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Seminario Evangélico Pentecostal

Asambleas de Dios de Venezuela

Iglesia Ciudad De Justicia

Barquisimeto- Estado- Lara

Estudiante

Leoneidys Moreno

Profesor Joel Moreno

Materia Metodología Bíblica


Método Histórico del libro de Juan

I Trasfondo Histórico

Juan, él más joven de los doce apóstoles, escribió este evangelio algún
tiempo después de que Mateo, Marcos y Lucas escribieron los suyos, y su
propósito fue suplementar esos mensajes. Los primeros tres evangelios han sido
llamados "sinópticos"(del griego "ver juntos") debido a que presentan en
general el mismo punto de vista de la vida y enseñanza de Cristo. El evangelio
de Juan es un libro extraordinario. Trata de los asuntos más profundos de la
vida, usando un estilo directo y simple. Juan presenta a Jesús como el Hijo de
Dios y el "unigénito del Padre." El versículo 16 del capítulo 3 ha sido llamado
"el corazón del evangelio". Juan también estaba pensando en las enseñanzas del
gnosticismo, para desenmascararlo con la verdad del evangelio. 91 veces repite
la palabra Padre

Origen y fecha

La tradición primitiva relaciona a Juan el apóstol con el Asia Menor, y


en particular con Éfeso. Una relación con Asia Menor es lo más adecuado para
1-3 Jn., y la exige el libro de Ap.; ya sea que el autor de este último haya sido el
evangelista o alguien asociado con él, este hecho refuerza la argumentación a
favor de Asia.

Pero no podemos ignorar, tampoco, la posibilidad de otros lugares. La


aparente falta de conocimiento del Evangelio de Juan en Asia apoya la
posibilidad de Alejandría; allí este evangelio fue usado por los gnósticos en
época muy temprana (cf. tamb. los papiros), la atmósfera intelectual (judaísmo
helenístico) podría considerarse adecuada, y la lejanía de Alejandría podría
explicar la lenta circulación del evangelio. No hay, sin embargo, tradición que
conecte a Juan con esa ciudad. También se ha insistido en Antioquía, pero
apenas si tiene consistencia esta teoría. Algunos ubican a Juan en el S de
Palestina, por la trama de su pensamiento, pero esto sólo confirma que durante
una parte de su vida el autor residió en Palestina.

La fecha del Evangelio de Juan generalmente se ubica en la década del


90. Este punto de vista se basa en la supuesta dependencia de Juan de los
evangelios sinópticos (pero véase IX, inf.), y en el supuesto carácter pos
paulino de su teología. Si bien no es necesario considerar que Juan tuvo que
valerse del paulinismo, es difícil evitar la impresión de que no escribió cartas en
época temprana. Si está relacionado con Éfeso debemos colocarlo después de la
actividad de Pablo allí, lo que queda confirmado por la fecha de 1-3 Jn., que
difícilmente podríamos colocar antes de la década del 60. Si Juan está
relacionado con algún otro lugar de composición, p. ej. Palestina, es posible que
la fecha haya sido anterior, pero es poco probable. La importancia del
“trasfondo palestino” radica en que en ese caso no es necesario acordar al
evangelio una fecha extremadamente tardía para explicar su desarrollo
conceptual. (cf. J. A. T. Robinson, op. cit., pp. 94–106)

¿Quién escribió el libro?

El autor no se identifica hasta el final del libro (Juan 21:20,24), donde


afirma que él es el discípulo << al cual Jesús Amaba >> (13:23; 20:2), es decir ,
el Apóstol Juan. El Amigo terrenal más intimo de Jesús.

¿Cuándo fue escrito?

Entre el año 80 y el 95 d. C., aunque algunos eruditos sostienen que


pudo haberlo escrito entre el año 50 y el 70 d. C. Juan se hallaba probablemente
en Éfeso, ciudad situada en la actual Turquía.
¿A quién fue escrito?

A los seguidores de Jesús que no eran judíos, específicamente a aquellos


que tenían dificultades con la filosofía griega que enseñaba que la salvación se
obtiene a través de un conocimiento especial y que Jesús era divino, pero no
auténticamente humano. Juan insiste en que la salvación se recibe por la fe en el
Hijo de Dios, Jesucristo, que se hizo carne

II Narrativa Histórica

Como obra histórica, el Evangelio de Juan es selectivo. Comienza con la


encarnación en Jesús del Verbo de Dios preexistente (1.1–18), y luego pasa
directamente a los primeros días del ministerio de Jesús: su bautismo por Juan y
el llamado de los primeros discípulos (1.19–51), y su regreso del Jordán a
Galilea (1.43). Pero el escenario de su obra no se limita fundamentalmente a
Galilea, como ocurre en los relatos sinópticos. Sólo algunos de los incidentes
mencionados ocurren allí (1.43–2.12; 4.43–54; 6.1–7.9). Una vez el escenario
es Samaria (4.1–42), pero más frecuente es Jerusalén, generalmente en ocasión
de alguna fiesta judía (2.13; 5.1; 6.4; 7.2; 10.22; 11.55; cf. A. Guilding, The
Fourth Gospel and Jewish Worship, 1960). El último de estos incidentes es la
resurrección de Lázaro, que impulsó a los dirigentes judíos a deshacerse de
Jesús (11.45ss), aunque, como ocurre en los evangelios sinópticos su enemistad
había ido creciendo durante cierto tiempo (p. ej. 7.1). A partir de este punto la
narración sigue líneas que nos recuerdan a los evangelios sinópticos: el
ungimiento en Betania (12.1–11), la entrada triunfal (12.12–19), la última cena
(13), registrada sin referencias a sus características sacramentales, el arresto
(18.1–12), los juicios y la negación de Pedro (18.13–19.16), la crucifixión y la
resurrección (20–21). Pero también en esta sección hay mucho material que no
encontramos en los evangelios sinópticos, especialmente las palabras de
despedida y la oración (14–16; 17), los detalles del juicio ante Pilato (18.28–
19.16), y las operaciones después de la resurrección.

No es necesario dudar de que este bosquejo histórico concuerde en


líneas generales con el orden de los acontecimientos, aunque es necesario
recordar que Juan se ha limitado a registrar unos cuantos incidentes, y los ha
arreglado de acuerdo con su punto de vista, o sea de la presentación de Jesús
como el Mesías.

Estructura y contenido
Ya que el espacio permitido nos impone la brevedad, intentaremos llegar a
nuestros lectores ofreciéndoles el mensaje con claridad. En el evangelio de
Juan, Jesús nos es presentado como el Hijo del Padre que, arrancándose de su
más íntima unión con él, aterriza en nuestra historia y comparte nuestra
naturaleza humana. Comunica a los hombres los secretos y la vida misma de
Dios y retorna después, a través de su pasión-glorificación, a su punto de
origen. Este esquema general se desarrolla en dos grandes partes: 1′)
Manifestación al mundo mediante la narración de hechos y palabras que le
acreditan como el Enviado (Jn 2, 1-12, 50). 20) Revelación más particular a los
suyos, que culmina en la pasión-resurrección (Jn 13, 1-20, 31).

Logo y testimonios
La Iglesia primitiva recurrió frecuentemente a los himnos para celebrar,
expresar y anunciar su fe. Nuestro logo (Jn 1, 1-18) es un buen ejemplo de ello.
En él nos es presentado el protagonista del evangelio, destacando su origen
eterno (w. 1-5), su aparición como luz y vida en nuestro mundo (vv. 9-13) y el
aterrizaje definitivo en nuestra historia haciéndose uno de nosotros (w. 14-18).
Nuestro evangelio utilizó este himno primitivo para prologar su obra. Este
nuevo destino le obligó a introducir en él algunas modificaciones y
ampliaciones: la insistencia en que la Palabra proyectaba hablar al hombre antes
de que éste existiese (v. 2); la acentuación del Bautista como testigo de Jesús,
frente a las sobrevaloraciones que los discípulos de Juan habían hecho de su
persona (vv. 6-8. 15); el modo concreto como Dios llegó a nuestro mundo,
superando intentos anteriores de acercamiento, como el de Moisés (w. 14-
16.18).

El del (Jn 1, 19-34) excluye toda pretensión mesiánica de su persona.


Las tres figuras, que él niega ser: el Mesías, Elías, el Profeta, pertenecían al
terreno de las especulaciones mesiánicas. Frente a ellas, Juan afirma que él es
testigo eminente de Jesús, la voz última que debía anunciarlo; y lo hace
presentándolo como y eliminador del pecado, como del Espíritu, iniciador de
los tiempos mesiánicos y última manifestación de Dios; como , a partir del cual
adquiere su sentido último el pensamiento de la “elección”, aplicada a los
creyentes.

El de discípulos (Jn 1, 35-49), que confiesan a Jesús como el Mesías,


como Aquel del que escribieron Moisés y los profetas, como Rabbí, Hijo de
Dios y Rey de Israel. En toda esta titulatura cristológica se presupone, además
de aquel primer encuentro, todos los posteriores, es decir, toda la reflexión
ulterior gracias a la cual y bajo la acción del Espíritu, los discípulos pudieron
descubrir la verdadera personalidad de Jesús. El evangelista traslada a este
primer encuentro con Jesús lo que posteriormente, a la luz de la pascua y bajo la
acción del Espíritu Paráclito, fueron descubriendo en él.

El mismo Jesús (Jn 1, 50-51) garantiza de forma absoluta que sus discí-
pulos le descubrirán como el Hijo del hombre: el camino hacia el Padre, el
punto de unión entre el cielo y la tierra. A ello se alude con la referencia implí-
cita a Gen 28, 12: la escala de Jacob. El título Hijo del hombre, que aparece
veinticinco veces en este evangelio y siempre en labios de Jesús -incluida la
aparente excepción de Jn 12, 34- parece referirse a la mediación entre Dios y el
hombre. Sólo en una ocasión -Jn 5, 27- hace referencia a su aspecto judicial.
Libro de los signos (Jn 2, 1- 12, 50)
Cuando los evangelios sinópticos se refieren a los hechos prodigiosos de Jesús
utilizan un vocablo griego, que podríamos traducir por acciones poderosas. El
cuarto evangelio, en cambio, se refiere sistemáticamente a esos hechos
prodigiosos con la palabra, “signos” o “señales” o acciones significativas.
Como estos signos -siete en total- han sido reunidos por Juan en la sección que
va desde el cap. segundo hasta el doce inclusive, todo el bloque ha recibido la
denominación de “Libro de los signos”. Pero no todo es material narrativo en la
sección. Junto al relato de los signos, el evangelista ha colocado una serie de
discursos, diálogos y debates que constituyen el nervio teológico del evangelio.

Incluso puede afirmarse que en la intención del autor los signos y los
demás hechos narrados en esta sección están en función del material discursivo.
Por lo mismo es difícil precisar dónde termina lo que podríamos llamar
“historia” y dónde comienza la elaboración teológica del evangelista. Lo cual
no dispensa, al contrario, anima a buscar y a hacer lo posible para encontrar el
sentido específico que tienen los “signos” en el cuarto evangelio. Tampoco es
fácil dilucidar si hay progreso de las ideas en el paso de un signo a otro o es
toda la verdad del evangelio lo que se propone en cada uno de los signos. En
todo caso, el mensaje de cada signo y de su correspondiente acompañamiento
doctrinal se captará mucho mejor si se lee sobre el trasfondo de la totalidad del
evangelio.

Para la comprensión del primer signo (2, 1-12) deben ser tenidos en
cuenta los siguientes puntos de referencia: la constatación de la madre de Jesús
“no tienen vino”, que significa la insuficiencia de la revelación antigua; la
afirmación de Jesús: la revelación plena comenzará cuando llegue su “hora”, es
decir, la cruz-resurrección. Esto se afirma en el marco de una boda: inicio de las
nuevas relaciones entre Dios y el hombre. Comienza un tiempo nuevo, una
nueva creación (sumando a estos tres días los cuatro mencionados en el cap.
1° tenemos una semana: alusión a la primera creación).
Viene a continuación la sustitución del templo (2, 13-22), que es una
acción significativa. Los sinópticos sitúan este relato en la última semana de la
vida de Jesús. Es, pues, el de Juan un relato anticipado por cuanto que el hecho
en sí mismo supone una actividad previa de Jesús. La razón de dicha
anticipación es su carácter programático. En lugar de la purificación del templo
aquí debiéramos hablar de la sustitución del mismo. En realidad se trata de eso.
Jesús es presentado como el verdadero y único templo, el punto de unión entre
lo humano y lo divino. El templo antiguo y todas las realidades simbolizadas en
él se hallan totalmente reemplazadas por la persona de Jesús.

La novedad sorprendente aportada por Jesús desconcierta a Nicodemo y


al judaísmo docto (3, 21). El evangelista la explica diciendo que la aceptación
de Jesús es mucho más que el reconocimiento de sus obras extraordinarias (2,
23-25; 3, 1-3; 4, 48…). El es la manifestación última del amor de Dios (v. 16),
el principio último para el discernimiento y el juicio (w. 17-19), el revelador del
Padre, procedente del “mundo de arriba”. Para aceptarlo así es necesario nacer
de nuevo, nacer del agua y del Espíritu, ser engendrado por Dios o abrirse
plenamente a la acción del Espíritu.

Los discípulos del Bautista habían sobrevalorado a su maestro (Hch 18,


24-19, 5). Esto obliga a nuestro evangelista a introducir otro testimonio, puesto
en labios del propio Juan, para destacar la superioridad de Jesús: él es el
verdadero esposo (recuérdese que, a partir de Oseas, las relaciones de Dios con
su pueblo comenzaron a ser presentadas bajo la imagen del matrimonio)
mientras que el Bautista es simplemente su precursor y el organizador de la
fiesta; él es la palabra reveladora, cuya audición produce la verdadera alegría,
incluso en el Bautista.

Aparentemente sigue hablando el Bautista. En realidad estamos ante una


auto manifestación de Jesús (3, 31-36) que utiliza el tono de un típico discurso
cristológico. El se auto presenta como el que es de arriba, el enviado del Padre,
el único que puede hablarnos con conocimiento de causa de Dios, porque su
testimonio recae sobre lo que ha oído y visto (1, 18). Quien lo acepta así
participa ya de la vida del mundo divino. Nuestro texto sería el desarrollo
último del diálogo con Nicodemo, interrumpido temporalmente por el
testimonio del Bautista (vv. 22-30).

El encuentro de Jesús con la Samaritana destaca su libertad frente a los


tabúes apócales: un rabino no debía hablar en público con una mujer; en cuanto
don de Dios lo es también para los “cismáticos” samaritanos; al cisma aludido
pueden referirse los cinco maridos habidos y el ilegítimo con el que vive en la
actualidad (2 Re 17, 24ss); en cuanto Mesías, Jesús relativiza la cuestión del
culto (v. 26); la aparición de los discípulos en escena pone de relieve el
conocimiento sobrehumano de Jesús (vv. 27-37); los vv. 28-42 presuponen una
misión floreciente en Samaria. Después de la actuación de Jesús en la región,
los que le dieron impulso y crearon la comunidad fueron los que tuvieron que
huir de Jerusalén a raíz de la persecución suscitada con motivo de “lo de
Esteban” (Hch 8). Ellos fueron los que trabajaron. Los que se beneficiaron de
su trabajo (v 38) fueron los apóstoles delegados de la Iglesia de Jerusalén para
inspeccionar y controlar dicha misión (Hch 8, 14).

El segundo signo (4, 46-53) es muy probablemente una versión distinta


de la curación del ciervo del centurión (Mt 8, 5ss y par.). Las variantes son
importantes, pero explicables desde la distinta situación de cada evangelio.
Mientras los sinópticos subrayan que se trata de un pagano y acentúan el hecho
de que Jesús desborda estas barreras, Juan pone de manifiesto la magnitud del
signo. De ahí el desplazamiento que hace desde Cafarnaúm a Caná, con el fin
de que la curación se produzca a distancia y se ponga de relieve la fe en la
palabra vivificante de Jesús. La contemplación de los signos de Jesús lleva a la
fe, como ocurrió en este caso. Lo específico de los signos es convertir el suceso
histórico en flecha indicadora que nos orienta en la búsqueda de algo más
importante y profundo que el acontecimiento narrado.
En la curación del paralítico (cap. 5, tercer signo) destaca el poder
vivificante de la palabra de Jesús frente al judaísmo que ha llegado al límite de
sus posibilidades y que ya no da más de sí. Se halla simbolizado en el paralítico
(Deut 2, 14). Es propio del evangelio de Juan narrar los signos de tal modo que
sean seguidos de un discurso revelador o aclarador del significado de los
mismos. Todos ellos apuntan a Jesús mismo como enviado de Dios. Esto
significa que Jesús no puede ser entendido si se le separa de Dios (vv. 10-18).
Jesús dispone, por tanto, del mismo poder de Dios en orden a la concesión de la
vida. Existe una perfecta unidad de acción entre el Padre y el Hijo, que se
concreta en dos temas fundamentales: la vida y el juicio (vv. 19-30).

Jesús aduce unos cualificados que demuestran la legitimidad de sus


pretensiones. Testifican a su favor Padre, cuyo testimonio se recogido en la
Escritura; también es aducido, aunque no como argumento definitivo,
testimonio del Bautista; además, su dignidad se halla rubricada por propias
obras, en las que se engloba toda la acción reveladora de Jesús; finalmente,
mismo Moisés está a de Jesús: el verdadero israelita es el que, a través del A.
T., llega a Cristo (1, 47). Después de todos los argumentos, repitamos que Jesús
no puede ser comprendido si se le separa de Dios.

La multiplicación de los panes es el cuarto signo (6, 1-15). Es el relato


de una historia milagrosa de la que tenemos ejemplos tanto en el judaísmo
como en el paganismo. La presente narración atribuye a Jesús lo que se contaba
de grandes profetas o taumaturgos, con la intención de enseñar que quien tenga
alguna necesidad encontrará remedio en Jesús. Sobre este andamiaje, que el
evangelista ya encuentra preparado, se desarrollan las siguientes ideas: el
conocimiento sobrehumano de Jesús (intención cristológica); Jesús como
respuesta a las necesidades más profundas del hombre (intención soteriológica);
centralidad de su persona (los discípulos juegan un papel secundario frente a la
función preponderante que les asignan los sinópticos, -Mc 6, 37-42 y par.-
universalidad de su destino (simbolizada en las 5.000 personas saciadas); su
realidad divina (el número siete -resultante de cinco más dos-, es número
sagrado, imagen de Dios); su permanencia con el hombre en la eucaristía (v.
11). Más que de la multiplicación de los panes, había que hablar de la
multiplicación del pan.

Al relato narrado debía seguir, por lógica, discurso sobre pan de vida (6,
23-51 a) en el que se establece una comparación: Como el maná salvó al
antiguo pueblo de Dios, así ahora Jesús ha sido enviado del cielo, no como un
milagrero común, sino como el pan que da la vida eterna y que debe ser comido
mediante la aceptación por la fe. Este discurso sobre “el pan de vida” es de tipo
“sapiencial”: se atribuye a este pan lo que el A. T. aplicaba a la Sabiduría, y
podía ser entendido perfectamente por los interlocutores de Jesús en una
sinagoga.

A continuación debería venir discurso eucarístico (6, 51b-58). Esta parte


del discurso no procede de la sinagoga de Caperrnaún, sino de la última cena.
El lugar adecuado sería, por tanto, el cap. 13. El evangelista lo ha trasladado
aquí por la semejanza con la materia desarrollada, para hacer un discurso
completo sobre el pan. Nótense las diferencias en relación con el discurso
anterior: allí el protagonista era el Padre, aquí lo es Jesús; la respuesta del
hombre allí era la fe, aquí es el comer y beber la carne y la sangre.

Entre la multiplicación de los panes y los discursos interpretativos


introdujo el evangelista, porque así se lo ofrecía y se lo imponía la tradición, la
marcha sobre las aguas, que es el quinto signo. Es un milagro poético o una
composición poética que describe la dignidad de Aquel que es presentado
caminando sobre las aguas. Este signo describe la marcha de la Iglesia a través
del mundo en medio de dificultades paralizantes y del consiguiente desaliento
enervante. Debe apoyarse en Jesús, cuyo poder es comparado con el de Yahvé,
cuyo camino fue el mar, y su sendero la inmensidad de las aguas, aunque no
dejabas huella en ellas (Sal 77, 20).
El magnífico cuadro que nos ofrece el cap. 6 recibe su último detalle
perfeccionista haciendo hincapié en las palabras de vida eterna (6, 59-71). La
incredulidad de la gente, de los judíos y de los discípulos -se trata de las
mismas personas, aunque sean llamados con distintos nombres-provoca la
confesión de la fe verdadera a nivel de Iglesia universal simbolizada por los
Doce y representada por Pedro. Jesús es el Santo de Dios y sólo él posee
palabras de vida eterna. Se pone así de manifiesto la secuencia lógica que nunca
debe perderse de vista: palabra-fe-sacramento-vida, como rasgos esenciales de
la revelación cristiana.

El evangelista sintetiza y sistematiza grandes discusiones de Jesús sobre


Jesús en los cap. 7 y 8. Jesús sube de incógnito a la fiesta. Evita la publicidad.
No quiere que nadie piense en un mesianismo sensacionalista y político, como
sus mismos hermanos lo soñaban. Jesús es el dador del agua viva, del Espíritu
(7, 37-39), iniciador, por tanto, de los tiempos mesiánicos; el enviado, cuya
doctrina es la del que le envió; el que tiene su patria “arriba”, confundiendo los
cálculos humanos acerca de su origen y procedencia. La autopresentación de
Jesús divide, como siempre, a sus oyentes: unos lo aceptan o comienzan a
hacerlo; otros lo odian a muerte.

La historia de la últera (8, 1-11) no perteneció originariamente a este


evangelio: interrumpe el contexto; falta en la mayor parte de los manuscritos
antiguos; anduvo errante de un lugar para otro; encajaría en cualquiera de los
sinópticos, particularmente en Lucas, -que es quien más se interesa por el tema
de la misericordia-, donde la narra algún manuscrito. En todo caso, pertenece al
evangelio, y enseña a no aplicar despiadadamente la ley cuando también los
jueces son pecadores (Rom 2, 21). Jesús, en cumplimiento de su misión, la
perdona (Lc 19, 10) y le concede la vida.

La discusión entre Jesús y sus enemigos, entre el cristianismo naciente y


el judaísmo, sobre su origen y procedencia (8, 31-59), arguye no sólo falta de fe
sino también resistencia a la misma. Se acentúan dos enseñanzas: la sólo Jesús
y el Padre tienen competencia para juzgar su doctrina; 2a, la partida próxima de
Jesús, su muerte hará inútil para muchos su búsqueda indebida (7, 33ss).

III Importancia histórica del libro de Juan

El propósito de Juan exige en líneas generales consideremos el contenido del


evangelio de Juan como historia; fallaría completamente en su cometido si Juan nos
diera un relato legendario destinado a sustanciar la predicación de la iglesia acerca de
Jesús como el Mesías, en lugar de los hechos históricos que sirven de base a dicha
predicación, y la autentican. (Véase C. F. D. Moule, The Phenomenon of the NT, 1967,
pp. 100–114.)

Ya se ha sugerido que muchos de los problemas que se esgrimen comúnmente


en contra de la historicidad de Juan de ninguna manera son tan serios como a menudo
se pretende. En realidad hay una creciente tendencia a reconocer que Juan contiene
importantes tradiciones históricas sobre Jesús, y que una adecuada comprensión de su
vida terrenal no puede obtenerse tomando como base solamente los evangelios
sinópticos (cf. T. W. Manson, BJRL 30, 1947, pp. 312–329; A M. Hunter, According
to John, 1968).

Por otra parte, la impresión total que nos da Juan después de leer los
evangelios sinópticos es que aquí tenemos una interpretación de Jesús en lugar de un
relato estrictamente literal de su vida. Las enseñanzas impartidas por él son diferentes,
como también lo es el retrato de su persona, particularmente en lo que respecta a la
conciencia que tenía de su mesianismo y su carácter filial. Pero sería poco aconsejable
enfatizar estas diferencias. Jesús no es menos humano en Juan que en los otros
evangelios, y aun el “secreto mesiánico” de los sinópticos no está totalmente ausente
en Juan. F. F. Bruce se atreve a decir que no hay discrepancia fundamental entre el
Jesús de los evangelios sinópticos y el de Juan (The New Testament Documents5,
1960, pp.60s).

Lo que esto significa es que Juan no contradice a los otros evangelios, sino que
interpreta a la persona que ellos describen. Mientras los otros evangelistas nos dan una
fotografía de Jesús, Juan nos ha proporcionado un retrato (W. Temple, op. cit. inf., pp.
xvi). En consecuencia, y a la luz de lo dicho, podemos emplear el Evangelio de Juan
como una fuente para el estudio de la vida de Jesús y para la interpretación joanina de
su vida, aun cuando sea imposible separar completamente ambos aspectos. No es
posible comprender completamente la vida terrenal de Jesús independientemente de la
revelación que de sí mismo como Señor resucitado hace a su iglesia. Bajo la
inspiración del Espíritu (cf. 14.26; 16.14) Juan dio a conocer el significado de la vida
terrenal de Jesús; interpreta su historia y al hacerlo nos da, en las palabras de A.M.
Hunter, “el verdadero significado de su historia terrenal” (Introducing New Testament
Theology, 1957, pp. 129).

IV Vida y costumbre de la época

Situación Política, Social, económica, Espiritual:

Situación Política: El mundo del Nuevo Testamento es muy diferente


del mundo del antiguo testamento. Los cambios que tuvieron lugar durante
cuatro siglos afectaron todas las áreas de la vida:

Los romanos en lugar de los Persas, eran los que tenían bajo su domino
a Palestina pensamiento y cultura de los griegos (Helenismo), mas bien que los
dioses de los cananeos como Baal y Moloc, amenazan ahora con descarriar el
pueblo de Dios.

Situación Social:

La Diáspora se refiere a los Judíos que vivían fuera de Palestina, aunque


mantenían su fe religiosa. Las dos deportaciones (la primera el reino del norte
[Israel] por los Asirios en 721 A.C, y la segunda el Reino del Sur (Judá) en 586
A.C.) dispersaron a los Judíos. Posteriormente Alejandro Magno animo a
muchos judíos a que se trasladaran a la recién fundada Ciudad de Alejandría en
Egipto y desde entonces muchos miles de Judíos emigraron a los países
circundantes por razones de trabajo y comercio. En los tiempos del nuevo
Testamento había probablemente varias veces más Judíos fuera de Palestina que
dentro
Situación Económica:

Los judíos se trasladaban en diferentes ciudades Romanas para


desempeñar sus actividades económicas. La pesca era una de las actividades
económicas realizadas por los judíos, Pedro y Juan eran Pescadores.

Situación Espiritual o Religiosa:

Partidos Religiosos:

Los partidos de los saduceos y los Fariseos (lo mismo que los partidos
políticos de los Zelotes y los herodianos) no existían en el Antiguo Testamento.

Funcionarios Religiosos:

Escribas: Maestros de la Ley y rabinos (maestros), representan un papel


importante, los Principales sacerdotes como grupo con identidad propia no se
encuentran en el AT.

Instituciones Religiosas:

El templo y el área del templo se han transformado en un magnifico


complejo, partiendo de la modesta estructura que los Judíos postexilicos habían
construido.

Costumbres:

Los judíos mantenían su creencia como pueblo de Dios por excelencia a


quienes pertenecía el favor de Dios. Para los Judíos un gentil para formar parte
del pueblo de Dios debía Judaizarse, es decir, circuncidarse y guardar la Ley y
observar el día sábado como día de reposo.

Los griegos tenían dos grandes concepciones. (a) Tenían la concepción


del Logos. En griego, logos quiere decir dos cosas: palabra y razón. Los judíos
estaban familiarizados con la idea de la Palabra todopoderosa de Dios: «Dios
dijo: «¡Que haya luz!» Y hubo luz» (Génesis 1:3). Los griegos estaban
familiarizados con la idea de la razón. Cuando observaban el universo, veían un
orden magnífico e infalible. El día y la noche se sucedían con constante
regularidad; las estaciones del año seguían su turno indefectiblemente; las
estrellas y los planetas recorrían sus rutas invariables; la naturaleza tenía leyes
inalterables. ¿Qué producía este orden? Los griegos contestaban sin dudar que
el Logos, la Mente de Dios, es responsable del orden mayestático del universo.
Y a la pregunta sobre qué es lo que le da al hombre la capacidad de pensar,
razonar y saber, contestaban igualmente sin la menor duda que el Logos, la
Mente de Dios que mora en el interior del hombre, le hace un ser pensante
racional. Los griegos siempre pensaban en dos mundos: uno era el mundo en
que vivimos, un mundo maravilloso a su modo, pero que es un mundo de
sombras y copias e irrealidades. El otro era el mundo real, en el que las grandes
realidades, de las que nuestras cosas terrenas son sólo copias pobres y pálidas,
permanecen para siempre. Para los griegos, el mundo invisible era el mundo
real; el mundo visible era sólo una sombría irrealidad.

Contexto Geográfico

Palestina se divide en Judea, Galilea y Samaria. Al este del río Jordán


están Perea y Decapolis. Además ahora hay comunidades Judías en la mayor
parte de las ciudades principales del Imperio Romano. Cada una con su propia
Sinagoga. A esto se le llama Diáspora o Dispersión

Nunca se ha escrito un libro que reclame cosas tan grandes para su héroe
como el Evangelio de Juan. Su autor le otorga los títulos más exuberantes al
Cristo histórico. De hecho, desde el primer v. dice que es Dios. La tradición
sostiene que Juan es su autor y que la fecha y lugar de autoría fue en algún
tiempo hacia el cierre del primer siglo d. de J.C., en Asia Menor.
V BIBLIOGRAFIA

 FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús


de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
 Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
 Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
 C. F. D. Moule, the Phenomenon of the NT, 1967, pp. 100–
114.
 cf. T. W. Manson, BJRL 30, 1947, pp. 312–329; A M.
Hunter, According to John, 1968.
 ” Introducing New Testament Theology, 1957, pp. 129).

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