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Un propósito inicial
La infamia o el malditismo en la literatura infantil es un concepto inherente a su
gestación como modelo propedéutico y su transposición más allá de los límites propios
de su invención como sujetos de las historias. Los infames o malditos adquieren tanto o
más protagonismo que los triunfadores o bondadosos, verdaderos referentes inmorales
del individuo-lector, y alcanzan autonomía propia, siendo los triunfadores no éticos del
proceso de construcción de las historias. Sin ellos las invenciones pierden su validez no
ya sólo ética sino su consistencia literaria y su intensidad inmediata.
Una división dicotómica que, sin embargo, choca con los matices, con los tonos
grises o cerúleos de la existencia si partimos del principio platónico de que las cosas no
son ni buenas ni malas (y en consecuencia tampoco quienes las representan) sino que su
esencia no radicaría en la bondad o maldad inicial sino que lo que podríamos hacer es
enjuiciar moralmente el uso de ellas. Matar a una persona es un acto malvado desde el
inicio pero si la persona muerta es un asesino en serie o si el muerto es un animal que
devora a otros..., el contexto moral cambia y también el resultado moral y su dinámica
externa. De ahí que Platón prefiriera hablar de ese juicio moral, y, nosotros de su
contexto moralizador o de su procedencia intrínseca.
En definitiva, los modelos que proponen los cuentos infantiles están gestionados por
ese dicotomía del sujeto trascendental y aspiran a crear la división entre los buenos y los
malos; sin embargo, esta dicotomía podría encerrar una trampa para esa formación pues,
como dice Cervera, citado por P. Salmerón Vílchez en su tesis doctoral2 «los cuentos
clásicos han sido acusados de maniqueísmo por ofrecer clara diferenciación entre el
bien y el mal, y por pronunciarse sistemáticamente por el bien, incrustado en el final
feliz. Han sido acusados también de alienación y adoctrinamiento. Una crítica tenaz y a
su vez intencionada, ha querido ver en ellos una manipulación social que propone como
modelo las formas burguesas de vida y de pensamiento».
Asimilaciones infames
En la literatura infantil el perdedor y el malvado son la misma persona o el mismo
animal o el mismo ser extraño. Se produce una coincidencia de facto entre ambos. El ser
bueno y angelical siempre triunfa, el ser malvado y perverso cede su voluntad al
vencedor. Sólo se arbitra esta verdad universal y de este modo se activan al unísono, se
hacen equivalentes dos conceptos que no lo son: el malvado y el perdedor. Y no son
iguales porque el concepto de maldad es anterior y pertenece a la esencia de las cosas no
a su estado; en cambio, el perdedor posee el aserto de lo transitorio y el resultado en
términos que ya no son moralizadores sino que pertenecen a la dialéctica de
victoria/derrota. En consecuencia, estos dos conceptos disímiles, de naturaleza moral,
uno, o de naturaleza social, otro (el perdedor lo es con respecto a un grupo o categoría
de personas), se aúnan e identifican en el proceso creador de los cuentos infantiles.
¿Por qué, cuál es la razón de esta identificación? Creo que nace de su componente
instructivo o de su valor de formación para el niño y el adolescente. Este tiene que
comprender que la bondad siempre sale vencedora y la maldad perdedora. Sobre esta
dicotomía (en muchas ocasiones falsa porque se produce todo lo contrario) se gestionan
los cuentos infantiles. No se puede permitir el resquicio educacional de sospechar por
un momento que el maldito pueda alcanzar los laureles del triunfo porque se confundiría
al joven lector que ha asumido el rol de que maldad y bondad son procesos antitéticos
que corresponden a la pérdida o la victoria respectivamente. En este esquema, sin
embargo, se produce un hecho insólito y bastante curioso que puede advertir de
manipulación burguesa y adoctrinamiento de muchos cuentos infantiles que introducen
una visión moral de la sociedad pocas veces crítica: los ricos nunca pierden, y, en
consecuencia, si no son perdedores tampoco pueden ser identificados con los malvados.
¿Cuál es el motivo de que los ricos se hayan colado en la literatura infantil como los
grandes beneficiados saltando por el aire su concepto de maldad y de derrota?
Esta apariencia que encierran muchos cuentos infantiles es una <mentira piadosa>
pero sobre todo es una representación o simbología que impide la discreción, sensatez y
madurez de la infancia (por su incapacidad para resolver la realidad en la que la
dicotomía de los cuentos no siempre es tan fácil ni se resuelve así) porque se parte del
principio (ilusorio) de que si se dice la verdad a determinadas edades sólo se puede
generar frustración, angustia, miedo e incapacidad; y en cambio, hay que generar
ilusión, valentía, reacción, ensueño... Y el malvado tiene mucho que decir en este
aspecto, como decía Bettelheim4 , «sobre todo porque dan pie a que las angustias
indeterminadas se concreten y se tornen, al propio tiempo, más dominables. Son más
terribles de dominar las angustias inconcretas que aquellas que quedan bien dibujadas».
En consecuencia, la afirmación de la <positividad> genera la negación de la
realidad. No estoy de acuerdo con un aserto casi generalizado en el mundo de los
cuentos infantiles como el de que «la ficción del cuento ofrece al niño -
paradójicamente- una visión aceptable de la vida real; incluso en sus aspectos más
crudos, aquellos que normalmente se le esconden»5 No es una visión aceptable de la
realidad porque es una realidad conducida, tratada o manoseada en muchos casos o, al
menos, en este que comentamos en el que perdedor y malvado están identificados
metafóricamente. Podemos creer en un principio en que «los modelos de actuación que
ofrecen los personajes, la clara identificación posible con los mismos, el predecible y
posiblemente ya conocido final, libera las angustias infantiles. Los niños llegan a saber
que la felicidad es posible si se conquista cada día»6. Es cierto, pero también podemos
crear expectativas falsas en su formación como individuos porque una cosa es lo que
sucede en los cuentos de hadas y otra muy distinta lo que sucede en la realidad.
Verbigracia, ¿cuántas veces en los cuentos de hadas es un perdedor o es un malvado el
rico? ¿Cuántas veces lo es en la realidad? En el cuento de Caperucita Roja el lobo es
castigado con la muerte y Caperucita sale triunfadora a pesar de su ingenuidad y
confianza. En la realidad el lobo hubiera engullido a Caperucita y ahí habría acabado el
cuento con una consecuencia didáctica mucho más ejemplarizante y, sin duda, trágica:
la muerte de la niña por su candidez; pero el final feliz es la otra cara de la moneda de
los cuentos de hadas: y por eso los hermanos Grimm edulcorarán la historia con el
cazador que saca del cuerpo del lobo a Caperucita y su abuela. Las variantes del cuento
de Caperucita, sin embargo, no impiden el final: los malvados son los perdedores de la
historia.
Esta vía la había inaugurado Dahl a principios de siglo, como recordaba Viñas
Valle10 cuando en sus cuentos infantiles se apartaba de los modelos clásicos y se
acercaba decididamente a la realidad postulando otros principios más coherentes con la
misma. Por ese motivo, «los personajes de los progenitores en el mundo infantil de Dahl
no son padres y madres ideales, un modelo a seguir e imitar por sus hijos. Se les
construye como abusones, autoritarios, negligentes y con defectos. Pero Dahl también
nos presenta padres del lado opuesto, esto es, papás y mamás que miman y conceden
todos los caprichos de sus niños malcriándoles. Es interesante observar que en Dahl, el
exceso, ya sea de tipo positivo o negativo, se desaprueba y castiga duramente
Encontramos ejemplos al comienzo de Matilda, cuando el narrador describe con
sarcasmo cómo algunos padres están tan cegados por la adoración que sienten hacia sus
hijos». Un ejemplo, que demuestra a las claras, cómo desde la realidad se puede crear
también una literatura infantil coherente y cómo los principios dicotómicos sobre los
que se organizaban tradicionalmente los cuentos de hadas incidían en aspectos
contradictorios de la misma y no resolvían el conflicto existencial para el que habían
sido creados. Sin embargo, eso no significa que el modelo global haya desaparecido
porque los gigantes y las brujas de Dahl siguen martirizando a los niños, son los
malvados que acabarán siendo derrotados11.
Historia de malvadas
La Historia de Zobeida gira en torno a los celos, la traición y el daño. Zobeida es
una buena joven que a pesar de ayudar reiteradamente a sus hermanas (a las que ni
siquiera les dan nombre)12 , sólo merece el pago de ser arrojada a las aguas del mar por
ellas para consumar su venganza.
Cuenta Zobeida la historia de sus hermanas, dos desgraciadas a las que maltratan
reiteradamente tanto los maridos de su primer matrimonio como los del segundo.
Zobeida les aconsejará, protegerá y ayudará reiteradamente, actuando con ellas con un
modelo de conducta <casi parternal>.
En uno de los viajes, Zobeida llega a una ciudad maravillosa donde todos sus
habitantes, incluido el mismo rey, están petrificados como consecuencia del
seguimiento de una religión distinta a la musulmana: eran adoradores del terrible
Nardún, juraban por el fuego y la luz, por la sombra, el calor y por los astros que giran.
Todos menos un joven, el hijo del rey, que desde pequeño y en secreto había sido
educado en la religión coránica por una vieja musulmana. Zobeida se enamora de él
pero sus hermanas sienten celos y, estando en alta mar de vuelta hacia su tierra las
hermanas malvadas los arrojan a las aguas ahogándose el joven, pero salvándose ella.
Al llegar a tierra Zobeida ayuda a una lagartija (una efrita) (perseguida por una serpiente
(un efrit)), que en realidad acabará ayudándola y castigando a sus hermanas que serán
convertidas en perras negras sobre las que habrá de cumplir la orden de castigarlas cada
día con trescientos latigazos y si no lo hiciera ella misma se convertiría en perra.
Las malvadas en este relato son identificadas con las perdedoras: son las hermanas
innominadas, la perras negras. ¿Por qué el perro? ¿Qué valor simbólico tiene este en el
Islam?13 Se sabe que los sabios de las escuelas de jurisprudencia Saafi´i y Hambali
piensan que el perro es un animal impuro, aunque hay otros que sostienen que no es el
perro en sí sino los líquidos segregados por él, porque según dijo el Profeta: «Si un
perro lame la vasija de alguno de ustedes, deben arrojar lo que hay en ella y lavarla siete
veces». Y de estas siete, la primera ablución de la vasija ha de hacerse con tierra.
Aunque hay discrepancias de interpretación sobre la permisibilidad o no de tener perros,
los hay que afirman taxativamente que no está permitido tener perro alguno; otros,
menos heterodoxos, señalan siguiendo al Profeta que «Todo aquel que tenga un perro,
excepto un perro para caza o pastoreo, verá su recompensa disminuida en un qiraat».
En la Historia de Zobeida existe un efrit malvado y otro bueno (en femenino, efrita)
pero su sentido de la justicia es terrible. Las hermanas, en cualquier caso, son primero
víctimas de una situación, pues son golpeadas por sus maridos y abandonadas, y,
posteriormente, encarnan vicios repulsivos: la envidia y los celos. En consecuencia, se
presenta en ellas una alianza de ambas situaciones: ser víctimas y ser criminales. Y la
bondad, en contraposición, está representada por su hermana Zobeida, la que, como
consecuencia, será la única que se salve porque, siguiendo el fatum tan habitual por
estos lares, «estaba previsto que se salvara».
El otro gran perdedor de la historia (que no malvado) es el hijo del rey, que se
convierte en un mártir, por lo que su sentido de perdición lleva el correlato perfecto de
lo que instituye el Corán: Zobeida, tras recorrer el palacio donde todo son estatuas
yacentes petrificadas en vida escucha una voz dulce que entona el Corán y observa que
llega de un hermoso joven que acompasadamente canta los suras. En ese momento se
enciende su corazón y se enamora de él. El joven, que no tiene nombre, es el único que
se ha salvado en la ciudad de ser petrificado porque es el único que no ha seguido la
religión de los magos adoradores del terrible Nardún. El joven está consagrado al
ayuno, la oración y la lectura del Corán. Pero en la tradición musulmana existe el
sacrificado, el mártir. Y el joven acaba convirtiéndose en el mártir, el único mártir por la
actuación de las malvadas hermanas de Zobeida. Desde el principio existe una
inclinación de Zobeida hacia él, e incluso cuando se acuestan a dormir ella (en señal de
sumisión) lo hace a sus pies e incluso le propone convertirse en <cosa suya>.
En esta historia están integrados de modo simbólico dos mundos: el real (en torno
las hermanas de Zobeida y ella misma) y el mitológico, poblado por efrits y hechos
maravillosos: personas que se pueden convertir en perras o estar petrificados, seres que
están por encima de los humanos, en un estadio superior, metamorfosis de una serpiente
en efrit y de una lagartija en efrita... Estos dos mundos son perfectamente mestizos. En
absoluto funcionan dualmente. Se producen vasos comunicantes entre unos y otros, y lo
maravilloso toma las riendas de lo real y lo real de lo maravilloso. En esta integración,
sin embargo, se van estableciendo unos cánones de conducta, unos modos de visualizar
los comportamientos, un sistema de valores que van penetrando de un modo raudo pero
decisivo en el lector: la mujer como inmolada y martirizada, víctima en definitiva (lo
son las hermanas de Zobeida por sus maridos, que no alcanzan el efecto de la justicia
sobre ellas), la mujer como segundona (lo es Zobeida respecto del joven príncipe), el
castigo de los culpables (el de las hermanas de Zobeida convertidas en perras), la
bondad del martirio (el del joven príncipe), la interacción entre lo maravilloso y lo real
(todo es posible)...
¿Cómo llega Valdemar Daae a tener la aspiración de convertir en oro todos los
objetos? A partir del momento en que le sobreviene una desgracia: el sueño eterno de su
mujer como castigo por su altivez con los campesinos. Observamos desde el inicio que
Andersen deja muy claro que el no acercamiento al pueblo, a las clases populares, el
aislamiento, la altivez, la soberbia y el orgullo de las clases superiores puede acarrear (a
través de diversos caminos) su decadencia y destrucción. No se plantea evidentemente
un principio revolucionario (y tampoco nosotros seríamos capaces de exigírselo para ese
momento histórico): que éstas pierdan su statu quo sino que se comporten con las clases
inferiores como correspondería a su dignidad, que se comporten como buenos
ciudadanos con las personas que pertenecen a una clase social inferior.
A. La identificación de esa búsqueda del oro con una carrera de codicia desmedida
y, en consecuencia, condenada al fracaso.
B. La locura como enfermedad que les sobreviene a los que son desmedidos en su
ambición.
Desde que nace, el patito feo es un perdedor: «Los cuentos enseñan a los niños que
triunfar en la vida es posible, eso sí, con bastante esfuerzo y con algo de suerte. Pero
también les enseñan que es posible fracasar, si no contamos con la fortuna de nuestro
lado, incluso aunque nos esforcemos [...] En muchas ocasiones, aunque no existe
estrategia previa, el destino pone en el camino de los personajes algún objeto o ayudante
que, en el momento decisivo, auxilia al protagonista y procura su salvación o el éxito de
la empresa. En otras ocasiones, no»16 . El patito feo, efectivamente, transmuta hacia el
final del cuento su origen que (por mor del destino o la providencia) pone fin a sus
desgracias originarias. Es un perdedor (no malvado) que acaba siendo ganador. Ni
siquiera él es consciente de su cambio social y de su integración. De hecho, cuando
observa hacia el final del cuento a los tres cisnes que nadan hermosos, piensa que se
burlarán de él y se mete en el agua tímidamente procurando no hacer ruido (para evitar
el ser visto porque esto produciría su exclusión) y cerrando los ojos cuando siente
cercano el ataque. El espejo, como a Narciso, le devuelve su bella imagen en el agua. Es
sólo él quien inicialmente se da cuenta de la transformación por casualidad (las
contingencias y eventualidades del hado), pero, en seguida, el reconocimiento de los
demás y la integración: «Mirad, tenemos un nuevo compañero; y ¡qué hermoso es!»,
dirá uno de los hermosos cisnes al contemplar al que había sido en el pasado patito feo.
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