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CHAIM PERELMAN – AUDITORIO UNIVERSAL

INTRODUCCIÓN
Uno de los aportes más importantes en la innovación teórico argumentativa de Chaim
Perelman es que la argumentación no tiene lugar en abstracto, sino que siempre se da ante un
auditorio concreto, “con intereses bien definidos, con determinadas inclinaciones epistémicas y
aun psicológicas o emocionales” (Beuchot 304).

Tal como señala Perelman, “toda argumentación pretende la adhesión de los individuos
y, por tanto, supone la existencia de un contacto intelectual” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 48),
este contacto solo puede darse si existe una comunidad efectiva de personas que esté de acuerdo
en el hecho de debatir en conjunto una cuestión concreta, y la argumentación será efectiva si se
logra el fin perseguido: la adhesión de los individuos. Esta adhesión, en el caso de un discurso
práctico significará que el auditorio con el cual se toma contacto intelectual actúe de acuerdo a lo
pretendido por el orador.

Este trabajo pretende estudiar, desde el punto de vista de Perelman, qué concepción
debe tener del auditorio el supuesto orador y analizar algunas de las críticas que esta teoría ha
recibido.

EL CONCEPTO DE AUDITORIO.
Para que una argumentación logre su fin, necesariamente se tiene que tener en cuenta
a aquellos a quienes está destinada. El dejar de lado esta necesidad puede generar el fracaso de la
argumentación, ya que es falso “que los hechos hablan por sí solos e imprimen un sello indeleble
en todo ser humano, cuya adhesión provoca, cualesquiera que sean sus disposiciones” (Perelman
y Olbrechts-Tyteca 53). El tener en cuenta a los oyentes significa adaptar el discurso, apelar a
diferentes lugares en común a los miembros del auditorio, y a sus posiciones sociales,
emocionales, económicas, políticas, etc. Es por esto que no solamente la argumentación tiene
lugar frente a un auditorio, sino que también hay que considerar las características de éste, lo cual
requiere su individualización. La definición por criterios puramente materiales, por ejemplo: por
las personas presentes o por quienes son los destinatarios explícitos del discurso, puede llevar a
conclusiones incorrectas ya que muchas veces el discurso argumentativo puede tener un
destinatario particular pero éste, por ejemplo, luego de haberse pronunciado, publicarse en una
revista, lo que significaría que se ampliase el auditorio.

Perelman, teniendo en cuenta esta necesidad de identificación, define al auditorio


como “el conjunto de aquellos en quienes el orador quiere influir con su argumentación” (Perelman
y Olbrechts-Tyteca 55). Esta definición, además de resolver el problema de definición por criterios
materiales, es coherente con la teoría que él mismo sostiene, ya que define al auditorio en
relación con la argumentación efectiva, y ésta última se encuentra definida en relación a la
individualización correcta.
“La argumentación efectiva emana del hecho de concebir
al presunto auditorio lo más cerca posible de la realidad. Una imagen
inadecuada del auditorio, ya la cause la ignorancia o el concurso
imprevisto de diversas circunstancias, puede tener las más
lamentables consecuencias. Una argumentación considerada
persuasiva1 corre el riesgo de provocar un efecto revulsivo [sic] en un
auditorio para el que las razones a favor son, de hecho, razones en
contra. Lo que se diga a favor de una medida, alegando que es
susceptible de disminuir la tensión social, levantará contra esta
medida a todos aquellos que deseen que se produzcan confusiones.

El conocimiento, por parte del orador, de aquellos cuya


adhesión piensa obtener es, pues, una condición previa a toda
argumentación eficaz.” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 56).

Estas diferentes facciones pueden ser identificadas por el orador de acuerdo a


caracterizaciones sociales, económicas, políticas, religiosas, etc. de los integrantes del auditorio. Si
bien las condiciones que el orador debe conocer parecen ser factores extrínsecos al auditorio,
también existen factores intrínsecos a la situación argumentativa, como por ejemplo un
conocimiento dinámico del grado de condicionamiento del auditorio.

En este punto es que Ch. Perelman encuentra la base para comenzar con la
construcción de su tesis principal, y es que a los oyentes les corresponde la formación del orador,
ya que, éste último va a predicar de acuerdo a lo que la audiencia quiera escuchar – manteniendo
siempre la premisa de que lo buscado es la efectividad de su discurso – por lo que vale entonces
decir que el auditorio cumple el “papel más importante para determinar la calidad de la
argumentación y el comportamiento de los oradores” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 62). De esto
nace lo denominado por el autor como la obligación de adaptarse al auditorio, ya que en algunos,
los argumentos que son adecuados en otros, pueden ser considerados como ridículos. El problema
de esta concepción es que la variedad de auditorios es infinita, y de querer adaptarse a todas sus
particularidades, el orador se encuentra frente a innumerables problemas. La búsqueda de una
objetividad y que la argumentación trascienda todas las particularidades históricas o locales
logrando adhesión a la tesis sostenida, forma parte de un ideal lo cual es claramente inalcanzable.
El autor salvará esta imposibilidad introduciendo el concepto de Auditorio Universal.

EL AUDITORIO UNIVERSAL.
El orador, según lo visto anteriormente, al dirigirse a un sector de un auditorio
determinado se estará enfrentando a la posibilidad de que su argumento fracase frente a los otros
sectores del auditorio. Por lo tanto, la debilidad relativa de los argumentos admitidos solo por
auditorios particulares es muy alta ya que otro orador puede generar apoyo de más sectores del

1
El concepto de discurso persuasivo en la construcción teórica de Ch. Perelman, será analizado en concreto
más adelante.
mismo auditorio utilizando argumentos en los que quizás los frentes internos del auditorio estén
de acuerdo, el límite de estos acuerdos dentro del auditorio será entonces el acuerdo del auditorio
universal. Este Auditorio Universal “no se trata de un hecho probado por la experiencia, sino de
una universalidad y de una unanimidad que se imagina el orador, del acuerdo de un auditorio que
debería ser universal” (Perelman y Olbrechts-Tyteca 72).

Los filósofos, por ejemplo, dada la naturaleza de su tarea intentan dirigirse a un


auditorio de características universales ya que creen que todos aquellos que comprendan sus
razones, naturalmente aceptarán sus conclusiones, por lo tanto, “el acuerdo de un auditorio
universal no es una cuestión de hecho, sino de derecho. Porque se afirma lo que es conforme a un
hecho objetivo, lo que constituye una aserción verdadera e incluso necesaria, se cuenta con la
adhesión de quienes se someten a los datos de la experiencia o a las luces de la razón” (Perelman
y Olbrechts-Tyteca 72).

El tipo de argumentos que será efectivo entonces frente a un auditorio universal será
aquel que convenza del carácter necesario de las razones presentes en el discurso, de su
evidencia, y de su validez intemporal y absoluta sin importar eventualidades locales o históricas,
por lo que, en concreto, la argumentación eficaz frente al auditorio universal será solo la que
maneje la prueba lógica.

La construcción de este auditorio depende del orador, siendo de esta manera


totalmente subjetiva, es construido a partir de los semejantes tal que supere las oposiciones de las
que el orador tiene conciencia, por lo que cada cultura, cada sujeto, cuenta con una concepción
del auditorio universal diferente. En relación a este punto, la elección de la palabra construcción, y
no, por ejemplo, elección, nos indica que el auditorio universal es formado por el orador, y esta
sucede altamente influenciada por los lugares en común - hechos, verdades, presunciones, valores
y temas comunes que forman un cuerpo de opiniones, convicciones y compromisos compartidos –
por lo que es una construcción mental dinámica, que sucede mientras hablamos, pensamos y
escuchamos (Oakley).

Ahora bien, al ser el auditorio universal una creación mental dinámica se podría afirmar
que al fin y al cabo es un auditorio particular al cual se van agregando diferentes integrantes, por
medio del conocimiento de posibles refutaciones. Considero este punto de la teoría de Ch.
Perelman como el más crítico, ya que no hay forma de que se logre la validez intemporal o
absoluta de un argumento considerando un auditorio universal subjetivo, viciado por
características que lo pueden inducir a ser partidario en ciertos puntos y naturalmente incompleto
para ser universal. Aun cuando, tal como señala Crosswhite, con la inteligencia de buscar la
adhesión de los miembros del auditorio, el orador va a intentar formar su auditorio universal
personal de la manera más completa – ya que no tendría sentido que elija formar el auditorio de
acuerdo a insensateces – la formación va a estar siempre viciada por las tendencias inconscientes
de la mente humana a considerar: a. estar siempre en lo correcto, y b. conocer todas las posibles
críticas al argumento propio.
PERSUADIR Y CONVENCER
Otro de los puntos más llamativos de la teoría de Ch. Perelman es la diferencia conceptual entre
persuadir y convencer que marca dentro de su texto y que tendrá relevancia al momento de
aplicar la teoría “general” de argumentación al plano jurídico.

Convencer es aquel proceso mediante el cual se logra la adhesión con carácter racional por parte
del auditorio, es decir que comparten las pruebas y las razones que han sido divulgadas en el
discurso. Por otro lado, persuadir, es obtener la acción deseada por parte del discurso practico sin
importar si la adhesión tiene carácter racional o no. Naturalmente, la argumentación persuasiva
dentro del sistema argumentativo de Ch. Perelman será la argumentación que solo pretende
lograr la adhesión de un auditorio particular y será meramente instrumental, mientras que la
convincente será la que procura la adhesión racional por parte de todo ente de razón y tendrá un
carácter funcional.

ARGUMENTACIÓN JURÍDICA.
La teoría general de argumentación tiene aplicación en el plano jurídico al momento en el que el
juez funda una sentencia. Hoy en día, la validez de una sentencia, o lo justa que esta es, ya no se
encuentra en relación directa a una conclusión que nace de un silogismo correcto, esto ya es
insuficiente. Muchos de los problemas sociales, culturales, políticos, etc. escapan del imperio del
Poder Legislativo y la capacidad de obtener respuestas verdaderas por parte de deducciones
silogísticas dejo de ser, en tales casos, una respuesta a considerar.

La Teoría de la Argumentación intenta cambiar el concepto de verdad que es buscado en las


sentencias por el de verdad consensuada, lo que significa abandonar tanto el modelo
decimonónico, con el juez como la boca de la ley y sus valores absolutos, como así también el
modelo ius positivista, donde en la letra de la ley se encuentra la voluntad del pueblo. A los jueces,
entonces, les corresponde explicitar por medio de los fundamentos que sus decisiones no son
producto de su libre arbitrio, sino que se pueden considerar razonables y en línea con lo que la
sociedad estime compatible con la razón. Esta razón ya no es más la verdad lógica, es decir la que
se corresponde con el objeto, sino que comienza a estar ligada al sentido común y a lo aceptable
en una comunidad dada. En otras palabras, ya no hay una única solución al caso, sino que varias, y
está en la capacidad del juez fundamentar correctamente la elección de la respuesta que realiza
en la sentencia, con el fin de que la sociedad la considere verdadera, es decir que va de acuerdo a
la razón. En esta correcta fundamentación de lo no necesario o evidente cobra importancia la
retórica de Ch. Perelman y se trata de convencer a un auditorio de que la sentencia está de
acuerdo con sus reivindicaciones (García Amado).

Ya que el auditorio al que se dirige la argumentación judicial es más extenso que las propias partes
en litigio dado que incluye a estas pero también a los profesionales del derecho y la opinión
pública (Vázquez Sánchez), la racionalidad de la argumentación del juez apunta a convencer, más
no a persuadir2, caso en el que sería meramente instrumental. Vale considerar que “la racionalidad
de la argumentación no vendría dada por el hecho de que efectivamente alcance el consenso que
pretende, sino por el hecho de pretender ese consenso de una determinada manera, apelando a la
razón común entre las personas y no a resortes irracionales” (García Amado 141).

Ahora bien, apartándonos de la racionalidad interna del discurso y observándolo en acción el


efecto parece ser un intento de predicción de las normas. Esto en el sentido de que el juez, al
pronunciar su argumento, estará indicando cuál es para él la respuesta al caso, al dirigirlo al
auditorio universal, esta respuesta será aceptada por la comunidad y, dada su racionalidad,
validez intemporal y absoluta, sin importar eventualidades locales o históricas, será aceptado
también en el futuro. Esto, en palabras de Hart no concuerda con el rol de los jueces, ya que
deberían estar comprometidos con la solución de casos particulares, y no prediciendo cómo se
solucionarán futuros casos (Christie).

EL PODER JUDICIAL COMO PROTECCIÓN DE LAS MINORÍAS


Una crítica posible hacia la Teoría de la Argumentación jurídica apunta en concreto a la búsqueda
de la verdad consensuada.

Vale recordar que en una Democracia, el Poder Judicial es el defensor de los intereses de las
minorías que podrían ser avasallados para el bien de las mayorías que gobiernan. El Juez, al buscar
que su fallo logre ser una verdad consensuada, no busca otra cosa que el respaldo de las mayorías
hacia su respuesta al caso, lo que sin duda en muchas ocasiones significará apartarse de la defensa
de las minorías.

Atentara también contra el concepto de Democracia toda vez que que los fallos dejen de buscar su
verdad en relación a las normas dictadas por los congresistas, quienes cuentan con una
legitimidad democrática de primer grado, y pasen a ser verdaderas si la respuesta ofrecida por los
jueces, con una legitimidad de tercer grado, obtiene consenso por parte de la sociedad, Además,
el consenso público no será brindado por la totalidad de los integrantes de la sociedad, que sí son
los que dan respaldo democrático a los congresistas, sino que por la sociedad políticamente activa,
que en efecto es una pequeña parte.

CONCLUSIONES
De acuerdo a lo desarrollado en el presente, se puede observar a la teoría de Chaim Perelman
como una herramienta moderna, superadora del concepto de lógica dentro del discurso. El
concepto de auditorio universal logra ser una conceptualización útil al momento de elegir
argumentos al presentarse frente a un auditorio.

En cuanto a la aplicación de la teoría de Perelman en el plano jurídico, en conjunto con la Teoría


de la Argumentación Jurídica, si bien da respuestas a varios de los problemas jurídicos modernos,

2
En el sentido definido anteriormente.
genera roces con el sistema democrático en donde, principalmente los intereses de las minorías
deben ser protegidos.

Sergio A. Ureña

BIBLIOGRAFÍA
Beuchot, Mauricio. «Filosofía y retórica en Chaim Perelman: el auditorio universal razonable.»
Éndoxa: Series Filosóficas 3 (1994): 301-316.

Christie, George C. «The Universal Audience and Predictive Theories of Law.» Law and Philosophy
5.3 (1986): 343-350.

Crosswhite, James. «Is There An Audience For This Argument? Fallacies, Theories, and
Relativisms.» Philosophy and Rethoric 25 (1995): 134-145.

García Amado, Juan Antonio. «Retórica, Argumentación y Derecho.» ISEGORIA Revista de Filosofía
Moral y Política 21 (1999): 131-147.

Oakley, Todd. «"The New Rethoric" and the Construction of Value: Presence, The Universal
Audience, and Beckett's "Three Dialogues".» Rhetoric Society Quarterly 27.1 (1997): 47-
48.

Perelman, Chaim y Lucie. Olbrechts-Tyteca. Tratado de la argumentación: La nueva retórica. Trad.


Julia Sevilla Muñoz. Madrid: Gredos S.A., 1989.

Vázquez Sánchez, Omar. «De lo que la teoría de la argumentacion jurídica puede hacer por la
práctica de la argumentación jurídica.» Revista Telemática de Filosofía del Derecho 12
(2009): 99-134.

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