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PATRONES Y PROCESOS
DELICTIVOS
La naturaleza y características del delito
en la sociedad contemporánea
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un
sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este
electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y
por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de
delito contra la propiedad intelectual (are 270 y siguientes del Código Penal).
Diríjase a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o
escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con Cedro a través de la web www.
conlicencia.com o por teléfono en el 91 7021970/932720407.
Este libro ha sido sometido a evaluación por parte de nuestro Consejo Editorial.
Para mayor información, véase www.dykinson.com/quienessomos
ISBN: 978-84-1324-047-3
Depósito legal: M-6018-2019
Preimpresioii e Impresión:
SAFEKA T, S.L.
Laguna del Marquesado, 32 - Naves j, K, y L - 28021 Madrid
urunusnjeiuü. ann
Prof. Dr. iur, Dr. se. soco Dr. h. c. Alfonso Serrano Maíllo
Profesor Titular de DerechoPenal y Criminologia, UNED
PATRONES Y PROCESOS
DELICTIVOS
La naturaleza y características del delito
en la sociedad contemporánea
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un
sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea este
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ISBN:
Depósito legal: M-
Preimpresum e Impresión:
SAFEKAT, s.t:
LagU1U1 del Marquesado, 32 - Navesj, K, Y L - 2802/ Madrul.
www.s(ifekat.c011l
A la memoria de Chester Britt.
Cuando imaginamos la felicidad evocamos «Una vida sin ries-
gos, sin lucha, sin búsqueda de la superación y sin muerte. Y
por lo tanto sin carencias y sin deseo [...] Metas afortunada-
mente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes»;
existe «el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las recon-
ciliaciones totales, de las soluciones definitivas», «En vez de de-
sear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar
arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, desea-
mos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de
abundancia pasivamente recibida»; «la dificultad de nuestra
liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las
cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angus-
tia de la razón»; «En lugar de desear una filosofía llena de in-
cógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina
global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que
nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí
han existido»,
Zuleta, Elogio de la dificultad, 9-10 y 15.
ÍNDICE
CAPÍTULO 1
Introducción
l. PATRONES YPROCESOS DELICTIVOS 22
2. PATRONES ESTRUCTURALES: UN ENFOQUE DURKHEIMIA-
NO.....................................................................................................................................
26
3. PATRONES CULTURALES 32
3.1. Cultura: un enfoque durkheimiano 32
3.2. La cultura en la Criminología contemporánea: valores y sub-
culturas 33
3.3. El sesgo anticultural de las ciencias sociales contemporáneas.. 34
4. PROCESOS DELICTIVOS 35
5. ASPECTOS METODOLÓGICOS: LA MEDICIÓN DEL DELITO 36
5.1. Estadísticas oficiales 36
5.2. Encuestas de victimación 41
5.3. Estudios de autoinforme 43
5.4. Conclusión 44
6. ASPECTOS METODOLÓGICOS: ESTUDIOS INDIVIDUALES Y
REDUCCIÓN DE LA INFORMACIÓN 44
6.1. Estudios individuales .. 44
6.2. Metaanálisis 49
7. CONCLUSIONES 52
CAPÍTULO 2
Patrones estructurales
1. PATRONES INTERNACIONALES DE CRIMINALIDAD 58
1.1. las tasas de homicidios y su evolución 58
1.2. ¿Un descenso global en las tasas de criminalidad? 62
2. URBANIZACIÓN 67
3. DESIGUALDAD 69
4. ECONOMÍAYDELINCUENCIA 72
4.1. Tasasde desempleo y tasas de criminalidad 72
4.2. Ciclos económicos y tasas de criminalidad 81
4.3. Privación relativa 83
5. VALORACIÓN 86
C,APÍTULO3
Patrones culturales
1. CULTURAYDELITO 92
1.1. La cultura entendida como valores y normas compartidos 92
1.2. Valores culturales y delito: la cultura de la pobreza 94
1.3. Preocupaciones centrales y delincuenciajuvenil.............................97
2. SUBCULTURAS 100
2.1. La subcultura de la violencia 100
2.2. La subcultura de la pobreza de personas de color 107
2.3. La subcultura de los skinheads neonazis norteamericanos (SNN) 109
2.4. Terrorismo yihadista interno y subcultura 112
2.5. «El código de la calle» 113
2.6. La subcultura de la violencia del Sur de Estados Unidos 123
3. CONFLICTOSNORMATIVOS 126
3.1. Conflictos normativos y su origen 126
3.2. Conflicto cultural y delincuencia 130
3.3. Sociedades pluralistas y conflicto normativo 131
3.4. Exposición parcial a una cultura 132
3.5. Conflicto normativo y creación de normas penales sesgadas 132
3.6. La tesis del conflicto entre el honor y el sueño americano 133
4. TEORÍA CULTURAL 136
4.1. Introducción 136
4.2. Tipos de grupos criminales según las dimensiones de cuadrí-
cula y de grupo 137
5. VALORACIÓN 139
5.1. La crítica de Kornhauser a los modelos culturales 139
5.2. Otras consideraciones teóricas 141
5.3. Subculturas y delitos culturalmente motivados 143
5.4. Conclusión: un malentendido 145
ÍNDICE 13
CAPÍTULO 4
Procesos biográficos
l. SEXOYDELITO 148
1.1. Tendencias diferenciales al delito entre mujeres y hombres.. 148
1.2. Factores de riesgo y delincuencia en mujeres y hombres 156
2. EDAD 160
2.1. La curva de la edad 160
2.2. Continuidad delictiva 164
3. CARACTERÍSTICAS FÍSICAS Y MENTALES 166
3.1. Personalidad 166
3.2. Inteligencia 168
3.3. Otras 171
4. INMIGRACIÓN 173
CAPÍTULO 5
Procesos de crianza y socialización
1. FAMILIA 180
1.1. Familia y criminalidad 180
1.2. Procesos de transmisión intergeneracional.........................................
183
1.3. Hermanos y delincuencia 192
1.4. Hogares rotos y delincuencia 194
1.5. Castigo físico y abuso en la crianza 197
2. MENTO RES: APRENDIZAJE y OPORTUNIDAD 199
3. MATRIMONIO, VIDA EN PAREJAYDESCENDENCIA 203
3.1. Matrimonio y criminalidad 203
3.2. Vida en pareja 210
3.3. Descendencia 211
CAPÍTULO 6
Procesos grupales
1. CODELINCUENCIA.......................................................................................................
214
2. REDES Y DELITO 226
3. DELINCUENCIA ORGANIZADA 230
3.1. La idea tradicional de delincuencia organizada 230
3.2. El modelo del mercado 232
3.3. ¿Bandas organizadas? 240
BIBLIOGRAFÍA 243
, Si bien Criminología tiene un tono más científico que el de una disciplina como la Antropo.
logía -que a menudo insiste en rechazar el paradigma científico-natural- y se aloja un poco el
estigma de los italianos.
4 Mars, 2013: 17.
5 Auty et al., 2015: 27-29; Auty et al., 20] 7: 227-228; Farrington et al., 2017:14;losmismos,
2018: 127-132;Lynarn et al., 1993: 187-194.
16 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
, Si bien Criminología tiene un tono más científico que el de una disciplina Como la Antropo-
logía -que a menudo insiste en rechazar el paradigma cientjfico-natural_ y se aloja un poco el
estigma de los italianos.
• Mars, 2013: 17.
5 Auty et al., 2015: 27-29; Auty et al., 2017: 227-228; FarringlOIlel al., 2017: 14; los mismos,
2018: 127-132; Lynam et al., 1993: 187-194.
PRESENTACIÓN 17
'4 Puede leerse su obituario en Revista de Derecho UNED, núm. 22,2018, pp. 485489,dispo-
nible en la web <http://revistas.uned.es/index.php/RDUNED/article/view/22272/18202>.
CAPÍTULO 1
Introducción
4. PROCESOS DELICTIVOS
5. ASPECTOS METO DO LÓGICOS: LA MEDICIÓN DEL DELITO
5.1. Estadísticas oficiales
5.2. Encuestas de victimación
5.3. Estudios de autoinforme
5.4. Conclusión
6. ASPECTOS METODOLÓGICOS: ESTUDIOS INDIVIDUALES Y REDUC-
CIÓN DE LA INFORMACIÓN
6.1. Estudios longitudinales
6.2. Metaanálisis
7. CONCLUSIONES
Gráfico 1.1.
Relación entre patrones y procesos
Patrones
~~
~ Interacciones/Ritos]
[Procesos
" Serrano Maíllo, 2009a: 206-211. En el estricto ámbito criminológico no exiSlen teorías
multinivel plausibles, pese a que se reclama su oportunidad, Rosenfeld e t al., 2013: 13-14. Sobre
si son posibles, escéptico, Serrano Maillo, 2009a: 211. Volveremos sobre esta cuestiée al final de
este capítulo.
12 Mayhew, 1980: 339; Turner, 1988: 365-369.
13 Durkheim, [1895]: 24-25.
" Durkheim, [1897]: 340.
IN'r'RODUCCIÓN
25
--- 15
16
Bushway y Reuter 2002: 191.
'
:r . Desde un punto de vista analítico, en puridad lo que aquí estudiamos como procesos son
p eVlosa las relaciones o interacciones y, por lo tanto, también a los patrones, que a su vez influ-
ye!)
a tl.sobre ,os
I prirneros,
' S'm embargo, el orden expositivo
irívo que
nue sigue
sicue este
este lib
I ro conce de.si
e, slgUlend o
Lu khelm, la primacía a los ritos,
Hubiera sido posible organizar el conocimiento de acuerdo con otro esquema. Por ejemplo,
~p~~ ..
so' la pensar en la dicotomía división y estratificación social por un lado; y estructura e institucumes
Clalespor otro (1),,, y el resultado no hubiera sido muy diferente.
(1) Braham yJanes, 2002: ix-xv:, Payne , 2013'. 3-15', Rosenfeld et al" 2013: 15.
1;
Connell, 2009: 5-6.
18 Connell, 2009: 10.
26 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
.j, D
. urkheim, [1893]: 205. Frente a los críticos cabe decir que aquí se incluyen elementos de
tipOeconómico (J), si bien Durkheim no abunda en ellas porque esjustamente el paradigma
~on.trael que está reaccionando, de modo que da por hecho su existencia. Sobre el concepto de
IllStltuciónen Durkheim, vid. [1895]: 30.
(1) Lukes, 1973: 139.
'1<1 Bernstein, 1975: 67-73.
3. PATRONES CULTURALES
69 A1exander, 1992: 295; Jenks, 2005a: 60; Parsons, 1977: 168. Sobre la evolución de esta
tradición, particularmente en Anu·opología, vid.Jenks, 2005a: 34-38 y 40-42.
70 Geertz, 1973: 89 y 144. Críticamente con el enfoque aquí patrocinado, Swidler, 2001: 19-23.
71 Rawls, 2004: 39-40, 143-146, 166, 168, 180,224 Y273-275.
72 Swidler, 1986: 273 y 276-282; la misma, 2001: 24-40.
73 Jenks, 2005a: 61.
71 Douglas, [1966]: 40 y 129.
75 Durkheim y Mauss, [1903]: 2-5.
76 Rawls, 2004: 1-3 y 39.
INTRODUCCIÓN 33
cial'". En este sentido, una sub cultura no tiene que ser algo necesariamente
inferior a una cultura más amplia puesto que grupos artísticos avanzados han
sido definidos como subculturas'". Las subculturas tampoco se confunden
con las bandas, si bien existen teorías criminológicas que así lo han hecho'".
Downes?" distingue dos tipos de subculturas: las que se forman fuera de una
cultura dominante, como en el caso de grupos inmigrantes que llegan a un
nuevo país; y las que se forman dentro de una cultura dominante ya sea como
una respuesta positiva -grupos de adolescentes, miembros de una profe-
sión ... - o negativa -subculturas criminales, grupos políticos o religiosos radi-
cales o extremistas ... Por el contrario, una contracultura tiene valores distintos
de los dominantes, que al mismo tiempo están en conflicto con estos segun-
dos. Que existan subculturas no implica, como veremos, que existan subcul-
turas delictivas ni que los valores sean una causa de la criminalidad.
4, PROCESOS DELICTIVOS
a) Estadísticaspoliciales;
b) Datos de la FiscalíaGeneral del Estado;
c) Estadísticasjudiciales;
d) Datos de los Tribunales de Menores;
e) Datos de prisiones103.
a) Sellin COnsiderócon acierto que un dato será tanto más preferible cuanto me-
nos ha~Q penetrado en el sistema y el procesode Administración dejusticia. Ello
es debIdo a que, desde que tiene lugar, la cuantificación de un delito va
dando diversos pasos: verbigracia, primero la víctima lo detecta, decide
?~n.unciarlo, se presenta en la comisaría, la policía lo registra, la policía
InICIauna investigación,la policíadetiene a un sospechoso,se decide que
pas~a disposición judicial, etc. El proceso puede ser muy largo. La clave,
s?gun Sellin, es que cada uno de estos pasosimplica una decisión (denun-
~Iar,re?istrar, investigar...) de continuar con la investigaciónde dicho de-
lito o bIen sacarlo del sistema.Puesto que el resultado de estas decisiones
no es aleatorio, los datos que van superando las distintasetapas -y siguen
fo~mando parte de sucesivasestadísticas oficiales- se encuentran cada vez
~as sesgados y, de este modo, se contaminan cada vez y no ofrecen una
Ima~en fidedigna de la realidad, sino una clara y cada vezmás sesgada.Es
decir,q~e la regla metodológica es que los datos sobre delitos conocidos
por la.Policía son los preferibles -y los datos sobre internos los menos
prefenbles porque tenderán a estar muysesgados!".
b) En.seg~ndo lugar, los tipos más graves son los preferiblespara la medición del
delz.to.L;as razones son semejantes a las anteriores. Aunque no es la única
v~nabl~ que tiene influencia para que un delito vayasuperando los dis-
~nto P~sos y decisiones por los que pasa -eso es, que un delito sea iden-
tificado como tal, que se informe a la policía, que ésta decida registrarlo
103 S
101 errCL.::::noGómez, 1986: 21-47.
Mosh_ er et al., 2002: 91-98.
105 Selli•.••. , 1931: 346; el mismo, 1953: 165-166; Sellin yWolfgang, 1964: 31 y 165-]87 sobre
todo.
38 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
106 Coleman y Moynihan, 1996: 85; O'Brien, 1985: 25, 31-32 Y37.
107 Sobre las causas de la no denuncia por parte de la víctima, vid. Serrano Gómez, 1986:
57-59.
108 Coleman y Moynihan, 1996: 3-6,8-12,15,20-21,70 Y82-83; Mosher et al., 2002: 26, 38-42
y 84-86.
109 Serrano Gómez, 1986: 21, 47 Y52-71.
110 O'Brien, 1985: 35.
111 MacDonald, 2001: 128-130 y 137-143, así como 132-137 sobre la metodología seguida.
INTRODUCCIÓN 39
mación y sus correlatos; para estudiar cómo ocurren los delitos personales
-su fenomenología-; y el costo del delito; para desvelar las necesidades de
las víctimas; e incluso para el test de teorías. Además de ser una fuente al-
ternativa y, más aún, complementaria para la medición del delito, tienen la
ventaja de ofrecer datos que no aparecen en las estadísticas oficiales. Este es
el caso, verbigracia, de características de las víctimas o ciertas actitudes, sen-
saciones o estimaciones, como el miedo al delito 124.
También lamentablemente, y como ya hemos indicado, no existen en
España estudios de victimación comparables a los que se vienen realizando
en países anglosajones y del norte de Europa+". Del mismo modo España
no ha participado más que en algunas ediciones de la Encuesta Internacio-
nal de Victimación 126.
Como ya sabemos, todos los métodos de medición del delito en concre-
to sufren de importantes problemas, y las encuestas de victimación no son
una excepción. Comparten ciertos serios problemas generales con los mé-
todos de las encuestas y entrevistas, incluidos los estudios de autoinforme,
amén de otros específicos, también serios en su conjunto.
127 Coleman y Moynihan, 1996: 74-82; Mosher e t al., 2002: 13 y 158-167; O'Brien, 1985: 39 y
48-56.
128 Sobre la historia de los estudios de autoinforme, vid. Coleman y Moynihan, 1996: 12-13
y 48-59; Mosher et al., 2002: 42-53.
129 Coleman y Moynihan, 1996: 63-64.
130 Mosher et aJ., 2002: 109-119.
44 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
5.4. Conclusión
Aunque sólo hemos vistode pasada los formidables problemas que afron-
tan los distintos métodos, la medición de delito resulta de una complejidad
colosal: es muy difícil de medir y toda cautela en las interpretaciones es
poca!". Ni que decir tiene que conocer, verbigracia, el número totalde deli-
tos que se producen un país o comunidad es una quimera. Ello noquiere
decir, sin embargo, que no existan en la actualidad ciertos métodosque han
ofrecido ya importantes frutos y que resultan muy prometedores parael futu-
ro. Estos métodos, a mayor abundamiento, son mejorados constantemente.
La pluralidad de métodos debe ser celebrada. La Criminologíay de las
ciencias humanas y sociales en general deben recurrir a tantas fuentesde infor-
mación y enfoques metodológ;icos como sea posible. No pueden permitirseel lujo
~e despreciar ninguna de ellas, incluso aunque algunas sean sin dudasupe-
flores a otras. Por este motivo, estadísticas oficiales-de distintos tipos-,en-
cuestas de victimación, estudios de autoinforme y otros métodosimagina-
bles se han revelado en buena medida compatibles y complementmiosy deben
compaginarse entre sí para la medición del delito y otros fines'", Las su-
puestas discrepancias suelen deberse mucho más a problemas concretos
que a dificultades epistemológicas insalvables 134. Esto no quieredecirque
los hallazgos vayan a ser idénticos, pero si estudian una realidadsubyacen-
te 135 tenderán a ser compatibles y complementarios. La regla eS,entonces,
el recurso a tantas fuentes y metodologías como sea posible, entendiendo
que todas las metodologías tienen sus ventajas e inco nvenientes'"
'" Sobre los problemas que afron tan los estudios de esta naturaleza, vid. O'Brien, 1985:70-
79; Piquero et al., 2002: 494-496 y 521-523.
132 Mosher et al., 2002: 2, 5 Y 21-22.
133 Blumstein yWallman, 2000: 3; Conldin, 2003: 7-11;O'Brien, 1985: 14.
134 Blumstein et al., 1991: 254-257; los mismos, 1992:123;O'Brien el al., 1~195Y398-400.
Menos optimistas, sobre todo en lo referente a la medición de la evolución dddtlilo, Menard,
1992: 106-111.
135 Popper, 1963: 63, 116-117 Y 213.
136 Braithwaite, 1979: 22.
INTRODUCCIÓN 45
1... Jolliffe et al., 2019: 3 sobre los datos y 5 Y7 para los resultados (referencias del documen-
to en prensa).
145 Farrington y Malvaso, 2019: 210-213; Farrington et al., 2009: 112-113; Theobald y Farrin-
gton, 2009: 499-500.
146 Hawkins et al., 2000: 5-6; Herrenkohl et aJ., 2000: 178-179.
48 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
6.2. Metaanálisis
159 Farrington et al., 2017: 11-12; los mismos, 2018: 123-124.Muchos autores españoles pre-
fieren mantener el término inglés odds miro. No lo apunto porque ello sea injustificado ya que yo
no discuto por los nombres, sino porque es buen ejemplo de cómo la estadística que ha llegado
hasta nosotros, cuyo origen en anglosajón, nos resulta tan poco intuitiva.
160 Murray et al., 2018: 273.
161 Así, por ejemplo, Besemer et al., 2017: 166; Murray y Farrington, 2008: 141; Murray I
al., 2010: 1201.
162 En el texto y siguiendo una convención, utilizaré prefijos como wo adj para referirme
estas versiones ponderadas o ajustadas por el tamaño de la muestra, la independencia, etc.
163 Así, por ejemplo, Murray et al., 2018: 273; Pratt y Cullen, 2005: 389.
164 Mi recomendación suele ser fijarse en los signos de los estadísticos,ya sean coeficientes (
tamaños de los efectos, y su nivel de significación estadística, aunque sin dogmatismos. Por ejeru
plo, fuera del modelo lineal en análisis de regresión, la interpretación de estadísticos es una tan'
compleja.
165 Pratt y Cullen, 2005: 386-387; Wolf, 1986: 39-40.
INTRODUCCIÓN 51
7. CONCLUSIONES
171 Glass et al., 1981: 197-199. Vid. también Lipsey y Wilson, 2001: 161-167.
172 Hawkins et al., 2000: 1-2.
'" Hawkins et al., 2000: 6.
17<1 Así, Bushway et al., 2013: 48.
175 Box, 1987: 68 y 75; Rosenfeld et al., 2013: 6.
176 Crutchfield y Wadsworth, 2013: 152. Vid., con detalles y en conexión con uno de los te
mas básicos de este epígrafe,]encks y Mayer, 1990: 112-113, 118-121, 125, 130, 137, 154-162, 167 ~
173-181.
INTRODUCCIÓN 53
es una replicación del otro. Existen pruebas de que más de la mitad de los
estudiosen Psicologíano son confirmados cuando se repiten, en concreto
sólo el 39 por ciento de cien estudios prominentes lo fue en una reciente
investigación184.
Muchos estudios se limitan a reportar efectos bivariados, de modo que
puede esperarse que desaparezcan cuando se controlen otras variablesl'".
Aunque por supuesto no puede esperarse que variables que aparecen rela-
tivamentepronto en la vida de las personas conserven un impacto en com-
portamientos que tienen lugar muchos años más tarde -cuya relación será
mediada en el caso típico-, las variablesque deben controlarse son contem-
poráneas. Por ejemplo, en el estudio longitudinal de cohorte británico se
encontró que un bajo cociente intelectual a la edad de 5 años predecía de
modo robusto problemas de conducta a la edad de 10 años y condenas cri-
minales entre los lb y los 34 años (razón de lasventajaszLfi) 186. Sin embar-
go, cuando se recurre a modelos multivariantes con control de otros facto-
res de riesgo, este carácter predictivo desaparece 187.
Finalmente,un problema muyserio que afrontan lashipótesis sobre efec-
tos macro-a-micro-que aquí asumimos, sin embargo, en nuestro enfoque
durkheimiano-, en particular en el marco de modelos estructurales, es el de
la selección.Por ejemplo, se puede hipotetizar que determinadas característi-
cas de los barrios ejercen una influencia sobre el comportamiento de sus
habitantes -causación social.Aunque esto es plausible,cabe preguntarse si no
podría ser más bien que los individuosno pueblan un barrio u otros de modo
aleatorio-o sea que se han seleccionado-, de modo que podrían ser sus par-
ticularidadesy conductas las que, agregadas,arrojarían determinadas carac-
terísticasde los barrios -seleccum causal-, lo cual también puede asumirse.
Puesto que es el que más habitualmente se plantea en Criminología,
puede decirse que es un problema de dificil solución desde un punto de
vista empírico dadas las limitaciones habitualmente existentes en ciencia:
humanas y sociales188. Así,Rosenfeld y sus colegasconceden que, aunque s
han empleado diversos enfoques metodológicos para tratar esta cuestión
-diseños transversalescon controles, quizá multinivel;diseños longitudina-
les que siguen a individuoso comunidades a lo largo del tiempo; y modelos
relativamente sofisticadosde nivelación del grado de propensión-, nunca
es posible eliminar completamente un sesgo de selección 189.
Por lo tanto, una cuestión básicaes ¿qué es más importante, la causación
social o la selección causal?La causaciónsocialve en la conducta individual
1. PATRONESINTERNACIONALESDE CRIMINALIDAD
Tabla 2.1.
Tasas de homicidios por 100.000 habitantes para seis regiones (2000-2015)
Gráfico 2.1.
Tasas de homicidios por 100.000 habitantes para seis regiones (2000-2015)
25
20
15
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o
2000 2005 2010 2015
aumentos de entre el 219,70 Yel 70,93 por ciento entre 2000 y 2016. De
183 países, se observa un descenso entre ambas fechas en 146 de ellos
(79,78 por ciento) y un aumento en 36 de ellos (19,67 por ciento) 9. En
términos generales, en efecto, también ahora se nota una reducción gene-
ral (media de todos los países=descenso del 19,29 por ciento; desviación
típica=30,01; N=183).
Como acaba de decirse, algunos autores han sugerido que este descenso
no se habría limitado a Estados Unidos sino que sería prácticamente global.
Por ejemplo, Eisner describe dos fasesrecientes en la evoluciónde la violen-
cia grave, una ascendente entre la década de los 50 y la de los 90 del siglo
pasado y otra descendente desde entonces". Farrell y sus colegas defien-
den un descenso global de la criminalidad y escriben que «la extensión de
la evidencia que sustenta esta hipótesis [... ] es bastante abrumadora: la
probabilidad de que tantas fuentes diferentes y de diversoslugares apunten
en la misma dirección por casualidad es infinitesimalmente baja» 16. Van
Dijk y Tseloni se apuntan a esta idea para los países occidentales con datos
tanto de encuesta como oficiales,si bien alegan que en estos últimos la cla-
ridad es menor por mejoras en registro de denuncias 17.
Un estudio especialmente interesante a nuestros intereses es el de Alva-
zzi del Frate y Mugelliniya que sostiene un descenso global en los homicidios
utilizando datos de 100 países procedentes de Naciones Unidas. Estasinves-
tigadoras sostienen que la mayoría de países en los cuartiles segundo, terce-
ro y cuarto han experimentado un descenso en las tasasde homicidiosy que
lo mismo ha tenido lugar en el primer cuartil -el más afectado por las tasas
de homicidios- en el periodo 2009-2010.Por ejemplo, para América obser-
van un aumento de las tasas entre 1995-2010y 2004-2010,con fuertes cam-
bios en las tasas por 100.000 habitantes de, respectivamente, 4,2 y 4,6 pun-
tos; seguido de un descenso del 0,118• Las mismas autoras muestran datos
de Panamá y Venezuela en los que se contempla un aumento constante
prácticamente entre 1995y 2009 seguido de un descenso entre 2009y 2010
-esto es, un solo año-, lo cual les lleva a concluir que «Venezuela [... ] y
Panamá no experimentaron un descenso en la criminalidad hasta 2009»19.
Según los datos de la OMS aquí empleados, estas dos naciones sufrieron un
aumento de las tasasde homicidios entre 2000 y 2016 del 34,43 Ydel 83,04
por ciento respectivamente. Estos datos no arrojan pruebas, pues, de nin-
gún descenso, aunque naturalmente puede haber años concretos para los
que la tendencia se frena o incluso se revierte de modo temporal. Una con-
clusión sobre una tendencia a partir de una variación de un año para otro
es prematura.
Como repetiré, estos análisis tienen un carácter empírico mucho más
que teórico, lo cual es lógico si se considera lo audaz de hipotetizar -no di-
gamos ya tratar de explicar, en su caso- tendencias globales en un fenóme-
no tan complejo como el delito.
Como vimos más arriba, los datos mostrados señalan un descenso am-
plio de las tasas de homicidios a lo largo del mundo, pero con notables ex-
cepciones que no pueden ignorarse: un 20 por ciento de países han sufrido
un aumento de dichas tasas entre 2000 y 2016; Ytodo un continente, el
americano, muestra también una tendencia ascendente. Con datos más
completos que los míos, aunque para menos países, de autoridades sanita-
rias y del Sistema de Administración de Justicia, Lappi-Seppálá y Lehti sos-
tienen que el cambio entre 1990/1992 y 2008/2011 ha sido a mejor en
Europa, Asiay Oceanía, pero a peor en América; así como que a nivel indi-
vidual 25 países han visto aumentadas sus tasas de homicidios en dicho pe-
ríodo en comparación con 50 en el que la situación mejoró. Además, calcu-
lan que el incremento para América fue del 79 por ciento, un dato muy por
encima del rango entre el 26 y el 37 por ciento de los descensos de los otros
• • 20
tres contmentes que menCIOnan .
Los mismos autores ofrecen una revisión más detallada agrupando países
que a sujuicio comparten elementos culturales, revisión que arroja un eleva-
do grado de heterogeneidad: Dinamarca y los países escandinavos han visto
cómo sus tasasde homicidios se rebajan desde 1990o poco después; lo mismo
que muchos de los restantes países occidentales europeos, cuyo descenso se
iniciaba algo más tarde, a mediados o en algún caso finales de los años noven-
ta del siglo pasado; mientras que en Inglaterra, Irlanda y Escociael descenso
comenzó después de 2000;finalmente, los paísesdel Sureste de Europa mues-
tran reducciones en momentos que no coinciden 21 pero que se ubican entre
1990 y 200022• No es muy distinto lo que encuentran Lappi-Seppálá y Lehti
para los países del Este de Europa, si bien aquí las tasas de homicidios son
superiores en la mayoría de los casos a los de la parte occidental". América,
Estados Unidos y Canadá se ajustan al patrón de rebaja desde 1990 o poco
después": y también existen países latinoamericanos con este patrón. Sin
embargo, ahí terminan las semejanzas en términos generales: varios países
sudamericanos se apartan del mismo y la mayoría de los de América Central
y del Caribe muestran tendencias crecientes en los últimos lustres". También
hay una cierta divergencia en países asiáticoscomo Hong Kong,Japón y Sin-
gapur debido a que sus tasas llevan reduciéndose décadas".
A la misma conclusión negativa sobre una rebaja global del delito llegan
Baumer y Wolfftras analizar las tendencias del homicidio en diversas nacio-
20 Lappi-Seppálá y Lehti, 2014: 138-141 sobre los datos y 143-144 para los resultados.
21 Baumer y Wolff, 2014: 256, conceden mucha importancia a que los periodos en que co-
mienza el descenso, como en muchos casos europeos, no coincide, algo que considero exagerado
para la hipótesis de interés.
22 Lappi-Seppálá y Lehti, 2014: 147-151 y 161.
23 Lappi-Seppálá y Lehti, 2014: 151-153 y 161-162.
2·' Lappi-SeppaJa y Lehti, 2014: 153 y 162.
2, Lappi-Seppálá y Lehti, 2014: 155-157 y 162.
26 Lappi-Seppálá y Lehti, 2014: 157 y 159. Estos autores carecen de datos como para encon-
trar tendencias claras en África, 159 y 161.
PATRONES ESTRUCTURALES 65
27 Baumer y Wolff, 2014: 234, de donde procede la cita, así como 256 y 258-259; sobre los
datos vid. 246-252.
28 Escépticos, por ejemplo, Baumer y Wolff, 2014: 236.
29 Farrell et al., 2014: 432-433 y 436; Kangaspunta y Marshall, 2012: 126.
30 Aebi y Linde, 2012: 70.
31 Aebi y Linde, 2012: 42, 47 Y68-69, así como 39-42 sobre la metodología seguida.
32 Aebi y Linde, 2012: 60.
3' Aebi y Linde, 2012: 70.
M Mayoritariamente, la literatura excluye que se trate de un efecto del aumento de las tasas
de encarcelamiento, así por ejemplo van Dijk y Tseloni, 2012: 32.
35 Aebi y Linde, 2012: 67; van Dijk y Tseloni, 2012: 32; Farrell et al., 2014: 455-456, 458-474
Y481, estos últimos autores no excluyen el homicidio de sus planteamientos, si bien afirman que
no hay estudios suficientes, 474.
36 Farrell et al., 2014: 436; cercanos, van Dijk y Tseloni, 2012: 33.
66 ALFONSO SERRANO MAiLLO
2. URBANIZACIÓN
40 BoniUa Mejía, 2009: 23. Las teorías de la oportunidad precisamente se ubican en la tradi-
ción del delincuente racional. Aunque no es evidente que el narcotráfico haya dejado de tener
una fuerte presencia en el país, todo apunta a que ya no existen grandes cárteles, sino organiza-
ciones mucho más pequeñas y limitadas en sus operaciones.
41 ElIis et al., 2009: 52-59; Villazala Fernández y Serrano Maíllo, 2018: 9~98; Weisheit y Don-
nermeyer, 2000: 311-314.
42 Baumer y Wolff, 2014: 268, 271-272 y 277-278.
43 Entorfy Spengler, 2002: 174-175, así como 124-126 y 140-142 Y 145-148 sobre los datos
empleados y la estrategia analítica. Los autores utilizan una estrategia de regresión por pasos que
es rechazable, 126.
44 Pratt y Cullen, 2005: 398-401, sobre la metodología de este trabajo, 388-389.
45 McCall et al., 2010: 232-233.
46 Lappi-Seppálá y Lehti, 2014: 165.
68 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
3. DESIGUALDAD
4. ECONOMÍA Y DEliNCUENCIA
72 Para una descripción de las distintas comunidades, Nielsen y Martinez, 2006: 219-221.
73 Nielsen y Martinez, 2006: 225 y 227.
7-1 Nielsen y Martinez, 2006: 213-214 y 228. Esta idea también subyace al planteamiento y a
los hallazgos de Zhou y Bankston, 1998: 196-202 y 224-227 sobre todo.
75 Con más detalle para la metodología, Martinez, 2002: 8-10, 67-74, 77 Y115.
76 Martinez, 2002: 3 (énfasis eliminado).
77 Martinez, 2002: 4-5, 12, 31,39,45,48,50-52,79,84,93,96-103,108-114, 116-126 Y132-139.
78 Sampson, 2006.
PATRONES ESTRUCTURALES 73
D6 Thornberry y Christenson, 1984: 403-405, sobre todo 405; así como 401-403 sobre los
aspectos de hecho.
97 Thornberry y Christenson, 1984: 405 y 408-409.
98 El coeficiente de correlación (R2) se interpreta como el porcentaje de la varianza en la
variable dependiente -en este caso los delitos- atribuible a una variable independiente -aquí la
tasa de desempleo. Se trata de un estadístico estandarizado propio de la regresión lineal que pue-
de tomar valores entre O y 1, que corresponden respectivamente a una varianza explicada del O y
el 100 por cien.
09 Box, 1987: 84-85.
100 Raphael y Winter-Ebmer, 2001: 273.
101 Land et al., 1990: 946-949, 951 Y953,947 sobre todo, 935-938 sobre ciertos detalles em-
píricos relevantes.
102 McCall et al., 2010: 231 y 234-235, parte empírica en 229.
76 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
117 Cantor y Land, 1985: 330. Una crítica al enfoque metodológico de estos autores y de
otros que les han seguido en Greenberg, 2001: 323 sobre todo.
118 Vid. por ejemplo Durkheim, [1897]: 350.
119 Cantor y Land, 1985: 323-326 para la parte empírica y 326-330 para los hallazgos.
120 Cohen etal., 1981: 507-512.
121 Cohen et al., 1981: 516-522, 521 sobre todo; y 514-516 para la parte empírica.
122 Cantor y Land, 1985: 321.
123 Land et al., 1995: 58-60.
PATRONES ESTRUCTURALES 79
da Guerra Mundial, Cohen y Land señalan que los cambios en las tasas de
ambos delitos pueden explicarse por cambios en los grupos de edad con
mayor tendencia al delito y por los elementos oportunidad y motivación
criminal. A mayor abundamiento, la asociación que encuentran entre tasa
de desempleo y sus dos delitos vuelve a ser negativa, aunque sólo significa-
tiva para el hurto de vehículos de motor!". A la luz de este hallazgo llegan
a escribir de modo audaz que «las teorías macrodinámicas de la causación
del delito pueden ser muy sencillas»132 -algo que no se corrobora en la pre-
sente monografia 133.
Finalmente y para aumentar la complejidad, un hallazgo negativo de la
conexión que ahora nos ocupa procede del estudio de Baumer y otros con
datos de 82 ciudades estadounidenses de 1980 a 2009. Encontraron que el
porcentaje de fuerza laboral desempleada no se relacionaba más que con
una de sus cinco variablesdependientes -el homicidio perpetrado por jóve-
nes adultos-, controlando por el efecto de diversosfactores. La variable in-
dependiente porcentual, de todos modos, no es particularmente válida 134.
Lauritsen y sus asociadas estudiaron la asociación entre tasas de delito y va-
rias variables independientes -como pobreza, desempleo juvenil o pesimis-
mo de los consumidores- con datos de encuestas de victimación de entre
1973y 2005;Ysostienen que el desempleo juvenil es el indicador más débil
y el menos claro de violenciajuvenil 135.
Crutchfield y Wadsworth creen que debe distinguirse el efecto del em-
pleo sobre la criminalidad para el caso de los adultos y para el dejóvenes y
de niños, así como que la influencia sobre estos últimos es indirecta y con-
textual 136. También Danser y Laub, quienes utilizaron las encuestas de victi-
mación norteamericanas de 1973 a 1978, sostienen que existe un efecto de
la edad: la relación entre tasas de desempleo y de robo con violencia o inti-
midación eran significativaspara hombres blancos de entre 12 y 17 Yentre
21 o más años de edad, pero no cuando se tomaban en consideración todas
las edades y razas 137.
Del mismo modo, la relación puede cambiar a lo largo del tiempo, por
ejemplo acentuarse en épocas de mayor precariedad 138. Así,Chiricosconfir-
ma la relación entre desempleo y criminalidad a nivel agregado y sostiene,
tras revisar 63 estudios, que la misma suele aparecer más frecuentemente en
estudios de los años ochenta que de los años setenta ya que en el intervalo
las tasas de paro habían aumentado significativamentehasta convertirse en
un problema prácticamente crónico 139.
capitalizar en hallazgos particulares para muestras concretas, esta es la vieja idea criticada en su
tiempo por Matza, 1964: 15.
19B Hakim, 1982: 453.
159 Young, 1999: 8-9, 23, 47-48, 181-182 Y194; el mismo, 2007: 31-25, 30-34, 36-38, 41-45,36,
48-49,65,143-144,155 Y 192.
160 Este estadístico puede oscilar entre Oy 1 -a veces el valor se multiplica por 100, lo cual
facilita la interpretación-, donde Osignifica una situación de perfecta igualdad en los ingresos-o
en otro fenómeno- y 1de perfecta desigualdad.
161 Box, 1987: 86-87 y 90.
tos tanto para blancos como para personas de color, pero si los arrestos de
los primeros tenían como predictores tanto las variables de desigualdad en
los ingresos como de bienestar económico; los arrestos de los segundos sólo
eran pronosticados por las medidas de desigualdad. Los autores concluyen
que no son medidas de privación absolutas las relevantes para explicar las
tasas delictivas,sino las de percepción relativa de privación. En su caso par-
ticular,más logros educativosacompañados de más desigualdad intrarracial
en los ingresosfue la causa del aumento de la criminalidad en el período de
de referencia". Además, encontraron una interacción en el sentido de que
la relación entre logros educativos y tasas de arrestos dependía de la des-
igualdad en los ingresos por razas: más logros se traducían en más arrestos
para las personas de color cuando aumentaba la desigualdad; más logros se
traducían en menos arrestos para los blancos cuando se reducía la desigual-
dad 173.
En efecto, una forma que puede tomar la privación relativaes la desigual-
dad en los salarios. Grover revisa variasinvestigacionesde hasta mediados de
la década de 2000 e informa de una conexión entre tasasde criminalidad y
desigualdad salarial: según es mayor la brecha en lo que ganan grupos dis-
tintos de trabajadores, más aumenta la tasa de criminalidad 174.
5. VALORACIÓN
181 Sobre la inconsistencia de los hallazgos y que, en realidad, generalmente existen pocas
pruebas de efectos de elementos estructurales sobre el delito, tras revisar un elevado número de
investigaciones, Land et al., 1990: 927-932.
182 Land et al., 1990: 951; McCall et al., 2010: 221-224.
183 Land et al., 1990: 942-943.
184 Wilson, 1987: 57.
muchas de las conexiones son poco conocidosv". La idea general que pre-
domina en Criminología es que estos patrones tienen efectos indirectos
sobre los individuos+",
Como hemos visto, los factores macro son relevantes en la explicación
del delito. Algunas versiones del control social parecen hipotetizar únicamen-
te transiciones micro-a-macro. Matsueda ofrece un ejemplo: las personas
bajas en autocontrol, por sus propias características que incluyen dificulta-
des para conseguir y conservar un empleo y relaciones personales, tienden
a encontrarse aisladas y con escasos recursos. Como consecuencia, carecen
de medios para residir en lugares ventajosos y se ven relegados en barrios
de rentas bajas y tasas delictivas altas. Se trata como vemos de un caso de
autoselección. Matsueda continúa con que estos mismos sujetos tendrán
dificultades para inculcar auto control en sus hijos. Esta trayectoria sería
justo la opuesta a la de personas altas en autocontrol, que pueden residir en
barrios de mayor estatus y menor carga delictiva y, a la vez, inculcar auto-
control en sus hijos 190. Ahora bien, estas mismas teorías, como la del auto-
control, son compatibles con efectos macro -esto es transiciones ma-
cro-a-micro. Esto, sin embargo, no quiere decir que éste sea un tópico
importante para la teoría general del delito. Esta discusión sobre causación
social y selección causal 191 es reseñable porque importantes desarrollos de
las últimas década en teoría sociológica tratan de superar, entre otras (fal-
sas) dicotomías, la diferenciación entre niveles de análisis macro y micro.
Así, entre los pensadores modernos, ya Elias mantiene que la Sociología se
encuentra en un callejón sin salida mientras siga haciendo un «uso aislado»
del hombre y la sociedad, esto es mientras los trate de modo independiente;
y escribe que «es imposible separar a los hombres en singular de los hom-
bres en plural» 192.
Por último, una consideración clave aquí es la llamada falacia ecolágica'":
Por ejemplo, que exista una relación entre tasa de desempleo y de crimina-
lidad no nos dice nada sobre quién comete los delitos, esto es si son los
desempleado s o los que tienen empleo 194. De hecho, existen pruebas de
que gran parte de los delitos son cometidos por quienes tienen empleo,
incluso cuando existe una relación agregada entre desempleo y criminali-
dad 195. Esto es especialmente importante porque centrarse en la relación
entre desigualdad y delito puede estigmatizar precisamente a quienes más
sufren las injusticias sociales. Grover insiste en ese punto y añade que el
1. CULTURA Y DELITO
1 Geertz, 1973: 89 y 144. Críticamente con ese enfoque, Swidler, 2001: 19-23.
PATRONES CULTURALES 93
Así las cosas, la asunción es que la acción, ya sea lícita o criminal, está
conectada con las normas y valores de los individuos". En la tradición par-
soniana, Kluckhohn define los valores como «una concepción, explícita o
implícita, distintiva de un individuo o característica de un grupo, de lo que
es deseable la cual influye en la selección de entre los modos, medios y fines
de acción disponibles» 7. Los valores fundamentales son compartidos y tie-
nen una cierta vigencia temporal. Aunque son generales y abstractos, tienen
una orientación hacia la acción e incluyen límites para la misma. No son
meras preferencias, sino que son opciones que se consideran justificadas y
en este sentido son deseables". Como acabo de decir, suele entenderse que
los valores deben cristalizar en normas más concretas. La Criminología de
orientación cultural, por lo tanto, estudia estas conexiones al entender que
la cultura (así entendida) es relevante para la explicación del delito". POI
poner un ejemplo de nivel individual, se puede hipotetizar que quien tiene
valores favorables a la violencia-dicho más técnicamente: quien forma par-
te de una comunidad que ostenta este tipo de valores- será más proclive a
recurrir a la agresión 10. Como se acaba de decir, se espera una conexión
entre los valores y las normas a través de las que se expresan por un lado y
la acción por otro. Aunque la mayoría de las teorías culturales y subcultura-
les en sentido estricto hipotetizan la existencia de valores de algún modo
prodelictivo, también cabe que pronostiquen que el delito es el resultado
de unos valores centrados en algo distinto de la criminalidad pero que con-
duce a ella de algún modo indirecto 11.
Una cuestión importante es que los valores no sólo se refieren a objetos
particulares como la familia, la economía, etc., sino -y esto es incluso más
importante- que se encuentran jerarquizados 12. Hablar de valores es, cierta-
mente, ofrecer un listado, pero un listado en el que a unos valores se les
concede más peso que a otros. Por ejemplo, se ha mantenido que en muchas
sociedades occidentales contemporáneas se concede una gran relevancia a
los valores familiares, pero que éstos Se encuentran j erárquicam ente por
debajo de los valores económicos. Por lo tanto, aquí se abre la puerta a que,
si existen diferencias entre los valores de grupos e individuos y sus respecti-
vas tendencias delictivas, éstas sean debidas a que ostentan valores diferentes
o a que sus valores coincidan en términos generales, pero no así su ordena-
ción jerárquica. Del mismo modo, cambios a nivel grupal o individual-como
en el caso paradigmático del proceso de desistimiento- pueden ser debidos
tanto a cambios en los valores que se ostentan como a cambios en su jerar-
quización. Todo ello, naturalmente, en el caso de que exista una relación
entre valores y normas por un lado y acción delictiva por otro. La jerarquiza-
ción de los valores rara vez ha sido estudiada en Criminología y en la prácti-
ca analítica predomina la constante de que los valores llevan a la acción.
La idea de que hay valores culturales en sentido estricto que tienen un ca-
rácter criminógeno y explican la criminalidad ha tenido un predicamento
muy limitado en Criminología. Algunos modelos clásicos que sí lo han pro-
puesto -y que por lo tanto son excepcionales- son los de Lewis y Miller.
Lewis propuso la idea de «cultura de la pobreza», la cual incluiría valores
prodelictivos 13. Frente al término cultura, la literatura en general parece
preferir el término subcultura para denominar a este concepto 14 y Lewis
ciertamente lo utiliza también 15. Sin embargo, este autor define cultura
como «un diseño para la vida que se transmite de generación a genera-
ambos elementos, existir una relación causalmente espuria, resultar los valores consecuencia de
la agresión ...
11 Erlangen, 1976: 490.
I! Wolfgang y Ferracuti, 1967: 97-99.
13 Lewis, 1961: xxiv-xxvii; el mismo, 1966: 19-25.
14 Harvey y Reed, 1996: 491 nota 1.
15 Lewis, 1961: xxvii.
PATRONES CULTURALES 95
ción»!", definición algo ambigua que sin embargo permite incluirsu plan-
teamiento bajo un paraguas cultural en sentido estricto. Además,si en tér-
minos más consistentes con nuestra definición, entre una única cultura
común en una misma sociedad y más de una cultura en coexistenciaexiste
un continuo, entonces el trabajo de Lewisse ubica más cerca del segundo
extremo que la mayoría de propuestas aquí revisadas". Por todo ello trata-
remos la tesis de Lewis-así como la de Miller- como una teoría cultural.
Lewisafirma que la pobreza es habitualmente vistacomoalgo puramen-
te negativo, esto es como la ausencia de algo, en particular carecer de medios
económicos, la privación económica. Sin embargo, la mismatambiéninclui-
ría aspectos positivos: «tiene una estructura, una base lógica,y mecanismos
de defensa sin los cuales los pobres dificilmente podrían seguiradelante»18.
Se trata de un estilo de vida que se transmite de padres a hijos y que en el
caso de México llevaría arraigado en los sectores más desaventajadosdesde
la conquista española hacia 1519.El autor identifica variosescenariosagre-
gados que pueden dar lugar a una cultura de la pobreza que él aprecia en
muchos lugares del mundo, incluyendo barrios o subbarrios de Londres,
París y México. Entre las características universales de esta cultura se en-
cuentran una relativamente baja esperanza de vida,alta proporción dejóve-
nes, orientación local, baja formación, desconexión de organizaciones
como seguros médicos, sindicatos, partidos políticos, ete., una lucha cons-
tante por salir adelante con altas tasas de desempleo, infraempleo, ingresos
bajos, ausencia de ahorro y liquidez, escasas reservas de comida en casa,
ete., viviendassobreocupadas, falta de intimidad, altas tasasde alcoholismo,
etc., baja capacidad para demorar las gratificaciones y planear el futuro,
unidas a un cierto fatalismo -esto es que sus vidas están fuera de su con-
trol-, entre otras.
En relación con los valores an tisocialesy prodelictivos, Lewisseñala que
la cultura de la pobreza incluye el machismo y la creencia en la superiori-
dad del hombre Ireute a la mujer, así como el «recurso frecuente a la vio-
lencia para resolver disputas, frecuente uso de la violencia en la crianza de
la prole, maltrato doméstico a la esposa, iniciación temprana al sexo [... ]
una relativamente alta incidencia del abandono de madres e hijos»19.
Lewisconcluye que esta cultura «puede verse como un intento de bus-
car soluciones locales a problemas de los que no se ocupan las instituciones
y agencias existentes debido a que las personas no son elegibles para ser
atendidas, no se lo pueden permitir o desconfían de ellas»?".
21 Para una crítica general, con varias dimensiones, vid. Leeds, 1971: 228-281. Desde el es-
tricto punto de vista metodológico, Leeds apunta problemas de muestreo, hipótesis alter nativas y
cómo se conectan las interpretaciones con las observaciones, 1971: 227.
22 Anderson, 1990: 240-241 y 245-247; el mismo, 1999: ]08-114, 120-121,166,176-177,234,
286-287,313,316 Y325; Wilson, 1987: 158-159; el mismo, 1996: 72 y 176.
23 Lewis, 1961: xxv.
24 Bourgois, 1995: 16-17; Sullivan, 1989: 243.
25 Anderson, 1976: 31 y 210; Bourgois, 1995: 4 y 135-136.
26 Wilson, 1996: 3-24.
27 Wilson, 1987: 61-62.
28 Sobre la metodología, vicl.Jones y Luo, 1999: 445-447.
29 Jones y Luo, 1999: 447-453.
30 Witson, 1987: 13. Como no es inhabitual con los enfoques (y críticas) ideológicas, nos
encontramos con terreno pantanoso por la ambivalencia de unos y otras. Así, Harvey y Reed han
visto en el trabajo de Lewis una obra de orientación marxista y anticapitalista que celebra la capa-
PATRONES CULTURALES 97
cidad de resistencia de los pobres en vez de culpados por los males que padecen ignorando las
condiciones estructurales que se les imponen, 1996: 480 y 483 sobre todo.
31 Miller, 1958: 5-6.
'2 Miller, 1958: 19.
" Miller, 1958: 5; el mismo, 1959: 63.
~ Miller, 1958: 8.
35 Serrano Maillo, 2016: 468.
98 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
pueden hacer, de modo que es inútil esforzarse por lograr meta alguna.
Estasfuerzas no son religiosas,sino están relacionadascon el destino y con
fuerzas mágicas,de modo que pueden llevara cabo rituales para ver si cam-
bia su suerte. La idea es que una vezque se comienza a tener buena suerte,
ya todo en adelante saldrá bien. Este elemento se puede apreciar en eljue-
go, que también está relacionado con la excitación -como muestra este
ejemplo, las preocupaciones no están desconectadasentre sí40•
La autonomía se refiere a estar libre; o sometido a constreñimientos ex-
ternos, a la autoridad, dependencia de alguien que te da órdenes o te cuida,
etc., esto es de nuevo dos extremos. Miller afirma que lo que se valora pú-
blicamente es la autonomía, pero que privadamente estosjóvenes buscan
que alguien cuide de ellos. En casos extremos, los adolescentes pueden
realizar actos desviadospara ingresar en alguna institución t.otal-o incluso
escaparse si creen que van a quedar en libertad-, una institución que les
controle e incluso que les castigue... lo cual puede verse como una prueba
de que alguien se ocupa de ellos, que alguien «lessalvade ellos mismos»41.
Miller incluye dos metapreocupaciones centrales más de un nivel analí-
tico superior puesto que dependen de las preocupaciones centrales que
acabamos de mencionar: la pertenencia y el estatus. La pertenencia se refiere
a formar parte de un grupo, que se diga de uno que «está con nosotros».
Esto se logra comportándose de acuerdo con el extremo de problemas,
dureza, astucia... favorecido por el grupo e implica acatar las normas de un
grupo y violar las de otro u otros. El estatus depende del grado en que se
actúe de acuerdo con los extremos de problemas, dureza, astucia... favore-
cidos por el grupo. En particular, los niveles más altos de estatus se valoran
de acuerdo con la adultez que demuestre un sujeto, esto es según su com-
portamiento se asemeje al de un adulto del barri042•
MiIler hipotetiza que losjóvenes de clases bajas que se ven envueltos en
delitos lo hacen porque es el medio más factible, de entre los que su cultura
considera viables, para obtener «fines, estados o condiciones yue SUll valo-
rados, y evitarlos que son desvalorados».Esto lo hacen aunque conocen, sin
duda, la naturaleza ilegal de los actos que realizan, si bien la esperanza de
potenciales beneficios por ejemplo en términos de prestigio les hacen incli-
narse por el crimen:". Al mismo tiempo, Miller señala que, en general y a
pesar de todo, esosjóvenes prefieren no utilizar la violencia. Por ejemplo,
ante la perspectiva de una lucha entre bandas, que siempre es algo que in-
funde gran temor a todos los participantes, lo que suele ocurrir es que
cuando un grupo considera considera que ha sufrido un insulto o se le ha
faltado al respeto, incursiona en el territorio enemigo en busca de los miem-
bros de la otra banda, pero sin que habitualmente se les encuentre. En tales
2. SUBCULTURAS
75 Los autores controlan por los ingresos familiares mediante una variable ordinal de 5 ca-
tegorías respuesta, sin que las diferencias entre blancos y personas de color sean muy distintas
(rnedías=í.Iz y 3,55 respectivamente), Cao et al., 1997: 371-372.
76 Caramazza y Leone, 1984: 30-40.
77 Caramazza y Leone, 1984: 70.
78 Caramazza y Leone, 1984: 40-45 y 68.
79 Caramazza y Leone, 1984: 70-71.
80 Caramazza y Leone, 1984: 68 y 69-72.
106 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
81 Ousey y Wilcox, 2005: 13 y 15-16 sobre todo, 9-12 sobre los datos. Estos investigadores,
como suele ser habitual, no estudian la dimensionalidad de los valores, sino que se limitan a sumar
las respuestas a ítems individuales que se asume que son indicadores de una variable latente, 10.
82 Smith, 1979: 243-244 y 239-242 sobre los datos empleados.
83 Wolfgang y Ferracuti, 1967: 160.
81 Erlangen, 1976: 488.
85 Felson et al., 1994: 157. No importa repetir que este mecanismo estaba descrito, acaso de
pasada, pero en un lugar destacado de la obra fundamental de Wolfgang y Ferracuti.
86 Felson et al., 1994: 168-170, y 158-162 para conocer la parte metodológica.
87 Esta crítica para este estudio ya en Ousey yWilcox, 2005: 15 y 17. Otro problema no igno-
rabie es que los autores señalan un problema de colinealidad severa y toman una serie de medidas
correctoras, vid. Felson et al., 1994: 163 y 165-166. Sin embargo, no existe ningún test formal de
la hipótesis de multicolinealidad y, sin duda, el mero hallazgo de una correlación relativamente
PATRONES CULTURALES 107
elevada, aunque no exagerada, entre dos variables y el cambio de un signo no son pruebas defini-
tivas. Otras potenciales infracciones de las asunciones del modelo no son revisadas. La considera-
ción básica es el recurso a un tipo de regresión (ridge regression) que es controvertida -personal-
mente no la recomiendo.
88 Bernburg y Thorlindsson, 2005: 469.
89 Ousey y Wilcox, 2005: 14-15 y 16-17, con consideraciones más generales sobre el trabajo
de Felson y otros.
90 Los análisis con ridge regressum arrojan pruebas mixtas sobre la teoría de la subcultura de
la violencia a nivel de valores individuales; los análisis básicos arrojan pruebas inequívocas a favor
de la teoría, dejando de lado el problema mencionado en el texto de los controles.
9l Surratt et al., 2004: 49-55, citas tomadas de 51 y 55.
108 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
104 Yablonsky, 1962: 195, quien en realidad no limita el calificativo de sociópata o psicópata
a los líderes.
105 Harnm, 1993: 71.
100 Hamm, 1993: 212.
107 Hamrn, 1993: 68-7l.
108 Hamm, 1993: 167-168.
109 Hamm, 1993: 155.
110 Hamm, 1993: 156-158. Hamm pone el ejemplo de los ritos de paso en los que se utiliza
violencia -en la tradición durkheimiana pueden servir para entrar en el grupo operando una
transformación en el individuo, y habitualmente incluyen sufrir dolor-, que son desconocidos
entre los SNN, 158-159.
111 Hamm, 1993: 156-157.
112 Hamm, 1993: 160 y 212-215.
l'AlKUNJ',~ L.ULl UKALt,~ 111
113 Entre estas variables que Hamm descarta se encuentran la alienación y los vínculos socia-
les, 1993: 162-169.
'''' Hamm, 1993: 155-156,159,160 Y168.
115 Hamm, 1993: 154.
116 Hamm, 1993: 210-212, cita tomada de 211 el mismo, 2004: 326-327.
117 Hamm, 1993: 210-211; el mismo, 2004: 327.
118 Hamm, 1993: 197-205, cita figura en 205. En un estudio sobre redes en Estocolmo, Sar-
necki encontró un grupo de extremistas izquierdas y de derechas; y escribe que «todos los delitos
cometidos por losjóvenes de extrema izquierda parecían motivados políticamente», así como que,
aunque para el otro grupo había más dudas, «La diseminación de tales "ideologías neutralizado-
ras" podría muy bien ser una de las funciones más importantes de las redes de extrema derecha»,
2001: 115-116 y 120.
Sobre este trabajo puede decirse que Hamm cuenta con muy pocas observaciones y limita sus
análisis cuantitativos a comparaciones bivariadas, sin control alguno. Cualquier conclusión causal
o incluso predictiva parece dificil de justificar.
112 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
119 Cano Paños, 2006: 19-24 y 29; el mismo, 2011: 74; el mismo, 2016: 305.
120 El profesor de la Universidad de Granada también selecciona el modelo de Albert Cohen (1)
-que a mijuicio no es compatible con el de Sellin- y compara las características del delito en el autor
americano y en el terrorismo yihadista interno, en particular suicida. Sin embargo, Cohen parte de la
base de que los miembros de las subculturas delictivas buscan un estatus que favorece la sociedad en
general, si bien transforman los criterios de estatus para poder acceder al mismo al menos en su grupo
ya que el más general les está vedado. En este escenario, estar vivo no es un signo de estatus, sino una
condición para alcanzarlo. Cometer un atentado suicida -en los ejemplos que propone el autor (2)-,
por lo tanto, no es algo consistente con la teoría de Cohen ya que la misma no contempla que losjó-
ven es desviados puedan buscar un estatus en otra vida. Según el relato de Cano Paños, los jóvenes
suicidas no parecen apreciar el estatus de sus pares de clases favorecidas, sino despreciarlo y sus valores
no parecen ser simplemente los de las clases medias al revés, sino que parecen tener un contenido
propio. Finalmente, morir violentamente no debe ser divertido; y si se muere para alcanzar algún
premio en otra vida, entonces los eventos terroristas no se hacen por el mero hecho de hacerlos.
(1) Cano Paños, 2016: 326-336.
(2) Cano Paños, 2016: 333.
121 Cano Paños, 2016: 305.
122 Cano Paños, 2009: 29.
123 Cano Paños, 2016: 307-314.
PATRONES CULTURALES 113
124 Cano Paños, 2016: 316, así como 314, 322 Y324; y, el mismo, 2009: 17-20.
125 Cano Paños, 2009: 36.
126 Cano Paños, 2011: 67, sobre la idea de sociedadesparalelas, vid. 50, 52-53 Y73.
127 Cano Paños, 2009: 17.
128 Anderson, 1999: 9-10 y 34; así como el mismo, 1976: 185; el mismo, 1990: 194; el mismo,
1994: 81-82 y 94; el mismo, 2002: 1547. Bourgois, 1995: 174, habla de una cultura callejera. Abundan
sobre la desconfianza hacia la policía, Padilla, 1992: 63 y 89.
129 Anderson, 1999: 33, de donde procede la cita anterior.
130 Anderson, 1990: 230-232 y 252-253.
114 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
13-1 Anderson, 1999: 22-23; existen otros escenarios de este tipo, como las escuelas, 93-98.
135 Anderson, 1999: 20, 26-27, 29 Y310, cita procede de 27. Sin embargo, existe aquí una
fuente de ambigüedad ya que no se sabe si la señora está infringiendo el código de la calle ya que
ignora qué puede pasarle según a quién interrumpa el camino =rnás abajo volveremos sobre si la
adopción del código de la calle reduce la victimación-; o no, ya que puede ser una muestra de
osadía y, por lo tanto, de instaurar temor en otros. Por este motivo no es posible equiparar el có-
digo de la calle con un código moral, que sí debe ofrecer una organización social clara, por utilizar
el término de Anderson. El código de la calle tiene un carácter prudencial, no moral: nadie pue-
de decir que quien con buenas palabras invita a la señora a dejar de obstruir la calle infringe algún
mandato moral, aunque seguramente no sea lo más prudente.
136 Guerra, 2013: 270.
IS7 Anderson, 1999: 93-106.
138 Bourgois, 1995: 197.
PATRONES CULTURALES 115
I~'¡ Anderson, 1994: 84-86; el mismo, 1999: 33, 37-45, 55-65, 72,145-146 Y287; el mismo,
2002: 1542-1543. La decencia también se manifiesta fuera del ámbito familiar, en una especie de
«grupo primario extendido», como una construcción social, que se negocia con otros compañeros
por ejemplo alrededor de una tienda de licores, el mismo, 1976: 22, 55-56, 210 Y216.
140 Bourgois, 1995: 12 y 34.
1'11 Anderson, 1976: 31, 152 Y155.
J66, 176-177, 234, 286-287, 313, 316 Y325; el mismo, 2002: 1539-1540.
15' Anderson, 1976: 2; el mismo, 1994: 82; el mismo, 1999: 47, 81, 127 Y313-318; el mismo,
2002: 1542. La policía puede no sólo desentenderse, sino también ser peligrosa, Bourgois, 1995:
30 y 36-37.
158 Anderson, 1976: 51 y 216. Horowitz abunda en cómo los extraños a la comunidad des-
aventajada -en este caso de Chicanos-les ven a través de prejuicios, 1983: 3J y 37.
PATRONES CULTURALES 117
172 Stewart y Simon, 2006: 9-16 para los datos; 20 y 23-24 para la primera hipótesis y 23 Y25-
26 para la segunda.
173 Stewart y Simon, 2009: 7-11 sobre la metodología y 12-14 sobre los hallazgos.
174 Stewart y Simon, 2009: 14-15.
175 Brezina et al., 2004: 314.
176 Brezina et al., 2004: 32 y 322 sobre todo, y 312-314 para la metodología.
177 Barr et al., 2012: 91-94 sobre los datos; 97 para los resultados.
178 Barr et al., 2012: 97 y 101-102.
179 Barr et al., 2012: 14-15; Brezina et al., 2004: 313.
ISO Brezina y sus colegas incluso insisten en que su modelo está derivado de un trabajo ajeno
código de la calle en los individuos 181; y que estos valores median en parte
la relación entre ser miembro de una banda y cometer hechos delictivos 182.
Algunos comentaristas han encontrado evidencias del código de la calle en
comunidades distintas de las personas de color,como son asiáticos y otros 183.
Anderson no habla mucho de bandas, de modo que es debatible qué hipó-
tesis pueden derivarse de su teoría al respecto; a mi juicio, lo más básico es
que la adopción del código de la calle y una orientación callejera favorecían
la en trada en una banda como forma de adquirir respeto y protegerse de la
victimación en los barrios del interior de las ciudades. Encuentran un efec-
to directo Mears y otros 184.
Una de las principales críticas empíricas al modelo de Anderson es que
no parece que la adopción del código de la calle reduzca la victimación,
sino que más bien aumenta su riesgo. Así, por ejemplo, McNeeley y Wikox
encontraron en un modelo con unos controles pobres que la creencia en el
código de la calle elevaba la probabilidad de sufrir robo a mano armada,
robo en vivienda y vandalismo, aunque no hurto l'". Stewart y otros infor-
man del mismo hallazgo con un diseño longitudinal y con unos controles
más completos: la adopción del código de la calle eleva el riesgo de victima-
eión más allá de lo que se asocia a vivir en un barrio pelígroso 186. A mayor
abundamiento, Bourgois relata que culturas callejeras como la que describe
Anderson pueden tener un elemento autodestructivo tanto para la comuni-
dad como para sus miembrosv", Por su parte, Horowitz encontró que 10 que
más se admiraba en una comunidad desaventajada no era el recurso fácil a
la violencia, sino precisamente la capacidad de resolver afrentas sin recurrir
a la violencia, lo cual se reservaría para casos extremos -algo que se conoce
en el argot como coolness'í",
Mears y sus colegas estudiaron el efecto de la adherencia al código de la
calle entre internos en prisiones y encontraron una relación positiva entre
esta variable y el comportamiento violento en la cárcel. En los análisis se
echan de menos algunos controles importantes. Los autores afirman que el
código de la calle es un sistema cultural de creencias que es importado a las
prisiones por sus portadores 189.
ISI Matsuda et al., 2013: 452 y 45&-457, así como 44&-450 sobre la metodología.
182 Matsuda et al., 2013: 452-453 y 457-458.
18~ Edberg y Bourgois, 2013: 18&-187.
181 Mears et al., 2013: 713-714.
185 McNeeley y Wilcox, 2015: 105&-1060, así como 1053-1056 sobre los datos y 1055 en parti-
cular sobre los controles.
186 Stewart et al., 2006: 434-439 sobre los datos y 439-442 Y44&-447 sobre los resultados.
187 Bourgois, 1995: 8-11.
188 Horowitz, 1983: 87-88 y 187.
189 Mears et al., 2013: 713-714 y 717; Y703-710sobre los métodos. Estos autores testan algunas
hipótesis interactivas, 714-715 y 717, pero el procedimiento que siguen es incorrecto puesto que
los términos multiplicativos no aíslan en efecto hipotetizado fuera del modelo lineal, 711, vid.
Serrano Maíllo, 2017: 160.
PATRONES CULTURALES 121
I!J() Brookman et al., 2011: 20-21 sobre los datos y, respectivamente para los cuatro elementos,
21-23 y 27-28; 21, 23·24 Y28; 21, 24-25 Y28; Y21, 25-27 Y28.
191 Brookman et al., 2011: 2 y 25.
dicciones; por otro no se sabe muy bien cuáles son sus orígenes; y final-
mente deja fuera elementos que deben ser importantes como la posesión
de armas, los efectos de la encarcelación masiva de jóvenes de color, etc.202•
Tercero: el código reduciría a sus portadores a peleles, sujetos pasivos a
merced de unos valores acerca de los cuales no pueden hacer nada 203. Wa-
cquant también aprecia una cierta culpabilización de las mujeres cuando
exalta el rol de las abuelas ya que, si por un lado destaca su contribución a
que las familias puedan salir adelante, por otro lado se ven en dicho rol
porque, paradójicamente han fracasado como madres'?", Finalmente, la
tesis de Anderson no sería generalizable ajuicio de Wacquant205. Dejando
de lado la imprecisión que subyace al trabajo de Anderson -y, quizá, a una
mayoría de investigaciones en nuestra disciplina-, la mayoría de las obser-
vaciones de Wacquant son ideológicas y critica asunciones reales o presun-
tas de la tesis del código de la calle, que pudieran ser metafísicas. A mi
juicio, la clave de las consideraciones del autor francés está en su diferen-
ciación tajante entre estructura y cultura: una dicotomía que igualmente
puede asimilarse a lo bueno -explicaciones estructurales- y lo malo -cul-
turales.
como que es más probable que tengan armas de fuego incluso aquellos que
no practican la caza209. La tesisde la subcultura sureña destaca por un lado
la presencia de valoresfavorablesal perdón de la violencia bajo ciertas cir-
cunstancias; y por otro un exagerado sentimiento del honor y de la obliga-
ción de responder a las injurias.
A nivel agregado, Nelsen y otros informan de que las tasas de homici-
dios en realidad están influenciadas por la distribución de la población en
las zonas centrales de las ciudades, zonas suburbanas y no metropolitanas
más que por patrones regionales másamplios. Por otro lado, si para el caso
de las personas blancas,sus nivelesde homicidios tendían a converger entre
el Sur y el Oeste del país -si el Oeste no había superado ya al Sur-, para las
personas de color no había un patrón claro: aunque en los centros de las
ciudades y zonas no metropolitanas la tasa de homicidios perpetrados por
personas de color era superior en el Oeste, y lo mismo sucedía en las zonas
suburbanas para el Sur; las diferencias eran escasas210.
Un estudio a nivel agregado que sí encontró evidencia favorable a la
teoría de la subcultura de la violenciasureña es el de Messner,que observó
una desproporción en las tasasde homicidios de ciertas áreas metropolita-
nas llamadas SMSAs-una unidad espacial urbana- para el Sur de Estados
Unidos y para la composición racial"!'. También a nivel macro, Pratt y Cu-
llen encontraron una conexión entre efecto sureño y tasas de criminalidad,
pero bajo o moderado (rw=0,072;adjr=0,125)212.
También Land y sus colegas señalan una relación positivaentre subcul-
tura sureña y tasas de homicidio a lo largo de varias unidades temporales y
espaciales estadounidenses. En particular, con datos de 1950, 1960, 1970 Y
1980 aislaron el efecto en un modelo multivariante para las ciudades y las
unidades espaciales urbanas -aunque estas medidas no estaban disponibles
en 1950-; pero para el nivel de los estados estado, sólo para 1960213• Igual-
mente informan de una conexión positiva en su replicación posterior con
datos hasta 2000, aunque añadiendo que la fuerza de la relación había des-
cendido notablemente desde 1990 e incluso desde entre 1980214•
Dixon y Lizotte rechazan la tesis de la subcultura de la violencia sureña
estudiando patrones de posesión de armas de fuego. Informan de que la
posesión por un lado no está ligada a la región una vez que se controlan
factores estructurales; y que por otro lado tampoco se relaciona con valores
subculturales como los especificados por la tesis de referencia 215.
209 Reed, 1986: 46-47, cita tomada de 46; este autor confirma que los sureños son vistos como
violentos por sus compatriotas de otras regiones, 45.
210 Nelsen et al., 1994: 155-156 y 158, para los métodos vid. 152-153.
211 Messner, 1983: 997-1001.
212 Pratt y Cullen, 2005: 399-401 y 420.
m Land el al., 1990: 945-953.
21'1 McCall et al., 2010: 231, 233-234 Y236.
215 Dixon y Lizotte, 1987: 397-399, métodos en 389-396.
PATRONES CULTURALES 125
Ellison encontró, utilizando una encuesta general, que los nativos del
Sur de Estados Unidos era mucho más probable que perdonaran formas
defensivaso vengativasde violencia216. Almismo tiempo, estaactitud estaba
menos marcada en los másjóvenes, de lo cual podía esperarse que esta cul-
tura sureña favorecedora de la violencia, aunque sí parecía existir, fuera
desapareciendo con el paso del tiempo y los Estados Unidos se fueran ho-
mogenizando más y más?".
Erlangen reporta hallazgosdesfavorablespara la teoría, si bien en mo-
delos muy sencillos:por un lado, las personas de color nacidasfuera del Sur
de EstadosUnidos era más probable que recurrieran a los puñetazosque las
nacidas en el Sur; y, por otro, no había diferencias entre ambos grupos res-
pecto a la aprobación de la violencia218.
Al margen de las explicaciones más criminológicas que hemos revisa-
do, basadas en valores subculturales o en una concepción exagerada del
honor, Vandal ofrece una aproximación histórica que concede una gran
importancia a la postguerra norteamericana, esto es el período 1866-1884,
para explicar la violencia sureña. Esta etapa incluye la llamada Recons-
trucción, una época considerada muy perjudicial para las personas de co-
lor. Lo que Vandal describe es una impactante recolección de abusos ho-
rribles contra las personas. de color en Luisiana y en la que las medidas
para favorecerlas fueron testimoniales. Esta recolección incluye en primer
lugar el fraude político y electoral hasta llegar a la práctica exclusión de
las votaciones de las personas de color. En segundo lugar, existía en todo
el Sur una ausencia de legalidad y orden que dio lugar a una devastadora
e impune violencia contra las personas de color, incluyendo linchamien-
tos. Los linchamientos, cuyo fin era el control de esta población desprote-
gida, contribuyeron a crear un «terror contra los negros» y se tradujeron
en éxodos masivoshacia las ciudades y hacia el Norte. Los linchamientos
se habían «justificado. en tiempos anteriores precisamente por la ausen-
cia de legalídad -que daba lugar a tomarse la justicia por la propia mano,
por supuesto con grandes abusos-, pero se mantuvieron incluso cuando
ésta estaba ya instaurada. Algunos grupos de blancos se beneficiaron no
ya simbólica, sino incluso económicamente de esta situación de terror. El
autor documenta con detalle la tolerancia que existía hacia los lincha-
mientos. En tercer lugar, al mismo tiempo existía una gran tolerancia por
parte de los blancos hacia los homicidios y delitos graves cometidos entre
personas de color. Vandal afirma que este hecho tuvo consecuencias dra-
máticas y se tradujeron por un lado en la aparición del mito del «negro
malvado (bad nigger»> y por otro lado en que incluso las personas de color
honestas no tuvieran más remedio que recurrir ellas mismas a la violencia
para resolver los conflictos que surgieran, así como para defenderse. Van-
216 Ellison, 1991: 1229 y 1232, así como 1227-1229 sobre la metodología.
217 Ellison, 1991: 1232.
218 Erlangen, 1976: 486 y 488.
126 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
dal cree que estos procesos históricos son fundamentales para compren-
der el racismo y las condiciones de opresión de los afroamericanos y sus
tasas de violencia en las grandes ciudades actuales; así como que la brecha
en las tasas de homicidios de blancos y personas de color había comenza-
do antes de que se formaran las urbes contemporáneas -esto es, que su
origen es anterior y puede tener un componente cultural más allá del es-
tructural!'".
3. CONFLICTOS NORMATIVOS
to» 228. Si esto es así y las normas culturales empujan a los individuos
hacia su fracaso, entonces es comprensible que en sociedades individua-
listas y diferenciadas como las nuestras puedan aparecer sistemas valora-
tivos en conflicto con el mayoritario.
b) El «desfase cultural». Se trata de una idea de Ogburn, uno de los científi-
cos sociales más influyentes de la Escuela de Chicago. Este autor sostie-
ne que los dos problemas principales que presenta la rapidez de los
cambios en las sociedades actuales son el del ajuste del hombre a la
cultura -o de ésta a aquél- por un lado; yel del ajuste de diversas partes
de la cultura entre sí. Esta segunda dimensión se explica porque la cul-
tura estaría compuesta por varios elementos que no cambian a la misma
velocidad. Puesto que las distintas partes de la cultura se encuentran
relacionadas entre sí, cambios en una de ellas exige adaptaciones en las
otras. Cuando esta situación de equilibrio no se logra, lo cual es proba-
ble cuando las modificaciones son vertiginosas, se produce un desajuste
o desfase cultural=".
Ogburn propone el ejemplo de la industria y la educación. Cambios
en la primera quizá debidos a descubrimientos o invenciones exigen
cambios en la segunda, por ejemplo para poder trabajar en aquella.
Ahora bien, estos cambios en la educación pueden requerir un cierto
tiempo adicional, por ejemplo varios años, justamente a lo que se re-
fiere el concepto de desfase interno de una cultura, de algunas de sus
partes 230.
Ogburn señala que las condiciones materiales de la vida como casas, fá-
bricas, productos, etc. requieren para su empleo creencias, gobiernos,
leyes, etc., que tienen un carácter no material. De este modo, cambios en
las condiciones materiales exigen cambios en los elementos no materia-
les. Este autor denomina «cultura adaptativa» a la parte de la cultura no
material que se ajusta a las condiciones materiales. Por ejemplo, cuando
los bosques estadounidenses comenzaron a deforestarse se produjo un
lento paso de la explotación a la conservación: la política y las leyes fo-
restales son por lo tanto parte de la cultura adaptativa. La familia, por el
contrario, habitualmente se adapta en algunos aspectos a cambios en las
condiciones materiales mientras que a la vez conserva otros, de modo
que tiene un carácter parcialmente adaptativo. En ambos casos, el rea-
juste puede llevar tiempo, con la consecuencia de que se presenta un
desfase entre condiciones materiales y la cultura adaptativa no mate-
ria1231• Por supuesto, el escenario puede ser mucho más complejo, verbi-
gracia con más elementos implicados'V.
Otro enfoque del conflicto normativo, de corte más crítico, sugiere que
el Derecho penal responde a que determinados grupos logran que sus valo-
res se vean reconocidos y protegidos por el Estado. Según estos autores, el
proceso comienza cuando un grupo cree que alguno de sus valores-Suther-
2!.1 Akers, 1996: 241-243; el mismo, 1998: 90. Sin embargo, como estamos viendo, algunos
pasajes de la obra de Sutherland apuntan en la dirección de las teorías culturales, Serrano Maíllo,
2009a: 348.
252 Cano Paños, 2016: 322-323.
253 Sutherland, 1956: 117.
PATRONES CULTURALES 133
25-1 Sutherland, 1956: 103 y 108-109. Como vemos, este autor ensayó diversas versiones de la
tesis del conflicto cultural.
255 Vold, 1958: 20~219; Vold y Bernard, 1996: 270-277.
256 Horowitz, 1983: 19-21,27-29 Y222-223.
134 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
261 Padilla abunda sobre la mala experiencia que supone la escuela para sus puertorriqueños
tanto por su falta de preparación como por el rechazo que experimentan, y afirma que estosjóve-
nes pasan del infierno de la escuela al cielode la banda, 1992: 5, 40 Y69-78, referencia procede de 77.
262 Guerra, 2013: 264.
263 Horowitz, 1983: 32 y 38-51; así como 44-46, 137-158 Y223-224 sobre la escuela, sobre todo
149-151.
264 Horowitz, 1983: 80, 87-88 Y164.
265 Horowitz, 1983: 80-82, así como 88-89; la autora concede la existencia de diferencias de
grupo e individuales, 88-90.
136 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
4. TEORÍA CULTURAL
4.1. Introducción
elite que ejerce una dirección centralizada y planea a largo plazo. Un ejem-
plo sería la Mafia del Sur de Italia'?".
El tipo del individualismo competitivo se caracteriza por niveles bajos
tanto de cuadrícula como de grupo. Se trata de actores relativamente inde-
pendientes que se insertan en redes flexibles y de escasa duración, que
cuentan con unas reglas mínimas y siguen una orientación cortoplacista. El
estatus se alcanza a través de la competición, son flexibles y se adaptan fácil-
mente a los cambios. Un ejemplo sería el criminal que actúa como un em-
presario, que se apoya en una red o que puede actuar para otros como
consultor o para tareas en las que se ha especializado ?".
El tipo de los encaves igualitarios se caracteriza por niveles débiles de
cuadrícula y elevados de grupo. Se parece a la jerarquía en que existe una
fuerte identidad de grupo y unas motivaciones ideológicas e idealistas y las
fronteras internas y externas están bien definidas. Sin embargo, se concede
poca autoridad a los líderes y las disputas pueden acabar en la escisión del
grupo en varias facciones. Mars pone el ejemplo de algunas organizaciones
terroristas y activistas políticas de menor niveF80.
Mars nos ofrece una taxonomía de cuatro organizaciones o solidaridades
criminales inspiradas en Douglas. En este sentido puede verse como una
aplicación de la teoría sociológica a la Criminología 281. Es un trabajo original
y tiene un alto valor heurístico. Aunque Mars dibuja sus grupos como tipos
ideales+", lo cierto es que no es fácil observar la mayor parte de ellos. Por
ejemplo, sencillamente no existen organizaciones criminales como las dibu-
jadas bajo la terminología de jerarquía. La excepción es naturalmente la si-
tuación de fatalismo, la parte del león de la criminalidad conocida.
5. VALORACIÓN
322 Existe una diferencia, según la literatura, entre sociedade pluriculturaJes y multicultu-
rales e incluso otras. Aquí utilizaremos ambos términos como intercambiables para referirnos a la
hipótesis de que dos o más culturas convivan en el mismo sitio, al margen de la relación que haya
entre ellas.
323 aturalmente, otra cosa es que utilicen el término cultura para referirse a comunidades
discretas, pero eso implica el problema (irresoluble) de definir las fronteras entre unas y otras y
explicar cómo un mismo individuo puede formar parte de muchas culturas a la vez y ubicarlas en
un continuo de distancias sociales sin que exista un elemento superior englobador del que el su-
jeto mismo forma parte.
324 Por este motivo, Jenks, 2005b: 84-86, afirma que el sistema parsoniano precisa de las
subculturas: al describir un sistema social total que determina la acción social, la desviación, si es
que existe, debe responder a subculturas. A mijuicio, esta observación tiene sentido habida cuen-
ta de la tremenda influencia de Parsons incluso en las ciencias sociales contemporáneas, a menu-
do no ya de modo implícito, sino expresamente rechazado. Ideas como la de la internalización de
los valores y de la ambigüedad de la moralidad proceden igualmente de Parsons, aunque se nie-
gue este origen por quienes le siguen.
146 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
viduales [... ] No hay fijas más que reglas abstractas que puedan ser libre-
mente aplicadas de maneras muy diferentes», «Porhacerse, pues, más racio-
nal, la conciencia colectiva se hace, pues, menos imperativa, y, por esta
razón también, estorba menos el libre desenvolvimiento de las variedades
individuales».Precisamente porque «lasrepresentaciones colectivas [... ] se
van indeterrninando», no hay lugar para las subculturas en sociedades como
la nuestra: «lasconciencias colectivaslocalespueden conservar su individua-
lidad en el seno de la conciencia colectiva general y que, como abarcan
horizontes más pequeños, les es más fácil permanecer concretas-Y'.
325 Durkheim, [1893J: 181,202,339 Y341-342, de donde proceden todas las citas.
CAPÍTULO 4
Procesos biográficos
2. EDAD
2.1. La curva de la edad
2.2. Continuidad delictiva
3. CARACTERÍSTICAS FÍSICAS Y MENTALES
3.1. Personalidad
3.2. Inteligencia
3.3. Otras
4. INMIGRACIÓN
1. SEXO Y DEUTO
4 Moffitt et al., 2001: 27-28 y 37, así como 24-26 con detalles metodológicos.
5 Moffitt et al., 2001: 30-32 y 37.
ti Moffitt et al., 2001: 31-32.
7 Moffitt et al., 2001: 3~37.
8 Moffitt el al., 2001: 34.
9 Magdol el al., 1997: 69 y 75, 70 sobre la información a que se recurrió; Moffitt y Caspi,
1999: 4-5 y 9, así como 1-2 sobre los datos; Moffitt et al., 2001: 57-61 y 69 sobre los hallazgos sus-
tantivos, 54-57 sobre aspectos metodológicos y 61-69 sobre ciertos retos que podrían afectar a sus
hallazgos.
10 Puede generar confusión la mezcla de estos dos elementos, arrestados por un lado e in-
vestigados o imputados -que se refieren a lo mismo, si bien con un cam bio rerminológico operado
por la reforma de 2015 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal- por otro.
150 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
hombres por infracción penal según los datos del Ministerio del Interior; por
solamente 60.831 en el de mujeres. La tasa para hombres es aproximada-
mente de 12,5 por 1000; y 2,57 por 1000 para mujeres (media para ambos
sexos=7,4) (ver Tabla 4.1 y Gráfico 4.1). Si nos detenemos en delitos tan
graves como homicidios y asesinatos para el mismo año 2017, hubo 915 de-
tenidos e investigados de sexo masculino (3,99 por 100.000) y 102 del feme-
nino (0,43 por 100.000; media para ambos sexos=2,18). La Tabla 4.1 muestra
y extiende esta información, que se muestra igualmente en el Gráfico 4.1. La
población reclusa española en la primera semana de enero de 2019 ascendía
a 50.611 internos, de los que solamente 3.854, el 7,53 por ciento, eran muje-
res. Aunque las diferencias dependen en buena medida del tipo de delito,
siguen siendo sobresalientes. Pese a que se ha advertido que la magnitud de
las diferencias puede depender de dimensiones espaciales y temporales y de
otros ámbitos, las mismas se mantienen con mínimas excepciones". Bartola-
mé y sus asociados aplicaron cuestionarios de autoinforme a una muestra de
conveniencia en tres instituciones de Educación Secundaria de una provin-
cia española y afirman que «el porcentaje de chicas y chicos que ha cometido
las conductas estudiadas es similar en ambos casos», que hay «grandes seme-
janzas», así como que «Los chicos y las chicas presentan más semejanzas que
diferencias en sus patrones de conducta antisocial» 12. Ahora bien, estos in-
vestigadores comparan si chicas y chicos han cometido alguna vez una serie
de comportamientos que pueden ser tan relativamente leves como haber
consumido alcohol o drogas, haber faltado al colegio o haberse ido/colado
de algún sitio sin pagar. En todo esto ciertamente no encuentran diferencias
significativas entre unos y otras 13. Sin embargo, cuando nos fijamos en com-
portamientos de una cierta gravedad como comprar algo robado, haber sido
expulsado del centro educativo, vandalismo, portar armas, amenazar con
agredir físicamente o verse envuelto en peleas, la prevalencia de los chicos
es claramente superior al de sus compañeras.
El metaanálisis de Lipsey y Derzon encontró que el género era un predic-
tor fuerte de la violencia o delincuencia seria entre las edades de 15-25 años
ya se hubiera estimado a la edad de 6-11 (wr=0,26) u 12-14 (wr=0,19) 14. Otro
importante metanaálisis de Archer informa de que las diferencias en las ten-
dencias de hombres y mujeres en distintas formas de agresión son claras y
que, naturalmente, los hombres estaban más dispuestos a recurrir a la misma.
Por ejemplo, el efecto para la agresión total era de tamaño moderado a través
de autoinformes, observación directa e informes de pares y profesores (rango
d=0,42 0,63), lo mismo que para sus componentes físico (rango d=0,39 0,84)
Tabla 4.1.
Tasa por 1000, frecuencia y razón de arrestos e imputaciones en España
por sexo (2012-2017)
Gráfico 4.1.
Arrestos e imputaciones por sexo por 1000 residentes en España
(2012-2017)
18
16
.......................
14 .... .....
12
... .... ... ..... ..........
10
8
6
4
- -- - •..•. -------------- ... _
2
O
2012 2013 2014 2015 2016 2017
Elaboración propia a partir de datos del Ministerio del Interior y del Instituto Nacional
de Estadística para 1 de julio.
Tabla 4.2.
Razones de las ventajas para delincuencia de chicos y chicas para el último
año, según Steketee et al.
Tipo de delito
Patrirnoniales Patrimoniales Violentos Violentos
leves graves leves graves
Región Países anglosajones 1,51 2,63 2,77 1,82
Europa del Norte 1,48 2,72 2,71 1,83
Europa Occidental ns 4,09 3,09 2,64
Europa del Sur' 1,31t 4,34 2,51 2,99
Países exsocialistas 1,64 3,91 2,71 2,06
América Latina 1,59 4,44 4,29 3,65
Todas las razones de lasventajas significativasal nivel alfa=0,0001excepto donde indi-
cado (ns=no significativo)y para t donde alfa=O,Ol.
Fuente: Tomado de Tabla 2 en Steketee et al., 2013:97.
zón de género (en una los grupos dominados por niñas eran más agresivos;
en otro los niños eran más agresivos),pero no los otros cuatro, todo ello a
edades muy tempranas, antes de los dos o tres afios". Las diferencias a
partir de los 4 o 5 años sería resultado, según estos autores, de la socializa-
ción, que tendría el efecto de transformar las tendencias antisociales de las
chicas -pero no de los chicos- en problemas internos, esto dirigidas hacia
ellas en vez de hacia orros". Otros investigadores,sin embargo, han encon-
trado que las diferencias entre niños y niñas aparecen muy pronto en sus
biografías y quedan establecidas antes de los dos años -aunque luego pue-
dan ampliarse con el paso a otras etapas vitales.Así,Baillargeon y sus asocia-
dos sostienen, a partir de datos longitudinales de Quebec, que las diferen-
cias entre sexos están presentes ya al menos a los 17 meses de vida33.
Como se ha anunciado, existen pruebas de que la brecha de género
varía de unas etapas vitales a otras, generalmente en el sentido de que e
van ampliando. En esta línea, Coté reporta un metaanálisis con diferencias
en desviación por razón de género que aumentaban de un tamaño del efec-
to d=26 entre los 6 y los 11 años; a un tamaño d=ü,35 entre los 11 y los 13; y
concluye su revisión con que «aunque la brecha entre varones y féminas
está presente durante los años preescolares, se amplía considerablemente
entre la infancia y la preadolescencia»34. También Hay anuncia el mismo
fenómeno, y lo achaca a que las chicas maduran antes que sus compañeros,
con la consecuencia de que la brecha aumenta durante la adolescencia'".
La desviación puede tratarse igualmente como variable independiente,
esto es como potencial causa de comportamiento y situaciones futuras. Es
en este ámbito donde los investigadores de Dunedin encuentran quizá las
más acentuadas diferencias en razón del sexo y afirman que «lassecuelas
de los problemas de conducta se prueban distintos según el sexov ". En
concreto, los problemas conductuales predecían, en el caso de las mujeres,
dificultades en la vida en el hogar, en la salud y depresión; y en el de los
hombres complicaciones en el ámbito laboral y frente al Sistema de Admi-
nistración de Justicia, así como abuso de sustancias. Sí eran cumunes a
ambos sexos la tendencia a relacionarse y unirse sentimentalmente con
otros individuos desviados, tener descendencia en la adolescencia y verse
envueltos en violencia doméstica. En el caso de las chicas, su tendencia
delictiva se veía especialmente agravada cuando se emparejaban con un
hombre desviado".
que predecían que se entrase en dicha trayectoria eran los mismos para
unos y otras. Precisamente las chicas rara vez se convertían en delincuentes
persistentes por la rareza de que estosfactores de riesgo se dieran en ellas".
Centrándose en la personalidad, Kueger y sus asociados confirmaron con
datos del estudio de Dunedin que los tres grandes factores que subyacían a
las varias escalas del Cuestionario de Personalidad Multidimensional (MQP) se
relacionaban con cuatro medidas delictivas de modo prácticamente igual
para chicos y chicas. Por ejemplo, las correlaciones de Spearman para chi-
cos y chicas para constreñimiento, emocionalidad negativay emocionalidad
positiva por un lado y delincuencia autoconfesada por otro eran -0,44 y
-0,44,0,34 Y0,48 Y0,1 Y0,5 respectivamente; y los (pseudo) estadísticos de
bondad de ajuste eran de 0,5 para ellos y 0,58 para ellas -sugiriendo una
capacidad predictiva de la criminalidad autoconfesada comparable t",
Otras investigacioneshan corroborado estos hallazgos.Así,en el estudio
longitudinal de cohorte británico se encontró que los mismos factores de
riesgo pronosticaban la criminalidad de los chicos y de las chicas:". Un
trabajo conjunto a partir de varios estudios longitudinales de 6 lugares en
Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda halló algunas diferencias relevan-
tes sobre carreras criminales, pero en un contexto de semejanzas notables
en las muestras de chicos y de chícas".
Otros trabajos, por el contrario, apuntan a factores de riesgo diferencia-
les por razón del sexo. Nilsson, por ejemplo, con datos de autoinforme de
889jóvenes adolescentes de Halmstad, Suecia, muestra notables diferencias
entre chicos y chicas en el efecto de variablesfamiliares. En el caso de ellos,
los factores de riesgo familiares que explicaban su delincuencia autoinfor-
mada eran la estructura familiar, el conflicto con los padres y la confianza
con los padres; mientras que para ellas no sólo estas variables no eran signi-
ficativasdesde un punto de vista estadístico, sino que su principal predictor
era la vinculación a los padres, que se revelaba irrelevante para sus compa-
ñeros. En realidad, el estudio de Nilsson también arroja ulteriores notables
semejanzas entre chicos y chica:s ya que no sólo compartían predictores
clave como tiempo pasado con los pares, sino que no todas las diferencias
eran significativasdesde un punto de vista estadístico, con lo que la falta de
coincidencia podía ser debida al azar y no ser genuina47•
Ahora bien, aunque los factores de riesgo eran muy semejantes en Du-
nedin para chicos y chicas y ambos sexos eran vulnerables a los mismos
factores de riesgo -este es el patrón que predomina en la literatura, pese a
las excepciones notadas-, Moffitt y sus compañeros encuentran que los pri-
meros muestran puntuaciones más altas en muchos factores de riesgo. En
particular, los varones tienen los mismosnivelesde riesgo que las chicas en
factores relacionados con las madres y las familias,pero significativamente
más altos en muchos factores cognitivosy neurológicos y relativosal com-
portamiento infantil ya los parest". Tomados en conjunto, todos estos 35
factores derivadosde 5 dominios diferentes explicanun 65 por ciento en las
diferencias desviadasentre chicosy chicas".
Algo semejante se lee en el estudio de Daigley sus asociadoscon datos
de Add Health: en comparacionesbivariadasse apreciaban notables diferen-
cias en razón de sexo,si bien para factores que son comunes. Estosautores
clasificanlos factoresde riesgo según teorías que las destacan. Sin ánimo de
exhaustividad, los chicos sufren más victimacionesque las chicas, quienes
por el contrario están más afectadas por la depresión, sin embargo, no ob-
servan diferencias en el grado de autonomía y supervisión-teorías feminis-
tas-; los chicos sufren más fuentes tradicionales de frustración -esto es con
una orientación económica- y menos conflicto parental, pero menos even-
tos vitales negativos-teorías de la frustración-; existen algunas diferencias
en vinculación y, sobre todo, un mayorautocontrol en las chicas-teorías del
control social-; y,por último y rompiendo la línea de diferencias, no existen
en la delincuencia de los pares ni en la influencia de los pares -teorías del
aprendizaje'".
También las causas del delito, y no sólo los factores de riesgo, podrían
coincidir en hombres y mujeres, esto es ser invariantes en razón del sexo,
según Moffitty sus asociados.Estos autores apuntan, en primer lugar, varias
consideraciones críticas de los estudios que han sugerido lo contrario. En
primer lugar, estas investigacionesse habrían quedado cortas en las pruebas
estadísticasempleadas. Una forma habitual en Criminología de contrastar la
hipótesis de efectos diferenciales de un factor de riesgo consiste en ver si el
mismo predice la criminalidad, la desviación o lo que sea en ambos grupos
o solo en uno. Cuando la significación estadística se da para unos pero no
para otros, s concluyeque debe existir una diferencia. Sin embargo, esto es
un error ya en el modelo lineal puesto que puede haber un problema de
potencia estadistica", habitual cuando las muestras son pequeñas; pero, so-
bre todo, saber si dos coeficientes son distintos exige una contrastación esta-
dística específica. Dicho con otras palabras, solamente comparando directa-
mente sin pruebas formales dos coeficientes no es posible saber si son
distintos entre sí desde un punto de vista estadístico 52. En segundo lugar,
Moffitt y sus compañeros advierten de la insuficiencia de muestras de un
único sexo para contrastar hipótesis sobre los potencialmente distintos pro-
cesoscausales subyacentes en el caso de los chicos y de las chicas. En efecto,
2. EDAD
Después del sexo la edad es el correlato -en sentido estricto- más sólido
del delito. Se sabe desde los inicios de lo que hoy consideramos Criminolo-
gía científica que los adolescentes son responsables de un número despro-
porcionado de delitos y que según se van haciendo mayores van cometien-
do, como grupo, más y más; así como que, a partir de un determinado
momento, los conjuntos de edades cometen cada vez menos actos crimina-
les, al menos como grup061.Esto es, que existe, a este nivel agregado como
ss Serrano Maíllo, 2009a: 512. En su trabajo a partir de datos de Add Health, Daigle y sus
colegas, 2007: 272-277, informan de efectos diferenciales de algunas importantes variables -110 de
otras- procedentes de distintas teorías en chicos y chicas, pero al utilizar análisis de regresión no
lineal, no es posible contrastar la hipótesis de que los efectos son distintos. Steketee y sus compa-
ñeras utilizan interacciones para contrastar la hipótesis de la vulnerabilidad, pero al margen de la
interpretación que se conceda a sus hallazgos, la introducción simultánea de varias interacciones
en un mismo modelo es problemática, vid. Steketee et al., 2013: 97-100. Finalmente, Booth Yotros
afirman a partir de datos de una escuela que existen diferencias entre chicos y chicas, pero la
mayoría de los valores z que permiten contrastar la hipótesis nula de coeficientes iguales son infe-
riores a 11,961,Booth el al., 2008: 432-438 sobre los aspectos de hecho, 446 para sus conclusiones
y 444-445 sobre los contrastes.
59 Rebellon et al., 2016: 81-83, con pruebas empíricas a favor de su tesis.
60 Chappel et al., 2007: 372-374.
61 Quetelet, [1833]: 64-65. Aquí hablamos de la edad cronolágica,esto es la determinada por
los años que se cumplen, sobre cuya relación con la criminalidad hay abundantes pruebas, como
se indica en el texto. Caspi y otros aseguran, por el contrario, que más importante es la edad mológi-
ea, esto es el paso efectivo a etapas vitales como la adolescencia al margen de la edad cronológica
PROCESOS BIOGRÁFICOS 161
que uno tenga. Naturalmente, aquí se introduce un elemento de imprecisión; si bien debe existir
una correlación entre ambas concepciones de la edad. En una investigación con 297 de las 501
chicas participantes en el Estudio de Dunedin establecieron mediante modelos de vías y otros en-
foques que la edad de la primera menstruación -lo cual se relaciona con la edad biológica y no con
la cronológica- predecía de modo directo la violación de normas a la edad de 13 años y de modo
indirecto la delincuencia autorrevelada a los 15 años en colegios mixtos, aunque no en colegios de
chicas; así como que la edad de la primera menstruación se conectaba negativamente con conocer
a pares delincuentes en chicas sin problemas de externalización, aunque no con las que sí los ha-
bían tenido, Caspi et al., 1993: 22-27 sobre los resultados y 21-22 sobre la metodología empleada.
62 Britt, 2019: 14-15.
6. Junger-Tas, 1994: 376 y 381.
61 Serrano Maíllo, 1995: 795 y 801.
65 Serrano Gómez, 1970a: 33-34 y 55-6J.
66 Serrano Maíllo, 2013: 83-87. El Estudio de Chicas de PittslTurghencontró igualmente que la
delincuencia de las mujeres en relación con la edad sigue el mismo patrón general, Ahonen et al.,
2017: 766.
67 Fernández Molina y Rechea Alberola, 2006: 3-7.
68 También en Laub y Sampson, 2003: 86.
162 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
Gráfico 4.2.
Arrestados e investigados por 1000 residentes en España (2017)
25
20
15
10
Elaboración propia a partir de datos del Ministerio del Interior y del Instituto Nacional
de Estadística para 1 de julio.
Gráfico 4.3.
Arrestados e investigados por 1000 hombres y 2500 mujeres residentes
en España (2017)
40
35 '0
t ••
30
o
i " .
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20 • .
00
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10
00
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5 ...................
O
• o •• o. Hombres
-Mujeres
Elaboración propia a partir de datos del Ministerio del Interior y del Instituto Nacional
de Estadística para 1 de julio.
PROCESOS BIOGRÁFICOS 163
lito": Este es el caso, para empezar, del consumo de drogas. Akers conce-
de que las característicassociodemográficasde los consumidores pueden
cambiar dependiendo del tipo de sustancia, pero que «existe una rela-
ción entre la edad y el consumo de drogas con el pico en la edad de los
jóvenes adultos» 77. Uihlein utiliza datos de la Encuesta Nacional sobre el
Abuso de Drogas norteamericana y concluye que «el consumo de mari-
huana se ajusta al mismo patrón general de la edad igual que otras for-
mas de delito y desviación»78. Otro ejemplo son los accidentes de tráfico,
un comportamiento que en sí mismo puede no ser delictivo y que intui-
tivamente podría ubicarse -erróneamente- en un paradigma del evento
fortuito?", Sorensen, verbigracia, revisa parte de la investigación empírica
en la materia y compara las curvas de la edad en relación con el delito y
con los accidentes de tráfico y escribe que «Igual que el delito, el hecho
de verse envuelto en accidentes mortales de tráfico tiene un pico en la
adolescencia tardía y poco a poco declina a partir de ese momento». El
mismo añade que, en contraste ahora con el delito, la curva de la edad
para los accidentes de esta naturaleza conoce un aumento a partir como
de los sesenta años, que el autor atribuye a «factores fisiológicos» que
incluyen una menor probabilidad para sobrevivir según se alcanza una
determinada edad 80.
3.1. Personalidad
3.2. Inteligencia
grupos de delincuentes sin estas carencias, como sería el caso de los psicó-
patasJ08. El estudio de Cambridge encontró que tanto una baja inteligencia
verbal como no verbal a la edad de 8-10años predecían haber sido conde-
nado a los 32 por acto violento (RV>2);mismo poder predictivo que con-
servaba la inteligencia no verbal a los 12-14años 109; y algo semejante ocurría
con otros comportamientos desviados-!",Másconcretamente, másdel doble
de los niños que puntuaron 90 o menos en tests de inteligencia no verbal
fueron condenados durante su adolescencia temprana, en comparación
con los que puntuaron por encima de 90 IIl. El metaanálisis de Lipseyy Der-
zon concluye que la inteligencia tiene una relación predictiva moderada
con la violencia o delincuencia seria entre las edades de 15-25años ora se
hubiera medido la inteligencia a la edad de 6-11 (wr=0,12)ora a la de 12-14
(wr=G.ll ) 112. Moffitt estima, a partir de datos empíricos, que la diferencia
en la inteligencia entre delincuentes y no delincuentes es de media desvía-
ción típica, o bien ocho puntos en la escala de coeficiente intelectual 1 13. Al
mismo tiempo, esta autora sugiere que las diferencias pueden ser mucho
mayoresentre grupos particulares, por ejemplo entre delincuentes crónicos
o de carrera y no delincuentes -supuesto en el que la diferencia podría
llegar a los 17 puntos en la escala 114. También la revisión de Murray y sus
asociados en países de ingresos medios y bajos avala la capacidad predictiva
de la inteligenciay el comportamiento antisocial 115. Algunas investigaciones
sugieren incluso que la inteligencia puede utilizarse como predictor de la
criminalidad desde edades muy tempranas que pueden llegar a los 3 o 4
años!":
La literatura ha apuntado que esta asociación podría ser un artefacto.
Jolliffe y Farrington, a quienes sigo aquí, rechazan los argumentos en esta
línea. En primer lugar, Moffittapunta a que el estilo de vida -como el de los
criminales- puede producir alteraciones en la inteligencia!'? -de este modo
señalando un potencial problema de orden temporal-, pero es improbable
que éste sea el único sentido temporal de la conexión. Así,jolliffe y Farrin-
3.3. Otras
tados con la misma 134. Otros estudiosos, sin embargo, se muestran más
escépticos. Kanarek señala que a menudo los individuos con tendencias
violentas tienen también una historia de alimentación poco saludable y
abuso de alcohol, lo cual se relaciona por un lado con problemas con el
azúcar y por otro con un estilo de vida particular, de modo que bien
podría ser este último el que se encuentre detrás de la criminalidad, con
los problemas de salud como epifenómenos; también añade este autor
que existen problemas metodológicos relacionados con la alimentación
que los pacientes reciben en algunos estudios y con la propia medición
del azúcar; así como que lo que se establece es un problema de salud
quizá crónico, no que los delitos particulares tuvieran lugar cuando ha-
bía un exceso de producción de insulina o cuando los niveles de azúcar
eran bajos, o que antes de la perpetración no se hubiera abusado del
alcohol 135. Kanarek, sin embargo, no rechaza de modo categórico una
potencial conexión entre hipoglucemia o, más en general, nutrición por
un lado y criminalidad por otro ya que las investigaciones aún son esca-
sas y poco concluyentes 136.
Cambiemosde tercio. El Proyectode Seattle encontró que la hiperactividad
a la edad de 10, 14 Y 16 doblaba el riesgo de comportamiento violento a la
edad de 18 años (rango RV= 1,67 2,17); Y que la búsqueda de sensaciones
lo triplicaba (rango RV=3,18 3,50) 137; algo semejante a lo reportado por el
metaanálisis de la OlJDPI38.Murray y sus asociados observaron en su revi-
sión de estudios de países de ingresos medios y bajos que la hiperactividad
predecía la violencia,pero no la delincuenciajuvenil 139 •
ElEstudio de Cali encontró una asociaciónsignificativaentre hiperactivi-
dad/problemas de atención por un lado y criminalidad (RV=2,11) y consu-
mo de drogas (RV=1,7) por otro. La impulsividades un constructo psicoló-
gico que se ha relacionado con la criminalidad 140 y que se refiere a
diferenciasindividuales.En Criminología,la impulsividadse ha contempla-
00 mayoritariamentecomo un elemento o quizá dimensión del auto control,
en particular en el marco de la concepción de Gottfredson y Hirschi en su
teoría general del delito. Yomismo realicé una revisión narrativa de los es-
tudiosempíricosy encontré un gran apoyo empírico tanto para la teoría -si
bien existíauna cierta desconexión entre ésta y las metodologíasempíricas-
comopara la correlación entre autocontrol bajo y criminalidad 141.
4. INMIGRACIÓN
142 Así lo sugieren Lee y Martinez, 2006: 91; Martinez, 2006: 13-14; Martinez y Lee, 2000:
485-486 y 514; Rumbaut et al., 2006: 70; Serrano Gómez, 2004: 769.
14' Andersen et al., 2017: 24-41 y 57-58, así como 12 con más detalle sobre los datos; vid.
igualmente Skardhamar et al., 20l4: 120-123.
114 Andersen et al., 2017: 46-55 y 58.
son las segundas generaciones las que, comogrupo, muestran una mayor
tendencia al delito 155.
Algunos autores entienden que esta dicotomía-primera y segunda ge-
neración- es insuficiente 156 y proponen términos mediosentre ambas. Rum-
baut, por ejemplo, habla de la generación 1'5:inmigrantesque llegan duran-
te su primera adolescencia (por ejemplo entre los 5 y los 12 años de edad).
Serían individuos marginales tanto al nuevo como al antiguo mundo, sin
formar parte «completamente de ninguno de ellos»!". Otra propuesta es la
más amplia de segunda nueva generación de Zhou y Bankston: pertenecen a
la misma los nacidos en el país receptor «onacidos en el extranjero de in-
migrantes contemporáneos que están creciendo en los EstadosUnidos [Es-
paña en nuestro caso] y en la actualidad pasando a la madurez» 158. El fun-
damento teórico es que estosjóvenes comparten estar creciendo en un país
nuevo y tener que enfrentarse, entre otras cosas, a la opción de bascular
hacia sus grupos de origen o bien hacia la nueva cultura y estructura carac-
terística del nuevo lugar donde residen 159.
Los inmigrantes de primera generación tienden a delinquir menos que los
nacionales en circunstancias semejantes, al menos para algunos niveles de
análisis160. O sea, sobre todo si se tiene en cuenta que los inmigrantes tien-
den a ser másjóvenes, a encontrarse desaventajadossocioeconómicamente,
a viviren barrios pobres, ete., esto es a estar expuestos a condiciones crimi-
nógenas 161, entonces parece claro que, como mínimo, delinquen menos de
lo que cabría esperar. Algunos autores hablan incluso, siguiendo a Rum-
baut, de la «paradoja de la inmigración» 162. A nivel de las comunidades, se
ha teorizado que ello podría ser debido -como pasaba en la investigación
recién señalada de Martinez y Nielsen- a que la inmigración tuviera un
efectoorganizativo en las comunidades, lo que se conoce como la perspectiva
de la revitalización de la inmigración. A su tenor, cuando los inmigrantes, en
especial cuando constituyen un grupo relativamente homogéneo, llegan a
una comunidad y vivenen la misma pueden aparecer nuevas formas de or-
ganización social,reforzarseinstituciones ya existentes en el área y aumen-
15j Vid. Killias, 1989: 13-40; Morenoffy Astor, 2006: 37,38,45 Y 53-54 sobre todo; Nielsen y
Martinez, 2006: 212-213; Rumbaut et al., 2006: 72 y 82-83; Zhou y Bankston, 1998: 194-195. Otra
explicación teórica -la de la «asimilación segmentada»- en Portes y Zhou, 1993: 74-94; Zhou y
Bankston, 1998: 236 sobre todo, aunque también 185-215; los mismos, 2006: 117-138.
156 Serrano Maíllo et al., 2008: 181-182.
157 Rurnbaut, 1991: 6l.
158 Zhou y Bankston, 1998: 2; vid. asimismo 4, 51-52 Y 243 nota 1.
159 Vid. Zhou y Bankston, 1998: 71-107 y 160-232.
160 Albrecht, 1997: 58-67 y 87; Butcher y Piehl, 1998a: 457-490; las mismas, 1998b: 654-676;
Lee et al., 2001: 559·576; Martinez, 1996: 131-143; el mismo, 2003: 33-41; el mismo, 2006: 8; Mar-
tínez y Lee, 1998: 291-302; Moren off y Astor, 2006: 36-38; Moren off et al., 2001: 517-556; Rumbaut
et al., 2006: 81; Sampson y Raudenbush, 1999: 603-647; Yeager, 1997: 145-168.
161 Hagan yPeterson. 1995: 14-36.
162 Lee y Martinez, 2006: 90 y 91; Martinez, 2006: 14.
176 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
163 Lee y Martinez, 2006: 91; Martinez, 2002: 6 y 28; el mismo, 2006: 10; Nielsen y Martinez,
2006: 218-219.
16. Lee,2006: 143,148-150 Y 159, así como 145-148 y 160 nota 19 sobre la metodología.
165 Bersani, 2014: 77.
166 Bersani, 2014: 66-72 con la descripción de los datos y enfoque analítico y 75 Y 77-78 cors
los resultados.
167 Albrecht, 1997: 45.
171 Vid., sobre la cuestión, Albrecht, 1987: 272-285; el mismo, 1997: 37, 69-87 Y88; Bielefeld
y Kreissl, 1983: 78-95; Hagan y Palloni, 1998: 367-385; Hagan et al., 1978: 396; McCarthy y Hagan,
2003: 134-137; McCord y Ensminger, 2003: 319.
m Roberts y Stalans, 2000: 113.
m Bauman, 2004: 56.
17, Albrecht, 1997: 6~7; Hindelang et al., 1981: 157-180;Junger-Tas y Marshall, 1999: 331-
335.
l7S Martinez, 2002: 27; Orobio de Castro, 2005; Orobio de Castro yJunger, 2006: 450 y 454.
176 Albrecht, 1997: 46 y 87; Martinez, 2003: 22-23; el mismo, 2006: 1-2 y 11; Martinez y Lee,
2000: 487; Skardhamar et al., 2014: 124; Zhou y Bankston, 1998: 2 y 51-52.
CAPÍTULO 5
Procesos de crianza y socialización
l. FAMILIA
nen un efecto preventivo muy elevado, controlando por el efecto de importantes variables (1). El
mismo hallazgo muestra el metaanálisis de la OlJDP, que añade el efecto criminógeno de abando-
nar los estudios y de los rarnhios frecuentes de escuela (2); YLipsey y Derzon al hilo de la actitud y
resultados académicos a las edades de 6-ll (wr=0,13) y 12-14 (wr=0,19), en relación con la VIolencia
o delincuencia seria a los 15-25 años (3). Con datos especialmente ricos, el Proyecto de Seattle
muestra que unos bajos resultados académicos, una baja vinculación al colegio, unas bajas aspira-
ciones educativas y unos frecuentes cambios de colegio a las edades de 14 y 16 elevaban de modo
significativo el riesgo de comportamiento violento a la edad de 18 años (rango RV=I,82 2,71) (4).
(1) Crutchfield y Wadsworth, 2013: 165-166 y 174, así como 158-161 sobre los datos y enfoque
analítico.
(2) Hawkins et al., 2000: 4-5.
(3) Hawkins et al., 2000: 7.
(4) Herrenkohl et al., 2000: 180-181.
s Farrington, 1992a: 139-140.
6 Farrington, 1993: 15.
7 Farrington, 1994: 227-228.
8 Farrington, 1993: 16.
9 Murray et al., 2010: 1203.
10 Murray el al., 2018: 318 y 323.
11 Sampson y Laub, 1993: 81-82 y 96.
182 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
26 DugdaJe, 1888: 66 sobre todo, de donde proceden las citas. Esto es importante porque
algunos años más tarde, la familia de losjukes volvió a ser estudiadas por Estabrook, quien alcan-
zó conclusiones etiológicas y de Política criminal bien distintas, proponiendo como alternativas la
custodia permanente y la esterilización, 1916: 85.
27 Goddard, 1912: 1-12.
28 Goddard, 1912: 59 y 68.
29 Goddard, 1912: 52-53 y 66-69 sobre todo, cita procede de 69.
'0 Goddard, 1912: 57 y 61-62.
31 Besemer et al., 2017: 164-167 sobre los detalles metodológicos de su trabajo, así como 167
sobre el cálculo de las razones de las ven tajas.
32 Besemer et al., 2017: 167, 170 Y 172.
52 Farrington et al., 2018: 125·126 y 132, así como 119-124 sobre la metodología, en particu-
lar 123-124 sobre el efecto del diseño y las razones de las ventajas.
;~ Farrington el al., 2018: 118.
51 Farrington et al., 2018: 127.
55 Aury et al., 2015: 27-29 -con especial atención a rasgos psicopáricos como mediadores-;
Farrington et al., 2017: 14; los mismos, 2018: 127-132.
56 Farrington et al., 2017: 12-14, y ó-12 sobre la metodología.
188 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
Child Wellbeing, con una muestra de 4898 individuos nacidos entre 1998y
2000,identifica que el efecto criminógenode tener a la madre en prisión se
modera con la presencia de un hermano, aunque éste no ejercía ningún
efecto directo sobre la criminalidad67.
Para la tradición del control social, como ya sabemos, los padres o ma-
dres que delinquen habitualmente no ejercitarán una crianza eficaz sobre
la prole. Aún así, se puede esperar una cierta variacióndependiendo de los
vínculos del progenitor y, por lo tanto, de la calidad de la relación con el
hijo o hija. La idea es que si la relación es negativa,que desaparezca tempo-
ralmente ese progenitor puede disminuir la criminalidad del descendiente.
Estaidea de que el efecto del encarcelamientopuede ser positivoo negativo
dependiendo de la relación padres-hijostiene apoyo ernpírico'".
Adviértase que una cosa es la delincuencia de los padres o madres y
otra su encarcelamiento. Naturalmente, se trata de variables que tende-
rán a correlacionar en alguna medida, pero nos interesa ahora que son
conceptualmente ortogonales y sus efectos son potencialmente distintos.
Para la estricta dimensión de la privación de libertad, Auty ha descrito las
consecuencias tanto para los progenitores, desde alteración de las identi-
dade para los padres'" a la angustia de las madres 70; para los hijos e hijas,
como puede ser el trauma 71; para las relaciones entre unos y otros, como
el distanciamiento 72; y para la familia, como el declive económico y una
reducción en la calidad y estabilidad de la crianza 73, sin ánimo de exhaus-
tividad.
Como vemos,el encarcelamiento de uno de los padres es un predictor
señalado de la criminalidad.", pero sin embargo su alcance es amplio. El
encarcelamiento tiene efectos negativos para las familias que lo sufren en
alguno de susmiembros, lo cual a su vezpuede generar de modo indirecto
-verbigracia a través de su impacto en la educación y socialización que la
familiapuede ofrecer- criminalidad 75. Algunos de estos efectosson sutiles,
como sentimientos de vergüenza?". Fagan y Wesl señalan que el encarcela-
miento de un familiar, habitualmente del padre, aumenta las dificultades
económicas del núcleo, dificulta la supervisión de los hijos y rompe los
83 Brayne, 2014: 370·373 y 375·386, así como 373-374 sobre los datos; la misma, 2017: 999·
1000; Goffman, 2009: 342·348 y 351·354.
8' Brayne, 2017: 985·987 y 992·996.
85 Fagan y Najman, 2003: 552.
86 Reiss y Farrington, 1991: 365.
87 Shaw, 1930: 4-5.
88 Reiss, 1986: 136; el mismo, 1988: 139.
PROCESOS DE CRIANZA YSOCIALlZAC[ÓN 193
que ver sobre todo con el acceso al tutelaje a cargo de alguien que ya es un
ladrón profesional. Sin dicha oportunidad, no es posible para este autor
clásico llegar a ser un ladrón profesional. En las propias palabras del prota-
gonista de la obra, «Cualquieraque tenga éxito en el delito [hits the big-time
in crime] en un lugar u otro por el camino, estuvo asociado con algún delin-
cuente exitoso que le tomó y le educó» 137. Yen las de Sutherland en sus
comentarios, «el tutelaje por ladrones profesionales y el reconocimiento
como ladrón profesional son elementos esenciales en la definición, génesis
y comportamiento continuado del ladrón profesional»; «Una persona no
puede adquirir reconocimiento como ladrón profesional hasta que haya
tenido tutelaje en el hurto profesional, y el tutelaje sólo se da a unas pocas
personas seleccionadas de entre el total de la población» 138. En principio,
ciertas carreras delictivaspar~c.~nmás propic.iasa la irlea de fJ.ue SI" precisa
de un men tor 1~9, tales como las de carterista profesional, falsificador de
Este concepto de mentor es distinto, por supuesto, del de otros tipos de relación. En este
sentido, el hecho de tener contactos que, verbigracia, puedan facilitar información, aumenta las
oportunidades para el delito, especialmente en el ámbito de las empresas criminales (criminal
enterpnses), Morselli, 2005: 4-5, 26-30 Y120-121 sobre todo.
1~7 Sutherland, 1937: 23.
118 Sutherland, 1937: viii y 211-215, citas proceden de vii y 211-212; el mismo, 1956: 23-24,
con evidencia empírica en este sentido a partir de estudios realizados por estudiantes, que no
encontraron más que un caso, y éste dudoso, de ciertas categorías de delincuentes que no hubie-
ran contado con un mentor. Cloward y Ohlin, 1960: 146 y 148-149, llaman la atención sobre ulte-
riores ejemplos, como la Escuela de Chicago o Tannenbaum.
139 Aunque utilizo aquí el término carrera criminal por su flexibilidad -que permite incluir
carreras de un único delito-, en realidad la posición de Sutherland hay que ponerla en el contexto
de su idea de sistemas de comportamiento en el delito. Aunque quizá ya apuntada en la primera
edición de su manual (1), Sutherland la desarrolla a partir de la tercera (2). El autor los define,
algo estrechamente, del modo que sigue: «una unidad integrada, la cual incluye, además de los
actos individuales, los códigos, tradiciones, esprit de ClJ7'fJs, relaciones sociales entre los participantes
directos, y participación indirecta de muchas otras personas. Es entonces esencialmente un modo
de vida de un grupo [... ] aunque una participación común y conjunta, con frecuencia se puede
identificar por el sentimiento de identificación de los que participan en el mismo»; a la par que
afirma que -De cara a realizar progresos en la explicación del delito, es deseable dividir el delito
en unidades más homogéneas» (3) -aunque también parece claro que no descarta la construcción
de teorías generales del delito como la que él mismo propone. No puedo detenerme aquí en esta
importante, aunque prácticamente abandonada en la actualidad, idea (4).
Como se ha apuntado, esta propuesta de sistemas de comportamiento no ha calado en la
disciplina. Incluso en lo referente al delincuente profesional y al carterista en concreto, esta cate-
goría probablemente choca con el hallazgo bien establecido de la versatilidad de los delincuentes.
Inclusive para el caso del protagonista de la obra de Sutherland, algunas voces comentan infor-
malmente que el mismo había incurrido en otras actividades delictivas y desviadas incluyendo el
consumo de drogas, esto es, que el mismo habría sido localizado más adelante y habría confesado
estas comportamientos -aunque no he sido capaz de encontrar en la literatura una fuente que así
lo atestigüe. Steffensmeier, en solitario y junto a Ulmer, ha estudiado en profundidad la vida de
un receptador, el cual tiene mucho en común con el ladrón profesional de Sutherland (5). Pues
bien, estos autores reportan que su protagonista llegó a asesinar a un cómplice en un robo cuando
éste resultó herido y existía POl- ello un riesgo cierto de ser detectado y detenido ya directamente
ya por la confesión de éste (6).
PROCESOS DE CRIANZA YSOCIALlZACrÓN 201
141 Lofland y Stark, 1965: 862-873; Lofland, 1966: 50-57 sobre todo -vid, Capítulo III sobre
147 Vid. Morselli et al., 2006: 24-26 sobre los datos utilizados; pregunta aparece en 23-24.
148 Morselli et al., 2006: 26.
perspectiva, sin embargo, es que los mecanismos, sean los que sean, son
universales 155.
A nivel agregado existe evidencialimitada sobre que el matrimonio pro-
nostica tasasde criminalidadmás bajas.Así,Baumer yWolffencuentran que
la tasa de divorciospredice en sentido positivolos homicidios -a más divor-
cios, más muertes violentas- en sus datos combinados de nivel global y en
modelos multivariantes 156. En el estudio de Entorf y Spengler la razón en-
tre divorcios y matrimonios es uno de los predictores más consistentes y
robustos controlando por diversasvariables y se relaciona con el hurto, el
robo en viviendas,el homicidio, la agresión yel tráfico de drogas 157. Land
y sus colegas afirman igualmente una relación positivaentre porcentaje de
divorcios y tasas de homicidio a lo largo de varias unidades temporales y
espaciales estadounidenses 158; lo mismo que en su replicación posterior
con datos hasta 2000,aunque añadiendo que la fuerza de la relación había
ido descendiendo entre 1970y 2000159• También a nivel agregado pero en
sentido opuesto, Lappi-Sepálá y Lehti no encontraron en sus datos sobre
homicidios alrededor del mundo entre 2004y 2012 un efecto predictor de
las ratios divorcios/población ni divorcios/matrimonios 160.
A nivel individual, el divorcio se relaciona con efectos negativos en los
hijos. Por ejemplo, Amato llevóa cabo un metaanálisiscon estudios nortea-
mericanos y otro con europeos y encontró tales conexiones adversas a lo
largo de diversosámbitos, incluyendo los actos desviados.Los tamaños del
efecto ajustados de los que informa son de -0,17 y -0,18, que son efectos
pequeños. Sin embargo, el problema reside en deslindar si se trata de con-
secuencias causalmente unidas al divorcio o a otras cuestiones, como la
tensión que pudiera existir en las familias antes de tomar esta decisión y
ejecutarla 161.
A nivel individual, el grueso de la investigación empírica favorece un
papel reductor del matrimonio sobre la criminalidad; así como que se trata
de una función de la vinculación. El acuerdo sobre esta cuestión es general
y Bersani y Doherty llegan a afirmar que este efecto está «demostrado» 162
-algo probablemente prematuro, como veremos, en parte por las serias
complicaciones metodológicas existentes, algunas de ellasantes menciona-
das. Esta es una de las hipótesisfundamentales de la teoría del control social
informal dependiente de la edad, que concede un rol causalal matrimonio.
3.3. Descendencia
210 Skinner et al., 2002: 79-84 sobre los datos, 86-87 sobre equidad y 84-85 Y87 sobre felici-
dad; estos autores comparan la vida en pareja con otras figuras como el matrimonio, el matrimo-
nio tras vida en pareja, etc., con hallazgos semejantes.
211 Craig et al., 2014: 33.
212 Sampson et al., 2006: 497.
m Gottlieb y Sugie, 2018: 15, así como 8-12 del documento en prensa sobre los datos.
214 Gottlieb y Sugie, 2018: 18-21.
215 Gottlieb y Sugie, 2018: 21.
216 Skardhamar et al., 2015: 423-424;Theobald et al., 2019: 481.
217 Moffitt y Caspi, 1999: 5 y 11, 1-2sobre la información empírica.
218 Así, por ejemplo, Farrington y West, 1995: 251.
219 Sampson y Laub, 1993: 220.
212 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
220
Bersani et al., 2009: 19-20.
221
Zoutewelle-Terovan et al., 2014: 1225 y 1228-1229.
m Zoutewelle-Terovan y Skardhamar, 2016: 709, 714 Y718,702-706 sobre el enfoque empí-
rico.
223
Theobald et al., 2019: 482-488, cita tomada de 482.
22<
Warr, 1998: 204-206.
225
Moffitt y Caspi, 1999: 9-10, así como 1-2 sobre los datos.
226
Moffi tt y Caspi, 1999: 11.
CAPÍTULO 6
Procesos grupales
1. CODEUNCUENCIA
I Andresen y Felson, 2010a: 4; Emler et al., 1987: 99; McCord y Conway, 2002: 15; van Mas-
trigt y Carrington, 2019: 126; van Mastrigt y Farrington, 2009: 552; Reiss, 1986: 122-123; Reiss y
Farrington, 1991: 360; Sarnecki, 2001: 1-2; Warr, 2002: 31-34.
2 Van Mastrigt y Farrington, 2009: 552; Reiss y Farrington, 1991: 360. El término «codelin-
cuencia» fue propuesto originariamente en este campo o al menos generalizado por Reiss.
5 Van Mastrigt y Farrington, 2009: 552; Reiss, 1980: 11. Advirtiendo divergencias rnetodoló-
gicas relevantes entre los estudios, van Mastrigt y Farrington, 2009: 557; sobre la medición de la
codelincuencia, vid. Andresen y Felson, 2010b: 67-70.
4 Sobre la necesidad, aquí compartida, de diferenciar estos fenómenos, Reiss y Farrington,
1991: 361; matizando esta necesidad y destacando el rol de los pares como codelincuentes, Me-
Gloin y Stickle, 2011: 422-425; Morselli, 2005: 120-121.
5 Hochstetler et al., 2002: 559-565. También otras tradiciones teóricas, Britt, 2003: 161-176.
G Shaw, 1938: 10.
PROCESOS GRUPALES 215
sobre delincuencia juvenil y áreas criminales que el 81,8 por ciento de los
jóvenes que habían sido llevados ante el Tribunal de Menores del mismo
Condado de Cook en 1928habían cometido el delito de que seles acusaba
como miembros de un grupo; porcentaje que ascendía a los 89 puntos en
el caso del hurto. Esto llevó a los investigadores a afirmar que «la mayor
parte de los actos delictivos [juveniles] son cometidos por chicos en gru-
pos»; así como que «la delincuencia [juvenil]es esencialmenteun compor-
tamiento de grupo» 7. Aunque estos porcentajes son quizá algo exagera-
dos, dejan clara la naturaleza colectiva de gran parte de la actividad
criminal. Incluso la codelincuencia puede tener mayor relevancia para la
fenomenología criminal que las bandas criminales", siendo éstas mucho
más conocidas.
Pese a esta tradición de hallazgos, la consolidación de que la codelin-
cuencia es algo criminológicamente relevante vino de la mano del pararlig-
ma de las carreras criminales, hacia 19809. Por este motivo, sobre todo
originariamente la discusión sobre la codelincuencia se ha relacionado con
la prevención del delito 10 y, en particular, con la inocuización o incapaci-
tación selectiva11 -y, en menor medida, con otros parámetros propios de
las carreras criminales12.
En efecto, como señalan los hallazgosantes mencionados, muchos delin-
cuentes actúan en régimen de codelincuencia y muchos hechos delictivos son
cometidos por dos o más personas de modo conjunto. Asílas cosas,en toda
esta sección, pero en particular en este primer momento, es importante
tener en cuenta que la codelincuencia puede referirse a varios objetos dife-
rentes: a delincuentes y codelincuentes en cuanto que individuos por una
parte; y a delitos en cuanto que eventos por otro 13. Esta distinción es im-
portante y en parte explica hallazgos aparentemente contradictorios que
aparecen en la literatura 14.
Comencemos por los individuos.Reissacude a los incidentes de victima-
ción, procedentes de encuestas de esta naturaleza, entre julio de 1972 y
1975, en qll~ se había podido estimar el número de agl-e~ures y menciona
que en un 64,3 por ciento de los casosexistía uno solo; en un 15,9por cien-
a) Un sujeto que siempre delinque solo, ya sea que haya delinquido una
única vez;o bien que siga una carrera criminal más o menos extensa.
b) Un sujeto que siempre delinca en grupo, de nuevo en uno o más delitos.
e) Finalmente, los delincuentes de carrera pueden seguir un patrón mixto,
compaginando hechos en solitario y en codelincuencia. Este tercero pa-
rece ser el patrón más habitual con diferencia en quienes cometían va-
rios delitos o seguían una carrera crimirial", Por ejemplo, utilizando
los datos de Peoria, Reiss observó que, de 467 delincuentes juveniles, el
16,9por ciento había delinquido siempre en solitario; el 19,5 por ciento
9 por ciento de los delitos había sido cometido por más de dos codelincuen-
tes, con un máximo de diez copartícipes para un único caso34; algo corro-
borado con datos más actualizados'", Bernasco informa de que sólo el 9,3
por ciento de los robos en viviendas que estudió habían sido cometidos por
más de dos personas, con un máximo de 7 y 8 ofensores, con un ejemplo de
cada caso ". Carrington hace notar que en sus datos de ofensores sólo el
6,84 por ciento de adultos había trabajado en grupos de 3 o más perso-
nas'". Grund y Morselli analizaron más de 75.000 eventos criminales come-
tidos por más de un delincuente en Quebec y sostienen que en el 77,12 por
ciento habíajustamente dos delincuentes, en el 16,04 por ciento tres y en el
7 por ciento restante cuatro o más ". Centrándose en ofensores y no en
eventos, Sarnecki encuentra que la media de codelincuentes en su muestra
de Estocolmo a lo largo de todo el período estudiado era de 2,3, si hien este
dato ascendía a 3,8 si se eliminaba el 40 por ciento de delincuentes solita-
rios'". En un caso sin duda extremo, McCord y Conway informan de un
grupo de 30 personas que delinquieron juntos una vez en su muestra.".
El proceso de la codelincuencia se encuentra muy influenciado por la
edad: los jóvenes tienden a participar de modo conjunto en hechos delicti-
vos, pero según van siendo mayores, más probable es que delincan en soli-
tario ". Este efecto de la edad por sí misma, además, parece ser más impor-
tante que el de la experiencia:", por ejemplo la derivada de darse cuenta
de que un copartícipe tiene la capacidad de delación.". Las encuestas de
victimación revisadas por Hindelang y otros muestran que los agresores ac-
tuaban en grupo y no en solitario cuando su edad se estimaba inferior a los
veintiún años:". Reiss describe una investigación de Inglaterra en la que el
75 por ciento de los asaltantes de viviendas adultos habían actuado en soli-
tario, en comparación con el 50 por ciento de jóvenes45• El estudio longi-
tudinal de Cambridge reveló que el número medio de codelincuentes des-
cendió del 1,2 para edades entre 10 a 13 años al 0,3 para edades de 29 a 32
años; que el porcentaje de delitos cometidos en solitario aumentó del 25 al
84 para los mismos grupos de edades; y que, ahora para todos los partici-
46 Reiss y Farrington, 1991: 371; la media de codelincuentes para el grupo de entre 10-16
años era de 1,2 y para el grupo entre 17-32 de 0,8, para una media global de 0,9,374-375.
47 Van Mastrigt y Farrington, 2009: 563.
48 Andresen y Felson, 2010a: 8-9; vid. igualmente los mismos, 2010b: 75-76.
49 Andresen y Felson, 2010b: 73-74.
50 Sobre la curva de la edad, vid. Serrano Maíllo, 2013: 83-90.
51 Piquero et al., 2007: 99,103-104,121 Y202, así como 98-99 sobre los datos y la estrategia
analítica para el estudio de la codelincuencia, También van Mastrigt y Farrington, 2009: 564-565.
52 Reiss y Farrington, 1991: 366,391 Y394.
220 ALFONSO SERRANO MAÍLLO
2. REDES Y DELITO
107 Warr, 2002: 84-85; también McGloin y Stickle, 2011: 424 y 436; Morselli, 2005: 4-5.
108 Trem blay, 1993: 17.
109 Tremblay, 1993: 34.
110 Morselli y Tremblay, 2004: 783-785; Waring, 2002: 36-37 y 42-43.
111 Sarnecki, 2001: 5.
112 Granovetter, 1973: 1378.
113 Granovetter, 1983: 201-202.
PROCESOS GRUPALES 227
ganan más dinero 114. Incluso más llamativo es que estoscontactos persona-
les informales a través de los que preferentemente se encontrabatrabajo no
eran los sólidos de la familia y los amigos, sino contactosdébiles,esto es con
personas con las que se veían o interaccionaban con escasafrecuencia. Gra-
novetter no sugiere que estos contactos débiles sean másútiles en momen-
tos de gran necesidad, pero sí en general. Los individuosforman parte de
redes en las que las otros son nódulos y con los que puedentener vincula-
ciones más o menos frecuentes, esto es sólidas.La información,en este caso
sobre ofertas de empleo, puede llegar más fácilmente y máslejos a travésde
vinculaciones débiles. De nuevo, no es que los amigosnoestén más motiva-
dos para ayudar, pero debido a su menor número es másdificilque puedan
hacerlo -e incluso había casos entre sus entrevistadosqueno querían utili-
zar los contactos más próximos para evitar debilitarlos o para evitar ser visto
como alguien que ha recibido ayuda!".
Granovetter y su idea de vínculos débiles y redes, pues,parece especial-
mente apto para estudiar la participación colectiva en eventos criminales.
Así, Reisshabla de una «red laxa de afiliaciones», de una«red de contactos
e intercambios» en la que existe un núcleo duro de miembroscentrales que
concentran el grueso de las conexiones, miembros centrales que nunca
llegan a la quinta parte de todos los miembros de la red. La mayoría de
quienes forman parte de la red no se conocen entre sí e incluso pueden
tener pocos contactos con otros miembros, pero en cualquiercaso forman
parte de ella y pueden recibir y compartir información, asícomo encontrar
copartícipes para sus actos criminales 116.
Verbigracia,Sullivanmenciona los contactos dentro delpropio Sistemade
Administración de Justicia. En su estudio etnográfico observócómo algunos
delincuentes trataban de «manipular el sistema» a travésde las conexiones
personales que tenían -abogados, familiares que trabajanen el Sistema de
Administración de Justicia, etc.-, las cuales son consideradaspor este autor
como más importantes que los recursos financieros. Así,relata el caso de un
individuo acusado de haber quemado una fábrica que graciasa un tío suyo
que trabajaba en la policía logró que la investigación secentrara en el socio
del acusado-que en primer lugar había dado el soplo sobreesta persona 117.
Reissy otros observan que la mayor parte de los episodios de codelin-
cuencia de adultos no surgen de su participación en grupos, sino de redes
informales y laxas cuyos miembros están conectados por este motivo, pue-
118Felson, 2003: 158; Reiss, 1988: 141 y 143; Shover, 1973: 502 y 508.
119Roxell, 2011: 375 y 384; con evidencia en el mismo sentido, Sarnecki, 2001: 82, 100y 166;
Tremblay, 1993: 23-24.
120 Lantz y Hutchinson, 2015: 662-663, 673-677 Y680.
121 McGloin y Piquero, 2010: 77-78.
122 Morselli y Tremblay, 2004: 790-791 y 795.
m Morselli, 2005: 120-121.
124 Morselli, 2005: 23.
PROCESOS GRUPALES 229
sa; y, finalmente, isomorfismo normativo, caso en el que los agentes que van
a colaborar consideran que su asociación debe tener determinadas caracte-
rísticas que se consideran deseables 128.
3. DELINCUENCIA ORGANIZADA
I!IB Cressey, 1972: 11, la cual se distingue de organizaciones informales, 10-12 y 69.
1~9 Cressey, 1972: 19-20, 26, 44, 53, 62 Y68.
140 Cressey, 1972: 20-26.
141 También cree que podría ser un problema en la sociedad británica, Cressey, 1972: 1-2.
142 Cressey, 1969: 26.
143 Cressey, 1969: 1-4; el mismo, 1972: 3-4.
1'14 Hawkins, 1969: 50-51; Morselli, 2005: 2 y 12-14; Smith, 1975: 306-310; Waring, 2002: 34-35.
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