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CUANDO EL ECUADOR CASI SE CONVIRTIÓ EN REINO

Javier Gomezjurado Zevallos1

Un gran carisma y popularidad entre militares y amigos, finos modales y una


extraordinaria presencia, eran las principales cualidades que ostentaba el
general Juan José Flores desde antes que fuera presidente del Ecuador; a lo
que habría de sumarse una brillante carrera militar y un notable prestigio de gran
guerrero, ganado merecidamente en el campo de batalla. Quince años dominaría
el escenario político de nuestra naciente república, muchas veces con mano
extremadamente dura, aunque con el estigma de acarrear serias sospechas
sobre su persona, de complicidad en el asesinato del Mariscal Sucre, a quien vio
como su seguro rival en la conducción de la novel nación ecuatoriana.

En efecto, gracias a su liderazgo y astucia, Flores manejaría sagazmente el país


durante tres lustros, aunque en la búsqueda de su propio beneficio olvidó el
bienestar colectivo, lo que provocó el rechazo y posterior aborrecimiento de
buena parte de la oposición y del pueblo, aunque haya contado con una
favorable soldadesca. Como respuesta a los errores políticos y desatinos de
Flores –como los intentos de perpetuarse en el poder y el control despótico por
parte del militarismo-, la oposición organizó durante los últimos meses del
gobierno floreano una serie de movimientos de rechazo, que concluyeron con la
sublevación de Guayaquil el 6 de marzo de 1845, conocida también como la
‘revolución marcista’, que desconoció la autoridad de Flores y sus actos, y
nombró un gobierno provisional integrado por José Joaquín de Olmedo, Vicente
Ramón Roca y Diego Noboa. Una serie de enfrentamientos posteriores se
libraron, organizados por Flores y sus allegados, que terminaron con el
atrincheramiento del depuesto presidente en la hacienda ‘La Elvira’ en la
provincia de Los Ríos, donde se libró un sangriento combate.

A fin de evitar más derramamiento de sangre, el general Antonio de Elizalde le


propuso a Flores acordar un armisticio, que fue aceptado; y entre el 17 y 18 de
junio de 1845 se firmó el Tratado de Virginia, que era una hacienda de Olmedo,
por el cual se reconoció la derrota del ex mandatario y la entrega del poder al
gobierno provisorio. Entre los términos del ‘pacto’ se otorgaron varios beneficios
y garantías a Flores, como el hecho de seguir conservando el grado de ‘General
en Jefe’, sus honores, rentas y propiedades (que eran muchas); así como

1 Doctor en Sociología y Ciencias Políticas, Universidad Central del Ecuador; Magíster en Historia
Andina, Magíster en Desarrollo, y Especialista Superior en Gestión Ambiental, Universidad
Andina Simón Bolívar. Docente de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Central del
Ecuador, miembro de número de la Academia Nacional de Historia, miembro correspondiente de
la Academia Colombiana de Historia, de la Academia Nariñense de Historia, de la Real Academia
de Historia, de la Academia de Historia del Estado de Carabobo-Venezuela; de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana y de otras instituciones. Autor de varios libros, entre ellos, Sangolquí
Profundo; Genealogías mestizas; Historias y anécdotas presidenciales; Construyendo nuestra
identidad; Velasco Ibarra, textos políticos; Desempolvando la Historia; Vicente Rocafuerte,
pensamiento y práctica política; Las bebidas de antaño en Quito; Quito, historia del Cabildo y la
ciudad; Memorias de la política; El Panecillo en la historia; Historia de la muerte en Quito; Amor
y sexo en la historia de Quito; Historia de la corrupción en el Ecuador; y de numerosos ensayos
monográficos sobre temas históricos, sociológicos, políticos y costumbristas.
entregarle veinte mil pesos para que pueda subsistir en Europa durante dos
años. El floreanismo había terminado.

El 25 de junio, Flores salió en el bergantín “Seis de Marzo” rumbo a Panamá, no


sin antes soltarse en llanto frente a quienes le habían ido a despedir. De allí
seguiría hacia Europa en un viaje costeado por el gobierno marcista. Pocos
meses después, mientras se encontraba en Londres, el representante
norteamericano Delazon Smith, informó a su gobierno que Flores había sacado
por la frontera sur, mediante un pariente cercano, cuarenta mil dólares en
efectivo, joyas, diamantes y cien libras de plata en barras, suma considerada
fabulosa por entonces. Debido a que pronto se conoció esta nueva fechoría, la
Convención Nacional reunida en Cuenca en octubre de 1845, desconoció el
Tratado de Virginia y las prebendas acordadas.

La anulación del tratado le generó una serie de amarguras, y sintiéndose


traicionado y con sed de venganza, el viejo héroe de Tarqui y Miñarica
sorpresivamente empezó a conspirar contra la bisoña nación ecuatoriana y urdió
un plan que lo había maquinado desde antes: instaurar una monarquía en el
Ecuador.

En efecto, desde 1843 Flores había pensado cambiar el régimen político de la


nación, de acuerdo a lo que se desprende de la correspondencia entre aquél y
el Encargado de Negocios de España en Quito, Luis de Potestad; así como del
discurso leído en la Convención de ese año, que terminó aprobando la nueva
constitución que fue llamada Carta de la Esclavitud, que extendía el período
presidencial a ocho años; discurso donde se visualiza que el objetivo era
preparar los ánimos del país para el establecimiento de un sistema de gobierno
que, aunque conservando el republicano, se “aproximase en cuanto fuera
posible a una monarquía constitucional”, según lo escribiera Luis de Potestad en
un comunicado reservado dirigido al Secretario de Estado español. Sin embargo,
debemos recordar que el tema sobre cuál sistema de gobierno era el más
conveniente para las nuevas naciones (la monarquía o la república) era una
cuestión que aún se debatía en aquella época, y que con certeza Flores debió
también reflexionar, más aún tomando en cuenta la difícil situación del Ecuador
en esos años. Sea como fuere, Flores, en su obligado exilio y luego de hacer
escala en Santa Marta y Kingston, arribó en septiembre de 1845 al puerto inglés
de Southampton, con esa vieja idea en la cabeza.2

Pasó luego a Londres, donde permaneció casi tres meses; llegando después a
Francia, donde se instaló en diciembre de 1845. Allí, volvió a renovar sus pedidos
de armas y hombres para invadir al Ecuador; y a pesar del momento poco
favorable que se vivía en Francia, le prometieron el “suministro de un regimiento
de voluntarios, así como armamento, que estarían a disposición del General,
listos para viajar, en cualquiera de los puertos franceses que Flores indicara”,
aunque el compromiso en firme no lo alcanzó a obtener.

En febrero de 1846 viajó a Italia, y en Roma visitó al anciano Papa Gregorio XVI,
quien habría de morir en junio de ese año de un cáncer en la cara. Estando en

2Al respecto Cfr. Ana Gimeno, Una tentativa monárquica en América. El caso ecuatoriano, Quito,
Banco Central del Ecuador, 1988.
Nápoles, Flores recabó del embajador español Ángel de Saavedra –Duque de
Rivas-, las necesarias cartas de Recomendación ante la reina madre María
Cristina de Borbón-Dos Sicilias, quien fuera la cuarta esposa de Fernando VII, el
Rey Felón, muerto en 1833.

Doña María Cristina fue Regente de España, hasta que su hija Isabel creciera y
pudiera reinar; sin embargo, a los tres meses de enviudar, se casó secretamente
con el sargento de su escolta personal Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, a
quien luego lo hizo duque de Riánsares y con quien tuvo ocho hijos en un período
de doce años. Este acto le hizo perder popularidad a la reina madre, y tanto se
habló de ella que inclusive se hizo popular una cuarteta de la época de autor
anónimo que decía: “Lloraban los liberales // que Cristina no paría // y ha parido
más muñoces // que liberales había”.3

Por su lado, Flores inició su viaje a España, seguramente en barco, según se


deduce del hecho de que visitase Génova, Marsella y Barcelona; arribando a
Madrid en junio de 1846. Buscó enseguida la forma de ser presentado ante la
reina madre y, de acuerdo con la narración del coronel español Senén de
Buenaga, Flores “le ofreció a la soberana el imperio del Perú, que se
comprometía a reconquistar en breve espacio de tiempo, pues contaba con
apoyos en su país”;4 y de pasito invadir también nuestro país y poner como
Príncipe de Ecuador a uno de los hijos de la reina María Cristina habido en su
segundo matrimonio. Este posible ‘monarca’ ecuatoriano sería Agustín Muñoz y
de Borbón, un impúber de apenas ocho años en esa época, quien sería
regentado por su madre, la reina, o por el mismo Flores, hasta que alcance la
mayoría de edad y pueda reinar el Ecuador como Agustín I.

La perspectiva de una corona ceñida a uno de sus hijos –según Buenaga-,


sedujo de tal modo a la reina quien, deslumbrada por los fabulosos proyectos
presentados por Flores, prestó su nombre para tal aventura y decidió apoyar la
expedición, aportando la suma de dos millones de pesos del propio peculio de la
soberana. De esta manera –según la historiadora española Ana Gimeno-, la
empresa floreana estaría financiada económicamente por la reina María Cristina,
aunque siempre actuó como cabeza visible su marido, Fernando Muñoz, y su
hermano José Antonio. En septiembre de 1846 se entregó a Flores veinte mil
duros, como un primer abono para la empresa económica; y en adelante el
general se entendería directamente con los banqueros Jaime Ceriola, Nazario
Carriquí, José de Salamanca y José Buchental, a los que se dirigiría en petición
de recursos.

La expedición colonizadora debía estar compuesta de dos mil hombres


contratados en Europa, tres barcos (Neptuno, Monarca y Glenelg) y muchas
piezas de artillería. El mismo Senén de Buenaga sería el encargado de realizar
el reclutamiento de gente en la zona vasca, mientras que el coronel Ricardo
Wright –fiel amigo de Flores- lo haría en Irlanda, bajo el argumento de “fama,
fortuna, tierras y empleo”. El plan contemplaba que los mercenarios

3José Antonio Vidal Sales, Los Borbones: una dinastía trágica, Madrid, ATE, 1984, p. 61.
4Ana Gimeno, “Juan José Flores en España”, en Revista Cultura, N° 25, Quito, Edic. Banco
Central del Ecuador, 1986, pp. 23-45.
desembarcasen en la ría de Guayaquil, con planos dibujados por el mismo
Flores, y desde allí comience la invasión al Ecuador.

La prensa inglesa, enterada de la situación, comenzó a dar noticias de la


expedición, y varios representantes latinoamericanos –entre ellos el ministro
peruano en Londres, Juan Manuel Iturregui-, alarmados por las intenciones
bélicas de Flores, protestaron ante la cancillería británica, solicitando que se
impida el zarpe de las naves. El gobierno ecuatoriano, mientras tanto, se
preparaba para defenderse de la expedición extranjera y para enfrentar a
elementos subversivos favorables a Flores. Finalmente, e invocando la Ley de
reclutamiento extranjero, las tres naves de Flores fueron embargadas por
funcionarios de la aduana británica, y la pretendida expedición de invasión a
nuestras tierras fue desbaratado.

Por más que Flores intentara salvar las naves e impedir que se desarticule el
proceso de reclutamiento de hombres, nada pudo hacer; viendo esfumarse así
sus traidoras intenciones. Ni siquiera le valió haber viajado a Londres en 1847,
en donde logró al menos que no se continúe con el juicio militar instaurado contra
su amigo Wright. Intentó volver a España, pero el cónsul le negó la entrada,
debiendo instalarse en Burdeos y luego en París. Sin el apoyo de la reina María
Cristina y no teniendo que más hacer en Europa, salió por Bruselas y El Havre
con destino a Nueva York, llevando a Wright y a un sirviente. En Washington
quiso ser recibido por el presidente James Knowk Polk pero éste ni siquiera le
contestó su nota. Viéndose sin ninguna esperanza, partió hacia Caracas dando
por terminados sus planes, que escandalizaron a toda la América hispana por
más de un año.5

Por su parte, el marido de la reina María Cristina, y padre del pretendido príncipe
de Ecuador, tuvo que rescatar los buques a través del embajador español y
venderlos a buen precio, con lo que recuperó en algo los valores invertidos. Más
tarde debió entenderse con los banqueros acreedores, a quienes pagó los
dineros adeudados, tomándolos del capital económico de su mujer.

La reina María Cristina murió en Francia en 1878, mientras estaba en el exilio;


siendo enterrada posteriormente en el Monasterio de El Escorial. Su marido, el
duque de Riánsares, se le había adelantado en la partida, cinco años antes; y el
casi príncipe de Ecuador, quien seguramente se enteró tiempo después de las
intenciones floreanas y de su ‘mamita’, había muerto en 1855, cerca de París, a
la edad de 18 años.

Flores, “el rey de la noche”, volvió a insistir con una nueva expedición armada en
contra del Ecuador en 1852, con la complicidad del presidente peruano Rufino
Echanique; y a pesar de que sus tropas atacaron Guayaquil, terminó por ser
derrotado y retornó a Lima, donde vivió con su familia. García Moreno lo trajo en
1860 para combatir al general Guillermo Franco, quien se había declarado Jefe
Supremo de Guayaquil, a quien venció. En octubre de ese año, García Moreno
expidió un decreto de reparación en honor de Flores, restituyéndole su grado
militar y bienes, y el viejo militar y ex presidente siguió peleando en varias
refriegas.

5 Gimeno, op. cit. (1988).


Murió de infección a la vejiga en la isla Puná en 1864, debido a que en el
Combate de Santa Rosa recibió un tiro perdido en el bajo vientre, del que nunca
pudo sanar. Según el historiador Rodolfo Pérez Pimentel, el cadáver fue
introducido en un barril de alcohol y traído desde Machala a Guayaquil a bordo
de un navío de guerra. Sus familiares esperaron el cadáver y lo depositaron en
un lujoso ataúd que llevaron a Quito, siendo enterrado en el interior de la
Catedral. Por su lado, el barril quedó abandonado y dicen que los marineros
vendieron el líquido por botellas a un tabernero del Malecón de la orilla, quien a
su vez lo remató a módicos precios, cuidándose mucho de decir la procedencia
del producto.6 Hoy nos preguntamos: ¿cómo habrán terminado aquellas
borracheras con ese alcohol? Vaya a usted a saber, apreciado lector.

6Rodolfo Pérez Pimentel, El Ecuador Profundo, Tomo III, Guayaquil, Universidad de Guayaquil,
1988, p. 208.

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