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13/8/2021 La carta sobre los cristianos escrita por Plinio el Joven | Reinventar la Antigüedad

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Reinventar la Antigüedad
Historia cultural de los estudios clásicos ISSN: 2340-8707

La carta sobre los cristianos escrita por Plinio el Joven


Posted on 21/12/2017

Hoy vamos a abordar un interesante tema: los cristianos en el Imperio Romano. Para ello, nos centraremos en dos documentos
del siglo II de nuestra era: la carta sobre los cristianos (Ep. X 96) compuesta por Plinio el Joven y enviada desde Bitinia al
emperador Trajano, y la respuesta que éste (Ep. X 97) hizo llegar a su remitente. Como habrá ocasión de ver, se trata de dos
documentos fundamentales por diversos motivos, entre otras cosas porque se nos habla, además, acerca de cómo eran los
antiguos ritos de los cristianos. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO, CATEDRÁTICO DE FILOLOGÍA LATINA DE LA
UNIVERSIDAD COMPLUTENSE 

La carta sobre los cristianos de Plinio el Joven (Plin. Ep. X 96) es uno de los documentos más controvertidos y comentados del
epistolario de Plinio. Debe datarse entre el 18 de septiembre del 111 y el 3 de enero del año 112, durante la legación de Plinio en Bitinia-
Ponto. Asimismo, la carta pliniana sirve de buen exponente para que nos hagamos una idea del tono general que tiene el libro X de sus
epístolas, dedicadas en este caso a la correspondencia con el emperador. En la edición de estos documentos, se prescindió de las
fórmulas de saludo al comienzo y final de cada carta (salvo en el caso de la 58), y también se borraron las indicaciones de fecha y lugar.

Esta carta 96 de Plinio se ha convertido en el primer testimonio de un autor pagano sobre el estado de la nueva religión cristiana, que ya
comienza a dejar de confundirse con la de los judíos, como muestra el tratamiendo específico que se hace aquí de los seguidores de
Cristo en calidad de tales. Cabe, en este punto, establecer una comparación de este testimonio con el que nos ofrece su amigo Tácito
en el libro XV de los Anales a propósito de los cristianos en Roma, si bien Tácito se refiere a una etapa anterior, la del incendio de Roma
del año 64 de nuestra era, en tiempos de Nerón. Este relato ha supuesto también, indirectamente, una ocasión memorable para tener
noticias sobre la presencia social de los cristianos que algunos han interpretado ya como un primer choque entre paganismo y
cristianismo, si bien esto no tendría lugar hasta un siglo más tarde. En todo caso, se llevó a cabo la detención de un gran número de
cristianos no tanto bajo la acusación de incendiarios como de su odio al género humano. Despedazamientos, crucifixiones y quemas de

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cristianos se sucedieron en diversos lugares, entre otros, en los mismos jardines del emperador. Sin embargo, Nerón logró el efecto
contrario que perseguía, pues este escarnio público movió a la compasión, dado que no se veía este castigo como un acto de justicia,
sino como una crueldad imperial (Tac., Ann. XV 44, 2-3):

“En consecuencia, para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados
tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo,
había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato; la execrable superstición,
momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino también por la Ciudad, lugar en
el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.” (Tácito, Anales. Libros XI-
XVI. Trad. de José Luis Moralejo, Madrid, 1986)

Conviene comparar la manera en que tanto Plinio como Tácito se refieren a estos nuevos cultos. Plinio habla de superstitionem pravam,
immodicam (Plin. Ep. X 96,8), mientras Tácito recurre a exitiabilis superstitio. Cambian los adjetivos, aunque todos ellos son negativos, y
coinciden, además, en el uso del sustantivo superstitio para referirse a unos cultos que con el tiempo terminarían siendo religión oficial
del imperio.

Por lo que parece, el emperador Trajano no mostró un especial interés por los asuntos de religión ni por ser especialmente un homo
religiosus, a diferencia de Augusto. La razón debe buscarse en el hecho de que probablemente considerara su propia persona como lo
más divino. Queda clara en la carta de Plinio cómo los que se han declarado cristianos o los que son sospechosos de serlo deben
abjurar de sus creencias y adorar a una imagen del emperador junto a la de los (otros) dioses (omnes et imaginem tuam deorumque
simulacra venerati sunt Plin. Ep. X 96,6). Entre tales dioses, Júpiter es uno de los pocos que aparece claramente asociado a la propia
propaganda religiosa y política del emperador, hasta llegar a establecerse una correlación entre ambos a partir del año 98, que es
cuando el Senado aprueba conceder a Trajano el título de Optimus. De esta forma, Trajano, más que devoto, se habría convertido en
uno de los dioses.

Esto, naturalmente, se refiere a la religión oficial del imperio, pero la carta de Plinio deja ver cómo las inquietudes religiosas de la gente
van por otro camino que tiene mucho más que ver con la asimilación de los cultos extranjeros. En este sentido, es posible que haya una
perspectiva bien diferente desde Roma con respecto a lo que ocurre en la parte oriental del Imperio, que es donde se encuentra el
propio Plinio. De hecho, como señalábamos más arriba, en lo que respecta a judíos y cristianos parece que ya se los diferenciaba
claramente, frente a lo que ocurría en las pasadas persecuciones indiscriminadas llevadas a cabo por Domiciano. Por su parte, la
respuesta que envía Trajano a Plinio tiene un carácter claramente moderado y hace mucho hincapié en que no se hagan acusaciones
anónimas, hecho que podría recordar los oscuros tiempos de Domiciano.

Pasados los siglos, resulta muy curioso cómo Trajano terminó constituyendo un modelo de príncipe cristiano para la posteridad. Dante
es, en este sentido, el paradigma de esta intepretación, pues nos habla sobre el paso de este emperador desde el purgatorio al paraíso
dentro de la Divina Comedia. (Paraíso XX 43-48 y 106-117).

VERSIÓN ESPAÑOLA DE LOS DOCUMENTOS (trad. de Francisco García Jurado)

Gayo Plinio saluda al emperador Trajano

1. Es costumbre para mí, mi señor, consultarte acerca de todas las cosas sobre las que dudo. ¿Quién, en efecto, puede guiar
mejor mi irresolución o instruirme en lo que no sé?

Jamás he participado en los procesos contra los cristianos: por ello, desconozco qué suele castigarse o perseguirse y hasta
qué punto. 2. Y no he dudado poco si acaso se hace alguna distinción de edad o, por tiernos que sean, en nada difieren de
los más robustos; si hay perdón para el arrepentimiento, o si el que fue completamente cristiano no obtiene alguna
ventaja al haber dejado de serlo. Si se castiga el mero hecho de llamarse cristiano, en caso de que no se hayan cometido
delitos, o si se castigan los delitos asociados a tal nombre.

Entretanto, esta es la norma que he seguido para con aquellos que hasta mí han sido traídos como cristianos. 3. A ellos
mismos les pregunté si eran o no cristianos. A quienes confesaron que sí les pregunté una segunda y una tercera vez, con
la amenaza de suplicio; ordené que se ejecutara a los que perseveraban. Yo no dudaba, en efecto, de que, al margen de lo
que confesaran, debía castigarse la pertinacia y la obstinación cerrada. 4. Hubo otros de similar desvarío a los que apunté
para que fueran enviados a Roma, ya que eran ciudadanos romanos. Poco después, como suele ocurrir, al extenderse la
acusación por causa del mismo proceso, se dieron situaciones variadas.

5. Se hizo público un libro anónimo que contenía los nombres de muchas personas. Quienes negaban que eran cristianos o
que lo hubieran sido, una vez que por medio de una fórmula mía imploraron a los dioses y suplicaron con incienso y vino
a una imagen tuya que había ordenado colocar para este cometido, junto a unas figuras de los dioses, y una vez que,
además, blasfemaron contra Cristo, cosas que dicen que no pueden ser obligados a hacer quienes en verdad son
cristianos, consideré que podía dejarlos libres.

6. Otros, nombrados por un delator, declararon que eran cristianos y poco después lo negaron; dijeron que lo habían sido
ciertamente, pero que habían dejado de serlo, algunos hacía ya tres años, otros ya muchos años antes, alguno incluso
veinte. Asimismo, todos ellos adoraron una imagen tuya y las figuras de los dioses y, además, blasfemaron contra Cristo.

7. Aseguraban, asimismo, que toda su culpa o su error no había sido más, según ellos, que haber tenido por costumbre
reunirse un día señalado antes del amanecer, cantar entre ellos, de manera alterna, en alabanza a Cristo como si fuera un
dios, y comprometerse mediante juramento no a delinquir, sino a no robar, ni cometer pillajes ni adulterios, a no faltar a
su palabra ni negarse a devolver un depósito cuando se les reclamara. También decían que, una vez realizados estos ritos,
tenían por costumbre separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, totalmente corriente e inocuo, pero que
dejaron de hacerlo tras mi edicto, por el cual, según tus mandatos, había prohibido que hubiera asociaciones. 8. Así pues,
creí aún más necesario inquirir también, mediante el tormento de dos esclavas que eran llamadas “ministras”, qué había

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de verdad. No encontré ninguna otra cosa más que una superstición depravada y desmesurada.

9. Por ello, aplazada la indagación, me he apresurado a consultarte. A mí me parece que se trata de una cuestión digna de
consulta, sobre todo a causa del número de personas que corren peligro (de ser juzgadas). Hay mucha gente, en efecto, de
todas las edades, de todas las condiciones y de ambos sexos incluso que son llamados a juicio y seguirán siendo llamados.
Y el contagio de esta superstición no se ha extendido tan sólo por las ciudades, sino también por las aldeas y los campos;
aún así, parece que puede detenerse y corregirse. 10. Sin embargo, hay suficiente constancia de que los templos, casi ya
abandonados, han comenzado a frecuentarse, y que se vuelven a celebrar los sacrificios rituales, hace tiempo
interrumpidos, y que se vende por todas partes la carne de las víctimas, para la que hasta ahora no se encontraban sino
escasísimos compradores. De esto es fácil deducir qué cantidad de personas podría enmendarse si hubiera lugar para el
arrepentimiento.

Trajano saluda a Plinio

1. Has seguido el procedimiento que debías, mi querido Segundo, en el examen de las causas de los que ante ti han sido
denunciados como cristianos. Y no es posible, en efecto, establecer para todos una norma general, como si ésta tuviera
una aplicación determinada. No hay que perseguirlos; si se los denuncia y acusa, hay que castigarlos, pero quien haya
negado ser cristiano y lo haya demostrado realmente, es decir, mediante la súplica a nuestros dioses, aunque hubiera sido
sospechoso en el pasado, que obtenga el perdón por su arrepentimiento. 2. Sin embargo, los libros anónimos que circulan
no deben tener cabida en acusación alguna, pues esto sirve de pésimo ejemplo y no es propio de nuestro tiempo.

P RO F. DR. FRA NCI SCO GA RCÍ A - J UR A D O

Catedrático de filología latina en la Universidad Complutense de Madrid. Dirige el Grupo UCM de


investigación "Historiografía de la literatura grecolatina en España" y es investigador principal del
Diccionario Hispánico de la Tradición Clásica.
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