacido de la Estrella, ya
sabes. ¿Alguna vez preguntaste qué le pasó? ¿Por qué murió antes de hacer el
Descenso? —dijo Bryce.
Ruhn palideció.
—No seas estúpida. Eso fue un accidente durante su Ordeal.
Hunt mantuvo su rostro neutral, pero Bryce simplemente se recostó en su silla.
—Si tú lo dices.
—¿Sigues creyendo esta mierda que trataste de venderme de niña?
Ella se cruzó de brazos.
—Quería que tus ojos estuvieran abiertos a lo que realmente es él antes de que
sea demasiado tarde para ti también.
Ruhn parpadeó, pero se enderezó, sacudiendo la cabeza mientras se levantaba
de la mesa.
—Confía en mí, Bryce, he sabido por un tiempo lo que es. Tuve que vivir con él.
—Ruhn asintió hacia la mesa desordenada—. Si escucho algo nuevo sobre el Cuerno
o esta magia curativa sintética, se los haré saber.
Se encontró con la mirada de Hunt y agregó:
—Ten cuidado.
Hunt le dirigió una media sonrisa que le dijo al príncipe que sabía exactamente
de qué se trataba ese ten cuidado. Y que no le importaba una mierda.

Dos minutos después de que Ruhn se fuera, la puerta principal volvió a sonar.
—¿Qué quiere él ahora? —murmuró Bryce, agarrando la tableta que Lehabah
había estado usando para mirar su televisión basura y sacando la transmisión de
video de las cámaras frontales.
Se le escapó un chillido. Una nutria con un chaleco amarillo reflectante estaba
de pie sobre sus patas traseras, una pequeña pata en el timbre inferior que había
hecho instalar a Jesiba para clientes más bajos.
Con la esperanza de que algún día, de alguna manera, encontrara a un
mensajero pequeño y bigotudo parado en la puerta.
Bryce salió disparada de su silla un segundo después, sus tacones comiéndose
la alfombra mientras corría escaleras arriba.
El mensaje que la nutria llevaba de Tharion fue breve y dulce.
Creo que encontrarás esto de interés. Besos, Tharion
—¿Besos? —preguntó Hunt.
—Son para ti, obviamente —dijo Bryce, todavía sonriendo sobre la nutria. Ella
le había entregado una moneda de plata, por lo que se había ganado un tic de sus
bigotes y una pequeña sonrisa con colmillos.
Fácilmente lo mejor de su día. Semana. Año.
Honestamente, de toda su vida.
En el escritorio de la sala de exposiciones, Bryce retiró la carta de Tharion de la
parte superior de la pila, mientras Hunt comenzó a hojear algunas de las páginas
debajo.
La sangre salió de su rostro al ver una fotografía en la mano de Hunt.
—¿Es eso un cuerpo?
—Es lo que queda de uno después de que Tharion lo saca de la guarida de un
sobek —gruñó Hunt.
Bryce no pudo evitar el estremecimiento que le recorrió la espalda. Con más de
ocho metros de grande y casi tonelada y media de músculo cubierto de escamas, los
sobeks estaban entre los peores depredadores que merodeaban por el río.
Malvados, fuertes y con dientes que podrían romperte en dos, un sobek macho
adulto podría hacer retroceder a la mayoría de los Vanir.
—Está loco.
Hunt se echó a reír.
—Oh, ciertamente lo está.
Bryce frunció el ceño ante la horrible foto, luego leyó las notas de Tharion.
—Él dice que las marcas de mordida en el torso no son consistentes con los
dientes de un sobek. Esta persona ya estaba muerta cuando fue arrojada al Istros. El
sobek debe haber visto una comida fácil y la llevó a su guarida para comerlo más
después. —Ella tragó la sequedad de la boca y volvió a mirar el cuerpo. Una hembra
dríada. Le habían rasgado la cavidad torácica, le habían extirpado el corazón y los
órganos internos, y estaba salpicada de mordidas…
—Estas heridas se parecen a las que recibiste del kristallos. Y el laboratorio de
los mer pensó que este cuerpo tenía probablemente cinco días, a juzgar por el nivel
de descomposición.
—La noche que fuimos atacados.
Bryce estudió el análisis.
—Había un veneno claro en las heridas. Tharion dice que podía sentirlo dentro
del cadáver incluso antes de que el mer hiciera pruebas. —La mayoría de los que
están en la Casa de Muchas Aguas podían sentir lo que fluía en el cuerpo de alguien:
enfermedades y debilidades y, aparentemente, veneno—. Pero cuando le hicieron
pruebas... —Ella dejó escapar un suspiro—. Anulaba la magia. —Tenía que ser el
kristallos. Bryce se encogió y siguió leyendo—: Buscó en los registros de todos los
cuerpos no identificados que los mer habían encontrado en los últimos dos años.
Encontraron dos con heridas idénticas y este veneno alrededor del... —Ella tragó
saliva—. Alrededor del tiempo que Danika y la manada murieron. Una dríada y un
zorro cambiaformas macho. Ambos reportados desaparecidos. Este mes, han
encontrado cinco con estas marcas y el veneno. Todos reportados desaparecidos,
pero unas pocas semanas después del hecho.
—Entonces son personas que podrían no haber tenido muchos amigos o
familiares cercanos —dijo Hunt.
—Tal vez. —Bryce volvió a estudiar la fotografía. Se obligó a mirar las heridas.
El silencio cayó, interrumpido solo por los sonidos distantes del show de Lehabah
en la planta baja.
—Esa no es la criatura que mató a Danika —dijo ella en voz baja.
Hunt se pasó una mano por el cabello.
—Podría haber habido múltiples kristallos.
—No —insistió ella, dejando los papeles—. Un kristallos no es lo que mató a
Danika.
Hunt frunció el ceño.
—Pero estabas en la escena. Lo viste.
—Lo vi en el pasillo, no en el apartamento. Danika, la manada y las otras tres
víctimas recientes estaban en pilas. —Apenas podía soportar decirlo, pensarlo de
nuevo.
Estos últimos cinco días habían sido... no fáciles. Poner un pie delante del otro
había sido lo único que la ayudó a superarlo después del desastre con Sabine.
Después de la bomba que dejó caer sobre Danika. Y si hubieran estado buscando la
maldita cosa equivocada todo este tiempo...
Bryce levantó la foto.
—Estas heridas no son lo mismo. El kristallos quería llegar a tu corazón, a tus
órganos. No convertirte en un... un montón de nada. Danika, la Manada de Demonios,
Tertian, la acólita y el guardia del templo, ninguno de ellos tenía heridas como esta.
Y ninguno tenía este veneno en su sistema. —Hunt solo parpadeó hacia ella. La voz
de Bryce se quebró—. ¿Qué pasa si algo más vino? ¿Qué pasa si el kristallos fue
convocado para buscar el Cuerno, pero algo peor también estaba allí esa noche? Si
tuvieras el poder de convocar al kristallos, ¿por qué no convocar a múltiples tipos
de demonios?
Hunt lo consideró.
—Pero no puedo pensar en un demonio que derribe a sus víctimas así. A menos
que sea otro antiguo horror directamente del Pozo. —Él se frotó el cuello—. Si el
kristallos mató a esta dríada, mató a estas personas cuyos cuerpos fueron
arrastrados al río a través de las alcantarillas, entonces ¿por qué convocar a dos tipos
de demonios? El kristallos ya es letal como el Hel. —Literalmente.
Bryce levantó las manos.
—No tengo idea. Pero si todo lo que sabemos sobre la muerte de Danika está
equivocado, entonces tenemos que averiguar cómo murió. Necesitamos a alguien
que pueda aportar algo.
Él se frotó la mandíbula.
—¿Alguna idea?
Ella asintió lentamente, con miedo en sus entrañas.
—Prométeme que no te enfurecerás.
51
Traducido por Andie
Corregido por Catt

—Invocar a un demonio es una jodida mala idea —respiró Hunt mientras la


noche caía más allá de las cortinas cerradas del apartamento—. Especialmente
teniendo en cuenta que eso fue lo que comenzó este desastre en primer lugar.
Se quedaron en su gran habitación, con luces tenues y velas encendidas a su
alrededor, Syrinx envuelto en mantas y encerrado en su jaula en la habitación de
Bryce, rodeado por un círculo protector de sal blanca.
Lo que había alrededor y delante de ellos en los suelos pálidos, apestando a
moho y tierra podrida, era todo lo contrario.
Bryce había molido el bloque de sal de obsidiana en algún momento,
presumiblemente usando su maldito procesador de alimentos. Para ser algo por lo
que había pagado diez mil, Bryce no la trató con ninguna reverencia en particular.
Lo había arrojado a un armario de cocina como si fuera una bolsa de papas fritas.
Él no se había dado cuenta de que ella solo había estado esperando el momento
a que la necesitara.
Ahora, ella había hecho dos círculos con la sal de obsidiana. El que estaba cerca
de las ventanas tenía quizás metro y medio de diámetro. El otro era lo
suficientemente grande como para contenerlos a ella y a Hunt.
—No voy a perder el tiempo husmeando por la ciudad en busca de respuestas
sobre qué tipo de demonio mató a Danika. Ir directamente a la fuente me ahorrará
un dolor de cabeza —dijo Bryce.
—Ir directamente a la fuente te dejará salpicada en una pared. Y si no, arrestada
por convocar a un demonio a una zona residencial. —Mierda. Él debería arrestarla,
¿no?
—A nadie le gusta la policía, Athalar.
—Soy un policía.
Una ceja roja oscura se arqueó.
—Podrías haberme engañado, Sombra de la Muerte. —Ella se unió a él en el
círculo de sal. Su larga cola de caballo agrupada en el cuello de su chaqueta de cuero,
la luz de las velas dorando las hebras rojas.
Sus dedos se crisparon, como si ellos se fueran a acercar a esa longitud de
cabello sedoso. Recorrer su cabello. Envolverlo alrededor de su puño y llevar su
cabeza hacia atrás, exponiendo ese cuello suyo nuevamente a su boca. Su lengua.
Dientes.
—Sabes que es mi trabajo evitar que estos demonios entren en este mundo —
gruñó Hunt.
—No vamos a soltar al demonio —dijo ella entre dientes—. Esto es tan seguro
como una llamada telefónica.
—¿Vas a convocarlo con su número de Hel entonces? —Muchos demonios
tenían números asociados a ellos, como una especie de antigua dirección de correo
electrónico.
—No, no lo necesito. Sé cómo encontrar a este demonio. —Él comenzó a
responder, pero ella lo interrumpió—. La sal de obsidiana lo contendrá.
Hunt miró los círculos que ella había hecho y luego suspiró. Está bien. Aunque
discutir con ella era casi tan tentador como los juegos previos, tampoco tenía ganas
de perder el tiempo.
Pero entonces la temperatura en la habitación comenzó a bajar. Rápidamente.
Y cuando el aliento de Hunt comenzó a nublar el aire frente a él, cuando apareció
un hombre humanoide, vibrando con un poder oscuro que hizo que su estómago se
revolviera...
Bryce le sonrió a Hunt cuando su corazón se detuvo en seco.
—Sorpresa.

Ella había perdido su jodida cabeza. Él la mataría por esto, si no los mataban a
ambos en los próximos segundos.
—¿Quién es ese? —Hielo se formó en la habitación. Ninguna ropa podría
protegerlos contra el frío que este demonio trajo consigo. Atravesó cada capa,
arrebatando el aliento del pecho de Hunt con dedos en garras. Una inhalación
estremecedora fue la única señal de la incomodidad de Bryce mientras permanecía
frente al círculo al otro lado de la habitación. El macho ahora contenido dentro de su
borde oscuro.
—Aidas —dijo ella en voz baja.
Hunt siempre había imaginado que el Príncipe del Precipicio era similar a los
demonios de nivel inferior que había cazado a lo largo de los siglos: escamas,
colmillos o garras, músculos brutos y gruñidos de furia animal ciega.
No este sujeto delgado y de piel pálida... un chico bonito.
El cabello rubio de Aidas cayó sobre sus hombros en ondas suaves, sueltas, pero
bien cortadas alrededor de su rostro finamente formado. Sin duda, para mostrar los
ojos como ópalos azules, enmarcados por pestañas gruesas y doradas. Esas pestañas
se movieron una vez en un parpadeo superficial. Luego, su boca llena y sensual se
abrió en una sonrisa para revelar una hilera de dientes demasiado blancos.
—Bryce Quinlan.
La mano de Hunt se dirigió hacia su arma. El Príncipe del Precipicio conocía el
nombre de ella, su rostro. Y la forma en que había pronunciado su nombre era tanto
en saludo como en pregunta, su voz suave como el terciopelo.
Aidas ocupaba el quinto nivel de Hel: el Precipicio. Rendía cuentas solo a otros
dos: el Príncipe del Abismo y el Príncipe del Foso, el séptimo y más poderoso de los
príncipes demoníacos. El mismo Devorador de Estrellas, cuyo nombre nunca se
pronunciaba en este lado de la Grieta del Norte.
Nadie se atrevería a decir su nombre, no después de que el Príncipe del Foso se
convirtiera en el primer y único ser en matar a un Asteri. Su carnicería de la séptima
estrella sagrada, Sirius, la Estrella de Lobo, durante las Primeras Guerras siguió
siendo una balada favorita en torno a los fuegos de los campamentos de guerra. Y lo
que le había hecho a Sirius después de matarla le había valido ese horrible título:
Devorador de Estrellas.
—Apareciste como un gato la última vez. —Fue todo lo que dijo Bryce.
Todo. Lo. Que. Dijo.
Hunt se atrevió a apartar los ojos del Príncipe del Precipicio para encontrar a
Bryce inclinando la cabeza.
Aidas deslizó sus manos delgadas en los bolsillos de su chaqueta y pantalón muy
ajustados, el material más negro que el Precipicio en el que residía.
—Eras muy joven entonces.
Hunt tuvo que plantar los pies para no balancearse. Ella había conocido al
príncipe antes, ¿cómo?
Su sorpresa debe haber estado escrita en su rostro porque ella le lanzó una
mirada que él solo podía interpretar como Mantén la jodida calma, pero dijo:
—Tenía trece años, no tan joven.
Hunt contuvo su gruñido que habría sugerido lo contrario.
Aidas inclinó la cabeza hacia un lado.
—Estabas muy triste en ese entonces también.
Hunt tardó un momento en procesarlo, las palabras. Un poco de historia y un
poco del ahora.
Bryce se frotó las manos.
—Hablemos de ti, Su Alteza.
—Siempre estoy feliz de hacerlo.
El frío quemó los pulmones de Hunt. Podrían durar solo unos minutos a esta
temperatura antes de que sus habilidades curativas comenzaran a fallar. Y a pesar
de la sangre Fae de Bryce, había una buena posibilidad de que no se recuperara en
absoluto. Sin haber hecho el Descenso, la congelación sería permanente para Bryce.
Como con cualquier dedo o extremidades perdidas.
—Tú y tus colegas parecen estar inquietos en la oscuridad —dijo ella al príncipe
demonio.
—¿Sí? —Aidas frunció el ceño ante sus zapatos de cuero pulido como si pudiera
ver todo el camino hasta el Foso—. Quizás convocaste al príncipe equivocado,
porque esta es la primera vez que oigo hablar de ello.
—¿Quién está convocando al kristallos para cazar en esta ciudad? —Palabras
planas y cortantes—. ¿Y qué fue lo que mató a Danika Fendyr?
—Ah, sí, escuchamos sobre eso, cómo Danika gritó cuando fue destrozada.
El latido de silencio de Bryce le dijo a Hunt lo suficiente sobre la herida interna
que Aidas había presionado.
Por la sonrisa que adornaba el rostro de Aidas, el Príncipe del Precipicio
también lo sabía.
Ella continuó:
—¿Sabes qué demonio lo hizo?
—A pesar de lo que afirman tus mitologías, no estoy al tanto de los movimientos
de todos los seres en Hel.
—¿Pero lo sabes? ¿O sabes quién lo convocó? —dijo ella con firmeza.
Sus pestañas doradas brillaron mientras parpadeaba.
—¿Crees que yo lo envié?
—No estarías parado allí si lo hubieses hecho.
Aidas se rio suavemente.
—No hay lágrimas de tu parte esta vez.
Bryce sonrió levemente.
—Me dijiste que no dejara que me vieran llorar. Tomé el consejo en serio.
¿Qué demonios había sucedido durante esa reunión hace doce años?
—La información no es gratis.
—¿Cuál es tu precio? —Un tinte azulado se deslizaba sobre sus labios. Tendrían
que cortar la conexión pronto.
Hunt permaneció perfectamente quieto mientras Aidas la estudiaba. Entonces
sus ojos registraron a Hunt.
Él parpadeó una vez. Como si realmente no hubiera marcado su presencia hasta
este momento. Como si no le hubiera importado darse cuenta, con Bryce delante de
él. Hunt escondió ese hecho, justo cuando Aidas murmuraba:
—Quién eres.
Una orden.
—Él es un placer para los ojos —dijo Bryce, pasando su brazo por el de Hunt y
presionándose cerca. Por calidez o estabilidad, él no lo sabía. Ella estaba
temblando—. Y no está en venta. —Señaló el halo en la frente de Hunt.
—A mis mascotas les gusta arrancar plumas, sería un buen negocio.
Hunt dirigió una mirada al príncipe. Bryce lanzó a Hunt una mirada de soslayo,
cuyo efecto fue anulado por sus dientes castañeantes.
Aidas sonrió y lo miró de nuevo.
—Un guerrero Caído con el poder de... — Las cejas arregladas de Aidas se
alzaron de sorpresa. Sus ojos azules de ópalo se redujeron a hendiduras, y luego
ardieron como llamas calientes—. ¿Qué estás haciendo con una corona negra
alrededor de tu frente?
Hunt no se atrevió a dejar que se mostrara su sorpresa a la pregunta. Nunca
había escuchado que lo llamaran así, una corona negra. Halo, tinta de bruja, marca
de vergüenza, pero nunca eso.
Aidas miró entre ellos ahora. Cuidadosamente. No se molestó en dejar que Hunt
respondiera a su pregunta antes de que esa horrible sonrisa volviera.
—Los siete príncipes habitan en la oscuridad y no se mueven. No tenemos
ningún interés en tu reino.
—Lo creería si usted y sus hermanos no hubieran estado haciendo ruido en la
Grieta del Norte durante las últimas dos décadas —dijo Hunt—. Y yo si no hubiera
estado limpiando después de eso.
Aidas tomó una respiración, como si probara el aire en el que las palabras de
Hunt le habían sido entregadas.
—¿Te das cuenta de que podría no ser mi gente? La Grieta del Norte se abre a
otros lugares, otros reinos, sí, pero también otros planetas. ¿Qué es Hel sino un
planeta distante unido al suyo por una onda en el espacio y el tiempo?
—¿Hel es un planeta? —Las cejas de Hunt bajaron. La mayoría de los demonios
que había matado y con los que había lidiado no habían podido ni se habían
inclinado a hablar.
Aidas encogió un solo hombro.
—Es un lugar tan real como Midgard, aunque la mayoría de nosotros haría que
creyeras que no lo es. —El príncipe lo señaló—. Ustedes, Caídos, fueron hechos en
Midgard por los Asteri. Pero los Fae, los cambiaformas y muchos otros vinieron de
sus propios mundos. El universo es masivo. Algunos creen que no tiene fin. O que
nuestro universo podría ser uno en una multitud, tan vasto como las estrellas en el
cielo o la arena en una playa.
Bryce lanzó a Hunt una mirada que le dijo que ella también se preguntaba qué
Hel estaba fumando el príncipe demonio en el Precipicio.
—Estás tratando de distraernos —dijo Bryce, cruzando los brazos. La escarcha
se deslizó por los pisos—. ¿No estás sacudiendo la Grieta del Norte?
—Los príncipes menores hacen eso, niveles del uno al cuatro —dijo Aidas,
volviendo la cabeza—. Aquellos de nosotros en la verdadera oscuridad no tenemos
necesidad ni interés en el sol. Pero ellos no enviaron los kristallos. Nuestros planes
no involucran tales cosas.
—Tu especie quería vivir aquí una vez. ¿Por qué cambiaría eso? —gruñó Hunt.
Aidas se rio entre dientes.
—Es terriblemente divertido escuchar las historias que los Asteri han creado
para ustedes. —Él le sonrió a Bryce—. ¿Qué ciega a una oráculo?
Todo el color desapareció del rostro de Bryce ante la mención de su visita a la
Oráculo. Cómo Aidas sabía al respecto, Hunt solo podía adivinar, pero ella respondió:
—¿Qué clase de gato visita a una Oráculo?
—Ganadoras primeras palabras. —Aidas volvió a meterse las manos en los
bolsillos—. No sabía qué preferirías ahora que eres adulta. —Una sonrisa hacia
Hunt—. Pero puedo lucir más así, si te agrada, Bryce Quinlan.
—Mejor aún: no vuelvas a aparecer —dijo Hunt al príncipe demonio.
Bryce le apretó el brazo. Él pisó su pie lo suficientemente fuerte como para que
ella lo soltara.
Pero Aidas se echó a reír.
—Tu temperatura baja. Me iré.
—Por favor —dijo Bryce—. Solo dime si sabes lo que mató a Danika. Por favor.
Una risa suave
—Haz las pruebas de nuevo. Encuentra lo que está en el medio.
Él comenzó a desvanecerse, como si una llamada telefónica se estuviera
rompiendo.
—Aidas —soltó ella, caminando directamente hacia el borde de su círculo. Hunt
reprimió el impulso de arrojarla a su lado. Especialmente cuando la oscuridad
deshilachó los bordes del cuerpo de Aidas—. Gracias. Por ese día.
El Príncipe del Precipicio hizo una pausa, como si se aferrase a este mundo.
—Haz el Descenso, Bryce Quinlan. —Él parpadeó—. Y encuéntrame cuando
hayas terminado.
Aidas casi se había desvanecido en nada cuando agregó, las palabras de un
fantasma deslizándose por la habitación:
—La Oráculo no vio. Pero yo sí lo hice.
El silencio latió en su estela mientras la habitación se descongelaba, la escarcha
se desvanecía.
Hunt se giró hacia Bryce.
—En primer lugar —dijo él—, jódete por esa sorpresa.
Ella se frotó las manos, devolviéndoles calor.
—Nunca me hubieras dejado convocar a Aidas si te lo hubiera dicho primero.
—¡Porque deberíamos estar jodidamente muertos ahora mismo! —Él la miró
boquiabierto—. ¿Estás loca?
—Sabía que no me haría daño. O a cualquiera que estuviera conmigo.
—¿Quieres decirme cómo conociste a Aidas cuando tenías trece años?
—Yo... te dije lo mal que terminaron las cosas entre mi padre biológico y yo
después de mi visita a la Oráculo. —Su ira se detuvo ante el dolor persistente en su
rostro—. Entonces, cuando estaba llorando con todo mi pequeño corazón en uno de
los bancos del parque fuera del templo, este gato blanco apareció a mi lado. Tenía
los ojos azules más antinaturales. Sabía, incluso antes de que hablara, que no era un
gato, y que no era un cambiaformas.
—¿Quién lo convocó esa vez?
—No lo sé. Jesiba me dijo que los príncipes pueden escabullirse a través de las
rasgaduras en cualquier Grieta, tomando la forma de animales comunes. Pero están
limitados a esas formas, sin su poder, salvo la capacidad de hablar. Y solo pueden
quedarse unas pocas horas.
Un estremecimiento descendió por sus alas grises.
—¿Qué dijo Aidas?
—Me preguntó: ¿qué ciega a una oráculo? Y yo respondí: ¿Qué clase de gato
visita a una Oráculo? Había escuchado los gritos al entrar. Supongo que lo intrigó.
Me dijo que dejara de llorar. Dijo que solo satisfaría a los que me habían hecho daño.
Que no debería darles el regalo de mi dolor.
—¿Por qué estaba el Príncipe del Precipicio en el Parque de la Oráculo?
—Nunca me lo dijo. Pero se sentó conmigo hasta que tuve el valor de caminar
de regreso a la casa de mi padre. Cuando recordé darle las gracias, él ya se había ido.
—Extraño. —Y, bueno, él podía entender por qué ella no se había resistido a
convocarlo, si él había sido amable con ella en el pasado.
—Tal vez algo del cuerpo felino se desvaneció de él y simplemente tenía
curiosidad por mí.
—Aparentemente, te ha extrañado. —Una pregunta capciosa.
—Aparentemente —respondió ella—. Aunque apenas nos dio algo para seguir.
Su mirada se volvió distante mientras miraba el círculo vacío delante de ellos,
luego sacó su teléfono del bolsillo. Hunt vislumbró a quién llamaba: Declan Emmet.
—Hola, B. —En el fondo, la música golpeaba y la risa masculina rugía.
Bryce no se molestó con las sutilezas.
—Se nos informó que deberíamos realizar varias pruebas nuevamente.
Supongo que eso significa las de las víctimas y las escenas del crimen hace unos años.
¿Puedes pensar en algo que deba ser reexaminado?
En el fondo, Ruhn preguntó: ¿Es Bryce? Pero Declan dijo:
—Definitivamente haría un diagnóstico de aroma. Necesitarás ropa.
—Debieron haber hecho un diagnóstico de aroma hace dos años —dijo Bryce.
—¿El diagnóstico común o el Mimir? —dijo Declan.
El estómago de Hunt se apretó. Especialmente cuando Bryce dijo:
—¿Cuál es la diferencia?
—El Mimir es mejor. Es relativamente nuevo.
Bryce miró a Hunt y él sacudió la cabeza lentamente. Ella dijo en voz baja por
teléfono:
—Nadie hizo una prueba Mimir.
Declan vaciló.
—Bueno... es tecnología Fae principalmente. La prestamos a la legión para sus
casos principales. —Una pausa—. Alguien debería haber dicho algo.
Hunt se preparó.
—¿Tuvieron acceso a este tipo de cosas hace dos años? —preguntó Bryce.
Declan hizo otra pausa.
—Ah, mierda…
Entonces Ruhn entró en la línea.
—Bryce, se dio una orden directa de no seguir esos canales. Se consideró un
asunto en el que los Fae deberían mantenerse al margen.
Devastación, ira, dolor, todo explotó en su rostro. Sus dedos se curvaron a los
costados.
Hunt dijo, sabiendo que Ruhn podía oírlo:
—El Rey de Otoño es un verdadero imbécil, ¿lo sabías?
—Voy a decirle exactamente eso —gruñó Bryce y colgó.
—¿Qué? —exigió Hunt.
Pero ella ya se estaba corriendo fuera del apartamento.
52
Traducido por Lili-ana
Corregido por Catt

La sangre de Bryce rugió mientras corría por la Plaza Antigua, bajando por
calles empapadas de lluvia, hasta llegar a Cinco Rosas. Las villas brillaban bajo la
lluvia, casas palaciegas con césped e inmaculados jardines, todos cercados con
hierro forjado. Fae con rostros de piedra o centinelas cambiaformas del Auxiliado
estaban puestos en cada esquina.
Como si los residentes aquí vivieran en absoluto terror que los peregrini y los
pocos esclavos de Ciudad Crescent estuvieran a punto de saquearlos en cualquier
momento.
Ella pasó junto al mastodonte de mármol que eran los Archivos Fae, el edificio
cubierto de velos de flores que corrían por sus numerosas columnas. Rosas, jazmín,
glicinias, todas perpetuamente florecientes, sin importar la estación.
Corrió todo el camino hasta la extensa villa blanca cubierta de rosas rosadas, y
hacia la puerta de hierro forjado a su alrededor custodiada por cuatro guerreros Fae.
Estos se interpusieron en su camino cuando se detuvo, la calle adoquinada
cubierta de lluvia.
—Déjenme entrar —dijo ella entre dientes, jadeando.
Ellos ni siquiera parpadearon.
—¿Tiene cita con Su Majestad? —preguntó uno.
—Déjenme entrar —dijo ella de nuevo.
Él lo había sabido. Su padre sabía que había pruebas para evaluar lo que había
matado a Danika y no había hecho nada. Deliberadamente se había mantenido al
margen.
Tenía que verlo. Tenía que escucharlo de él. No le importaba qué hora era.
La pulida puerta negra estaba cerrada, pero las luces estaban encendidas. Él
estaba en casa. Tenía que estar.
—No sin una cita —dijo el mismo guardia.
Bryce dio un paso hacia ellos y rebotó, duro. Un muro de calor rodeaba el
complejo, sin duda generado por los hombres Fae ante ella. Uno de los guardias se
rio. Su rostro se calentó, sus ojos picaban.
—Vayan a decirle a su rey que Bryce Quinlan necesita una palabra. Ahora.
—Regresa cuando tengas una cita, mestiza —dijo uno de los centinelas.
Bryce golpeó su mano contra su escudo. Ni siquiera onduló.
—Díganle…
Los guardias se pusieron rígidos mientras un poder oscuro y poderoso, latía
detrás de ella. Los relámpagos se deslizaron sobre los adoquines. Las manos de los
guardias fueron a sus espadas.
—La dama quiere una audiencia con Su Majestad —dijo Hunt con voz de trueno.
—Su Majestad no está disponible. —El guardia que habló había notado
claramente el halo en la frente de Hunt. La sonrisa burlona que se extendió por su
rostro fue una de las cosas más horribles que Bryce había visto—. Especialmente
para escoria Caída y zorrillos medio humanos.
Hunt dio un paso hacia ellos.
—Repítelo.
La burla del guardia se mantuvo.
—¿Una vez no fue suficiente?
La mano de Hunt se apretó a su lado. Él lo haría, ella se dio cuenta. Él golpearía
a esos imbéciles hasta hacerlos polvo por ella, se abriría camino dentro de las
puertas para que ella pudiera conversar con el rey.
Al final de la manzana, apareció Ruhn, envuelto en sombras, con el cabello negro
pegado a la cabeza. Flynn y Declan lo seguían de cerca.
—Apártense —ordenó Ruhn a los guardias—. Jodidamente apártense.
No hicieron tal cosa.
—Incluso usted, Príncipe, no está autorizado para ordenar eso.
Las sombras de Ruhn se arremolinaban en sus hombros como un par de alas
fantasmales, pero le dijo a Bryce:
—Hay otras batallas que valen la pena pelear con él. Esta no es una de ellas.
Bryce se alejó unos metros de la puerta, a pesar de que los guardias
probablemente podían escuchar cada palabra.
—Él decidió deliberadamente no ayudar con lo que le sucedió a Danika.
—Algunos podrían considerar eso como una interferencia con una
investigación imperial —dijo Hunt.
—Vete a la mierda, Athalar —gruñó Ruhn. Él alcanzó el brazo de Bryce, pero
ella dio un paso atrás. Apretó la mandíbula—. Tú eres considerada miembro de esta
corte, y lo sabes. Estuviste involucrada en un desastre colosal. Él decidió que lo
mejor para tu seguridad era dejar el caso, no profundizar más.
—Como si alguna vez a él le hubiera importado dos mierdas mi seguridad.
—Le importó la suficiente mierda como para querer que yo sea tu guardia. Pero
querías que Athalar hiciera del sexy compañero de cuarto.
—Él quiere el Cuerno para sí mismo —espetó ella—. Eso no tiene nada que ver
conmigo. —Ella señaló la casa más allá de la cerca de hierro—. Entra y dile a ese
pedazo de mierda que no olvidaré esto. Nunca. Dudo que le importe, pero díselo.
Las sombras de Ruhn se calmaron, cayendo de sus hombros.
—Lo siento, Bryce. Sobre Danika...
—No —dijo ella—. Nunca me digas su nombre. Nunca vuelvas a decir su
nombre.
Podría haber jurado que vio dolor en el rostro de su hermano que incluso las
sombras de él no pudieron esconder, pero se giró y vio a Hunt mirando con los
brazos cruzados.
—Te veré en el apartamento —dijo ella a él, y no se molestó en decir más antes
de volver a correr.

Había sido jodido no advertir a Hunt a quién estaba invocando. Ella admitía eso.
Pero no tan jodido como las pruebas Fae a las que su padre se había negado a
proporcionar acceso.
Bryce no fue a su casa. A mitad de camino, decidió que iría a otro lado. El Cuervo
Blanco estaba cerrado, pero su antiguo bar de whiskey favorito funcionaría bien.
Lethe estaba abierto y sirviendo. Lo cual era bueno, porque su pierna palpitaba
sin piedad y sus pies estaban ampollados por correr en sus estúpidos zapatos planos.
Se los quitó en el momento en que saltó al taburete de cuero en el bar y suspiró
cuando sus pies descalzos tocaron el frío reposapiés de latón extendiéndose a lo
largo del mostrador de madera oscura.
Lethe no había cambiado en los dos años desde la última vez que había puesto
un pie en el suelo que se prestaba a una ilusión óptica, pintada con cubos negros,
grises y blancos. Los pilares de madera de cerezo todavía se alzaban como árboles
para formar el techo arqueado y tallado en lo alto, que se cernía sobre una barra
hecha de vidrio empañado y metal negro, completado con líneas limpias y bordes
cuadrados.
Le había enviado un mensaje a Juniper hace cinco minutos, invitándola a tomar
una copa. Ella todavía no había recibido respuesta. Así que vio las noticias en la
pantalla sobre la barra, mostrando los campos de batalla fangosos en Pangera, las
cáscaras de los trajes mecánicos arrojándolos como juguetes rotos, cuerpos
humanos y Vanir extendidos por kilómetros, los cuervos ya dándose un festín.
Incluso el lavaplatos humano se detuvo a mirar, su rostro tenso mientras
contemplaba la carnicería. Una orden ladrada del cantinero lo mantuvo en
movimiento, pero Bryce vio el brillo en los ojos marrones del joven. La furia y la
determinación.
—Qué Hel —murmuró ella, y tomó un trago del whiskey delante de ella.
Sabía a acre y pésimo como lo recordaba, quemando hasta el fondo.
Precisamente lo que quería. Bryce tomó otro trago.
Una botella de algún tipo de tónico púrpura cayó junto a su vaso.
—Es para tu pierna —dijo Hunt, deslizándose en el taburete al lado de ella—.
Bébelo todo.
Ella miró el frasco de vidrio.
—¿Fuiste a una medwitch?
—Hay una clínica a la vuelta de la esquina. Supuse que no te irías de aquí pronto.
Bryce sorbió su whiskey.
—Supusiste bien.
Él empujó el tónico más cerca.
—Bébelo antes de terminar el resto.
—¿No hay reprimenda sobre romper mi regla de No Beber?
Se apoyó en la barra, recogiendo sus alas.
—Es tu regla, puedes romperla cuando quieras.
Lo que sea. Ella alcanzó el tónico, abriéndolo y tomándolo. Hizo una mueca.
—Sabe a soda de uva.
—Le dije que lo hiciera dulce.
Ella pestañeó coquetamente.
—¿Porque soy tan dulce, Athalar?
—Porque sabía que no lo beberías si sabía a alcohol clínico.
Ella levantó su whiskey.
—Siento disentir.
Hunt le hizo una señal al cantinero, ordenó agua y le dijo a Bryce:
—Esta noche salió bien.
Ella se rio entre dientes, bebiendo el whiskey de nuevo. Dioses, sabía horrible.
¿Por qué alguna vez había engullido esta cosa?
—Espléndidamente.
Hunt bebió de su agua. La miró por un largo momento antes de que dijera:
—Mira, me sentaré aquí mientras te emborrachas estúpidamente si eso es lo
que quieres, pero solo diré esto primero: hay mejores formas de lidiar con todo.
—Gracias, mamá.
—Lo digo en serio.
El cantinero puso otro whiskey delante de ella, pero Bryce no bebió.
—No eres la única persona que ha perdido a alguien que ama —dijo Hunt
cuidadosamente.
Ella apoyó su cabeza en una mano.
—Cuéntame todo sobre ella, Hunt. Escuchemos por fin la historia sentimental
completa sin censura.
Él sostuvo su mirada.
—No seas imbécil. Estoy tratando de hablar contigo.
—Y yo estoy tratando de beber —dijo ella, levantando su vaso para hacerlo.
Su teléfono sonó, y ambos lo miraron. Juniper finalmente respondió.
No puedo, lo siento. Práctica. Luego otro zumbido de Juniper. Espera, ¿por qué
estás bebiendo en Lethe? ¿Estás bebiendo de nuevo? ¿Qué pasó?
—Quizás tu amiga también esté tratando de decirte algo —dijo Hunt en voz
baja.
Los dedos de Bryce se cerraron en puños, pero colocó su teléfono boca abajo
sobre el cristal brillante y empañado.
—¿No ibas a contarme tu desgarradora historia sobre tu increíble novia? ¿Qué
pensaría ella de la forma en que me tocaste y prácticamente me devoraste el cuello
la otra noche?
Ella lamentó las palabras en el momento en que salieron. Por muchas razones,
se arrepintió de ellas, la menor de las cuales era que no podía dejar de pensar en ese
momento de locura en el techo, cuando su boca estuvo en su cuello y ella había
comenzado a derretirse por completo.
Qué bien se había sentido eso… sentido él.
Hunt la miró por un largo momento. El calor subió al rostro de ella.
Pero todo lo que él le dijo fue:
—Te veré en casa. —Las palabras resonaron entre ellos mientras ponía otro
tónico púrpura en el mostrador—. Bebe este en treinta minutos.
Luego se fue, merodeando por el bar vacío y hacia la calle más allá.

Hunt acababa de acomodarse en el sofá para ver el juego de sunball cuando


Bryce entró en el apartamento, con dos bolsas de comestibles en las manos. Joder,
ya era hora.
Syrinx se arrojó del sofá y saltó hacia ella, levantándose sobre sus patas traseras
para exigir besos. Ella obedeció, revolviendo su pelaje dorado antes de mirar hacia
donde Hunt estaba sentado en el sofá. Él solo tomó un sorbo de su cerveza y le dio
un breve asentimiento.
Ella asintió de regreso, sin mirarlo a los ojos, y se dirigió a la cocina. La cojera
estaba mejor, pero no desapareció por completo.
Él envió a Naomi a vigilar la calle afuera de ese elegante bar de whiskey
mientras él iba al gimnasio a apagar su temperamento.
Tocado. La palabra lo había atormentado. Junto con la verdad: no había pensado
en Shahar por un segundo mientras estuvieron en el techo. O en los días siguientes.
Y cuando su mano estuvo envuelta alrededor de su polla en la ducha esa noche, y
todas las noches desde entonces, no fue en la Arcángel en la que había pensado. Ni
siquiera cerca.
Quinlan tenía que saber eso. Tenía que saber cuál herida había tocado.
Así que las opciones habían sido gritarle o hacer ejercicio. Eligió lo último.
Eso fue hace dos horas. Él limpió toda la sal de obsidiana, se movió y alimentó a
Syrinx, y luego se sentó en el sofá a esperar.
Bryce dejó sus bolsas sobre el mostrador, Syrinx se quedó a sus pies para
inspeccionar cada compra. Entre jugadas, Hunt echó un vistazo a lo que ella
desempacaba. Verduras, frutas, carne, leche de avena, leche de vaca, arroz, una barra
de pan integral…
—¿Tendremos compañía? —preguntó él.
Ella sacó una sartén y la dejó en el quemador.
—Pensé en hacer una cena tardía.
Ella tenía la espalda rígida, los hombros rectos. Él podría haber pensado que
estaba enojada, pero el hecho de que estaba preparando la cena para ellos sugería
lo contrario.
—¿Es aconsejable cocinar cuando has estado tragando whiskey?
Ella le lanzó una mirada por encima del hombro.
—Estoy tratando de hacer algo agradable, y no lo estás haciendo fácil.
Hunt levantó las manos.
—Bien. Lo siento.
Ella regresó a la estufa, ajustó el fuego y abrió un paquete de algún tipo de carne
molida.
—No estaba tragando whiskey —dijo—. Dejé Lethe poco después que tú.
—¿Adónde fuiste?
—A una unidad de almacenamiento cerca de Moonwood. —Ella comenzó a
mirar las especias—. Ahí escondí muchas cosas de Danika. Sabine iba a tirarlas, pero
las tomé antes que ella. —Arrojó un poco de carne molida en la sartén y señaló una
tercera bolsa que dejó junto a la puerta—. Solo quería asegurarme de que no hubiera
indicios del Cuerno allí, algo que quizás no haya notado antes. Y agarrar algo de la
ropa de Danika, la que estaba en mi habitación esa noche y que el departamento de
Evidencia no tomó. Sé que ya tienen ropa de eso, pero pensé... tal vez hay algo en
esto también.
Hunt abrió la boca para decir algo, qué, exactamente no sabía, pero Bryce
continuó.
»Después de eso, fui al mercado. Porque los condimentos no son comida,
aparentemente.
Hunt llevó su cerveza con él mientras se dirigía a la cocina.
—¿Quieres ayuda?
—No. Esta es una comida de disculpa. Ve a ver tu juego.
—No necesitas disculparte.
—Actué como una imbécil. Déjame cocinar algo para compensarlo.
—Según la cantidad de chile en polvo que acabas de arrojar a esa sartén, no
estoy seguro de querer aceptar esta disculpa en particular.
—¡Joder, olvidé agregar el comino! —Se giró hacia la sartén, bajando el fuego y
agregando la especia, revolviéndola en lo que olía a pavo molido. Ella suspiró—. Soy
un desastre.
Él esperó, dejándola reunir sus palabras.
Ella comenzó a cortar una cebolla, sus movimientos fáciles y suaves.
—Honestamente, ya era un desastre antes de lo que le sucedió a Danika, y… —
Cortó la cebolla en aros—. No mejoró en nada.
—¿Por qué eras un desastre antes de que ella muriera?
Bryce deslizó la cebolla en la sartén.
—Soy mitad humana con un título universitario casi inútil. Todas mis amigas
fueron a algún lado, están haciendo algo consigo mismas. —Su boca se arqueó a un
lado—. Soy una secretaria glorificada. Sin un plan a futuro de nada. —Revolvió la
cebolla—. Las fiestas y esas cosas, era la única vez en que las cuatro estábamos en
igualdad. Cuando no importaba que Fury fuera una especie de mercenaria o que
Juniper fuera tan increíblemente talentosa o que Danika algún día fuera esta lobo
todopoderosa.
—¿Alguna vez sostuvieron eso contra ti?
—No. —Sus ojos ambarinos escanearon el rostro de él—. No, nunca habrían
hecho eso. Pero yo nunca podría olvidarlo.
—Tu primo dijo que solías bailar. Que te detuviste después de que Danika
murió. ¿Nunca quisiste seguir ese camino?
Ella señaló la hinchazón de sus caderas.
—Me dijeron que mi cuerpo medio humano era demasiado torpe. También me
dijeron que mis pechos eran demasiado grandes y que mi trasero podría usarse
como plataforma de aterrizaje aéreo.
—Tu trasero es perfecto. —Las palabras se le escaparon. También se abstuvo
de comentar cuánto le gustaban las otras partes de ella. Cuánto quería adorarlas.
Comenzando con ese trasero suyo.
El color floreció en sus mejillas.
—Bueno, gracias. —Revolvió el contenido de la sartén.
—¿Pero ya no bailas por diversión?
—No. —Sus ojos se enfriaron ante eso—. Ya no.
—¿Y nunca pensaste en hacer otra cosa?
—Claro que sí. Tengo diez aplicaciones de empleo ocultas en mi computadora
del trabajo, pero no puedo concentrarme lo suficiente como para terminarlas. Ha
pasado tanto tiempo desde que vi las ofertas de empleo que seguro ya están
ocupadas. Ni siquiera importa que también tenga que encontrar alguna manera de
convencer a Jesiba de que seguiré pagando mi deuda con ella. —Siguió
revolviendo—. Una vida humana parece mucho tiempo para llenar, pero ¿una
inmortal? —Se enganchó el cabello detrás de la oreja—. No tengo ni idea de qué
hacer.
—Tengo doscientos treinta y tres años y todavía lo estoy resolviendo.
—Sí, pero hiciste algo. Peleaste por algo. Eres alguien.
Él se tocó el tatuaje de esclavo en la muñeca.
—Y mira dónde terminé.
Ella se apartó de la estufa.
—Hunt, lamento mucho lo que dije sobre Shahar.
—No te preocupes por eso.
Bryce levantó la barbilla hacia la puerta abierta de la habitación de Hunt, la foto
de ella y Danika apenas era visible en el tocador.
—Mi madre tomó esa el día que salimos del hospital en Rosque.
Él sabía que ella estaba construyendo algo y estaba dispuesto a seguirle el juego.
—¿Por qué estabas en el hospital?
—La tesis de Danika era sobre la historia del comercio ilegal de animales.
Descubrió un verdadero grupo de contrabando, pero nadie en el Aux ni en la 33ra la
ayudaría, así que ella y yo fuimos a solucionarlo por nuestra cuenta. —Bryce
resopló—. La operación estaba dirigida por cinco áspides2 cambiaformas que nos
atraparon tratando de liberar sus mercancías. Los llamamos aspidiotas, y las cosas
fueron cuesta abajo desde allí.
Por supuesto que lo hicieron.
—¿Cuán cuesta abajo?
—Una persecución y choque de motocicleta, mi brazo derecho roto en tres
lugares, la pelvis de Danika fracturada. Danika recibió dos disparos en la pierna.
—Dioses.
—Deberías haber visto a los aspidiotas.
—¿Los mataste?
Sus ojos se oscurecieron, nada más que puro depredador Fae brillando allí.
—Algunos. Los que le dispararon a Danika... me ocupé de ellos. La policía atrapó
el resto. —Solas ardiente. Él tenía la sensación de que había mucho más en la
historia—. Sé que la gente piensa que Danika era una fiestera temeraria con
problemas de mamá, sé que Sabine piensa eso, pero... Danika fue a liberar a esos
animales porque literalmente no podía dormir por la noche sabiendo que estaban
en jaulas, aterrorizados y solos.
La Princesa de las Fiestas, Hunt y los triarii se habían burlado de ella a sus
espaldas.
Bryce continuó.
»Danika siempre estaba haciendo ese tipo de cosas, ayudando a las personas
que Sabine pensaba que estaban debajo de ellos. Una parte de ella podría haberlo
hecho para enojar a su madre, sí, pero la mayor parte era porque quería ayudar. Por

2 Áspid: es una especie de víbora.


eso fue amable con Philip Briggs y su grupo, la razón por la que le dio tantas
oportunidades. —Ella dejó escapar un largo suspiro—. Danika era difícil, pero era
buena.
—¿Y qué hay de ti? —preguntó él con cuidado.
Ella se pasó una mano por el cabello.
—La mayoría de los días, me siento fría como lo estaba aquí con Aidas. La
mayoría de los días, todo lo que quiero es regresar. A cómo era antes. No puedo
soportar seguir adelante.
Hunt la miró por un largo momento.
—Hubo algunos de los Caídos que aceptaron el halo y tatuaje de esclavo, sabes.
Después de algunas décadas, lo aceptaron. Dejaron de luchar contra eso.
—¿Por qué nunca se detuvieron?
—Porque teníamos razón en ese momento, y todavía la tenemos en este
momento. Shahar era solo la punta de lanza. La seguí ciegamente a una batalla que
nunca podríamos haber ganado, pero creía en lo que ella representaba.
—Si pudieras hacerlo de nuevo, marchar de nuevo bajo la bandera de Shahar,
¿lo harías?
Hunt lo consideró. Normalmente no se permitía pensar demasiado en lo que
sucedió, lo que ocurrió desde entonces.
—Si no me hubiera rebelado con ella, probablemente hubiera sido notado por
otro Arcángel por mi rayo. Probablemente ahora estaría sirviendo como
comandante en una de las ciudades de Pangera, con la esperanza de algún día ganar
lo suficiente para comprar mi salida del servicio. Pero nunca dejarían ir a alguien
con mis dones. Y no tuve más remedio que unirme a una legión. Era el camino por el
que me empujaron, y el rayo, los asesinatos, nunca pedí ser bueno en eso. Lo dejaría
en un abrir y cerrar de ojos si pudiera.
Sus ojos parpadearon con comprensión.
—Lo sé —dijo ella y él levantó una ceja. Ella aclaró—: Ser bueno en algo en lo
que no quieres ser bueno. Ese talento que dejarías ir en un instante. —Él ladeó la
cabeza—. Quiero decir, mírame, soy increíble atrayendo a imbéciles.
Hunt soltó una carcajada.
»No respondiste mi pregunta. ¿Aún te rebelarías si supieras lo que sucedería?
—dijo ella
Hunt suspiró.
—Eso es lo que estaba empezando a decir: incluso si no me hubiera rebelado,
terminaría en una versión endulzada de mi vida ahora. Porque todavía soy un
legionario siendo usado por mis tan aclamados dones, justo ahora oficialmente un
esclavo, en lugar de ser forzado a servir por la falta de otras opciones. La única otra
diferencia es que estoy sirviendo en Valbara, en un trato tonto con un Arcángel,
esperando algún día ser perdonado por mis supuestos pecados.
—No crees que fueron pecados.
—No. Creo que las jerarquías de los ángeles son una mierda. Teníamos razón en
rebelarnos.
—¿Aunque te haya costado todo?
—Sí. Así que supongo que esa es mi respuesta. Lo haría, incluso sabiendo lo que
sucedería. Y si alguna vez me libero... —Bryce detuvo lo que estaba haciendo. Ella se
encontró con la mirada de él y no parpadeó cuando Hunt dijo—: Recuerdo a todos
los que estaban allí en el campo de batalla, los que derribaron a Shahar. Y todos los
ángeles, los Asteri, el Senado, los Gobernadores, todos ellos, quienes estuvieron allí
en nuestra sentencia.
Él se apoyó contra el mostrador detrás de ellos y tomó un trago de su cerveza,
dejándola llenar el resto.
—¿Y después de haberlos matado a todos? ¿Entonces qué?
Parpadeó ante la falta de miedo, de juicio.
—Suponiendo que vivo después de ello, quieres decir.
—Asumiendo que vives después de haber enfrentado a los Arcángeles y a los
Asteri, ¿entonces qué?
—No lo sé. —Él le dio una media sonrisa—. Tal vez tú y yo podamos resolverlo,
Quinlan. Tendremos siglos para hacerlo.
—Si hago el Descenso.
Él se sobresaltó.
—¿Elegirías no hacerlo? —Era raro, muy, muy raro que un Vanir se negara a
hacer el Descenso y vivir una vida mortal.
Ella agregó más verduras y condimentos a la sartén antes de arrojar un paquete
de arroz instantáneo al microondas.
—No lo sé. Necesitaría un Ancla.
—¿Qué pasa con Ruhn?
Su primo, aunque ninguno de los dos lo admitiera, se enfrentaría a todas las
bestias del Foso para protegerla.
Ella le lanzó una mirada llena de desdén.
—De ninguna manera.
—¿Juniper, entonces?
Alguien en quien ella realmente confiaba, amaba.
—Ella lo haría, pero no se siente bien. Y usar uno de los Anclas que
proporcionan ellos no es lo mío.
—Yo usé una de esas. Salí bien. —Él vio las preguntas llenando sus ojos y la
interrumpió antes de que pudiera expresarlas—. Quizás cambies de opinión.
—Quizás. —Ella se mordió el labio—. Lamento que hayas perdido a tus amigos.
—Lamento que hayas perdido a los tuyos.
Bryce asintió en agradecimiento, volviendo a revolver.
—Sé que la gente no lo entiende. Es solo que... una luz se apagó dentro de mí
cuando eso sucedió. Danika no era mi hermana, ni mi amante. Pero era la única
persona con la que podía ser yo misma y nunca sentirme juzgada. La única persona
que sabía que siempre contestaría el teléfono o me devolvería la llamada. Ella fue la
única persona que me hizo sentir valiente porque no importaba lo que sucediera, no
importaba cuán malo, vergonzoso o de mierda fuera, sabía que la tenía en mi
esquina. Que si todo se iba al Hel, podría hablar con ella y estaría bien.
Sus ojos brillaron, y tomó todo en él para no cruzar los pocos centímetros entre
ellos y tomar su mano mientras continuaba.
»Pero... no está bien. Nunca volveré a hablar con ella. Creo que la gente espera
que lo supere a estas alturas. Pero no puedo. Cada vez que me acerco a la verdad de
mi nueva realidad, quiero distanciarme de nuevo. No tener que ser yo. Ya no puedo
jodidamente bailar porque me recuerda a ella, a todos los bailes que hicimos juntas
en clubes o en las calles o en nuestro apartamento o dormitorio. No me permitiré
bailar más porque eso me daba alegría, y… y ya no quiero sentir esas cosas —Ella
tragó duro—. Sé que suena patético.
—No lo es —dijo él en voz baja.
—Lamento haber tirado mi equipaje en tu regazo.
Una esquina de su boca se elevó.
—Puedes tirar tu equipaje en mi regazo en cualquier momento, Quinlan.
Ella resopló, sacudiendo la cabeza.
—Lo hiciste sonar asqueroso.
—Tú lo dijiste primero.
La boca de ella se torció. Que lo parta un rayo si esa sonrisa no le apretaba el
pecho.
Pero Hunt simplemente dijo:
—Sé que seguirás avanzando, Quinlan, incluso si apesta.
—¿Qué te hace estar tan seguro de eso?
Sus pies se movieron en silencio mientras él cruzaba la cocina. Ella echó la
cabeza hacia atrás para sostener su mirada.
—Porque finges ser irreverente y perezosa, pero en el fondo, no te rindes.
Porque sabes que si lo haces, entonces ellos ganan. Todos los aspidiotas, como los
llamaste, ganan. Así que vivir, y vivir bien, es el mejor jódete que les puedes dar.
—Por eso sigues luchando.
Él pasó una mano sobre el tatuaje en su frente.
—Sí.
Ella soltó un hmm, revolviendo la mezcla en la sartén nuevamente.
—Bueno, entonces, Athalar. Supongo que seremos tú y yo en las trincheras por
un tiempo más.
Él le sonrió, más abiertamente de lo que se había atrevido a hacer con nadie en
mucho tiempo.
—Sabes —dijo—, creo que me gusta cómo suena eso.
Sus ojos se calentaron aún más, un sonrojo recorrió sus mejillas pecosas.
—Dijiste en casa antes. En el bar.
Él lo hizo. Había tratado de no pensar en eso.
—Sé que se supone que debes vivir en el cuartel general en lo que sea que Micah
insista, pero si de alguna manera resolvemos este caso... ese cuarto es tuyo, si lo
deseas —continuó ella.
La oferta lo atravesó. Y no podía pensar en una sola palabra más allá de:
—Gracias. —Era todo lo necesario, se dio cuenta.
El arroz terminó de cocinarse, y ella lo dividió en dos tazones antes de verter la
mezcla de carne encima. Le extendió uno a él.
—Nada gourmet, pero... toma. Lo siento por lo de antes.
Hunt estudió el humeante montón de carne y arroz. Había visto a perros que le
servían comidas más elegantes. Pero sonrió levemente, su pecho inexplicablemente
se apretó de nuevo.
—Disculpa aceptada, Quinlan.

Un gato estaba sentado en su tocador.


El agotamiento hacía pesados sus párpados, tan pesados que apenas podía
levantarlos.
Ojos como el cielo antes del amanecer la inmovilizaron en el lugar.
¿Qué ciega a una oráculo, Bryce Quinlan?
Su boca formó una palabra, pero el sueño la envolvió a su abrazo.
Los ojos azules del gato ardieron a fuego lento. ¿Qué ciega a una oráculo?
Luchó por mantener los ojos abiertos ante la pregunta, la urgencia.
Lo sabes, ella trató de decir.
La única hija del Rey de Otoño, arrojada como basura.
El gato o lo había adivinado en el templo hace tantos años, o la siguió a su casa
para confirmar en qué villa intentó entrar.
Él me matará si lo sabe.
El gato se lamió una pata. Entonces haz el Descenso.
Ella trató de hablar de nuevo. El sueño la mantuvo firme, pero finalmente se las
arregló, ¿Y después qué?
Los bigotes del gato se crisparon. Te lo dije. Ven a buscarme.
Sus párpados cayeron, un último escalón hacia el sueño. ¿Por qué?
El gato inclinó la cabeza. Así podemos terminar esto.
53
Traducido por Candy20
Corregido por Lieve

Todavía estaba lloviendo a la mañana siguiente, lo cual Bryce decidió que era
mal augurio.
Hoy apestaría. Anoche había apestado.
Syrinx se negó a salir de debajo de las sábanas, a pesar de que Bryce trató de
convencerlo con la promesa de desayunar antes de su paseo, y para cuando Bryce
finalmente lo sacó a la calle, Hunt vigilaba desde las ventanas, y la lluvia había
pasado de un agradable golpeteo a un diluvio.
Un sapo gordo estaba en la esquina de la puerta del edificio, bajo la ligera
saliente, esperando a que cualquier pequeño y desafortunado Vanir pasara. Miró a
Bryce y Syrinx mientras pasaban por su lado, ganándose un resoplido de este último,
y se hizo más cerca del lado del edificio.
—Asqueroso —murmuró ella por encima de la lluvia tamborileando en la
capucha de su abrigo, sintiendo el sapo verlos por la cuadra. Para una criatura no
más grande que su puño, encontraban maneras de ser amenazantes.
Específicamente para todo tipo de duendecillos. Incluso estar confinada a la
biblioteca, Lehabah los detestaba y les temía.
A pesar de su impermeable azul marino, sus leggins negros y su camiseta blanca,
estaba empapada. Como si la lluvia de alguna manera viniera del suelo. También se
había acumulado en sus botas de lluvia verde, chillando con cada paso que daba a
través del golpeteo de la lluvia, las palmeras balanceándose y silbando por encima.
La primavera más lluviosa registrada, había dicho la noticia anoche. Ella no lo
dudaba.
El sapo todavía estaba allí cuando regresaron, Syrinx habiendo completado su
rutina matutina en tiempo récord, y Bryce podría o no haberse salido del camino de
pisotear un charco cercano.
El sapo le había sacado la lengua, pero se alejó.
Hunt estaba de pie frente a la estufa, cocinando algo que olía a tocino. Miró por
encima de su hombro mientras ella se quitaba el impermeable, goteando por todo el
suelo.
—¿Tienes hambre?
—Estoy bien.
Los ojos de él se estrecharon.
—Deberías comer algo antes de irnos.
Ella le ondeó la mano, sacando comida en el tazón de Syrinx.
Cuando se puso de pie, encontró a Hunt extendiendo un plato hacia ella. Tocino
y huevos y tostadas marrones gruesas.
—Te vi picoteando tu comida durante cinco días la semana pasada —dijo
bruscamente—. No iremos por ese camino de nuevo.
Ella puso los ojos en blanco.
—No necesito que un macho me diga cuándo comer.
—¿Qué tal un amigo que te diga que tuviste una noche comprensiblemente
dura, y te vuelves mala cuando tienes hambre?
Bryce frunció el ceño. Hunt seguía sosteniendo el plato.
»Está bien estar nerviosa, ya sabes —dijo él. Señaló hacia la bolsa de papel que
había dejado por la puerta con la ropa de Danika, doblada y lista para el análisis.
Había oído a Hunt llamar a Viktoria hace treinta minutos, y pedirle que buscara al
técnico Mimir de los Fae. Dijo que Declan ya lo envió.
—No estoy nerviosa. Es solo ropa —dijo Bryce y miró fijamente la bolsa con
ropa. Luego dijo gruñendo—: No lo estoy. Que se pierda en Evidencia o lo que sea.
—Entonces come.
—No me gustan los huevos.
La boca de él se estremeció hacia arriba.
—Te he visto comer alrededor de tres docenas de ellos.
Sus miradas se encontraron y se mantuvieron ahí.
—¿Quién te enseñó a cocinar, de todos modos? —Seguro que él era un Hel mejor
cocinero que ella. La lamentable cena que le había hecho anoche era una prueba de
ello.
—Me enseñé a mí mismo. Es una habilidad útil para un soldado. Te convierte en
una persona popular en cualquier campamento de legión. Además, tengo dos siglos
de vida. Sería patético no saber cocinar a estas alturas. —Él sostuvo el plato más
cerca—. Come, Quinlan. No dejaré que nadie pierda esa ropa.
Ella debatió lanzar el plato a su cara, pero finalmente lo tomó y se desplomó en
el asiento a la cabeza de la mesa del comedor. Syrinx trotó hacia ella, dándole una
mirada expectante al tocino.
Una taza de café apareció en la mesa un latido más tarde, la crema todavía
arremolinado en el interior.
Hunt sonrió.
—No querría que te salieras al mundo sin las disposiciones adecuadas.
Bryce le sacó el dedo medio, tomó su teléfono de donde lo había dejado en la
mesa, y tomó algunas fotos: el desayuno, el café, el estúpido rostro sonriente de él,
Syrinx sentado a su lado, y su propio ceño fruncido. Pero ella bebió el café de todos
modos.
Para cuando puso su taza en el fregadero, Hunt terminó su comida en la mesa
detrás de ella, encontró sus pasos sintiéndose más ligeros de lo que se habían
sentido en un tiempo.

—No la pierdas —advirtió Hunt a Viktoria mientras examinaba


cuidadosamente la bolsa de su escritorio.
La espectro levantó la vista de la camiseta gris de una banda descolorida con
una figura soltando un llanto en el frente. Las Banshees.
—Tenemos ropa en Evidencia para Danika Fendyr y las otras víctimas.
—Sí, pero usa esta ropa también —dijo Hunt. Por si alguien había manipulado
la otra evidencia, y dejar que Quinlan se sintiera como si hubiera ayudado con esto.
Bryce estaba en la galería encargándose de algún cliente altanero, con Naomi
vigilándola—. ¿Tienes la tecnología Mimir de Declan?
—Como dije por teléfono: sí. —Vik la metió en la bolsa de nuevo—. Te llamaré
si surge algo.
Hunt extendió un pedazo de papel por el escritorio.
—Ve si los rastros de cualquiera de estos aparecen también.
Viktoria dio una mirada a las palabras en el papel y se puso pálida, su halo
brillando sobre su frente.
—¿Crees que es uno de estos demonios?
—Espero que no.
Había hecho una lista de demonios potenciales que podrían estar trabajando en
conjunto con el kristallos, todos antiguos y terribles, su pánico profundizándose con
cada nombre que iba añadiendo. Muchos de ellos eran pesadillas que merodeaban
historias antes de acostarse. Todos eran catastróficos si entraban en Midgard. Se
había enfrentado a dos de ellos antes, y apenas había salido ileso de los encuentros.
Hunt asintió hacia la bolsa de nuevo.
—Lo digo en serio: no pierdas esa ropa —dijo él de nuevo
—¿Te estás ablandando, Athalar?
Hunt puso los ojos en blanco y apuntó a la puerta.
—Me gustan mis bolas donde están.

Viktoria notificó a Hunt esa noche que todavía estaba haciendo el diagnóstico.
La tecnología Mimir de los Fae era lo suficientemente exhaustiva como para que
tardara un buen tiempo en terminar.
Rezaba para que los resultados no fueran tan devastadores como esperaba.
Había mensajeado a Bryce al respecto mientras ella terminaba el trabajo, riendo
cuando vio que ella había cambiado de nuevo su información de contacto en su
teléfono: Bryce Es Una Reina.
Permanecieron hasta la medianoche viendo un reality show sobre un grupo de
jóvenes Vanir que trabajan en un club de playa en las Islas Coronal. Él se había
negado a verlo al principio, pero al final de la primera hora, él había sido el que
presionó el botón de reproducir para ver el siguiente episodio. Luego el siguiente.
No había dolido que hubieran pasado de sentarse en extremos opuestos del sofá
a estar lado a lado, su muslo presionado contra el de ella. Podría haber jugueteado
con su trenza. Ella podría haberlo dejado.
A la mañana siguiente, Hunt estaba siguiendo a Bryce hacia el ascensor del
apartamento cuando sonó su teléfono. Miró el número e hizo una mueca antes de
contestar.
—Hola, Micah.
—Mi oficina. Quince minutos.
Bryce apretó el botón del ascensor, pero Hunt señaló la puerta del techo. La
llevaría a la galería y luego se dirigiría al DCC.
—Muy bien —dijo él cuidadosamente—. ¿Quieres que la señorita Quinlan se
una a nosotros?
—Solo tú. —La línea se cortó.
54
Traducido por Jessmddx
Corregido por Catt

Hunt tomó una entrada trasera a la torre, con cuidado de evitar cualquier área
que Sandriel pudiera estar frecuentando. Isaiah no había contestado, y sabía mejor
que seguir llamando hasta que lo hiciera.
Micah estaba mirando por la ventana cuando él llegó, su poder ya era una
tormenta en la habitación.
—¿Por qué… —preguntó el Arcángel—… estás haciendo pruebas Fae en
antiguas muestras de laboratorio?
—Tenemos buenas razones para pensar que el demonio que identificamos no
es el que está detrás de la muerte de Danika Fendyr. Si podemos encontrar lo que
realmente la mató, podría llevarnos a quién lo convocó.
—La Cumbre es en dos semanas.
—Lo sé. Estamos trabajando tan duro como podemos.
—¿Lo están? ¿Beber en un bar de whiskey con Bryce Quinlan cuenta cómo
trabajar?
Imbécil.
—Estamos en ello. No te preocupes.
—Sabine Fandyr llamó a mi oficina, sabes. Para arrancarme la cabeza sobre ser
sospechosa. —No había nada humano detrás de esos ojos. Solo un depredador frío.
—Fue un error, y lo reconoceremos, pero teníamos motivos suficientes para
creer…
—Haz. El. Trabajo.
—Lo haremos —gruñó Hunt.
Micah lo examinó fríamente. Luego dijo:
—Sandriel ha estado preguntando por ti, también por la señorita Quinlan. Ella
me hizo algunas generosas ofertas para volver a comerciar. —El estómago de Hunt
se volvió pesado—. La he rechazado hasta ahora. Le dije que eres demasiado valioso
para mí.
Micah arrojó un archivo sobre la mesa, luego se giró hacia la ventana.
—No me hagas reconsiderarlo, Hunt.
Hunt leyó el archivo, la orden silenciosa que transmitía. Su castigo. Por Sabine,
por tomarse demasiado tiempo, solo por existir. Una muerte por una muerte.
Se detuvo en el cuartel para recoger su casco.
Micah había escrito una nota al margen de la lista de sus crímenes. Sin armas.
Así que Hunt agarró algunas más de sus dagas de empuñadura negra y también
su cuchillo largo de mango.
Cada movimiento era cuidadoso. Deliberado. Cada cambio de su cuerpo
mientras se ponía su traje de batalla negro tranquilizaba su mente, alejándolo más
y más de sí mismo.
Su teléfono sonó en su escritorio, y lo miró solo el tiempo suficiente para ver
que Bryce Es Una Reina le había escrito: ¿Todo bien?
Hunt se puso los guantes negros.
Su teléfono volvió a sonar.
Voy a pedir sopa de albóndigas para el almuerzo. ¿Quieres un poco?
Hunt dio la vuelta al teléfono, bloqueando la vista de la pantalla. Como si de
alguna manera le impidiera descubrir lo que estaba haciendo. Reunió sus armas con
siglos de eficiencia. Y luego se puso el casco.
El mundo descendió a fríos cálculos, sus colores se atenuaron.
Solo entonces levantó su teléfono y le escribió a Bryce: Estoy bien. Te veo más
tarde.
Ella le había respondido cuando llegó a la plataforma de aterrizaje de los
cuarteles. Había visto aparecer la burbuja de mensaje, desaparecer y volver a
aparecer. Como si hubiera escrito diez respuestas diferentes antes de decidirse por:
Está bien.
Hunt apagó su teléfono mientras se abría paso a través de las puertas y salía al
aire libre.
Él era una mancha contra el brillo. Una sombra de pie contra el sol.
Un aleteo de sus alas lo tenía en el cielo. Y no miró hacia atrás.

Algo estaba mal.


Bryce lo supo en el momento en que se dio cuenta de que no había tenido
noticias de él después de una hora en el Comitium.
La sensación solo había empeorado ante su vaga respuesta a los mensajes de
ella. Sin mencionar por qué lo habían llamado, qué estaba tramando.
Como si alguien más lo hubiera escrito por él.
Había escrito una docena de respuestas diferentes a ese mensaje de no-Hunt.
Por favor dime que todo está bien.
Escribe 1 si necesitas ayuda.
¿Hice algo para molestarte?
¿Qué está mal?
¿Necesitas que vaya al Comitium?
Rechazar una oferta de sopa de albóndigas… ¿alguien robó tu teléfono?
Una y otra vez, escribiendo y borrando, hasta que escribió: Estoy preocupada.
Por favor, llámame. Pero no tenía derecho a preocuparse, a exigirle esas cosas.
Entonces ella se decidió por un patético Está bien.
Y no había tenido noticias de él. Había revisado su teléfono obsesivamente todo
el día en el trabajo.
Nada.
La preocupación era un nudo retorciéndose en su estómago. Ella ni siquiera
pidió la sopa. Una mirada a las cámaras del techo mostró a Naomi ahí todo el día,
con el rostro tenso.
Bryce había subido allí alrededor de las tres.
—¿Tienes idea de dónde pudo haber ido? —preguntó ella, sus brazos
fuertemente apretados alrededor de sí misma.
Naomi la miró.
—Hunt está bien —dijo ella—. Él… —Se detuvo, leyendo algo en el rostro de
Bryce. La sorpresa parpadeó en sus ojos—. Está bien —dijo el ángel suavemente.
Cuando Bryce llegó a casa, con Naomi estacionada en la azotea adyacente, había
dejado de creerle.
Entonces ella había decidido que al Hel con eso. Al Hel con precaución o lucir
fresca o algo como eso.
De pie en su cocina mientras el reloj se acercaba a las ocho, le escribió a Hunt:
Por favor, llámame. Estoy preocupada por ti.
Ahí. Déjalo dispararse al éter o a donde sea que los mensajes flotaran.
Sacó a pasear a Syrinx una última vez por la noche con su teléfono en mano.
Como si cuanto más lo agarrara, más probabilidades tendría de que él respondiera.
Eran las once cuando cedió y marcó un número familiar. Ruhn contestó al
primer timbre.
—¿Qué sucede?
Cómo lo sabía, a ella no le importaba.
—Yo… —Ella tragó saliva.
—Bryce. —La voz de Ruhn se agudizó. La música se estaba reproduciendo en el
fondo, pero comenzó a cambiar, como si se estuviera moviendo a una parte más
tranquila de donde sea que estuviera.
—¿Has visto a Hunt en algún lugar hoy? —La voz de ella sonaba delgada y
aguda.
En el fondo, Flynn preguntó:
—¿Está todo bien?
—¿Qué pasó? —preguntó Ruhn.
—Como en, ¿has visto a Hunt en el campo de tiro, o en cualquier otro lugar…?
La música se desvaneció. Una puerta se cerró de golpe.
—¿Dónde estás?
—En mi casa. —Entonces la golpeó la oleada de lo estúpido que era esto, llamar
y preguntarle a Ruhn, de todas las personas, si sabía lo que estaba haciendo el
asesino personal del Gobernador.
—Dame cinco minutos…
—No, no te necesito aquí. Estoy bien. Solo… —A ella le ardía la garganta—. No
puedo encontrarlo. —¿Qué pasaría si Hunt estuviera en una pila de huesos, carne y
sangre?
Cuando su silencio se prolongó, Ruhn dijo con tranquila intensa:
—Pondré a Dec y a Flynn en eso…
Los encantamientos zumbaron y la puerta principal se abrió.
Bryce se quedó quieta cuando la puerta se abrió lentamente. Cuando Hunt,
vestido de negro, con su traje batalla y ese famoso casco, entró.
Parecía que cada paso requería toda su concentración. Y su aroma…
Sangre.
No de él.
—¿Bryce?
—Regresó —respiró ella en el teléfono—. Te llamaré mañana —dijo a su
hermano, y colgó.
Hunt se detuvo en el centro de la habitación.
La sangre manchaba sus alas. Brillaba en su traje de cuero. Salpicaba el visor de
su casco.
—¿Qué… qué pasó? —Logró preguntar ella.
Él comenzó a caminar de nuevo. Pasó junto a ella, el olor de toda esa sangre,
varios tipos diferentes de sangre, manchando el aire. No dijo una palabra.
»Hunt. —Cualquier alivio que había surgido a través de ella ahora se
transformaba en algo más agudo.
Se dirigió a su habitación y no se detuvo. Ella no se atrevió a moverse. Él era un
espectro, un demonio, una… una sombra de la muerte.
A este macho, con casco y en su ropa de batalla… ella no lo conocía.
Hunt llegó a su habitación, sin siquiera mirarla mientras cerraba la puerta
detrás de él.

No podía soportarlo.
No podía soportar la expresión de ella de puro alivio que podrían haberle hecho
temblar las rodillas cuando entró en el apartamento. Regresó aquí después de haber
terminado porque pensó que ella estaría dormida y que él podría lavarse la sangre
sin tener que regresar al cuartel del Comitium primero, pero ella solo estaba en la
sala de estar. Esperándolo.
Y cuando entró en el apartamento y ella vio y olió la sangre…
Tampoco podía soportar el horror y el dolor en su rostro.
¿Ves lo que esta vida me ha hecho? Quería preguntarle. Pero él había estado más
allá de las palabras. Solo había habido gritos hasta ahora. De los tres hombres que
había pasado horas matando, todo hecho según las especificaciones de Micah.
Hunt se dirigió al baño y abrió la ducha en agua hirviendo. Se quitó el casco, las
luces brillantes picaron en sus ojos sin los tonos refrescantes del visor. Luego se
quitó los guantes.
Ella había lucido tan horrorizada. No era una sorpresa. Ella no podría haber
entendido realmente lo que era, quién era, no hasta ahora. Por qué la gente rehuía
de él. No lo miraban a los ojos.
Hunt se quitó el traje, su piel magullada ya estaba sanando. Los traficantes de
droga que había matado esta noche habían dado algunos golpes antes de que él los
sometiera. Antes de haberlos clavado al suelo y empalado en sus cuchillas.
Y los dejó allí, chillando de dolor, durante horas.
Desnudo, entró en la ducha, las baldosas blancas ya sudaban vapor.
El agua hirviendo le golpeó la piel como ácido.
Él se tragó su grito, su sollozo, su gemido y no se resistió al torrente hirviendo.
No hizo nada mientras dejaba que lo quemara todo.

Micah lo había enviado a una misión. Había ordenado a Hunt que matara a
alguien. Varias personas, por los diferentes aromas sobre él. ¿Cada una de esas vidas
contaba para su horrible deuda?
Era su trabajo, su camino hacia la libertad, lo que hacía por el Gobernador y, sin
embargo… sin embargo, Bryce nunca lo había considerado realmente. Lo que le
hacía a él. Cuáles eran las consecuencias.
No era un camino hacia la libertad. Era un camino hacia Hel.
Bryce se quedó un rato en la sala de estar, esperando que terminara de
ducharse. El agua seguía corriendo. Veinte minutos. Treinta. Cuarenta.
Cuando el reloj pasó a una hora, ella se encontró llamando a su puerta.
—¿Hunt?
Sin respuesta. El agua continuaba corriendo.
Ella abrió la puerta y se asomó al oscuro dormitorio. La puerta del baño estaba
abierta, vapor salía. Tanto vapor que la habitación se había vuelto borrosa.
»¿Hunt? —Ella se movió hacia adelante, estirando el cuello para ver el brillante
baño. Sin señales de él en la ducha…
Un indicio de un ala gris empapada se levantó detrás del cristal de la ducha.
Ella se movió, sin pensar. Sin importarle.
Estaba en el baño en un instante, su nombre en sus labios, preparándose para
lo peor, deseando haber agarrado su teléfono del mostrador de la cocina…
Pero allí estaba él, sentado desnudo en el suelo de la ducha, con la cabeza
inclinada entre las rodillas. El agua golpeaba su espalda, sus alas, goteando de su
cabello. Su piel como polvo dorado y marrón brillaba con un rojo furioso.
Bryce dio un paso en la ducha y siseó. El agua estaba hirviendo. Hirviendo bien
caliente.
—Hunt —dijo ella. Él no parpadeó.
Ella miró entre él y la ducha. Su cuerpo estaba curando las quemaduras, curando
y luego escaldando, curando y escaldando. Tenía que ser una tortura.
Ella retuvo el grito cuando se metió en la ducha, el agua casi hirviendo empapó
su camisa, sus pantalones y bajó la temperatura.
Él no se movió. Ni siquiera la miró. Él había hecho esto muchas veces, se dio
cuenta. Por cada vez que Micah lo había enviado a matar, y por todos los Arcángeles
a los que él había servido antes de eso.
Syrinx vino a investigar, olisqueó la ropa ensangrentada, luego se tumbó sobre
la alfombra de baño, con la cabeza sobre las patas delanteras.
Hunt no dio ninguna indicación de que él sabía que ella estaba allí.
Pero su respiración se hizo más profunda. Se hizo más fácil.
Y no podía explicar por qué lo hizo, pero agarró una botella de champú y la
botella de jabón de lavanda del rincón de las baldosas. Luego se arrodilló ante él.
—Voy a limpiarte —dijo ella en voz baja—. Si eso está bien.
Un leve pero terriblemente claro asentimiento fue su única respuesta. Como si
las palabras aún fueran demasiado difíciles.
Entonces Bryce vertió el champú en sus manos y luego entrelazó sus dedos en
el cabello de él. Los gruesos mechones eran pesados, y ella frotó suavemente,
inclinando su cabeza hacia atrás para enjuagarla. Sus ojos se levantaron por fin.
Encontraron los de ella, mientras su cabeza se inclinaba hacia la corriente de agua.
—Luces de la manera en que me siento —susurró ella con la garganta
apretada—, todos los días.
Él parpadeó, su única señal de que la había escuchado.
Ella retiró las manos de su cabello y tomó la barra de jabón. Estaba desnudo, se
dio cuenta, de alguna manera lo había olvidado. Completamente desnudo. No se
permitió contemplarlo cuando comenzó a enjabonar su cuello, sus poderosos
hombros, sus musculosos brazos.
—Dejaré tu mitad inferior para que la disfrutes —dijo ella con el rostro
calentándose.
Él solo la estaba mirando con esa cruda mirada. Más íntimo que cualquier toque
de sus labios en su cuello. Como si él realmente viera todo lo que ella era y había sido
y podría ser.
Ella frotó la parte superior de su cuerpo lo mejor que pudo.
—No puedo limpiar tus alas contigo sentado contra la pared.
Hunt se puso de pie en un poderoso y elegante movimiento.
Ella mantuvo sus ojos apartados de lo que, exactamente, ese movimiento trajo
a su línea de visión directa. Algo muy considerable que él no parecía notar o
importarle.
Así que a ella tampoco le importaría. Se puso de pie, salpicando agua, y
gentilmente lo giró. Tampoco se permitió admirar la vista desde atrás. Los músculos
y la perfección de él.
Tu trasero es perfecto, le había dicho él.
Igualmente, ahora ella podía dar fe de ello.
Ella enjabonó sus alas, ahora gris oscuro por el agua.
Él se alzaba sobre ella, lo suficiente como para que tuviera que ponerse de
puntillas para alcanzar el ápice de sus alas. En silencio, ella lo lavó, y Hunt apoyó las
manos contra los azulejos, con la cabeza colgando. Necesitaba descansar y la
comodidad del olvido. Entonces Bryce enjuagó el jabón, asegurándose de que todas
y cada una de las plumas estuvieran limpias, y luego rodeó al ángel para cerrar la
ducha.
Solo el goteo de agua que se arremolinaba en el desagüe llenaba el baño
humeante.
Bryce agarró una toalla y mantuvo los ojos en alto cuando Hunt se giró para
mirarla. Ella la envolvió de sus caderas, agarró una segunda toalla de la baranda
justo afuera de la ducha y la pasó por su piel bronceada. Suavemente, ella acarició
sus alas para secarlas. Luego le frotó el cabello.
—Vamos —murmuró ella—. A la cama.
Su rostro se puso más alerta, pero no se opuso cuando ella lo sacó de la ducha,
goteando agua de su ropa y cabello empapados. No se opuso cuando ella lo condujo
al dormitorio, a la cómoda donde había puesto sus cosas.
Sacó un par de bóxeres negros y se agachó, con los ojos clavados en el suelo
mientras estiraba de la cinturilla.
—Entra aquí.
Hunt obedeció, primero un pie y luego el otro. Ella se levantó, deslizando la
prenda por sus poderosos muslos y soltando la cinturillaa elástica con un chasquido
suave. Bryce tomó una camiseta blanca de otro cajón, frunció el ceño ante los
complicados cortes en la parte posterior para ajustar sus alas, y la dejó nuevamente.
—En ropa interior será —declaró ella, tirando hacia atrás la manta en la cama
que tan obedientemente él hacía cada mañana. Ella acarició el colchón—. Duerme
un poco, Hunt.
Una vez más, obedeció, deslizándose entre las sábanas con un suave gemido.
Apagó la luz del baño, oscureció el dormitorio y regresó a donde él yacía, todavía
mirándola. Atreviéndose a quitarle el cabello húmedo de la frente, los dedos de
Bryce rozaron el odioso tatuaje. Los ojos de él se cerraron.
—Estaba preocupada por ti —susurró ella, acariciando su cabello
nuevamente—. Yo… —Ella no pudo terminar la oración. Así que dio un paso atrás
para salir de la habitación, se pondría ropa seca y tal vez dormiría un poco.
Pero una mano cálida y fuerte se apoderó de su muñeca. La detuvo.
Miró hacia atrás y encontró a Hunt mirándola de nuevo.
—¿Qué?
Un ligero tirón en su muñeca le dijo todo.
Quédate.
Su pecho se apretó hasta el punto del dolor.
—Bueno. —Ella respiró hondo—. Bien, está bien.
Y por alguna razón, la idea de ir hasta su habitación, de dejarlo por un momento,
parecía demasiado arriesgado. Como si él pudiera desaparecer nuevamente si ella
se fuese a cambiar.
Entonces agarró la camiseta blanca que tenía la intención de ponerle a él y se
apartó, quitándose su propia camisa y sujetador y arrojándolos al baño. Aterrizaron
de golpe en las baldosas, ahogando el susurro de la suave camisa cuando ella se la
deslizó sobre sí misma. Colgaba hasta sus rodillas, proporcionando suficiente
cobertura para que se quitara los pantalones mojados y la ropa interior y también
los arrojara al baño.
Syrinx había saltado a la cama, acurrucado a los pies de ésta. Y Hunt se había
movido, dándole un amplio espacio.
—Está bien —dijo ella de nuevo, más para sí misma.
Las sábanas estaban calientes y olían a cedro besado por la lluvia. Ella trató de
no respirar demasiado, obviamente, mientras se sentaba contra la cabecera. Y ella
trató de no parecer demasiado sorprendida cuando él apoyó la cabeza sobre su
muslo, su brazo atravesándola para descansar sobre la almohada.
Un niño recostando su cabeza sobre el regazo de su madre. Un amigo en busca
cualquier tipo de contacto tranquilizador para recordarle que era un ser vivo. Una
buena persona, sin importar lo que le hicieran hacer.
Bryce volvió a apartarle el cabello de la frente tentativamente.
Los ojos de Hunt se cerraron, pero se inclinó ligeramente al tacto. Una petición
silenciosa.
Entonces Bryce continuó acariciando su cabello, una y otra vez, hasta que su
respiración se profundizó y se estabilizó, hasta que su poderoso cuerpo se debilitó
junto al de ella.

Olía a paraíso. Como hogar y eternidad, y exactamente a donde estaba destinado


a estar.
Hunt abrió los ojos a la suavidad femenina, el calor y la respiración suave.
En la tenue luz, se encontró medio tumbado sobre el regazo de Bryce, la mujer
misma desmayada contra la cabecera, con la cabeza a un lado. Su mano aún
permanecía en su cabello, la otra en las sábanas junto a su brazo.
El reloj marcaba las tres y media. No era la hora lo que lo sorprendió, sino el
hecho de que estaba lo suficientemente lúcido como para notarlo.
Ella se había ocupado de él. Lavado, vestido y calmado. No podía recordar la
última vez que alguien había hecho eso.
Hunt cuidadosamente quitó su cabeza de su regazo, dándose cuenta de que sus
piernas estaban desnudas. Que ella no llevaba nada debajo de su camiseta. Y su
rostro había estado a escasos centímetros de distancia de ahí.
Sus músculos protestaron solo ligeramente mientras se levantaba. Bryce no se
movió.
Ella le había puesto ropa interior, por amor a la mierda.
Sus mejillas se calentaron, pero se levantó de la cama, Syrinx abrió un ojo para
ver de qué se trataba la conmoción. Él hizo un gesto a la bestia y se colocó al lado del
colchón de Bryce.
Ella se movió solo un poco cuando él la tomó en sus brazos y la llevó a su
habitación. La acostó en su cama, y ella se quejó, protestando por las sábanas frías,
pero él rápidamente arrojó el edredón sobre ella y se fue antes de que pudiera
despertarla.
Estaba a medio camino por la sala de estar cuando su teléfono, tirado en el
mostrador de la cocina, brillaba con luz. Hunt lo miró, incapaz de evitarlo.
Una cadena de mensajes de Ruhn llenó la pantalla, todo de las últimas horas.
¿Athalar está bien? Y después: ¿Tú estás bien?
Luego, hace una hora: Llamé a la recepción de tu edificio, y el portero me aseguró
que los dos estaban allí arriba, así que supongo que los dos están bien. Pero llámame
por la mañana.
Y luego, hace treinta segundos, como si fuera una ocurrencia tardía: Me alegra
que me hayas llamado esta noche. Sé que las cosas están jodidas entre nosotros, y sé
que mucho de eso es mi culpa, pero si alguna vez me necesitas, estoy aquí. En cualquier
momento, Bryce.
Hunt miró hacia el pasillo de la habitación de ella. Había llamado a Ruhn, con
quien había estado hablando por teléfono cuando él regresó. Se frotó el pecho.
Se volvió a dormir en su propia cama, donde el aroma de ella aún permanecía,
como un toque fantasmal y cálido.
55
Traducido por Lili-ana
Corregido por Catt

Los rayos dorados del amanecer despertaron a Bryce. Las mantas estaban
calientes, y la cama suave, y Syrinx seguía roncando...
Su habitación. Su cama.
Se sentó, despertando a Syrinx con un empujón. Él gruñó de molestia y se
deslizó más profundamente debajo de las sábanas, pateándola en las costillas con
las patas traseras por si acaso.
Bryce lo dejó, deslizándose fuera de la cama y saliendo de su habitación en
segundos. Hunt debe haberla movido en algún momento. Él no estaba en forma para
hacer algo así, y si de alguna manera se hubiera visto obligado a volver a salir...
Ella suspiró cuando vislumbró un ala gris sobre la cama de la habitación de
invitados. La piel marrón dorada de una espalda musculosa. Subiendo y bajando.
Todavía dormido.
Gracias a los dioses. Frotándose el rostro con las manos, dormir era una causa
perdida; se dirigió a la cocina y comenzó a preparar café. Necesitaba una taza fuerte,
luego una carrera rápida. Dejó que la memoria muscular se hiciera cargo, y mientras
la cafetera zumbaba y vibraba, levantó su teléfono del mostrador.
Los mensajes de Ruhn ocupaban la mayoría de sus notificaciones. Los leyó dos
veces.
Él hubiera dejado todo para venir. Puesto a sus amigos en la tarea de encontrar
a Hunt. Lo hubiera hecho sin dudarlo. Ella lo sabía, pero se había hecho olvidarlo.
También sabía por qué. Era plenamente consciente de que su reacción a su
argumento años atrás estaba justificada, pero exagerada. Él trató de disculparse, y
ella solo lo usó contra él. Y él debe haberse sentido lo suficientemente culpable como
para nunca haber cuestionado por qué ella lo sacó de su vida. Que él nunca se daría
cuenta que no era solo por un ligero dolor que la forzó a apartarlo de su vida, sino el
miedo. El terror absoluto.
La hirió, y le asustó que él tuviera tanto poder. Que había querido tantas cosas
de él, imaginado tantas cosas con su hermano (aventuras, vacaciones y momentos
ordinarios) y él tenía la capacidad de quitárselo todo.
Los pulgares de Bryce se cernían sobre el teclado de su teléfono, como si
buscara las palabras correctas. Gracias estaría bien. O incluso un Te llamaré más
tarde sería suficiente, ya que tal vez debería decir esas palabras en voz alta.
Pero sus pulgares permanecieron en alto, las palabras se deslizaron y cayeron.
Entonces cerró esos mensajes, y se volvió hacia el otro mensaje que recibió, de
Juniper.
Madame Kyrah me dijo que nunca apareciste en su clase. ¿Qué demonios, Bryce?
Tuve que rogarle para que guardara ese lugar para ti. Ella estaba realmente enojada.
Bryce apretó los dientes. Ella le respondió: Lo siento. Dile que estoy trabajando
en algo para el Gobernador y me llamaron.
Bryce dejó el teléfono y se volvió hacia la cafetera. Su teléfono sonó un segundo
después. Juniper tenía que estar en camino a la práctica de la mañana entonces.
Esta mujer no acepta excusas. Trabajé duro para agradarle, Bryce.
June definitivamente estaba enojada si la llamaba Bryce en lugar de B.
Bryce respondió: Lo siento, ¿de acuerdo? Te dije que era un tal vez. No deberías
haberla dejado pensar que estaría allí.
Juniper respondió: Lo que sea. Me tengo que ir.
Bryce dejó escapar el aliento y se obligó a soltar los dedos del teléfono. Ella
acunó su taza de café caliente.
—Hola.
Se dio la vuelta para encontrar a Hunt apoyando una cadera contra la isla de
mármol. Para alguien muy musculoso y con alas, el ángel era sigiloso, tenía que
admitirlo. Se había puesto una camisa y pantalones, pero su cabello todavía estaba
despeinado por el sueño.
Ella habló con voz ronca, sus rodillas tambaleándose ligeramente:
—¿Cómo te sientes?
—Bien.
La palabra no tenía dolor, solo una tranquila resignación y una solicitud de no
presionar. Entonces, Bryce sacó otra taza, la colocó en la máquina de café y presionó
algunos botones para prepararla.
La mirada de él recorrió cada parte de ella como un toque físico. Se miró a sí
misma y se dio cuenta de por qué.
—Lo siento, tomé una de tus camisas —dijo, empuñando la tela blanca en una
mano. Dioses, no llevaba ropa interior. ¿Él lo sabía?
Sus ojos se centraron en sus piernas desnudas y se oscurecieron un poco.
Definitivamente lo sabía.
Hunt se alejó de la isla, avanzando hacia ella, y Bryce se preparó. Para qué, no lo
sabía, pero...
Él solo pasó de largo. Directo a la nevera, donde sacó huevos y tocino.
—A riesgo de sonar como un cliché alfaimbécil —dijo él sin mirarla mientras
ponía la sartén en la estufa—, me gusta verte en mi camisa.
—Un total cliché alfaimbécil —dijo ella, incluso cuando sus dedos de los pies se
curvaron en el piso de madera pálida.
Hunt partió los huevos en un tazón.
—Siempre parecemos terminar en la cocina.
—No me importa —dijo Bryce, tomando un sorbo de café—, mientras tú
cocines.
Hunt resopló, luego guardo silencio.
—Gracias —dijo él en voz baja—. Por lo que hiciste.
—Ni lo menciones —dijo ella, tomando otro sorbo de café. Recordando el café
que le preparó para él, tomó la taza ahora llena.
Hunt se apartó de la estufa mientras ella le extendía el café. Miró entre la taza
extendida y su rostro.
Y mientras su gran mano envolvía la taza, él se inclinó, cerrando el espacio entre
ellos. La boca de él rozó su mejilla. Breve, ligero y dulce.
—Gracias —dijo él de nuevo, retrocediendo y volviendo a la estufa. Como si no
se diera cuenta de que ella no podía mover un solo músculo, no podía encontrar una
sola palabra para pronunciar.
La necesidad de agarrarlo, de bajar su rostro hacia el de ella y probar cada parte
de él prácticamente la cegó. Sus dedos se movieron a sus costados, casi capaces de
sentir esos músculos duros debajo de ellos.
Él tenía un amor perdido hace mucho tiempo por el que aún tenía una
esperanza. Y ella había pasado demasiado tiempo sin sexo. Por las tetas de Cthona,
habían pasado semanas desde ese ligue con el león cambiaformas en el baño del
Cuervo. Y con Hunt aquí, no se había atrevido a abrir su mesita de noche a su
izquierda para ocuparse de sí misma.
Sigue diciéndote todo eso, dijo una pequeña voz.
Los músculos de la espalda de Hunt se tensaron. Sus manos pausaron lo que sea
que estuvieran haciendo.
Mierda, él podía oler este tipo de cosas, ¿no? La mayoría de los machos Vanir
podían. Los cambios en el olor de una persona: el miedo y la excitación son los dos
más grandes.
Él era el Umbra Mortis. Fuera de límites en diez millones de maneras diferentes.
Y el Umbra Mortis no tenía citas… no, sería todo o nada con él.
—¿En qué estás pensando? —preguntó Hunt con voz grave.
No se apartó de la estufa.
En ti. Como una maldita idiota, estoy pensando en ti.
—Hay una venta de muestras en una de las tiendas de diseñador hoy por la
tarde —mintió ella.
Hunt miró por encima del hombro. Joder, sus ojos estaban oscuros.
—¿De verdad?
¿Era eso un ronroneo en su voz?
Ella no pudo evitar retroceder un paso, chocando con la isla de la cocina.
—Sí —dijo ella, incapaz de apartar la mirada.
Los ojos de Hunt se oscurecieron aún más. Él no dijo nada.
No podía respirar adecuadamente con esa mirada fija en ella. Esa mirada que le
dijo que él olía todo lo que sucedía en su cuerpo.
Sus pezones se endurecieron bajo esa mirada.
Hunt se quedó sobrenaturalmente quieto. Sus ojos bajaron. Vio sus senos. Los
muslos que ahora apretaba, como si con eso frenase el latido entre ellos que
comenzaba a torturarla.
El rostro de él se volvió positivamente salvaje. Un gato de montaña listo para
saltar.
—No sabía que las ventas de ropa te ponían tan caliente y molesta, Quinlan.
Ella casi gimió. Se obligó a quedarse quieta.
—Son las pequeñas cosas de la vida, Athalar.
—¿En eso piensas cuando abres la mesita de noche a tu izquierda? ¿Ventas de
ropa? —Él la enfrentó completamente ahora. Ella no se atrevió a alejar su mirada.
—Sí. —Respiró—. Toda esa ropa por todo mi cuerpo.
No tenía idea de qué mierda salía de su boca.
¿Cómo era posible que todo el aire en el apartamento, la ciudad, hubiera sido
absorbido?
—Tal vez deberías comprar ropa interior nueva —murmuró, asintiendo hacia
sus piernas desnudas—. Parece que te hace falta.
Ella no pudo evitarlo, la imagen que brilló en sus sentidos: Hunt poniendo esas
grandes manos en su cintura y alzándola sobre el mostrador presionándole la
espalda, empujando su camiseta sobre su estómago (camiseta de él, en realidad) y
abriéndole las piernas de par en par. Follándola con su lengua, luego con su polla,
hasta que sollozara de placer o gritara, no le importaba mientras él la tocara, dentro
de ella...
—Quinlan. —Él parecía estar temblando ahora. Como si solo un hilo de pura
voluntad lo mantuviera en su lugar. Como si hubiera visto la misma imagen ardiente
y estuviera esperando su confirmación.
Eso lo complicaría todo. La investigación, lo que sea que él sintiera por Shahar,
su propia vida...
Al jodido Hel con todo eso. Lo descubrirían más tarde. Ellos...
Humo ardiente llenaba el aire entre ellos. Asqueroso y punzante humo.
—Joder —siseó Hunt, girando hacia la estufa y los huevos que había dejado en
la estufa.
Como si un hechizo de bruja se hubiera roto, Bryce parpadeó, el calor
vertiginoso desapareció. Oh, dioses. Las emociones de él tenían que estar por todas
partes después de anoche, y las de ella eran un desastre en un buen día, y...
—Tengo que vestirme para el trabajo. —Logró decir ella, y se apresuró hacia su
habitación antes de que él pudiera apartarse del desayuno en llamas.

Se había vuelto loca, se dijo a sí misma en la ducha, en el baño, en la caminata


demasiado tranquila al trabajo con Syrinx, Hunt siguiéndola por encima de su
cabeza. Manteniendo su distancia. Como si se diera cuenta de lo mismo.
Dejar entrar a alguien y darle el poder de lastimarte, ellos al final harían
exactamente eso.
Ella no podía hacerlo. Sobrevivirlo.
Bryce se había resignado a ese hecho cuando llegó a la galería. Una mirada hacia
arriba mostró a Hunt haciendo su descenso mientras Syrinx ladraba felizmente, y la
idea de un día en un espacio cerrado con él, con solo Lehabah como amortiguador...
Gracias a la maldita Urd, su teléfono sonó cuando abrió la puerta de la galería.
Pero no era Ruhn quien llamaba para reportarse, y no era Juniper preocupada por
perderse la clase de baile.
—Jesiba.
La hechicera no se molestó con bromas.
—Abre la puerta de atrás. Ahora.
—Oh, eso es horrible, BB —susurró Lehabah hacia la penumbra de la
biblioteca—. Simplemente horrible.
Mirando el enorme tanque con poca luz, Bryce sintió que se le erizaban los
vellos del brazo mientras observaba cómo su nueva adición exploraba su entorno.
Hunt se cruzó de brazos y miró hacia la penumbra. Cualquier idea de desnudarse
con él había desaparecido hace una hora.
Una mano oscura y escamada golpeó contra el grueso cristal, raspando con las
garras de marfil. Bryce tragó saliva.
—Quiero saber dónde alguien encontraría un nøkk en estas aguas.
Por lo que había escuchado, solo existían en los mares helados del norte, y
principalmente en Pangera.
—Prefería al kelpie —susurró Lehabah, encogiéndose detrás de su pequeño
diván, su llama de un amarillo tembloroso.
Como si los hubiera escuchado, el nøkk se detuvo ante el cristal y sonrió.
Con más de dos metros y medio de largo, el nøkk podría haber sido muy bien el
gemelo del Hel de un macho mer. Pero en lugar de rasgos humanoides, el nøkk tenía
una mandíbula inferior sobresaliente con una boca demasiado ancha y sin labios,
llena de dientes finos como agujas. Sus ojos demasiado grandes eran lechosos, como
algunos de los peces de las profundidades. Su cola era en su mayoría translúcida,
huesuda y afilada, y sobre ella se alzaba un torso musculoso y deformado.
Ningún vello cubría su pecho o cabeza, y sus manos con cuatro dedos
terminaban en garras como dagas.
Con el tanque atravesando toda la longitud de un lado de la biblioteca, no había
escapatoria de su presencia, a menos que el nøkk bajara al grupo de rocas oscuras
en el fondo. La criatura arrastró esas garras sobre el vidrio nuevamente. La tinta
SPQM brillaba de un blanco puro en su muñeca de color gris verdoso.
Bryce se llevó el teléfono a la oreja. Jesiba contestó el primer timbre.
—¿Sí?
—Tenemos un problema.
—¿Con el contrato Korsaki? —La voz de Jesiba era baja, como si no quisiera que
la escucharan.
—No. —Bryce frunció el ceño al nøkk—. El reptil en el acuario debe
desaparecer.
—Estoy en una reunión.
—Lehabah tiene mucho miedo.
El aire era letal para los nøkks; si uno estuviera expuesto por más de unos
segundos, sus órganos vitales comenzarían a cerrarse, su piel caería como si se
quemara. Pero Bryce aun así subió por la pequeña escalera a la derecha del tanque
para asegurarse de que la escotilla de alimentación incorporada en la rejilla sobre el
agua estuviera completamente cerrada. La escotilla en sí era una plataforma
cuadrada que se podía subir y bajar al agua, operada por un panel de controles en la
parte trasera del espacio en la parte superior del tanque, y Bryce había verificado
tres veces que la máquina estaba completamente apagada.
Cuando regresó a la biblioteca, encontró a Lehabah acurrucada en una bola
detrás de un libro, la llama de la duendecilla de un amarillo chisporroteante.
—Es una criatura horrible y detestable —susurró Lehabah desde su sofá.
Bryce la hizo callar.
—¿No puedes regalarlo a un macho perdedor en Pangera?
—Colgaré.
—Pero él…
La línea murió. Bryce se dejó caer en su asiento en la mesa.
—Ahora ella lo tendrá para siempre —dijo a la duendecilla.
—¿Cómo lo vas a alimentar? —preguntó Hunt cuando el nøkk volvió a tocar la
pared de vidrio, sintiéndola con esas terribles manos.
—Aman a los humanos —susurró Lehabah—. Arrastran a los nadadores bajo la
superficie de los estanques y lagos y los ahogan, luego se deleitan lentamente con
sus cadáveres durante días y días...
—Carne de res —dijo Bryce, con el estómago revuelto mientras miraba la
pequeña puerta para acceder a la escalera que dirigía hacia la parte superior del
tanque—. Recibirá unos filetes al día.
Lehabah se encogió.
—¿No podemos poner una cortina?
—Jesiba simplemente la quitará.
—Podría apilar algunos libros sobre la mesa; así bloquearía tu visión de él —
ofreció Hunt.
—Pero él sabrá dónde estoy. —Lehabah hizo un puchero a Bryce—. No puedo
dormir con eso aquí.
Bryce suspiró.
—¿Y si solo finges que es un príncipe encantado o algo así?
La duendecilla señaló hacia el tanque. Al nøkk flotando en el agua, agitando la
cola. Sonriéndoles.
—Un príncipe del Hel.
—¿Quién querría un nøkk de mascota? —preguntó Hunt, tumbándose frente a
Bryce en el escritorio.
—Una hechicera que eligió unirse a Sombra y Llama y que convierte a sus
enemigos en animales. —Bryce hizo un gesto hacia los tanques y terrarios más
pequeños integrados en los estantes a su alrededor, luego se frotó el dolor
persistente en su muslo debajo de su vestido rosa. Cuando por fin tuvo el descaro de
salir de su habitación esta mañana después del fiasco de la cocina, Hunt la había
mirado durante mucho, mucho tiempo. Pero no dijo nada.
—Deberías ver una medwitch sobre esa pierna —dijo él ahora. Hunt no levantó
la vista de donde estaba hojeando un informe que Justinian envió esa mañana para
una segunda opinión. Ella le preguntó qué era, pero él le dijo que era clasificado, y
eso fue todo.
—Mi pierna está bien.
Ella no se molestó en girarse desde donde comenzó a escribir nuevamente los
detalles del contrato Korsaki que Jesiba estaba ansiosa por finalizar. Trabajo inútil
sin sentido, pero trabajo que tenía que hacerse en algún momento.
Especialmente porque estaban nuevamente en un callejón sin salida. No había
recibido noticias de Viktoria sobre los resultados de la prueba Mimir. Por qué Danika
había robado el Cuerno, quién lo deseaba tanto que la matarían por eso... Bryce
todavía no tenía idea. Pero si Ruhn tenía razón sobre un método para arreglar el
Cuerno... todo debía estar conectado de alguna manera.
Y ella sabía que mientras habían matado a un demonio kristallos, había otros
kristallos esperando en Hel que aún podían ser convocados para cazar el Cuerno. Y
si su clase había fallado hasta ahora, cuando esa raza había sido creada literalmente
por los Príncipes de Hel para rastrear el Cuerno... ¿cómo podía ella esperar
encontrarlo?
Luego estaba el asunto de esos horripilantes asesinatos... que no fueron
cometidos por un kristallos. Hunt ya había solicitado que se verificaran las imágenes
nuevamente, pero no había recibido nada.
El teléfono de Hunt sonó, y lo sacó de su bolsillo, miró la pantalla y luego lo
guardó. Desde el otro lado del escritorio, ella apenas podía distinguir el cuadro de
texto de un mensaje en la pantalla.
—¿No vas a responder?
Su boca se torció hacia un lado.
—Solo es uno de mis colegas reventando mis bolas.
Sin embargo, sus ojos destellaron cuando él la miró. Y cuando ella le sonrió,
encogiéndose de hombros, la garganta de él tembló, solo un poco.
»Tengo que salir un rato. Noemi vendrá a hacer guardia. Te recogeré cuando
estés lista para irte —dijo Hunt un poco bruscamente.
Antes de que ella pudiera preguntar al respecto, él se había ido.

—Sé que ha pasado un tiempo —dijo Bryce, su teléfono encajado entre su


hombro y oreja.
Hunt había estado esperando afuera de la galería mientras ella cerraba,
sonriendo ante Syrinx aruñando la puerta. La quimera aulló en protesta cuando se
dio cuenta de que Bryce todavía no lo llevaría con ellos, y Hunt se agachó para
rascarle la cabeza dorada y peluda antes de que Bryce cerrara la puerta y lo
encerrara.
—Tendré que mirar mi calendario —dijo Bryce, haciendo un gesto de saludo
con la cabeza hacia Hunt.
Ella se veía hermosa hoy, con un vestido rosa pálido, perlas en las orejas y el
cabello recogido a ambos lados con ganchos de perlas a juego.
Joder, hermosa ni siquiera era la palabra correcta para eso.
Ella había salido de su habitación y él se había quedado estúpido.
Ella no parecía darse cuenta de que él lo había notado, aunque suponía que ella
sabía que se veía hermosa todos los días. Sin embargo, había una luz en ella hoy, un
color que no había estado allí antes, un brillo en sus ojos color ámbar y un rubor en
su piel.
Pero ese vestido rosa... lo distrajo todo el día.
Al igual que el encuentro en la cocina esta mañana. Había hecho todo lo posible
por ignorarlo, olvidar lo cerca que estuvo de rogarle que lo tocara, que le permitiera
tocarla. Eso no le había impedido estar en un estado de semi excitación todo el día.
Tenía que juntar su mierda. Teniendo en cuenta que su investigación se había
ralentizado la semana pasada, no podía permitirse distracciones. No podía
permitirse comérsela con los ojos cada vez que ella no estaba mirando. Esta tarde,
ella se había levantado de puntillas, con el brazo esforzándose para agarrar un libro
en un estante alto de la biblioteca, y se sintió como si ese color rosa fuera el jodido
Cuerno, y él fuera un demonio kristallos.
Él había estado fuera de su silla en un instante, a su lado un instante después y
sacó el libro del estante para ella.
Sin embargo, ella se quedó allí parada cuando él le tendió el libro. No retrocedió
un paso mientras ella miraba entre el libro extendido y su rostro. Su sangre había
comenzado a latir en sus oídos, su piel se estaba volviendo demasiado tensa. Justo
como lo hizo esta mañana cuando vio sus pezones tensos y olió lo sucios que se
volvieron sus pensamientos.
Pero ella solo tomó el libro y se alejó. Sin inmutarse y sin darse cuenta de la pura
estupidez de él.
No había mejorado a medida que pasaban las horas. Y cuando ella le sonrió más
temprano... se sintió aliviado de que lo llamaran para que saliera de la galería un
minuto después. Fue mientras regresaba, respirando el aire enérgico del Istros, que
Viktoria le envió un mensaje: Encontré algo. Nos vemos en Munin & Hugin en 15.
Debatió decirle a la espectro que esperara. Para retrasar las inevitables malas
noticias que se avecinaban, pasar unos días más con esa hermosa sonrisa en el rostro
de Bryce y ese deseo comenzando a arder en sus ojos, pero... las advertencias de
Micah sonaron en sus oídos. Todavía faltaban dos semanas para la Cumbre, pero
Hunt sabía que la presencia de Sandriel había agotado la paciencia de Micah más de
lo normal. Que si se demoraba mucho más, encontraría su trato nulo y sin valor.
Entonces, cualquiera que fuera la información que tuviera Vik, por mala que
sea... encontraría la manera de lidiar con eso. Llamó a Bryce Patea Traseros y le dijo
que sacara su trasero para que se encontrara con él.
—No lo sé, mamá —dijo Bryce en su teléfono, poniéndose al lado de Hunt
cuando empezaron a bajar la calle. El sol poniente bañaba la ciudad de oro y naranja,
dorando incluso los charcos de inmundicia—. Por supuesto que te extraño, pero ¿tal
vez el próximo mes?
Pasaron un callejón a pocas cuadras de distancia, los letreros color neón
apuntaban a los pequeños bares de té y los antiguos puestos de comida que se
abarrotaban a lo largo del lugar. Varias tiendas de tatuajes yacían intercaladas,
algunos de los artistas o dueños fumaban afuera antes de la avalancha de idiotas
borrachos.
—¿Qué… este fin de semana? Bueno, tengo un invitado... —Ella chasqueó la
lengua—. No, es una larga historia. Él es como... ¿un compañero de cuarto? ¿Su
nombre? Uh, Athie. No, mamá. —Suspiró—. Este fin de semana realmente no está
bien. No, no estoy tratando de deshacerme de ti. —Apretó los dientes—. ¿Qué tal
una videollamada? Mmhmm, sí, por supuesto que sacaré el tiempo. —Bryce hizo una
mueca de nuevo—. De acuerdo, mamá. Adiós.
Bryce se giró hacia él, haciendo una mueca.
—Tu madre parece... insistente —dijo Hunt con cuidado.
—Haré una videollamada con mis padres a las siete. —Ella suspiró al cielo—.
Quieren conocerte.

Viktoria estaba en el bar cuando llegaron, con un vaso de whiskey frente a ella.
Les ofreció a ambos una sonrisa grave, luego deslizó un archivo hacia ellos mientras
se sentaban a su izquierda.
—¿Qué encontraste? —preguntó Bryce, abriendo la carpeta de color crema.
—Léelo —dijo Viktoria, luego miró hacia las cámaras en el bar. Grabando todo.
Bryce asintió, captando la advertencia, y Hunt se inclinó más cerca mientras su
cabeza se inclinaba para leer, incapaz de evitar estirar su ala, muy ligeramente,
alrededor de su espalda.
Sin embargo, lo olvidó cuando vio los resultados de la prueba.
—Esto no puede ser correcto —dijo él en voz baja.
—Eso es lo que dije —dijo Viktoria, su delgado rostro impasible.
Allí, en la revisión Mimir de los Fae, se encuentran los resultados: pequeños
trozos de algo sintético. No orgánico, no tecnológico, no mágico, sino una
combinación de los tres.
Encuentra lo que está en el medio, había dicho Aidas.
—Danika trabajó de independiente para Industrias Redner —dijo Bryce—. Ahí
hacen todo tipo de experimentos. ¿Eso explicaría esto?
—Puede que sí —dijo Viktoria—. Pero haré el Mimir en todas las muestras que
tenemos de los demás. Las pruebas iniciales también dieron positivo en la ropa de
Maximus Tertian. —El tatuaje en la frente de Viktoria se arqueó cuando frunció el
ceño—. No es magia pura, ni tecnológica, ni orgánica. Es un híbrido, con sus otros
rastros que hacen que se anule en las otras categorías. Casi un dispositivo de
camuflaje.
Bryce frunció el ceño.
—¿Qué es exactamente?
Hunt conocía a Viktoria lo suficientemente bien como para leer la precaución
en los ojos de la espectro.
—Es una especie de... droga. Por lo que pude encontrar, parece que se usa
principalmente para fines médicos en dosis muy pequeñas, pero podría haberse
filtrado a las calles, lo que condujo a dosis que está lejos de ser segura —dijo ella a
Bryce.
—Danika no habría tomado una droga como esa.
—Por supuesto que no —dijo Viktoria rápidamente—. Pero ella estuvo
expuesta a eso, toda su ropa. Pero si eso fue después de su muerte o antes, no está
claro. Estamos a punto de hacer la prueba con las muestras que tomamos de la
Manada de Demonios y las dos víctimas más recientes.
—Tertian estaba en el Mercado de Carne —murmuró Hunt—. Él pudo haberla
tomado.
Pero Bryce preguntó:
—¿Cómo se llama? ¿Esta cosa?
Viktoria señaló los resultados.
—Exactamente cómo suena. Sintetizador, o sinte.
Bryce giró la cabeza para mirar a Hunt.
—Ruhn dijo que la medwitch mencionó un compuesto curativo sintético que
posiblemente podría reparar... —No terminó la declaración.
Los ojos de Hunt estaban oscuros como el Foso con una mirada atormentada en
ellos.
—Podría ser lo mismo.
Viktoria levantó las manos.
—Una vez más, todavía estoy examinando a las otras víctimas, pero... solo pensé
que deberían saberlo.
Bryce saltó del taburete.
—Gracias.
Hunt la dejó llegar a la puerta principal antes de murmurarle al espectro:
—Mantenlo en secreto, Vik.
—Ya borré los archivos de la base de datos de la legión —dijo Vik.

Apenas hablaron mientras regresaban a la galería, agarraron a Syrinx y se


dirigieron a casa. Solo cuando estuvieron en su cocina, Hunt recostado contra el
mostrador, él dijo:
—Las investigaciones pueden llevar tiempo. Nos estamos acercando. Eso es
bueno.
Ella dejó la comida en el tazón de Syrinx, con el rostro ilegible.
—¿Qué opinas de este sinte?
Hunt consideró sus palabras cuidadosamente.
—Como dijiste, podría haber sido la exposición que Danika tuvo en Redner.
Tertian podría haberlo tomado como una droga recreativa antes de morir. Y todavía
estamos esperando saber si aparece en la ropa de las demás víctimas.
—Quiero saber al respecto —dijo ella, sacando su teléfono y marcando.
—Puede que no valga la pena...
Ruhn respondió.
—¿Sí?
—Esa droga curativa sintética de la que escuchaste de la medwitch. ¿Qué sabes
al respecto?
—Ella envió un poco de investigación hace un par de días. Gran parte de esto ha
sido censurado por Industrias Redner, pero lo estoy revisando. ¿Por qué?
Bryce miró hacia la puerta abierta de la habitación de Hunt, hacia la foto de ella
y Danika en la cómoda.
—Había rastros de algo llamado sinte en la ropa de Danika, es una medicina
sintética relativamente nueva. Y parece que se filtró a las calles y se está utilizando
en concentraciones más altas como una sustancia ilegal. Me preguntaba si es lo
mismo.
—Sí, esta investigación es sobre el sinte. —Las páginas crujieron en el fondo—.
Puede hacer algunas cosas asombrosas. Aquí hay una lista de ingredientes, de nuevo,
muchos de ellos fueron censurados, pero...
El silencio de Ruhn fue como una bomba explotando.
—¿Pero qué? —dijo Hunt hacia el teléfono, inclinándose lo suficientemente
cerca como para escuchar el atronador corazón de Bryce.
—La sal de obsidiana es uno de los ingredientes.
—Obsidiana... —Bryce parpadeó hacia Hunt—. ¿El sinte podría usarse para
convocar a un demonio? Si alguien no tuviera el poder como tal, ¿la sal de obsidiana
en la droga podría dejarlos invocar a algo como el kristallos?
—No estoy seguro —dijo Ruhn—. Leeré esto y te haré saber lo que encuentre.
—Bueno. —Bryce dejó escapar el aliento y Hunt se alejó un paso cuando ella
comenzó a caminar de un lado a otro—. Gracias, Ruhn.
La pausa de Ruhn fue diferente esta vez.
—No hay problema, Bryce. —Y luego él colgó.
Hunt se encontró con su mirada.
—Tenemos que averiguar quién está vendiendo estas cosas. Tertian debe
haberlo sabido antes de morir. Vayamos al Mercado de Carne —dijo ella.
Porque si hubiera un lugar en esta ciudad donde una droga como esa pudiera
estar disponible, sería en esa cloaca.
Hunt tragó saliva.
—Debemos tener cuidado…
—Quiero respuestas.
Ella se dirigió hacia el armario delantero.
Hunt se interpuso en su camino.
—Iremos mañana. —Ella se detuvo en seco, con la boca abierta. Pero Hunt negó
con la cabeza—. Descansa esta noche.
—Esto no puede…
—Sí, puede esperar, Bryce. Habla con tus padres esta noche. Me pondré ropa de
verdad —agregó él, señalando su traje de batalla—. Y luego mañana, iremos al
Mercado de Carne para preguntar. Puede esperar. —Hunt, a pesar de sí mismo,
agarró su mano. Pasó el pulgar sobre el dorso—. Disfruta de hablar con tus padres,
Bryce. Están vivos. No te pierdas ni un momento. No por esto. —Todavía parecía que
ella se opondría, insistiendo en ir en busca del sinte, así que él dijo—: Ojalá yo
tuviera ese lujo.
Ella miró su mano agarrando la suya por un segundo, por toda una vida
—¿Qué pasó con tus padres? —preguntó ella.
—Mi madre nunca me dijo quién es mi padre. Y ella... era un ángel de bajo rango.
Limpiaba las villas de algunos de los ángeles más poderosos, porque no confiaban
en los humanos u otros Vanir para hacerlo —dijo él con la garganta apretada. Le
dolía el pecho al recordar el bello y gentil rostro de su madre. Su suave sonrisa y
oscuros y angulosos ojos. Las canciones de cuna que aún podía escuchar más de
doscientos años más tarde.
»Ella trabajaba día y noche para mantenerme alimentado y nunca se quejó,
porque sabía que si lo hacía, se quedaría sin trabajo y tenía que pensar en mí. Cuando
era soldado de infantería y le enviaba cada moneda que ganaba, ella se negaba a
gastarlo. Aparentemente, alguien que escuchó que yo estaba haciendo eso, pensó
que ella tenía toneladas de dinero escondidas en su apartamento y entró una noche.
La mataron y tomaron el dinero. Las quinientas monedas de plata que ella había
acumulado a lo largo de su vida, y las cincuenta monedas de oro que yo había logrado
enviarle después de cinco años de servicio.
—Lo siento mucho, Hunt.
—Ninguno de los ángeles, los poderosos y adorados ángeles, para los que
trabajaba mi madre se molestó en preocuparse de que la hubieran matado. Nadie
investigó quién lo hizo, y nadie me concedió permiso para estar de luto. Ella no era
nada para ellos. Pero ella era... ella era todo para mí. —Le dolía la garganta—. Hice
el Descenso y me uní a la causa de Shahar poco después de eso. Ese día luché en el
Monte Hermon por ella, mi madre. En su memoria. —Shahar había tomado esos
recuerdos y los convirtió en armas.
Los dedos de Bryce presionaron los suyos.
—Parece que ella era una persona notable.
—Lo era. —Él retiró su mano.
Pero ella todavía le sonrió, su pecho se apretó hasta el punto de dolor cuando
dijo:
—Está bien. Haré la videollamada con mis padres. Jugar a la legionaria contigo
puede esperar.

Bryce pasó la mayor parte de la tarde limpiando. Hunt la ayudó, ofreciéndole


volar al boticario más cercano y conseguir un hechizo de limpieza instantánea, pero
Bryce lo rechazó. Afirmó que su madre era una loca de la limpieza, que podía notar
la diferencia entre baños limpiados mágicamente y lavados a mano. Incluso por
videollamada.
Es ese olor a lejía es lo que me dice que se ha hecho correctamente, Bryce, su hija
la había imitado para Hunt con una voz tan plana y que no tomaba tonterías de nadie
que lo puso un poco nervioso.
Bryce usó el teléfono de él, tomando fotos de él limpiando, de Syrinx tomando
los rollos de papel higiénico de su contenedor y triturándolos en la alfombra que
acababan de aspirar, de sí misma con Hunt inclinado sobre su inodoro detrás de ella,
cepillando el interior.
Para cuando él le arrebató el teléfono de las manos enguantadas, ella volvió a
cambiar su nombre de contacto, esta vez a Bryce Es Más Genial Que Yo.
Pero a pesar de la sonrisa que le trajo al rosto, Hunt siguió escuchando la voz de
Micah, amenazas tanto pronunciadas como implícitas. Encuentra quién está detrás
de esto. Haz. El. Trabajo. No me hagas reconsiderar nuestro trato. Antes de sacarte de
este caso. Antes de que te vuelva a vender a Sandriel. Antes de que haga que tú y Bryce
Quinlan lo lamenten.
Una vez que resolviera este caso, todo terminaría, ¿no? Todavía le quedarían
diez asesinatos para Micah, lo que fácilmente podría llevar años cumplir. Tendría
que volver al Comitium. A la 33ra.
Él se encontró mirándola mientras limpiaban. Sacó su teléfono y tomó algunas
fotos de ella también.
Él sabía demasiado. Había aprendido demasiado. Sobre todo eso. Sobre lo que
podría haber tenido sin los tatuajes de halo y de esclavo.
—Puedo abrir una botella de vino, si necesitas un poco de coraje líquido. —
Estaba diciendo Bryce mientras estaban sentados frente a su computadora en la isla
de la cocina, abriendo la aplicación para llamar a sus padres. Ella había comprado
una bolsa de pasteles de la tienda de la esquina camino a casa, un medio para hacer
frente al estrés, supuso él.
Hunt solo escaneó su rostro. Esto, llamar a sus padres, sentarse muslo a muslo
con ella... jodido Hel.
Estaba en un camino sin retorno a una colisión. No podía obligarse a detenerlo.
Antes de que Hunt pudiera abrir la boca para sugerir que esto podría ser un
error, una voz femenina dijo:
—¿Y por qué exactamente él necesitaría coraje líquido, Bryce Adelaide Quinlan?
56
Traducido por Jessmddx
Corregido por Catt

Una mujer deslumbrante de unos cuarenta y tantos años apareció en la pantalla,


su cabello negro todavía sin tocar por el gris, su pecoso rostro comenzando a
mostrar los signos de una vida mortal.
Por lo que Hunt podía ver, Ember Quinlan estaba sentada en un viejo sofá verde
situado contra paredes de paneles de roble, con sus largas piernas cubiertas de jeans
dobladas debajo de ella.
Bryce puso los ojos en blanco.
—Yo diría que la mayoría de las personas necesitan coraje líquido cuando
tratan contigo, mamá. —Ella sonrió. Una de esas amplias sonrisas que hacían cosas
extrañas con el sentido del equilibrio de Hunt.
Los ojos oscuros de Ember se movieron hacia Hunt.
—Creo que Bryce me está confundiendo ella misma.
Bryce ignoró el comentario.
—¿Dónde está papá?
—Tuvo un largo día en el trabajo, está preparando café para no quedarse
dormido.
Incluso a través de la transmisión de video, Ember poseía un tipo de presencia
sólida que atraía la atención.
—Debes de ser Athie —dijo ella.
Antes de que pudiera responder, un hombre se sentó en el sofá junto a Ember.
Bryce sonrió de una manera que Hunt no había visto antes.
—Hola, papá.
Randall Silago sostuvo dos cafés, uno de los cuales le entregó a Ember mientras
le sonreía a su hija. A diferencia de su esposa, los años o la guerra habían dejado su
huella en él; su cabello trenzado negro estaba veteado de plata, su piel marrón
manchada con algunas cicatrices brutales. Pero sus ojos oscuros eran amables
mientras tomaba un sorbo de su taza blanca que decía: Insertar broma cliché de papá
aquí.
—Todavía tengo miedo de esa elegante máquina de café que nos compraste
para el Solsticio de Invierno —dijo él a modo de saludo.
—Te he mostrado cómo usarla literalmente tres veces.
Su madre se rio entre dientes, jugando con un colgante de plata alrededor de su
cuello.
—Él es de la vieja escuela.
Hunt había consultado cuánto costaba la máquina incorporada en este
apartamento, si Bryce les había comprado algo remotamente similar, ella debería
haber gastado una parte considerable de su sueldo en él. Dinero que ella no tenía.
No con su deuda con Jesiba.
Él dudaba que sus padres supieran eso, dudaba que hubieran aceptado esa
máquina si hubieran sabido que el dinero podría haberse destinado a pagar sus
deudas con la hechicera.
Los ojos de Randall se movieron hacia Hunt, el calor se enfrió a algo más duro.
Los ojos del legendario francotirador, el hombre que le había enseñado a su hija a
defenderse.
—Debes de ser el compañero de habitación de Bryce. —Hunt vio al hombre
notar sus tatuajes: en la frente, en la muñeca. El reconocimiento estalló en el rostro
de Randall.
Sin embargo, no hubo mueca de desprecio. No se encogió.
Bryce le dio un codazo a Hunt en las costillas, recordándole que en realidad
tenía que hablar.
—Soy Hunt Athalar —dijo, mirando a Bryce—. O Athie, como ella y Lehabah me
llaman.
Randall dejó lentamente su café. Sí, eso había sido el reconocimiento en el rostro
del hombre hace un momento. Pero Randall entrecerró los ojos hacia su hija.
—¿Ibas a mencionar esto cuándo, exactamente?
Bryce agarró la bolsa de pasteles del mostrador y sacó un cruasán de chocolate.
Ella lo mordió y con la boca llena dijo:
—Él no es tan genial como crees, papá.
Hunt resopló.
—Gracias.
Ember no dijo nada. Ni siquiera se movió. Pero observó cada bocado que Bryce
tomaba.
Randall se encontró con la mirada de Hunt a través de la transmisión.
—Estabas en Meridan cuando yo estaba allí. Hice reconocimiento el día que
tomaste ese batallón.
—Fue una batalla dura. —Fue todo lo que dijo Hunt.
Las sombras oscurecieron los ojos de Randall.
—Sí, lo fue.
Hunt excluyó el recuerdo de esa masacre unilateral, de cuántos humanos y sus
pocos aliados Vanir no se habían alejado de su espada o rayo. Él había estado
sirviendo a Sandriel entonces, y sus órdenes habían sido brutales: sin prisioneros.
Lo había enviado a él y a Pollux ese día, al frente de su legión, para interceptar a la
pequeña fuerza rebelde acampada en un puerto de montaña.
Hunt había trabajado en su orden lo mejor que pudo. Había hecho las muertes
rápidas.
Pollux se había tomado su tiempo. Y disfrutado cada segundo.
Y cuando Hunt ya no podía escuchar a la gente gritar por la misericordia de
Pollux, él también había acabado con sus vidas. Pollux se había enfurecido, la pelea
entre ellos dejó a ambos ángeles escupiendo sangre sobre la tierra rocosa. A Sandriel
le había encantado, incluso si había arrojado a Hunt a sus mazmorras durante unos
días como castigo por terminar la diversión de Pollux demasiado pronto.
Debajo del mostrador, Bryce pasó su mano cubierta de migajas sobre la de Hunt.
No había habido nadie, después de esa batalla, que lavara la sangre y lo acostara en
la caba. ¿Hubiera sido mejor o peor haber conocido a Bryce entonces? ¿Haber
luchado, sabiendo que él podría volver a ella?
Bryce apretó los dedos, dejando un rastro de copos mantecosos, y abrió la bolsa
para un segundo croissant.
Ember observó a su hija escarbar entre los pasteles y nuevamente jugó con el
colgante de plata: un círculo colocado sobre dos triángulos. El Abrazo, se dio cuenta
Hunt. La unión de Solas y Cthona. Ember frunció el ceño.
—¿Por qué… —preguntó ella a Bryce—… Hunt Athalar es tu compañero de
cuarto?
—Fue expulsado de la 33ra por su cuestionable sentido de la moda —dijo ella,
masticando el croissant—. Le dije que su aburrida ropa negra no me molestaba y
que lo dejaría quedarse aquí.
Ember puso los ojos en blanco. Exactamente la misma expresión que había visto
en el rostro de Bryce momentos antes.
—¿Alguna vez logras obtener una respuesta directa de ella, Hunt? Porque la
conozco desde hace veinticinco años y nunca me ha dado una.
Bryce fulminó con la mirada a su madre, luego se volvió hacia Hunt.
—No te sientas obligado a responder eso.
Ember dejó escapar un ruido indignado de su lengua.
—Desearía poder decir que la gran ciudad corrompió a mi encantadora hija,
pero ella era así de grosera incluso antes de irse a la universidad.
Hunt no pudo evitar su risa baja. Randall se recostó en el sofá.
—Es cierto —dijo Randall—. Deberías haber visto sus peleas. No creo que
hubiera una sola persona en Nidaros que no las escuchara gritarse la una a la otra.
Hicieron eco en las malditas montañas.
Ambas mujeres Quinlan fruncieron el ceño. Esa expresión también era la
misma.
Ember parecía mirar por encima de los hombros de Bryce y Hunt.
—¿Cuándo fue la última vez que limpiaste, Bryce Adelaide Quinlan?
Bryce se puso rígida.
—Hace veinte minutos.
—Puedo ver polvo en esa mesa de café.
—No. Puedes. Ver. Nada.
Los ojos de Ember bailaron con diabólica alegría.
—¿Athie sabe de GF?
Hunt no pudo evitar ponerse rígido. GF… ¿un ex? Ella nunca lo había
mencionado… ah. Verdad. Hunt sonrió de lado.
—Gelatina Feliz y yo somos buenos amigos.
Bryce gruñó algo que eligió no escuchar.
Ember se inclinó más cerca de la pantalla.
—Muy bien, Hunt. Si ella te mostró a GF, entonces le tienes que gustar. —Bryce,
afortunadamente, se abstuvo de mencionar a sus padres cómo había descubierto su
colección de muñecas en primer lugar. Ember continuó—: Cuéntame sobre ti.
Randall le dijo a su esposa rotundamente.
—Es Hunt Athalar.
—Lo sé —dijo Ember—. Pero todo lo que he escuchado son horribles historias
de guerra. Quiero saber sobre el macho real. Y obtener una respuesta directa a por
qué estás viviendo en la habitación de invitados de mi hija.
Bryce le había advertido mientras limpiaban: No digas una palabra sobre los
asesinatos.
Pero tenía la sensación de que Ember Quinlan podía oler mentiras como un
sabueso, por lo que Hunt camufló la verdad.
—Jesiba está trabajando con mi jefe para encontrar una reliquia robada. Con la
Cumbre en dos semanas a partir de ahora, los cuarteles están sobrecargados de
invitados, por lo que Bryce me ofreció generosamente una habitación para facilitar
el trabajo en equipo.
—Claro —dijo Ember—. Mi hija, que nunca compartió sus preciosos juguetes
de Fantasía Brillante con ni un solo niño en Nidaros, sino que solo les permitió mirar,
ofreció su habitación de invitados por su propia buena voluntad.
Randall le dio un ligero codazo a su esposa, una advertencia silenciosa, tal vez,
de un hombre acostumbrado a mantener la paz entre dos mujeres muy obstinadas.
—Es por eso que le dije que tomara una copa antes de llamarte —dijo Bryce.
Ember tomó un sorbo de su café. Randall tomó un periódico de la mesa y
comenzó a hojearlo.
—¿Así que no nos dejarás ir de visita este fin de semana por este caso? —
preguntó Ember
Bryce hizo una mueca.
—Sí. No es el tipo de cosas con las que nos podrían acompañar.
Un instinto guerrero se mostró cuando los ojos de Randall se agudizaron.
—¿Es peligroso?
—No —mintió Bryce—. Pero tenemos que ser un poco sigilosos.
—Y traer a dos humanos —dijo Ember irritada—, ¿es lo opuesto a eso?
Bryce suspiró hacia el techo.
—Traer a mis padres —respondió—, minaría mi imagen como una vendedora
de antigüedades genial.
—Vendedora asistente de antigüedades —corrigió su madre.
—Ember —advirtió Randall.
La boca de Bryce se apretó. Aparentemente, esta era una conversación que
habían tenido antes. Se preguntó si Ember vio el destello de dolor en los ojos de su
hija.
Fue lo suficiente para que Hunt se encontrara diciendo:
—Bryce conoce a más personas en esta ciudad que yo, es una experta en
navegar todo esto. Ella es un activo real para la 33ra.
Ember lo consideró, su mirada franca.
—Micah es tu jefe, ¿no?
Una forma educada de expresar lo que Micah era para él.
—Sí —dijo Hunt. Randall lo estaba mirando ahora—. El mejor que he tenido.
La mirada de Ember cayó sobre el tatuaje en su frente.
—Eso no es mucho decir.
—Mamá, ¿podemos no hacer esto? —suspiró Bryce—. ¿Cómo va el negocio de
cerámica?
Ember abrió la boca, pero Randall le dio un golpecito en la rodilla, una súplica
silenciosa para callarla.
—El negocio —dijo Ember con firmeza—, va muy bien.

Bryce sabía que su madre era una tempestad.


Hunt fue amable con ellos, incluso amigable, muy consciente de que su madre
ahora estaba en una misión para descubrir por qué él estaba allí, y qué existía entre
ellos. Pero le preguntó a Randall acerca de su trabajo como codirector de una
organización para ayudar a los humanos traumatizados por su servicio militar y le
preguntó a su madre acerca de su puesto vendiendo cerámica de bebés gordos
descansando en varias camas de vegetales.
Su madre y Hunt estaban debatiendo qué jugadores de sunball eran los mejores
esta temporada, y Randall seguía hojeando el periódico y replicando de vez en
cuando.
Le había destrozado escuchar lo que le había sucedido a la propia madre de
Hunt. Ella mantuvo la llamada por más tiempo de lo normal debido a eso. Porque él
tenía razón. Frotando su pierna dolorida debajo de la mesa, se la había lastimado de
nuevo en algún momento durante su limpieza; Bryce buscó su tercer cruasán y le
dijo a Randall:
—Estos no son tan buenos como los tuyos.
—Vuelve a casa —dijo su padre—, y podrás tenerlos todos los días.
—Sí, sí —dijo ella, dando otro bocado. Se masajeó el muslo—. Pensé que se
suponía que eras el padre genial. Te has vuelto aún peor que mamá con el agobio.
—Siempre fui peor que tu madre —dijo él suavemente—. Solo fui mejor
ocultándolo.
—Es por eso que mis padres tienen que emboscarme si quieren visitarme.
Nunca los dejaría pasar por la puerta —dijo Bryce a Hunt.
Hunt solo miró a su regazo, su muslo, antes de preguntarle a Ember:
—¿Has tratado de llevarla a una medwitch por esa pierna?
Bryce se congeló exactamente en el mismo latido que su madre.
—¿Qué le pasa a su pierna? —Los ojos de Ember se posaron en la mitad inferior
de su pantalla como si de alguna forma pudiera ver la pierna de Bryce debajo del
alcance de la cámara, Randall hizo lo mismo.
—Nada —dijo Bryce, mirando a Hunt—. Un ángel entrometido, eso es lo que
pasa.
—Es la herida que recibió hace dos años —respondió Hunt—. Todavía le duele.
—Agitó sus alas, como si no pudiera evitar hacer el gesto impaciente—. Y ella
todavía insiste en correr.
Los ojos de Ember se llenaron de alarma.
—¿Por qué harías eso, Bryce?
Bryce dejó su cruasán.
—No es asunto de nadie.
—Bryce —dijo Randall—. Si te duele, deberías ver a una medwitch.
—No me molesta —dijo Bryce entre dientes.
—Entonces, ¿por qué has estado frotando tu pierna debajo del mostrador? —
dijo Hunt arrastrando las palabras.
—Porque estaba tratando de convencerla de que no te pateara en la cara,
imbécil —siseó Bryce.
—Bryce —jadeó su madre. Los ojos de Randall se abrieron.
Pero Hunt se echó a reír. Se levantó, recogió la bolsa de pastelería vacía y la
convirtió en una bola antes de tirarla a la basura con la habilidad de uno de sus
amados jugadores de sunball.
—Creo que la herida todavía tiene veneno del demonio que la atacó. Si no lo
revisa antes del Descenso, tendrá dolor durante siglos.
Bryce se puso de pie de un salto, ocultando su respingo ante la oleada de dolor
en su muslo. Nunca lo habían discutido, que el veneno del kristallos aún podría estar
en su pierna.
—No necesito que decidas qué es lo mejor para mí, tú…
—¿Alfaimbécil? —dijo Hunt, yendo al fregadero y abriendo el agua—. Somos
socios. Los socios se cuidan entre sí. Si no me escuchas sobre tu maldita pierna,
quizás escuches a tus padres.
—¿Qué tan malo es? —preguntó Randall en voz baja.
Bryce giró al ordenador.
—Está bien.
Randall señaló el suelo detrás de ella.
—Párate sobre esa pierna y dime eso otra vez.
Bryce se negó a moverse. Llenando un vaso de agua, Hunt sonrió con pura
satisfacción masculina.
Ember buscó su teléfono, que había descartado en los cojines a su lado.
—Encontraré la medwitch más cercana y veré si ella puede atenderte mañana…
—No voy a ir a una medwitch —gruñó Bryce, y agarró el borde del ordenador
portátil—. Fue genial conversar con ustedes. Estoy cansada. Buenas noches.
Randall comenzó a objetar, sus ojos dispararon dagas a Ember, pero Bryce cerró
de golpe el portátil.
En el fregadero, Hunt era el retrato de la arrogancia presumida y angelical. Ella
se dirigió a su habitación.
Ember, al menos, esperó dos minutos antes de llamar a Bryce por videollamada
con su teléfono.
—¿Está tu padre detrás de este caso? —preguntó Ember, veneno cubriendo
cada palabra. Incluso a través de la cámara, su ira era palpable.
—Randall no está detrás de esto —dijo Bryce secamente, dejándose caer en su
cama.
—Tu otro padre —espetó Ember—. Este tipo de arreglo apesta a él.
Bryce mantuvo su rostro neutral.
—No. Jesiba y Micah están trabajando juntos. Hunt y yo somos meros peones.
—Micah Domitus es un monstruo —suspiró Ember.
—Todos los arcángeles lo son. Es un imbécil arrogante, pero no está tan mal.
Los ojos de Ember se humedecieron.
—¿Estás teniendo cuidado?
—Todavía estoy tomando anticonceptivos, sí.
—Bryce Adelaide Quinlan, sabes a lo que me refiero.
—Hunt me cuida la espalda. —Incluso si la hubiera arrojado debajo del autobús
al mencionarles la pierna.
Su madre no tomaba nada de eso.
—No tengo dudas de que la hechicera te pondrá en peligro si le hace más dinero.
Micah no es mejor. Puede que Hunt te tenga cubierta, pero no olvides que esos Vanir
solo se cuidan a sí mismos. Es el asesino personal de Micah, por el amor de Dios. Los
Asteri lo odian. Es un esclavo por eso.
—Es un esclavo porque vivimos en un mundo jodido. —La nebulosa ira empañó
su visión, pero ella la apartó.
Su padre llamó desde la cocina, preguntando dónde estaban las palomitas del
microondas. Ember gritó que estaba en el mismo lugar exacto en el que siempre
estuvieron, sus ojos nunca dejaron la cámara del teléfono.
—Sé que vas a discutir, pero déjame decirte esto.
—Dioses, mamá…
—Hunt podrá ser un buen compañero de cuarto, y podrá ser agradable a la vista,
pero recuerda que es un macho Vanir. Un macho Vanir muy, muy poderoso, incluso
con esos tatuajes que lo mantienen a raya. Él y todos los machos como él son letales.
—Sí, y nunca me dejas olvidarlo. —Fue un esfuerzo no mirar la pequeña cicatriz
en el pómulo de su madre.
Viejas sombras cubrieron luz en los ojos de su madre, y Bryce hizo una mueca.
—Verte con un macho Vanir mayor…
—No estoy con él, mamá…
—Me lleva de regeso a ese lugar, Bryce. —Se pasó una mano por el cabello
oscuro—. Lo siento.
Su madre bien podría haberla golpeado en el corazón.
Bryce deseaba poder pasar a través de la cámara y abrazarla, respirar su aroma
a madreselva y nuez moscada.
Entonces Ember dijo:
—Haré algunas llamadas y conseguiré esa cita con la medwitch para tu pierna.
Bryce frunció el ceño.
—No, gracias.
—Vas a ir a esa cita, Bryce.
Bryce giró el teléfono y estiró la pierna sobre las sábanas para que su madre
pudiera ver. Ella giró su pie.
—¿Ves? No hay problemas.
El rostro de su madre se endureció como el acero del anillo de bodas en su dedo.
—El hecho de que Danika murió no significa que tú también necesites sufrir.
Bryce miró a su madre, que siempre era tan buena cortando el corazón de todos,
convirtiéndola en escombros con unas pocas palabras.
—No tiene nada que ver con esto.
—Y una mierda, Bryce —Los ojos de su madre se llenaron de lágrimas—. ¿Crees
que Danika te querría cojeando de dolor por el resto de tu existencia? ¿Crees que
ella hubiera querido que dejaras de bailar?
—No quiero hablar de Danika. —Su voz temblaba.
Ember sacudió la cabeza con disgusto.
—Enviaré un mensaje con la dirección y el número de la medwitch cuando
tenga la cita para ti. Buenas noches.
Colgó sin decir otra palabra.
57
Traducido por Jessmddx
Corregido por Catt

Treinta minutos después, Bryce se había puesto sus pantalones cortos para
dormir y estaba enfurruñada en su cama cuando llamaron a su puerta.
—Eres un jodido traidor, Athalar —dijo ella.
Hunt abrió la puerta y se apoyó contra su marco.
—No es de extrañar que te hayas mudado aquí si tú y tu madre pelean tanto.
El instinto de estrangularlo fue abrumador, pero ella dijo:
—Nunca he visto a mi madre retroceder de una pelea. Lo heredé, supongo. —
Ella lo miró con el ceño fruncido—. ¿Qué quieres?
Hunt empujó la puerta y se acercó. La habitación se hizo demasiado pequeña
con cada paso más cerca. Se quedó sin aire. Él se detuvo al pie de su cama.
—Iré a la cita de la medwitch contigo.
—No voy a ir.
—¿Por qué?
Ella contuvo el aliento. Y luego soltó todo.
—Porque una vez que esa herida se vaya, una vez que deje de doler, entonces
Danika se irá. La Manada de Demonios se irá. —Ella echó las mantas hacia atrás,
dejando al descubierto sus piernas desnudas, y se subió los pantalones para dormir
de seda para que él viera toda la cicatriz retorcida—. Todo será un recuerdo, un
sueño que sucedió por un instante y luego desapareció. Pero esta cicatriz y todo el
dolor… —Sus ojos picaron—. No puedo dejar que se borre. No puedo dejar que ellos
se borren.
Hunt se sentó lentamente a su lado en la cama, como si le diera tiempo a ella
para objetar. Su cabello rozó su frente, el tatuaje, mientras estudiaba la cicatriz. Y
pasó un dedo calloso sobre ella.
El toque dejó su piel erizada a su paso.
—No vas a borrar a Danika y a la manada si te ayudas.
Bryce sacudió la cabeza, mirando hacia la ventana, pero los dedos de él se
cerraron alrededor de su barbilla. Suavemente giró su rostro hacia el suyo. Sus ojos
oscuros y profundos eran suaves. Comprensivos.
¿Cuántas personas habían visto alguna vez esos ojos de esta manera? ¿Alguna
vez lo habían visto a él de esta manera?
—Tu madre te ama. Ella no puede, literalmente a nivel biológico, Bryce,
soportar la idea de que tengas dolor. —Él soltó su barbilla, pero sus ojos
permanecieron en los de ella—. Tampoco yo.
—Apenas me conoces.
—Somos amigos. —Las palabras colgaban entre ellos. La cabeza de él volvió a
bajar, como si pudiera ocultar la expresión de su rostro mientras se corregía—: Si
quieres que lo seamos.
Por un momento, ella lo miró fijamente. La oferta lanzada ahí. La silenciosa
vulnerabilidad. Borró toda molestia que ella aún tenía en las venas.
—¿No lo sabías, Athalar? —La tentativa esperanza en su rostro casi la
destruyó—. Hemos sido amigos desde el momento en que pensaste que Gelatina era
un consolador.
Él echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír, y Bryce se recostó en la cama. Se
apoyó las almohadas y encendió el televisor. Ella palmeó el espacio a su lado.
Sonriendo, con los ojos llenos de luz de una manera que nunca había visto, él se
sentó a su lado. Luego sacó su teléfono y tomó una foto de ella.
Bryce dejó escapar el aliento y su sonrisa se desvaneció, mientras lo
inspeccionaba.
—Mi madre pasó por mucho. Sé que no es fácil tratar con ella, pero gracias por
ser tan amable.
—Me gusta tu madre —dijo Hunt, y ella le creyó—. ¿Cómo se conocieron ella y
tu padre?
Bryce sabía que se refería a Randall.
—Mi madre huyó de mi padre biológico antes de que descubriera que estaba
embarazada. Terminó en un templo de Cthona en Korinth, y sabía que las
sacerdotisas allí la acogerían, la protegerían, ya que era un santo recipiente
embarazada o lo que sea. —Bryce resopló—. Ella me dio a luz allí, y pasé los
primeros tres años de mi vida enclaustrada en las paredes del templo. Mi madre
lavaba la ropa para ganarse la vida. En pocas palabras, mi padre biológico escuchó
el rumor de que ella tuvo un hijo y envió matones para cazarla. —Apretó los
dientes—. Les dijo que, si había un niño que sin duda era suyo, me llevarán a él. A
cualquier costo.
La boca de Hunt se apretó.
—Mierda.
—Tenían ojos en cada lugar, pero las sacerdotisas nos sacaron de la ciudad, con
la esperanza de llevarnos hasta la sede de la Casa de Tierra y Sangre en Hilene, donde
mi madre podría pedir asilo. Ni siquiera mi padre se atrevería a infringir ese
territorio. Pero es un viaje de tres días, y ninguna de las sacerdotisas de Korinth
tenía la capacidad de defendernos de los guerreros Fae. Así que manejamos las cinco
horas hasta el Templo de Solas en Oia, en parte para descansar, pero también para
buscar nuestro guardia sagrado.
—Randall. —Hunt sonrió. Pero él arqueó una ceja—. Espera, ¿Randall era un
sacerdote de Solas?
—No exactamente. Había vuelto del frente un año antes, pero las cosas que hizo
y vio mientras servía… lo dejaron hecho un desastre. Uno muy malo. Él no quería ir
a casa, no podía enfrentar a su familia. Así que se había ofrecido como acólito a Solas,
con la esperanza de que de alguna manera expiara su pasado. Estaba a dos semanas
de hacer sus votos cuando el Sumo Sacerdote le pidió que nos escoltara a Hilene.
Muchos de los sacerdotes son guerreros entrenados, pero Randall era el único
humano, y el Sumo Sacerdote supuso que mi madre no confiaría en un macho Vanir.
Justo antes de llegar a Hilene, la gente de mi padre biológico nos alcanzó. Esperaban
encontrar una mujer indefensa e histérica. —Bryce sonrió de nuevo—. Lo que
encontraron fue un francotirador legendario y una madre que movería cielo y tierra
por mantener a su hija.
Hunt se enderezó.
—¿Qué pasó?
—Lo que podrías esperar. Mis padres lidiaron con el desastre después. —Ella lo
miró—. Por favor, no se lo digas a nadie. Esto… nunca hubo preguntas sobre los Fae
que no regresaron a Ciudad Crescent. No quiero que se diga nada ahora.
—No diré una palabra.
Bryce sonrió sombríamente.
—Después de eso, la Casa de Tierra y Sangre literalmente consideró a mi madre
un recipiente para Cthona y Randall un recipiente para Solas, y bla, bla, basura
religiosa, pero básicamente fue una orden oficial de protección con la que mi padre
no se atrevió a joder. Y Randall finalmente se fue a casa, llevándonos con él, y
obviamente no juró sus votos a Solas. —Su sonrisa se calentó—. Se le propuso para
el final del año. Han estado repugnantemente enamorados desde entonces.
Hunt le devolvió la sonrisa.
—Es bueno escuchar que a veces las cosas funcionan para las buenas personas.
—Sí. A veces. —Un tenso silencio se extendió entre ellos. En su cama, estaban
en su cama, y justo esta mañana, había fantaseado con él comiéndola en la encimera
de la cocina. Bryce tragó duro—. Colmilladas y Folladas comenzará en cinco minutos.
¿Quieres mirar?
Hunt sonrió lentamente, como si supiera con precisión por qué había tragado
duro, pero él se recostó sobre las almohadas, con las alas extendidas debajo de él.
Un depredador contento de esperar a que su presa viniera a él.
Jodido Hel. Pero Hunt le guiñó un ojo, metiendo un brazo detrás de su cabeza.
El movimiento hizo que los músculos de sus bíceps resaltaran. Los ojos de él
brillaron, como si también fuera consciente de eso.
—Hel, sí.

Hunt no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba preguntar. Cuánto


había necesitado su respuesta.
Amigos. No cubría remotamente lo que había entre ellos, pero era cierto.
Se apoyó contra la cabecera elevada, los dos mirando el espectáculo obsceno.
Pero cuando llegaron al punto medio del episodio, ella había comenzado a hacer
comentarios sobre la absurda trama. Y él había comenzado a unirse a ella.
Llegó otro programa, un reality show con diferentes Vanir realizando hazañas
de fuerza y agilidad, y se sintió natural ver eso también. Todo se sintió natural. Él se
dejó acomodar en el sentimiento.
Y esa era la cosa más peligrosa que había hecho.
58
Traducido por Candy20
Corregido por Lieve

Su madre le mandó un mensaje mientras se vestía para el trabajo a la mañana


siguiente, con la hora y el lugar para la cita con una medwitch. A las once de hoy. Es
a cinco cuadras de la galería. Por favor, ve.
Bryce no le respondió. Ella ciertamente no iría a la cita.
No cuando tenía otra programada con el Mercado de Carne.
Hunt había querido esperar hasta la noche, pero Bryce sabía que los vendedores
serían mucho más propensos a charlar durante las horas diurnas más tranquilas,
que cuando no estaban tratando de atraer a los compradores habituales de la noche.
—Estás callado de nuevo hoy —murmuró Bryce mientras pasaban por los
caminos estrechos del almacén. Este era el tercero que habían visitado hasta ahora,
los otros dos habían resultado rápidamente inútiles.
No, los vendedores no sabían nada de drogas. No, ese era un estereotipo del
Mercado de Carne que no apreciaban. No, no conocían a nadie que pudiera
ayudarlos. No, no estaban interesados en monedas por información, porque
realmente no sabían nada útil en absoluto.
Hunt se había quedado a pocos puestos de distancia durante cada discusión,
porque nadie hablaría con un Caído legionario y esclavo.
Hunt mantuvo sus alas apretadas.
—No creas que he olvidado que nos estamos perdiendo esa cita con la medwitch
en este momento.
Ella nunca debió mencionarlo.
—No recuerdo haberte dado permiso para meter tu nariz en mis asuntos.
—¿Volvemos a eso? —Él se echó a reír—. Creo que acurrucarnos frente al
televisor me permite al menos ser capaz de expresar mis opiniones sin que me
arranquen la cabeza.
Ella rodó los ojos.
—No nos acurrucamos.
—¿Qué es lo que quieres, exactamente? —preguntó Hunt, inspeccionando un
puesto lleno de cuchillos antiguos—. ¿Un novio o compañero o esposo que se siente
allí, sin opiniones, y esté de acuerdo con todo lo que dices, y nunca se atreva a pedirte
nada?
—Por supuesto que no.
—Solo porque sea macho y tenga una opinión no me convierte en un idiota
psicótico y dominante.
Ella metió las manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero de Danika.
—Mira, mi mamá pasó por mucho gracias a un idiota psicótico y dominante.
—Lo sé. —Sus ojos se suavizaron—. Pero aun así, mírala a ella y a tu papá. Él
expresa sus opiniones. Y parece bastante psicótico cuando se trata de protegerlas a
las dos.
—No tienes ni idea —dijo Bryce quejándose—. No fui a una sola cita hasta que
entré a la universidad.
Las cejas de Hunt se levantaron.
—¿En serio? Hubiera pensado... —Negó con la cabeza.
—¿Pensado qué?
Se encogió de hombros.
—Que los chicos humanos habrían estado arrastrándose detrás de ti.
Fue un esfuerzo no mirarlo, con la forma en que dijo chicos humanos, como si
fueran otra raza que él, un macho malakh adulto.
Ella suponía que lo eran, técnicamente, pero ese toque de arrogancia
masculina...
—Bueno, si querían, no se atrevieron a mostrarlo. Randall era prácticamente un
dios para ellos, y aunque nunca dijo nada, todos entendieron en sus cabezas que yo
estaba firmemente fuera de límites.
—Esa no habría sido una buena razón para que me mantuviera alejado.
Sus mejillas se calentaron por la manera en que la voz de él bajó.
—Bueno, dejando de lado la parte de idolatrar a Randall, yo también era
diferente. —Ella hizo gestos a sus orejas puntiagudas. Su cuerpo alto—. Demasiado
Fae para los humanos. Pobre de mí, ¿verdad?
—Te da carácter —dijo él, examinando un puesto lleno de ópalos de todos los
colores: blanco, negro, rojo, azul, verde. Las venas iridiscentes corrían a través de
ellos, como las arterias preservadas de la tierra misma.
»¿Para qué son estos? —preguntó él a la hembra de plumas negras y figura
humanoide en el puesto. Una urraca.
—Son amuletos de la suerte —dijo la urraca, agitando una mano emplumada
sobre las bandejas de gemas—. Blanco para la alegría; verde para la riqueza; rojo
para el amor y la fertilidad; azul para la sabiduría... tú elige.
—¿Para qué es el negro? —preguntó Hunt.
La boca de color ónix de la urraca se curvó hacia arriba.
—Para lo contrario de la suerte. —Ella tocó uno de los ópalos negros, contenido
dentro de una cúpula de vidrio—. Deslízalo debajo de la almohada de tu enemigo y
mira lo que le pasa.
Bryce se aclaró la garganta.
—Tan interesante como puede ser eso…
Hunt le tendió una moneda de plata.
—Por el blanco.
Las cejas de Bryce se levantaron, pero la urraca agarró la moneda, y arrojó el
ópalo blanco en la palma abierta de Hunt. Se fueron, ignorando la gratitud de ella
por sus negocios.
—No te tomaba como alguien supersticioso —dijo Bryce.
Pero Hunt se detuvo al final de la fila de puestos y tomó su mano. Apretó el ópalo
en ella, la piedra caliente por su toque. Del tamaño de un huevo de cuervo, que
centelló en con luces por encima de ellos.
—Te vendría bien algo de alegría —dijo Hunt en voz baja.
Algo brillante se abrió paso en el pecho de ella.
—A ti también —dijo ella, tratando de presionar el ópalo de nuevo en la palma
de él.
Pero Hunt se alejó.
—Es un regalo.
El rostro de Bryce se calentó de nuevo, y miró a cualquier lugar excepto a él
mientras sonreía. A pesar de que podía sentir su mirada persistente en su rostro
mientras se deslizaba el ópalo en el bolsillo de su chaqueta.

El ópalo había sido estúpido. Impulsivo.


Probablemente una mierda, pero Bryce al menos lo había guardado. Ella no
había comentado lo oxidadas que estaban las habilidades de él, ya que habían
pasado doscientos años desde la última vez que él pensó en comprar algo para una
hembra.
Shahar habría sonreído al ópalo, y luego lo habría olvidado poco después. Ella
había tenido tesoros de joyas en su palacio de alabastro: diamantes del tamaño de
pelotas de sunball; bloques sólidos de esmeralda apilados como ladrillos;
verdaderas bañeras llenas de rubíes. Un pequeño ópalo blanco, incluso para la
alegría, habría sido como un grano de arena en una playa de kilómetros de largo.
Ella habría apreciado el regalo, pero, en última instancia, dejaría que desapareciera
en un cajón en alguna parte. Y él, tan dedicado a su causa, probablemente también
se habría olvidado de ello.
Hunt apretó la mandíbula mientras Bryce pasaba de largo por un puesto de piel.
La adolescente, una cambiaformas felina por su aroma, estaba en su desgarbada
forma humanoide y los vio acercarse desde donde estaba en un taburete. Su trenza
marrón cubriendo su hombro, casi rozando el celular en sus manos ociosas.
—Hola —dijo Bryce, apuntando hacia un montón de alfombras peludas—.
¿Cuánto por una de esas?
—Veinte monedas de plata —dijo la cambiaformas, sonando tan aburrida como
lucía.
Bryce sonrió, pasando una mano sobre la piel blanca. La piel de Hunt se tensó
sobre sus huesos. Había sentido ese toque la otra noche, acariciándolo para dormir.
Y podía sentirlo ahora mientras acariciaba la piel de oveja.
—¿Veinte por una piel de oveja de nieve? ¿No es un poco bajo?
—Mi mamá me hace trabajar los fines de semana. Le enojaría venderlo por lo
que realmente vale.
—Cuán leal de tu parte —dijo Bryce, riendo. Después se inclinó, su voz
bajando—. Esto va a sonar tan al azar, pero tengo una pregunta para ti.
Hunt se quedó atrás, viéndola trabajar. La irreverente y centrada chica de fiesta,
simplemente buscando conseguir algunas drogas nuevas.
La cambiaformas apenas levantó la vista.
—¿Sí?
—Sabes dónde puedo conseguir cualquier cosa... ¿divertida por aquí? —dijo
Bryce.
La chica rodó sus ojos castaños.
—Muy bien. Vamos a oírlo.
—¿Oír qué? —preguntó Bryce inocentemente.
La cambiaformas levantó su teléfono, escribiendo con las uñas pintadas de
arcoíris.
—Ese acto falso que le diste a todos los demás aquí, y en los otros dos
almacenes. —Ella levantó su teléfono—. Todos estamos en un chat grupal. —Ella
hizo gestos a todos en el mercado a su alrededor—. Tengo, como, diez advertencias
de que ustedes dos estarían viniendo aquí, haciendo aburridas preguntas sobre
drogas o lo que sea.
Fue, tal vez, la primera vez que Hunt vio a Bryce sin palabras. Así que él se
acercó a su lado.
—Bueno —dijo él a la adolescente—. Pero, ¿sabes algo?
La chica lo miró.
—¿Crees que la Víbora permitiría mierda como ese sinte aquí?
—Ella permite cualquier otra depravación y crimen —dijo Hunt a través de sus
dientes.
—Sí, pero no es tonta —dijo la cambiaformas, lanzando su trenza sobre un
hombro.
—Así que ya has oído hablar de ello —dijo Bryce.
—La Víbora me dijo que te dijera que es asqueroso, y ella no negociará con ello,
y nunca lo hará.
—¿Pero alguien lo hace? —dijo Bryce firmemente.
Esto estaba mal. Esto no terminaría bien en absoluto…
—La Víbora también me dijo que te dijera que deberías revisar el río. —Ella
regresó a su teléfono, presumiblemente para decirle a la Víbora que había
transmitido el mensaje—. Ese es el lugar para ese tipo de mierda.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Bryce.
Un encogimiento de hombros.
—Pregúntale a los mer.

—Deberíamos ordenar los hechos —dijo Hunt mientras Bryce salía enojada de
los muelles del Mercado de Carne—. Antes de correr a los mer, acusándolos de ser
traficantes de drogas.
—Demasiado tarde —dijo Bryce.
No había sido capaz de detenerla de enviar un mensaje a través de una nutria a
Tharion hace veinte minutos, y seguro como Hel que no había sido capaz de
detenerla de dirigirse a la orilla del río para esperar.
Hunt agarró su brazo, el muelle a pocos pasos de distancia.
—Bryce, los mer no se toman amablemente a ser acusados falsamente…
—¿Quién dijo que es falso?
—Tharion no es un traficante de drogas, y seguro que como la mierda que no
está vendiendo algo tan malo como el sinte parece ser.
—Puede que conozca a alguien que lo venda. —Ella salió de su agarre—. Hemos
estado jodiendo por ahí durante mucho tiempo. Quiero respuestas. Ahora. —Ella
estrechó los ojos—. ¿No quieres terminar con esto? ¿Para que te reduzcan la
sentencia?
Claro que sí, pero él dijo:
—El sinte probablemente no tiene nada que ver con esto. No deberíamos…
Pero ella ya había llegado al muelle, no atreviéndose a mirar en el remolino de
agua por debajo. Los muelles del Mercado de Carne eran terrenos de notoria basura.
Y vertederos para carroñeros acuáticos.
Agua salpicó, y luego un poderoso cuerpo masculino estaba sentado en el
extremo del muelle.
—Esta parte del río es asquerosa —dijo Tharion a modo de saludo.
Bryce no sonrió. No dijo otra cosa que:
—¿Quién está vendiendo sinte en el río?
La sonrisa desapareció del rostro de Tharion. Hunt comenzó a objetar, pero el
mer dijo:
—No en, Piernas. —Él negó con la cabeza—. Al río.
—Entonces es verdad. ¿Eso es… es qué? ¿Un medicamento curativo que se filtró
de un laboratorio? ¿Quién está detrás de eso?
Hunt se acercó a su lado.
—Tharion…
—Danika Fendyr —dijo Tharion con los ojos suaves. Como si supiera quién
había sido Danika para ella—. La información llegó un día antes de su muerte. Ella
fue vista haciendo un trato en un barco por aquí.
59
Traducido por LittleCatNorth
Corregido por Lieve

—¿A qué te refieres con que Danika estaba vendiéndolo?


Tharion sacudió su cabeza.
—No sé si estaba vendiéndolo o comprándolo o qué, pero justo antes de que el
sinte apareciera en las calles, ella fue vista en un bote del Auxiliado, en la mitad de
la noche. Había una caja entera de sinte a bordo.
—Siempre regresa a Danika —murmuró Hunt.
—Quizás lo estaba confiscando —dijo Bryce sobre el rugido en su cabeza.
—Quizás —admitió Tharion, entonces pasó una mano a través de su cabello
caoba—. Pero ese sinte es una mierda mala, Bryce. Si Danika estuvo involucrada en
ello…
—No lo estuvo. Ella nunca habría hecho algo así. —Su corazón estaba corriendo
tan fuerte que creía que vomitaría. Ella se giró hacia Hunt—. Pero eso explica por
qué había rastros de eso en su ropa si hubiese tenido que confiscarlo por el Aux.
El rostro de Hunt era sombrío.
—Quizás.
Ella se cruzó de brazos.
—¿Qué es eso, exactamente?
—Es magia sintética —dijo Tharion, sus ojos volando entre ellos—. Comenzó
como una ayuda para sanar, pero luego, aparentemente, notaron que en dosis muy
concentradas, puede darle a los humanos más fuerza que la mayoría de los Vanir.
Por periodos cortos, pero es potente. Trataron de hacerla por siglos, pero parecía
imposible. La mayoría de las personas creyeron que era similar a la alquimia; igual
de improbable que convertir algo en oro. Pero, aparentemente, la ciencia moderna
lo hizo funcionar esta vez. —Él ladeó su cabeza—. ¿Esto tiene que ver con el demonio
que estaban cazando?
—Es una posibilidad —dijo Hunt.
—Les avisaré si obtengo algún otro reporte —dijo Tharion, y no esperó una
despedida antes de hundirse de regreso al agua.
Bryce miró al río bajo el sol de mediodía, aferrándose al ópalo blanco en su
bolsillo.
—Sé que no era lo que querías oír —dijo Hunt con cautela a su lado.
—¿Fue asesinada por quien sea que esté creando el sinte? ¿Si ella estaba en ese
bote para confiscar su cargamento? —Metió un mechón de cabello detrás de su
oreja—. ¿La persona vendiendo el sinte y la persona buscando el Cuerno podría ser
la misma si el sinte pudiera reparar el Cuerno?
Él frotó su mentón.
—Supongo. Pero también eso podría ser un callejón sin salida.
Ella suspiró.
—No entiendo por qué nunca me lo mencionó.
—Quizás no valía la pena mencionarlo —sugirió él.
—Quizás —murmuró ella—. Quizás.

Bryce esperó hasta que Hunt fue al gimnasio en su complejo de apartamentos


antes de marcarle a Fury.
No sabía por qué se molestaba. Fury no había contestado una llamada suya en
meses.
La llamada casi fue al buzón de voz antes de que ella respondiera.
—Hola.
Bryce se desplomó contra su cama, y soltó:
—Me sorprende que respondieras.
—Me atrapaste entre trabajos.
O tal vez Juniper le carcomió la cabeza respecto a no hablarle.
—Pensé que regresarías a cazar a quien estuvo detrás del bombardeo del
Cuervo —dijo Bryce.
—Eso creí yo también, pero resultó que no necesitaba cruzar el Haldren para
hacerlo.
Bryce se apoyó contra su cabecera, estirando las piernas.
—Entonces, ¿realmente la rebelión humana estaba detrás de ello? —Tal vez
esas C en las cajas que Ruhn pensaba que era el Cuerno solo era eso: una letra.
—Sí. Sin embargo, los detalles y nombres son clasificados.
Fury le había dicho eso tantas veces en el pasado que había perdido la cuenta.
—¿Al menos dime si los atrapaste?
Había un buen chance de que Fury estuviera afilando su arsenal de armas sobre
el escritorio de cualquier hotel elegante en el que estaba refugiada en ese momento.
—Dije que estaba entre trabajos, ¿o no?
—¿Felicidades?
Una risa suave que aún enloquecía a Bryce.
—Claro. —Fury hizo una pausa—. ¿Qué sucede, B?
Como si eso borrara, de alguna forma, los casi dos años de silencio.
—¿Danika te mencionó alguna vez el sinte?
Bryce podría haber jurado que algo pesado y metálico cayó en el fondo.
—¿Quién te dijo sobre el sinte? —dijo Fury suavemente.
Bryce se enderezó.
—Creo que se está difundiendo por aquí. Conocí a un mer hoy, quien dijo que
Danika fue vista en un bote del Auxiliado con una caja de eso antes de que ella
muriera. —Dejó salir un suspiro.
—Es peligroso, Bryce. Realmente peligroso. No jodas con eso.
—No lo hago. —Dioses—. No he tocado nada de droga en dos años. —Entonces,
incapaz de detenerse, añadió—: Si te molestaras en contestar mis llamadas o visitar,
lo hubieras sabido.
—He estado ocupada.
Mentirosa. Jodida cobarde y mentirosa.
—Mira, quería saber si Danika te mencionó alguna vez el sinte antes de morir,
porque a mí no me lo mencionó —soltó Bryce mecánicamente.
Otra de esas pausas.
»Lo hizo, ¿verdad? —Incluso ahora, Bryce no estaba segura de por qué los celos
quemaban su pecho.
—Pudo haber dicho que había una mierda desagradable que estaba siendo
vendida —dijo Fury.
—¿Nunca pensaste mencionárselo a alguien?
—Lo hice. A ti. En el Cuervo Blanco, la noche que Danika murió. Alguien trató de
vendértelo entonces, por amor a la mierda. Te dije que te mantuvieras alejada de eso
como el Hel.
—¿Y aun así no encontraste la oportunidad de mencionar entonces, o luego de
que Danika muriera, que ella te advirtió al respecto en primer lugar?
—Un demonio la destrozó a pedazos, Bryce. Las redadas de drogas no parecían
conectar con eso.
—¿Y qué tal si lo hacía?
—¿Cómo?
—No lo sé, solo... —Bryce golpeteo con su pie sobre la cama—. ¿Por qué no me
lo habría dicho?
—Porque... —Fury se detuvo.
—¿Porque qué? —Replicó Bryce.
—De acuerdo —dijo Fury, su voz agudizándose—. Danika no quería decirte
porque no quería que te acercaras. No quería que ni pensaras en probar el sinte.
Bryce salió disparada, poniéndose de pie.
—¿Por qué mierda yo...?
—Porque, literalmente, te hemos visto tomar de todo.
—Ustedes han estado ahí, tomando todo conmigo, tú...
—El sinte es magia sintética, Bryce. Para reemplazar la magia real. La cual, no
tienes. Le da a los humanos Vanir poderes y fuerza como por una hora. Y luego,
puede joderte seriamente. Te hace adicta y peor. Para los Vanir es incluso más
arriesgado: es un subidón loco y súper fuerte, pero fácilmente puede volverse malo.
Danika no quería que siquiera supieras que algo así existía.
—Como si estuviera tan desesperada para ser como ustedes, una ruda y gran
Vanir como para tomar algo...
—Su meta era protegerte. Siempre. Incluso de ti misma.
Las palabras golpearon como una bofetada en el rostro. La garganta de Bryce se
cerró.
Fury suspiró.
»Mira, sé que eso sonó brusco. Pero toma mi palabra: no te metas con el sinte.
Si realmente se las arreglaron para producirlo en masa, fuera de un laboratorio
oficial, y lo hicieron en concentraciones más fuertes, entonces son malas noticias.
Mantente alejada de eso, y de cualquiera que tenga que ver con eso.
Las manos de Bryce temblaban, pero se las arregló para decir:
—De acuerdo. —Sin sonar como si estuviera a un respiro de llorar.
—Mira, tengo que irme —dijo Fury—. Tengo algo que hacer esta noche. Pero
regresaré a Lunathion en algunos días. Soy requerida en la Cumbre en dos semanas;
es en algún recinto a varias horas, en las afueras de la ciudad.
Bryce no preguntó por qué Fury Axtar asistiría a una Cumbre de varios líderes
de Valbara. Realmente no le importaba que Fury regresara.
—Quizás podemos comer juntas —dijo Fury.
—Claro.
—Bryce. —Su nombre era una disculpa y un regaño juntos. Fury suspiró— Nos
vemos.
Su garganta ardió, pero colgó. Dio varias respiraciones largas. Fury podía irse al
Hel.
Bryce esperó a dejar caer su trasero en el sillón para llamar a su hermano.
Encendió su laptop y abrió el motor de búsqueda. Él respondió al segundo tono.
—¿Sí?
—Quiero que te ahorres los sermones, advertencias y toda esa mierda, ¿de
acuerdo?
Ruhn se detuvo.
—De acuerdo.
Ella puso la llamada en altavoz y apoyó sus antebrazos sobre sus rodillas, el
cursor estaba sobre la barra de búsqueda.
—¿Qué está sucediendo con Athalar y contigo? —preguntó Ruhn.
—Nada —dijo Bryce, frotando sus ojos—. Él no es mi tipo.
—Estaba preguntando por qué no está en la llamada, no si ustedes salían, pero
es bueno saberlo.
Ella apretó sus dientes y escribió magia sintética en la barra de búsqueda.
Mientras los resultados se filtraban, dijo:
—Athalar está afuera, haciendo que esos músculos estén más lindos. —Ruhn
bufó una risa.
Ella se deslizó por los resultados: pequeños artículos cortos, sobre los usos de
un curativo mágico sintético para ayudar a los humanos a sanar.
—Esa medwitch que te envió la información sobre magia sintética... ¿ofreció
alguna idea de por qué o cómo llegó a las calles?
—No. Creo que está más preocupada sobre sus orígenes... y un antídoto. Me dijo
que hizo pruebas con algo del veneno del kristallos que sacó de Athalar la otra noche
para contrarrestar el sinte, tratando de hacer una cura. Cree que su curativo mágico
puede actuar como una clase de estabilizador para el veneno, para hacer el antídoto,
pero necesita más veneno para continuar estudiándolo. No lo sé. Sonaba como una
mierda compleja. —Luego añadió irónicamente—: Si te encuentras con algún
kristallos, pídele algo de veneno, ¿de acuerdo?
—¿Tienes un enamoramiento, Ruhn?
Él resopló.
—Ella nos hizo un enorme favor. Me gustaría recompensarla en cualquier forma
que podamos.
—De acuerdo. —Ella dio clic a algunos resultados, incluyendo una declaración
de Industrias Redner sobre la droga, con fecha de hace diez años. Mucho antes de
que Danika trabajara ahí.
—La investigación dice que solo diminutas cantidades fueron liberadas, incluso
para las medwitches y sus curativos. Es increíblemente costoso y difícil de hacer.
—¿Qué tal... qué tal si la fórmula y un cargamento se filtró de Redner hace dos
años, y Danika fue enviada a rastrearlo? Y, quizás, notó que quien quisiera robar el
sinte, planeaba usarlo para reparar el Cuerno, y ella robó el Cuerno antes de que
pudieran. Y luego la mataron por eso.
—Pero, ¿por qué mantenerlo en secreto? —preguntó Ruhn—. ¿Por qué no
atrapar a la persona detrás de ello?
—No lo sé. Solo es una teoría. —Es mejor que nada.
Ruhn quedó en silencio de nuevo. Tenía el presentimiento de que una Charla
Seria estaba en camino y se preparó.
—Creo que es admirable, Bryce. Que aún te intereses lo suficiente por Danika y
la Manada de Demonios para continuar investigando.
—Me ordenaron hacerlo, mi jefa y el Gobernador, ¿recuerdas?
—De todas maneras hubieras investigado una vez te enteraras de que no fue
Briggs. —Él suspiró—. Sabes, Danika casi me golpeó hasta noquearme una vez.
—No lo hizo.
—Oh, claro que sí. Nos topamos en el vestíbulo de la Torre Redner, cuando fui a
encontrarme con Declan luego de una elegante reunión que tuvo con personas de
mayor rango. Espera... saliste con el imbécil hijo de Redner, ¿verdad?
—Así es —dijo ella tensamente.
—Asqueroso. Simplemente asqueroso, Bryce.
—Cuéntame sobre Danika limpiando el suelo con tu patético trasero.
Casi podía oír su sonrisa a través del teléfono.
—No sé cómo nos metimos en eso, pero lo hicimos.
—¿Qué le dijiste?
—¿Por qué estás asumiendo que yo lo inicié? ¿Sí conociste a Danika? Tenía una
boca como ninguna otra. —Él hizo chasquear su lengua, la admiración en el sonido
hizo que el pecho de Bryce se apretara—. En fin, le dije que te dijera que lo sentía.
Me dijo que me fuera a la mierda, al igual que mi disculpa.
Bryce parpadeó.
—Nunca me dijo que se encontró contigo.
—Encontrarse es un eufemismo. —Él silbó—. Ella ni siquiera había hecho el
Descenso, y casi pateó mis bolas hacia el otro lado del vestíbulo. Declan tuvo que...
involucrarse para detenerla.
Sonaba como Danika totalmente. Incluso si todo lo demás que había aprendido
últimamente de ella no lo hacía.
60
Traducido por Andie
Corregido por Catt

—Es una exageración —dijo Hunt una hora más tarde desde su lugar junto a
ella en el sofá. Ella le había contado sobre su última teoría, sus cejas se alzaban con
cada palabra que salía de su boca.
Bryce hizo clic en las páginas del sitio web de Industrias Redner.
—Danika trabajó a tiempo parcial en Redner. Rara vez hablaba de la mierda que
hacía para ellos. Solo de algún tipo de cosas de seguridad. —Ella abrió la página de
inicio de sesión—. Tal vez su antigua cuenta de trabajo todavía tenga información
sobre sus asignaciones.
Sus dedos temblaron ligeramente mientras escribía el nombre de usuario de
Danika, habiéndolo visto tantas veces en su teléfono en el pasado: dfendyr.
DFendyr… defensor. Nunca se había dado cuenta hasta ahora. Las duras
palabras de Fury sonaron en su cabeza. Bryce las ignoró.
Tecleó una de las contraseñas habituales de Danika: 1234567. Nada.
—De nuevo —dijo Hunt con cautela—, es una exageración. —Se recostó contra
los cojines—. Es mejor unirnos a Danaan para buscar el Cuerno, no perseguir esta
droga.
—Danika estuvo involucrada en esta cosa del sinte y nunca dijo una palabra.
¿No crees que es raro? ¿No crees que podría haber algo más aquí? —replicó Bryce.
—Ella tampoco te dijo la verdad sobre Philip Briggs —dijo Hunt
cuidadosamente—. O que robó el Cuerno. No decirte cosas podría haber sido común
para ella.
Bryce acababa de escribir otra contraseña. Luego otra. Y otra.
—Necesitamos la imagen completa, Hunt —dijo ella, intentando de nuevo. Ella
necesitaba la imagen completa—. Todo está unido de alguna manera.
Pero cada contraseña falló. Todas las combinaciones habituales de Danika.
Bryce cerró los ojos y el pie rebotó en la alfombra mientras decía:
—El sinte podría curar el cuerno con una dosis lo suficientemente grande. La
magia sintética tiene sal de obsidiana como uno de sus ingredientes. Los kristallos
pueden ser convocados con sal de obsidiana... —Hunt permaneció en silencio
mientras lo pensaba—. Los kristallos fueron creados para rastrear el Cuerno. El
veneno de los kristallos puede comer magia. La medwitch quiere un poco de veneno
para probar si es posible crear un antídoto para sintetizar con su magia o algo así.
—¿Qué?
Los ojos de ella se abrieron.
—Ruhn me lo dijo. —Ella le contó la solicitud medio en broma de Ruhn de darle
más veneno a la medwitch.
Los ojos de Hunt se oscurecieron.
—Interesante. Si el sinte está a punto de convertirse en una droga callejera
mortal... deberíamos ayudarla a obtener el veneno.
—¿Y el Cuerno?
Su mandíbula se apretó.
—Seguiremos buscando. Pero si esta droga explota, no solo en esta ciudad sino
en todo el territorio, en el mundo... ese antídoto es vital. —Él escaneó el rostro de
ella—. ¿Cómo podemos conseguir un poco de veneno para ella?
Bryce respiró.
—Si convocamos a un kristallos…
—No corremos ese riesgo —gruñó Hunt—. Descubriremos cómo obtener el
veneno de otra manera.
—Yo puedo arreglármelas sola…
—Yo no puedo jodidamente arreglármelas solo, Quinlan. No si puedes estar en
peligro.
Sus palabras ondularon entre ellos. La emoción brillaba en los ojos de él, si ella
se atrevía a leer lo que había allí.
Pero el teléfono de Hunt sonó, y levantó las caderas del sofá para sacarlo del
bolsillo trasero de sus pantalones. Echó un vistazo a la pantalla y sus alas se
movieron ligeramente.
—¿Micah? —Ella se atrevió a preguntar.
—Solo una mierda de la legión —murmuró él, y se puso de pie—. Tengo que
salir por un tiempo. Naomi te vigilará. —Él hizo un gesto hacia la laptop—. Sigue
intentando si quieres, pero pensemos, Bryce, antes de hacer algo drástico para
conseguir ese veneno.
—Sí, sí.
Aparentemente fue suficiente aceptable para que Hunt se fuera, pero no antes
de que él le revolviera el cabello y se agachara para susurrarle, sus labios rozando la
curva de su oreja:
—GF estaría orgullosa de ti. —Los dedos de sus pies se curvaron en sus
zapatillas y se quedaron así mucho tiempo después de que él se fuera.
Después de probar otras opciones de contraseña, Bryce suspiró y apagó la
computadora. Se estaban acercando a la verdad. Ella podía sentirlo.
¿Pero estaría lista para eso?

Su ciclo llegó a la mañana siguiente como un maldito tren chocando con su


cuerpo, lo cual Bryce decidió que era apropiado, dado qué día era.
Entró en la gran sala para encontrar a Hunt preparando el desayuno, su cabello
aún despeinado por el sueño. Sin embargo, él se puso rígido ante su acercamiento.
Luego se giró, sus ojos se lanzaron sobre ella. Su olfato sobrenatural sin perderse
nada.
—Estás sangrando.
—Cada tres meses, como un reloj. —Los Fae de sangre pura rara vez tenían un
ciclo; los humanos lo tenían mensualmente, de alguna manera ella se había
establecido en algún punto intermedio.
Ella se deslizó sobre un taburete en el mostrador de la cocina. Una mirada a su
teléfono mostró que no había mensajes de Juniper o Fury. Ni siquiera un mensaje de
su madre mordiéndole la cabeza acerca de faltar a la cita con la medwitch.
—¿Necesitas algo? —Hunt extendió un plato de huevos y tocino hacia ella.
Luego una taza de café.
—Tomé algo para los calambres. —Ella sorbió su café—. Pero gracias.
Él gruñó, volviendo a preparar su propio desayuno. Se paró al otro lado del
mostrador y comió unos bocados antes de decir:
—Más allá del sinte y el antídoto, creo que el Cuerno conecta todo. Deberíamos
concentrarnos en buscarlo. No ha habido un asesinato desde el guardia del templo,
pero dudo que la persona haya dejado de buscarlo ya que ya se han tomado tantas
molestias hasta ahora. Si ponemos nuestras manos en el Cuerno, todavía siento que
el asesino nos ahorrará el problema de buscarlo y acudirá directamente a nosotros.
—O tal vez lo encontraron en donde sea que Danika lo escondió. —Ella comió
otro bocado—. Tal vez solo están esperando a la Cumbre o algo así.
—Tal vez. Si ese es el caso, entonces tenemos que averiguar quién lo tiene.
Inmediatamente.
—Pero incluso Ruhn no puede encontrarlo. Danika no dejó ningún indicio de
dónde lo escondió. Ninguno de sus últimos lugares conocidos eran probables
escondites.
—Entonces quizás hoy volvamos al punto de partida. Mirar todo lo que hemos
aprendido y...
—No puedo hoy. —Ella terminó su desayuno y llevó el plato al fregadero—.
Tengo algunas reuniones.
—Reprográmalas.
—Jesiba las necesita para hoy.
La miró por un largo momento, como si pudiera ver a través de todo lo que ella
había dicho, pero finalmente asintió.
Ella ignoró la decepción y preocupación en su rostro, su tono, mientras él decía:
—Está bien.

Lehabah suspiró.
—Estás siendo mala hoy, BB. Y no culpes a tu ciclo.
Sentada a la mesa en el corazón de la biblioteca de la galería, Bryce se masajeó
las cejas con el pulgar y el índice.
—Lo siento.
Su teléfono estaba oscuro y silencioso en la mesa junto a ella.
—No invitaste a Athie a comer aquí.
—No necesitaba la distracción. —La mentira salió fluida. Hunt tampoco la había
regañado por la otra mentira: que Jesiba estaba mirando las cámaras de la galería
hoy, así que debería quedarse en el techo.
Pero a pesar de necesitarlo a él, necesitarlos a todos, a un brazo de distancia
hoy, y a pesar de afirmar que no podía buscar el Cuerno, había estado revisando
varios libros al respecto durante horas. No había nada en ellos sino la misma
información, una y otra vez.
Un leve sonido de arañazo se extendió por toda la biblioteca. Bryce detuvo la
tablet de Lehabah y subió el volumen de los altavoces, haciendo sonar la música por
el espacio.
Sonó un fuerte golpe enojado. Por el rabillo del ojo, ella vio al nøkk nadar, su
cola translúcida cortando a través del agua oscura.
Música pop; ¿quién hubiera pensado que era un disuasivo tan fuerte para la
criatura?
—Quiere matarme —susurró Lehabah—. Puedo sentirlo.
—Dudo que seas una merienda muy satisfactoria —dijo Bryce—. Ni siquiera
eres un bocadito.
—Él sabe que si soy sumergida en el agua, estoy muerta en un instante.
Bryce se había dado cuenta desde el principio de que era otra forma de tortura
para la duendecilla. Una manera de Jesiba para mantener a Lehabah en línea,
enjaulada dentro de una jaula, tan segura como todos los demás animales en todo el
espacio. No hay mejor manera de intimidar a una duendecilla de fuego que tener un
tanque de cien mil galones de agua sobre ella.
—Él también quiere matarte —susurró Lehabah—. Lo ignoras, y él odia eso.
Puedo ver la ira y el hambre en sus ojos cuando te mira, BB. Ten cuidado cuando lo
alimentes.
—Lo tengo. —La escotilla de alimentación era demasiado pequeña para que él
pudiera atravesarla de todos modos. Y como el nøkk no se atrevería a llevar su
cabeza sobre el agua por miedo al aire, solo sus brazos eran una amenaza si se abría
la escotilla y se bajaba la plataforma de alimentación al agua. Pero él se mantenía en
el fondo del tanque, escondiéndose entre las rocas cada vez que ella arrojaba los
filetes, dejándolos flotar perezosamente.
Quería cazar. Quería algo grande, jugoso y asustado.
Bryce miró hacia el oscuro tanque, iluminado por tres focos integrados.
—Jesiba se aburrirá de él pronto y lo regalará a un cliente —mintió ella a
Lehabah.
—¿Por qué siquiera nos colecciona? —susurró la duendecilla—. ¿No soy una
persona también? —Ella señaló el tatuaje en su muñeca—. ¿Por qué insisten en esto?
—Porque vivimos en una república que ha decidido que las amenazas a su
orden tienen que ser castigadas, y castigadas tan a fondo que hacen que otros duden
en rebelarse también. —Sus palabras fueron planas. Frías.
—¿Alguna vez has pensado en cómo sería, sin los Asteri?
Bryce le lanzó una mirada.
—Cállate, Lehabah.
—Pero, BB…
—Cállate, Lehabah. —Había cámaras por todas partes en esta biblioteca, todas
con audio. Eran exclusivas para Jesiba, sí, pero hablar de eso aquí...
Lehabah se dirigió a su pequeño sofá.
—Athie me hablaría de eso.
—Athie es un esclavo con poco que perder.
—No digas esas cosas, BB —siseó Lehabah—. Siempre queda algo que perder.
Bryce estaba de mal humor. Tal vez había pasado algo con Ruhn o Juniper. Hunt
la había visto revisar su teléfono con frecuencia esta mañana, como si esperara una
llamada o un mensaje. Ninguno había llegado. Al menos, por lo que pudo ver en el
camino a la galería. Y, a juzgar por la mirada distante aún en su rostro cuando se fue
justo antes del atardecer, tampoco había llegado durante el día.
Pero ella no se fue a casa. Fue a una panadería.
Hunt se mantuvo cerca de los tejados, observando mientras ella entraba al
interior pintado de aguamarina y salía tres minutos después con una caja blanca en
las manos.
Luego giró sus pasos hacia el río, esquivando a los trabajadores, turistas y
compradores, todos disfrutando del final del día. Si ella sabía que él la seguía, a ella
no parecía importarle. Ni siquiera levantó la vista una vez mientras se dirigía a un
banco de madera a lo largo de la pasarela del río.
El sol poniente doraba las brumas que cubrían el Barrio de Huesos. A unos
metros por el camino pavimentado, se alzaban los oscuros arcos del Muelle Negro.
No había familias de luto ahí en ese momento, esperando que el bote de ónix tomara
su ataúd.
Bryce se sentó en el banco con vistas al río y a la Ciudad Durmiente, con la caja
blanca de la panadería a su lado, y volvió a mirar su teléfono.
Cansada de esperar hasta que ella se dignara a hablar con él sobre lo que sea
que la estaba carcomiendo, Hunt aterrizó en silencio antes de deslizarse sobre las
tablas de madera del banco con la caja entre ellos.
—¿Qué sucede?
Bryce miró hacia el río. Lucía agotada. Como aquella primera noche que la había
visto en el centro de detención de la legión.
Todavía no lo miraba cuando ella le dijo:
—Danika habría cumplido veinticinco hoy.
Hunt se quedó quieto.
»Hoy... hoy es el cumpleaños de Danika.
Miró a su teléfono, descartado a su lado.
—Nadie lo recordó. Ni Juniper ni Fury, ni siquiera mi madre. El año pasado, lo
recordaron, pero... supongo que fue una cosa de una vez.
—Podrías haberles preguntado.
—Sé que están ocupadas. Y... —Se pasó una mano por el cabello—… la verdad
es que pensé que lo recordarían. Quería que lo recordaran. Incluso un mensaje que
dijera algo tonto, como la extraño o lo que sea.
—¿Qué hay en la caja?
—Cruasanes de chocolate —dijo ella con voz ronca—. Danika siempre los
quería en su cumpleaños. Eran sus favoritos.
Hunt miró de la caja hacia ella, luego al inminente Barrio de Huesos al otro lado
del río. ¿Cuántos cruasanes la había visto comer en estas semanas? Quizás en parte
porque la conectaban con Danika de la misma manera que la cicatriz en su muslo.
Cuando volvió a mirarla, su boca era una línea apretada y temblorosa.
—Es una mierda —dijo ella con voz gruesa—. Es una mierda que todos
simplemente... sigan adelante y lo olviden. Esperan que yo lo olvide. Pero no puedo
hacerlo. —Ella se frotó el pecho—. No puedo olvidar. Y tal vez es jodidamente
extraño que le haya comprado a mi amiga muerta un montón de cruasanes de
cumpleaños. Pero el mundo siguió adelante. Como si ella nunca hubiera existido.
Él la observó por un largo momento. Luego dijo:
—Shahar era eso para mí. Nunca había conocido a nadie como ella. Creo que la
amé desde el momento en que la vi en su palacio, a pesar de que estaba tan por
encima de mí que bien ella podría haber sido la luna. Pero ella también me vio. Y de
alguna manera, me eligió. De todos ellos, ella me eligió a mí. —Él sacudió la cabeza,
las palabras salieron de él mientras se arrastraban fuera de esa caja en la que las
había encerrado todo este tiempo—. Hubiera hecho cualquier cosa por ella. Hice de
todo por ella. Cualquier cosa que ella pidiera. Y cuando todo se fue al Hel, cuando me
dijeron que había terminado, me negué a creerlo. ¿Cómo ella podía haberse ido? Fue
como decir que el sol se había ido. Simplemente... no quedaba nada si ella no estaba
allí. —Él se pasó una mano por el cabello—. Esto no será un consuelo, pero me llevó
unos cincuenta años antes de que realmente lo creyera. Que todo había terminado.
Sin embargo, incluso ahora...
—¿Todavía la amas de todas formas?
Él sostuvo su mirada, inquebrantable.
—Después de que mi madre murió, básicamente caí en mi dolor. Pero Shahar,
ella me sacó de ahí. Me hizo sentir vivo por primera vez. Consciente de mí mismo, de
mi potencial. Siempre la amaré, aunque solo sea por eso.
Ella miró hacia el río.
—Nunca me di cuenta —murmuró ella—. Que tú y yo somos espejos.
Él tampoco lo había hecho. Pero una voz flotó hacia él. Luces de la manera en que
me siento todos los días, había susurrado ella cuando lo limpió después de la última
misión de Micah.
—¿Eso es algo malo?
Una media sonrisa tiró de una esquina de la boca de ella.
—No. No, no lo es.
—¿No hay problema con que el Umbra Mortis sea tu gemelo emocional?
Pero el rostro de ella se puso serio otra vez.
—Así es cómo te llaman, pero no es quién eres.
—¿Y quién soy?
—Un dolor en mi trasero. —Su sonrisa era más brillante que la puesta de sol en
el río. Él se rio, pero ella agregó—: Eres mi amigo. El que mira televisión basura
conmigo y aguanta mi mierda. Eres la persona a la que no necesito explicarme, no
cuando importa. Ves todo lo que soy y no te alejas.
Él le sonrió, dejó que transmitiera todo lo que brillaba dentro de él ante sus
palabras.
—Me gusta eso.
El color llenó las mejillas de ella, pero dejó escapar un suspiro cuando se giró
hacia la caja.
—Bueno, Danika —dijo ella—. Feliz cumpleaños.
Quitó la cinta y abrió la tapa.
Su sonrisa se desvaneció. Cerró la tapa antes de que Hunt pudiera ver lo que
había dentro.
—¿Qué es?
Ella sacudió la cabeza, tratando de agarrar la caja, pero Hunt la agarró primero,
tirando de ella sobre su regazo y abriendo la tapa.
Dentro había media docena de cruasanes, cuidadosamente dispuestos en una
pila. Y en el primero de arriba, ingeniosamente escrito con una llovizna de chocolate,
había una palabra: Basura.
No fue la palabra de odio lo que lo atravesó. No, fue la forma en que las manos
de Bryce temblaron, la forma en que su rostro se puso rojo y su boca se convirtió en
una delgada línea.
—Solo bótalos —susurró ella.
Sin indicio de su leal desafío e ira. Solo había un agotador y humillado dolor.
Su cabeza se quedó silenciosa. Terriblemente, terriblemente silenciosa.
—Solo bótalos, Hunt —susurró ella de nuevo. Las lágrimas brillaron en sus ojos.
Entonces Hunt tomó la caja. Y se puso de pie.
Tenía una buena idea de quién lo había hecho. ¿Quién había alterado el
mensaje? Quien había gritado esa misma palabra, basura, a Bryce la otra semana,
cuando salían de la Guarida.
—No —suplicó Bryce. Pero Hunt ya estaba en el aire.

Amelie Ravenscroft se reía con sus amigos, bebiendo una cerveza, cuando Hunt
explotó en el bar de Moonwood. La gente gritó y retrocedió, la magia ardiendo.
Pero Hunt solo la vio ella. Vio cómo se formaban sus garras mientras ella le
sonreía. Puso la caja de pastelería en la barra de madera con cuidadosa precisión.
Una llamada telefónica al Auxiliado le había dado la información que necesitaba
sobre el paradero de la cambiaformas. Y Amelie parecía haber estado esperándolo,
o al menos a Bryce, cuando se recostó contra la barra y se bufó:
—Bueno, ¿no es esto...?
Hunt la inmovilizó contra la pared por el cuello.
Los gruñidos e intentos de ataque de su manada contra la pared de relámpagos
ondulantes que él lanzó eran ruido de fondo. El miedo brilló en los ojos abiertos y
conmocionados de Amelie cuando Hunt gruñó en su cara.
Pero él dijo suavemente:
—No le hables, no te le acerques, ni siquiera pienses en ella de nuevo. —Envió
suficiente de su rayo a través de su toque que sabía que el dolor azotaba su cuerpo.
Amelie se atragantó—. ¿Entiendes?
La gente estaba hablando por teléfono, llamando a la 33ra Legión o al Auxiliado.
Amelie arañó sus muñecas, sus botas pateando sus espinillas. Él solo apretó su
agarre. Relámpagos envueltos alrededor de su garganta.
—¿Entiendes? —Su voz era glacial. Completamente tranquila. La voz del Umbra
Mortis.
Un macho se acercó a su periferia. Ithan Holstrom.
Pero los ojos de Ithan estaban en Amelie mientras respiraba.
—¿Qué hiciste, Amelie?
—No te hagas el tonto, Holstrom —dijo Hunt, gruñendo de nuevo en el rostro
de Amelie.
Entonces Ithan notó la caja de pasteles en la barra. Amelie se movió, pero Hunt
la mantuvo quieta cuando su Segundo abrió la tapa y miró dentro. Ithan preguntó
suavemente.
—¿Qué es esto?
—Pregúntale a tu Alfa —dijo Hunt mecánicamente.
Ithan se quedó completamente quieto. Pero lo que sea que él estaba pensando
no era asunto de Hunt, no cuando se encontró con la ardiente mirada de Amelie
nuevamente.
—Déjala en paz. Para siempre. ¿Entendido? —dijo Hunt.
Parecía que Amelie habría escupido sobre él, pero él le envió otro golpe de
poder casual, hiriéndola de adentro hacia afuera. Ella hizo una mueca, siseando y
atragantándose. Pero asintió.
Hunt la soltó de inmediato, pero su poder la mantuvo atrapada contra la pared.
Él la examinó, luego a su manada. Entonces Ithan, cuyo rostro había pasado del
horror a algo cercano al dolor, ya que debía haberse dado cuenta de qué día era y
había juntado lo suficiente, pensado en quién siempre había querido cruasanes de
chocolate en ese día en particular.
—Todos ustedes son patéticos —dijo Hunt.
Y luego se fue. Se tomó un buen rato volando a casa.
Bryce lo estaba esperando en el techo. Un teléfono en su mano.
—No. —Decía a alguien en la línea—. No, ya regresó.
—Bien. —Escuchó decir a Isaiah, y parecía que el macho estaba a punto de
agregar algo más cuando ella colgó.
Bryce se abrazó a sí misma.
—Eres un jodido idiota.
Hunt no lo negó.
»¿Amelie está muerta? —Había miedo, miedo real, en su rostro.
—No. —La palabra retumbó de él, un relámpago siseando a su paso.
—Tú... —Ella se frotó el rostro—. Yo no...
—No me digas que soy un alfaimbécil, o posesivo y agresivo o cualquier otro
término que uses.
Ella bajó las manos, su rostro estaba lleno de miedo.
—Te meterás en tantos problemas por esto, Hunt. No hay forma de que no...
Era miedo por él. Terror por él.
Hunt cruzó la distancia entre ellos. Tomó sus manos.
—Eres mi espejo. Tú misma lo dijiste.
Él estaba temblando. Por alguna razón, estaba temblando mientras esperaba
que ella respondiera.
Bryce miró sus manos, agarradas en las suyas, y ella respondió:
—Sí.

A la mañana siguiente, Bryce le envió un mensaje a su hermano. ¿Cuál es el


número de tu medwitch?
Ruhn lo envió de inmediato, sin hacer preguntas.
Bryce llamó a la oficina de ella un minuto después, con las manos temblorosas.
La medwitch de voz clara podía admitirla de inmediato. Entonces Bryce no se dio el
tiempo para reconsiderar mientras se ponía sus pantalones cortos y una camiseta,
luego le envió un mensaje a Jesiba:
Cita médica esta mañana. Estaré en la galería a la hora del almuerzo.
Encontró a Hunt preparando el desayuno. Sus cejas se levantaron cuando ella
solo lo miró.
—Sé dónde podemos obtener el veneno del kristallos para las pruebas del
antídoto de la medwitch —dijo.
61
Traducido por LittleCatNorth
Corregido por Lieve

La clínica inmaculadamente blanca y limpia de la medwitch era pequeña, no


como los consultorios más grandes que Bryce había visitado en el pasado. Y en lugar
del cartel azul neón estándar que sobresalía sobre cada manzana de esta ciudad, la
insignia de escoba y campana había sido plasmada con cuidadoso amor en el cartel
de madera bañado en oro que colgaba afuera. Era la única cosa que lucía de la vieja
escuela respecto a este lugar.
La puerta en el corredor detrás del mostrador se abrió y la medwitch apareció,
su cabello oscuro y rizado hecho un moño que dejaba a la vista su elegante rostro
café.
—Debes ser Bryce —dijo la mujer, su sonrisa amplia relajando a Bryce de
inmediato. Ella miró a Hunt, dándole un cabeceo de reconocimiento. Pero no
mencionó su encuentro esa la noche en el jardín antes de decirle a Bryce—: Tu
acompañante puede ir atrás contigo si quieres. La sala de tratamiento puede
acomodar sus alas.
Hunt miró a Bryce, y ella vio la pregunta en su expresión: ¿Me quieres contigo?
Bryce sonrió a la bruja.
—A mi acompañante le encantaría venir.

La blanca sala de tratamiento, a pesar del pequeño tamaño de la clínica,


contenía toda la tecnología más reciente. Un conjunto de computadoras yacía contra
una pared, un gran brazo mecánico de luz quirúrgica estaba puesto contra la otra.
La tercera pared poseía un estante de varios tónicos, pociones y polvos en pulidos
viales de cristal, y un gabinete de cromo en la cuarta pared probablemente poseía
los verdaderos instrumentos quirúrgicos.
Muy diferente a las tiendas con paneles de madera que Hunt había visitado en
Pangera, donde brujas aún hacían sus propias pociones en calderos de hierro que
habían pasado de generación en generación.
La bruja palmeó distraídamente la mesa de examen de cuero blanco en el centro
de la habitación. Paneles ocultos brillaron en sus lugares, extensiones para Vanir de
todas las formas y tamaños.
Hunt reclamó la solitaria silla de madera junto al gabinete, mientras Bryce
saltaba sobre la mesa, su rostro ligeramente pálido.
—Por teléfono, dijiste que recibiste esta herida de un demonio kristallos, y
nunca fue sanada; el veneno aún está en ti.
—Sí —dijo Bryce tranquilamente. Hunt odiaba cada rastro de dolor que se
mezcló a la palabra.
—¿Y me das permiso de usar el veneno que extraiga en mis experimentos,
mientras busco un antídoto para el sinte?
Bryce lo miró, y él asintió para darle coraje.
—Un antídoto para el sinte parece ser algo importante de tener —dijo ella—,
entonces, sí, tienes mi permiso.
—Bien. Gracias. —La medwitch miró una tabla con papeles, presumiblemente,
la que Bryce había llenado en el sitio web de la mujer, junto con el historial médico
que estaba vinculado a sus archivos como ciudadana—. ¿Veo que el trauma en tu
pierna ocurrió hace casi dos años?
Bryce jugó con el dobladillo de su camisa.
—Sí. Es, um... está cerrada, pero aún duele. Cuando corro o camino demasiado,
arde, junto con el hueso. —Hunt se refrenó de gruñir por molestia.
El ceño de la bruja se arrugó, y levantó la mirada del archivo para mirar la pierna
de Bryce.
—¿Por cuánto tiempo ha estado presente el dolor?
—Desde el comienzo —dijo Bryce, sin mirarlo a él.
La medwitch miró a Hunt.
—¿También estuviste ahí durante este ataque?
Bryce abrió su boca para responder, pero Hunt dijo:
—Sí. —Bryce giró su cabeza de golpe para mirarlo. Él mantuvo su mirada en la
bruja—. Llegué tres minutos después de que ocurriera. Su pierna estaba abierta y
desgarrada en todo el muslo, cortesía de los dientes del kristallos. —Las palabras
salieron disparadas, la confesión derramándose de sus labios—. Usé suturas de la
legión para cerrar la herida lo mejor que pude. —Hunt continuó, inseguro de por
qué su corazón palpitaba tanto—. La nota médica sobre la herida es mía. Ella no
recibió ningún tratamiento luego de eso. Es por eso que la cicatriz... —Tragó duro
con la culpa elevándose en su garganta—. Es por eso que luce así. —Encontró la
mirada de Bryce, dejándole ver la disculpa allí—. Es mi culpa.
Bryce lo miró fijamente. No había ni un rastro de ira hacia él en su rostro; solo
pura comprensión.
La bruja miró entre ellos, como si debatiera si debía darles un momento. Pero
le preguntó a Bryce:
—Entonces, ¿no viste a una medwitch esa noche?
Bryce aún sostenía la mirada de Hunt mientras le decía a la mujer:
—No.
—¿Por qué?
Sus ojos aún no dejaron los de él mientras hablaba con voz ronca.
—Porque quería que doliera. Quería que me lo recordara cada día. —Tenía
lágrimas en sus ojos. Lágrimas formándose, y él no sabía por qué.
La bruja ignoró amablemente sus lágrimas.
—Muy bien. Los por qué y los cómo no son tan importante como lo que hay en
la herida. —Ella frunció el ceño—. Puedo tratarte hoy, y si te quedas por aquí luego
de eso, eres bienvenida a verme hacer pruebas en tu muestra. El veneno, para que
pueda ser un antídoto efectivo, necesita ser estabilizado y así pueda interactuar con
el sinte y revertir sus efectos. Mi magia curativa puede hacer eso, pero necesito estar
presente para poder contener esa estabilidad. Estoy tratando de encontrar una
forma para que la magia mantenga la estabilidad permanentemente, así puede ser
enviada a nuestro mundo y ser ampliamente usada.
—Suena como algo bastante complicado —dijo Bryce, alejando la mirada de
Hunt. Él sintió la ausencia de su mirada, como si una cálida flama hubiese sido
extinguida.
La bruja levantó sus manos, luz blanca brillando de las puntas de sus dedos, y
entonces desvaneciéndose, como si diera un rápido chequeo de la disposición de
magia.
—Fui educada por tutores versados en nuestras formas más antiguas de magia.
Me enseñaron una variedad de conocimientos especializados.
Bryce dejó salir un suspiro a través de su nariz.
—De acuerdo. Manos a la obra entonces.
Pero el rostro de la bruja se volvió serio.
—Bryce, tengo que abrir la herida. Puedo adormecerte para que no sientas esa
parte, pero el veneno, si está tan profundo como sospecho... no puedo usar
sanguijuelas mitridadas para extraerlo. —Ella señaló a Hunt—. Con la herida de él
la otra noche, el veneno no había echado raíces. Con una herida como la tuya,
profunda y antigua... el veneno es como una clase de organismo. Se alimenta de ti.
No querrá irse con facilidad, especialmente luego de tanto tiempo alojándose en tu
cuerpo. Tendré que usar mi propia magia para sacarlo de tu cuerpo. Y el veneno bien
podría intentar convencerte de que me detengas. Con dolor.
—¿Va a dolerle? —preguntó Hunt.
La bruja hizo una mueca.
—Lo suficiente como para que la anestesia local no ayude. Si gustas, puedo
comunicarme con un centro quirúrgico y sedarte, pero podría tomar un día o dos...
—Lo haremos hoy. Ahora mismo —dijo Bryce, sus ojos encontrando los de Hunt
de nuevo. Él solo podía ofrecerle un sólido asentimiento en respuesta.
—De acuerdo —dijo la bruja, caminando elegantemente al lavabo para lavar sus
manos—. Comencemos.

El daño era tan malo como ella temía. Peor.


La bruja fue capaz de escanear la pierna de Bryce, primero con una máquina,
luego con su poder, los dos combinándose para formar una imagen en la pantalla
contra la pared alejada.
—¿Ves la franja negra junto a tu fémur? —La bruja señaló a una línea dentada,
como un rayo bifurcado, a través del muslo de Bryce—. Ese es el veneno. Cada vez
que corres o caminas por mucho tiempo, se arrastra por las áreas a su alrededor y
te lastima. —Señaló a un área blanca por encima—. Ese es todo el tejido de la cicatriz.
Necesito cortar a través de él primero, pero eso debería ser rápido. La extracción es
lo que podría tomar un rato.
Bryce trató de ocultar su temblor mientras asentía. Ya había firmado media
docena de permisos.
Hunt se sentó en la silla, observando.
—Bien —dijo la bruja, lavando sus manos de nuevo—. Ponte una bata y
podremos comenzar. —Se estiró al gabinete de metal cerca de Hunt, y Bryce se quitó
los pantalones cortos. Su camisa.
Hunt alejó la mirada, y la bruja ayudó a Bryce a meterse en un atuendo de
algodón ligero, atándolo en la espalda.
—Tu tatuaje es encantador —dijo la medwitch—. Pero no reconozco el
alfabeto… ¿qué dice?
Bryce aún podía sentir cada pinchazo de la aguja que había hecho las líneas de
texto en su espalda.
—A través del amor, todo es posible. Básicamente, mi mejor amiga y yo jamás
nos separaremos.
Un zumbido de aprobación salió de la medwitch mientras miraba entre Bryce y
Hunt.
—Ustedes dos tienen un vínculo tan poderoso. —Bryce no se molestó en
corregir su conjetura sobre que el tatuaje era por Hunt. El tatuaje que Danika insistió
ebriamente que se hicieran una noche, clamando que poner el voto de amistad
eterna en otro idioma lo haría menos cursi.
Hunt volteó hacia ellas, y la bruja le preguntó:
—¿El halo te lastima?
—Solo cuando ocurrió.
—¿Qué bruja lo tatuó?
—Una vieja bruja imperial —dijo Hunt a través de sus dientes—. Una de las
Antiguas.
El rostro de la bruja se tensó.
—Es un aspecto más oscuro de nuestro trabajo; amarrar individuos mediante
el halo. Debería ser detenido completamente.
Él le lanzó una media sonrisa que no llegó a sus ojos.
—¿Quieres quitarlo por mí?
La bruja se quedó completamente quieta, y la respiración de Bryce se atascó en
su garganta.
—¿Qué harías si lo hiciera? —preguntó la bruja suavemente, sus ojos oscuros
brillaron con interés, y poder antiguo—. ¿Castigarías a aquellos que te mantuvieron
cautivo?
Bryce abrió su boca para advertirles que esa era una conversación peligrosa,
pero Hunt, afortunadamente, dijo:
—No estoy aquí para hablar sobre mi tatuaje.
Sin embargo, estaba en sus ojos, su respuesta. La confirmación. Sí, él mataría a
las personas que le hicieron esto. La bruja inclinó su cabeza ligeramente, como si
viera esa respuesta.
Ella se giró de nuevo hacia Bryce, y palmeó la mesa de examen.
—Muy bien. Acuéstate sobre tu espalda, señorita Quinlan.
Bryce comenzó a temblar mientras obedecía. La bruja ató la parte superior de
su cuerpo, luego sus piernas y ajustó el brazo de luz quirúrgica. Un carrito resonó
mientras la bruja arrastraba una bandeja de varios instrumentos brillantes y
plateados, bolas de algodón y un vial de cristal vacío.
—Voy a anestesiarte primero —dijo la bruja, y luego una aguja estaba en su
mano cubierta con guantes.
Bryce tembló más fuerte.
»Respira profundo —dijo la bruja, golpeteando las burbujas de aire fuera de la
aguja.
Una silla chirrió, y luego una mano callosa y cálida envolvió la de Bryce.
Los ojos de Hunt se fijaron en los de ella.
—Respira profundo, Bryce.
Ella inhaló una vez. La aguja se hundió en su muslo, su pinchazo sacando
lágrimas. Apretó la mano de Hunt lo suficientemente fuerte para sentir sus huesos
moliéndose. Él ni siquiera se retorció.
El dolor rápidamente se desvaneció, la insensibilidad cosquilleando sobre su
pierna. En lo profundo.
—¿Sientes esto? —preguntó la bruja.
—¿Sentir qué?
—Bien —declaró la bruja—. Comenzaré ahora. Puedo levantar una cortina si...
—No —dijo Bryce con los dientes apretados—. Solo hazlo.
Sin retrasos. Sin esperas.
Ella vio como la bruja levantaba el escalpelo, y luego una ligera presión firme
empujó contra su pierna. Bryce se sacudió de nuevo, soltando un suspiro a través de
sus dientes apretados.
—Hasta ahora, todo bien —dijo la bruja—. Estoy cortando el tejido de la cicatriz.
Los ojos oscuros de Hunt sostuvieron los de ella, y se obligó a pensar en él en
lugar de su pierna. Él estuvo allí esa noche. En el callejón.
El recuerdo salió a la superficie, la nube de dolor, terror y pena aclarándose
ligeramente. Cálidas manos fuertes la agarraron. Justo como él sostenía su mano
ahora. Una voz le habló. Luego, puro silencio, como si su voz hubiera sido una
campana. Y entonces, esas fuertes manos cálidas sobre su muslo la sostuvieron
mientras ella sollozaba y gritaba.
Te tengo, le dijo él, una y otra vez. Te tengo.
—Creo que puedo remover la mayor parte del tejido de la cicatriz —dijo la
bruja—. Pero... —Ella maldijo suavemente—. Luna en los cielos, mira esto.
Bryce se negaba a mirar, pero los ojos de Hunt se deslizaron a la pantalla detrás
de ella, donde su herida sangrienta estaba en exhibición. Un músculo se tensó en su
mandíbula. Eso dijo suficiente sobre lo que estaba dentro de la herida.
—No entiendo cómo puedes caminar —murmuró la bruja—. ¿Dijiste que no
estabas tomando calmantes para el dolor?
—Solo durante los dolores fuertes —susurró Bryce.
—Bryce... —La bruja dudó—. Voy a tener que mantenerte muy quieta. Y que
respires tan profundo como puedas.
—De acuerdo. —Su voz sonaba pequeña.
La mano de Hunt se aferró a la suya. Bryce tomo una respiración
estabilizadora…
Alguien vertió ácido en su pierna y su piel estaba ardiendo, sus huesos
derritiéndose…
Adentro y afuera, afuera y adentro, su respiración silbaba a través de sus
dientes. Oh, dioses, oh, dioses...
Hunt entrelazó sus dedos, apretando.
Quemaba, y quemaba, y quemaba, y quemaba...
—Cuando llegué al callejón esa noche —dijo él por encima de sus frenéticas
respiraciones—, estabas sangrando por todo el lugar. Aun así, intentabas protegerlo
a él primero. No permitiste que nos acercáramos hasta que te mostramos nuestras
placas y probáramos que éramos de la legión.
Ella lloriqueó, su respiración incapaz de calmarse por la afiladísima excavación,
profundo, profundo, profundo...
Los dedos de Hunt le acariciaron el ceño.
—Pensé para mí: Hay alguien que quiere cuidarme las espaldas. Hay una amiga
que me gustaría tener. Pensé en darte un momento difícil cuando nos conocimos de
nuevo, porque... porque una parte de mí sabía eso, y tenía miedo de lo que eso
significaba.
Ella no podía detener las lágrimas que caían por su rostro.
Sus ojos no vacilaron en los de ella.
—También estuve allí, en la sala de interrogación. —Los dedos de él fueron a su
cabello, suaves y relajantes—. Estuve allí todo el tiempo.
El dolor golpeó profundo y ella no pudo detener el grito que se forzó a salir.
Hunt se inclinó, poniendo su frente fría contra la de ella.
—He sabido quién eres todo este tiempo. Nunca te olvidé.
—Comenzaré la extracción y estabilización del veneno —dijo la bruja—. Se
pondrá peor, pero casi terminamos.
Bryce no podía respirar. No podía pensar más allá de Hunt, sus palabras y el
dolor en su pierna, la cicatriz a través de su mismísima alma.
—Puedes con esto. Puedes con esto, Bryce —susurró él.
Ella no podía. Y el Hel que hacía erupción en su pierna la tenía arqueándose
contra las ataduras, sus cuerdas vocales esforzándose mientras sus gritos llenaban
la habitación.
El agarre de Hunt nunca vaciló.
—Casi está fuera —siseó la bruja, gruñendo con el esfuerzo—. Resiste, Bryce.
Lo hizo. Con Hunt, con su mano, con esa suavidad en sus ojos, ella resistió. Con
todo lo que tenía.
—Te tengo —murmuró él—. Cariño, te tengo.
Él nunca la había dicho de esa manera; esa palabra. Siempre había sido burlona,
coqueta. Ella siempre la consideró molesta.
No esta vez. No cuando él sostuvo su mano, su mirada y todo lo que ella era.
Soportando el dolor con ella.
—Respira —ordenó él—. Puedes hacerlo. Podemos superar esto.
Superarlo... juntos. Superar esta vida desastrosa juntos. Superar este mundo
desastroso. Bryce sollozó, esta vez no totalmente por el dolor.
Y Hunt, como si lo sintiera también, se inclinó hacia adelante de nuevo. Rozando
su boca con la de ella.
Solo el indicio de un beso; una probada de sus labios, suaves como plumas,
sobre los de ella.
Una estrella brilló dentro de ella luego de ese beso. Una luz dormida por mucho
tiempo comenzó a llenar su pecho, sus venas.
—Solas ardiente —susurró la bruja, y el dolor se detuvo.
Como si un interruptor hubiera sido accionado, el dolor se fue. Era lo
suficientemente impactante como para que Bryce volteara lejos de Hunt y echara un
vistazo a su cuerpo, la sangre en él, la herida abierta. Pudo haberse desmayado con
la visión de unos buenos quince centímetros de su pierna abiertos, si no fuera por la
cosa que la bruja sostenía entre un par de pinzas, como si fuera un gusano.
—Si mi magia no estuviera estabilizando así el veneno, sería líquido —dijo la
bruja, moviendo cuidadosamente el veneno, un gusano claro con manchas negras y
meneándose, hacia un frasco de cristal. Se agitaba, como una cosa viviente.
La bruja lo depositó en el frasco y cerró la tapa, zumbando mágicamente. El
veneno al instante se disolvió en un charco, pero aún se movía. Como si buscara una
forma de salir.
Los ojos de Hunt aún estaban sobre el rostro de Bryce. Como lo estuvieron todo
el tiempo. Él nunca la dejó.
—Déjame limpiarte y coserte, y entonces estudiaremos el antídoto —dijo la
bruja.
Bryce apenas escuchó a la mujer mientras asentía. Apenas escuchó algo además
de las persistentes palabras de Hunt. Te tengo.
Los dedos de ella se curvaron alrededor de los de él. Permitió que sus ojos le
dijeran todo lo que su garganta devastada no podía. Yo también te tengo.

Treinta minutos después, Bryce estaba sentada, con el brazo y el ala de Hunt a
su alrededor, ambos observando mientras la pálida y brillante magia de la bruja
envolvía el veneno en el vial, volviéndolo un hilo delgado.
—Me perdonarán si mi método de prueba para el antídoto falla al calificar como
un experimento médico apropiado —declaró ella, mientras caminaba hacia donde
una ordinaria píldora blanca yacía en una caja de plástico transparente. Levantando
la tapa, dejó caer dentro el hilo de veneno. Se agitó como una cinta, cerniéndose
sobre la píldora antes de que la bruja cerrara la tapa de nuevo—. Lo que está siendo
usado en las calles es una versión mucho más potente de esto —dijo ella—, pero
quiero ver si esta cantidad de mi magia curativa, manteniendo el veneno en su sitio
y fusionándose con él, hará que funcione contra el sinte.
La bruja permitió, cuidadosamente, que el hilo de veneno descendiera en la
píldora. Se desvaneció en un parpadeo, siendo succionado en la píldora. Pero el
rostro de la bruja permaneció fruncido en concentración. Como si se enfocara en
cualquier cosa que estuviera pasando dentro de la píldora.
—Entonces, ¿tu magia está estabilizando el veneno en esa pastilla? ¿Haciendo
detener el sinte? —preguntó Bryce.
—Esencialmente —dijo la bruja, distante, aún enfocada en la píldora—. Toma
la mayor parte de mi concentración mantenerlo estable el tiempo suficiente para
detener el sinte. La cual es la razón por la que me gustaría hallar una forma de
quitarme del procedimiento; así puede ser usada por cualquiera, incluso sin mí.
Bryce se quedó en silencio luego de eso, dejando que la bruja trabajara en paz.
Nada pasó. La píldora simplemente yacía ahí.
Un minuto pasó. Dos. Y justo cuando iban a pasar tres minutos...
La píldora se volvió gris. Y luego, se disolvió a nada, excepto partículas
minúsculas que luego también se desvanecieron. Hasta que no había nada.
—¿Funcionó? —dijo Hunt en voz baja.
La bruja parpadeó hacia la caja ahora vacía.
—Parece que así fue. —Ella se giró hacia Bryce con algo de sudor brillando en
su ceño—. Me gustaría continuar estudiando esto, y tratar de hallar una forma de
que el antídoto funcione sin mi magia estabilizando el veneno. Pero puedo enviarte
un vial cuando termine, si gustas. Algunas personas quieren mantener recuerdos de
sus luchas.
Bryce asintió en blanco. Y se dio cuenta de que ella no tenía ni la más remota
idea de qué hacer a continuación.
62
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

A Jesiba no pareció importarle cuando Bryce le explicó que necesitaba el resto


del día libre. Simplemente exigió que Bryce fuera mañana a primera hora o que la
convertiría en un burro.
Hunt los voló a su casa desde la oficina de la medwitch, llegando al extremo de
llevarla escaleras abajo desde el techo del edificio de apartamentos y atravesar su
puerta. La dejó en el sofá, donde insistió en que se quedara el resto del día,
acurrucada junto a él, acurrucada en su calor.
Podría haberse quedado allí toda la tarde y la noche si el teléfono de Hunt no
hubiera sonado.
Él había estado preparando su almuerzo cuando contestó.
—Hola, Micah.
Incluso desde el otro lado de la habitación, Bryce pudo escuchar la voz fría y
hermosa del Arcángel.
—Mi oficina. Inmediatamente. Trae a Bryce Quinlan contigo.

Mientras él se vestía con su traje de batalla y reunía su casco y sus armas, Hunt
se debatió en decirle a Bryce que se subiera a un tren y se fuera de la ciudad. Sabía
que esta reunión con Micah no iba a ser agradable.
Bryce estaba cojeando, su herida todavía lo suficientemente sensible como para
que él agarrara un par de pantalones sueltos y la ayudara a ponérselos en el medio
de la sala. Ella se había registrado para una cita de seguimiento en un mes, y solo
ahora se le ocurrió a Hunt que él podría no estar allí para ir con ella.
Ya sea porque este caso se hubiera terminado, o por lo que sea que estaba a
punto de suceder en el Comitium.
Bryce trató de dar un paso antes de que Hunt la levantara, llevándola fuera del
apartamento y hacia el cielo. Ella apenas habló, y él también. Después de esta
mañana, ¿de qué servían las palabras? Ese beso demasiado breve que él le había
dado ya había dicho suficiente. Así como la luz que él podría haber jurado que brilló
en los ojos de ella mientras se había alejado.
Habían cruzado una línea, una de la cual no había forma de alejarse.
Hunt aterrizó en un balcón de capitel del Gobernador, el centro de los cinco del
Comitium. El habitualmente bullicioso salón de su oficina pública estaba en
silencio. Mala señal. Llevó a Bryce hacia la recámara. Si la gente hubiera corrido, o
Micah les hubiera ordenado salir…
Si él veía a Sandriel en este momento, si ella veía que Bryce estaba herida…
El temperamento de Hunt se convirtió en algo vivo y mortal. Su rayo empujó
contra su piel, enroscándose a través de él como una cobra preparándose para
atacar.
Suavemente él dejó a Bryce ante las puertas cerradas de vidrio empañado de la
oficina. Se aseguró de que ella se mantuviera firme antes de que él la soltara,
retrocediendo para estudiar cada centímetro de su rostro.
La preocupación brillaba en sus ojos, lo suficiente como para que él se inclinara,
rozando un beso sobre su sien.
—Levanta la cabeza, Quinlan —murmuró él contra su piel suave—. Veamos
cómo haces ese truco elegante en el que de alguna manera miras por debajo de la
nariz a las personas un metro más altas que tú.
Ella se rio entre dientes, golpeándolo ligeramente en el brazo. Hunt se apartó
con una sonrisa a medias antes de abrir las puertas y guiar a Bryce con una mano en
su espalda. Sabía que probablemente sería la última sonrisa de él por mucho
tiempo. Pero que lo parta un rayo si le haría saber a Quinlan eso. Incluso mientras
contemplaban quién estaba en la oficina de Micah.
A la izquierda del escritorio del Gobernador estaba Sabine, con los brazos
cruzados y la espalda rígida, el retrato de fría furia. Amelie con el rostro tenso estaba
a su lado.
Sabía exactamente de qué se trataba esta reunión.
Micah estaba de pie junto a la ventana, su rostro glacial con disgusto. Isaiah y
Viktoria flanqueaban su escritorio. Los ojos del primero brillaron con advertencia.
Bryce los miró a todos y vaciló.
—Quinlan no necesita estar aquí para esto —dijo Hunt en voz baja a Micah, a
Sabine.
El cabello rubio plateado de Sabine brillaba en las lámparas de primera luz
mientras decía:
—Oh, lo hace. La quiero aquí en cada segundo de ello.
—No me molestaré en preguntar si es verdad —dijo Micah a Hunt mientras él y
Bryce se detenían en el centro de la habitación. Las puertas se cerraron detrás de
ellos. Con seguro.
Hunt se preparó.
—Había seis cámaras en el bar. Todas capturaron lo que hiciste y le dijiste a
Amelie Ravenscroft. Ella informó tu comportamiento a Sabine, y Sabine me lo trajo
directamente —dijo Micah.
Amelie se sonrojó.
—Solo se lo mencioné —corrigió—. No me quejé como un cachorro al respecto.
—Es inaceptable —siseó Sabine a Micah—. ¿Crees que puedes desatar a tu
asesino sobre una miembro de una de mis manadas? ¿Mi heredera?
—Te lo diré de nuevo, Sabine —dijo Micah, aburrido—. No desaté a Hunt
Athalar sobre ella. Actuó por voluntad propia. —Dio una mirada a Bryce—. Actuó
en nombre de su acompañante.
—Bryce no tuvo nada que ver con esto. Amelie hizo una broma de mierda y yo
decidí hacerle una visita —dijo Hunt rápidamente y le enseñó los dientes a la joven
Alfa, que tragó saliva.
—Asaltaste a mi capitán —espetó Sabine.
—Le dije a Amelie que se mantuviera jodidamente alejada —dijo Hunt—. Que
la dejara en paz. —Ladeó la cabeza, incapaz de detener las palabras—. ¿O no sabes
que Amelie ha estado atacando a Bryce desde que murió tu hija? ¿Burlándose de ella
al respecto? ¿Llamándola basura?
El rostro de Sabine no cambió.
—¿Qué importa si es verdad?
La cabeza de Hunt se llenó de rugidos. Pero Bryce solo se quedó allí. Y bajó los
ojos.
»Esto no puede quedar impune. Te equivocaste en la investigación del asesinato
de mi hija. Permitiste que estos dos metieran la nariz en eso y me acusaran de
matarla. Y ahora esto. Estoy a un respiro de decirle a esta ciudad cómo
tus esclavos ni siquiera pueden permanecer en línea. Estoy segura de que tu invitada
actual estará muy interesada en ese pequeño hecho —dijo Sabine a Micah.
El poder de Micah retumbó ante la mención de Sandriel.
—Athalar será castigado.
—Ahora. Aquí. —El rostro de Sabine era positivamente lupino—. Donde yo
pueda verlo.
—Sabine —murmuró Amelie. Sabine le gruñó a su joven capitán.
Sabine había estado esperando este momento, había usado a Amelie como
excusa. Sin duda arrastró a la lobo aquí. Sabine había jurado que pagarían por
acusarla de asesinar a Danika. Y Sabine era, supuso Hunt, una mujer de palabra.
—Tu posición entre los lobos —dijo Micah con una calma aterradora—, no te
da derecho a decirle a un Gobernador de la República qué hacer.
Sabine no retrocedió. En lo absoluto.
Micah solo soltó una larga respiración. Se encontró con los ojos de Hunt,
decepcionado.
—Actuaste tontamente. Pensé que, al menos, lo sabrías mejor.
Bryce estaba temblando. Pero Hunt no se atrevió a tocarla.
—La historia indica que un esclavo que ataca a un ciudadano libre debería
perder automáticamente su vida.
Hunt reprimió una risa amarga ante sus palabras. ¿No era eso lo que él había
estado haciendo por los Arcángeles durante siglos?
—Por favor —susurró Bryce.
Y tal vez era simpatía lo que suavizó el rostro del Arcángel cuando Micah dijo:
—Esas son tradiciones antiguas. Para Pangera, no Valbara. —Sabine abrió la
boca, objetando, pero Micah levantó una mano—. Hunt Athalar será castigado. Y él
morirá, de la forma en que mueren los ángeles.
Bryce dio un paso cojeando hacia Micah. Hunt la agarró por el hombro y la
detuvo.
—La Muerte Viviente —dijo Micah.
La sangre de Hunt se heló. Pero él inclinó la cabeza. Había estado listo para
enfrentar las consecuencias desde que se había disparado hacia los cielos ayer, con
la caja de pasteles en sus manos.
Bryce miró a Isaiah, cuyo rostro era sombrío, en busca de una explicación. El
comandante le dijo a ella, a la confundida Amelie:
—La Muerte Viviente es cuando se cortan las alas de un ángel.
Bryce sacudió la cabeza.
—No, por favor…
Pero Hunt se encontró con la mirada de Micah, sólida como una roca, leyó la
justicia en ella. Se puso de rodillas y se quitó la chaqueta y luego la camisa.
—No necesito presentar cargos —insistió Amelie—. Sabine, no quiero esto.
Déjalo estar.
Micah caminó hacia Hunt, una brillante espada de doble filo apareció en su
mano.
Bryce se arrojó en el camino del Arcángel.
—Por favor, por favor. —El olor de sus lágrimas llenó la oficina.
Viktoria apareció instantáneamente a su lado. Reteniéndola. El susurro de la
espectro era tan silencioso que Hunt apenas lo oyó.
—Volverán a crecer. En varias semanas, sus alas volverán a crecer.
Pero dolería como el Hel. Dolería tanto que Hunt ahora tomó un respiro de
manera estable y vigorizante. Se sumergió en sí mismo, en ese lugar donde estaba
todo lo que le habían hecho, cada tarea que le habían asignado, cada vida que le
habían ordenado que tomara.
—Sabine, no —insistió Amelie—. Esto ha ido lo suficientemente lejos.
Sabine no dijo nada. Solo se quedó allí.
Hunt extendió sus alas y las levantó, sosteniéndolas sobre su espalda para que
el corte fuera limpio.
Bryce comenzó a gritar algo, pero Hunt solo miró a Micah.
—Hazlo.
Micah ni siquiera asintió antes de que su espada se moviera.
Dolor, como Hunt no había experimentado en doscientos años, corrió a través
de él, cortando cada...

Hunt se sacudió a la consciencia con una Bryce gritando.


Fue suficiente para obligar a su cabeza a despejarse, incluso alrededor de la
agonía en su espalda, su alma.
Debió haberse desmayado solo por un momento, porque sus alas aún brotaban
sangre de donde yacían como dos ramas caídas en el piso de la oficina de Micah.
Amelie parecía que iba a estar enferma; Sabine estaba sonriendo, y Bryce estaba
ahora a su lado, su sangre empapando sus pantalones, sus manos, mientras
sollozaba:
—Oh, dioses, oh, dioses…
—Estamos a mano —dijo Sabine a Micah, quien presionó un botón de su
teléfono para pedir una medwitch.
Había pagado por sus acciones, y todo había terminado, y podía irse a casa con
Bryce.
—Eres una desgracia, Sabine. —Las palabras de Bryce atravesaron la habitación
mientras enseñaba los dientes a la Prime Heredera—. Eres una desgracia para todos
los lobos que han caminado por este planeta.
—No me importa lo que una mestiza piense de mí —dijo Sabine.
—No merecías a Danika —gruñó Bryce, temblando—. No la mereciste ni por un
segundo.
Sabine se detuvo.
—Yo no merecía una mocosa egoísta y sin valor por hija, pero no fue así como
resultó, ¿verdad?
Débilmente, desde lejos, el gruñido de Bryce atravesó el dolor de Hunt. Pero no
pudo alcanzarla a tiempo, ya que ella se puso de pie, haciendo una mueca de agonía
por su pierna aun curándose.
Micah se puso delante de ella. Bryce jadeó, sollozando entre dientes. Pero Micah
estaba allí, inamovible como una montaña.
—Saca a Athalar de aquí —dijo el Arcángel a ella con calma, la despedida era
clara—. A tu casa, al cuartel, no me importa.
Pero Sabine, al parecer, había decidido quedarse. Para darle a Bryce un pedazo
de su mente viciosa.
—Busqué al InfraRey el invierno pasado, ¿lo sabías? Para obtener respuestas de
mi hija, con cualquier mota de energía suya que esté en la Ciudad Durmiente —dijo
Sabine con voz baja y viciosa.
Bryce se quedó quieta. La quietud pura de los Fae. El miedo llenó sus ojos.
—¿Sabes lo que me dijo? —El rostro de Sabine era inhumano—. Dijo que Danika
no vendría. Ella no obedecería mi llamada. Mi patética hija ni siquiera se dignó a
encontrarse conmigo en su otra vida. Por la vergüenza de lo que hizo. Cómo murió,
impotente y gritando, rogando como uno de ustedes. —Sabine parecía zumbar de
rabia—. ¿Y sabes lo que me dijo el InfraRey cuando le exigí nuevamente que la
llamara?
Nadie más se atrevió a hablar.
»Me dijo que tú, pedazo de basura, habías hecho un trato con él. Por ella.
Que fuiste a él después de su muerte y cambiaste tu lugar en el Barrio de Huesos a
cambio del paso de Danika. Que te preocupaba que se le negara el acceso por su
cobarde muerte y le rogaste que la tomara en tu lugar.
Incluso el dolor de Hunt se detuvo ante eso.
—¡No fue por eso que fui! —espetó Bryce—. ¡Danika no fue una cobarde ni por
un jodido momento de su vida! —Su voz se quebró cuando gritó las últimas palabras.
—No tenías derecho —explotó Sabine—. Ella fue una cobarde, y murió como tal,
¡y merecía ser arrojada al río! —La Alfa estaba gritando—. ¡Y ahora ella se estará
con eones de vergüenza por tu culpa! Porque ella no debería estar allí, estúpida puta.
¡Y ahora ella debe sufrir por eso!
—Eso es suficiente —dijo Micah, sus palabras transmitiendo su orden. Largo de
aquí.
Sabine soltó una risa fría y muerta y se dio la vuelta.
Bryce seguía sollozando cuando Sabine se pavoneó, con Amelie aturdida
pisándole los talones. La última murmuró mientras cerraba la puerta:
—Lo siento.
Bryce le escupió.
Fue lo último que vio Hunt antes de que la oscuridad volviera a aparecer.

Ella nunca los perdonaría. A ninguno de ellos.


Hunt permaneció inconsciente mientras las medwitches trabajaban en él en la
oficina de Micah, cosiéndole los muñones donde sus alas habían parado de brotar
sangre, luego cubriendo las heridas con vendas que promoverían un rápido
crecimiento. Sin primera luz, aparentemente, la ayuda en la curación no estaba
permitida para la Muerte Viviente. Deslegitimaría el castigo.
Bryce se arrodilló con Hunt todo el tiempo, la cabeza de él en su regazo. No
escuchó a Micah decirle cómo la alternativa era que Hunt estuviera muerto, oficial e
irrevocablemente muerto.
Ella acarició el cabello de Hunt mientras yacían en su cama una hora más tarde,
su respiración aún profunda y uniforme. Dale la poción curativa cada seis horas, le
ordenó la medwitch. También evitará el dolor.
Isaiah y Naomi los habían llevado a su casa, y ella apenas los dejó acostar a Hunt
boca abajo sobre su colchón antes de ordenarles que salieran.
No había esperado que Sabine entendiera por qué había renunciado a su lugar
en el Barrio de Huesos por Danika. Sabine nunca había escuchado cuando Danika
hablaba sobre cómo algún día la enterrarían allí, en pleno honor, con todos los otros
grandes héroes de su Casa. Continuar viviendo como esa pequeña mota de energía,
por la eternidad. Todavía siendo parte de la ciudad que tanto amaba.
Bryce había visto voltearse los barcos de la gente. Nunca olvidaría las súplicas
medio apagadas de Danika en el audio de la cámara del pasillo del edificio de
apartamentos.
Bryce no había estado dispuesta a arriesgar que el bote no llegara a la orilla
lejana. No por Danika.
Había arrojado una Moneda de la Muerte al Istros, un pago al InfraRey, una
moneda de hierro puro de un antiguo y desaparecido reino al otro lado del
mar. Pasaje para un mortal en un bote.
Y luego se arrodilló en los escalones de piedra a medio desmoronar, el río a
escasos metros detrás de ella, los arcos de las puertas de hueso sobre ella, y esperó.
El InfraRey, velado en negro y silencioso como la muerte, apareció momentos
después.
Ha pasado una vida desde que un mortal se atrevió a poner un pie en mi isla.
La voz había sido vieja y joven, masculina y femenina, amable y llena de
odio. Nunca había escuchado algo tan horrible... y atractivo.
Deseo cambiar mi lugar.
Sé por qué estás aquí, Bryce Quinlan. Cuyo pasaje buscas permutar. Hizo una
pausa divertida. ¿No deseas un día morar aquí entre los muertos honrados? Tu
equilibrio permanece sesgado hacia la aceptación: continúa en tu camino y serás
bienvenida cuando llegue el momento.
Deseo cambiar mi lugar. Por Danika Fendyr.
Al hacer esto, ten en cuenta que ningún otro Reino Silencioso de Midgard estará
abierto para ti. No el Barrio de Huesos, ni las Catacumbas de la Ciudad Eternal, ni las
Islas de Verano del norte. Ninguno, Bryce Quinlan. Cambiar tu lugar de descanso aquí
es intercambiar tu lugar en todas partes.
Deseo cambiar mi lugar.
Eres joven y estás abrumada por el dolor. Considera que tu vida puede parecer
larga, pero es un simple aleteo de la eternidad.
Deseo cambiar mi lugar.
¿Estás segura de que a Danika Fendyr se le negará la bienvenida? ¿Tienes tan poca
fe en sus acciones y hechos que debes hacer este trato?
Deseo cambiar mi lugar. Ella había sollozado las palabras.
Esto no se puede deshacer.
Deseo cambiar mi lugar.
Entonces dilo, Bryce Quinlan, y deja que se haga el intercambio. Dilo por séptima
y última vez, y deja que los dioses y los muertos y todos los que están entre ellos
escuchen tu voto. Dilo, y se hará.
Ella no había dudado, sabiendo que este era el antiguo rito. Lo había buscado en
los archivos de la galería. También había robado la Moneda de la Muerte de ahí. Le
había sido entregada a Jesiba por el propio InfraRey, le había dicho la hechicera a
ella, cuando había jurado lealtad a la Casa de Sombra y Llama.
Deseo cambiar mi lugar.
Y así se había hecho.
Bryce no se había sentido diferente después, cuando la enviaron de vuelta al
río. O en los días posteriores a eso. Incluso su madre no había podido notarlo, no se
había dado cuenta de que Bryce se había escapado de su habitación de hotel en plena
noche.
En los dos años transcurridos desde entonces, Bryce a veces se había
preguntado si lo había soñado, pero luego miraba en el cajón de la galería donde se
guardaban todas las monedas antiguas y veía el lugar oscuro y vacío donde había
estado la Moneda de la Muerte. Jesiba nunca se había dado cuenta de que se había
ido.
A Bryce le gustaba pensar que su oportunidad de descanso eterno estaba
perdida por eso. Imaginar las monedas guardadas en sus compartimentos de
terciopelo en el cajón como todas las almas de sus seres queridos, viviendo juntas
para siempre. Y ahí estaba la suya, desaparecida y a la deriva, borrada en el
momento en que ella muriera.
Pero lo que Sabine había afirmado sobre Danika sufriendo en el Barrio de
Huesos... Bryce se negó a creerlo. Porque la alternativa… no. Danika había merecido
ir al Barrio de Huesos, no tenía nada de qué avergonzarse, tanto si Sabine como los
demás imbéciles estaban de acuerdo o no. Ya sea que el InfraRey o quienes Hel sean
los que consideraran dignas sus almas estuvieran de acuerdo o no.
Bryce pasó la mano por el cabello sedoso de Hunt, el sonido de su respiración
llenando la habitación.
Apestaba. Este estúpido mundo de mierda en el que vivían.
Apestaba, y estaba lleno de gente horrible. Y los buenos siempre pagaban por
ello.
Sacó su teléfono de la mesita de noche y comenzó a escribir un mensaje.
Lo mandó un momento después, sin darse tiempo para reconsiderar lo que le
había escrito a Ithan. Su primer mensaje para él en dos años. Sus mensajes frenéticos
de esa noche horrible, luego su fría orden de mantenerse alejada, seguían siendo las
últimas cosas en un chat que se remontaba a cinco años antes.
Dile a tu Alfa que Connor nunca se molestó en notarla porque él siempre supo qué
clase de mierda es ella. Y dile a Sabine que si la vuelvo a ver, la mataré.
Bryce se acostó junto a Hunt, sin atreverse a tocar su devastada espalda.
Su teléfono sonó. Ithan había escrito: No participé en lo que ocurrió hoy.
Bryce escribió: Me dan asco. Todos ustedes.
Ithan no respondió, y ella puso su teléfono en silencio antes de soltar un largo
suspiro y apoyar la frente contra el hombro de Hunt.
Ella encontraría una manera de hacer esto bien. De alguna manera. Algún día.

Los ojos de Hunt se abrieron, el dolor un latido constante a través de él. Su


agudeza estaba entumecida, probablemente por algún tipo de poción o mezcla de
drogas.
El contrapeso constante que debería haber estado sobre su espalda había
desaparecido. El vacío lo golpeó como un semirremolque. Pero una respiración
suave y femenina llenaba la oscuridad. Un aroma a paraíso llenó su nariz, lo
tranquilizó. Calmó el dolor.
Sus ojos se ajustaron a la oscuridad lo suficiente como para saber que estaba en
la habitación de Bryce. Que ella estaba acostada a su lado. Suministros médicos y
viales yacían al lado de la cama. Todo para él, muchos de ellos usados. El reloj
marcaba las cuatro de la mañana. ¿Cuántas horas ella se había sentado a atenderlo?
Tenía las manos acurrucadas en el pecho, como si se hubiera quedado dormida
suplicando a los dioses.
Él pronunció su nombre, su lengua tan seca como papel de lija.
Dolor le recorrió el cuerpo, pero logró estirar un brazo. Se las arregló para
deslizarlo sobre la cintura de ella y acomodarla contra él. Ella emitió un sonido suave
y frotó su cabeza contra el cuello de él.
Algo profundo en él cambió y se asentó. Lo que había dicho y hecho hoy, lo que
ella había revelado al mundo en su súplica por él... era peligroso. Para ambos. Muy,
muy peligroso.
Si él fuera sabio, encontraría alguna manera de alejarse. Antes de que esta cosa
entre ellos encontrara su inevitable y horrible final. Al igual que todas las cosas en
la República tenían un final horrible.
Y, sin embargo, Hunt no pudo quitar su brazo. Evitar el instinto de respirar su
aroma y escuchar su suave respiración.
Él no se arrepentía de lo que había hecho. En lo absoluto.
Pero podría llegar un día en que eso no fuera cierto. Un día que podría llegar
muy pronto.
Entonces Hunt saboreó la sensación de Bryce. Su aroma y respiración.
Saboreó cada segundo de ello.
63
Traducido por Candy20
Corregido por Lieve

—¿Athie está bien, BB?


Bryce se frotó los ojos mientras estudiaba la pantalla de la computadora en la
biblioteca de la galería.
—Está durmiendo.
Lehabah había llorado esta mañana cuando Bryce había entrado para decirle lo
que había ocurrido. Apenas se había dado cuenta de que su pierna no tenía dolor, ni
un susurro. Ella quería quedarse en casa para cuidar de Hunt, pero cuando ella había
llamado Jesiba, la respuesta había sido clara: No.
Había pasado la primera mitad de la mañana llenando las solicitudes de trabajo.
Y había enviado todas y cada una ellas.
Ella no sabía dónde Hel iba a terminar, pero salir de este lugar era el primer
paso. De muchos.
Hoy había dado unos cuantos más.
Ruhn había contestado al primer timbre, y fue directo al apartamento.
Hunt todavía había estado dormido cuando ella lo había dejado al cuidado de su
hermano. No quería a nadie de esa maldita legión en su casa. No quería ver a Isaiah
o a Viktoria o a cualquiera de los triarii ni en pintura.
Ruhn había echado un vistazo a la espalda mutilada de Hunt y sintió náuseas.
Pero había prometido seguir el horario de las píldoras y cuidados en las heridas que
ella estableció para él.
—Micah fue suave con él —dijo Ruhn ella fue a casa para el almuerzo,
jugueteando con uno de sus aretes—. Realmente jodidamente suave. Sabine tenía el
derecho de reclamar a su muerte. Como esclavo, Hunt no tenía ningún derecho.
Ninguno.
—Yo nunca lo olvidaré mientras viva —respondió Bryce, su voz opaca. El
destello de la espada de Micah. El grito de Hunt, como si su alma estuviera siendo
destrozada. La sonrisa de Sabine.
—Yo debería haber sido el que callara a Amelie. —Las sombras parpadearon en
la habitación.
—Bueno, no lo hiciste. —Ella midió la poción para que Ruhn le diera a Hunt al
finalizar la hora.
Ruhn estiró un brazo sobre la parte posterior del sofá.
—Me gustaría haberlo hecho, Bryce.
Ella se encontró con la mirada de su hermano.
—¿Por qué?
—Porque eres mi hermana.
Ella no tenía una respuesta a eso, aún no.
Ella podría haber jurado que vio dolor destellando en sus ojos en su silencio.
Estuvo fuera de su apartamento al siguiente minuto, y apenas llegó a la galería antes
de que Jesiba llamara, furiosa acerca de cómo Bryce no estaba lista para la reunión
de las dos con el búho cambiaformas que estaba listo para comprar una estatuilla de
mármol que cuesta tres millones de monedas de oro.
Bryce finalizó la reunión, y la venta, y no escuchó la mitad de lo que se dijo.
Firma, sello, adiós.
Ella regresó a la biblioteca a las tres. Lehabah calentó su hombro mientras abría
su laptop.
—¿Por qué estás en el sitio de Industrias Redner?
Bryce estaba mirando los dos campos pequeños:
Nombre de usuario. Contraseña.
Ella escribió en dfendyr. Y luego pasó cursor sobre la contraseña.
Alguien podría ser avisado de que ella estaba tratando entrar. Y si de verdad
lograba acceder, alguien podría muy bien recibir una alerta. Pero... era un riesgo que
valía la pena tomar. No tenía opciones.
Lehabah leyó el nombre de usuario.
—¿Esto de alguna manera está conectado al Cuerno?
—Danika sabía algo, algo grande —reflexionó Bryce.
Contraseña. ¿Cuál sería la contraseña de Danika?
Industrias Redner le habría dicho que escribiera algo aleatorio y lleno de
símbolos.
Danika habría odiado que le dijeran qué hacer, y habría hecho todo lo contrario.
Bryce escribió SabineApesta.
No hubo suerte. Aunque lo había hecho el otro día, volvió a escribir el
cumpleaños de Danika. Su propio cumpleaños. Los números sagrados. Nada.
Su teléfono zumbó, y un mensaje de Ruhn iluminó su pantalla.
Se despertó, tomó sus remedios como un buen niño y exigió saber dónde estabas.
Ruhn agregó: No es un mal macho.
Ella contestó: No, no lo es.
Ruhn respondió: Está durmiendo de nuevo, pero parecía estar de buen humor,
considerando todas las cosas.
Una pausa, y luego su hermano escribió: Me dijo que te diera gracias. Por todo.
Bryce leyó el mensaje tres veces antes de mirar la interfaz de nuevo. Y escribió
la única otra contraseña que se le ocurrió. Las palabras escritas en la parte posterior
de una chaqueta de cuero que había usado constantemente durante los últimos dos
años. Las palabras entintadas en su propia espalda en un alfabeto antiguo. La frase
favorita de Danika, susurrada por la Oráculo en su decimosexto cumpleaños.
El Antiguo Idioma Fae no funcionó. Tampoco la lengua formal de los Asteri.
Así que lo escribió en el lenguaje común.
A través del amor, todo es posible.
La pantalla de inicio de sesión desapareció. Y apareció una lista de archivos.

La mayoría eran informes sobre los últimos proyectos de Redner: mejorar la


calidad de seguimiento en los teléfonos; comparar la velocidad con la que los
cambiaformas podían transformarse; analizar las tasas de curación de la magia de
las brujas frente a los medicamentos Redner. Aburrida ciencia cotidiana.
Casi se había dado por vencida cuando notó una subcarpeta: Invitaciones de
Fiesta.
Danika nunca había sido lo suficientemente organizada como para guardar esas
cosas, y mucho menos ponerlas en una carpeta. O las eliminaba de inmediato o las
dejaba pudrirse en su bandeja de entrada, sin respuesta.
Era anomalía suficiente como para que Bryce hiciera clic en ella y encontrara
una lista de carpetas. Incluyendo una titulada Bryce.
Un archivo con su nombre. Oculto en otro archivo. Exactamente de la manera
en que Bryce había escondido sus propias aplicaciones de trabajo en esta
computadora.
—¿Qué es eso? —susurró Lehabah en su hombro.
Bryce abrió el archivo.
—No lo sé. Nunca envié invitaciones a su dirección de trabajo.
La carpeta contenía una sola foto.
—¿Por qué tiene una foto de su vieja chaqueta? —preguntó Lehabah—. ¿Iba a
venderla?
Bryce miró fijamente la imagen. Luego se movió, cerrando la cuenta antes de
subir las escaleras hasta la sala de exposición, donde tomó la chaqueta de cuero de
su silla.
—Era una pista —dijo sin aliento a Lehabah mientras volaba de regreso por las
escaleras, sus dedos recorriendo y palpando cada costura de la chaqueta—. La foto
es una maldita pista…
Algo duro se atoró en sus dedos. Un bulto. Justo a lo largo de la línea de la A de
Amor.
—A través del amor, todo es posible —susurró Bryce, y agarró un par de tijeras
de la taza en la mesa. Danika incluso había tatuado la pista en la espalda de Bryce,
por el amor de Dios. Lehabah miró por encima de su hombro mientras Bryce cortaba
en el cuero.
Un rectángulo de metal pequeño y delgado cayó sobre la mesa. Una memoria
USB.
—¿Por qué iba a ocultar eso en su abrigo? —preguntó Lehabah, pero Bryce ya
se estaba moviendo de nuevo, con las manos temblando mientras encajaba la
memoria en la ranura de su laptop.
Tres videos sin marcar ya estaban dentro.
Abrió el primer video. Ella y Lehabah observaron en silencio.
El susurro de Lehabah llenó la biblioteca, incluso por encima el rasguño del
nøkk.
—Que los dioses no ayuden.
64
Traducido por ElenaTroy
Corregido por Catt

Hunt había logrado levantarse de la cama y probarse a sí mismo que estaba lo


suficientemente vivo como para que Ruhn Danaan finalmente se fuera. No tenía
dudas de que el Príncipe Fae había llamado a su prima para informarle, pero no
importaba, Bryce llegó a casa quince minutos después.
El rostro de ella estaba blanco como la muerte, tan pálido que sus pecas
destacaban como sangre salpicada. No había señal de que cualquier otra cosa
estuviese mal, ni un solo hilo fuera de lugar en su vestido negro.
—Qué. —Él estuvo al instante en la puerta, haciendo una mueca cuando se
levantó de donde había estado en el sofá viendo las noticias de la noche dadas por
Rigelus, la Mano Brillante de los Asteri, dando un buen discurso acerca del conflicto
rebelde en Pangera. Pasaría otro día o dos después antes de que él pudiera caminar
sin dolor. Otras varias semanas hasta que sus alas volvieran a crecer. Unos pocos
días después de eso para que pudiera intentar volar. Mañana, probablemente, la
insufrible comezón comenzaría.
Él recordó cada miserable segundo desde la primera vez que había tenido sus
alas cortadas. Todos los sobrevivientes Caídos lo habían soportado. Junto con el
insulto de tener sus alas desplegadas en el palacio de cristal de los Asteri como
trofeos y advertencias.
Pero ella primero preguntó:
—¿Cómo te sientes?
—Bien. —Mentira. Syrinx saltó hacia ella, bañando su mano con besos—. ¿Qué
está mal?
Bryce sin palabras cerró la puerta. Cerró las cortinas. Sacó su teléfono del
bolsillo de su chaqueta, sacando un correo, de sí misma para sí misma, y abrió un
archivo.
—Danika tenía una USB escondida en la chaqueta —dijo Bryce, con voz
temblorosa, y lo llevó a él de regreso al sofá, ayudándolo a sentarse mientras el video
se cargaba. Syrinx saltó sobre los cojines, acurrucándose al costado de él. Bryce se
sentó al otro lado, tan cerca que sus muslos se presionaban juntos. Ella no pareció
notarlo. Después de un latido, Hunt tampoco.
Era un metraje de imágenes granuladas y silenciosas de una celda acolchada.
En la parte inferior del video, se leía: Amplificador Artificial de Poder
Disfuncional, Sujeto de Prueba 7.
Una muy delgada mujer humana estaba sentada en la habitación en una bata
médica.
—¿Qué mierda es esto? —preguntó Hunt. Pero él ya lo sabía.
Sinte. Estas eran pruebas de investigación con sinte.
Bryce gruñó para que siguiera mirando.
Un joven macho draki en una bata de laboratorio entró a la habitación, llevando
una bandeja de suministros. El video se aceleró, como si alguien hubiera aumentado
la velocidad del video por la urgencia. El macho draki tomó los signos vitales de ella
y luego le inyectó algo en el brazo.
Luego se fue. Cerró la puerta.
—Ellos están… —Hunt tragó saliva—. ¿Acaso él le acaba de inyectarle sinte?
Bryce hizo un pequeño sonido de afirmación con su garganta.
La cámara siguió rodando. Un minuto pasó. Cinco. Diez.
Dos Vanir entraron en la habitación. Dos grandes serpientes cambiaformas que
evaluaron a la mujer humana encerrada a solas con ellos. El estómago de Hunt se
revolvió. Notando los tatuajes de esclavos en sus brazos, y supo que ellos eran
prisioneros. Sabía, por la forma en que le sonreían a la hembra humana
encogiéndose contra la pared, por qué ellos habían sido encerrados ahí.
Se abalanzaron hacia ella.
Pero la hembra humana también se abalanzó.
Sucedió tan rápido que Hunt apenas pudo verlos bien. La persona que había
editado el video regresó y lo ralentizó también.
Entonces él vio, golpe tras golpe, cómo la hembra humana se lanzaba hacia los
dos Vanir machos.
Y los desgarró a pedazos.
Era imposible. Absolutamente imposible. A menos…
Tharion había dicho que el sinte podía temporalmente amplificar mucho más el
poder en humanos que en la mayoría de los Vanir. Poderes suficientes para matar.
—¿Sabes lo mucho que los humanos rebeldes querrían esto? —dijo Hunt. Bryce
solo sacudió su barbilla hacia la pantalla. Donde el video reproduciéndose.
Enviaron adentro a otros dos machos. Más grandes que los anteriores. Y ellos
también terminaron en pedazos.
Destrozados en pilas.
Oh, dioses.
Otros dos. Luego tres. Luego cinco.
Hasta que la habitación completa estuvo roja. Hasta que los Vanir arañaban las
puertas, rogando que los dejaran salir. Rogando mientras sus acompañantes, luego
ellos mismos, eran masacrados.
La mujer humana estaba gritando, su cabeza inclinada hacia el techo. Gritando
de rabia o de dolor, él no podía decirlo sin el sonido.
Hunt sabía lo que vendría después. Lo sabía, y no pudo dejar de mirar.
Ella giró sobre sí misma. Se desgarró. Hasta que ella, también, fue una pila
destrozada en el piso.
El video se cortó.
—Danika debió haber descubierto en lo que estaban trabajando en los
laboratorios. Creo que alguien involucrado en estas pruebas… ¿podría haber
vendido la fórmula a algún jefe de drogas? Quien sea que haya matado a Danika y a
la manada y a los demás debió haber estado drogado con este sinte. O inyectado por
alguien con eso e hizo rodajas a las víctimas —dijo Bryce suavemente.
Hunt negó con la cabeza.
—Tal vez, pero ¿cómo se relaciona con los demonios y el Cuerno?
—Tal vez ellos convocaron al kristallos por el antídoto en su veneno, y nada
más. Querían intentar hacer un antídoto por su propia cuenta, en caso de que el sinte
alguna vez se usara contra ellos. Tal vez no esté conectado para nada con el Cuerno
—dijo Bryce—. Tal vez esto era lo que teníamos que descubrir. Hay otros dos videos
como este, de dos diferentes sujetos humanos. Danika me los dejó a mí. Ella debe
haber sabido que alguien vendría por ella. Debe haberlo sabido cuando estaba en
ese bote del Auxiliado, confiscando esa caja de sinte, que vendrían a por ella pronto.
No hubo un segundo tipo de demonios cazando junto al kristallos. Solo una persona,
de este mundo. Alguien que estaba tan drogado con el sinte y usara su poder para
romper el encantamiento de nuestro apartamento. Y después tener la fuerza para
matar a Danika y a toda la manada.
Hunt consideró sus siguientes palabras cuidadosamente, luchando contra su
mente corriendo.
—Podría funcionar, Bryce. Pero el Cuerno aún está allí afuera, con una droga
que podría ser capaz de repararlo, coincidencia o no. Y no estamos cerca de
encontrarlo. —No, esto solo los guiaba a un Hel más cerca a muchos problemas. Él
añadió—: Micah ya demostró lo que significa poner un pie fuera de línea. Tenemos
que ir lento en la búsqueda del sinte. Asegurarnos de estar seguros esta vez. Y con
cuidado.
—Ninguno de ustedes fue capaz de encontrar nada como esto. ¿Por qué debería
ir lento con la única pista acerca de quién mató a Danika y a la Manada de Demonios?
Esto une las cosas, Hunt. Sé que lo hace.
Y mientras ella estaba abriendo la boca para objetar de nuevo, él dijo lo que
sabía que la detendría.
—Bryce, si perseguimos esto y estamos equivocados, si Micah se entera de otra
cagada, olvídate del trato, se terminó. Yo podría no salir vivo de su siguiente castigo.
Ella se estremeció.
El cuerpo entero de él protestó cuando levantó una mano para tocar la rodilla
de ella.
—Esta mierda del sinte es horrible, Bryce. Yo… nunca había visto algo como eso.
—Lo cambiaba todo. Todo. Él ni siquiera sabía por dónde empezar a procesar todo
lo que había visto. Debía hacer algunas llamadas, necesitaba hacer llamadas acerca
de esto—. Pero para encontrar a un asesino y tal vez al Cuerno, y asegurarnos de
que haya un después para ti y para mí —Porque habría un tú y yo para ellos; él haría
todo lo que fuera para garantizarlo—, necesitamos ser inteligentes. —Él asintió
hacia el video—. Reenvíame eso. Me aseguraré de que llegue a Vik en nuestro
servidor encriptado. Veré lo que ella puede sacar de estas pruebas.
Bryce escaneó su rostro. La sinceridad de su expresión casi lo envió de rodillas
ante ella. Hunt esperó que ella discutiera, que lo desafiara. Que le dijera que era un
idiota.
Pero ella solo dijo:
—Está bien. —Ella dejó salir un largo suspiro, desplomándose contra los
cojines.
Era tan jodidamente hermosa que él apenas podía soportarlo. Apenas podía
soportar escucharla preguntar en voz baja:
—¿Qué tipo de después para ti y para mí tienes en mente, Athalar?
Él no retrocedió ante su mirada.
—Del buen tipo —dijo él igualmente tranquilo.
Pero ella no preguntó. Acerca de cómo sería posible. Cómo algo de ello podría
ser posible para él, para ellos. Qué haría él para llegar ahí.
Los labios de ella se curvaron hacia arriba.
—Suena como un plan para mí.
Por un momento, una eternidad, ellos solo se miraron a los ojos.
Y a pesar de lo que acababan de decir, lo que acechaba en el mundo más allá del
apartamento, Hunt dijo:
—¿Sí?
—Sí. —Ella jugó con las puntas de su cabello—. Hunt. Me besaste, en la clínica
de la medwitch.
Él sabía que no debía, sabía que eran diez tipos de estúpido, pero dijo:
—¿Qué hay con eso?
—¿Lo hiciste a propósito?
—Sí. —Él nunca había dicho algo más cierto—. ¿Querías que lo hiciera a
propósito?
Su corazón empezó a correr, lo suficientemente rápido que casi se olvidó del
dolor a lo largo de su espalda cuando ella dijo:
—Ya sabes la respuesta a eso, Athalar.
—¿Quieres que lo haga de nuevo? —Mierda, su voz había bajado una octava.
Los ojos de ella eran claros, brillantes. Sin miedo y esperanzados y todo lo que
siempre le había hecho imposible pensar en nada más cuando ella estaba cerca.
—Yo quiero hacerlo —dijo ella—. Si eso está bien para ti.
Hel, sí. Se obligó a lanzarle una media sonrisa a ella.
—Haz tu peor intento, Quinlan.
Ella dejó salir una risita y giró su rostro hacia él. Hunt no hizo más que inhalar
demasiado profundo por miedo a alarmarla. Syrinx, aparentemente captando la
indirecta, se fue a su jaula.
Las manos de Bryce temblaban mientras subían por el cabello de él, peinando
hacia atrás un mechón negro, y luego recorrieron toda la banda de su halo.
Hunt agarró sus dedos temblorosos.
—¿Esto por qué? —murmuró él, incapaz de evitar presionar su boca contra las
uñas pintadas de amanecer. ¿Cuántas veces había pensado en esas manos sobre él?
¿Acariciando su rostro, frotando su pecho, envolviéndose alrededor de su polla?
Su tragar fue audible. Él presionó otro beso contra sus dedos.
—Esto no se suponía que sucediera… entre nosotros —susurró ella.
—Lo sé —dijo él, besando sus dedos temblorosos de nuevo. Gentilmente los
abrió, exponiendo el corazón de su palma. Presionó su boca allí también—. Pero
gracias a la maldita Urd que sucedió.
Las manos de ella dejaron de temblar. Hunt levantó los ojos de su mano para
encontrar los de ella envueltos en acero, y llenos de fuego. Él entrelazó sus dedos.
—Por amor a la mierda, solo bésame, Quinlan.
Ella lo hizo. Oscuro Hel, lo hizo. Sus palabras apenas habían terminado de
pronunciarse cuando ella deslizó su mano por su mandíbula, alrededor de su cuello,
y tiró de sus labios a los de ella.
En el momento en que los labios de Hunt se encontraron con los de ella, Bryce
estalló.
Ella no sabía si eran por las semanas sin sexo o por Hunt, pero se desató a sí
misma. Esa era la única manera de describirlo mientras llevaba sus manos al cabello
de él e inclinaba su boca contra la de ella.
Sin tentativos y dulces besos. No para ellos. Nunca para ellos.
Su boca de abrió con ese primer contacto, y la lengua de él barrió adentro,
saboreándola en salvajes e implacables golpes. Hunt gimió con la primera probada,
y el sonido fue un acelerante.
Levantándose en sus rodillas, con los dedos enterrados en el cabello de él, no
podía tener suficiente, probar lo suficiente de él, lluvia y cedro y sal y puro
relámpago. Las manos de él rozaron sus caderas, lentas y firmes a pesar de la boca
que la destrozaba con feroces y profundos besos.
La lengua de él bailaba con la suya. Ella gimió, y él dejó salir una risa oscura
mientras su mano vagaba por debajo de su vestido negro, bajo la longitud de su
columna, sus callos raspándola. Ella se arqueó con su toque, y él arrancó su boca de
ella.
Antes de que pudiera tirar de su rostro de regreso al de ella, sus labios
encontraron su cuello. Él presionó besos con boca abierta allí, pellizcando la piel
sensible bajo su oreja.
—Dime lo que quieres, Quinlan.
—Todo. —No había dudas en ella. Ninguna.
Hunt arrastró sus dientes a lo largo del costado de su cuello, y ella jadeó, toda
su conciencia estrechándose con la sensación.
—¿Todo?
Ella deslizó su mano hacia adelante. A sus pantalones, la dura, y considerable
longitud tirando contra ellos. Que Urd la ayude. Ella palmeó su polla, provocando un
siseo de él.
—Todo, Athalar.
—Gracias a la mierda. —Él respiró contra su cuello, y ella se echó a reír.
Su risa murió cuando él volvió a poner su boca en la de ella, como si él también
necesitara saborear el sonido.
Lenguas y dientes y respiraciones, las manos de él desengancharon
ingeniosamente su sostén debajo de su vestido. Ella terminó sentada a horcajadas
en el regazo de él, terminando con frotándose a sí misma en esa hermosa y perfecta
dureza en su regazo. Terminó con su vestido enrollado hasta la cintura, su sostén
fuera, y entonces la boca y los dientes de Hunt estuvieron alrededor de sus pechos,
chupando y mordiendo y besando, y nada, nada, nada jamás se había sentido así de
bien, así de correcto.
A Bryce no le importó que estuviera gimiendo lo suficientemente alto como para
que cada demonio en el Foso la escuchara. No mientras Hunt cambió hacia su otro
seno, chupando su pezón profundamente en su boca. Ella llevó sus caderas abajo
sobre las de él, liberando la ya creciente ola en ella.
—Mierda, Bryce —murmuró él contra su pecho.
Ella solo metió su mano debajo de la cintura de su pantalón. Pero la mano de él
se cerró alrededor de su muñeca. Detenida a milímetros de lo que ella había querido
en sus manos, en su boca, en su cuerpo por semanas.
—Aún no —gruñó él, pasando la lengua a lo largo de la parte inferior de sus
pechos. Contento con darse un festín de ella—. No hasta que haya tenido mi turno.
Las palabras hicieron un cortocircuito con todo pensamiento lógico. Y cualquier
objeción murió cuando una mano de él subió por su vestido, y lo pasó por arriba de
su muslo. Más alto. Su boca encontró su cuello de nuevo mientras un dedo exploraba
el encaje frontal de la ropa interior de ella.
Él siseó de nuevo cuando la encontró absolutamente mojada, el encaje haciendo
nada para esconder la prueba de cuánto ella quería esto, lo quería a él. Él corrió su
dedo por la entrada de ella, y de nuevo.
Luego ese dedo aterrizó en el vértice entre sus muslos. Su pulgar gentilmente
presionó sobre la tela, provocando un profundo gemido en la garganta de ella.
Ella lo sintió sonreír contra su cuello. Su pulgar lentamente haciendo círculos,
cada barrida una tortuosa bendición.
—Hunt. —Ella no sabía si su nombre era una súplica o una pregunta.
Él simplemente tiró a un lado su ropa interior y puso sus dedos directamente
sobre ella.
Ella gimió de nuevo, y Hunt la acarició, dos dedos arrastrándose hacia arriba y
hacia abajo con una ligereza que la hizo moler los dientes. Él lamió un costado de su
garganta, sus dedos jugando sin piedad con ella.
—¿Sabes tan bien como te sientes, Bryce? —susurró él contra su piel.
—Por favor descúbrelo de inmediato. —Ella se las arregló para jadear.
La risa de él retumbó a través de ella, pero sus dedos no detuvieron su
exploración relajada.
—Aún no, Quinlan.
Uno de sus dedos encontró su entrada y se quedó ahí, haciendo círculos.
—Hazlo —dijo ella. Si no lo sentía dentro de ella, sus dedos, o su polla, cualquier
cosa, ella podría empezar a rogar.
—Tan mandona —ronroneó Hunt contra su cuello, luego reclamó su boca de
nuevo. Y mientras sus labios se colocaron sobre los de ella, mordaces y con burla, él
deslizó ese dedo profundamente en ella.
Ambos gimieron.
»Mierda, Bryce —dijo él de nuevo—. Mierda.
Los ojos de ella casi salieron su cabeza con la sensación de ese dedo. Ella movió
sus caderas, desesperada de conducirlo más profundo, y él la complació, sacando su
dedo casi por completo, añadiendo un segundo y hundiendo ambos en ella.
Ella se resistió, sus uñas hundiéndose en su pecho. El corazón atronador de él
enfurecido contra sus palmas. Ella enterró su rostro en el cuello de él, mordiendo y
lamiendo, hambrienta de cualquier probada de él mientras bombeaba su mano en
ella de nuevo.
Hunt respiró en su oreja.
—Voy a follarte hasta que no recuerdes tu maldito nombre.
Dioses, sí.
—Igualmente —gruñó ella.
La liberación brilló en ella, una salvaje y temeraria canción, y montó la mano de
él hacia ello. Su otra mano le acunó el trasero.
—No creas que he olvidado este activo en particular —murmuró él,
apretándolo con énfasis—. Tengo planes para este hermoso trasero, Bryce. Sucios,
sucios planes.
Ella gimió de nuevo, y sus dedos frotaron en ella, una y otra vez.
»Córrete para mí, cariño —ronroneó contra el pecho de ella, su lengua
acariciando por encima de su pezón justo cuando uno de sus dedos se curvó dentro
de ella, golpeando ese maldito lugar.
Bryce lo hizo. Con el nombre de Hunt en sus labios, ella echó su cabeza atrás y
se dejó ir, montando su mano con abandono, empujándolos a ambos contra los
cojines del sofá.
Él gimió, y ella tragó el sonido con un beso con la boca abierta mientras cada
nervio en su cuerpo explotaba en una gloriosa luz de estrellas.
Entonces solo hubo respiraciones, y él, su cuerpo, su esencia, esa fuerza.
Las estrellas se alejaron, y ella abrió los ojos para encontrarlo a él con la cabeza
hacia atrás, dientes desnudos.
No de placer. De dolor.
Ella lo había empujado contra los cojines. Empujó su espalda herida hacia atrás
contra el sofá.
El horror la bañó como un balde de agua fría, enfriando cualquier calor en sus
venas.
—Oh, Dioses. Lo siento tanto…
Él abrió los ojos. Ese gemido que él había hecho mientras ella se había corrido
había sido de dolor, y ella había estado tan jodidamente salvaje por él que no lo había
notado…
—¿Estás lastimado? —preguntó ella, levantándose de su regazo, tratando de
remover sus dedos, todavía profundamente dentro de ella.
Él la detuvo con su otra mano en la muñeca.
—Sobreviviré. —Sus ojos se oscurecieron mientras miraba sus senos desnudos,
todavía a centímetros de su boca. El vestido subido a la mitad de su cuerpo—. Tengo
otras cosas para distraerme —murmuró él, inclinándose hacia su puntiagudo pezón.
O intentando hacerlo. Una mueca pasó sobre su rostro.
—Oscuro Hel, Hunt —espetó ella, saliendo de su agarre, fuera de sus dedos, casi
cayendo de su regazo. Él ni siquiera luchó contra ella cuando le agarró los hombros
y miró su espalda.
Sangre fresca filtraba a través de sus vendajes.
—¿Estás loco? —gritó ella, buscando cualquier cosa al alcance para presionar
contra la sangre—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Como te gusta decir —jadeó él, temblando ligeramente—, es mi cuerpo. Yo
decido sus límites.
Ella se contuvo con la urgencia de estrangularlo, agarrando su teléfono.
—Voy a llamar a una medwitch.
Él agarró su muñeca de nuevo.
—Aún no hemos acabado aquí.
—Oh, sí, jodidamente lo hicimos. —Ella se enfureció—. No voy a tener sexo
contigo cuando estás botando sangre como una fuente. —Una exageración, pero aun
así.
Los ojos de él estaban oscuros, quemándola. Así que Bryce pinchó con su dedo
la espalda de él, unos buenos quince centímetros debajo de su herida. Su mueca de
dolor en respuesta terminó su argumento.
Poniéndose su ropa interior correctamente y deslizando su vestido de regreso
sobre su pecho y brazos, ella marcó el número de la medwitch pública.
La medwitch llegó y se fue en menos de una hora. La herida de Hunt estaba bien,
ella había declarado, Bryce se tambaleó en alivio.
Entonces Hunt tuvo el descaro de preguntar si estaba listo para el sexo.
La bruja, para su beneficio, no se rio. Solo dijo: Cuando seas capaz de volar de
nuevo, entonces diría que también es seguro para ti ser sexualmente activo. Ella asintió
hacia los cojines del sofá, la macha de sangre que requeriría de un hechizo mágico
para limpiar. Sugeriría que cualquier… interacción que provocó la lesión de esta noche
también sea pospuesta hasta que tus alas estén sanadas.
Hunt parecía listo para discutir, pero Bryce había apurado a la bruja a salir del
apartamento. Y luego lo ayudó a meterse su cama. Para todas sus preguntas, él se
balanceaba con cada paso. Casi colapsando sobre su cama. Respondió algunos
mensajes en su teléfono, y estuvo casi dormido antes de que ella apagara las luces.
Súper listo para el sexo.
Bryce durmió pesadamente en su propia cama, a pesar de lo que había
aprendido y visto acerca del sinte.
Pero se despertó a las tres. Y supo lo que tenía que hacer.
Ella envió un correo con su solicitud, y a pesar de la hora tardía, recibió uno de
regreso en menos de veinte minutos: ella tenía que esperar hasta que su solicitud
fuera aprobada por la 33ra. Bryce frunció el ceño. No tenía tiempo para eso.
Se arrastró fuera de su habitación. La puerta de Hunt estaba cerrada, su
habitación a oscuras más allá. Él no había salido mientras ella se escabullía del
apartamento.
Y se dirigió a su antigua casa.

No había estado en este lugar en dos años.


Pero mientras rodeaba la esquina y vio las luces brillando y a la multitud
aterrorizada, ella lo supo.
Conocía a ese edificio medio quemándose al final de la cuadra.
Alguien debió haber notado que inició sesión hoy en la cuenta de Danika en
Industrias Redner. O tal vez alguien había estado monitoreando su cuenta de correo
electrónico, y había visto el mensaje que le había enviado el dueño del edificio. Quien
sea que haya hecho esto debe haber actuado rápidamente, dándose cuenta de que
ella había querido venir a buscar cualquier pista que Danika podría haber dejado
cerca del apartamento.
Tenía que haber más. Danika era lo suficientemente inteligente como para no
haber puesto todo lo que había descubierto en un solo lugar.
Las personas aterrorizadas y llorando, sus antiguos vecinos, se habían agrupado
en la calle, abrazándose y mirando el resplandor del fuego con incredulidad. Fuego
lamiendo cada ventana.
Ella había hecho esto, traído esto sobre la gente mirando sus hogares quemarse.
Su pecho se apretó, el dolor apenas aliviándose al escuchar a una ninfa de agua que
pasaba anunciándole a su escuadrón de bomberos que cada residente estaba
contado.
Ella había provocado esto.
Pero eso significaba que se estaba acercando. Mira donde más duele, la Reina
Víbora le había aconsejado hace todas esas semanas. Había pensado que lo que la
cambiaformas pretendía decir era lo que la lastimaba. Pero tal vez había sido todo
acerca del asesino.
Y al dar con el sinte… aparentemente, había tocado un nervio.
Bryce estaba a medio camino de casa cuando su teléfono zumbó. Lo sacó
precipitadamente de su chaqueta cosida, el ópalo blanco en su bolsillo brillando
contra la pantalla, ya preparándose para las preguntas de Hunt.
Pero era un mensaje de Tharion.
Hay un trato sucediendo en el río en este momento. Hay un bote allí dando señas.
Pasando el Muelle Negro. Estate allí en cinco minutos y puedo llevarte para que lo veas.
Ella apretó el ópalo blanco en su puño y escribió de regreso. ¿Un trato con el
sinte?
Tharion respondió. No, un trato con algodón de azúcar.
Ella puso los ojos en blanco. Estaré allí en tres minutos.
Y entonces se puso a correr. No llamó a Hunt. O a Ruhn.
Sabía lo que dirían. No vayas a jodidamente ir sin mí, Bryce. Espérame.
Pero ella no tenía tiempo que perder.
65
Traducido por LittleCatNorth
Corregido por Lieve

Bryce se aferró a la cintura de Tharion con tanta fuerza que era una maravilla
que él no tuviera dificultades para respirar. Debajo de ellos, la moto acuática
silenciosa se mecía en la corriente del río. Solo el ocasional brillo pasajero bajo la
oscura superficie indicaba que había algo o alguien alrededor de ellos.
Ella dudó cuando el mer llegó al muelle hace un rato, la moto color negro mate
estaba quieta. Es esto o nadar, Piernas. Le había informado él.
Ella se decidió por la moto, pero pasó los últimos cinco minutos
arrepintiéndose.
—Por ahí —murmuró el mer, interrumpiendo el transporte ya silencioso. Debía
ser un vehículo robado del almacén de la Reina del Río. O del mismo Tharion, como
su Capitán de Inteligencia.
Bryce observó la pequeña barcaza en el río. La niebla se amontonaba alrededor
de ellos, convirtiendo las pocas luces de la barcaza en orbes meciéndose.
—Cuento seis personas —dijo Tharion.
Ella echó un vistazo a la zona oscura en frente.
—No puedo ver qué son. Están en formas humanoides.
El cuerpo de Tharion zumbó, y la moto acuática se deslizó al frente, llevando
una corriente hecha por él.
—Bien truco —murmuró ella.
—Siempre me consigue chicas —murmuró él en respuesta.
Bryce pudo haberse reído si no estuvieran tan cerca de la barcaza.
—Sigue yendo en dirección del viento para que no puedan sentirnos.
—Sé cómo pasar desapercibido, Piernas. —Pero él obedeció.
Las personas en el bote estaban con impermeables, por la lluvia y neblina, pero
mientras se deslizaban más cerca...
—Es la Reina Víbora —dijo Bryce, su voz silenciosa. Nadie más en esta ciudad
sería tan presumido como para usar ese ridículo impermeable morado—. Imbécil
mentirosa. Ella dijo que no negociaba con el sinte.
—No es de sorprenderse —gruñó Tharion—. Ella siempre está metida en
mierdas raras.
—Sí, pero ¿está comprando o vendiendo esta vez?
—Solo hay una forma de averiguarlo.
Se deslizaron más cerca. La barcaza, notaron, estaba pintada con un par de ojos
de serpiente. Y las cajas apiladas en el extremo de la barcaza...
—Vendiendo —comentó Tharion. Sacudió su mentón hacia una figura alta
enfrentando a la Reina Víbora, aparentemente en una acalorada discusión con
alguien junto a ellos—. Esos son los compradores. —Un cabeceo a la persona medio
escondida en las sombras, discutiendo con la figura alta—. Discutiendo sobre cuánto
vale, probablemente.
La Reina Víbora estaba vendiendo el sinte. ¿Realmente había sido ella todo este
tiempo? ¿Detrás de la muerte de Danika y de la manada, a pesar de esa coartada? ¿O
apenas acaba de poner sus manos en la sustancia una vez que se filtró del
laboratorio?
El comprador que discutía sacudió su cabeza con claro disgusto. Pero su socio
pareció ignorar lo que decía y le tiró a la Reina Víbora algo que lucía como un saco
oscuro. Ella miró dentro, y sacó algo. El oro brilló en la niebla.
—Esa es una maldita tonelada de dinero —murmuró Tharion—. Apuesto a que
es suficiente para todo ese cargamento.
—¿Puedes acercarte más para que podamos escuchar?
Tharion asintió, y se movieron de nuevo. La barcaza se acercó, la atención de
todos a bordo fija en el trato sucediendo en lugar de las sombras detrás de ellos.
La Reina Víbora estaba diciéndoles:
—Creo que encontrarán que esto es suficiente para sus metas.
Bryce sabía que debía llamar a Hunt y Ruhn, y traer a cada legionario y miembro
Auxiliado de aquí para detener esto antes de que más sinte inunde las calles o
termine en peores manos. En las manos de fanáticos, como Philip Briggs y su clase.
Ella sacó su teléfono del bolsillo de la chaqueta, apretando un botón para evitar
que la pantalla se iluminara. Presionó otro botón e hizo que la función de la cámara
apareciera. Tomó varias fotos del bote, la Reina Víbora y la figura alta y oscura que
la enfrentaba. Humano, cambiaforma, o Fae, no podía ubicarlo con el impermeable
y la chaqueta.
Bryce presionó el número de Hunt.
La Reina Víbora dijo a los compradores:
—Creo que este es el comienzo de una hermosa amistad, ¿no creen?
El comprador más alto no respondió. Solo giró su espalda tensamente hacia sus
acompañantes, el disgusto escrito en cada movimiento mientras las luces
iluminaban el rostro bajo el impermeable.
—Santa mierda —susurró Tharion.
Cada pensamiento salió de la cabeza de Bryce.
No quedaba nada en ella más que un silencio ardiente mientras el rostro de
Hunt se volvía claro.
66
Traducido por Andie
Corregido por Catt

Bryce no sabía cómo terminó en la barcaza. Qué le dijo a Tharion para hacer que
se detuviera. Cómo salió de la moto acuática y se subió al bote.
Pero sucedió rápido. Lo suficientemente rápido como para que Hunt hubiera
dado solo tres pasos antes de que Bryce estuviera allí, empapada y preguntándose
si vomitaría.
Las pistolas hicieron clic y la apuntaron. Ella no los vio.
Solo vio a Hunt girando hacia ella, con los ojos muy abiertos.
Por supuesto que ella no lo había reconocido desde la distancia. No tenía alas.
Pero la contextura poderosa, la altura, el ángulo de su cabeza... eso era todo él.
Y su colega detrás de él, el que había entregado el dinero: Viktoria. Justinian
emergió de las sombras más allá de ellos, sus alas pintadas de negro para ocultarlas
de la luz de la luna.
Bryce estaba distantemente consciente de Tharion detrás de ella, diciéndole a
la Reina Víbora que estaba bajo arresto en nombre de la Reina del Río.
Distantemente consciente de la risa de la Reina Víbora.
Pero todo lo que escuchó fue a Hunt respirar.
—Bryce.
—¿Qué en Hel es esto? —susurró ella. La lluvia le cubrió el rostro. No podía
escuchar, no podía respirar, no podía pensar mientras decía otra vez, su voz
rompiéndose—. ¿Qué mierda es esto, Hunt?
—Es exactamente lo que parece —dijo una voz fría y profunda detrás de ella.
En una tormenta de alas blancas, Micah emergió de las brumas y aterrizó,
flanqueado por Isaiah, Naomi y otros seis ángeles, todos armados hasta los dientes
y en el negro de la legión. Pero no hicieron ningún movimiento para capturar a la
Reina Víbora o sus compinches.
No, todos se enfrentaron a Hunt y sus compañeros. Apuntaron sus armas hacia
ellos.
Hunt miró al Gobernador y luego a la Reina Víbora.
—Maldita perra —gruñó él suavemente.
La Reina Víbora se rio entre dientes.
—Ahora me debes un favor, Gobernador —dijo ella a Micah.
Micah sacudió la barbilla en confirmación.
Viktoria le siseó, su halo arrugándose en la frente.
—Nos engañaste.
La Reina Víbora se cruzó de brazos.
—Sabía que valdría la pena ver quién vendría husmeando por esta mierda
cuando se filtró la noticia de que tenía en mis manos un envío —dijo, señalando el
sinte. Su sonrisa era puro veneno mientras miraba a Hunt—. Esperaba que fueras
tú, Umbra Mortis.
El corazón de Bryce tronó.
—¿De qué estás hablando?
Hunt se giró hacia ella, con el rostro sombrío en los reflectores.
—No se suponía que iba a suceder así, Bryce. Tal vez al principio, pero vi ese
video esta noche y traté de detenerlo, detenerlos a ellos, pero jodidamente no me
escuchaban...
—Estos tres pensaron que el sinte sería una manera fácil de recuperar lo que
les fue quitado —dijo la Reina Víbora. Una pausa viciosa—. El poder de derrocar a
sus amos.
El mundo se movió debajo de ella.
—No te creo —dijo ella.
Pero el destello de dolor en los ojos de Hunt le dijo que su fe ciega y estúpida en
su inocencia lo había destripado.
—Es verdad —dijo Micah, su voz como hielo—. Estos tres se enteraron del sinte
hace días, y desde entonces han estado buscando una forma de comprarlo y
distribuirlo entre sus posibles rebeldes. Para tocar sus poderes el tiempo suficiente
para romper sus halos y terminar lo que Shahar comenzó en el Monte Hermon.
Él asintió hacia la Reina Víbora.
»Ella tuvo la gentileza de informarme sobre este plan, después de que Justinian
intentara reclutar a una mujer bajo su... influencia.
Bryce sacudió la cabeza. Estaba temblando tanto que Tharion la agarró por la
cintura.
—Te dije que conseguiría tu precio de venta, Athalar —dijo la Reina Víbora.
Bryce comenzó a llorar. Odiaba cada lágrima, cada tembloroso, estúpido jadeo.
Odiaba el dolor en los ojos de Hunt mientras la miraba, solo a ella, y le decía:
—Lo siento.
Pero Bryce solo preguntó:
—¿Hace días?
Silencio.
»¿Sabías del sinte hace días? —dijo ella de nuevo.
Su corazón, era su estúpido y jodido corazón el que se estaba agrietando,
agrietando y agrietando...
—Micah me asignó algunos objetivos. Tres señores de la droga. Me dijeron que
hace dos años, una pequeña cantidad de sinte se filtró desde el laboratorio Redner a
las calles. Pero se acabó rápido, demasiado rápido. Dijeron que finalmente, después
de dos años de intentar replicarlo, alguien había descubierto la fórmula por fin, y
ahora se estaba haciendo, y sería capaz de amplificar nuestro poder. No pensé que
tuviera nada que ver con el caso, no hasta hace poco. No sabía la verdad de qué Hel
podía hacer hasta que vi ese video de los ensayos —dijo Hunt.
—Cómo. —Su palabra cortó la lluvia—. ¿Cómo se filtró?
Hunt sacudió la cabeza.
—No importa.
—Danika Fendyr —dijo Micah.
Bryce retrocedió un paso en manos de Tharion.
—Eso no es posible.
—Danika lo vendió, Bryce. Es por eso que fue vista en ese bote con la caja. Lo
descubrí hace casi una semana. Ella robó la fórmula, vendió el contenido y... —dijo
Hunt con una suavidad que la debilitó por completo y luego se detuvo.
—¿Y qué? —susurró Bryce—. ¿Y qué, Hunt?
—Y Danika lo usó ella misma. Era adicta.
Ella iba a estar enferma.
—Danika nunca hubiera hecho eso. Ella nunca habría hecho nada de esto.
Hunt sacudió la cabeza.
—Lo hizo, Bryce.
—No.
Cuando Micah no los interrumpió, Hunt dijo:
—Mira la evidencia. —Su voz era filosa como cuchillos—. Mira los últimos
mensajes entre ustedes. Las drogas que encontramos en tu sistema esa noche, eso
era una mierda estándar para ustedes dos. Entonces, ¿qué era un tipo más de droga?
¿Una que en pequeñas dosis podría dar un subidón aún más intenso? ¿Una que
podría relajar a Danika después de un largo día, después de que Sabine la hubiera
destrozado una vez más? ¿Que le diera una probada de lo que sería ser la Prime de
los lobos, le diera ese poder, ya que la estaba esperando al hacer el Descenso
contigo?
—No.
La voz de Hunt se quebró.
—Ella la tomó, Bryce. Todos los indicios apuntan a que ella mató a esos dos
estudiantes de la UCC la noche en que robaron el Cuerno. La vieron robar el Cuerno
y los persiguió y los mató.
Bryce recordó la palidez de Danika cuando le contó sobre la muerte de los
estudiantes, sus ojos atormentados.
—No es verdad.
Hunt sacudió la cabeza. Como si pudiera deshacerlo, desaprenderlo.
—Esos señores de la droga que maté dijeron que Danika fue vista alrededor del
Mercado de Carne. Hablando del sinte. Así era como Danika conocía a Maximus
Tertian, él era un adicto como ella. Su novia no tenía idea.
—No.
Pero Hunt miró a Micah.
—Supongo que nos vamos ahora. —Extendió las muñecas. Para las esposas. De
hecho, esas eran piedras gorsianas, gruesas esposas que mataban la magia, lo que
brillaban en las manos de Isaiah.
—¿No le vas a decir el resto? —dijo el Arcángel.
Hunt se quedó quiero.
—No es necesario. Vámonos.
—Decirme qué —susurró Bryce. Las manos de Tharion se apretaron en sus
brazos a modo de advertencia.
—Que ya sabes la verdad sobre el asesinato de Danika —dijo el Arcángel con
frialdad. Aburrido. Como si hubiera hecho esto mil veces, en mil variaciones. Como
si ya lo hubiera adivinado.
Bryce miró a Hunt y lo vio en sus ojos. Ella comenzó a sacudir la cabeza,
llorando.
—No.
—Danika tomó sinte la noche que murió. Tomó demasiado. La sacó de su mente.
Ella asesinó a su propia manada. Y luego a sí misma —dijo Hunt.
Solo el agarre de Tharion la mantenía erguida.
—No, no, no…
—Es por eso que nunca hubo audio del asesino, Bryce —dijo Hunt.
—Ella estaba rogando por su vida...
—Se rogaba a sí misma que parara —dijo Hunt—. Los únicos gruñidos en la
grabación fueron de ella.
Danika. Danika había matado a la manada. Mató a Thorne. Mató a Connor.
Y luego se hizo pedazos.
—Pero el Cuerno…
—Debe haberlo robado solo para enojar a Sabine. Y luego probablemente lo
vendió en el mercado negro. No tenía nada que ver con nada de esto. Siempre se
trató del sinte para ella.
—Tengo de buena fuente que Danika robó imágenes de los ensayos del sinte del
laboratorio de Redner —interrumpió Micah.
—Pero el kristallos…
—Un efecto secundario del sinte, cuando se usa en dosis altas —dijo Micah—.
La oleada de magia poderosa que otorga al que lo usa también la capacidad de abrir
portales, gracias a la sal de obsidiana en su fórmula. Danika hizo exactamente eso,
invocó accidentalmente al kristallos. La sal negra en el sinte puede tener mente
propia. Una conciencia. Su medida en la fórmula del sinte coincide con el número de
los kristallos. Con altas dosis de sinte, el poder de la sal gana el control y puede
invocarlo. Es por eso que los hemos estado viendo recientemente: la droga ahora
está en las calles, en dosis a menudo más altas de lo recomendado. Como
sospechaba, los kristallos se alimentan de órganos vitales, utilizando las
alcantarillas para depositar cuerpos en la vía fluvial. Las dos víctimas de asesinato
recientes, la acólita y el guardia del templo, fueron las desafortunadas víctimas de
alguien con el sinte en su sistema.
El silencio volvió a caer. Y Bryce se giró una vez más hacia Hunt.
—Tú sabías.
Él sostuvo su mirada.
—Lo siento.
Su voz se elevó a un grito.
—¡Lo sabías!
Hunt se abalanzó, dando un paso hacia ella.
Una pistola brilló en la oscuridad, presionada contra su cabeza, y lo detuvo en
seco.
Bryce conocía esa pistola. Las alas plateadas grabadas en el barril negro.
—Te mueves, ángel, y jodidamente te mueres.
Hunt levantó las manos. Pero sus ojos no dejaron a Bryce mientras Fury Axtar
emergía de las sombras más allá de las cajas de sinte.
Bryce no cuestionó cómo Fury había llegado sin que Micah se diera cuenta o
cómo ella sabía que tenía que venir. Fury Axtar era noche líquida, se había hecho
famosa por conocer los secretos del mundo.
Fury rodeó a Hunt, retrocediendo hasta estar al lado de Bryce. Se guardó la
pistola en la funda del muslo, con su traje negro ceñido y reluciente con la lluvia y su
cabello negro hasta la barbilla goteando, pero le dijo a la Reina Víbora:
—Quítate de mí vista.
Una sonrisa astuta.
—Es mi bote.
—Entonces ve a un lugar donde no pueda verte la cara.
Bryce no tenía nada en ella para estar conmocionada de que la Reina Víbora
obedeciera la orden de Fury.
No tenía nada más que hacer que mirar a Hunt.
—Lo sabías —dijo ella de nuevo.
Los ojos de Hunt escanearon los de ella.
—Nunca quise que te lastimaras. Nunca quise que supieras...
—¡Lo sabías, lo sabías, lo sabías! —Había descubierto la verdad y, durante casi
una semana, no le había dicho nada. La había dejado seguir y seguir sobre cuánto
amaba a su amiga, lo grandiosa que había sido Danika, y la había llevado en jodidos
círculos—. Toda tu charla sobre el sinte siendo una pérdida de mi tiempo para
investigar... —Apenas podía pronunciar las palabras—. Era porque ya te habías dado
cuenta de la verdad. Porque mentiste. —Ella extendió un brazo hacia las cajas de
drogas—. ¿Porque aprendiste la verdad y luego te diste cuenta de que querías el
sinte para ti? Y cuando querías ayudar a la medwitch a encontrar un antídoto... era
para ti. ¿Y todo esto para qué, para rebelarte de nuevo?
Hunt se puso de rodillas, como si le suplicara perdón.
—Al principio, sí, pero todo se basó en un rumor de lo que podía hacer. Luego,
esta noche, vi ese material que encontraste y quise retirarme del trato. Sabía que no
estaba bien, nada de eso. Incluso con el antídoto, era demasiado peligroso. Me di
cuenta de que todo esto iba por el camino equivocado. Pero tú y yo, Bryce... tú eres
donde quiero terminar. Una vida, contigo. Eres mi maldito camino. —Él señaló a
Justinian y Viktoria, con rostros de piedra y esposados—. Les envié un mensaje de
que se había acabado, pero no escucharon, contactaron a la Reina Víbora e
insistieron en que iba a suceder esta noche. Lo juro, vine aquí solo para detenerlo,
para ponerle fin antes de que se convirtiera en un desastre. Yo nunca…
Ella tomó el ópalo blanco de su bolsillo y se lo arrojó.
Lo arrojó con tanta fuerza que se estrelló contra la cabeza de Hunt. La sangre
fluía de su sien. Como si el halo mismo estuviera sangrando.
—Nunca quiero volver a verte —susurró ella mientras Hunt miraba el ópalo
salpicado de sangre en la cubierta.
—Eso no será un problema —dijo Micah, e Isaiah dio un paso adelante, las
esposas de piedra gorsiana brillaban como fuego de amatista. Las mismas que
aquellas alrededor de las muñecas de Viktoria y Justinian.
Bryce no podía dejar de temblar cuando se recostó en Tharion, Fury una fuerza
silenciosa a su lado.
—Bryce, lo siento —dijo Hunt mientras un Isaiah de aspecto sombrío lo
esposaba—. No podía soportar la idea de tú...
—Eso es suficiente —dijo Fury—. Has dicho y hecho suficiente. —Ella miró a
Micah—. Ella ha terminado contigo. Con todos ustedes.
Tiró de Bryce hacia su moto acuática al lado de la de Tharion, el mer macho
protegiendo sus espaldas.
—La molestas de nuevo y te haré una visita, Gobernador.
Bryce no se dio cuenta cuándo fue conducida a la moto acuática. Cuándo Fury
se puso delante de ella y aceleró el motor. Cuándo Tharion se deslizó sobre la suya
y las siguió, para proteger el camino de regreso a la orilla.
—Bryce —intentó decir Hunt nuevamente mientras ella envolvía sus brazos
alrededor de la pequeña cintura de Fury—. Tu corazón ya estaba tan roto, y lo último
que quería hacer era...
Ella no lo miró hacia atrás mientras el viento le azotaba el cabello y la moto se
lanzaba a la lluvia y la oscuridad y las olas.
—¡BRYCE! —rugió Hunt.
Ella no miró hacia atrás.
67
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Ruhn estaba en el vestíbulo del apartamento cuando Fury la dejó. Tharion


las dejó en los muelles, diciendo que iba a ayudar a transportar el sinte incautado, y
Fury se fue lo suficientemente rápido como para que Bryce supiera que ella se
dirigiría afuera para asegurarse de que la Reina Víbora tampoco huyera con nada de
eso.
Ruhn no dijo nada mientras subían al ascensor.
Pero ella sabía que Fury le había dicho. Le dijo que viniera aquí.
Su amiga había estado enviando mensajes a alguien en el camino de regreso
desde los muelles. Y había espiado a Flynn y Declan haciendo guardia en los tejados
de su cuadra, armados con sus rifles de largo alcance.
Su hermano no habló hasta que estuvieron en el apartamento, el lugar oscuro,
hueco y extranjero. Cada pieza de ropa y equipo perteneciente a Hunt era como una
víbora, listo para atacar. Esa mancha de sangre en el sofá era la peor de todas.
Bryce cruzó la mitad de la gran sala antes de vomitar sobre la alfombra.
Ruhn estuvo instantáneamente allí, sus brazos y sombras a su alrededor.
Ella podía sentir sus propios sollozos, oírlos, pero estaban distantes. El mundo
entero estaba distante cuando Ruhn la levantó y la llevó al sofá, manteniéndose lejos
de ese lugar donde se había entregado por completo a Hunt. Pero no hizo ningún
comentario sobre la mancha de sangre o cualquier olor persistente.
No era verdad. No podía ser verdad.
Ellas no eran mejor que un montón de drogadictas. Eso es lo que Hunt había
implicado. Ella y Danika no habían sido mejores que dos adictas, inhalando y
fumando todo lo que pudieran conseguir.
No fue así. Nunca había sido así. Había sido estúpido hacerlo, pero había sido
por diversión, por distracción y liberación, nunca por algo oscuro...
Estaba temblando tanto que pensó que sus huesos podrían romperse.
El agarre de Ruhn sobre ella se apretó, como si pudiera mantenerla unida.
Hunt debe haber sabido que ella se estaba acercando a descubrir la verdad
cuando le mostró los videos de prueba. Así que había inventado mentiras sobre un
final feliz para los dos, un futuro para ellos, la había distraído con su boca y manos. Y
luego, como él era uno de los triarii, recibió la alerta de su antiguo propietario sobre
su solicitud de visitar el apartamento, y se escapó, dejándola pensar que estaba
dormido. Un rayo suyo probablemente había encendido la llama.
Recordó que la ninfa de agua le dijo que no había habido víctimas, ¿había alguna
pizca de decencia en Hunt que le hiciera activar las alarmas de incendio en un
intento de advertir a la gente? Ella tenía que creerlo.
Pero una vez que Hunt quemó el edificio, para que no quedara indicio de
evidencia, se reunió con la Reina Víbora para intercambiar lo que necesitaba para
alimentar su rebelión. Ella no creía su mierda acerca de retirarse del trato. No por
un instante. Él sabía que un mundo de dolor estaba a punto de caerle
encima. Hubiera dicho cualquier cosa.
Danika había matado a la Manada de Demonios. Mató a Thorne y Connor. Y
luego a sí misma.
Y ahora Danika vivía, avergonzada, entre los mausoleos de la Ciudad
Durmiente. Sufriendo. Por culpa de Bryce.
No era verdad. No podía ser verdad.
Cuando Fury regresó, Bryce había estado mirando el mismo lugar en la pared
durante horas. Ruhn la dejó en el sofá para hablar con la asesina en la cocina.
Bryce escuchó sus susurros de todos modos.
Athalar está en una de las celdas de detención bajo el Comitium, dijo Fury.
¿Micah no lo ejecutó?
No. Justinian y Viktoria... él crucificó al ángel y le hizo una mierda jodida a la
espectro.
¿Están muertos?
Peor. Justinian sigue sangrando en el vestíbulo del Comitium. Le dieron alguna
mierda para retrasar su curación. Pronto estará muerto si tiene suerte.
¿Qué hay de la espectro?
Micah la arrancó de su cuerpo y metió su esencia en una caja de vidrio. La puso a
los pies del crucifijo de Justinian. Los rumores dicen que va a tirar la caja, a Viktoria,
en la Fosa de Melinoë y dejarla caer al fondo del mar para que se vuelva loca por el
aislamiento y la oscuridad.
Jodido Hel. ¿No puedes hacer nada?
Son traidores de la República. Fueron atrapados conspirando contra ella. Así que
no.
¿Pero Athalar no está crucificado junto a Justinian?
Creo que a Micah se le ocurrió un castigo diferente para él. Algo peor.
¿Qué podría ser peor que lo que los otros dos están soportando?
Una pausa larga y horrible. Muchas cosas, Ruhn Danaan.
Bryce dejó que las palabras la cubrieran. Se sentó en el sofá y miró a la pantalla
oscura de la televisión. Y miró hacia el pozo negro dentro de ella.
PARTE IV
EL BARRANCO
68
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

Por alguna razón, Hunt había esperado un calabozo de piedra.


No sabía por qué, ya que había estado en estas celdas de detención debajo del
Comitium innumerables veces para depositar a los pocos enemigos que Micah
quería vivos, pero de alguna manera imaginó que su captura sería el espejo de lo que
había pasado en Pangera; como los calabozos oscuros y sucios de los Asteri, los
cuales eran tan similares a los del palacio de Sandriel.
No esta celda blanca y barras de cromo que zumbaban con magia para anular la
de él. Una pantalla en la pared del pasillo mostraba una transmisión del atrio del
Comitium: el cuerpo clavado en el crucifijo de hierro en su centro, y la caja de vidrio,
cubierta de sangre goteando a sus pies.
Justinian seguía gimiendo de vez en cuando, sus dedos de los pies o manos
temblaban mientras se asfixiaba lentamente, su cuerpo intentaba y no podía curar
sus pulmones agotados. Sus alas ya habían sido cortadas. Dejadas en el piso de
mármol debajo de él.
Viktoria, su esencia dentro de esa caja de cristal, se vio obligada a mirar. A
soportar la sangre de Justinian goteando sobre la tapa de su recipiente.
Hunt se había sentado en el pequeño catre y observaba cada segundo de lo que
les habían hecho. Cómo Viktoria había gritado mientras Micah la arrancaba de ese
cuerpo en el que había estado atrapada durante tanto tiempo. Cómo Justinian había
luchado, incluso mientras sostenían su cuerpo brutalizado en el crucifijo, incluso
cuando las puntas de hierro penetraron en él. Incluso cuando levantaron el crucifijo
y comenzó a gritar de dolor.
Una puerta se abrió de golpe por el pasillo. Hunt no se levantó del catre para ver
quién se acercaba. La herida en su sien había sanado, pero no se había molestado en
lavar la sangre que le corría por la mejilla y la mandíbula.
Los pasos por el pasillo eran constantes, sin prisas. Isaiah.
Hunt permaneció sentado mientras su viejo compañero se detenía ante los
barrotes.
—Por qué. —No había nada encantador, nada cálido en ese hermoso
rostro. Solo ira, agotamiento y miedo.
Hunt dijo, consciente de cada cámara y sin importarle:
—Porque tiene que detenerse en algún momento.
—Se detiene cuando estés muerto. Cuando todos los que amamos estén
muertos. —Isaiah señaló la pantalla detrás de él, el cuerpo devastado de Justinian y
la caja empapada de sangre de Viktoria—. ¿Te hace sentir que vas por el camino
correcto, Hunt? ¿Valió la pena?
Cuando él había recibido el mensaje de Justinian de que el trato estaba
sucediendo, mientras se metía en la cama, se dio cuenta de que no valía la pena. Ni
siquiera con el antídoto de la medwitch. No después de estas semanas con Bryce. No
después de lo que habían hecho en ese sofá. Pero Hunt dijo, porque todavía era
cierto:
—Nada ha cambiado desde el Monte Hermon, Isaiah. Nada ha mejorado.
—¿Cuánto tiempo han estado planeando esta mierda?
—Desde que maté a esos tres señores de la droga. Desde que me dijeron sobre
el sinte y lo que podía hacer. Desde que me dijeron qué tipo de poder le dio a Danika
Fendyr cuando lo tomó en las dosis correctas. Decidimos que era hora. No más
jodidos tratos con Micah. No más muertes por muertes. Solo las que
nosotros elijamos.
Ellos tres sabían que había un lugar, una persona, que podría obtener el sinte. Le
había hecho una visita privada a la Reina Víbora unos días antes. La había
encontrado en su guarida de venenos y le había dicho lo que quería. Vik tenía el oro,
gracias a los pagos que había ahorrado durante siglos.
No se le había ocurrido que la serpiente estaría en el bolsillo del Arcángel. O
buscando una forma de estarlo.
Isaiah sacudió la cabeza.
—¿Y pensaste que tú, Vik y Justinian y cualquier idiota que los siguiera, podrían
tomar el sinte y hacer qué? ¿Matar a Micah? ¿A Sandriel? ¿A todos ellos?
—Esa era la idea. —Habían planeado hacerlo en la Cumbre. Y después llegarían
a Pangera. A Ciudad Eternal. Y terminar lo que comenzó hace mucho tiempo.
—¿Qué pasaría si se volvía contra ti? ¿Qué pasaría si hubieses tomado
demasiado y te destrozaras en su lugar?
—Estaba trabajando para conseguir un antídoto. —Hunt se encogió de
hombros—. Pero ya he confesado todo, así que ahórrate el interrogatorio.
Isaiah golpeó una mano en los barrotes de la celda. El viento aullaba en el pasillo
a su alrededor.
—No podías haberlo dejado pasar, no podías servir y probarte a ti mismo y…
—Traté de detenerlo, por amor a la mierda. Estaba en esa barcaza porque me
di cuenta... —Sacudió la cabeza—. No hay diferencia en este momento. Pero lo
intenté. Vi ese video de lo que realmente le hacía a alguien que lo tomaba, e incluso
con un antídoto, era jodidamente demasiado peligroso. Pero Justinian y Vik se
negaron a renunciar. Cuando Vik le dio el oro a la Reina Víbora, yo solo quería que
fuéramos por nuestros caminos separados.
Isaiah sacudió la cabeza con disgusto.
—Tal vez puedas aceptar la mordaza en tu boca, pero yo nunca lo haré —
escupió Hunt.
—No lo hago —siseó Isaiah—. Pero tengo una razón para trabajar por mi
libertad, Hunt. —Hubo un destello de algo en sus ojos—. Pensé que tú también.
El estómago de Hunt se retorció.
—Bryce no tuvo nada que ver con esto.
—Por supuesto que no. Rompiste su jodido corazón delante de todos. Era obvio
que ella no tenía idea.
Hunt se encogió, le dolía el pecho.
—Micah no irá tras ella para…
—No. Eres suertudo como la mierda, pero no. No la crucificará para castigarte.
Aunque te recomiendo que no seas tan ingenuo como para creer que el pensamiento
no se le pasó por la cabeza.
Hunt no pudo detener su estremecimiento de alivio.
—Micah sabe que trataste de detener el trato. Vio los mensajes entre tú y
Justinian al respecto. Es por eso que ellos están en el vestíbulo ahora mismo y tú
estás aquí —dijo Isaiah.
—¿Qué va a hacer conmigo?
—Todavía no lo ha declarado. —Su rostro se suavizó ligeramente—. Vine a
decir adiós. Por si acaso no podemos despedirnos más adelante.
Hunt asintió. Había aceptado su destino. Lo intentó y fracasó, y pagaría el
precio. De nuevo.
Era un final mejor que la muerte lenta de su alma, mientras tomaba una vida
tras otra por Micah.
—Dile a ella que lo siento —dijo Hunt—. Por favor.
Al final del día, a pesar de Vik y Justinian, a pesar del final brutal que se
avecinaba, era la vista del rostro de Bryce lo que lo atormentaba. La vista de las
lágrimas que había causado.
Le había prometido un futuro y luego le trajo ese dolor, desesperación y tristeza
a su rostro. Nunca se había odiado más a sí mismo.
Los dedos de Isaiah se alzaron hacia los barrotes, como si buscara la mano de
Hunt, pero luego bajaron a su lado.
—Lo haré.

—Han pasado tres días —dijo Lehabah—. Y el Gobernador no ha anunciado lo


que hará con Athie.
Bryce levantó la vista del libro que estaba leyendo en la biblioteca.
—Apaga la televisión.
Lehabah no hizo tal cosa, su rostro brillante se fijó en la pantalla de la tablet. Las
imágenes del lobby del Comitium y el cadáver ahora podrido del soldado triarii
crucificado allí. La caja de vidrio con costras de sangre debajo de él. A pesar de las
interminables burlas de los presentadores de noticias y analistas, no se había
filtrado información sobre por qué dos de los principales soldados de Micah habían
sido ejecutados tan brutalmente. Un golpe de estado fallido fue todo lo que se
sugirió. No mencionaron a Hunt. Si estaba vivo o no.
—Está vivo —susurró Lehabah—. Sé que lo está. Puedo sentirlo.
Bryce pasó un dedo sobre una línea de texto. Era la décima vez que intentaba
leerla en los veinte minutos desde que el mensajero se había ido, dejando caer un
vial del antídoto que la medwitch había hecho con el veneno del kristallos en su
pierna. Aparentemente, había encontrado la manera de hacer que el antídoto
funcionara sin que ella estuviera presente. Pero Bryce no se maravilló. No cuando el
frasco era solo un recordatorio silencioso de lo que ella y Hunt habían compartido
ese día.
Había debatido tirarlo, pero había optado por guardar el antídoto en la caja
fuerte de la oficina de Jesiba, justo al lado de esa bala dorada de quince centímetros
del Rifle Matadioses. Vida y muerte, salvación y destrucción, ahora sepultados allí
juntos.
—Violet Kappel dijo en las noticias de la mañana que podría haber más rebeldes
potenciales.
—Apaga esa cosa, Lehabah, antes de que la tire al maldito tanque.
Sus palabras agudas atravesaron la biblioteca. Las criaturas susurrantes en sus
jaulas se quedaron quietas. Incluso Syrinx se agitó en su siesta.
Lehabah se atenuó a un rosa pálido.
—¿Estás segura de que no hay nada que podamos…?
Bryce cerró el libro de golpe y lo arrastró con ella, dirigiéndose hacia las
escaleras.
No escuchó las siguientes palabras de Lehabah por el timbre de la puerta
principal. El trabajo había resultado más ocupado que de costumbre, un total de seis
compradores desperdiciando su tiempo preguntando sobre cosas que no les
interesaba comprar. Si tuviera que lidiar con un idiota más hoy…
Echó un vistazo a los monitores. Y se congeló.

El Rey de Otoño inspeccionó la galería, la sala de exposiciones repleta de


artefactos invaluables, la puerta que conducía a la oficina de Jesiba y la ventana que
daba al piso. Miró la ventana el tiempo suficiente para que Bryce se preguntara si
podría ver de alguna manera a través del cristal unidireccional el Rifle Matadioses
montado en la pared detrás del escritorio de Jesiba. Sentir su presencia mortal, y la
de la bala dorada en la pared de seguridad a su lado. Pero sus ojos se dirigieron hacia
la puerta de hierro sellada a su derecha, y finalmente, finalmente a la propia Bryce.
Él nunca había venido a verla. En todos estos años, nunca había venido. ¿Por
qué molestarse?
—Hay cámaras en todas partes —dijo ella, permaneciendo sentada detrás de su
escritorio, odiando cada olor de su aroma a cenizas y nuez moscada que la
arrastraba a hace doce años, a la llorosa niña de trece años que ella había sido la
última vez que había hablado con él—. En caso de que estés pensando en robar algo.
Él ignoró la provocación y deslizó sus manos en los bolsillos de sus jeans negros,
aún realizando su estudio silencioso de la galería. Era hermoso, su padre. Alto,
musculoso, con un rostro increíblemente hermoso debajo de ese largo cabello rojo,
exactamente el mismo tono y textura de seda que el de ella. También parecía unos
años mayor que ella, vestido como un hombre joven, con esos jeans negros y una
camiseta manga larga a juego. Pero sus ojos color ámbar eran antiguos y crueles
cuando dijo por fin:
—Mi hijo me contó lo que ocurrió en el río el miércoles por la noche.
Cómo logró hacer que ese ligero énfasis en mi hijo fuera un insulto estaba más
allá de ella.
—Ruhn es un buen perro.
—El Príncipe Ruhn consideró necesario que lo supiera, ya que podrías estar...
en peligro.
—¿Y sin embargo esperaste tres días? ¿Esperabas que yo también fuera
crucificada?
Los ojos de su padre brillaron.
—He venido para decirte que tu seguridad ha sido garantizada y que el
Gobernador sabe que eres inocente en el asunto y que no se atreverá a hacerte
daño. Incluso para castigar a Hunt Athalar.
Ella resopló. Su padre se quedó quieto.
»Eres increíblemente tonta si crees que eso no sería suficiente para romper a
Athalar.
Ruhn también debe haberle contado sobre eso. El desastre que había sido esta
cosa entre ella y Hunt. Lo que sea que haya sido. Lo que sea que haberla usado así
podría llamarse.
—No quiero hablar de esto. —No con él, no con nadie. Fury había desaparecido
nuevamente, y mientras Juniper había enviado mensajes, Bryce mantenía la
conversación breve. Luego comenzaron las llamadas de su madre y Randall. Y las
grandes mentiras habían comenzado.
No sabía por qué había mentido sobre la participación de Hunt. Tal vez porque
explicar su propia idiotez al dejar entrar a Hunt, estar ciega al hecho de que le había
hecho gustarle cuando todos le habían advertido, que incluso él le había dicho que
amaría a Shahar hasta el día de su muerte, era demasiado. Le destrozaba saber que
había elegido a la Arcángel y su rebelión por encima de ella, por encima de ellos... no
podía hablar con su madre al respecto. No sin perder por completo lo que quedaba
de su capacidad para funcionar.
Así que Bryce había vuelto al trabajo, porque ¿qué más había que hacer? No
había escuchado nada de los lugares donde había solicitado nuevos empleos.
—No hablaré de esto —repitió ella.
—Hablarás de esto. Con tu rey. —Una ascua crepitante de su poder encendió las
primeras luces.
—Tú no eres mi rey.
—Legalmente, lo soy —dijo su padre—. Estás listada como ciudadana mitad
Fae. Eso te coloca bajo mi jurisdicción en esta ciudad y como miembro de la Casa de
Cielo y Aliento.
Ella chasqueó las uñas.
—Entonces, ¿de qué quieres hablar, Su Majestad?
—¿Has dejado de buscar el Cuerno?
Ella parpadeó.
—¿Importa ahora?
—Es un artefacto mortal. El hecho de que hayas aprendido la verdad sobre
Danika y Athalar no significa que quien quiera usarlo haya terminado.
—¿Ruhn no te lo dijo? Danika robó el cuerno en un arrebato. Lo dejó en algún
lugar en uno de sus momentos de estar drogada. Era un callejón sin salida. —Ante
el ceño fruncido de su padre, ella explicó—: Los Kristallos fueron convocados
accidentalmente por Danika y los otros que tomaron el sinte gracias a la sal negra
en él. Nos equivocamos al buscar el Cuerno. No había nadie buscándolo.
No podía decidir a quién odiaba más: Hunt, Danika o a sí misma por no ver sus
mentiras. Por no querer ver nada de eso. Atormentaba cada paso que daba, cada
respiración tomaba, ese odio. La quemaba hasta el fondo.
—Incluso si ningún enemigo estuviera buscando, vale la pena asegurarse de que
el Cuerno no cayera en las manos equivocadas.
—Solo en manos Fae, ¿verdad? —Ella sonrió fríamente—. Pensé que tu hijo
Elegido fue puesto en esa tarea.
—Está ocupado. —Ruhn debe haberle dicho que se fuera a la mierda.
—Bueno, si puedes pensar dónde Danika lo dejó en su estupor por el sinte, soy
toda oídos.
—No es un asunto trivial. Incluso si el Cuerno está perdido, aún ocupa un lugar
especial en la historia Fae. Significaría mucho para mi gente si se recupera. Creo que,
con tu experiencia profesional, una búsqueda así sería de tu interés. Y de tu
empleadora.
Ella volvió a mirar la pantalla de su computadora.
—Lo que sea.
Él hizo una pausa, y luego su poder zumbó, distorsionando cada audio en las
cámaras antes de decir:
—Amaba mucho a tu madre, ya sabes.
—Sí, tanto que dejaste una cicatriz en su rostro.
Ella podría haber jurado que él se estremeció.
—No pienses que no he pasado cada momento desde entonces lamentando mis
acciones. Viviendo en la vergüenza.
—Podrías haberme engañado.
Su poder retumbó por la habitación.
—Te pareces mucho a ella. Más de lo que sabes. Ella nunca perdonó a nadie por
nada.
—Lo tomaré como un cumplido. —Ese fuego ardía y rabiaba dentro de su
cabeza, sus huesos.
—La habría hecho mi reina. Tenía el papeleo listo —dijo su padre en voz baja.
Ella parpadeó.
—Cuán sorprendentemente poco elitista de tu parte. —Su madre nunca había
sugerido, nunca lo había insinuado que quería el título—. Ella habría odiado ser
reina. Habría dicho que no.
—Me amaba lo suficiente como para haber dicho que sí. —La certeza absoluta
entrelazó sus palabras.
—¿Crees que eso de alguna manera borra lo que hiciste?
—No. Nada borrará lo que hice.
—Saltémonos la mierda de ay-soy-el-culpable. ¿Viniste aquí después de todos
estos años para contarme esta mierda?
Su padre la miró por un largo momento. Luego se dirigió hacia la puerta y la
abrió en silencio. Pero él dijo antes de salir, su cabello rojo brillando a la luz del sol
de la tarde:
—Vine aquí después de todos estos años para decirte que puedes ser como tu
madre, pero también eres más como yo de lo que crees. —Sus ojos ámbar, como los
de ella, parpadearon—. Y eso no es algo bueno.
La puerta se cerró, la galería se oscureció. Bryce miró la pantalla de la
computadora frente a ella y luego escribió algunas palabras.
Todavía no había nada de Hunt. Ninguna mención de él en las noticias. Ni un
susurro sobre si el Umbra Mortis fue encarcelado o torturado, si estaba vivo o
muerto.
Como si nunca hubiera existido. Como si ella lo hubiera soñado.
69
Traducido por beckysHR
Corregido por Catt

Hunt comió solo porque su cuerpo lo exigía, durmió porque no había nada más
que hacer, y miró la pantalla de televisión en el pasillo más allá de las rejas de su
celda porque se habían buscado esto, él, Vik y Justinian, y no había forma de
deshacerlo.
Micah había dejado exhibido el cuerpo de este último. Justinian pasaría allí siete
días completos y luego lo sacarían del crucifijo y lo arrojarían al Istros. No hay
Despedidas para traidores. Solo los vientres de las bestias marinas.
La caja de Viktoria ya había sido arrojada a la Fosa de Melinoë.
La idea de ella atrapada en el fondo marino, el lugar más profundo de Midgard,
sin nada más que oscuridad y silencio y en ese espacio apretado, oprimido...
Los sueños de su sufrimiento habían lanzado a Hunt al baño, vomitando sus
entrañas.
Y entonces comenzó la picazón. Profunda en su espalda, irradiando a través de
lo que ahora comenzaba a volver a crecer, picaba y picaba y picaba. Sus alas
incipientes permanecían lo suficientemente doloridas como para que rascarlas
provocara un dolor casi cegador, y a medida que pasaban las horas, cada nuevo
crecimiento lo hizo apretar la mandíbula contra ello.
Era un desperdicio, le dijo silenciosamente a su cuerpo. Un gran y jodido
desperdicio el volver a crecer sus alas, cuando probablemente estaba a horas o días
de una ejecución.
No había recibido visitas de Isaiah en seis días. Había pasado el tiempo
observando cómo cambiaba la luz del sol en el atrio en el canal de televisión.
Ni un susurro de Bryce. No es que se atreviera a esperar que de alguna manera
ella encontrara una manera de verlo, aunque solo fuera para dejar que él suplicara
de rodillas por su perdón. Para decirle lo que necesitaba decir.
Quizás Micah lo dejaría pudrirse aquí abajo. Dejarlo enloquecer como Vik,
enterrado bajo tierra, incapaz de volar, incapaz de sentir aire fresco en su rostro.
Las puertas del pasillo silbaron, y Hunt parpadeó, levantándose de su silencio.
Incluso sus alas miserablemente picantes detuvieron su tortura.
Pero el aroma femenino que lo golpeó un instante después no era el de Bryce.
Era un aroma que él conocía muy bien, nunca lo olvidaría mientras viviera. Un
aroma que acechaba sus pesadillas, que hacía que su ira se convirtiera en algo que
le hacía imposible pensar.
La Arcángel del noroeste de Pangera sonrió cuando apareció ante su celda.
Nunca se acostumbraría a eso, a cuánto se parecía a Shahar.
—Esto parece familiar —dijo Sandriel. Su voz era suave, hermosa. Como la
música. Su rostro también lo era.
Y sin embargo, sus ojos, del color de la tierra recién labrada, la delataron. Eran
afilados, perfeccionados por milenios de crueldad y poder casi sin control. Ojos que
se deleitaban en dolor, derramamiento de sangre y desesperación. Esa siempre
había sido la diferencia entre ella y Shahar: sus ojos. Calidez en una; muerte en la
otra.
—Escuché que quieres matarme, Hunt —dijo el Arcángel, cruzando sus
delgados brazos. Ella chasqueó la lengua—. ¿Realmente volvemos a ese viejo juego?
Él no dijo nada. Solo se sentó en su catre y sostuvo su mirada.
—Sabes, cuando confiscaron tus pertenencias, encontraron algunas cosas
interesantes que Micah tuvo la amabilidad de compartir. —Ella sacó un objeto de su
bolsillo. Su teléfono—. Esto en particular
Agitó una mano y la pantalla de su teléfono apareció en el televisor detrás de
ella, su conexión inalámbrica mostraba cada movimiento de sus dedos a través de
los diversos programas.
»Tu correo electrónico, por supuesto, era aburrido como la suciedad. ¿Nunca
borras nada? —Ella no esperó su respuesta antes de continuar—. Pero tus
mensajes... —Sus labios se curvaron, e hizo clic en el chat más reciente.
Bryce había cambiado su nombre de contacto por última vez, al parecer.
Bryce Piensa Que Hunt Es El Mejor había escrito:
Sé que no vas a ver esto. Ni siquiera sé por qué te escribo.
Ella había enviado un mensaje un minuto después de eso: Yo solo...
Luego otra pausa.
No importa. Quien sea que esté revisando esto, no importa. Ignora esto.
Entonces nada. Su cabeza se volvió tan, tan callada.
—¿Y sabes lo que encontré absolutamente fascinante? —dijo Sandriel,
alejándose de los mensajes y mirando sus fotos—. Estas. —Ella se rio entre
dientes—. Mira todo esto. ¿Quién sabía que podrías actuar tan... comúnmente?
Ella presionó la función de presentación de diapositivas. Hunt se quedó allí
sentado cuando las fotos comenzaron a aparecer en la pantalla.
Nunca las había mirado. Las fotos que él y Bryce habían tomado estas semanas.
Allí estaba él, bebiendo una cerveza en su sofá, acariciando a Syrinx mientras
veía un partido de sunball.
Allí estaba él, preparándole el desayuno porque había disfrutado saber que
podía cuidarla así. Ella había tomado otra foto de él trabajando en la cocina: de su
trasero. Con la mano de ella en primer plano, dando el pulgar arriba en aprobación.
Él podría haberse reído, podría haber sonreído, si la siguiente foto no hubiese
aparecido. Una foto que él había tomado esta vez, ella en la mitad de una oración.
Luego, una de él y ella en la calle, Hunt parecía notablemente molesto porque le
tomaran una foto, mientras ella sonreía desagradablemente.
La foto que él había tomado de ella cuando estaba sucia y empapada por la
alcantarilla, escupiendo y maldiciendo con locura.
Una foto de Syrinx durmiendo boca arriba, con las extremidades extendidas.
Una foto de Lehabah en la biblioteca, posando como una modelo en su pequeño sofá.
Luego, una foto que había tomado del río al atardecer mientras volaba por encima.
Una foto del tatuaje de Bryce en el espejo del baño, mientras le guiñaba un ojo por
encima del hombro. Una foto que había tomado de una nutria en su chaleco amarillo,
luego una que había logrado tomar un segundo más tarde del rostro encantado de
Bryce.
No escuchó lo que Sandriel estaba diciendo.
Las fotos habían comenzado como una broma continua, pero se habían vuelto
reales. Agradables. Había más en ellos dos. Y más fotos que Hunt también había
tomado. De la comida que habían comido, grafitis interesantes a lo largo de los
callejones, nubes y cosas que normalmente nunca se molestaba en notar pero que
de repente había querido capturar. Y luego en las que él miraba a la cámara y
sonreía.
Unas donde el rostro de Bryce parecía brillar más, su sonrisa más suave.
Las fechas se acercaron al presente. Allí estaban, en su sofá, con la cabeza de ella
sobre su hombro, sonriendo ampliamente mientras él rodaba los ojos. Pero su brazo
la rodeaba. Sus dedos casualmente se enredaron en su cabello. Luego una foto que
le había tomado con su gorra de sunball. Luego, una foto ridícula que había tomado
de Gelatina Feliz, Duraznos y Sueños, y Princesa Cremapuff metidas en su cama. En
su tocador. En su baño.
Y luego algunas del río otra vez. Tenía un vago recuerdo de ella pidiéndole a un
turista que pasaba que tomara algunas. Una por una, las diversas fotos se mostraron.
Primero, una foto con Bryce todavía hablando y él haciendo una mueca.
Luego una con ella sonriendo y Hunt mirándola.
La tercera era de ella todavía sonriendo, y Hunt todavía la miraba. Como si ella
fuera la única persona en el planeta. En la galaxia.
Su corazón estalló. En las siguientes, el rostro de ella se giró hacia él. Sus ojos se
encontraron. Su sonrisa había vacilado.
Como si se diera cuenta de cómo la estaba mirando.
En la siguiente, ella estaba sonriendo al suelo, los ojos de él aún sobre ella. Una
sonrisa secreta y suave. Como que ella lo supiera, y no le importara en lo más
mínimo.
Y luego, en la última, ella apoyó su cabeza contra su pecho y envolvió sus brazos
alrededor de su cintura. Él la rodeó con el brazo y el ala. Y ambos habían sonreído.
Verdaderas y amplias sonrisas. Pertenecientes a las personas que podrían
haber sido sin el tatuaje en su frente y el dolor en su corazón y todo este estúpido
mundo a su alrededor.
Una vida. Estas fueron las fotos de alguien con una vida, y una buena. Un
recordatorio de lo que se sintió tener un hogar y alguien a quien le importaba si vivía
o moría. Alguien que lo hacía sonreír con solo entrar en una habitación.
Nunca había tenido eso antes. Con nadie.
La pantalla se oscureció, y luego las fotos comenzaron de nuevo.
Y pudo verlo, esta vez. Cómo sus ojos habían estado tan fríos al principio. Cómo
incluso con sus fotos y poses ridículas, esa sonrisa no había llegado a sus ojos. Pero
con cada foto, más luz se había filtrado en ellos. Los iluminó. También iluminó los
ojos de ella. Hasta esas últimas fotos. Cuando Bryce estaba casi radiante de alegría.
Ella era lo más hermoso que había visto en su vida.
Sandriel estaba sonriendo como un gato.
—¿Es esto realmente lo que querías al final, Hunt? —Hizo un gesto hacia las
fotos. Al rostro sonriente de Bryce—. ¿Ser liberado algún día, casarte con la chica,
vivir una vida básica y corriente? —Ella se rio entre dientes—. ¿Qué diría Shahar?
Su nombre no resonó. Y la culpa que creía que lo quemaría no era ni siquiera
una chispa.
Los labios carnosos de Sandriel se curvaron hacia arriba, una burla de la sonrisa
de su gemela.
»Simples y dulces deseos, Hunt. Pero no es así como funcionan estas cosas. No
para personas como tú.
Su estómago se retorció. Las fotos eran tortura, se dio cuenta. Para recordarle
la vida que podría haber tenido. Lo que había probado en el sofá con Bryce la otra
noche. Lo que él había jodido.
—Sabes —dijo Sandriel—, si hubieras jugado al perro obediente, Micah habría
solicitado tu libertad. —Las palabras lo bombardearon—. Pero no podías ser
paciente. No podías ser inteligente. No podías elegir esto —Ella señaló hacia las
fotos—, por encima de tu mezquina venganza. —Otra sonrisa de serpiente—. Así
que aquí estamos. Aquí estás. —Ella estudió una foto que Hunt había tomado de
Bryce con Syrinx, los pequeños dientes puntiagudos de la quimera descubiertos en
algo terriblemente cercano a una sonrisa—. La chica probablemente llorará su
pequeño corazón por un tiempo. Pero luego te olvidará y encontrará a alguien más.
Tal vez haya algún macho Fae que pueda soportar ser un compañero inferior.
Los sentidos de Hunt se erizaron, su temperamento se agitó.
Sandriel se encogió de hombros.
—O terminará en un contenedor de basura con otras mestizas.
Sus dedos se curvaron en puños. No había amenaza en las palabras de Sandriel.
Solo la terrible practicidad de cómo su mundo trataba a las personas como Bryce.
—El punto es —continuó Sandriel—, que ella seguirá adelante. Y tú y yo
seguiremos adelante, Hunt.
Por fin, por fin, él apartó los ojos de Bryce y de las fotos de la vida, el hogar que
habían hecho. La vida que todavía deseaba tan desesperadamente, estúpidamente.
Sus alas reanudaron su picazón.
—Qué.
La sonrisa de Sandriel se agudizó.
—¿No te lo dijeron?
El temor se acurrucó mientras miraba su teléfono en sus manos. Al darse cuenta
de por qué lo habían dejado vivo y por qué a Sandriel se le había permitido tomar
las pertenencias de él.
Eran las pertenencias de ella ahora.

Bryce entró en el bar casi vacío justo después de las once. La falta de una
presencia masculina melancólica protegiéndole la espalda era como una extremidad
fantasma, pero ella lo ignoró, se hizo olvidar al ver a Ruhn sentado en el mostrador,
sorbiendo su whiskey.
Solo Flynn se había unido a él, el hombre estaba demasiado ocupado seduciendo
a la mujer que actualmente jugaba billar con él para darle a Bryce más que un gesto
de cautela y lástima. Ella lo ignoró y se deslizó en el taburete al lado de Ruhn, su
vestido rechinando contra el cuero.
—Hola.
Ruhn la miró de soslayo.
—Hola.
El camarero se acercó con las cejas arqueadas en una pregunta silenciosa. Bryce
sacudió la cabeza. Ella no planeaba estar aquí el tiempo suficiente para tomar una
copa, agua u otra cosa. Quería terminar con esto lo más rápido posible para poder
volver a casa, quitarse el sostén y ponerse la pijama.
—Quería venir a decir gracias —dijo Bryce. Ruhn solo la miró fijamente. Ella vio
el juego de sunball en la televisión sobre la barra—. Por el otro día. Noche. Por
cuidarme.
Ruhn miró hacia el techo.
»¿Qué? —preguntó ella.
—Solo estoy verificando si el cielo se está cayendo, ya que me estás
agradeciendo por algo.
Ella empujó su hombro.
—Imbécil.
—Podrías haber llamado o enviado un mensaje. —Él tomó un sorbo de su
whiskey.
—Pensé que sería más adulto hacerlo cara a cara.
Su hermano la inspeccionó cuidadosamente
—¿Cómo estás?
—He estado mejor —admitió ella—. Me siento como una jodida idiota.
—No lo eres.
—¿Oh, sí? Media docena de personas me advirtieron, incluido tú, que estuviera
en guardia alrededor de Hunt, y me reí en todas tus caras. —Ella dejó escapar un
suspiro—. Debería haberlo visto.
—En su defensa, no pensé que Athalar todavía fuera tan despiadado. —Sus ojos
azules ardieron—. Pensé que sus prioridades habían cambiado últimamente.
Ella puso los ojos en blanco.
—Sí, tú y querido papá.
—¿Te visitó?
—Sí. Me dijo que soy un pedazo de mierda tan grande como él mismo. De tal
palo tal astilla. Los dioses los hacen y ellos se juntan o algo parecido.
—No eres como él.
—No le mientas a un mentiroso, Ruhn. —Ella tocó la barra—. En fin, eso es todo
lo que vine a decir. —Notó que la espada Estrellada colgaba a su lado, su
empuñadura negra no reflejaba las luces de la habitación—. ¿Estás de guardia esta
noche?
—No hasta la medianoche. —Con su metabolismo Fae, el whiskey estaría fuera
de su sistema mucho antes.
—Bueno, buena suerte. —Ella saltó del taburete, pero Ruhn la detuvo con una
mano sobre su codo.
—Voy a tener a algunas personas en mi casa en un par de semanas para ver el
partido de sunball. ¿Por qué no vienes?
—Paso.
—Solo ven para el primer tiempo. Si no es lo tuyo, no hay problema. Vete cuando
quieras.
Ella escaneó su rostro, sopesando la oferta allí. La mano extendida.
—¿Por qué? —preguntó ella en voz baja—. ¿Por qué seguir preocupándote?
—¿Por qué seguir alejándome, Bryce? —Su voz se tensó—. No se trata solo de
esa pelea.
Ella tragó saliva, con la garganta espesa
—Eras mi mejor amigo —dijo ella—. Antes de Danika, eras mi mejor amigo. Y
yo... ya no importa. —En ese entonces se había dado cuenta de que la verdad no
importaba, ella no dejaría que importara. Se encogió de hombros, como si eso
ayudara a aligerar el peso aplastante en su pecho.
»Quizás podríamos comenzar de nuevo. Solo a modo de prueba.
Ruhn comenzó a sonreír.
—¿Entonces vendrás a ver el partido?
—Se suponía que Juniper vendría ese día, pero veré si ella quiere. —Los ojos
azules de Ruhn brillaron como estrellas, pero Bryce interrumpió—: Pero no
prometo nada.
Él seguía sonriendo cuando ella se levantó de su taburete.
—Te guardaré un asiento.
70
Traducido por ElenaTroy
Corregido por Lieve

Fury estaba sentada en el sofá cuando Bryce regresó del bar. En el lugar exacto
en donde solía ver a Hunt.
Bryce arrojó sus llaves en la mesa a un lado de la puerta principal, soltó a Syrinx
sobre su amiga, y dijo:
—Hola.
—Hola. —Fury le dio a Syrinx una mirada que lo detuvo. Eso lo hizo sentar su
esponjoso trasero en la alfombra, la cola de león balanceándose, y esperando a que
ella se dignara a saludarlo a él. Fury lo hizo después de un latido, sobando sus orejas
terciopelo dobladas.
—¿Qué sucede? —Bryce se quitó los zapatos, giró sus adoloridos pies un par de
veces, y llevó la mano atrás para tirar del cierre de su vestido. Dioses, era increíble
no tener dolor en su pierna, ni siquiera un asomo de nada. Ella se fue a su habitación
antes de que Fury pudiera responder, sabiendo que habría escuchado de todas
formas.
—Tengo algunas noticias —dijo Fury casualmente.
Bryce se desnudó de su vestido, suspirando mientras se sacaba el sostén, y se
cambiaba a un par de sudaderas y una vieja camiseta antes de recoger su cabello en
una cola de caballo.
—Déjame adivinar —dijo ella desde la habitación, metiendo sus pies en
zapatillas cómodas—. ¿Finalmente te diste cuenta de que el negro todo el tiempo es
aburrido y quieres que te ayude a encontrar algo de ropa para personas reales?
Una risa tranquila.
—Listilla. —Bryce emergió de la habitación, y Fury la ojeó con esa rápida
mirada asesina. Tan diferente de la de Hunt.
Incluso cuando ella y Fury habían salido de fiesta, Fury nunca realmente perdió
ese frío brillo. Ese cálculo y distancia. Pero la mirada de Hunt…
Ella alejó el pensamiento. La comparación. Ese gruñido de fuego estallando en
sus venas.
—Mira —dijo Fury, poniéndose de pie—. Me voy algunos días antes a la
Cumbre. Así que solo pensé que deberías saberlo antes de irme.
—¿Me amas y me escribirás a menudo?
—Dioses, eres la peor —dijo Fury, pasando una mano a través de su peinado
bob elegante. Bryce extrañaba la larga cola de caballo que su amiga había usado
durante la escuela. La nueva imagen de Fury parecía incluso más letal de alguna
manera—. Incluso desde que te conocí en esa tonta clase, has sido la peor.
—Sí, pero lo encuentras encantador. —Bryce fue al refrigerador.
Un suspiro.
—Mira, te voy a decir esto, pero quiero que primero me prometas que no harás
nada estúpido.
Bryce se congeló con los dedos agarrando el mango de la puerta del
refrigerador.
—Como me has dicho tan seguido, estúpido es mi segundo nombre.
—Lo digo en serio esta vez. Ni siquiera creo que se puedas hacer algo, pero
necesito que lo prometas.
—Lo prometo.
Fury estudió su rostro, luego se apoyó contra el mostrador de la cocina.
—Micah entregó a Hunt.
Ese fuego en sus venas se marchitó en cenizas.
—¿A quién?
—¿A quién crees? A la jodida Sandriel, a ese quien.
Ella no podía sentir sus brazos, sus piernas.
—Cuándo.
—Dijiste que no harías nada estúpido.
—¿Preguntar por detalles es estúpido?
Fury negó con la cabeza.
—Esta tarde. Ese bastardo sabía que regresar Hunt a Sandriel era un mayor
castigo que crucificarlo públicamente o meter su alma en una caja y arrojarlo al mar.
Lo era. Por muchas razones.
Fury siguió hablando.
—Ella y los otros ángeles irán a la Cumbre mañana en la mañana. Y tengo de
buena fuente que una vez que el encuentro se termine la siguiente semana, ella
podrá regresar a Pangera para seguir lidiando con los rebeldes de Ophion. Con Hunt
a cuestas.
Y él nunca volvería a ser libre. Lo que Sandriel le haría… se lo merecía. Él
jodidamente se lo merecía todo.
—Si estás tan preocupada de que haga algo estúpido, ¿por qué decírmelo? —
dijo ella.
Los ojos oscuros de Fury la escanearon de nuevo.
—Porque… solo pensé que deberías saberlo.
Bryce se giró hacia el refrigerador. Lo abrió del golpe.
—Hunt cavó su propia tumba.
—Entonces ustedes dos no estaban…
—No.
—Sin embargo, su aroma está en ti.
—Vivimos en este apartamento juntos durante un mes. Diría que estaría en mí.
Ella gastó una espantosa cantidad de monedas de plata para remover su sangre
del sofá. Junto con todos los rastros de lo que ellos habían hecho allí.
Una pequeña y fuerte mano cerró de golpe la puerta del refrigerador. Fury la
miró.
—No me des mierda, Quinlan.
—No lo hago. —Bryce dejó que su amiga viera su verdadero rostro. Del que su
padre le había hablado. El que no reía y no le importaba nadie ni nada—. Hunt es un
mentiroso. Él me mintió.
—Danika si hizo algunas cosas jodidas, Bryce. Lo sabes. Siempre lo supiste y te
reíste de eso, miraste a otro lado. No estoy tan segura de que Hunt estuviera
mintiendo acerca de eso.
Bryce mostró los dientes.
—Estoy cansada de eso.
—¿De qué?
—De todo. —Ella abrió de golpe el refrigerador de nuevo, empujando a Fury
fuera del camino. Para su sorpresa, Fury la dejó—. ¿Por qué no regresas a Pangera y
me ignoras por otros dos años?
—No te ignoré.
—Jodidamente lo hiciste —escupió Bryce—. ¿Hablabas con June todo el tiempo,
y sin embargo, ignoras mis llamadas y apenas respondes mis mensajes?
—June es diferente.
—Sí, lo sé. Es la especial.
Fury parpadeó.
—Tú casi mueres esa noche, Bryce. Y Danika murió. —La garganta de la asesina
se sacudió—. Te di drogas…
—Yo compré esa raíz de risas.
—Y yo compré la droga para que la inhalaras. Jodidamente no me importa,
Bryce. Me acerqué mucho a ustedes, y cosas malas suceden cuando hago eso con las
personas.
—¿Y sin embargo todavía puedes hablar con Juniper? —La garganta de Bryce
se cerró—. ¿Yo no valía la pena el riesgo?
Fury siseó.
—Juniper y yo tenemos algo que no es de tu maldita incumbencia. —Bryce se
abstuvo de mirarla boquiabierta. Juniper nunca lo había insinuado, nunca lo había
sugerido—. No podía dejar de hablarle y arrancar mi propio maldito corazón en el
proceso, ¿de acuerdo?
—Lo entiendo, lo entiendo —dijo Bryce. Soltó un largo suspiro—. El amor
triunfa por encima de todo.
Qué jodidamente mal que Hunt no se haya dado cuenta de eso. O lo había hecho,
pero simplemente eligió a la Arcángel que aún sostenía su corazón y su causa. Qué
jodidamente mal que Bryce a pesar de eso había sido lo suficientemente estúpida
como para creer el sinsentido del amor, y dejar que la cegara.
La voz de Fury se quebró.
—Tú y Danika eran mis amigas. Joder, ustedes eran estas dos estúpidas
cachorras que vinieron saltando a mi vida perfectamente en orden, y luego una de
ustedes fue asesinada. —Fury apretó los dientes—. Y. Yo. Jodidamente. No. Podía.
Lidiar. Con. Eso.
—Te necesitaba. Te necesitaba aquí, Danika murió, pero fue como si también te
hubiera perdido a ti. —Bryce no luchó con sus ojos quemando—. Te alejaste como
si nada.
—No lo era. —Fury sopló una respiración—. Mierda, ¿acaso Juniper no te dijo
nada? —Con el silencio de Bryce, ella maldijo de nuevo—. Mira, ella y yo hemos
estado trabajando a través de mucha de mi mierda, ¿de acuerdo? Sé que la jodí al
irme de esa forma. —Bryce pasó sus dedos por su cabello—. Simplemente todo es…
más jodido de lo que tú piensas, Bryce.
—Lo que sea.
Fury ladeó la cabeza.
—¿Tengo que llamar a Juniper?
—No.
—¿Esta es una repetición de hace dos inviernos?
—No. —Juniper le debía haber contado acerca de esa noche en el techo. Ellas se
dicen todo, aparentemente.
Bryce agarró un tarro de mantequilla de almendras, desenroscó la tapa, y
hundió una cuchara.
—Bueno, diviértete en la Cumbre. Te veo en otros dos años.
Fury no sonrió.
—No me hagas arrepentirme de decirte todo esto.
Ella se encontró con la oscura mirada de su amiga.
—Ya lo superé —dijo ella de nuevo.
Fury suspiró.
—Está bien. —Su teléfono zumbó y ella miró la pantalla antes de decir—. Estaré
de regreso en una semana. Saldremos entonces, ¿está bien? Tal vez sin gritarnos.
—Seguro.
Fury caminó hacia la puerta, pero hizo una pausa en el umbral.
—Mejorará, Bryce. Sé que los últimos dos años han sido una mierda, pero
mejorará. He estado allí, y te prometo que lo hará.
—Está bien —dijo Bryce, porque la preocupación real brilló en el normalmente
frío rostro de Fury—. Gracias.
Fury tenía el teléfono al oído antes de cerrar la puerta.
—Sí, estoy en camino —dijo ella—. Bueno, ¿por qué no cierras la jodida boca y
me dejas conducir así puedo llegar allí a tiempo, imbécil?
A través de la mirilla, Bryce la vio subir al elevador. Luego atravesó la sala y
miró desde la ventana cómo Fury se subía en un elegante auto deportivo negro,
encendía el motor, y salía a las calles.
Bryce miró a Syrinx. La quimera meneó su pequeña cola de león.
Hunt había sido dado. Al monstruo que él odiaba y temía por encima de todos
los demás.
—Ya lo superé —dijo ella a Syrinx.
Ella miró el sofá, y casi podía ver a Hunt sentado allí, con esa gorra de sunball
hacia atrás, mirando el juego en la TV. Casi podía verlo sonreír mientras la miraba
por encima del hombro.
Ese rugiente fuego en sus venas se detuvo, y se redireccionó. No perdería otro
amigo.
Especialmente no a Hunt. Nunca a Hunt.
Sin importar lo que él hubiera hecho, qué y a quién haya escogido, incluso si esta
era la última vez que ella podría verlo… no dejaría que esto sucediera. Él se podía ir
al Hel después, pero ella haría esto. Por él.
Syrinx se contrajo de dolor, caminando en círculos, las garras sonando en el piso
de madera.
—Le prometí a Fury que no haría nada estúpido —dijo Bryce, sus ojos fijos en el
tatuaje de Syrinx—. No dije que no haría algo inteligente.
71
Traducido por beckysHR
Corregido por Lieve

Hunt tuvo una noche para vomitar sus entrañas.


Una noche en esa celda, era probablemente el último tipo de seguridad que
tendría para el resto de su existencia.
Sabía lo que sucedería después de la Cumbre. Cuando Sandriel lo llevara de
regreso a su castillo en las montañas nubladas y montañosas al noroeste de Pangera.
A la ciudad de piedra gris en su corazón.
Había vivido ahí durante más de cincuenta años, después de todo.
Ella había dejado la foto en la pantalla de televisión del pasillo, para que él
pudiera ver a Bryce una y otra vez. Ver la forma en que Bryce lo había mirado al final,
como si no él fuera una completa pérdida de vida.
No era solo para torturarlo con lo que había perdido.
Era un recordatorio. De quién sería el blanco si él desobedecía. Si se resistiera.
Si se defendía.
Al amanecer, había dejado de vomitar. Se había lavado el rostro en el pequeño
lavabo. Le habían llevado una muda de ropa. Su habitual armadura negra. Sin casco.
Le picaba la espalda incesantemente mientras se vestía, la tela raspaba las alas
que estaban tomando forma. Pronto se regenerarían por completo. Una semana de
fisioterapia cuidadosa después de eso y él estaría en el cielo.
Si Sandriel alguna vez lo fuera a dejar salir de sus mazmorras.
Ella lo había perdido una vez, para pagar sus deudas. Tenía pocas ilusiones de
que ella permitiría que volviera a suceder. No hasta que ella encontrara una manera
de romperlo por cómo había apuntado sus fuerzas en el Monte Hermon. Cómo él y
Shahar habían estado tan cerca de destruirla por completo.
No fue hasta casi la puesta del sol que vinieron por él. Como si Sandriel lo
quisiera cocinándose todo el día.
Hunt dejó que lo encadenaran nuevamente con las piedras gorsianas. Sabía lo
que harían las piedras si se movía mal. Desintegrarían su sangre y huesos, su cerebro
se convertiría en sopa antes de que se le escapara por la nariz.
El guardia armado lo condujo desde la celda hasta el ascensor. Donde Pollux
Antonius, el comandante de cabello dorado de los triarii de Sandriel, esperaba con
una sonrisa en su rostro bronceado.
Hunt conocía bien esa sonrisa muerta y cruel. Había hecho todo lo posible para
olvidarla.
—¿Me extrañaste, Athalar? —preguntó Pollux, su voz clara desmentía al
monstruo que acechaba en su interior. El Martillo podría aplastar campos de batalla
y deleitarse en cada segundo de carnicería. De miedo y dolor. La mayoría de los Vanir
nunca salían vivos. Ningún humano lo ha hecho.
Pero Hunt no dejó que su rabia, su odio por ese rostro sonriente y apuesto, ni
siquiera parpadeara en su rostro. Un destello de molestia brilló en los ojos cobalto
de Pollux, sus alas blancas se movieron.
Sandriel esperaba en el vestíbulo del Comitium, la última luz del sol brillando
en su cabello rizado.
El vestíbulo. No los niveles de la plataforma de aterrizaje de arriba. Así él podría
ver...
Podría ver a…
Justinian todavía colgaba del crucifijo. Pudriéndose.
—Pensamos que querrías decir adiós —ronroneó Pollux en su oído mientras
cruzaban el vestíbulo—. La espectro, por supuesto, está en el fondo del mar, pero
estoy seguro de que sabe que la extrañarás.
Hunt dejó que las palabras del macho fluyeran a través de él, fuera de él. Esas
solo serían el comienzo. Tanto del Martillo como de la misma Sandriel.
La Arcángel sonrió a Hunt mientras se acercaban, la crueldad en su rostro hizo
que la sonrisa de Pollux pareciera francamente agradable. Pero el no dijo nada
mientras se giraba hacia las puertas del vestíbulo.
Una camioneta de transporte armada estaba inactiva afuera, las puertas
traseras se abrieron de par en par. Esperándolo, ya que era seguro que no podía
volar. Por el brillo burlón en los ojos de Pollux, Hunt tuvo la sensación de que sabía
quién lo acompañaría.
Los ángeles de los cinco edificios del Comitium llenaron el vestíbulo.
Notó la ausencia de Micah, cobarde. El bastardo probablemente no quería
presenciar el horror que le había infligido. Pero Isaiah estaba cerca del corazón de
la multitud reunida, su expresión sombría. Naomi asintió gravemente hacia Hunt.
Era todo lo que se atrevía a hacer, la única despedida que podían hacer.
Los ángeles observaron en silencio a Sandriel. A Pollux. A él. No habían venido
para burlarse, para presenciar su desesperación y humillación. Ellos también habían
venido a despedirse.
Cada paso hacia las puertas de cristal era una vida, era imposible. Cada paso era
aborrecible.
Había hecho esto, traído esto sobre sí mismo y sus camaradas, y lo pagaría una
y otra vez y...
—¡Esperen! —La voz femenina sonó desde el otro lado del vestíbulo.
Hunt se congeló. Todos se congelaron.
»¡Esperen!
No. No, ella no podría estar aquí. No podía soportar que ella lo viera así. Estaba
con las rodillas temblando y sin aliento, listo para vomitar de nuevo. Porque Pollux
se colocó a su lado, y Sandriel merodeaba frente a él, y la destruirían…
Pero ahí estaba Bryce. Corriendo hacia ellos. Hacia él.
El miedo y el dolor apretaron su rostro, pero sus grandes ojos se clavaron en él
mientras gritaba de nuevo, a Sandriel, a todo el vestíbulo lleno de ángeles
—¡Esperen!
Ella estaba sin aliento cuando la multitud se separó. Sandriel se detuvo, Pollux
y los guardias estuvieron instantáneamente en alerta, obligando a Hunt a detenerse
también con ellos.
Bryce patinó hasta detenerse ante la Arcángel.
—Por favor —jadeó ella, apoyando las manos en las rodillas, con la cola de
caballo cayendo sobre un hombro mientras trataba de recuperar el aliento. No había
señales de la cojera—. Por favor espera.
Sandriel la inspeccionó como si fuera un mosquito zumbándole en el rostro.
—¿Sí, Bryce Quinlan?
Bryce se enderezó, todavía jadeando. Ella miró a Hunt por un largo momento,
por una eternidad, antes de decirle la Arcángel del noroeste de Pangera:
—Por favor, no te lo lleves.
Hunt apenas podía soportar escuchar la súplica en su voz. Pollux dejó escapar
una risa suave y odiosa.
Sandriel no estaba divertida.
—Él ha sido dado a mí. Los documentos fueron firmados ayer.
Bryce sacó algo de su bolsillo, haciendo que los guardias a su alrededor
alcanzaran sus armas. La espada de Pollux estaba instantáneamente en su mano,
angulada hacia ella con eficacia letal.
Pero no era una pistola o un cuchillo. Era un pedazo de papel.
—Entonces déjame comprártelo.
Hubo silencio absoluto.
Sandriel se echó a reír entonces, el sonido rico y melodioso.
—¿Sabes cuánto…?
—Te pagaré noventa y siete millones monedas de oro.
El suelo se meció bajo Hunt. La gente jadeó. Pollux parpadeó y volvió a mirar a
Bryce.
Bryce extendió un pedazo de papel hacia Sandriel, aunque la malakh no lo tomó.
Incluso a unos metros detrás de la Arcángel, la aguda vista de Hunt podía distinguir
la escritura.
Prueba de fondos. Un cheque del banco, a nombre de Sandriel. Por casi cien
millones de monedas.
Un cheque de Jesiba Roga.
El horror fluyó a través de él, dejándolo sin palabras. ¿Cuántos años había
agregado Bryce a su deuda?
Él no se lo merecía. No la merecía. No por un instante. No en mil años
Bryce agitó el cheque hacia Sandriel.
—Doce millones más que su precio de venta cuando lo vendiste, ¿verdad?
—Sé cómo hacer las matemáticas.
Bryce se quedó con el brazo extendido. Esperanza en su hermoso rostro. Luego
extendió la mano, Pollux y los guardias se tensaron de nuevo. Pero era solo para
desabrochar el amuleto dorado de alrededor de su cuello.
—Aquí. Para endulzar el trato. Un amuleto Arcano. Tiene quince mil años y
cuesta alrededor de tres millones de monedas de oro en el mercado.
¿Ese pequeño collar costaba tres millones de monedas de oro?
Bryce extendió tanto el collar como el papel, el destello dorado.
—Por favor.
No podía dejar que ella lo hiciera. Ni siquiera por lo que quedaba de su alma.
Hunt abrió la boca, pero la Arcángel tomó el collar de los dedos de Bryce. Sandriel
miró entre ellos. Leyó todo en el rostro de Hunt. La sonrisa de una serpiente curvó
su boca.
—Tu lealtad hacia mi hermana fue lo único bueno de ti, Athalar. —Ella apretó
el puño alrededor del collar—. Pero parece que esas fotografías no mentían.
El amuleto Arcano se derritió en corrientes de oro en el suelo.
Algo se rompió en el pecho de Hunt ante la devastación que arrugó el rostro de
Bryce.
Él le dijo en voz baja a ella, sus primeras palabras todo el día:
—Sal de aquí, Bryce.
Pero Bryce se embolsó el cheque. Y se puso de rodillas.
—Entonces tómame.
El terror lo sacudió, tan violentamente que no tuvo palabras cuando Bryce miró
a Sandriel, las lágrimas llenaron sus ojos cuando dijo:
»Tómame en su lugar.
Una lenta sonrisa se extendió por el rostro de Pollux.
No. Ella ya había cambiado su lugar de descanso eterno en el Barrio de Huesos
por Danika. No podía dejar que cambiara su vida mortal por él. No por él…
—¡No te atrevas! —El grito masculino crujió por el espacio. Entonces Ruhn
estaba allí, envuelto en sombras, Declan y Flynn flanqueándolo. No fueron tan tontos
como para sacar sus armas mientras evaluaban a los guardias de Sandriel. Se dieron
cuenta de que Pollux Antonius, el Martillo, estaba allí, con la espada en lista para
golpear el pecho de Bryce si Sandriel daba el visto bueno.
El Príncipe Heredero de los Fae señaló a Bryce.
—Levántate.
Bryce no se movió. Ella solo le repitió a Sandriel:
—Tómame en su lugar.
—Cállate —espetó Hunt a Bryce justo cuando Ruhn gruñía a la Arcángel—: No
escuches una palabra de lo que dice…
Sandriel dio un paso hacia Bryce. Otro. Hasta que estuvo de pie frente a ella,
mirando hacia el rostro sonrojado de Bryce.
—Sandriel… —suplicó Hunt.
—Ofreces tu vida —dijo Sandriel a Bryce—. Sin coerción, sin fuerza.
Ruhn se lanzó hacia adelante, las sombras se desplegaron a su alrededor, pero
Sandriel levantó una mano y un muro de viento lo mantuvo bajo control. Ahogó las
sombras del príncipe y las hizo trizas.
También mantuvo a Hunt bajo control, cuando Bryce se encontró con la mirada
de Sandriel y dijo:
—Sí. A cambio de la libertad de Hunt, me ofrezco en su lugar. —Su voz temblaba.
Ella sabía cómo él había sufrido a manos de la Arcángel. Sabía que lo que le esperaba
a ella sería aún peor.
—Todos me llamarían tonta por aceptar este trato —reflexionó Sandriel—. Una
mestiza sin verdadero poder o esperanza de tenerlo, a cambio de la libertad de uno
de los malakim más poderosos en oscurecer los cielos. El único guerrero en Midgard
que puede empuñar el rayo.
—Sandriel, por favor —suplicó Hunt. El aire que le arrancaba la respiración
ahogó sus palabras.
Pollux sonrió de nuevo. Hunt le enseñó los dientes cuando Sandriel pasó una
mano por la mejilla de Bryce, secándole las lágrimas.
—Pero sé tú secreto, Bryce Quinlan —susurró Sandriel—. Sé el premio eres.
—Eso es suficiente —interrumpió Ruhn.
Sandriel volvió a acariciar el rostro de Bryce.
—La única hija del Rey de Otoño.
Las rodillas de Hunt se tambalearon.
—Santa mierda —respiró Tristan Flynn. Declan se había puesto pálido como la
muerte.
—Sí, qué gran premio serías para poseer —ronroneó Sandriel.
El rostro de su primo estaba marcado por el terror.
No primo. Hermano. Ruhn era su hermano. Y Bryce estaba…
»¿Qué piensa tu padre de que su hija bastarda tomara prestada una cantidad
tan grande de Jesiba Roga? —continuó Sandriel, riéndose cuando Bryce comenzó a
llorar en serio ahora—. Qué vergüenza traería a su familia, sabiendo que vendiste tu
vida a una hechicera de pacotilla.
Los ojos suplicantes de Bryce se encontraron con los de él. Los ojos ambarinos
del Rey del Otoño.
—¿Creías que estabas a salvo de mí? ¿Que después de que hiciste tu pequeño
espectáculo cuando llegué, no buscaría tu historia? Mis espías son insuperables.
Encuentran lo que no se puede encontrar. Incluyendo tu prueba de nacimiento de
hace doce años, y a quién expuso como tu padre. A pesar de que él pagó mucho para
enterrarla —dijo Sandiel.
Ruhn dio un paso adelante, ya sea que él empujara más allá del viento de
Sandriel o que se le permitiera hacerlo. Él agarró a Bryce por debajo del brazo y la
hizo ponerse de pie.
—Ella es miembro de la familia real de los Fae y una civitas completa de la
República. La reclamo como mi hermana y pariente.
Palabras antiguas. De leyes que nunca habían cambiado, pero que el
sentimiento público sí lo había hecho.
Bryce se giró hacia él.
—No tienes derecho
—Basado en las leyes de los Fae, según lo aprobado por los Asteri —acusó
Ruhn—, ella es de mi propiedad. De mi padre. Y no le permito cambiarse con Athalar.
Las piernas de Hunt casi cedieron con alivio. Incluso cuando Bryce empujó a
Ruhn, lo arañó y gruñó:
—No soy propiedad tuya…
—Eres una hembra Fae de mi linaje —dijo Ruhn fríamente—. Eres de mi
propiedad y de nuestro padre hasta que te cases.
Ella miró a Declan, a Flynn, cuyos rostros solemnes debieron haberle dicho que
no encontraría aliados en ellos.
—Nunca te perdonaré. Jamás —siseó ella a Ruhn.
—Hemos terminado aquí —dijo Ruhn a Sandriel.
Él tiró de Bryce, sus amigos cayeron en formación a su alrededor, y Hunt trató
de memorizar su rostro, incluso con desesperación y rabia retorciéndolo.
Ruhn volvió a tirar de ella, pero ella se sacudió contra él.
—Hunt —suplicó ella, estirando una mano hacia él—. Encontraré la manera.
Pollux se echó a reír. Sandriel comenzó a apartarse de ellos, aburrida.
Pero Bryce continuó tratando de alcanzarlo, incluso cuando Ruhn intentó
arrastrarla hacia las puertas.
Hunt miró sus dedos extendidos. La desesperada esperanza en sus ojos.
Nadie nunca había luchado por él. A nadie le había importado lo suficiente como
para hacerlo.
—Hunt —rogó Bryce, temblando. Los dedos de ella se encogieron—. Encontraré
una manera de salvarte.
—Basta —ordenó Ruhn, y la agarró por la cintura.
Sandriel caminó hacia las puertas del vestíbulo y la caravana en espera. Ella le
dijo a Ruhn:
—Deberías haber cortado la garganta de tu hermana cuando tuviste la
oportunidad, Príncipe. Hablo por experiencia personal.
Los sollozos desgarradores de Bryce rompieron a Hunt cuando Pollux lo empujó
para que se moviera.
Ella nunca dejaría de luchar por él, nunca perdería la esperanza. Así que Hunt
golpeó a matar al pasar junto a ella, incluso cuando cada palabra lo despedazaba:
—No te debo nada, y tú no me debes nada. Jamás vuelvas a buscarme.
Bryce pronunció su nombre. Como si él fuera la única persona en la habitación.
La ciudad. El planeta.
Y fue solo cuando Hunt fue metido en el camión blindado, cuando sus cadenas
estuvieron ancladas a los costados de metal y Pollux estaba sonriendo frente a él,
cuando el conductor se había embarcado en el viaje de cinco horas hasta la ciudad
en el corazón del desierto de Psamathe, donde se haría la Cumbre en cinco días, que
él se permitió respirar.

Ruhn observó cómo Pollux cargaba a Athalar en la furgoneta de la prisión.


Observó cómo retumbaba y cobraba velocidad, observó cómo la multitud en el
vestíbulo se dispersaba, marcando el final de este jodido desastre.
Hasta que Bryce se soltó. Hasta que Ruhn la dejó. El odio puro y sin diluir torció
sus rasgos cuando dijo de nuevo:
—Nunca te perdonaré por esto.
—¿Tienes idea de lo que Sandriel le hace a sus esclavos? ¿Sabes que ese era
Pollux Antonius, el maldito Martillo, el que estaba con ella? —dijo Ruhn fríamente.
—Sí. Hunt me lo contó todo.
—Entonces eres una jodida idiota. —Bryce avanzó hacia él, pero Ruhn siseó—:
No me disculparé por protegerte, ni de ella ni de ti misma. Lo entiendo, lo hago. Hunt
era tu... lo que sea que era para ti. Pero lo último que él querría es...
—Vete a la mierda. —La respiración de ella se volvió irregular—. Vete a la
mierda, Ruhn
Ruhn levantó la barbilla hacia las puertas del vestíbulo en señal de despido
—Llórale a alguien más. Te resultará difícil encontrar a alguien que esté de
acuerdo contigo.
Sus dedos se curvaron a los costados. Como si ella lo fuera a golpear, a arañar, a
destrozar.
Pero ella solo escupió a los pies de Ruhn y se alejó. Bryce alcanzó su scooter y
no miró hacia atrás mientras se alejaba.
—Qué mierda, Ruhn —dijo Flynn en voz baja.
Ruhn contuvo el aliento. Ni siquiera quería pensar en qué tipo de trato ella había
hecho con la hechicera para obtener esa cantidad de dinero.
Declan sacudió la cabeza. Y Flynn... decepción y dolor parpadearon en su rostro.
—¿Por qué no nos lo dijiste? ¿Tú hermana, Ruhn? —Flynn señaló las puertas de
cristal—. Ella es nuestra jodida princesa.
—No lo es —gruñó Ruhn—. El Rey de Otoño no la ha reconocido, ni lo hará
jamás.
—¿Por qué? —exigió Dec.
—Porque ella es su hija bastarda. Porque a él no le agrada ella. Joder, no lo sé —
escupió Ruhn. No podía, ni quería, decirles sus propios motivos para ello. Ese miedo
profundamente arraigado de lo que la profecía de la Oráculo podría significar para
Bryce si alguna vez se le concediera un título real. Porque si el linaje real terminara
con Ruhn, y Bryce fuera oficialmente una princesa de su familia… él tendría que estar
fuera de la escena para que esto ocurriera. Permanentemente. Él haría lo que fuera
necesario para mantenerla a salvo de esa condena en particular. Incluso si el mundo
lo odiara por eso.
De hecho, ante el ceño de desaprobación de sus amigos, él espetó:
—Todo lo que sé es que me dieron la orden de nunca revelarlo, ni siquiera a
ustedes.
Flynn se cruzó de brazos.
—¿Crees que le habríamos dicho a alguien?
—No. Pero no podía correr el riesgo de que alguien lo descubriera. Y ella no
quería que nadie lo supiera. — Y ahora no era el momento ni el lugar para hablar de
esto. Ruhn dijo—: Necesito hablar con ella
Él no sabía si podría manejar lo que vendría después de hablar con Bryce.

Bryce manejó hacia el rio. A los arcos del Muelle Negro.


La oscuridad había caído cuando encadenó su scooter a una farola, la noche lo
suficientemente fresca como para agradecer que la chaqueta de cuero de Danika la
mantuviera abrigada mientras permanecía en el muelle oscuro y miraba hacia el
otro lado del Istros.
Lentamente, se dejó caer de rodillas, inclinando la cabeza.
—Está tan jodido —susurró ella, esperando que las palabras llegaran a través
del agua, a las tumbas y mausoleos escondidos detrás de la pared de niebla—. Todo
está muy, muy jodido, Danika.
Ella había fallado. Fallado completa y miserablemente. Y Hunt estaba... él
estaba…
Bryce enterró su rostro en sus manos. Por un tiempo, los únicos sonidos fueron
el viento silbando a través de las palmeras y el chapoteo del río contra el muelle.
—Desearía que estuvieras aquí. —Bryce finalmente se permitió decir—. Todos
los días, deseo eso, pero hoy especialmente.
El viento se calmó, las palmas se detuvieron. Incluso el río pareció detenerse.
Un escalofrío se deslizó hacia ella, pasó a través de ella. Todos sus sentidos, Fae
y humanos, se pusieron en alerta. Escaneó las nieblas, esperando, rezando que
apareciera un bote negro. Estaba tan ocupada mirando el río que no vio venir el
ataque.
No se giró para ver a un demonio kristallos saltando de las sombras con las
fauces abiertas antes de lanzarlos a ambos en las aguas agitadas.
72
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Había garras y dientes por todas partes. Rasgándola, agarrándola,


arrastrándola hacia abajo.
El río estaba completamente oscuro, y no había nadie, nadie en absoluto que
hubiera visto o que supiera que...
Algo ardió en su brazo, y ella gritó, el agua metiéndose por su garganta.
Entonces las garras se abrieron. Se aflojaron.
Bryce pateó, empujando a ciegas, a la superficie en algún lugar, en cualquier
dirección, oh, Dios, iba a elegir mal…
Algo la agarró por el hombro, arrastrándola, y hubiese gritado si tuviera aire en
los pulmones…
El aire sopló en su rostro, abierto y fresco, y luego hubo una voz masculina en
su oído que decía:
—Te tengo, te tengo.
Ella podría haber sollozado si no hubiese vomitado agua, si no hubiese tenido
un ataque de tos. Hunt le había dicho esas palabras, y ahora Hunt se había ido, y la
voz masculina en su oído era Declan Emmet.
—Está muerto —gritó Ruhn a unos metros de distancia.
Ella se sacudió, pero Declan se mantuvo firme, murmurando:
—Está bien.
No estaba jodidamente bien. Hunt debería haber estado allí. Debería haber
estado con ella, debería haber sido liberado, y ella debería haber encontrado una
manera de ayudarlo.
Declan tardó medio momento en sacarla del agua. Ruhn, con el rostro sombrío,
la arrastró el resto del camino, maldiciendo una tormenta mientras ella se
estremecía en el muelle.
—Qué jodida mierda. —Tristan Flynn estaba jadeando, apuntando con el rifle
al agua negra, listo para descargar una lluvia de balas a la más mínima onda.
—¿Estás bien? —preguntó Declan, con agua corriendo por su rostro, el cabello
rojo pegado a su cabeza.
Bryce miró a sí misma lo suficiente para examinar su cuerpo. Una herida le
cortó el brazo, pero había sido hecha con garras, no con esos dientes
venenosos. Otras heridas la salpicaban, pero...
Declan no esperó antes de arrodillarse ante ella, con las manos envueltas en luz
mientras las sostenía sobre la herida en su brazo. Era raro, el don curativo
de los Fae. No era tan poderoso como el talento de una medwitch, sino más bien una
fuerza valiosa para poseer. Nunca había sabido que Dec tuviera la habilidad.
—¿Por qué mierda estabas de pie en el Muelle Negro después de la puesta de
sol? —preguntó Ruhn.
—Estaba arrodillada —murmuró ella.
—La misma jodida pregunta.
Se encontró con la mirada de su hermano cuando sus heridas se cerraron.
—Necesitaba un respiro.
Flynn murmuró algo.
—¿Qué? —Ella entrecerró los ojos hacia él.
Flynn se cruzó de brazos.
—Dije que he sabido que eres una princesa durante una hora y que ya eres un
dolor en mi trasero.
—No soy una princesa —dijo ella al mismo tiempo en que Ruhn espetó—: No
es una princesa.
Declan resopló.
—Lo que sea, imbéciles. —Él se apartó de Bryce cuando terminó de sanar su
brazo—. Deberíamos habernos dado cuenta. Eres la única que incluso se acerca a
meterse debajo de la piel de Ruhn tan fácilmente como lo hace su padre.
—¿De dónde vino esa cosa? —interrumpió Flynn.
—Aparentemente —dijo ella—, las personas que toman grandes cantidades de
sinte pueden inadvertidamente convocar a un demonio kristallos. Probablemente
fue un accidente extraño.
—O un ataque intencional —desafió Flynn.
—El caso ha terminado —dijo Bryce rotundamente—. Está terminado.
Los ojos del lord Fae brillaron con una rara muestra de ira.
—Tal vez no lo está.
Ruhn se limpió el agua del rostro.
—Si Flynn tiene razón, te quedarás conmigo.
—Sobre mi maldito cadáver. —Bryce se enderezó, el agua cayendo de ella—.
Mira, gracias por rescatarme. Y gracias por joderme a mí y a Hunt hace un rato. Pero
¿sabes qué? —Ella mostró sus dientes y sacó su teléfono, secándole el agua, rezando
que el hechizo protector por el que había pagado un buen dinero aguantara. Lo había
hecho. Se desplazó por las pantallas hasta llegar a la información de contacto de
Ruhn. Ella se lo mostró—. ¿Tú? —Pasó el dedo y fue borrado—. Estás muerto para
mí.
Ella podría haber jurado que su hermano, su hermano que mostraba el dedo
medio al mundo, se estremeció.
Miró a Dec y a Flynn.
—Gracias por salvarme el trasero.
No vinieron tras ella. Bryce apenas podía dejar de temblar el tiempo suficiente
como para llevar su scooter a casa, pero de alguna manera lo logró. Subió las
escaleras, caminó hacia Syrinx.
El apartamento estaba demasiado tranquilo sin Hunt en él. Nadie había venido
a tomar sus cosas. Si lo hubieran hecho, habrían encontrado que faltaba esa gorra
de sunball. Escondida en la caja junto a Gelatina Feliz.
Agotada, Bryce se quitó la ropa y se quedó mirando a sí misma en el espejo del
baño. Levantó una palma hacia su pecho, donde el peso del amuleto Arcano había
estado durante los últimos tres años.
Las líneas rojas y enojadas manchaban su piel donde el kristallos la había
rozado, pero con la magia de Declan aun trabajando en ella, se habrían desvanecido
para cuando llegara la mañana.
Ella se retorció, preparándose para ver el daño del tatuaje en su espalda. Esta
última pizca de Danika. Si ese maldito demonio lo hubiera destrozado...
Casi lloró al verlo intacto. Al ver las líneas en ese alfabeto antiguo e ilegible y
saber que incluso con todo lo que se había ido al Hel, esto aún permanecía: las
palabras que Danika había insistido en que escribieran con tinta allí, con Bryce
demasiado borracha para objetar. Danika había escogido el alfabeto de un folleto en
la tienda, aunque seguro como la mierda que no se parecía a cualquiera que Bryce
reconociera. Tal vez el artista lo inventó y les dijo que decía lo que Danika había
querido:
A través del amor, todo es posible.
Las mismas palabras en la chaqueta a sus pies. Las mismas palabras que habían
sido una pista para su cuenta en Redner, para encontrar esa USB.
Sinsentido. Todo era un jodido sinsentido. El tatuaje, la chaqueta, perder ese
amuleto, perder a Danika, perder a Connor y a la Manada de Demonios, perder a
Hunt...
Bryce intentó y falló en librarse del ciclo de pensamientos, la vorágine que los
hizo girar y girar, hasta que todos se juntaron.
73
Traducido por Lieve
Corregido por Catt

La última Cumbre a la que Hunt había asistido había sido en un antiguo palacio
en Pangera, adornado con las riquezas del imperio: tapices de seda y decoraciones
de oro puro, copas centelleantes con piedras preciosas y suculentas carnes
sazonadas con las especias más raras.
Esta se llevaba a cabo en un centro de conferencias.
El espacio de vidrio y metal era enorme, su diseño le recordaba a Hunt un
montón de cajas de zapatos apiladas una encima de la otra. Su sala central se elevaba
tres pisos de altura, las escaleras en la parte posterior del espacio estaban adornadas
con las pancartas carmesí de la República, el largo camino estaba alfombrado en
blanco.
Cada territorio en Midgard realizaba su propia Cumbre cada diez años, a la que
asistían varios líderes dentro de sus fronteras, junto con un representante de los
Asteri y algunos dignatarios visitantes relevantes para cualquier tema que se
discutiera. Esta no era diferente, excepto por su alcance más pequeño. Aunque
Valbara era mucho más pequeño que Pangera, Micah celebraba cuatro reuniones
diferentes en la Cumbre, cada una para una facción separada de su reino. Esta, para
las propiedades del sudeste con los líderes de Lunathion en su corazón, era la
primera.
El sitio, ubicado en el corazón del desierto de Psamathe, a unas cinco horas en
auto de la Ciudad Crescent, una hora para un ángel a velocidades máximas de vuelo
o solo media hora en helicóptero, tenía sus propias celdas de detención para Vanir
peligrosos.
Él había pasado los últimos cinco días allí, marcándolos por el cambio en su
comida: desayuno, almuerzo, cena. Al menos Sandriel y Pollux no habían venido a
burlarse de él. Al menos tuvo ese pequeño indulto. Apenas había escuchado los
intentos del Martillo para provocarlo durante el viaje. Apenas había sentido o
escuchado algo en absoluto.
Sin embargo, esta mañana, un conjunto de ropa negra había llegado con su
bandeja de desayuno. Sin armas, pero el uniforme era lo suficientemente
claro. También el mensaje: estaba a punto de ser exhibido, una burla en un desfile
imperial de Triumphus, para que Sandriel se regodeara de recuperar su propiedad.
Pero él se vistió obedientemente y dejó que los guardias de Sandriel le pusieran
las esposas gorsianas, dejando su poder nulo y sin efecto.
Siguió a los guardias en silencio, subió por el ascensor y entró en el gran
vestíbulo, adornado con atuendos imperiales.
Los Vanir de cada Casa llenaba el espacio, la mayoría vestidos con ropa de
negocios o lo que alguna vez se conoció como vestimenta cortesana. Ángeles,
cambiaformas, Fae, brujas... las delegaciones flanqueaban a ambos lados del
corredor rojo que conducía hacia las escaleras. Fury Axtar estaba entre la multitud,
vestida con sus cueros habituales de asesina, observando todo. Ella no miró en su
dirección.
Hunt fue conducido hacia una delegación de ángeles cerca de la escalera,
miembros de la 45ta Legión de Sandriel. Sus triarii. Pollux estaba frente a ellos, su
estado de comandante marcado por su armadura dorada, su capa color cobalto y su
rostro sonriente.
Esa sonrisa solo creció cuando Hunt tomó su posición cerca, encajado entre sus
guardias.
Sus otros triarii eran casi tan malos como el Martillo. Hunt nunca olvidaría a
ninguno de ellos: la hembra delgada de piel pálida y cabello oscuro conocida como
la Arpía; el macho con rostro de piedra y alas negras llamado Sabueso de Hel; y el
altivo ángel de ojos fríos llamado Águila. Pero ellos lo ignoraron. Lo cual, había
aprendido, era mejor que su atención.
No había signo de la Hind, el último miembro de los triarii, aunque tal vez su
trabajo como rompe-espías en Pangera era demasiado valioso para los Asteri como
para que Sandriel pudiera arrastrarla aquí.
Al otro lado del corredor estaban Isaiah y la 33ra. Lo que quedaba de sus
triarii. Naomi estaba deslumbrante en su uniforme, con la barbilla en alto y la mano
derecha sobre la empuñadura de su espada de legión formal, su armadura alada
brillaba a la luz de la mañana.
Los ojos de Isaiah se desviaron hacia los suyos. Hunt, con su armadura negra,
estaba prácticamente desnudo en comparación con el uniforme completo del
Comandante de la 33ra: coraza de bronce, las hombreras, armadura en las piernas y
demás protecciones... Hunt aún recordaba lo pesado que era. Lo estúpido que
siempre se había sentido vestido con todos los atuendos del Ejército Imperial. Como
un premio en forma de caballo de guerra.
Las fuerzas del Auxiliado del Rey de Otoño estaban a la izquierda de los ángeles,
su armadura más ligera pero no menos ornamentada. Frente a ellos estaban los
cambiaformas con sus mejores ropas. Amelie Ravenscroft no se atrevió a mirar en
su dirección. Grupos más pequeños de Vanir llenaron el resto del espacio: mer y
daemonaki. Sin señales de ningún humano. Ciertamente tampoco había nadie con
herencia mixta.
Hunt trató de no pensar en Bryce. En lo que había pasado en el vestíbulo.
Princesa de los Fae. Princesa bastarda era más adecuado, pero seguía siendo la
única hija del Rey de Otoño.
Ella podría haber estado furiosa con él por mentir, pero ella también le había
mentido en abundancia.
Los bateristas, maldito Hel, los bateristas tocaron el ritmo. Los trompetistas
comenzaron un momento después. El himno rodante y despreciable de la República
llenó el cavernoso espacio de cristal. Todos se enderezaron cuando una caravana de
autos se detuvo más allá de las puertas.
Hunt contuvo el aliento cuando Jesiba Roga emergió primero, vestida con un
vestido negro hasta el muslo cortado a la medida de su cuerpo curvilíneo, oro
antiguo brillando en sus oídos y garganta, una capa diáfana de medianoche que fluía
detrás de ella en un viento fantasma. Incluso con tacones altos, ella se movía con la
misteriosa suavidad de la Casa de Sombra y Llama.
Tal vez ella fue quien le dijo a Bryce cómo vender su alma al gobernante de la
Ciudad Durmiente.
La hechicera rubia mantuvo sus ojos grises en las tres banderas que colgaban
sobre las escaleras mientras se movía hacia ellas: a la izquierda, la bandera de
Valbara; a la derecha, la insignia de Lunathion con su arco de luna creciente y
flecha. Y en el centro, el SPQM y sus ramas gemelas de estrellas: la bandera de la
República.
Las brujas vinieron después, sus pasos resonando. Una joven mujer de piel
morena vestida con túnicas azules se deslizó por la alfombra, su cabello negro
trenzado brillaba como la noche.
La Reina Hypaxia. Llevaba apenas tres meses usando la corona de moras
doradas y rojas de su madre, y aunque su rostro estaba sin arrugas y hermoso, había
un cansancio en sus ojos oscuros que hablaban mucho sobre su dolor persistente.
Se rumoreaba que la reina Hecuba la había criado en el bosque boreal de las
montañas Heliruna, lejos de la corrupción de la República. Hunt podría haber
esperado que ese tipo de persona estuviera recelosa de la multitud reunida y el
esplendor imperial, o al menos se quedara boquiabierta, pero su barbilla
permanecía alta, sus pasos inquebrantables. Como si hubiera hecho esto una docena
de veces.
Debía ser reconocida formalmente como Reina de las Brujas de Valbara cuando
comenzara oficialmente la Cumbre. Su último boato antes de verdaderamente
heredar su trono. Pero…
Hunt la miró su rostro mientras se acercaba.
La conocía: la medwitch de la clínica. Ella reconoció a Hunt con una rápida
mirada de reojo al pasar.
¿Ruhn lo había sabido? ¿Con quién se había encontrado, quién lo había
informado sobre el sinte?
Luego llegaron los líderes mer, Tharion en un traje color carbón junto a una
mujer con un vestido de color turquesa de gasa fluyente. No era la Reina del Río; ella
rara vez salía del Istros. Pero la bella mujer de piel oscura bien podría haber sido su
hija. Probablemente era su hija, de la forma en que todo mer reclamaba a la Reina
del Río como su madre.
El cabello castaño rojizo de Tharion estaba peinado hacia atrás, con algunos
mechones escapados colgando sobre su frente. Había cambiado las aletas por
piernas, pero no vacilaron cuando sus ojos se deslizaron hacia Hunt. La simpatía
brilló allí.
Hunt lo ignoró. No había olvidado quién había llevado a Bryce a la barcaza esa
noche.
Tharion, para su crédito, no vaciló ante la mirada de Hunt. Él solo le dedicó una
sonrisa triste y miró hacia adelante, siguiendo a las brujas hasta el entresuelo y
abriendo las puertas de la sala de conferencias.
Luego vinieron los lobos. Sabine caminaba junto a la figura encorvada del
Prime, ayudando al viejo macho. Sus ojos marrones estaban lechosos con la edad, su
cuerpo una vez fuerte estaba inclinado sobre su bastón. Sabine, vestida con un traje
gris paloma, miró a Hunt con desdén, dirigiendo al anciano Prime hacia la escalera
mecánica en lugar de los escalones.
Pero el Prime se detuvo al ver dónde planeaban llevarlo. Él la dirigió hacia los
escalones. Y comenzó el ascenso, paso doloroso a paso doloroso.
Bastardo orgulloso.
Los Fae dejaron sus autos negros, caminando sobre la alfombra. El Rey de Otoño
emergió con una corona de ónix sobre su cabello rojo, la piedra antigua como un
pedazo de noche incluso a la luz de la mañana.
Hunt no sabía cómo no lo había visto antes. Bryce se parecía más a su padre que
Ruhn. Claro, muchos Fae tenían ese color, pero la frialdad en el rostro del Rey de
Otoño... había visto a Bryce usar esa expresión innumerables veces.
El Rey de Otoño, no un simple imbécil, había sido quien la llevó a la Oráculo ese
día. El que echó a una niña de trece años a la calle.
Los dedos de Hunt se curvaron a sus costados. No podía culpar a Ember Quinlan
por huir en el momento en que había visto al monstruo bajo de la superficie. En el
momento en que había sentido su fría violencia.
Y se dio cuenta de que llevaba a su bebé. Un potencial heredero al trono, uno
que podría complicar las cosas para su hijo Elegido de pura sangre. No es de extrañar
que el Rey de Otoño las hubiera cazado tan implacablemente.
Ruhn, un paso detrás de su padre, fue una sorpresa para los sentidos. En su
vestimenta principesca, con la espada Estelar a su lado, podría haber sido uno de los
primeros Nacidos de la Estrella con esos tonos. Podría haber sido uno de los
primeros en la Grieta del Norte, hace mucho tiempo.
Pasaron junto a Hunt, y el rey ni siquiera miró en su dirección. Pero Ruhn lo
hizo.
Ruhn miró los grilletes en las muñecas de Hunt, los triarii de la 45ta alrededor
de él. Y sacudió sutilmente la cabeza. Para cualquier observador, era de disgusto, de
reprimenda. Pero Hunt vio el mensaje.
Lo siento.
Hunt mantuvo su rostro inmóvil, neutral. Ruhn siguió adelante, el círculo de
hojas de abedul dorado brillaba sobre su cabeza.
Y luego el atrio pareció inhalar. Detenerse.
Los ángeles no llegaron en autos. No, cayeron del cielo.
Cuarenta y nueve ángeles de la Guardia Asteriana, vestidos de blanco y dorado,
entraron en el vestíbulo, con lanzas en sus manos enguantadas y alas blancas
brillantes. Cada uno había sido criado, seleccionado a mano, para esta vida de
servicio. Solo las alas más blancas y puras servirían. Sin una mota de color en ellas.
Hunt siempre había pensado que eran unos imbéciles presumidos.
Ocuparon lugares a lo largo de la alfombra, parados en alerta, con las alas en
alto y las lanzas apuntando al techo de cristal, sus capas nevadas cayendo al
suelo. Las plumas blancas de crin en sus cascos dorados brillaban como si estuvieran
recién cepilladas, y las viseras permanecían bajas.
Habían sido enviados desde Pangera como un recordatorio para todos ellos,
incluidos los Gobernadores, de que los que tenían sus correas aún vigilaban todo.
Micah y Sandriel llegaron después, uno al lado del otro. Cada en la armadura de
Gobernador.
Los Vanir se arrodillaron ante ellos. Sin embargo, la Guardia Asteriana, quienes
se inclinaban solo ante sus seis maestros, permanecieron de pie, sus lanzas como
muros gemelos de espinas entre los cuales desfilaban los gobernadores.
Nadie se atrevió a hablar. Nadie se atrevió a respirar cuando los dos Arcángeles
pasaron.
Todos eran unos jodidos gusanos a sus pies.
La sonrisa de Sandriel chamuscó a Hunt mientras ella pasaba. Casi tanto como
la total decepción y cansancio de Micah.
Micah había elegido bien su método de tortura, Hunt le daría eso. No había
forma de que Sandriel lo dejara morir rápidamente. El tormento cuando regresara a
Pangera duraría décadas. No había posibilidad de un nuevo acuerdo de muerte o una
compra.
Y si él se salía de línea, ella sabría dónde golpear primero. A quién atacar.
Los Gobernadores subieron las escaleras, sus alas casi tocándose. Por qué esos
dos no se habían convertido en una pareja apareada estaba más allá de Hunt. Micah
era lo suficientemente decente como para encontrar a Sandriel tan aborrecible como
todos los demás. Pero todavía era una maravilla que los Asteri no hubieran
ordenado la fusión de las líneas de sangre. No hubiera sido inusual. Sandriel y
Shahar habían sido el resultado de tal unión.
Aunque quizás el hecho de que Sandriel probablemente había matado a sus
propios padres para tomar el poder para ella y su hermana había hecho que los
Asteri detuvieran eso.
Solo cuando los Gobernadores llegaron a la sala de conferencias, los reunidos
en el vestíbulo se movieron, primero los ángeles se alejaron por las escaleras, el
resto de la asamblea se alineó detrás de ellos.
Hunt se mantuvo atrapado entre dos de los triarii de la 45ta, Sabueso del Hel y
Águila, que lo miraban con desdén, y tomó tantos detalles como pudo cuando
entraron en la sala de reuniones.
Era cavernoso, con anillos de mesas que bajaban a un piso central y una mesa
redonda donde se sentaban los líderes.
El Foso de Hel. Eso es lo que era. Era una maravilla que ninguno de sus príncipes
estuviera allí.
El Prime de los Lobos, el Rey de Otoño, los dos Gobernadores, la bella hija de la
Reina del Río, la Reina Hypaxia, y Jesiba, todos se sentaron en esa mesa central. Sus
segundos, Sabine, Ruhn, Tharion, una bruja de aspecto más viejo, todos reclamaron
puntos en el círculo de mesas a su alrededor. Nadie más de la Casa de Sombra y
Llama había venido con Jesiba, ni siquiera un vampiro. Las filas cayeron en su lugar
más allá de eso, cada anillo de mesas se hizo más y más grande, siete en total. La
Guardia Asteriana se alineó en el nivel superior, de pie contra la pared, dos en cada
una de las tres salidas de la habitación.
Los siete niveles del Hel.
Las pantallas de video estaban intercaladas por toda la habitación, dos colgando
del techo, y las computadoras alineadas en las mesas, presumiblemente por
referencias. Fury Axtar, para su sorpresa, tomó un lugar en el tercer círculo,
recostándose en su silla. Nadie más la acompañó.
Hunt fue llevado a un lugar contra la pared, ubicado entre dos Guardias
Asterianos que lo ignoraron por completo. Gracias a la mierda que el ángulo
bloqueaba su visión de Pollux y del resto de los triarii de Sandriel.
Hunt se preparó mientras las pantallas de video se encendían. La sala quedó en
silencio ante lo que apareció.
Conocía esos pasillos de cristal, antorchas de primera luz que bailaban sobre los
pilares de cuarzo tallados que se alzaban hacia los techos arqueados de
arriba. Conocía los siete tronos de cristal dispuestos en una curva en el estrado
dorado, el único trono vacío en su extremo más alejado. Conocía la centelleante
ciudad más allá de ellos, las colinas que se alejaban hacia la tenue luz, el Tiber era
una banda oscura que se extendía entre ellos.
Todos se levantaron de sus asientos cuando los Asteri aparecieron a la vista. Y
todos se arrodillaron.
Incluso a casi seis mil kilómetros de distancia, Hunt podría haber jurado que sus
poderes entraron en el lugar. Podría haber jurado que absorbieron el calor, el aire,
la vida.
La primera vez que había estado ante ellos, pensó que nunca había
experimentado algo peor. La sangre de Shahar todavía cubría su armadura, su
garganta aún estaba devastada por los gritos durante la batalla y, sin embargo,
nunca había encontrado algo tan horrible. Tan sobrenatural. Como si toda la
existencia de él no fuera más que una mosca, el poder de él no era más que una brisa
frente al huracán de ellos. Como si lo hubieran arrojado al espacio profundo.
Cada uno de ellos poseía el poder de una estrella sagrada, cada uno podía llevar
este planeta a las cenizas, sin embargo, no había luz en sus ojos fríos.
A través de las pestañas bajas, Hunt marcó quién más se atrevió a levantar los
ojos de la alfombra gris cuando los seis Asteri los examinaron: Tharion y
Ruhn. Declan Emmet. Y la Reina Hypaxia.
Nadie más. Ni siquiera Fury o Jesiba.
Ruhn se encontró con la mirada de Hunt. Y una voz masculina tranquila dijo en
su cabeza: Movimiento audaz.
Hunt contuvo su shock. Sabía que había telépatas ocasionales entre los Fae,
especialmente los que habitaban en Avallen. Pero nunca había tenido una
conversación con uno. Ciertamente no dentro de su cabeza.
Buen truco.
Un regalo de los parientes de mi madre, uno que he mantenido silencio.
¿Y confías en mí con este secreto?
Ruhn guardó silencio por un momento.
No puedo ser visto hablando contigo. Si necesitas algo házmelo saber. Haré lo que
pueda por ti.
Otra sorpresa, tan física como su relámpago, lo atravesó.
¿Por qué me ayudarías?
Porque hubieras hecho todo lo posible para evitar que Bryce se intercambiara a
Sandriel. Pude verlo en tu rostro. Ruhn vaciló, luego agregó, un tono incierto: Y
porque no creo que seas tan imbécil ahora.
La esquina de la boca de Hunt se levantó. Igualmente.
¿Eso es un cumplido? Otra pausa. ¿Cómo estás, Athalar?
Bien. ¿Cómo está ella?
De vuelta al trabajo, según los ojos que tengo sobre ella.
Bien. No creía que pudiera soportar más hablar de Bryce sin desmoronarse por
completo, por lo que dijo: ¿Sabías que esa medwitch era la Reina Hypaxia?
No, no lo sabía.
Ruhn podría haber continuado, pero los Asteri comenzaron a hablar. Como uno,
como siempre hacían. Telépatas en su propio mundo.
—Han convergido para discutir asuntos relacionados con su región.
Concedemos nuestro permiso. —Miraron a Hypaxia.
Impresionantemente, la bruja no se inmutó, ni siquiera tembló mientras los seis
Asteri la miraron, el mundo mirando con ellos y dijeron:
»Te reconocemos formalmente como la heredera de la difunta Reina Hecuba
Enador, y con su fallecimiento, ahora te ungimos como Reina de las Brujas de
Valbara.
Hypaxia inclinó su cabeza, su rostro grave. El rostro de Jesiba no reveló nada. Ni
siquiera un indicio de tristeza o enojo por la herencia de la que se había
alejado. Entonces Hunt se atrevió a mirar a Ruhn, que fruncía el ceño.
Los Asteri inspeccionaron nuevamente la habitación, ninguno más altivamente
que Rigelus, la Mano Brillante. El delgado cuerpo del adolescente era una burla del
monstruoso poder que poseía. Como uno, los Asteri continuaron:
—Pueden comenzar. Que las bendiciones de los dioses y todas las estrellas en
los cielos brillen sobre ustedes.
Las cabezas se inclinaron aún más, en agradecimiento por el simple hecho de
que se les permitiera existir en su presencia.
»Esperamos que discutan una forma de poner fin a esta guerra sinsentido. La
Gobernadora Sandriel será una valiosa testigo de su destrucción. —Palabras
seguidas por una exploración lenta y horrible en la habitación. Y Hunt sabía que sus
ojos estaban sobre él cuando dijeron—: Y hay otros aquí que también pueden dar su
testimonio.
Solo había un testimonio que ofrecer: que los humanos eran derrochadores y
tontos, y que la guerra era culpa de ellos, de ellos, de ellos, y debía terminar. Debe
evitarse aquí a toda costa. No debía haber simpatía por la rebelión humana, ni
escuchar la difícil situación de los humanos. Solo estaba el lado Vanir, el lado bueno,
y ningún otro.
Hunt sostuvo la mirada muerta de Rigelus en la pantalla central. Una ráfaga de
viento helado recorrió su cuerpo, cortesía de Sandriel, advirtiéndole que desviara la
mirada. No lo hizo. Podría haber jurado que la Cabeza de los Asteri sonrió. La sangre
de Hunt se convirtió en hielo, no solo por el viento de Sandriel, y bajó los ojos.
Este imperio había sido construido para durar toda la eternidad. En más de
quince mil años, no se había quebrado. Esta guerra no sería lo que lo terminara.
Los Asteri dijeron en una sola voz:
—Adiós.
Otra pequeña sonrisa de todos ellos, la peor siendo la de Rigelus, aún dirigida a
Hunt. Las pantallas se oscurecieron.
Todos en el lugar, incluidos los dos Gobernadores, quedaron sin aliento. Alguien
vomitó, por el sonido, y apestaba desde el rincón más alejado. Efectivamente, un
leopardo cambiaformas atravesó las puertas con una mano sobre su boca.
Micah se reclinó en su silla, sus ojos en la mesa de madera delante de él. Por un
momento, nadie habló. Como si todos necesitaran volver a sí mismos. Incluso
Sandriel.
Entonces Micah se enderezó, sus alas crujieron, y declaró en un voz profunda y
clara:
—Por la presente, comienzo esta Cumbre de Valbara. Que vivan los Asteri y las
estrellas que poseen.
La sala hizo eco de las palabras, aunque a medias. Como si todos recordaran que
incluso en esta tierra al otro lado del mar de Pangera, muy lejos de los fangosos
campos de batalla y el brillante palacio de cristal en una ciudad de siete colinas,
incluso aquí, no había escapatoria.
74
Traducido por LittleCatNorth
Corregido por Lieve

Bryce intentó no obsesionarse con el hecho de que Hunt y el mundo sabían qué
y quién era ella realmente. Al menos, la prensa no había escuchado ese rumor, lo que
era un poco de piedad para ella.
Como si ser una princesa bastarda significara algo. Como si dijera algo de ella
como persona. La sorpresa en el rostro de Hunt fue precisamente la razón por la que
no le dijo.
Hizo trizas la cuenta de Jesiba, y con ella, los siglos de deudas.
De cualquier forma, nada de eso importaba ahora. Hunt se había ido.
Sabía que estaba vivo. Ella vio el metraje de las noticias del desfile de apertura
de la Cumbre. Hunt lucía igual que antes de que todo se fuera a la mierda. Otro poco
de piedad.
Apenas notó a los otros llegando: Jesiba, Tharion, su padre, su hermano... no,
ella mantuvo su mirada en ese punto en la multitud, en esas alas grises que ahora se
habían regenerado.
Patética. Ella era bastante patética.
Lo habría hecho. Habría cambiado de lugar con Hunt, con mucho gusto, incluso
sabiendo lo que Sandriel le haría a ella. Lo que Pollux le haría.
Quizás eso la hacía una idiota, como Ruhn dijo. Ingenua.
Quizás tuvo suerte al poder salir del vestíbulo del Comitium respirando.
Quizás ser atacada por ese kristallos fue la paga por sus cagadas.
Había pasado los últimos días leyendo las leyes, para ver si había algo que hacer
por Hunt. No lo había. Hizo las únicas dos cosas que podrían haberle garantizado su
libertad: ofrecerse a comprarlo, y ofrecerse a sí misma en su lugar.
No creía las falsas últimas palabras de Hunt hacia ella. Ella le habría dicho lo
mismo de estar en su lugar. Habría sido tan desagradable como pudiera, si eso lo
pusiera a salvo.
Bryce se sentó en el escritorio principal de la sala de exposiciones, mirando en
blanco la pantalla de la computadora. La ciudad ha estado tranquila estos últimos
dos días. Como si la atención de todos estuviera en la Cumbre, incluso cuando solo
algunos líderes y ciudadanos de Ciudad Crescent habían asistido.
Observó el resumen de noticias, solo para tener otro vistazo de Hunt; no hubo
suerte.
Dormía en la habitación de él cada noche. Se puso una de sus camisetas y se
arrastró entre las sábanas que olían a él, y fingió que él estaba ahí, acostado a su
lado, en la oscuridad.
Hace tres días, un sobre con el Comitium listado como su remitente llegó a la
galería. Su corazón había palpitado tanto mientras lo abría, preguntándose si él fue
capaz de enviarle un mensaje...
El ópalo blanco había caído al escritorio. Isaiah había escrito una nota
reservada, como si fuera consciente de que cada pieza de correo era leída:
Naomi encontró esto en la barcaza. Pensamos que podrías quererlo de regreso.
Luego añadió como si fuera un segundo pensamiento: Él lo lamenta.
Deslizó la piedra en el cajón de su escritorio.
Suspirando, Bryce lo abrió ahora, mirando la gema lechosa. Pasó sus dedos
sobre la fría superficie.
—Athie luce miserable —dijo Lehebah, flotando junto a la cabeza de Bryce.
Señaló la tablet, donde Bryce había pausado su tercera repetición del desfile de
apertura, en el rostro de Hunt—. Igual que tú, BB.
—Gracias.
A sus pies, Syrinx se estiró, bostezando. Sus garras curvadas destellaron.
—Entonces, ¿qué haremos ahora?
El ceño de Bryce se frunció.
—¿A qué te refieres?
Lehabah envolvió sus brazos alrededor de sí misma, flotando en pleno vuelo.
—¿Solo volvemos a la normalidad?
—Sí.
Sus ojos parpadeantes encontraron los de Bryce.
—De todas formas, ¿qué es normal?
—Parece aburrido para mí.
Lehabah sonrió ligeramente, volviéndose de un color rosa suave.
Bryce le ofreció una en respuesta.
—Eres una buena amiga, Lele. Una amiga realmente buena. —Suspiró de nuevo,
haciendo parpadear la flama de la duendecilla—. Lamento no haber sido una buena
amiga para ti a veces.
Lehabah agitó una mano, volviéndose roja.
—Superaremos esto, BB. —Se acomodó sobre el hombro de Bryce, su calidez
filtrándose en la piel de Bryce, haciéndola notar que estaba muy fría—. Tú, yo, y
Syrie. Juntos, superaremos esto.
Bryce levantó un dedo, dejando que Lehabah lo tomara con sus manos
diminutas y brillantes.
—Trato hecho.
75
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Ruhn había anticipado que la Cumbre sería intensa, viciosa, y completamente


peligrosa, cada momento dedicado a preguntarse si alguien le arrancaría la
garganta. Justo como en todas a las que había asistido.
Esta vez, su único enemigo parecía ser el aburrimiento.
A Sandriel le había tomado dos horas decirles que los Asteri habían ordenado
más tropas al frente desde cada Casa. No tenía sentido discutir. No iba a cambiar. La
orden había venido de los Asteri.
La charla se dirigió a las nuevas propuestas comerciales. Y luego dio vueltas y
vueltas y vueltas, incluso Micah quedó atrapado en la semántica de quién hizo qué y
quién tenía qué y así hasta que Ruhn se preguntó si los Asteri habían ideado esta
reunión como una forma de tortura.
Se preguntó cuántos de la Guardia Asteriana estaban durmiendo detrás de sus
máscaras. Había atrapado a algunos de los miembros menores de las diversas
delegaciones que se estaban quedando dormidos. Pero Athalar estaba alerta, el
asesino parecía estar escuchando cada minuto. Observando.
Tal vez eso era lo que querían los Gobernadores, que todos estuvieran tan
aburridos y desesperados por terminar esta reunión que finalmente estarían de
acuerdo con términos que no les convenían.
Todavía había algunos que presentaban resistencia. El padre de Ruhn era uno,
junto con los mer y las brujas.
Una bruja en particular.
La Reina Hypaxia hablaba poco, pero él notó que ella también escuchaba cada
palabra que se hablaba, sus ricos ojos marrones llenos de cautelosa inteligencia a
pesar de su juventud.
Había sido un shock verla el primer día, ese rostro familiar en este entorno, con
su corona y su vestimenta de la realeza. Saber que había estado hablando con su
futura prometida durante semanas sin tener jodida idea.
Él se las arregló para deslizarse entre dos de sus miembros del aquelarre
cuando entraron al comedor el primer día y, como un imbécil, demandó:
—¿Por qué no dijiste nada? ¿Sobre quién eres realmente?
Hypaxia sostuvo su bandeja de almuerzo con una gracia más adecuada para
sostener un cetro.
—No preguntaste.
—¿Qué Hel estabas haciendo en esa tienda?
Sus ojos oscuros se cerraron.
—Mis fuentes me dijeron que el mal se estaba agitando en la ciudad. Vine a verlo
por mí misma, discretamente. —Era por eso que ella había estado en la escena del
asesinato del guardia del templo, se dio cuenta. Y allí la noche en que Athalar y Bryce
habían sido atacados en el parque—. También vine a ver cómo era ser...
ordinaria. Antes de esto. —Ella hizo un gesto con la mano hacia su corona.
—¿Sabes lo que mi padre espera de ti? ¿Y de mí?
—Tengo mis sospechas —dijo con frialdad—. Pero no estoy considerando
tales... cambios en mi vida en este momento. —Ella asintió antes de alejarse—. No
con nadie.
Y eso fue todo. Su trasero había sido pateado.
Hoy, al menos, había tratado de prestar atención. De no mirar a la bruja que no
tenía absolutamente ningún interés en casarse con él, gracias a la mierda. Con sus
dones curativos, ¿ella podría sentir lo que estaba mal dentro de él que tenía como
significado ser el último de la línea de sangre? No quería averiguarlo. Ruhn apartó
el recuerdo de la profecía de la Oráculo. No era el único que ignoraba a Hypaxia, al
menos. Jesiba Roga no le había dicho una palabra.
Por supuesto, la hechicera no había dicho mucho, aparte de afirmar que la Casa
de Sombra y Llama prosperaba con la muerte y el caos, y no tenía problemas con
una guerra larga y devastadora. Las Parcas siempre eran felices de transportar las
almas de los muertos, dijo. Incluso los Arcángeles parecían desconcertados por eso.
Cuando el reloj dio las nueve y todos tomaron asiento en la
sala, Sandriel anunció:
—Micah ha sido llamado y se unirá a nosotros más tarde.
Solo una persona, bueno, seis, podría sacar a Micah de esta
reunión. Sandriel parecía contenta de gobernar sobre los procedimientos del día y
declaró:
»Comenzaremos con los mer explicando su ciega resistencia a la construcción
de un canal para el transporte de nuestros tanques y la continuación de las líneas de
suministro.
La hija de la Reina del Río se mordió el labio inferior, dudando. Pero fue el
capitán Tharion Ketos quien le habló a Sandriel.
—Yo diría que cuando sus máquinas de guerra destruyan nuestros bancos de
ostras y bosques de algas marinas, no es de tontos decir que destruirá nuestra
industria pesquera.
Los ojos de Sandriel brillaron. Pero ella dijo dulcemente:
—Serán compensados.
Tharion no retrocedió.
—No se trata solo del dinero. Se trata del cuidado de este planeta.
—La guerra requiere sacrificio.
Tharion se cruzó de brazos, los músculos se ondularon debajo de su camiseta
negra manga larga. Después del desfile inicial y ese primer día de reuniones
interminables, la mayoría de ellos se habían puesto ropa menos formal para el resto
de las conversaciones.
—Conozco los costos de la guerra, Gobernadora.
Era un macho atrevido por decir eso, por mirar a Sandriel a los ojos.
La Reina Hypaxia habló, su voz suave pero inquebrantable.
—La preocupación de Tharion tiene mérito. Y tiene precedentes. —Ruhn se
enderezó cuando todos los ojos se deslizaron hacia la reina bruja. Ella tampoco
retrocedió de las tormentas en los ojos de Sandriel—. A lo largo de las fronteras
orientales del Mar de Rhagan, los lechos de corales y algas que fueron destruidos en
las Guerras de Sorvakkia hace dos mil años y aún no han regresado. El mer que los
cultivó fue compensado, como usted dice. Pero solo por unas temporadas. —Hubo
un silencio absoluto en la sala de reuniones—. ¿Pagará, Gobernadora, por mil
estaciones? ¿Dos mil estaciones? ¿Qué pasa con las criaturas que hacen sus hogares
en los lugares que propones destruir? ¿Cómo les pagarás?
—Son Inferiores. Más bajos que los Inferiores —dijo Sandriel con frialdad,
inmóvil.
—Son hijos de Midgard. Hijos de Cthona —dijo la reina bruja.
Sandriel sonrió, todos los dientes.
—Ahórrame tus tonterías humanitarias.
Hypaxia no le devolvió la sonrisa. Ella solo sostuvo la mirada de Sandriel. No
con desafío, pero con una evaluación franca.
Para sorpresa eterna de Ruhn, fue Sandriel quien apartó la vista primero,
rodando los ojos y barajando sus papeles. Incluso su padre parpadeó. Y evaluó a la
joven reina con una mirada entrecerrada. Sin duda, preguntándose cómo una bruja
de veintiséis años tenía el valor. O lo que Hypaxia podría tener sobre Sandriel para
hacer que un Arcángel ceda ante ella.
Preguntándose si la reina bruja sería una buena novia para Ruhn, o una espina
en su costado.
Al otro lado de la mesa, Jesiba Roga sonrió levemente a Hypaxia. Su primer
reconocimiento a la joven bruja.
—Del canal —dijo Sandriel con firmeza, dejando sus papeles—, hablaremos
más tarde. Las líneas de suministros... —La Arcángel se lanzó en otro discurso sobre
sus planes para racionalizar la guerra.
Hypaxia volvió a los papeles que tenía delante. Pero sus ojos se alzaron hacia el
segundo anillo de mesas.
Hacia Tharion.
El mer macho le dio una ligera y secreta sonrisa de gratitud y reconocimiento.
La bruja reina asintió apenas un poco.
El mer macho simplemente levantó un papel casualmente, mostrando lo que
parecían unas veinte filas de marcas, contando algo.
Los ojos de Hypaxia se abrieron, brillantes de reproche e incredulidad,
y Tharion bajó el papel antes de que nadie más lo notara. Le agregó otra marca.
Un rubor se deslizó por las mejillas de la reina bruja.
Sin embargo, su padre comenzó a hablar, por lo que Ruhn ignoró sus travesuras
y cuadró los hombros, haciendo todo lo posible para parecer que estaba prestando
atención. Como si le importara.
Nada de eso importaría al final. Sandriel y Micah obtendrían lo que querían.
Y todo seguiría igual.

Hunt estaba tan aburrido que sinceramente pensó que su cerebro se iba a
desangrar por sus orejas.
Pero trató de saborear estos últimos días de calma y relativa comodidad, incluso
con Pollux monitoreando todo desde el otro lado de la habitación. Esperando hasta
que pudiera dejar de parecer civilizado. Hunt sabía que Pollux estaba contando las
horas hasta que lo desataran sobre él.
Así que cada vez que el imbécil le sonreía, Hunt le devolvía la sonrisa.
Las alas de Hunt, al menos, se habían curado. Las había estado probando tanto
como podía, estirándolas y flexionándolas. Si Sandriel le permitía volar, sabía que lo
cargarían. Probablemente.
De pie contra la pared, absorbiendo cada palabra hablada, era su propia forma
de tortura, pero Hunt escuchó. Prestó atención, incluso cuando parecía que muchos
otros estaban luchando contra el sueño.
Esperaba que las delegaciones que aguantaban, los Fae, los mer, las brujas,
duraran hasta el final de la Cumbre antes de recordar que el control era una ilusión
y que los Asteri simplemente podían emitir una orden sobre las nuevas leyes
comerciales. Tal como lo hicieron con la actualización de la guerra.
Unos días más, eso era todo lo que Hunt quería. Eso se dijo a sí mismo.
76
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

Bryce había acampado en la biblioteca de la galería durante los últimos tres


días, quedándose hasta bien después de cerrar y regresar al amanecer. No tenía
sentido pasar mucho tiempo en el apartamento, ya que su refrigerador estaba vacío
y Syrinx siempre estaba con ella. Pensó que bien podría estar en la oficina hasta que
dejara de sentir que su casa era solo una cáscara vacía.
Jesiba, ocupada con la Cumbre, no revisaba los videos de la galería. No veía los
envases de comida para llevar que cubrían todas las superficies de la biblioteca, la
mini nevera llena en su mayoría de queso, o el hecho de que Bryce había comenzado
a usar su ropa deportiva en la oficina. O que había comenzado a ducharse en el baño
en la parte de atrás de la biblioteca. O que había cancelado todas sus reuniones con
clientes. Y tomó un nuevo amuleto Arcano directamente de la caja fuerte de pared
en la oficina de Jesiba, el último en el territorio. Uno de los cinco que quedan en el
mundo entero.
Sin embargo, era solo cuestión de tiempo hasta que Jesiba se aburriera y sacara
las docenas de vídeos y viera todo. O mirara su calendario y viera todas las citas
reprogramadas.
Bryce había tenido noticias de dos nuevos empleos potenciales y tenía
entrevistas en fila. Tendría que inventar alguna excusa para Jesiba, por supuesto.
Una cita con una medwitch o limpieza de dientes o algo más normal pero necesario.
Y si conseguía uno de esos trabajos, tendría que idear un plan para pagar su deuda
por Syrinx, algo que complacería lo suficiente al ego de Jesiba como para evitar que
convirtiera a Bryce en una horrible criatura solo por pedirle que la dejara ir.
Bryce suspiró, pasando una mano sobre un antiguo tomo lleno de jerga legal
que requería un diploma para descifrarlo. Nunca había visto tantos ergo y, por lo
tanto y por consiguiente y al ser incluido, pero no limitado. Pero ella seguía mirando.
Lehabah lo hizo también.
—¿Qué hay de esto, BB? —La duendecilla se encendió, señalando una página
delante de ella—. Aquí dice, la sentencia de un criminal puede ser conmutada al
servicio si...
—Lo vimos hace dos días —dijo Bryce—. Nos lleva de vuelta a la esclavitud.
Un leve rasguño llenó la habitación. Bryce miró al nøkk por debajo de sus
pestañas, con cuidado de no dejar que viera su atención.
La criatura le estaba sonriendo de todos modos. Como si supiera algo que ella
no.
Ella descubrió por qué un momento después.
—Hay otro caso debajo de él —dijo Lehabah—. La mujer humana fue liberada
después de...
Syrinx gruñó. No hacia el tanque. Sino hacia las escaleras alfombradas. Unos
pasos casuales se aproximaron. Bryce se puso de pie instantáneamente, alcanzando
su teléfono.
Un par de botas, luego jeans oscuros y luego...
Alas blancas como la nieve. Un rostro injustamente hermoso.
Micah.
Cada pensamiento hizo cortocircuito en ella cuando él entró en la biblioteca,
inspeccionando sus estantes y las escaleras que conducían a los entrepisos y alcobas
de latón, el tanque y el nøkk que todavía sonreía, la luz del sol explotando en lo alto.
Él no podía estar aquí abajo. Él no podía ver estos libros
—Su gracia —espetó Bryce.
—La puerta principal estaba abierta —dijo. El puro poder detrás de su mirada
era como ser golpeado en el rostro con un ladrillo.
Por supuesto, las cerraduras y los encantamientos no lo habían mantenido
afuera. Nada podría mantenerlo fuera.
Calmó su acelerado corazón lo suficiente como para decir:
—Me encantaría reunirme con usted arriba, Su Excelencia, si quiere que llame
a Jesiba.
Jesiba, quien está en la Cumbre donde se supone que debes estar tú.
—Aquí abajo está bien. —Lentamente él caminó hacia uno de los altos estantes.
Syrinx estaba temblando en el sofá; Lehabah se escondió detrás de una pequeña
pila de libros. Incluso los animales en sus diversas jaulas y pequeños tanques se
encogieron. Solo el nøkk seguía sonriendo.
—¿Por qué no tomas asiento, Su Excelencia? —dijo Bryce, tomando
contenedores de comida para llevar en sus brazos, sin importarle si ella tenía aceite
de chile en su camiseta blanca, solo importaba que Micah se alejara de los estantes
y esos preciosos libros.
Él la ignoró, examinando los títulos a la altura de los ojos. Que Urd la ayude.
Bryce arrojó los contenedores de comida al basurero desbordado.
»Tenemos algunas obras de arte fascinantes arriba. Quizás puedas decirme qué
estás buscando. —Ella miró a Lehabah, que se había vuelto de un sorprendente tono
azul claro saturado, y sacudió la cabeza en una advertencia silenciosa para que
tuviera cuidado.
Micah recogió sus alas y se giró hacia ella.
—¿Lo que estoy buscando?
—Sí. —Ella respiró—. Yo…
Él la inmovilizó con esos ojos helados.
—Te estoy buscando a ti.

La reunión de hoy era, con mucho, la peor. La más lenta.


Sandriel se deleitaba en llevarlos en círculos con mentiras y medias verdades
que brotaban de sus labios, como saboreando la muerte que pronto vendría: en el
momento en que cedieran todo a ella y a los deseos de los Asteri.
Hunt se apoyó contra la pared, de pie entre los Guardias Asterianos con sus
atuendos completos, y observó el reloj avanzar hacia las cuatro. Ruhn parecía que
se había quedado dormido hace media hora. La mayoría de los partidos de nivel
inferior habían sido despedidos, dejando la sala apenas ocupada. Incluso Naomi
había sido enviada de regreso a Lunathion para asegurarse de que la 33ra se
mantuviera en forma. Solo el personal esqueleto y sus líderes se quedaron. Como si
todos supieran que esto había terminado. Que esta república era una farsa. O uno
gobernaba o se inclinaba.
—Abrir un nuevo puerto a lo largo de la costa este de Valbara —dijo Sandriel
por centésima vez—, nos permitiría construir una instalación segura para nuestra
legión acuática…
Un teléfono sonó.
Jesiba Roga, para su sorpresa, lo sacó del bolsillo interior de la chaqueta gris
que llevaba sobre un vestido a juego. Se movió en su asiento, alejando el teléfono del
macho curioso a su izquierda.
Algunos de los otros líderes habían notado el cambio de atención de Roga.
Sandriel siguió hablando, sin darse cuenta, pero Ruhn se había agitado ante el sonido
y estaba mirando a la mujer. También Fury, sentada dos filas detrás de ella.
Los pulgares de Jesiba volaron sobre su teléfono, su boca pintada de rojo se
apretó mientras levantaba una mano. Incluso Sandriel se calló.
—Lamento interrumpir, Gobernadora, pero hay algo que usted, que todos
nosotros, necesitamos ver —dijo Roga.
No tenía ninguna razón racional para el temor que comenzó a acurrucarse en
su estómago. Lo que sea que estaba en su teléfono podría haber sido cualquier cosa.
Sin embargo, su boca se secó.
—¿Qué? —exigió Sabine desde el otro lado de la habitación.
Jesiba la ignoró y miró a Declan Emmet.
—¿Puedes vincular lo que hay en mi teléfono con estas pantallas? —Señaló a la
variedad de pantallas en toda la habitación.
Declan, que había estado medio dormido en el círculo detrás de Ruhn, se
enderezó al instante.
—Sí, no hay problema. —Él fue lo suficientemente inteligente como para mirar
a Sandriel primero, y la Arcángel rodó los ojos, pero asintió. La laptop de Declan se
abrió un instante después. Frunció el ceño ante lo que apareció en la computadora,
pero luego presionó un botón.
Y reveló docenas de videos diferentes, todos de Antigüedades Griffin. En la
esquina inferior derecha, en una biblioteca familiar… Hunt olvidó respirar por
completo.
Especialmente cuando el teléfono de Jesiba volvió a sonar y llegó un mensaje,
una continuación de una conversación anterior, apareció en las pantallas. Su
corazón se detuvo ante el nombre: Bryce Quinlan.
Su corazón se detuvo por completo ante el mensaje: ¿Ya están listas las
pantallas?
—¿Qué mierda? —siseó Ruhn.
Bryce estaba de pie frente a la cámara, sirviendo lo que parecía ser una copa de
vino.
Y detrás de ella, sentado en la mesa principal de la biblioteca, estaba Micah.
—Dijo que tenía una reunión… —murmuró Sandriel.
La cámara estaba escondida dentro de uno de los libros, justo encima de la
cabeza de Bryce.
Declan presionó algunas teclas en su computadora, extrayendo ese video en
particular. Otra tecla después y el audio llenó la sala de conferencias.
Bryce estaba diciendo sobre su hombro, lanzando a Micah una sonrisa casual:
—¿Quieres un poco de comida con tu vino? ¿Queso?
Micah descansaba en la mesa, examinando una gran cantidad de libros.
—Eso estaría bien.
Bryce tarareó, escribiendo encubiertamente en su teléfono mientras jugueteaba
con el carrito de refrescos.
El siguiente mensaje a Jesiba sonó en las pantallas de la sala de conferencias.
Una palabra que hizo que la sangre de Hunt se enfriara.
Ayuda.
No era una súplica descarada y encantadora. No cuando Bryce levantó la mirada
hacia la cámara.
El miedo brillaba allí. Gran y brillante miedo. Cada instinto en Hunt se puso en
alerta.
—Gobernadora —dijo el Rey del Otoño a Sandriel—, me gustaría una
explicación.
Pero antes de que Sandriel pudiera responder, Ruhn ordenó en voz baja, con los
ojos pegados a los alimentos:
—Flynn, envía una unidad del Aux a Antigüedades Griffin. Ahora mismo.
Flynn instantáneamente sacó su teléfono, con los dedos volando.
—Micah no ha hecho nada malo —espetó Sandriel al Príncipe Fae—. Excepto
demostrar su mala elección en las mujeres.
El gruñido salió de Hunt.
Sabía que se habría ganado un látigo de viento frío de Sandriel si el sonido no
hubiera sido ocultado por los gruñidos de Declan y Ruhn.
Tristan Flynn le gritaba a alguien:
—Vayan a Antigüedades Griffin ahora mismo. Sí, en la Plaza Antigua. No, solo
vayan. Esa es una jodida orden.
Ruhn espetó otra orden al lord Fae, pero Micah comenzó a hablar de nuevo.
—Ciertamente has estado bastante ocupada. —Micah hizo un gesto hacia la
mesa—. ¿Buscando un tecnicismo?
Bryce tragó saliva cuando comenzó a armar un plato para Micah.
—Hunt es mi amigo.
Esos eran… esos eran libros de leyes sobre la mesa. El estómago de Hunt cayó a
sus pies.
—Ah, sí —dijo Micah, recostándose en su silla—. Admiro eso de ti.
—¿Qué mierda está pasando? —espetó Fury.
—Leal hasta la muerte, y más allá —continuó Micah—. Incluso con todas las
pruebas del mundo, todavía no creías que Danika fuera un poco mejor que una puta
adicta a las drogas.
Sabine y varios lobos gruñeron. Hunt escuchó a Amelie Ravenscroft decirle a
Sabine:
—Deberíamos enviar una manada de lobos.
—Todas las manadas principales están aquí —murmuró Sabine, con los ojos
fijos en la pantalla—. Todas las fuerzas de seguridad principales están aquí. Solo dejé
unas cuantas atrás.
Pero como una cerilla encendida, todo el semblante de Bryce cambió. El miedo
se convirtió en ira brillante y aguda. Hunt normalmente se emociona al ver esa
mirada ardiente. Pero no ahora.
Usa tu jodida cabeza, le rogó a ella en silencio. Sé inteligente.
Bryce dejó que el insulto de Micah le pasara por encima, inspeccionando el plato
de queso y uvas que estaba preparando.
—¿Quién sabe cuál es la verdad? —preguntó ella suavemente.
—Los filósofos en esta biblioteca ciertamente tenían opiniones al respecto.
—¿Sobre Danika?
—No te hagas la tonta. —La sonrisa de Micah se ensanchó. Hizo un gesto hacia
los libros que los rodeaban—. ¿Sabes que tener estos volúmenes te da un boleto de
ida para la ejecución?
—Parece mucho alboroto por unos libros.
—Humanos murieron por estos libros —ronroneó Micah, señalando los
estantes que se alzaban a su alrededor—. Títulos prohibidos, si no me equivoco, se
supone que muchos de esos solo existen en los Archivos de los Asteri. Evolución,
matemáticas, teorías para refutar la superioridad de los Vanir y los Asteri. La gente
dice que algunos de esos filósofos existieron antes de la llegada de los Asteri. —Él
soltó una risa suave y horrible—. Mentirosos y herejes, que admitieron que estaban
equivocados cuando los Asteri los torturaron por la verdad. Fueron quemados vivos
con los trabajos heréticos utilizados como leña. Y, sin embargo, aquí sobreviven.
Todo el conocimiento del mundo antiguo. De un mundo antes de los Asteri. Y teorías
de un mundo en el que los Vanir no son tus amos.
—Interesante —dijo Bryce. Ella todavía no se giraba para mirarlo.
—¿Qué hay exactamente en esa biblioteca? —dijo Ruhn a Jesiba.
Jesiba no dijo nada. Absolutamente nada. Sin embargo, sus ojos grises
prometían una muerte fría.
Micah continuó, sin darse cuenta, respondiendo a la pregunta del príncipe.
—¿Sabes de qué estás rodeada, Bryce Quinlan? Esta es la Gran Biblioteca de
Parthos.
Las palabras resonaron por la habitación. Jesiba se negó a abrir la boca.
Bryce, para su crédito, dijo:
—Suena como un montón de basura de teorías de conspiración. Parthos es un
cuento antes de dormir para los humanos.
Micah se rio entre dientes.
—Dice la hembra con el amuleto Arcano alrededor de su cuello. El amuleto de
las sacerdotisas que una vez sirvieron y protegieron a Parthos. Creo que sabes lo
que hay aquí, que pasas tus días en medio de todo lo que queda de la biblioteca
después de que la mayor parte fuera quemada en manos de los Vanir hace quince
mil años.
El estómago de Hunt se revolvió. Él podría haber jurado que una brisa fría salió
de Jesiba.
Micah continuó hablando distraídamente.
»¿Sabías que, durante las Primeras Guerras, cuando los Asteri dieron la orden,
fue en Parthos donde un ejército humano condenado se posicionó definitivamente
contra los Vanir? Para guardar pruebas de lo que eran antes de que abrieran las
Grietas, para guardar los libros. Cien mil humanos marcharon ese día sabiendo que
morirían y perderían la guerra. —La sonrisa de Micah creció—. Todo para ganar
tiempo a las sacerdotisas para que tomaran los volúmenes más vitales. Los cargaron
en barcos y desaparecieron. Tengo curiosidad por saber cómo aterrizaron con Jesiba
Roga.
La hechicera que observaba cómo se desarrollaba su verdad en las pantallas
seguía sin hablar. Sin reconocer lo que se había sugerido. ¿Tenía algo que ver con
por qué había dejado a las brujas? ¿O por qué se había unido al InfraRey?
Micah se reclinó en su asiento, sus alas crujieron.
—Hace tiempo que sospecho que los restos de Parthos fueron alojados aquí, un
registro de dos mil años de conocimiento humano antes de que llegaran los Asteri.
Eché un vistazo a algunos de los títulos en los estantes y supe que era cierto.
Nadie parpadeó cuando se dijo la verdad. Pero Jesiba señaló las pantallas y le
dijo a Tristan Flynn, a Sabine, con voz temblorosa:
—Dile al Aux que mueva sus jodidos traseros. Protejan esos libros. Se los ruego.
Hunt apretó los dientes. Por supuesto, los libros eran más importantes para ella
que Bryce.
—El Auxiliado no hará tal cosa —dijo Sandriel con frialdad. Ella le sonrió a
Jesiba cuando la hembra se puso rígida—. Y lo que sea que Micah tenga en mente
para tu pequeña asistente se verá suave en comparación con lo que los Asteri te
harán a ti por guardar esa basura mentirosa...
Pero Bryce levantó la bandeja de queso y la copa de vino.
—Mira, solo trabajo aquí, Gobernador.
Ella por fin enfrentó a Micah. Llevaba ropa deportiva: leggins y una camiseta
blanca manga larga. Sus zapatillas de color rosa neón brillaban como la luz de la
tenue biblioteca.
—Sal de ahí —instó Flynn a la pantalla, como si Bryce pudiera escucharlo—. Sal
jodidamente de ahí, Bryce.
Sandriel fulminó con la mirada al guerrero Fae.
—¿Te atreves a acusar a un Gobernador de juego sucio? —Pero la duda brilló
en los ojos de ella.
El lord Fae la ignoró, sus ojos nuevamente en la pantalla.
Hunt no podía moverse. No cuando Bryce dejó la bandeja con queso, y el vino, y
le dijo a Micah:
—Viniste a buscarme y aquí estoy. —Una media sonrisa—. Esa Cumbre debe
haber sido un verdadero aburrimiento. —Ella cruzó los brazos a la espalda, el
retrato de la casualidad. Ella guiñó un ojo—. ¿Vas a invitarme a salir otra vez?
Micah no vio el ángulo de la segunda pantalla que Declan sacó, cómo los dedos
de ella comenzaron a moverse detrás de su espalda. Apuntando a las escaleras. Una
orden silenciosa y frenética para que Lehabah y Syrinx huyeran. Ninguno de los dos
se movió.
—Como me dijiste una vez —respondió Micah suavemente—, no estoy
interesado.
—Qué mal. —El silencio palpitaba en la sala de conferencias.
Bryce volvió a hacer gestos a sus espaldas, sus dedos temblaban ahora. Por
favor, esas manos parecían decir. Por favor, váyanse de aquí. Mientras él está
distraído conmigo.
—Toma asiento —dijo Micah, señalando la silla al otro lado de la mesa—. Bien
podríamos ser civilizados al respecto.
Bryce obedeció, batiendo las pestañas.
—¿Sobre qué?
—Sobre tú dándome el Cuerno de Luna.
77
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

Bryce sabía que había pocas posibilidades de que esto terminara bien.
Pero si Jesiba hubiera visto sus mensajes, tal vez no sería en vano. Quizás todos
sabrían lo que le había pasado. Tal vez podrían salvar los libros, si los hechizos
protectores sobre ellos resistieran la ira de un Arcángel. Incluso si los
encantamientos de la galería no lo hubieran hecho.
—No tengo idea de dónde está el Cuerno —dijo Bryce suavemente a Micah.
Su sonrisa no vaciló.
—Inténtalo de nuevo.
—¿No tengo idea de dónde está el Cuerno, Gobernador?
Él apoyó sus poderosos antebrazos sobre la mesa.
—¿Quieres saber lo que pienso?
—No, ¿pero me vas a decir de todos modos? —Su corazón se aceleró.
Micah se rio entre dientes.
—Creo que lo descubriste. Probablemente al mismo momento que yo hace unos
días.
—Estoy halagada de que creas que soy tan lista.
—No tú. —Otra risa fría—. Danika Fendyr fue la inteligente. Ella robó el Cuerno
del templo, y la conociste lo suficiente como para finalmente darte cuenta de lo que
hizo con él.
—¿Por qué Danika querría el Cuerno? —preguntó Bryce inocentemente—. Está
roto.
—Está agrietado. Y supongo que ya sabes qué podría repararlo. —Su corazón
tronó cuando Micah gruñó—: Sinte.
Ella se puso de pie, sus rodillas temblaron solo un poco.
—Gobernador o no, esto es propiedad privada. Si quieres quemarme en la
hoguera con todos estos libros, necesitarás una orden judicial.
Bryce llegó a los escalones. Sin embargo, Syrinx y Lehabah no se habían movido.
—Entrégame el cuerno.
—Te lo dije, no sé dónde está.
Ella puso un pie en los escalones, y luego Micah estaba allí, su mano en el cuello
de su camisa.
—No mientas —siseó él.

Hunt se tambaleó todo un paso por las escaleras antes de que Sandriel lo
detuviera, su viento empujándolo contra la pared. Se deslizó por su garganta,
apretando sus cuerdas vocales. Haciéndolo callar para ver lo que se desarrollaba en
las pantallas.
Micah gruñó al oído de Bryce, más animal que ángel.
—¿Quieres saber cómo lo descubrí?
Ella tembló cuando el Gobernador pasó una mano posesiva por la curva de su
espalda.
Hunt vio rojo ante ese toque, la autoridad en él, el puro temor que ensanchó los
ojos de ella.
Bryce no era lo suficientemente estúpida como para intentar huir mientras
Micah le recorría la espalda con los dedos, con intención de cada toque.
La mandíbula de Hunt se apretó con tanta fuerza que le dolió, su aliento salió en
grandes bocanadas. Lo mataría. Encontraría una manera de liberarse de Sandriel y
mataría a Micah por ese toque…
Micah arrastró sus dedos sobre la delicada cadena de su collar. Uno nuevo, se
dio cuenta Hunt.
—Vi las imágenes tuyas en el vestíbulo del Comitium —ronroneó Micah, sin
darse cuenta de la cámara a solo unos metros de distancia—. Le diste tu amuleto
Arcano a Sandriel. Y ella lo destruyó. —Su amplia mano se cerró alrededor de su
cuello, y Bryce cerró los ojos con fuerza—. Así fue cómo me di cuenta. Cómo tú te
diste cuenta de la verdad también.
—No sé de qué estás hablando —susurró Bryce.
La mano de Micah se apretó, y bien podría haber sido su mano sobre la garganta
de Hunt por toda la dificultad que él tenía para respirar.
—Durante tres años, usaste ese amuleto. Todos los días, cada hora. Danika lo
sabía. También sabía que no tenías ambición y que nunca tendrías el impulso de
dejar este trabajo. Y nunca te quitaste el amuleto.
—Estás loco. —Bryce logró decir.
—¿Lo estoy? Entonces explícame por qué, casi una hora después de que te
quitaras el amuleto, ese demonio kristallos te atacó.
La cabeza se quedó quieto. ¿Un demonio la había atacado ese día? Encontró la
mirada de Ruhn, y el príncipe asintió, su rostro mortalmente pálido.
Llegamos a ella a tiempo, fue todo lo que Danaan le dijo mentalmente.
—¿Mala suerte? —dijo Bryce.
Micah no sonrió, su mano todavía estaba apretada en su cuello.
—No solo tienes el Cuerno. Eres el cuerno. —Su mano nuevamente recorrió la
espalda de ella—. Te convertiste en su portador la noche en que Danika lo molió en
un polvo fino, lo mezcló con tinta de bruja y luego te emborrachaste tanto que no
hiciste preguntas cuando te lo tatuó en la espalda.
—¿Qué? —espetó Fury Axtar.
Santos jodidos dioses. Hunt descubrió los dientes, todavía no podía hablar.
Pero Bryce dijo:
—Tan genial como suena eso, Gobernador, este tatuaje dice...
—El lenguaje está más allá del de este mundo. Es el lenguaje de los universos. Y
habla una orden directa para activar el Cuerno a través de una explosión de poder
puro sobre el tatuaje. Tal como lo hizo una vez el Príncipe Nacido de la Estrella.
Puede que no poseas sus dones como tu hermano, pero creo que tu línea de sangre
y el sinte lo compensarán cuando use mi poder sobre ti. Para llenar el tatuaje, para
llenarte, con poder que es, en esencia, tocar el Cuerno.
Las fosas nasales de Bryce se dilataron.
—Chúpame la polla, imbécil. —Ella echó la cabeza hacia atrás lo suficientemente
rápido como para que ni siquiera Micah pudiera detener la colisión de su cráneo con
su nariz. Él tropezó, dándole tiempo para retorcerse y huir…
Pero su mano no la soltó.
Y con un empujón, su camisa desgarrándose de su espalda, Micah la arrojó al
suelo.
El grito de Hunt se alojó en su garganta, pero el de Ruhn resonó por la sala de
conferencias cuando Bryce se deslizó por la alfombra.
Lehabah gritó cuando Syrinx rugió, y Bryce logró decir:
—Escóndanse.
Pero el Arcángel se detuvo, observando a la mujer tendida en el suelo delante
de él.
El tatuaje en su espalda. El cuerno de Luna en su tinta oscura.
Bryce se puso de pie, como si hubiera un lugar a donde ir, un lugar donde
esconderse del Gobernador y su terrible poder. Ella cruzó la habitación, subió los
escalones hasta el entrepiso…
Micah se movió rápido como el viento. Envolvió una mano alrededor de su
tobillo y la arrojó a través de la habitación.
El grito de Bryce cuando chocó con la mesa de madera y se hizo añicos debajo
de ella fue el peor sonido que Hunt había escuchado.
Ruhn respiró.
—La va a matar.
Bryce se arrastró hacia atrás a través de los escombros de la mesa, la sangre
corría de su boca mientras le susurraba a Micah:
—Tú mataste a Danika y a la manada.
Micah sonrió.
—Disfruté cada segundo.
La sala de conferencias se sacudió. O tal vez solo era Hunt.
Y entonces el Arcángel se apoderó de ella, y Hunt no podía soportarlo, verlo
agarrar a Bryce por el cuello y arrojarla de nuevo al otro lado de la habitación, hacia
esos estantes.
—¿Dónde está el maldito Aux? —gritó Ruhn a Flynn. A Sabine
Pero sus ojos estaban muy abiertos. Aturdidos.
Muy lentamente, Bryce se arrastró hacia atrás, subió las escaleras del entrepiso
nuevamente, arañando los libros para levantarse. Una herida brotaba sangre sobre
sus leggins, un hueso reluciente debajo de un fragmento de madera que sobresalía.
Ella jadeó, medio sollozando.
—¿Por qué?
Lehabah se arrastró hasta la puerta de metal del baño en la parte trasera de la
biblioteca y logró abrirla, como si le indicara en silencio a Bryce que llegara, para
que pudieran encerrarse hasta que llegara la ayuda.
—¿Te enteraste, en toda tu investigación, que soy un inversionista en Industrias
Redner? ¿Que tengo acceso a todos sus experimentos?
—Oh, mierda —dijo Isaiah desde el otro lado del pozo.
—¿Y alguna vez supiste —continuó Micah—, lo que Danika hizo por Industrias
Redner?
Bryce todavía se arrastraba escaleras arriba. Sin embargo, no había a dónde ir.
—Ella hizo trabajo de seguridad a tiempo parcial.
—¿Eso fue lo que ella te dijo? —Él sonrió de lado—. Danika localizaba gente que
Redner quería que ella encontrara. Gente que no quería ser encontrada. Incluyendo
un grupo de rebeldes de Ophion que habían estado experimentando con una
fórmula de magia sintética, para ayudar en la traición de los humanos. Indagaron en
historia olvidada hace mucho tiempo y aprendieron que el veneno de los demonios
kristallos anulaba la magia, nuestra magia. Entonces, estos rebeldes inteligentes
decidieron investigar por qué, aislando las proteínas de ese veneno. La fuente de la
magia. Los espías humanos de Redner lo alertaron, y Danika traía la investigación y
las personas detrás de ella.
Bryce contuvo el aliento, aun lentamente arrastrándose hacia arriba. Nadie
habló en la sala de conferencias cuando ella dijo:
—Los Asteri no aprueban la magia sintética. ¿Cómo se las arregló Redner para
hacer la investigación al respecto?
Hunt se sacudió. Ella se estaba comprando tiempo.
Micah parecía muy feliz de complacerla.
—Porque Redner sabía que los Asteri cerrarían cualquier investigación de
magia sintética, que yo cerraría sus experimentos, hicieron ver los experimentos del
sinte como una droga para curación. Redner me invitó a invertir. Las primeras
pruebas fueron un éxito: con eso, los humanos podían sanar más rápido que con
cualquier medwitch o poder Fae. Pero las pruebas después de esas no salieron según
el plan. Los Vanir, supimos, se volvían locos cuando se les administraba. Y los
humanos que tomaban demasiado sinte... oh, bueno. Danika usó su autorización de
seguridad para robar imágenes de las pruebas, y sospecho que ella te las dejó, ¿no?
Solas ardiente. Arriba y arriba, Bryce se arrastró a lo largo de las escaleras, con
los dedos arañando esos libros antiguos y preciosos.
—¿Cómo se enteró ella de lo que estabas haciendo realmente?
—Ella siempre metía la nariz donde no debía. Siempre queriendo proteger a los
sumisos.
—De monstruos como tú —escupió Bryce, aun avanzando lentamente. Todavía
se estaba comprando tiempo.
La sonrisa de Micah fue horrible.
—Ella no ocultó que estaba pendiente de las pruebas con el sinte, porque estaba
ansiosa por encontrar una manera de ayudar a su amiga débil, vulnerable y mitad
humana. Tú, que no heredarías ningún poder, se preguntó si podría darte una
oportunidad de luchar contra los depredadores que gobiernan este mundo. Y
cuando vio los horrores que podía provocar el sinte, se preocupó por los sujetos de
prueba. Se preocupó por lo que les haría a los humanos si se filtrara al mundo. Pero
los empleados de Redner dijeron que Danika también tenía su propia investigación.
Nadie sabía qué era, pero ella pasaba tiempo en sus laboratorios fuera de sus
propios horarios.
Todo tenía que estar en la memoria USB que Bryce había encontrado. Hunt rezó
para que ella la hubiera puesto en un lugar seguro. Se preguntó qué otras bombas
podrían estar en ella.
—Ella nunca vendió el sinte en ese barco, ¿verdad? —preguntó ella
—No. En ese momento, me di cuenta de que necesitaba a alguien con acceso al
templo para tomar el Cuerno; yo hubiese sido fácil de notar. Así que cuando ella robó
el video de pruebas con el sinte, tuve la oportunidad de usarla.
Bryce dio otro paso más.
—Tú pusiste el sinte a las calles.
Micah continuó siguiéndola.
—Sí. Sabía que la constante necesidad de Danika de ser la héroe la enviaría a
cazarlo, para salvar a la Chusma de Lunathion de destruirse a sí mismos con él. Ella
consiguió agarrar la mayoría del sinte, pero no todo. Cuando le dije que la había visto
en el río, cuando le dije que nadie creería que la Princesa de las Fiestas estaba
tratando de sacar la droga de las calles, sus manos estaban atadas. Le dije que me
olvidaría de eso si ella me hacía un pequeño favor, justo en el momento indicado.
—Causaste el apagón esa noche que ella robó el Cuerno.
—Lo hice. Pero subestimé a Danika. Había desconfiado de mi interés en el sinte
mucho antes de que lo filtrara a las calles, y cuando la chantajeé para que robara el
Cuerno, ella debió darse cuenta de la conexión entre los dos. Que el Cuerno podría
ser reparado por sinte.
—¿Entonces la mataste por eso? —Otro paso, otra pregunta para comprarse
tiempo.
—La maté porque escondió el Cuerno antes de que pudiera repararlo con el
sinte. Y así ayudar a mi gente.
—Creo que solo tu poder sería suficiente para eso —dijo Bryce, como si
intentara halagarlo para salvarse.
El Arcángel lució realmente triste por un momento.
—Incluso mi poder no es suficiente para ayudarlos. Para mantener la guerra en
las costas de Valbara. Para eso, necesito ayuda más allá de nuestro propio mundo. El
Cuerno abrirá un portal y me permitirá convocar a un ejército para diezmar a los
rebeldes humanos y poner fin a su destrucción sin sentido.
—¿Cuál mundo? —preguntó Bryce, palideciendo—. ¿Hel?
—Hel se resistiría a arrodillarse ante mí. Pero la tradición antigua susurra que
existen otros mundos que se inclinarían ante un poder como el mío... y se inclinarían
ante el Cuerno. —Él sonrió, frío como un pez de aguas profundas—. El que posea el
Cuerno a pleno poder puede hacer cualquier cosa. Quizás establecerse como un
Asteri.
—Su poder es nacido, no hecho —espetó Bryce, incluso cuando su rostro estaba
tan pálido.
—Con el Cuerno, no necesitarías heredar el poder de una estrella para gobernar.
Y los Asteri lo reconocerían. Me darían la bienvenida como uno de ellos. —Otra risa
suave.
—Mataste a esos dos estudiantes de la UCC.
—No. Fueron asesinados por un sátiro con alto contenido de sinte mientras
Danika estaba ocupada robando el Cuerno esa noche. Estoy seguro de que la culpa
se la comió.
Bryce estaba temblando. Hunt también.
—¿Entonces fuiste al departamento y la mataste a ella y a la Manada de
Demonios?
—Esperé hasta que Philip Briggs fue liberado.
—Él tenía la sal negra en su laboratorio que lo incriminaría —murmuró Bryce.
—Sí. Una vez que él estuvo suelto, fui al apartamento de Danika, tu
apartamento, inmovilicé a la Manada de Demonios con mi poder e inyecté el sinte a
ella. Y observé cómo los destrozaba antes de matarse a sí misma.
Bryce estaba llorando en serio ahora.
—Pero ella no te lo dijo. Dónde estaba el Cuerno.
Micah se encogió de hombros.
—Ella aguantó.
—¿Y qué… convocaste al kristallos para cubrir tus huellas? ¿Dejar que te atacara
en el callejón para evitar que tus triarii sospecharan de ti? ¿O simplemente para
darte una razón para controlar este caso tan de cerca sin levantar sospechas? ¿Y
luego esperaste dos jodidos años?
Él frunció el ceño.
—He pasado estos últimos dos años buscando el Cuerno, convocando kristallos
para que lo rastrearan, pero no pude encontrar rastro de él. Hasta que me di cuenta
de que yo no tenía que hacer el trabajo duro. Porque tú, Bryce Quinlan, fuiste la clave
para encontrar el Cuerno. Ya sabía que Danika lo había escondido en alguna parte, y
tú, si te diera una oportunidad de venganza, me llevarías a él. Todo mi poder no pudo
encontrarlo, pero tú… la amabas. Y el poder de tu amor me daría el Cuerno.
Alimentaría tu necesidad de justicia y te llevaría directamente a él. —Micah
resopló—. Pero había una posibilidad de que no llegaras tan lejos, no sola. Así que
planté una semilla en la mente del Rey de Otoño.
Todos en la sala miraron al macho Fae con rostro de piedra.
—Él te usó como un jodido violín —gruñó Ruhn a su padre.
Los ojos ambarinos del Rey de Otoño brillaron con una furia candente. Pero
Micah continuó antes de que él pudiera hablar.
—Sabía que un poco de burla sobre el poder menguante de los Fae, sobre la
pérdida del Cuerno, irritaría su orgullo solo lo suficiente como para ordenarle a su
hijo Nacido de la Estrella que lo buscara.
Bryce dejó escapar un largo suspiro.
—Entonces, si yo no podía encontrarlo, entonces Ruhn podría.
Ruhn parpadeó.
—Yo, cada vez que salía a buscar el Cuerno... —Él palideció—. Siempre tuve la
necesidad de ir a Bryce. —Se giró en su asiento para encontrarse con la mirada de
Hunt y le dijo mentalmente: Pensé que era la galería, algo del conocimiento allí, pero...
mierda, era ella.
Tu conexión de Nacido de la Estrella con ella y el Cuerno debe haber superado
incluso el poder del amuleto Arcano, respondió Hunt. Eso es un gran vínculo, Príncipe.
—¿Invocar al kristallos estos meses? ¿Los asesinatos? —exigió Bryce.
—Invoqué al kristallos para darles un empujón a ustedes dos, para asegurarme
de que se mantuviera lo suficientemente fuera del alcance de la cámara, sabiendo
que su conexión con el Cuerno los conduciría hacia él. Inyectar a Tertian, la acólita y
el guardia del templo con el sinte, dejarlos destrozarse, también fue para incitarlos
a los dos. A Tertian, para darnos la excusa de acudir a ti para esta investigación, y a
los demás para seguir dirigiéndote hacia el Cuerno. Tomé a dos personas del templo
que estaban de guardia la noche que Danika lo robó —dijo Micah arrastrando las
palabras.
—¿Y el bombardeo en el Cuervo Blanco con una imagen del Cuerno en la caja?
¿Otro empujón?
—Sí, y para levantar sospechas de que los humanos estaban detrás de todo.
Planté bombas en toda la ciudad, en lugares donde pensé que irías. Cuando la
ubicación del teléfono de Athalar estuvo en el club, supe que los dioses me estaban
ayudando. Así que la detoné remotamente.
—Pude haber muerto.
—Tal vez. Pero estaba dispuesto a apostar que Athalar te protegería. ¿Y por qué
no causar un poco de caos para provocar más resentimiento entre los humanos y los
Vanir? Solo facilitaría convencer a otros de la sabiduría de mi plan para poner fin a
este conflicto. Especialmente a un costo que la mayoría consideraría demasiado alto.
La cabeza de Hunt se sentía ligera. Nadie en la sala habló.
Bryce desaceleró su retirada mientras hacía una mueca de dolor.
—¿Y el edificio? Pensé que había sido Hunt, pero no fue así, ¿verdad? Fuiste tu.
—Sí. La solicitud de tu arrendador fue a todos mis triarii. Y a mí. Sabía que
Danika no había dejado nada allí. Pero para entonces, Bryce Quinlan, estaba
disfrutando de verte retorcerte. Sabía que el plan de Athalar para adquirir el sinte
pronto quedaría expuesto, y supuse que estarías dispuesta a creer lo peor de él. Que
había usado el rayo en sus venas para poner en peligro a personas inocentes. Es un
asesino. Pensé que podrías necesitar un recordatorio. Que jugara con la culpa de
Athalar fue una bendición inesperada.
Hunt ignoró los ojos que miraban en su dirección. El jodido imbécil nunca había
planeado honrar su trato. Si hubiera resuelto el caso, Micah lo habría matado.
Matado a los dos. Lo habían usado como un jodido tonto.
Bryce preguntó, con voz cruda.
—¿Cuándo comenzaste a pensar que era yo?
—Esa noche que el demonio atacó a Athalar en el jardín. Más tarde me di cuenta
de que probablemente había entrado en contacto con uno de los artículos
personales de Danika, que debió haber estado en contacto con el Cuerno.
Hunt había tocado la chaqueta de cuero de Danika ese día. Sacó su aroma de él.
—Una vez que saqué a Athalar de las calles, volví a convocar al kristallos, y fue
directo a ti. Lo único que había cambiado era que finalmente, finalmente, te quitaste
el amuleto. Y entonces… —Él se rio entre dientes—. Miré las fotos de Hunt Athalar
de su tiempo juntos. Incluyendo esa de tu espalda. El tatuaje que había sido
entintado ahí días antes de la muerte de Danika, según la lista de las últimas
ubicaciones de Danika que Ruhn Danaan te envió a ti y a Athalar, cuya cuenta es
fácilmente accesible para mí.
Los dedos de Bryce se curvaron en la alfombra, como si hubiera brotado garras.
—¿Cómo sabes que el Cuerno funcionará ahora que está en mi espalda?
—La forma física del cuerno no importa. Ya sea que esté diseñado como un
cuerno, un collar o un polvo mezclado con tinta de bruja, su poder es el mismo.
Hunt maldijo en silencio. Él y Bryce nunca habían visitado el salón de tatuajes.
Bryce había dicho que sabía por qué Danika estaba allí.
Micah continuó hablando.
»Danika sabía que el amuleto Arcano te escondería de cualquier detección,
mágica o demoníaca. Con ese amuleto, eras invisible para los kristallos, criados para
cazar el Cuerno. Sospecho que ella sabía que Jesiba Roga tiene encantamientos
similares en esta galería, y tal vez Danika colocó algunos en sus apartamentos, el
antiguo y el que le te dejó, para asegurarse de que estuvieras aún más oculta.
Hunt escaneó las imágenes de la cámara de la galería desde la calle. ¿Dónde
mierda estaba el Aux?
—¿Y pensaste que nadie resolvería esto? ¿Qué hay del testimonio de Briggs? —
escupió Bryce.
—Briggs es un fanático delirante que fue atrapado por Danika antes de un
bombardeo planeado. Nadie escucharía sus súplicas de inocencia. —Especialmente
cuando su abogado había sido provisto por Micah.
Bryce levantó la vista hacia la cámara. Como si estuviera comprobando que
estaba encendida.
—Ella ha estado haciéndolo hablar para obtener una confesión completa —
susurró Sabine
A pesar del terror que apretaba su cuerpo, el orgullo estalló en Hunt.
—Y aquí estamos. —Micah sonrió de nuevo.
—Eres un pedazo de mierda —dijo Bryce.
Pero entonces Micah buscó algo en el bolsillo de su chaqueta. Sacó una jeringa.
Llena de líquido claro.
—Llamarme así no me va a impedir que use el Cuerno.
El aliento de Hunt le atravesó el pecho.
Micah avanzó hacia ella.
»Los restos del Cuerno ahora están incrustados en tu carne. Cuando te inyecte
sinte, las propiedades curativas en él se enfocarán y arreglarán lo que se encuentre
roto. Y el Cuerno volverá a estar completo. Listo para yo saber si funciona.
—Te arriesgarías a abrir un portal a otro jodido mundo en medio de Ciudad
Crescent —escupió ella, avanzando lentamente—. ¿Solo para saber si funciona?
—Si estoy en lo cierto, los beneficios superarán con creces cualquier número de
víctimas —respondió Micah suavemente mientras una gota de líquido brillaba en la
punta de la jeringa—. Lástima que no sobrevivirás a los efectos secundarios del sinte
para verlo por ti misma.
Bryce se lanzó a buscar un libro en un estante bajo a lo largo de las escaleras,
pero Micah la detuvo con una correa de viento.
Su rostro se arrugó cuando el Arcángel se arrodilló sobre ella.
—No.
Esto no pudo suceder; Hunt no podía permitir que esto sucediera.
Pero Bryce no podía hacer nada, Hunt no podía hacer nada, mientras Micah
clavaba la aguja en el muslo de ella. Vaciándola hasta la empuñadura. Ella gritó,
sacudiéndose, pero Micah dio un paso atrás.
Su poder debe haber disminuido su control sobre ella, porque ella se hundió en
los escalones alfombrados.
El bastardo miró el reloj. Evaluando cuánto tiempo quedaba hasta que se
desgarrara a sí misma. Y lentamente, las heridas en su cuerpo maltratado
comenzaron a sanar. Su labio partido se curó por completo, aunque la herida
profunda hasta los huesos en su muslo se unía mucho más lentamente.
Sonriendo, Micah buscó el tatuaje en su espalda expuesta.
—¿Lo hacemos?
Pero Bryce se movió de nuevo, y esta vez el poder de Micah no la atrapó antes
de que ella tomara un libro del estante y lo agarrara con fuerza.
La luz dorada surgió del libro, una burbuja contra la cual la mano de Micah
rebotó. Él empujó. La burbuja no cedería.
Gracias a los dioses Si pudiera comprarse solo unos minutos más hasta que
llegara la ayuda... pero ¿qué podría hacer una manada del Auxiliado contra un
Arcángel? Hunt se tensó contra sus ataduras invisibles. Recorrió su memoria por
cualquier cosa que pudiera hacerse, cualquiera que quedara en esa jodida ciudad
que pudiera ayudarlo...
—Muy bien —dijo Micah, esa sonrisa permaneció en su lugar mientras volvía a
probar la barrera dorada—. Hay otras formas de lograr que cedas.
Bryce estaba temblando en su burbuja dorada. El corazón de Hunt se detuvo
cuando Micah bajó los escalones del entrepiso. Dirigiéndose directamente hacia
donde Syrinx se encogía detrás del sofá.
—No. —Bryce respiró—. No…
La quimera se sacudió y mordió al Arcángel, quien lo agarró por el cuello.
Bryce dejó caer el libro. La burbuja dorada se desvaneció. Pero cuando ella trató
de levantarse sobre su pierna que aún estaba sanando, se derrumbó. Incluso el sinte
no pudo sanarla lo suficientemente rápido como para soportar peso.
Micah estaba moviendo a Syrinx. Hacia el tanque.
—POR FAVOR —gritó Bryce. De nuevo, ella trató de moverse. Otra vez, otra vez,
otra vez.
Pero Micah ni siquiera titubeó cuando abrió la puerta de las pequeñas escaleras
que conducían a la parte superior del tanque del nøkk. Los gritos de Bryce fueron
interminables.
Declan cambió el video a una cámara encima del tanque, justo cuando Micah
abrió la escotilla de alimentación. Y arrojó Syrinx al agua.
78
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

Él no podía nadar.
Syrinx no podía nadar. No tenía ninguna posibilidad de salir, liberarse del
nøkk...
Desde su ángulo inferior, Bryce solo podía vislumbrar el fondo de las frenéticas
y desesperadas piernas de Syrinx mientras luchaba por mantenerse en la superficie.
Ella dejó caer el libro, la burbuja dorada se rompió e intentó ponerse de pie.
Micah bajó de la escalera del tanque. Su poder la golpeó un momento después.
La giró, sujetándola boca abajo en las escaleras alfombradas. Exponiéndola a él.
Ella se retorció, el dolor menguante en su pierna secundario al entumecimiento
hormigueante arrastrándose por su sangre. Syrinx se estaba ahogando, él estaba...
Micah se cernía sobre ella. Estiró el brazo hacia el estante. Sus hormigueantes
dedos rozaron los títulos. En el Número Divino; La Muerte Caminante; El Libro de los
Respiros; La Reina con Muchas Caras…
Syrinx estaba golpeando y golpeando, todavía luchando tan duro...
Y luego Micah envió una explosión de llamas al rojo vivo directamente a su
espalda. Al Cuerno.
Ella gritó, incluso cuando el fuego no ardía, sino que fue absorbido por la tinta,
la energía bruta la llenó, la llama se convirtió en hielo y se rompió en su sangre como
glaciares cambiantes.
El aire en la habitación parecía absorberse a sí mismo, más y más y más y más...
Se expulsó hacia afuera en una violenta onda. Bryce gritó, la escarcha en sus
venas chisporroteaba en una agonía ardiente. Arriba, el vidrio se rompió. Y entonces
nada.
Nada. Ella se estremeció en el suelo, hormigueante hielo y llamas ardientes
recorriéndola.
Micah miró a su alrededor. Esperado.
Bryce apenas podía respirar, temblando mientras esperaba que se abriera un
portal, que apareciera algún agujero en otro mundo. Pero no ocurrió nada.
La decepción parpadeó en los ojos de Micah antes de decir:
—Interesante.
La palabra le dijo lo suficiente: volvería a intentarlo. Y otra vez. No importaría
si estaba viva o era un montón de pulpa autodestruida. Su cuerpo aún llevaría la
tinta del Cuerno, el mismísimo Cuerno. Él se arrastraría con su cadáver si fuera
necesario hasta que encontrara la manera de abrir un portal a otro mundo.
Ella lo había descubierto en las horas posteriores al ataque de los kristallos en
el muelle, cuando se había visto en el espejo. Y comenzó a sospechar que el tatuaje
en su espalda no estaba en ningún alfabeto que ella conociera porque no era un
alfabeto. No uno de Midgard. Había vuelto a mirar todos los lugares que Danika
había visitado la semana pasada, y vio que solo la tienda de tatuajes había quedado
sin revisar. Entonces se dio cuenta de que el amuleto había desaparecido y había
sido atacada. Al igual que Hunt había sido atacado por el kristallos en el parque,
después de tocar la chaqueta de Danika en la galería. Llena del aroma de Danika,
impregnada del Cuerno.
Bryce se esforzó, empujándose contra el agarre invisible del poder de Micah.
Los dedos de ella rozaron un lomo de libro púrpura oscuro.
Syrinx, Syrinx, Syrinx…
—Quizás tallar el Cuerno de ti sea más efectivo —murmuró Micah. Un cuchillo
zumbó libre de la vaina en su muslo—. Me temo que esto dolerá.
El dedo de Bryce se enganchó en el borde de la columna del libro. Por favor.
No se movió. Micah se arrodilló sobre ella.
Por favor, le rogó al libro. Por favor.
Se deslizó hacia sus dedos.
Bryce sacó el libro de su estante y abrió las páginas.
Una luz verdosa salió de él. Justo al pecho de Micah.
Lo envió disparado volando al otro lado de la biblioteca, justo a la entrada
abierta al baño.
Hacia donde Lehabah esperaba en las sombras de la puerta del baño, un
pequeño libro en sus propias manos, cuyas páginas abrió para desatar otra
explosión de poder contra la puerta, impulsando el cierre.
El poder del libro siseó sobre la puerta del baño, sellándola bien. Encerrando al
Arcángel adentro.

Ruhn no se había despertado esta mañana esperando ver morir a su hermana.


Y su padre... el padre de Ruhn no dijo nada ante el horror que desarrollándose
frente a él.
Durante tres latidos, Bryce se tumbó en los escalones mientras lo último de su
pierna se unía, mientras miraba la puerta cerrada del baño. Podría haber sido
divertido, la idea de encerrar a algo cerca de ser un dios dentro de un baño, si no
hubiera sido tan jodidamente aterrador.
Una voz estrangulada gruñó detrás de Ruhn.
—Ayúdala.
Hunt. Los músculos de su cuello estaban tensos, luchando contra el agarre de
Sandriel sobre él. De hecho, los ojos de Hunt estaban puestos en Sandriel mientras
él gruñía.
—Ayúdala.
La puerta metálica del baño, incluso con el poder del libro sellándola, no
aguantaría a Micah por mucho tiempo. Minutos, como mucho. Y el sinte en el sistema
de Bryce... ¿cuánto tiempo tenía hasta que se convirtiera en pulpa ensangrentada?
Lehabah corrió hacia Bryce justo cuando Hunt volvió a gruñirle a Sandriel:
—Ve a detenerlo.
No importaba que incluso a velocidades angelicales, Sandriel tardaría una hora
en volar allí. Treinta minutos en helicóptero.
Un sonido ahogado llenó el aire cuando Sandriel se aferró a su poder,
silenciando la voz de Hunt.
—Este es el territorio de Micah. No tengo la autoridad para intervenir en sus
asuntos.
—Vete. A. La. Mierda. —Athalar se las arregló para salir, con los ojos oscuros
ardiendo.
Todos los triarii de Sandriel fijaron su atención letal en Hunt. Sin embargo, a él
no parecía importarle una mierda. No mientras Bryce jadeaba a Lehabah:
—Enciende la alimentación del tanque.
La herida abierta en su muslo finalmente se cerró gracias al sinte en su sangre.
Y luego Bryce estaba en marcha.
La puerta del baño se estremeció. Ella ni siquiera miró hacia atrás mientras
corría, todavía cojeando, hacia las escaleras del tanque. Ella agarró un cuchillo del
suelo. El cuchillo de Micah.
Ruhn tuvo que recordarse a sí mismo respirar cuando Bryce bajó las escaleras,
arrancando un trozo de su camisa rota y envolviéndola alrededor de su muslo para
atarse el cuchillo. Una vaina improvisada.
Declan cambió el video a la pequeña cámara encima del tanque, el agua
salpicaba el suelo. Un cuadrado de metro y medio en el centro se abría hacia la
penumbra, la pequeña plataforma en una cadena anclada a la parte superior del
tanque. Lehabah flotaba en los controles.
—No lo está atacando —lloró la duendecilla—. Syrie está quito, está muerto...
Bryce se arrodilló y comenzó a respirar rápida y profundamente. Rápido,
rápido, rápido…
—¿Qué está haciendo ella? —preguntó la Reina Hypaxia.
—Está hiperventilando —murmuró Tharion—. Para obtener más aire en sus
pulmones.
—Bryce —suplicó Lehabah—. Es un…
Pero entonces Bryce contuvo un último y poderoso aliento y se sumergió bajo
la superficie.
En la guarida del nøkk. La plataforma de alimentación cayó con ella, la cadena
se deshizo en la penumbra, y cuando pasó junto a Bryce, ella agarró los eslabones de
hierro, nadando hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo...
Bryce no tenía magia. Sin fuerza ni inmortalidad para protegerla. No contra el
nøkk en el tanque con ella; no contra el Arcángel, probablemente a solo un minuto
de romper la puerta del baño. No contra el sinte que la destruiría si lo demás no lo
hacía.
Su hermana, su descarada y salvaje hermana, sabía todo eso y aun así fue a
salvar a su amigo.
—Es su Ordeal —murmuró Flynn—. Ese es su jodido Ordeal.
79
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

El agua helada amenazaba con arrebatarle el precioso aliento de sus pulmones.


Bryce se negó a pensar en el frío, en el dolor persistente en su pierna curada, en
los dos monstruos en esta biblioteca con ella. Uno, al menos, había sido contenido
detrás de la puerta del baño.
El otro…
Bryce mantuvo su atención en Syrinx, negándose a dejar que su terror se
apoderara de ella, que le quitara el aliento cuando llegó al cuerpo inerte de la
quimera.
Ella no aceptaría esto. Ni por un segundo.
Sus pulmones comenzaron a arder, una opresión creciente contra la que luchó
mientras llevaba a Syrinx de regreso a la plataforma de alimentación, su línea de
vida para salir del agua, lejos del nøkk. Sus dedos se engancharon en los eslabones
de la cadena cuando la plataforma se elevó hacia la superficie.
Con los pulmones apretados, Bryce sostuvo a Syrinx en la plataforma, dejando
que los impulsara hacia arriba, hacia arriba…
Desde las sombras de las rocas en el fondo, el nøkk estalló. Y estaba sonriendo.
El nøkk sabía que ella vendría por Syrinx. La había estado observando en la
biblioteca durante semanas.
Pero la plataforma de alimentación rompió la superficie, Bryce con ella, y ella
jadeó aire dulce y salvador de vidas mientras lanzaba Syrinx por el borde y jadeaba
hacia Lehabah.
—Haz compresiones en su pech…
Las manos con garras se envolvieron alrededor de sus tobillos, cortando su piel
mientras la arrastraban de regreso. Su frente se estrelló contra el borde de metal de
la plataforma antes de que el agua fría la tragara una vez más.

Hunt no podía respirar cuando el nøkk estrelló a Bryce contra el vidrio del
tanque con tanta fuerza que se agrietó.
El impacto la sacó de su aturdido estupor, justo cuando el nøkk le golpeó el
rostro.
Ella esquivó a la izquierda, pero todavía tenía sus garras en los hombros,
cortándole la piel. Ella se estiró para agarrar el cuchillo que había atado a su muslo…
El nøkk le quitó el cuchillo de las manos y lo arrojó a la penumbra acuosa.
Esto era todo. Así era como ella moriría. No por la mano de Micah, no por el sinte
en su cuerpo, sino al ser destrozada por el nøkk.
Hunt no podía hacer nada, nada, nada, cuando el nøkk de nuevo golpeó el rostro
de ella…
Bryce se movió de nuevo. Lanzándose no en busca de un arma oculta, sino por
otro tipo de ataque.
Golpeó su mano derecha en el abdomen bajo del nøkk y cavó dentro del pliegue
frontal casi invisible. Sucedió tan rápido que Hunt no estaba seguro de lo que ella
había hecho. Hasta que ella retorció su muñeca y el nøkk se arqueó de dolor.
Las burbujas se filtraron de la boca de Bryce cuando ella le retorció las bolas
con más fuerza…
Cada macho en el Foso se estremeció.
El nøkk la soltó, cayendo hacia el fondo. Era la apertura que Bryce necesitaba.
Ella retrocedió contra el cristal roto, apoyó las piernas y empujó.
Se lanzó hacia las amplias aguas. La sangre de la herida de su cabeza fluyó a su
paso, incluso cuando el sinte curó la herida y evitó que el golpe la dejara
inconsciente.
La plataforma volvió a caer al agua. Lehabah la había enviado. Una línea de vida
final. Bryce dio una patada de delfín con los brazos apuntando frente a ella. La sangre
se arremolinaba con cada movimiento ondulante.
En el fondo rocoso del tanque, el nøkk se había recuperado, y ahora mostró los
dientes a la hembra que huía. Ira fundida brillaba en sus ojos lechosos.
—Sigue nadando, Bryce —gruñó Tharion—. No mires atrás.
La plataforma alcanzó su nivel más bajo. Bryce nadó con los dientes apretados.
El instinto de respirar tenía que ser horrible.
Vamos, rezó Hunt. Vamos.
Los dedos de Bryce se envolvieron alrededor de la parte inferior de la
plataforma. Luego el borde. El nøkk cargó desde las profundidades, furia y muerte
ardiendo en su monstruoso rostro.
—No te detengas, Bryce —advirtió Fury Axtar en la pantalla.
Bryce no lo hizo. Mano a mano, trepó la cadena ascendente, luchando con cada
pie moviéndola hacia la superficie.
A tres metros de la superficie. El nøkk se lanzó hacia la base de la plataforma.
A metro y medio. El nøkk subió por la cadena, acercándose los talones de ella.
Bryce salió a la superficie con un jadeo, sus brazos agarrando lo que fuera,
arrastrándose, arrastrándose…
Ella sacó su pecho. Su estómago. Sus piernas.
Las manos del nøkk salieron del agua, estirándose a por ella.
Pero Bryce había salido de su alcance. Y ahora jadeaba, goteando agua en el piso.
Su cabeza curada sin rastro de daño.
El nøkk, incapaz de soportar el toque del aire, cayó debajo de la superficie justo
cuando la plataforma de alimentación se detuvo, sellando el acceso al agua.
—Jodido Hel —susurró Fury, pasando sus manos temblorosas sobre su
rostro—. Jodido Hel.
Bryce corrió hacia un Syrinx que no respondía y le preguntó a Lehabah:
—¿Nada?
—No, está…
Bryce comenzó las compresiones en su pecho, dos dedos en el centro del pecho
empapado de la quimera. Ella cerró la mandíbula de él y sopló en sus fosas nasales.
Lo hizo de nuevo. De nuevo. De nuevo.
Ella no hablo. No le rogó a ninguno de los dioses mientras intentaba resucitarlo.
En una pantalla que tenía un video del otro lado de la habitación, la puerta del
baño crujió bajo los golpes de Micah. Ella tenía que salir de ahí. Tenía que correr
ahora, o la romperían hasta ser fragmentos de hueso…
Bryce se quedó. Seguí luchando por la vida de la quimera.
—¿Puedes hablar a través del audio? —preguntó Ruhn a Declan y Jesiba—.
¿Puedes comunicarnos con ella? —Señaló la pantalla—. Díganle que se vaya
jodidamente de ahí.
Jesiba habló en voz baja, con el rostro ceniciento.
—Es solo unidireccional.
Bryce mantuvo las compresiones en el pecho de Syrinx, su cabello empapado
goteaba, su piel era azulada bajo la luz del tanque, como si fuera un cadáver. Y luego
arañó su espalda, cubierta solo por su sostén deportivo negro. El Cuerno.
Incluso si saliera de la galería, si de alguna manera sobreviviera al sinte, Micah...
Syrinx se sacudió, vomitando agua. Bryce dejó escapar un sollozo, pero le dio la
vuelta a la quimera, dejándolo toser. Él medio convulsionó, vomitando agua de
nuevo, jadeando con cada respiración.
Lehabah había arrastrado una camisa por los escalones desde uno de los
cajones del escritorio. Se la entregó y Bryce la cambió por su camisa arruinada antes
de recoger al todavía débil Syrinx en sus brazos e intentar ponerse de pie.
Ella gimió de dolor, casi dejando caer Syrinx mientras su pierna soltaba sangre
en el agua debajo.
Hunt había estado tan concentrado en la herida en la cabeza que no había visto
al nøkk cortarle la pantorrilla, donde la carne visible a través de sus leggins estaba
medio desmenuzada.
Todavía sanando lentamente. El nøkk debe haber clavado sus garras hasta el
hueso si la lesión era tan severa que el sinte todavía lo estaba uniendo.
—Tenemos que correr. Ahora. Antes de que él salga —dijo Bryce. No esperó a
que Lehabah respondiera mientras lograba ponerse de pie, cargando Syrinx.
Ella cojeaba… muy mal. Y se movió muy, muy lentamente hacia las escaleras.
La puerta del baño se calentó de nuevo, el metal al rojo vivo cuando Micah
intentó derretirla.
Bryce jadeó entre dientes, un siseo salía con cada paso. Tratando de dominar el
dolor que el sinte aún no había quitado. Tratando de arrastrar una quimera de trece
kilos con una pierna destrozada.
La puerta del baño pulsaba con luz, chispas volando de sus grietas. Bryce llegó
a la biblioteca, dio un paso cojeando hacia las escaleras principales hasta la sala de
exposición y gimió.
—Déjalo —gruñó el Rey de Otoño—. Deja la quimera.
Hunt sabía, incluso antes de que Bryce diera otro paso, que no lo haría. Que
preferiría que un Arcángel le desollara la espalda antes que dejar atrás a Syrinx. Y
pudo ver que Lehabah también lo sabía.

Bryce estaba a un tercio de las escaleras, con chispas volando desde la puerta
del baño al otro lado de la biblioteca detrás de ellos, cuando se dio cuenta de que
Lehabah no estaba con ella.
Bryce se detuvo, jadeando por el dolor en su pantorrilla que incluso el sinte no
podía opacar, y miró hacia la base de las escaleras de la biblioteca.
—Olvida los libros, Lehabah —suplicó ella.
Si sobrevivían, mataría a Jesiba por hacer dudar a la duendecilla. La mataría.
Sin embargo, Lehabah no se movió.
»Lehabah —dijo Bryce, su nombre era una orden.
—No llegarás a tiempo, BB —dijo Lehabah suavemente, tristemente.
Bryce dio un paso adelante, el dolor le ardía en la pantorrilla. Cada movimiento
seguía abriéndola, una batalla cuesta arriba contra el sinte que intentaba curarla.
Antes de que destrozara su cordura. Se tragó el grito y dijo:
—Tenemos que intentarlo.
—No nosotros —susurró Lehabah—. Tú.
Bryce sintió que su rostro se drenaba de cualquier color restante.
—No puedes. —Su voz se quebró.
—Sí puedo —dijo Lehabah—. Los encantamientos no lo retendrán por mucho
más tiempo. Déjame comprarte tiempo.
Bryce siguió moviéndose, apretando los dientes.
—Podemos resolver esto. Podemos salir juntos...
—No.
Bryce miró hacia atrás para encontrar a Lehabah sonriendo suavemente.
Todavía en la base de las escaleras.
—Déjame hacer esto por ti, BB. Por ti y por Syrinx.
Bryce no pudo evitar el sollozo que se le escapó.
—Eres libre, Lehabah.
Las palabras recorrieron la biblioteca mientras Bryce lloraba.
»Cambié tu libertad con Jesiba la semana pasada. Tengo los papeles en mi
escritorio. Quería organizar una fiesta para sorprenderte. —La puerta del baño
comenzó a doblarse, doblarse. Bryce sollozó—: Te compré, y ahora te liberé,
Lehabah.
La sonrisa de Lehabah no vaciló.
—Lo sé —dijo—. Revisé tu cajón.
Y a pesar de que el monstruo intentaba liberarse detrás de ellos, Bryce se ahogó
en una carcajada antes de rogarle:
—Eres libre, no tienes que hacer esto. Eres libre, Lehabah.
Sin embargo, Lehabah permaneció al pie de las escaleras.
—Entonces hazle saber al mundo que mi primer acto de libertad fue ayudar a
mis amigos.
Syrinx se movió en los brazos de Bryce, un sonido bajo y doloroso salió de él.
Bryce pensó que podría ser el sonido que estaba haciendo su propia alma mientras
susurraba, incapaz de soportar esta elección, en este momento:
—Te amo, Lehabah.
Las únicas palabras que alguna vez importaron.
—Y yo siempre te amaré, BB. —La duendecilla del fuego respiró—. Vete.
Y Bryce lo hizo. Con los dientes apretados y un grito que se le escapó, Bryce se
levantó a ella y a Syrinx subió las escaleras. Hacia la puerta de hierro en la parte
superior. Y hacia cualquier momento que les comprara si el sinte no la destruía
primero.
La puerta del baño gimió.
Bryce miró hacia atrás, solo una vez. A la amiga que se había quedado con ella
cuando nadie más lo había hecho. Quien se había negado a ser cualquier cosa menos
alegre, incluso frente a la oscuridad que se había tragado a Bryce por completo.
Lehabah quemó de un color rubí profundo y firme y comenzó a moverse.
Primero, un movimiento de sus brazos hacia arriba. Luego un arco hacia abajo.
Un giro, el cabello giró en espiral sobre su cabeza. Un baile, para invocar su poder.
Cualquiera que sea el núcleo que pueda tener un duendecillo de fuego.
Un resplandor se extendió por el cuerpo de Lehabah.
Entonces Bryce subió. Y con cada doloroso paso hacia arriba, podía escuchar a
Lehabah susurrar, casi cantando:
—Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Ascuas. Ella está conmigo
ahora y no tengo miedo.
Bryce llegó a lo alto de la escalera.
»Mis amigos están detrás de mí, y los protegeré —susurró Lehabah.
Gritando, Bryce empujó la puerta de la biblioteca. Hasta que se cerró de golpe,
los encantamientos sellaron, cortaron la voz de Lehabah y Bryce se apoyó contra
ella, deslizándose al suelo mientras sollozaba entre dientes.
Bryce había llegado a la sala de exposición y cerró la puerta de hierro detrás de
ella. Gracias a los dioses por eso, gracias a los malditos dioses.
Sin embargo, Hunt no podía apartar la vista del video de la biblioteca, donde
Lehabah todavía se movía, aún convocaba su poder, repitiendo las palabras una y
otra vez.
—Soy descendiente de Ranthia Drahl, Reina de las Ascuas. Ella está conmigo
ahora y no tengo miedo.
Lehabah brillaba, brillante como el corazón de una estrella.
»Mis amigos están detrás de mí, y los protegeré.
La parte superior de la puerta del baño comenzó a abrirse.
Y Lehabah desató su poder. Tres golpes. Perfectamente dirigidos.
No a la puerta del baño y al Arcángel detrás de ella. No, Lehabah no podría frenar
a Micah.
Pero cien mil galones de agua lo harían.
Las brillantes ráfagas de poder de Lehabah se estrellaron contra el tanque de
vidrio. Justo encima de la grieta que Bryce había hecho cuando el nøkk la estrelló
contra ella.
La criatura, sintiendo la conmoción, se levantó de las rocas. Y retrocedió
horrorizado cuando Lehabah atacó de nuevo. De nuevo. El cristal se quebró aún más.
Y luego Lehabah se arrojó contra la grieta. Empujó su pequeño cuerpo contra el
vidrio.
Ella seguía susurrando las palabras una y otra vez. Se transformaron en una sola
frase, una oración, un desafío.
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
Hunt tomó el control suficiente de su cuerpo como para poder poner una mano
sobre su corazón. El único saludo que podía hacer cuando las palabras de Lehabah
susurraron a través de los altavoces.
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
Uno por uno, los ángeles en la 33ra se pusieron de pie. Entonces Ruhn y sus
amigos. Y ellos también pusieron sus manos en sus corazones mientras la más
pequeña de su Casa se empujaba y empujaba contra el vidrio, ardiendo de color oro
mientras el nøkk intentaban huir a cualquier lugar donde pudiera sobrevivir a lo que
estaba por venir.
Una y otra vez, Lehabah susurró:
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
Se formó una tela de araña en el cristal.
Todos en la sala de conferencias se pusieron de pie. Solo Sandriel, su atención
fija en la pantalla, no lo notó. Todos se pusieron de pie, y dieron testimonio de la
duendecilla que llevó su muerte sobre ella, sobre el nøkk, para salvar a sus amigos.
Era todo lo que podían ofrecerle, este respeto y honor final.
Lehabah todavía se empujaba contra el vidrio. Todavía temblaba de terror. Sin
embargo, ella no se detuvo. Ni por un latido.
—Mis amigos están conmigo y no tengo miedo.
La puerta del baño se abrió, el metal se hizo a un lado para revelar a Micah,
brillando como si acabara de nacer, como si hubiera desgarrado este mundo.
Inspeccionó la biblioteca, con los ojos fijos en Lehabah y la pared del tanque
agrietada.
La duendecilla se giró, su espalda presionada contra el cristal. Ella siseó a Micah:
—Esto es por Syrinx.
Ella golpeó su pequeña palma ardiente contra el cristal.
Y cien mil galones de agua explotaron en la biblioteca.
80
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Luces rojas intermitentes estallaron, convirtiendo al mundo en un color


parpadeante. Un rugido se elevó desde abajo, la galería se estremeció.
Bryce lo sabía.
Sabía que el tanque había explotado, y que Lehabah había sido apagada por
él. Sabía que el nøkk, expuesto al aire, también había sido asesinado. Sabía que
Micah solo se ralentizaría por un poco de tiempo.
Syrinx seguía gimiendo en sus brazos. El vidrio cubría el piso de la galería, la
ventana de la oficina de Jesiba estaba a un nivel más arriba.
Lehabah estaba muerta.
Los dedos de Bryce se curvaron en garras a su lado. La luz roja de las alarmas
de advertencia cubrió su visión. Le dio la bienvenida al sinte en su corazón. Cada
onza destructiva, furiosa y congelada.
Bryce se arrastró hasta la puerta principal, los vidrios rotos tintineando. Poder,
hueco y frío, vibraba en la punta de sus dedos.
Agarró la manija y se enderezó. Abrió la puerta a la luz dorada de la tarde.
Pero no pasó a través de ella.
Eso no era para lo que Lehabah le había comprado tiempo para hacer.

Hunt sabía que Lehabah fue asesinada al instante, tan seguramente como una
antorcha hundiéndose en un cubo de agua.
La ola arrojó al nøkk sobre el entrepiso, donde se sacudió, ahogándose en aire
mientras se comía su piel. Incluso arrojó a Micah de vuelta al baño.
Hunt solo miraba y miraba. La duendecilla se había ido.
—Mierda. —Ruhn estaba susurrando.
—¿Dónde está Bryce? —preguntó Fury.
El piso principal de la galería estaba vacío. La puerta principal estaba abierta,
pero...
—Santa mierda —susurró Flynn.
Bryce estaba corriendo por las escaleras. A la oficina de Jesiba. Solo el sinte
alimentaba esa carrera corta. Solo esa droga podría anular el dolor. Y la razón.
Bryce dejó a Syrinx en el suelo cuando entró en la oficina, y luego saltó sobre el
escritorio. A la pistola desmontada y colgada en la pared encima de ella.
El Rifle Matadioses.
—Ella lo va a matar —susurró Ruhn—. Ella lo va a matar por lo que le hizo
a Danika y a la manada. —Antes de sucumbir al sinte, Bryce le ofrecería a sus amigos
nada menos que esto. Sus últimos momentos de claridad. De su vida.
Sabine guardó silencio como la muerte. Pero temblaba salvajemente.
Las rodillas de Hunt cedieron. No podía ver esto. No miraría esto.
El poder de Micah retumbó en la biblioteca. Separó el agua mientras él surcaba
el espacio.
Bryce agarró las cuatro partes del Rifle Matadioses montado en la pared y las
arrojó al escritorio. Abrió la puerta de la caja fuerte y metió la mano. Sacó un frasco
de vidrio y tragó algún tipo de poción, ¿otra droga? ¿quién sabía lo que la hechicera
guardaba allí?, y luego sacó una delgada bala dorada.
Tenía quince centímetros de largo, su superficie grabada con un cráneo
sonriente y alado en un lado. Por el otro lado, dos palabras simples:
Memento Mori.
Recuerda que morirás. Ahora parecían más una promesa que el leve
recordatorio del Mercado de Carne.
Bryce apretó la bala entre sus dientes mientras arrastraba la primera pieza del
rifle hacia ella. Ajustó la segunda.
Micah subió las escaleras, era la muerte encarnada.
Bryce se giró hacia la ventana interior abierta. Extendió una mano y la tercera
pieza del rifle, el cañón, voló del escritorio a sus dedos extendidos, gracias a la magia
que no poseía naturalmente, gracias al sinte que corría por sus venas. Unos pocos
movimientos la hicieron ponerlo en su lugar.
Corrió hacia la ventana rota, armando el rifle a medida que avanzaba,
convocando la pieza final del escritorio con un viento invisible, esa bala dorada aún
apretada en sus dientes.
Hunt nunca había visto a nadie armar un arma sin mirarla, corriendo hacia un
objetivo. Como si lo hubiera hecho mil veces.
Ella lo había hecho, recordó Hunt.
Bryce podría haber sido concebida por el Rey de Otoño, pero ella era la hija
de Randall Silago. Y el legendario francotirador le había enseñado bien.
Bryce colocó la última pieza en su lugar y se dejó caer, finalmente cargando la
bala. Se detuvo frente a la ventana abierta, poniéndose de rodillas mientras apoyaba
al Matadioses contra su hombro.
Y en los dos segundos que le tomó a Bryce alinear su tiro, en los dos segundos
que le tomó soltar una respiración estable, Hunt sabía que esos segundos eran
de Lehabah. Sabía que eso era lo que la vida de la duendecilla le había comprado a
su amiga. Lo que Lehabah le había ofrecido a Bryce, y Bryce había aceptado,
comprendiendo.
Sin oportunidad de correr. No, nunca habría escapatoria de Micah.
Lehabah le había ofrecido a Bryce los dos segundos adicionales necesarios para
matar a un Arcángel.
Micah explotó por la puerta de hierro. Metal incrustado en los paneles de
madera de la galería. El Gobernador giró hacia la puerta principal abierta. A la
trampa que Bryce había puesto al abrirla.
Para que él no levantara la vista. Así no tenía tiempo de siquiera mirar en
dirección a Bryce antes de que su dedo tirara del gatillo.
Y ella disparó esa bala a través de la jodida cabeza de Micah.
81
Traducido por Jessmddx
Corregido por Lieve

El tiempo fue deformado y estirado.


Hunt tuvo la clara sensación de caer hacia atrás, a pesar de que ya estaba contra
una pared y no había movido ni un músculo.
Sin embargo, el café en la taza de la mesa más cercana se movió, el líquido
meciéndose sin cesar, meciéndose, meciéndose hacia un lado…
La muerte de un Arcángel, de una potencia mundial, podría estremecer el
tiempo y el espacio. Un segundo podría durar una hora. Un día. Un año.
Entonces Hunt vio todo. Vio los movimientos interminablemente lentos de
todos en la sala, la conmoción que se agitó, la indignación de Sandriel, la
incredulidad en el rostro blanco de Pollux, el terror de Ruhn…
La bala del Matadioses seguía cavando en el cráneo de Micah. Todavía girando
a través de la materia ósea y cerebral, arrastrando el tiempo.
Entonces Bryce se paró en la ventana de la oficina. Una espada en ambas manos.
La espada de Danika, debe haberla dejado en la galería en su último día de vida.
Y Bryce debe haberla escondido en la oficina de Jesiba, donde había permanecido
oculta durante dos años. Hunt vio cada expresión en el rostro de Sabine, el
ensanchamiento de sus pupilas, el flujo de su cabello color seda mientras se
tambaleaba al ver la reliquia desaparecida.
Bryce saltó por la ventana y entró en la sala de exposiciones de abajo. Hunt vio
cada movimiento de su cuerpo, arqueándose cuando levantó la espada sobre su
cabeza, luego la bajó mientras caía.
Podría haber jurado que el acero antiguo cortó el mismísimo aire. Y luego
atravesó a Micah.
Le cortó la cabeza en dos mientras Bryce lo atravesaba, la espada se abría
camino en su cuerpo. Separándolo. Solo la espada de Danika haría esta tarea.
Hunt saboreó estos momentos finales de la vida de ella, antes de que el sinte se
hiciera cargo. ¿Era esta la primera señal de ello, esta locura, esta ira pura y frenética?
Bryce. Su Bryce. Su amiga y… todo lo que tenían que era más que eso. Ella era
suya y él de ella, y debería haberle dicho eso, debería habérselo dicho en el vestíbulo
del Comitium que ella era la única persona que le importaba, que alguna vez le
importaría, y que la encontraría de nuevo, incluso si le tomaba mil años, la
encontraría y haría todo de lo que Sandriel se había burlado.
Bryce aún saltaba, seguía cortando el cuerpo de Micah. Su sangre llovió hacia
arriba.
En tiempo normal, habría salpicado. Pero en esta deformada existencia, la
sangre del Arcángel se elevó como burbujas de rubí, bañando el rostro de Bryce,
llenando su boca soltando gritos.
En esta deformada existencia, pudo ver el sinte curar cada lugar cortado y
magullado en Bryce mientras ella se abría paso a través de Micah. Cortándolo por la
mitad.
Ella aterrizó en la alfombra verde. Hunt esperaba oír huesos quebrarse. Pero su
pantorrilla estaba completamente sanada. El último regalo del sinte antes de que la
destruyera. Sin embargo, en sus ojos… no vio una bruma de locura, de frenesí
autodestructivo. Solo venganza fría y brillante.
Las dos mitades del cuerpo de Micah se separaron y Bryce se movió de nuevo.
Otro golpe. A través de su torso. Y luego otro en su cabeza.
Las luces rojas de alarma seguían sonando, pero no había duda de que Bryce
tenía sangre encima. La camisa blanca ahora era carmesí. Aun así, sus ojos
permanecieron claros. Aun así, el sinte no tomó el control.
—El antídoto está funcionando. Está trabajando en ella —murmuró Hypaxia.
Hunt se balanceó entonces.
—Pensé que solo enviarías el veneno —dijo él a la bruja.
Hypaxia no apartó los ojos de la pantalla.
—Descubrí cómo estabilizar el veneno sin necesidad de estar presente y, en su
lugar, le envié el antídoto. Solo… por si acaso.
Y habían visto a Bryce tomarlo como un trago de whiskey.
En antídoto tardó casi tres minutos en destruir por completo el sinte en la
clínica de Hypaxia. Ni Hunt ni la reina bruja apartaron sus ojos de Bryce lo suficiente
como para contar los minutos hasta que el sinte desapareció por completo de su
cuerpo.
Bryce caminó tranquilamente hacia el armario de suministros escondido. Sacó
un recipiente de plástico rojo. Y arrojó todo el galón de gasolina sobre el cadáver
desmembrado del Gobernador.
—Santa mierda —susurró Ruhn, una y otra vez—. Santa mierda.
El resto de la habitación no respiró demasiado fuerte. Ni siquiera Sandriel tenía
palabras cuando Bryce agarró un paquete de fósforos de un cajón en su escritorio.
Encendió uno y lo arrojó sobre el cuerpo del Gobernador.
Las llamas estallaron. Los encantamientos antiincendios en el arte a su
alrededor brillaban.
No habría posibilidad de salvación. De curación. No para Micah. No después de
lo que le había hecho a Danika Fendyr. A la Manada de Demonios. Y a Lehabah.
Bryce miró el fuego, su rostro aún salpicado con la sangre del Arcángel.
Finalmente, ella levantó los ojos. Directo a la cámara. Al mundo mirándola.
Venganza encarnada. Con el corazón magullado de ira. Ella no se inclinaría ante
nadie. Los relámpagos de Hunt cantaron al ver ese rostro brutal y hermoso.
El tiempo se aceleró, las llamas devoraron el cuerpo de Micah, crispando sus
alas. Haciéndolas cenizas.
Las sirenas aullaron fuera de la galería cuando el Auxiliado por fin llegó.
Bryce cerró la puerta de golpe cuando apareció la primera de las unidades Fae
y las manadas de lobos.
Nadie, ni siquiera Sandriel, pronunció una palabra cuando Bryce sacó la
aspiradora del armario de suministros. Y borró el último rastro de Micah del mundo.
82
Traducido por Jessmddx
Corregido por Lieve

Una explosión de gas, dijo ella al Auxiliado a través del intercomunicador,


quienes aparentemente no habían sido informado de los detalles por sus superiores.
Ella estaba bien. Solo un desastre privado con el que lidiar.
No mencionó al Arcángel. Las cenizas que había aspirado, luego arrojado a la
basura.
Después fue a la oficina de Jesiba para sostener a Syrinx, acariciando su pelaje,
besando su cabeza todavía húmeda, susurrando repetidamente:
—Estamos bien. Estás bien.
Eventualmente él se había quedado dormido en su regazo, y cuando ella se
aseguró de que su respiración no salía con dificultad, finalmente sacó su teléfono del
bolsillo en la parte posterior de sus leggins.
Tenía siete llamadas perdidas, todas de Jesiba. Y muchos mensajes también de
ella. Apenas comprendió los anteriores, pero el que había llegado hace un minuto
decía: Dime que estás bien.
Sus dedos estaban distantes, su sangre latía en sus oídos. Pero ella respondió:
Bien. ¿Viste lo que pasó?
La respuesta de Jesiba llegó un momento después.
Sí. Todo. Entonces la hechicera agregó: Todos en la Cumbre lo hicieron.
Bryce solo respondió: Bien.
Puso su teléfono en silencio, se lo guardó en el bolsillo y se aventuró a la acuosa
ruina de los archivos.
No había rastros de Lehabah en la biblioteca mayormente inundada. Ni siquiera
una mancha de ceniza.
El cadáver del nøkk yacía desparramado sobre el entrepiso, su piel seca se
desprendía, una mano con garras todavía agarraba las barras de hierro del riel de la
plataforma.
Jesiba tenía suficientes hechizos en la biblioteca para que los libros y los
pequeños tanques y terrarios fueran protegidos de la ola, aunque sus ocupantes
estaban casi frenéticos, pero el edificio en sí…
El silencio rugió a su alrededor.
Lehabah se había ido. No había voz en su hombro quejándose del desastre.
Y Danika… ella escondió la verdad que Micah había revelado. El Cuerno en su
espalda, curado y funcional nuevamente. No se sentía diferente, no habría sabido
que estaba funcional si no fuera por la horrible explosión que el Arcángel había
desatado. Al menos no había abierto un portal. Al menos tenía eso.
Sabía que el mundo se acercaba. Pronto llegaría a su puerta.
Y bien podría ser colgada por lo que acababa de hacer.
Entonces Bryce regresó escaleras arriba. Su pierna estaba curada. Todo ese
dolor se había ido; el sinte fue limpiado de su sistema…
Bryce vomitó en el bote de basura al lado de su escritorio. El veneno en el
antídoto había ardido tan ferozmente cuando lo había tragado, pero ella no se
detuvo. No hasta que no quedara nada más que saliva.
Ella debería llamar a alguien. A quien sea.
Aun así, el timbre no sonó. Nadie vino a castigarla por lo que había hecho. Syrinx
seguía durmiendo, acurrucado en una bola apretada. Bryce cruzó la galería y abrió
la puerta al mundo.
Fue entonces cuando escuchó los gritos. Agarró a Syrinx y corrió hacia ellos.
Y cuando llegó, se dio cuenta de por qué nadie había venido por ella, o por el
Cuerno entintado en su carne.
Tenían problemas mucho mayores con los que lidiar.

El caos reinó en la Cumbre. La Guardia Asteriana había volado,


presumiblemente para recibir instrucciones de sus amos, y Sandriel simplemente
miró boquiabierta el video que había mostrado a Bryce Quinlan aspirando las
cenizas de un Gobernador como mugre sobre la alfombra.
Estaba lo suficientemente distraída como para que Hunt finalmente pudiera
moverse. Se deslizó en el asiento vacío junto a Ruhn y Flynn. Su voz era baja.
—Esto fue de mal en peor.
De hecho, el Rey de Otoño tenía a Declan Emmet y otros dos técnicos en seis
computadoras diferentes, monitoreando todo, desde la galería hasta las noticias y
los movimientos del Auxiliado a través de la ciudad. Tristan Flynn estaba
nuevamente en su teléfono, discutiendo con alguien en el puesto de mando de los
Fae.
Ruhn se frotó el rostro.
—La matarán por esto.
Por asesinar a un Gobernador. Por probar que un duendecillo y una mujer mitad
humana podrían enfrentarse a un Gobernador y ganar. Era absurdo. Tan probable
como un pez pequeño matando a un tiburón.
Sabine todavía miraba las pantallas, sin ver al anciano Prime, actualmente
dormitando en la silla a su lado. Un lobo cansado y listo para su último sueño. Amelie
Ravenscroft, todavía pálida y temblorosa, le entregó a Sabine un vaso de agua. La
futura Prime lo ignoró.
Al otro lado de la habitación, Sandriel se levantó, con un teléfono en la oreja. No
miró a ninguno de ellos mientras ascendía los escalones fuera del foso y se iba, sus
triarii cayeron a su alrededor, Pollux controlándose lo suficiente como para
recuperar su arrogancia.
Es estómago de Hunt se revolvió cuando se preguntó si Sandriel estaba a pocos
minutos de ser coronada Arcángel de Valbara. Pollux sonreía lo suficiente como para
confirmar la posibilidad. Mierda.
Ruhn miró a Hunt.
—Tenemos que elaborar un plan, Athalar.
Por Bryce. Para protegerla de alguna manera de las consecuencias de esto. Si tal
cosa fuera posible. Si los Asteri ya estaban planeando su movimiento contra ella, ya
diciéndole a Sandriel qué hacer. Para eliminar la amenaza en la que Bryce se había
convertido, incluso sin el Cuerno entintado en su espalda.
Al menos el experimento de Micah había fallado. Al menos tenían eso.
Ruhn dijo de nuevo, más para sí mismo:
—La matarán por esto.
La Reina Hypaxia se sentó al otro lado de Hunt, dándole una mirada de
advertencia mientras sostenía una llave. La colocó en las esposas de Hunt y las
piedras gorsianas golpearon la mesa.
—Creo que tienen problemas más grandes ahora mismo —dijo ella, señalando
a las cámaras de la ciudad que Declan había sacado.
El silencio se extendió por la sala de conferencias.
—Dime que eso no es lo que creo que es —dijo Ruhn.
El experimento de Micah con el Cuerno no había fallado en absoluto.
83
Traducido por ElenaTroy
Corregido por Lieve

Bryce le echó un vistazo a la Puerta Corazón en la Plaza Antigua y salió


corriendo a su casa con Syrinx en sus brazos.
Micah había efectivamente usado el Cuerno con éxito. Y había abierto un portal
justo a través de la boca de la Puerta Corazón, aprovechando la magia en sus paredes
de cuarzo. Bryce le había dado una mirada a lo que navegaba fuera del vacío
suspendido en la Puerta Corazón y supo que Micah no había abierto un portal a
mundos desconocidos. Este iba directamente al Hel.
Las personas gritaban cuando demonios alados y escamosos se disparaban
fuera de la Puerta, demonios del mismísimo Foso.
En su edificio, ella le gritó a Marrin que fuera al sótano, junto con cualquier
inquilino que pudiera llevar con él. Y que llamara a su familia, a sus amigos, y les
advierta que fueran a algún lugar seguro, los refugios antibombas, si podían, y se
resguardaran con cualquier arma que estuviera disponible.
Ella dejó a Syrinx en el apartamento, acostado junto a un plato enorme de agua,
y quitó la tapa del contenedor de la comida. Él podía alimentarse por sí mismo. Apiló
mantas en el sofá, metiéndolo en ellas, y besó una vez su cabeza peluda antes de
agarrar lo que necesitaba y correr hacia la puerta de nuevo.
Se apresuró hacia el techo, poniéndose la chaqueta de cuero de Danika, luego
atando la espada familiar de los Fendyr en su espalda. Escondió una de las pistolas
de Hunt en la cintura de sus pantalones, llevó un rifle de él al hombro, y deslizó la
mayor cantidad de municiones que pudo en sus bolsillos. Inspeccionó la ciudad y su
sangre se volvió hielo. Era peor, mucho peor de lo que había imaginado.
Micah no solo había abierto un portal al Hel en la Puerta Corazón. Había abierto
uno en cada Puerta. Cada uno de los siete arcos de cuarzo era una puerta al Hel.
Gritos desde abajo se elevaban cuando los demonios salían del vacío y hacia la
ciudad indefensa.
Una sirena sonó. Un grito de advertencia, y una orden.
Los refugios antibombas se abrieron, sus puertas automáticas gruesas
deslizándose a un costado para dejar entrar a los que ya estaban reunidos. Bryce
levantó su teléfono al oído.
Juniper, por una vez, contestó al primer timbre.
—Oh Dioses, Bryce…
—¡Ve a algún lugar seguro!
—Lo estoy, lo estoy. —Juniper sollozó—. Estábamos teniendo un ensayo de
vestido con algunos grandes donantes, y estábamos todos en el refugio al final de la
calle, y… —Otro sollozo—. Bryce, están diciendo que van a cerrar la puerta muy
pronto.
El horror la sacudió.
—Las personas necesitan entrar. Necesitan cada momento que puedas
conseguir.
Juniper lloró.
—Les dije eso, pero están frenéticos y no escuchan. No dejarán entrar a los
humanos.
—Jodidos bastardos. —Bryce sopló, estudiando el refugio todavía abierto al
final de su cuadra, las personas entrando. Los refugios podrían cerrarse
manualmente en cualquier momento, pero todos se cerrarían en menos de una hora.
Sellados hasta que la amenaza fuera tratada.
La voz de Juniper se rompió.
—Haré que sostengan las puertas. Pero Bryce, es un… —La comunicación se
cortó como si probablemente se estuviera moviendo más adentro en el refugio, y
Bryce miró hacia el norte, hacia los teatros. A algunas cuadras desde la Puerta
Corazón—… lío de… —Otro crujido—… ¿a salvo?
—Estoy a salvo —mintió Bryce—. Quédate en el refugio. Intenta mantener las
puertas abiertas lo más que puedas.
Pero Juniper, dulce, determinada y valiente, no sería capaz de calmar el pánico
en la multitud. Especialmente una multitud elitista, y convencida de su derecho a
vivir a expensas de otros.
La voz de Juniper crujió de nuevo, así que Bryce simplemente dijo:
—Te amo, June. —Y colgó.
Envió un mensaje a Jesiba acerca del Hel literal desatado, y cuando no recibió
una respuesta inmediata, añadió otro diciendo que ella se estaba dirigiendo a él.
Porque alguien tenía que hacerlo.
Los demonios se dispararon a los cielos desde la Puerta Moonwood. Bryce solo
podía rezar que la Guarida ya hubiera cerrado. Pero la Guarida tenía guardias por
docenas y poderosos encantamientos. Parte de esta ciudad no tenía protección en lo
absoluto.
Fue suficiente para enviarla corriendo por las escaleras desde el techo. Abajo
hacia el edificio.
Y hacia las caóticas calles.
—Lo demonios están saliendo de cada Puerta —reportó Declan sobre un
estruendo de varios líderes y sus equipos gritando en sus teléfonos. Las Puertas
ahora tenían vacíos oscuros dentro de sus arcos. Como si un conjunto de puertas
invisibles hubiera sido abierto dentro de ellas.
Él solo podía ver seis de ellas en las pantallas, ya que el Barrio de Huesos no
tenía cámaras, pero Declan supuso que podía asumir con seguridad que la Puerta de
la Muerte a lo largo del Istros tenía la misma oscuridad. Jesiba Roga no hizo intento
de contactar al InfraRey, pero mantuvo sus ojos fijos en las pantallas. Su rostro
estaba pálido.
No importaba, pensó Hunt, mirando por encima del hombro de Declan. Los
ciudadanos del Barrio de Huesos ya estaban muertos.
Las llamadas iban y venían, la mayoría no eran contestadas. Sabine ladraba
órdenes a Amelie, ambas presionando sus teléfonos contra sus orejas mientras
trataban de llegar a los Alfa de las manadas de la ciudad.
En cada pantalla en el centro de la sala de conferencias, las cámaras de
alrededor de toda Ciudad Crescent revelaban una tierra de pesadillas. Hunt no sabía
dónde mirar. Cada imagen nueva era más horrible que la anterior. Los demonios que
él reconocía con una escalofriante claridad, lo peor de lo peor, vertidos en la ciudad
a través de las Puertas. Demonios que habían sido un esfuerzo para él de matar. Las
personas de Lunathion no tenían ninguna posibilidad.
No eran urbanos e inteligentes demonios como Aidas. No, estos eran de
gruñidos feroces. Las bestias del Foso. Sus perros salvajes hambrientos de presas
fáciles.
En CiRo, las burbujas iridiscentes de los encantamientos de defensa de las villas
ya destellaban. Bloqueando a cualquier pobre o lo suficientemente desafortunado
como para estar en las calles. Fue allí, frente a las paredes acorazadas de hierro de
los ciudadanos más ricos de la ciudad, que el Aux había recibido la orden de ir. Para
proteger a los que ya estaban a salvo.
—Dile a tu manada que hay hogares indefensos donde los necesitan… —gruñó
Hunt a Sabine.
—Estos son los protocolos —gruñó Sabine de regreso. Amelie Ravenscroft, al
menos, tuvo la decencia de sonrojarse de vergüenza y bajar la cabeza. Pero ella no
se atrevió ni a hablar fuera de turno.
—A la mierda los protocolos —replicón Hunt y apuntó a las pantallas—. Esos
imbéciles tienen encantamientos y cuartos de pánico en sus villas. Las personas en
las calles no tienen nada.
Sabine lo ignoró. Pero Ruhn le ordenó a su padre:
—Retira tus fuerzas de CiRo. Envíalos a donde sean necesarios.
La mandíbula del Rey de Otoño se movió. Pero dijo:
—Los protocolos están en su lugar por una razón. No los abandonaremos al
caos.
—¿Están jodidamente bromeando? —preguntó Hunt.
El sol de la tarde avanzó lentamente hacia el horizonte. Él no quería pensar en
cuánto empeoraría una vez que la cayera noche.
—No me importa si no quieren. —Tharion estaba gritando a su teléfono—. Diles
que vayan a la orilla. —Una pausa—. ¡Luego diles que lleven a cualquiera que puedan
tomar debajo de la superficie!
Isaiah estaba por teléfono al otro lado de la habitación.
—No, esa ondulación en el tiempo fue solo algún hechizo que salió mal, Naomi.
Sí, provocó que las Puertas se abrieran. No, lleva a la 33ra a la Plaza Antigua. Llévalos
a la Puerta de la Plaza Antigua ahora mismo. No me importa si todos son desgarrados
a pedazos. —Isaiah sacó su teléfono de su oreja, pestañeando a la pantalla.
Los ojos de Isaiah se encontraron con los de Hunt.
»El DCC está bajo asedio. La 33ra están siendo asesinados. —Él no reflexionó si
Naomi había sido uno de ellos, o si simplemente había perdido su teléfono en la
batalla.
Ruhn y Flynn marcaron número tras número. Nadie respondió. Como si los
líderes Fae que sobraban en la ciudad estuvieran todos muertos también.
Sabine tragó duro.
—Ithan… reporte.
Declan sin palabras pasó el número de Sabine a través de los altavoces de la
habitación. El jadeo de Ithan Holstrom llenó el espacio, su ubicación señalándolo
afuera de la Guarida impenetrable y cubierta de hechizos. Gruñidos sobrenaturales
y feroces que no pertenecían a los lobos cortaron entre sus palabras.
—Están jodidamente en todos lados. Apenas podemos alejarlos…
—Mantengan sus posiciones —ordenó Sabine—. Mantengan sus posiciones y
espera por más órdenes.
Humanos y Vanir por igual estaban corriendo con niños en brazos a cualquier
refugio abierto que pudieran encontrar. Varios ya estaban cerrados, sellados por las
frenéticas personas adentro.
—¿Cuánto tiempo hasta que la 32da pueda llegar desde Hilene? —preguntó
Hunt a Isaiah.
—Una hora —respondió el ángel, con los ojos fijos en la pantalla. En la matanza,
en la ciudad en pánico—. Llegarán demasiado tarde. —Y si Naomi había caído, o
estaba lastimada o muerta… mierda.
Flynn gruñó a alguien en el teléfono.
—Haz que la Puerta de Rosas esté rodeada ahora. Simplemente les estás
entregando la ciudad a ellos.
Hunt inspeccionó la matanza y sorteó a través de las pocas opciones de la
ciudad. Necesitaban ejércitos para rodear todas las siete Puertas abiertas al Hel, y
encontrar la alguna manera de cerrar esos portales.
Hypaxia se había levantado de su asiento. Estudió las pantallas con severa
determinación y dijo con clama en su teléfono:
—Vístanse y muévanse. Vamos a entrar.
Todos se giraron hacia ella. La joven reina no pareció notarlo. Ella solo le ordenó
a quien sea que estaba en la línea.
»A la ciudad. Ahora.
—Todos serán asesinados —siseó Sabine. Ya es demasiado tarde, Hunt no lo
dijo.
Hypaxia finalizó la llamada y apuntó a la pantalla de la pared izquierda, la
cámara de la Plaza Antigua.
—Preferiría morir como ella que mirar morir a inocentes mientras estoy
sentada aquí.
Hunt se giró hacia donde ella había señalado, el cabello en su nuca se erizó.
Como si supiera lo que iba a ver.
Allí, corriendo por las calles con la chaqueta de cuero de Danika, espada en una
mano y la pistola en la otra, estaba Bryce.
No corriendo del peligro, sino hacia él.
Ella rugió algo, una y otra vez. Declan se subió a los canales, cambiando de
cámara a cámara para seguirla por las calles.
—Creo que puedo sacar el audio y aislar su voz contra el sonido del ambiente
—dijo él a nadie en particular. Y entonces…
—¡Métanse a los refugios! —Ella estaba gritando. Sus palabras haciendo eco en
cada parte de la habitación.
Patada, cortada, disparo. Ella se movía como si hubiera entrenado con el Aux
toda su vida.
—¡Entren ahora! —gritó ella, girando para apuntar a un demonio alado
iluminado por el dorado sol de la tarde. Su arma disparó, y la creatura chilló, cayendo
hacia un callejón. Los dedos de Declan volaron sobre el teclado mientras la mantenía
a ella en pantalla.
—¿A dónde mierda se dirige? —dijo Fury.
Bryce siguió corriendo. Continuó luchando. No falló.
Hunt miró a su alrededor, y se dio cuenta a dónde se estaba dirigiendo.
Al más indefenso lugar de Ciudad Crescent, lleno de humanos sin magia. Sin
dones sobrenaturales o fuerza.
—Ella se está dirigiendo a los Prados —dijo Hunt.

Era peor de lo que Bryce había imaginado.


Su brazo estaba entumecido por la mordida de la pistola cada vez que disparaba,
apestando a la sangre que la cubría, y no había fin a los dientes chasqueantes; alas
que parecían estar hechas de cuero; ojos furiosos sin luz. La tarde sangró hacia la
vibrante puesta de sol, el cielo coincidiendo con la sangre en las calles.
Bryce se apresuró, su aliento agitado como un cuchillo en su pecho.
A su pistola se le terminaron las balas. Ella no perdió el tiempo sintiendo las
municiones que no tenía de sobra. No, ella solo arrojó el arma a las alas negras de un
demonio que se abalanzó a ella, derribándola fuera de lugar, y descolgó el rifle de su
hombro. El rifle de Hunt. Su esencia a cedro y lluvia la envolvió mientras ponía el
dedo en el gatillo al momento en que el demonio se había girado en su camino, con
la mandíbula apretada, ella le había disparado.
Su cabeza salpicó un rocío de rojo.
Aun así, ella corrió, dirigiéndose hacia la ciudad. Pasó los refugios todavía
abiertos, en donde sus ocupantes estaban haciendo todo lo posible para defender
sus entradas. Haciendo tiempo para que otros puedan entrar.
Otro demonio se lanzó desde una azotea, curvando sus garras hacia ella.
Bryce levantó la espada de Danika, dividiendo la piel moteada de plateado del
demonio desde las tripas hasta el cuello. Se estrelló contra el pavimento detrás de
ella, esas alas chasqueando debajo de él, pero ella ya se estaba moviendo de nuevo.
Corriendo. Ella tenía que seguir adelante.
Todo su entrenamiento con Randall, cada hora entre las rocas y pinos de la
montaña cerca de su casa, cada hora en la sala de recreación de la ciudad, todo había
sido por esto.
84
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Hunt no podía apartar los ojos de la transmisión de Bryce luchando a través de


la ciudad. El teléfono de Hypaxia sonó en algún lugar a su izquierda, y la reina bruja
respondió antes de que terminara el primer timbre. Escuchando.
—¿Qué quieres decir con que las escobas están destruidas?
Declan parcheó su llamada a los altavoces, para que todos pudieran escuchar la
voz temblorosa de la bruja en el otro extremo de la línea.
—Están todas hechas astillas, Su Majestad. La armería del centro de
conferencias también. Las armas, las espadas, los helicópteros también. Los
autos. Todo está destrozado.
El temor se acurrucó en las entrañas de Hunt cuando el Rey de Otoño murmuró:
—Micah. —El Arcángel debe haberlo hecho antes de irse, en silencio y sin ser
visto. Anticipando mantenerlos a raya mientras experimentaba con el poder del
Cuerno. Con Bryce.
—Tengo un helicóptero —dijo Fury—. Lo mantuve fuera de aquí.
Ruhn se puso de pie.
—Entonces nos movemos ahora.
Todavía llevaría treinta minutos llegar allí.
—La ciudad es un matadero —decía Sabine por teléfono—. ¡Mantengan sus
posiciones en Moonwood y CiRo!
Cada manada del Aux estaba vinculada a la llamada, pudiendo escucharse entre
sí. Con unas pocas teclas, Declan había conectado el teléfono de Sabine al sistema en
la sala de conferencias para que el Aux pudiera escucharlos a todos también. Pero
algunas manadas habían dejado de responder por completo.
—¡Lleva una jodida manada de lobos para la Plaza Antigua ahora! —gritó Hunt
a Sabine. Incluso con el helicóptero de Fury, llegarían demasiado tarde. Pero si la
ayuda pudiera al menos llegar a Bryce antes de que ella se dirigiera sola al
cementerio que serían los Prados...
—¡No quedan lobos para la Plaza Antigua! —respondió Sabine igual de fuerte.
Pero el Prime de los lobos se había agitado al fin y señaló con un dedo viejo y
nudoso a la pantalla. A las transmisiones. Y dijo:
—Un lobo permanece en la Plaza Antigua.
Todos miraron entonces. Hacia donde él había señalado. A quien había
señalado.
Bryce corría a través de la carnicería, la espada brillaba con cada golpe y
esquivada y tajada.
Sabine se atragantó.
—Esa es la espada de Danika que estás sintiendo, padre...
Los ojos desgastados por la edad del Prime parpadearon sin ver la pantalla. Su
mano se curvó sobre su pecho.
—Un lobo. —Él se tocó el corazón. Aun así, Bryce siguió luchando hacia los
Prados, todavía ayudaba a cualquiera que huyera a los refugios, comprándoles un
camino hacia la seguridad—. Un verdadero lobo.
La garganta de Hunt se tensó hasta el punto del dolor. Extendió su mano a
Isaiah.
—Dame tu teléfono.
Isaiah no lo cuestionó y no dijo una palabra cuando se lo entregó. Hunt marcó
un número que había memorizado, ya que no se había atrevido a guardarlo en sus
contactos. La llamada sonó y sonó antes de que finalmente contestaron.
—¿Supongo que esto es importante?
Hunt no se molestó en identificarse mientras gruñía:
—Me debes un maldito favor.
La Reina Víbora solo habló con diversión cubriendo su rica voz.
—¿Oh?

Dos minutos después, Hunt se había levantado de su asiento, con la intención


de seguir a Ruhn al helicóptero de Fury, cuando el teléfono de Jesiba sonó. La
hechicera anunció, con voz tensa:
—Es Bryce.
Hunt giró la cabeza hacia la cámara, y efectivamente, Bryce había metido su
teléfono en la correa del sujetador sobre su hombro, presumiblemente dejándolo en
altavoz. Se movía alrededor de autos abandonados mientras cruzaba la frontera
hacia los Prados de Asphodel. El sol comenzó a ponerse, como si el propio Solas
los estuviera abandonando.
—Ponlo en los altavoces y combina la llamada con las líneas del Aux —
ordenó Jesiba a Declan, y contestó el teléfono—. ¿Bryce?
El jadeo de Bryce era laborioso. Su rifle crujió como un trueno.
—Dile a quien esté en la Cumbre que necesito refuerzos en los Prados; me dirijo
al refugio cerca de la Puerta Mortal.
Ruhn bajó las escaleras y corrió directamente hacia el altavoz en el centro de la
mesa. Él le dijo:
—Bryce, es una masacre. Entra en ese refugio antes de que todos se cierren...
Su rifle retumbó y otro demonio cayó. Pero más entraron por las Puertas y a la
ciudad, manchando las calles con sangre tan brillante como la vibrante puesta de sol
que ahora manchaba el cielo.
Bryce se agachó detrás de un contenedor de basura para cubrirse mientras
disparaba una y otra vez. Recargando.
—No hay respaldo para los Prados de Asphodel —dijo Sabine—. Cada manada
está asignada en…
—¡Hay niños aquí! —gritó Bryce—. ¡Hay bebés!
La sala quedó en silencio. Una especie de horror más profundo se extendió a
través de Hunt como tinta en el agua.
Y luego una voz masculina jadeó por los altavoces:
—Ya voy, Bryce.
El rostro ensangrentado de Bryce se arrugó mientras susurraba:
—¿Ithan?
—Holstrom, quédate en tu jodido puesto... —gruñó Sabine.
Pero Ithan dijo de nuevo, más urgentemente esta vez:
—Bryce, ya voy. Aguanta. —Una pausa. Luego agregó—: Todos iremos.
Las rodillas de Hunt temblaron cuando Sabine le gritó a Ithan:
—Estás desobedeciendo una orden directa de tu...
Ithan cortó su llamada. Y cada lobo bajo su mando también terminó su
conexión.

Los lobos podrían estar en los Prados en tres minutos.


Tres minutos de Hel, de matanza y muerte. Tres minutos en una carrera plana,
movimientos para salvar a los más indefensos entre ellos.
Niños humanos.
Los chacales se unieron a ellos. Los coyotes. Los perros salvajes y los perros
comunes. Las hienas y dingos. Los zorros. Eran quienes eran. Quienes habían sido
siempre. Defensores de aquellos que no podían protegerse. Defensores de lo
pequeño, lo joven.
Cambiaformas o animal real, esa verdad yacía grabada en el alma de cada
canino.
Ithan Holstrom corrió hacia los Prados de Asphodel con el peso de esa historia
detrás de él ardiendo en su corazón. Rezó para que no fuera demasiado tarde.
85
Traducido por Andie & LittleCatNorth
Corregido por Lieve

Bryce sabía que era una estúpida suerte lo que la mantenía viva. Y pura
adrenalina lo que la hizo enfocar su puntería tan claramente. Tranquilamente.
Pero con cada cuadra que despejaba a medida que el atardecer se hacía más
profundo, más lentamente se movían sus piernas. Sus reacciones se retrasaron. Le
dolían los brazos, volviéndose plomo. Cada vez que apretaba el gatillo requería un
poco más de esfuerzo.
Solo un poco más, eso era todo lo que necesitaba. Solo un poco más, hasta que
pudiera asegurarse de que todos en los Prados de Asphodel se metieran en un
refugio antes de que cerraran. No pasaría mucho tiempo.
El refugio a mitad de la cuadra permanecía abierto, las figuras mantenían la
línea frente a él mientras las familias humanas se apresuraban. La Puerta Mortal
yacía unas pocas cuadras hacia el norte, todavía abierta hacia el Hel.
Entonces Bryce se plantó en la intersección, envainando la espada de Danika
mientras levantaba nuevamente el rifle de Hunt sobre su hombro. Le quedaban seis
rondas.
Ithan estaría aquí pronto. En cualquier momento.
Un demonio surgió de una esquina y los dedos en forma de garra clavaron líneas
en los adoquines.
El rifle le mordió el hombro mientras disparaba. El demonio seguía cayendo,
deslizándose por el suelo, cuando ella apuntó el rifle y disparó nuevamente. Otro
demonio cayó.
Quedan cuatro balas.
Detrás de ella, los humanos gritaban órdenes. ¡Rápido! ¡Entren al refugio! ¡Suelta
la bolsa y corre!
Bryce disparó a un demonio que se elevaba a través de la intersección, justo al
refugio. El demonio bajó a seis metros de la entrada. Los humanos lo remataron.
Dentro de la boca abierta del refugio, los niños chillaron, los bebés lloraron.
Bryce volvió a disparar. De nuevo. De nuevo.
Otro demonio corrió a la vuelta de la esquina, corriendo hacia ella. El gatillo hizo
clic.
Fuera. Terminado. Vacío.
El demonio saltó, con las fauces abiertas para revelar hileras gemelas de dientes
afilados. Apuntando a su garganta. Bryce apenas tuvo tiempo de levantar el rifle y
meterlo entre esas fauces abiertas. El metal gruñó, y el mundo se inclinó con el
impacto.
Ella y el demonio se estrellaron contra los adoquines, sus huesos ladraron de
dolor. El demonio sujetó el rifle. Se partió en dos.
Bryce logró arrojarse hacia atrás por debajo del demonio mientras escupía las
piezas del rifle. Con sus fauces goteando saliva en las calles ensangrentadas, avanzó
hacia ella. Parecía saborear cada paso.
Con su espada envainada clavada debajo de ella, Bryce alcanzó el cuchillo en su
muslo. Como si fuera a hacer algo, como si pudiera detener esto...
El demonio se hundió sobre sus patas, preparándose para la matanza.
El suelo se sacudió detrás de ella cuando Bryce inclinó su muñeca, la hoja se
inclinó hacia arriba…
Una espada atravesó la cabeza gris del demonio.
Una espada masiva, de al menos poco más de un metro y medio de largo, llevada
por una imponente figura masculina blindada. Luces azules brillaban a lo largo de la
hoja. Y más luces fulminaron la elegante armadura negra y el casco a juego. Y en el
pecho del macho brillaba el emblema de una cobra llamativa.
Uno de los guardaespaldas Fae de la Reina Víbora.
Otros seis corrieron más allá de él, los adoquines temblaban bajo sus pies,
armas y espadas desenvainadas. No se veía ningún estupor por veneno. Solo
precisión letal.
Y junto con los guardias Fae de la Reina Víbora, llegaron lobos, zorros y caninos
de todas las razas, lanzándose a la pelea.
Bryce se puso de pie y asintió con la cabeza al guerrero que la había salvado. El
macho Fae solo se giró, sus manos revestidas de metal agarraron a un demonio por
los hombros y lo separaron con un grito poderoso. Rompió al demonio en dos.
Pero más de los peores del Hel chillaron y se dispararon a por ellos. Entonces
Bryce liberó la espada de Danika nuevamente de su espalda.
Ella convocó fuerza en su brazo, apoyándose en sus pies mientras otro demonio
galopaba calle abajo lanzándose a ella. Los cambiaformas caninos se enfrentaron a
demonios por todas partes, formando una barrera de pelaje, dientes y garras entre
la horda que se aproximaba y el refugio detrás de ellos.
Bryce corrió a su izquierda, deslizando su espada hacia arriba mientras el
demonio se alzaba sobre ella. Pero la cuchilla no atravesó el hueso ni los órganos
blandos y vulnerables que se encontraban debajo. La criatura rugió, giró y se lanzó
de nuevo. Ella apretó los dientes y levantó la espada en desafío, el demonio estaba
demasiado frenético como para darse cuenta de que se había dejado distraer.
Mientras el enorme lobo gris atacaba por detrás.
Ithan despedazó al demonio en una explosión de dientes y garras, tan rápido y
brutal que la aturdió momentáneamente. Había olvidado lo enorme que era él en
esta forma: todos los cambiaformas tenían al menos tres veces el tamaño de los
animales normales, pero Ithan siempre había sido más grande. Exactamente como
su hermano.
Ithan escupió la garganta del demonio y se movió, el lobo se convirtió en un
hombre alto en un destello de luz.
La sangre cubría su camiseta azul marino y sus jeans tanto como lo hacía con la
ropa de ella, pero antes de que pudieran hablar, sus ojos marrones brillaron con
alarma. Bryce se retorció, se encontró con el aliento rancio de un demonio que iba a
abalanzar sobre ella.
Ella se agachó y empujó la espada hacia arriba, el chillido del demonio casi le
rompió las orejas mientras dejaba que la bestia arrastrara su vientre por la hoja.
Destripándolo.
Sangre salpicó sus zapatillas deportivas y sus leggins rotos, pero se aseguró de
que la cabeza del demonio rodara antes de girarse hacia Ithan. Justo cuando él
sacaba una espada de una vaina en su espalda y mataba a otro demonio.
Sus miradas se mantuvieron, y todas las palabras que ella necesitaba decir
colgaban allí. Ella también las veía en los ojos de él cuando notó la chaqueta y espada
de quién tenía ella.
Pero ella le ofreció una sonrisa sombría. Después. Si de alguna manera
sobrevivían a esto, si pudieran durar unos minutos más y entrar al refugio...
hablarían entonces.
Ithan asintió, entendiendo.
Bryce sabía que no era solo la adrenalina lo que la impulsaba cuando volvía a la
carnicería.

—Los refugios cierran en cuatro minutos —anunció Declan a la sala de


conferencias.
—¿Por qué no ha llegado tu helicóptero? —preguntó Ruhn a Fury. Se puso de
pie, Flynn levantándose con él.
Axtar revisó su teléfono.
—Está en camino desde…
Las puertas en la parte superior del foso se abrieron de golpe, y Sandriel entró
con un viento de tormenta. Y no había señales de sus triarii o Pollux mientras bajaba
las escaleras. Nadie habló.
Hunt se preparó mientras ella miraba en su dirección, sentado entre un Ruhn e
Hypaxia ahora en pie. Las esposas gorsianas yacían sobre la mesa delante de él.
Pero ella simplemente regresó a su asiento en la mesa más baja. Tenía mayores
preocupaciones a mano, supuso.
—No hay nada que podamos hacer por la ciudad con las Puertas abiertas a Hel.
Tenemos órdenes de permanecer aquí —dijo Sandriel.
Ruhn comenzó a hablar.
—Se nos necesita en...
—Todos vamos a permanecer aquí. —Las palabras retumbaron como un trueno
a través de la habitación—. Los Asteri enviarán ayuda.
Hunt se hundió en su asiento, y Ruhn también lo hizo a su lado.
—Gracias a la mierda —murmuró el príncipe, frotando sus manos temblorosas
sobre su rostro.
Entonces debieron haber enviado a la Guardia Asteriana. Y más refuerzos.
Quizás los triarii de Sandriel habían ido a Lunathion. Todos podrían ser idiotas
psicóticos, pero, al menos, podían defenderse en una pelea. Mierda, el Martillo solo
sería una bendición para la ciudad en este momento.
—Tres minutos para el cierre de los refugios —dijo Declan.
En el caos general que la transmisión de audio que Declan tenía, un aullido de
un cambiaformas se elevó, advirtiendo a todos que se pusieran a salvo. Que
abandonaran el límite que habían estabilizado contra la horda y corrieran tan rápido
como pudieran hacia la puerta de metal aún abierta.
Sin embargo, los humanos aún estaban huyendo. Adultos llevaban niños y
mascotas y corrían hacia la abertura difícilmente más abierta que la puerta de una
cochera para un solo auto. Los guerreros de la Reina Víbora y varios lobos
permanecieron en la intersección.
—Dos minutos —dijo Declan.
Bryce e Ithan peleaban lado a lado. Donde uno tropezaba, el otro no fallaba.
Donde uno atrapaba un demonio, el otro lo ejecutaba.
Una sirena retumbó en la ciudad. Una advertencia. Aun así, Bryce e Ithan
permanecieron en la esquina.
—Treinta segundos —dijo Declan.
—Ve —alentó Hunt—. Ve, Bryce.
Ella destruyó un demonio, girándose hacia el refugio, Ithan moviéndose con ella.
Bien, ella entraría y podía esperar adentro hasta que la Guardia Asteriana llegara
para eliminar a estos bastardos. Quizás, sabrían cómo sellar las Puertas.
La puerta del refugio comenzó a cerrarse.
—Están demasiado lejos —dijo Fury en voz baja.
—Lo lograrán —dijo Hunt mecánicamente, incluso cuando vio la distancia entre
la puerta cerrándose lentamente y las dos figuras corriendo hacia ellas, el cabello
rojo de Bryce un banderín detrás de ella.
Ithan tropezó, y Bryce tomó su mano antes de que pudiera caerse. Un corte
desagradable relucía en el costado de Ithan, la sangre empapando su camiseta.
¿Cómo el macho siquiera estaba corriendo?
La puerta estaba medio cerrada. Ellos perdían centímetros cada segundo.
Una mano humanoide y con garras se envolvió alrededor del borde, desde
adentro. Varios pares de manos.
Y luego, una joven lobo de cabello café estaba allí, sus dientes apretados, su
rostro lupino rugiendo mientras empujaba contra lo inevitable. Mientras cada uno
de los lobos detrás de ella tomaba las puertas deslizantes y trataban de ralentizarlas.
—Quince segundos —susurró Declan.
Bryce corrió, corrió y corrió.
Uno por uno, los lobos en la manada de Ithan perdieron su agarre en la puerta.
Hasta que solo esa joven chica la sostenía, un pie como soporte contra la pared de
concreto, rugiendo con resistencia...
Ithan y Bryce se lanzaron hacia el refugio, la atención del lobo puesta puramente
en la puerta del refugio.
Solo un metro de espacio quedaba. No era suficiente espacio para ambos. La
mirada de Bryce salió disparada al rostro de Ithan. La tristeza llenaba sus ojos. Y la
determinación.
—No —suspiró Hunt. Sabiendo exactamente lo que ella haría.
Bryce descendió un paso. Solo lo suficiente para usar su fuerza Fae para
empujar a Ithan al frente. Para salvar al hermano de Connor Holstrom.
Ithan se giró hacia Bryce, sus ojos destellando con ira, desesperación y pena, su
mano estirada, pero era demasiado tarde.
La puerta de metal se cerró con un estallido que pareció hacer eco a través de
la ciudad.
Que hizo eco a través de la ciudad, mientras cada puerta del refugio finalmente
se cerraba.
Su impulso era demasiado grande para frenar. Bryce se chocó con la puerta de
metal, gruñendo de dolor.
Ella se giró en su lugar, su rostro sin color. Buscando opciones y llegando a nada.
Entonces, Hunt lo leyó en su rostro. Por primera vez, Bryce no tenía idea de qué
hacer.

Cada parte de Bryce se sacudió mientras se refugiaba en un hueco delante del


refugio, la puesta de sol era una ola vibrante de naranja y rubí; como el último grito
de guerra del mundo, antes de la noche aproximándose.
Los demonios se habían dispersado, pero más vendrían. Pronto. Pero mientras
las Puertas tuvieran esos portales a Hel, nunca dejarían de venir.
Alguien, probablemente Ithan, comenzó a golpear la puerta del refugio detrás
de ella. Como si quisiera hacer un camino a través de ella con sus garras, abriendo
un espacio para que ella pueda entrar. Ignoró el sonido.
Los guerreros de la Reina Víbora eran destellos de metal y luz muy lejos en la
calle, todavía luchando. Algunos habían caído en pilas de armaduras humeantes y
sangre.
Si pudiera llegar a su apartamento, tenía encantamientos suficientes para
protegerla a ella y a cualquier otro que pudiera resguardar. Pero estaba a veinte
cuadras de distancia. Bien podrían ser veinte kilómetros.
Una idea aleteó, y ella la sopesó, considerándola. Podía intentarlo. Tenía que
intentarlo.
Bryce tomó una respiración vigorizante. En su mano, la espada de Danika se
agitó como un junco en el viento.
Podría hacerlo. De alguna forma, encontraría una manera.
Brincó a las calles manchadas de sangre, con la espada lista para atacar. No miró
hacia atrás, al refugio, mientras comenzaba a correr, recuerdos ciegos de la red
eléctrica de la ciudad sumiéndose para guiarla por la ruta más rápida. Un gruñido
retumbó desde la vuelta de la esquina, y Bryce apenas levantó su espada a tiempo
para interceptar al demonio. Cortó parcialmente su cuello, y estaba corriendo de
nuevo antes de que el demonio golpeara el suelo completamente. Tenía que seguir
moviéndose. Tenía que llegar a la Plaza Antigua...
Cambiaformas y soldados de la Reina Víbora yacían muertos en las calles.
Incluso más muertos que los humanos a su alrededor. La mayoría en pedazos.
Otro demonio se abalanzó desde el cielo rojo...
Ella gritó cuando la derribó, golpeándola tan fuerte contra un auto que la
ventana se destrozó. Tuvo todo un segundo para abrir a la fuerza la puerta del lado
del pasajero y trepar adentro antes de que el demonio aterrizara de nuevo. Atacando
el auto.
Bryce trepó sobre los reposabrazos y el cambio manual, tratando torpemente
de abrir la puerta del lado del conductor. Jaló la manija y cayó a medias en la calle,
el demonio tan distraído destrozando las ruedas en el lado opuesto que no notó que
ella se tambaleó antes de salir corriendo.
La Plaza Antigua. Si pudiera llegar a la Plaza Antigua...
Dos demonios corrieron hacia ella. Lo único que podía hacer era correr
mientras la luz comenzaba a desaparecer.
Sola. Estaba sola aquí fuera.
86
Traducido por Jessmddx
Corregido por Lieve

La ciudad comenzaba a silenciarse. Cada vez que Declan revisaba el audio en


otros barrios, los gritos disminuían, se cortaban uno por uno.
No de calma o salvación, Hunt lo sabía.
Los vacíos en las Puertas permanecieron abiertos. La puesta de sol dio paso a
cielos morados. Cuando cayó la verdadera noche, pudo imaginar qué tipo de
horrores les enviaría Hel. Del tipo que no les gustaba la luz, que habían sido creados
y habían aprendido a cazar en la oscuridad.
Bryce todavía estaba afuera. Un error, un paso en falso, y ella estaría muerta.
No habría curación ni regeneración. No sin el Descenso.
Ella cruzó la frontera de la Plaza Antigua. Pero no corrió a refugiarse. No, parecía
estar corriendo hacia la Puerta Corazón, donde el flujo de demonios se había
detenido. Como si el Hel estuviera esperando que la verdadera noche comenzara
antes de su segunda ronda.
El corazón de él tronó cuando ella se detuvo en la cuadra de la Puerta. Mientras
se agachaba en un refugio cercano. Iluminado por la lámpara de primera luz
montada en el exterior, ella se deslizó hacia el suelo, su espada agarrada flojamente
en una mano.
Hunt conocía esa posición, ese ángulo en su cabeza.
Un soldado que había peleado una batalla buena y dura. Un soldado que estaba
exhausto, pero que tomaría este momento, este último momento, para recargarse
antes de su posición final.
Hunt mostró los dientes en la pantalla.
—Levántate, Bryce.
Ruhn sacudía la cabeza con terror en su rostro. El Rey de Otoño no dijo nada.
No hizo nada mientras miraba a su hija en la transmisión que Declan colocó en la
pantalla principal.
Bryce metió la mano en su camisa para sacar su teléfono. Le temblaban tanto
las manos que apenas podía sostenerlo. Pero presionó un botón en la pantalla y se
lo llevó a la oreja. Hunt también sabía lo que era eso. Su última oportunidad de
despedirse de sus padres, sus seres queridos.
Un leve sonido sonó en la sala de conferencias. En la mesa del centro. Hunt miró
a Jesiba, pero su teléfono permaneció oscuro. El de Ruhn también. Todos guardaron
silencio mientras Sandriel sacaba un teléfono de su bolsillo. El teléfono de Hunt.
Sandriel miró hacia él, la conmoción debilitó su rostro. Cada pensamiento
surgió de la cabeza de Hunt.
—Dale el teléfono —dijo Ruhn suavemente.
Sandriel solo miraba la pantalla. Debatiendo.
—Dale el maldito teléfono —ordenó Ruhn.
Sandriel, para sorpresa de Hunt, lo hizo. Con manos temblorosas él contestó.
—¿Bryce?
En el video, pudo ver sus grandes ojos.
—¿Hunt? —Su voz era tan cruda—. Yo… pensé que iría al buzón de voz.
—La ayuda llegará pronto, Bryce.
El terror absoluto en el rostro de ella mientras observaba el último rayo de la
luz lo destruyó.
—No… no, será demasiado tarde.
—No lo será. Necesito que te levantes, Bryce. Que vayas a un lugar más seguro.
No te acerques más a esa Puerta.
Ella se mordió el labio, temblando.
—Todavía está abierta.
—Ve a tu apartamento y quédate allí hasta que llegue la ayuda. —El terror del
pánico en su rostro se convirtió en algo tranquilo ante su orden. Enfocado. Bien.
—Hunt, necesito que llames a mi mamá.
—No empieces a hacer este tipo de despedidas.
—Necesito que llames a mi mamá —dijo en voz baja—. Necesito que le digas
que la amo y que todo lo que soy es por ella. Su fuerza, su coraje y su amor. Y lamento
todas las tonterías por las que la hice pasar.
—Detente…
—Dile a mi papá… —susurró. El Rey de Otoño se puso rígido. Él miró hacia
Hunt—. Dile a Randall —aclaró ella—, que estoy tan orgullosa de poder llamarlo mi
padre. Que él fue el único que alguna vez importó.
Hunt podría haber jurado que algo parecido a vergüenza cruzó el rostro del Rey
de Otoño. Pero Hunt imploró:
—Bryce, debes moverte a un terreno más seguro ahora.
Ella no hizo tal cosa.
—Dile a Fury que siento haber mentido. Que eventualmente le habría dicho la
verdad. —Al otro lado de la habitación, la asesina tenía lágrimas corriendo por su
rostro—. Dile a Juniper… —La voz de Bryce se quebró—. Dile gracias, por esa noche
en el techo. —Ella tragó un sollozo—. Dile que ahora sé por qué me impidió saltar.
Fue para poder llegar aquí, para poder ayudar hoy.
El corazón de Hunt se partió por completo. No lo sabía, no había supuesto que
las cosas habían sido tan malas para ella…
Por la devastación pura en el rostro de Ruhn, su hermano tampoco lo sabía.
—Dile a Ruhn que lo perdono —dijo Bryce, temblando de nuevo. Las lágrimas
corrían por la cara del príncipe.
»Lo perdoné hace mucho tiempo —dijo Bryce—. Simplemente no sabía cómo
decírselo. Dile que siento haber ocultado la verdad y que solo lo hice porque lo amo
y no quería quitarle nada. Él siempre será el mejor de nosotros.
La agonía en el rostro de Ruhn se convirtió en confusión.
Pero Hunt no podía soportarlo. No podía escuchar ni una palabra más de esto.
—Bryce, por favor.
—Hunt. —El mundo entero se quedó en silencio—. Te estaba esperando.
—Bryce, cariño, regresa a tu departamento y dame una hora y…
—No —susurró, cerrando los ojos. Ella puso su mano sobre el pecho. Sobre su
corazón—. Te estaba esperando aquí.
Entonces Hunt no pudo detener sus propias lágrimas.
—Yo también te estaba esperando.
Ella sonrió, incluso mientras sollozaba de nuevo.
»Por favor —suplicó Hunt—. Por favor, Bryce. Tienes que irte ahora. Antes de
que lleguen más.
Ella abrió los ojos y se puso de pie cuando cayó la verdadera noche. Frente a la
puerta a mitad de la cuadra.
—Te perdono por la mierda con el sinte. Por todo eso. Nada de eso importa. Ya
no. —Ella terminó la llamada y apoyó la espada de Danika contra la pared del
refugio. Colocó su teléfono cuidadosamente en el suelo a su lado.
Hunt se disparó de su asiento.
—BRYCE…
Ella corrió hacía la puerta.
87
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

—No —decía Ruhn, una y otra vez—. No, no…


Pero Hunt no escuchó nada. No sentía nada. Todo se había desmoronado dentro
de él en el momento en que ella colgó.
Bryce saltó la cerca alrededor de la Puerta y se detuvo ante su imponente arco.
Ante el terrible vacío negro en su interior. Un tenue resplandor blanco comenzó a
brillar alrededor de ella.
—¿Qué es eso? —susurró Fury.
Titiló, volviéndose más brillante en la noche.
Suficiente para iluminar las manos delgadas que ahuecaban una luz brillante y
pulsante delante de su pecho.
La luz provenía de su pecho, había sido sacada de su interior. Como si hubiera
permanecido dentro de ella todo este tiempo. Los ojos de Bryce estaban cerrados,
su rostro sereno.
Su cabello flotaba sobre su cabeza. Trozos de escombros flotaban a su alrededor
también. Como si la gravedad hubiera dejado de existir.
La luz que sostenía era tan brillante que convertía al resto del mundo en grises
y negros. Lentamente, sus ojos se abrieron, el ámbar ardiendo como los primeros
rayos puros del amanecer. Una sonrisa suave y secreta adornaba su boca.
Sus ojos se alzaron hacia la Puerta que se cernía sobre ella. La luz entre sus
manos se hizo más fuerte.
Ruhn cayó de rodillas.
—Soy Bryce Quinlan —dijo ella a la Puerta, al vacío, a todos del Hel detrás de
ella. Su voz era serena, sabia y risueña—. Heredera de los Fae Nacidos de la Estrella.
El suelo se deslizó debajo de Hunt cuando la luz entre sus manos, la estrella que
había sacado de su corazón destrozado, brillaba tanto como el sol.

Danika se arrodilló sobre el asfalto, con las manos entrelazadas detrás de su


cabello empapado de sangre. Las dos heridas de bala en su pierna habían dejado de
brotar sangre, pero Bryce sabía que las balas permanecían alojadas en la parte
superior de su muslo. El dolor de arrodillarse tenía que ser insoportable.
—Estúpida puta —escupió el áspid ante ella, abriendo la cámara de su pistola con
brutal precisión. Las balas estaban en camino, tan pronto como su asociado las
encontrara, esa arma se cargaría.
La agonía en el brazo lesionado de Bryce fue secundaria. Todo era secundario a
esa arma.
La motocicleta ardía a diez metros de distancia, el rifle descartado más lejos en
un árido matorral. En el camino, el semirremolque estaba inactivo, la bodega de carga
llena de todos esos animales petrificados de camino hacia los dioses sabían dónde.
Ellas habían fallado. Su intento de rescate había fallado.
Los ojos color caramelo de Danika se encontraron con los del áspid. El líder de este
horrible contrabando. El hombre responsable de este momento, cuando el tiroteo que
había tenido lugar a cien kilómetros por hora se había girado hacia ellas. Danika había
estado conduciendo la motocicleta, con un brazo envuelto en la pierna de Bryce para
mantenerla firme mientras ella apuntaba con su rifle. Sacó dos sedanes de los áspides
llenos de machos igual de despreciables con la intención de lastimar y vender esos
animales. Habían estado acercándose al final cuando el macho ante ellas había
logrado disparar a los neumáticos de la motocicleta.
La motocicleta se volteó y Danika reaccionó con la velocidad de un lobo. Ella había
envuelto su cuerpo alrededor de Bryce. Y tomado la peor parte del impacto.
Su piel destrozada y pelvis fracturada, todo gracias a eso.
—Bryce —susurró Danika, las lágrimas corrían por su rostro ahora que la
realidad de esta colosal mierda se asentaba—. Bryce, te amo. Y lo siento.
Bryce sacudió la cabeza.
—No me arrepiento. —Era la verdad.
Y luego llegó el asociado del áspide cambiaformas con las balas en mano. Los
tintineos mientras cargaba en el arma resonó en los huesos de Bryce.
Danika sollozó.
—Te amo, Bryce.
Las palabras ondularon entre ellas. Partieron el corazón de Bryce de par en par.
»Te amo —dijo Danika de nuevo.
Danika nunca le había dicho esas palabras. Ni una vez en cuatro años de
universidad. Ni una vez a nadie, Bryce lo sabía. Ni siquiera Sabine.
Especialmente no Sabine.
Bryce vio las lágrimas bajar por el rostro orgulloso y feroz de Danika. Se abrió una
puerta en el corazón de Bryce. Su alma.
—Cierra los ojos, Danika —dijo ella suavemente. Danika solo la miró fijamente.
Solo por esto. Solo por Danika haría esto, arriesgaría esto.
La grava alrededor de Bryce comenzó a temblar. Comenzó a flotar hacia arriba.
Los ojos de Danika se abrieron. El cabello de Bryce se movió como si estuviera bajo el
agua. En el espacio profundo.
El áspid terminó de cargar las balas y apuntó el arma al rostro de Danika. Su
colega sonrió desde un paso detrás de él.
Bryce sostuvo la mirada de Danika. No apartó la vista cuando dijo de nuevo:
—Danika, cierra los ojos. —Temblando, Danika obedeció. Los apretó con fuerza.
El áspid quitó el seguro del arma, sin siquiera mirar a Bryce y los escombros que
flotaban hacia el cielo.
—Sí, será mejor que cierres los ojos, tú...
Bryce explotó. Una luz blanca y cegadora se desprendió de ella, desatada de ese
lugar secreto en su corazón.
Directamente a los ojos del áspid. Él gritó, arañándose el rostro. Brillando como
el sol, Bryce se movió.
Dolor olvidado, ella tenía el brazo de él en sus manos en un instante. Lo giró para
que dejara caer el arma en la mano de ella. Otro movimiento y se tumbó sobre el
asfalto.
Donde ella disparó esa bala que estaba dirigida a Danika en el corazón de él.
Su cómplice estaba gritando, de rodillas y arañándose los ojos. Bryce volvió a
disparar.
Él dejó de gritar.
Pero Bryce no dejó de arder. No mientras corría hacia el auto, en busca del último
áspid que ahora intentaba acelerar el auto. Danika temblaba en el suelo, con las manos
sobre la cabeza y los ojos cerrados contra el brillo.
La mano del áspid abandonó el volante y huyó del auto, corriendo por la carretera.
Bryce apuntó, tal como Randall le había enseñado, y esperó a que le llegara el tiro.
Otro disparo del arma. El macho cayó.
Bryce ardió por un largo momento, el mundo se volvió blanco cegador.
Lenta y cuidadosamente, volvió a traer la luz hacia sí misma. Ahogando el secreto
que ella y sus padres habían guardado durante tanto tiempo. De su padre, de los Asteri,
de Midgard.
De Ruhn.
Luz de estrellas pura, de otro mundo. Desde hace mucho, mucho tiempo. El don
antiguo de los Fae, renacido de nuevo. Luz, pero nada más que eso. Ningún Asteri, que
poseían el poder bruto de las estrellas. Solo luz.
No significaba nada para ella. Pero los dones de los Nacidos de la Estrella, el título,
siempre habían significado algo para Ruhn. Y esa primera vez que ella lo había
conocido, tenía la intención de compartir su secreto con él. Él había sido amable, feliz
de encontrar una nueva hermana. Al instante supo que ella podía confiar en él con esta
cosa secreta y oculta.
Pero luego había visto la crueldad de su padre. Visto cómo ese don de Nacido de
la Estrella le dio a su hermano la más mínima ventaja contra ese jodido monstruo.
Había visto el orgullo que su hermano negaba, pero que indudablemente se sentía al
ser Nacido de la Estrella, bendecido y elegido por Urd.
Ella no podía decirle a Ruhn la verdad. Incluso después de que las cosas se
desmoronaran, ella lo escondió. Nunca se lo diría a nadie, a nadie en absoluto. Excepto
a Danika.
Los cielos azules y los olivos se filtraron de nuevo, el color volvió al mundo cuando
Bryce ocultó lo último de su luz de estrellas dentro de su pecho. Danika todavía
temblaba sobre el asfalto.
—Danika —dijo Bryce.
Danika bajó las manos de su rostro. Abrió los ojos. Bryce esperaba el terror sobre
el que su madre le había advertido si alguien supiera lo que ella tenía. La extraña y
terrible luz que había venido de otro mundo.
Pero solo había asombro en la cara de Danika.
Maravilla y amor.

Bryce se paró frente a la Puerta, sosteniendo la estrella que había mantenido


escondida dentro de su corazón, y dejó que la luz creciera. Que fluyera fuera de su
pecho, pura y sin ataduras.
Incluso con el vacío a solo unos metros de distancia, el Hel solo un paso más allá,
una extraña sensación de calma se apoderó de ella. Había mantenido esta luz en
secreto durante tanto tiempo, había vivido con el terror de que alguien se enterara,
y a pesar de todo, el alivio la llenó.
Había pasado tantas veces en estas semanas cuando estaba segura de que Ruhn
se daría cuenta por fin. Su descarado desinterés por aprender sobre cualquier cosa
relacionada con el primer Nacido de la Estrella, el Príncipe Pelias y la Reina Theia,
había llegado a lo sospechoso. Y cuando él puso la espada Estrellada sobre la mesa
en la biblioteca de la galería y había tarareado y brillado, ella tuvo que retroceder
físicamente para evitar el instinto de tocarla, de responder a su canción silenciosa y
encantadora.
La espada de ella, era la espada de ella y de Ruhn. Y con esa luz en sus venas,
con la estrella que dormía dentro de su corazón, la espada Estrellada la había
reconocido no como una Fae real y digna, sino como familiar. La familia que la
habían forjado hace tanto tiempo.
Iguales llaman iguales. Ni siquiera el veneno del kristallos en su pierna había
sido capaz de reprimir la esencia de lo que era ella. Había bloqueado su acceso a la
luz, pero no lo que estaba en su sangre. En el momento en que el veneno salió de su
pierna, cuando los labios de Hunt se encontraron con los de ella la primera vez, sintió
que despertaba de nuevo. Liberada.
Y ahora allí estaba ella, la luz de estrellas creciendo en sus manos.
Era un don inútil, había decidido de niña. No podía hacer mucho más que cegar
a las personas, como había hecho con los hombres de su padre cuando vinieron tras
ella y su madre y Randall, al igual que con la Oráculo cuando la vidente miró hacia
su futuro y solo vio su ardiente luz, como lo había hecho con esos contrabandistas
aspidiotas.
Solo la inquebrantable arrogancia y el esnobismo Fae de su padre le habían
impedido darse cuenta de eso después de su visita a la Oráculo. El macho era incapaz
de imaginar a nadie más que a los Fae purasangre siendo bendecidos por el destino.
Bendecida, como si este regalo la hiciera algo especial. No lo hacía. Era un viejo
poder y nada más. No le interesaba el trono, la corona o el palacio que pudieran venir
con él. En lo absoluto.
Pero Ruhn... podría haber afirmado lo contrario, pero la primera vez que le
contó sobre su terrible experiencia, cuando ganó la espada de su antiguo lugar de
descanso en Avallen, ella había visto cómo su rostro brillaba con orgullo de que él
había podido sacar la espada de su vaina.
Entonces ella los dejó tenerlos, el título y la espada. Había tratado de abrir los
ojos de Ruhn a la verdadera naturaleza de su padre tan a menudo como podía,
incluso si eso hacía que su padre la resintiera aún más.
Ella habría mantenido este secreto ardiente y brillante dentro de ella hasta el
día de su muerte. Pero se había dado cuenta de lo que tenía que hacer por su ciudad.
Por este mundo.
La luz fluyó de su pecho, todo ahora ahuecado entre sus palmas.
Nunca lo había hecho antes, sacar por completo la estrella en ella. Ella solo había
brillado y cegado, nunca invocó su núcleo ardiente desde su interior. Le temblaron
las rodillas y apretó los dientes con la tensión de mantener la luz en su lugar.
Al menos había hablado con Hunt por última vez. Ella no había esperado que él
pudiera contestar.
Había pensado que el teléfono iría directamente al buzón de voz donde ella
podría decir todo lo que quisiera. Palabras que aún no le había dicho en voz alta.
No se permitió pensar en ello mientras daba el último paso hacia el arco de
cuarzo de la Puerta.
Ella era Nacida de la Estrella, y el Cuerno yacía dentro de ella, reparado y ahora
lleno de luz.
Esto tenía que funcionar.
El cuarzo de la puerta era un conducto. Un prisma. Capaz de tomar luz y poder
y refractarlos.
Ella cerró los ojos, recordando los arcoíris con los que esta Puerta había sido
adornada el último día de vida de Danika, cuando habían venido aquí juntas y pedido
sus deseos.
Esto tenía que funcionar. Un último deseo.
—Ya casi —susurró Bryce, temblando.
Y ella golpeó su luz de estrellas en la piedra clara de la Puerta.
88
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Hunt no tenía palabras en su cabeza, en su corazón, mientras Bryce empujaba


su ardiente luz de estrellas hacia la Puerta.
La luz blanca estalló en la piedra clara de la Puerta.
Llenó la plaza, disparándose hacia afuera por cuadras. Los demonios atrapados
en su camino gritaron cuando fueron cegados, luego huyeron. Como si recordaran a
quién había pertenecido alguna vez. Cómo el Príncipe Nacido de la Estrella había
luchado contra sus hordas con ella.
El linaje Nacido de la Estrella había realmente nacido, dos veces.
El rostro de Ruhn se drenó de color mientras permanecía arrodillado y
contemplaba a su hermana, la Puerta iluminada. Lo que ella había declarado al
mundo. Lo que ella había revelado ser.
Su rival. Una amenaza para todo lo que él heredaría.
Hunt sabía lo que hacían los Fae para resolver las disputas al trono.
Bryce poseía la luz de una estrella, como nunca se había visto desde las Primeras
Guerras. Jesiba lucía como si hubiera visto un fantasma. Fury miró boquiabierta a la
pantalla. Cuando la llamarada se atenuó, el aliento de Hunt quedó atrapado en su
garganta.
El vacío dentro de la Puerta Corazón había desaparecido. Había canalizado su
luz a través del Cuerno de alguna manera, y había sellado el portal.
En el silencio aturdido de la sala de conferencias, vieron a Bryce jadear,
apoyarse contra un lado de la Puerta antes de deslizarse hacia las baldosas. El arco
de cristal todavía brillaba. Un refugio temporal que haría que cualquier demonio
lo pensara dos veces antes de acercarse, temerosos de una descendiente Nacida de
la Estrella.
Pero el resto de las puertas de la ciudad permanecían abiertas.
Sonó un teléfono, una llamada saliente vinculada a los altavoces de la sala. Hunt
buscó en la habitación al culpable y encontró al Rey de Otoño con su teléfono en las
manos. Pero el hombre aparentemente estaba demasiado perdido en la ira que
arrugaba su rostro para preocuparse de que la llamada fuera audible para
todos. Declan Emmet no mostró signos de siquiera tratar de hacer que la llamada
fuera privada cuando Ember Quinlan contestó la llamada y dijo:
—Quién…
—Has sabido que ella era una Fae Nacida de la Estrella todos estos años y
mentiste sobre ello —dijo el rey entre dientes.
Ember no perdió el ritmo.
—He estado esperando esta llamada por más de veinte años.
—Perra…
Una risa baja y agonizante.
—¿Quién crees que terminó con tus matones hace tantos años? No fuimos
Randall y yo. La tenían agarrada por el cuello. Y nos tenían a nosotros a punta de
pistola. —Otra risa—. Ella se dio cuenta de lo que me iban a hacer. A Randall. Y
ella jodidamente los cegó.
¿Qué ciega a una oráculo?
Luz. Luz que los Nacidos de la Estrella poseían.
Bryce seguía sentada contra el arco, respirando con dificultad. Como si invocar
a esa estrella, empuñar el Cuerno, le había quitado todo.
Ruhn murmuró, más para sí mismo que nadie:
—Esos libros afirmaron que hubo múltiples Nacidos de la Estrella en las
Primeras Guerras. Se lo dije y ella... —Parpadeó lentamente—. Ella ya lo sabía.
—Ella mintió porque te ama —soltó Hunt—. Para que pudieras conservar tu
título.
Porque en comparación con los poderes de Nacido de la Estrella que había visto
en Ruhn... Bryce era lo verdadero. El rostro sin color de Ruhn se contorsionó en
dolor.
—¿Quién sabe? —exigió el Rey de Otoño a Ember—. ¿Esas jodidas sacerdotisas?
—No. Solo Randall y yo —dijo Ember—. Y Danika. Ella y Bryce se metieron en
serios problemas en la universidad y salió a la luz en ese momento. También cegó a
los machos esa vez.
Hunt recordó la foto en el tocador de la habitación de invitados, tomada después
de eso. Su cercanía y agotamiento eran el resultado no solo de una batalla peleada y
ganada, sino de un secreto mortal finalmente revelado.
—Sus pruebas no mostraron poder —escupió el Rey de Otoño.
—Sí —dijo Ember en voz baja—. Estaban en lo correcto.
—Explícate.
—Es un don de la luz de estrellas. Luz y nada más. Nunca significó nada para
nosotros, pero para tu gente... —Ember hizo una pausa—. Cuando Bryce tenía trece
años, aceptó visitarte. Para conocerte, ver si se podía confiar en ti para saber lo que
ella poseía y no sentirte amenazado por ello.
Para ver si podía manejar que tal don haya sido para una bastarda medio
humana y no para Ruhn.
Sin embargo, Hunt no vio miedo en el rostro del príncipe. Nada de envidia ni
duda. Solo tristeza.
»Pero luego conoció a tu hijo. Y ella me dijo que cuando vio el orgullo en su título
de Elegido, se dio cuenta de que no podía quitárselo. No cuando también vio que ese
era el único valor que tú le diste a él. Incluso si eso significara que a ella se le negaría
todo lo que se le debía, incluso si revelarse a sí misma hubiera significado que podría
dominarte, no le haría eso a Ruhn. Porque ella lo amaba a él mucho más de lo que te
odiaba a ti.
El rostro de Ruhn se arrugó.
»Y luego la dejaste en la acera como basura —escupió Ember al Rey de Otoño.
Ella soltó otra risa rota—. Espero que finalmente te devuelva el favor, maldito
imbécil. —Colgó.
El Rey de Otoño arrojó una jarra de agua delante de él a través de la habitación,
tan fuerte que se hizo añicos contra la pared.
La sangre de Hunt vibró a través de él cuando una conversación de hace
semanas voló hacia él: cómo él había hablado de tener dones que realmente no
quería. Bryce había estado de acuerdo, para su sorpresa, y luego pareció corregirse
a sí misma antes de bromear sobre atraer imbéciles. Desviando, ocultando la verdad.
Una suave mano femenina aterrizó sobre la de Hunt. La reina Hypaxia. Sus ojos
marrones oscuros brillaron cuando él la miró sorprendido. Su poder era una canción
de calidez a través de él. Era un martillo contra cada pared y obstáculo que se le
impuso. Y sintió que el poder se concentraba en el hechizo del halo sobre su frente.
Ella le había preguntado hace semanas qué haría si se lo quitaba. A quién
mataría.
Su primer objetivo estaba en esta habitación con ellos. Sus ojos
se dirigieron hacia Sandriel, y la barbilla de Hypaxia se hundió, en confirmación.
Bryce seguía sentada contra la Puerta. Como si tratara de reunirse a sí
misma. Como si se preguntara cómo podría hacer esto seis veces más.
Los demonios en las calles adyacentes vieron la luz de estrellas que aún brillaba
desde la Puerta de la Plaza Antigua y se quedaron atrás. Sí, se recordaban al Nacido
de la Estrella. O conocían los mitos.
Aidas lo había sabido. La había observado todos estos años, esperando que ella
se revelara.
El poder de Hypaxia fluyó silenciosamente e inadvertido hacia Hunt.
Sandriel deslizó su teléfono en su bolsillo. Como si lo hubiera estado usando
debajo de la mesa.
Ruhn también lo vio. El Príncipe Heredero de los Fae preguntó con salvaje
silencio:
—¿Qué hiciste?
Sandriel sonrió.
—Me ocupé de un problema.
El poder de Hunt gruñó dentro de él. Le había contado a los Asteri todo lo que
había visto. No solo lo que brillaba en las venas de Bryce, sino también sobre el
Cuerno.
Probablemente ya se estaban moviendo con la información. Con rapidez. Antes
de que alguien más pudiera considerar los dones de Bryce. Lo que podría significar
para la gente del mundo si supieran que una mujer mitad humana, heredera del
linaje Nacido de la Estrella, ahora llevaba el Cuerno en su propio cuerpo. Capaz de
ser usado solo por ella...
La verdad hizo clic en su lugar.
Por eso Danika lo había tatuado en Bryce. Solo el linaje Nacido de la Estrella
podía usar el Cuerno.
Micah había creído que el sinte y la línea de sangre de Bryce serían suficientes
para dejarlo usar el Cuerno, anulando la necesidad del verdadero poder de un
Nacido de la Estrella. El cuerno había sido arreglado, pero solo funcionaba porque
Bryce era heredera del poder Nacido de la Estrella. Objeto y portador se habían
convertido en uno.
Si Bryce lo deseaba, el Cuerno podría abrir un portal a cualquier mundo,
cualquier reino. Justo como Micah había querido hacer. Pero ese tipo de poder,
perteneciente a una medio humana, nada menos, podría poner en peligro la
soberanía de los Asteri. Y los Asteri eliminarían cualquier amenaza a su autoridad.
Un rugido comenzó a formarse en los huesos de Hunt.
—Ellos no pueden matarla. Ella es la única que puede cerrar esas malditas
puertas —gruñó Ruhn.
Sandriel se reclinó en su silla.
—Todavía no ha hecho el Descenso, Príncipe. Así que ciertamente pueden
hacerlo.
»Y de todos modos parece que está completamente agotada. Dudo que pueda
cerrar una segunda Puerta, mucho menos seis más —agregó ella.
Los dedos de Hunt se curvaron.
Hypaxia volvió a encontrar su mirada y sonrió levemente. Una invitación y un
desafío. Su magia brilló a través de él, sobre su frente.
Sandriel había informado a los Asteri, para que mataran a Bryce.
Su Bryce. La atención de Hunt se redujo en la parte posterior del cuello de
Sandriel.
Y se puso de pie cuando la magia de Hypaxia disolvió el halo de su frente.
89
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

La sala de conferencias se sacudió.


Ruhn había mantenido a Sandriel distraído, la mantuvo hablando mientras la
Reina Hypaxia había liberado a Hunt del agarre del halo. Había sentido la onda de su
poder en la mesa, luego vio el halo de Athalar comenzar a brillar, y había entendido
lo que estaba haciendo la bruja con su mano sobre la de Hunt.
No había nada más que muerte fría en los ojos de Hunt cuando el tatuaje de halo
se desprendió de su frente.
El verdadero rostro del Umbra Mortis.
Sandriel se dio la vuelta, dándose cuenta demasiado tarde de quién estaba ahora
a su espalda. Sin marcas en su frente.
Algo como puro terror cruzó el rostro de la Arcángel cuando Hunt le enseñó los
dientes.
Un rayo se reunió alrededor de sus manos. Las paredes se agrietaron. Los
escombros llovieron del techo.
Sandriel fue demasiado lenta.
Ruhn sabía que Sandriel había firmado su propia sentencia de muerte cuando
no trajo consigo sus triarii. Y le estampó el sello oficial en el momento en que ella
reveló que había puesto a Bryce en la línea de fuego de los Asteri.
Ni siquiera su poder de Arcángel podría protegerla de Athalar. De lo que él
sentía por Bryce.
El rayo de Athalar se deslizó sobre los pisos. Sandriel apenas tuvo tiempo de
levantar los brazos y convocar a una fuerza de viento antes de que Hunt la atacara.
El relámpago estalló, toda la habitación se rompió con él.
Ruhn se arrojó debajo de una mesa, agarrando a Hypaxia con él. Las losas de
piedra golpearon la superficie sobre ellos.
Flynn lanzó una tormenta junto a él, y Declan se agachó y se acurrucó alrededor
de una computadora portátil. Una nube de escombros llenó el espacio, ahogándolos.
La boca de Ruhn estaba llena de éter.
Un relámpago estalló, lamiendo y crujiendo por la habitación.
Entonces el tiempo cambió y se ralentizó, pasando y pasando lentamente…
—Joder —decía Flynn entre jadeos, cada palabra una eternidad y un destello, el
mundo dio un vuelco de nuevo, ralentizándose y arrastrándose—. Mierda.
Entonces el rayo se detuvo. La nube de escombros latía y zumbaba.
El tiempo comenzó su ritmo normal, y Ruhn salió de debajo de la mesa. Sabía lo
que encontraría dentro de la nube giratoria y electrificada que todos miraban
boquiabiertos. Fury Axtar tenía un arma apuntando hacia donde la Arcángel y Hunt
habían estado, los escombros blanqueando su cabello oscuro.
Hypaxia ayudó a Run a ponerse de pie. Tenía los ojos muy abiertos mientras
escaneaban la nube. La reina bruja sin duda sabía que Sandriel la mataría por liberar
a Hunt. Había apostado a que el Umbra Mortis sería el que saldría vivo de eso.
La nube de escombros se despejó, los rayos se desvanecieron del aire ahogado
por el polvo. Su apuesta había valido la pena. La sangre salpicaba el rostro de Hunt
mientras sus plumas revoloteaban en un viento fantasma.
Y de su mano, agarrada por el cabello, colgaba la cabeza cortada de Sandriel.
Su boca todavía estaba abierta en un grito, humo saliendo de sus labios, la piel
de su cuello tan dañada que Ruhn sabía que Hunt se la había arrancado con las
manos desnudas.
Hunt levantó lentamente la cabeza delante de él, como si fuera uno de los
antiguos héroes del Mar Rhagan inspeccionando a una criatura asesinada. Un
monstruo.
Dejó caer la cabeza de la Arcángel. Golpeó y cayó a un lado, el humo todavía salía
de la boca, las fosas nasales. La había desollado con su rayo de adentro hacia afuera.
Los ángeles en la habitación se arrodillaron sobre una rodilla. Encorvados.
Incluso un Isaiah Tiberian con los ojos abiertos. Nadie en el planeta tenía ese tipo de
poder. Nadie lo había visto desatado por completo en siglos.
Dos Gobernadores muertos en un día. Uno asesinado por su hermana y el otro
por el... lo que sea que fuera Hunt para su hermana.
Por el asombro y el miedo en el rostro de su padre, Ruhn sabía que el Rey de
Otoño se estaba preguntando al respecto. Preguntándose si Hunt lo mataría
después, por cómo había tratado a Bryce.
Bryce, su hermana Nacida de la Estrella.
Ruhn no sabía qué pensar al respecto. Que ella había pensado que él valoraba
más la mierda del Elegido que a ella. Y cuando esa pelea había sucedido, ¿había
dejado que las cosas se rompieran entre ellos para evitar que él supiera lo que era?
Ella se había alejado del privilegio, el honor y la gloria… por él.
Y todas esas advertencias que ella le había dado sobre el Rey de Otoño, sobre su
padre matando al último Nacido de la Estrella... ella también había vivido con ese
miedo.
Hunt lanzó al Rey de Otoño una sonrisa salvaje.
Ruhn sintió una gran satisfacción cuando su padre palideció.
Pero luego Hunt miró a Fury, que estaba sacando escombros de su cabello
oscuro, y gruñó:
—A la mierda los Asteri. Trae tu maldito helicóptero aquí.

Cada decisión, cada orden fluía desde un lugar que había estado demasiado
tiempo en silencio dentro de Hunt.
Él chisporroteaba con poder, el relámpago en sus venas rugía por liberarse en
el mundo, arder y desgarrar. Lo suprimió, prometió que permitiría que fluyera sin
control tan pronto como llegaran a la ciudad, pero primero tenían que llegar a la
ciudad.
Fury tembló ligeramente, como si incluso ella hubiera olvidado lo que él podía
hacer. Lo que le había hecho a Sandriel con satisfacción salvaje, hundiéndose en un
lugar de tanta ira que solo estaba su rayo y su enemigo y la amenaza que ella
representaba para Bryce. Pero Fury dijo:
—El helicóptero está aterrizando en el techo ahora.
Hunt asintió y ordenó a los ángeles restantes sin mirarlos:
—Nos moveremos.
Ninguno de ellos objetó su orden. No le había importado una mierda que se
hubieran inclinado, lo que sea que eso significara. Solo le importaba que volaran a
Lunathion tan rápido como pudieran.
Fury ya estaba en la salida, con el teléfono en la oreja. Hunt caminó detrás de
ella, a través de la habitación llena de alas susurrantes y pies pisando fuerte, pero
miró por encima del hombro.
—Danaan, Ketos, ¿vienen? —Los necesitaba a ellos.
Ruhn se puso de pie sin dudar; Tharion esperó hasta que recibió el visto bueno
de la hija de la Reina del Río antes de levantarse. Amelie Ravenscroft se adelantó,
ignorando la mirada de Sabine, y dijo:
—Yo también voy contigo. —Hunt asintió nuevamente.
Flynn ya se estaba moviendo, sin necesidad de expresar que se uniría a su
príncipe, para salvar a su princesa. Declan señaló las pantallas.
—Seré tus ojos en el campo.
—Bien —dijo Hunt, dirigiéndose a la puerta.
El Rey de Otoño y el Prime de los lobos, las únicas Cabezas de la Ciudad
presentes, permanecieron en el foso, junto con Sabine. Jesiba e Hypaxia tendrían que
mantenerlos a raya. Ninguna de las hembras reconoció a la otra, pero tampoco había
animosidad entre ellas. A Hunt no le importaba.
Silenciosamente subió las escaleras hacia el techo, con sus acompañantes detrás
de él. Estaban a treinta minutos en helicóptero de la ciudad. Tanto podría salir mal
antes de que llegaran. Y cuando finalmente lo hicieran... sería pura matanza.
El viento del helicóptero azotó el cabello negro de Fury mientras cruzaban la
plataforma de aterrizaje. Flynn los siguió de cerca, midiendo su transporte y dejó
escapar un silbido impresionado.
No era un transporte de lujo. Era un helicóptero de grado militar. Completado
con dos artilleros en cada puerta y un alijo de una variedad de pistolas y armas en
bolsas de lona atadas al suelo de él.
Fury Axtar no había venido a esta reunión esperando que fuera amigable.
Agarró los auriculares del piloto antes de lanzar su esbelto cuerpo a la cabina.
—Iré contigo —dijo Hunt, señalando al helicóptero mientras los ángeles
despegaban a su alrededor—. Mis alas aún no pueden soportar el vuelo.
Ruhn saltó al helicóptero detrás de Flynn y Amelie, y Tharion reclamó al
artillero izquierdo. Hunt permaneció en el techo, gritando órdenes a los ángeles que
partían. Establezcan un perímetro alrededor de la ciudad. Equipo Scout: investiguen
el portal. Envíen a los sobrevivientes al protocolo de intervención al menos a seis
kilómetros más allá de los muros de la ciudad. No se permitió pensar en lo fácil que
era volver al papel de comandante. Entonces Hunt estaba en el helicóptero, tomando
al artillero derecho. Fury movió interruptor tras otro en el panel de control. Hunt le
preguntó con voz ronca:
—¿Sabías lo que sucedió en el techo con Bryce y Juniper?
Lo había destrozado al escuchar a Bryce aludir a eso, que había considerado
saltar. Escuchar que había estado tan cerca de perderla incluso antes de conocerla.
Ruhn se giró hacia ellos, su rostro agonizante confirmó que él sentía lo mismo.
Fury no detuvo sus movimientos.
—Bryce fue un fantasma durante mucho tiempo, Hunt. Ella fingió que no lo era,
pero lo era. —El helicóptero finalmente se elevó en el aire—. La trajiste de vuelta a
la vida.
90
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

El cuerpo entero de Bryce temblaba cuando se apoyó contra el brillante cuarzo


de la Puerta, el agotamiento la arrastró hasta el lugar.
Había funcionado. De alguna manera, había funcionado.
No se dejó maravillar por eso ni temió sus implicaciones cuando su padre y los
Asteri se enteraran. No cuando no tenía idea de cuánto tiempo su luz de estrellas
permanecería brillando en la Puerta. Pero tal vez aguantaría lo suficiente como para
que llegue la ayuda.
Quizás esto había hecho la diferencia.
Cada respiración ardía en su pecho. No faltaba mucho. Para obtener ayuda, para
su fin, ella no lo sabía.
Pero sería pronto. De cualquier forma que terminara, Bryce sabía que sería
pronto.

—Declan dice que Bryce todavía está en la Puerta de la Plaza Antigua —informó
Fury por encima del hombro.
Hunt solo mantuvo sus ojos en el horizonte lleno de estrellas. La ciudad era una
sombra oscura, interrumpida solo por un tenue resplandor en su corazón. La Plaza
Antigua. Bryce.
—Hypaxia dice que Bryce apenas puede moverse —agregó Fury, una nota de
sorpresa en su voz plana.
—Parece que está agotada. No va a poder llegar a la próxima Puerta sin ayuda.
—¿Pero la luz de la Puerta la mantiene a salvo? —dijo Ruhn por encima del
viento.
—Hasta que los demonios dejen de temer a la luz Nacida de la Estrella. —Fury
cambió la llamada a los altavoces del helicóptero—. Emmet, el radar está captando
tres máquinas de guerra del oeste. ¿Tienes algo de eso?
Gracias a la mierda. Alguien más venía a ayudar después de todo. Si pudieran
llevar a Bryce a cada Puerta y ella pudiera reunir suficiente luz de estrellas para usar
el Cuerno, detendrían la carnicería.
Declan se tomó un momento para responder, su voz crujió a través de los
altavoces encima de Hunt.
—Se están registrando como tanques imperiales. —Su pausa hizo que Hunt
apretara más al artillero.
—Son de la Guardia Asteriana. Tienen lanzadores de misiles de azufre —aclaró
Hypaxia. Su voz se agudizó cuando le habló al Rey de Otoño y a la Prime de los
lobos—: Saquen sus fuerzas de la ciudad.
La sangre en las venas de Hunt se enfrió.
Los Asteri habían enviado a alguien para tratar con los demonios. Y con Bryce.
Iban a destruir la ciudad hasta hacerla polvo.
Los misiles de azufre no eran bombas ordinarias de productos químicos y metal.
Eran magia pura, hechos por la Guardia Asteriana: una combinación de sus poderes
angelicales de viento, lluvia y fuego en una entidad hiperconcentrada, entrelazados
con primera luz y disparados a través de maquinaria. Donde golpearan, destrucción
les seguiría.
Para hacerlos aún más mortales, eran mezclados con hechizos para retrasar la
curación. Incluso para los Vanir. El único consuelo para cualquiera en su extremo
receptor era que los misiles tardaban un tiempo en producirse, ofreciendo un
respiro entre golpes. Una pequeña comodidad para tontos.
Fury movió los botones en la pantalla de mando.
—Hablo a las Unidades Asterianas Uno, Dos y Tres, habla Fury Axtar.
Retrocedan. —No hubo respuesta—. Repito, retrocedan. Abortar la misión.
Nada.
—Son la Guardia Asteriana. No te responderán —dijo Declan.
La voz del Rey de Otoño crujió por los altavoces.
—Nadie en el Comando Imperial está respondiendo nuestras llamadas.
Fury inclinó el helicóptero, barriendo hacia el sur. Hunt los vio entonces. Los
tanques negros aproximándose por el horizonte, cada uno tan grande como una
pequeña casa. La insignia imperial pintada en sus flancos. Los tres moviéndose hacia
Ciudad Crescent.
Se detuvieron a las afueras de su frontera. Los lanzadores de metal encima de
ellos se posicionaron. Los misiles de azufre se dispararon desde los lanzadores y se
arquearon sobre los muros, ardiendo con luz dorada. Cuando el primero golpeó,
rezó para que Bryce hubiera salido de la Puerta en busca de refugio.
Bryce se atragantó con el polvo y los escombros, su pecho agitado. Ella trató de
moverse, y falló. Su columna…
No, esa era su pierna, atrapada en una maraña de concreto y hierro. Había
escuchado la explosión hace un minuto, reconoció el color dorado del azufre gracias
a la cobertura de noticias de las guerras de Pangera, y ella había corrido a través de
la plaza, apuntando hacia la puerta abierta del auditorio de ladrillo allí, esperando
que hubiera un sótano cuando golpearan.
Sus orejas rugían, zumbando. Chillando.
La puerta seguía en pie, todavía la protegía con su luz. Luz de ella, técnicamente.
Al parecer, el misil de azufre más cercano había alcanzado un barrio. Había sido
suficiente para destruir la plaza, reducir algunos edificios a escombros, pero no lo
suficiente como para diezmar el lugar.
Moverse. Ella tenía que moverse. Las otras Puertas aún estaban abiertas. Tenía
que encontrar alguna forma de llegar allí; cerrarlas también.
Ella tiró de su pierna. Para su sorpresa, las heridas menores ya se estaban
curando, mucho más rápido de lo que nunca había experimentado. Quizás el Cuerno
en su espalda ayudaba a acelerar la curación.
Estiró la mano para quitarse la losa de hormigón de encima. No se movió.
Ella jadeó entre dientes, intentando de nuevo. Habían lanzado azufre sobre la
ciudad. La Guardia Asteriana lo había disparado a ciegas sobre los muros para
destruir las Puertas o matar a los demonios.
Pero habían disparado contra su propia gente, sin importarles a quién
golpearan.
Bryce respiró hondo y constante. No hizo nada para calmarla.
Lo intentó de nuevo, con las uñas rotas por el hormigón. Pero a menos que se
cortara el pie, no se liberaría.

La Guardia Asteriana estaba recargando sus lanzadores de misiles encima de


los tanques. La magia estallaba a su alrededor, como si el azufre se esforzara por
liberarse de sus limitaciones de primera luz. Ansioso por desatar ruina angelical
sobre la ciudad indefensa.
—Van a disparar de nuevo —susurró Ruhn.
—El azufre aterrizó principalmente en Moonwood —dijo Declan—. Bryce está
viva, pero en problemas. Está atrapada debajo de un pedazo de concreto. Y luchando
como un Hel para liberarse.
—ABORTAR MISIÓN —gritó Fury al micrófono.
Nadie respondió. Los lanzadores se inclinaron hacia el cielo nuevamente,
girando hacia nuevos objetivos.
Como si supieran que Bryce todavía vivía. Seguirían bombardeando la ciudad
hasta que ella estuviera muerta, matando a cualquiera a su paso. Tal vez con la
esperanza de que, si también destruían las Puertas, los vacíos se desvanecerían.
Una calma helada y brutal se apoderó de Hunt.
—Ve alto. Tan alto como pueda ir el helicóptero —dijo él a Fury.
Ella vio lo que él pretendía hacer. No podía volar, no con alas débiles. Pero no
necesitaba hacerlo.
—Agárrate a algo —dijo Fury, y giró bruscamente el helicóptero. Subió, subió,
subió, todos apretaron los dientes contra el peso tratando de empujarlos hacia la
tierra.
Hunt se preparó, instalándose en el lugar que lo había resguardado a través de
batallas y años en mazmorras y arenas de Sandriel.
—Prepárate, Athalar —llamó Fury. Las máquinas de guerra se detuvieron, los
lanzadores preparados.
El helicóptero sobrevoló el muro de Lunathion. Hunt se desabrochó del asiento.
El Barrio de Huesos era un remolino brumoso debajo mientras ellos cruzaban el
Istros.
Gratitud brilló en los ojos de Danaan. Comprendiendo lo que solo Hunt podía
hacer.
La Plaza Antigua y la Puerta resplandeciente en su corazón se hicieron visibles.
La única señal que necesitaba. No hubo dudas en Hunt. Nada de miedo.
Hunt saltó del helicóptero, con las alas recogidas. Un viaje de ida. Su último
vuelo.
Muy por debajo, sus agudos ojos solo podían distinguir a Bryce mientras ella se
acurrucaba en una bola, como si eso la fuera a salvar de la muerte que pronto la
destruiría.
Los misiles de azufre se lanzaron uno tras otro, el arco más cercano hacia la
Plaza Antigua, brillando con letal poder dorado. Incluso mientras Hunt se hundía en
la tierra, sabía que su ángulo estaba desviado, probablemente golpearía a diez
cuadras de distancia. Pero todavía estaba demasiado cerca. Todavía la dejaba a ella
en la zona de explosión, donde todo ese poder angelical comprimido la salpicaría
por todos lados.
El azufre golpeó, la ciudad entera rebotó bajo su impío impacto. Cuadra tras
cuadra se rompió en un maremoto de muerte.
Con las alas desplegadas y rayos en erupción, Hunt se arrojó sobre Bryce cuando
el mundo se hizo añicos.
91
Traducido por ElenaTroy
Corregido por Lieve

Ella debería estar muerta.


Pero esos eran sus dedos, enroscándose en los escombros. Esa era su
respiración, entrando y saliendo.
El azufre había diezmado la plaza, la ciudad ahora estaba en ruinas humeantes,
sin embargo, la Puerta todavía estaba en pie. Pero la luz de ella se había apagado, el
cuarzo de nuevo de un blanco hielo. Fuegos humeaban alrededor de ella, iluminando
el daño en un alivio parpadeante.
Cenizas llovían, mezclándose con las brasas.
Los oídos de Bryce zumbaban débilmente, pero no tanto como lo habían hecho
después de la primera explosión.
No era posible. Ella había visto el brillante misil de azufre de reluciente dorado
que se arqueaba, sabía que golpearía a unas cuadras de distancia, y que esa muerte
pronto la encontraría. La Puerta debía haberla protegido de alguna manera.
Bryce intentó hacerse en una posición arrodillada con un gemido. El
bombardeo, al menos, había cesado. Solo algunos edificios seguían en pie. Los
esqueletos de los autos todavía quemándose cerca de ella. El humo acre se elevaba
en una columna que embotellaba las primeras estrellas de la noche.
Y… y en las sombras, había demonios al acecho. La bilis quemó en su garganta.
Ella tenía que levantarse. Tenía que moverse mientras ellos estaban abajo.
Sus piernas no cooperarían. Meneó los dedos de los pies dentro de sus zapatos,
solo para asegurarse de que pudieran funcionar, pero… no se podía levantar del
suelo. Su cuerpo se rehusaba a obedecer.
Un grupo de cenizas cayó sobre la rodilla rota de sus leggins. Sus manos
comenzaron a temblar. No era un pedazo de ceniza.
Era una pluma gris.
Bryce se giró para mirar detrás de ella. Su cabeza quedó en blanco. Un grito se
salió de ella, levantándose desde tan profundo que ella se preguntó si ese era el
sonido del mundo destrozándose.
Hunt yacía tendido en el suelo, su espalda ensangrentada, un desastre quemado,
y sus piernas…
No había nada más que muñones de ellas. No quedaba nada de su brazo derecho
más que sangre tendida en el pavimento. Y en su espalda, en donde sus alas habían
estado…
Ese era un hueco abierto de sangre.
Ella se movió por instinto, luchando contra el concreto y metal y sangre.
Él la había protegido contra el azufre. De alguna manera había escapado de
Sandriel y había venido aquí. Para salvarla.
—Porfavorporfavorporfavorporfavor.
Ella lo giró, buscando por alguna señal de vida, o de respiración...
Su boca se movió. Solo ligeramente.
Bryce sollozó, poniendo la cabeza de él en su regazo.
—¡Ayuda! —llamó ella. Sin más respuesta que un aullido más allá en la
oscuridad lamida por el fuego—. ¡Ayuda! —gritó de nuevo, pero su voz era tan ronca
que apenas llegó a la plaza. Randall le había dicho acerca del terrible poder de los
misiles de azufre de la Guardia Asteriana. Cómo los hechizos entretejidos en la magia
angelical ralentizaban la curación en los Vanir lo suficiente para que se desangraran.
Hasta morir.
La sangre cubría tanto del rostro de Hunt que ella apenas podía ver la piel
debajo. Solo un débil revoloteo de su garganta le decía que seguía vivo.
Y las heridas que deberían haber estando sanando… estaban goteando sangre.
Las arterias habían sido cortadas. Arterias vitales…
—¡AYUDA! —gritó ella.
Pero nadie respondió.

Las explosiones de azufre habían derribado el helicóptero.


Solo las habilidades de Fury los mantuvo con vida, sin embargo, aun así se
habían estrellado, volteándose dos veces, antes de aterrizar en alguna parte de
Moonwood.
Tharion sangraba por la cabeza, Fury tenía una herida en la pierna, Flynn y
Amelie tenían huesos rotos, y Ruhn… él no se preocupó en pensar acerca de sus
propias heridas. No mientras la noche de humo quemado se mezclaba con gruñidos
cercanos. Pero los misiles de azufre se habían detenido, al menos tenían eso. Rezó
que la Guardia Asteriana necesitara algo de tiempo antes de que pudieran reunir el
poder para formar más para ellos.
Ruhn se forzó a moverse por pura voluntad.
Dos de las bolsas de armas se habían liberado de su lugar y se habían perdido
en el choque. Flynn y Fury empezaron a repartir las armas y cuchillos restantes,
trabajando rápidamente mientras Ruhn juzgaba el estado de la única ametralladora
intacta que él sacó del piso del helicóptero.
La voz de Hypaxia rompió sobre la radio milagrosamente sin daños.
—Tenemos ojos en la Puerta de la Plaza Antigua —dijo ella. Ruhn hizo una
pausa, esperando por las noticias. No atreviéndose a tener esperanza.
Lo último que había visto de Athalar era al ángel lanzándose hacia Bryce
mientras la Guardia de Asteriana disparaba esos brillantes misiles dorados sobre el
muro como algún extraño espectáculo de fuegos artificiales. Luego las explosiones
en toda la ciudad habían destrozado el mundo.
—Athalar cayó —anunció Declan gravemente—. Bryce vive. —Ruhn ofreció una
oración silenciosa de agradecimiento a Cthona por su misericordia. Hubo otra
pausa—. Corrección, Athalar sobrevivió, pero apenas. Sus heridas son… mierda. —
Cuando tragó, fue audible—. No creo que tenga ninguna posibilidad de sobrevivir.
Tharion ladeó un rifle en su hombro, mirando por la mirilla en la oscuridad.
—Tenemos cerca de una docena de demonios acechándonos el desde ese
edificio de allí.
—Seis más por aquí —dijo Fury, también usando la mirilla del rifle. Amelie
Ravenscroft cojeó muy mal mientras se cambiaba a forma de lobo con un destello de
luz y mostraba sus dientes a la oscuridad.
Si ellos no cerraban los portales en las otras Puertas, solo existían dos opciones:
retirase o morir.
—Se están poniendo curiosos —murmuró Flynn sin sacar un ojo de la de su
arma—. ¿Tenemos un plan?
—El río a nuestra espalda —dijo Tharion—. Si somos afortunados, mi gente
podría venir en nuestra ayuda. —La Corte Azul yacía bastante lejos de la superficie
como para haber evadido la ira del azufre. Ellos podrían reunirse.
Pero Bryce y Hunt permanecían en la Plaza Antigua.
—Estamos a treinta cuadras de la Puerta Corazón. Iremos por el camino del río,
luego cortamos tierra abajo en la calle Principal —dijo Ruhn, y luego añadió—: Al
menos yo iré por ahí. —Todos asintieron con rostros sombríos.
Dile a Ruhn que lo perdono… por todo.
Las palabras hacían eco a través de la sangre de Ruhn. Ellos tenían que seguir
adelante, incluso si los demonios los atrapaban uno por uno. Él solo esperaba que
llegaran a su hermana a tiempo para encontrar algo que salvar.
Bryce se arrodilló sobre Hunt, su vida derramándose a su alrededor. Y en el
silencio humeando de acre, ella empezó a susurrar.
—Creo que sucedió por una razón. Creo que todo sucedió por una razón. —Ella
acarició el cabello ensangrentado de él, su voz temblando—. Creo que no fue por
nada.
Ella miró hacia la Puerta. Gentilmente poniendo a Hunt abajo en medio de los
escombros. Ella susurró de nuevo, levantándose en sus pies:
—Creo que sucedió por una razón. Creo que todo sucedió por una razón. Creo
que no fue por nada.
Ella se alejó del cuerpo de Hunt mientras él se desangraba detrás de ella.
Encaminándose a través de escombros y piedras. La cerca alrededor de la Puerta
había sido deformada y despegada. Pero el cuarzo del arco todavía seguía de pie, con
sus placas bronces y las gemas del disco intactas mientras ella se detenía ante ellas.
—Creo que no fue por nada —susurró Bryce de nuevo.
Colocó su palma en el disco de bronce de las teclas de marcación.
El metal estaba cálido contra los dedos de Bryce, como lo había estado cuando
los tocó ese último día con Danika. Su poder silbó a través de ella, sacando su tarifa
por el uso: una gota de su magia.
Las Puertas habían sido usadas como dispositivos de comunicación en el
pasado, pero la única razón por la que las palabras podían pasar entre ellas era el
poder que las conectaba. Todas estaban sobre las líneas ley vinculadas. Una
verdadera matriz de energía.
La Puerta no era solo un prisma. Era un conducto. Y ella tenía el Cuerno en su
propia piel. Había demostrado que podía cerrar el portal a Hel.
Bryce susurró al pequeño intercomunicador en el centro del arco de gemas de
la plataforma.
—¿Hola?
Nadie respondió.
»Si pueden oírme, vengan a la Puerta. Cualquier Puerta —dijo ella.
Todavía nada.
—Mi nombre es Bryce Quinlan. Estoy en la Plaza Antigua. Y… y creo que
descubrí cómo podemos detener esto. Cómo podemos solucionar esto —continuó
Silencio. Ninguna de las otras gemas se encendió para indicar la presencia o la
voz de otra persona en otro lugar, tocando el disco en el otro extremo.
—Sé que es malo en este momento. —Bryce lo intentó de nuevo—. Sé que es
tan, tan malo, y oscuro, y… sé que se siente imposible. Pero si pueden llegar a otra
Puerta, solo… por favor. Por favor vengan.
Ella dio un respiro estremecedor.
—No tienen que hacer nada—, ella dijo—. Todo lo que necesitan hacer es poner
su mano en el disco. Eso es todo lo que necesito, simplemente a otra persona en la
línea. —Su mano tembló, y presionó más fuerte contra el metal—. La Puerta es un
conducto de poder, un pararrayos que se alimenta con cada otra Puerta a través de
la ciudad. Y necesito a alguien en el otro extremo, vinculado a mí a través de esta
vena. —Ella tragó—. Necesito que alguien sea mi Ancla. Así puedo hacer el Descenso.
Las palabras se susurraron al mundo.
La voz rasposa de Bryce anuló los sonidos de los demonios reuniéndose de
nuevo alrededor de ella.
»La primera luz que generaré al hacer el Descenso se extenderá desde esta
Puerta a las otras. Iluminará todo, enviará a esos demonios corriendo a toda
velocidad. Sanará todo lo que toque. A todos lo que toque. Y yo… —Ella respiró
profundamente—… soy una Fae Nacida de la Estrella, y tengo el Cuerno de Luna en
mi cuerpo. Con el poder de la primera luz que genere, puedo cerrar los portales al
Hel. Lo hice aquí, puedo hacerlo en donde sea. Pero necesito un vínculo, y el poder
de mi Descenso para hacerlo.
Todavía ninguna respuesta. Ni una vida se agitó, más allá de las bestias en las
más profundas sombras.
—Por favor —suplicó Bryce, su voz quebrándose.
Silenciosamente, ella rezó para que cualquiera de esas otras seis gemas se
iluminara, que mostraran que solo una persona, en cualquier lugar, respondería a
su petición.
Pero solo había crepitante nada.
Ella estaba sola. Y Hunt se estaba muriendo.
Bryce esperó cinco segundos. Diez segundos. Nadie respondió. Nadie vino.
Tragando otro sollozo, dio un respiro estremecedor y dejó ir el disco.
Las respiraciones de Hunt se habían vuelto pocas y lejanas. Ella se arrastró de
regreso a él, con las manos temblando. Pero su voz era calmada mientras de nuevo
deslizaba su cabeza sobre su regazo. Acarició su rostro empapado de sangre.
—Vas a estar bien —dijo ella—. La ayuda está en camino, Hunt. Las medwitch
ya están en camino. —Ella cerró los ojos contra las lágrimas—. Vamos a estar bien
—mintió—. Vamos a ir a casa, donde Syrinx nos está esperando. Vamos a ir a casa.
Tú y yo. Juntos. Tendremos ese después, como prometiste. Pero solo si tú aguantas,
Hunt.
La respiración de él se sacudió. Una sacudida de muerte. Ella se inclinó sobre él,
inhalando su aroma, la fuerza en él. Y entonces lo dijo, las dos palabras que
significaban más que nada. Se las susurró al oído de él, enviándolas con todo lo que
quedaba de ella.
La verdad final, la que ella necesitaba que él escuchara.
La respiración de Hunt se extendió y disminuyó. No mucho más.
Bryce no pudo detener sus lágrimas mientras caían en las mejillas de Hunt,
limpiando la sangre en claros senderos.
Emociónate, Danika le susurró a ella. En su corazón.
—Lo intenté —susurró ella de regreso—. Danika, lo intenté.
Emociónate.
Bryce lloró.
—No funcionó.
Emociónate. Urgencia afilaban las palabras. Como si… como si…
Bryce levantó la cabeza. Mirando hacia la Puerta. A la placa y sus gemas.
Ella esperó. Contó sus respiraciones. Uno. Dos. Tres.
Las gemas permanecieron oscuras. Cuatro. Cinco. Seis.
Nada en absoluto. Bryce tragó duro y se giró de regreso hacia Hunt. Una última
vez. Él se iría, y luego ella lo seguiría, o más azufre caería o los demonios tendrían el
coraje de atacarla.
Tomó otra respiración. Siete.
—Emociónate. —Las palabras llenaron la Plaza Antigua. Llenaron cada cuadra
de la ciudad.
Bryce movió su cabeza de golpe para mirar a la Puerta cuando la voz de Danika
sonó de nuevo.
—Emociónate, Bryce.
La piedra ónix del Barrio de Hueso brillaba como una estrella oscura.
92
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

El rostro de Bryce se arrugó cuando se puso de pie, corriendo hacia la Puerta.


No le importaba cómo era posible cuando Danika dijo de nuevo:
—Emociónate.
Entonces Bryce se estaba riendo y sollozando mientras gritaba:
—¡EMOCIÓNATE, DANIKA! ¡EMOCIÓNATE, EMOCIÓNATE, EMOCIÓNATE!
Bryce golpeó su palma contra el disco de bronce en la Puerta.
Y alma con alma con la amiga a la que no había olvidado, la amiga que no la había
olvidado, incluso en la muerte, Bryce hizo el Descenso.

Un silencio aturdido llenó la sala de conferencias cuando Bryce se sumió en su


poder.
Declan Emmett no alejó la vista de las pantallas que monitoreaba, su corazón
latía con fuerza.
—No es posible —dijo el Rey de Otoño. Declan se inclinó a aceptar.
—A Danika le quedaba un pequeño núcleo de energía, eso fue lo que me dijo el
InfraRey. Una esencia de sí misma —murmuró Sabine Fendyr.
—¿Puede un alma muerta siquiera servir como Ancla? —preguntó la Reina
Hypaxia.
—No —respondió Jesiba, con toda la finalidad de emisaria del InfraRey—. No,
no puede.
El silencio se extendió por la habitación cuando se dieron cuenta de lo que
estaban presenciando. Un Descenso solitario. Caída libre absoluta. Bryce bien podría
haber saltado de un acantilado y esperar aterrizar de manera segura.
Declan apartó los ojos de la transmisión y escaneó el gráfico en una de sus tres
computadoras, la que tenía el Descenso de Bryce, cortesía del sistema Eleusian.
—Se está acercando a su nivel de poder. —Apenas un punto pasado de cero en
la escala.
Hypaxia miró por encima del hombro para estudiar el gráfico.
—Pero no está desacelerando.
Declan miró de reojo la pantalla.
—Está ganando velocidad. —Él sacudió la cabeza—. Pero… pero ella está
clasificada como de bajo nivel. —Casi insignificante, si fuera imbécil al respecto.
—Pero la Puerta no lo está —dijo Hypaxia en voz baja.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Sabine.
—No creo que sea una placa conmemorativa. En la puerta. —dijo Hypaxia y
bruja señaló el letrero montado en el brillante cuarzo, el bronce rígido contra la
piedra incandescente—. El poder siempre pertenecerá a quienes entreguen sus vidas
a la ciudad.
Bryce cayó más al poder. Pasado los niveles normales y respetables.
»La placa es una bendición —dijo la Reina Hypaxia.
La respiración de Declan era desigual mientras murmuraba:
—El poder de las Puertas, el poder otorgado por cada alma que la ha tocado...
cada alma que ha entregado una gota de su magia…
Trató y no pudo calcular cuántas personas, durante cuántos siglos, habían
tocado las puertas de la ciudad. Habían entregado una gota de su poder, como una
moneda lanzada en una fuente. Habían pedido un deseo con esa gota de poder
cedido.
Gente de cada Casa. Cada raza. Millones y millones de gotas de energía
alimentaban ese Descenso solitario.
Bryce pasó nivel tras nivel tras nivel. El rostro del Rey de Otoño se puso pálido.
—Miren las puertas —dijo Hypaxia.
Las Puertas de cuarzo de la ciudad comenzaron a brillar. Rojo, luego naranja,
luego dorado, luego blanco.
La primera luz surgió de ellas. Líneas salieron en todas direcciones.
Las luces fluían por las líneas ley entre las puertas, conectándolas a lo largo de
las avenidas principales. Formando una perfecta estrella de seis puntas.
Las líneas de luz comenzaron a extenderse. Curvadas alrededor del muro de la
ciudad. Cortando a los demonios que ahora se dirigían hacia las tierras más allá.
Luz se encontró con luz y se encontró con luz y se encontró con luz.
Hasta que la ciudad estuvo rodeada de luz. Hasta que todas las calles brillaban.
Y Bryce seguía haciendo el Descenso.
Era alegría, vida, muerte, dolor, música y silencio.
Bryce cayó al poder, y el poder cayó sobre ella, y a ella no le importó, no le
importó, no le importó, porque era Danika cayendo con ella, Danika riendo con ella
mientras sus almas se entrelazaban.
Ella estaba aquí, estaba aquí, estaba aquí…
Bryce se sumergió en la luz dorada y en la canción del corazón del universo.
Danika dejó escapar un aullido de alegría, y Bryce le hizo eco.
Danika estaba aquí. Eso era suficiente.

—Está pasando el nivel de Ruhn —respiró Declan, sin creerlo. Que la hermana
fiestera de su amigo había superado al príncipe. Que superara al jodido Ruhn
Danaan.
El rey de Declan seguía tan quiero como la muerte cuando Bryce superó el nivel
de Ruhn. Esto podría cambiar su propio orden. Una poderosa princesa mitad
humana con luz de estrellas en sus venas... jodido Hel.
Bryce comenzó a detenerse finalmente. Acercándose al nivel del Rey de Otoño.
Declan tragó saliva.
La ciudad estaba inundada de su luz. Los demonios huían de ella, corriendo a
través de los vacíos, optando por desafiar a las puertas brillantes en lugar de quedar
atrapados en Midgard.
La luz se disparó desde las puertas, siete rayos se convirtieron en uno en el
corazón de la ciudad, sobre la Puerta de la Plaza Antigua. Una calle llena de poder.
Llena de la voluntad de Bryce.
Los vacíos entre Midgard y el Hel comenzaron a encogerse. Como si la luz misma
fuera aborrecible. Como si esa primera luz pura y sin restricciones pudiera sanar al
mundo.
Y lo hizo. Los edificios destrozados por el azufre volvieron a su lugar. Los
escombros se acumularon en paredes, calles y fuentes. Las personas heridas se
recuperaron nuevamente.
Bryce redujo la velocidad aún más.
Declan apretó los dientes. Los vacíos dentro de las puertas se hicieron cada vez
más pequeños.
Los demonios se apresuraron a regresar al Hel a través de las puertas cada vez
más pequeñas. Más y más de la ciudad fue sanando cuando el Cuerno cerró los
portales. Cuando Bryce cerró los portales, el poder del Cuerno fluyó a través de ella,
amplificado por la primera luz que estaba generando.
—Santos dioses —susurró alguien.
Los vacíos entre mundos se convirtieron en astillas. Entonces fueron nada en
absoluto.
Las Puertas estaban vacías. Los portales se fueron.
Bryce se detuvo finalmente. Declan estudió el número preciso de su poder, solo
un punto decimal por encima del nivel del Rey de Otoño.
Declan dejó escapar una risa suave, deseando que Ruhn estuviera aquí para ver
la expresión de asombro del hombre.
El rostro del Rey de Otoño se tensó y le gruñó a Declan:
—Yo que tú no estaría tan presumido, muchacho.
Declan se tensó.
—¿Por qué?
—Porque esa chica puede haber usado el poder de las Puertas para caer a
niveles imprevistos, pero no será capaz de hacer el Ascenso —siseó el Rey del Otoño.
Los dedos de Declan se detuvieron en las teclas de su computadora.
El Rey de Otoño se rio sin alegría. No por malicia, se dio cuenta Declan, sino por
algo así como dolor. Nunca había sabido que el imbécil podía sentir algo así.
Bryce se dejó caer sobre las piedras al lado de la Puerta. Declan no necesitaba
monitores médicos para saber que el corazón de ella se había detenido.
Su cuerpo mortal había muerto.
Un reloj en la computadora del sistema Eleusian comenzó a contar desde un
marcador de seis minutos. El indicador de cuánto tiempo se tenía para hacer la
Búsqueda y el Ascenso, para dejar que su cuerpo mortal muriera, para enfrentar lo
que yacía dentro de su alma, y volver a la vida con todo su poder. Y emerger como
inmortal.
Si ella hacía el Ascenso, el sistema Eleusian lo registraría, lo rastrearía.
—Ella hizo el Descenso sola. Danika Fendyr está muerta, no es una verdadera
Ancla. Bryce no tiene camino de regreso a la vida —dijo el Rey de Otoño con voz
ronca.
93
Traducido por LittleCatNorth & Andie
Corregido por Lieve

Este lugar era la cuna de la vida.


Había un suelo físico bajo sus pies, y captaba todo un mundo sobre ella, lleno de
luces distantes y titilantes. Pero esto era el fondo del mar. La oscura fosa oceánica
que cortaba la piel de la tierra.
No importaba. Nada importaba en lo absoluto. No con Danika de pie frente a
ella. Sosteniéndola.
Bryce se alejó lo suficiente para ver su hermoso rostro angular. El cabello como
maíz. Era igual, hasta los mechones amatistas, zafiros y rosas. De alguna forma, ella
había olvidado de los rasgos exactos del rostro de Danika, pero... ahí estaban.
—Viniste —dijo Bryce.
La sonrisa de Danika fue suave.
—Pediste ayuda.
—¿Estás... estás viva? En ese lugar, me refiero.
—No. —Danika sacudió la cabeza—. No, Bryce. Esto, lo que ves... —Se señaló a
sí misma. Los vaqueros familiares y la vieja camiseta de una banda—. Esto solo es
de lo que quedó. Lo que quedaba por ahí.
—Pero eres tú. Esto eres tú.
—Sí. —Danika echó un vistazo a la oscuridad agitada sobre ellas, todo el océano
encima—. Y no tienes mucho tiempo para hacer el Ascenso, Bryce.
Bryce resopló.
—No voy a hacer el Ascenso.
Danika parpadeó.
—¿A qué te refieres?
Bryce retrocedió.
—No lo haré. —Porque aquí era donde su alma vagabunda se quedaría si
fallaba. Su cuerpo moriría en el mundo terrenal, y su alma, la que negoció con el
InfraRey, sería dejada para vagar en este lugar. Con Danika.
Danika cruzó sus brazos.
—¿Por qué?
Bryce parpadeó furiosamente.
—Porque se volvió demasiado duro. Sin ti. Es demasiado duro sin ti.
—Y una mierda —gruñó Danika—. Entonces ¿simplemente te rendirás? Bryce,
estoy muerta, ya morí. ¿Y tú cambiarás toda tu vida por este diminuto pedazo que
queda de mí? —La decepción cubrió sus ojos caramelos—. La amiga que conocí no
habría hecho eso.
La voz de Bryce se rompió cuando dijo:
—Se suponía que haríamos esto juntas. Se suponíamos que viviríamos nuestras
vidas juntas.
El rostro de Danika se suavizó.
—Lo sé, B. —Tomó su mano—. Pero las cosas no resultaron así.
Bryce inclinó su cabeza, pensando que se rompería.
—Te extraño. Cada momento de cada día.
—Lo sé —dijo Danika de nuevo, y puso una mano sobre su corazón—. Y lo
siento. Lo he visto.
—¿Por qué mentiste... sobre el Cuerno?
—No mentí —dijo Danika simplemente—. Solo no te lo dije.
—Mentiste sobre el tatuaje —Contratacó Bryce.
—Para mantenerte a salvo —dijo Danika—. Para mantener el Cuerno a salvo,
sí, pero en su mayor parte, para mantenerte a salvo en caso de que me ocurriera lo
peor.
—Bueno, sí te ocurrió lo peor —dijo Bryce, arrepintiéndose al instante cuando
Danika se encogió.
Pero entonces Danika dijo:
—Intercambiaste tu lugar en el Barrio de Huesos por mí.
Bryce comenzó a llorar.
—Era lo menos que podía hacer.
Lágrimas se formaron en los ojos de Danika.
—¿Creíste que me hundiría? —Ella le dio una sonrisa mordaz—. Imbécil.
Pero Bryce se sacudió con la fuerza de su llanto.
—No podía... no podía tomar el riesgo.
Danika hizo a un lado algo del cabello de Bryce.
Bryce sorbió y dijo:
—Maté a Micah por lo que hizo. Lo que te hizo a ti. A Lehabah. —Su corazón
tensó—. ¿Es... ella está allí en el Barrio de Huesos?
—No lo sé. Y sí... vi lo que pasó en la galería. —Danika no explicó más sobre
detalles—. Nosotros lo vimos.
Esa palabra fue un problema. Nosotros.
Los labios de Bryce temblaron.
—¿Connor está contigo?
—Sí. Y el resto de la manada. Me compraron tiempo con las Parcas. Para llegar
a la Entrada. Están reteniéndolas, pero no por mucho tiempo, Bryce. No puedo
quedarme aquí contigo. —Sacudió su cabeza—. Connor habría querido más que esto
de ti. —Acarició el dorso de la mano de Bryce, con su pulgar—. Él no habría querido
que dejaras de luchar.
Bryce limpió su rostro de nuevo.
—No lo hice. No hasta ahora. Pero yo... todo está jodido. Y estoy tan cansada de
que se sienta así. Terminé con todo.
—¿Qué hay del ángel? —preguntó Danika suavemente.
La cabeza de Bryce se levantó.
—¿Qué hay con él?
Danika le dio una sonrisa conocedora.
—Si quieres ignorar el hecho de que tienes una familia que te ama sin importar
qué, está bien... pero también está el ángel.
Bryce retiró su mano de las de Danika.
—¿Realmente tratas de convencerme de hacer el Ascenso por un chico?
—¿Hunt Athalar realmente solo es un chico para ti? —La sonrisa de Danika se
volvió gentil—. ¿Y por qué, de alguna forma, es un golpe contra tu fuerza admitir que
hay alguien, que resulta ser un chico, por el que vale la pena regresar? Alguien que,
tú sabes, te hizo sentir cosas que están muy lejos de estar jodidas.
Bryce cruzó sus brazos.
—¿Y?
—Está curado, Bryce —dijo Danika—. Lo curaste con la primera luz.
La respiración de Bryce salió temblorosa. Hizo todo esto por esa salvaje
esperanza.
Tragó, mirando al suelo que no era tierra, sino la misma base de ella, del mundo.
—Tengo miedo —susurró ella.
Danika tomó su mano de nuevo.
—Ese es el punto, Bryce. De la vida. Vivir, amar, saber que todo podría
desvanecerse mañana. Hace que todo sea mucho más precioso. —Tomó el rostro de
Bryce en sus manos y presionó sus frentes juntas.
Bryce cerró sus ojos e inhaló la esencia de Danika, de alguna forma aún presente
incluso en esta forma.
—No creo que pueda lograrlo. El Ascenso.
Danika se alejó, mirando la imposible distancia sobre su cabeza. Luego, al
camino que se extendía frente a ellas. La pasarela. Su final era una caída libre a la
oscuridad eterna. A la nada. Pero ella dijo:
—Solo inténtalo, Bryce. Un intento. Estaré contigo a cada paso del camino.
Incluso si no puedes verme. Yo siempre estaré contigo.
Bryce no miró a esa pasarela demasiado corta. El océano interminable sobre
ellas, separándolas de la vida. Memorizó las líneas del rostro de Danika, ya que no
tuvo oportunidad de hacerlo antes.
—Te amo, Danika —susurró ella.
La garganta de Danika tembló. Ladeó su cabeza, el movimiento estrictamente
lupino. Como si escuchara algo.
—Bryce, tienes que apurarte. —Tomó su mano, apretándola—. Tienes que
decidir ahora.

El cronómetro de la vida de Bryce mostraba que faltaban dos minutos.


Su cadáver yacía tendido sobre las piedras junto a la Puerta débilmente
brillante.
Declan se pasó una mano por el pecho. No se atrevió a contactar a Ruhn. Aún
no. No podría soportar hacerlo.
—¿No hay forma de ayudarla? —susurró Hypaxia a la habitación silenciosa—.
¿De ninguna manera?
No. Declan había usado los últimos cuatro minutos para buscar un milagro en
todas las bases de datos públicas y privadas de Midgard. No había encontrado nada.
—Más allá de estar sin un Ancla —dijo el Rey de otoño—, ella usó una fuente de
energía artificial para llevarla a ese nivel. Su cuerpo no está biológicamente
equipado para realizar el Ascenso. Incluso con una verdadera Ancla, no podría
obtener suficiente impulso para ese primer salto hacia arriba.
Jesiba asintió gravemente en confirmación, pero la hechicera no dijo nada.
Los recuerdos de Declan de su Descenso y Ascenso eran turbios, aterradores.
Había ido más allá de lo previsto, pero al menos se había mantenido dentro de su
propio alcance. Incluso con Flynn de Ancla, estaba petrificado de que no pudiera
regresar.
A pesar de registrarse en el sistema como un punto de energía al lado de Bryce,
Danika Fendyr no era una atadura a la vida, no una verdadera Ancla. Ella no tenía
vida propia. Danika era simplemente lo que le había dado a Bryce el coraje suficiente
para intentar hacer el Descenso sola.
El Rey del Otoño continuó hablando.
—He buscado. He pasado siglos buscando. Miles de personas a lo largo de los
siglos han intentado superar sus propios niveles a través de medios artificiales.
Ninguno de ellos regresó a la vida.
Quedaba un minuto, los segundos salían volando del reloj en cuenta regresiva.
Bryce aún no había Ascendido. Todavía estaba haciendo la Búsqueda,
enfrentando lo que sea que había dentro de ella. El cronómetro se habría detenido
si hubiera comenzado su intento de Ascenso, marcando su entrada en al mundo, el
lugar liminal entre la muerte y la vida. Pero el cronómetro siguió andando.
Reduciéndose.
Sin embargo, no importaba. Bryce moriría, lo intentara o no.
Treinta segundos. Los restantes Jefes en la sala inclinaron sus cabezas.
Diez segundos. El Rey de Otoño se frotó el rostro, luego observó el reloj de
cuenta atrás. El resto de la vida de Bryce.
Cinco. Cuatro. Tres. Dos.
Uno. Los milisegundos corrieron hacia cero. La verdadera muerte.
El reloj se detuvo en 0.003.
Una línea roja se disparó a través de la parte inferior del gráfico de los sistemas
Eleusian, a lo largo de la calle hacia el olvido.
—Está corriendo —susurró Declan.

—¡Más rápido, Bryce! —Danika corrió siguiéndola.


Paso a paso, paso a paso, Bryce corrió por esa pista mental. Hacia el final cada
vez más cercano.
»¡Más rápido! —rugió Danika.
Una oportunidad. Ella tenía una oportunidad en esto.
Bryce corrió. Corrió y corrió y corrió, con los brazos moviéndose, apretando los
dientes.
Las probabilidades eran imposibles, escasas.
Pero ella lo intentó. Con Danika a su lado, esta última vez, podría intentarlo.
Había hecho el Descenso sola, pero no estaba sola.
Ella nunca había estado sola. Ella nunca lo estaría.
No con Danika en su corazón, y no con Hunt a su lado.
El final se acercaba. Tenía que volar. Tenía que comenzar el Ascenso, o ella
caería en la nada. Para siempre.
—¡No te detengas! —gritó Danika.
Así que Bryce no se detuvo.
Ella cargó hacia adelante. Hacia ese punto final y mortal.
Ella usó cada centímetro de la calle. Hasta el último centímetro.
Y luego explotó hacia arriba.

Declan no podía creer lo que estaba viendo cuando el Rey de Otoño cayó de
rodillas. Mientras Bryce se alzaba, levantando una oleada de poder.
Ella despejó los niveles más profundos.
—No es... —respiró el Rey de Otoño—. No es posible. Ella está sola.
Las lágrimas corrían por el rostro duro de Sabine mientras susurraba:
—No, no lo está.
La fuerza que era Danika Fendyr, la fuerza que le había dado a Bryce ese impulso
hacia arriba, se desvaneció en la nada.
Declan sabía que nunca regresaría, a este mundo o a una isla velada por la
niebla.
Todavía podría haber pasado demasiado tiempo como para que el cerebro de
Bryce tuviera oxígeno incluso si pudiera regresar a la vida. Pero su princesa luchaba
por cada avance hacia arriba, su poder cambiaba, las huellas de todos los que se lo
habían entregado: mer, cambiaformas, draki, humano, ángel, duencedillos, Fae...
—Cómo. —El Rey del Otoño no le preguntó a nadie en particular—. ¿Cómo?
Fue el anciano Prime de los lobos quien respondió, su voz marchita elevándose
por encima del sonido del gráfico.
—Por la fuerza más poderosa del mundo. Una fuerza más poderosa en cualquier
reino. —Señaló la pantalla—. Lo que lleva la lealtad más allá de la muerte, la
inmortalidad a pesar de los años. Lo que permanece inquebrantable frente a la
desesperanza.
El Rey de Otoño se giró hacia el anciano Prime, sacudiendo la cabeza. No
entendiendo.
Bryce estaba ahora al nivel de las brujas comunes. Pero aún muy lejos de la vida.
Un movimiento llamó la atención de Declan, y él se giró hacia la entrada de la
Plaza Antigua.
Envuelto en su rayo, curado y completo, Hunt Athalar estaba arrodillado sobre
el cadáver de Bryce. Bombeando su torso con sus manos, haciéndole compresiones
en el pecho.
Hunt siseaba a Bryce a través de sus dientes apretados, el trueno crujió sobre
él.
—Escuché lo que dijiste. —Empuje, empuje, y empuje fueron dados de sus
brazos poderosos—. Lo que esperaste para admitir hasta que estuve casi muerto,
jodida cobarde. —Su relámpago golpeó en ella, haciendo que su cuerpo se arqueara
del suelo mientras intentaba hacer latir su corazón. Él gruñó al oído de ella—: Ahora
ven y dímelo en mi cara.
Sabine susurró una frase a la habitación, al Rey de Otoño, y el corazón de Declan
se alzó al escucharla.
Era la respuesta a las palabras del anciano Primer. A la pregunta del Rey de
Otoño a cómo, contra cada estadística resonando en la computadora de Declan,
presenciaban a Hunt Athalar pelear como el Hel para hacer latir el corazón de Bryce
Quinlan.
A través del amor, todo es posible.
94
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Ella era mar y cielo y piedra y sangre y alas y tierra y estrellas y oscuridad y luz
y huesos y llamas.
Danika se había ido. Había entregado lo que quedaba de su alma, su poder, para
sacar a Bryce de esa calle y hacer ese vertiginoso Ascenso.
—Te amo. —Había susurrado Danika antes de desvanecerse en la nada, su
mano se deslizó de la de Bryce.
Y no había destruido a Bryce, decir ese último adiós.
El rugido que ella había soltado no era de dolor. Sino de desafío.
Bryce corrió más alto. Podía sentir la superficie cerca. El delgado velo entre este
lugar y la vida. Su poder cambió, bailando entre formas y dones. Empujó hacia arriba
con el empujón de una poderosa cola. Se retorció y se levantó con un barrido de
enormes alas. Ella era todo y, sin embargo, era ella misma.
Y entonces lo escuchó a él. Su voz. Su desafío en respuesta a sus palabras.
Él estaba ahí. Esperándola.
Luchando por hacer latir su corazón. Estaba lo suficientemente cerca del velo
como para verlo ahora.
Incluso antes de que ella llegara a estar muerta ante él, él había luchado por
mantener su corazón en marcha.
Bryce sonrió, en este lugar en el medio, y por fin corrió hacia Hunt.

—Vamos —gruñó Hunt, continuando con las compresiones en el pecho de ella,


contando las respiraciones de Bryce hasta que pudiera darle un shock nuevamente
con su rayo.
No sabía cuánto tiempo había estado ella en el Descenso, pero había estado
muerta cuando él se había despertado, curado y completo, frente a una ciudad
reparada. Como si ninguna bomba mágica, ningún demonio, la hubiera dañado en
primer lugar.
Vio la Puerta resplandeciente, la luz resplandeciente, primera luz, y supo que
solo alguien que hiciera el Descenso podría generar ese tipo de poder. Y cuando
había visto el cuerpo de ella sin vida ante la Puerta, supo que había encontrado una
manera de hacer el Descenso, desatar esa luz curativa, usar el Cuerno para sellar los
portales al Hel en las otras Puertas.
Así que actuó por instinto. Hizo lo único que se le ocurrió.
Él la había salvado y ella lo había salvado a él, y él...
Su poder la sintió venir un momento después. La reconoció, como verse a sí
mismo en un espejo.
Cómo estaba sacando tanto poder, cómo estaba haciendo el Ascenso sola... a él
no le importaba. Él había Caído, había sobrevivido, había pasado por cada prueba,
tortura y horror, todo para este momento. Así él podía estar aquí.
Todo había sido por ella. Por Bryce.
Más y más cerca, su poder se acercaba. Hunt se preparó y envió otra descarga
de rayos a su corazón. Ella se levantó del suelo una vez más, su cuerpo sin vida.
—Vamos —repitió, bombeando su pecho de nuevo con las manos—. Te estoy
esperando.
La había estado esperando desde el momento en que había nacido.
Y como si lo hubiera escuchado, Bryce explotó a la vida.

Ella estaba cálida y segura, y estaba en casa.


Había luz a su alrededor, de ella, en su corazón.
Bryce se dio cuenta de que estaba respirando. Y su corazón latía.
Ambos estaban en segundo plano. Siempre lo estarían alrededor de Hunt.
Ella débilmente se dio cuenta de que estaban en la Plaza Antigua. Las alas grises
de él brillaban como ascuas mientras se curvaban a su alrededor, sosteniéndola
fuertemente contra él. Y dentro del muro de alas suaves como terciopelo, como un
sol contenido dentro de un capullo, Bryce brilló.
Lentamente ella levantó la cabeza, alejándose solo lo suficiente como para
mirarlo a los ojos.
Hunt ya la miraba, sus alas se abrían como pétalos al amanecer. Ningún tatuaje
marcaba su frente. El halo se había ido.
Ella pasó sus dedos temblorosos sobre la piel suave. Hunt secó sus lágrimas en
silencio.
Ella le sonrió. Le sonrió con la ligereza en su corazón, su alma. Hunt deslizó su
mano a lo largo de su mandíbula, ahuecando su rostro. La ternura en sus ojos borró
cualquier duda persistente.
Ella puso su palma sobre su corazón atronador.
—¿Acabas de llamarme jodida cobarde?
Hunt inclinó la cabeza hacia las estrellas y se echó a reír.
—¿Y qué si lo hice?
Ella inclinó su rostro más cerca del suyo.
—Lástima que toda esa curación con primera luz no te haya convertido en una
persona decente.
—¿Dónde estaría la diversión en eso, Quinlan?
Sus dedos de los pies se curvaron por la forma en que dijo su nombre.
—Supongo que tendré que...
Una puerta se abrió calle abajo. Luego otra y otra. Y tropezando, llorando de
alivio o en silencio, la gente de Ciudad Crescent emergió. Y quedaron boquiabiertos
con lo que vieron. A Bryce y a Hunt.
Ella lo soltó y se levantó. Su poder era un extraño y vasto pozo debajo de
ella. Perteneciente no solo a ella, sino a todos ellos.
Miró a Hunt, que ahora la miraba como si no pudiera creer lo que veía. Ella tomó
su mano. Entrelazaron sus dedos.
Y juntos, dieron un paso adelante para saludar al mundo.
95
Traducido por Candy20
Corregido por Lieve

Syrinx estaba sentado en la puerta de su apartamento llorando de preocupación


cuando Bryce y Hunt salieron del ascensor.
Bryce escaneó el pasillo vacío, a la quimera.
—Dejé esa puerta cerrada... —Ella comenzó a hablar, ganándose una risa de
Hunt, pero Syrinx ya estaba corriendo hacia ella.
—Te explicaré sus dones más tarde —murmuró Hunt mientras Bryce movía un
histérico Syrinx hacia el apartamento y se arrodillaba ante la bestia, lanzando sus
brazos alrededor de él.
Ella y Hunt se habían quedado en la Plaza Antigua durante dos minutos antes
de que comenzaran los lamentos de las personas que tropezaron fuera de los
refugios para descubrir que había sido demasiado tarde para sus seres queridos.
El Cuerno entintado en su espalda había hecho bien su trabajo. No quedó ni un
solo vacío en las Puertas. Y la primera luz de ella, a través de esas Puertas, había sido
capaz de sanar todo: personas, edificios, el mundo mismo.
Sin embargo, no podía hacer lo imposible. No podía traer de vuelta a los
muertos.
Y había muchos, muchos cuerpos en las calles. La mayoría solo en pedazos.
Bryce apretó sus brazos alrededor de Sryinx.
—Está bien —susurró ella, dejándolo lamer su rostro.
Pero no estaba bien. Ni siquiera cerca. Lo que había sucedido, lo que había hecho
y revelado, el Cuerno en su cuerpo, toda esa gente muerta, Lehabah murió, y ver a
Danika, Danika, Danika…
Sus palabras sin aliento se convirtieron en jadeos, y luego en temblorosos
sollozos. Hunt, de pie detrás de ella como si hubiera estado esperando esto, solo la
tomó en sus brazos, a ella y a Syrinx.
Hunt los llevó a su dormitorio, sentándose en el borde del colchón, manteniendo
sus brazos alrededor de ella y Syrinx, que se liberó de los brazos de Bryce para lamer
el rostro de Hunt también.
Su mano se deslizó en su cabello, dedos entrelazándose a través de él, y Bryce
se inclinó en él, absorbiendo esa fuerza, ese olor familiar, maravillándose de que
habían llegado aquí, de alguna manera lo habían hecho…
Ella miró a su muñeca. No había señales del halo en su frente, sin embargo, el
tatuaje de esclavo seguía ahí.
Hunt notó el cambio en su atención.
—Maté a Sandriel.
Sus ojos estaban tan tranquilos, claros. Fijos completamente en los suyos.
—Maté a Micah —susurró.
—Lo sé. —La esquina de su boca se curvó hacia arriba—. Recuérdame nunca
ponerme de tu lado malo.
—No es gracioso.
—Oh, sé que no lo es. —Sus dedos se movían a través de su cabello, casualmente
y suavemente—. Apenas pude soportar verlo.
Ella apenas podía soportar recordarlo.
—¿Cómo lograste matarla? ¿Y deshacerte del tatuaje?
—Es una larga historia —dijo—. Preferiría los detalles de la tuya.
—Tú primero.
—De ninguna manera. Quiero oír cómo escondiste el hecho de que tienes una
estrella dentro de ti.
Entonces él miró su pecho, como si la vislumbrara brillando debajo de su piel.
Pero cuando sus cejas se movieron hacia arriba, Bryce siguió su línea de visión.
—Bueno —dijo con un suspiro—, eso es nuevo. —De hecho, solo visible por el
cuello en V de su camiseta, una mancha blanca, una estrella de ocho puntas, ahora
estaba cicatrizada en el lugar entre sus pechos.
Hunt se rio.
—Me gusta.
A una pequeña parte de ella también. Pero dijo:
—Sabes que es solo luz de Nacido de la Estrella, no verdadero poder.
—Sí, excepto que ahora tienes esto también. —Le pellizcó el costado—. Una
buena cantidad de lo que puedo sentir. Y el jodido Cuerno… —Pasó su mano por su
columna para enfatizar.
Ella rodó los ojos.
—Lo que sea.
Pero su rostro se volvió grave.
—Vas a tener que aprender a controlarlo.
—¿Salvamos la ciudad, y ya me estás diciendo que necesito volver al trabajo?
Él se rio.
—Viejos hábitos, Bryce.
Sus ojos se encontraron de nuevo, y ella miró a su boca, tan cerca de la suya, tan
perfectamente formada. Sus ojos ahora mirando tan atentamente los suyos.
Todo había sucedido por una razón. Ella lo creía. Por esto, por él.
Y aunque el camino al que había sido empujada estaba realmente jodido, y la
había llevado a través de pasillos sin luz y de dolor y desesperación... aquí, aquí ante
ella, había luz. Luz verdadera. Hacia lo que ella había corrido durante el Ascenso.
Y quería ser besada por esa luz. Ahora.
Quería besarlo, y decirle a Syrinx que se vaya a su jaula por un rato.
Los ojos oscuros de Hunt se volvieron casi salvajes. Como si pudiera leer esos
pensamientos en su rostro, en su olor.
—Tenemos algunos asuntos pendientes, Quinlan —dijo él con la voz gruesa.
Lanzó Syrinx una mirada, y la quimera saltó de la cama y trotó hacia el pasillo, su
cola de león moviéndose como si dijera: Ya era hora.
Cuando Bryce miró de regreso a Hunt, encontró el enfoque de él en sus labios.
Y se hizo hiperconsciente del hecho de que ella estaba sentada en su regazo. En su
cama. Y por la dureza empezaba a clavarse en su trasero, ella sabía que él también
lo había notado.
Sin embargo, no dijeron nada mientras se miraban.
Así que Bryce se retorció ligeramente contra su erección, sacando un siseo de
él. Ella se echó a reír.
—Te lanzo una mirada ardientemente y ya estás… ¿qué fue lo que me dijiste
hace unas semanas? ¿Caliente y molesto?
Una de sus manos acarició su columna de nuevo, con intención en cada
centímetro que recorría.
—He estado caliente y molesto por ti durante mucho tiempo. —Esa mano se
detuvo en su cintura, su pulgar comenzando una suave, tortuosa caricia a lo largo de
su caja torácica. Con cada roce, el dolor que se construía entre sus piernas
aumentaba.
Hunt sonrió lentamente, como si fuera muy consciente de eso. Luego se inclinó,
presionando un beso en la parte inferior de su mandíbula.
—¿Estás lista para esto? —dijo él contra su piel enrojecida.
—Dioses, sí —respiró ella. Y cuando la besó justo debajo de su oreja, haciendo
que su espalda se arqueara un poco, ella dijo—: Recuerdo que prometiste follarme
hasta que no pudiera recordar mi propio nombre.
Él movió sus caderas, moliendo su polla en ella, quemándola incluso con la ropa
todavía entre ellos.
—Si eso es lo que quieres, cariño, eso es lo que te daré.
Oh, dioses. Ella no podía respirar bien. No podía pensar con la boca de él en su
cuello y sus manos y esa enorme y hermosa polla clavándose en ella. Debía tenerlo
dentro de ella. Ahora mismo. Necesitaba sentirlo, necesitaba tener su calor y solidez
alrededor de ella. Dentro de ella.
Bryce se movió hasta sentarse a horcajadas, alineándose con él. Ella estaba toda
contra él, satisfecha de encontrar su respiración tan desigual como la suya. Sus
manos se entrelazaron en su cintura, sus pulgares acariciando, acariciando,
acariciando, como si fuera un motor esperando a rugir bajo el comando de ella.
Bryce se inclinó, rozando su boca sobre la de él. Una vez. Dos veces.
Hunt comenzó a temblar con la fuerza de su moderación mientras la dejaba
explorar su boca.
Pero ella retrocedió, encontrándose con su mirada brumosa y ardiente. Las
palabras que quería decir se obstruyeron en su garganta, por lo que esperaba que él
las entendiera mientras ella presionaba un beso en su frente ahora sin nada. Trazó
una línea de suaves con destellantes besos en cada centímetro donde el tatuaje había
estado.
Hunt deslizó una mano temblorosa de su cintura y la puso sobre el corazón
atronador de ella.
Tragó con fuerza, sorprendida al encontrar sus ojos picando. Sorprendida de
ver la plata llenando los ojos de él también. Lo habían logrado; estaban aquí. Juntos.
Hunt se inclinó, poniendo su boca sobre la de ella. Ella lo encontró a mitad de
camino, con los brazos envueltos alrededor de su cuello, sus dedos enterrados en su
cabello grueso y sedoso.
Un estridente repiqueteo llenó el apartamento.
Ella podría ignorarlo, ignorar el mundo…
Llamada de... Casa.
Bryce se detuvo, jadeando con fuerza.
—¿Vas a contestar eso? —La voz de Hunt era gutural.
Sí. No. Quizás.
Llamada de... Casa.
—Ella solo seguirá llamando hasta que conteste —murmuró Bryce.
Sus extremidades estaban rígidas mientras se alejaba del regazo de Hunt, con
sus dedos arrastrándose sobre su espalda mientras se ponía de pie. Trató de no
pensar en la promesa en ese toque, como si estuviera tan reacio a dejarla ir como
ella estaba con él.
Corrió a la gran habitación y contestó el teléfono antes de que fuera a correo de
voz.
—¿Bryce? —Su madre lloraba. Fue suficiente balde de agua helada para
extinguir cualquier excitación persistente—. ¿Bryce?
Ella respiró, regresó a la habitación y lanzó a Hunt una mirada de disculpa a lo
que él hizo un ademán con la mano antes de desplomarse de nuevo en la cama, alas
susurrando.
—Hola, mamá.
El sollozo de su madre amenazó con hacerla empezar a llorar de nuevo, así que
siguió moviéndose, apuntando a su baño. Ella estaba sucia, sus zapatillas rosas eran
casi negras, sus leggins estaban rotos y ensangrentados, su camisa casi en ruinas.
Aparentemente, su primera luz solo había llegado hasta cierto punto para arreglar
todo.
—¿Estás bien? ¿Estás a salvo?
—Estoy bien —dijo Bryce, abriendo el agua de la ducha. Dejándola en frío. Se
quitó la ropa—. Estoy bien.
—¿Qué es esa agua?
—Mi ducha.
—¿Salvas una ciudad y haces el Descenso y ni siquiera puedes darme toda tu
atención?
Bryce se rio y puso el teléfono en el altavoz antes de ponerlo en el lavamanos.
—¿Cuánto sabes? —preguntó ella ante la explosión helada al entrar al rocío.
Pero alejó cualquier calor persistente entre sus piernas y el deseo nublando su
mente.
—Tu padre biológico hizo que Declan Emmet me llamara para informarme de
todo. Supongo que el bastardo finalmente se dio cuenta que me debía eso al menos.
Bryce finalmente encendió el calor de la ducha mientras se lavaba el cabello.
—¿Qué tan enojado está?
—Furioso, estoy segura —añadió—. Las noticias revelaron una historia sobre…
sobre quién es tu padre. —Bryce prácticamente podía oír a su madre rechinar los
dientes—. Saben la cantidad exacta de poder que tienes. Tanto como él, Bryce. Más
que él. Eso es un gran problema.
Bryce trató de no tambalearse por ello, hasta dónde su poder la había llevado.
Ella apartó eso para más tarde. Enjuagó el champú de su cabello, buscando el
acondicionador.
—Lo sé.
—¿Qué vas a hacer con eso?
—Abrir una cadena de restaurantes con temática de playa.
—Era demasiado esperar que conseguir esa clase de poder te daría un sentido
de dignidad.
Bryce le sacó la lengua a pesar de que su madre no podía verla, y vertió
acondicionador en la palma de su mano.
—Mira, ¿podemos posponer todo el asunto de gran poder, grandes cargas hasta
mañana?
—Sí, excepto mañana en tu vocabulario significa nunca. —Su madre soltó un
suspiro—. Cerraste esos portales, Bryce. Y ni siquiera puedo hablar de lo que Danika
hizo por ti sin... —Su voz se rompió—. Podemos hablar de eso mañana también.
Bryce enjuagó el acondicionador. Y se dio cuenta de que su madre no sabía
sobre Micah. Lo que ella le había hecho a él. O lo que Micah le había hecho a Danika.
Ember seguía hablando, y Bryce seguía escuchando, mientras que el miedo
crecía como hiedra dentro de ella, arrastrándose por sus venas, envolviendo sus
huesos y apretándola fuerte.

Hunt tomó una ducha rápida y helada y se cambió a una ropa diferente,
sonriendo un poco para sí mismo mientras la ducha de Bryce se cerraba y ella seguía
hablando a su madre.
—Sí, Hunt está aquí. —Sus palabras flotaban por el pasillo, a través de la gran
habitación, y en su propia habitación—. No, no lo hice, mamá. Y no, él tampoco lo
hizo. —Un cajón se cerró—. Eso no es de tu incumbencia, y por favor nunca me
preguntes nada como eso otra vez.
Hunt tenía una buena idea de lo que Ember le había preguntado su hija. Y vete
tú a saber, él había estado a punto de hacer eso con Bryce cuando ella llamó.
No le había importado que una ciudad entera estuviera mirando: él había
querido besarla cuando la luz de su poder se había desvanecido, cuando Hunt había
bajado sus alas para encontrarla en sus brazos, mirándolo como si fuera digno de
algo. Como si fuera todo lo que ella necesitaba. Fin de la historia.
Nadie lo había mirado así.
Y cuando habían regresado aquí, y la había tenido en su regazo en su cama y vio
la forma en que sus mejillas se volvieron rosadas mientras ella miraba su boca, él
había estado listo para cruzar ese puente final con ella. Pasar todo el día y la noche
haciéndolo.
Teniendo en cuenta cómo su primera luz lo había curado, definitivamente diría
que estaba autorizado para tener sexo. Dolía por ello, por ella.
Bryce gimió.
—Eres una pervertida, mamá. ¿Lo sabes? —Ella gruñó—. Bueno, si estás tan
jodidamente comprometida en ello, ¿por qué me llamaste? ¿No pensaste que podría
estar ocupada?
Hunt sonrió, ya estaba medio duro de nuevo ante el descarado en su tono. Podía
escucharla gruñir de esa manera todo el maldito día. Se preguntó cuánto de ella
haría una aparición cuando él la tuviera desnuda de nuevo. Gimiendo.
La primera vez, ella se había corrido en su mano. Esta vez... esta vez tenía planes
para todas las otras maneras en que la haría hacer ese sonido hermoso y sin aliento
mientras ella llegaba al orgasmo.
Dejando a Bryce para tratar con su madre, dispuesto a calmar su jodida polla,
Hunt agarró un celular desechable de su cajón de ropa interior y marcó a Isaiah, uno
de los pocos números que había memorizado.
—Gracias a los malditos dioses —dijo Isaiah cuando escuchó la voz de Hunt.
Hunt sonrió ante el alivio poco característico del macho.
—¿Qué está pasando por esos lados?
—¿Estos lados? —Isaiah soltó una risa—. ¿Qué mierda está pasando por esos
lados?
Era demasiado pedir.
—¿Estás en el Comitium?
—Sí, y es un maldito manicomio. Me acabo de dar cuenta de que estoy a cargo
ahora.
Con Micah siendo un montón de cenizas en el vacío y Sandriel no mucho mejor,
Isaiah, como comandante de Micah de la 33ra, estaba a cargo.
—Felicidades por la promoción, hombre.
—Promoción y un culo. No soy un Arcángel. Y estos idiotas lo saben. —Isaiah le
gritó a alguien en el fondo—: Entonces llama al maldito mantenimiento para
limpiarlo. —Él suspiró.
—¿Qué pasó con los imbéciles de los Asteri que lanzaron su azufre sobre el
muro? —Tenía pesando volar y empezar a desatar su relámpago en esos tanques.
—Se fueron. Ya se fueron. —El tono oscuro de Isaiah le dijo a Hunt que también
se animaría a hacer una buena retribución a la antigua.
—¿Naomi? —preguntó Hunt, preparándose a sí mismo.
—Viva. —Hunt dio una oración silenciosa de agradecimiento a Cthona por esa
misericordia. Entonces Isaiah dijo—: Mira, sé que estás exhausto, pero ¿puedes
venir aquí? Me vendría bien tu ayuda para ordenar esta mierda. Todos estos
molestos concursos de mierda terminarán muy rápido si nos ven a los dos a cargo.
Hunt trató de no enojarse. Bryce y él desnudándose, al parecer, tendría que
esperar.
Debido a que el tatuaje de esclavo en su muñeca significaba que todavía tenía
que obedecer a la República, todavía pertenecía a alguien que no era él mismo. La
lista de posibilidades no era buena. Tendría suerte si lograba quedarse en Lunathion
como la posesión de quien tomara el lugar de Micah, y tal vez ver a Bryce en
momentos robados. Si le permitirían salir del Comitium.
Joder, si le permitirían vivir después de lo que le había hecho a Sandriel.
Las manos de Hunt comenzaron a temblar. Cualquier rastro de excitación
desapareció.
Pero se puso una camisa sobre su cabeza. Encontraría alguna manera de
sobrevivir, alguna manera de volver a esta vida con Quinlan que apenas había
comenzado a saborear. Incapaz evitarlo, miró a su muñeca.
Parpadeó una vez. Dos veces.

Bryce estaba diciendo adiós a su pervertida madre cuando el teléfono sonó con
otra llamada. Era de un número desconocido, lo que significaba que era
probablemente Jesiba, por lo que Bryce prometió a Ember que hablarían mañana y
contestó la otra llamada.
—Hola.
Una voz joven y masculina preguntó:
—¿Es así como saludas a todos los que te llaman, Bryce Quinlan?
Ella conocía esa voz. Conocía el cuerpo desgarbado adolescente a la que
pertenecía, una cáscara de hogar para un antiguo gigante. Un Asteri. Lo había visto
y oído en la televisión tantas veces había perdido la cuenta.
—Hola, Su Brillantez —susurró ella.
96
Traducido por Andie
Corregido por Lieve

Rigelus, la Mano Brillante de los Asteri, había llamado a su casa. Las manos de
Bryce temblaban tanto que apenas podía mantener el teléfono cerca de su oído.
—Observamos tus acciones hoy y deseamos extender nuestra gratitud —dijo la
voz melodiosa.
Ella tragó saliva, preguntándose si el más poderoso de los Asteri sabía de alguna
manera que estaba envuelta en una toalla, con el cabello goteando sobre la alfombra.
—¿De nada?
Rigelus se rio suavemente.
—Has tenido un buen día, señorita Quinlan.
—Sí, Su Brillantez.
—Fue un día lleno de muchas sorpresas para todos nosotros.
Sabemos lo que eres, lo que hiciste.
Bryce obligó sus piernas a moverse, a dirigirse a la gran sala. Hacia donde Hunt
estaba de pie en la puerta de su habitación, con el rostro pálido. Sus brazos flojos a
los costados.
—Para mostrarte cuán profunda es nuestra gratitud, nos gustaría otorgarte un
favor.
Se preguntó si el azufre también había sido un favor. Pero ella dijo:
—Eso no es necesario.
—Ya está hecho. Confiamos en que lo encontrarás satisfactorio.
Sabía que Hunt podía oír la voz en la línea mientras se acercaba.
Pero él simplemente extendió su muñeca. La cual estaba tatuada, con una C
estampada sobre la marca del esclavo.
Liberado.
—Yo... —Bryce agarró la muñeca de Hunt, luego escaneó su rostro. Pero no era
alegría lo que vio allí, no cuando escuchó la voz en la línea y entendió quiénes le
habían otorgado su libertad.
—También confiamos en que este favor servirá como un recordatorio para ti y
Hunt Athalar. Es nuestro mayor deseo que permanezcas en la ciudad y vivas tus días
en paz y satisfacción. Que uses el don de tus antepasados para alegrarte. Y
abstenerte de usar el otro don entintado en ti.
Usa tu luz de estrellas como un truco de fiesta y nunca, jamás, uses el Cuerno.
La convirtió en la idiota más grande de Midgard, pero ella dijo:
—¿Qué pasa con Micah y Sandriel?
—El Gobernador Micah se volvió deshonesto y amenazó con destruir a
ciudadanos inocentes de este imperio con su enfoque de alto nivel sobre el conflicto
rebelde. La Gobernadora Sandriel obtuvo lo que se merecía por ser tan laxa con su
control sobre sus esclavos.
El miedo brillaba en los ojos de Hunt. En los de ella también, Bryce estaba
segura. Nada era así de fácil, así de simple. Tenía que haber una trampa.
»Estos son, por supuesto, temas delicados, señorita Quinlan. Temas que, si se
anuncian públicamente, causarían muchos problemas a todos los involucrados.
A ti. Te destruiremos.
»Todos los testigos de ambos eventos han sido notificados de las posibles
consecuencias.
—Está bien —susurró Bryce.
—Y en cuanto a la desafortunada destrucción de Lunathion, aceptamos toda la
responsabilidad. Fuimos informados por Sandriel que la ciudad había sido evacuada,
y enviamos a la Guardia Asteriana a eliminar la infestación de demonios. Los misiles
de azufre eran un último recurso, destinados a salvarnos a todos. Fue increíblemente
afortunado que encontraras una solución.
Mentiroso. Viejo y horrible mentiroso. Había elegido el chivo expiatorio
perfecto: uno muerto. La ira que apareció en el rostro de Hunt le dijo que compartía
su opinión.
—Tuve mucha suerte. —Logró decir Bryce.
—Sí, quizás por el poder en tus venas. Tal don puede tener tremendas
consecuencias, si no se maneja con prudencia. —Una pausa, como si estuviera
sonriendo—. Confío en que aprenderás a manejar tanto tu fuerza inesperada como
la luz dentro de ti con… discreción.
Mantente en tu línea.
—Lo haré —murmuró Bryce.
—Bien —dijo Rigelus—. ¿Y crees que es necesario que me comunique con tu
madre, Ember Quinlan, para pedirle su discreción también? —La amenaza brilló,
afilada como un cuchillo.
Un paso fuera de línea, y sabían dónde golpear primero. Las manos de Hunt se
cerraron en puños.
—No —dijo Bryce—. Ella no sabe acerca de los Gobernadores.
—Y ella nunca lo hará. Nadie más lo sabrá, Bryce Quinlan.
Bryce tragó de nuevo.
—Claro.
Una risa suave.
—Entonces tú y Hunt Athalar tienen nuestra bendición.
Se cortó la comunicación. Bryce miró el teléfono como si fuera a brotar alas y
volar por la habitación.
Hunt se dejó caer en el sofá y se frotó el rostro.
—Vive tranquila y normalmente, mantén la boca cerrada, nunca uses el Cuerno,
y no te mataremos a ti ni a todos los que amas.
Bryce se sentó en el brazo enrollado del sofá.
—Mata a algunos enemigos, gana el doble a cambio. —Hunt gruñó. Ella ladeó la
cabeza—. ¿Por qué llevas las botas puestas?
—Isaiah me necesita en el Comitium. Está hasta el cuello con los ángeles que
quieren desafiar su autoridad y necesita respaldo. —Él arqueó una ceja—. ¿Quieres
jugar al Imbécil Aterrador conmigo?
A pesar de todo, a pesar de la observación de los Asteri y todo lo que había
sucedido, Bryce sonrió.
—Tengo el atuendo adecuado para eso.

Bryce y Hunt dieron dos pasos hacia el techo antes de que ella captara el olor
familiar. Miró por encima del borde y vio quiénes corrían calle abajo. Una mirada a
Hunt, y él la tomó en sus brazos y la llevó a la acera. Ella puede que haya inhalado
profundamente, su nariz rozando la fuerte columna del cuello de él.
La caricia de Hunt que le recorrió la espalda un momento antes de bajarla le dijo
que él había notado esa olfateada. Pero entonces Bryce estaba de pie frente a Ruhn.
Frente a Fury y Tristan Flynn.
Fury apenas le dio un momento antes de saltar sobre Bryce, abrazándola con
tanta fuerza que sus huesos gruñeron.
—Eres una idiota suertuda —dijo Fury, riendo suavemente—. Y una perra
inteligente.
Bryce sonrió, su risa atrapada en su garganta cuando Fury se apartó. Pero un
pensamiento la golpeó, y Bryce fue a buscar su teléfono, no, lo dejó en algún lugar de
esta ciudad.
—Juniper…
—Ella está a salvo. Iré a verla ahora. —Fury le apretó la mano y luego asintió
hacia Hunt—. Bien hecho, ángel. —Y entonces su amiga se fue corriendo,
mezclándose en la noche.
Bryce se giró hacia Ruhn y Flynn. Este último simplemente la miró boquiabierto.
Pero Bryce miró a su hermano, completamente quieto y silencioso. Su ropa lo
suficientemente rasgada como para decirle que antes de que su primera luz hubiera
curado todo, él había estado en mal estado. Probablemente había matado su camino
a través de esta ciudad.
Entonces Ruhn comenzó a balbucear.
—Tharion se fue para ayudar a sacar a los evacuados de la Corte Azul, y Amelie
se fue a la Guarida para asegurarse de que los cachorros estuvieran bien, pero
estábamos casi... estábamos a casi un kilómetro de distancia cuando escuché la
Puerta de Moonwood. Te escuché hablar, quiero decir. Había tantos demonios que
no pude llegar allí, pero luego escuché a Danika, y toda esa luz estalló y... —Él se
detuvo y tragó saliva. Sus ojos azules brillaban en las farolas, el amanecer aún estaba
lejos. Una brisa del Istros revolvió su cabello negro. Y fueron las lágrimas las que
llenaron sus ojos, la maravilla en ellos, las que hicieron que Bryce se lanzara hacia
adelante. Que abrazara a su hermano y lo abrazara con fuerza.
Ruhn no dudó antes de que sus brazos la rodearan. Él se sacudió tanto que ella
supo que estaba llorando.
Unos pasos le dijeron que Flynn les estaba dando privacidad; una brisa con olor
a cedro que pasaba rápidamente sugirió que Hunt estaba en el aire para esperarla.
—Pensé que estabas muerta —dijo Ruhn, su voz temblando tanto como su
cuerpo—. Como diez jodidas veces, pensé que estabas muerta.
Ella se rio entre dientes.
—Me alegra decepcionarte.
—Cállate, Bryce. —Examinó su rostro, sus mejillas húmedas—. ¿Estás... estás
bien?
—No lo sé —admitió ella. La preocupación estalló en el rostro de él, pero ella
no se atrevió a dar detalles, no después de la llamada de Rigelus. No con todas las
cámaras alrededor. Ruhn le dio una mueca de complicidad. Sí, hablarían sobre esa
extraña y antigua luz de estrellas en sus venas más tarde. Lo que sea que significara
para los dos—. Gracias por venir por mí.
—Eres mi hermana. —Ruhn no se molestó en mantener la voz baja. No, había
orgullo en su voz. Y maldita sea si eso no la golpeó en el corazón—. Por supuesto que
iría a salvarte el culo.
Ella golpeó su brazo, pero la sonrisa de Ruhn se volvió tentativa.
—¿De verdad quisiste decir lo que le dijiste a Athalar? ¿Sobre mí? —Dile a Ruhn
que lo perdono.
—Sí —dijo ella sin dudarlo un momento—. Lo quise decir todo.
—Bryce. —Su rostro se puso grave—. ¿Realmente pensaste que me importaría
más la mierda de Nacido de la Estrella que tú? ¿De verdad crees que me importa cuál
de nosotros es?
—Somos los dos —dijo—. Esos libros que leíste dijeron que esas cosas una vez
sucedieron.
—Me importa una mierda —dijo él sonriendo levemente—. No me importa si
me llaman Príncipe o Nacido de la Estrella o Elegido o nada de eso. —Él agarró su
mano—. Lo único que quiero que me llamen ahora es tu hermano. —Él agregó
suavemente—: Si quieres.
Ella guiñó un ojo, incluso cuando su corazón se apretó insoportablemente.
—Lo pensaré.
Ruhn sonrió antes de que su rostro se volviera serio una vez más.
—Sabes que el Rey de Otoño querrá reunirse contigo. Estate lista.
—¿No se supone que tener un montón de poder extravagante significa que no
tengo que obedecer a nadie? Y solo porque te perdono no significa que lo perdone a
él. —Ella nunca haría eso.
—Lo sé. —Los ojos de Ruhn brillaron—. Pero debes estar en guardia.
Ella arqueó una ceja, apartando la advertencia y dijo:
—Hunt me habló sobre lo de leer la mente. —Él lo había mencionado
brevemente, junto con un resumen de la Cumbre y todo lo que se había venido abajo,
cuando iban subiendo al techo.
Ruhn fulminó con la mirada la azotea adyacente donde estaba Hunt.
—Athalar tiene una gran boca de mierda.
Una que a ella le gustaría tener en varias partes de su cuerpo, pero no dijo eso.
No necesitaba que Ruhn vomitara sobre su ropa limpia.
Ruhn continuó:
—Y no es leer la mente. Es solo... hablar mentalmente. Telepatía.
—¿El viejo papi lo sabe?
—No. —Y luego su hermano le dijo a la cabeza: Y me gustaría mantenerlo así.
Ella se enderezó. Espeluznante. Mantente amablemente fuera de mi cabeza,
hermano.
Felizmente lo haré.
Sonó el teléfono y él miró la pantalla antes de hacer una mueca.
—Tengo que contestar esto.
Verdad, porque todos tenían trabajo que hacer para que esta ciudad se
arreglara, comenzando por atender a los muertos. El gran número de Despedidas
sería... ella no quería pensar en eso.
Ruhn dejó que el teléfono volviera a sonar.
—¿Puedo venir mañana?
—Sí —dijo ella, sonriendo—. Voy a agregar tu nombre a la lista de invitados.
—Sí, sí, eres una jodida celebridad. —Él puso los ojos en blanco y respondió a
la llamada—. Hola, Dec.
Caminó por la calle hacia donde Flynn esperaba, lanzando a Bryce una sonrisa
de despedida.
Bryce miró a la azotea al otro lado de la calle. Donde el ángel todavía la esperaba,
una sombra contra la noche.
Pero ya no era la Sombra de la Muerte.
97
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

Hunt se quedó en el cuartel del Comitium esa noche. Bryce había perdido la
noción de las horas que habían trabajado, primero durante la noche, luego en el día
sin nubes, y finalmente al atardecer ella había lucido tan cansada que él le había
ordenado a Naomi que la llevara a casa. Y presumiblemente que la vigilara, ya que
una figura con alas oscuras aún estaba en la azotea adyacente en la luz gris antes del
amanecer, y un vistazo a la habitación de Hunt reveló que su cama seguía hecha.
Pero Bryce no se preocupó por todo el trabajo que habían hecho ayer, ni en todo
lo que tenía por delante. Reorganizando el liderazgo de la ciudad, las Despedidas
para los muertos, y esperando el gran anuncio: qué Arcángel sería puesto por los
Asteri para gobernar Valbara.
Las probabilidades de que fuera decente eran escasas o nulas, pero Bryce
tampoco se preocupó por eso, mientras se deslizaba por las calles aún a media luz,
Syrinx tirando de su correa mientras metía su nuevo teléfono en el bolsillo. Ella
había desafiado las probabilidades ayer, así que tal vez los dioses les arrojarían otro
hueso y convencerían a los Asteri de enviar a alguien que no fuera un psicópata.
Por lo menos no habría más tratos de muerte para Hunt. Nada más para
expiar. No, él sería un miembro libre y verdadero de los triarii, si así él lo deseaba.
Aún tenía que decidir.
Bryce saludó a Naomi y el ángel le devolvió el saludo. Ayer había estado
demasiado cansada para objetar a tener un guardia, ya que Hunt no confiaba en los
Asteri, su padre o cualquier otro agente de poder para mantenerse un Hel alejado de
ella. Después de dejar que Syrinx se ocupara de sus asuntos, ella sacudió la cabeza
cuando la quimera se giró hacia el apartamento.
—Todavía no hay desayuno, amigo —dijo ella, dirigiéndose al río.
Syrinx aulló con disgusto, pero trotó, olisqueando todo a su paso hasta
que apareció la banda ancha del Istros, la pasarela junto al río vacía a esta hora
temprana. Tharion la había llamado ayer, prometiéndole el apoyo total de la Reina
del Río para cualquier recurso que necesitara.
Bryce no tuvo el descaro de preguntar si ese apoyo se debía a que era la hija
bastarda del Rey de Otoño, una Fae de Nacida de la Estrella o la portadora del
Cuerno de Luna. Quizás por todo eso.
Bryce se acomodó en uno de los bancos de madera a lo largo del muelle, el
Barrio de Huesos una pared giratoria y brumosa sobre el agua. Los mer habían
llegado, habían ayudado a muchos a escapar. Incluso las nutrias habían agarrado al
más pequeño de los residentes de la ciudad y los habían llevado a la Corte Azul. La
Casa de Muchas Aguas había estado a la altura de las circunstancias. Los
cambiaformas se habían puesto a la altura.
Pero los Fae... CiRo había sufrido el menor daño. Los Fae habían sufrido la
menor cantidad de bajas. No era una sorpresa cuando sus escudos habían sido los
primeros en levantarse. Y no se habían abierto para dejar entrar a nadie.
Bryce bloqueó el pensamiento cuando Syrinx saltó al banco junto a ella,
clavando las uñas en la madera, y dejó caer su trasero peludo junto a ella. Bryce sacó
su teléfono del bolsillo y le escribió a Juniper: Dile a Madame Kyrah que iré a su
próxima clase de baile.
June respondió casi de inmediato. La ciudad fue atacada y esto es en lo que estás
pensando. Unos segundos más tarde agregó, Pero lo haré.
Bryce sonrió. Durante largos minutos, ella y Syrinx se sentaron en silencio,
observando cómo la luz se desvanecía a gris, luego al azul más pálido. Y luego
apareció un hilo dorado de luz a lo largo de la superficie tranquila del Istros.
Bryce desbloqueó su teléfono. Y leyó los últimos y felices mensajes de Danika
por última vez.
La luz se construía sobre el río, dorando su superficie.
Los ojos de Bryce picaron mientras sonreía suavemente, luego leyó las últimas
palabras de Connor para ella.
Envíame un mensaje cuando estés a salvo en casa.
Bryce comenzó a escribir. La respuesta que le había llevado dos años, casi hasta
ahora, en escribir.
Estoy en casa.
Ella envió el mensaje al éter, deseó que cruzara el río dorado y llegara a la
brumosa isla más allá.
Y luego borró la conversación. Eliminado los mensajes de Danika también. Cada
desliz de su dedo aligeraba su corazón, elevándose con el sol naciente.
Cuando se fueron, cuando los liberó, se puso de pie y Syrinx saltó al pavimento
a su lado. Intentó volver a casa, pero un destello de luz al otro lado del río llamó su
atención.
Por un instante, solo uno, el amanecer separó las brumas del Barrio de
Huesos. Revelando una orilla cubierta de hierba. Con colinas serenas y ondulantes
más allá. No una tierra de piedra y oscuridad, sino verde y de luz. Y de pie en esa
hermosa orilla, sonriéndole...
Un regalo del InfraRey por salvar la ciudad.
Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro mientras contemplaba las
figuras casi invisibles. Todos seis de ellos, la séptima ida para siempre, habiendo
cedido su eternidad. Pero el más alto de ellos, de pie en medio de todos con la mano
levantada en señal de saludo...
Bryce se llevó la mano a la boca y lanzó un suave beso.
Tan rápido como se abrieron, las brumas se cerraron. Pero Bryce siguió
sonriendo, todo el camino de regreso al apartamento. Su teléfono sonó y un mensaje
de Hunt apareció. Estoy en casa. ¿Dónde estás?
Apenas podía escribir mientras Syrinx la arrastraba. Caminando con Syrinx.
Estaré allí en un minuto.
Bueno. Estoy haciendo el desayuno.
La sonrisa de Bryce casi le partió el rostro en dos mientras apresuraba sus
pasos, Syrinx se lanzaba a toda velocidad. Como si él también supiera lo que les
esperaba. Quién los esperaba.
Había un ángel en su apartamento. Lo que significaba que debía ser cualquier
maldito día de la semana. Lo que significaba que tenía alegría en su corazón, y sus
ojos puestos en el camino abierto por venir.
EPILOGO
Traducido por Catt
Corregido por Lieve

El gato blanco con ojos como ópalos azules se sentó en un banco en el Parque
de la Oráculo y se lamió la pata delantera.
—Sabes que no eres un verdadero gato, ¿verdad? —Jesiba Roga chasqueó la
lengua—. No necesitas lamerte.
Aidas, Príncipe del Precipicio, levantó la cabeza.
—¿Quién dice que no me gusta lamerme?
La diversión tiró de la delgada boca de Jesiba, pero ella desvió la mirada hacia
el tranquilo parque, los cipreses altísimos aún brillaban con rocío.
—¿Por qué no me contaste sobre Bryce?
Él flexionó sus garras.
—No confiaba en nadie. Ni siquiera en ti.
—Pensé que la luz de Theia se había extinguido para siempre.
—Yo también. Pensé que se habían asegurado de que ella y su poder murieran
en ese último campo de batalla bajo la espada del Príncipe Pelias. —Los ojos de él
brillaban con una antigua ira—. Pero Bryce Quinlan tiene su luz.
—¿Puedes notar la diferencia entre la luz de estrella de Bryce y la de su
hermano?
—Nunca olvidaré el brillo y el matiz exactos de la luz de Theia. Todavía es una
canción en mi sangre.
Jesiba lo estudió por un largo momento, luego frunció el ceño.
—¿Y Hunt Athalar?
Aidas se quedó en silencio cuando un peticionario tropezó con la esperanza de
vencer a las multitudes que habían llenado el Parque de la Oráculo y el Templo de
Luna desde que los portales al mundo de él se habían abierto dentro de las Puertas
de cuarzo y las bestias del Pozo lo habían aprovechado al máximo. Todos los que
habían logrado regresar estaban siendo castigados por uno de los hermanos de
Aidas. Él regresaría pronto para unírsele.
—Creo que el padre de Athalar habría estado orgulloso —dijo Aidas al fin.
—Cuán sentimental de tu parte.
Aidas se encogió de hombros lo mejor que su cuerpo felino le permitía.
—Siéntete libre de estar en desacuerdo, por supuesto —dijo él, saltando del
banco—. Conocías mejor al hombre. —Sus bigotes se crisparon mientras inclinaba
la cabeza—. ¿Qué hay de la biblioteca?
—Ya se ha movido.
Él sabía mejor que preguntar dónde la había escondido. Así que simplemente
dijo:
—Bien.
Jesiba no volvió a hablar hasta que el quinto Príncipe de Hel se alejó a unos
metros.
—No nos jodas esta vez, Aidas.
—No planeo hacerlo —dijo él, desvaneciéndose en el espacio entre reinos, Hel
siendo una canción oscura que lo llamaba a casa—. No cuando las cosas están a
punto de ponerse tan interesantes.

FIN DEL PRIMER LIBRO


AGRADECIMIENTOS
Traducciones Independientes & MD
Queridos lectores, Traducciones Independientes y MD inician con Crescent City
una aventura, ambos grupos estamos contentos de trabajar en equipo para traerles
la traducción de este maravilloso libro.
Es por esto que queremos agradecer a todo nuestro equipo de traducción y
corrección (TI y MD) ya que sin estas increíbles personas, este libro no estaría
traducido. Sin olvidar a Lieve y Catt, quienes nos han regalado un maravilloso diseño
para el libro.
Sin duda alguna ambos foros somos afortunados por tener a tan maravilloso
equipo.
También queremos dar las gracias a ustedes, lectores. Por su paciencia, por su
comprensión. Por saber que este no era un proyecto corto, y sabían que tomaría su
tiempo. Les damos las gracias por sus mensajes de apoyo, de aliento. Por
mantenerse fiel a nuestra traducción. Gracias, Lectores, porque este proyecto es
para ustedes, al final, ustedes son el fin del trayecto, a ustedes nos dirigimos al
traducir, a sus manos, a sus ojos, a su deleite.
Nos leeremos en los libros por venir...

TI & MD
STAFF MD
MODERACIÓN
Lieve

TRADUCCIÓN
lili-ana
Jessmddx
ElenaTroy
Catt
LittleCatNorth
beckysHR
Andie
Candy20
Lieve

CORRECCIÓN
Lieve & Catt

REVISIÓN
Lieve

DISEÑO
Lieve & Catt
STAFF TRADUCCIONES
INDEPENDIENTES
MODERACIÓN
Reshi

TRADUCCIÓN
Vaughan
Reshi
Freya
Irais A
Ravechelle
Mayra S
Mafer T
Selkmanam
Daniel B
Isabella
Luneta
Sandra A
Stefani U
Lia S
Paola V
Brandy
Katia G

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