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La Ética se justifica porque las acciones del ser humano dependen del conocimiento racional y de
intervención libre de la voluntad; de tal manera que se encuentra en constante riesgo de
desviarse del fin para el que fue creado.
Así, la Ética estudia la moralidad en cuanto cualidad del acto humano que le pertenece de
manera exclusiva por proceder de la libertad en orden a un fin último. La Ética entonces se refiere
al acto perfecto en cuanto conviene al hombre y en cuanto lo conduce o no a realizar su último
fin.
Lo éticamente bueno depende de la relación con el fin último del hombre. El fin último del
hombre es el deseo natural de ser feliz, es el bien perfecto.
En este sentido, se entiende por felicidad la obtención estable y perpetua del bien totalmente
perfecto, amable por sí mismo, que sacia todas las exigencias de la naturaleza humana y calma
todos sus deseos.
La inteligencia es quien advierte de modo natural la bondad o maldad de los actos libres. Todos
tenemos experiencias de satisfacción o remordimiento frente a determinadas acciones realizadas.
A partir de ellas surge la pregunta acerca de la calificación de la conducta. ¿Qué es el bien y qué
es el mal? ¿Por qué esto es bueno y aquello malo?
Precisamente, la respuesta a estas interrogantes es lo que nos lleva al estudio científico de los
actos humanos en cuanto buenos o malos, estudio que denominamos Ética. Así, la Ética resulta
aquella parte de la filosofía que estudia la moralidad del obrar humano; es decir, considera los
actos humanos en cuanto son buenos o malos.
Algunos objetos de las acciones son, por ejemplo: “ayudar a una persona invidente a cruzar la
calle” u “ofrecer la propia comida a alguien que tiene hambre”. Otros son más sencillos en su
descripción, como es el caso de “matar”.
La contraposición del objeto de las acciones es el sujeto de éstas, que no es otro que la persona
que actúa. El sujeto de la moralidad son siempre los actos libres, pero en el fondo esos actos
libres remiten siempre a la persona que los lleva a cabo. La persona puede realizar infinidad de
actos debido a la libertad que posee. Esto significa que sus acciones pueden ser innumerables, y
por tanto, que también pueden ser muy diversos los objetos de esas acciones que realiza. De ahí
que haya una cierta dificultad para poder definirlos verbalmente hasta que éstos ya hayan
concluido.
Para que las acciones del sujeto sean consideradas como tales deben ser voluntarias, es decir,
como dice Tomás de Aquino “la acción procede de un principio intrínseco y está acompañada por
el conocimiento formal del fin”. Parece algo muy obvio: la acción debe ser querida y debo saber lo
que hago. Pero es importante introducir todas estas nociones para comprender el objeto de la
acción moral.
Por tanto, la voluntariedad juega un papel fundamental en la acción querida, es decir, en definir lo
que quiero hacer, o lo que estoy haciendo, o lo que ya he terminado de hacer.
El acto humano procede de la voluntad deliberada del hombre, ya sea que los ponga la
misma voluntad, actos elícitos, ya sea que los ordene poner a otras potencias, actos
imperados.
La esencia del acto humano es, pues, que sea voluntario y libre, o dicho en una sola
palabra, que sea libre, pues si es libre es voluntario. Sólo las acciones que de alguna manera
son libres, son propias y específicas del hombre como hombre.
Son propias, porque por ser libres, el hombre es dueño de ellas, están puestas con dominio,
es decir, con libertad. Y son específicas, porque son características del hombre, no sólo en
cuanto substancia de la operación, sino también y sobre todo, en cuanto al modo de obrar la
operación, que está puesta con libertad. La acción libre está puesta de un modo específico y
característico del hombre, el modo de libertad.
Por lo tanto podemos decir que, no son actos humanos, sino actos del hombre:
- Los actos de la vida vegetativa y sensitiva, v.g. comer, ver, caminar, etc.
- Los actos indeliberados, ya sea por incapacidad, más o menos remota, de deliberar,
v.g. los actos del infante, en sueños, los del amante o embriagado, los actos puestos en
estado imnótico, etc.
El acto voluntario se relaciona con lo que de alguna manera procede de la voluntad, siendo
querido por ella. Debe pues, no solo ser efecto, próximo o remoto, de la voluntad, sino
también ser objeto de ella. Es decir, el voluntario debe pertenecer a la voluntad, no solo
efectivamente, sino también objetivamente.
El acto voluntario se divide en:
El acto involuntario refiere a lo que precede de alguna facultad del hombre, pero no de
la voluntad, ni remotamente, y, además, no es querido por la voluntad, involuntario
negativo, o contra el querer de la voluntad que lo rechaza, involuntario positivo, ej. los
malos pensamientos no consentidos, son involuntarios negativamente, el meter a un
señor en la cárcel, es para este involuntario positivamente.