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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea

Historia del Delito y del Castigo en la Edad Contemporánea (UNED)

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Historia del delito y del castigo en la Edad Contemporánea

Capítulo I: La Ilustración y la humanización del Derecho Penal


1. La crítica a la legislación criminal del Antiguo Régimen

Desde el siglo XVIII, con el movimiento reformista e ilustrado se vino defendiendo un cambio en la
forma de redactar y aprobar las leyes, así como la necesidad de establecer una teoría general de
creación y fijación de leyes. Esa teoría se llamó ciencia de la legislación o codificación, acuñado
por Gaetano Filangieri, e indagaba en la técnica de redacción y contenido adecuado de las leyes.

Montesquieu, con su Espíritu de las Leyes, buscaba que el estilo de las leyes fuera sencilla y directa,
para que pudiera ser entendido por todo el mundo (clases populares). Con el Despotismo ilustrado
se promovieron los primeros Códigos en Prusia y Austria, que supusieron un decisivo pasó en la
búsqueda de seguridad y certeza del derecho.

En el Antiguo Régimen, el derecho penal-procesal acusaba una falta de imparcialidad, no había


garantías judiciales, no había sistema de penas fijo ni presunción de inocencia, se buscaba la
condena del acusado y se arrancaba confesiones usando intimidación y tortura. En España el
ejemplo estaba en la Novísima Recopilación (s. XIX) o las Siete Partidas (s. XIII), donde perduraba
la ley del talión, la lapidación, decapitación, horca, despeñamiento…

A los primeros códigos ilustrados le siguieron códigos liberales tras la Revolución francesa. Estos
fueron incorporando conceptos de la moderna ciencia penal: la sustitución de penas arbitrarias
por otras previamente establecidas para cada delito, la necesidad de una proporcionalidad entre
delito y pena, prohibición de acusaciones secretas, derecho justicia rápida…

2. Reformadores e ilustrados

En Francia, ejemplos fueron Montesquieu, con Del espíritu de las leyes (1748), decisiva en la
evolución del pensamiento político y jurídico. Le siguió Voltaire, que influyó en la reforma de la
legislación criminal con su Tratado sobre la tolerancia (1763). Se vio afectado por los casos de
intolerancia religiosa de Jean Calas, François Jean Lefebvre y Pierre-Paul Sirven, exponiendo el fin
utilitario de las penas y la supresión de la pena de muerte y un cambio por penas o trabajos. Jean-
Paul Marat, autor del Proyecto de declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789),
criticaba el secreto de las actuaciones judiciales, la ilegitimidad, arbitrariedad, discriminación e
injusticia de las leyes; concluyendo que si los poderosos se empeñaba en utilizar estas leyes y actos
contra los pobres, estos quedaban legitimados para reconquistar sus derechos. También estuvo
Brissot de Warville, autor de la Teoría de las leyes penales y defensor del fin de la esclavitud.

En Reino Unido, estarían las obras de De Lolme, William Blackstone o William Paley.

En Italia se encontrarían autores como Pietro Vierri, quien junto a Beccaria fundó la Academia del
Pugni, donde había un espíritu combativo reformista. En su obra Osservazioni sulla tortura fue

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usada por Beccaria para redactar su Dei delitti e delle pene que sintetizaba el programa penal
reformista de los ilustrados. También estaban Mario Pagano; Gaetano Filangieri, autor de La
Scienza della Legislazione, primer tratado de derecho penal moderno. Proponía eliminar las
diferencias escalonadas entre jueces y acusados y mejorar la situación de los presos y las cárceles;
así como Domenico Romagnosi, autor de varias obras jurídicas cuyos planteamientos
revolucionarios le llevaron a la cárcel.

En Europa central se cita Joseph von Sonnenfels, que escribió diversas obras sobre la reforma de
la administración de justicia. Consiguió la abolición de la tortura en 1776 en Austria. Fue autor del
Código de derecho criminal Allgmeine Gesetz über Verbrechen und Strafen.

3. Los nuevos postulados de la ciencia penal

La finalidad de la pena, defendiéndose un sentido preventivo y correccional, siendo su medio más


eficaz para prevenir el delito la educación.

El imperio del principio de legalidad y limitación del arbitrio judicial, por medio de la frase de
Feuerbach de que no existe delito ni puede imponerse una pena que no esté previamente
contemplado en la ley. Con ello se busca restringir la facultad de los jueces para interpretar lo que
es o no delito. Se debería establecer una escala de penas y grados en función de las circunstancias
(atenuante, agravante, eximente).

Unas penas racionales y proporcionadas, defendiéndose en el reformismo penal la


proporcionalidad de delito y pena. Algo que fue expuesto por Montesquieu, que alegaba que la
severidad de las penas correspondía a un Estado déspota cuyo principio es el terror, y por Voltaire,
que negaba que por un mero hurto se condenara a uno a muerte.

La confesión bajo tortura. La supresión de la misma fue un caballo de batalla para muchos juristas
en el siglo XVIII, legando a verse suprimida en Austria, salvo para delitos muy graves.

Crítica al secretismo de las actuaciones al impedir el libre ejercicio de la defensa, debiendo


retirarse los poderes magnánimos que los jueces parecían tener sobre los posibles acusados. Se
pedía también una justicia rápida para evitar las dilaciones excesivas, principalmente en prisión
provisional; defensa del derecho a no declarar contra sí mismo para evitar confesiones forzadas;
igualdad penal ante la ley para evitar que la condición social sirviera para modificar el castigo.
Filangieri fue el primero en introducir graduación de la pena, distinguiendo entre dolo (voluntad
de delinquir), culpa (no intencional) y caso fortuito.

4. La redacción de los primeros códigos penales

Países como Rusia, Prusia o el Imperio austríaco relataron sus primeros códigos penales a finales
del siglo XVIII, siguiéndole Países Bajos a comienzos del s. XIX. Pero el mayor despliegue se dio en
la Francia revolucionaria. En 1789 ya se daba cuenta de las reivindicaciones en materia penal, con
la igualdad y humanización de las penas, la supresión de la arbitrariedad judicial, etc. Muchos de
estos principios acabarían incluidos en la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano, así

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como la igualdad de todos ante la ley, el principio de legalidad, la presunción de inocencia hasta la
declaración judicial de culpabilidad, la moderación de penas…

En el período napoleónico se recogieron algunos de los principios de la época revolucionaria y se


amoldó al momento para generar el Código Penal de 1810, que fue redactado por diversas
personalidades (la mayoría condes), y que sufrió de acalorados debates por temas cruciales como
la abolición de la pena de muerte, la humanización de las penas o la graduación de las mismas.

5. La reforma de la legislación penal española

El primer tratado español data de 1787, con el Código criminal de Manuel de Lardizábal y Uribe,
inspirado en la obra de Filangieri. El acceso de las corrientes de la ciencia penal en España fue lento
pero imparable gracias al trabajo de autores como Jovellanos, Agustín de Argüelles, Martínez
Marina, José Marchena, Meléndez Valdés, Toribio Núñez, Ramón Salas o Alfonso de Acevedo,
que denunció la tortura como algo incompatible con la dignidad humana.

Valentín de Foronda escribió en 1794 sus Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía
política, y sobre las leyes criminales. Aquí redactó que el ordenamiento penal debía basarse en una
serie de principios y reglas encaminadas a garantizar la seguridad jurídica; la claridad en la
tipificación de delitos y penas; la proporcionalidad entre delito y pena; imparcialidad de los jueces;
administración gratuita de la justicia, etc.

Durante el período josefino, se contribuyó a la reforma del Estado y a la difusión de las ideas
liberales, en temas como la abolición de la Inquisición, derechos señoriales, aduanas internas…
Dichos planes reformistas concluirían con la Constitución de 1812 y el período del Trienio liberal.
Se consigue la abolición de tortura y la pena de horca, así como la de azotes. No obstante, no se
consiguió aprobar el Código criminal previsto en la Constitución con el regreso al absolutismo en
primera fase de Fernando VII.

6. El Código Penal de 1822

Durante el Trienio Liberal sí se consiguió comprometer el avance de la reforma penal en base a lo


previsto en La Pepa (art. 258), y las Cortes de 1820 iniciaron el trámite para la redacción de un
Código Penal, que fue presentado en las Cortes por José María Calatrava, debatido entre 1821 y
1822 y aprobado en este último año. Compuesto por 816 artículos, estaba influido por los
pensamientos ilustrados franceses e italianos así como del Código francés de 1810.

Apenas tuvo vigencia, ya que la vuelta al absolutismo en 1823 impidió dicho avance. No obstante,
su influencia en los códigos de leyes hispanoamericanos fue importante, al servir de base para los
propios establecidos en México, Chile, Paraguay, Costa Rica, Perú o Bolivia.

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Capítulo II: Los orígenes de la ciencia penal en España


1. Punto de partida y contexto

En la Edad Media, el Derecho penal estuvo influenciado por el Derecho romano, que actuó a través
de los estudios del Derecho de Justiniano, pero estaba reducido al comentario del Derecho
criminal del Corpus Iuris. Durante el Renacimiento, predominó la naturaleza del Derecho Penal en
la que destaca como instrumento de poder sobre la de mecanismo de justicia, asentado desde la
vinculación hecha por Juan Bodino de la potestad penal a la soberanía.

El concepto de soberanía alcanzó España a finales del siglo XVI, tras las formulaciones de teólogos
o juristas como Francisco de Vitoria, Alfonso de Castro, Martín Azpilicueta o Diego de
Covarrubias. Asimismo, desde el siglo XV, se había iniciado, desde Italia (hacia Francia, Alemania,
Holanda y España) una producción jurídica impulsada por la difusión de la imprenta, que llevó al
relanzamiento del Derecho de la Monarquía Hispánica con Carlos I y Felipe II.

A finales del s. XV y comienzos del s. XVI, despierta en España la conciencia en el Derecho, y la


ciencia jurídica, que experimenta un crecimiento durante el esplendor del Siglo de Oro, con un
campo notable en las universidades. En los siglos XVI-XVII se liberalizó el criterio de autoridad.

2. Ciencia penal en los siglos XVI y XVIII


2.1. Características

La ciencia penal presentó en sus orígenes un carácter ancilar, al depender de la Filosofía o la


Teología. Los teólogos manejaban estas cuestiones, y estaban en estrecha relación con la jerarquía
eclesiástica, a su vez ligada con la monarquía. Autores como Alfonso de Castro, Covarrubias, Vitoria
o Fox Morcillo consolidaron la idea de que el derecho a castigar pertenecía en exclusividad al rey
a su administración de justicia. Mientras, el apartado de la teología moral se centró en los
conceptos de culpa, delito, expiación, libre albedrío…

En el apartado filosófico, el humanismo no penetró en España como sí pudo hacerlo en otros


países, dejando a pocos filósofos a dedicarse a tratar específicamente materias relacionadas con
el Derecho público y penal, siendo sus redactores mayormente canonistas.

2.2. Autores y obras

Alfonso de Castro: relató el delito de herejía en De justa haereticorum punitione, y desarrolló las
ideas jurídicas tomasianas en De potestate legis poenalis, que puede ser considerada la primera
exposición sistemática del Derecho penal. Resuelve la antinomia entre expiación y corrección y
pone un fundamento filosófico al arbitrio judicial como base de la sentencia indeterminada.

Domingo de Soto: trabajó sobre el premio y la pena acerca de lo que sostiene son los dos astros
que gobiernan el universo. Mantuvo el principio de excusación de responsabilidad criminal por
ignorancia de las leyes, afirmando que a veces podía ser necesario imponer la pena de muerte.

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Alfonso de Orozco: realizó la obra Regalis institutio ortodoxis ómnibus, potissime Regibus et
Principibus perutilis, donde se alinea con la teoría de la eliminación del delincuente, abundando
en el tópico de que a este grupo ha que segregarlo para no corromper a la sociedad.

Martín de Azpilicueta: considerado el primer canonista español del s. XVI. Fundamentó en la


Filosofía las doctrinas penales en su obra De Finibiis humanorum actium.

Juan de Mariana: en De rege et regis institutione subrayó los conceptos de la doctrina tomista
sobre el derecho de resistencia de los súbditos ante la autoridad ilegal e injusta del rey tirano.

Francisco Suárez: consideraba el indulto facultad del rey, afirmando que el juez no puede limitar
a su arbitrio la pena señalada por la ley ni tampoco agravar la pena más allá del límite máximo.

Francisco de Vitoria: en su Relectio de potestate civil admite la potestad absoluta a la potestad del
rey, pero cierra paso a la arbitrariedad y al despotismo.

Juan Luis Vives: en De subventione pauperum da consejos avanzados para el momento, como que
los magistrados deben trabajar en hacer buenos a los ciudadanos antes que castigarlos.

Fox Morcilllo: escribió De regni regisque instittuione, obra con la que entró en España la doctrina
tomasiana de la defensa social. Recalcó que el rey debe subordinarlo todo al bien del Estado.

Julio Claro: escribió Práctica civil y criminal, donde se estudia, inspirado en el Derecho romano, las
cuestiones penales, con los maleficios y sus clases, los delitos y las penas. Fue el primer autor en
formular la teoría del indulto, fijando su concepto y límites.

Diego de Covarrubias: su contribución a la doctrina penal se recoge en las Opera omnia, con varios
trabajos en el orden penal. Rechaza la licitud de las penas corporales y de la pena de muerte sobre
los parientes del condenado. Su reputación como criminalista está en su tesis de la equiparación
entre tentativa y consumación del delito, entre las que entiende sólo difiere el resultado.

Luis de Molina: disertó sobre la licitud y necesidad de la pena de muerte, sosteniendo que debe
aplicarse en causas graves. Resolvió que debe ser el poder público quien imponga las penas, pero
también que atienda correctamente al delincuente.

Antonio Gómez: escribió Vanariarum resolutionum Inris civilis, donde redactó una serie de
resoluciones de contenido jurídico penal, hablando del homicidio y distinguiendo dolo de culpa.

Lorenzo Matheu y Sanz: autor de De Regime Regni Valentiae, sive selectarum interpretado num
ad principaliores foros eiusdem, Tratactus, donde abordó la tortura y el examen de los juicios en
materia penal, defendiendo que el tormento es ineficaz para conseguir una confesión.

Francisco de Pradilla Barnuevo: abogado, escribió Suma de todas las leyes penales canónicas,
civiles y destos Reynos de mucha utilidad, y provecho, no solo para los naturales de ellos, pero para
todos en general, obra precursora de lo que más tarde constituiría un Código penal.

Pedro Plaza y Moraza: en Epítomes delicti se ocupa de la teoría de la voluntad que fija la atención
en el autor del hecho punible, tratando también del furious y del ebrius, indicando que estas

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circunstancias debieran incluirse en la legislación como atenuante, al menos para ciertos delitos,
cuando haya confesión espontánea del reo y si el crimen hubiera podido permanecer oculto.

2.3. Contenidos

Se reflexionó sobre la controversia del Derecho a castigar; a la obligatoriedad de los estatutos


penales, la cuestión de si la ley meramente civil obliga por sí sola. Construyeron también una teoría
jurídica del delito y del delincuente, surgiendo la doctrina penalista; y estudiaron al delincuente
bajo el prisma biológico: los fines de la pena, la intimidación o su eliminación.

También debatieron sobre el delito de herejía y sus procesos derivados, como magia, brujería y
nigromancia. Asimismo se ocuparon de los principales vicios del sistema penal y procesal como la
tortura judicial encaminada lograr la confesión, generalmente evaluada como ineficaz e injusta.

3. Ciencia penitenciaria

Surge en el siglo XVI como parte del Derecho penal gracias a la aportación de Bernardino Sandoval
y Tomás Cerdán de Tallada, secundada por las obras de otros teóricos como Cristóbal Pérez de
Herrera, Pedro de León o Cristóbal de Chaves. Sus obras nacieron con la premisa de la
preocupación por el hombre, el culto al trabajo, al espíritu productivo y al utilitarismo suscitado
por el ideario de Erasmo. Entendían el problema carcelario como el lugar donde el preso debía
permanecer hasta que se celebrara el juicio, donde podía conseguirse todo por dinero.

Tomás Cerdán de Tallada, con su Visita de la cárcel y de los presos, fue uno de sus principales
ponentes, describiendo aquí el estado de la cárcel de la Audiencia valenciana. Abordó, con una
visión superior a la época, una interpretación del derecho penitenciario, de la ley y los
instrumentos jurídicos que la componían. Su trabajo es uno de los exponentes más destacados del
régimen penitenciario español del siglo XVI y un ejemplo de caso teórico y práctico.

Capítulo III: Codificación Derecho Penal en España. Tradición e influencia


1. Razón vs. Tradición: contexto cultural

Con las revoluciones del siglo XVIII (Estados Unidos y Francia) se inició una nueva etapa política
que propició una transformación jurídica y una renovación del Derecho que supuso la ruptura con
el modelo anterior. Dicha reforma se llevó a cabo mediante la promulgación de Códigos.

Durante el siglo XIX se planteó la cuestión de si el Derecho tenía relación con la Historia, la
convivencia de que el Derecho en general, así como el penal, se nutriera de la Historia. Ello llevó a
que se realizaran diversas nociones que se plasmaron en dos posicionamientos. El primero, que
propugnaba la conexión entre el Derecho y la razón, y otro entre Derecho e Historia.

La conexión racionalista aboga por el mundo de la razón, de las ideas, lo preestablecido y la


deducción. Por su parte, la conexión historicista o romántica defiende el mundo de los
sentimientos, la pasión y espontáneo, un mundo sin sistema ni orden preestablecido.

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Triunfó el racionalismo sobre el historicismo, siendo uno de los signos más claros de dicha victoria
el movimiento codificador, una ruptura con lo antiguo y una renovación radical. El objetivo de esta
idea era reformista e innovador, capaz de recoger sistemáticamente las nuevas ideas de corte
lustrado que habían proporcionado un cuerpo doctrinal crítico con el autoritarismo anterior.

La Codificación penal se pudo hacer realidad gracias a tres elementos: la unidad del sujeto de
derecho; la reducción de los bienes tutelados penalmente solo al Estado y el privado; y la
reducción de las penas a tres (muerte, privativa de libertad y pecuniaria).

2. Proceso codificador: modelo francés

Francia fue el primer país en iniciar el movimiento codificador en su ordenamiento jurídico en


tiempos de Napoleón, que promulgó en pocos años la práctica totalidad de su ordenamiento
(Códigos civil, procesal, penal, mercantil). Unos países copiaron este modelo, mientras otros lo
cogieron como inspiración, en el caso de España.

Su influencia del codificador francesa en España recaló en que estaba inspirado en la idea moderna
de Código, donde los franceses eran pioneros. Por su inspiración de tipo formal o estructural. Y
por la influencia que dejó, viéndose en qué punto los Códigos españoles constituían un legado
autóctono o era producto de la evolución de las instituciones procedentes de la tradición.

3. Codificación como nacionalización del derecho: caso español

Con la promulgación de los Códigos, las cortes liberales españolas lograron la supresión del ius
commune como fuente normativa. La Codificación fue el producto final del tratamiento científico
de unas fuentes que constituyeron la base que construyó el nuevo ordenamiento español.

El reconocimiento de la conexión entre los Códigos y la ciencia del ius commune confiere a las
expresiones “nacionalización” y “desnacionalización” su verdadero alcance y significado. Fue
precisamente la escasa ciencia jurídica española del siglo XVIII lo que más contribuyó a perder de
vista la conexión entre los Códigos y la tradición.

4. Contenido político y penal de los códigos


4.1 Principio de legalidad

Fue una de las reivindicaciones de la Revolución francesa y de los ilustrados. Debía expresar con
claridad tanto la conducta constitutiva de delito como la pena. Autores como Voltaire, Marat, o
Chaussard criticaron el sistema penal del momento, defendiendo la necesidad de un nuevo
sistema basado en la legalidad, cuestión que sí contemplaron los primeros Códigos, como el
francés de 1810 o el bávaro de 1813, redactado por Feuerbach. En España, dicho principio se
incluyó en todas las Constituciones, si bien que en La Pepa no fue recogida explícitamente.

4.2 Principio de proporcionalidad entre delito y pena

Fue uno de los reclamos críticos de los autores ilustrados contra el Derecho penal del Antiguo
régimen. En España se intentó propugnar un nuevo Derecho penal que observara un mínimo de
proporcionalidad entre el delito cometido y su condena penal.

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4.3 Principio de personalidad de las penas

El carácter personal de las penas, en virtud del cual la condena sólo puede recaer sobre el
delincuente, fue uno de los principios de contenido penal consagrados en los textos
constitucionales, como en la Constitución de 1812. Dichas Cortes llevaron la idea de salvaguardar
el honor familiar, procurando borrar los efectos visibles de dicha aplicación en el pasado.

4.4 Proceso abolicionista de ciertas penas

La pena de muerte no se logró hasta finales del siglo XX, si bien desde el reinado de Carlos III se
había intentado trasladar la cuestión a debate, apoyado por los autores ilustrados. La confiscación
de bienes fue abolido en la Constitución de 1812, debido al rechazo de los redactores del texto a
la cuestión. Y las penas infames, como la de azotes, quedaron suprimidas en 1813. Por su parte,
la abolición de la tortura se dio inicialmente en la Carta de Bayona, y más tarde en La Pepa.

5. Contenido científico y penal de los códigos


6.1. Sistematización

División entre Parte General y Parte Especial. Fue uno de los logros del proceso codificador. En la
tradición jurídica española, la legislación penal contemplaba en los delitos particulares aquellas
circunstancias que en el caso concreto impedían la posible responsabilidad criminal, apareciendo
en las Partidas, las Recopilaciones, el Fuero Juzgo y el Fuero Real. Hasta el siglo XVIII no se haya
una correcta separación entre ambas partes.

Delito: nociones y clases. La noción moderna de delito aparece a finales del siglo XIX y comienzos
del s. XX, ligado a los tratados de Von Liszt y Belling. El Código francés enumeraba las infracciones
según las leyes que vulneraban (crimen, delito y contravención), pero no definía las mismas de
forma concisa. El tratado español de 1822 trató de definir expresamente qué era el delito y la culpa
en sus dos primeros artículos. En los siguientes códigos, de 1848-1850 y 1870, no diferenciaron
entre “dolo” y “culpa”, pues bastaba con que la conducta fuera típica, antijurídica y voluntaria.

Legítima defensa y otras circunstancias. Fue uno de las instituciones más desarrolladas por la
ciencia jurídico-penal antes del siglo XIX, siendo incluido por primera vez en el Código penal francés
de 1791. En el período codificador logró tener unos perfiles más detenidos y evolucionados. Los
Códigos españoles mantuvieron el régimen de legítima defensa dispuesta desde 1848.

a) Estado de necesidad y obediencia debida.


b) Edad. En el Código de 1822 Se declaraba irresponsable al menor de 7 años, y de este a 12
años se procedía al examen de discernimiento. Entre 12 y 17 debía verse si había obrado
con discernimiento y malicia. En el Código de 1848 se eximia de responsabilidad al menor
de 9 años. Entre 9 y 15 era preciso verificar mediante examen, y entre 15 y 18 constituía
atenuante. Desde 1928 a la actualidad se estableció el límite en 16 años.
c) Locura o demencia. Antiguamente se distinguía tres clases de alienados (locos, furiosos y
desmemoriados), procedente del Derecho romano. En el Código de 1822 no delinquía

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quien obrase en estado de demencia, delirio o privado de uso de razón. En 1870 se dispuso
la irresponsabilidad “del imbécil y el loco” cuando no hubiera delinquido en un tiempo.
d) Sexo, embriaguez, reincidencia y alevosía.

Clasificación de las penas.

a) Pena pecuniaria. El pago de una suma de dinero hecho por un delincuente al Estado en
concepto de pena, o la incautación que este hace de todo o parte del patrimonio del
penado, es un castigo de tradición. Quedó erigido como uno de los principales castigos,
perdiendo importancia en el siglo XIX.
b) Pena privativa de libertad. Se generalizaron a partir de la etapa liberal, jugando un papel
de primer orden. A partir de la Codificación la pena privativa de libertad empezó a jugar
un papel indiscutible. Se dispuso que la pena no sólo se impusiera con carácter principal,
sino también para el caso más pequeño, con el delincuente que no pudiera hacer frente a
la pena pecuniaria. En el Código de 1870 se denominó “privación de libertad subsidiaria”.
c) Pena privativa de derecho. Destacaban las de inhabilitación, suspensión y pérdida del
oficio o cargo, que se mantiene en la actualidad. Un primer paso en esta aplicación fue la
supresión de la pena de infamia, en 1848.
6.2. Humanización

Durante el siglo XIX se produjo la humanización de las penas, aboliéndose algunas, suavizándose
(o endureciéndose) otras, y manteniéndose, en vistas del Antiguo régimen, un tercer grupo. Un
ejemplo de dicho proceso fue la derogación de la pena de infamia y otras penas como la
degradación, la argolla y la vergüenza pública.

La pena de infamia era la sustracción formal y legal del honor al delincuente, impedido al ejercicio
de los derechos que podía tener. Existente desde la etapa romana hasta el siglo XIX, quedó
recogido en el Código de 1822, siendo abolida finalmente en el de 1848. El gradual proceso de
desaparición de las penas infamantes muestra que las ideas ilustradas de corte humanizador no
tuvieron una acogida fácil ni rápida en la empresa codificadora.

6.3. Secularización
a) Distinción entre Derecho y moral

La escisión entre estas partes, propugnada por Kant, tuvo efectos inmediatos en la esfera jurídico-
penal: el teologismo penal, propio del Antiguo régimen, fue reemplazado por un Derecho penal
secular. Por su parte, el movimiento codificador no hizo otra cosa que recoger de un modo gradual
la nueva orientación ideológica de la ciencia penal.

b) Paulatina despenalización de ciertas conductas delictivas

La causa principal del proceso de ruptura se debió fundamentalmente a la secularización del


Derecho en general, y del penal en particular. Dicha secularización afectó al proceso de
despenalización de determinadas conductas. Los Códigos penales españoles acogieron
gradualmente las consecuencias del nuevo planteamiento penal ilustrado.

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La penalización por la práctica de juegos ilícitos fue recogida por distintos Códigos menos el de
1822. Fueron varias dichos intentos, que no llegaron a cuajar. La legislación histórica sobre esta
materia ha sido escasamente eficaz, quizá por eso se optaba por una tolerancia tácita.

Los delitos contra la honestidad son otro ejemplo de reforma a la gradual despenalización. El
delito de adulterio y amancebamiento no se despenalizó hasta 1978, apareciendo en todos
excepto en el de 1932 con la Segunda República. También cabría destacar las conductas de estupro
o incesto, bigamia, concubinato, homosexualidad y prostitución, que fueron objeto de
despenalización en la segunda mitad del siglo XX.

Por conductas ligadas a la moral pública y social, resultaron suprimidas algunas como blasfemia.

Capítulo IV: Delitos y penas en los Código penales de España


1. Introducción
1.1. El Derecho penal en la España contemporánea

En el Derecho penal del Antiguo Régimen, había una inexistencia de una definición general, se
daba inicio de una determinada pena, no había un catálogo de penas y se vinculaba la penca con
el pecado fruto de la prevalencia de la concepción religiosa del delito.

Respecto a las penas, se conocían y justificaban muerte, destierro, azotes, vergüenza pública,
galeras y cárcel y pecuniarias. En este engranaje, jugaría un papel esencial Beccaria, cuya obra De
los delitos y las penas sería la piedra angular del movimiento penal posterior, dando pie a la
redacción por Manuel de Lardizábal de Discursos sobre las penas, contraído a las leyes criminales
de España para facilitar su reforma, en 1782. En el Estatuto de Bayona (1808) estaba suprimido el
tormento, la Inquisición, las penas infamantes y aflictivas para ciertos delitos. Se consolidó con La
Pepa, que abolió el tormento y suprimió las penas de horca, confiscación y azotes.

2. Código penal de 1822

Fueron las Cortes del Trienio liberal las responsables de su elaboración, iniciándose su desarrollo
a partir de 1820, produciéndose su discusión en cortes entre noviembre de 1821 y febrero de 1822
y siendo aprobado y promulgado el 9 de julio.

Constaba de un título preliminar, con consideraciones generales, y dos títulos: delitos contra la
sociedad y delitos contra los particulares. Se trata de un Código demasiado casuista, con un
lenguaje muy artístico. Tuvo como fuentes el Código napoleónico, las Partidas y el Fuero juzgo.

Características generales: distinción entre delito y culpa; fue el primer texto penal
contemporáneo que define la tentativa; modificación de la forma de aplicar la pena de muerte
para evitar el sufrimiento incensario del reo.

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3. Código penal de 1848

Tras la caída del regente Serrano, se crea en 1843 una Comisión de Códigos, que tendrá el apartado
penal liderado por Manuel Seijas Lozano, que entregó el anteproyecto del Código en 1845. Fue
mandado directamente a debate y aprobación, sin pasar por los filtros de control de juristas.

Se dividió en disposiciones generales, delitos y faltas. Fue muy riguroso con los delitos de
componente religioso; armonizaba el principio retributivo con el carácter intimidatorio de la
pena; establecía un sistema riguroso de garantías penales.

Introdujo el principio de legalidad nulla poena sine lege. Distinguía entre delito y falta en función
de la sanción, siendo el delito castigado con una pena correccional, mientras la falta lo era con una
pena leve; se exigía la voluntariedad del individuo en la contravención de la norma; quedaban
excluidos los delitos militares, de contrabando o imprenta; determinaba un catálogo de
circunstancias modificativas del criminal, tanto eximentes como atenuantes y agravantes.

Distinguía entre formas de comisión (delito consumado, frustrado y tentativa) y los grados de
participación (autor, cómplice y encubridor). Respecto a las penas, distinguía entre aflictivas
(muerte, cadena perpetua y temporal, presidio, reclusión, prisión, confinamiento, inhabilitación)
o correccionales (presidio y prisión correccional, destierro, vigilancia, suspensión).

4. Código penal de 1850

Por Real Decreto del 7 de junio de 1850 se reforma y reorganiza en profundidad el Código de 1848,
así como su articulado e introducción, que acomete el Gobierno a golpe de decreto ante la
inexistencia de informes por la Comisión de Códigos.

Endurecía las penas por delitos político (rebelión y sedición), son punibles la conspiración y la
proposición para delinquir; se incorpora la pena leve de reprensión privada; se presta atención al
concepto de autoridad.

5. Código penal de 1870

El Código penal de 1870 fue un texto avanzado a su tiempo, de gran calidad técnica y un uso del
lenguaje jurídico. Fue otra reforma del Código de 1848, pero extendido al panorama de un nuevo
sistema político en España. Dicho texto se mantuvo vigente hasta la dictadura de Primo de Rivera.

Como novedades, desaparecía los delitos contra la religión; establecía figuras para proteger a las
Cortes y al Consejo de Ministros; protegía los derechos individuales; incluía delitos de imprenta;
reducía la dureza punitiva del CP de 1850; suprimía la pena de muertes para algunos delitos.

6. Código penal de 1928

Entre 1870 y 1825 existen multitud de reformas de tipo parcial del Código, muchas de ellas para
hacer frente a los problemas políticos del momento como la lucha cantonal o el carlismo; la
prohibición al trabajo de menores y desvalidos en puestos peligrosos; la pena de muerte para
atentados anarquistas; castigando como delito de rebelión los ataques contra el territorio, para

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evitar el separatismo; aumentando el castigo para escándalos públicos, corrupción de menores y


proxenetismo; regulación de delitos contra la patria y el ejército; regulación de huelgas, etc.

También, entre estos años, aparecen determinadas Leyes penales para ciertos delitos (militar,
imprenta, contrabando o leyes sanitarias en tiempo de epidemias). También hay aspectos
regulados por dichas leyes, como el uso y tenencia de armas, policía de ferrocarriles, procesos
electorales, fabricación de vinos artificiales y adulteración de alimentos; falsificación de sellos;
protección de instalaciones eléctricas, propiedad industrial; propiedad intelectual…

El Código de 1928 carece de orientación científica, conciliando la tradición penal española con las
nuevas doctrinas criminológicas y presentando una elevada defensa de la sociedad civil.

Incluía la “infracción criminal”, regulaba detalladamente la imprudencia; extensión de


responsabilidad criminal a empresas y sociedades; el encubrimiento pasa a ser delito; distingue
entre causas de inimputación y causas de justificación; clasifica las circunstancias atenuantes y
agravantes según sus circunstancias; no se consideran penas la prisión preventiva, privación de
derechos o correcciones gubernativas; clasifica las penas en grave, menos grave y leves.

7. Código penal de 1932

Los delitos contra la seguridad del Estado quedan adaptados a la realidad republican; se suprime
el delito de adulterio y se abre el divorcio; elevación de las cuantías de multas; elevación de la
edad penal a los 16 años, introducción de la eximente de sordomudez, ampliación de la eximente
de estado de necesidad, supresión pena de muerte y degradación.

Mantenía los principios de la legalidad, distinguía entre imputabilidad y estado peligroso. En la


culpabilidad, sólo había castigo si media dolo o culpa, y si el hecho lleva consigo una pena; había
eximentes de cumplimiento de un deber y ejercicio de un derecho; la tentativa quedaba como el
acto de ejecución del delito sin producirse un resultado.

En el apartado de penas, se consideraban sanciones dirigidas a la defensa social. Se buscó la


prevención del delito, distinguiendo entre penas principales (castigadas con prisión y reclusión,
confinamiento y destierro y multa) y accesorias (privación de funciones y derechos). También
incluía la responsabilidad civil, por el que las víctimas y sus familiares debían ser indemnizados.

El apartado de delitos quedaba clasificado en delitos contra la vida e integridad de la persona;


contra honestidad; honor; propiedad; libertad y seguridad; familia; sanidad pública; seguridad
colectiva; fe pública; economía e industria; seguridad exterior; y administraciones.

8. Código penal de 1944

Las modificaciones se introdujeron como leyes penales especiales, clasificadas en cuatro tipos. Las
que intensifican o aseguran la represión (pena de muerte, responsabilidad política,
antimasonería, anticomunismo), las relativas a la vida económica (delito monetario), las relativas
a la protección de la moral y la familia (aborto, abandono de la familia, adulterio, infanticidio,
protección de menores) y disposiciones que continúa la dirección preventiva o individualizadora.

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Hubo un proyecto de Código penal de 1939, sobre las bases que realizó Cuello Calón, con 597
artículos. Un anteproyecto de Código penal fue redactado en 1938 por el apartado jurídico de FET
de las JONS, obra de Antonio Luna García. Finalmente, en las Cortes franquistas se presentó un
proyecto de ley autorizando al gobierno a publicar un nuevo texto refundido del Código penal.

El Código de 1944, texto refundido que tiene sus orígenes en el Código de 1848, mantiene el
principio de legalidad, pero con carácter general es un texto dedicado a proteger los principios
generales del Régimen, dotando de fuertes mecanismos represores al poder político, una mayor
severidad de las penas y una persecución de los elementos opositores.

Capítulo V: Historia del régimen penitenciario español (1834-1936)


1. Antecedentes: privación de libertad en el Antiguo régimen

En los ordenamientos jurídicos de la Edad media, la pena privativa de libertad era algo secundario,
prevaleciendo otros tipos de penas corporales, económicas o infamantes. La privación de libertad
se daba a través del destierro, deportación o la esclavitud por causa penal. La cárcel o la prisión se
utilizaban para custodiar a los detenidos hasta que se ejecutara la sentencia. La cárcel perpetua
estaba prohibida por el Derecho romano, y era un tipo de pena que no aportaba nada a la
comunidad ni a la víctima y resultaba caro.

La pena de prisión se podía encontrar en la Edad Moderna en la jurisdicción eclesiástica, siendo


utilizada como pena y los monasterios o conventos como prisión. También en los siglos XVI y XVII
se procedía al castigo a galeras, destierro, trabajos forzados o inclusión forzosa en el ejército. La
penalidad utilitaria de la Edad Moderna se relacionó con una nueva forma de entender el concepto
de lo público, convirtiendo la productividad y el trabajo en valores fundamentales, dándole más
acopio, ahorro e interés del Estado a este punto en lugar de sancionar por ejecución.

2. Orígenes del régimen penitenciario

El Código penal de 1822 estableció entre las penas corporales las de trabajos perpetuos, obras
públicas, presidio, reclusión en casa de trabajos y prisión. En 1831 comenzó la elaboración de una
Ordenanza General de Presidios, que acabaría viendo la luz en 1834, como Real Ordenanza de
Presidios del Reino, primera ley importante del ámbito del derecho penitenciario contemporáneo.

Entre sus principales méritos se cuentan la organización de una Administración penitenciaria y


centralizad, dando creación de un nuevo modelo penitenciario en el que se aplicaba un
tratamiento distinto al reo. Cada presidio estaba dirigido por un Comandante director y un Mayor,
contándose con presidios en el norte de África, en Cádiz y Mahón, así como en varios sitios de la
península (Barcelona, Valencia, Granada, Sevilla, Valladolid, Coruña, Zaragoza).

En la Ordenanza se utilizaron diversos medios: régimen de silencio y asilamiento de exterior; se


clasificaba los penados en distintos departamentos; había trabajo obligatorio en obras públicas;
casos de religión e instrucción; y tutela y un estricto sistema de castigos o premios.

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3. Régimen penitenciario en la época moderada: Código de 1848 y Ley de prisiones de 1849

En la época isabelina se sacó el Código penal de 1848 y la Ley de prisiones de 1849. Ambas se
inspiraron en los postulados de la Escuela neoclásica o ecléctica del derecho penal, representada
por Pellegrino Rossi. Su obra introducía una concepción filosófica del delito según la cual todos los
hombres estaban obligados a seguir un orden moral de cuya infracción nacía éste y la pena no era
sino la remuneración del mal.

En el CP de 1848 la pena de cadena perpetua era más grave por implicar elementos que afectaban
a la honra. Tanto la cadena como la reclusión temporal podían llegar hasta 20 años como límite,
siendo 10 años más que en el de 1822. En la península solo trabajarían en obras públicas aquellos
sentenciados a cadena temporal, con limitaciones según condición física. Mientras, las mujeres
condenadas a cadena temporal o perpetua cumplirían su condena en una casa de presidio mayor.

El CP de 1848 amplió enormemente el abanico de penas privativas de libertad, reintroduciendo las


penas a perpetuidad en la parte más alta de la escala. Un año más tarde se sacó en 1849 la Ley de
prisiones, que si bien breve (36 artículos) destacó por confirmar la separación de los
establecimientos penales en prisiones civiles y militares; unificó la problemática de cárceles y
prisiones; y consolidó el término prisión para designar al establecimiento de privación de libertad.

4. Reforma penitenciaria en el Sexenio revolucionario, Restauración y Dictadura

En la segunda mitad del siglo XIX, en Italia, surgió la Scuola Positiva, con autores como Cesar
Lombroso, Enrico Ferri o Rafael Garofalo, que basaban el origen del comportamiento criminal en
factores de carácter físico o psíquico, tratando de demostrar que había una predisposición al
crimen por personas con características biológicas que les distinguían del resto de la sociedad. Esta
escuela produjo adiciones pero también críticas, como el alienismo inglés, la Terza Scuola italiana
o la Escuela sociológica francesa, así como la Escuela político criminal alemana. Todas las escuelas
de derecho penal viraron el punto de atención hasta el delincuente, lo que permitió el desarrollo
de ciencias como la criminología, psicología, antropología criminal y ciencia penitenciaria.

Durante el Sexenio democrático, antes de acometer la reforma del Código penal, el gobierno
impulsó la Ley de Bases para la reforma penitenciaria de 21 de octubre de 1869, que replanteaba
el mapa de prisiones nacionales, introduciendo la creación de colonias penitenciarias. En el mismo
período, durante la Primera República, se promulgó el Reglamento para las Cárceles de Madrid
de 22 de enero de 1874, que reformaba la administración de las cárceles.

El resto de reformas fue efímera durante el período, y se intentó retomar durante la Restauración
bajo el reinado de Alfonso XII. Bajo el marco legal del Código de 1870, se puede señalar como
significativo la creación del cuerpo civil de funcionarios de prisión. En 1884 se inauguraba en
Madrid la Cárcel Modelo. Los jóvenes delincuentes, menores de 20 años, tenían señalado un
establecimiento propio en la prisión de Alcalá de Henares, mientras que las mujeres también
tenían un centro penitenciario en Alcalá, a la que se remitieron desde las Casas galeras.

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En 1901, por Real Decreto, se derogó la Ordenanza General de Presidios de 1834 y se consagró el
sistema progresivo en períodos de aislamiento, educativo, intermedio con trabajo y de gracias.
En 1903 se modeló otro RD que impulsó un nuevo sistema tutelar. Para garantizar la mejor
formación de los funcionarios de prisiones se creó la Escuela de Criminología en 1906.

Un nuevo reglamento de servicio de prisiones, en 1913, fijaba cuatro clases de prisiones en España,
en las que los presos se clasificaban en atención a su condena, razón de edad o sexo. En 1914 se
promulgó la Ley de libertad condicional. En la Dictadura de Primo de Rivera se acometió la
reorganización administrativa y del personal de prisiones, se suprimió la Escuela de Criminología,
se modificó el mapa presidial y se promulgó un nuevo Reglamento de servicios penitenciarios.

5. Reforma penitenciara en la Segunda república

Durante la Segunda república fue elegida Directora general de prisiones Victoria Kent, quien buscó
garantizar la libertad de culto a los reos y acabar con la influencia religiosa en los presidios,
liberando así a los reclusos de su obligación de asistir a los actos religiosos y les permitió leer la
prensa si no estaban incomunicados. En octubre de 1931 ponía fin a la labor de las Hijas de la
Caridad en las prisiones de mujeres, sustituida por un nuevo cuerpo civil.

Otras medidas que acometió fue la sustitución de los camastros de la cárcel, el aumento del
presupuesto a alimentación, la supresión de celdas de castigo, cadenas y grilletes, el fomento de
conferencias y conciertos, prohibición de armas de fuego de los funcionarios, indultos especiales
o generales, concesión de permisos de salida de fin de semana o la fundación del Instituto de
Estudios Penales. También impulsó la construcción de nuevas prisiones provinciales, así como la
cárcel modelo para mujeres de las Ventas, y suprimió las que no reunían las condiciones óptimas.

A Kent le sucedió Vicente Sol Sánchez, en cuya etapa predominó la ideología de la defensa social
frente al correccionalismo penal. No tardó en reconciliarse con el cuerpo de funcionarios civiles
que Kent quiso depurar, atendiendo a sus demandas, lo que supuso una sensible mejora de sus
condiciones laborales. Aprobó el Estatuto de la Mutualidad Benéfica de Funcionarios del Cuerpo
de Prisiones, amplió sus permisos y estableció tres turnos diarios de ocho horas. Buscando la
humanización de las penas, el Código penal no sólo abolió la pena de muerte, también modernizó
las penas privativas de libertad suprimiéndose las de cadena perpetua y temporal.

Durante el gobierno radical-cedista, el nuevo director Hipólito Jiménez acometió la creación de un


nuevo cuerpo de seguridad de prisiones que fomentó el corporativismo o la protección del
funcionariado frente al reo y que dejó el regreso al militarismo. En agosto de 1933 se promulgó la
Ley de Vagos y Maleantes, que permitía detener a las personas por razón de su peligrosidad social.

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Capítulo VI: Régimen penal y penitenciario en el Franquismo


1. Código penal de 1944 y la legislación especial

Con la aprobación de la Ley de Seguridad del Estado en marzo de 1941 se trató de acomodar la
legislación penal de la República al gobierno franquista. Dicha Ley introdujo una serie de delitos
de atentados cualificados por el cargo desempeñado por la víctima, castigados con penas severas.

El Código penal de 1944 no admitía la libertad de cultos, mantenía la pena de muerte, instauraba
los delitos contra la religión católica, recuperaba el delito de adulterio SOLO DE LA MUJER,
establecía la figura del estupro, derogaba el divorcio y el matrimonio civil. Junto al Código penal
convivían una serie de leyes anteriores que componían el aparato legislativo del franquismo en
materia de los ejércitos.

2. Código de justicia militar de 1945

La justicia militar del Franquismo tiene su origen en el Código de justicia militar de 1890, en
vigencia hasta 1945, cuando se desarrolló uno nuevo, unificando la legislación castrense, presente
hasta la Transición, que incluyó leyes especiales como la de Responsabilidades políticas,
antimasonismo y anticomunismo. Era un texto con 1072 artículos que pretendía acabar con la
dispersión normativa y dotar a la jurisdicción militar de un solo cuerpo legal para los tres Ejércitos.

También se generaba el procedimiento sumarísimo, un proceso judicial en el que las partes se


encontraban en un único acto, se instruía y aportaban y valoraban las pruebas, se juzgaba,
condenaba y ejecutaba la sentencia en un plazo breve. Solía estar formado por un juez instructor,
un fiscal, el secretario y la defensa. La necesidad para encontrar personal dejaba que los jefes y
oficiales del Ejército podían desempeñar cada uno de estos cargos, incluso tras retirarse.

3. Leyes de orden público y responsabilidades políticas

La Ley de Orden público fue promulgada en la República en 133, siendo modificada por el
Franquismo para adaptarla al Fuero de los Españoles, en octubre de 1945.

La Ley de Responsabilidades políticas de 1939 fue un instrumento de control y depuración de los


rivales políticos que pretendía convertir España en un estado general de denuncia y procesos sin
garantías. Dicha ley supuso la última pieza del sistema represivo, y estableció un catálogo de
delitos que permitió perseguir, encarcelar y condenar a los que se opusieron al Alzamiento.

Impondría tres tipos de sanciones: limitando las actividades, el lugar de residencia y económicas.
Los castigos más habituales eran las sanciones económicas, las incautaciones y confiscaciones.

a) Tribunales de Responsabilidad Políticas

En la plana de esta jurisdicción especial estaban representados el Ejército, la Magistratura y la FET


de las JORNS, organizada bajo el Tribunal Nacional de Responsabilidades, órgano de gobierno de
la jurisdicción encargado de revisar las apelaciones en última instancia. En un nuivel inferior

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estaban los Tribunales regionales, y por debajo 61 Jugados provinciales, estando en el último
peldaño los Juzgados civiles especiales, que ejecutaba las sanciones.

Esta amplia red de tribunales no fue suficiente para tramitar el enorme número de causas. Más de
200000 familias sufrieron investigación, retención o expolio de sus bienes. La responsabilidad se
exigía mediante procedimiento sumario y rápido tramitado por Tribunales y Jueces militares.

b) Represión de la masonería y el comunismo

Era la Ley de 1 de mayo de 1940, que concebía la masonería y el comunismo factores


determinantes de la decadencia de España. Tipificaba el delito de profesión masónica o comunista
y castigaba con pena de reclusión menor (doce años y un día, a veinte años).

Con la Ley de Seguridad del Estado se otorgó al régimen la posibilidad de perseguir, por delictiva,
cualquier disidencia futura. La ley castigaba con pena de muerte delitos como posesión de armas,
tracción o sublevación.

Gracias a la Ley de Represión de la Masonería y Comunismo se creó un tribunal que juzgara dichos
casos, funcionando entre 1940 1963. En 1971 los procesos seguidos y el resto de documentación
se trasladaron a las dependencias de la Delegación Nacional de Servicios Documentales. Era este
organismo el encargado de facilitar al tribunal los informes personales de los sospechosos de
pertenecer a organizaciones masónicas, pero también de rotarios, teósofos o activistas.

Con toda la documentación, la Delegación Nacional formaba cinco tipos de expedientes:


personales, instituciones, asuntos, actividades y expedientes de recuperación.

c) Ley de vagos y maleantes

Se mantuvo la Ley de vagos y maleantes del período radical-cedista, modificándose en 1954,


recogiendo aquí la homosexualidad como delito, y a los homosexuales descritos como “individuos
peligrosos”. A partir de esta ley, aquellas personas que ejerciesen con frecuencia prácticas
asociales descritas o reincidiesen en la ejecución de faltas o pequeños delitos podrían ser tildados
de peligrosos y sometidos a un proceso judicial para establecer las medidas correspondientes.
Aquellos homosexuales detenidos ingresaban en prisión en módulos distintos.

La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social del 4 de agosto de 1970 trató la reforma y mejora de
la Ley de Vagos y maleantes contra los homosexuales, estando en vigor hasta finales de 1978. Lo
que se hizo fue modificar los artículos 2º y 6º, atacando los actos homosexuales como peligrosos
y propios de “individuos enfermos”, aplicándosele a los detenidos por estas acciones las medias
de seguridad y rehabilitación. Para contenerlos se creó el Centro de homosexuales de Huelva.

4. Legislación penitenciara: reglamento penitenciario de 1948


a) Disposiciones

El reglamento penitenciario de 1948 se caracterizaba por el tratamiento fundado en principios de


la caridad cristiana; el desarrollo penitenciario de los aspectos autoritarios del Código penal de

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1944; la clasificación de los establecimientos en prisiones centrales, provinciales y de partido; y el


sistema de ejecución de penas progresivo. Se introducía la redención de penas por trabajo.

El reglamento sustituía al de 1930, y unificaba las normas que de manera desordenada se habían
ido dictando durante el periodo de vaciamiento. Se componía de tres Títulos, con un total de 677
artículos, que estuvo en vigor hasta la elaboración del Reglamento de 1956. El sistema
penitenciario progresivo era rígido, pasando de grado en grado y de establecimiento, atendiendo
a la parte de condena extinguida. La educación y la instrucción eran elemental, y se hacía hincapié
en la educación católica, obligatoria para los bautizados.

b) Prisiones de mujeres

Se volvió a las prisiones de las Órdenes Religiosas Femeninas, anulándose la reforma de Victoria
Kent. Las condiciones de las mujeres presas eran alarmantes con malos tratos, hacinamiento,
malas condiciones higiénicas, alimentarias y sanitarias; así como estrictas en el plano de religión y
moralidad. La misión de las carceleras era conseguir los objetivos políticos y morales que las
autoridades franquistas pretendían inculcar a las presas. El Régimen eligió como nuevas
funcionarias de prisiones a aquellas mujeres más afectas a la Causa Nacional.

c) Régimen de redención de penas

Dichas redenciones surgieron para mitigar las largas penas privativas de libertad que resultaban
de la aplicación del Código de Justicia Militar de 1890 a los condenados por rebelión militar. Hubo
un primer proyecto, en el bando nacional en 1937. En ese momento histórico, la finalidad de penas
de prisión no era la reeducación y reinserción social, sino el castigo, encierro y expiación del
condenado. La Redención se incorporó al CP de 1944 y fue una de las figuras que se mantuvo en
sus posteriores refundaciones. En el Código se establecía que el sentenciado a pena de cárcel podía
reducir la condena en un tercio de duración, abonándole un día por cada dos de condena, siempre
que cumpliera el requisito de trabajar.

5. Tribunal de Orden Público

El famoso TOP tenía sede en Madrid y estaba compuesto por un presidente, dos magistrados, un
fiscal y un secretario, creado por Ley 154/63 de 2 de diciembre de 1963. Tenía competencia
privativa para conocer de los delitos cometidos en todo el territorio, singularizando por la
tendencia en mayor o menor gravedad a subvertir los principios del Estado y perturbar el orden.

El TOP podía juzgar los elementos de masonería y comunismo, los delitos contra la seguridad
exterior del Estado, el organigrama del Franquismo; los delitos de rebelión, sedición, desordenes
públicos o propagandas ilegales. Y siempre que obedecieran a un móvil político o social, también
incluía los delitos de detención ilegal. Con el final del Franquismo, el TOP fue suprimido en 1977 y
se puso en marcha la Audiencia Nacional.

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Capítulo VII: Configuración del sistema penitenciario en Democracia


1. La Transición (1975-1982)
a) Sistema penitenciario al final del Franquismo

En los últimos años del Franquismo mejoraron levemente las condiciones materiales intramuros,
no así la construcción de nuevas prisiones, la descongelación de viejos penales, la alimentación
seguía siendo deficiente, la higiene escasa y la atención sanitaria menos que inexistente. En los
más de 70 centros penitenciarios en España en 1975 había cerca de 15.000 personas, la mayoría
delincuentes de derecho común (hurtos, robos, consumo de drogas…).

Continuaba habiendo presos políticos, aunque el Estado no los reconociera su condición, siendo
mayormente hombres jóvenes, con formación, conciencia política y redes de apoyo exterior,
siendo muchos militantes de CCOO o el PCE, así como ETA o el FRAP. Las prisiones seguían siendo
un eslabón más de la cadena de control de la disidencia y represión de la oposición política.

b) Agitación en las prisiones en los primeros años de Transición

La demanda de amnistía como condición sine qua non para la apertura de un proceso
democratizador fue largamente reclamada por la oposición política, llegando a concederse un
indulto por el Rey Juan Carlos I que rebajaba las penas de los condenados en función de su
gravedad y que supuso la libertad para más de 400 presos políticos y 5000 presos comunes.

Al día después de hacerse pública dicha amnistía, un grupo de reclusos de la prisión de Carabanchel
se amotinaron reclamando una amnistía total que les beneficiara. Dicho motín marcó el inicio del
movimiento de presos sociales, que tuvo a la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) como
principal estandarte, pues sirvió como altavoz de las denuncias de su situación. En los primeros
meses, la Dirección General de Instituciones Penitenciaras no reconoció a COPEL como
interlocutor válido, dejándole apartada de las conversaciones.

La aprobación de la Ley de Amnistía que permitía la excarcelación de los últimos presos políticos
del Franquismo y el fracaso de sacar adelante una Ley del indulto, cerraron definitivamente la
puerta a una excarcelación masiva, que llevó a una frustración colectiva con protestas y motines.
Esa constante presencia de altercados movió a la opinión a exigir reformas de mayor calado que
mejoraran las condiciones de reclusión, secundado por abogados, entidades sociales y partidos
políticos, que se mostraron a favor de un giro en materia penal.

El punto de inflexión vino por la muerte de dos personas. La primera Agustín Rueda, una joven
militante afín a COPEL que fue golpeada por funcionarios de la cárcel de Carabanchel el 14 de
marzo de 1978; el segundo fue Jesús Haddad, apenas ocho días después, director general de
Instituciones Penitenciarias, asesinado en el portal de su casa por un comando del GRAPO.

c) Final del movimiento de presos y aprobación de la Ley Penitenciaria

A Haddad le sucedió Carlos García Valdés, que puso varias medidas en marcha, destacando la
mejora de edificios penitenciarios; mejora de las condiciones con concesiones y sanciones de los

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internos; y mejora del papel de los funcionarios, con mejoras laborales. Todas estas iniciativas
provocaron un descenso de las protestas de COPEL.

La Ley General Penitenciaria (LOGP) se aprobó en septiembre de 1979, quedando fijada también
en la Constitución en el art. 25.2. El texto partía de las orientaciones y directrices recogidas en las
Reglas mínimas para el tratamiento de los reclusos de la ONU, importaba aspectos de legislaciones
europeas y se basaba en tres principios: la pena privativa de libertad debe consistir en la sola
privación de dicha libertad, sin constricciones; la ejecución de la pena debía tender a la
reeducación y reinserción; el régimen penitenciario debe asegurar el respeto de los derechos
fundamentales de la persona. También incluía la creación del Juez de Vigilancia Penitenciaria.

d) Alcance y límites de la LOGP

La LOGP supuso un gran avance en la transformación de las viejas prisiones de la dictadura, siendo
además la primera Ley Orgánica aprobada en el nuevo marco constitucional.

La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social (LPRS), una de las causas recurrentes de


encarcelamiento de personas que no habían cometido delito alguno, fue modificada a finales de
1978 de forma parcial, derogando elementos como el internamiento en establecimiento de
preservación hasta su curación o cese de peligrosidad, así como la penalización de actos
homosexuales.

Entre 1977 y 1978 el volumen de detenidos creció en un 63,4%, mientras que los robos con
violencia o intimidación lo hicieron en un 124%.

En 1980 se reformó la Ley de Enjuiciamiento Criminal, ampliando más los supuestos por los que
podía decretarse prisión provisional y prolongar su duración. Dicho efecto fue un aumento de la
población reclusa, que en junio de 1981 era de 21665 personas.

e) Efecto del terrorismo en las prisiones

En 1983, el Ministerio del Interior reconoció haber aplicado la Ley Antiterrorista a 128 delincuentes
comunes. Durante la Transición, la presencia de terroristas en las cárceles españolas era notoria,
siendo el mayor colectivo el de los presos de ETA, que se concentraba en las prisiones de
Martutene y Basauri; mientras que los GRAPO se mantenían en Soria, y el FRAP y otros grupúsculos
estaban en la prisión de Segovia. A finales de 1978 el descubrimiento de un plan de fuga de
miembros de ETA provocó el traslado de un centenar de ellos desde Euskadi y Navarra a Soria
mientras se remodelaba la prisión de Nanclares de la Oca, donde en la actualidad se mantienen.

Los militantes de los GRAPO se trasladaron a Zamora. Cuando miembros de la cúpula de ETA se
fugaron de la cárcel de Soria, el resto fueron trasladados a las prisiones de Puerto de Santa María
y Herrera de la Mancha. Por parte de la extrema derecha, estos quedaron en Ciudad Real.

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2. La consolidación del modelo penitenciario en la etapa socialista (1982-1996)


a) Primeras reformas

Con el PSOE en el Gobierno se inició la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. La nueva


norma ponía límites a la prisión preventiva. Se le sumó una reforma parcial del CP, que dejó de
lado un Anteproyecto de nuevo Código elaborado no prosperado. Las medidas tomadas dejaron
despenalizada la conducción sin permiso, regulaba los delitos relacionados con tráfico de
estupefacientes, distinguía drogas blandas y duras y despenalizaba la tenencia para consumo
propio. Todo apremió la libertad de 5000 presos y la reducción de pena para mil más. Todo ello
promovió la crítica de la oposición conservadora, que atendía una psicosis de inseguridad.

Se reformó el Reglamento Penitenciario de 1981, que conservó el esqueleto del RP de 1956, pero
con una reforma de 48 artículos, dando prioridad al tratamiento, reelaborando la normativa
disciplinaria, entre otras garantías. En cuanto a la renovación del mapa penitenciario se pusieron
en marcha nuevos prisiones centradas en trato de mujeres y jóvenes, así como un centro
psiquiátrico, y se aumentó el número de funcionarios de instituciones penitenciarias.

b) Balance de los primeros diez años de la LOGP

La masificación, la estructura obsoleta de los centros, la lentitud del funcionamiento de la Justicia,


la prolongada prisión preventiva, el colapso de la Central Penitenciaria de Observación y otros
elementos provocaban una deficiente clasificación de los reclusos, paso previo a aplicar el
tratamiento acorde a su condena. Las mujeres presas sufrían un encarcelamiento más penoso
debido a su infrarrepresentación.

c) Efecto de consumo de drogas y definitiva reforma

En los años ochenta, la tasa de reclusos se incrementó motivado por el aumento de la delincuencia,
así como una acusada tendencia al encarcelamiento, la cual tuvo a los consumidores de drogas
duras con pocos recursos. La tendencia criminalizadora llenó la cárcel de doro-delincuentes que
sin las medidas higiénicas y sanitarias adecuadas acabaron infectándose masivamente del VIH.

La aprobación del Plan Nacional sobre Drogas (1985) o la reforma del CP por tráfico de drogas
(1988) fueron avances peo ahondaron en la estigmatización y criminalización de los consumidores
que para financiar su dosis también ejercían como pequeños traficantes, tendencia reforzada por
la Ley Corcuera, que establecía sanciones económicas para la tenencia y consumo público.

La inauguración de nuevas créceles no frenó el incremento de la población reclusa. Para intentar


acabar con el problema estructural se aprobó el Plan de Amortización y Creación de Centros
Penitenciarios, que debería ejecutar la Sociedad Estatal de Infraestructuras y Equipamientos
Penitenciarios, edificándose las macro cárceles, con capacidad para más de 1000 presos.

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d) Dispersión penitenciaria como política antiterrorista y creación de los FIES

Durante los ochenta se llevó a cabo una política de dispersión selectiva por la que los presos de
ETA serían diseminados en distintas cárceles de España, quedando las más alejadas del País Vasco
aquellos miembros más radicales, y estando más cerca aquellos proclives a abandonar la disciplina
de la organización y un progresivo acercamiento al País Vasco, donde se revisaría su clasificación
para poder disfrutar de beneficios penitenciarios (vía Nanclares o Zavalla).

A partir de 1991 se desarrollan los Ficheros de Internos de Especial Seguimiento (FIES),


teóricamente una base de datos de carácter administrativo para el seguimiento de determinados
colectivos de reclusos, vinculados a bandas armadas, internos peligrosos, presos de narcotráfico,
etc. En 1995 se ampliaron dichos ficheros, quedando organizados como FIES-1 CD (control directo),
FIES-2 (narcotraficantes), FIES-3 (bandas armadas), FIES-4 (fuerzas seguridad y funcionarios de
IIPP) y FIES-5 (características especiales).

e) Aprobación de los nuevos Código Penal y Régimen Penitenciario

En 1995 se aprobó el nuevo Código Penal y en 1996 el Reglamento Penitenciario. Culminaba así
el largo proceso de reforma del sistema penal-penitenciario y se abría una nueva etapa. El nuevo
texto incluía medidas despenalizadoras como la supresión de pena de prisión inferior a seis meses,
un ingreso tan corto que no permite ninguna supuesta tarea educadora.

El CP incrementó las penas de algunos delitos frecuentes (robo, roco con fuerza, tráfico drogas
duras, lesiones) y suprimió la redención de penas por el trabajo, reduciendo muchos presos sus
condenas. A esto se sumó la posibilidad que, en determinados casos, cuando hubiera una
acumulación de condenas y atendiendo a la peligrosidad del penado, el cálculo de tiempo para
aplicar los beneficios penitenciarios se estableciera en el total de las penas y no en el tiempo
máximo que por ley (25/30 años) el penado podía cumplir.

En cuanto al nuevo Reglamento Penitenciario, dotaba al sistema de nuevos recursos para alcanzar
objetivos como: profundizar principio individualización científica en el trato; potenciar la oferta de
actividades; facilitar acceso a prisiones de entidades públicas o privadas que trabajaran en
asistencia con los recursos; redefinir el régimen cerrado.

También recogía la existencia de los Centros de Inserción Social para internos en tercer grado,
como el centro Victoria Kent, que ocupó las antiguas dependencias de la prisión de Yeserías en
1993, y se regulaban las unidades dependientes y extra penitenciarias.

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Capítulo VIII: Jurisdicción militar en España hasta 1978


1. Fuero y jurisdicción militar

La jurisdicción militar se ha considerado imprescindible para la cohesión y organización de los


ejércitos, históricamente perfilada por el Derecho romano y visigodo, y regulada por el Derecho
medieval, formando parte del sistema absoluto. Su jurisdicción entendía de cuestiones penales,
así como de asuntos civiles que afectaban a personas “aforadas” o sujetas a fuero militar.

Antes del régimen liberal y constitucional no estaba reconocido el principio de “igualdad de todos
los ciudadanos ante la ley”, de tal forma que eran muchos los sectores con su propio fuero y
jurisdicción. La propia Constitución de 1812 reflejaba la necesidad de que existiera una jurisdicción
militar, acción paralizada durante la etapa absolutista y que apareció nuevamente en 1837.

Tras la reforma de 1870, la jurisdicción ordinaria se encargó de causas civiles y criminales, excepto
las de calado militar. Con la aprobación de la Ley de jurisdicciones de 1906, se sometió a los
tribunales militares los delitos de ofensa contra la patria, bandera y honor del ejército.

En la Segunda República se quiso completar la limitación de la competencia jurisdiccional militar.


Se privó de competencias a los capitanes generales y mandos militares, quedando estas en los
oficiales letrados de los Cuerpos Jurídicos del Ejército y la Armada, mientras que las competencias
del Consejo Supremo de Guerra y Marina las asumió la Sala de lo Militar del Tribunal Supremo.

2. Regulación legal histórica de la jurisdicción militar

La jurisdicción militar recibió reconocimiento legal en la Edad Media, tras dársele carta de
naturaleza en las Partidas (s. XIII), consolidándose con el Estado Moderno en el siglo XVI, cuando
se publicaron las Ordenanzas de las Guardas de Castilla, que confirmaron la jurisdicción militar en
los pleitos civiles y criminales de sus miembros. La vigencia de las siguientes ordenanzas, incluidas
las referidas en tiempo de los Borbones, duró hasta el siglo XIX, cuando se pensó modificar a fondo.

La reforma codificadora del Derecho penal militar se hizo esperar en el siglo XIX por la inestabilidad
política de aquella etapa y por el apego de las Ordenanzas de la mayor parte del Ejército, que era
contradictorio al espíritu constitucional por su origen absolutista, que rechazaba la Codificación.

En la Restauración se trató de desarrollar una “ley de bases”. Se llegaron a aprobar medidas como
para el Ejército como la Ley orgánica de tribunales militares, el Código penal militar y la Ley de
enjuiciamiento militar; así como para la Armada su Código penal, su Ley de enjuiciamiento.

El Franquismo desarrolló el Código de Justicia Militar, 17 de junio de 1945, que vino a modificar
las disposiciones de los anteriores Códigos del Ejército y Marina, para su aplicación a la nueva
jurisdicción de los tres ejércitos (Aire, Mar y Tierra).

Además de la legislación aprobada, otra fuente del Derecho penal militar eran los bandos, dictados
por las autoridades militares en estado de guerra o deterioro violento del orden público. Los
bandos militares eran órdenes, con fuera de ley penal, dictadas por autoridades militares en
campaña, que podían crear nuevos delitos y establecer sus propias penas.

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3. Rigor del Derecho penal militar

El Derecho penal militar se ha caracterizado por su rigor y práctica sumarísima, con las penas más
graves aplicándose sólo en tiempos de guerra. La voluntariedad podía no ser condición exigible
para cometer un delito. No se requería haber participado en los hechos para ser condenado. Si
bien era necesario dar ejemplaridad dado el carácter y el honor que suponía el Ejército y el
desagrado que suponía el que uno de sus miembros “manchara” el historial.

Históricamente, los delitos castigados con mayor dureza eran los considerados sacrílegos: robo de
vasos sagrados (ahorcamiento y descuartizamiento), ultraje a imágenes divinas y sacerdotes
(ahorcamiento, amputación de la mano) o insulto a lugares sagrados (ahorcamiento). Se podía dar
pena de azotes (o baquetas), así como aplicar tormento para averiguar la verdad del prisionero.

El rigor de las penas por la jurisdicción militar se suavizó durante el siglo XIX, al aplicarse los mismos
principios que acogió el Derecho penal común. En la España liberal se abolió la ejecución por horca,
si bien la jurisdicción militar lo sustituyó por la de garrote vil. Se prohibió el castigo disciplinario de
palos y azotes, así como el tormento, el uso de grilletes y encadenamiento.

4. Extensión de la jurisdicción militar

El Derecho militar también se extendía a aquellos miembros que trabajaban en unidades y


hospitales militares, a los trabajadores de fábricas, fundiciones o arsenales miliares, contratistas,
servicio de las fuerzas armadas, miembros de banda musical militar y la Guardia Civil y Carabineros,
extendiéndose en su aplicación el fuero militar a esposas, viudas, hijos y criados de militares.

La amplitud de la jurisdicción militar se redujo tras el decreto de unificación de fueros de 1868,


que fijaba los tipos delictivos sobre los que era competente: cometidos por militares y marinos en
activo; traición; deserción; espionaje, robo de armas y pertrechos; altercado en plaza pública;
delitos y faltas comprendidas en los bandos; contra prisioneros de guerra, etc.

5. Delitos de los que conocía la jurisdicción militar

El Código de Justicia Militar de 1945 incorporó una parcela disciplinaria reguladora de las faltas,
sistematizadas en faltas graves o faltas leves. En cuanto a las leves, se sancionaban por el jefe
militar más inmediato al infractor, sin trámites, con castigo de hasta quince días de arresto en casa
o hasta dos meses en castillo si era oficial; para la tropa, hasta dos meses de arresto.

Los principales delitos militares que contemplaban eran: delitos contra seguridad de la Patria
(traición, espionaje); contra la seguridad del Estado y ejércitos (atentado, rebelión, sedición,
calumnia); contra la disciplina y el honor militar; contra los fines y medios de acción del Ejército;
contra los intereses del ejército; de naturaleza común.

6. Órganos jurisdiccionales y proceso militar

En el Antiguo Régimen, la suprema autoridad de la jurisdicción militar era el rey, que decidía a
propuesta del Consejo Supremo de Guerra. Por delegación del rey ejercían la jurisdicción militar
los generales de los ejércitos. En el siglo XVIIII, dicho Consejo contaba con ministros togados. Fue

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también la época en la que surgían los consejos de guerra, institución de origen francés,
compuesta por oficiales no letrados, constituidos en un momento, no permanentes.

La jurisdicción militar se ejercía en nombre del rey por los siguientes tribunales: Consejo Supremo
de Guerra y Marina; generales en jefe; capitanes generales y almirantes; los mismos con mando
independiente; gobernadores de plazas sitiadas; consejos de guerra de oficiales; consejos de
guerra ordinarios; consejos de guerra excepcionales.

El procedimiento penal militar se iniciaba con las diligencias sumariales para el esclarecimiento.
Estas no podían durar más de tres días, siendo encargado el instructor militar. La autoridad judicial
podía decidir continuar o sobreseer el proceso, momento en el que el acusado debía designar
abogado. Concluidas las diligencias el instructor adquiera el carácter de acusador fiscal y proponía
a la autoridad judicial la constitución del consejo de guerra. Si la pena era de muerte debía
notificarse al Gobierno para darse por “enterado”.

7. Penas y ejecución

Conforme a las Ordenanzas las penas podían ser muerte por ejecución en la horca o fusilamiento.
Esta sólo se podía imponer con pruebas concluyentes siempre que el reo no fuera confeso.
Amputación de la mano; prisión (no muy frecuente); pena corporal; mordaza; pérdida de puesto
y empleo. Quienes se negaran a aplicar dichas penas, teniendo que hacerlo, las recibían también.

Ya en el siglo XIX, las penas militares eran: muerte, reclusión militar perpetua, reclusión militar
temporal, prisión militar mayor, prisión militar correccional, arresto militar, pérdida de empleo,
separación del servicio, suspensión de empleo, destino a un cuerpo de disciplina, recargo.

Capítulo IX: Persecución de la herejía: Inquisición y doctrina de la Fe


1. Inquisición medieval

La Inquisición medieval arranca de las corrientes heréticas de los cátaros en el siglo XII y prosigue
con el establecimiento de las órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos) y sus funciones
como inquisidores, que se proyectó inicialmente en Francia, pasando a España, Italia y Alemania.

En el Concilio de Verona de 1184 el papa Lucio III promulgó la constitución Ad abolendam, que
determinaba el procedimiento a seguir contra los acusados de herejía, previendo el castigo de
cátaros y otros grupos con destierro y confiscación de bienes. En 1231 Gregorio IX instaura una
inquisición autónoma con jueces extraordinarios e inquisidores para juzgar a los herejes.

Los inquisidores de Toulouse sistematizarían algunas reglas de la práctica a seguir a la hora de


juzgar, dando lugar en el siglo XIV a la aparición de manuales sobre el procedimiento inquisitorial,
destacando el de Bernard Gui de 1324 o el Directorium Inquisitorum, de Nicolás Eymeric.

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La Inquisición se instaura en la Corona de Aragón tras la autorización papal al arzobispo de


Tarragona por la bula Declinate iam mundi vespere (1233) para nombrar inquisidores. En 1262
Urbano IV ordena que los únicos inquisidores fueran miembros de los dominicos.

2. Inquisición moderna
a) Inquisición española

Para remediar el asunto de los falsos conversos, Juan II solicitó al papa Nicolás V atajar el problema,
dando tres bulas, dejando la última la introducción de la Inquisición en Castilla. Dicha bula no llegó
a hacerse pública y fue derogada al poco tiempo. Años después, Enrique IV pediría de nuevo, ahora
a Pio II en 1462, expedir otra bula para nombrar inquisidor en Castilla. Sería establecida finalmente
por los Reyes Católicos, tras autorizar Sixto IV con la bula Exigit sincerae devotionis affectus en
noviembre de 1478, siendo el primer auto de fe en Sevilla el 6 de febrero de 1481.

La Inquisición se estableció para perseguir a los falsos conversos y velar por la ortodoxia; si bien
otras explicaciones la han dejado como una vía para obtener fondos económicos aprovechando la
confiscación de bienes de los conversos; e incluso como una solución genocida contra estos.

El proceso de la Inquisición se iniciaba con una acusación y un informe de imputación ante el


tribunal. Tras presentar el fiscal la clamosa, o acusación, se arrestaba al reo, que no era informado
de su condición ni motivos, sino acusado e interrogado. Con la presencia de un abogado defensor
(previsto en las Instrucciones de 1484) se trataba de apelar la condición cristiana pero negando de
la posible herejía cometida. Como tribunal eclesiástico, no podía condenar a la pena capital,
materia que competía a los tribunales reales mediante la relajación, dejando al brazo secular
encargado de pronunciar la sentencia y la ejecución.

Con los Borbones, la Inquisición pasó a ser criticada por las minorías políticas e intelectuales de la
Ilustración, tratando de realizar proyectos para suprimirla, sin éxito. Sería en 1808, con el francés
José I cuando se suprimiera. La Constitución de 1812 plateó su incompatibilidad. Tras volver a
instaurarse en la Década ominosa, en 1834 pudo ser abolida finalmente.

b) Inquisición portuguesa

Manuel I ordenó en 1496 la expulsión de los judíos. En 1515 solicitó al papa introducir una
Inquisición. Tras varias disputas con el papado, en 1547 se instaló la Inquisición portuguesa tal y
como funcionará después. Tras incorporarse a la Monarquía hispánica, las dos inquisiciones no se
fusionaron, pero la actividad de la portuguesa se reactivó. Tras la independencia española, la
Inquisición mantuvo su presencia hasta que en 1821 fue abolida.

3. De la inquisición romana a la Congregación para la Doctrina de la Fe


a) La Congregación de la Inquisición

La aparición del sistema inquisitorial conocía como Inquisición romana está relacionada con la
penetración del protestantismo en Italia en el s. XVI. Tras fracasar la reunión de teólogos católicos
y protestantes de Ratisbona en 1541, se trató de persuadir al papa Pablo III de que no había otra
opción que un enfrentamiento con el protestantismo mediante el aseguramiento y vigilancia de la

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doctrina católica. Ello llevaría a la convocatoria del Concilio de Trento y a la constitución Licet ab
initio (1542) y al nombramiento de seis cardenales que constituyeron el Sanctum Officium.

La Inquisición romana (1542) fue la autora del Índice de libros prohibidos, que comenzó a gestarse
en 1564. Fue también la encargada de la censura, ajusticiamiento y procesamiento de varios
científicos que se desligaban de la doctrina religiosa en pos del pensamiento crítico. En 1600
procesó y ejecutó a Giordano Bruno, destacando también la condena a Galileo Galilei.

La diferencia de censura entre la Inquisición romana y la española se plasmaban en los Índices


que recogían las obras prohibidas. La española matizaba más, prohibiendo en algunas
determinadas obras en su totalidad, pero prohibiendo en otros sólo determinados pasajes. En el
caso español, los tratados de Galileo fueron tolerados, que tampoco censuró a autores como
Descartes, Newton, Hobbes o Leibniz.

b) La Congregación para la Doctrina de la Fe

Las Congregaciones son corporaciones permanentes y colegiadas compuestas por cardenales y


dotadas con competencias para el gobierno de la Iglesia. Tras la reforma de la Curia de Pio X redujo
las dichas de quince a once, cambiando su nombre por el de Congregación del Santo Oficio. En
1965 Pablo VI redefinió sus competencias y estructura y se abolió el Índice de libros prohibidos.

En 1988, por medio de la Constitución Apostólica Pastor Bonus, sobre la Curia Romana, Juan Pablo
II redefinió su estructura, especificando la función y competencias de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, que ahora aumentaba a veinticinco miembros.

Capítulo X: Homicidio y asesinato


1. Homicidio en el derecho romano

El contenido de la 1. Cornelia, comprendida en el título ad legem Corneliam de sicariis et veneficiis


determina que queda sujeto al contenido de esa suposición el que diera muerte a un hombre. El
rescripto de Adriano establecía que en esa situación se castigara como delito de homicidio, tenía
que mediar intención de matar a alguien, considerándose como tal crimen incluso si sólo se le
hiere. En el mismo apartado se determina el perdón para aquel que mate a quien ejerce violencia
en él o su familia, así como una disminución de la pena por matar a una mujer adúltera.

Matar con voluntad de hacerlo (occidendi animo) es delito de homicidio, castigado con la muerte.

2. Homicidio en la primera edad medieval


a) Derecho visigodo, continuidad jurídica de Roma y Liber Iudiciorum

El Liber Iudiciorum era el cuerpo de leyes visigodo de carácter territorial que dispuso el rey
Recesvinto. La voluntad de matar a alguien era el elemento calificador del delito de homicidio por
el que debe ser castigado el autor del mismo con la muerte. Como circunstancia detestable

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contempla la situación del señor que mata a su siervo sin razón, por crueldad, sin que el siervo
haya sido condenado por un juez.

b) Derecho “especial” de la Alta Edad Media

La entrada del Islam en España llevó a la pérdida de continuidad en la aplicación del Liber
Iudiciorum, que se mantuvo en todo momento entre los mozárabes. El desarrollo de la vida diaria
fue saliendo al paso y dando respuesta a las situaciones originadas por la ausencia de un poder
político fuerte y la necesidad de llevar a cabo la recuperación y repoblación de los territorios. Ante
la falta de una solución jurídica acorde surgen los fueros, instituciones y derechos que pueden
considerarse integrantes de un ordenamiento jurídico complementario de dicho código visigodo.

3. Renacimiento medieval y moderno. Sistema del Derecho común


a) Ius commune

En su Tractatus de malefiis, Alberto Gandino definió el homicidio igualmente que la Lex Cornelia
de sicariis, siendo el homicida el que mata a un hombre con dolo. Quien apela como sustentación
a diversas disposiciones de la compilación justinianea, quedan fuera de esta consideración los
dementes y niños, así como tampoco será penalizado con la pena capital, como homicida, el que
mata a un desertor o delincuente común.

Iulis Clarus mantiene en su Opera omnia que existen cuatro tipos de homicidio: necessitate, casu,
culpa y dolo. El homicidio cometido per casu es el realizado sin culpa (casual); el per culpa es el
causado sin dolo (tirar una piedra), en el que no existe animo occidendi. Sin embargo es crimen
doloso realizado con motivo, sin que sea en legítima defensa porque en ese caso no es punible. Se
le debe aplicar la pena máxima (muerte), independientemente de su condición.

En las Summae penitenciales (Summa de poenitentia; Summa confessorum; Summa Angelica), de


valor jurídico-canónico y teológico, se ocupan de este delito como pecado mortal, conllevando
excomunión para el laico y deposición de oficio y beneficio para el clérigo, como máxima pena
espiritual, para quien mata a alguien de forma voluntaria con ánimo e intención.

b) Legislación rea: Las Partidas

Las Partidas exponía el concepto de homicidio, que debía cumplir la muerte. Pero también ofrecía
un escenario nuclear sobre homicidio: el matar a un hombre a sabiendas, salvo que se hiciese en
defensa propia. Incluye otras circunstancias por las que no merece pena de homicida aquel que
mata a otro, justificables como pillar a mujer infiel, defensa propia, ladrón pillado, desertor… Sin
embargo merecen pena de homicida a aquellos que hacen prácticas médicas, con falta de
formación, y provocan muerte del paciente, mujeres que abortan, vendedoras de malas hierbas…

4. Homicidio y su cualificación en los Códigos penales

En el Código penal de 1822 no incluía la definición de homicidio, si bien aparecía aplicado en la


práctica, como el caso de los parricidas (art. 323). En el artículo 324, al referirse a las penas por
muerte de hombre, indica las circunstancias que agravan el acto y son merecedoras de pena de

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cadena perpetua a muerte si concurre alevosía, si media precio, si se hace por incendio o veneno,
con premeditación o ensañamiento. Cuando media parentesco o se mata sin una de las premisas
antes dichas actúa por un homicidio simple (pena de reclusión temporal).

En el Código penal de 1870 se califica como tipo criminal específico el asesinato, cuya esencia no
es más que el conjunto determinante de circunstancias agravantes del homicidio. Calificable como
homicida quien mata sin que concurra ninguna circunstancias que califican el asesinato, siendo
castigado con la pena de reclusión temporal.

En el Código penal de 1928 se contempla la figura del asesinato como un delito de homicidio
agravado por una serie amplia de circunstancias. El CP republicano derogó la aplicación anterior y
expuso en el homicidio como parricidio, asesinato y homicidio simple (pena de reclusión menor).

5. Asesinato

El Código penal de 1995, en su artículo 139, penaliza el asesinato.

139.1. Será castigado con la pena de prisión de quince a veinticinco años, como reo de asesinato,
el que matare a otro concurriendo alguna de las circunstancias siguientes:

1) Con alevosía
2) Por precio, recompensa o promesa
3) Con ensañamiento, aumentando deliberada o inhumanamente el dolor del ofendido
4) Para facilitar la comisión de otro delito o para evitar que se descubra

139.2. Cuando en un asesinato concurran más de una de las circunstancias previstas en el apartado
anterior, se impondrá la pena en su mitad superior.

6. Origen del término asesinato: Pro Humanis Redemptione

El término asesinato era desconocido para el antiguo Derecho, que no aparecía en el romano ni
germánico, pudiendo remontarse al tiempo de Cruzadas y a la organización Assassin. La conducta
que la disposición eclesiástica sanciona es la de aquellos que hacen matar a alguien por medio de
asesinos porque matan no sólo el cuerpo, también el alma: sed mortem procuren etiam animarum.
Esos asesinos matan el cuerpo, privando de la salvación eterna a las almas. Ese argumento está en
la justificación de la decretal Pro humani redemptione (1249), que sanciona la actitud de los
asesinos y la de quienes los encargan, considerándose asesino quien lo ejecuta y quien lo planea.

7. Recepción del asesinato en Partidas

En las Partidas, el asesinato queda incluido en su apartado 7,27 titulado “De los desesperados que
matan a sí mismos, o a otros por algo que les dan; e de los bienes dellos”. Podría ser una disposición
añadida después de publicarse la encíclica Pro Humanis redemptione. La obra alfonsina identifica
y califica el asesinato, el mayar por precio, con traición, viéndose el redactor de dicha premisa
influido por la anterior encíclica, examinando su contenido, los términos en que está redactada y
las penas que recaen en los autores del delito.

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8. Asesinato en la literatura jurídica


a) Autores del siglo XVI

Los prácticos del siglo XIV tratan el delito de asesinato de forma marginal, sin insistir mucho, pero
captando y resaltando su gravedad. Esa despreocupación se puede justificar al entenderse válida
la interpretación del asesinato en las Partidas, y porque no se conoce aún la Ordenanza francesa
de 1570, a través de la cual se introducen elementos volviendo a desvirtuar su sentido.

Alonso de la Peña refiere el asesinato como el acto de matar por dinero. La primera vez que explica
lo hace por la prescripción de delitos, manteniendo que la herejía o asesinato no admiten
prescripción temporal. La segunda es cuando se refiere al interrogatorio de los jueces que reviste
caracteres especiales en la ocasión de determinados delitos, como matar a otro por dinero.

Covarrubias en su Opera omnia manifiesta la gravedad que mantiene sobre esta conducta
criminal. El asesino no puede ser beneficiario de la inmunidad que confiere acogerse a la
protección de la iglesia. También considera el asesinato un homicidio proditorio, una traición, pues
es el que mata a alguien que no es enemiga, sino amiga. Asesino es aquel que mata por dinero.

Diego Pérez en su Glosa a las Ordenanzas Reales de Castilla parece negar la equiparación entre
asesino y traición. Menciona que la pena debe imponerse a los que matan a un hombre con insidias
o a traición, a los que no debe ampararles la inmunidad eclesiástica.

b) Autores de los siglos XVII-XVIII

Farinaccius en su Praxis et Theoricae criminalis analiza el asesinato y elabora una teoría al mismo,
sobre la base de Pro humani redemptione. Entiende que la esencia del asesinato es matar por
mandato, pero insiste en que se comete aunque no se haya hecho entrega material de un precio.

Mateu y Sanz, en su Tractatus de re criminal, también sigue la Pro humani redemptione, pero coge
a Farinaccius como modelo al interpretar la disposición eclesiástica que se hace. Expone que es
asesino quien mata por mandato mediante dinero, y que tanto el que manda como el que ejecuta
tienen que tener pena de asesino.

c) Autores anteriores a la Codificación

En el siglo XVIII vuelven a la interpretación medieval de asesinato. José Marcos Gutiérrez, en su


Práctica criminal de España, indica que dispone de pena de muerte tanto el que manda matar
como el que mata por mandato de otro. El asesino es homicidio proditorio; por eso, los homicidas
alevosos se llaman asesinos, porque los asimila.

Juan Sala, en su Ilustración del Derecho real de España, omite el asesinato, pero ofrece la misma
clasificación que las Partidas por el homicidio, partiendo que tiene tres especies: la del que mata
con derecho, por ocasión, implicándose en la muerte de alguien, y quien mata sin derecho.

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9. Asesinato en los Códigos penales


a) Consideraciones generales

Los códigos recogen, como cualificadoras del delito de asesinato, una serie de circunstancias
agravantes que hacen que el hecho de matar se llame asesinato. Se ofrece la yuxtaposición de
interpretaciones históricas y hay una serie de circunstancias agravantes, cada una de ellas
comprensiva de una interpretación histórica del asesinato, como cualificadoras del mismo.

Las circunstancias que cualifican este delito son las mismas durante el período codificador
exceptuando el CP de 1822. Dichas circunstancias cualificables son: alevosía, actuar por precio
remunerado, hacerlo por incendio o veneno; premeditación; ensañamiento.

b) Asesinato y su cualificación en los códigos

El CP de 1822 enumera y califica como circunstancias una serie de situaciones que hacen que el
hecho de matar sea asesinato. El art. 609 establece los casos, entendiendo que además de la
situación en que se hace voluntariamente y con premeditación, hay otras circunstancias que
convierten homicidio en asesinato. Parece plantear el origen del asesinato en la premeditación de
la muerte. También planteaba la insidia como circunstancia cualificadora en el asesinato.

Desde el Derecho romano se había reconocido la distinción del homicidium ímpetu y el homicidium
dolo perpetratum. Esa situación fue desarrollada por los intérpretes de los códigos penales, que
entiednieron como homicidio premeditado aquel en el que, antes de delito, se preparan armas o
medios de impunidad, se reúnen, se provocan riñas, se usan insidias.

Salvo el de 1822 todos los códigos del periodo codificador señalan las circunstancias que cualifican
el delito de asesinato. Dichas circunstancias que hacen que el hecho de matar se convierta en
asesinato consisten en el acto de realizar el homicidio: con alevosía, por precio; por incendio,
veneno o explosivo; con premeditación; con ensañamiento.

Capítulo XI: Pena de muerte en España


1. Enfoques, tratamientos y fuentes

La escritura de la pena de muerte por parte de los penalistas ha estado motivada por la repulsión
que lo provocaba. Después, historiadores sociales y culturales se apoyaron en unos marcos
teóricos que sobresalieron por la perspectiva económica estructural del materialismo histórico;
por la obra de Foucault; las tesis del proceso civilizatorio de Norbet Elias con sus plasmaciones
historiográficas. Trataron de estar bien documentados usando archivos históricos y militares,
documentación de cofradías y hermandades religiosas, y apoyados por literatura de época.

El ajusticiamiento han sido actos con exhibiciones del poder político, con pomposa algarabía de
ceremonia judicial y religiosa. La pena de muerte llevó a la práctica como procedimiento de
ejecución jurídico-penal y como acto de representación del poder político.

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2. Espectáculo suplicial y pedagogía del terror

En las ejecuciones se han mezclado ceremoniales codificados por la norma y también por la
costumbre, en el que aparecían figuras que encarnaban toda una red de poderes, con gente de
orden y de la Iglesia. Una sentencia de muerte y la ejecución pública se traducía en “jornadas de
suplicio”. Días en los que se creaba un ambiente que encadenaba señales relacionadas con el
ajustamiento. Después llegaría la espectacularidad de procesión al cadalso, horca o garrote, y
posterior ejecución. El espectáculo recordaba a los ciudadanos cuáles eran los límites del
desorden, haciéndoles participar de la afirmación de un cierto y seguro sentido del orden.

En el procedimiento se ponía en marcha una suerte de economía de la piedad, como forma de


mantener a la cofradía que se encargaba de asistir al condenado y a la iglesia ofrecer un lugar de
entierro. Se generó una literatura asistencial y formativa que se divulgaba entre cofradías y
hermandades asistentes, con textos orientativos que dirigir al condenado en el último momento.

3. Tecnología de la muerte y proceso civilizatorio

El garrote ha estado desde antiguo asociado al debate sobre la humanización de los castigos. El
garrote español, al confrontarse con la horca, se había beneficiado de una nueva cultura punitiva
que promovía la humanización de las penas. El debate entre ambas fue una guerra dialéctica
librada entre absolutistas y liberales con el terreno de la cultura punitiva en el s. XIX de fondo.

Se estableció una triple distinción de garrote: noble, ordinario y vil. La única diferenciación era la
forma de conducir a los penados, el decorado de ejecución y su atuendo. Dichas distinciones
apenas duró un tiempo, pues el CP de 1870 ya no diferenciaba entre tales, reduciendo a apenas
24 horas el tiempo de capilla y uniformando a los penados con hopa negra.

Con el garrote, ganaba presencia el fusilamiento gracias a la jurisdicción de las Comisiones


militares. Ambas se mantendrían presentes como forma de ejecución hasta el Franquismo.

4. Persistencia y decadencia de un castigo ejemplarizante

La pena de muerte no fue muy utilizada en la práctica de la ejecución penal en el Antiguo Régimen.
Su función como ceremonial se verificaba como acto judicial y no en demasiadas ocasiones tuvo
que forzar un uso político. Las ejecuciones aumentaron conforme se desmoronaba el Antiguo
régimen y se implantaba el Estado liberal. En el apartado de la jurisdicción de guerra, la pena de
muerte se aplicó a fondo para hacer frente a insurrecciones políticas o movilizaciones obreras.

La pena de muerte llevada a la práctica indica que el capítulo más importante a partir de 1848 lo
integraban homicidios asociados a robos, bandolerismo y delitos políticos y militares. Con el CP de
1870 la pena de muerte dejó de ser pena única para pasar a ser el grado máximo imponible.
Entonces, el grado máximo se impuso a delitos de asesinato, parricidio y robo con homicidio.

Las cifras de ajusticiamientos irían perdiendo protagonismo a lo largo de la segunda mitad del s.
XIX, mientras se asentaba el modelo penal-penitenciario del Estado liberal. A la par fue ganando
fuerza la corriente de opinión que denunciaba los suplicios crueles del ejecutado. Las posturas

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favorables a la abolición de la pena de muerte no eran inicialmente influyentes, pero pudo ser
posible en el período de la Primera república, para finalmente no concretarse.

En 1900 se puso fin a los ajusticiamientos públicos, después de quejas como las de Concepción
Arenal o Ángel Pulido, que publicó La pena capital en España. Con excepción de la justicia militar,
la pena de muerte dictada por la justicia ordinaria se ejecutaría en garrote, de día y en la prisión.

El ambiente polémico en torno a la pena de muerte también fue llevado a la parcela de redacción
de las sentencias. A partir de 1880 no era infrecuente que se pidieran indultos para condenados
por motivos políticos, provocando fricciones entre las élites y movilizaciones sociales.

5. Discontinuidades fin de época: agigantamiento y abolición

En 1934, en un ambiente de abierta conflictividad política que también resituaba a la pena capital
en el campo de conflictividad, el gobierno radical-cedista se propuso restablecer parcialmente
como medida excepcional y urgente. Mientras que las derechas avivaban la alarma social por la
inseguridad, la izquierda reavivaba de urgencia el espíritu abolicionista. El punto álgido de dicha
división y la ejecución y pena de muerte como algo sumario sería la Guerra Civil.

En el Franquismo, la pena de muerte continuaría agigantándose también por la vía militar. Los
cálculos de ejecuciones de consejo de guerra tras el final de la guerra siguen siendo provisional,
pudiendo superar las 20.000 personas. El Código penal militar contemplaba las circunstancias que
podían llevar a un reo a morir por fusilamiento o agarrotamiento. En los años 1950 seguían
dictándose penas de muerte contra opositores armados, maquis y guerrilleros.

La progresión de la pena capital fue en descenso desde aquellos años, cuando la pena de muerte
se normalizó en su vertiente cuantitativa. Desde 1963 hasta la muerte de Franco sería de muy baja
intensidad, si bien fue de gran repercusión en el plano político e internacional, especialmente en
los últimos compases de la dictadura, primero por la ejecución por garrote de Salvador Puig Antich
y en septiembre de 1975 por los últimos fusilamientos franquistas a miembros de ETA y el FRAP.

Con Adolfo Suárez, cambió la política y la normativa antiterrorista que había permitido los
procesos sumarísimos del Franquismo. El Código penal ordinario (ref. 1973) aún contemplaba la
máxima pena, algo que permitió que en 1977 se dictara dos penas de muerte a José Luis Cerveto,
el asesino de Pedralbes, que fue confirmada por el TS y que fue conmutada por otras dos penas
de treinta años de cárcel. En la Constitución de 1978 quedó abolida la pena de muerte, sólo
presente por ley penal militar para tiempos de guerra, que finalmente desapareció en 1995.

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Capítulo XII: Delito político en España


1. Delito político en formación del Estado liberal (1808-1868)

Con la Constitución de 1812 y la trasformación de la organización política del Estado suscitó la


necesidad de reformar las leyes penales. Las tensiones y diferencias hicieron imposible la empresa,
más si se suma que tras un periplo liberal de tres años regresó el absolutismo. La pugna entre
liberales y absolutistas llevó a estos dos modelos a actuar con extrema dureza frente a sus
adversarios políticos, opositores críticos y transgresores de la ley, haciendo uso de violencia y
prácticas de castigo severas para demostrar autoridad e imponer el orden por medio de la fuerza.

Miles de políticos, literatos, militares, profesores y funcionarios liberales que no tuvieron la


oportunidad o voluntad de exiliarse, quedaron expuestos al juicio de las comisiones militares y las
juntas de purificación provinciales, siendo expedientadas 20.000 personas por sus ideas políticas
y 1.000 oficiales del ejército cesados y relegados de sus puestos, siendo algunos ejecutados por su
apoyo en tramas civiles como Espoz y Mina, Porlier, Lacy o Riego.

En el Código penal de 1822 no había una definición de delito político. Quedaba equiparado a otros
delitos graves, comparándose en altura con el de conspiración directa contra la Constitución o el
rey constitucional, contra la seguridad del Estado y contra la libertad de imprenta. El CP de 1870
tampoco lo definía, aunque sí lo diferenciaba de los delitos de Estado, reduciéndolo
exclusivamente a los casos de rebelión y sedición. De este modo, los delitos políticos quedaban
limitados a los que atentaban contra el orden político y constitucional.

Con el despliegue de las revoluciones en Europa, la reforma del Código penal en 1850 endureció
las penas impuestas a reos de rebelión y amplió la de muerte a los mandos subalternos implicados.
El orden social y la estabilidad institucional del Estado se revelaban como un bien a preservar
mucho más importante que la ampliación de mayores derechos políticos y garantías jurídicas.

Por su parte, la justicia militar incrementó sus atribuciones contra delitos políticos y consolidando
un sistema de orden público militarista y autoritario que les llevó a abusar de la declaración del
estado de sitio y a la intervención para reprimir revueltas.

Otro rasgo destacado de esta primera etapa era el delito político por la libertad de imprenta y
prensa, preocupación de los liberales desde las primeras cortes. Las multas económicas, penas de
prisión y supresión que amenazaban a la prensa ayudan a explicar la contención o
amordazamiento que sufrió en esos años la libertad de expresión.

2. Delito político en formación entre etapas (1869-1936)

En 1870 se aprobaba el Código penal, pero sin definir ni concretar los delitos políticos. El mismo
año se legisla la concesión de indultos, en la que incluye la distinción entre delitos comunes y
políticos. La Real Orden de 2 de septiembre de 1871 sobre amnistías aumentó el catálogo de
delitos políticos, atribuyendo condición de políticos a los delitos del CP contra seguridad exterior
del Estado, la Constitución, rebelión y sedición y orden público. La ley de enjuiciamiento criminal
de 1872 excluía aquellos delitos que atentaba contra la seguridad exterior y orden público.

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El Sexenio democrático fue un tiempo de indeterminación y ausencia de criterio unánime para


definir los delitos políticos, en el que también aumentaron los delitos a los que se les atribuye
carácter político a través de una secuencia de disposiciones legales. En 1872 también se presentó
una proposición de ley para suprimir la pena capital en los delitos políticos, acción que no prosperó
y que continuó vigente, aunque el debate siguiera hasta la Segunda república.

En la restauración borbónica, la nueva Constitución fortalecía el poder de la Corona y restringía el


sufragio. La alternancia en el poder pactado favoreció cierto reformismo político en las primeras
décadas a través de la aprobación de leyes que establecían los márgenes de determinadas
libertades políticas reunión, imprenta, asociación, sufragio universal masculino).

Con el período de indultos y amnistías, también estuvo presente la justicia militar, que se empleó
a fondo en reprimir las insurrecciones carlista y republicanas, para más tarde hacer frente a los
anarquistas, que coparían los consejos de guerra, como el llevado por la Mano Negra. Otro
problema a comienzos del siglo XX sería el separatismo catalán, que aprovechó la jurisdicción
militar para poder juzgar los insultos a los militares cuando se producía en prensa (¡Cu-Cut!).

Las protestas sociales de amotinados, manifestantes y huelguistas también suscitaban el abuso de


la declaración del estado de excepción o de guerra, sofocadas mediante la Guardia Civil y las tropas
del ejército, como pudo ser la Semana Trágica de Barcelona. Por su parte, las huelgas no recibían
consideración de delito político, lo que sí podía ser un delito político era la alteración del orden
con motivo de convocar una, por recaer sobre estas acciones acusación de sedición.

La extensión de la jurisdicción militar alcanzó mayores dimensiones durante la dictadura de Primo


de Rivera, que disolvió las Cortes y suspendió las garantías constitucionales. Sin embargo, en su
Código penal de 1928 no calificaba claramente los delitos políticos, siendo aquellos anteriormente
tipificados como tales (atentado a seguridad exterior, p.e.) calificado como delito común.

Al llegar la Segunda república se decretó una amplia amnistía para todos los delitos políticos,
sociales y de imprenta sometidos a cualquier de las jurisdicciones. Dicha amnistía no libraría de la
purga política a los responsables de la Dictadura, incluyendo a Alfonso XIII. La Constitución de 1931
reconocía el sufragio universal para las mujeres, recuperaba las garantías de libre reunión,
asociación e inviolabilidad del domicilio; así como un Código penal de 1932 que buscaba dar el
sentido democratizador en los cambios políticos con una mayor humanización de las penas.

En octubre de 1931 se promulgaba la Ley de Defensa de la República, que actuaba contra la


resistencia a las leyes, indisciplina de las fuerzas del orden, difusión de noticias que alterasen el
orden público, incitación o comisión de actos violentos por motivos políticos, sociales o religiosos,
etc. Al cambiar el sino político, en julio de 1933, se reemplazaba por una nueva Ley de Orden
Público, que dejaba los derechos políticos y ciudadanos en una situación más vulnerable.

En dicho período radical-cedista la situación política se complicó por la tensión en Cataluña y


Asturias, aumentado por la amnistía generada para aquellos militares cómplices de la Sanjurjada
y con la represión a miles de ciudadanos y obreros y simpatizantes socialistas, comunistas y

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anarquistas, que buscaron su revancha en 1936 con las nuevas elecciones, promoviendo una
nueva amnistía para dichos casos. Toda la tensión acabaría explotando al iniciarse la Guerra civil.

3. Delito político en la represión masiva del Franquismo (1936-1977)

Con el Franquismo, que tuvo ausente una Constitución y la separación de poderes, los derechos
políticos sufrieron el mayor repliegue desde el Antiguo Régimen. El pluralismo ideológico y político
y las libertades de expresión, manifestación, asociación y huelga quedaron negados o mermados.
Partidos políticos, sindicatos, asocio acnés y periódicos no afines fueron prohibidos y se estableció
un estrecho sistema de censura que anuló y coartó la libertad de expresión. Unas 450.000 personas
tuvieron que exiliarse y cerca de 300.000 opositores fueron encarcelados o recluidos.

A la actividad represora se sumó la Ley de Responsabilidades Políticas de 9 de febrero de 1939,


que castigaba de manera retroactiva una serie de prácticas políticas realizadas desde la
insurrección de octubre de 1934, quedando vigente hasta 1966. La ley buscó extender la represión
política a cualquier individuo que de cualquier modo hubiera colaborado con el bando republicano.
En 1941 se formaría la Brigada Político-Social, policía política del régimen.

En 1958 se creó un Juzgado Militar Especial Nacional de Actividades Extremistas especializado en


asuntos de terrorismo y actividad armada. Con la Ley de Orden Público se sometió la protesta
social, rearmando por decreto delitos por represión, bandidaje y terrorismo. El régimen no bajaba
la guardia frente a actuaciones vinculadas con el despertar de la oposición política y la emergente
actividad sindical, destacando los procesos contra militantes del PCE como Julián Grimau.

Otro mecanismo represivo sería el TOP, al procesar y condenar los delitos que el régimen
consideraba políticos. Miles de sindicalistas y huelguistas, estudiantes y miembros de
organizaciones políticas clandestinas pasaron por dicho tribunal, entre gente del PCE y CCOO. La
situación se complicó con la aparición del terrorismo contra el régimen, principalmente por ETA y
en menor medida por el FRAP y GRAPO, obligando al Gobierno a tomar las riendas y a presentar
estados de excepción en Bizkaia y Gipuzkoa para tratar de controlar la situación y la protesta.

Tras la muerte de Franco, el nuevo panorama político tuvo que afrontar inevitablemente el
reconocimiento de los derechos políticos y sociales, así como de asociación política, expresión,
reunión, libertad y de los delitos políticos, vaciándose las cárceles de presos políticos como primer
símbolo de la transición, llegada el 25 de noviembre de 1975 tras la coronación de Juan Carlos I,
que supuso la libertad para 700 personas, pero quedaban todavía muchas más en prisión, hasta la
amnistía promovida por el Gobierno de Adolfo Suárez en 1976, de la que se beneficiaron también
aquellos detenidos y condenados por terrorismo.

La amnistía debía ser general para la oposición, extendiéndose a todos los delitos de
intencionalidad política desde el golpe de 1936. La amnistía general fue finalmente aprobada el
15 de octubre de 1977, con el apoyo parlamentario. Para entonces quedaban apenas 150 presos
considerados políticos en las cárceles, la mayoría de ETA.

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Capítulo XIII: Cárceles de mujeres en España


1. Antecedentes
a) Las “casas-galera”

Michael Foucault dató a finales del s. XVIII el nacimiento en Europa del encierro penal, o de la
pena privativa de libertad. El caso privativo femenino destacó mucho antes, como el caso del
Spinhuis de Ámsterdam, el renovado de 1645, uno de los primeros ejemplos documentados de
establecimiento disciplinario laboral femenino. Allí eran encerradas mujeres cuyos padres o
maridos no habían conseguido sujetarlas a sus deberes como hijas y esposas. Un modelo muy
semejante de establecimiento de encierro femenino disciplinario fue ideado a principios del s. XVII
por sor Magdalena de San Jerónimo en Valladolid en su Razón y forma de la casa-galera.

Era una galera de mujeres o casa bien cerrada, donde se recluían a las mujeres pecadoras y estaba
regida por una rígida rutina de rezos y trabajo de costura no exenta de castigos.

b) Delito y pecado

Si se presupone, con la criminología crítica, que el delito es siempre una construcción social y
cultural, la explicación descansa en dos razones:

La tradicional consideración de las mujeres como seres dependientes y sometidos a la autoridad


masculina respectiva: padre, marido, hermano o hijo.

La sanción moral-religiosa de ese mandato social y secular de subordinación, que establecía dos
conceptos antiéticos: el de la virtud como cumplimiento efectivo de dicho mandato, y el de pecado
como infracción o desviación del mismo. Esta sanción pesaba gravemente sobre las mujeres por
su rol sociosexual: sumisa ante el hombre, encerrada en el hogar y alejada de la escena pública.

2. Siglo XIX
a) Las Casas de Corrección

Con el Reglamento de las Casas de Corrección de Mujeres del 9 de junio de 1847 se unificó la
dispersa legislación de las diversas galeras y casas de corrección específicamente femeninas en un
solo cuerpo legal. Se abandonó el término “galera” y fue sustituido por “casas de corrección”, que
pasaron a tener el mismo estatus que los presidios masculinos, no así el trato, dependiendo
ambos de la Dirección General de Presidios del Ministerio de Gobernación. Dicho mandato estaba
ejercido por un Rector o sacerdote que velaba por la seguridad del orden del establecimiento. El
propio Reglamento establecía la obligatoriedad de asistencia a misa, rezo, instrucción religiosa…

Como inspectora de las Casas de Corrección, Concepción Arenal conocía el lamentable estado de
los establecimientos de la época. Así como las condiciones en la que se encontraban las mujeres
encarceladas con respecto a los hombres. La gran apuesta de Arenal fue la denuncia de la
educación tradicional que recibían las mujeres y la defensa de una instrucción cultural y técnica
adecuada para ellas, en un momento con un 86% de analfabetismo femenino. Proponía un tipo de
instrucción más allá de las “labores de su sexo” y dejar de lado tanta inclinación religiosa.

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b) Penitenciaria central de Alcalá de Henares

La centralización de Alcalá se alcanzó por RD en 1913, con su nueva consideración de penitenciaria


o prisión central femenina. Vino a coincidir en el tiempo con la construcción de la Cárcel Modelo
de hombres de Madrid, inaugurada en 1884. De 1880 data el concierto que la orden religiosa de
las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul firmó con el Estado por el cual pasaba a desempeñar
una serie de servicios en la penitenciaria. Poco después se sancionó su presencia en Alcalá. A partir
de 1890 se extendió a otras cárceles del país, también de hombres.

Alcalá llegó a tener cerca de 1000 presas, de un total de 2200 en toda España. En 1890 Alcalá
pasaba a reunir a las condenadas desde prisión correccional hasta prisión perpetua, mientras las
sentenciadas a arresto mayor y menor quedaban en prisiones provinciales.

El CP de 1848 legalizó la prostitución, proscribiendo sólo la promoción de la misma a menores en


tanto que delito contra la honestidad. El ejercicio de la prostitución había quedado dentro del
ámbito de la reglamentación municipal. Quienes la realizaban fueron un gran porcentaje de
internas en las cárceles en ese momento, rodeadas de moralización religiosa.

La imperiosa presencia de las monjas provocó críticas de otros sectores de la sociedad, que se
alzaron contra esa hegemonía y abogaron por la creación de un cuerpo femenino de funcionarias
de prisiones. En 1913 se sancionó definitivamente la presencia de las Hijas de la Caridad como
personal auxiliar de las cárceles masculinas y encargadas del servicio interior en las de mujeres.

c) Marco internacional

En las prisiones británicas, la disciplina podía ser muy estricta, el trabajo siempre era intra muros
y el control y la vigilancia resultaban mayores que en las cárceles masculinas. La diferencia con
otros establecimientos en el ámbito latino o católico, tanto o más moralizadores, estribaba en el
protagonismo de los agentes religiosos. El caso francés era muy similar al español, con el ejemplo
de la prisión de Saint Lazare, que tuvo fama de ser la prisión de mujeres por excelencia y que tuvo
en 1911 más de 13.000 reclusas. Especial atención recibían aquí las mujeres prostituidas, sujetas
a prisión administrativa que podía ascender a tres meses de reclusión.

Otra prisión, mantenida actualmente, es la Maison Centrale de Force et de Correction de Rennes,


que contaba con una capacidad para mil reclusas. Contaba con una congregación de religiosas que
se ocupaba de la cárcel hasta 1907, cuando fue sustituida por personal laico femenino como
consecuencia de la Ley de Separación de la Iglesia y el Estado.

d) Positivismo penal: el “monstruo” femenino

En el s. XIX el énfasis en la corrección moralización religiosa femenina sufrió la influencia de la


corriente del positivismo penal, representada por criminólogos de la Scuola Positiva como Cesare
Lombroso y Enrico Ferri. El resultado de este enfoque fue la creación de una tipología
progresivamente compleja de perfiles femeninos delictivos.

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Los estudios criminológicos alcanzaron mayor desarrollo en España en el último tercio del s. XIX y
comienzos del s. XX, con la proliferación de múltiples ensayos dedicados a mujeres y jóvenes
delincuentes, así como prostitutas, apareciendo estudios como los publicados por Manuel
Carboneres, Prudencio Sereñana y Partagás, González Fragoso, Gil Maestre, Rafael Eslava,
Bernaldo de Quirós o Navarro Fernández.

Lombroso explicaba el “atraso criminal de la mujer”, en el sentido de su menor capacidad para


delinquir, evidenciada por la menor tasa femenina de delitos, por un presunto grado evolutivo de
su naturaleza. Ahora bien, dicho grado evolutivo inferior podía producir mayor crueldad por su
identificación con lo primitivo. Todo ello derivaba en el carácter monstruoso de la mujer criminal.
Se trataba así de la patologización o fundamentación biológica, pertrechada por el arsenal
científico de la antropología criminal. También derivó en el análisis de los cuerpos de las mujeres
que ejercían la prostitución en busca de presuntas “anormalidades atávicas” (rostro y fisionomía,
metabolismo, inclinación erótica, presunto germen de perversión sexual, carácter psíquico…).

3. Siglo XX
a) Rutinas punitivas

A modo de rutina punitiva de largo alcance, las Hijas de la Caridad comenzaron el s. XX extendiendo
su actividad al conjunto de las prisiones provinciales femeninas, encargándose de tareas auxiliares
en las de varones. Consideradas como personal auxiliar adjunto al cuerpo de prisiones, su papel
quedó confirmado y reforzado por los reglamentos de 1923, 1928 y 1931. Ejemplo es Alcalá, que
gestionaban desde 1880 y sancionado en 1913 fue renovado por los reglamentos hasta 1930.

La antigua cárcel de Quiñones cerraría en 1933 para dar lugar a la construcción de la cárcel de Las
Ventas, como primera Prisión Modelo de mujeres. De las 110 reclusas en Quiñones en enero de
1921, 21 eran arrestadas gubernativas: quincenarias en su mayoría, encarceladas por ejercer la
prostitución clandestina, encarceladas a cambio del pago de multas, por una o dos semanas.

La Prisión Vieja de Barcelona competía en deterioro con Quiñones desde que en 1902 quedó
reducida a cárcel femenina. Denunciada su situación, se trató de desarrollar una nueva prisión
femenina, proyecto que no llegó a realizarse pese a la presión política y social. Con toda la presión
e inquietud por esta ausencia, se ordenó la instalación del primer reformatorio femenino de
mujeres en Segovia, en 1925, que fue también confiado a las Hijas de la Caridad, y allí fueron a
parar las sentenciadas a penas de 1/6 años.

b) Reformas republicanas

Durante la Segunda República, las reformas penitenciarias comenzaron cuando Victoria Kent
asumió la Dirección de prisiones, aunando el espíritu de la Institución Libre de Enseñanza y la
tradición teórica del penalismo republicano recogida por Jiménez de Asúa. Tras su salida, se
impuso un modelo más punitivo que rehabilitador en el conjunto de las prisiones republicanas, si
bien se consiguió crear la Sección Femenina Auxiliar del Cuerpo de Prisiones, que llegaron a
contar con 34 plazas de oposición, las cuales tuvieron que realizar un cursillo especial de
condominitos penitenciarios en el Instituto de Estudios Penales.

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c) Herida de guerra y posguerra

La situación de posguerra no mejoró la situación en la que se encontraban las internas, muchas de


ellas malviviendo en condiciones inhumanas e insalubres, con niveles altos de mortalidad de
adultos y niños en los primeros años dado los casos de tifus o tuberculosis, en cárceles como la de
Saturrarán, Málaga o Palma; así como las de Ventas, Claudio Coello, habilitada por la alta
concentración de la anterior o San Isidro, que pasó a ser la prisión de madres lactantes, en Madrid.

d) Moral y política en la represión penal femenina

En las cárceles de guerra y posguerra había prácticas represivas, de mujeres que ingresaban con
hijas, de varias hermanas, incluso de las tres generaciones de una misma familia. La mayoría de las
encarceladas en los primeros años de posguerra habían sido denunciadas “por política”, y en caso
de continuar la acusación, procesadas por delito de rebelión militar y derivados. Podía haber
mujeres que lucharon en la retaguardia, maestras, enfermeras de hospital, cocineras, limpiadoras
en cuarteles, porteras, etc. Otras mujeres sí que tuvieron una influencia política y que tuvieron un
papel consciente y activo en la lucha, como el caso de las jóvenes militantes de la Juventud
Socialista Unificada, conocidas como las Trece Rosas, fusiladas en 1939.

Las mujeres condenadas por delitos de posguerra fueron las que recibieron los castigos más duros
y las sentencias de cárcel más largas, sin posibilidad de acogerse a indulto. Las irredentas
culminarían su formación política e ideológica con su militancia dentro de las prisiones.

e) Las monjas de Franco

El Franquismo contó desde su inicio con la eficaz colaboración del estamento religioso en la
organización del mundo penitenciario, en el caso de las monjas en las cárceles de mujeres, que
retomaron su papel secular, ahora en mayor número y por tantas órdenes diferentes, nuevamente
con las Hijas de la Caridad, pero también las Oblatas o las Hermanas de San José. La politización
de estas órdenes parecía clara, aumentando la diferencia y la brecha entre carceleras y
encarceladas, reforzada por su mutua oposición política e ideológica.

f) Reajustes en la Sección Femenina Auxiliar del cuerpo de Prisiones

El problema penitenciario tuvo su reflejo en el Franquismo en la necesidad de multiplicar tanto las


cárceles como el personal adecuado para dirigirlas y gestionarlas. Para ello, los miembros de la
Acción Católica Nacional de Propagandistas recurrieron a significados elementos del antiguo
aparato penitenciario de la monarquía. Tras la Guerra Civil, el Servicio Femenino Auxiliar fue
agrupado y reorganizado.

Las nuevas autoridades se apresuraron a designar a mujeres afectas al régimen para sustituir a las
funcionarias y guardianas depuradas en las cárceles que no habían firmado concierto con órdenes
religiosas femeninas.

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g) La redención femenina de pena por trabajo

A los presos se les aplicaba el discurso del “doble rescate”, a través del trabajo de los presos
políticos tanto dentro como fuera de las cárceles. El primer rescate era físico, de restitución de lo
dañado, mientras el segundo era espiritual, con un programa de regeneración moral y patriótica.
Ese programa de redención de pena por el trabajo se convirtió en el largo y obligado camino hacia
la libertad del recluso, compuesto por tantas fases como informes de buena conducta y
desempeño adecuado tuvieran y emitieran las autoridades de la cárcel.

El alcance de este sistema no estaba solo incidiendo en los presos, también en sus familias. El
subsidio familiar que recibían los reclusos trabajadores casados, que era canalizado y entregado
por las juntas locales pro-presos, servía de instrumento de control social de dichas familias,
también contempladas en el programa de regeneración moral y patriótica.

La creación tardía de talleres de costura respondió a la promoción del modelo, fabricándose ropa
para hijos de reclusos, dependientes del Patronato Central de Redención, y constituyeron el
perfecto escaparate propagandístico del modelo de domesticidad buscado: las propias presas
cosiendo ropa para sus hijos y los de las compañeras.

h) Presas políticas y presas comunes

En los años cuarenta, el número de presas condenado por delitos de guerra, anterior a abril de
1939, comenzó a descender sensiblemente gracias a los sucesivos decretos de indulto y reducción
de condena que habían servido al régimen para descongestionar los establecimientos, pasando de
23.000 presas en 1940 a 5.000 en 1946. La redención de pena por trabajo para prisioneros de
guerra y presos con delitos “no comunes”, se aplicó a los presos comunes con el CP de 1944.

En los años sesenta, una nueva generación de presas políticas había empezado a pisar las cárceles.
Jóvenes detenidas por su participación en manifestaciones en solidaridad con las huelgas obreras
de Asturias, o estudiantes encausadas por el TOP.

i) Persistencia de antiguas rutinas punitivas

En los años sesenta, el Franquismo trató, llevando al objetivo científico, de mejorar la diagnosis y
el tratamiento del delincuente, creándose el Gabinete Psicológico de la Prisión de Carabanchel y
la Central de Observación Penitenciaria. La irrupción de la ciencia en lo penitenciario no fue ni tan
moderna ni novedosa, debido a su excesiva insistencia en las tradicionales explicaciones
etiológicas del delito, relacionadas con presuntas alteraciones psicobiológicas de los sujetos que
recordaban peligrosamente al positivismo penal.

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Capítulo XIV: El duelo en 1900: un “delito especial”


1. El duelo: honor y élites

En Europa y sus colonias, artistas periodistas, médicos, ingenieros, así como toda clase de
profesionales liberales, eran asiduos al uso de armas blancas y llegaban incluso a batirse en duelo.
La atracción que ejercían los desafíos sobre la clase política era tal que no solo liberales,
conservadores o republicanos, también socialistas, pese a repudiar los duelos como práctica
decadente y burguesa, lo realizaron. Quienes se consideraban parte del movimiento compartían
como rango otorgar al sentido del honor un lugar predominante en sus vidas.

Entre los miembros de esa comunidad, destacó Louis Alfred Le Blanc de Chatauvillard, quien
publicó en 1836 Essai sur le duel, compendio de las reglas sobre el honor, un texto de difusión
universal, que inspiró la práctica totalidad de los manuales sobre el código del honor y los duelos
escritos. El recurso al código del honor era privativo de las élites. Ser considerado digno de
combatir en un duelo era una señal de preeminencia social. En España el ejemplo fue Lances entre
caballeros, del marqués de Cabriñana.

Los duelistas debían cumplir otros requisitos. Solo podían batirse en duelo “quienes tienen exacto
conocimiento de los usos, costumbres y leyes del honor y las practican constante e
invariablemente”. También debían hacer gala de cierta probidad moral: no podía defender su
honor mediante el código quien hubiera perdido su dignidad por su conducta.

Para los caballeros, el honor era un concepto complejo, ambiguo, individual. Poseía una dimensión
privada, íntima. Era el modo en que percibía su propia dignidad, el valor que reconocía y
consagraba de sí mismo. El honor era una cualidad innata y un bien frágil que podía perderse al
obrar contra lo que dictara la conciencia o al cometer indignos. En la faceta pública, estaba ligado
al modo en que los otros respetaban la dignidad propia.

2. Ofensas y lances de honor

En términos de honor, podía considerarse una ofensa aquella acción u omisión que denote
descortesía, burla o menosprecio hacia la persona. El ofendido podía ser un dividuo, pero también
un sujeto colectivo. Las ofensas podían ser leves, graves o gravísimas. Si un simple roce podía ser
percibido como una ofensa, con ajuste físico, era ofensa gravísima, acción que inventivamente
desembocaba en duelo. Aunque las ofensas también podían venir de actos como una opinión, una
palabra, un gesto de desprecio, una omisión deliberada, negar un saludo o dar la espalda.

La resolución del conflicto o el desarrollo del suelo seguían un ritual, precisado en manuales.
Reconocida la ofensa, ofensor y ofendido se ponían a disposición del otro intercambiando tarjetas
de visita, no volviéndose a ver hasta el día del duelo. El código prescribía que el ofendido designase
dos padrinos que defendieran sus intereses y visitaran al ofensor para pedir explicaciones sobre la
presunta ofensa antes de veinticuatro horas. A su vez, éste debía nombrar otros dos padrinos que
abogaran por su causa. Desde el momento que intervenían los padrinos el dialogo directo entre
adversarios quedaba roto, y solo los padrinos podían estudiar la situación.

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El duelo solo era una más entre los posibles finales de pleito: la mayoría de cuestiones de honor
concluían con una retractación, aclaración, un acuerdo pacífico que salvaba la imagen de ambas
partes. Si la discrepancia acababa en desafío, este también ocurría según un ritual medido,
acordado entre las partes, sometido a vigilancia de un juez de campo. Los padrinos debían estipular
condiciones del lance, si debía ser a primera sangre y detenerse cuando uno de los dos adversarios
recibiera una herida, o a outrance, que se interrumpía por incapacidad física del rival.

3. Honor de hombres y mujeres

El honor del varón era activo y el de la mujer pasivo, y por tanto el varón debía proteger el honor
de la mujer, como fuera el marido o el padre. Por otra parte, la cultura del honor prescribía que
los conflictos sobre el honor femenino jamás debían resolverse en los tribunales. Acudir a la justicia
era deshonroso en esos casos, pues el varón que actuaba así eludía el deber de defender por su
mano a las personas sometidas a su amparo.

La afrenta al honor de una mujer era una ofensa directa, personal, al varón que velaba por ella. La
peor de las posibles porque acaecía en el terreno privado, en el espacio más íntimo, en el hogar
que el hombre debía cuidar como cabeza de familia y preservar incólume para sostener su nombre.

El código de honor imponía al hombre un exigente patrón de conducta, pues debía ser galán y
gentil con las damas, debía protegerla incluso con la vida, y tenía que responder con gallardía a
cualquier ofensa. Ese código de honor trataba de embridar ese ardor, alentaba la contención
penalizando los actos espontáneos.

La literatura llegó a vincular con frecuencia el honor y el suicido, pues ofrecía una salida digna y
honorable para el caballero que hubiera cometido un acto deshonroso o no hubiera sabido cumplir
con su deber, encontrando refugio aquí los hombres de honor que en un rasgo de debilidad han
hecho gala de cobardía.

4. Los duelos en 1900

En el 1900 los duelos de honor eran práctica habitual. Sólo Reino Unido y Estados Unidos habían
acabado con estos desafíos. Los duelos vivieron en Francia su época dorada durante la Tercera
República francesa, habiéndose calculado entre 1870 y 1900 un total de 200/300 duelos anuales.
El código de honor encababa bien en el ideal republicano de igualdad entre los hombres. En la
práctica los desafíos fueron propios de la élite: militares, propietarios, empresarios y liberales.

Al acabar el s. XIX los duelos en Francia resultaban tan vehementes y entusiastas como inocuos. La
mayoría se acordaban a primera sangre. Con frecuencia eran actos festivos, espectáculos
divulgados por la prensa que congregaban público. En la década de los ochenta se celebraron entre
2000 y 3000 duelos y solo hubo cinco muertos y 29 heridos graves.

En Alemania eran mucho más peligrosos. Los caballeros alemanes y del imperio austrohúngaro se
inspiraban en las mismas fuentes que los franceses, pero con una interpretación radicalmente
distinta. En la práctica, sus desafíos eran más elitistas, siendo también militares, aristócratas y

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burgueses. Dichos duelos se caracterizaban por su dureza, siendo el arma preferida la espada,
mientras el ejército hacía uso de las armas.

A diferencia de Francia, en España, como Italia o Hungría, prevaleció el sable, un arma más pesada
que la espada o el florete. Destacaron duelos en la aristocracia española el que llevaron a cabo el
duque de Montpensier, que mató a Enrique de Borbón, su primo, con lo que le privó de sus
opciones a la corona española. También fallecieron otros como Ferrer Couto, el marqués de
Sofraga, Rafael de León o Juan Pedro Barcelona.

5. Duelo como delito: ambigüedad del Código penal de 1870

El CP de 1870 perseguía expresamente a los duelistas, recogido entre los arts. 439 y 447.

El 439 ordenaba a la autoridad que tuviera noticia de que se estuviera concertando un duelo y
detuviera al provocador y el retado si hubieran aceptado el desafío; el 440 condenaba con pena
de prisión mayor al duelista que matara en duelo a su adversario, prisión correccional si le
provocaba lesiones y arresto mayor si se celebraba el lance, aunque no hubiera heridos.

Los arts. 441 y 442 promovían las explicaciones sobre la naturaleza de la ofensa, con el fin de
alentar el diálogo y reducir por esa vía el número de duelos.

Para atacar la presión social que recaía sobre los duelistas, el art. 442 hacia recaer las penas
máximas previstas en el 440 a quien incitara a otra persona a provocar o aceptar un duelo y el 444
aplicaba la pena correspondiente a las injurias graves a quien denostara a alguien por rehusar el
duelo. Mientras, el 445 ponía bajo el punto de mira a los padrinos, a los que castigaba como
cómplices del delito con condena a pena de arresto mayor y multa de 250 a 2500 pesetas.

El 446 castigaba a quienes celebraran un duelo sin asistencia de padrinos a prisión correccional.
Por último, el art. 447 prescribía la inhabilitación de quien provocara un duelo proponiéndose un
interés pecuniario, algo que también impedía el código del honor al prohibir que se concertaran
duelos entre acreedores y deudores.

Aunque su articulado fuera ambiguo, el CP español castigaba los lances de honor. En España, la
tolerancia hacia el duelo era casi absoluta y las leyes que lo perseguían apenas se cumplieron.

6. Código de Justicia Militar de 1890

En el Código de Justicia Militar de 1890, por el artículo 720, ratificaba la existencia del duelo. El
mismo Código dispuso que cualquier oficial podía acusar a otro e iniciar los trámites para convocar
un tribunal de honor. La actuación del tribunal debía ser expeditiva: si cuatro quintas partes de los
oficiales del cuerpo al que perteneciera el sospechoso decidían su culpabilidad sería expulsado del
ejército. Por otra parte, nadie podía apelar su fallo.

En 1895 el Tribunal Contencioso Administrativo dispuso que ni siquiera el Ministerio de Guerra


pudiera revocar una sentencia, aun cuando fueran manifiestamente injustas o respondiera a
motivos ajenos al honor, como la animadversión entre oficiales.

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7. Lances de honor y el derecho canónico

La condena de los duelos en el Derecho canónico era más taxativa que la prescrita en el Código
penal. En 1900 la Iglesia aún incluía a los duelistas entre los pecadores. Desde el Concilio de Trento
se excomulgaba y castigaba con privación de sepultura eclesiástica a los duelistas y a quienes
cooperaban con ellos, pues el duelo era comparable con el suicidio o el asesinato.

En la sociedad liberal, se asignaron distintos roles y atribuciones a mujeres y a hombres, y la


religión cayó del lado femenino. Tras la revolución liberal sobrevino un proceso de feminización
de la religión que marcó una diferencia creciente entre los comportamientos religiosos de ambos.

8. Final de la muerte por duelo

La muerte de Rafael de León y Primo de Rivera, marqués de Pickman, a manos del capitán Vicente
Paredes, en octubre de 1904, causó una honda conmoción en España. Apenas había muerto nadie
en un desafío en España desde el comienzo de la Restauración. Su muerte ocupó durante meses
los titulares de la prensa y alentó una intensa campaña contra los duelos.

En 1905 el barón de Albi fundó la Liga Nacional Antiduelista, cuyas actividades encontraron
difusión. Se creó a imagen y semejanza de otras similares fundadas en Austria e Italia, participando
en su fundación militares, políticos, periodistas, profesionales liberales y aristócratas. Como
alternativa al duelo, proponían la creación de tribunales de honor que dirimieran pacíficamente
las disputas entre los caballeros. Llegaron a tener influencia como para llevar a Cortes en 1908 un
proyecto de ley contra los duelos y rondaban los 20.000 afiliados en 1914.

Los duelos fueron frecuentes hasta la Primera Guerra Mundial. Posteriormente los desafíos
dejaron de ser una actividad peligrosa y pasaron a algo secundario. Aún hubo lances aislados. El
último documento fue en 1967 entre los políticos Gaston Deferre y René Ribiere. En América Latina
también sobrevivieron durante el s. XX duelos en Uruguay y Argentina.

En España, durante la Dictadura de Primo de Rivera, siguieron varios periodistas y otros


profesionales liberales batiéndose arma en mano. Con la Segunda República desaparecieron los
duelos, suprimiéndose en la reforma del CP de 1932 los artículos relativos a lances de honor.

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