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S.

JUAN, APÓSTOL Y EVANGELISTA


27 diciembreVaticana)
Juan es definido en su Evangelio como el discípulo a quien Jesús amaba (cf. Jn 13,23).
Gracias a los signos especiales de predilección que Jesús le manifestó en momentos
muy significativos de su vida, Juan fue estrechamente ligado a la Historia de la
salvación. El primer signo que le demostró el grande afecto de Jesús consistió en que
fue llamado a ser su discípulo junto con Andrés, el hermano de Pedro, por medio de
Juan el Bautista que bautizaba en el río Jordán y de quien ya eran discípulos. En efecto,
cuando Jesús pasaba, el Bautista se lo presentó como "el Cordero de Dios" y de
inmediato lo siguieron. Juan se quedó tan impresionado por su encuentro personal con
Jesús que nunca olvidó que fue hacia las cuatro de la tarde que Jesús los invitó a
seguirlo (cf. Jn 1,35-41). La segunda señal de predilección fue el haber sido un testigo
directo de algunos hechos de la vida de Jesús, que luego él reelaboró en el cuarto
evangelio, en un modo teológico muy distinto a los evangelios sinópticos (cf. Jn 21,24 ).
Y el tercer momento en el cual Jesús mismo le hizo sentir su amistad y su hermandad
tan particular fue cuando Jesús, a punto de entregar su espíritu (cf. Jn 19,30), lo quiso
asociar de un modo privilegiado al misterio de la Encarnación, confiándolo
expresamente a su madre: "aquí tienes a tu hijo"; y encargándole expresamente a su
madre: "aquí tienes a tu madre". (cf. Jn 19,26-27).
Algunos datos históricos sobre la vida de Juan
Las fuentes de las que se han extraído los datos de la vida de Juan como apóstol, como
evangelista y como "hijo adoptivo" de María, no siempre coinciden. Algunas fuentes
son más convergentes y otras son más dudosas o apócrifas. De los evangelios sabemos
que junto con su hermano Santiago -que también será un apóstol- los dos eran
pescadores originarios de Galilea, de una zona del lago Tiberíades, y que juntos fueron
apodados "los hijos del trueno" (cf. Mc 3,17). Su padre era Zebedeo y su madre Salomé.
A Juan lo encontramos en el círculo estrecho de los apóstoles que acompañaron a Jesús
cuando realizó algunas de las "señales" más importantes (cf. Jn 2,11) de su progresiva
revelación como un tipo de Mesías muy distinto del que el pueblo de Israel se esperaba
(Lc 9,54-55). En efecto, cuando Jesús resucitó a la hija de Jairo (cf. Lc 8,51), cuando se
transfiguró en el Monte Tabor (cf. Lc 9,28 ), y durante la agonía en Getsemaní (cf. Mc
14,33), Jesús trataba de hacerles entender que debían transformar su mentalidad ligada a
la esperanza en un Mesías violento, semejante a Elías pues, en cambio, él era el Hijo
amado del Padre (cf. Lc 9,35), él era el Mesías venido del cielo para comunicar la vida
divina en abundancia (cf. Jn 10,10), y que también iba a sufrir el rechazo y las
injusticias de parte de los jefes religiosos de su pueblo (cf. Mt 16,21). En el evangelio
de Juan, Jesús aparece como el Maestro que también intenta, inutilmente, hacer
comprender a los judios la lógica paradójica del Reino de Dios (cf. Jn 8, 13-59). Los
discípulos, por su parte, son invitados a nacer de nuevo (cf. Jn 3,1-21) para adorar al
Padre en Espíritu y en Verdad (cf. Jn 4,23-24); Jesús ora por ellos para que
permanezcan unidos por el Amor divino (cf. Jn 17,21) y para que sean alimentados por
el Pan de la Vida (cf. Jn 6, 35).
Juan, testigo de Jesús crucificado y resucitado
Durante la Última Cena, Juan se había recostado sobre el pecho de Jesús y le había
preguntado: Señor, ¿quién es el que te va a entregar? (cf. Jn 21,20). Juan fue el único de
los apóstoles que acompañó a Jesús al pie de la Cruz con María (cf. Jn 19, 26-27). Juan
fue el primero que creyó en el anuncio de la resurrección de Jesús hecho por María
Magdalena (cf. Mt 28,8): corrió de prisa a la tumba vacía y dejó entrar primero a Pedro
para respetar su precedencia (cf. Jn 20,1-8). La tradición añade que algunos años
después se trasladó con María a Éfeso, desde donde evangelizó el Asia Menor. También
parece que sufrió la persecución de Domiciano y que fue desterrado a la isla de Patmos.
Finalmente, gracias al advenimiento de Nerva como emperador, (96-98) volverá a Éfeso
para terminar allí sus días como ultracentenario, hacia el año 104.
"La flor de los Evangelios"
El Evangelio atribuido a Juan fue llamado así por Orígenes. También ha sido llamado el
"Evangelio espiritual" o "Evangelio del Logos". Su estilo y su género literario está lleno
de "señales", de símbolos y de figuras que no deben ser interpretados literalmente. En el
prólogo de su evangelio, Juan usa un refinado lenguaje teológico para mostrar como al
inicio de la Nueva creación, en el Nuevo principio ya preexistía el "Logos" divino;
logos que significa la Palabra eterna creadora del Padre, que luego fue traducida al latín
como "Verbum". En el prólogo del cuarto evangelio Jesús es presentado como la
"Palabra divina", la "Luz de de la vida" y "la Sabiduría de Dios preexistente" (cf. Jn 1,1-
18). Este evangelio invita a aceptar por medio de una fe llena de estupor y de
agradecimiento, la sorprendente revelación que el Verbo de Dios, que nadie había visto,
se hizo carne y ha puesto su morada en medio a su pueblo. (cf. Jn 1,14). Por ello, la
palabra "creer" se repite casi 100 veces, pues Dios quiere que todos los hombres se
salven (cf. 1Tim 2,4) y tengan vida abundante por la fe en Jesucristo, Dios hecho carne
(cf. Jn 11,25).
La identidad de María y la relación filial de Juan hacia ella
El Evangelio de Juan también nos presenta en dos episodios muy emblemáticos la
identidad de María y la especial relación de Juan como su "hijo adoptivo": en las bodas
de Caná y en el Calvario. En la narración de la señal del agua transformada en el Vino
nuevo durante las bodas de Caná, se nos muestra a María como la potente intercesora
que anticipa la hora de la revelación de Jesús a su Pueblo (cf. Jn 2,1-12). En el Calvario,
en el momento de la glorificación de Cristo, María es presentada como la Mujer que es
transformada en la Nueva Eva o Madre de los discípulos de su Hijo (cf. Jn 19,25-27). Si
se considera la estrecha relación filial de Juan con María, no es difícil imaginar que la
revelación de la figura del Mesías en el evangelio de Juan se haya nutrido también del
directo testimonio de María, pues ella mejor que nadie, en sus últimos años de soledad,
recogió en su corazón y en sus recuerdos las "señales", los "signos" y las palabras de
vida de Jesús. Es pensable pues que las experiencias únicas que ella conservaba en su
memoria, las haya compartido luego a los discípulos de Jesús, y en particular a Juan.
Por ello, se puede considerar que también María misma fue acogiendo e interpretando
progresivamente en la fe, la revelación de que el Hijo de sus entrañas era a la vez el
eterno Hijo del Padre, (cf. Jn 10,30), el único Pan de la vida (cf. Jn 6,34), la Luz del
mundo (cf. Jn 8,12), la Puerta (cf. Jn 10,7), el Buen pastor (cf. Jn 10,11), la
Resurrección y la vida (cf. Jn 11,24), la Vid verdadera (cf. Jn 15,1) y el Camino la
Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6).
Las tres Epístolas y el Apocalipsis
A la tradición de los discípulos de Juan se le atribuyen las tres "cartas", que tienen
también un sabor de breves homilías. El Apocalipsis es un libro canónico, reconocido
como inspirado que nació en los ambientes de las iglesias de tradición joánica que
sufrían los ataques de las doctrinas gnósticas. Éste, que es el último libro de la Biblia,
usa un género literario semejante al de algunos libros proféticos del Antiguo
Testamento, como el libro de Daniel (cf. Dn 7), de Ezequiel o de Zacarías. La palabra
apocalipsis es la transcripicón de un término griego que significa revelación y no
destrucción, como a veces se piensa. Juan dirige siete cartas a las siete iglesias (cf. Ap
1-3) para transmitirnos por medio de personajes y de símbolos muy fascinantes, un
mensaje muy concreto de esperanza en que el Cordero degollado (cf. Ap 5,12), o sea,
Cristo Salvador triunfará sobre todas las persecuciones y las oposiciones de las fuerzas
del mal al Reino de Dios y hará nuevas todas las cosas. Esto sucederá cuando Dios
establecerá su Reino de justicia, de amor y de paz al final de los tiempos. En este libro
se muestra, con numerosos y sugestivos símbolos, como los siete sellos (cf. Ap 6-8,1),
las siete trompetas (cf. Ap 8.6-11,19), los siete ángeles con las siete copas (cf. Ap 15,5-
16,21), el fatigoso camino y la lucha que los creyentes de todos los tiempos tienen que
afrontar para que un día se realice la edificación de la Nueva Jerusalén (cf. Ap 21-22),
hoy diríamos la Civilización del Amor, de la fraternidad y del cuidado de la vida,
cuando Jesús, el Alfa y Omega (cf. Ap 22,13), regrese al final de los tiempos. En este
sentido, el Apocalipsis es también un libro profético que interpreta la acción de Dios en
la historia, asegurando que el Testigo fiel y veraz (cf. Ap 3,14), regresará pronto (cf. Ap
22,20) y vencerá definitivamente al mal, al dolor y a la muerte (cf. Ap 22,1-5).
https://www.vaticannews.va/es/santos/12/27/s--juan--apostol-y-evangelista.html
Muerte de san Juan Evangelista
San Juan murió pacíficamente en Efeso hacia el tercer año del reinado de Trajano, es
decir hacia el año cien de la era cristiana, cuando tenía la edad de noventa y cuatro años,
de acuerdo con San Epifanio.

Según los datos que nos proporcionan San Gregorio de Nissa, el Breviarium sirio de
principios del siglo quinto y el Calendario de Cartago, la práctica de celebrar la fiesta de
San Juan el Evangelista inmediatamente después de la de San Esteban, es antiquísima.
En el texto original del Hieronymianum, (alrededor del año 600 P.C.), la
conmemoración parece haber sido anotada de esta manera: "La Asunción de San Juan el
Evangelista en Efeso y la ordenación al episcopado de Santo Santiago, el hermano de
Nuestro Señor y el primer judío que fue ordenado obispo de Jerusalén por los Apóstoles
y que obtuvo la corona del martirio en el tiempo de la Pascua". Era de esperarse que en
una nota como la anterior, se mencionaran juntos a Juan y a Santiago, los hijos de
Zebedeo; sin embargo, es evidente que el Santiago a quien se hace referencia, es el otro,
el hijo de Alfeo.

La frase "Asunción de San Juan", resulta interesante puesto que se refiere claramente a
la última parte de las apócrifas "Actas de San Juan". La errónea creencia de que San
Juan, durante los últimos días de su vida en Efeso, desapareció sencillamente, como si
hubiese ascendido al cielo en cuerpo y alma puesto que nunca se encontró su cadáver,
una idea que surgió sin duda de la afirmación de que aquel discípulo de Cristo "no
moriría", tuvo gran difusión aceptación a fines del siglo II. Por otra parte, de acuerdo
con los griegos, el lugar de su sepultura en Efeso era bien conocida y aun famosa por los
milagros que se obraban allí.

El "Acta Johannis", que ha llegado hasta nosotros en forma imperfecta y que ha sido
condenada a causa de sus tendencias heréticas, por autoridades en la materia tan
antiguas como Eusebio, Epifanio, Agustín y Toribio de Astorga, contribuyó
grandemente a crear una leyenda. De estas fuentes o, en todo caso, del pseudo Abdías,
procede la historia en base a la cual se representa con frecuencia a San Juan con un cáliz
y una víbora. Se cuenta que Aristodemus, el sumo sacerdote de Diana en Efeso, lanzó
un reto a San Juan para que bebiese de una copa que contenía un líquido envenenado. El
Apóstol tomó el veneno sin sufrir daño alguno y, a raíz de aquel milagro, convirtió a
muchos, incluso al sumo sacerdote. En ese incidente se funda también sin duda la
costumbre popular que prevalece sobre todo en Alemania, de beber la Johannis-Minne,
la copa amable o poculum charitatis, con la que se brinda en honor de San Juan. En la
ritualia medieval hay numerosas fórmulas para ese brindis y para que, al beber la
Johannis-Minne, se evitaran los peligros, se recuperara la salud y se llegara al cielo.

San Juan es sin duda un hombre de extraordinaria y al mismo tiempo de profundidad


mística. Al amarlo tanto, Jesús nos enseña que esta combinación de virtudes debe ser el
ideal del hombre, es decir el requisito para un hombre plenamente hombre.  Esto choca
contra el modelo de hombre machista que es objeto de falsa adulación en la cultura, un
hombre preso de sus instintos bajos. Por eso el arte tiende a representar a San Juan
como una persona suave, y, a diferencia de los demás Apóstoles, sin barba.  Es
necesario recuperar a San Juan como modelo: El hombre capaz de recostar su cabeza
sobre el corazón de Jesús, y precisamente por eso ser valiente para estar al pie de la cruz
como ningún otro.   Por algo Jesús le llamaba "hijo del trueno". Quizás antes para mal,
pero una vez transformado en Cristo, para mayor gloria de Dios.

https://www.aciprensa.com/recursos/muerte-de-san-juan-evangelista-3865

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