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Hechos y valor de los hechos, esa es la diferencia que hay que distinguir en
la ciencia sociológica. Abundando en la idea, Weber señala allí en donde un
hombre de ciencia permite que se introduzcan sus propios juicios de valor
deja de tener una plena comprensión del tema (1975: 214).
Para explicar los fenómenos sociales necesariamente hay que considerar el
debate científico, la reflexión y la crítica interna. Así, podremos alcanzar un
conocimiento de la realidad que transcienda la interpretación subjetiva, ya
que la perspectiva que el sociólogo tiene de la realidad responde a una
pluralidad de valores.
c) Sociología profesional
d) Sociología crítica
BURAWOY, M. (2005). «Por una Sociología pública». Revista Política y Sociedad, 42 (1): 197-225.
DE MIGUEL, J. (1999). «Cien años de investigación sociológica sobre España». Revista Española de
Investigaciones Sociológicas, 87: 179-219.
DEL CAMPO, S. (2001). Historia de la Sociología española. Barcelona. Ariel.
— (coord.) (2000). La institucionalización de la Sociología (1870-1914). Madrid. Centro de
Investigaciones Sociológicas.
GIDDENS, A. y Sutton, Ph.W. (2014). Sociología. Madrid. Alianza.
GINER, S. y Moreno, L. (1990). Sociología en España. Madrid. CSIC.
IBÁÑEZ, J. (dir./coord.) (1992). «Sociología. Vol. 1», en Reyes, R. (ed.). Las Ciencias Sociales en
España. Historia inmediata, crítica y perspectivas. Madrid. Universidad Complutense de Madrid.
LAMO DE ESPINOSA, E. (1998). «Sociología en España» en Giner, S., Lamo, E. y Torres, C. (eds.).
Diccionario de Sociología. Madrid. Alianza: 741-745.
— (2017). «Elogio de la Sociología». Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 159: 7-12.
MARTÍN LÓPEZ, E. (2003). «El Instituto de Reformas Sociales y los orígenes de la Sociología en
España». Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Número extraordinario.
MORALES MARTÍN, J.J. (2012). José Medina Echavarría: «vida y Sociología». Tesis Doctoral.
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid.
MORI, G. (1987). La Revolución Industrial. Barcelona. Crítica.
NÚÑEZ ENCABO, M. (2001). «Sales y Ferré y los orígenes de la Sociología española» en Del Campo,
S. (dir.). Historia de la Sociología Española. Madrid. Ariel.
POSADA, A. (1990). «La Sociología en España». Revista Española de Investigaciones Sociológicas,
52/90: 163-192 (Original publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 1898).
RODRÍGUEZ ZUÑIGA, L.E. (1974). «Emile Durkheim: la Sociología y la “cuestión social”». Revista
Española de la Opinión Pública, 36: 51-77.
SÁNCHEZ VERA, P. (2003). «Antecedentes de la Sociología en la Universidad de Murcia». Anales de
Derecho, 21: 253-282.
TEZANOS, J.F. (2006). La explicación sociológica: una introducción a la Sociología. Madrid. UNED.
VV.AA. (2016). «La situación profesional y académica de la Sociología española: diagnóstico y
perspectivas». Revista Española de Sociología, 25, suplemento 3.
WATSON, T.J. (1987). Sociology, work and industry. London. Routlege & Kegan Paul.
WEBER, M. (1975). El político y el científico. Madrid. Alianza.
WRIGHT MILLS, C. (1985). La imaginación Sociológica. México. Fondo de Cultura Económica.
Capítulo 2
Teorías sociológicas
Rosa M.ª Rodríguez Rodríguez
José Antonio Díaz Martínez
Fuente: Martín López, E. (1998). «El desarrollo hipertrófico de la Sociología» en Martín López, E.
Sociología de la Comunicación Humana. Tomo I. Madrid. FUFAP: 13.
Fuente: Giner, S. (1994). Historia del pensamiento social. Barcelona. Ariel: 595-586.
2.2.1. Los inicios de la Sociología Analítica (Ferdinand Tönnies, Georg Simmel y Émile
Durkheim)
Mientras se desarrollaba el evolucionismo, apareció en el último cuarto del
siglo XIX un nuevo enfoque de la Sociología denominado, por el experto en
teoría sociológica clásica Nicholas S. Timasheff, Sociología Analítica. Entre
sus iniciadores destacan tres importantes teóricos, de cuyas más significativas
aportaciones nos haremos eco a continuación.
a) Ferdinand Tönnies (1855-1936)
Comentario de Texto
¿Queda más claro así?, puede que no, pero la clave, en nuestra opinión,
está en la aspiración a la objetividad en relación con una referencia
valorativa, y aun así, puede cambiar en el transcurso del tiempo. En todo
caso, para realizar una investigación sociológica rigurosa es necesaria una
definición clara de los propios conceptos, o lo que es igual, según Weber, del
tipo ideal: «sólo mediante una construcción rigurosa de conceptos, esto es, de
tipo ideal, resulta posible exponer de forma unívoca lo que se piensa y puede
pensar bajo ese concepto teórico de valor» (1984: 169).
En definitiva, la Sociología aplica el método propio de las Ciencias
Sociales. La naturaleza del objeto de estudio determina las características del
método de estudio, y de las técnicas aplicables para la obtención de los datos.
1. Considerar los hechos sociales como cosas: «los fenómenos sociales son
cosas y deben ser tratados como cosas. Para demostrar esta proposición,
no es necesario filosofar sobre su naturaleza ni discutir las analogías
que presentan con los fenómenos de los reinos inferiores. Basta
comprobar que son el único datum ofrecido al sociólogo. En efecto, es
cosa todo lo que está dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impone
a la observación. Tratar a los fenómenos como cosas, es tratarlos en
calidad de data que constituyen el punto de partida de la ciencia. Los
fenómenos sociales presentan indiscutiblemente ese carácter. Lo que se
nos da no es la idea que los hombres se hacen del valor, porque ésta es
inaccesible; se trata de los valores que se intercambian realmente en el
curso de las relaciones económicas. No es tal o cual concepción del
ideal moral; es el conjunto de las reglas que determinan efectivamente
el comportamiento. No es la idea de lo útil o de la riqueza, son todos los
pormenores de la organización económica» (2001: 68). Por lo tanto, los
hechos sociales, para Durkheim son cosas independientes del
observador, con posibilidades de investigación empírica por medio de
indicadores externos al individuo, lo cual supone que:
Fuente: Durkheim, É. (2001). Las reglas del método sociológico. México. Fondo de Cultura
Económica: 113.
Los elementos que componen ese medio interno son de dos clases: las
personas y las cosas. Entre estas últimas los objetos materiales, el derecho,
los usos establecidos, la literatura, etc.
Ese dar cuenta de los hechos debe entenderse como explicar los hechos.
b) Entrevista en profundidad y
3.2.6. Conclusiones
Después del análisis de los datos, se deben abordar las conclusiones de
nuestra investigación. Así, habrá que volver a las hipótesis de la investigación
para determinar si nuestro trabajo de campo ha permitido contrastarlas y si se
confirman o rechazan. Es una parte importante del estudio, en la que por
inducción procuramos generalizar las relaciones entre las variables
estudiadas. Inducir significa obtener una teoría a partir de los datos de nuestro
trabajo de campo. Esas teorías se pueden convertir en regularidades o leyes,
que posiblemente son hipótesis de trabajo para investigaciones futuras.
La cuestión de las regularidades en los fenómenos sociales nos plantea uno
de los grandes problemas en la investigación social: el establecimiento de las
relaciones causales; es decir, el hecho de que un acontecimiento determinado
es producto o está condicionado por otro. Los acontecimientos no se
producen de forma aleatoria, sino que ocurren por algo, tienen una causa
inicial. Por lo tanto, el problema que debemos plantear es el hallazgo de
regularidades en los fenómenos sociales. La Sociología debe buscar la
estructura de relaciones causales entre las variables significativas que
componen y explican determinados fenómenos sociales.
c) Sociología profesional
d) Sociología crítica
Fuente: elaboración propia del autor. Modelo de cambio social sistémico inspirado en Therborn, G.
(1999). Europa hacia la modernidad. Barcelona. Taurus: 19.
2. El proceso de desinstitucionalización.
BURAWOY, M. (2005). «Por una Sociología pública». Revista Política y Sociedad, 42 (1): 197-225.
DE MIGUEL, J. (1999). «Cien años de investigación sociológica sobre España». Revista Española de
Investigaciones Sociológicas, 87: 179-219.
DEL CAMPO, S. (2001). Historia de la Sociología española. Barcelona. Ariel.
— (coord.) (2000). La institucionalización de la Sociología (1870-1914). Madrid. Centro de
Investigaciones Sociológicas.
GIDDENS, A. y Sutton, Ph.W. (2014). Sociología. Madrid. Alianza.
GINER, S. y Moreno, L. (1990). Sociología en España. Madrid. CSIC.
IBÁÑEZ, J. (dir./coord.) (1992). «Sociología. Vol. 1», en Reyes, R. (ed.). Las Ciencias Sociales en
España. Historia inmediata, crítica y perspectivas. Madrid. Universidad Complutense de Madrid.
LAMO DE ESPINOSA, E. (1998). «Sociología en España» en Giner, S., Lamo, E. y Torres, C. (eds.).
Diccionario de Sociología. Madrid. Alianza: 741-745.
— (2017). «Elogio de la Sociología». Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 159: 7-12.
MARTÍN LÓPEZ, E. (2003). «El Instituto de Reformas Sociales y los orígenes de la Sociología en
España». Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, Número extraordinario.
MORALES MARTÍN, J.J. (2012). José Medina Echavarría: «vida y Sociología». Tesis Doctoral.
Facultad de Ciencias Políticas y Sociología. Universidad Complutense de Madrid.
MORI, G. (1987). La Revolución Industrial. Barcelona. Crítica.
NÚÑEZ ENCABO, M. (2001). «Sales y Ferré y los orígenes de la Sociología española» en Del Campo,
S. (dir.). Historia de la Sociología Española. Madrid. Ariel.
POSADA, A. (1990). «La Sociología en España». Revista Española de Investigaciones Sociológicas,
52/90: 163-192 (Original publicado en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza en 1898).
RODRÍGUEZ ZUÑIGA, L.E. (1974). «Emile Durkheim: la Sociología y la “cuestión social”». Revista
Española de la Opinión Pública, 36: 51-77.
SÁNCHEZ VERA, P. (2003). «Antecedentes de la Sociología en la Universidad de Murcia». Anales de
Derecho, 21: 253-282.
TEZANOS, J.F. (2006). La explicación sociológica: una introducción a la Sociología. Madrid. UNED.
VV.AA. (2016). «La situación profesional y académica de la Sociología española: diagnóstico y
perspectivas». Revista Española de Sociología, 25, suplemento 3.
WATSON, T.J. (1987). Sociology, work and industry. London. Routlege & Kegan Paul.
WEBER, M. (1975). El político y el científico. Madrid. Alianza.
WRIGHT MILLS, C. (1985). La imaginación Sociológica. México. Fondo de Cultura Económica.
creencias, sus hábitos, sus conocimientos, sus intereses y sus gustos. Sin
embargo, hoy, necesitamos conocer, la mayor parte de esos aspectos por
separado pues son más autónomos entre sí. Las relaciones políticas que
mantenemos, las prácticas religiosas, las relaciones laborales, las prácticas de
consumo, los conocimientos que adquirimos, los hábitos cotidianos que
desarrollamos, ya no emergen de unos pocos grupos sociales con los que
estamos conectados, sino de todo un conjunto de redes estructuradas en las
que se inserta nuestra vida cotidiana asociadas entre sí, casi únicamente por
cada uno de nosotros. Son los campos sociales en los que descubrimos
hábitos propios que predisponen a los individuos a actuar en función de
lógicas autónomas (Bourdieu, 2000).
La creciente singularización de las trayectorias individuales o la
individualización de las experiencias sociales es el proceso histórico de
creación de un entorno social en el que las biografías de los seres humanos
pasan por conjuntos de experiencias cada vez más particulares. Si hubo un
tiempo en que, nueve de cada diez niños en España eran bautizados, entraban
a un colegio católico para un sólo género antes de los seis años, vivían con
sus dos padres, algún hermano y algún abuelo, hacían la primera comunión a
los 9 o 10 años, iban a la «mili» entre los 18 y los 22 años, y empezaban a
trabajar antes de los 25; ahora, la diversidad de trayectorias con sólo estos
pocos aspectos, podemos pensarla casi tantas como niños hay. De la misma
forma, si hubo un tiempo donde un obrero sin cualificación podía entrar en
una fábrica de coches a los 16 años, formarse dentro de la fábrica y seguir
trabajando en ella hasta los 65 años; hoy, lo habitual es que la mayor parte de
los obreros, inicialmente, se preparen lo máximo posible, y después, cambien
de trabajo, jefes, compañeros, amigos, lugares de residencia varias veces, y
no sepan si conseguirán un contrato fijo algún día (Gil Calvo, 2001).
¿Cómo han ocurrido estos procesos? ¿Qué implicaciones tienen para la
vida social? ¿Se pueden explicar estos procesos desde una concepción de la
vida social como una realidad estructurada, de tal modo que la acción social
se ajuste a dicha estructura, como el producto de un ajuste «cuasi natural» del
sistema y la acción, de una estructura y una cultura? ¿Se pueden entender
estos procesos si el individuo es un fiel reflejo del sistema? Y, tras su
ocurrencia, ¿podemos pensar que la relación entre los seres humanos se
puede seguir planteando en los mismos términos que lo podía ser antes?
La respuesta es no. Como dice Enrique Gil Calvo (2001) al tratar de
Capítulo 2
Teorías sociológicas
Rosa M.ª Rodríguez Rodríguez
José Antonio Díaz Martínez
Fuente: Martín López, E. (1998). «El desarrollo hipertrófico de la Sociología» en Martín López, E.
Sociología de la Comunicación Humana. Tomo I. Madrid. FUFAP: 13.
Fuente: Giner, S. (1994). Historia del pensamiento social. Barcelona. Ariel: 595-586.
2.2.1. Los inicios de la Sociología Analítica (Ferdinand Tönnies, Georg Simmel y Émile
Durkheim)
Mientras se desarrollaba el evolucionismo, apareció en el último cuarto del
siglo XIX un nuevo enfoque de la Sociología denominado, por el experto en
teoría sociológica clásica Nicholas S. Timasheff, Sociología Analítica. Entre
sus iniciadores destacan tres importantes teóricos, de cuyas más significativas
aportaciones nos haremos eco a continuación.
a) Ferdinand Tönnies (1855-1936)
Por lo tanto, el hombre no puede ser definido únicamente por sus aptitudes
innatas, ni exclusivamente por sus modos de conducta efectivos, sino por el
vínculo entre ambas esferas. Esta centralidad en los significados no puede
llevar a la conclusión de que todos los significados pueden llamarse
culturales. Solo aquellos que son compartidos y tienen una determinada
duración en el tiempo (Strauss y Quin, 2001).
John Brookshine Thompson, desarrolla el concepto de cultura en tres grandes
concepciones: clásica, antropológica y estructural. Aunque, una de ellas, la
antropológica aparece dividida en antropológica descriptiva de la cultura y
antropológica simbólica de la cultura. Así para Thompson:
e) La cultura hace posible una mejor adaptación del ser humano al medio
físico, con la utilización de medios materiales e instrumentos muy
diversos que, unidos al componente físico originario, permiten elevar al
ser humano por encima de las posibilidades originarias fijadas por la
lógica natural.
Finalmente, respecto a los componentes y contenidos de la cultura, estos
pueden ser bastante amplios y variados, dependiendo de los diferentes tipos
de cultura, de su complejidad y desarrollo. Sin embargo, por encima de estas
variaciones posibles, los componentes de una cultura pueden ser divididos en
varios tipos de elementos diferentes. Por ejemplo, Ralph Linton se ha referido
a los elementos materiales de la cultura (los productos de artesanía, de la
industria), a los elementos cinéticos (las conductas manifiestas) y a los
elementos psíquicos; es decir, los conocimientos, las actitudes y los valores
de que participan los miembros de una sociedad, lo que constituye el aspecto
inmaterial de la cultura, en oposición a otros elementos que constituyen los
aspectos materiales y tangibles.
Los inventarios y clasificaciones que pueden hacerse sobre los elementos
de una cultura son muy numerosos. Así por ejemplo, Harry M. Johnson
(1879-1945) refiriéndose solo a los elementos no materiales de la cultura, en
una clasificación más amplia, hace mención a: los elementos cognitivos
(todos los conocimientos teóricos y prácticos sobre el mundo físico y social,
así como los sistemas y métodos de conocimiento), las creencias (todo el
cuerpo de convicciones que no puede ser objeto de verificación), los valores
y normas (los modelos de conducta pautados y los principios que los orientan
entre los que se modelos de conducta pautados y los principios que los
orientan, entre los que se comprenden no sólo los valores predominantes;
sino también los secundarios), los signos (que incluyen las señales y símbolos
que orientan las conductas y los que permiten la comunicación entre ellos y
principalmente lenguaje) y, finalmente, las formas de conducta no formal, no
normativas (todas las formas de comportamiento que no son obligatorias y
que generalmente se relacionan de manera inconsciente, como los ademanes,
los gestos y las posturas…).
Fuente: elaboración propia a partir del esquema de Therborn, G. (1999). Europa hacia el siglo XXI.
México. Siglo XXI: 39.
Por ejemplo, en las sociedades industriales europeas del siglo XX, la forma
Herbert Blumer (1900-1987) creó el término interaccionismo simbólico en
1969, aunque fue George Herbert Mead (1863-1931) quien, previamente,
estableció las bases de la perspectiva interaccionista clásica en el ámbito de la
Escuela de Chicago. Otras figuras importantes son Everett C. Hughes (1903-
1983), Robert Ezra Park (1864-1944) y William Isaac Thomas (1863-1947).
La tradición interaccionista tiene muchos puntos en común con tradiciones
más antiguas de la Sociología norteamericana y europea. Todas ellas fueron,
en diverso grado, producto del hondo interés en la reforma social y se
basaron en la teoría evolucionista del siglo XIX. Si la contribución de la
Escuela de Chicago (1910-1950) ha tenido una postura diferenciada, ha sido
por una combinación específica de la teoría social evolucionista con una
fuerte insistencia en las respuestas creadoras frente al cambio. Los estudios
de estos autores hay que entenderlos dentro de un contexto histórico que
describen, expresamente, Berenice M. Fisher y Anselm L. Strauss (1988:
526-527):
Los intelectuales de la Escuela de Chicago provenían de ambientes rurales. Vivieron en un
mundo caracterizado por la inmigración en masa y las migraciones internas. Era una época en la
que se experimentó un intenso proceso de urbanización e industrialización. Quizá el ejemplo más
claro del problema central de ese proceso de cambio es la obra de Thomas y Znaniecki, El
campesino polaco en Europa y en América, que analiza los problemas de adaptación de los
migrantes polacos, derivadas del desconocimiento de los códigos y valores sociales de los núcleos
urbanos industrializados. Estos investigadores fueron también pionero en la aplicación de la
metodología cualitativa al análisis de los problemas sociales.
En este periodo de la historia de Estados Unidos, caracterizado por la construcción de un
Estado-nación altamente industrializado sobre la base de una heterogénea inmigración masiva y un
sistema político democrático liberal, se apoyaba la idea de que los intelectuales y expertos debían
colaborar en dar forma a la política nacional. De ahí que las élites económicas industriales
contribuyeran al desarrollo de las universidades, aportando grandes sumas de dinero para
promover la educación superior: las universidades capacitarían a la clase dirigente nacional y
regional, y ofrecerían asesoramiento y soluciones a los problemas acuciantes.
La Universidad de Chicago recibió importantes fondos; ubicada en una ciudad en rápida
industrialización, parecía ser idealmente apta, según Fisher y Strauss, para estudiar la política
social e influir sobre ella. En suma, la Sociología hacía frente a un mundo en el cual el imperativo
de estudiar los problemas sociales ya estaba creado; ¿cuál era la naturaleza exacta de éstos? y
¿cómo deberían ser estudiados?, eran cuestiones de las que debería ocuparse la nueva disciplina
científica. (1988: 527)
Comentario de Texto
Es un hecho fehaciente que el hombre vive en sociedad, pero ello lo alcanza tras
una preparación que posibilita su adaptación e identificación con el medio social
humano, y para ello debe adquirir habilidades y conocimientos que le permitan una
convivencia gratificante. Se trata de un proceso que abarcará toda su vida, pues la
adaptación y readaptación son permanentes, de ahí la complejidad del proceso. La
finalidad de este capítulo es ofrecer luz sobre este vital acontecer de la vida del
hombre.
6.1. EL PROCESO DE SOCIALIZACIÓN
1. Socialización primaria,
2. Socialización secundaria,
3. Socialización terciaria y
4. Resocialización.
Para Peter Ludwig Berger (1929-2017) y Thomas Luckmann (1927-2016),
todo el proceso lo cubre la socialización primaria y la socialización
secundaria. Dicen:
La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez; por medio
de ella se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria es cualquier proceso
posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su
sociedad (2003: 164).
En realidad, lo plantean reduciendo a una síntesis todo el proceso, porque
el crecimiento del hombre se realiza superando etapas, en la que la edad y la
experiencia juegan un papel decisivo.
El aprendizaje, en la primera infancia, corresponde a la socialización
primaria. Responde a este nombre porque son los grupos primarios los que se
hacen cargo del nasciturus. Es la etapa en la que el niño aprende a hablar, no
es consciente del proceso al que está siendo sometido, y su comportamiento y
aprendizaje están favorecidos por factores emocionales. Es corriente señalar
que el parentesco y el resto de los grupos primarios han sido y son parte
fundamental de los más vigorosos elementos que mantienen la estructura
social: designan roles y estatus; y establecen los primeros derechos y deberes.
Por ejemplo, la prohibición universal del tabú del incesto obliga a establecer
relaciones con otros grupos sociales y a implantar lazos de dependencia.
Ahora bien, cuanto más compleja es la sociedad más tramada y larga es la
socialización primaria, particularmente si la comparamos con lo que sucede
en las sociedades primitivas y preindustriales, en las cuales tiene lugar uno de
los episodios más importantes de la vida del hombre: la integración en el
mundo de los adultos a edad muy temprana. En las sociedades complejas se
prolonga cada vez más la infancia, con lo cual esta etapa se hace larga, e
incluso conflictiva, pues el niño va creciendo física, cognoscitiva y
emocionalmente; y, poco a poco, a lo largo del proceso va creyendo que, sin
ayuda, puede resolver las necesidades y problemas que plantea una sociedad
tan espinosa y variada; de manera que emerge un foco de conflictos
derivados de la problemática que genera la existencia del nutrido número de
subgrupos de edad, de género, de creencias dispares, de niveles culturales, de
nacionalidades, etc. para los que el joven no está todavía en situación de
afrontar.
La socialización primaria puede ser de dos tipos:
c) La tercera fase es la operativa concreta, que incluye desde los siete años
hasta los once, época en la que ya se puede hablar de un ser social. Va
dominando nociones lógicas abstractas y llega a conclusiones.
d) La cuarta y última fase abarca entre los once y los quince años. Es el
período de las operaciones formales, en la que, el adolescente, analiza,
deduce y comprende ideas hipotéticas con un elevado nivel de
abstracción.
Pero, para Piaget, las fases no son lineales, no son acumulativas, no se van
añadiendo. Todo lo que se va aprendiendo se «reconfigura» posteriormente.
Las tres primeras fases son comunes en todos los niños; sin embargo, no
todos los adultos culminan el período operativo formal, por lo que pueden
aparecer casos de desarrollo anormal.
Fue el sociólogo norteamericano Charles Horton Cooley (1864-1929),
miembro de la escuela de Chicago, en 1902, quien desarrolló la teoría del «yo
espejo» (looking glass-self). En ella mantiene que nuestra identidad, y
nuestro comportamiento, se configura al construir una imagen de nosotros.
Imagen que está muy condicionada por la conducta de los otros, por la
opinión de nosotros que creemos percibir en «los otros». En este sentido,
Leopold von Wiese (1876-1969) afirma: «… El comportamiento de un
hombre depende considerablemente de su representación de lo que sabe de él
su compañero…» (Sánchez Cano, 2006: 120); aunque von Wiese advierte
que «… El hombre que se presenta ante «los otros» en calidad de
protagonista de un rol social, ofrece a los otros no su imagen personal, sino la
imagen de un determinado sistema social, organización social o institución
social. Ya no se trata de un yo singular…., sino de una parte de una pieza de
la «estructura social, donde está impresa la pieza en cuestión» (Sánchez
Cano, 2006: 121).
Este proceso es inevitable, es un asunto de supervivencia. El hombre
necesita comunicarse con los otros y expresarles sus pensamientos, lo cual le
sirve de puente para, conocer a «los otros», y vislumbrar como nos ven esos
«otros». De esta manera, el sentimiento de autoestima, el concepto de «sí
mismo» y la individualidad personal emanan en buena medida de la imagen
que «el otro» nos proyecta. En ocasiones, la imagen proyectada es
coincidente con nuestra propia autoimagen, otras veces es tan distinta que nos
puede generar un conflicto personal, y dar lugar a lo que se denomina
disonancia cognoscitiva [15].
En resumen, el sí mismo es fruto de la intuición de las percepciones que del
sí mismo se capta en el otro (simpatía) y de la propia autovaloración. Pero,
hay que añadir que la formación del sí-mismo lleva a objetivarse en el sentido
de «… verse a sí mismo, en la imaginación, como un objeto visto por algún
otro» (Johnson, 1965: 144). De forma que, para Cooley, el sí mismo y la
conciencia moral son sociales. De donde resulta que el sentimiento de «el
bien» y de «el deber ser» derivan de la síntesis de influencias recibidas,
guiadas por la sensibilidad simpática, por los juicios de los demás y por el
propio juicio.
George Herbert Mead (1863-1931), miembro, también, de la escuela de
Chicago, insistió en la idea de que el yo y la mente sólo pueden surgir del
orden y la experiencia sociales. Desarrolló la teoría del self, y afirma que el
nasciturus a la par que se asoma al mundo, aprende un simbolismo lingüístico
para comunicarse, y con ello, desarrollará su self. A su vez, el self consta de
dos partes: el yo y el mí. El yo es donde reside la individualidad, es la parte
que tiene opiniones personales. El mí nace de la adopción de patrones de
conducta estandarizados, de normas, etc… De manera que cuando interactúa
el sujeto, siguiendo las pautas normativas, está representando unos roles con
el significado que el otro espera, y con ello se está expresando el mí. El yo y
el mí son entidades independientes pero que unidas constituyen el todo de la
personalidad. Tenemos conciencia de nosotros cuando diferenciamos el mí
del yo.
George Herbert Mead, en un estudio sobre las funciones del lenguaje y del
juego, mantiene que el niño se desarrolla y socializa mentalmente jugando,
porque, durante el juego, imita el mundo de los adultos (padres, amigos…) e
interioriza sus actitudes (1973). De esa manera, el niño, al participar en el
juego, aprende a representarse a sí mismo como miembro del grupo y a
asimilar los diferentes roles interpretados por los otros. Para Mead, lo que
acontece en el juego es una representación de lo que tiene lugar en la vida
adulta diaria; de esta manera construye y afianza su mí. Además, la diferencia
de roles en el juego establece la distinción entre su persona y los otros. Otra
importante función cognoscitiva que adquiere el niño con la asunción de roles
es la interiorización mental de «el otro generalizado»; lo cual significa que el
niño asimila valores, creencias, normas, etc. de una realidad general, con una
cobertura válida para el conjunto de la sociedad. Esto es, interioriza los
valores y reglas de la cultura en la cual se desenvuelve su vida y los compara
con los roles particulares enseñados por «el otro concreto».
Así pues, Mead expone que el pensamiento tiene un carácter
eminentemente social. Se desarrolla por-y-en la comunicación con el otro, y
que su contenido también es social en virtud de los símbolos colectivos que
emplea para comunicarse. Mantiene que es en torno a los cinco años cuando
el niño adquiere capacidad de comprenderse a sí mismo, y de desenvolverse
más allá del contexto familiar. Posteriormente, con ocho o nueve años,
comienza a participar en juegos organizados, y a aprehender los valores y la
moralidad que rigen las relaciones sociales. En esta fase, el niño capta el ya
mencionado otro generalizado.
Del pensamiento de estos autores se infiere la importancia de los roles
sociales como mecanismos actuantes en el curso de la socialización. Los roles
están regulados por normas e investidos de significados personales y
colectivos; su carácter está condicionado por el lugar que ocupan entre los
otros roles, personas y cosas internalizadas. En definitiva, la socialización
habilita para ejercer roles sociales y, desde la perspectiva del sistema social,
es un proceso deseable y deseado.
Para terminar, decir que la socialización proporciona a nivel de conciencia:
categorías mentales, representaciones, imágenes, conocimientos, prejuicios,
estereotipos; en definitiva, unas maneras de pensar y ver el mundo, sin las
cuales la inteligencia y la imaginación no crecerían. Esto es, al incorporar la
cultura, las facultades intelectuales se desarrollan y emergen, en cada caso,
nuevos elementos que conforman la personalidad. Tanto la personalidad
individual, como la social, se configuran a través del proceso de socialización
en el que los otros son piezas insustituibles.
A lo anterior hay que añadir, sintetizando más, que la consecución de los
fines individuales y colectivos es posible merced al aprovechamiento de
aptitudes diferenciales de los individuos, por medio de la división del trabajo,
y la consiguiente distribución de roles.
Fuente: Simkin, H. y Becerra, G. (2013). «El proceso de socialización. Apuntes para su exploración en
el campo psicosocial». Ciencia, docencia y Tecnología: 47, http://www.scielo.org.ar/scielo.php?
pid=S1851-17162013000200005&script=sci_arttext&tlng=en
¿Queda más claro así?, puede que no, pero la clave, en nuestra opinión,
está en la aspiración a la objetividad en relación con una referencia
valorativa, y aun así, puede cambiar en el transcurso del tiempo. En todo
caso, para realizar una investigación sociológica rigurosa es necesaria una
definición clara de los propios conceptos, o lo que es igual, según Weber, del
tipo ideal: «sólo mediante una construcción rigurosa de conceptos, esto es, de
tipo ideal, resulta posible exponer de forma unívoca lo que se piensa y puede
pensar bajo ese concepto teórico de valor» (1984: 169).
En definitiva, la Sociología aplica el método propio de las Ciencias
Sociales. La naturaleza del objeto de estudio determina las características del
método de estudio, y de las técnicas aplicables para la obtención de los datos.
1. Considerar los hechos sociales como cosas: «los fenómenos sociales son
cosas y deben ser tratados como cosas. Para demostrar esta proposición,
no es necesario filosofar sobre su naturaleza ni discutir las analogías
que presentan con los fenómenos de los reinos inferiores. Basta
comprobar que son el único datum ofrecido al sociólogo. En efecto, es
cosa todo lo que está dado, todo lo que se ofrece o, más bien, se impone
a la observación. Tratar a los fenómenos como cosas, es tratarlos en
calidad de data que constituyen el punto de partida de la ciencia. Los
fenómenos sociales presentan indiscutiblemente ese carácter. Lo que se
nos da no es la idea que los hombres se hacen del valor, porque ésta es
inaccesible; se trata de los valores que se intercambian realmente en el
curso de las relaciones económicas. No es tal o cual concepción del
ideal moral; es el conjunto de las reglas que determinan efectivamente
el comportamiento. No es la idea de lo útil o de la riqueza, son todos los
pormenores de la organización económica» (2001: 68). Por lo tanto, los
hechos sociales, para Durkheim son cosas independientes del
observador, con posibilidades de investigación empírica por medio de
indicadores externos al individuo, lo cual supone que:
Fuente: Durkheim, É. (2001). Las reglas del método sociológico. México. Fondo de Cultura
Económica: 113.
Los elementos que componen ese medio interno son de dos clases: las
personas y las cosas. Entre estas últimas los objetos materiales, el derecho,
los usos establecidos, la literatura, etc.
Ese dar cuenta de los hechos debe entenderse como explicar los hechos.
b) Entrevista en profundidad y
3.2.6. Conclusiones
Después del análisis de los datos, se deben abordar las conclusiones de
nuestra investigación. Así, habrá que volver a las hipótesis de la investigación
para determinar si nuestro trabajo de campo ha permitido contrastarlas y si se
confirman o rechazan. Es una parte importante del estudio, en la que por
inducción procuramos generalizar las relaciones entre las variables
estudiadas. Inducir significa obtener una teoría a partir de los datos de nuestro
trabajo de campo. Esas teorías se pueden convertir en regularidades o leyes,
que posiblemente son hipótesis de trabajo para investigaciones futuras.
La cuestión de las regularidades en los fenómenos sociales nos plantea uno
de los grandes problemas en la investigación social: el establecimiento de las
relaciones causales; es decir, el hecho de que un acontecimiento determinado
es producto o está condicionado por otro. Los acontecimientos no se
producen de forma aleatoria, sino que ocurren por algo, tienen una causa
inicial. Por lo tanto, el problema que debemos plantear es el hallazgo de
regularidades en los fenómenos sociales. La Sociología debe buscar la
estructura de relaciones causales entre las variables significativas que
componen y explican determinados fenómenos sociales.
Los actores limitan sus propios valores. Intentan realizar una ética del ser y
de aprender de la experiencia pasada, con concepciones más pragmáticas
sobre el Estado y las posibilidades de cambio en el sistema capitalista
dominante:
Muchos activistas contemporáneos aceptan la existencia del Estado formal democrático y la
economía de mercado. Por supuesto, sus luchas incluyen un proyecto para reorganizar las
relaciones entre economía, Estado y sociedad, y para rehacer los límites entre lo público y lo
privado (Cohen, 1988: 7).
Jean Cohen nos está planteando cómo los movimientos sociales tratan de
superar la cerrada dialéctica público-privado con una transformación hacia
«escenarios sociales», análisis que le aproxima a las concepciones teóricas de
Marc Nerfin y Tomás Rodríguez Villasante, y que nos sirven para realizar la
«triangulación» de la sociedad y las concepciones sobre el Tercer Sector.
Alain Touraine señala:
Hablar de la clase obrera o de la clase campesina o del pueblo y de la nación sigue siendo muy
superficial: los movimientos populares tienden a estallar constantemente. Su dualismo no es una
debilidad, la consecuencia de luchas de influencia entre moderados y radicales; es tanto más
fundamental cuanto el movimiento mismo es más profundo. Un movimiento […] cuanto más
dividido está, es más un movimiento profundo que lesiona las relaciones de clases y la dependencia
nacional mediante su acción (1988: 87).
Fuente: elaboración propia del autor. Modelo de cambio social sistémico inspirado en Therborn, G.
(1999). Europa hacia la modernidad. Barcelona. Taurus: 19.
2. El proceso de desinstitucionalización.
Cuadro 2. Diferencias entre los antiguos y los nuevos paradigmas de la Acción Colectiva
parte de las personas identifican la expresión cultura con determinados
conocimientos o aficiones por el arte, la literatura y la música, entre otros.
Así, se considera que una persona es culta si practica o tiene amplios
conocimientos de alguna de estas expresiones artísticas o intelectuales. Sin
embargo, el concepto de cultura en las ciencias sociales es singular.
Entre las diversas aportaciones al estudio de la cultura, hay que destacar
que la primera definición moderna de cultura la dio Edward Burnett Tylor
(1832-1917) en 1871:
La cultura o civilización, en sentido etimológico amplio, es aquel todo complejo que incluye el
conocimiento, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y cualquiera otros hábitos
y capacidades adquiridos por el hombre en cuanto miembro de la sociedad (1975: 29).
Por lo tanto, el hombre no puede ser definido únicamente por sus aptitudes
innatas, ni exclusivamente por sus modos de conducta efectivos, sino por el
vínculo entre ambas esferas. Esta centralidad en los significados no puede
formas simbólicas (1993: 203).
Tras estos diferentes análisis del concepto de cultura, destacaríamos que los
rasgos definidores de cultura son:
e) La cultura hace posible una mejor adaptación del ser humano al medio
físico, con la utilización de medios materiales e instrumentos muy
diversos que, unidos al componente físico originario, permiten elevar al
ser humano por encima de las posibilidades originarias fijadas por la
lógica natural.
Finalmente, respecto a los componentes y contenidos de la cultura, estos
pueden ser bastante amplios y variados, dependiendo de los diferentes tipos
de cultura, de su complejidad y desarrollo. Sin embargo, por encima de estas
variaciones posibles, los componentes de una cultura pueden ser divididos en
varios tipos de elementos diferentes. Por ejemplo, Ralph Linton se ha referido
a los elementos materiales de la cultura (los productos de artesanía, de la
industria), a los elementos cinéticos (las conductas manifiestas) y a los
elementos psíquicos; es decir, los conocimientos, las actitudes y los valores
de que participan los miembros de una sociedad, lo que constituye el aspecto
inmaterial de la cultura, en oposición a otros elementos que constituyen los
aspectos materiales y tangibles.
Los inventarios y clasificaciones que pueden hacerse sobre los elementos
de una cultura son muy numerosos. Así por ejemplo, Harry M. Johnson
(1879-1945) refiriéndose solo a los elementos no materiales de la cultura, en
una clasificación más amplia, hace mención a: los elementos cognitivos
(todos los conocimientos teóricos y prácticos sobre el mundo físico y social,
así como los sistemas y métodos de conocimiento), las creencias (todo el
cuerpo de convicciones que no puede ser objeto de verificación), los valores
y normas (los modelos de conducta pautados y los principios que los orientan
entre los que se modelos de conducta pautados y los principios que los
orientan, entre los que se comprenden no sólo los valores predominantes;
sino también los secundarios), los signos (que incluyen las señales y símbolos
que orientan las conductas y los que permiten la comunicación entre ellos y
principalmente lenguaje) y, finalmente, las formas de conducta no formal, no
normativas (todas las formas de comportamiento que no son obligatorias y
que generalmente se relacionan de manera inconsciente, como los ademanes,
los gestos y las posturas…).
Fuente: elaboración propia a partir del esquema de Therborn, G. (1999). Europa hacia el siglo XXI.
México. Siglo XXI: 39.
Por ejemplo, en las sociedades industriales europeas del siglo XX, la forma
movilizaciones, a cualquier otro anterior:
Observando los datos de las movilizaciones en el resto del estado en los últimos siete meses, sí
podríamos aventurar que entre 600.000 y 2.500.000 de personas se han movilizado en algún
momento con los indignados. Otros 5 millones habrían visto sus acampadas, asambleas o
manifestantes, llegando a participar en algún momento en sus actividades (Adell, 2011: 13).
Cada una de estas dimensiones está asociada con las demás. Entre todas,
generan unas sinergias que producen ese ritmo y modo de cambio histórico
que hemos conocido durante el siglo XX. Será una dinámica de urbanización,
estratificación, sobre todo en clases sociales; democratización, educación,
guerra, bienestar y globalización. Juntas, cambiarán las instituciones
tradicionales por otras nuevas.
Las nuevas instituciones podrán asumir tres ideas fuente según Giddens
(1990), básicas para organizar las relaciones sociales en la nueva sociedad:
1. Objetivación del Tiempo y el Espacio: El espacio y el tiempo son
dimensiones diferentes que se pueden estandarizar. Esto permite la organización
«racional» de la actividad.
2. Deslocalización de las Relaciones Sociales: Las relaciones sociales no están
atadas a los contextos locales de interacción, sino que pueden ser ordenadas en
indefinidos intervalos espacio-temporales. El dinero (especialmente de naturaleza
virtual) sirve para eso, pues permite el intercambio fiable entre las partes, aunque
éstas no se encuentren en un tiempo y lugar concreto.
Capítulo 9
Globalización y cambio social
Rosa M.ª Rodríguez Rodríguez
Tomás Alberich
Es un hecho fehaciente que el hombre vive en sociedad, pero ello lo alcanza tras
una preparación que posibilita su adaptación e identificación con el medio social
humano, y para ello debe adquirir habilidades y conocimientos que le permitan una
convivencia gratificante. Se trata de un proceso que abarcará toda su vida, pues la
adaptación y readaptación son permanentes, de ahí la complejidad del proceso. La
finalidad de este capítulo es ofrecer luz sobre este vital acontecer de la vida del
hombre.
6.1. EL PROCESO DE SOCIALIZACIÓN
Lectura recomendada:
Gráfico 1
Fuente: Pérez, C. (2005). Revoluciones tecnológicas y capital financiero: La dinámica de las burbujas
financieras y las épocas de bonanza. México. Siglo XXI.
Gráfico 2
Fuente: Pérez, C. (2005). Revoluciones tecnológicas y capital financiero: La dinámica de las burbujas
financieras y las épocas de bonanza. México. Siglo XXI.
Cada uno de estos períodos de instalación y despliegue tiene dos fases (ver
gráfico 2): en el primero, pueden distinguirse la fase de irrupción de una
nueva tecnología, haciendo obsoleta otras tecnologías y la declinación de las
viejas industrias; y la fase de frenesí, tiempo de fuertes inversiones en las
nuevas tecnologías y de burbujas financieras. Con posterioridad, con un
tiempo de reacomodo, que provoca la recomposición institucional, viene el
período de despliegue del nuevo paradigma tecnológico, con una primera fase
caracterizada por la sinergia, que es una época de crecimiento, e incremento
de la productividad y el empleo; y una segunda fase de madurez tecnológica
que produce la saturación de los mercados. Con posterioridad, se reiniciaría
el ciclo con la emergencia de una nueva oleada de cambio tecnológico (Pérez,
2005: 79).
Según Carlota Pérez, la quinta gran revolución surge en Estados Unidos y
se va difundiendo en Europa y Asia, desde 1971. Surgen nuevas tecnologías,
como la microelectrónica barata, las computadoras, el software, la
biotecnología y los nuevos materiales; y emergen nuevas infraestructuras,
como la comunicación digital (cable, fibra óptica, radio y satélite) e Internet
(Pérez, 2009: 15).
Fuente: UNESCO (2005). Informe Mundial de la UNESCO. Hacia las sociedades del conocimiento.
París. UNESCO: 32.
Fuente: Agencia Europea para el Desarrollo de la Educación del Alumnado con Necesidades
Educativas Especiales (2013). Tecnologías de la Información y la Comunicación para la Inclusión.
Avances y oportunidades en los países europeos: 31 y 32.
11.1 Introducción.
11.2. Teorías sociológicas sobre la pobreza.
11.3. La noción de exclusión social.
11.4. La perspectiva de la ciudadanía.
11.5. Formas de medición de la pobreza y la exclusión social.
11.6. Los procesos hacia la exclusión social.
11.7. La fisonomía de la exclusión social en España.
11.8. Las personas «sin hogar»: un caso extremo de exclusión
social.
11.9. Para terminar el capítulo: ejercicios, prácticas o lecturas.
11.10. Referencias bibliográficas.
¿De qué trata el capítulo?
Fuente: elaboración propia a partir de Sánchez Morales, M.R. y Tezanos Vázquez, S (1999). La
población «sin techo» en España. Un caso extremo de exclusión social. Madrid. Sistema: 38.
Gráfico 3. Riesgo de pobreza o exclusión social por relación con la actividad (personas de 16 y más
años) (%)
Gráfico 4. Tasa de riesgo de pobreza y exclusión social por sexo (2010-2016) (%)
Gráfico 6. Tasa de riesgo de pobreza o exclusión social por nivel de formación alcanzado (personas de
16 y más años) (2010-2016) (%)
Gráfico 7. Tasa de riesgo de pobreza o exclusión social por nacionalidad años (2010-2016) (%)
7. El 51% de las personas «sin hogar» han sido víctimas de algún delito o
agresión (insultos, amenazas, robos, agresiones, agresiones sexuales,
timos…). En particular, el 65,4% declaran haber sido objeto de insultos
o amenazas, y el 61,8% de robos.
Respecto al futuro del sinhogarismo se prevé una tendencia de
acentuación, debido a que la exclusión social se ha convertido en un
fenómeno permanente, que se agudiza en momentos de crisis económica
como los actuales, en los que se ha producido un ensanchamiento de la franja
de vulnerabilidad social, que ha dado lugar a la aparición de nuevos perfiles
sociológicos de excluidos, si bien hay una tipología muy concreta de
personas «sin hogar» que se va manteniendo, aún en los momentos más
favorables económicamente. Hay unanimidad en que habrá más personas
«sin hogar», habida cuenta de la evolución que previsiblemente adoptarán los
factores que hay detrás de sus dinámicas de vida, siendo piezas claves, en
este contexto, la orientación que adopten las políticas en materia social,
laboral, educativa, de vivienda y sobre la discapacidad. Asimismo, debe
valorarse el papel que jugará el tipo de familias que se forjen en los próximos
años. Es necesario poner sobre la mesa la realidad en la que viven instalados
los inmigrantes y sus familias y los servicios que se les preste a las personas
con trastornos mentales graves. Otro factor que está afectando negativamente
a esta realidad son los recortes en materia social.
Nos hallamos, pues, ante un hecho social que traspasa las fronteras
nacionales y que requiere articular medidas de alcance internacional que
vayan a las raíces del problema. En España, tal y como hemos visto, al perfil
tradicional del «sin hogar» se están uniendo nuevos sectores sociales, como
consecuencia de la extensión de los factores de vulnerabilidad y del sesgo
restrictivo de las políticas de integración y protección social.
Fuente: Gallegos, S.A (1899). «El vagabundo. Atorrantes, mendigos, rufianes y ladrones».
Criminología Moderna, 3, https://bibliotecadigital.csjn.gov.ar/revistas/c_2_3.pdf.
Ejercicio práctico.
8.2.2. Los nuevos movimientos sociales. Mayo del 68, pacifismo, ecologismo, feminismo
El enfoque que más ha desarrollado el concepto «nuevos movimientos
sociales» tiene su origen en Europa, y considera los cambios que se
produjeron en la estructura y funcionamiento de los movimientos sociales en
los países avanzados respecto de los movimientos clásicos de trabajadores
que surgieron a partir de la Revolución Industrial, como el movimiento
obrero.
Las características en los movimientos contemporáneos se plantean en
función de las diferencias con las anteriores formas de acción colectiva
(Laraña, 2001: 6-10):