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EL CAFÉ Y SUS ORIGENES ARABES

El primer empleo (del café y el té) está velado por un misterio tan profundo como el que rodea a la planta de chocolate
(…) Sólo se puede decir que (…) todos han sido usados desde tiempos inmemoriales y que los tres son dones
bienvenidos de un estadio rústico de la civilización al más alto que existe hoy en día; los salvajes y los aztecas de
América, las tribus nómadas de Arabia y los moradores del Lejano Oriente reconocieron las virtudes de esas tres
plantas mucho antes de que ninguna de ellas fuese introducida en Europa.
William Baker, The Chocolate Plant and Its Products, 1891.

CON CADA TAZA DE CAFÉ QUE SE BEBE, SE COMPARTE UNO DE LOS


GRANDES MISTERIOS de la historia cultural. A pesar de que el cafeto crece silvestre
en las tierras altas de toda África, desde Madagascar hasta Sierra Leona, desde el Congo
hasta las montañas de Etiopía, y también puede ser nativo de Arabia, no existen pruebas
creíbles de que el café fuese conocido o empleado por nadie en los mundos antiguos de
Grecia, Roma, Oriente Medio o África.1 Si bien los historiadores europeos y árabes
repiten relatos africanos, legendarios o citan referencias escritas perdidas que databan ya
del siglo VI, los documentos que se conservan sólo pueden datar incontrovertiblemente el
consumo del café o el conocimiento del cafeto no antes de mediados del siglo XV en los
monasterios sufíes de Yemen y Arabia Meridional.2 El mito del cabrero etíope Kaldi y sus
cabras bailadoras, la historia del origen del café que con mayor frecuencia se encuentra
en la literatura occidental, embellece la tradición, quizá verosímil, de que el encuentro
sufí con el café ocurrió en Etiopía, que se ubica justo al otro lado del estrecho pasaje del
Mar Rojo, frente a la costa occidental de Arabia. Antoine Faustus Nairon, maronita que
llegó a ser profesor de lenguas orientales en Roma y autor de uno de los primeros
tratados dedicados al café, De saluberrima potione cahue seu cafe nuncupata discursus
(Discurso sobre la muy saludable bebida café y descripción de sus virtudes) (1671), relata
que, al notar los efectos tónicos en su rebaño cuando éste mordisqueaba las brillantes
bayas rojas de cierta mata verde con olorosas flores, Kaldi masticó también las frutillas.
Su regocijo los impulsó a llevar las bayas a un santón islámico de un monasterio cercano,
pero el santón reprobó su empleo y las arrojó al fuego, del que surgió una oleada de un
tentador aroma. Con rapidez, sacó de entre las brasas los granos tostados, los molió y
disolvió en agua caliente y obtuvo la primera taza de café del mundo. Desgraciadamente
para quienes de otro modo se habrían inclinado a creer que Kaldi es un emblema mítico
de una persona real, el cuento no aparece en ninguna de las fuentes árabes antiguas y, por
ende, debe suponerse que se originó en la imaginación literaria cargada de cafeína de
Nairon y se difundió gracias a su atractivo para los primeros asiduos bebedores de café
europeos.

Otro relato sobre su origen, atribuido a la tradición árabe por el misionero J.


Lewis Krapf en su libro Travels, Researches and Missionary Labors During Eighteen
Years Residence in Eastern Africa (Viajes, investigaciones y obra misionera durante
dieciocho años de residencia en África Oriental) (1856), atribuye también a los animales
africanos una intervención fundamental en los primeros pasos del café. El relato dice
enigmáticamente que el gato de algalia o civeta llevó las semillas del cafeto silvestre de
África central a las remotas montañas etíopes. Ahí se cultivó por primera vez en Arusi e
Ilta-Gallas, país de los guerreros gallas. Finalmente, un mercader árabe llevó la planta a
Arabia, donde prosperó y llegó a ser conocida por todo el mundo.3 El supuesto gato a que
se refiere Krapf es en realidad un pariente de la mangosta con cara de gato. Al aducir su
función en la propagación del café, el relato de Krapf se refiere sin duda alguna a la
predilección de la civeta por trepar a los cafetos y alimentarse con las mejores cerezas,
como resultado de lo cual esparce las semillas no digeridas a través de su excremento
(véase la versión actualizada de este relato en el capítulo 12, pp. 305-307, sobre el
análisis del café kopi luak).

Ambas historias, la de las cabras saltarinas y la de los gatos errantes, reflejan la


suposición razonable de que los etíopes, los antepasados de la actual tribu galla, los
legendarios invasores del remoto macizo etíope, fueron los primeros en reconocer el
efecto tónico de la planta del café. De acuerdo con esa teoría, que se basa en relatos
tradicionales y la práctica común, en un remoto pasado no registrado, los gallas
recolectaban las bayas maduras de los cafetos silvestres, las trituraban en morteros de
piedra y mezclaban las semillas machacadas y la pulpa con grasa animal para formar unas
bolitas que consumían durante sus partidas de guerra. La pulpa del fruto es rica en
cafeína, azúcar y aceite y aproximadamente 15 por ciento de ella consiste en proteínas.
Con su preparación, los guerreros gallas diseñaron una solución más compacta a los
problemas del hambre y la fatiga que los ejércitos de la primera y la segunda guerras
mundiales, que llevaban cafeína en tabletas, junto con tablillas de chocolate y alimentos
secos.

James Bruce de Kinnarid (1730-1794) miembro de la Royal Society (Real


Academia de Ciencias de Londres), mercader de vinos escocés, cónsul en Argelia y
primer explorador científico moderno de África, partió de el Cairo en 1768 y viajó a
Etiopía a través del Mar Rojo. Ahí observo y registró en su libro Travels to Discover The
Source of the Nile (Viajes para descubrir la fuente del Nilo) (1790) la persistencia de lo
que se cree fueron los usos antiguos que los gallas hicieron del café:
Los gallas son una nación nómada de África que, en sus incursiones por Abisinia, se ven obligados a
atravesar enormes desiertos y, deseosos de caer sobre las poblaciones y aldeas de ese país sin previo aviso,
únicamente llevan consigo las bayas del árbol del café tostadas y pulverizadas, que mezclan con grasa para
darles cierta consistencia que les permite formar con ellas una masa del tamaño de una bola de billar y
ponerlas en bolsas de cuero hasta que necesitan consumirlas. Una de esas bolas, afirman, los sostiene durante
un día, cuando van en una incursión de merodeo o en combate, mejor que una hogaza de pan o una porción
de carne, porque les levanta el ánimo al igual que los alimenta.4

Se dice que otras tribus del noreste de África cocinaban las bayas como papilla o
bebían un vino fermentado de la fruta y la cáscara mezcladas con agua fría, no obstante, a
pesar de esas inferencias sobre su pasado africano, nunca se han encontrado pruebas
directas que revelen donde exactamente crecía el café en África o quién de entre los
nativos pudo haberlo usado como estimulante o siquiera haber sabido de su existencia
antes del siglo XVII.
Con todo, aun sin la guía de los registros antiguos, a partir del predominio de la
planta en toda África en los últimos siglos, se puede considerar que el café crecía
silvestre o en cultivo en todo el continente y posiblemente en otros lugares durante la
construcción de las pirámides, la guerra de Troya, el dominio de la Atenas de Pericles y la
conquista de Persia por Alejandro Magno, y que siguió floreciendo, ampliamente
desconocido todavía, durante el ascenso y la caída del Imperio Romano y los comienzos
de la Edad Media.

Si así fue, entonces, ¿por qué se demoraron tanto el descenso del café macizo
etíope y su ingreso en el resto del mundo? Es verdad que algunas de las regiones del
centro de África en las que probablemente creció el café en el remoto pasado
permanecieron impenetrables hasta el siglo XIX y sus habitantes tuvieron poco o ningún
contacto con personas de otros continentes; pero la región etíope era conocida tanto en el
Oriente Medio como en Europa desde hacía más de tres mil años, Abisinia, que coincidía
aproximadamente con la actual Etiopía disfrutó durante mucho tiempo de intensos
intercambios comerciales, culturales, políticos y religiosos con los imperios más
cosmopolitas que la rodeaban; fue fuente de especias de Egipto ya a partir del año 1500
antes de nuestra era y sigue siéndolo en la actualidad; los habitantes de la Atenas de
Pericles conocían por nombre las tribus de Abisinia, y los primeros colonizadores árabes
llegaron a través del estrecho Mar Rojo y fundaron colonias en las regiones costeras de
Abisinia. No se puede ignorar que, aun cuando estaba lejos de ser un eje político y social,
esa región ha sido conocida por los forasteros a todo lo largo de la historia.
Consecuentemente, el descubrimiento del café es algo que se hubiese esperado de los
mercaderes, soldados, evangelistas, o viajeros, antiguos o medievales, europeos o del
Oriente medio, hubiesen hecho mucho tiempo antes ahí, si no en ningún otro lugar. La
realidad sigue siendo que, por alguna razón desconocida, no lo hicieron.5
1 Williams Adams, profesor de la Universidad de Kentucky y autor de Nubia, nos dijo en una entrevista en 1997: ^No existe absolutamente ningún
indicio, textual o arqueológico, del uso del café en Nubia o Abisinia antes de los tiempos modernos^
2 Por ejemplo, contamos con relatos cruzados (ca.1100-1300) que refieren encuentros con el café.
3 J. Lewis Krapf, Travels, Researches and Missionary Labours During Eighteen Years Residence in Eastern África, Ticknor and Fields, Boston,
s.f., p.47
4 James Bruce, Travels to Discovery the Source of the Nile, G.G.J y J.Robinson, Edimburgo, 1790.
5 Quizás, además del conocimiento de la planta, el requisito para la difusión del café era el descubrimiento de los métodos para tostarlo y preparar
la infusión del grano. Parece ser que la gente estaba poco inclinada a mascar la fruta, aunque hubiese sido mezclada con tocino o manteca, y aun
cuando beber el café largamente hervido y tragar el poso tuvo una aceptación un poco mayor, el tostado y la infusión fueron los inventos decisivos
que hicieron pasar el café de su situación como polvo medicinal o espeso jarabe sedimentado a una bebida codiciada tanto por su sabor como por
sus efectos estimulantes. Con todo, al final ni siquiera esta respuesta resuelve completamente el misterio, porque la pulpa de la cereza del café es
aromática y de buen gusto y está llena de cafeína. En realidad, su atractivo evidente se suma al enigma:¿por qué se difundió el uso del grano, a
pesar de la aversión a su sabor expresada por muchos, mientras el consumo de su sabroso fruto siguió siendo una curiosidad limitada?
El café como materia médica:
las primeras referencias escritas.
Existen pruebas de que la planta del café y el efecto del grano como estimulante fueron
conocidos en Arabia en la época del gran médico y astrónomo islámico Abú Bakr
Mohamed Ibn Zakariya El Razi (852-932), llamado Rhazes, cuya obra puede ofrecer la
primerísima mención escrita de ellos. El mérito de la atribución depende del significado
de las palabras árabes bunn y buncham en la época de Rhazes: al otro lado del mar, en
Abisinia, se referían a la baya del café y la bebida respectivamente, y todavía tienen esos
significados en la actualidad. En su texto médico perdido, Al-Haiwi, o El continente,
Rhazes describía naturaleza y los efectos de una plana llamada bunn y una bebida
llamada buncham, y lo que decía de los efectos de la bebida es al menos congruente con
una referencia al café desde el punto de vista de la teoría de los humores: “La buncham
es caliente u seca y muy buena para el estómago”.6

Ahora bien, el documento más antiguo existente que hace referencia a la buncham
es el discurso monumental clásico Al-Ganumm fit-Tebb (El canon de la medicina), escrito
por Avicena (980-1037) a comienzos del siglo XI. La quinta y última parte de su libro es
una farmacopea, un manual para componer y preparar medicinas, con una lista de más de
760 drogas, 7 en la que se incluye una entrada para buncham. En la traducción al latín
hecha en el siglo XXI, la entrada dice, en parte: “Bunchum quid est? Est res delatade
Iamen. Quidam autem dixerunt quod est ex radicibus anigailen… [Bunchum, ¿qué es
eso? Viene de Yemen. Algunos dicen que deriva de las raíces de anigailen…].8 Al
explicar las propiedades y usos médicos de la bunn y la buncham, Avicena utiliza esas
palabras aparentemente de la misma manera que Rhazes (los granos sin tostar son
amarillos):
En cuanto a su selección, los de color limón, ligeros y con buen aroma, son los mejores; los blancos y los
pesados son despreciables. Es caliente y seco en primer grado y, según otros, frío en primer grado. Tonifica
los miembros, limpia la piel y seca la humedad bajo ella y da un aroma excelente a todo el cuerpo.6

El nombre Avicena es la forma latinizada del árabe Ibn Sina, versión abreviada de
Abú Alí al-Husain Ibn Abdullah Ibn Sina. Nació en la provincia de Bokhara y, cuando
apenas tenía diecisiete años, curó a su sultán de una prolongada enfermedad; en
recompensa, se le dio acceso a la extensa biblioteca real y un cargo en la corte. 10 Al
propio Avicena se le atribuye haber escrito más de cien libros. Algunos de sus
admiradores afirman, quizá demasiado calurosamente, que la práctica moderna es una
continuación de su sistema, en el que formuló la medicina como un cuerpo de
conocimiento que debería estar claramente separado del dogma religioso y basarse
enteramente en la observación y el análisis.11
6 William Ukers, All about Coffee, The Tea and Coffee Trade Journal, Nueva York, 1922, p.8, cita de la traducción de la obra de Dufour.
7 Lenn E. Goodman, Avicena, Routledge, Londres, 1992, p.36
8 Ulla Heise, Coffee and Coffee Houses, Schiffer, West Chester, 1987, p. II, cita Liber canonis, Tractatus secundus, 1608, capítulo 90.
9 William Ukers, All about Coffee, op. cit., p8
10 William Gohlman (coord.) Autobiography: The Life of Ibn Sina, Nueva York, 1974, p. 36. Veáse también Goodman, Avicena, op. cit., p 45, nota I3. No se debe subestimar el
valor de este recurso, destruido más tarde por zelotas sunitas opuestos a las simpatías del sultán chiita. Más tarde en su vida, Avicena recuerda cuartos llenos de libros dedicados a
cada tema, antiguo o moderno, donde vio: “libros cuyos títulos desconocidos de muchos y que yo nunca antes vi ni he vuelto a ver”
11 El hecho de que un pensador de la importancia de Avicena haya mencionado el grano de café y descrito algunas de sus propiedades sólo profundiza el misterio de la falta de
toda referencia posterior durante varios cientos de años.

El médico, botánico y viajero alemán Leonhard Rauwolf (ob.1596), el primer europeo


que escribió una descripción del café, que vio preparar a los turcos en Alepo en 1573,
estaba familiarizado con esas referencias médicas islámicas:
En esa misma agua toman un fruto llamado bunn, que en tamaño, forma y color es casi igual a unas bayas
con dos vainas delgadas envueltas y que, según me informan, son traídas de las Indias; pero en cuanto a estas
y lo que tienen dentro, dos granos amarillentos en dos vainas separadas, dado que concuerdan exactamente
en virtudes, figura, apariencia y nombre con la buncham de Avicena y la bunca de Rasis ad Almans (Rhazes)
consideraré que las mismas (…) 12

No es accidental que Rauwolf y otros antiguos europeos que escribieron sobre el


café conocieran El canon de la medicina de Avicena, el cual después de que lo tradujera
al latín en el siglo XII el orientalista italiano Gerard Cremonensis (III4-II87), llegó a ser
el libro más respetado en Europa sobre la teoría y práctica de la medicina. Pocos libros en
la historia han sido distribuidos tan ampliamente o han sido tan importantes en la vida y
fortuna de tanta gente en todo el mundo.13 El Canon de la medicina fue lectura
obligatoria en la Universidad de Leipzig hasta 1480, y en la de Viena hasta cerca de los
1600. En Montpellier, Francia, un importante centro de estudios de medicina donde el
Doctor Daniel Duncan habría de escribir Wholesome Advise against the Abuse of Hot
Liquors, Particularly of Coffee, Chocolate, Tea (Consejos saludables contra el abuso de
los licores calientes, particularmente el café, chocolate y el té) (1706), permaneció como
el principal libro de texto del programa de estudios hasta 1650. 14

El hecho de que El canon de la medicina aparentemente mencione la planta y la


bebida del café, describiéndolas en los mismos términos relacionados con los humores
que emplearon más tarde los otros médicos y atribuyéndoles varios de los efectos de la
droga que ahora conocemos como cafeína, hace que el asombroso silencio sobre el café
en el Medio Oriente y Europa, desde Avicena, en el año 1000 de nuestra era, hasta los
eruditos árabes del siglo XVI, sea mucho más desconcertante. Esa planta, accesible y
aparentemente segura, con propiedades estimulantes y refrescantes, estaba destinada a
llegar a ser un artículo de gran interés en el Islam, a cuyos creyentes no se les permitiría
beber alcohol. También fue muy bien recibida en la Europa cristiana, donde por lo
general el agua era insalubre y la bebida que se servía en el desayuno, el almuerzo y la
cena era la cerveza. La historia demuestra, que una vez que las gentes de esas dos
culturas probaron bien el café, la bebida se abrió paso como una tromba, segando a su
paso las arraigadas costumbres y los intereses que se le oponían; no obstante, después de
la época de Avicena, el café fue aparentemente olvidado en el mundo islámico durante
más de quinientos años.

Una manera de evaluar un poco el misterio de la tardía aparición del café consiste
en hacer notar que, aun cuando la referencia de Rhazes se considera genuina, el café
siguió siendo desconocido en el mundo árabe hasta después de los mercaderes árabes ya
se habían familiarizado con el té chino. El conocimiento árabe del té como un producto
importante queda demostrado por el informe que rindió un viajero árabe en el año 879 de
nuestra era en el sentido de que las principales fuentes de ingresos fiscales de Cantón
eran los impuestos al té y la sal. El conocimiento del uso del té como tónico popular, se
pone de manifiesto en las palabras de Solimán I el Magnífico (1494-1566): “El pueblo de
China está acostumbrado a usar como bebida la infusión de una planta, a la que llaman
sakh (…) La consideran muy saludable. La planta se vende en todas las ciudades del
imperio”.15 Considerando que el té se producía en una tierra a medio mundo de distancia,
accesible únicamente a través de largas y abrumadoras travesía por mar o aún más
peligrosas y prolongadas jornadas por tierra, la falta de familiaridad de los árabes con el
café, que crecía silvestre al otro lado del estrecho pasó del Mar Rojo, resulta aún más
difícil de entender.

12 William Ukers, All about Coffee, op. cit., p. 8, cita de Leonhard Rauwolf, Aigentliche beschrebung der Raisis so er vor diser zeit
gegen auffgang inn die morgenlaender vilbracht, Lauingen, 1582 -1583.
13 Giovanni Battista Montanus (1488-1551), médico y clasicista italiano, nos dice en su Commentary que Avicena escribió el Canon
“porque vio que ni los griegos ni los árabes tenían libro alguno que enseñara el arte de la medicina como un tema integrado”. Véase
Nancy Siraisi, Avicenna in Renaissance Italy, The Princenton University Press, Princeton, 1987, p. 20. Véase también Goodman,
Avicenna, op. cit., p. 47, n. 38.
14 Avicena, Canon of Medicine, “Introduction”, sin número de página, editor anónimo, descubierto en la biblioteca de la Universidad
de Pensilvania.
15 Lu Yü, The Classic of Tea, Francis Ross Carpenter (trad.), Little, Brown, Boston, 1974. En la página 35 de la traducción, Carpenter
hace referencia a Reinaud, Relations des Voyages faits par les Arabes et les Persans dans l´Inde et… la Chine, I, 1845, p. 40.

Los bebedores de café que nunca fueron:


las fabulosas referencias antiguas al café.

Por supuesto, si descubriéramos que los antiguos sí conocieron el café y lo consumieron,


esa laguna se llenaría y la perplejidad quedaría resuelta.

Algunos cronistas imaginativos de los tiempos modernos, incómodos con a


posibilidad de que su época debía tener conocimiento de algo tan importante que había
sido desconocido para los sabios antiguos, se satisficieron con la idea de que el café fue
realmente mencionado en los escritos de las culturas griega y hebrea. Aunque dan
muestras de una gran variedad, esas supuestas referencias antiguas tienen un elemento en
común que refleja el conocimiento del café en la época en que fueron hechas: lo
presentan principalmente como una droga y evalúan su importancia en función de sus
propiedades curativas o alteradoras del estado de ánimo.

El italiano Pietro della Valle, que recorrió Turquía, Egipto, Eritrea, Palestina,
Persia y la India de 1614 a 1626, sugería en sus cartas, publicadas como Viaggi in
Turchia, Persia ed India descritti da lui medesimo in 54 lettere famigliari (Viajes por
Turquía, Persia y la India descritos por él mismo en 54 cartas familiares), la improbable
teoría de que el licor nepente, preparado por Helena en la Odisea, no era otra cosa que el
café mezclado con vino. En el cuarto libro de la épica, en el que Telémaco, Menelao y
Helena están cenando, el grupo se deprime repentinamente por la ausencia de Odiseo.
Nos dice Homero:
Entonces Helena, nacida de Zeus, pensó otra cosa: al pronto echó en el vino del que bebían una droga para disipar el dolor
y aplacadora de la cólera que hacía echar a olvido todos los males. Quien la tomara después de mezclada en la crátera, no
derramaría lágrimas por las mejillas durante un día, ni aunque hubieran muerto su padre y su madre o mataran ante sus ojos
con el bronce a su hermano o a su hijo. Tales drogas ingeniosas tenía la hija de Zeus, u excelentes, las que le había dado
Polidamna, esposa de Ton, la egipcia, cuya fértil tierra produce muchísimas drogas, y después de mezclarlas muchas son
buenas y muchas perniciosas; y allí cada uno es médico que sobresale sobre todos los hombres, pues es vástago de Peón.
Así pues, luego que echó la droga ordenó que se escanciara vino. 16

Esos maravillosos efectos se parecen más a los de la heroína mezclada con


cocaína que al café mezclado con vino. El término nepentes, que en griego significa
“exento de dolor” o “exento de inquietud”, se usa en el texto original para modificar la
palabra pharmakos, que significa “medicamento” o “droga”. 17 Durante los últimos
siglos, nepente ha sido un término genérico en la literatura médica para designar un
sedante o la planta del que se obtiene y, como tal, difícilmente concuerda con las
características farmacológicas de la cafeína o el café; sin embargo, Diderot y D
´Alembert, los eruditos precursores de la Ilustración, repitieron la idea de Pietro della
Valle en su Enciclopedia (gran parte de la cual fue redactada en sus diarias visitas a uno
de los primeros cafés de París). El hecho de que Homero nos diga que el uso del nepente
se aprendió en Egipto, de lo cual se puede deducir que éste incluía regiones de Etiopía,
junto con la indudable propiedad del café para alejar la melancolía y su fama de hacer
imposible derramar lágrimas, pudo haber ayudado a hacer más atractiva la identificación.
16 Homero, Odisea, Libro IV, líneas 219-234. Peón fue un célebre médico, al que también mencionan Virgilio y Ovidio, de calidad
realmente superior. Él curó las heridas que recibieron los dioses durante la guerra de Troya. En su honor, en ocasiones se llamaba a
los médicos peonios, y peonias a las hierbas medicinales.
17 Robert Fitzgerald traduce adecuadamente la frase como “un anodino”.

En los siglos XVII y XVIII se puso de moda que los eruditos europeos siguieran
teorizando, como Della Valle había comenzado a hacer, sobre el conocimiento que los
antiguos habían tenido de las drogas modernas; por supuesto, ninguno estaba convencido.
En 1769, el suizo Simón André Tissot, escritor de temas médicos, reconoció el valor del
café como estimulante del ingenio, pero advertía que no se debían subestimar sus peligros
ni exagerar su valor, ya que: “debemos preguntarnos sí Homero, Tucídides, Platón,
Lucrecio, Virgilio, Ovidio y Horacio, cuyas obras serán un deleite en toda época, alguna
vez bebieron café”.18 Con todo, muchos otros siguieron un rastro imaginario de granos de
café que llevaba a la antigua Grecia. Henry Blount (1602-1682), un puritano abstemio al
que a menudo se llamaba “padre de la casa de café inglesa”, viajó extensamente por
Levante, donde bebió café con el sultán Murat IV. A su regreso a Inglaterra, se convirtió
en uno de los primeros impulsores del “renegado turco”, como en ocasiones se llamaba al
café, y provocó una controversia cuando hizo la afirmación sin fundamento de que la
exótica bebida que había disfrutado en las capitales del Cercano Oriente era en realidad la
misma que una famosa bebida de los antiguos espartanos:

Tienen otra bebida, que no es buena para la comida, llamada cauphe, hecha de una baya tan grande
como una habichuela pequeña, secada en un horno y triturada hasta hacerla polvo, del color del hollín, de
gusto un poco amargo, que hierven y beben tan caliente como pueden soportar: es buena a todas horas del
día, pero especialmente por la mañana y la noche, cuando, con ese propósito, se entretienen dos o tres horas
en las casas de caufe, que en toda Turquía abundan más que las tabernas y cervecerías con nosotros; se cree
que es el antiguo caldo negro tan usado por los lacedemonios (espartanos), y seca los malos humores del
estómago y el cerebro, sin causar nunca embriaguez ni ningún otro exceso, y es inofensivo entretenimiento
de buena camaradería, pues sobre tablados de medio metro de alto y cubiertos de esterillas, se sientan
cruzados de piernas a la manera turca, muchas veces dos o trescientos juntos, hablando, y muy
probablemente con algún músico pobre que va y viene. 19
Robert Burton (1577-1640), clérigo isabelino; George Sandys (1578-1644), poeta
y viajero angloamericano, y James Howell (1595-1666), primer real historiador official
de Inglaterra, repitieron el craso error de Blount y con ese pedigrí ingresó en los arcanos
del folclore del café, dejando a un lado la historia de Esparta, se debe hacer notar el
evocativo relato de Blount sobre los turcos y sus costumbres de preparación y el sociable
consumo de la negra infusión. La escena social que monta Blount es extraña y
misteriosamente muy similar al ambiente de los cafés del presente en casi todas partes del
mundo.
18 Heinrich Eduard Jacob, Coffee: The Epic of a Commodity, Eden Paul y Cedar Paul (trads.), Viking Press, Nueva York, 1935, p. 74,
cita de Simon André Tissot, Von der Gesundheit der Gelehrten, Leipzig, 1769.
19 Henry Blount, A Voyage into the Levant, Londres, 1671, pp. 20-21.

Quizá más descabellados que el supuesto café espartano hayan sido los esfuerzos
por descubrir relatos sobre el café en el Antiguo Testamento. En su tratado latino New
Discoveries Made Since the Time of the Ancients (Nuevos descubrimientos hechos desde
la época de los antiguos) (Leipzig, 1700), George Paschius escribió que el café fue uno de
los dones dados a David por Abigail para aplacar su ira contra Nabal (I Samuel, 25:18),
aunque, claramente, las “cinco medidas de grano seco” mencionadas eran de granos de
trigo, no de café. El ministro suizo, publicista y escritor de temas políticos Pierre Étienne
Louis Dumont (1759-1829) se imaginaba que otras referencias bíblicas al café incluían su
identificación con el “plato de lentejas” por el que Esaú vendió a su primogenitura
(Génesis, 25:30) y con grano seco que Booz ordenó que se entregara a Rut. 20

Debido a que el mundo del Medio Oriente, no menos que en el europeo, las
bebidas que contienen cafeína fueron consideradas invariablemente como drogas antes de
que fuesen aceptadas como bebidas, no es sorprendente que una gran cantidad de las
primeras leyendas islámicas celebrara las milagrosas propiedades medicinales del café y
atribuyera al consumo de éste orígenes antiguos y encumbrados. El escritor árabe del
siglo XVII Abú al- Tayyib al-Ghazzi relata que Salomón encontró un poblado afligido
por una plaga para la que los habitantes no tenían cura; el arcángel Gabriel le indicó que
tostara unos granos de café yemení, con los que preparó una infusión que restableció la
salud de los enfermos. De acuerdo con otros relatos árabes, Gabriel permaneció atareado
tras el mostrador de café celestial hasta al menos el siglo VII: un relato popular cuanta
que, habiendo sido atacado de una supuesta narcolepsia según esa tradición, Mahoma el
Profeta se alivió de su mórbida somnolencia cuando el arcángel le sirvió una taza caliente
de una infusión de los potentes granos yemeníes. Otro relato islámico, repetido por
Thomas Herbert, quien visitó Persia en 1626, afirmaba que el café: “fue traído a la tierra
por el arcángel Gabriel para reanimar la desfalleciente energía de Mahoma. Se supone
que el propio Mahoma declaró que, una vez que había bebido la poción mágica, se sintió
con la fuerza suficiente para derribar del caballo a cuarenta hombres y poseer a cuarenta
mujeres”. 21 Al-Ghazzi, cuyos relatos sitúan la primera aparición del café en los tiempos
bíblicos - y era consciente de que sus abuelos nunca habían oído hablar de la bebida -,
explica que el conocimiento de los antiguos sobre el café se perdió subsecuentemente
hasta que fue descubierto nuevamente como bebida en el siglo XVI.
En otros relatos islámicos populares, que pueden tener una base real, se acredita a
un hombre llamado “Jeque Omar” haber sido el primer árabe que descubrió el grano y
preparó el café. El historiador francés Monradgea D´Ohsson, basando su afirmación en
fuentes documentales árabes, escribe que, en 1258, Omar, sacerdote y médico, fue
exiliado junto con sus seguidores de la ciudad de alMokha a los salvajes alrededores de
Ousab por una falta moral. A punto de morir de hambre y no habiendo encontrado otra
cosa que unas bayas de café silvestre, los exiliados las hirvieron y bebieron la infusión
resultante. Entonces, Omar dio la bebida a sus pacientes, algunos de los cuales lo habían
seguido a Ousab para que los curara. Esos pacientes llevaron las nuevas de las mágicas
propiedades curativas del café a al-Mokha y, consecuentemente, se invitó a Omar a
volver. Se construyó un monasterio para él y se le reconoció como santo patrono de la
ciudad, honor alcanzado en cuanto progenitor del hábito que pronto llegó a ser el sustento
económico de la región. En otra versión de la historia, el espíritu del santón que había
sido su maestro condujo a Omar al puerto de al-Mokha, donde a su vez se convirtió en un
santón solitario que vivía al lado de un riachuelo rodeado de brillantes matas verdes. Las
bayas de las matas lo sustentaron y las usó para curar a los aldeanos de la plaga. Así, el
café y la cafeína establecieron la reputación de Omar como un gran sabio, curandero y
hombre santo.22
20 Veáse John DeMers, The Community Kitchens´Complete Guide to Gourmet Coffee, Simon and Schuster, Nueva York, 1986.
21 Heinrich Eduard Jacob, Epic of a Commodity, op. cit., p. 44
22 Las leyendas árabes sobre el primer encuentro con el café, situado invariablemente en Etiopía o Yemen, están llenas a menudo de
toda la gama completa de los fabulosos recursos literarios orientales característicos de las leyendas islámicas. Una de ellas, parte del
ciclo de Omar, llama particularmente nuestra atención y comienza así:

Cuento del discípulo amoroso:


Un espíritu gigante, agua arremolinada, una bella princesa y el árbol del café
En 656 A.H., el mulá Schadheli, que hacía su santo peregrinaje a La Meca en compañía de Omar, su discípulo, llegó hasta el desierto
de Ousab, al pie de la Montaña Esmeralda, y de inmediato supo que no iría más lejos.

__Es la voluntad de Alá, bendito sea su Nombre, que esta misma noche muera en esta montaña – dijo Omar -. Cuando haya
partido, se te aparecerá un personaje velado. ¡Cuida de obedecer sus órdenes!- después de lo cual, Schadheli entró en la cueva, se
acostó sobre un paño extendido y aguardó.

Fiel a su palabra, como hombre religioso de honor, Schadheli murió esa noche. Poco después, apartándose del cadáver para
refrescarse con el aire nocturno, Omar se sobresaltó por un fuerte destello que, cuando sus deslumbrados ojos pudieron ver
nuevamente, había dejado tras sí un espectro gigantesco envuelto en un blanco velo. Armándose de valor, Omar exigió a la figura que
revelara su nombre. El fantasma no habló, pero, cuando develó su rostro, Omar reconoció a su maestro muerto, que ahora medía diez
metros.

La gigantesca aparición golpeó con el pie el suelo rocoso, partiéndolo, y brotó del interior de la tierra una fuente de agua
pura.

_ Llena tu cuenco con agua de esta fuente – dijo el espíritu a Omar, mientras su fantasmal figura se desvanecía ya contra el
negro cielo del desierto y las estrellas brillantes como gemas.

El café en las casas de café:


la marqaha y la ladera resbaladiza
´Abd Al- Qadir al Jaziri (floreciente en 1558) escribió la más antigua historia de café que
haya sobrevivido hasta nuestros días. Por poco convencidos que estén los eruditos
modernos de las historias de Omar, él proporcionó varios relatos alternos de los
comienzos del café en Arabia, el primero de los cuales, probablemente el más confiable,
se basa en la obra perdida del verdadero creador de la literatura sobre el café, Shihab Al-
Din Inb ´Abd al- Ghaffar (floreciente en 1530). Según Jaziri, ´Abd al-Ghaffar explicaba
que, a principios del XVI, mientras vivía en Egipto, oyó hablar por primera vez de una
bebida llamada qahwa que se estaba haciendo muy popular en Yemen y estaba siendo
usada por los sufíes y otros para ayudarlos a permanecer despiertos durante sus plegarias.
Después de investigar el asunto, ´ABD al-Ghaffar atribuyó la introducción y difusión del
café a “los esfuerzos del erudito jeque, imán, muftí y sufí Jamal al-Din Abú ´Abd Allah
Muhammad ibn Sa´id, conocido como Dhabhani”.23
___________

Entonces, justo antes de desaparecer, añadió: “¡Lleva a al-Mokha, mientras el agua sigue arremolinada!”.

Omar se dirigió al sur y enfiló hacia el famoso puerto. Después de caminar tres días con sus noches sin comer ni dormir,
sosteniendo el cuenco contra sí y ojeando continuamente para ver si el agua seguía girando en él, repentinamente notó que había
dejado de arremolinarse. Cuando levantó la mirada, vio que había llegado a al-Mokha, donde descubrió inmediatamente que la gente
sufría grandemente por una terrible plaga. Las plegarias de Omar curaban a todos los que se acercaban a él y pronto se esparció entre
los sabios su reputación de sanador, llegando a oídos del visir, un inteligente consejero del sultán. Éste, que era un hombre confiado y
tenía una bella hija a quien amaba sobre todas las cosas y yacía como muerta en sus habitaciones, hizo caso a su visir, quien le
aconsejó hacer traer al médico santo. Omar curó a la muchacha y, hechizado por su hermosura, le hizo el amor tan pronto como
despertó.

Pacientemente, impelido por su gratitud por el rescate de la ciudad y alentado por su visir, a quien Omar había dado un
talismán mágico (que lo hizo irresistible en el amor), el sultán perdonó la vida de Omar, pero lo exilió al desierto de Ousab, donde,
como antes, el santón tuvo que alimentarse solamente con hierbas y vivir en una cueva.

Agotado por la soledad y el desolado desierto, Omar gritó a su maestro muerto: “¿Por qué me enviaste a ese viaje circular y
malhadado?”. Como respuesta, un pajarillo verde se posó en un árbol cercano. Cuando Omar se acercó, vio que el árbol estaba
cubierto de verdes hojas, pequeñas flores blancas y frutillas de un rojo brillante. Llenó una canastilla con las bayas y, más tarde, esa
noche, mientras se preparaba a hervir su cena de hierbas, pensó en abrir las frutas y poner las semillas en la olla en lugar de las
hierbas. Para su sorpresa y deleite, el resultado fue la aromática y tónica bebida que hoy conocemos como café.

Otros dicen que el maestro Omar dio a éste una pelotita de madera que rodaba sola como si estuviera viva, ordenándole que
la siguiera hasta que dejara de moverse. La pelotita lo llevó al pueblo donde efectuó las curaciones, administrando una infusión de
bayas rojas de una arboleda de cafetos silvestres que crecían en las cercanías.

23 Ralph S. Hattox, Coffee and Coffeehouses: The Origins of a Social Beverage in the Medieval Near East, The University of
Washington Press, Seattle, 1991, p. 15.

Por circunstancias desconocidas, el venerable Dhabhani (ob.1470) se había visto


obligado a abandonar Adén e ir a Etiopía, 24 donde, entre los colonizadores árabes
[…] encontró que el pueblo consumía la qahwa, aunque no conocía ninguna de sus características. Después de haber
regresado a Adén, cayó enfermo y, recordando [la qahwa], la bebió y se sintió aliviado. Descubrió que, entre sus propiedades, había
una que alejaba la fatiga y el letargo y daba al cuerpo cierta energía y vigor. En consecuencia […] él y otros sufíes de Adén empezaron
a consumir la bebida hecha del grano, como dijimos. Luego, toda la población – los eruditos y la gente común – siguieron [su
ejemplo] y lo bebieron, buscando ayuda para el estudio y otras vocaciones y artes, por los que siguió difundiéndose.

Jaziri, que pertenecía a una generación posterior a la de ´Abd al-Ghaffar, condujo


su propia investigación y escribió a un famoso jurista de Zabid, un pueblo de Yemen, para
preguntarle cómo había llegado allí el café por primera vez. En respuesta, su corresponsal
le citó el relato de si tío, un nonagenario, quien le había dicho:
-Estaba en la ciudad de Adén y llegó hasta nosotros un sufí pobre que estaba preparado y bebiendo café y que lo preparó
tanto para el erudito jurista Muhammad Ba- Fadl al-Halrami, el jurista supremo del puerto de Adén, como para […] Muhammad al-
Dhabhani. Ellos dos lo bebieron con un gran número de gente, para quienes su ejemplo fue suficiente.

Jaziri llegó a la conclusión de que era posible que ´Abd al-Ghaffar tuviese razón
al afirmar que Dhabhani introdujo el café en Adén, pero que también era posible, como
afirmaba su corresponsal, que algún otro sufí lo hubiese introducido y que Dhabhani
fuese responsable únicamente de su “aparición y difusión”. ´Abd al- Ghaffar y Jaziri
concordaban en que era un estimulante, no un comestible, y que el café se consumía
desde la época de si primera aparición documentada en el mundo. Más que eso, quizá
nunca descubramos, pues lo sorprendente es que, aunque todos los historiadores árabes
concuerdan en que la historia de la bebida de café como la conocemos empieza
aparentemente a mediados del siglo XV en algún lugar de Yemen o cerca de él en una
orden sufí, los detalles adicionales de su origen ya habían sido corrompidos o
distorsionados durante la vida de la gente que podía recordar la época en que el café era
desconocido.
24 Ibid., p.14.

Sea lo que fuere, la difusión del café a partir de su consumo devoto por los sufíes
hasta su consumo secular fue natural. Aun cuando los miembros de las órdenes sufíes
eran devotos extáticos, la mayoría eran legos y a sus sesiones de toda la noche asistían
hombres de muchos oficios y ocupaciones. Antes de dar inicio al dhikr o conmemoración
ritual de la gloria de Alá, sufíes compartían el café en una ceremonia que describe Jaziri
Avion:
Lo bebían cada lunes y viernes por la tarde, vertiéndolo en una gran vasija hecha de arcilla roja. Su guía lo servía
generosamente con un cucharón y lo daba a beber a todos, pasándolo por la derecha, mientras recitaban una de sus
fórmulas usuales: “No hay más Dios que Dios, el Maestro, la Clara Realidad”. 25
Al llegar la mañana, regresaban a sus hogares y su trabajo, llevando el recuerdo
de los tonificantes efectos de la cafeína y compartiendo el conocimiento de la bebida de
café con sus colegas. Así, gracias al ejemplo de los cónclaves sufíes, nacieron las kahwe
khaneh o casas de café, las que, a medida que proliferaron, sirviendo como foros para
extender el café más allá del circulo de las devociones sufíes. Hacia 1510, el café se había
propagado desde los monasterios de Yemen hasta su uso general en las capitales
islámicas, como El Cairo y La Meca, y el consumo de cafeína había penetrado hasta el
último estrato de la sociedad lega.

Si bien es cierto que estaban destinados a un éxito extraordinario en el mundo


islámico, el café y las casas de café se toparon desde el principio con una fuerte oposición
en él y siguieron haciéndolo: aun cuando los dirigentes de algunas sectas sufíes dieron a
conocer los efectos tónicos de la cafeína, muchos juristas musulmanes ortodoxos
creyeron que, debido a sus propiedades estimulantes, en el Corán podían encontrarse los
fundamentos para prohibir el café junto con otros intoxicantes, como el vino y el hachís,
y que, en todo caso, las nuevas casas de café constituían una amenaza para estabilidad
social y política.26
25 Ibid., p. 74.
26 La época en que el uso de la cafeína comenzó a propagarse en Yemen fue muy turbulenta. Los pachás de San´a, que
gobernaban un diminuto territorio, eran nombrados por el sultán de Constantinopla o por el pachá otomán de el Cairo,
dependiendo de quién de ellos tuviese el dominio en un año en particular. Hasta 1547, otomanos y los portugueses, que
habían establecido sus bases en la margen abisina del Mar Rojo, se disputaron el dominio de la plaza fuerte yemení de
Adén. Aunque los otomanos lograron cortar brevemente el tráfico al comercio en la zona, unas decenas de años después,
las especias, en particular la pimienta, volvieron a llegar a Egipto a través de Yemen y los puertos de Hijaz. Los imanes, o
jefes locales, que se enriquecían con el comercio y eran alentados a ello por los ambiciosos europeos, impugnaron
exitosamente la autoridad otomana en San´a y el tráfico de especias floreció una vez más. Este último sólo se desvió
decisiva y permanentemente cuando los holandeses y los ingleses establecieron la ruta a Oriente por el Cabo en el siglo
XVII. Afortunadamente para la salud económica de Yemen, para entonces el café ya estaba reemplazando a las especias
como su producto comercial más importante. Veáse Kamal S. Salibi, A History of Arabia, Caravan Books, Beirut, 1980, p.
150.
Considerando que el café se consumía principalmente por lo que ahora sabemos que son
los efectos de la cafeína en la fisiología humana, en particular la marqaha, es decir, la
euforia que produce, es fácil entender las razones que hicieron surgir esos escrúpulos.27

Quizá ningún episodio único caracteriza a los actores participantes en esas


controversias ni ilustra las cuestiones que éstas implican mejor que la historia de Kha´ir
Beg, el jefe de policía de La Meca nombrado en 1511 por Kansuh al-Ghawri, el sultán de
El Cairo: en concordancia con la indignación de los mojigatos, Kha´ir Beg instituyó la
primera prohibición del café en el primer año de su cargo. Kha´ir Beg era un hombre
forjado en el intemporal molde del reaccionario, el rigorista gazmoño que recuerda al
Penteo de Las bacantes de Eurípides, 28 alguien que no sólo era demasiado tenso como
para poder divertirse sino que se alarmaba ante los indicios de que otras personas
estuviesen haciéndolo. Como Penteo, Kha´ir Beg era blanco del humor satírico y las
burlas y en ningún otro lugar más frecuentemente que en las casas de café de la ciudad.

En su celo por imponer el orden, Kha´ir Beg vio en la agitada y accesible casa de
café, en la que la gente de muchas creencias se encontraba y participaba en acaloradas
discusiones sociales, políticas y religiosas, las semillas del vicio y la sedición y, en la
bebida misma, un peligro para la salud y el bienestar. Para poner fin a esa amenaza al
bienestar público y a la dignidad de su cargo, Kha´ir Beg convocó a una asamblea de
juristas de diferentes escuelas del Islam. A pesar de las acaloradas objeciones del muftí de
Adén, quien emprendió una enérgica defensa del café, las desfavorables declaraciones de
dos famosos médicos persas, invitados a petición de Kha´ir Beg, y el testimonio de un
gran número de bebedores de café sobre sus intoxicantes y peligrosos efectos finalmente
decidieron la cuestión conforme a las intenciones de Kha´ir Beg, 29, quien envió una
copia de la expedita resolución del tribunal a su superior, el sultán de El Cairo, y
sumariamente emitió un decreto que prohibía la venta de café. Se ordenó a las casas de
café de La Meca que cerraran y todo café en grano el café tostado no era carbón ni tenía
relación con él, constituyó incluso una importante fuente de ingresos para
Constantinopla. Con todo, a principios del siglo XVII, bajo el gobierno nominal de Murat
IV (1623-1640), durante una guerra en la que era de temerse particularmente una
revolución, el café y las casas de café fueron objeto de una nueva prohibición en la
ciudad. En un acuerdo que recuerda las intrigas de Las mil y una noches, el reino de
Murat IV era gobernado de hecho por su funesto visir, Mahomet Kolpili, un reaccionario
iletrado que veía en las casas de café madrigueras de rebelión y vicio. Dado que el golpe
no logró desalentar el consumo de café, Kolpili radicalizó su postura y clausuró las casas
de café. En 1633, al observar que los empedernidos bebedores de café seguían
metiéndose a hurtadillas por los postigos, prohibió la bebida por completo, junto con el
tabaco y el opio, por añadidura, y, con el pretexto de prevenir el riesgo de incendios,
arrasó los establecimientos donde está se servía. Como remedio final, parte de un edicto
que hacía el consumo del café, vino o tabaco delitos capitales, los clientes y los
propietarios de las casas de café fueron metidos en sacos y arrojados al Bósforo, castigo
ejemplar concebido para desalentar incluso al más asiduo adicto a la cafeína.

Las dacronianas soluciones a la amenaza de las casa de café a la estabilidad social


fueron puestas en práctica en Persia, notablemente por la esposa del sah Abbas, quien
había observado con preocupación las grandes multitudes que se reunían cotidianamente
en las casas de café de Ispahán para discutir de política. Nombró a algunos mulás, los
expositores de la ley religiosa, para que asistieran a las casas de café y entretuvieran a
los clientes con monólogos ingeniosos sobre la historia, la ley y la poesía. Mientras lo
hacían, desviaban la conversación de la política y, como resultado, los disturbios eran
raros y la seguridad del estado se mantuvo. Por su parte, otros gobernantes persas
decidieron no detener el flujo de las conversaciones sediciosas y, en lugar de ello,
colocaron a sus espías en las casas de café para reunir indicios de amenazas a la
seguridad del régimen.

Las casas de café introdujeron consigo en la sociedad islámica ciertas


innovaciones perturbadoras. Incluso aquellos que se contaban entre los amigos del
consumo de café no se sentían completamente cómodos con las reuniones seculares
públicas, antes inauditas en una sociedad respetable, que esos lugares hacían inevitables y
comunes. La libertad de reunión en público para tomar un refrigerio, entretenerse y
conversar – lo que, por lo demás, era raro en una sociedad donde todo el mundo cenaba
en casa – generaba tantos peligros como oportunidades. Antes de que aparecieran las
casas de café, las tabernas habían sido el único recurso de la gente que quería salir por la
noche, lejos del hogar y la familia, y, en las tierras islámicas, donde quienes mantenían
las tabernas eran principalmente las prostitutas, los homosexuales y los artistas callejeros,
la gente respetable rehuía a esa otra gente. Cuando hacía la crónica de los primeros días
del café en Yemen, Jarizi se lamentaba, por ejemplo, de que, en las casas de café, la
frivolidad de los chistes y los cuentos desplazaba el decoro y la solemnidad del dhikr sufí,
y lo peor era el chismorreo malicioso, que, cuando iba dirigido a las mujeres inocentes, se
consideraba particularmente detestable.
27 Ralph S. Hattox, Coffee and Coffeehouses, op. cit. 61.
28 Las bacantes es una obra que, como comenta William Arrowsmith en la introducción a su traducción, recuerda vagamente la inquietante
invasión de Hellás (la Hélade) por el culto de Dionisio, acontecimiento que presenta un evidente paralelismo con el advenimiento de las de
café a la cultura del Islam.
29 Un detalle interesante del testimonio fue la afirmación de uno de los médicos en el sentido de que Bengiazlah, famoso contemporáneo de
Avicena, había enseñado que, la teoría de los humores, se debe considerar al café como “caliente y seco”, no como malsano por ser “frío y
seco”, como afirmaban los testigos de Kha´ir Beg; sin embargo incluso en esos primeros tiempos prevaleció la incertidumbre respecto al
significado de la referencia y los oponentes al café respondieron que Bengiazlah no hablaba en absoluto del café, sino de una bebida
conocida como kahwe, aunque preparada con una planta diferente.

Por Jaziri sabemos también que el juego de azar, especialmente el ajedrez, el


backgammon y las damas, era, junto con la charla ociosa, una característica común de la
vida de las casas de café. Los juegos de cartas, consignados por los viajeros, pudieron
haber sido introducidos más tarde desde Europa; no obstante, los escritores islámicos
contemporáneos, grupo puritano sin excepciones, desaprobaban esas actividades frívolas,
aunque no se apostara dinero, uno de los pilares del entretenimiento en las casas de café
mencionado por los escritores musulmanes era el cuentista, una añadido barato al placer
de los clientes que, para los severos vigilantes de la moral de la época, era más aceptable
que el chismorreo o el juego al azar.

El entretenimiento musical era también común en las casas de café, en contraste con el
literario, aunque era considerado con mayor desaprobación. Jaziri menciona los
“tambores y violines” de las casas de café de La Meca como uno de sus aspectos
ofensivos para Kha´ir Beg. 37 Los moralistas islámicos de la época, que evidentemente
compartían la creencia de San Agustín de que la música era un placer sensual que
amenazaba con desviar la atención de la contemplación de Dios y, por ello, debía
considerarse como una fuerza subversiva entre los fieles, afirmaban que el
entretenimiento musical profundizaba el libertinaje en que habitualmente se hundían los
clientes de las casas de café. Se consideraba que la música secular era peligrosa en sí
misma, pero que era peor por el estímulo que daba a la juerga. Especialmente condenable
era la antigua práctica, tomada de las tabernas, de presentar a mujeres cantantes: aun
cuando se las mantuviera alejadas de la vista de los clientes tras un biombo, se pensaba
que tan sólo su voz ofrecía un estímulo erótico impropio que, se insinuaba a menudo,
incitaba a los clientes al retozo sexual. Algunos relatos posteriores aclaran que las
tentadoras fueron finalmente prohibidas, dejando las casas de café islámicas
estrictamente a los hombres.

Aún más corruptor que las mujeres, al menos así los creían esos pensadores
islámicos, era el consumo de drogas fuertes que hacían los moradores de las casas de
café. Jaziri deplora la mezcla de hachís, opio y posiblemente otras preparaciones
narcóticas con lo que, por lo demás, en su opinión, era una bebida pura. Dice: “Muchos
han sido llevados a la ruina por esa tentación. Se les puede considerar como bestias a
quienes los demonios han tentado así”.38 Otro escritor islámico de la época, Katib
Celebi, afirma: “Dado que en particular a los adictos a las drogas les parecía que [el café]
es algo vivificante, que aumento su placer, estaban dispuestos a morir por una taza”.39

En cuanto a los efectos intoxicantes del café mismo, de los que ahora sabemos
que son una consecuencia de su contenido de cafeína, la opinión islámica estaba dividida
en una encarnizada controversia desde al menos los tiempos de ´Abd al-Ghaddar.
Algunos moralistas comparaban la marqaha con la embriaguez por alcohol, el hachís o el
opio.
37 Ralph S. Hattox, Coffee and Coffeehouses, op. cit., p. 106, cita de Jaziri.
38 Ibid., p. 111, cita Jaziri.
39 Ibid., p. 110, cita de Celebi.

A otros escritores, entre ellos un anónimo antecesor de ´Abd al-Ghaffar, les parecía
absurda la comparación, tanto en el grado como en la clase. Esa disputa sin solución tenía
una importancia práctica en una sociedad en la que muchos hombres prominentes eran
bebedores de café y en la que la complacencia con cualquier intoxicante era motivo de un
castigo severo. Al final, la cafeína triunfó en el mundo islámico y el café fue aceptado
como la bebida terrenal más aproximada al “más puro de los vinos, que ni les da dolor de
cabeza ni les roba la razón” y que, según el Corán, disfrutarán los bienaventurados en el
mundo por venir.

Desde el punto de vista del gusto secular moderno, es difícil no encontrar


simpático el ambiente que representaba el primer foro informal, público, literario e
intelectual del Islam. Muchas de las convenciones establecidas en las primeras casas de
café siguen siendo sellos característicos de nuestros cafés y cafeterías en la actualidad:
los poetas y otros escritores iban a leer sus obras; el ambiente estaba lleno de los sonidos
de los animados coloquios sobre ciencias y artes, y – como en Inglaterra de la de café de
Pepys y en tantas otras épocas y lugares – la casa de café llegó a ser, a falta de periódicos,
el lugar donde la gente se reúne para enterarse y discutir sobre los últimos
acontecimientos sociales y políticos.

Debido a que hoy en día la casa de café y el café son tan importantes y la bebida
tan fácilmente accesible, podríamos mostrarnos dispuestos a considerar como pintorescos
y arcaicos los intentos de prohibición del mundo árabe y turco, pero tal condescendencia
demostraría nuestro desconocimiento de otros esfuerzos similares hechos durante
periodos posteriores de la historia y nuestra incapacidad para reconocerlos en nuestra
propia época. El “movimiento pro moderación o abstinencia de cafeína” ha buscado
reafirmarse, con mayor o menor efectividad, en casi todas las generaciones.
Recurrentemente, Francia, Italia e Inglaterra han sido testigos de los afanes de quienes
han buscado conseguir el apoyo del poder de la ley para imponer su propia desaprobación
de la cafeína. En los Estados Unidos, en los primeros años del siglo XX, los reformadores
como Harvey Washington Wiley hicieron enérgicas campañas en contra del uso de la
cafeína en las bebidas refrescantes. En el presente, algunos grupos, como Caffeine
Prevention Plus [Prevención extra de la cafeína], que usan la internet para promover su
causa, y toda suerte de entrometidos desfacedores de entuertos, serían felices de añadir la
cafeína a la lista de sustancias altamente reguladas o prohibidas. Los estadounidenses,
que viven con la prohibición de la marihuana, la heroína y ciertos fármacos de uso
general en todo el mundo y atestiguan los serios esfuerzos de su gobierno por controlar
aún más o prohibir los cigarrillos, deberían reconocer algunos aspectos de su propia
sociedad cuando escuchan la historia de Kha´ir Beg.
Establecimiento de las primeras casas de café

CIUDAD AÑO
La Meca <1500

El Cairo Ca.1500
Constantinopla 1555

Oxford 1650
Londres 1652

Cambridge Principios de los años 1660


La Haya 1664

Ámsterdam Mediados de los años 1660


Marsella 1671

Hamburgo 1679
Viena 1683

París 1689
Boston 1689

Leipzig 1694
Nueva York 1696
Filadelfia 1700

Berlín 1721

Historias de viajeros: los visitantes


de Yemen, Constantinopla, Alepo y El Cairo

Nada asombroso había en los jardines del rey [en Yemen], salvo por los grandes esfuerzos para proveerlo de
toda clase de árboles comunes del país, entre ellos los cafetos, los mejores que se podían tener. Cuando los
diputados describieron al rey lo muy contrario que ello era a la costumbre de los príncipes de Europa (que se
esfuerzan por poblar sus jardines principalmente con las plantas más raras y menos comunes que se puedan
encontrar), el rey les dio esta respuesta: que él se consideraba de tan buen gusto y generosidad como
cualquier príncipe de Europa; el cafeto, le dijo, era sin duda común en su país, pero no por ello le era menos
caro; su verde perenne lo complacía extremadamente, y también la ida de que produjese un fruto que no
podía encontrarse en ninguna otra parte; y cuando hacía un presente del que provenía de sus propios jardines,
era muy satisfactorio para él poder decir que había plantado con sus propias manos los árboles que lo
producían.40
JEAN LA ROQUE, Voyage de L´Arabie Heureuse, 1716
En comparación con los otros pueblos del mundo, los europeos han demostrado a lo largo
de la historia una gran curiosidad por los secretos de las naciones remotas; han sido, en
resumen, turistas naturales. En consecuencia, no es sorprendente que, a su regreso, los
viajeros hayan sido quienes introdujeron por primera vez el conocimiento de los hábitos
de los árabes y turcos en las capitales de Italia, Francia, Inglaterra, Portugal, Holanda y
Alemania. 41

Los viajeros europeos que recorrieron los dominios islámicos proporcionan


numerosos relatos vívidos sobre las primeras casas de café; 42 sin embargo, como apunta
el biógrafo y viajero alemán Carsten Niebuhr (1733-1815) en sus Travels through Arabia
and Other Countries in the East [Viajes por Arabia y otros países de Oriente] (1792),
muchos de los establecimientos que visitaron estaban situados en las khans – una mezcla
de posada, caravasar y bodega y bodega -, que daban servicio a mercaderes y otros
viajeros, por lo que debe tenerse en mente que pueden no haber sido típicos de las casas
que daban servicio a los residentes de las poblaciones.

Una de las primeras descripciones que llegaron a Europa de los moradores de las
casas de café de Constantinopla fue esta adusta afirmación del viajero veneciano
Gianfrancesco Morosini hecha en 1585:
Toda esa gente es muy baja, de ropa grosera y poca industria, tan poca que en su mayoría pasan el tiempo
hundidos en el ocio. Así, continuamente están sentados y como entretenimiento tienen el hábito de beber en
público – en tiendas y en la calle – un líquido negro tan caliente como pueden soportarlo y que se extrae de
una semilla que llaman caveè […] y se dice que tiene la propiedad de mantener despierto a quien lo bebe.

El clérigo isabelino William Biddulph compartía el desdén de Morosini y hacía la


denuncia de que los habituales de las casas de café de Alepo se ocupaban exclusivamente
en “charlas insustanciales de taberna”.

Si bien muchos bebían su café a sorbos en pequeños puestos o en austeros salones


públicos, una atmósfera de lujo impregnaba las grandes casas de café,
41 Entre los años 600 antes de nuestra era y 1900 de nuestra era, la población de Yemen permaneció casi constante en
aproximadamente dos y medio millones de habitantes. El geógrafo clásico Ptolomeo le dio el nombre, incluido Omán, de Arabia Felix.
El moderado clima de Yemen contrasta con él del árido interior de la península arábiga, a la que el propio Ptolomeo llamó Arabia
Deserta, y con el de Hijaz, a la que llamó Arabia Petraea. Aunque sólo ocupa aproximadamente el diez por ciento del área de la
península, Yemen ha sostenido continuamente a alrededor del cincuenta por ciento de la población de Arabia desde la introducción de
la agricultura, en el tercer milenio antes de nuestra era. Esas circunstancias no sólo han aislado a Yemen sino que han contribuido a
definir su identidad, haciendo de él una especie de oasis de actividad rodeado por el océano por un lado y el desierto por el otro,
relativamente alejado de las principales capitales del mundo.
42 Se puede incluso conjeturar un poco respecto a la fecha en que el café no había logrado adquirir una gran prominencia en el Islam
debido a la ausencia de toda mención a él o a las casas de café en el relato de Antonio Menavino, quien en 1548 no lo incluyó en la
lista de bebidas de los turcos. Pierre Belon tampoco menciona la planta de Arabia que elaboró en 1558.
que invariablemente estaban situadas, según refiere el francés Sylvestre Dufour, mercader
de café en los vecindarios de más postín.43 El Viajero y explorador portugués pedro
Teixeira (1575-1640) describe uno de esos lugares de Bagdad, donde se servía el café en
un lugar “construido para ese propósito”: “ La casa está cerca del río, sobre el que tiene
muchas ventanas y dos galerías que hacen de ella un lugar de reunión muy agradable”.44
El viajero francés Jean de Thévenot (1633-1667), en su Relation d´un
Voyage fait au Levant [Relación de un viaje al Levante], libro que ayudó a convencer a
sus compatriotas de que consideraran el café como un comestible, en lugar de meramente
como una droga, nos dice que las casas de café de Damasco eran todas retiros “frescos,
refrescantes y agradables” para los nativos de una región abrasada por el sol y que
ofrecían “fuentes, ríos cercanos, lugares sombreados por árboles, rosas y otras flores”.45
El placer al aire libre incluía el descanso en bancas de piedra cubiertas de esteras y el
disfrute de las escenas callejeras. 46 Sin duda alguna, encontró más aspectos aceptables en
la jovialidad de las casas de café que Morosini o Biddulph:
Hay casas de café públicas donde se prepara la bebida en grandes ollas para los numerosos huéspedes. En esos lugares los
clientes se mezclan sin distinción de rango ni credo […]

Cuando alguien está en una casa de café y ve entrar a gente conocida, si tiene la menor civilidad, le dice al propietario que
no acepte pago alguno de ellos; todo ello mediante una sola palabra, pues, cuando les sirven el café simplemente grita:
“¡Giaba!”, esto es, “¡Gratis!”47

Evidentemente, poco cambió durante el siglo siguiente, ya que D´Ohsson


confirma la descripción del ocio en las casas de café cuando escribe: “Los jóvenes
ociosos pasan horas enteras en ellas, fumando, jugando a las damas o el ajedrez y
discutiendo los sucesos del día”.

En The Natural History of Alepo [Historia natural de Alepo] (1756), Alexander


Russel describe el uso del hachís y el opio en nargüiles en las casas de café, y otros
escritores, como Edward Lane, un inglés especialista en árabe, en su Account of the
Manners and Customs of the Modern Egyptians [Relación de los modales y costumbres
de los egipcios modernos] (1860), también dan testimonio de esas sórdidas
complacencias. Niebuhr, que culpa de la languidez y estupefacción de los bebedores de
café al consumo intenso de tabaco, comenta:
En Egipto, Siria y Arabia, la distracción preferida de la gente de cualquier clase superior a las más bajas es
pasar la tarde en una casa de café pública, donde oyen a los músicos, cantantes y cuentistas que frecuentan
esas casas para ganarse una insignificancia mediante el ejercicio de su arte respectivo. En esos lugares de
distracción pública, los orientales mantienen un profundo silencio y a menudo se sientan toda la tarde sin
pronunciar una sola palabra. Prefieren conversar con su pipa, cuyos narcóticos vapores parecen adecuados
para aquietar el fermento de su hirviente sangre. Si no se recurriera a una razón física, sería difícil explicar el
entusiasmo general que esa gente muestra por el tabaco; fumando, cambian el mal humor y la languidez que
los abaten y logran alcanzar en un ligero grado el mismo estado de ánimo que los consumidores de opio
obtienen de esa droga. El tabaco les sirve en lugar de los licores fuertes, que tienen prohibido beber. 48

43 Philippe Sylvestre Dofour, Traitez Nouveaux Curieux du Café, du Thé et du Chocolat, Jean Girin & B. Rivière, Lyon, 1685, p. 37.
44 Ralph S. Hattox, Coffee and Coffeehouses, op. cit., pp. 81-82, cita de Pedro Teixeira, The Travels of Pedro Teixeira.
45 Ibd., p. 81, cita de Jean de Thévenot, Suite de Voyage du Levant, Ámsterdam, 1727.
46 William Ukers, All about Coffee, op. cit., p. 82, cita de George Sandys.
47 Ralph S. Hattox, Coffee and Coffeehouses, op. cit., p. 99, cita de Jean de Thévenot, op. cit., p. 5
48 Carston Niebuhr, Travels through Arabia and Other Countries in the East, Robert Heron (trad.), Edimburgo, 1792, vol. I, p. 126.

En su libro Narrative of a Journey from Constantinople to England [Relación de


un viaje de Constantinopla a Inglaterra] (1828), el reverendo R. Walsh, el miembro de
más antigüedad del servicio diplomático británico en Constantinopla a inicios del siglo
XIX, describe una casa de café que visitó de camino a su país mientras pernoctaba en una
posada, típica de los establecimientos que otros viajeros europeos habían visitado tan a
menudo en épocas anteriores:
Pasé despierto una noche muy febril, que atribuí a una de dos causas: el consumo demasiado generoso de
alimentos y licores vinosos después de un violento ejercicio […] Otra, quizá la verdadera causa, fue que
dormimos en la plataforma de una mísera casita de café lindante con la kahn que toda la noche estuvo repleta
de gente fumando. Los turcos de esa clase son ofensivamente rudos y frescos; se estiraban y se tumbaban
sobre nosotros, sin escrúpulos ni disculpa alguna, y a unos centímetros de mi cara estaba el brasero de
carbón, en el que encendían sus pipas y calentaban su café. Luego de una noche en ese sofocante agujero,
echados sobre las tablas desnudas, inhalando el humo del tabaco y los vapores de carbón, fastidiados en todo
momento por los codos y rodillas de los groseros turcos, no es sorprendente que me haya enfermado y
debilitado y que me sintiera como si fuese completamente incapaz de proseguir mi viaje. 49

Con todo Walsh no podía darse el lujo de hacer una escala y, así, después de
refrescarse un poco con la vigorizante brisa, se dejó ayudar a montar en su caballo y
siguió su camino.

La vida entre beduinos siempre ha conservado un gusto peculiar. En su libro


Adventures in Arabia [Aventuras en Arabia] (1927), W.B. Seabrook hace un vívido relato
del lugar que ocupaba el café en una intemporal cultura nómada en la que el almuerzo
consistía en dátiles secos, pan y leche fermentada de camella y la única comida del día
era una oveja o una cabra completa, servida con arroz y salsa hecha con el jugo de a
carne y especias:
La preparación del café es asunto exclusivo de los hombres. Los utensilios del café para el hogar de un jeque
llenan dos grandes cestos para camello. Teníamos cinco jarras de latón con pico de pelícano de diversos
tamaños graduados, hasta la bisabuela de todas las jarras de café, a la que le cabían hasta 10 galones [45
litros]; un pesado cazo de hierro, con largo mango con incrustaciones de latón y plata, para tostar los granos;
un mortero de madera con su mano, elaboradamente tallada, para machacarlos, y una caja con incrustaciones
de latón para guardar las diminutas tazas sin asa. 50

Seabrook disfrutó el honor de compartir el café con el pachá Mitkhal, jefe de la


tribu, a quien describe como “aristócrata nato”, cuarentón, de complexión delgada, una
pequeña barba negra en punta y bigote, que “no vestía ropas espléndidas ni insignia de
rango especial”. Excepto por la capucha de fina textura, la ropa interior de muselina que
llevaba bajo la negra túnica de pelo de camello y el negro turbante de pelo de caballo
torcido, vestía exactamente igual que sus guerreros. Una vez Mitkhal sentado en su
tienda, Manssur, su sirviente negro, “se acercaba con una cafetera de latón y largo pico en
la mano izquierda y dos tacitas sin asa en la palma de la derecha”. 51

En otra ocasión, observando que un hombre había volcado accidentalmente la enorme


cafetera comunal, Seabrook se sorprendió al oír que los otros exclamaban: “! Khair
Inshallah ¡”, que significa “¡Buen presagio!” Mitkhal le explicó más tarde que esa antigua
costumbre pudo haber tenido su origen en el deseo de ayudar al torpe a salvar las
apariencias, si bien Seabrook supuso que tenía su origen en las libaciones paganas en la
arena anteriores a la era del islamismo. 52

Con todo un pronóstico menos favorable se refiere al hecho de verter


deliberadamente el café. Entre los drusos, los guerreros beduinos del Djebel, Seabrook
tomó café con Alí bey, el patriarca de mayor grado, en compañía de sus cuatro hijos y
diez solemnes ancianos drusos. Sentado con las piernas cruzadas frente al fuego de
carbón, Alí bey honró a sus invitados preparando él mismo el café y sirviéndolo en dos
tacitas que hizo circular entre ellos, mientras contaba la historia sobre el hecho de que
una taza de café volcada podía significar una sentencia de muerte:
Si un druso llega a mostrar cobardía en la batalla, no se le reprocha, pero, la siguiente vez, los guerreros se
sientan en círculo y se sirve café; el anfitrión se sienta junto a él y le sirve igual que a los otros, pero, al
pasarle la taza, derrama deliberadamente el café sobre la túnica del cobarde, lo cual equivale a una sentencia
de muerte. En la siguiente batalla, se obliga al hombre no sólo a pelear con valentía sino a ofrecerse a las
balas o las espadas del enemigo. Sin importar con cuánto coraje combata, no debe volver vivo. Si no muere,
toda su familia cae en desgracia. 53

49 Ibid., p. 73.
50 W.B. Seabrook, Adventures in Arabia, Blue Ribbon Books, Harcourt, Brace, Nueva York, 1927. p. 72
51 Ibid., pp. 34-35.
52 Ibid., p. 108.
53 Ibid., pp. 172-173.

La evolución del lodo:


la preparación africana y árabe del café

Aun cuando, como se hizo notar al comienzo de este análisis, nadie posee pruebas
directas de que los nubios, los abisinios o las tribus del centro de África consumieran el
café en la Antigüedad, el predominio de éste como planta silvestre y cultivada y el
consumo que han hecho de ella los nativos modernos, como lo observaron los viajeros
europeos a partir del siglo XVII, sugieren la manera en que la cafeína pudo haber sido
ingerida antes de que existieran registros históricos. Una tradición fidedigna afirma que
en África, antes del siglo X, se fermentaba un vino hecho con la pulpa de bayas de café
maduras y ya se ha visto que los guerreros gallas hacían bolitas con el fruto y manteca
que llevaban consigo como raciones. Algunos dicen que la práctica de hervir granos de
café inmaduros sin descascarillar para hacer una bebida se desarrolló en Etiopía en el
siglo XI. El vívido relato de sir Richard Burton del empleo del café en las tierras
inexploradas del África del sigo XIX incluye la descripción del hervido de las bayas
inmaduras antes de mascarlas como tabaco y ofrecerlas a los viajeros que visitaban esas
tierras.
A principios de la década de 1880, el ex poeta simbolista francés expatriado Jean-
Arthur Rimbaud (1854-1891) hizo planes para viajar a África con el propósito de escribir
un libro sobre “Harar y el país de Galla”, con mapas y grabados, para la Royal
Geographical Society of London (Real Academia de Geografía de Londres). 54 Hasta
donde se sabe, nunca fue más allá de haber escrito el título, completo, con la casa
editorial y la fecha de publicación proyectadas: The Gallas, by J. Arthur Rimbaud, East-
African Explorer, with Maps and Engravings, Supplemented with Photographs by the
Author (Available from H. Oudin, Publishers, 10, rue de Mézières, Paris, 1891) [Los
gallas, por J. Arthur Rimbaud, explorador de África oriental, con mapas y grabados,
complementado con fotografías tomadas por el autor (disponible en la editorial H. Oudin,
calle Mézières núm. 10, París, 1891)]. Aun cuando nunca escribió el libro, Rimbaud viajó
solo entre los gallas y, en varias expediciones, para su vergüenza, se convirtió en el
primer hombre blanco que jamás hubieran visto las mujeres de la tribu. Mientras estuvo
con los miembros de la tribu, compartió su alimento, que incluía granos verdes de café
cocinados con manteca. 55 En una carta en la que escribe sobre su disgusto por verse
obligado a compartir el café con el bandido Mohamed Abú-Beker – el poderoso sultán de
Zeila que hacía presa de los viajeros y mercaderes europeos y controlaba el paso de todas
las caravanas de mercaderes, así como la trata de esclavos -, se puede encontrar un
testimonio sobre la importancia del café. Rimbaud necesitaba la autorización de Abú-
Beker para viajar por la región y ello no habría sido posible sin antes participar en el
ritual del café, aportado, a una palmada del sultán, por un sirviente “que llega corriendo
de la choza contigua con el boun, el café”. 56
Los detalles completos de las primeras preparaciones árabes del café no son
conocidos, la información más precisa que se tiene es que, después de que los mercaderes
árabes llevaron el café a su país desde África para plantarlo, hacían dos bebidas distintas
con la baya de la planta. La primera era la kisher, una bebida similar al té hecha con la
cascarilla seca remojada del fruto que, según todos los conocedores, no sabe en absoluto
como nuestro café, sino más bien a algo así como un té aromático o con especias. En
Yemen, la kisher, infusión hecha con las cascarillas tostadas junto con parte de la piel
plateada, se consideraba como una bebida delicada y era la preferida de los conocedores.
La segunda era la bounya, nombre que se deriva de bunn, la palabra etíope y del árabe
antiguo para los granos de café, una infusión espesa de granos molidos o triturados.
Probablemente se bebía sin filtrarla y, práctica que persistió durante varios cientos de
años, se tragaba junto con su sedimento, o poso, una bebida que bien podríamos llamar
“lodo”. Al principio, la bounya se hacía con granos crudos solamente hervidos. Un
refinamiento levantino introdujo la técnica del tostado de los granos en bateas de piedra
antes de hervirlos en el agua, para después escurrirlos y volver a hervirlos en agua fresca,
proceso que se repetía varias veces; luego se almacenaba el espeso residuo en grandes
jarras de barro, para después servirlo en tacitas. Otro proceso consistía en hacer polvo los
granos en un mortero después de haberlos tostado y luego mezclar el polvo con agua
hirviente. En una práctica que persistió durante varios cientos de años, la bebida
resultante se tragaba completa junto con el poso. Más tarde, en el siglo XVI, los
bebedores de café islámicos inventaron el ibrik, un pequeño hervidor para el café que
hacía más rápida y fácil la infusión. Mientras todavía estaba hirviendo, podía añadir
canela, clavos y azúcar y, después de que se distribuía el café en tacitas de porcelana, se
le podía añadir “esencia de ámbar”. 57 Unos cuantos años después se añadió una tapa al
hervidor, creando así el prototipo de la cafetera moderna.
La infusión fue la última etapa, pues su desarrollo data de apenas el siglo XVIII. El café
molido se colocaba en una bolsa de trapo que se introducía en la jarra y sobre la que se
vertía agua caliente para remojarlo, a la manera en que se hace con el té; sin embargo, el
café hervido continuó siendo la manera preferida de preparar la bebida durante muchos
años.
54 Alain Borer, Rimbaud in Abyssinia, Rosmarie Waldrop (trad.), William Morrow, Nueva York, 1984, p. 180.
55 Ibid., pp. 183-184
56 Ibid., p. 186, cita de Arthur Rimbaud, “Carta a M. de Gaspary, Adén, 9 de noviembre de 1887”.
57 Edward Bramah, Tea Coffee, Hutchinson of London, Londres, 1972, p. 106

El origen de la palabra café


La investigación del origen de los usos del grano de café lleva a una búsqueda que
recuerda los cuentos de Shahrazad en el Libro de las mil y una noches. Rápidamente se
pierde uno en un mundo donde los nombres de las cosas, la gente y los lugares se
confunden y resultan inciertos y donde el tema central de nuestra especulación parece
simplemente haberse aparecido, como un jinn, 58 sin revelar el secreto de su procedencia,
ni siquiera a los testigos vivos de su advenimiento.
La propia palabra café es el mejor ejemplo de ese incierto panorama de lo
fabuloso y lo real. La palabra ingresó al inglés y el español a través del francés café, que,
como los términos caffé en italiano, koffie en holandés y Kaffe en alemán, se deriva del
turco kahveh, que a su vez se deriva de la palabra árabe qahwa. De todo ello se puede
estar seguro, pero, cuando se indaga el origen del término arábigo, se pierde uno
rápidamente en un laberinto de tentadoras conjeturas etimológicas mutuamente
excluyentes.
Una teoría etimológica que cuenta con el apoyo de muchos académicos es que la
palabra árabe qahwa proviene de una raíz que significa “hacer algo repugnante o
disminuir el deseo de alguien por algo”. 59 En la poesía antigua, qahwa era una palabra
venerable para vino, como algo que apaga el apetito de comida. En un uso posterior llegó
a referirse a otras bebidas psicoactivas, como el khat, una fuerte bebida estimulante hecha
mediante la infusión de las hojas de la planta de la kafta (Catha edulis), que todavía es
popular en Yemen. Esa teoría sostiene que los sufíes tomaron la antigua palabra para vino
y la aplicaron a la nueva bebida, el café. La noción resulta particularmente atractiva
cuando se considera que los místicos sufíes, que buscaban vaciar su mente de
distracciones circunstanciales girando furiosamente hasta que entraban en un estado de
éxtasis y que, como los musulmanes, tenían prohibido beber vino, utilizaban éste y la
embriaguez en su poesía como emblemas sensuales de inspiración divina; 60 es probable
que hayan empleado de buena gana la palabra que designaba el vino prohibido para
nombrar la nueva infusión permitida, una bebida que realmente los ayudaría a sostener su
devoción. Una variante de la teoría es que, así como la palabra qahwa se usaba para vino
porque disminuía el deseo de alimento, era natural que se hubiese empleado para el café,
porque éste disminuye el deseo de dormir.
58 Especie de espíritu benéfico o malévolo del Islam que habita la tierra. [T.]
59 Ralph S. Hattox, Coffee and Coffeehouses, op. p. 18.
60 El original persa del Rubaiyat de Omar Khayyam ejemplifica brillantemente el uso simbólico del vino y la embriaguez. Si bien es
cierto que Fitzgerald tradujo el poema al inglés en una versión hipnótica, musical y sensual, su conocido texto, imbuido en la
celebración de la disipación sexual y alcohólica, es más un reflejo del sueño onírico hedonista de los últimos años de la represión
victoriana en la que vivió el traductor que de la vida espiritual del autor sufí del siglo X. para una versión que pretende ser fiel al
original, véase The Original Rubaiyyat of Omar Khayaam, Robert Graves y Omar Alí-Shah (trads.), Doubleday, Garden City, Nueva
York, 1968.

Al menos un antiguo relato árabe afirma que lo que hoy llamamos café tomó su
nombre directamente de la infusión que se preparaba a partir de la kafta, o khat, después
de que el temible al- Dhabhani recomendara a sus amigos que sustituyeran con el café la
qahwa hecha de kafta cuando las existencias de esta última se agotaron. De acuerdo con
esta idea, el café es una especie de khat del pobre, al que los sufíes recurrían únicamente
cuando no había khat disponible. Es probable que esa preferencia siga predominando en
Yemen, donde, a pesar de los esfuerzos del gobierno por desalentar su consumo, el
cultivo más rentable de khat está desplazando cada vez más el del café. 61
Otra teoría etimológica más, pero con débil sustento lexicográfico, sitúa el origen
de la palabra café en quwwa o cahuha, que significa “poder” o “fuerza”, y sostiene que
la bebida recibió ese nombre por lo que ahora se conoce como las propiedades
tonificantes de la cafeína. El relato que propone esta etimología dice que, hacia mediados
de siglo XV, un árabe pobre que viajaba por Abisinia se detuvo junto a una arboleda y
cortó uno de los árboles llenos de bayas para hacer leña y preparar su cena de arroz.
Cuando terminó de comer, notó que las bayas parcialmente tostadas eran aromáticas y
que, al triturarlas, su aroma aumentaba. Por accidente, dejó caer algunas de ellas en su
escasa provisión de agua y descubrió que el fétido líquido se había purificado. Cuando
regresó a Adén, mostró los granos al muftí, quien había sido adicto al opio durante años;
cuando muftí probó los granos tostados, recuperó de inmediato la salud y el vigor y llamó
cahuha al árbol del que provenían. 62
Una evocativa etimología que se ofrece de la palabra café la vincula con la región
de Kaffa (que ahora normalmente se pronuncia Kefa), en Etiopía, una de las regiones de
África de desarrollo más notable hoy en día. 63 Algunos dicen que, debido a que la planta
creció primero en esa región y posiblemente ahí se preparó por primera vez la infusión de
sus granos como bebida, los árabes le dieron el nombre de ese lugar. Otros, con similar
falta de autoridad, ponen esa historia de cabeza y afirman que la región recibió su nombre
del grano.
Ahora bien, quizá la etimología más fabulosa combina dos de esas teorías y suelta
una fantasía árabe prototípica de lo divino, lo demoniaco y lo maravilloso. Acepta que el
café recibió su nombre de Kaffa y, al mismo tiempo, vincula la palabra qahwa, en el
sentido de “no desear más”, con el nombre de la región. La idea se basa en varios cuentos
islámicos que derivan el nombre Kaffa de la misma raíz arábiga para “ya basta”, como
antes se mencionó:
Se dice que un sacerdote concibió la idea de deambular del Oriente hacia África occidental con el propósito
de difundir la religión del profeta y, cuando llegó a la región donde está Kaffa, Alá s ele apareció y le dijo:
“Ya basta; no vayas más allá”. Desde esa época, según la tradición, la región ha sido llamada Kaffa. 64

Ahí, claro el sacerdote descubrió pronto un árbol cargado de bayas rojas, que
inmediatamente hirvió, y dio a la infusión el nombre del lugar a que lo había guiado Alá.
61 Encyclopedia Britannica, “Arabia” (Yemen; república árabe), vol. 10, p. 906.
62 Harper´s Weekly, Nueva York, 21 de enero de 1911.
63 Joel Shapira et al., The Book of Coffee Tea, St. Martin´s Press, Nueva York, 1982, mapa, p. 79.
64 J. Lewis Krapf, Travels, Researches…, op. cit., p. 46.

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