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Dado que, como se ha visto, a la bienaventuranza se llega mediante algunos actos, es necesario tratar
acerca de los actos humanos por los cuales el hombre llega a la felicidad, y aquellos por los cuales evita
llegar a la felicidad. Ahora bien, los actos humanos son realidades singulares, y por eso, la Filosofía moral
deberá completarse con la consideración singular de los actos que llevan a la felicidad o la impiden. No
obstante, antes de este tratamiento, dado que la filosofía moral procede de lo universal a lo particular, será
necesario tratar primero acerca de los actos humanos en general. De los actos que se dan en el hombre, unos
son propios del ser humano, y otros los tienen en común con los animales. Por eso, dado que estamos
refiriéndonos a los actos conducentes a la felicidad que es propia del ser humano, primero trataremos de los
actos que son propios del ser humano. No obstante, habrá que tratar también de los actos que los hombres
tienen en común con los animales, en la medida en que éstos influyen o se integran con los actos humanos.
No olvidemos que los actos de los apetitos sensibles están llamados naturalmente a vincularse con las
potencias racionales superiores.
En cuanto a los actos humanos, debe decirse que se trata de actos voluntarios, dado que proceden de
la voluntad que es el apetito racional. También se han de considerar los actos involuntarios. Entre los actos
voluntarios, encontramos los actos elícitos de la voluntad, y los actos imperados y por eso han de tratarse de
ambos. En cuanto a los actos voluntarios, tendremos que tratarlos tanto en su ser psicológico como en su ser
moral.
1- El hombre y su naturaleza.
2- Persona-naturaleza-libertad.
La actividad voluntaria.
I) La noción de voluntario.
Es necesario tener en cuenta dos elementos igualmente importantes: la espontaneidad del movimiento
y el conocimiento intelectual que lo dirige. Si el acto no fuese espontáneo y vital, es decir, si no surge de la
interioridad del sujeto, no estaríamos frente a una acción voluntaria. Toda acción que no tenga su origen en
el mismo sujeto actuante no es suya, no le pertenece, no se le puede atribuir y debemos considerarla
involuntaria, o sea, contraria a la voluntad. Pero tampoco es suficiente que el acto sea espontáneo para
considerarlo voluntario, pues lo que aquí está en juego no es su atribución meramente material, sino formal,
que se da sólo cuando el sujeto actúa en cuanto hombre. Para que el acto sea formalmente humano debe estar
precedido por un conocimiento de igual naturaleza, y, por ende, plenamente advertido. Lo realmente
importante es la presencia del conocimiento intelectual. Un demente, un sonámbulo y un niño realizan actos
espontáneos, pero no pueden decirse voluntarios, dado que carecen del conocimiento del fin.
El “voluntario” recibe su nombre por relación a la voluntad. Puede entenderse de manera distinta: a)
comprende todo aquello que es objeto de voliciones, y según este equivale a lo querido y afecta de un modo
extrínseco al objeto que recibe la denominación de objeto voluntario del acto de la volición; b) La segunda,
comprende todos los afectos de la voluntad, en cuanto que todo lo realizado por esa potencia puede llamarse
voluntario, y en este sentido, se encuentran también aquí los actos realizados por otras potencias pero
imperados por la voluntad; c) lo encontramos cuando voluntario significa el mismo movimiento o acto de la
voluntad, y en este sentido se requiere para la razón de voluntario, como elemento genérico, que el acto
llamado voluntario proceda de un principio intrínseco al agente, y ciertamente no por coacción sino
espontáneamente y por inclinación natural.
Sin embargo, para que un acto posea la perfecta razón de voluntario, no basta que se proceda desde
un principio intrínseco, sino que se mueva a sí mismo, y esto puede ocurrir sólo si posee conocimiento del
fin y dominio del mismo. Por eso, hace falta el conocimiento del fin que es el motor del acto. La potencia
ejecutiva es causa del movimiento en el acto voluntario, pero el conocimiento del fin es la razón por la cual
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obra, dado que todo agente obra por un fin. Los seres dotados de ambos elementos (potencia elicitiva –
ejecutora o productora- del acto y conocimiento del fin) se dice que “se mueven”; en cambio, aquellos seres
que no poseen ningún conocimiento del fin, aunque se encuentre en ellos el principio elicitivo del
movimiento, no se debe decir que “se mueven” sino más bien que “son movidos”. De esta manera, llamamos
voluntario a “lo procedente de un principio intrínseco con conocimiento del fin”
Lo voluntario no excluye un principio exterior al acto. Sólo indica que el principio inmediato es
interior: “No todo principio es primer principio. Por consiguiente, aunque pertenece a la razón de voluntario
que su principio esté dentro, no va contra ella que el principio intrínseco sea causado o movido por un
principio exterior; porque no pertenece a la razón de voluntario que el principio intrínseco sea primer
principio.” (I-II, q. 6, 1, ad. 1)
(1) Voluntario propio y voluntario imperado. Se llaman propios o inmediatos (elícitos) a los actos que
emanan directa y propiamente de la misma voluntad, como el querer, tender, amar, desear, gozar; imperados
son, en cambio, los actos de las demás facultades distintas de la voluntad, realizados por influjo de la
voluntad (querer entender, querer caminar).
(2) Voluntario por omisión. Las omisiones voluntarias son aquellos actos internos positivos, cuyo efecto es
la no realización de un acto: es el no querer hacer algo (como el faltar a la Misa dominical, desatender a un
enfermo, no poner los medios necesarios para vencer una tentación). Es fruto de la libertad de ejercicio, es
decir, de la libertad de obrar o no obrar, ya que bajo nuestro dominio cae tanto el colocar un acto cuanto el
dejar de hacerlo. Para que se hable de omisión moral (imputable al sujeto) es necesario que la acción
omitida sea posible y obligatoria para el sujeto en cuestión.
(3) Voluntario directo y voluntario indirecto o “in causa”. El voluntario directo hace referencia a
aquellos actos que son queridos directamente, en sí mismos. No quiere decir que la voluntad los quiera
siempre de un modo absoluto; por eso el voluntario directo se puede subdividir en:
-Voluntario directo absoluto (simpliciter): es el que se dirige a un bien de modo pleno, buscándolo en sí y
por sí mismo. Este es el modo normal de querer algo.
-Voluntario directo mixto (secundum quid): es una mezcla de voluntario e involuntario, con predominio de
lo voluntario. Este es el caso de quien “en abstracto”, o sea abstrayendo de las actuales circunstancias, no
querría este acto determinado (como el mercader normalmente no quiere arrojar su mercancía al mar, ni un
hombre cualquiera entregar su dinero a un desconocido), pero dadas las circunstancias actuales, aquí y ahora,
aunque sea con repugnancia quiere este acto (como el mercader, en medio de la tormenta, y para salvar la
nave y la vida, quiere arrojar la mercadería al mar; y un hombre amenazado de muerte por un ladrón quiere
darle su dinero para que le perdone la vida).
-El voluntario indirecto o “in causa” indica la influencia de la voluntad sobre un acto en sí mismo no
querido directamente, pero que es consecuencia de otro acto que sí ha sido querido directamente. En tales
casos se dice que esta consecuencia es voluntaria por ser voluntaria la causa que le da origen. Para que un
efecto malo sea imputado a un sujeto como a su autor y responsable, éste debe haberlo previsto, debe tener
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posibilidad de impedirlo y obligación de hacerlo. Tales son los distintos elementos que permiten atribuir
como suyo un efecto a un determinado agente y, por tanto, imputárselo como responsabilidad:
-haberlo previsto: el conocimiento es el principio del señorío, y la ignorancia, como hemos dicho, anula la
“humanidad” del acto. Sobre la obligación de “prever” un efecto hablaremos más adelante.
-posibilidad de impedirlo: se requiere no sólo el conocer el efecto, sino también la posibilidad de ejercer
sobre él cierto poder, de lo contrario, ad impossibilia nemo tenetur.
-obligación de impedirlo: es decir, que haya un nexo obligante respecto de esta acción (ya que hablamos
aquí de la imputabilidad de un acto malo y no del ejercicio de la generosidad, la abnegación o la caridad).
De este modo, en algunos casos, puede llamarse voluntario in causa el homicidio perpetrado por una persona
alcoholizada; los actos de quien ha adquirido (y no retractado) un vicio que ahora debilita su voluntad, etc.
(4) Voluntario de doble efecto. Debemos también mencionar la relación que la voluntad tiene con un caso
particular de efecto. Es lo que se llama la causa de doble efecto. Se asemeja (y al mismo tiempo se distingue)
del voluntario indirecto. En ambos casos se habla de un efecto relacionado con un acto puesto anterior o
concomitantemente; pero el voluntario indirecto hace referencia al caso en que un determinado efecto es
voluntario por serlo su causa; en el caso de doble efecto, se analiza el caso en que un efecto no es voluntario
a pesar de que la voluntad tiene una cierta conexión con la causa que le da origen. Se define el voluntario de
doble efecto como “aquella acción de la cual se siguen dos efectos, uno bueno y otro malo, y la voluntad
extiende su intención al acto que da origen a los dos y al efecto bueno, mientras que el efecto malo queda al
margen de la intención del agente, y es tolerado únicamente por la inseparable conexión que tiene con la
causa que busca el efecto bueno”. (II-II, q. 64, a. 7) Para que pueda hablarse de un auténtico caso de acción
de doble efecto deben reunirse cuatro condiciones:
-Que la acción sea en sí buena, o al menos indiferente, porque nunca es lícito realizar acciones malas aunque
se sigan efectos óptimos.
-Que el efecto inmediato o primero que se ha de producir sea el bueno, porque no es lícito hacer un mal para
que sobrevenga un bien. El efecto malo debe ser así consecuente o al menos concomitante (lo cual puede
entenderse en el orden temporal, físico o causal) de modo que nunca se convierta en medio para alcanzar el
efecto bueno.
-Que la intención del agente sea recta, es decir, que se dirija al efecto bueno y el malo sea solamente
permitido o “praeter intentionem”. El efecto malo es permitido por la absoluta inseparabilidad del bueno en
este caso concreto, pero en sí mismo no ha de ser buscado o intentando.
-Que haya una causa proporcionada a la gravedad del daño que el efecto malo producirá: porque el malo es
siempre una cosa materialmente mala, y como tal no es permisible a menos que haya una causa
proporcionada. El “proporcionalismo” moral ha hecho precisamente de esta “razón proporcionada” el
criterio último de toda la moral, partiendo del falso presupuesto de que todo acto humano produce efectos
buenos y malos, como analizaremos más adelante.
Desde el punto de vista ético digamos que sólo es lícito realizar una acción de la que se siguen un
efecto bueno y otro malo, cuando se reúnen las cuatro condiciones anteriormente mencionadas, cuando es
imposible aplazar el acto, y cuando no hay ninguna otra vía para alcanzar el efecto bueno. Esto porque un
efecto malo no debe tolerarse si puede fácilmente evitarse.
Volviendo a la consideración general de la intervención de la voluntad en el acto humano, hay que
añadir que la adhesión de la voluntad respecto de su objeto admite diversos grados. Se habla concretamente
de adhesión (técnicamente: “consentimiento”) perfecto o imperfecto. El consentimiento es perfecto cuando
la voluntad adhiere plenamente al bien, real o aparente, que le propone la razón: es el modo normal con el
que el hombre realiza sus actos ordinarios (es decir, sabiendo lo que hace y queriendo hacerlo). En cambio,
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es imperfecto si la voluntad se adhiere al objeto sólo de un modo parcial, sea porque hubo una advertencia
semiplena, sea porque la voluntad misma no acabó de adherir al objeto.
El acto que no goza de consentimiento perfecto no es plenamente humano y, por consiguiente,
tampoco plenamente responsable. (La consecuencia moral más importante de esta afirmación es que los
actos voluntarios imperfectos nunca constituyen pecado grave). Sobre este consentimiento más o menos
perfecto pueden surgir algunas dudas. Debe tenerse en cuenta lo siguiente:
(a) La realización del acto externo presupone la perfección del consentimiento. Siempre que se llegue a la
realización de un acto, se es plenamente responsable de las propias obras a menos que medie un obstáculo a
su voluntariedad.
(b) Cuando las dudas versan sobre los actos internos, deben examinarse los signos que las acompañan:
-cuando la duda se da respecto de una persona de conciencia delicada de ordinario habrá que inclinarse por
la presunción de que no hubo culpa grave; al contrario, en personas laxas o endurecidas, habrá que suponer
que sí, porque el no captar un cambio radical en ese acto cometido se debe generalmente a su modo habitual
de obrar.
-siempre que medien signos de falta de plenitud de advertencia (cuando se está medio dormido, hay ebriedad
no culpable, o pérdida parcial del uso de la razón) hay que presumir que el consentimiento fue imperfecto.
-si alguien se propone realizar un acto fácilmente ejecutable y no lo hace, se ha de presumir que no consintió
perfectamente al deseo.
-en los pecados de pensamiento: si faltó completamente la lucha, hay que presumir el pleno consentimiento,
aunque luego lo lamente; si se han puesto los medios para resistir, es presumible que el consentimiento sea a
lo sumo imperfecto.
-cuando no se han puesto medios fácilmente accesibles (como la oración, el distraerse, etc.) ha de presumirse
al menos consentimiento imperfecto.
Las seis primeras son un acto y por eso se denominan positivas; consisten en cooperar ordenando
realizar el acto (iussio= mandato; puede incluir el precepto estrictamente dicho, propio del superior, o la orde
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dada por un súbdito a otro de inferior categoría), aconsejándole (consilium), expresando su consentimiento
(consensus), escondiendo o disimulando la acción mala, por ejemplo, “haciendo de campana” (palpo), y
proporcionando los medios adecuados para realizarla (recursos); la sexta (participans) puede referirse tanto
a una participación en el acto malo, cuanto a la distribución del botín.
Las tres últimas consisten en omisiones y se ordenan del siguiente modo: antes del hecho (callar o no
incriminar el acto malo= mutus=mudo); durante el hecho, no poner óbices a la acción (=non obstans) y
después del hecho, no denunciándolo (= non manifestans). Estás se dicen “negativas”.
La cooperación formal nunca es lícita. La cooperación material, por regla general, no es lícita,
aunque por causas graves, puede ser lícita.