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EL HOMBRE CAIMÁN EN EL

ZOOLÓGICO DE BERLÍN
Y OTROS CUENTOS...
Julio Olaciregui
Puro Cuento

AURORABOREAL®
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Julio Olaciregui
Colombia 1951. Periodista y
escritor, pasa de un género
literario a otro con una gran
desenvoltura. Se inició en el
teatro en la Universidad de
Antioquia, Colombia. Viaja a
París en 1978 para estudiar
literatura en la Universidad
de la Sorbona. Sus obras
incluyen la novela, la poesía,
la dramaturgia y el cuento.
Ha publicado Vestido de bestia
(relatos, 1980), Los domingos de
Charito (novela, 1986), Trapos
al sol (cuentos, 1991), Dionea
(mitonovela, 2005), Días de
tambor (relatos, 2012), Una
mano en la oscuridad (relatos,
2013), La segunda vida del Negro
Adán (relatos, 2014) y El
hombre caimán en el zoológico de
Berlín y otros cuentos (2014).
Adaptó para el cine La
mansión de Araucaima, de
Álvaro Mutis, filmada luego
por Carlos Mayolo (1986).
Sus obras de teatro: En el
cabaret místico (1999), El tango
congo se acerca a La Habana
(2000) y El callejón de los besos
(2009). Desde 1998 escribe

AURORABOREAL® de cine para la agencia


France-Presse.

CUENTO
2015 AuroraBoreal® eBooks
Fotos Julio Olaciregui © Adriana
Rosas.
Diseño: Leo Larsen®
Cubierta grabado francés del siglo
XIX.

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Diseño original de la colección
Leo Larsen

Primera edición: El hombre caimán en el zoológico de Berlín y otros cuentos.


Editorial Aurora Boreal®. Copenhague, 2015
Dirección editorial: Leo Larsen

©Julio Olaciregui
©Aurora Boreal®


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info@auroraboreal.dk
ISSN 1902-5815 Editorial Revista Aurora Boreal®

Producción Jazz en la 127®


Copenhague - Dinamarca

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! ! El hombre caimán en el zoológico de Berlín
! ! y otros cuentos

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“A mi amiga del alma”

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Índice
Introito 9

Los secretos del canto 9


Cantos del macho cabrío 13
Los tejemanejes del conde Mosca 28
La camisa de las culebras 40
Los espantapájaros están de moda otra vez 51
Al que le van a dar, le guardan 68
El día en que casi murió don Juan 82
Don Juan en los quintos infiernos 88
El siete mujeres ya no es lo que era 91
Últimas noticias de la Machaca 94
Fuga del cementerio de iguanas 101
El pescado de Nathalie 106
La suerte de Alguien 110
La mochila del alma 115
Los amantes de Juan Mina 120
El Caimanteón de Bahía Honda 124
Una raya en el cielo 130
Erotes 134
La flor del achiote 138
El último tabaco de Italo 142
Cuento del tambor hembra 145
Solo trabajamos para poder bailar 149
Mal de ojo 154
Camafeo de la reina Leonor 157
La piel de Mabina 161
La bailarina desnuda 171
Rumba en Puerto Hormiga 176
El hombre caimán en el zoológico de Berlín 181
Cuando un campeón apaga la luz 185

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Introito


Gracias al entusiasmo de Guillermo Camacho y a
su hermosa empresa editorial, Aurora Boreal®, aquí
vuelve y juega el “hombre caimán”, revuelto con un
puñado de intentos de cantar y contar los delirios de un
estudiante de “literatura aplicada”.
El célebre antroposaurio cantado por José María
Peñaranda y pintado en el telón de boca del teatro
“Amira de la Rosa” de Barranquilla (Colombia) por
Alejandro Obregón anda revoloteando ahora por Berlín
y París, haciéndose propaganda, pretendiendo que lo
comparen con el centauro Quirón, encargado de la
educación de Aquiles, el héroe homérico.
El pintor y erudito colombo-italiano Fabio Rodríguez
Amaya da muy en el clavo al considerar que nuestra
práctica poética busca « poner en tela de juicio sobre la base del
mito, ese falaz misterio de la trinidad cristiana y de las otras dos
religiones occidentales monoteístas pues, a la raíz, arrogándose ser
“extirpadores de idolatrías”, se tiraron África y América: por ser
religiones patriarcales y machistas, guerreras, racistas, clasistas,
excluyentes, mentirosas, colonialistas, imperialistas y horrorosas
que, como si fuera poco, ningunean la mujer o reniegan de ella,
cuando la componente femenina es componente vital y taxativa de la
dualidad fundacional de nuestros mitos».

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Datos curiosos de la historia de la costa caribe
colombiana me dieron pie para algunos de estos cuentos. 
Los otros son pura fantasía urbana y homenajes a la
música de allá. Sílaba Editores, de Medellín, publicó en
2012 parte de ellos bajo el título « Días de tambor ». Deseo
dedicar esta reedición en el ciber-espacio de «  Aurora
Boreal®  » a mi amiga del alma Adriana Rosas
Consuegra.

Julio Olaciregui
París, dos de enero del quince

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Los secretos del canto


A las cinco de la tarde cuando llego de la escuela el
viejo poeta está otra vez en mi casa, sentado frente al
ordena-computa, tecleando, su morbo tragado por la
pantalla, se levanta de inmediato y me besa el cráneo,
pasa la mano por mis crespos, y luego toca las palmas y
sigue tarareando, mientras mamy canta en inglés, “give
me a chance”, “give me a chance”
Ella limpió fregó una gota de sangre que yo no vi
sobre el canapé, quizás del tamaño de una moneda de
cobre, esa es también una maldición de la mujer, dijo,
desde las diez y media de la mañana le dolía el vientre,
están juntos, él puede besarle los hombros, pasa el brazo
por su cintura y olisquea su cuello, a veces ella misma
quiere que la abracen así de súbito, como recibiendo al
ansiado muchacho amante que baja del tren y se
encuentra con su amiga

–ganas de narrar, de contar algo si tenía –escribo


desde que era tan pequeño como un saltamontes ¡! A
veces habla como su niño, o él habla como ella, son
dulces, cantarines, me miran con esa luz de basalto –no
sabes que hay aceitunas negras brillantes
¿Por qué nos abrazamos cantando “give me a
chance” ? Somos una familia espontánea, la familia del
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parque, conocí a mi papá en el parque, en un jardín...
son los buenos espíritus, los árboles, pies de madera,
raíces en el bosque – Si alguien se muere aparece la
religión –usted cree en el espíritu de los espíritus los
propiciadores... esos lazos entre los muertos y nosotros
los vivientes, ellos se conocieron en el parque y ahora
están cantando juntos en la sala de mi casa, la sagrada
familia se forma de nuevo, la prueba es que ellos le
cantan a Semira, la nigeriana que la policía belga mató,
la volvieron una etcétera y ahora mamá y el poeta la
están resucitando con esa canción, ella pide que le den
un chance, una oportunidad
La sangre roja de mamá se enciende, cómo fue, hay
un pasado en el bosque de los caimanes, apenas ahora
aprendo a pintar los monstruos, en las iglesias uno canta
y se aleja de la desnudez, de la soledad, mamá fue al
cuarto y trajo la Biblia, nunca el poeta ha entrado en su
alcoba, hay un armario con un espejo en el que a veces
ella se mira la cola, tiene un buen rabo, un bicho lindo,
dia-bolo, dice, ahora aprendiste esa palabra griega, vos
separás, no eres sím-bolo, la moneda de sangre de las
mujeres, una mancha, quizás el pecado, nojoda, se
levanta de un brinco y trae la Biblia por fin, dónde,
dónde dice que los negros somos malditos ¡ dónde
¡ ábreme los ojos – ella friega la mancha en el canapé, el
poeta niega, no soy yo quien ha inventado lo de esa
maldición, mamá protesta ya en mi escuela hicieron
alusión a la maldición de los africanos esclavos, nojoda,
dónde dice, dónde

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Mi papá Noé se bebió dos botellas de Burgoña
borracho se encueró, el negrito se echó a reír, papá
cuando está afumao se le caen los calzones, creo que le
aprieta el hígado, se desbragueta, sale del baño con esos
ojos brotados que no fijan, se pone a toser, qué le
pasa...pareces un zombi, fuiste esclavo también, Papá se
despertó de mal genio con un guayabo durísimo, la
lengua como lija le dolía hasta el aliento, los niños le
contaron que el negro chamo se había burlado de él al
verlo ahí tirado en el canapé, Papá lucía una minúsculas
bragas plateadas de mujer cabaretera, había estado esa
tarde en algún metedero, mamá ese día tenía una falda,
pasaron los años desde que ella lo dejó por borrachón y
ahora vivimos solos ella y yo, a veces creo que tiene
novio, pienso en el poeta, será él... mi nuevo padre, se
hacen confidencias que no escuchamos, tiene un
pretendiente policía de la isla de la Reunión a quien no
puede besar aunque le gustaría, que se coma una pera, y
un ingeniero de Gabón a quien se le entregó dos días
después de conocerlo y piensa que por fácil tras haberla
gozado él muy vergajo la trató como una sirvienta
Mami tu sabes protegerte, ella sabe de lo que habla,
por qué hablamos tanto de sexo, me voy a quitar esta
falda, no me mires así, por qué los negros tienen esa
fama, y es verdad, se les pone duro duro los blancos no
logran evitar cierta blandura, y si los negros pueden
masajearte adentro durante mucho rato sin venirse, eso
es lo que les gusta a las blancas, pueden gozar y
desarrollarse varias veces, ella dijo seamos profesionales,
se fue a cambiar, después del almuerzo, me sirvió

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bacalao, arroz con fríjoles y confite de ají, sigamos con el
canto, el poeta sintió su humedad y bendijo el seco
teclado del ordena-computa
Le trajo de regalo una nueva canción a mamá,
“Reírse de miedo”, ellos son musicales, qué feliz se
pusieron en el aeropuerto de Atlanta cuando conocieron
a Mahalia Jackson, se fue lejos la negrita con aquella
voz, canta y nos manda al cielo, mamá abraza al poeta
para agradecerle esa oportunidad de cantar fuera de la
cocina, ahora en un estudio, después le dice tu amor se
siente en la canción, pero yo no seré tuya jamás, lee la
Biblia, el poeta la invita al cine, me gusta imaginar que
mamá fue feliz, esa alegría de oír la respiración del
amigo, la respiración de las mujeres en los cines –la
mano del poeta en el pubis –algo quise, oleadas intensas
de sangre, la semilla de las vocaciones crece en las
tardes, ella cuidaba ancianos en París a sus catorce
primaveras cuando llegó de Haití, pero su vocación es
cantar –el niño me enseñó a encender el teclado japonés,
me enseña el tempo, sí, el ritmo, con el ritmo se consigue
algo espiritual, como dice Roberto, un amigo del viejo
poeta, “quiero es cantar”, el niño los mira con sus
aceitunas y sonríe, no desconfía, el poeta prueba el
bacalao de mamá y sueña con escribir sobre esas tardes,
mami lo abraza y bailan como enamorados en una
discoteca de la Guayana, frente al mar deseado, eso
ocurrirá, quién sabe, hay una pequeña esperanza,
cuando salgo del ascensor y voy por el corredor hacia el
apartamento oigo los últimos compases de la conga
diluirse en el silencio, poco antes de la cinco de la tarde...
Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Cantos del macho cabrío


En aquel entonces Sabrine ansiaba tener un bebé,
pero Bernard no quería. Dispuesta a dejarse preñar, me
pareció, abrió frente a mí casi con furia los botones de su
blusa, descubriendo su cuello y el comienzo de sus senos,
como si se ahogara o quisiera dar a luz ya, de una, en
ese bar de la avenida Marconi, en el centro de Bolonia,
donde nos encontrábamos.
Aún no había escrito yo mis primeras tragicomedias
y andaba rodando por Europa, confrontando mis
danzas, fantasías y tambores con las máscaras de estos
pagos, aprendiendo a vivir con los otros, en el extranjero,
lejos de casa.
Entre los comediantes y artistas siempre existió la
tentación del falansterio, de la comuna, viviendo juntos y
a veces nómadas, muchos hombres y mujeres, viajando
de un lado a otro y regresando a la casona, donde brotan
los niños y ensayamos los sainetes y zambapalos.
En Bolonia, mientras aprendíamos teatro con
Yolum Arlekorf, el dramaturgo albanés, logramos
realizar ese sueño una temporada, y luego nos
dispersamos, dije adiós a Bernard y a Sabrine y me fui a
Colombia, me entregué a ese olvido de los años que
pasan, sabrosos como la vida a la orilla del mar. En ese

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entonces no se oía hablar aún de guerra ni de
paramilitares en mi país.

Veinte años después estábamos de nuevo en un bar,


pero ahora en París, cerca de Beaubourg, tratando de
aclarar este cuento. Había vuelto a Europa cuando la
situación comenzó a ser asfixiante en Bogotá. Me dieron
una beca para aprender la técnica de los ventrílocuos del
alma que enseñan en la escuela de arte dramático del
barrio latino, por la iglesia Saint-Geneviève-du-Mont, y
decidí quedarme.
Después de mucho “remar”, como dicen en
Francia, logré publicar mis primeras críticas sobre teatro
en Le Monde, el vespertino de la calle de los italianos, y
ganarme un puesto, pero luego cometí un grave error.
Me encontraba en el mediodía de la vida y por eso
las ninfas y las actrices más veteranas, leonas atraídas
por las canas de mi cabellera, acudían a mi taller a
probarse las máscaras y recitar mis textos. Vivía “el
horror” de una fiesta casi permanente, como dijo
Sabrine, muy dionisiaco, sin acordarme de meditar, de
ayunar.
Un martes de invierno, centenares de lectores
inundaron con sus cartas el buzón de Yves Bartoloni, el
director de las páginas literarias, para quejarse porque
confundí a Dionisos con Poseidón. El día que redacté ese
texto había estado bebiendo en un brindis del sindicato
de impresores y tal vez me pasé de copas. Lo raro es que
los correctores, todos ellos doctores en letras, no
hubiesen visto el error. Mi comentario sobre ‘Las

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bacantes’, puesta en escena por Omar Porras en el teatro
des Abbesses, me convirtió en el hazmerreír de los
redactores.
Ahora, si no quería perder el trabajo, debía
dedicarme al ascetismo e inventar una cura, distraerme
de las ganas de beber, escribiendo. Y encima, aclarar lo
de Julie.
—Podrías recobrar tus sueños, buen propósito… ir
a Egipto, como deseabas…— me dijo Sabrine... y tal
vez... volver al diván...
Deseaba consultar un manuscrito que se conserva
en la biblioteca municipal del Cairo, la “Dionea
Pandemos”. En esos fragmentos anónimos escritos sobre
la diosa del amor popular se dice que la vida en
comunidad está ligada con algo misterioso y sagrado,
con sacrificios olvidados, por eso tendemos a crear
figuras de semidioses o genios de las aguas y los
desiertos, según el entorno, para expiar la manía, la
locura, e imaginar donde viven esos monstruos que no
podemos mirar cara a cara. La gente los bautiza con los
nombres que le suenan bien.
Seguro que poseído en exceso por el vino, mi lapsus
surgió porque pensaba: el dios de la posesión mística es
un gran poseedor, un gigantón que te agarra, un
Poseidón.
Ahora estoy en el baño que hay detrás de la oficina
del director, los nervios en compota, hecho una etcétera,
mientras espero que lea el proyecto de crónicas para los
suplementos del verano. Apenas me siento en la taza,
para no mear fuera del tiesto, veo pegadas a la pared

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muchas fotos en blanco y negro de esa escultura del
Louvre, el hermafrodita dormido, sueño de mármol de
la humanidad en el banquete de los sexos. Prometí
buscar el libro del filósofo de Envigado, Fernando
González, para leerlo y tratar de comprender el mito del
hermafrodita desgarrado, hembra y macho, cielo y
tierra, vida y muerte, dios y hombre, ahora y olvido...
Sabrine me miró fijo, con los ojos bien abiertos al
decirme:
—Julie no es hija tuya... si estás enamorado de
ella... adelante... Bernard no sabe nada aún...
Hacía ya días que Julie y yo nos encontrábamos a
escondidas en cuartos de hoteles de la Bastille y el
Marais para desnudar nos, beber champaña,
fotografiarnos, leer textos y acariciarnos. Ella deseaba
conservarse virgen aún.
—Mis padres son actores, gente de la época del 68,
no les importará que tengas veinte años más que yo… te
conservas bien… no eres barrigón ... no eres un
baboso... ni derechista ...
Cuando me lo dijo pensé, sin querer, en esas sectas
que te mandan una ninfa para enrollarte durante años
con el pretexto de extirparte el paganismo. Nada, yo me
dejé convencer...
Todavía guardo fragmentos de los textos que
escribíamos de noche, tras las improvisaciones en las
catacumbas. Después les contaré cómo me uní al grupo,
dejando mi trabajo de periodista.
Julie leía :

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—El alma por instantes vislumbra en sueños un
mundo sin relojes. Ve el fluido inmortal encarnarse en
un muñeco enmascarado y salir con su cohorte a escena
para llorar y reír, unidos en una bola platónica, un sexo
tragado por el otro, tratando de esconderse en una
caverna para no ser desgarrados por el fuego del tiempo,
adiós hermafrodita, adiós culebrilla del gozo, adiós tierra
mía, ahora yo, la voz, me hago a la mar de los cuentos,
refugio de sal y olvido, de algas, horas y medusas que
flotan en las bahías de tantas ciudades...
Yves Bartoloni me hizo aterrizar, él cree aún en las
naciones:
—¿Qué sabe un indio, un mulato colombiano como
tú de los griegos?
Le había propuesto un viaje a Etiopía tras las
huellas de Poseidón y los antiguos griegos. Me tocó
argumentar :
—Nadie sabe qué son las naciones, del sufrimiento
de la esclavitud surgieron el jazz y la cumbia...
—Y nadie puede impedir a un poeta que oiga a su
madre muerta en el trinar de los pájaros, sí...—dijo
como si se burlara.
—El panteón antiguo que duerme en usted se
renueva cada día, con nuevas máscaras, con nombres
que aún son tripas en los vientres de las madres de los
poetas o las bailarinas que van a nacer esta noche en los
hospitales de París—afirmé con ganas de callarlo.
A Sabrine lo que le interesa ahora es que yo no
resulte un mentiroso, un aprovechado. Dijo que

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recordaba poco la época de Bolonia, no me había
reconocido.
—¿Cuántos hijos has regado por el mundo ? —me
preguntó ... aún no quiero ser abuela...
Yo estaba primero con Huguette, una francesa muy
fea y mandona, pero directora de una editorial en Saint
Germain-des-Près. La conocí en un restaurante de la rue
Saint Benoit gracias a Marguerite Duras.
—Si usted, colombiano, se quiere hacer rico y
famoso escríbame rápido la novela del sicario
hermafrodita... ese bello monstruo, luciérnaga, que sale
de las sentinas de la historia, que alimenta los periódicos,
una joven nación sacrificada, el adolescente muerto en
vida, el anti-Dionisos, una chispa... diente de oro ... ah
Marcelo ... se harrá usted rico y famoso...
Huguette le sirve de chofer a Marguerite algunas
tardes que se prolongan hasta la madrugada. Es la época
en que todavía bebemos y fumamos mucho.
Si mezclo un poco los tiempos verbales es porque
quiero contar el cuento como si fuera un sueño, dejar
algunos detalles en las sombras y en el olvido.
Huguette me dijo que tenía unas entradas para
teatro, una obra en las Catacumbas, una sala cerca del
Jardin des Plantes. Le contesté que casi no salía a la calle
porque estaba, qué casualidad, escribiendo un libro
sobre un hermafrodita. Pero acepté y fuimos.
Era una obra basada en textos de Maiakowski. Así
conocí a Julie, ella respiraba puro teatro. Sus pechos,
imagínense, tiernos, robustos, quién podría olvidarlos si

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acaso hubiese sido posible besarlos como yo, “aquellas
noches”.
Talía reina aún en París, me dije. Después de salir
del periódico la diosa bailadora tejía los episodios y
nudos de mis encuentros con las ninfas y veteranas
leonas en esta selva de interpretaciones que son los bares
al lado de las salas de teatro en Montmartre y Nation.
Pensarán que estoy delirando, pero así me ocurría.
En París se impuso la moda de vestirse de negro,
por algún luto histórico.
Las muchachas como Julie suelen usar encajes
negros para envolver sus poderosos cuerpos.
Ahora vestido de luto, oyendo cantar a Julie,
mientras la primavera empuja su rostro desde las raíces a
la luz naranja y azufre de este sol, me digo, así vamos
construyendo la ciudad, en estos teatros donde alguien
murmura sus sueños, lejos de la sangre, promesas
cumplidas del antiguo porvenir, lazos contra el olvido.
Días después de conocerla nos encontramos de
casualidad en el cementerio Père Lachaise, mientras
incineran a Koltès. Estuvimos hablando de las religiones
del fuego y de la tierra.
Ella, como si fuera mortal, me dice con sus ojos
azabaches muy risueños:
—Prefiero que me sepulten, así la tierra gozará con
mi cuerpo... me convertiré en una culebrilla, en una
mariposa...
—y a mí que me prendan fuego, las llamas serán
ruiseñores... el humo ascenderá hacia el azul infinito...

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Vemos nacer sin querer, como un rayo de sol que
penetra en una tumba oscura, nuestra primera obra, un
niño flotando en el aire, sobre las viejas piedras góticas,
los mausoleos y osarios.
—Bernard, nunca le digo papá, es muy celoso ...
quiere acompañarme a Bolonia, donde Arlekorf... qué
pesado puede ser a veces...
Cuando se inclinaba para echar la ceniza en la
boquiabierta rana de arcilla podía ver la espalda
desnuda y el borde elástico de las bragas ciñendo la
culebrilla pitagórica de Julie.
Tu sólo debes escribir sobre magia, ojo a lo prosaico, rápido te
vas a perder,
oía voces mientras nos mirábamos. Pitágoras dice
que cuando uno se muere, la médula espinal, algunas
estaciones después, se transforma en una culebrilla que
sale del eje del neuroesqueletón y se desliza por entre las
vértebras sucias de tierra penetrando en las altas hierbas,
se aleja de la tumba a seguir la vida.
—La vida continúa man, te fumas otro cigarrillo y
todo sigue igual que antes ¿cierto ?— me dijo mientras
lo apagaba. Yo pensaba en el fluido que se vuelve ceniza.
Fui a un diccionario de latín para saber por fin lo que
quiere decir carpe diem, “agarra el día”, goza con la luz,
aprovecha el momento.
Toda la potencia de su cuerpo ahí a mi lado, la
densa y carbonífera promesa de su pubis, como en el
cuadro ese de Courbet, el origen del universo. Se
desvistió y se quedó ahí con su cuerpo de odalisca
parisiense, mirándome a los ojos para ver que efecto me

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hacía su sólido matojo, ancho y fuerte, bajo el leve tejido
de sus panties.
Le dije a Sabrine:
—Sé que un relato incoherente e inverosímil le
puede costar la vida a uno. Le ocurrió en Bruselas a una
muchacha nigeriana, Semira Adamu. Pese a su nombre
de canción fue asfixiada por policías belgas para que no
siguiera hablando y gritando, echando cuentos, diciendo
que necesitaba asilo, que la perseguían, que no era puta,
y aunque lo fuera. Después de matarla la acusaron de
mentirosa. La mataron porque no le creyeron.
Así que huelo, digo, cierto peligro si no logro juntar
los retazos escritos y convencerlos de lo ocurrido en la
vieja casona del teatro de las catacumbas, donde vivían
Sabrine y Bernard con su hija, la bella Julie, que andaba
por los 19 años.
En Medellín también estuve una vez enamorado de
la madre y de la hija, pero acá en París, un hombre,
Bernard, entra en la danza, lo cuento como si fuera el
sueño realizado de los maridos que pasan al acto en
secreto, repitiendo en los almuerzos familiares, como un
chiste : “un muchacho al año no hace daño ».
Al regresar de Bolonia me instalé en Medellín,
mucho antes del estiércol de oro. Una navidad decidí
regalarles a mis dos amantes unos panties de encaje,
negros para la mujer y azules para la muchacha. A veces
podía verles el apretado matojo de pelos al mismo
tiempo bajo los finos hilos en ese remolonear de toda la
familia antes de irnos a dormir. Vivíamos en una casona
de las afueras ese amor desbordante que no condujo a

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fundar la soñada familia, pero que permitió profundos
conocimientos, ser orinado por la mayor, olisquear las
bombachas de la joven, que me las daba después de
besarnos y acariciarnos, y ser observado, pisteado, por la
sirvienta, una chocoana sensual que luego, tras su placer
mirón, me denunciaba a su patrona, mi amante, y yo
quedaba como un sátiro en aquel pueblo de
Copacabana, cerca de la cárcel en construcción, años
antes de que se descubriera el estiércol de oro.

Ahora me encuentro en Francia, he venido a


venderles, asegura Sabrine, mi cultura caótica, lo que me
está formando, lo que el hado dispuso para mí. Hoy es
un día de tambor, como decían antes los amos para
permitir que sus esclavos no trabajaran e hicieran
quilombo. Puedo pensar, reflexionar, escribir, por eso me
doy cuenta que la suerte y el tiempo son atributos
divinos.
No me podía dormir, pensando en el día de hoy, en
lo que diría Sabrine. Tenemos cita a las cuatro en un bar
cerca del centro Pompidou, le diré la verdad, hago
tiempo vagabundeando, por las calles me digo esta
sensación, la carne hecha tiempo, es el secreto de
nuestras vidas, porque cada segundo es lo nuestro, la
carne-tiempo nos hostiga durante los insomnios, cada
respiración nos crea, nos alimenta desde el fondo del
cielo, desde lo más tierno de las lechugas que crecieron
con las estaciones, con las lombrices de tierra, no somos
más que horas, proa hacia lo innombrable, hacia lo

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inexistente... han pasado los siglos y ahora me hallo aquí,
como muchos, adorando el tiempo...
En la madrugada soñé que había terminado la
novela.
Al enterarse que yo era colombiano, la mamá de
Julie, me proponía mucho dinero en un jardín si
encontraba una manera de hacerle daño a su ex marido,
Bernard, es decir a mi eventual suegro, un hombre que
las atormentaba con sus mezquindades y con quien ella
estaba en litigios judiciales por unos terrenos.
Vivían en la misma casona pero tenían cuartos
separados.
Sabrine había oído hablar de los sicarios
colombianos, y cuando me detalló por primera vez, al
verme los zapatos, un tanto descuidados, debo
reconocerlo, no vaciló en sincerarse conmigo.
— ... conoce usted, de pronto, alguien que pueda...
no sé... darle una paliza a ese hincha pelotas, hasta
cuándo vamos a tener que mendigarle... es un borracho
y un violento... eso es todo lo que es... hay que darle un
sanseacabó y ya ¡
—Señora, soy sólo un actor, un aprendiz de escritor,
y además pacifista, en una época fui vegetariano... ya
olvidé el canibalismo...
Ella se hizo la que no me oía y con su tendencia a la
teatralidad alzó un imaginario puñal y lo clavó en el aire,
ahí donde veía la odiada espalda de Bernard, su ex,
como decía.

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—Cinco mil dólares, tengo esos ahorros, me
arruinaría de buena gana si alguien.. alguien... le diera
un escobazo
De esta manera novelesca entré al círculo familiar
de Julie. La anécdota vale porque sirve para ilustrar la
prisión en que nos encierra nuestra nacionalidad, algo
que la suerte nos impone sin que podamos controlarlo.
No era la primera vez que me proponían dinero por
matar al saber que soy de Colombia.
Fresco, me dije, si salgo con bien de este cuento
puede que me inspire una obra de teatro. Buscaba yo de
alguna manera enriquecerme, es decir tener tiempo libre
para estar con las actrices, viajando en tren de un lado a
otro, como si todos nuestros días fueran “de tambor”.
Por el jardín de Luxemburgo, esa tarde del otoño
primaveral que precedió a los hechos, Julie caminaba a
mi lado cual una diosa griega, con dos cachumbos de su
poderosa cabellera levantados sobre su rostro de
hermosura en cierta forma “temible”.
Nuestros cuerpos se atraen y rozan mientras
andamos, tropezándonos en imperceptibles acosos de
caderas, senos, pubis, y yo casi convencido, creo ya estar
desnudo con esta muchacha también... Hallamos dos
sillas bajo los árboles y nos sentamos a conversar,
disfrutando de las hermosas horas ganadas a la locura
del trabajo en la oficina, frente a las pantallas,
comiéndonos un sandwich y vigilando la bolsa de
valores, soñando con nuestros espectáculos de actores
aficionados.

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Ella vestía jeans y pullover negro. Puso los pies sobre
la silla como una niña, allí sentada frente a mí con las
piernas muy abiertas, como si fuera a parir, como una de
esas ranas de arcilla, símbolos de la fecundidad entre
nuestros indios. Me propuse escribir un monólogo para
ella en el que pudiera introducir todo mi caos y mis
dudas, la búsqueda del misterio, los azares de los
encuentros. Y el miedo.
—¿Por qué hacerle daño a papá? ... podríamos
tratar de hablar con él... hacer un pacto... y timar a
mamá... quedarnos con los cinco mil dólares...
Confieso que leo con mucho interés la crónica roja,
como aprendí a decir cuando trabajé de linotipista en un
diario del puerto de Barranquilla. Acá en Francia llaman
a estos casos “hechos varios” y los españoles les dicen
“sucesos”. Según estas tragedias, la desmesura que se
apodera del verdugo, cuyo doble es la víctima, viene
atravesando los aires cual una orden azarosa del hado
que lo domina, convertida en metal, en el doloroso
temple y la desnudez de la hoja del cuchillo.
Cuento esta historia como un mito, en retazos, “el
gorila que se hizo hombre”, una serie de apuntes para
hablar del deseo que florece. Sabrine tiene los pies en la
tierra, pero a veces, en cierta manera de mirar, es tan
fogosa como su hija.
En escena eran siete muchachas, tenía para escoger,
pero supe desde el primer instante que la mías se
llamaban Sabrine y Julie.
El primer día que las vi, cuando se abrió el telón, en
esa oscuridad tan reposante, un punto de fuego, una

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brasa, verdadero carbunclo, se movía en el fondo,
anticipando la irrupción de la naturaleza indómita en
aquella culta sala: era un cigarrillo fumado por la más
imponente de las actrices, Sabrine bella un tanto
descontrolada al punto de escupir pura sensualidad
hacia nosotros, los de la primera fila. Recordé a otro
actor que cada noche, durante la representación,
aprovechaba para cenar, masticando su muslo de pollo.
Julie bizqueaba un tris cuando hablaba, recitando:
—Mi mamá a veces sale con los ojos rojos del baño
¿Llora a escondidas? Ella dice que mi padre, Bernard, se
ha alejado desde que conoció a su amigo colombiano,
una vez que éste iba en el metro leyendo ‘la destrucción
o el amor’, de Vicente Aleixandre, comprendía un tanto
el español y le llamó la atención aquel título, y sobre
todo que alguien fuera leyendo poesía en el metro, a esa
hora, la gente lee cualquier cosa, saben. Bernard, jamás
le dije papá, podía parecer muy femenino, si quería, y el
colombiano no tardó en levantar la mirada, fue así como
se ligaron y ya no se dejaron más, él le compraba la
droga... Luego lo trajo al grupo. Mi madre, Sabrine, se
enamoró del colombiano ... ahí se armó Troya, fue un
poco como en aquella película de Pasolini... Teorema...
Sabrine era la más desfachatada de las siete mujeres
en escena, vestida de rojo, una tela parecida a la seda,
pero más gruesa, enrollando su cuerpo sin recato, se le
adivinaba, se le marcaba la rugosidad del monte de
Venus, no llevaba panties, una sans culotte, casi no tenía
tetas, era la más cómica de todas, no fea sino real,

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verdadera mujer, nalgas de bandoneón, las axilas no
muy bien depiladas...
Sabrine:
—Bernard se suelta la trenza como si fuera un
Dionisos muy afeminado... flota en nuestra casona, llena
de máscaras, candelabros, vergas postizas, pelucas,
tambores, un ambiente arcaico, antes de las tribus, de las
castas y las naciones, como una jauría de grandes gorilas
que acabara de prohibir el incesto...
Amé mucho a Sabrine, fue ella quien me permitió
entrar a las catacumbas. Yo vivía en un cuarto de
sirvienta, en el barrio Menilmontant, muy solitario
porque deseaba salir del gueto de los latinoamericanos
para aprender francés sin ese espantoso acento que oigo
a veces. Ella daba clases en un instituto de la rue Tolbiac
y una vez que nos paseábamos a orillas del Sena me
miró a los ojos con tal fuerza que adiviné de inmediato
su desnudez.
—¿ Quieres comer con nosotros en casa? ...
Entre los artistas siempre hubo la tentación del
falansterio, viviendo juntos, muchos hombres y mujeres,
como en las utopías de Fourier. Nosotros lo logramos
unos días, apartados de toda guerra. Sabrine se
desnudaba, se ponía la verga postiza y podía
fotografiarla como si fuera el célebre hermafrodita
dormido del Louvre.
Así fue como me quedé a vivir unos días en la
casona de las catacumbas, dije adiós a mis sueños de
crítico de Le Monde y volví a los ensayos, a las máscaras,
al muslo de Dionisos.
Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Los tejemanejes del conde Mosca


Hemos vuelto, la vida es puro ritual.
Sin embargo algo luctuoso flota este año, no lo digo por
los anteojos negros pues siempre los usamos aquí en
Santa Iona. Hemos venido sobre todo a reposarnos, a
pasar unos días con la familia de mi ex mujer Suzette.
Roland Barthes señaló alguna vez lo incogruente que
resulta estar de luto un domingo de verano frente al mar,
la luz del sol subiendo, pero ahora no sabría explicar a
propósito de que lo decía, tal vez en sus cursos acerca de
la novela.
Por fin me atrevo a escribir sobre Pascualino.
Escribo frente a una colina. Los bebés y sus madres
se fueron a la plaza a disfrutar de la tarde y a comer
helados. Alain duerme la siesta. Se oyen muy cerca
cantos de niñas, una lejana campana, pájaros, ladridos.
El piensa siempre que el cuento de su hijo no ha
terminado, que la historia sigue—oigo que la dama del
perrito le dice a la otra justo en el momento en que
pasan frente a la casa en cuyas escalinatas me encuentro
sentado tratando de escribir la ración de cada día,
jirones de diálogos ajenos, anoto lo que dice la gente, a
mis años poca imaginación, me inspiro de lo que oigo,
veo o leo, hasta de las letras de las canciones de rock
italianas que escucha mijo Pascualino, oh la espiral del
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destino, la nada te persigue, encantos del diablo, ha llegado su hora,
qué suave la mañana, lo ha contaminado el maligno, ya agoniza el
joven vecino, Roma-Termini, una muchacha qué senos tan lindos,
qué lógico sol de fiesta, la espiral del destino, obra de dios, ya van a
enterrar al joven vecino...
La niña a mi lado juega con un cascabel que
encontramos esta mañana en la arena junto a la colina.
Habíamos salido bien temprano a dar una vuelta por
Santa Iona pues ni ella ni yo lográbamos seguir
durmiendo. En este pueblo de los Abruzos
Abruzos hay muchas casas en ruinas, vacías desde
hace años porque la gente emigró después de un
terremoto, muchos se fueron al Canadá, a Estados
Unidos, a Venezuela, Argentina, abrieron pizzerías,
talleres de mecánica, fábricas de pastas, de zapatos, se
hicieron marineros, entrenadores de fútbol, mafios...
Pascualino estuvo unos días conmigo en Zurich. Se
la pasaba viendo por la ventana durante horas, ahí con
la frente pegada al vidrio, escuchando a todo volumen la
música rock, imaginándose tal vez que viajaba por ríos
impasibles hasta el fin de Occidente, la infancia del
soldadito de plomo, en una balsa deslizándose suave.
He estado madurando la decisión de acabar con la
escritura de “diarios” pues un poeta, consejero en una
editorial de Barcelona, me mandó a decir que publicar
ese tipo de cosas sería “un suicidio comercial”. Para
seguir vivo, en el mercado, debo dejar entonces que un
tema me encuentre, escribir un novelón y contar, por
ejemplo, las historias del parque de la aguja en Zurich, la
de un ex presidiario que mató de un disparo a un juez en

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Barranquilla, en pleno concierto de Rostropovich en el
teatro Amira de la Rosa.
Al leer esta última frase alguna lectora de ojos
románticos y buena memoria recordará que Stendhal,
en “La chartreuse de Parme”, dice que la política en una
obra literaria es como un disparo en medio de un
concierto. De eso se tratará: seguir paso a paso los
tejemanejes del conde Mosca, salir a las ciudades a ver
cómo viven los otros, saber cómo mueren, qué beben,
qué fuman, que se inyectan, si usan condones, si bailan,
si los niños rezan o prefieren ver la televisión, si la gente
conversa en los autobuses o van yertos, agarrotados de
miedo, desconfianza o indiferencia. Pero sobre todo
dejar de lado la descripción de mis estados de ánimo, y
para no volverme loco ir “a trabajar de lleno en una fragua
negra y encendida, o en un bosque espesísimo y sereno; machacar
hierro hasta sacarle chispas, o tumbar viejos troncos seculares y
lograr que nos piquen las avispas”, como se recomendaba a sí
mismo José Asunción Silva antes de suicidarse de verdad
a los 31 años. También era cierto que tenía líos de
dinero y que su joven hermana, a quien tanto quería,
había fallecido poco antes.
Pascualino se quejó de no haberme visto mucho
hoy. Me la pasé en el cuarto tratando de avanzar en la
lectura de “La chartreuse de Parme” que comencé a leer
en junio, estando en Bolonia, pero que tuve que
interrumpir a causa del trabajo y los numerosos viajes.
Espero terminarlo pronto.

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—Más tarde le diré a mi tía que iba en busca del amor, esa
bella cosa que jamás he hallado— es una de las frases de
Fabrice del Dongo que subrayé.
Hasta que no demuestra que es capaz de ganarse la
vida con su pluma o su video-writer el escritor no pasa de
ser un bicho raro, una “mariquita” negada para la vida
práctica, al margen, sin saber qué responder a los otros
adultos cuando le preguntan si le gusta el dinero.
Heme aquí ahora entre los míos disfrazado de
“poeta”, de “hombre que reflexiona”, de profesor de
literatura latinoamericana en la universidad de Zurich,
pasando unos días de vacaciones en un pueblo de los
Apeninos, vestido de rojo y negro, imaginario luto y vino
sangre de toro, el bicho suele animarse cuando le dan
vino, no hay que olvidar que la mariquita, como dice el
diccionario, es un insecto útil a los viticultores porque se
come los pulgones que se encuentran entre las uvas.
Fingir que se es generoso o que se es una persona
tolerante y comprensiva, y en cualquier momento
traicionarse, dejar asomar el rabito del ojo de la bestia,
gritarle a un niño, hablar mal de los ausentes, clavetear
en el crepúsculo las puntillas de la caja negra del
próximo insomnio. Difícil convivir con Pascualino, “el
hijo abandonado por el poeta”, como oí decir alguna
vez. Se levanta tarde a comer. Alain su padrastro, el
marido de mi ex mujer, lo mira con ternura, odio,
incomprensión; sé que a mí, entre ellos, me llaman “el
genitor”.
— ... conseguirle un trabajo como empleado —oigo
que dice Alain.

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Pa s c u a l i n o e s u n a d o l e s c e n t e d i s t r a í d o,
ensimismado, le gusta oír música y leer el diario
deportivo. Silencioso, sólo me pregunta la hora, todo
parece darle asco, no le gusta el olor de la cerveza.
Los periódicos italianos publican en estos días
detalladas crónicas acerca de los crímenes sexuales del
verano en Roma: cuerpos desnudos, atados, violados,
acuchillados, tirados en un apartamento, en una oficina
vacía en la que lo único vivo era la ciega pupila de un
computador encendido. Como de costumbre también se
habla de la guerra.
Santa Iona está a una hora y media de Roma por
carretera, pero aquí es otra historia. El pueblo es un
pesebre instalado sobre una suave colina de los montes
Abruzos, habitado por recios campesinos chapeados por
el sol o por un vino blanco al que llaman
“lampadina” (lámpara) porque enciende la sangre.
Algunos tienen los dientes podridos. Otros poseen
pécoras, vacas, corderos, cerdos, gallinas, tierras
cultivables. Al convivir con ellos se crea rápido la buena
ilusión de que aún es posible estar en paz, con poco
dinero, conversando con las abuelas, tomando el fresco
por la tarde, dibujando, leyendo, hurtándole tiempo al
oficio de padre.
Estamos a unos mil metros de altura y aun cuando
el sol brilla hasta las cinco de la tarde el aire es fresco. Yo
me instalo frente a una colina a escribir. Los niños y sus
madres se fueron a la plaza del pueblo a disfrutar de la
atmósfera vespertina y a comer helados. Se oye sonar
una campana a lo lejos, pájaros, ladridos.

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Para escribir se necesita no sólo experiencia sino
estudio, interesarse en la gente, escuchar lo que dicen,
saber lo que piensan, escarbar en el pasado. Mi tema
preferido, creo comprenderlo, es el asunto de los lazos,
los hilos invisibles que nos unen, la descripción del
escenario en el que, cual marionetas indias, aparecemos
y desaparecemos, una chispa tan insignificante y
grandiosa como el caracol que vimos en la carretera
chupando una ciruela aplastada.
Los gatos salvajes, creyendo que no hay nadie en la
casa, entran a escarbar en la cocina mientras estoy en el
cuarto de arriba terminando de leer a Stendhal.
El silencio de las vacaciones, profundo a veces. Qué
aburrimiento (noia) las vacaciones, oigo decir a una
muchacha en la plaza. Se oye respirar lo inútil, el sin
sentido, la soledad de cada quien.
Estamos aquí retirados del mundo, hay “full”
moscas, cantidades.
En este pueblo se puede escribir una novela —me
dice Alain al verme sentado escribiendo acerca de la
agonía de una mosca, imitando a Marguerite. Según él
soy “un hombre que reflexiona”, “un poeta”, alguien
que es como “un sedante”, no un vermífugo como otros
Me asusto al pensar en estas dos situaciones
extremas: todos los que hemos venido de fuera a pasar
vacaciones en Santa Iona escribimos un diario. Cada
uno observa lo que ocurre y por la tarde lo escribe en su
cuaderno. Uno de los personajes mencionados en el
diario me lo arrebata en la calle, lo lee y se molesta, me
insulta.

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Vimos transcurrir la vespertina bebiendo vino
blanco casero.
El mundo de los niños muchas veces asusta a los
adultos. El origen de las costumbres de mesa, qué duro
¿Por qué me nació un papá? —pregunta Julietta, de 4
años, después que Alain, nervioso y exasperado se pone
a gritarla porque no se comporta bien en la mesa.
Después de la comida salimos de nuevo a dar una
vuelta por el pueblo. Pascualino nos seguía como una
sombra. De regreso a casa la noche parecía un
amanecer, la llena luna reconfortándonos. Vimos una
hermosa burra en un establo, rodeada de gallinas y
conejos, se echó a rebuznar cuando pasamos a su lado.
Me pareció ver a Pascualino sonriendo.
Durante el almuerzo Suzette dice que quiere
ganarse la lotería de una vez por todas, nos arrastra
luego durante más de una hora a conversar sobre el
dinero, el trabajo, el tiempo libre, las obligaciones, las
idas al mar.
El vino rosado me hizo cabecear y me tendí en el
canapé. Soñé con una mujer rota a la que estaban
cosiendo, le estaban cogiendo puntos en la espalda. Me
desperté sobresaltado. El perro que estaba dormido a mi
lado también dio un respingo.
Donde quiera que uno vaya se acuerda de su tierra
y está pendiente a ver en qué diario, directorio telefónico
o mapamundi descubre el nombre de su país, de su
ciudad, de su barrio, de sus amigos, de sus tíos escritores.
Il Messagero cuenta que un magistrado fue asesinado en
Barranquilla por dos tipos que le dispararon desde una

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motocicleta. Aquí aprovecho y me pongo a pensar, me
suelto a escribir, sobre mi ciudad. Poco a poco nos
vamos enterando de su historia. El Puerto, tan presente
en sus luchas, no le ha dado hasta ahora a sus escritores
materia para cuentos ni novelas. La ciudad vive más
bien de espaldas al río, y el mar es asunto del pasado,
allá en Puerto Colombia, Salgar y Sabanilla, un mar
olvidado, gastado, de segunda clase, de viejas fotografías
color sepia. Impera desde hace años un espíritu
oficinesco, fabril, industrial, mientras los barrios de los
extramuros, en los que se vive al pie de la música y la
angustia festiva, mezcla de resignación y rebeldía, de
ruido deportivo y polvo, de negligencia y calor, desidia y
sensualidad, pereza y folclor, crecen, viven cerca de los
ideales cada vez más utópicos de una Nueva Colombia.
A mí me gusta escribir sobre todo acerca de los
carnavales y las máscaras, los bailes y las letanías, el
teatro callejero. El sonido de los cascabeles en los
disfraces sonaba en las esquinas como la vida que se
inicia al sol, con los otros, riéndonos, viendo la
humanidad preparar los besos que se convertirían en
muchachas con antifaces. A Pascualino le gustaría
conocer ese mundo. No lo sé.
El perro se queda a dormir la siesta conmigo. Viene
a la hora del almuerzo con el conde mosca a buscar las
sobras. Entre las hojas de las plantas adivino a un gato
tratando de cazar un lagarto.
Llevamos ya diez días aquí. Nos gusta beber vino.
Nos encerramos en una pieza con los campesinos el
sábado por la noche después de la parranda ecológica

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(barrer, recoger botellas y bolsas de plástico) a comer
carne de pécora y a beber. Me emborracho y subo luego
a la colina a tratar de desahogarme, a gritar, pero sólo
me brotan chillidos, eructos, los campesinos se
persignan, no está bien su amigo Alain, qué le ocurre,
qué está diciendo, cuál es el problema, creo que le ha
sentado mal el vino.
—No es nada, es un escritor colombiano, un buen
hombre, ha de estar acordándose de su tierra... —dice
Alain.
Estalla la guerra del Golfo pero aquí en Santa Iona
nadie quiere opinar. Miramos las noticias en el televisor
del bar, pero no opinamos, nadie rompe el silencio
después que el locutor nos desea buen apetito y pasan las
publicidades.
En la casa de al lado vive un general italiano
retirado que estuvo un año en Rusia durante la campaña
del 45 o algo así. Desde esa época le viene su pasión por
pintar íconos, esta mañana me mostró uno, yo no tenía
muchos deseos de hablar, no sabía qué decirle. Es un
hombre seco y alerta. “Tiene mucho dinero y aún
mucho apetito sexual”, dice Alain. También muchas
opiniones:
—Esta época no estimula las ambiciones literarias;
los temas tratados por los autores son más bien
modestos; la voga de los escritos biográficos o
autobiográficos parece indicar que las fuentes de
inspiración se secaron... cada uno debe buscar su propia
vía.
Yo no tenía ganas de discutir con él.

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Pascualino está muy vivo aún en los ojos de Suzette,
gris sedosos, inmensos. Tiene las pestañas maquilladas,
parpadea, y recuerdo el fin de su adolescencia, cuando
con su aliento empañaba la ventana en el apartamento
de Zurich. A mi hijo lo persiguen machos en suspenso,
pronto tendrá que prestar el servicio militar, nadie sabe
que su verdadera vocación es mirar por la ventana, oír
música, viajar por paisajes de altas hierbas, trigales,
canales de Amsterdam, cielos malva y azul deslizándose,
durante años me ha fabricado, padre de arcilla mi
genitor, qué tanto escribes, qué miedo leerte papá,
hacerse rebelde, él hambriento debe aprender a cocinar,
a ganarse la vida, de espaldas a los negocios yo, él un
bailarín con la cadera dislocada, la vocación de
Pascualino es soñar, vagabundeando a pierna suelta por
los conciertos, con una japonesa de sexo jadeante, ónix
sobre la piel lechosa, cómo le gustan las orientales, los
amigos le ofrecen muchachas a Pascualino, vive el
instante, qué bello mirarse en el espejo, cuidar la piel, el
cabello, así era yo antes de conocer a Suzette, trataba de
no saber nada acerca de la guerra, padre de todos
Cuando Pascualino me mira adivino que piensa
cómo estoy lejos de mi genitor, en un parpadear lo
disuelvo, no sé si me odia, le doy dinero, varios billetes
de quinientas coronas, no sé si lo que escribo le servirá
algún día a mi muchacho; no sé si llegará a leerlo. Llega
la mañana que pone fin a la noche, Pascualino parece
dispuesto a todo, si le gusta el rock habrá probado la
heroína...

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La porqueriza donde alimentan a los cerdos huele
de manera nauseabunda. La mujer de Adelio —“un
bandido”, dice Alain— les estaba dando de comer, pensé
de nuevo en el Decamerón de Pasolini, había dos
comerciantes discutiendo en torno a un vaso de vino.
Adelio, su mujer y sus dos hijos adolescentes venden
zapatos de pueblo en pueblo. La combinación de la sala-
comedor, de un lujo muy kitsch, con el ambiente de
barraca o campamento gitano es muy literario. Los lazos
se tejieron pese al asco. Todos ellos estuvieron en el
entierro.
Pascualino me abrazó en Zurich, tenía los dientes
semipodridos, estaba barbado, con los ojos tiernos, muy
hundidos.
Destapamos otra botella de vino, no sé cuántos
vasos he bebido ya, algo nos ha ocurrido, mejor portate
bien, dice Suzette, la poesía es no tener que
emborracharse todos los días, trato de mimetizarme
entre los vecinos, los amigos de Alain aquí en Santa
Iona, cómo alucinan el sol y el vino blanco a esta hora,
Suzette asegura que no me guarda rencor, lo pasado
pasado, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, no me gusta
esa frase cruel, hay una cierta religiosidad, sin
aspavientos, qué hace la gente en Bogotá en estos
momentos, de qué le sirven estas letras a mi niño, qué
ocurre, algo se trama, la novela teje y desteje el vestido
del roquero muerto, poco a poco la oscuridad silenciosa
nos entra por los poros, se encienden las luces en la casa
de enfrente, todos los veraneantes despreocupados, nada
saben de nosotros, no hay luto posible con este sol, ahora

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salgo, no quiero vomitar, la luna muy llena, subo a la
colina, me suelto por fin a gritar, !!! Pascualino !!!
Pascualino !!! Pascualinoooo !!!!!

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La camisa de las culebras


—¿Respeto ? o ¿ miedo ? —se interrogó Mathilde
mirándome a los ojos.
Ella me había preguntado si yo no la había
engañado antes por el simple miedo a las mujeres ¿O tal
vez con algún muchacho?
Pensé que era la ruptura. Empezamos a hablar de
la dependencia sexual de los hombres y de la supuesta
ternura femenina.
Parecía que la discusión entre nosotros se iba a
dañar. Todo había comenzado porque yo quise leerle a
ella un poema sobre un ombligo ajeno, el de su sobrina
Eva. Claro que yo sólo lo había traducido, era de
Ronsard y lo hice pasar como de mi autoría, se los dejo
leer:

Pequeño ombligo, que mi pensamiento adora,


Y mi ojo que no hubo nunca el bien
De te ver desnudo, y que bien mereces
Que una villa se te construya ahora;

Signo amoroso, del cual amor se honra


Representando el andrógino enlace,
Cuánto y tu, mi tierno, y cuánto
Tus flancos gemelos locamente honro!
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Ni esa bella cabeza, ni esos ojos, ni esa frente
Ni ese dulce reír; ni esa mano que funde
Mi corazón en fuente, y de llanto me enriquece

Sabrían con su belleza contentarme


Sin esperar algunas veces palpar
Tu paraíso, donde mi placer anida

—Su ombligo me atraía y por eso quise escribirle


un poema— le dije a Mathilde.
—Qué hipócrita eres... pero puedo comprenderte
porque algo parecido me ocurrió a mí, fui amante a los
22 años de un escritor argentino cincuentón, ya casado,
abuelo, psicoanalista. Lo peor fue que quedé encinta y él
se asustó muchísimo y me pidió abortar. Fue un trauma.
Durante varios años los dos habíamos vivido juntos,
lamiéndonos las heridas. Construimos una capilla con
manteles blancos, copas doradas y rosas. Y ahora yo
había provocado una inundación, un desastre con mi
excesiva disponibilidad y mi actitud de buscón de indias.
En esa época todo lo que yo creía saber sobre las
mujeres se lo debía a Mathilde, que me guiaba en las
noches con el calor de su cuerpo por entre el enigma de
los sueños. Ella trabajaba en el Louvre, pintaba, bailaba.
Sospecho que una diosa debía haberse encarnado en
ella, insuflándole aliento a sus besos, rizando sus
cabellos.
Una vez, sin embargo, de una posición de sus
caderas que yo traté de imitar, brotó Eva en nuestras

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vidas como una muñeca de carne y hueso para jugar,
pero a la que yo sólo podía tocar forrado en látex, la
célebre camisinha de Venus. Le habíamos dado vida y
entonces era necesario que me hablara, que me
alborotara el demonio al mediodía en su cuarto de
sirvienta del saber, que me pusiera la máscara de tío
incestuoso, entre comillas, soñador con canas en la
barba, dibujándola y fotografiándola desnuda, lo que se
dice encoñado.
Cuando Eva, la sobrina de Mathilde, llegó a París
desde Barranquilla para estudiar filosofía en Nanterre,
mi vida se partió en dos. Con su manera de caminar y
de reírse traía ella la magia fresca, el genio de nuestra
ciudad metido en la lámpara de su cuerpo de 26 años y
yo, dichoso, me creí el negro Adán, aquel cocinero del
barrio Chiquinquirá, hijo de africanos, que se volvió
personaje de novelas.
Mientras conversábamos y Eva aprendía a beber el
buen vino barato de Francia reinventábamos la leyenda
de la creación, ella me hablaba de la Madre, de cómo se
había arrancado un pelo de allá untado de la sangre de
su mes para formar al primer hombre. Debo confesar
que me asustó porque comprendí que ella venía de otro
Edén. Pese a su juventud había leído mucho más que yo,
por eso no me sorprendí al escucharla diciéndome que la
historia de las religiones forma parte de la filosofía. En la
Sierra Nevada de Santa Marta los indios kogi le habían
soplado aquella versión de la génesis de nuestro pueblo
mestizo y paria, como lo cantaba su otra tía, Sonia
Bazanta.

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En esas primeras noches en nuestro apartamento,
aquí en París, mientras organizaba su vida y conseguía
un disfraz de tata-aya-nodriza-cuidandera-de-niños-
pelaítos, el cuerpo de Eva se me aparecía como una
estatua de piedra pulida,Venus culito parado, muchacha
olorosa a palo santo y madre selva dispuesta a fecundar
mis escritos.
—Vamos mijo, la vida renace siempre y es muy
bonita –me dijo Eva canturreando desnuda una tarde en
su habitación de sirvienta.
Fue en verano. Esa misma noche tuve un sueño
inolvidable, yo era un pintor y estaba en la Casa de las
Américas en La Habana, había defecado con ternura en
una residencia donde me invitaron y el retrete no
funcionaba, me daba vergüenza salir y dejar mi obra allí.
Tocaron a la puerta. Era mi suegro con un balde, “es
agua del mar”, dijo; se echó a reír y sacó un reloj de su
chaqueta, “ya eres un hombre madurón, toma, agarra
ahí Monet”, yo no quería aceptar la joya, era un reloj
enorme como los que usan los pilotos de avión, pater,
será que me ha llegado la hora de pintar las Ninfeas, en
el sueño yo sudaba trabajoso, pero entonces mi juvenil
alma brotó y se mezcló con la brisa y el mar por la
ventana, estaba desnudo en el solar de esa casa con
frondosos árboles de tamarindo y grosella. Eva estaba
sola en ese jardín. Sacó de su bolso una botella de ron
“Santero” y me dio un trago. Luego nos besamos.
—¿ Soy tu primera novia negra? –me preguntó
mientras me daba su lengua en el Malecón. Ahí me
desperté.

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En nuestras charlas nocturnas en torno a la mesa,
cuando Mathilde, cansada de lo prosaico, se iba a soñar,
llegábamos, claro, al dramático instante en que el amo
del tiempo, el gusano, le entra a la manzana y la pudre si
nadie se la come, alimentando con su caída las hojas en
el suelo, otoño y tal.
—Desde siempre los hombres han sentido cierto
miedo a las mujeres, y más que todo a la maldita vieja.
Mi papá, para que me tomara la sopa cuando yo era una
niña, contaba las cucharadas con juegos de palabras:
Unian cutuplán y múcura, Dosías la mujer de Pilatos, Tres tristes
tigres comieron tres tristes plato de trigo, Cuater bantú, Sin casco
parió la mula, se hicieron las mujeres para perdición de los
hombres...
Eva se levantó y me dio la espalda para mirar por la
ventana las luces y los húmedos tejados bajo los cuales,
seguro, miles de sudamericanos aspirantes a escritores
leían en ese momento a Verlaine y Rubén Darío. Yo la
imaginaba desnuda como una yegua, ofreciéndome su
grupa.
Desde que Mathilde me dijo su nombre al
anunciarme su venida recordé aquel letrero que los
choferes de buses de Barranquilla pintaban en los
parachoques de sus vehículos: dichoso Adán que no tuvo
suegra. Con esta frase pretendían hacernos sonreír a los
transeúntes evocando el supuesto alivió que debió ser
para el primer hombre no tener una suegra arpía.
Creyendo desahogarse con su chiste expresaban de
alguna manera el dolor del macho judeocristiano por la
cruel ausencia de la mujer de papá dios, la madre estaba

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en la sombras, en el limbo de lo increado, carecía de
nombre, era el lado nocturno del viejo, la luna, su hueco
espantoso. La primera mujer de la jerarquía celestial, la
jefa, era la Virgen María, así que nada, ustedes
disimulen, recen, miren las estrellas y olvídense de la
joda, yo mismo hablaba como un sacerdote emasculado.
Ahí afuera ya era la noche del siete de diciembre y
por eso evocamos la candela, el fuego de las espermas,
el brillo del papel celofán naranja y verde, salmón y azul,
rosa y negro, de los faroles que la gente siembra en las
calles de Barranquilla para alumbrar en esa madrugada
el paso de la virgen de la Concepción, la hembra
sagrada, protectora de los bachilleres que dicen adiós al
colegio y se abren a buscar su destino: vendedores o
taxistas, abogados o ingenieros, vagabundos o policías,
secretarias o pintores, escritores o auxiliares de vuelo ...
En vez de disfrutar de su mirada el delirio
interpretativo me hizo volver a comentar la leyenda de
los choferes de mi tierra.
—Lo que ellos dicen entre líneas es que no se
quieren morir... la suegra es la maldita vieja, los hombres,
los maridos, sentimos miedo, desde que el tiempo salió
de la oscuridad, a enamorarnos de la muerte...
—¿Ha leído usted, papaíto, ese poema de Quevedo
a la dichosa ausente, a la costilla flotante, a la mujer
increada, a la suegra, culebra y hueco de Adán ? te diré
unas líneas: dormistes, y una mujer hallaste al despertar, tuviste
mujer sin madre, gozaste mucho sin viejas, si Eva tuvo madre como
tuvo a Satanás, una suegra infernal más sabe que las culebras...

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—Lo que deseamos es detener el tiempo, que
nuestras negritas no se transformen en señoras canosas
refunfuñando y chancleteando en la cocina... por eso los
dioses poetas inventaron el mito de la muchacha y la
eterna primavera... y Góngora menciona a la suegra
deseada, la madre de Afrodita...
—Pobre tío... ven y te sacudo esa caspa... ahora
comprendo que uno deja su ciudad y la luz del Caribe
movido por el complejo de la ciudad-museo, París, por la
necesidad de venir aquí para aprender a interpretarlo
todo, así como los árboles sin hojas sueñan con la primavera que
vendrá, aún distante, escondida meses luz más arriba, en estos
cielos encapotados y grises, nidos de palomas sucias trepadas en las
cabezas calvas de los ángeles de piedra, en las catedrales tan
enormes como los sistemas filosóficos de Europa...
Vaya por dios, había algo pedante en Eva y en los
textos que me leía al final de la noche, mientras
terminábamos la segunda botella de vino.
Sentí ganas de darle una nalgada y un corrientazo
bajo el ombligo, pero no me moví ni dije nada.
Me levanté a botar las colillas del cenicero y luego
nos fuimos a dormir, cada uno en su cama.
Eva estaba vestida en el sueño como ayer, con una
falda de flores muy apetitosa, en la duermevela tiene
algo de pantera y nos mostramos lujuriosos,
incontinentes, con fuerza, en peligro !
Durante el desayuno, a veces, Mathilde y yo nos
contamos los sueños.
En una época yo insistía y Mathilde me contaba
también sus historias de amor a los 20 años, revivía con

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ella sus escenas de seducción en los trenes y en la
vendimia, con mexicanos y portugueses, abiertos
cuerpos deshojados y tranquilos en colchones, cuadros y
fotografías.
—Vale la pena transmitirse el aliento, mantener
alumbrado el fuego de la rebelión, jugar, naranja dulce
limón partido dame un abrazo, me pidió ella esa primera
noche en que nos amamos, tomándome de la mano y
llevándome a su lecho.
Se desnudó y entre sus cojines hindúes parecía una
odalisca, un personaje a lo Gustave Moreau.
Ahora, entre Mathilde y Eva me sentía débil.
Había pasado muchos días encerrado leyendo y
escribiendo, esas eran mis únicas aventuras, echando
humo cual chimenea adivinada bajo los tejados. No
sudaba y me sentía encerrado en un jardín con palmeras
artificiales y arroyuelos de cañería.
—Qué dios me perdone y la diabla se haga la boba
– había dicho yo aquella noche del 11 de noviembre,
imitando a mi tío Javier, al desabrochar el corpiño de
Eva.
Aletearon mis pezones como uvas bajo la seda
Estamos en su chambre de bonne, en la habitación de
sirvienta del sexto piso en donde ella vive, sentados en su
cama de baby doll.
—No tengas miedo tío, no es culpa tuya, yo te
sonsaqué, estaba cansada de chuparme el dedo gordo
del pie.
Se subió sobre mí, su montaña de pelos apretada y
húmeda, algo bestial, se suavizaba en una semilla

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regalada, oí como un rugido de pantera, me desataba de
la cordura, caímos al suelo y nos quedamos ahí bailando
y reptando sobre el tapete de fique, bajo su cama de
muñeca.
Entredor midos escuchamos el rumor del
Magdalena y el Caribe brotando de su tocadiscos
portátil.
Me burlo de su folclor porque me va arrastrando
hacia los años del viejo, yo nadando hacia su inmensa
edad de patriarca en el agua, polígamo, regando mi
semilla por el litoral.
Al despertarse, Mathilde me mira y me ofrece sus
ojos de fruta dulce.
—Soñé que habías tenido un hijo con otra mujer.
Me asusté ahí tirado con la cabeza bajo la
almohada y traté de hacer una broma, te has sacado a
ese niño de la costilla de tus sueños...
Eva usa pantys de flores, escandalosos, color salmón
o corozo. Para que olvide el fetiche de su cuerpo y no
esté a toda hora besando sus tetas generosas, cuando
estamos en la mansarda me lee frases de sus libros
preferidos, me habla de Spinoza, de George Cukor, de
Barthes.

En esos días andaba yo descubriendo a Rubén


Darío, leyéndolo en el metro, en la cama, en la oficina,
en el retrete. La querida de los artistas era para él una
hechicera desnuda de piel de pantera. Cuando uno se
sabe deseado comprende la locura del nicaragüense.
Tenemos en el pecho el rugir, la fuerza de una pantera

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negra, bella, de garras de diamante. Sé que está
prohibido poseer un animal así en la casa y para
disimular decimos que es una perra y hasta le damos un
nombre que ahora no puedo recordar. En el sueño yo
hasta pensaba se va a escapar por las escaleras del
edificio, qué tal si se echa a la calle a la hora en que las
niñas salen del colegio.
Supongo que he caído en el puro sacrilegio, pero
creo que la frase, Dichoso Adán que no tuvo suegra me marcó
para siempre. Me gusta imaginar que soy un indio
analfabeta que jamás ha oído hablar de la Biblia.
—Es bastante negrito –dice Mathilde cuando le
llevamos el niño para que lo conozca. No se atreve a
cargarlo, pero nos miramos con emoción. Adivino que
intenta reprimir las ganas de llorar.
Creí que la discusión se iba a dañar. Fue al final
cuando me dijo que había decidido aceptar una misión
para viajar a Guizeh con un universitario de Chicago.
—He decidido aceptar un viaje a Egipto para ir a
trabajar en unas nuevas excavaciones al pie de la
pirámide de Guizeh. Será una manera de cortar por lo
sano.
Una luz en su mirada moldeaba ya nuestra relación
en el pasado. Su actitud no era maternal sino de pura
camaradería. Escarbó en su bolso y me dio la dirección
de una asociación de psicólogos y de unos cursos de
respiración.

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Pensé en las casualidades de la vida. Esa misma
frase, es bastante negrito, dijo Eva cuando me mostró las
fotos de su papá, en las playas de Puerto Colombia.
Su viejo tiene la misma edad que yo. Eva es la
mayor de siete hijos.
En otra de las fotos se ve a su madre, la hermana de
Mathilde, metida en el agua, cargando a un niño de
meses, trajinada, como dice Leonardo, adiós palmeras,
me hundo en ese mar con los seis hermanos de Eva,
preguntándome quién soy yo para juzgar nuestra
historia sagrada.

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Los espantapájaros están de moda otra vez


Hostal del amor, soñé con un letrero así iluminado al
final de una carretera rural.
Y al recordar tuve unos vertiginosos instantes de
flotación y desmemoria. El albergue donde me hallaba
era parecido al del sueño, una finca, una hacienda en
medio de un maizal donde había un espantapájaros que
era una muñeca con una falda de Vivianne, lo sabría
después, una de las enfermeras encargadas de
espantarme la locura, sí, esta mañana en el lugar se ha
inaugurado por primera vez en el mundo un hotel, una
pensión, que es como esta clínica, qué digo, este hostal
de provincia que bien podría llamarse “Teatro Chexual
del suroeste de Francia”; yo, con mis dones de cronista,
podría aprovechar mi estancia aquí para lucirme
contando su vida cotidiana.

Caso Jean Ambaich

Nuestro primer paciente, nuestro primer actor de


verdad, creo, fue Jean Ambaich, su hoja clínica se hizo
pública en la sección judicial del diario Libération al
agredir a una mujer hace algunos años en un cruce de
caminos rurales en Cugnaux, en las afueras de Toulouse,
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cerca de aquí, pidiéndole un beso, amor, caricias,
succiones. Leí que su linda abogada, me la imagino
parecida a Vivianne, qué obsesión, cuando lo defendió
en el Tribunal se echó a reír hablando con los policías,
reveló que Ambaich tenía dificultades para expresarse,
sobre todo con las mujeres, y también se destapó que su
“chexo” era como un “guchano” de caucho, pero que a
ella no la había molestado. Todos, hasta el juez,
pensamos en coro pobre hombre se jodió, claro lo tenían
ahí al pobre Ambaich El Masturbador en esa celda
vigilado por dos policías gigantes con una camisola de
fuerza esposado al radiador
El juez, hipócrita, lo regañó y le dijo le dijo que él
formaba parte de los problemas de la humanidad, “a
saber: sexo hambriento, droga, guerra y capitalismo,
hambre”, lo que en la lengua frenada del demonio de
Ambaich se traducía como “chexo, jivarismo reducidor
de cabechas, venta, ucho de armas y pobrecha, deseo
compulchivo de enriquechernos ”.
—Pero ha olvidado usted, señor juez, la religión
fóchil, creencias y prácticas que buscan curarnos aunque
no lo queramos, vocatus atque non vocatus deus aderit –dijo
Ambaich con su latín de monaguillo, bendiciéndolo
como un obispo mantecoso, “aunque usted no lo
invoque la luz adhiere a tu pellejo, diosa está presente”,
tradujo
Luego le sacó la lengua y la movió obsceno.
El juez se hizo el pendejo o el inocente y le
preguntó —¿Y para que le servía esa muñeca?
—Para meter el chexo.

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Ahí si que nos calló a todos: ¿a este monstruo asnal
también le gusta hacer el amor? Follar, tirar polvos,
anhha, tres años de cárcel

Semblanza

Tenía una linda voz, pero tan feo ¿para que me


hicieron nacer? preguntaba Ambaich llorando, antes de
trabajar con nosotros él estaba de verdad desesperado
con su manera de hablar y su soledad, sus pellejos
colgantes y su paloma de gorrión. Todos nos enteramos
que el demonio del “chexo” es algo que concierne a
cada quien, en privado, pero que si ese íncubo se le sale
a usted en la calle lo meteremos preso
De cierta manera yo precedí a Jean en los
experimentos de Vivianne y el equipo de chamanes de
esta casa de salud que tiene algo de harem, gineceo,
baño de mujeres turcas. Quiero no inhibirme y poder
contar esos episodios, inventando los puntos de vista de
todos, no sé si seré capaz de pintarme de cuerpo entero,
por detrás y por delante, como ellos, ustedes, me ven...

La mohana

Vivianne, loca por la psicología y el esoterismo,


pero algo indisciplinada, fue la que tuvo la idea de dar,
con fines curativos, estos cursos de teatro donde uno se
puede desnudar y bailar, disfrazándose y bailando; todas

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las asignaturas y materias que con el correr del tiempo
—y no de la noche a la mañana como insinúa el vulgo—
llegaron a ser el alma de nuestra institución, permitiendo
los encuentros eróticos, nos llevaron a cierta
prosperidad, ahora somos una empresa que no necesita
propaganda, la gente, todos, sufrimos en carne propia
esa falta de amor-tacto, el “chexo” y el alma son uña y
mugre, perdonen la crudeza, se nos llena la boca, suena
bien cuando decimos: “la utopía chexual”, un cariñoso
encuentro con alguien que sabe verte y complacerte,
muchos vienen desde lejos a vernos y quieren instalarse
aquí como si fuésemos una secta, la “Cariñosa
Universal”.
En esta secta teatral hay poetas, masajistas,
tinterillos, actrices, cantantes y agricultores, gimnastas,
pero se nos tiene prohibido leer el periódico, hay tantos
problemas ya en el teatro que nos podemos enloquecer,
sobre todo con las “perforaciones guerreras”.

Historia de la clínica

Al principio fue una posada y luego se abrió el


teatro, pero con el tiempo Carlos y Vivianne, los dueños,
tuvieron la idea de crear esta “clínica de las pasiones”
que algunos vecinos confundieron con una “Casa de
citas”.
—Para el teatro se necesitan accesorios y máscaras,
sí señor agente, recuerdo que dijo Vivianne...

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El policía se puso rojo mientras con sus manos
enguantadas echaba en unas bolsas de plástico, de la
basura, todo lo que nos servía para jugar: unos calzones
llamados “hilo dental”, una vela, una vagina de plástico,
unas fotos del hermafrodita dormido en el Louvre...
Yo llegué como periodista para investigar y elaborar
un informe, pero me he ido quedando. La verdad es que
el trabajo en la clínica no me deja mucho tiempo para
escribir, pero “no le hace”, como dicen en Medellín, si
de todas maneras la gozo y aprendo cosas, bailo y tengo
cierta “fama” entre las enfermeras y los loqueros, no es
por nada pero esta institución es de verdad “sui generis”,
no se trata de putear sino de aguantar, de cambiar de
rol, de papel, de intentar curar a la gente riéndonos de
nuestras manías, preferimos claro los males benignos e
incipientes pues de los depravados... mejor ni hablar,
muchacho, son los farmacos, los chivos expiatorios...
Me desprecié por haber sido cobarde ayer, ahora
me pregunto ¿y si hubiera sido mi hija la habría
defendido? Jean el puerco-espín venía al lado de
Vivianne que caminaba con frío por los maizales y de
repente la arrinconó se le echó encima y le hablaba
fuerte reclamándole algo, parecía que le iba a pegar, yo
me quedé mirándolos y Ambaich con el rabillo del ojo
me gritó ladeado y torcido “qué miras, sigue tu camino,
no tienes nada que ver...”

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La tristeza

—Hasta pronto, cuídate —dijo mi hermano Erick


despidiéndose.
Tomamos champaña en vísperas de su viaje al
Congo. Aquí reina un ambiente de burdel, me dijo cuando lo
llamé a Kinshasa con ganas de ir a verlo. Una casa de
putas como un país donde matan y violan. Aquí ahora
en Francia eso está más controlado, trabajo ha costado,
antes andábamos por allá, Carlos se llamaba Charles,
era belga y tenía una mina de cobre en el Zaire, en el
corazón de las tinieblas estábamos.
Un cuervo cosquilleaba mi pecho con sus paticas o
pezuñas, no sé si las aves tienen de eso. Antes de
despertarme recordé la despedida de Erick y el día en
que comencé a trabajar para el dueño de la clínica
Don Carlos me pidió que le pasara en limpio el
informe sobre los huéspedes incestuosos de la habitación
204, le dije que sí pero ahora estoy dedicado a escribir
sobre mis sueños.
—Seguro era un mayimbe, asere, sabe usted, esos
avichuchos llamados chulos, cometripas, goleros,
gallinazos ¡muchacho! De eso no hay que hablal —me
dijo Nico Sarmiento, el músico cubano que vive en la
habitación 103, cuando le conté ese sueño que me
persigue desde hace varios años.
Debía ser un juego de palabras con esa frase que
dijo Erick cuando llegamos por primera vez al hostal,
“los espantapájaros están de moda otra vez”, uno se la
pasa juega que juega con las palabras, en Medellín los

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jóvenes de las comunas les dicen “muñecos” a los
muertos, y los asesinos en la época de la Violencia eran
llamados “pájaros”, vean por donde van saliendo los
personajes en este teatro del “chexo”

Un conocido llamado Erick

Antes de escribir fábulas, y en especial “El mosquita


muerta”, fui periodista, banal vendedor de noticias
extraordinarias, por eso conté el caso de Jean Ambaich
en Libération y Erick me sugirió llevarlo a la clínica de
pasiones. Yo había avanzado bastante en la redacción de
la novela “Margaritas ante Porcos”, pero me daba
miedo meterme con él. Adivinaba que podía ser el Fin.
Erick fuma en pipa y viene al brindis de
inauguración de la clínica de las pasiones con su mujer
Irama, una colombiana muerta. Yo sé lo que le pasó a
mi cuñada pero por ahora no puedo contarlo, se me iría
el pellejo en el asunto, mejor hablar del chexo...
Erick había regresado de Bogotá, donde fue a
negociar esmeraldas, y se hospedaba en el hotel Ibis de
Montrouge. Hasta allá fui a buscarlo. Cuando lo estaba
esperando en el lobby oí que el portero del hotel decía:
—Qué raro, desde el día que llegó ese huésped
aparecieron en los postes y los árboles de enfrente esos
cuervos de mal agüero...
Pese a que Erick y yo éramos muy diferentes, nos
queríamos. Ya no parecía detestarme, nos abrazamos.
Ahí mismo nos subimos a mi “llaga”, un viejo jeep

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abollado que compré en Rennes, y comenzamos a viajar
por Francia.
—En este país, tengo que reconocerlo, adquirí el
vicio de la escritura, somos verdaderas máquinas de
escribir, le confesé
—Pero tú, tú eres bailarín, no eres un intelectual
cabezón, te gusta mover el esqueleto, recuerda que a las
muchachas les gusta vernos menear la cola, debes
explotar ese lado tuyo, tipo actor de telenovelas
brasileño, tienes una linda voz, aunque a veces finjas ser
pálido y feo —me dijo él
Veía el perfil de Erick, y pensaba, cuando salí de
Colombia, tras haber jugado mi corazón al azar, aún no
habían resucitado los pájaros de la violencia, los
avichuchos comedores del estiércol de oro, abono
demoníaco que hace crecer plantas tan grandes que
rascan el cielo y dan frutos como morcillas que embalan
a la gente, la engordan y la matan.

La cólera

¿Vino usted al hotel para preñar a nuestras


camareras? —me preguntó monsieur Charles, muy
cabrero, muy enojado, con la piedra de la locura a punto
de “! FUERAAA ¡”
Se había dado cuenta que Vivianne y yo nos
gustábamos. El aún no ha descubierto que me encanta
escribir pero no va a tardar en hacerlo y ahí sí que me

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voy a joder, la situación cambiará, a veces creo que ya
me jodí.
El viejo Charles es un vicioso de la escritura, escribe
y garrapatea sin ton ni son, no sé para que tanto llena
cuadernos, qué susto, quién va a leer tanta insania.
A veces para recobrar la ilusión del día pienso en
los más mínimos detalles de la época en que Vivianne y
yo nos enamoramos. No éramos muñecos ni nada.
Antes de vivir en Francia jamás me imaginé que me
convertiría en un “nègre”, es decir en el amanuense de
otro escritor; ni que me quedaría aquí enterrado en este
culo del mundo, sacando en limpio los escritos del
verraco de mi suegro, entrenándome de alguna manera
para lanzarme a escribir yo también. Me he dado cuenta
que este oficio da cierto caché, al diablo la modestia, no es lo
mismo decir soy agente vendedor que soy el autor de “Margaritas
ante Porcos”, cada uno se defiende como puede y de su
cuero hace un tambor, así decían antes.

Madame Lamasthu

—Anda, los espantapájaros están de moda otra vez


—dijo Erick al dejarme ese día en la carretera.
Ahora gano un sueldo regular en la pensión como
celador nocturno, a esas horas, después de las doce,
vienen muchas parejas. Jamás pensé que me serviría la
experiencia del hotel de Carabobo, en Medellín, donde
también hice este oficio. Debo subirles toallas y papel
higiénico y a veces bebidas a las parejas que vienen a

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bailar estilo “isla de Java”. No les voy a contar mi vida,
soy supersticioso además y no se debe hablar acerca de
lo que se está escribiendo. Lo que si les puedo adelantar
es que se trata de unas fábulas.
Esta mañana oí que madame Lamasthu, la dueña
del hotel, estaba en la habitación de al lado barriendo y
hablando de mí con su hija, Vivianne, el cínico ese debe tener
algo que ocultar, jamás se quita los anteojos negros. Y esas camisas
de colores chillones que usa, destiñen !
—Mami, pero yo lo quiero, le he cogido cariño a él, me gusta
más su ternura, lo prefiero a Erick o al tal Ambaich ese... y ya ni
quiero a Charles ... él es más sano... —oí que Vivianne me
defendía.
Antes del almuerzo el marido de madame
Lamasthu, Charles, me había llamado a la recepción
para proponerme un negocio.

Carlos Pazuzú

—Se habrá dado cuenta usted, Julionson, que yo


soy escritor. Necesito su ayuda. Se le nota que a usted
también le pica la pluma. Usted y yo tenemos muchas
cosas en común, ambos somos extranjeros, hemos
dejado nuestros países, somos ambiciosos, nos gusta
enamorarnos. Quédese a trabajar para mí. Aquí podrá
usted escribir también sus novelitas o sus poemas, si se
lo propone. Querer es poder. Ya verá, ya verá, unas
líneas cada día. Y en unos años me lo agradecerá y se
dirá usted: qué suerte haber sido el negro del gallego

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Carlos Pazuzú. Ayúdeme compañero, hoy por mí y
mañana por ti. Además creo que nuestra hija Vivianne
no le es indiferente.
Así fue como comenzó mi novela negra. Qué susto
espantoso me dio.

El caso Vivianne R.

A Vivianne, ojos tiernos, fuerza y elasticidad de gata egipcia,


ya no se la acercará pajarraco alguno, de eso pueden estar seguro
pues haré lo que sea para impedirlo. No sé si soy capaz de
darle miedo a alguien, pero ya estoy cansado de parecer
bueno, no soy un santo. Tal vez alguna vez quise serlo y
permanecer en la oscuridad, sin relojes, sin ansias de
reconocimiento, aprendiendo a construir, como dice
Toño Morales, el alma, esa certeza del ser, más allá del
tiempo.
El alma vive en la corazonada. Pese a que ya soy
abuelo me gusta bailar. Y mi sueño es cada día bailar un
poco mejor. En el invierno las flores se burlan de la nieve. Esta
tarde con su algodón frío me trae por los cristales la música de los
pensamientos, un sabroso recordar. Cómo vuelas y sonríes, me
formas en la paciencia y ahora que el líquido espacio infinito se
abre entre nosotros
Vivianne es la hija de Lamashtu, mi mujer.
Ella, con muchos esfuerzos, desde que tuvo que
dejar Irak e instalarse en Francia, ha logrado sacar
adelante este hotelucho que nos da de vivir. Yo soy
cocinero, celador, contabilista, panadero. Y además

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escritor, pero cada día voy perdiendo un poco más las
fuerzas para sacar en limpio lo escrito en mil hojas de
papel. Necesitaría un secretario pero no es fácil
encontrar en este pueblo perdido alguien que sepa
español. Creo que sufro del síndrome del don Nadie, ese
gran poeta ignorado que yace en todos nosotros.
Años atrás, en el museo del Louvre, había
descubierto una tarde, en la época en que deseaba
abandonar mis pretensiones chamanísticas, la sombra
del demonio Pazuzú.
—¡Muchacho ! ¡Mejor no nombral esos demonios !
—dijo el cubano que vive en la 103 y con quien me
entiendo bien. Sufre de asma y toca la batería.
Existe una leyenda en torno a este nombre: quien lo
oye queda pringado para siempre de una fantasía
morbosa y desordenada que lo empuja a inventar
historias y a buscar la compañía de hembras salvadoras,
dueñas de la memoria y el amor.
Yo estaba un poco dislocado como todos y lo único
que me serenaba era escribir frases inconclusas en mis
cuadernos ¿Por qué llamaban pájaros a los asesinos en
Colombia? Esa misma noche soñé que había provocado
una inundación en el albergue. Entre las pocas cosas que
había aprendido estaba la valoración de los sueños. O
sea que me sentía en peligro, al descubierto, impúdico

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El hijo raro

—Los espantapájaros están de moda otra vez


—dijo Erick esa tarde en que todo comenzó, aun
recuerdo los primeros momentos de esta historia.
Vimos la pensión desde la carretera, el campo de
maíz y la silueta del espantapájaros.
Erick tenía prisa como siempre. Su frase me gustó y
hasta me sorprendió pues él no tiene nada de poeta, es
un hombre de palo, es decir: comercio duro, resultados,
dinero y consideración. Quiere que yo sea como él. Su
dios es el dinero.
Cuídate... y abre el ojo con esas ventas, más
ambición viejo...
Me bajé de su automóvil, él seguía rumbo a
Grenoble.
Mientras me acercaba al portón de la pensión
recordé una historia de Maupassant en la que el
personaje, tal vez un parisiense, seduce a la camarera de
una pensión de provincia. El hombre jamás se enteró
que preñó a esa muchacha y años después, al regresar a
la pensión, se encontró allí con un adolescente tímido y
hosco en quien creyó verse duplicado. Le entró la
dolorosa incertidumbre de saber si era o no su hijo.
Imaginé que cuando se atrevió a preguntarle quiénes
eran sus padres el muchacho respondió: “soy hijo de la
codorniz y el espantapájaros”.
Aquí estoy en esta mañana de un martes,
trabajando para el viejo Carlos, el puercoespín,
desenredando sus historias, descifrando su letra

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garrapatuda. Para mi fortuna suena el teléfono y debo
interrumpir.
Esa primera vez que llegué por aquí, cuando toqué
el timbre, abrió Vivianne, no podía creérmelo, oh dios,
una muchacha, oí el gritó de José Manuel Arango desde
el más allá, dios es una muchacha, la muchacha de las
muchachas, qué cañonazo, pero ahí mismo apareció detrás
de ella el viejo Carlos, bermejo, panzudo y calvo, con
algo de harina en el bigote o en las manos porque
también se las picaba de panadero.
Aquí se nota que hay gato encerrado, pensé, no
puede ser el verdadero padre, con esa manera que tiene
de hablarle; o bien ella es su esposa, se le marcaba el
vientre, la oquedad, las rotundas caderas, los vellos de las
axilas, y aquellos encajes rojinegros brotaban
provocantes de su escote atrayendo la vista, claro, pura
fatalidad.
Pensé en Erick, seguro habría dicho maestro,
aproveche, hemos llegado al hotel de los fantasmas, él si que es
un gran seductor, sabe sonreír, inventar secretos para
interesarlas, trataré de imitarlo en este lance.
—Su pasaporte, por favor ¿cuántos días se va a
quedar?
—Oh, sólo por esta noche, mañana debo hacer
unas visitas en el pueblo...
—Vivianne siempre mira a los hombres con toda
libertad, regando una luz de picardía decidida, sabe que
su cuerpo alentador, la suavidad de sus curvas, brota de
sus pupilas. Me di cuenta que usaba una peluca, eso me
llamó la atención, pensé en alguna quimioterapia, pero

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no cuadraba con su garbo y su aspecto saludable, el viejo
la había rapado seguro para que pareciera un muchacho
cuando jugaban a su teatro. Por sus escritos me he
enterado que su sueño, su obsesión, es escribir zarzuelas
con temas eróticos homosexuales.
Llegué a París hará unos trece años, por mi propia
voluntad, ilusionado con la idea de que allí podría por
fin escribir. Nunca se me ocurrió que terminaría
viviendo en este hotel de provincia, trabajando de
“nègre” para el padrastro de Vivianne; seguro que poca
gente sabe, fuera de Francia, que así le dicen a los
escritores que escriben en lugar de otros: “negros”.
El padrastro de Vivianne, Carlos, vaya, es, era un
viejo español que quería publicar sus obras completas,
inéditas, por supuesto, antes de morirse. Descubrió que
sé escribir en máquina y entonces me ha traído a la
habitación un montón de cuadernos garrapateados con
su letra descuidada para que se los pase en limpio; como
está medio ciego a veces le hago trampa y me dedico a
escribir mis propias historias, él cree que estoy dándole
tecla a sus obras y qué va, estoy es en mi teatro de
espantapájaros, codornices, cuervos, gallinazos y
puercosespines.
A mí me gustan las fábulas ligeras y poéticas y
vamos a ver que el proyecto de libro de mi suegro es algo
pesado que se me está metiendo en el alma, ya no más
copiando el título me sentí raro, “Historias del demonio
Pazuzú y su esposa Lamashtu”, carajo...

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El cubano Nico Sarmiento

El cubano, que es supersticioso, se tocó el sexo al oír


el título, testicula tacta sunt, muchacho, qué dices, ojo, no
dejes que los espíritus metan tu imaginación en el ataul,
te pondrás grisoso, amoratado, verdinoso, muy tieso...
muchacho, búscate un espantamuerto... cuidado, come
ajo...

Deslumbramiento

La muñeca clavada con sus brazos abiertos en un


campo de maíz es lo primero que uno ve cuando se aleja
de la cumbre de los Pirineos y ve allá abajo la carretera
nacional, viniendo de Perpignan. Sólo pocos agentes
viajeros sabemos lo que esconden los hoteles de
provincia en Francia, nuestras aventuras se reflejan un
poco en esa historieta que se consigue en las gasolineras,
“Erick le colombien”, vaya personaje, cuando
recorríamos el “hexágono” (así le decimos a Francia) nos
tirábamos a las codornices...

Serenidad

A veces me identificaba con el espantapájaros y


otras con Vivianne, la codorniz. Podía ser también su
padrastro, el escritor Charles el belga, o Margarita la
Muñeca, yo me creía de palo, qué me voy a enamorar,

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decía en ese entonces, antes de heredar esta misión de
dar testimonio. La verdad es que ahora me siento mejor
aunque no me quede mucho tiempo para escribir
fábulas como antes.

Hipótesis

Me quedé a vivir en un pueblo cerca de Nîmes con


una masajista tailandesa, Vivianne, si— y ahora debo
inventar esta historia para hablar del placer que ella me
da cuando toca... sin embargo en este cuento revolotea
como pesadilla subyacente mi hermano Enrique, a quien
bauticé Erick, ex militar, empresario de seguridad,
metido en el negocio de las armas... vamos por partes

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Al que le van a dar, le guardan

Para Flora Martínez


La primera vez que Jordi y María Belén se
encontraron ella le acarició los pies.
Jordi, antropólogo catalán, y María Belén, podóloga de
origen colombiano, “samaria”, se conocieron en París
una vez que él fue en busca de plantillas ortopédicas a la
Seguridad Social porque le dolían los pies.
Ella se los acarició y los dos comprendieron por qué la
expresión “coger su pie” significa en francés (prendre son
pied) disfrutar gozar mucho haciendo algo, sobre todo en
el lecho. Se volvieron amantes y poco después
comenzaron a vivir juntos.
Pasaron como dos años en luna de miel hasta que
llegó este domingo que nunca podrán olvidar.
Hay tardes así en que uno se siente artista, así, Jordi
se lo creyó, pensaba que debía delirar, “una obra no se
eyacula, una obra se engendra, lo femenino prevalece”,
gritó, pregonó la loca Breillat esta mañana en la esquina,
“tetas de silicona no importa Jordi, Pirobo”, quería
soñarse convertido en su mujer, y en su doble inmaterial
y divino, su ser sin tiempo, su daimon, su ángel, su hado
sin peso, sin fin, su antimateria, su aura, su gracia, no sé
cómo dice su merced para designar el alma... él estaba
estudiando unas imágenes sobre la sierra nevada de
Santa Marta, majestuosa montaña del norte de
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Colombia, cuando de repente sintió que se partía en dos
y de él brotaba una india que se masturbaba para crear
la humanidad.
—Eureka: si hay espíritus enemigos quiere decir que hay
espíritus aliados, gritó Jordi perdido en sus estudios
mitológicos.
Yo diría que se quedó dormido y soñó lo que me
contó, la historia es rara, bien vale la pena intentar
escribirla.
Se había afiebrado con las danzas y las máscaras
del mundo convirtiéndose en un estudioso de la cultura y
la espiritualidad que se manifiesta en ellas. Lo que más le
gusta es que se puede participar en esos desfiles teatrales,
no sólo limitarse a teorizar. En París bailaba
afrobrasileño en unos salones del distrito XX y no
desdeñaba acercarse a veces por el barrio del Pantano (le
Marais) para bailar con las congas de Lucky Zebila.
Una de esas noches apenas estaban en la sesión de
calentamiento cuando entró la Pálida al salón Mozart
donde se iba a llevar a cabo el toque de tambores con el
Lucky. No me asusté, dijo Jordi, aunque me impresionó
esa mujer hirsuta, vestida con una malla gris, que (y ahí
si me asusté dios pues nos vi juntos en el espejo) se
parecía un poco a mí.
—Puede ser un genio, un espíritu que ella ve en ti
como enemigo y entonces buscó defenderse —me dijo
Olivier cuando le conté que la Pálida me había
pisoteado de mala manera, sacándome de la teoría y del
ensueño de la danza en la primera fila, al lado de los
tambores, empujándome con dolor atrás mientras el

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meñique de mi pie izquierdo se hinchaba como
berenjena y me martillaba picándome con alfileres.

Al día siguiente fui a la cita en la Seguridad Social.


Estaba ahí todo aburrido en la sala de espera ese
lunes por la mañana cuando —se los juro mi vida
cambió desde ese instante— se abre la puerta y llaman,
¿señor Anxiote Jordi? la podóloga que me iba a curar, de
madre colombiana y padre alemán, María Belén Hyane,
tenía algo de diosa hindú, la cabellera abundante, los
ojos miel, los dientes de coco, debe tener poderes, sentí,
ojalá me cure y me revele facetas desconocidas de mi
físico, una parte de mi antimateria, de mis aliados, de
mis siete potencias.
Ella me hizo caminar de un lado a otro del
consultorio, descalzo.
Luego me hizo subir en una caja con un espejo
Se inclinó para medir mis pies, me tocó las rodillas,
sentí mi esqueleto, se me ocurrió un chiste, el esqueleto
baila, ella apenas sonrió y me miró como si fuese mi
madre, me di cuenta que buscaba captar una especie de
espectro, de aura en mí, mientras me acariciaba y medía
los pies, sonreía, yo me creía una especie de Jesucristo
fósil, por lo de Lavapiés, vi su humanidad, al ver posar
mis pies sobre su corpiño blanco inmaculado.
—Mira... aquí se ve, bueno es una forma de decir,
se presiente esa antimateria divina, no la vemos pero la
sentimos, ves, entre la planta y el talón se pierde tu peso,
trata de pisar bien cuando bailes, se trata de la huella
plantar de los dioses de las llamadas religiones fósiles,

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son espíritus milagrosos que se burlan y se encarnan en
los sexos humanos... en nosotros, para esas religiones diz
que desaparecidas cada ser humano, tu, yo, él, ella, es un
dios, una demonia... —me dijo.
—¿Entonces yo tengo el diablo en el cuerpo? – le
pregunté.
María Belén empezó a masajearme los pies, me pidió
que repitiera con ella una
oración para sacarme esa onda pedigüeña e
insatisfecha ...
...al demonio no, No se le debe nombrar así como
así pues se aparece
Y a lo mejor te dirá, te diría…
“He sido, soy, seré, ya lo sabéis…”
Así que a otra cosa mariposa...
Ojalá recuerdes soñar esta noche que eres
Hermafrodita, ya está, me despertaba dividi…a-o, A-O,
sin moverme, p’alante y p’atrás, media vuelta, vuelta
entera...
En padre y madre convertid…
Pae y mae del Universo
Yo bien cuca, hermosa, varonil, filósofo, un poco
lesbiana, un poco gay
Siendo alemana y colombiana, nacido en Barranquilla o
puta fina, alicantina en Barcelona, de 50 años o 25,
jugando a divertiros, a seduciros
El origen del Universo, lo dijo Courbet, es la Concha
Yo le rezo en silencio, mirando por la ventana, a veces
muy sola

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Concha gracias por haber apaciguado el dolor de mi
padre, él no era un SS...
Gracias por ser bálsamo para su locura
Gracias por haber subido a su faro buscándome en el
Mar de los niños que piden nacer
Le hiciste olvidar al Padre de la guerra, a las mujeres que
se cortan las tetas
Mojaste su taco de dinamita en tu flujo, en el devenir
Y diste a luz la hermosa niña de tus ojos que ahora les
canta
"yo vendo unos ojos negros quién me los quiere
comprar… los vendo por embusteros porque me han
pagado mal"
Antes de olvidarnos, antes de dormirnos
Aquí estamos, aquí estoy:
Monólogo de la olla podrida, sabroso pot pourri
Obedeciendo al azar, escuchando el cuento que escriben
para mí
No me gustaría irme sin pasar a la acción, subir a escena
El quiere que yo juegue a ser el hermafrodita
despertando :
Alma de mujer, alma de macho
Ya veremos ya veremos
Verán, pero no comerán, en algunos países, como
Colombia, dejarse poseer es dejarse comer
es "irse, mojarse, derramarse, venirse, botar la leche,
terminar",
así hablan los machos en algunas partes
Quiero darles noticias de cómo vamos pasando el trecho,

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Dando el paso, de cómo me decidí a realizar parte de
mis fantasmas: teatro teatro, juego... algo de magia...
poco de religiones... pocas prácticas militares,
algunas tarántulas, algunas lagartijas, culebrillas y sapos
de caucho y plástico para que la niña sepa lo que son las
alimañas
El me dijo, no te odio, te quiero hacer gemir en la
cama... ah ah.. hay mañana… ah ah qué almohada
sabrosa para morder…
Ya veremos ya veremos, he aceptado ser su personaje,
jugar...
Soy una infiel teórica, del dicho al hecho...
A veces soy como cáscara de huevo pisoteada en el
corral de las gallinas, sin dios, sin vírgenes, sin santas, sin
magos...
Atea, agnóstica, por ahora, digo, siempre en busca de
unos ojos para que me ayuden día a día a reconocer la
divina luz
Me pregunto si soy peligrosa
Se pregunta si tengo algo de hiena
Me gusta posar de chica mala
De libertina mujer pirata
De viciosa, voyeuriste, ojo de mirona
De belicista... soy la historia de la humanidad
Experimentando con la vida ajena...
Juego a ser diosa y diabla
Soy incapaz de matar una mosca
Pero me encantan las armas de fuego
Me siento en peligro
Temo asustaros

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Ojalá me salve el doctor Chejov
Soy Nina, la gaviota
Soy la historia de la humanidad
Un sábado por la mañana
Como Shakespeare con su hierba
Hierba del burro para el que mucho fuma
Hierba del sabio dosificada, olvidada
Fumando en pipa de moro traída de Nuatchok
Mi amante otoñal escribe para mí
Pongamos los puntos sobre las íes, le dije…
El quiere verme desnuda
Yo quiero jugar, decir lo que pienso
Lo que pienso
está matando mi inocencia
Inocencia de niña de los ojos
de la humanidad
No seré jamás una bella donna de las juventudes
hitlerianas
Seducida por la muerte "ajena" de preferencia
Yo la mujer Concha
Cuidaré de mis semejantes
De los bobos y minusválidos
De los ancianos besaré las manos
Y daré mi última camisa a quienes vengan a mi casa
Donde mora… donde mora hasta la fecha el
todobondadoso
El que se ríe de las razas
El que nos distribuye los papeles y las máscaras
Yo santa y puta, ahijada de Buñuel
India de ombligo carnoso

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Buena para limpiar y curar
Me dejaré amar por los poetas mendigos de caricias
Para que escriban siempre y el mundo se sostenga
Y elogien mis caderas
y hablen de lo que promete la mirada hembrafrodicha
mis ojos de cría
A él le gusta experimentar
Es un autor con sus personajes
Promete trucos siempre para bailar
Soy su criatura a veces
No me disgusta que juegue conmigo y me dé placer
Soy su Golem, yo abierta, yo dispuesta…
Arcilla en sus dedos de alfarero
Vamos a ver, el que juega con candela..
Yo soy su culebra durmiente
Yo soy la bella envenenada
El me ha enseñado que somos hechura permanente
Más allá del trecho y antes
"Póngame todo por escrito", le dije
Anote !
Soy un hombre sin carácter, me dijo
Y me tendió 300 francos para que le comprara
mariguana
La gente cree que necesita fumar para ser más
inteligente
En los jardines de la universidad venden
Sin carácter y sin voluntad fumando
No como el Che Guevara, jodido comandante papito
vuelto nada,
Fumaba y guerreaba siendo médico

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"he pulido mi voluntad con delectación de artista", ja,
dónde buscaremos nuestro noble destino
guerrear
eso sí me gusta
en teoría imaginarme que soy poderosa
guerrear, no una tierna niña… ser guerrera… pero en la
escena,
Carmen aconseja no gastar su energía sexual
Para ser resistente guerrero del amor
El fálico plátano en mí, venga la Kalachnikof si es en…
coño !
da que te vienen dando
al que madruga dios lo ayuda
¿dónde están las armas de mi viejo?
Mar… un… dos… tres… mar… de frente
Sacar pecho y meter barriga
Barriguita de pre-preñada…
Prefiero no quedar preñada por ahora, tal vez nunca
Me haría abortar !
Ya lo hice
La guerra anda rondando…
Me asomé por la ventana
vi rayos y explosiones, cadáveres…
"la nueva guerra de civilizaciones"
(...)
Disfruta con el alma desnuda de las muchachas
Y la visión de sus bragas mordiendo las caderas
Lo llamo "macho fotocopias" porque siempre anda en
plan de un libro
Un libro, un libro más

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Líbrame dios
Copiando, fotocopiando
Copulando, reproduciéndose ¿culeando dicen ustedes ?
Si quedara encinta me haría abortar
El tiene tres hijas, como el rey Lear… sólo que… de
castillos y tierras… nada

Y ahora dizque el varoncito, él es un viva-la-vida…


Para qué más niños, no estoy deprimida, no
No sé si me he dejado preñar de él
Dar la vida… prefiero dar las nalgas
Así dicen del otro lado del mar cuando uno se deja…
por ahí…
No hablaré acá de eso ahora… eso duele…
Acepté sólo dos veces… me rogaba…
Un primero de enero, a las siete de la mañana, al
regresar de la fiesta de año nuevo… me dejé… toma…
año nuevo, coño ! algo nuevo para él !

Me dejé…
El tiempo le preocupa, los días, las hojas del calendario,
El tiempo de las ilusiones…
Seguro escribe en los parques, viendo las palomas sucias
de París

Edmundo, mi amante, el escritor colombiano…


Detesta las palomas…
Se ha comprado una pistola con un silenciador…
Para matarlas sin que nadie se dé cuenta…
Tardé mucho para entender su juego

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La vida no es más que juegos…
A veces viene alguien y daña el juego… lo desbarata …

Haciendo gimnasia frente al espejo


Recuerdo a mis dobles
Una periodista canosa, flaca, dientes podridos
Bebedora y fumadora
En la clínica, viendo televisión, cínica perra hueca

Una ninfa barrigoncita


Dándose placer con una vela

Una estudiante de medicina –"y el pobre corazón de la


rana atravesado de agujas", Federico
Se deja poseer por dos árabes
En los baños de dos cafés diferentes de Arles, durante la
misma noche
Engañando a su novio oficial, ella clavada

Buscando otros nombres para los dioses curanderos


Yo vi del cielo bajar
Pasando por mi cuerpo sudoroso esta mañana
Hasta el ínfimo gusano
El raudo córcel alado con el mago en su lomo

Qué lazos, qué puentes he tendido


Alma del hombre alma de la hembra
Estoy aquí para amar la vida
Hasta lo indecible
Ya lo sabéis… quiero ser humana, estoy en el trecho…

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Ya lo sabéis, hija de los hombres
Quiero regalar hasta mi última camisa
Y que alguien escriba mi nombre con bondad
En algún cuaderno má g i cooo

Debían ser las tres de la tarde. De verdad no tenía


ganas de hacer la siesta; estaba en la sala y el aire
amarillo difuminado por las cortinas sedosas brillaba
sobre su piel embalsamando un poco su cuerpo grande y
perfecto en el gran sofá cuero de vaca.
Jordi parecía sacado de una publicidad. Dientes
blancos y nariz fileña, cejas tenebrosas, hombros anchos,
bronceado, pecoso. Tenía un casco y nadie podía saber
en el edificio lo que estaba escuchando mientras se
movía en el sofá como si estuviera de verdad en Roland
Garros con la raqueta sudorosa en la mano. Ese día no
tenía ganas de estudiar, ni de nada, allá él, él se lo
pierde.. ann ahhahah
—Jordi, Yor... ¿vienes?
—¿Cómo?

ºOía que María Belén lo estaba llamando pero ni se


mosqueaba.
—Jordi... ¿qué haces ?
—Belé, no jodas... estoy jugando...! Si tienes sed
ven a buscar el agua tú ¡ ¡!

La olvidó y siguió con sus movimientos


espasmódicos y sus tie-breaks. A María Belén no le

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gustaba el deporte. No podía comprenderlo. Y él era
muy independiente. Si él quería podía dejar el nintendo
e ir al cuarto. Pero para qué, si prefería jugar al tenis
virtual sin moverse del sofá. Era lo que más prefería los
domingos. Gandulear en pyjama de seda a las tres de la
tarde y jugar o ver las carreras. O una película de terror.
Pero Jordi también era vanidoso y esa noche se ofendió
mucho cuando ella le contó lo ocurrido.
Estaban en la cocina. El lavaba la lechuga y ella
estaba preparando un buey con vino frente a la estufa.
Tenía las mejillas encendidas por la electricidad y el
aperitivo. Se echó a reír y él vio su garganta rosada
temblar.
—Esta tarde me gocé sola, me vine dos veces, me
corrí tan... rico
—¿Cómo?
—Sí...
—No entiendo...
—Me estaba quedando dormida...
—Y... ¿qué pasó ?
—Pensaba en una mujer bombero que vi..
—¿Un qué ?
—Muchacho... no sabes... a veces las mujeres
tenemos fantasmas con los bomberos... pero ésta era un
mujer, rompe la nata, el vidrio de la ventana y penetra
en la alcoba con el pico de la manguera... me toma... te
toma en brazos... me... salva del fuego... de repente me
empecé a tocar..
—No me digas ¡ ¿Y... por qué?

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—¿Cómo que por qué... ¿por qué ? Es mi cuerpo
¿no?
—¿Por qué no me llamaste ?
—¿Qué dices ? Era algo... muy mío... muy
femenino...
—Mierda, Loryn... no te lo perdono ¡
—Pero si te llamé... dos... veces ¡
—No oí... nada ¡
—¿Sí? Confiesa: te hiciste el sordo ¡?
—Cómo se te ocurre ¡ Has debido insistir ¡

Jordi se puso pálido de la rabia. Estaba sordo. Ella


le hablaba y no la oía. Estuvo a punto de escupir en la
ensalada; era una rabia mala. Como cuando le cortaban
el cabello durante su niñez. Odiaba la máquina de
afeitar del peluquero. Tuvo la visión del pubis húmedo
de María Belén y de sus dedos ágiles hurgando, era el
origen de los gritos que creyó oír bajo el casco japonés
último modelo del nintendo, con su ambientación
realista. Le parecía que una pantera rugía mientras los
altoparlantes en Wimbledon mencionaban los resultados
de su partido. Por eso no podía oír aquella voz ronca, en
celo, desde el cuarto. ¿Qué le vamos a hacer?
—Qué maldad —dije yo. ¿Cómo me haces esa
putada ?
Y eso no es nada. María Belén mentía con lo del
bombero.
Esa tarde ella estaba recordando lo que le ocurrió
con el hombre del sindicato. El chulo del mondadientes.
La impresionaba. Se hizo invitar por él...

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El día en que casi murió don Juan


Se miraba las tetas, los propios senos con alegría al
ver el efecto que nos hacían. Me gusta ir a las librerías por la
mañana
El cuento de la muchacha que pestañeaba cual
mariposa, invitándote —a mirarla— bizqueando con
espasmo de amor físico ahí vestida, un poco, sentada,
mirándose sus propias tetas lo había inventado el
profesor Juan Eligio Ruiz Ralea cuando estaba en París
terminando de escribir "Las enemigas de don Juan” —y
ahora se nos aparece otra tetona, una mujer vestida de
negro, Miss Tic, digo, en el papel de la canalla, en los
muros, “no hay mañana para quien no ha pasado aún este día de
hoy sin accidente” en el barrio XIII de Paris esta mujer
artista, Miss Morisqueta, se ha pintado con un soplete de
brazos cruzados, lo que levanta sus teclas, como se
podría traducir "nichons" que vienen siendo senos,
pezones, mamas... ella trata de definir lo que es “el
tiempo” como cualquier Heidegger o Mircea Eliade,
hombres que la cagaron en sus años mozos con sus
devaneos nazis aun cuando parece que hablaron sabroso
sobre "el tiempo"...
Miss Tic artista de los muros de París dice: "le
temps est un serial qui leurre", un juego de palabras con
"serial killer", “el tiempo es un (matón) serial que
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engaña”, mejor dicho, el tiempo es “un numerito”10:12
puede ser femenino, una "engañadora", una “gran
bandolera” —"enterrador no la llores"— que te lleva
entre sus cachos ...
Con la segunda cerveza ya empezábamos a delirar
hablando del tiempo que hace y otros etcéteras…
Me encontraba en un Ayer de repente, vi a Juan
Ruiz en la plaza Saint Michel —hey loco, ¿adónde vas?
¿de dónde vienes? lo vi brotar de la fuente,—“he vencido
a mi demonio”— se iba carcajeando, muerto de la risa, a
mandíbula batiente, "ven, vamos a la librería para que
conozcas a Miss Morisqueta, está buenííiisima, quiero
que la conozcas", oí que me decía

Ahora no me queda más remedio que contarles el


cuento de la gallina...capona...los huevos, Alcapone the
eggs..
—No, no, ese no, el cuento de la tetona, sí, sí,
gritamos todos ahí en la plaza
Bueno, dijo Juan ... es la cajera de la libreria Gibert
Jeune, esa que está ahi por la fuente, por la rue San
André des Arts, trabaja ahi, vamos allá si quieren

Es la historia de esa muchacha y de un man muy


literato
—eche ¿es autobiográfica o qué?
—nada cuadro, ahora verán —el man se levanta a
la vendedora de una librería, como en aquellas épocas
en la librería Buchholz de Bogotá, o en la Nacional de
Barranquilla, los pichones de escritores seducían a las

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vendedoras, ellas les regalan revistas, y libros y libros, se
los roban... para dárselos a ellos... la historia perfecta...
se vuelven eruditos en Sófocles, en Hemingway... en
Kafka, en Carrasquilla...
—y ademas hacían ding dong en secreto en los
hoteles de la Avenida Jiménez, o por el Paseo Bolivar,
eran mujeres casadas, son las cosas del amor
—y ¿bueno hermano, pero como es la historia de
esta parisina mamasanta... ?
—vea.. posee una tetamenta de nodriza, me
recuerda a la enfermera que acompañaba a Bioy
Casares cuando venía a París en los últimos años... unos
pechos de campesina, ella esta ahí sentada en su caja y
uno viene a cancelar el libro de Góngora que la
nostalgia de un español dorado le incita a conseguir... se
acerca al cristal, la vista de uno es como la de una
cámara de cine en picada —o en contra-picada, como
dicen
—ella sabe muy bien por qué se ha puesto esa blusa
escotada, descotada, unos encajes y unas sedas
envuelven el cuello de las palomas...
—¿Anha ? es una mujer parecida a Catherine
Deneuve en Belle de Jour ?
lo interrumpí yo
—tú dices una... una mona de pelo rizado así ?
—respondió con los ojos despepitados de la alegría
—si si—
—Noohombre, esa no es... a su lado esa mona tiene
son unos limones... no... espérate, para bola, la que te
digo yo, la mía... esta ...es una morena... creo que debe

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tener raíces marroquíes, menos de veinticinco, déjame
decirte algo que puede sonar a perversión, es la primera
vez que veo a una mujer a la que le gusta mirarse las
tetas... te produce el mismo hormigueo que una mujer
maquillándose en el metro o mirándose en el espejo
mientras se recoge el cabello... pero ésta... muchacho ¡!!!!
se veía sus dos bultos mamíferos, diossaaaantao...
mama... y luego te miraba para ver si tú se los estabas
viendo
—¿dónde dónde ¡!?
Un hombre muy bello, parecido a García Lorca,
entró “Chez George” justo en el momento en que se
oían las cinco campanadas en la iglesia Saint Sulpice
—ô la laa.. vamos a ver vamos a ver ¿qué cuento
tan bueno estás echando tío ? —Juan Argote, el espíritu
andaluz, había entrado "Chez George" en ese momento
y alcanzó a oír lo que estaba diciendo Juan Eligio
—¿quiubo Argote... ? ¿de dónde vienes?
—De la cabaña en la ladera de helechos...
—Ah le estaba contando aqui a Olaxi, el cuento
sobre el origen de ese dicho de ustedes "dos tetas tiran
más que dos carretas", es una muchacha que se volvió
bizca, estrábica si queréis, por estar mirándose la raja
entre los senos, olisqueándoselos... romero pachuli rosa
canela piña
—¿cómo así?
—si hombre, es la cajera de una librería adonde
suelo ir por el bulevard Saint Michel, su presencia de
bacana me ha servido para leer un montón de libros que
jamás había podido leer: Tonio Krogger, El Maestro y

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Margarita, Satiricón, El Mito del Estado, el daimón de
Sócrates...
—pero ¿cómo es el cuento de... que... bizquea por
instantes... ?
—si, si, su mirada vacila entre ese tic de gozar
viéndonos a los machos verle los pechos, saltando de las
niñas de nuestros ojos, sus tremendas redondeces, su
dulce teteada de mamá y papá, y ahi mismo de nuevo a
mirar al cliente, recibirle la plata, darle el recibo, saber
que dio en el blanco, toda ella es una donación, esta
mañana había escogido en el armario esa blusa negra de
viuda, con ese escote, mamma mia
—me la imagino muy bien, si, si, así se visten las
muchachas en las obras de teatro, en la oscuridad se
encienden unas espermas, en el montaje del don Juan
allá en el teatro de la Loma comenzamos con la entrada
de sus viudas, llegan para el velatorio, lo ven ahí
tendido...

Aplauden...

después entra la estatua del Comendador, la muerte


masculina, ha llegado atendiendo su invitacion a cenar,
"don Giovanniiii... a mangiareeee... me invitaste...." si,
son ellas... las viudas de los poetas, ellas...se visten así..
las vemos en los entierros de los poetas, sí, unas tetonas
increíbles

Juan Ruiz tocó las palmas como aplaudiendo

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—esos aplausos me caen como pedradas, suenan
como piedras que tiráis, me marcho, los dejo, abur, sale
el sol, nos vidrios, nos estamos viendo, sayonara, dijo
Argote y el espíritu de Argote, el amigo nuestro que
murió el año pasado haciendo el amor en su
apartamento de Nueva York, desapareció, se fue del bar
volando y entonces volvimos al París de este sábado, a
mirar a las muchachas que pasaban sudorosas,
apetitosas, levitando transfiguradas, ausentes en el calor
del fuerte verano por la plaza Saint Michel quizás
rumbo a un concierto de la orquesta cubana NG la
banda, quizás con una secreta pena de amor en el alma

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Don Juan en los quintos infiernos


Una tarde de fines de octubre un hombre sale
sollozando, cabizbajo, de un gran edificio de baldosines
rosados en la avenue d’Ivry del distrito XIII de París, el
viento de otoño lo azota, la estación de los... ex.. lo
empuja con fastidioso golpear y arranca también unas
cuantas hojas al almendro clavado en medio del
cemento de la calzada
Este hombre es el ex profesor Juan Ruiz Ralea,
acaba de ser despedido del colegio “Gustave Flaubert”
donde enseñaba español en el último año de
bachillerato, porque una de sus alumnas, menor de
edad, lo denunció por celos al descubrir que se acostaba
con varias de sus compañeras y les enviaba MAILS
eróticos a otras.
Se rompió el saco ¡ ¡ mierdaaa, FUERA,
aABUSADOR ¡!!
Ruiz Ralea recibió la carta y colorado salió del
colegio como un zombi, dándose cuenta de que había
cometido un grave error, extralimitándose en la locura
del Erotes
::: Este petímetre o filipichin había estudiado con
Roland Barthes y se creía un pinche escritor
posmoderno :::

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El lector omnisciente es como el transeúnte, se imagina que
leen sus pensamientos, el profesor Ralea piensa en
suicidarse, su líbido exagerada lo puede llevar a la ruina
SE TIRARIA AL SENA ¿?
A lo mejor fue en ese momento, desesperado,
cuando decidió NO suicidarse.
Caminó como loco hacia Place d’Italie y luego llegó
en par patadas a la plaza Contrescarpe, NO SOY YO
HEMINGüEY, avanzando sin darse cuenta hasta la rue
Saint André des Arts, donde se encontró en el café
Malongo.

Allí fue donde conoció a la psicóloga Luna Herrera,


su futura biógrafa; fue un miércoles de comienzos de
siglo. Por algo se dijo “hoy es un día para marcar con
una raya en el cielo", "o con piedra negra sobre piedra
blanca", no recordaba cómo decía la vox populi para
señalar en la memoria una fecha especial, rara, propicia,
inolvidable; ese mismo día, qué casualidad, había vuelto
a leer esa frase de Aristóteles que le abría siempre un
camino hacia el más allá, hacia el otro lado, “no se
puede discernir si los difuntos tienen alguna
participación, o no, en la fortuna o en las desgracias de
este mundo", y él pensaba en su abuelo que un día de
repente dejó el alcohol, o en el último porro que se había
fumado Bob Marley antes de deshacerse.
De manera que el pensador ateniense no cerraba
del todo la puerta y él acaso en los sueños podía
descender al mundo invisible y encontrarse con esa gran

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mascara a la que tanto admira, don Juan, don
Giovanni…
Luna Herrera era especialista en la historia de las
religiones, y en el café le advirtió sobre el riesgo de
frecuentar el mundo de los espíritus y los peligros de caer
en trance. El le preguntó si ella era de alguna secta y ella
lo miró a fondo antes de decirle, "es la secta de la vida",
y él se dio cuenta que había caído en una celada, que
ella le estaba como quien dice dando fuego,
calentándolo, "vamos a pasear, hablemos, dijo ella", y
salieron juntos del café rumbo al jardín de Luxemburgo.

—“la desmesura es lo que jode a don Juan”


—afirma ella desnuda en el jardín después de hablar de
la seducción, aun él no le ha dicho que se llama como el
gran Tenorio creado por Tirso de Molina inmortalizado
hasta nuestros días por Mozart, Moliere, “don Juan es
castigado… por burlarse de ellas”

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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El siete mujeres ya no es lo que era


Mi padre se llamaba Juan Eurípides Ortega y
cuando cumplió 54 años sus compañeros del Puerto le
ofrecieron un pasaje a Grecia.
En Atenas conoció a Heleny, un griego de origen
brasileiro de una gran belleza a quien le gustaba vestirse
de mujer. Según mi madre parece que el viejo se
enamoró de ese mitológico bisexual.
Ahora que han pasado los años trato de escribir su
leyenda, gracias al taller que dictó en Barranquilla el
escritor peruano Rodríguez Liñan, conocido especialista
de las leyendas de padre, pude yo también soltarme la
trenza (autocensura).
—El cuento aún está transcurriendo, la leyenda del
padre... el cuento de Prometeo
Lo apodan “el siete mujeres”, una de ellas debe ser
por supuesto mi madre, pero ya escribí su leyenda y
ahora me dedicaré a barajar algunas frases sobre las
otras seis, basándome en mis deseos de ser un don Juan
como él, perfumado y querido, en la flor de la edad.
A esa edad a Goethe se le habían caído algunos
dientes y aunque era muy elegante cuando se reía se le
notaba que estaba “mueco”.
Ahora papá baja por la avenida Murillo, en
Barranquilla, en su jeep y cuando ve pasar a Luisa, de
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quien sólo sé que tiene 17 años, trabaja en una
panadería y escribe poemas, acciona el claxón, pita, se
hace notar, “ahí va el viejo ese que te molesta”, le dicen
sus amigas como si ella no hubiese oído el clamor del
señor.
Otra de sus mujeres, Carmela, dice que Luisa
puede ser muy joven pero es “fea y mala” aunque tiene
buen culo.
Imposible, don Juan no era pasivo gay aunque
quién sabe, pensaba en el cura Tirso de Molina, todos
los sacerdotes aman al hijo del hombre, son así, les gusta
el descendimiento de la cruz, son Magdalenas,
sebastianes polyflechados, pensaba en la puesta en
escena del mito aquí y ahora, el seductor por encima de
todo, y tan feo se cree que gusta aún a la muchachada,
ya voy toño, ni riesgos, gas, gas...
los riesgos de andar a la caza de alguna mozuela y
el miedo a meterse en un lío y perderlo todo, “don
Giovanni a comer me has invitado”, le diría la pelona
tendiéndole su mano blanca de cal, yeso de cementerio,
no, no, qué alucinación, pensó que...
el siete mujeres le decían a tu papá, qué delirio, una
de ellas se llama Elvira, yo soy hijo de don Juan, yo soy
hijo del Fantasma de don Juan, he heredado su máscara,
dejé de ser un Don Nadie y ahora soy Don Juan, me
gusta la ópera, pero más el teatro, y la música, los
oratorios, la poesía, y andar vagando por la calle en
busca de unas piernas, de una promesa de brazos
abiertos, Celine se recoge el cabello y veo sus axilas de
vellos pelitos enroscados es camerunesa y estudia inglés

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Seis mujeres y un hombre ese es ahora el siete
mujeres por qué esa proporción, la verdad es que
describir su sexo es tentador, pero hay que ser balsámico,
leve según Heleny, no pesado, no tomarse en serio como
caballo de Troya, si Heleny

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Últimas noticias de la Machaca


Nadie sabe cuáles meandros recorre zizagueante la
mosca del deseo en sus vuelos para aguijonear a
hombres y mujeres en las oficinas a entregarse.
No hablamos de “amor” sino de antojos,
secreciones, magnetismo carnal, ronroneo gatuno,
vibraciones, ondas, en suma algo animal como el estar
en celo aullando o temblando al leer en el diario la
palabra “prostitución”. Ufff hacer el vacío, contraer el perineo,
soplar ¡
Hay hombres inocentes e iluminados como Julio
Porfirio por el sólo hecho de haber nacido en tierras de
indios, y quizás por eso posea secretos para seducir que
nosotros los “urbanos”desconocemos. El es quien mejor
entiende en nuestra oficina el sabio murmullo de los
difuntos. Eso nos imaginamos, qué raro, por qué
—¿Cómo van los muertos? —oigo que pregunta
Porfirio, nervioso, comiéndose las uñas, al llegar a la
oficina esta mañana.
Hoy está más atolondrado que nunca porque esta
noche presenta su novela, creo, o su nuevo libro de
poemas, no sé, en la maison de l’Amérique Latine.
Lo peor que hay, pensábamos los veteranos en la
oficina, son los periodistas que se creen poetas. O
escritores. Nos rompen las bolas, digo, y no es envidia ni
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nada pues todos hemos escrito alguna obra por ahí y no
por eso vamos a estar cacareando con esa joda, alegando
y echándonos flores.
—Yo no respiro por la herida, dijo también
Bermejo.
Sin embargo, cuando llega algún joven peruano o
boliviano por aquí, pidiendo trabajo, lo primero que
hacemos es darle a leer nuestras obras. Yo les
recomiendo que se lean, incluso antes del manual de la
Radio, la novelita que escribí basándome en la vida de
Julio Porfirio Moreno, aquel colega colombiano que se
perdió a causa de sus amoríos con Hurí Gieseken, la
alemana embrujadora que hacía unas prácticas en
nuestra sesión. Ese muchacho fue un desastre, se perdió
para el periodismo por su fantasía enfermiza y su
erotomanía desaforada. Lo “defenestraron”.
No niego que puse mucho de mi propia experiencia
en ese escrito y si me volvieran a invitar a leer en la
Maison de l’Amérique Latine a lo mejor podría hacerles
pasar un buen rato.
Seguro que no me pondría nervioso como Julio
Porfirio pues ya soy veterano. Y si bien me tiño el bigote
creo conservar el alma juvenil. Un alma de espontáneo,
como dicen en la tauromaquia.
Sí, pues. Oigan lo que les cuento.
Para que nadie se vaya a mosquear en la oficina
inventé todos los nombres y escribí el asunto en tercera
persona.
Las noticias traían muy triste a uno de nuestros
colegas-poetas y para alegrarlo, viéndolo así casi de luto,

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picado por la mosca de “lo que está ocurriendo en este
mundo despiadado y guerrero”, una diosa, sin que nadie
se diera cuenta, había decidido ofrecérsele tomado
posesión del cuerpo de Hurí Gieseken, la colega del
servicio de información económica.
Ella quiso insuflarle aliento e impedirle desfallecer
en estos bellos días. ¡!! Debía aguantar ¡¡!! Por eso,
además de las noticias le hizo redactar algunos versos
sobre lo ocurrido durante el viaje que hicieron juntos a
Lima, cuando les tocó cubrir la matazón en la embajada
de Japón. Nunca nadie lo supo.
Hurí le había salvado de verdad la vida. El
agonizaba con la información de la bolsa de valores y los
atentados en Bagdad.
En la oficina, hay que reconocerlo, somos
periodistas de día y poetas de noche, la mayoría de
nosotros sueña aún con aventuras milagrosas o
hechiceras, no nos resignamos a perder ese pensamiento
mágico que, dicen, tiene su santuario en las selvas del
Amazonas.
El colega Bermejo dice que Julio Porfirio no es
poeta ni es nada, “sólo es un hazmerreír”,”un
intelectualoide”.
Cuando empezamos a leer los versos que nos inspiró
Hurí Gieseken, de quién Bermejo está enamorado
también, “tragado” sin remedio, como dicen en Bogotá,
se salió de la sala. En su rostro y en sus hombros caídos
se leían como unos versos agridulces

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Los riñones débiles, la moral usada, el yo gastado
El deseo y la fantasía en ebullición permanente
Qué mosca nos ha picado, qué juego tan malvado
Cómo gozar de mi tiempo, soy un ascua ardiente

Hurí Gieseken había regresado muy cambiada del


Perú.
Ve, y a esta ¿qué mosca le habrá picado?
Preguntaban las otras reporteras con envidia.
Ya sabíamos que preparaba su boda con el bello
Antoine, uno de los jefes de redacción de la Gran Noche.
Combinaba muy bien en su personaje la inteligencia con
cierta frivolidad o vacío. Parecía además muy engreída:
el indio Julio Porfirio, el pesado de Bermejo y yo le
habíamos dedicado poemas. Y sin embargo se iba a
casar con el francés.
Logré sonsacarle a Julio Porfirio y a Hurí algo de lo
ocurrido en Perú.
Trato de escribirlo como me lo contaron en aquella
velada en casa de Efer, donde se recitaron poemas, se
comió yuca con ceviche de camarones y se regó el vino.
“Después de que terminó la toma de la Embajada
de Japón nos fuimos a pasear a las selvas del Amazonas
sin saber nada de la Machaca, ese insecto cuya picada,
dicen, es mortal si uno no se aplica, en el acto,
frotándose, el sexo de alguien sobre el propio... Hurí sacó
un cuaderno y empezó a leer

Es más limpio chupar al hombre que ese pescado


Que guardamos entre los muslos, no soy paciente

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Con ese olor a hembra que te tiene alborotado
Para amarme debes ser bello y también buena gente

Algunas mujeres juegan con nosotros a ser monjas,


pensaba Bermejo.
Al comienzo Hurí Gieseken fingía ser muy tímida,
pero el deseo es un bicho invisible, una serpiente que se
desliza bajo los escritorios y puede picarles a ellas
también. A veces tenía algo vulgar en su manera de
hablar.
—Tengan cuidado muchachos, no seáis sólo
chupaculos. Buscad el amor, no somos perras muertas
para atraer sólo a los gallinazos. El sexo sin amor es la
muerte, no lo contrario. Ustedes son unos enfermos
Bermejo por supuesto se fue rápido, parecía celoso,
seguro ahora estaba bebiendo solo y comiendo maní
Chez Georges. Muerto de la envidia al sospechar que
Julio Porfirio no sólo escribía bien, sino que además se
había comido a Hurí en Lima. ¿Pueden imaginarse su
rabia? Va pues.
Una de las jóvenes periodistas escuchaba con
disimulo, sonriente, nuestra conversación de periodistas
de 50 años ¿Cómo se había enamorado la alemana tan
linda y tetona de aquel peruano huevo frito ?
Al salir de la oficina Bermejo, sacudiéndose la caspa
del stress, daba vueltas por la calle de Molière, la rue
Saint Honoré, mirando hacia la Comédie française. Una
tarde se había encontrado con Hurí. Ella lo abrazó por
fin ¡

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Acababa de cumplir la edad en que murieron
Molière y Balzac, enfermos de verdad, y seguro temía
que le pasara lo mismo, ya, volviéndose viejo en la
escena del día, pelo cayéndosele, sin fuerza en los
riñones, acaso se preguntaba ¿No hay algún peligro en hacerse
el muerto en vida?
Bermejo era el más loco y desesperado de nosotros
con aquellos deseos insatisfechos que lo estrangulaban, él
los llamaba “el genio encerrado en el botellón”.
También se definía como un poeta amenazado por el
periodismo. Era algo chismoso y mal hablado. En la
cafetería de la Radio empezó a contar lo que se
imaginan
Antoine arrugó el entrecejo cuando se enteró por
un chisme de lo ocurrido entre Julio Porfirio y la Hurí
tan hechicera, allá en Leticias, en la Amazonía
colombiana, dizque el Porfirio comenzó a quejarse de
que le había picado la Machaca.

No soy culipronta, pero unas veces me he prestado


He sido veneno y suero, me han hincado el diente
Dime quiénes son esos espíritus que te han pisoteado
Revoloteando sobre ti, Bermejo, te han dejado doliente

El trataba también de escribir sus versos como


todos en la oficina
Energías y espíritus, cosmos y caos, fuerzas del pasado
por el cielo vienen dispersas, vienen en vuelo diligente
Divina pareja que mi paso por la tierra no sea equivocado
La agonía de las sábanas es un motor muy potente

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En la cena donde Efer aquella noche Hurí elogió a
su marido, el bello Antoine, quien sólo arrugó el
entrecejo cuando supo que ella se dejó "comer el
chocho" por Julio Porfirio, alzándose de hombros...
Si aquello le había salvado la vida.
Lo único generoso de Bermejo fue cuando contó lo
ocurrido después de que Hurí hizo el milagro
aplicándole a Porfirio el deseado antídoto
—Mientras se vestían Hurí le hizo prometer a Julio
Porfirio que nunca más fingiría esa enfermedad ansiosa y
carnal, le hizo jurar que a partir de la curación se
consagraría, con el favor de las siete potencias y todos los
espíritus del cielo y de la tierra, a la contemplación del
misterio y a la poesía...

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Fuga del cementerio de iguanas


Fue mi tío Alfonso quien me retiró la espina
contándome el mito de la mamá iguana que se volvió
inmortal, más allá del pellejo, forma platónica "porque
existe ahora en el recuerdo, en esos dibujos suyos".
Le contesté que el mérito era de él, que me había
enseñado a observar, a cuidar la memoria, a jugar con
las añoranzas. En esos mutuos elogios estábamos cuando
oímos la voz de Elvira, aquella muchacha de ojos dulces
a la que le gustaba hablar sólo con refranes y dichos:
"alábense pollos que mañana los guisan".
Mi tío debía llegar a Salgar en uno de esos taxis
amarillos que ahora revolotean por las calles de
Barranquilla, desocupados, aplastando sin querer las
culebras "come muertos" que salen a veces de los
cementerios, como me lo contó un chofer en el último
viaje. Si no temiera caer en lugares comunes podría
contar muchas historias sobre esos taxistas teólogos,
capaces de sutiles comentarios religiosos como: "verga
arrecha no cree en Dios".
Mientras esperaba a mi tío di una vuelta por la
plaza de ese pueblo de pescadores, donde también viven
algunos artistas e intelectuales. Ya me imaginaba yo
también allí, a los 50 años, contemplando el mar cada

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mañana, viajando en pintorescos buses hacia la ciudad
para vender mis prosas, mis artículos, mis libros.
"Las mejores ideas le vienen a uno caminando", eso
dice mi amigo Federik. El sol es un dios padre indio bien
macho, masa de fuego convirtiéndome en sudor, pero
sabroso licuarse así caminando porque no perdía de vista
las rumorosas aguas allá a lo lejos, tendiéndome los
brazos de espuma.
Me pareció que un enviado de otro dios estaba
sentado en un clásico taburete a la sombra de un
frondoso árbol que hay allí, tal vez un almendro o
matarratón, al lado del cuartel de policía. Era un tipo
moreno, flaco, en bermudas. Adivinó en seguida que yo
era un forastero buscando una palabra, un asiento, un
reconfortante. Me ofreció el taburete y averiguó por lo
que necesitaba, acaso una mesa para comer pescado y
conversar con mi tío acerca de algunos asuntos de
familia, casi olvidados. Me habló de "Los pies en el
mar", el restaurante de su suegra, y cuando acepté su
propuesta se alejó algunos metros, cruzó la calle y se fue
bajo otro árbol, donde estaban unos amigos suyos. Allí
se quedó esperando, conversando con ellos un rato,
viéndome de reojo y pendiente de la llegada de los taxis.
De repente, la iguana !
En ese momento sufrí la metamorfosis. Tantos años
en Europa y ahora de nuevo, iguana. Nada que ver con
el sol del mediodía ni con los efectos de la hierba, el
problema es la adicción, me repetía el coro de ánimas
cuidanderas, te puedes ir tan lejos que después no sabrás
encontrar el camino hacia nosotras.

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Estaba allí pensando sin duda en todo ello, en mi
fácil idolatría, un tanto desconfiado de la amabilidad del
tipo, "paisano", "comerciante", que me había acogido
ofreciéndome el taburete y la buena mesa del
restaurante de su suegra, "Los pies en el mar". También
en mi tío, en su disposición a nutrir mi vocación literaria
enseñándome a cultivar la memoria, "las añoranzas" de
algunas épocas que de otra manera se irían al carajo, al
olvido, cuando de repente del árbol cayó, se tiró, una
iguana real, quieta en el piso quedó, muy alerta, muy
antigua, con su cresta orgullosa, verdimar, su cola fina y
dentada, sus arrugas, sus patas de batracio o quelonio.
Me he vuelto francés, saben, por eso las iguanas me
sorprenden, me alegran, representan para mí el monte
salvaje, la libertad, el campo, las selvas, de donde vienen
las máscaras y la fuerza de los alimentos. Así que me
puse a dibujarla, hacía tantos años no veía uno de estos
animales. Hice cuatro urgentes croquis, tratando de serle
fiel a su belleza, antes de que se fugara, pedazo del alma
natural latiendo frente a mí, veía su cuello moviéndose
con un vaivén de marea, soñando con los ojos bien
despepitados, viva y ya máscara de piedra.
En eso apareció un taxi en lo alto de la cuesta de
Salgar y olvidé la iguana. El tipo que me había ofrecido
el taburete corrió a recibirlo. Le abrió la puerta, como
hacen los porteros de los hoteles, y mi tío, un poco
sorprendido, con un mechón despeinado, bajó del taxi,
esbelto, bien vestido como un ingeniero en la ciudad,
discreto, solitario, mesurado, así es él.

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Nos fuimos al restaurante, una choza frente al mar,
no sin antes descalzarnos. El golpe de la espuma
aumentó la felicidad del encuentro, el agua batía
espumeante la lisa tierra negra, brillante, lavando
nuestros pies, desde la cresta de las olas, con su miel
verdosa, azul. Chorros de agua soleada entraban fuertes
y rítmicos por entre los endebles palos de la choza
mientras él me contaba los últimos días de su hermana,
mi mae, los suspiros recogidos, su voz de niña, la sangre,
el mudo asombro de lagarto de su cuñado, mi pae, al ver
esa luz desaparecer, oírla despidiéndose, volviéndose
recorderis.
Me miró en silencio, tal vez reconociendo que tuve
suerte al irme a París pocos meses antes y no presenciar
su agonía.
—Uno jamás se acostumbra a la belleza de este
pedazo de mar… crespo, rebelde, hasta lo prefiero al de
la bahía de Santa Marta, siempre quiero volver…a
sentir… ese asombro de la luz ¿Está bueno el pescaíto ?
dele muela, sobrino, seguro que allá en París el sabor…
Terminamos de comer. Cuántas historias nuestras
se llevó la brisa alegre, nada luctuosa, ese mediodía, en
aquella playa, los vivos y los amados difuntos
abrazándonos, sombras gigantescas en un baile cantado
de "no me olvides".
Volvimos caminando despacio hacia la esquina del
cuartelillo de policía para buscar un medio de transporte
hacia la ciudad.
Fue entonces cuando vimos al tipo que yo había
confundido con dios atravesando la carretera, orgulloso,

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llevando en una mano, agarrado por la cola, el cadáver
de la iguana.
—El muy diablo hijo de puta… mató la iguana…
—dijo mi tío.
El hombre nos arrojó al tanque de la basura. En ese
momento ambos estábamos con la espinosa cresta
abatida, como animales sin latidos, sin fábulas. Un metro
de longitud de selva derribada, y algo muy acongojante,
la papada sin fuelle.
El mismo tipo nos ayudó a buscar un taxi como si
de verdad fuera el señor dios y diablo, manda más de
Salgar, disponiendo de la vida ajena.
Volvimos a Barranquilla en silencio. No festejamos
el ateísmo sexual del taxista ni nada, callados.
Mi tío me llevó esa tarde a ver a otros parientes
perdidos de vista y seguimos con ellos hablando de la
vida y de la muerte, entrelazados todos en estas orillas
del tiempo, plenos y huecos, entrando y saliendo de lo
humano al reino de las iguanas, memoria y tierra
callada, palmeras, suspiros, abrazos, adioses, recuerdos.
Al dejarme horas después en una calle en
penumbras, frente a la universidad, mi tío me
recomendó aprovechar la brisa marina y respirar
profundo.

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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El pescado de Nathalie


Mi compadre Mario Fonseca me reveló, y ese fue el
mejor regalo de la Navidad, que su pasión secreta, el
cine, le ha permitido restaurar emociones que surgen
intactas del gran desperdicio de los días con sólo
encender el proyector en su taller de inventor casero.
Ahora, a los 68 años, ya retirado de la cervecería
donde quisieron gastarle su juventud con la contabilidad
y la joda, se dedica a editar las películas en super ocho
que filmó como loco cada vez que pudo escapar de las
fauces del Tiempo, ese monstruo que engorda, en la
nada o en el más allá, comiéndose las horas ajenas, las
nuestras.
He podido ver por fin, gracias a nuestros generosos
amigos Daceiro que nos regalaron un magnetoscopio, la
película “El sofá de Vicente”, uno de los cortometrajes
de Mario, donde aparece Nathalie, la vecina de Costa de
Marfil, mujer que despierta, en quienes se cruzan con
ella, una pasión que no cesa jamás. Ahí aparece radiante
en la película entrando a la casa de los Rivera con un
plato de comida en las manos. Esta costumbre de ofrecer
tiende a perderse en las ciudades, pero en los pueblos,
cuando usted cocina algo sabroso, un día de fiesta,
quiere compartirlo con los vecinos.

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Como “El sofá de Vicente” me gustó tanto trato de
imaginar, para compartirlo con ustedes, cómo fue que
Mario captó esa energía llamada Nathalie, musa sin
querer, querendona, de la cual yo me enamoré también.
Viendo ese cassette me sentí de nuevo un adolescente
que descubre de repente, la noche de Navidad, su
vocación: EL CINE

Aquella mañana me había levantado con espíritu


picassiano, la máscara del permanente deseo puesta de
nuevo, colgada en la pared con su rictus insatisfecho o
asombrado, como alguien que saborea una fruta
desconocida o prueba la ostra por primera vez en su
puta vida.
Había caído el rayo, la noche pasada, y el recuerdo
del pescado estaba muy vivo aún como para dejarlo
escapar, él que sólo había ido de pesca siendo un niño,
una o dos veces, provisto de una caña con un hilo de
nylon y un gusano enganchado en un alambre, a orillas
del río Manzanares, donde lo que si abundaba era el
camarón gris.
Ahora, vamos a ver, lo sorprendía la memoria, se
veía del otro lado de una pared de cristal de roca,
invisible, con el agua al cuello en una especie de acuario
gigante, algo fastidioso que te podía dejar frito, con sus
dientes de alfiler, su boca succionando el aire, sus aletas
de hombre rana imaginario llevándolo a flotar,
avanzando en el pasado, cómo era posible que no

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hubiese buceado más en esos años, era el colmo, siendo
nativo de una población situada a orillas del mar.
La historia que buscaba tejer, claro, se parecía a
una atarraya, el pescador no tiene más fortuna que esa
red, como dice la canción, pues con ella saca,
sacaríamos, la comida literal, el cuento que nos interesa
oír, la sublime historia intuida, érase una vez una vecina
que llegó desde tan lejos a mi casa, atravesando el
Sahara, con su porte de reina maga, bailarina con
mucho sabor, cocinaba idem, buena para criar niños y
cuidar de la vida, qué placer recibir vecinas tan
diferentes, en apariencia, vestida de rojo el cuerpo
entero, hasta los panties, alguna creencia flotante para
espantar el mal-de-ojo en ese día propicio marcado en el
calendario, el nuevo solsticio, la palabra sea dicha dos
veces al año en la dentada rueda del tiempo que regresa
con sus días nombrados llevándote a cambiar de
posición, a recoger lo sembrado, una nueva piel,
recordando el arte del malagueño ya citado, el saleroso
admirador de las señoritas de Aviñón, quien una noche
de verano, en Antibes, tras un baño de mar, al probar el
plátano maduro y el pescado ofrecido por la vecina
africana, amiga de Jacqueline, su mujer, que le había
dado ánimo cuando su niño sufrió un accidente, y quien
admiraba tanto como él su porte de gacela, su
sensibilidad, su boca besando el aire en la orgullosa
sonrisa, Picasso, imagínense, agarró el espinazo del
bicho que se había comido, preparó un bidón de arcilla,
un bloque de afecto, no quería olvidar jamás lo que
sintió, se puso a inventar una obra de arte con los restos

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de la cena, un plato de ensueño, un pescado
prehistórico, su vientre era la caverna de Lascaux, ese
peje antiguo que nadaba ahora en un museo de París
había salido de la ganga, lo había pescado en el río del
tiempo que todo se lo lleva, ahora lo entendía mejor, el
recuerdo hilaba a los vivos con los otros, en el acuario
del más allá, muchos artistas desaparecidos le daban su
comida literal, día a día, con esas rayas, con esas
fórmulas, con esos colores, si usted juega a tirar la red al
agua de lo transcurrido puede pescar, del lecho fugitivo,
donde usted acostumbra a soñar, numerosos alimentos
para su barroca despensa, y aprender la ofrenda, la
donación, ese coletazo de anguila en su mirada de
hembra, esa capacidad para escucharte, tú el mar y ella
la caracola rosada.
Llamé a Mario después de la Navidad para contarle
lo que sentí al ver “El sofá de Vicente”. El había logrado
abolir el tiempo, esa vagina dentada que a veces nos
persigue. Se echó a reír. Mientras existieran copias de
esa película Nathalie seguiría sonriente, esbelta, fresca,
generosa, compartiendo la comida que prepara, cuando
hay fiesta, con sus vecinas, insistiendo en que también
nosotros, los maridos, debíamos probarla.

(25 de diciembre 2003)

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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La suerte de Alguien


Ese domingo salimos del consulado después de
votar echando ojo en la rue de Berry a ver quiénes
parecían ser simpatizantes del Partido de las Avispados.
Se decía que en París había algunos familiares de
aquellos “matones electorales” que intentaban tejerse
una leyenda heroica nacional.
Una señora en un automóvil vendía empanadas
con picante.
La llegada de muchachas con caderas de múcura y
mochilas guajiras nos trasladó, nos creímos casi en
Colombiche, “paisalandia de palmeras y montañas,
suelos esmeralderos, playa, brisa y mar”.
Por efectos del Sol que brillaba cuando salimos a la
calle se nos subió la nostalgia por la lejana tierra nuestra.
De repente, de golpe, de una callada manera nos
sentimos esperanzados, gozando con la ternura de las
nenas, admirados porque no eran anoréxicas políticas y
ejercían el derecho al voto, veíamos ya a nuestro
candidato pasando a la segunda vuelta.
A causa de la diferencia horaria en París debíamos
velar hasta altas horas de la madrugada para saber, dijo
mi amiga escritora Rosa Helena en un mail, que “a
nuestro país le espera el abismo, una inminente
dictadura... ya se está hablando para cambiar de nuevo
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la Constitución y aprobar la reelección por tercera vez,
qué tal”.
Yo no sabía que nos íbamos a pelear por la política,
perdona mi amor.
Yo me había encontrado en el consulado con Julián
Gorrivier, el poeta y periodista bogotano, que esa tarde
aún miraba ilusionado y sonriente con sus ojos de
“buey” —amigo o cuate en la acepción mexicana—
aquella pequeña multitud colombiana con su algarabía
de aspecto democrático.
La suerte o la casualidad nos había hecho trabajar
juntos en la redacción del guión de la película “Mi
corazón al azar”.
Creo que fue entonces cuando tuvimos la visión de
nuestro personaje, por fin hallamos un desenlace que
convenía al guión de la película, (Jorge Alí estaba
terminando la pre-producción y el rodaje iba a
comenzar a fin de mes)
Fue una verdadera aparición, los dos creímos ver en
la acera de la rue de Berry a ese varón gigantesco con un
solo ojo a quien sus amigos llamaban “Alguien”, un
muchacho, un asilado político, estudiante de “sociología
de los desplazados y las fronteras”, coloso solidario,
asociativo, ecologista, tierno, despeinado, sonriente, lleno
de gracia --quedó para siempre con la piel erizada, los
pelos de punta y la carne de gallina, el pánico que sintió
al encontrarse con los dos matones electorales a veces le
venía en las pesadillas...
—Qué suerte... mira, mira, dijo Juliango, ahí está
Alguien, el cíclope colombiano, ha venido a votar, es un

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rey en nuestro país de enceguecidos... el hombre que se
las ingenió para no arrodillársele a la muerte, el único
que ha logrado darnos unas “instrucciones para no
estirar la pata”, en otros lugares dicen “desencarnarse”,
o “dejarse matar” ...¿recuerda? sucedió en una carretera
de las afueras de Florencia, Caquetá, mítica ciudad del
trapecio amazónico... él andaba en bicicleta por esa
carretera a las siete de la mañana, hasta ese día había
tenido buena suerte, era un hombre generoso, defensor
de los derechos humanos, y no un monstruo resentido
como sus perseguidores, la misteriosa mala-suerte a
veces se encarna en los cometierras, vecinos
descomedidos, políticos envidiosos, bestias desalmadas,
gente mala-ley del Partido de los Paracos de Avispas,
esos hombres se la velaron a este muchacho, eran dos
matones electorales en una motocicleta, le dieron
alcance para intentar borrarlo del mapa... el matón
principal se le acercó y sacó un revólver como
abriéndose la bragueta, se lo mostró amenazante ...
—Eres tú Fulano de Tal ¿verdad? te andábamos
buscando... arrodíllate que te vamos a matar... y el
muchacho que era aún normal, flaco con sus dos ojazos
bien abiertos, temblando, gagueando, les dijo ¿ma-
matar? ¿arrodillar? Pero, pero... qué he hecho por Dios,
yo lo que hago es defender a la gente, defender el medio
ambiente, las asociaciones populares... el matón lo
apuntó y él le agarró la mano desviando el revólver, la
bicicleta se cayó, empezó el forcejeo de vida o muerte, se
le echó encima,

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...me le eché encima al hombre que no había
podido armar el gatillo aún, contó, yo estaba atlético por
andar en bicicleta, el hombre del revólver trastabillaba
sintiendo que yo le estaba ganando, hey, hey, le dijo al
otro que lo esperaba con la moto encendida, vení, vení
ayúdame a matar a este HACHEPE, gritó, yo vi por el
rabillo del ojo que el matón auxiliar dejaba la moto y
curucuteaba en su mochila sacando un cuchillo de
carnicería, NOJODAA? nojoda, no, eche, así no, ay, eh,
así no, dije, saqué fuerzas mientras seguía forcejeando
con el primer matón, hey BAAS TA... PA ...paren... RA
oye ¡para que cuchillo si con una bala BASTAAbasta? les
grité, el hombre de la puñaleta no se esperaba la frase, se
quedó quieto, sorprendido, por eso no me la clavó, el
hombre del revólver aprovechó que yo había aflojado y
disparó contra mi rostro, puMUmm ¡! a siete
centímetros de la sien derecha el cañón, ahí fue la
explosión, el aire succionado en torno a mí, vi todo rojo,
sentí una quemadura o un cuerno de acero que me
entraba, me vine al suelo, la bala me entró por la sien
derecha, ahora la tengo aquí, en la mandíbula, ha
bajado, pero cuando me entró el hueso parietal la paró,
ya este hijuetantas se murió, dijo el matón, yo estaba
volqueto, ahí tirado desangrándome boquiabierto con
los ojos cerrados pero consciente, rrrrruunmnnmnnn,
rrrummm traque oí que se alejaban, todo fue quedando
en silencio, náuseas, la boca reseca, me estaba yendo,
desangrando, me desangré, qué tiempo había pasado, no
sé, sentía ese frío blanco en los pies del que habla García
Lorca, lo sentía subir por las rodillas, empecé a temblar,

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ahí tirado en la carretera me dije: “ve, estoy estirando la
pata” como dice la gente, eso me hizo sonreír para mis
adentros, alejé el dramatismo de la muerte, me arrastré
como pude hasta la bicicleta, yo siempre llevaba agua,
tomé un trago, ya no tenía fuerzas, me estaba ahogando
con mi propia sangre coagulada, me despejé un poco...
me quedé ahí a un lado de la carretera medio
muerto pienso tratando de sentarme, veía todo nublado,
de repente pasó un bus, la gente gritó al verme, pararon,
unos minutos después, qué casualidad pasó mi papá en
su carro, me recogieron, un amigo me abrazaba, me
acariciaba la cabeza, tranquilo, tranquilo, yo sentía
mucho frío, él me daba calor... perdí el ojo derecho, en el
hospital me iban a rematar, me sacaron de Colombia,
aquí sigue en París luchando por el movimiento
asociativo...

  

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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La mochila del alma


Ayer me encontré en el bar Chez Georges con el
poeta Agustín Calamar Moscote, compatriota de Puerto
Hormiga, casi no lo reconozco, quizás se había afeitado
el bigote, se veía raro, pero no, no era el bigote, no, era
que andaba sin su ya clásica mochila arhuaca colgada al
hombro.
Parecía amargado. Fumaba como loco y un fuerte
olor a vino brotaba de sus poros. Le regalé dos euros
para otra copa y entonces no pude dejar de oír lo que le
obsesionaba, lo que le amargaba la tarde: «  no nos
habían invitado a la Feria del Libro de Barcelona  », se
puso a perorar y despotricar, casi escupiendo su furia de
haber sido «  por-de-bajeado  », en el bar había varios
artistas nacionales y todos nos pusimos a opinar y hablar
y…
—una acción política sería dejar la mochila en casa,
la mochila arawac-kalamarí yo la adoro, la adoraba,
hasta le compuse un soneto (*) pero era que ya le estaba
diciendo, le decía «  adiós mochilita mía  », me vi
obligado a prescindir de ella, mi hermana Doris y mi
primo Vicente hicieron « una vaca » para regalarme una
mochilaza en mi último viaje relámpago a Santa Marta,
la tierra de nuestra madre, ni más ni menos, dizque

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ahora Reino de los Avispaos, tienen a todo el mundo
organizado con la intimidación armada,
—aquí el que menos corre, vuela —debemos hacer
de tripas corazón —perderemos hacha, calabaza y miel
—hay que tener buenas palancas, por si las
mosquibiris…
—hace un año me invitaron a Berlín a leer unos
poemas los de la embajada de Moscarulandia, el
presidente Moscón Berríos quiere organizar la cultura,
meternos en cintura, me dijeron, aunque es abogado y
viste de civil, estilo sepulturero elegante, es en realidad
un temible y solapado jefe militar y paramilitar, y desea
que hagamos una fiesta olímpica mundial con mochilas
arawac, y nos ha dado este lote de la cinta tricolor, los
tricornios, los mochilones y los motosierrones,
—ya voy Toño, ya no las usaré, no me
comprometeré mas, le dije, usted es antidemocrático, se
alzó de hombros y me borraron de la lista
—me dirá usted: —hable de las otras milicias y
ejércitos, de los Farcos y los Helenotamos, los de las
bombonas de gas y secuestros y cobradores de vacunas,
esa es la Revolución, «  Hoy por ti y mañana por mí  »,
« Da que te vienen dando », de todo eso que se ha oído
hablar, el comandante Hércules Gaton y la cautiva
muda Iolé Cetamour, futura presidenta, y de los Moscos
mochacabezas
—la guerra es sucia, nadie la puede lavar... sólo la paz,
sólo los muertos son capaces de obligarnos a envolver la
violencia en un ataúd de plomo, usted opine y opine : si
la coca no es colombiana: es inter/nasal, quien meta

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coca en el mundo que nojoda a los colombiches que
sacrifican sus familias y ellos mismos para procurárselas
—a cambio de un poco de «  mosca  » que nos alivie la
ansiedad de vivir como Publicidad Mandas
(vemos unas calaveras sedimentadas, enterradas,
dientes, conchas de moluscos, esqueletos de iguanas
intrusos, costillas huesos flotantes, cráneos y húmeros y
tibias, son cemento nacional; cimiento, entre la arenilla y
la grava y el cascajo y el betún más osarios, huesos, un
ñango, un coxis, un esternón)
—la mochila ya no la quiero usar, el otro día, no ve,
salió en el periódico una foto dizque un ex aliado un ex
amigo casi ex «  cuñado  » era en realidad tremendo
matón electoral, y trabajaba en el departamento
administrativo de asechansas, un mosquita muerta, uno
que cumple órdenes: «  bajarse a la pinta socióloga de
una », « darle tuki tuk a la leguleya », « ya es occiso el
cagatintas ese  », «  el fiambre ya nada perorata  », «  de
cúbito dorsal el babosón alcalducho », « me le botan los
sesos en el muladar  »... este hombre usaba mochila
arawac…
—se descubrió el pastel de Moscas ! el jefe de
nuestro coro fue durante su juventud el poeta
mercenario que redactaba los discursos de Moscón
Berríos, después no digan « no sabíamos », los del coro
griego de San Victorino también tuvimos invitaciones,
yo quise renunciar "al país positivo", pero antes leí los
poemas en Berlín, me pagaron seiscientos dólares, nunca
más sería de la comitiva, nunca más aceptaría otra
invitación, otro rectorado, era hora de reconocer que a

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cambio de subvenciones habíamos aceptado que nuestro
grupo fuese instrumento de propaganda de la Segunda
Mandatura Presidencial, nos convertimos en propiedad
del Gobierno con fines políticos, nos invitaron a pasear
por el extranjero, « por unas empanadas », dijo Libia, la
violinista jamás había aceptado una invitación a Palacio,
« zafe, zafe », por un pasaje y un hotelucho y unos tragos
amargos, nojoda más Agustín, no acepte nunca más no
beba d’esa agua, y si lo hace más nunca probará mi
mazorca, no lo besaré ni determinaré,
—trataré, le dije, el Moscón se ha tomado la
política externa, la Kultura, vamos, abandona Dada,
abandona la Mosca y tus pretensiones a cónsul o
agregado kultural, dirán que estoy loco o que digo como
las zorras "las uvas están verdes", sí, pues...
—termino en estos días de leer la «  María  » de
Jorge Isaacs, no todo es triste en el exiliado, no todos los
alemanes fueron nazis, no todos los colombianos asesi-
nados, en ese viaje a la Sierra Nevada Arwaca, de donde
es oriunda una parte de mi ancestral familia, compré un
libro de un ex alemán sabio, retirado en Santa Marta,
Reichel-Dolmatoff, un libro sobre los vestigios
arqueológicos de Monzú, un sitio arqueológico cerca de
la población de los Kalamaríes, me alegró saber que
tenemos lazos con la prehistoria, NO NOS HAN
PODIDO ACABAR, allí estamos ya tres mil años antes
de la época del hijo de María y el Carpintero, venimos
de ese foco de la cultura selvática de la Costa Caribe que
"irradió hacia el Norte y el Sur, dando origen a las
grandes civilizaciones de Mesoamérica y de los Andes

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centrales... (especular) quedándose ellas privadas de su
ingenio dinámico y creador, los desarrollos culturales se
truncaron, las futuras generaciones de arqueólogos
sabrán descifrar las causas y consecuencias de la lenta
decadencia... de esa tradición, la mochila ..."

Bajo las faldas de la Sierra Nevada


Con olor a lana y hierba de los riscos
a moras silvestres y sopa de mariscos
viene tejida a la memoria conservada
con espinas de cactus hilvanada,
flores azules del mar en asteriscos,
y chorros de aires levantiscos
esta mochila en mi hombro trenzada
en hilos verdes, negros y solares
por totémicos artistas ignotos
cargando mis papeles, libros y llaves
en su vientre hilado de pensares ;
su cosmogonía de tiempos remotos
me confiere el orgullo de las aves...

* Mochila arawac
* Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Los amantes de Juan Mina


Un mediodía pasé con mi tio Efraim, el escritor,
frente al teatro Amira de la Rosa y vimos a unos obreros
instalando en el prado, junto al parqueadero, el zócalo
para una curiosa escultura de mármol; la obra atraía la
mirada, representaba a un hombre escribiendo en
máquina y a una mujer culebra enroscándosele. Yo tenía
siete años y jamás pude olvidar lo que me conto mi tío
sobre esa pareja enredada con zipote animal.
—Figurate mijo... bueno ahora me gustaría imitar
la solemnidad de mi tio fraim, como quien dice el punto
de vista omnisciente, mezcla de oralidad y deseos de
picar la curiosidad del oyente, el lector, que puede
decirse, "ya yo no soy un pelao para creer esas vainas",
si, pero y la escultura qué...esos fueron unos amantes
ILEGALES, yo no soy catolico mijo, pero bueno, SI
ELLA SE IBA A CASAR con otro AL DIA
SIGUIENTE NOJODA... ésto sólo podrá publicarse
cuando haya pasado un siglo, vamos, cuente cosas así,
imaginar cómo hacía el amor Amira de la Rosa, cómo
tiraban el poeta Fausto Noriega y la bella Margot
Guardiola, y cómo era Emily Dickinson acostada en la
pradera, dándose vela, cómo se contorsionaba desnuda,
cuente cuente chismes metafísicos como si ya estuviese
to'dormido, olvidado de la muerte, el recorrido
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comienza por el teatro bautizado con el nombre de la
autora de Marsolaire, si por el Amira de la Rosa, paran
un taxi, taxi ! eyy ! me inclino e interrogo al taxista por
la ventanilla, antes de subirnos, al estilo Sigfrido Jeusen,
el pianista austriaco de gran elegancia hasta para eso
—ey llaveria ven aca ¿por cuánto nos lleva a
Salgar ?
—a Salgar ? vamos a hacerles ese mandado por
doce mil barritas

Esa sería la versión romántica de la historia, porque


la verdad nadie la sabrá, se cree que fueron a un motel
de Juan Mina con espejos en el techo, se iban a comer,
imagínense, podía ocurrirles algo malo, sexo ilegal, igual
a lo que le pasó a esa pareja adúltera, cachona, están
locos, salió en el periódico, fueron allá a Juan Mina por
la carretera de los locos a echarse un buen polvo, la
pelada la muchacha, Margot, se casara mañana 7 de
diciembre pa'manecer 8, tremenda fiesta que va ver,
habrá comida para todos los animales, ella iba escondida
en el automóvil, agachada, no quería que la viesen, qué
tal, debía casarse al día siguiente con su novio legítimo
pero deseaba darle un ultimo apachuche a su ex amante,
el hombre que más quiso en su vida, no fue para ella, él
era muy libre, un prófugo, como un periodista que vivía
lejos, en París, creo, Fausto se llamaba... él no creía en
agueros, dizque era ateo y nada supersticioso... vamos a
ver...
—si esta fuese una obra dramática sobre "la suerte"
el coro diría la culebra bajo la cama es el pellejo de la

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culpa, con su veneno de envidia y sus colmillos bobos...
mientras ellos se amaban ya la culebra estaba ahí todo el
mundo queriendo verlos desnudos, así fue, mala suerte,
nada que ver, es la mentalidad de la gente qué fue lo que
pasó los amantes hicieron el amor y luego el muchacho
se fue al baño a mear, qué sabroso orinar, cierto, ella
nunca había visto a un hombre orinar, eran como las seis
de la tarde del viernes qué alegre estaba el muchachón,
qué chorro tan fuerte el suyo estaba regando la losa y él
iba a cantar ya, a tararear, pero de pronto oyó los gritos
de su amada en la alcoba, salió corriendo aún con el
sexo en la mano, qué susto dios mío, qué horror, una
culebra estaba ahí enredada, trepada sobre ella, cipote
animal con su único brazo musculoso y anillado, negro
jaspeado de verde y amarillo, el vergajo rey serpiente
con sus ojos de alfileres sangrientos, su lengua viperina
besaba esos labios carnosos donde antes él había gozado,
esa animaleja como que había estado bajo la cama
escondida durmiendo antes de que ellos llegaran, ese
crótalo! el vaivén de la cama la despertó, la puso en celo,
se deslizó por las baldosas cuando el vaivén arriba paró y
los resortes del colchón dejaron de gemir, o era ella la
que gemía, qué escandalosa soy, dime algo muchacho, te
siento todo adentro, él se levantó rápido de la cama con
su cosa aún paradita se desprendió de la muchacha,
quédate un momento así, espera, no te muevas, él no le
hizo caso y se fue al baño a buscar papel higiénico o a
orinar, quién sabe, y la culebra seguro atraída por el olor
a sexo, me siento culpable, la culebra se había subido al
lecho y estaba enroscada en torno al cuerpo de ella

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picándola en un muslo o quién sabe en una teta, no la
pudieron salvar, lo leímos en el diario, porquería, en un
poema, mito, mito...

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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El Caimanteón de Bahía Honda


Golero se eleva al cielo,
se levanta en son de guerra
Luego desciende a la tierra
Pa’ comerse el caimanero...
Clímaco Sarmiento

En una época quise ser académico, pero ahora me


gano para el arroz y el pescao escribiendo las leyendas
de nuestra fundación. Mezclaré mis amoríos con algunos
sucesos terribles, si me permiten.
Mejor será siempre contar mitos que echar
discursos.
Julie es una bailarina que aún no ha cumplido las
18 primaveras, y sin embargo el otro día en un jardín,
mientras danzábamos, sentí que me aliviaba, con sus
gestos coreográficos, su risa y la frase que casi cantó
—« mamita, mamita, me come el caimán » —quitándome de
encima para siempre el fardo de ese cuero que cargo a
cuestas desde hace tantos siglos.
Al recordar, esta mañana, quise guiarme por la
suerte para reconstruir el caimanteón de Bahía Honda,
frescos, no en un diseño de ánfora griega sino de múcura
barranquillera, me imagino ser el ancestro...
me veía, me veo con mis garras de fauno, o
pezuñas, mi barba de chivo, mi cola con cresta y
escamas, peludo, bicho correoso, detrás de esta bailarina
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de pies descalzos con su cabellera pelirroja al viento y sus
níveos hombros pecosos que parece huir de mí,
expresando al mismo tiempo en su mirada una
comprensión infinita hacia nuestro pasado, « nunca más
vuelva a suceder  », la feroz animalidad, cantándola,
asumiéndola.
(La bestialidad mortífera amenaza a la humana
condición, pero siguiendo a Spinoza mejor meditaré
aquí sobre la vida, buscando examinar lo ocurrido antes
de que nuestra nación llegara a la « edad de la razón »,
ejercicio que puede revelarse difícil ya que a veces hay
« razones » no muy claras ni explicadas en la Historia de
la colonización de territorios, o no asumidas)
Ahora la bestialidad asesina había quedado atrás,
le dimos vuelta a nuestra historia como un guante,
ojAlá, ahora formábamos parte del folclor, Gerardo
Otero proyectó una vespertina de comienzos del verano
(boreal) sobre una pantalla inflable, en el Jardin de
Gentilly, su película « La noche de la transfiguración »,
donde mostraba casi de manera documental cómo nos
fuimos alejando de esa antigua y horrible noche de los
comienzos,
cuando Julie y yo nos encontramos en el monte,
en efecto estuve devorándola, dejándola con
mutilaciones atroces, ay benditos, las órbitas vacías, los
dientes arrancados, la lengua, las encías y las orejas
vaciadas, el sexo cortado, llagas, navajazos, tajos
profundos con un puñal en todo el cuerpo, y
quemaduras… (Esto lo saqué de una carta de mi

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tatarabuelo escrita desde las mazmorras de Bahía
Honda, Guajira, en 1815)
Nuestra nación, «  Las casas de Bahía Honda  »,
surgió de la «  Nada  », la fundamos siguiendo las
instrucciones del general y emperador Julio Simón
Golero Barronegro, alias «  Choplomo  », quien como
consta en la estela de mármol del monumento a los
Muertos frente a la playa pidió « fundar una república central
cuya capital sea una nueva ciudad que con el nombre de Las Casas,
en honor de este héroe de la filantropía, se alce entre los confines de
ambos países, en el soberbio puerto de Bahiahonda. Los salvajes
que la habitan, dirigidos al parecer por una mujer, la cacica Iulia
Epiayu, serían civilizados y nuestras posesiones se aumentarían con
la adquisición de la Guajira... »
Fue un forastero, el historiador martiniqueño
Cristian Panika, autor además de una tesis publicada en
la colección “estudios antiguos”, con lechuza y todo, de
Bellas Letras, llamada « Saul Barronegro, el rey-caimán,
Imaginario colonizador, representaciones de lo humano
y de la animalidad en Las Casas antiguas », quien mejor
resumió la historia de los fundadores de nuestra
autoctonía, los que de verdad sufrieron en carne propia
atroces contracciones para dar a luz este próspero país
cuyo folclor sublimiza y exorciza, diríamos, aquel
período bien hediondo de nuestra Historia.
Los hombres-caimanes, señala Panika, una secta de
asesinos antaño dirigida por el ex emperador Golero, se
multiplicaron a orillas del río Magdalena y de su afluente
el Mohandú, según le contaron los más viejos aldeanos y
pescadores, aterrorizados aún por sus recuerdos.

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Varias decenas de personas eran ejecutadas cada
año, y algunos observadores estimaron que la frecuencia
de los crímenes aumentó con la liquidación del Estado
que se produjo tras los amotinamientos militares de
1696-97.
El último crimen atribuido a los « Fatefa » (hombre
que se metamorfosea, en lengua langbassí) fue el de una
joven bailarina franco-colombiana, Julie Paradis, quien
había salido sola hacia Barrancas, una región en los
confines de la Guajira, para tratar de estudiar una
danzas de la gente que vive por allá.
Las razones de los crímenes pueden ser varias:
robos, tráfico de droga y perlas, esmeraldas, celos,
contrabando de gasolina, querellas nacionalistas o
territoriales, extirpación de órganos para trasplantes y
otros sortilegios, o para quitarles la tierra a la gente, el
rancho, o por pura maldad.
La marca de los hombres-caimanes es típica. Los
cadáveres aparecían con las órbitas vacías… Hasta los
familiares de Julie tuvieron miedo de ir a rescatar su
cuerpo, tan espantoso había quedado.
La técnica de cacería de los hombres-caimanes era
particular ya que parecían atrapar a sus víctimas siempre
en el agua, cuando la gente se bañaba, o iban de pesca o
viajaban en piragua.
Esta secta tuvo sus orígenes en la época de la
colonización. Sus miembros eran iniciados durante
cierto tiempo, con ritos secretos. Se bañaban en las
ciénagas, jagüeyes y pantanos con los verdaderos
caimanes y aprendían a disfrazarse como ellos, a

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mimetizarse, a tomar su apariencia o la de un tronco de
plátano. No fue fácil erradicarlos, y se dice que a veces
reaparecen en el Este del país, trayendo de golpe una
hedentina, aires luctuosos y oscuros, viciados, como
época de peste o guerra antigua.
Quizás Julie imaginó algo del turbio pasado
compartido al verme bailar, habían pasado los siglos y yo
tarareaba « se va el caimán, se va el caimán, se va para
Barranquilla » ¿era pura coincidencia que ella llevara el
nombre de la bailarina desaparecida y yo el de Saúl
Montnoir, casi como los personajes de la leyenda
original, en Plato, Magdalena?
Para escándalo de nuestras familias nos
enamoramos, ella no tenía miedo de mí. Pocas semanas
después, qué casualidad, me ofrecieron un puesto de
cronista en el diario de Bahía Honda y nos vinimos acá,
donde ahora trato de escribir, descansando mis sesos
calientes en la contemplación del mar. Ayer cumplí los
55.
(—Qué historia triste, había dicho mi suegra al
despedirnos en el aeropuerto  de Barranquilla donde
abordamos la avioneta: un viejo caimán de 55 años se
lleva a Julie Tomasa, mi muchacha, que aún no cumple
los 18 (sollozos, ay mamita)… pero qué le vamos a hacer,
ella ya es mayor… (bajó la voz y en un susurro furioso
me rompió casi el tímpano), usted me la embrujó…
pendejo, lo que busca es una enfermera para sus años de
chochez… pero eso sí, prepare esa frente para lucir unos
zipotes cachos así… pendejo…sio minotauro …)
Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Una raya en el cielo


Rosalía y el joven del “bigotito”, qué buena pareja
harían, se miraron, se determinaron a la salida de una
función en el cine Rex, en el centro histórico de
Barranquilla; ese día dieron en matinée “La novia del
pirata”.
El y todos vieron su falda blanca almidonada, sus
piernas bien prietas, sus sandalias, sus hombros de
chocolate y los conos de sus pechos tensando el azul
celeste del corpiño. Estaba con Julia, su mejor amiga en
el bachillerato, se codearon al ver al moreno con los ojos
clavados en ellas, llamaban la atención por el contraste,
una bien mulata y la otra rubia, de pelo color mazorca,
aunque usaban candongas salmones parecidas y se reían
sin pena mostrando sus dientes de coco.
Roger, así se llamaba el joven, le dijo al otro, Joaco,
oiga mi socio, mire qué mangos, sí, fruta bomba oís, y
nos están dando fuego, el amigo era caleño, se le oía en
el acento.
La romería de los cinéfilos se alejó comentando la
película francesa y empezaron a bajar por la Carrera 45,
rumbo al Paseo Bolívar. —« El son es lo más sublime para el
alma divertir »
Oyeron la canción, se rieron felices, se escuchaba
fuerte un picó, era época de pre-carnestolendas, y los
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sábados por la tarde los empleados del Puerto hacían
verbenas en plena calle, abiertas a todos, era fácil gozar
—¿Bailamos?
Se abrazaron sin temores en medio de la
muchedumbre, hacía quince minutos no se conocían y
ahora ya movían al compás sus cuerpos enlazados.
—Tienes un aire a Celia Cruz, se ve que te gusta el
sol y bañarte en el mar... con más vitamina que una
toronja dulce ¿eres cantante, o bailarina?
—Sí, qué comes que adivinas, estoy en primer año
de música en el conservatorio... me gustan los pelaos
como tú que saben parpadear... y piropear...
—Por tus lindos ojos, morena, sí, marrones, cálidos,
gatunos ¿eres samaria?
—Oye, brujildo, adivinaste... nací en Mamatoco
Daban vueltas y vueltas, movían abrazados sus
rítmicas caderas. Se besaron
“Vibración de cocuyos que con su luz
bordan de lentejuelas la oscuridad...
noche, tropical, lánguida y sensual...”
—Mi abuela Caridad, mamaíta, dice que los
bigotes de los muchachos crecen con la saliva de
nuestros besos.
Giraron abrazados otra vez, las frentes pegadas con
el tierno sudor. Las hileras de focos de colores entre las
palmeras se movían con la brisa de enero; de repente, al
final de una canción, en una pausa, el silencio de la
noche criolla se levantó amenazante, creció, se abrió
paso, y las diez campanadas de San Nicolás comenzaron
a sonar, tan, tan, tan

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—Julia, Julia ¿dónde estás? Son las diez, mi viejo
me va a matar... —su amiga se le había perdido, las dos
copas de ron que se tomaron hicieron su efecto, los besos
de Roger la tenían trastornada, lo besó de nuevo, las
palmeras se inclinaban suplicantes con la brisa, pedían
que jamás acabara esa noche
Roger la vio palidecer de repente, Rosalía se asustó,
se tapó la cara, había visto en medio de la muchedumbre
de bailadores a un hombre canoso parecido a su papá,
“dios mío, mamaíta, es mi papá!” —“Ay Roger es mi
papá, si me ve, mi papá me mata ¡!”
El hombre canoso, con los ojos entrecerrados,
canturreaba “noche, tropical”, bailaba con una
muchacha caderona, por algo le decían el Siete Mujeres
a su padre, eso lo sabría después.
—“Mi papaíto tiene la manía de alejarme los
novios sin parar, cree que soy una niña y hace un mes
cumplí los diecisiete...”
Rosalía no podría olvidar jamás esa noche.
Vio que el aire arrancaba del cabeza de congo de
su padre un mechón de canas, parecía rejuvencido, de
repente él abrió los ojos, la vio, ¿me vio? sí, sí ¿mija?!! la
distinguió, pero la moviente y compacta muchedumbre
dando vueltas y haciendo farandolas los ocultó, les cerró
el pasó, “Roger, llévame de aquí, rápido”, él la jaló de la
mano, salieron corriendo... corrieron por la Calle
Caldas, el letrero iluminado fue una invitación, Pensión
“Parque Almendra”, allí se amaron sin descanso durante
dos horas.

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Tras el amor él la acompañó en un taxi a su casa en
el barrio San José. Su padre no había llegado aún, su
abuelita parecía que la esperaba detrás de la puerta,
abrió corriendo, “—entra rápido, rápido mami, estaba
rezando, mijita, para que llegaras antes que tu pae, hace
poco llamó y preguntó por ti, le dije que estabas
durmiendo ya”.
En su cuarto, Rosalía abrió una gaveta con la llave que
tenía colgada al cuello, sacó un cuaderno y escribió: “ya
no soy la virgen de Regla, ahora soy Yemayá,

Barranquilla, 21 de enero de 1969

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Erotes


Un sábado me invitan a una casa, la mujer es una
bella actriz y escultora aindiada, peruana o colombiana
de cabellos negros; el marido es un cabecicuadrado, un
rico psiquiatra francés de ojos verdes “color detergente”,
qué horrible decirlo, pero así lo oí describir a un
periodista.
—Sexo, droga y mitologías de la guerra y la paz es
lo que domina entre ustedes, los artistas colombianos
—diagnosticó esa noche el psiquiatra.
Somos esa noche varios artistas en el círculo de
comensales, ahí estaba el pintor Saturnino ya alucinado
con la idea de su finca “Volver”, un homenaje al tango y
a Neruda, el del amargo útero de la tierra, vivir allá
como un chamán retirado, acostado en la arena,
regodeándose en sus visiones, en esa finca lejana,
remota, inalcanzable para los vivientes, un poco como el
Pénjamo de la ranchera que tanto le gusta escuchar; sin
embargo esa noche aún es fuerte como un Prometeo
bronceado, ebrio como un estudiante de medicina que
hubiese descubierto en el hígado la sede del alma. Esa
noche la cocaína circulaba en secreto, como en casi
todos los talleres de los pintores, muchos artistas
amanecíamos arreglando a Colombia y el mundo

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mambeando ese anestésico y estimulante ponderado por
Freud un siglo atrás.
En una pausa de la opípara cena, el vino coloreaba
ya nuestras narices y mejillas, voy a la sala de
comodidades de aquella mansión parisiense. En ese
entonces ando curándome del “erotes”, una muy
antigua afección de literatos, una melancolía causada
por el exceso de morbo o deseo para cuya sanación se
recomienda, qué tal, vino, baños, espectáculos,
representaciones, músicas y cosas alegres que separen
nuestro entendimiento de este trauma profundo.
Al lado del lavamanos había un canasto repleto de
la ropa sucia íntima de Idalia, saqué dos o tres “cucos”
con manchas en el fondo, eran breves triángulos de seda
y encaje azafrán o esmeralda, me las robaré ya bastante
prendido con la intención de componer mañana
domingo en la soledad de mi taller —para combatir “La
Nada”— algún soneto o elegía a las prendas sensuales de
nuestras indias, los guayucos que cubren el origen del
universo.
Idalia resultó ser guajira, por eso me parece que su
nombre en realidad es Irama, “venado” en lengua
wayunaiki; pero en nosotros predomina tanto el modelo
de la mitología griega que hasta Michel Perrin en su
viaje a la Guajira califica de “Eurídice wayuu” ese mito
de la india muerta que vio sufrir allá en Jepira tanto a su
viudo marido que se reencarnó de nuevo para venir a
buscarlo a la tierra de los vivientes.

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Años después...

Ahora estamos en la habitación 1002 del hotel


Tequendama, me han invitado a la feria del libro de
Bogotá, estamos ahí oliendo de nuevo el soplete de la
cocaína, huele a gasolina, a sudor, a sobaco, a selva
asfixiada, cubierta de plástico, calentándonos el pecho y
la imaginación, me cuenta que se disgustó mucho
porque Saturnino, antes de que lo flechara el Wanulu se
le declaró a su hija, se la quería mambear también como
a ella, pero no estaba ni tibio, ella me ve flaco como él
cuando estaba preso allá en Jepira, con deseos de volver
a París. Veo los encajes de su corpiño y recuerdo
aquellos años en que la deseaba con ardor en las
cenáculos parisienses...—La coca doméstica, la que se
consume en Colombia, es menos rosada que la que
conseguíamos allá en París ¿recuerdas?— Será que le
echan menos sangre... la buena, como el café, la
reservan para la exportación.... —mmh no sabía que
ahora la mezclaban con sangre... sus efectos son más
miedosos... —sí, cuesta mucho sacarla del País... se
deben sacrificar por lo menos dos indios por cada
tonelada, para que el almendruco rinda y funcione, es ya
una superstición— así es, así lo descubrieron los 39
Centauros en Bahía Portete ...
Al amanecer intentamos dormir, teníamos
demasiadas pilas. Ella me abrazó en la cama, deseaba
transmitirme su calor solar, almacenado en el Cabo de la
Vela.

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La droga impide soñar. Michel dice que no es lo
mismo el uso ritual de las hojas de coca entre los indios.
Sin embargo esta madrugada soñé que estaba en la Alta
Guajira, viendo las túnicas al viento de Irama, la
palabrera, me cuenta la historia de dos hermanos, yo soy
uno de ellos, el yoluja, el desaparecido, Saturnino
Epiayu, un pintor, el hermano menor del cacique
Wanulu, el capo de Bahía Portete, un indio de camión,
contrabandista de gasolina, aliado de los 39 Centauros.
El manda que me sacrifiquen cuando cese la noche para
poder sacar la tonelada de este martes rumbo al puerto
de Roterdam, ya nos veo crecer trenzados en la
mitología, somos Caín y Abel, Rómulo y Remo, el
pasado y el futuro de la humanidad, cada una de las
palabras de Irama es el ladrillo de una fortaleza, es un
edificio de letras tan grande como el periódico Le Monde,
me acerco a descifrar mi cuento, la meditación sobre la
vida es lo único que cuenta, celebrar ésto, los militares
sirven para tapar los huecos de las calles, reparar las
goteras de la escuela, si o qué, no olvidar lo del cabaret
de la vida, no hablar tanto del cementerio aunque los
muertos nos piden con sus gritos silenciosos que no los
olvidemos, es lo que hago al despertarme, pintar, juntar
estos pedazos de arcilla, la bella múcura se había roto, le
cuento a Michel mi sueño y él me lo explica diciéndome
que si en algunas épocas el pensamiento mítico guajiro
supo integrar con habilidad elementos nuevos, ahora ha
estallado al chocar con un mundo sometido a violentos
cambios, dejándonos mitos “dolorosamente grotescos o
de una nostalgia desesperada”.
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La flor del achiote

Mohana, Mohana, espíritu del agua, espíritu burlón


Totó la Momposina

Para Moncho Molinares



Y danos Mohana el bollo de maíz tierno de cada día… así
se reza aquí en Puerto Caimán, en las playas de Nueva
Andalucía, donde me he casado con una deidad
femenina, no te pongas celoso mi Jesús, mi chamán y
taumaturgo, Jechú, pero la sotana hedía mucho, papaíto,
no es por hacerme el interesante, ella y yo nos
« cazamos », Irene Zambá es hija de la tal Mohana, son
como una secta de atletas llamadas Amansaguapos,
ademas preparan unos tamales del carajo, por eso fue
que nos « cazamos », lo escribo con «zeta », es la época
que así lo quiere, una época de cacería, a la niña Zambá
se le nota desde lejos que está tragada por el caníbal
rosado y barbado entrecano en que me voy convirtiendo,
vestido de gris y negro, con espejuelos de pirata,
dormitando a la sombra en la hamaca frente al mar,
bajo el redondel en palma de iraca llamado por estos
indios « maloka »…
Si parece que Irene Zambá sostuviese la cabeza de
tigrillo de mi padre gigante como Samsón el Vasco
cercenada en sus manos, es una máscara de papier-
maché, ellos posan para el pintor Franchis Barriobajo,
ese lienzo lo pueden ver en Lisboa si tienen la suerte de
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ir allá al museo de Arte Antiga, lo exhiben muy cerca de
la sala donde se encuentra el Jardín de las Delicias,  de
Jeronimus Bosco, el ambiente es parecido al de estos
playones, visiones de puercos saínos vestidos con sotanas
comiéndose el maíz de la indiada.
El pintor Barrioabajo, quizás por ser también
producto del «  zambaje  », como dice el historiador del
folclor Abate Morales sobre ese ritmo de moda en los
salones de Cartagena, el dichoso « Cumbé », exagera mi
pinta de Hércules y conquistador vasco en ese lienzo, se
me notan las 40 primaveras sancochadas, sonrío
satisfecho y sudoroso, abrazando no sin ternura a Irene
Zambá, la pieza cazada, ella parece una india de 14
años, su piel color panela, o clavo de olor, su sonrisa, la
manera como sostiene la máscara, mi cabeza amarilla,
peluda, la melena del tigrillo cazado bajo un higuerón,
impresionan.
Los cronistas hacen su oficio, mientras escribo el
tiempo secreta una baba de caracol, en estas tierras, hay
mucho tiempo libre, las horas se me van pero no me
hacen falta, viendo este mar color panza de iguana. Las
arepas de maíz me traen conceptos: «  la roza de la
demora », es el devenir, tiempos nuevos, palabras nunca
oídas, «  camarico  », «  milpas  », voy averiguando datos
sobre guerras pasadas, de las que nos amenazan mejor
no pre-ocuparnos.
Fray Jordi entiende ya bastante lengua Makaná
gracias a Irene Zambá, él va apuntando lo que ella le
dice, hoy aprendí que esa planta venerada, dibujada en

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las cuevas de los murciélagos, se llama «  milpa  » y
también « maís ».
El olor del monte quemándose en la roza que
preparan nuestros protegidos los indios malamberos
para la nueva siembra sube hasta la maloca y se enreda
con los recuerdos del pasado mes de diciembre ; aquí en
Puerto Caimán me hallo refugiado desde que me vine
huyendo de Cipacua de las hermosas, arrasada e
incendiada por un contingente de indios chimilas
flechadores, sus cuerpos pintados con achiote cayeron
como plaga de Egipto sobre nosotros, yo pude escapar…
los muertos fuimos más de 30, mucha gente perdimos en
esa tormenta de saliva envenenada que nos trajeron las
saetas chimilas; algunos fuimos derribados con un
batazo de makana en el cuello.
Hormigas ají molíos florecen en nuestras narices y
galillos, nos clavan sus espinas de cardones en las venas.
Ahora puedo escribir estos cuentos hechizos,
arrullado por las olas del mar, aquí en Puerto Caimán
donde reina la calma regeneradora de los santuarios,
sitios cargados de magias antiguas con rocas totémicas y
tumbas.
Se come sabroso, mucha mojarra y yuca, las
vespertinas son agradables con tamborileros y flautistas
en el malecón.
Apenas sale el sol del horizonte con sus rayos
salmones o color pepa de mango Irene Zambá viene a
buscarme, son las cinco de la mañana y tras
zambullirnos en el agua vamos al mercado a comer

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huevas de urel; ella bebe un jugo de caña, lo veo correr
por sus senos.
Me mira, entrega sus pupilas de ónix en un suave
pestañear de aceptación. Volvemos a la maloka; así
desnudos, en cuatro patas, somos lagartos y musarañas,
abrazados así parecemos los petroglifos de las rocas
pintadas de Tubará, renacuajos, nuestra historia antigua
a las cuatro brisas, descendientes de esos hombres y
mujeres enfrentados, un ejército de almas perdidas
volviéndose esqueletos pegados a la tierra, flores de
mancatigre, cuerpos disolviéndose en los huecos de la
cangrejera.
Eso fue por los tiempos de aquella guerrilla que
hizo temblar las ceibas centenarias de Flores de María y
arrancó de cuajo a muchos hermanos, acorralados por el
fuego de las bandas de colonizadores avispos, nos dieron
caza con sus chopos y truenos, como jabalíes y
mochuelos muchos intentamos escapar de ese olvido
saltando sobre la candela y el humo asfixiantes.
En Puerto Caimán, damos fe, llaman al vasco y a la
Zambá «  la pareja civilizadora  », en el pueblo reina
ahora la tranquilidad, son los directores de nuestra
escuela de danzas, con ellos preparamos para los
carnavales «  El baile de los gallinazos  », todos en el
mundo agradecen a estos avechuchos que se coman lo
podrido, ellos le meten diente sin asco a cualquier cuero
agusanado, por eso los poetas no dejan de mencionarlos
en sus canciones, nuestro baile cantado lleva los
compases de músicas como Palo Mayimbe, Golero
Emparamado y Tío Caimán.
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El último tabaco de Italo

El día en que su abuela se fumó la última calilla, a


Italo Juventino Anubis, su nieto más querido, le tocó ir a
buscar al carpintero —el “ataúl” lo quiere en “listón de
cativo”, si, lo dejó dicho
Anubis, triste, joven mariguanero del barrio Cacho
Solo, decidió dejar ese día para siempre el consumo del
psicotrópico. Había fumado la hierba, iba a cumplir con
el encargo de enterrar a su abuela, caminando por la
loma del Ángel tuvo una pesadilla despierto. Puro
cuento de velorio, muchacho me desdoblé ¡!!!
—el muchacho, aprendiz en la capitanía del Puerto
de Barracumbé, iba esa tarde, poco antes de la hora
vespertina, por una loma del barrio Nuevo Egipto, cerca
del Matadero, lejos de aquí.
Fue en la época posterior a la guerra del humo,
cuando el auge del tabaco del Carmen de Bolivar; él
venía cansado de su trabajo, le tocaba contar cada día
miles de sacos en el Puerto; pocos sabían que su
verdadera pasión era contar cuentos y recitar poemas
antiguos. Ese día lo supimos.
—yo venía caminando cuando de pronto se me
apareció ese viejo cara de perro, Hermógenes, madre
mía, le vi el hocico, más miedoso que el de un bulldog
—muchacho, me llama, oye tu eres el que te las das de
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que sabes cuentos viejos, pero no te sabes mi historia, soy
el Viejo Lusko, tu tío te acuerdas, me mostró los
colmillos, soy hermano de tu papá, me dijo, yo no lo
conocía... del susto para disimular le pregunté
—y qué anda haciendo por este barrio usted tío
Lusko ¿?
En eso vi detrás de él unas muchachas bonitas, una
estaba en minifalda y sostenes, llevaba una pañoleta en
la mano y se estaba recogiendo la melena, las otras
estaban prendiendo unas velas, y esa casa que me
parecio al comienzo oscura, sucia, llena de bichos, se
iluminó, y hasta me dieron ganas d’entrar... ven me dijo
el viejo no te ofusques entra entra mija mira quién esta
aquí el poeta Nubis... el hijo de Hermogenes... mis hijas
vengan denle un beso ellas dan un baile esta noche y me
dijeron que cuando te viera pasar te invitara,
brrr grrraarrarr,
me puse a temblar me dije ha llegado la hora... de
gozar
El viejo me agarro y pensé su mano es como un
hocico frío me agarró por la muñeca, frío, la muñeca,
pupis, la muñeca, le tienes miedo a las muñecas, entra,
entra, una de mis hijas, te la presento, es la mayor,
Semela, su falda de flores salmones me hizo recordar un
cuadro de Gaugin, se me quitó el miedo
—me voy a cambiar, nenas atiendan al poeta..—el
viejo desapareció y me quedé con Flor Marina, una
congolesa veinteañera. ¿Te gusta la champeta? Nos
pusimos a bailar la Vuelta la Vuelta la Vuelta.

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—niña dame un barato —apareció una vieja muy
fea, le decían por algo la Cucaracha, empujo a la
congolesa que desapareció tragada por la pared que era
terrosa como hormiguero en esa casa
la vieja me agarró el sexo fuerte y con la otra mano
las pelotas me estás haciendo daño le dije suelta suelta
vieja bandida —las velas se apagaron ahhahhahh me
desperté y era que la sabana me estaba ahorcando los
testículos y seguía fuerte la música estaba sonando otra
vez, seguía estridente, me había dormido unos instantes,
seguía la parranda “no me acuerdo de la muerte”
no me acuerdo... la música al lado en casa del
guajiro, a Pomponio no le importa un carajo que
estemos velando a la abuela, él esta de cumpleaños “una
vieja me dio un beso que me supo a cucaracha”,
“una vieja me dio un beso que me supo a
vieja ...cucaracha... por fumar ahh cucaracheroo aa cha
chaddah”
Ahí si me desperté de verdad, todo estaba en calma,
mi abuela había muerto hacia muchos años de vieja en
Santa Marta, no era ella la de la canción uff

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Cuento del tambor hembra


«La cabra tira pal monte »; « no importa que nazca
ñato, la cuestión es que respire  »... El olor a cuero de
chivo jamás se olvida. En el Mesón los bogavantes,
pirobos cuando no hay mujeres, se gallinacean entre
ellos, su vida es breve en el Magdalena y antes de que se
les haga un roto en la piragua, prefieren pasarlo bien
besuqueándose, jugando en comedias donde se visten
con las polleras coloradas de las indias, sobre todo las de
Irené y Mohana 
¿Te acuerdas de Sobané?¿la playa de Guinea? el
llamador roto se llama "yembé" aun. Desgaste,
reparación, ensayo, verbenas... nuevos cueros de
tambores, los antiguos dumdums descansan, el espíritu
de los chivos viene a lamernos, a mordisquearnos,
seguimos siendo machos cabrios.
Adama y yo vamos al mar a lavarnos y orar, a
desayunar en el puerto buñuelos de bacalao y tinto
endulzado con panela.
"Que les den candela", canta Mohana... un poco
celosa... son las siete de la mañana en el reloj de la
capitanía del puerto
el cencerro me alegra y me voy tras Mohana
haciendo morisquetas... Estamos ensayando para ir a

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tocar y bailar con Mohana Cabari al carnaval de
Barranquilla.
Nos haría falta una semana mas de camello, pero ya
no hay tiempo de llorar... por la leche derramada.
Vaciar la cabeza mirando el cielo fue algo que me
enseño un mohan en Calamar.
Aquí en Barrancas de Malambo miramos el cielo
cuando nos conviene vaciar la cangrejera de la cabeza, y
entonces la lumbre cristalina del infinito, el azul... celeste
les ha costado, flamenco del atardecer, grandes nubes
huyendo hacia el éter sin historia nos hacen el milagro:
ahuyentan los malos espíritus, esas oscuras golondrinas,
nos alivian unos momentos del tanto pensar, antes de
volver a la acción, al ensayo, a esta época tan arrugada y
áspera como el cuero de un  caimán que nos hubiese
tragado. Zas !
El "pum pum pum" de los carpinteros y calafates en
el muelle reparando los champanes y piraguas, el olor a
brea, nos animan.
El viejo Pelé Mancongo, mi suegro, levantó  este
Mesón, donde me he refugiado, con el sudor de su
cuerpo color de barro; por eso se merece esa cumbia tan
linda que le compuso el compadre Joche.
"Difícil que el chancho chifle", suele decir el capitán
Loayza, director de la banda municipal de Puerto
Caimán, cuando algo le parece imposible.
El espíritu animal no deja de actuar en uno, y aun
cuando vengamos de Europa las bestias se  nos meten
bajo el sombrero

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—No juegues con eso —me dice Mohana dejando
de mirarse en las aguas de la laguna para abrirme los
ojos.
Yo estaba ese día canturreando una de esas
canciones de los bogavantes del Magdalena que vienen
al Mesón a dormir o a beber aguardiente cuando se los
coge la noche en Barrancas,
"ya llego Julio Moreno al pueblo de Soplaviento
y puso en conocimiento que tío caimán está enfermo..."
"Los gallinazos se enfilan, comienza la procesión, y
todos juntos caminan a comerse al caimarón, ay golero"
Pacho Zumaqué se dio cuenta que nosotros los
músicos del pueblo imitamos el dialogo de los animales
con nuestros instrumentos, y en ello basó su informe
ante la academia sueca sobre el truco de escribir la
cumbia, el fluido de la melodía como fluye el paisaje, si
los ángeles carecen de sexo nosotros sabemos que el
tambor es hembra, dijo, improvisa, ensaya, busca tu
vida, tu noble destino, Mohana Cabari con esos ojitos de
india, sonríe, canta, “la vida es muy bonita, y aleatoria”,
dice, y casi casi como cuando nos bañamos con las
totumas en el patio, ella y yo alcanzamos a entender lo
que es vivir, palpar, “encontrar  una excitación que va
toda sobre el cuarto tiempo”.
Las faldas, las polleras, se abren cual compases, los
niños viven en casas llenas de tambores, algo aprenderán
de las tías guineas, Adama y Fatumata, ellas pilan el
arroz con sus brazos hercúleos, pero a la hora de bailar
son mas femeninas que las ostras.

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El viejo Mancongo quiere que yo sea capitán de
navío, que me vaya a la escuela naval de Cartagena, él
sospecha que yo lo que deseo es ser músico, teme verme
afeminado, por qué será, que me desate la trenza, el arte
es lo único que nos alivia de la gran contradicción de
vivir, querer estar donde no estamos, buscar ser otros,
cada uno se defiende como puede, y de su cuero hace un
tambor, no me gusta a veces repetir los dichos de los
bogas, esos  vergajos no respetan nada, son hijos de los
cimarrones y no respetan nada,
“dale duro a esa tambora y acábala de romper”....
yo antes era casi albino, pero ahora estoy
requemado y parezco un congo, parezco hijo de mi
suegro, el pelo se me ha puesto churrusco, como barbas
de mazorca y huelo a chivo, es el sudor que me da de
bailar con estas faldas y esta  peluca, disfrazado ya de
indio faroto, dispuesto a lo que sea para que Mohana
Cabari me lleve a Barranquilla con su banda de los
Tigris, no me quiero perder ese viaje...

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Solo trabajamos para poder bailar


Hasta el mesón de Pelé Mancongo llegó hoy la
noticia de la destrucción de Cipacua de las hermosas,
pueblo situado a tres leguas de la Barranca de Malambo,
muy cerca del mar, donde me hospedo en estos días en
cumplimiento de una misión.
(Son unos días de pulso lento y de sueños raros, una
granizada negra cayendo sobre Paris, vi la ciudad
cubierta de hollín, lejos)
Algunos me dicen "el poeta mercenario" cuando
me ven escribiendo, espero poder hoy hilvanar la
historia de ese pueblo legendario, Cipacua de las
hermosas, situado muy cerca de la actual Tubará en la
época del siglo de oro
En Europa hablan del Polvo de Pericles para evocar
un esplendor desaparecido que sólo existe ahora en el
espíritu, gracias a los libros, las obras de arte, la música,
las danzas de esas épocas; aquí decimos “la hermosura
de Cipacua” y un historiador como Pepe Agustin Blanco
se pregunta "qué sucedió después de 1610 con el Pueblo
de las Hermosas, de apasionante historia herediana
hasta el extremo de trocarlo en una especie de pueblo
fantasma ubicuo”
Para tener una idea de Cipacua vean los colores de
las telas de  Jeronimus Bosco; yo veo hamacas arco iris,
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calles de arena, techos cónicos de paja, la ciudad de las
hermosas es azotada por el viento del mar, los
tamarindos la sombrean, animan el baile de sus
palmeras suplicantes, el aire parece de papel celofán, un
regalo; la ambición parece suspendida
cada día trae algo que no desaparece, un mensaje es
rayado en las piedras, los alfareros con ternura sacan del
barro limonoso los pómulos de mujeres indias muy
parecidas a Mohana Cabari; en el mercado de
Barrancas de Malambo los indios venden esas máscaras
rojizas por cuatro reales.
Alguien me contó que la madre de Mohana Cabari
era de Cipacua de las hermosas; del tiempo transcurrido
quedan rastros como telarañas fósiles, cuentas y corales,
chuvas y caracolas, múcuras y la impresión de que estos
pinos y robles centenarios que contemplo por la ventana
la vieron llegar a Barrancas de Malambo
La madre debió ser como la hija, Mohana Cabari
es el espíritu curandero encarnado en una muchacha
altiva, moldeada como una escultura de majagua, con
dos cayenas enredadas en sus pelos de yegua que le
tapan los senos /// cuando esta de mal humor y no
desea que se los mire; sus pupilas  son de ónix en el
blanco pez caolín de sus ojuelos, su guayuco es salmón
con un cordón de estrías verdes pendiendo de su cintura
Montaigne exagera cuando dice que en Cipacua de
las hermosas todo el día se la pasan bailando, él se lo
imagina así en Burdeos,  desde el Orinoco a Malambo,
nos la pasamos bailando, aunque lo cierto es que
Mohana y sus Tigris, unos jóvenes enmascarados,

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bailarines, ensayan bastante sus coreografías al son de las
kuanas y a tambores, chirimías, pitos y flautas; en esta
aldea protagónica se baila algo  que es, dirán las notas
etnográficas de Reigel en los años de la postguerra, la
"cumbia original", si acaso ello existe, algunos hablaban
de esos ritmos prestados a los cimarrones merodeadores
que a veces vienen y enamoran a las indias y se las llevan
para el monte en sus cachos
Del baile en si no se puede vivir, sobre todo si
debemos echar azadón para "la roza de la demora"; el
Saino, ese hombre-puerco, es insaciable y necesita su
bollo de maíz cada día, hay que sacar tiempo de un pozo
para fabricar los muros de la iglesia, hacer flechas,
sembrar el maíz, reparar las canoas, bogar por el río
grande llevando petates de tabaco y pescado y
camarones secos; pilar el arroz, preparar el casabe, si
ustedes prueban el casabe jamas lo olvidarán; ni la cresta
de las iguanas, ni «  la miel interior de los bananos  »
manchando la cáscara
Barrancas de Malambo había heredado algo de
Cipacua, el amor por la memoria cantada, como un
esplendor vislumbrado... antes o después de una guerra,
esas hermosas ancianas que aún viven por los lados del
cementerio Cerámico pueden dar testimonio.
Los libros de historia dicen que Pedro de Heredia
fue recibido en Cipacua de las Hermosas como un jeque
en el harem; los indios no eran celosos, el cacique dio a
entender que la aldea había sido construida allí tras el
sueño de un Mohan en los tiempos de Hupa, espíritus
ligados a la ley de los sueños, como los de Australia,

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revelaron el verdadero nombre de Cipacua, "La
tranquila esquina de Hupa".
Ahora es fácil que los etnógrafos comparen el
ambiente libérrimo que reina en Cipacua de las
hermosas con el de las comunas libertarias de «  paz y
love  » o falansterios, koljos o kibutzs en territorios
pacíficos los guerreros descansan, se orean, desnudan sus
carnes blancas extrayéndose de las latas calientes de las
armaduras; no les preocupa el oro, la carne es firme y
cálida, no piensan moverse del paraíso, el deseo animal
es resarcido con creces, con peces, con sardinas, con
langostinos y arepas y bollos de mazorca, y ese vino
fresco de corozo, la vida si vale la pena, mi pana, es
parecida a lo grabado en esos petroglifos...
Petroglifos de playas alegres, hormiguean hombres
lagartos y otros personajes zoomorfos, enredados con
mujeres tortugas y ranas fecundas, hombres
micos  trepados en mujeres palmeras, unos con otros;
hacen pensar en el antiguo Egipto, en Indonesia.
Hay una calma chicha, dicen, no hay una sola nube
en el azul celeste, el mar esta quieto, los cactus
candelabro parecen orar,
y sin embargo... se intuye el inminente estruendo, la
caída del balín, el trueno avanzando en silencio sobre las
aguas con su abrazador fuego solar
Yo digo que la ambición esta suspendida sobre esta
aldea  de las hermosas, pero una fila indios flecheros
Macanaes avanza por la playa a la hora de la siesta con
sus saetas envenenadas, no perdonan a los de Cipacua su
amancebamiento con los forasteros alijunas venidos del

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otro lado del mar, los consideran vendidos, «  indios
colabos »
Debo dejar aquí pues me toca aplicarme con la
misión “la roza de mi demora”, la misión que me han
encomendado aquí en la Barranca de Malambo, se trata
de lo siguiente… conseguir un contingente de al menos
cien indios flechadores… esta tierra es la mata de los
lanzas, centenares de jóvenes atletas de miembros bien
proporcionados, pululan en el embarcadero buscando
enrolarse de bogas… debo salir a capturar unos negros
cimarrones que se volaron de Cartagena y están
arrochelados en los montes aledaños;
otro día seguiré cumpliendo el deseo de contar la
historia del Pueblo de las Hermosas… a laborar… la
gente de aquí repite lo que inventaron allá, la idea de
que “el trabajo lo hicieron los  espíritus Hupa como
castigo para el hombre...”

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Mal de ojo


Sobre la desaparición del ingeniero agrimensor
catalán Jonas Puig Barroneri en la costa se tejieron varias
leyendas; una de ellas está basada en un supuesto escrito
que dejó; me pasaron ayer una copia, se las mando a ver
qué piensan
La nena más hermosa, Irené Zamba, resultó ser la
hija de la posadera Mohana Cabari en la población
Barranca de Malambo, antiguo asentamiento de los
Mocaná convertido hoy en día en un próspero pueblo
—citado en la novela "Ursua" de W. Ospina, nuestro
querido primo— con un gran embarcadero para canoas
y champanes, abierto sobre la verdolaga del río de
la Magdalena.
En Nantes, puerto negrero francés, en 1740 el
cartógrafo Jacques Boilly ya tiene noticias de ese célebre
pueblo y lo incluye en el mapa que le han encargado los
dominicos.
El lugar fue muy famoso también entre los
arqueólogos, y eso lo corrobora Gerardo Reichel-
Dolmatoff, por su pintoresco mercado de hamacas,
túnicas, maíz, yucas, ahuyamas y pescados donde solían
conseguir urnas funerarias, múcuras, estatuillas y
máscaras por tres reales, casi regaladas, pues poco las
apetecían los blancos de Cartagena a causa de su
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aspecto zoomórfico rústico bestial o sombrío, quién sabe;
y decir que ahora cualquier museo holandés o sueco
desea poseerlas para exhibirlas en sus salas
precolombinas.
Los andamios con indios y zambos en la
construcción de la iglesia del pueblo ya figuran en las
acuarelas del viajero francés Armand Riou a fines del
siglo XVIII, como pude comprobarlo aquí en París en la
casa de Alejandra Pineda, que posee una bella colección
de estampas de los siglos coloniales
El padre de Irene es Pelé Mancongo, "el fantasma",
le dicen, un ñero alzado casi azul muy rebelde, andaba
por el monte, se enroló con una cuadrilla de antiguos
cimarrones en la construcción del Canal del Dique... la
faraónica obra levantada por un pueblo nómada de
obreros, hombres como él y sus amigos Juan Jolofo,
Simbad Kongo, Chema Bintú, José Angola, Tonio Cabo
Verde, colosos hijos de los llamados "Negros de Nación
Africanas" o Etíopes
En la posada de Mohana Cabari solo hay hembras
esta mañana en que trato de contar mis primeras
aventuras en Bar ranca, y en especial mi
embrujamiento con Irené Zamba !
Qué rara alegría  me dio al verla aparecer. Vine
como agrimensor en la avanzadilla para preparar las
obras de construcción del Canal...
Irene es bailarina, anda semidesnuda... le pido que
pose para mí, lo que más me gusta, mi verdadera pasión,
es la escultura, el dibujo, la pintura; ella se ríe y acepta
quedarse quieta unos minutos

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Me imaginé con el paso de los siglos el destino de
esta olla de barro que estoy moldeando, donde me place
ahora plasmarnos enredados culeando, dirán, es “como
un hermafrodita”, tetas y verga, metía el dedo en la
arcilla fresca y practicaba una incisión leve, una raja, o
quizás una berenjena y esos ojales o tetas como de
marimonda, recordarían la ofrenda de Irené Zamba en
el monte,
todos la amamos, no solo yo, qué hembra, Chema
Bintu, José Angola, Juan Jolofo, todos allá perdidos en el
monte llevábamos el recuerdo de Irené Zamba ligado a
la Barranca de Malambo, última escala en la civilización
antes de entrar en esta montaña espesa de arboleda,
llena de monstruosas hijuemichicas bestias, peludas
abriendo canales, arrancando bajo del agua raíces
de manglares y gran maleza como si quisiera salir,
escaparme de la prisión que son los enormes pelos
púbicos de la vieja cucaracha Mohana Cabari
ella se hace pasar por su hija la Irene Zamba, la
adolescente Irené Zamba y me agarra, me ha cogido de
monita, me tiene encerrado, debo besarla y clavársela,
con tanta mujer tan linda en esta posada, si alguien
encuentra este mensaje, AUXILIO SOS, este papelito
en la botella, por favor,  vengan a salvarme, vengan a
buscarme... pregunten por la posada de Barranca de
Malambo... rápido, vengan... esto no es cuento... tengo
una plata escondida, habrá recompensa...

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Camafeo de la reina Leonor


La reina Leonor acude a todos los ataques, como
un hombre tigre desalmado entre su gente sin bozal,
listos a zarpar, listos a los zarpazos de sus puñales.
De los trescientos hombres africanos armados que
salimos en este día del Palenque Limón antes del
amanecer con zipotes macanas, flechas y lanzas
envenenadas rumbo a la estancia del ya fiambre Alférez
Martínez —tuki tuki le vamos a dar a él y a su prole—-
diecinueve somos mujeres. Y nuestra principal es
Leonor, la reina, la que marcha de primera en la fila
india
Ella no le da cacao a sus enemigos, no hay tiempo
para describirla ahora; ni hablar de su rostro de moneda
entre plumajes, de los destellos que brotan del rubí de
sus collares, de sus senos calabazas, de su perfume de
raíz de kananga y su maquillaje azul, de sus dientes y
caracolas en pulseras;
canciones y leyendas sobre su vigor, su desnudo ser,
su ombligo, sus muslos y su pubis afeitado corren ya muy
populares por los Montes de María
Yo podría ser la máscara de un loro, una
guacamaya contando su historia, abrir el pico en medio
de esos colores de plumas verdes, salmones, moradas.

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Rosadas, y amarillas, y azules, las hamacas
abandonadas en la siesta de la playa,
color ámbar las cayenas en la cabellera de las reinas
palenqueras, en verdad matojos de pelos churruscos muy
levantados como palmas
El narrador repite lo que leyó, dos veces figura en la
historia la reina Leonor Malemba, capitana del
Palenque del Limón, entre Luruaco y Cartagena,
mencionada como bruja peligrosa, bebe sangre.
«  Tengo averiguado que ella es fiera, negra bozal, negra de
nación calabari, reinando en un escarpado pueblo de veintidós
bohíos »,
escribe sor Katlyn, una monja escocesa del
convento de Santa Clara, cuando no hay amenazas de
invasión de las tropas del gobernador de Cartagena ella
después de lavarse en el mar con sus guerreros Tigris, su
guardia personal, nos regala danzas, baila con las otras
mujeres « Iolé », es la mas hermosa danza que he visto
en estas tierras, la historia de una muchacha raptada en
el palenque de Pindanga por un negro cimarrón
Hercules Kongo, y la tragedia que ocurrió…
Las voces se aúnan para corear y oír de nuevo su
cuento, un coleóptero ensartado en los Archivos de
Indias de Sevilla que de repente vuela, quién sabe, un
insecto fénix de la memoria.
Ella es ahora la reina del Palenque de Limón
porque las ambiciones y discordias entre su padre, su tío, 
sus primos, hicieron que el antiguo Palenque de
Pindanga, donde ella se crió hasta la adolescencia, fuera
destruido, cayera como quien dice en desgracia, yéndose

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« al carajo » En el Palenque Limon creció con su poder
embrujador adolescente de joven destinada a mandar, a
escribir páginas de crónicas, bien rojas… La dieta es de
ahuyamas, palmas de corozo, yuca y maíz  y bocachico;
la ciénaga del Totumo da escasos peces. A veces toca
salir a meroderar en busca de más comida. Somos
cuatrocientas almas, muchos negros de nación calabarí,
bozales, y jóvenes y criollas. Aquí quien manda es
Leonor Angola. Este domingo ordena a sus Tigris
prepararse: nos vamos a merodear y a traer gente,
sangre nueva para el Palenque.
Nos dirigimos más de trescientos por una trocha
entre grandes cocoteros hacia la estancia del alférez
Diego Martínez, NO SABEIS que miedosos somos no
sabéis lo que os espera
a la gente de esa hacienda, podéis IMAGINAROS
ya; no quedara hueso bajo piel… tenemos balas y
pólvora; machetes afilados, necesitamos mujeres y
comida
Veo en un calendario el año 1992, es un simposio
en Sevilla sobre la «  Cumbia de la reconciliación entre
indios y negros bozales  » mi profesor Martín Urueta,
malambero, toma la palabra, el simposio es por la
celebración del quinto centenario del descubrimiento…
por fin van a saber la verdad sobre las supersticiones que
nos aquejan… «  los amoríos de la flauta, la chuana de
los malibúes, siguiendo en saltos alegres a la tambora
angoleña, son idílicos fandangos de siglos posteriores,
porque a nosotros casi nos consta que los cimarrones

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pueden ser muy crueles, revueltos como fieras y panteras
gigantescas »
Al profesor Urueta se le dio por hablar en la
primera persona del plural para explicar lo ocurrido:
« Parecemos una manada de tigres, ahora andamos a cuatro patas,
jadeantes, cerca del mesón de la hacienda, las pieles cubren nuestras
cabezas y espaldas, maquillados con achiote y ceniza damos miedo,
las puntas de blanca madera de las lanzas manchadas de orín de
ratas infunden pánico del olor, los ojos rojos del humo, cataratas
azul turquí es de noche en el cielo es de noche siempre, el amarillo
del pellejo de los tigres resalta en la oscuridad.
Los perros ladran fieros, se callan de repente con la carne
envenenada ; alaridos y gritos rompen la oscuridad, la candela viva
estalla en la noche  ; un reguero de grandes gotas de sangre y
manchas obscenas sobre las telas de lienzo y el calico de las
polleras. Los tambores de guerra estan resonando, el incendio es
agarrador
« matamos dos blancos, dos negros y dos indios, nos llevamos
muchos esclavos blancos, indios y negros de la estancia »
José Murga, el fraile escribano del convento de
Santa Clara, quinto abuelo del profesor Urueta, dice que
al amanecer recogieron a una adolescente que se salvo
de la horrible noche, ella lo vio todo, y todo le contó,
aunque José Murga sólo deja escrito: «  la reina Leonor
Malemba da órdenes de que le lleven a dos de los prisioneros, en el
palenque la reina agarra su cuchillo de matarife y degüella a un
blanco y a un indio para beberles la sangre »

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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La piel de Mabina


A Juan Erasmo Teortua lo mandaron a llamar de la
televisión en Bogotá para que participara en el
programa “El palacio de la fama”, gracias a su libro “El
hermafrodita despierta” que se estaba vendiendo venteado en
las calles del centro de Barranquilla.
Un hecho delictivo ocurrido en la trastienda de la
Barbería y Peluquería “Viena”, en pleno Paseo de
Bolívar, en el que se vio involucrado, le impidió viajar.
Mi viejo estaba perdiendo la memoria, pero me
contó algunos datos que he tratado de hilar, conservando
en lo posible su manera de hablar.
—Fue algo que nunca se olvidó. No solo porque fue
el año en que Fidel Castro bajó de la Sierra Maestra con
sus barbudos a La Habana sino porque Erasmo de
Curramba se acostó por primera vez con un hombre. En
apariencia era racista y homófobo, como el famoso
director de las novelitas del FBI, te acuerdas, el tal Jota
Edgar Hoover, pero era marica en el closet... en esos
carnavales Teortua mató por fin el miedo y se echó
encima al tigre de Patricio Loango, el palenquero
filósofo.
Con la plata que ganó gracias al hermafrodita creo
que hasta viajaron juntos por Europa. También fundó
una revista escrita solo en francés. La traía siempre a la
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peluquería, dejaba ejemplares. Allí publicó varias
versiones de sus amoríos con Patricio.
De niño mi padre también me llevó a la barbería
Viena. Me robé una de esas revistas que aún conservo y
por eso puedes leer, citar frases de ahí.
—Traéla p’acá, ahí está bajo el escritorio. Una
revista de postín y filosofía para intelectuales bicicletos...
  ¡Oigan al viejo Juan Erasmo lo de “frotarse con un
negro”! ¡qué viejo bandido...!
  Restregar a un etíope, blanquear a un Negro, esa piel negra
ese tinte natural que Plinio atribuye a las exhalaciones quemantes
del Sol, a la simpatía por el astro tan cercano, ningún agua te la
puede lavar. Un hombre pálido, renacentista, comprador de gente en
Amsterdam, exportador de mano de obra a Cartagena de Indias y
La Habana, adquirió a Patricio... era el único congo en un lote de
mandingas... Patricio no es su verdadero nombre, es esbelto,
gracioso, con una bella sonrisa, y virtuoso, lo único que le gusta es
el cine, la música...
—La mentira tiene las patas cortas —dijo una vez
Patricio. Ese viejo Erasmo era una rata. No el de
Rotterdam, si no el de aquí....—ahora habla Patri— Me
prometió... muchas cosas... Y ¡ nada ¡!!  No me hablen
de ese hombre, gas... dizque escritor... lo que me quería
era matar. Viejo malo... primero que me bañara. Me dio
burundanga. No sé cómo me salvé. Por poco esa
aventura me cuesta el pellejo... no estaría aquí echando
el cuento.
Pese a que aún soy un pelao intuyo que hay líos en la
barbería por lo de los masajes, parece que la esposa de
Peyo los acusó a todos de ser “muy maricones”.

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—Marica el que no entienda el cuento... pagará
una prenda....
Fue la primera vez que el nuevo peluquero habló
como si pensara en voz alta, lanzando el famoso adagio,
poder contar el cuento. Alguien lo escribiría y no sería
olvidado. Peyo sonrió satisfecho. Le gustaba Patricio. Era
su capricho africano. Su piel. Es ella la que cuenta la
historia.
Las “tertulias vienesas”, así quería que fuesen
recordadas las tardes en su barbería. Para él no era un
trabajo, era puro goce. Oír y echar cuentos.
Allí se hablaba esa tarde, por supuesto, de aquel
poderoso político francés que perdió todo a causa de su
tremenda libido. Lo dijo el radioperiódico.
—A veces la desmesura de la bragueta no conviene,
macho... respirar, abstenerse y mirar el cielo es lo mejor
—dijo el español.
La Barbería y Peluquería “Viena”, la más antigua
del Paseo Bolívar, fue un sueño de negocio que Peyo
logró realizar durante años... hasta aquellos malditos
carnavales de la liquidación, la edad de hierro, la policía
llegó y comenzó a platillar, a exprimirlo... pero esa es una
trama parásita cuando se quiere hablar de la época de
oro. 
Ese diciembre Peyo comenzó a dejarse crecer la
barba. Sonreía orgulloso a los espejos al abrir a
mediodía el cuadrilatero, el escenario perfumado y
amplio de su vida diurna.
Con los espejos de la barbería podían pintar sus
autorretratos las dos generaciones de tinterillos,

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periodistas, profesores, músicos, políticos y oficinistas del
centro de Barranquilla que fueron allí a peluquearse...“a
esmerarse” en parecer gente decente —gente decente
del campo— El más célebre de todos sus clientes es el
escritor Juan Erasmo Teortua. Desde niño su padre lo
llevó a cortarse el pelo.
Los favorecedores y amigos de “la Viena”
apreciaban el lugar por el decorado rococó-tradicional
de sus baldosas atigradas, las columnas de caoba, los
ventiladores de aspas esmeralda. Y al final de la historia,
las masajistas.
—El ambiente que había, muchacho, los sábados
por la tarde con los cuentos de Peyo y los otros barberos,
el español Escobillón, Camacho y sobre todo... Patricio,
el fabuloso Patricio.
Cada uno decía lo que se le ocurría... que si....
—Parece que en París hay ahora una invasión de
prostitutas chinas, caballero ¡! ...se acabó el comunismo...
todo el mundo a jinetear... lo dijo Marcos Pérez en el
radioperiódico esta mañana... Ey, Peyo, tu deberías
contratar alguna manicura china de esas... ¡Ah vaina¡ La
idea no cayó en saco roto y ese fue el comienzo del fin,
porque en Barranquilla también había en aquel entonces
miles de muchachas desempleadas y Peyo aceptó que
dos o tres vinieran por las tardes a trabajar de masajistas
en la trastienda. Entraban por la puerta del patio.
—Son marañeras, ustedes no sean bocazas...
estudiantonas... si te he visto no me acuerdo.
—Ah carajo... ya lo había dicho yo... la desmesura
de Peyo... pasaron unos meses de felicidad hasta que...

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ese viernes, víspera de la batalla de flores... ¿qué pasó?
—¿Y eso? Ñerda... Peyo... ¿una radiopatrulla? —Qué lío
fue caballero, dijo Escobillón.
  Cuando la señora de Peyo, que era muy católica, se
enteró del cuento de los masajistas, armó un zambapalo.
Se cree que fue ella quien llamó a la radiopatrulla. Peyo
se mortificó tanto que le dio un ataque de nervios... se le
paralizó medio lado del rostro... (de nuevo la trama
parásita, volvamos a la edad de oro).
  Desde algunas de las sillas de la barbería podían
verse los espejos reflejando también la luz de la calle, y
ángulos del cielo con sus airosas palmeras, pese al humo
de los buses.
En vísperas del día de las velitas Juan Erasmo llegó
a motilarse.
El pelo comenzaba a pesarle sobre las orejas y se le
alborotaba en las sienes; lo jalaba sobre todo la
costumbre del masaje de Peyo en la nuca, el agua de
kananga, verse con la frente despejada, las patillas bien
definidas. La cumbamba lisa. Parecía otro.
Cerraba los ojos. A veces mientras Peyo lo pulía
hasta echaba una pestañeada y oía en sordina los elogios
a la barbaridad que pronunciaban clientes y barberos.
—Creía a pie juntillas en los sueños —dijo
Camacho
Peyo había tenido que contratar masajistas y
peluqueros extras. En las fiestas de grado y en las
navidades todos queríamos estrenar caras, peinados
chéveres y por eso había trabajo para nuevas tijeras.
Patricio era una de ellas. La condición para entrar

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en “La Viena”, se le dio a entender, eran el buen humor
y un pulso de abstemio. Afeitar con las nuevas navajas
alemanas requería mucho cuidado.
—Cortan con solo mirarlas, ñero ¡!
Teortua abrió los ojos ¿Estaba soñando? Al ver por
primera vez al joven Patricio saliendo de la trastienda
quedó “timbrado”, como se decía.
  Esbelto, gracioso, con una bella sonrisa —y
virtuoso, lo único que le gusta es el teatro, el cine, la
música... —es un actor... no bebe, no fuma, canta —dijo
Escobillón con los ojos aguaos
—Pareces un negro francés... ¿hablas francés?
—Bueno, lo machuco
—¿y naciste en Palenque? ah vaina ¡
—Oui maestro Teortua ¿et vous êtes l’écrivan?
—Patricio tiene buena mano —le dijo Peyo. Te
refrescará. Es un muchacho como los de antes.
Déjate peluqueá hoy por él...
—¿quieres leer una de las revistas buenas que trajo?
Una sobre Merló-Ponty...
—Me las manda un primo filósofo que tengo en
París...
—¿Revistas de París...? ah vaina... muestra...
muestra 
—Ajo, señor Teortua, tiene usté la cabeza caliente
—Será la cabeza de la verga —se le oyó decir en
voz baja, poniéndose colorado.
—¿Cómo? ¿Qué ha dicho?
—Nada.  Dime... ¿tu me conocías ya?

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—Pues de nombre... Lo reconocí por la foto. Ese
libro suyo sobre el hermafrodita despierto... si que lo he
leído... lo tengo bastante subrayao... Vi la foto del Heraldo
donde está usté firmando en la feria del libro de
Bogotá... tengo el recorte...
—Ah... si... el día del lanzamiento... se llama, joven,
oígalo bien... “El hermafrodita despierta”...
—Perdón, maestro.. 
Echar una pestañeada no es dormir. El Erasmo de
Curramba, lo llamaron en una emisora de Cartagena.
Exageraos. El libro que más se vendió fue el de los
adagios, treinta ediciones.
De manera inesperada se había vuelto un escritor
famoso después de una honrada y discreta vida dedicada
a la enseñanza. Cuando entraba ahora a la Librería
Nacional en Veinte de Julio cada vez más camajanes le
sobaban la chaqueta de lino para pedirle un autógrafo, o
plata prestada. A veces le tomaban fotos.
Los masajes de Patricio se le convirtieron en un
sueño realizado. Debía irse con él de Barranquilla para
poder vivir el amor loco. Quizás viajarían a París y
Venecia.
—Vivimos un sueño. Patricio tenía el pelo a lo
rasta. No logro recordar más detalles, iban quizás a
caballo a orillas del Loira.

La imagen del monje viajero que se volvió poeta al


final de su vida comenzó a crecer en el alma de Teortua.
—...despiértese... le toca... ¡ bocabajo... mesié
Teortua, tiene usté la cabeza caliente—

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—Patricio tiene buena mano—dijo Peyo.
—No prendas el abanico... quiero sudar
—Patri es un muchacho de calidá. Déjate masajea
hoy por él...
—¿quiere leer una revista buena mientras me
desocupo del otro señó? Me las manda un primo desde
París, “La ciudad de las tentaciones”... trae una crónica
sobre el político ese que iba para presidente y lo perdió
todo por su bragueta inclemente... me salió rimao...
—cuenta lo de las putas chinas, y dizque las
africanas usan pelucas rubias... y las palomas picotean la
caca de los perros, Polanski filmó en su última película
esa superstición, si usté pisa una caca de perro en la
calle... de París... le traerá buena suerte...
—Patricio, qué linda voz tienes...
—mi  Señora dice que si uno se acostumbra, como
en París, a ver las putas en la calle como algo normal es
porque ya tiene el alma jodida...
—ay por dios, Peyo... de algo hay que vivir...
masajear a alguien no es prostitución...
—Pues ella dice que si...
Los masajes de Patricio volvieron loco a Juan
Erasmo Teortua. Ahora iba a la barbería hasta tres veces
por semana.
En la trastienda el palenquero le dijo la primera
vez: “si quieres que sea tu novio... no me digas más
Patricio... mi verdadero nombre es Mabina, el etíope...
quiero que me metas en una de tus novelas...”
—¿Mabina? ¿Es un nombre de mujer...?
—Significa “Danza”...en lingalá...

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Parecía que le hubiera dado burundanga.
Una nota ese peluquero, medio brujo, me trajo de
Malambo unas hierbas contra el insomnio. Negro fino.
Mabina eso quiere decir “danza” en lingalá, lengua
congolesa. Mabina Mabina, si ya lo sé... —El Congo
¿cómo será eso por allá, Patricio? —Mezquino... dame,
dame plata... déjame trabajar aquí en Barranquilla...
estoy bien... jamás volveré al Congo...

Peyo se ha dejado crecer la barba para disfrazarse


de Fidel Castro en los próximos carnavales. Subtrama
parásita.
Patricio leía en el autobús.
Jamás me imaginé que nuestra historia sería
publicada en una revista de Francia.
Ahora estaba leyendo el final de la hermosa y
terrible historia de amor entre Desiderius Erasmus
Rotterdamus y Tomaso Moro...
Dicen que leer es escribir y viceversa. Fue una
locura todo lo que ocurrió entre ellos. Erasmo lo dejó
escrito
—¡Ah vaina¡
—siempre creí que a Thomas Moro lo decapitaron
por sus escritos utópicos, o por su amor contra-natura
por Erasmo,
—no, qué va... le practicaron el corte de franela por
ser más papista que el Rey de Inglaterra... el muy
maricón... fue martirizado, encerrado en la Torre de
Londres, quería que lo canonizaran, lo logró: santo
santo

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En los últimos años de su vida, en Basilea, huyendo
de sus visiones, la pesadilla en la iglesia de San
Bartolomeo, de la peste guerrera, del dolor, Erasmo se
dedicó en cuerpo y alma a la lectura y a la escritura.
Para no pensar en el destino de Tomaso, siguió
copiando los adagios antiguos, quería olvidar la sangre,
el ascenso de la locura en Europa, el Renacimiento bajo
la piel de un etíope... en América... el etíope vivió esa
historia en carne propia,
¿qué será lo que quiere el blanco?
Pensaba en su ignorancia que el color chocolate de su piel no
era natural, seguro se debía a un descuido del amo anterior... me
dijo: “te voy a lavar, mi negro, encuérate... ay ay... ven te voy a
frotar”, “frotá frotá”, y un poco de detergente... empleó conmigo
todos los procedimientos que su Señora usaba para blanquear la
ropa, qué morbo... eran lociones permanentes, perpetuas,  sobre mi
cuerpo escultural, pero ese color no... nada que se le quitaba... el
dueño lo quería blanco, lo raspaba con un cepillo... en la fábula este
muchacho, Patricio, dejó el pellejo ahí... maricón, te moriste, te
maté, mi amor, sin perder por ello tu color canela...

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La bailarina desnuda


La mujer más bella que he conocido se desnudó
ante mí. Quiero contarles ese momento, antes de que se
vista de nuevo
—Vámonos para la India, me dijo…
Me imaginaba que la gente viaja a la India para ser
vegetarianos, aprender a renunciar al ego y al tormento
de los deseos, hacer yoga, ejercicios, ponerse al servicio
de otros, aprender a respirar, a masajear, a bailar y
pintar dioses en telas y maderas.
Mohana Viemille me ofreció su desnudez y su
sabiduría, su bella mirada, antes de invitarme a viajar
con ella a la India
Los viajes, decían, nos engrandecen y por eso la
alegría y el nerviosismo nos cosquillean durante los
preparativos. Hay días en que somos tan móviles cual
plumas al viento...
Ese 31 de diciembre saldremos quizás hacia Nueva
Delhi, por fin… ojalá ¡
La historia ocurrió en un baile que dura siete días,
al final sudorosos nos fuimos a bañar juntos en un ala
desierta del castelet de la danza, bajo las tejas.
Mohana desnuda me hizo sentir como Courbet
cuando pintaba “el origen del universo”...
pelos de un gran brillo oscuro,
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cerca del cielo me dejó, y yo con el tercer ojo le vi el
alma, la psyqué, con las torres de Beaubourg al fondo…
después de la ducha, esa tarde, caminando por el Quai
Voltaire, me invitó a irme con ella a la India...
lo haré así llueve truene o relampaguee, en mí
llovía, tronaba y relampagueaba ya…
“pretende ser una santa”, pensé, y sin embargo su
mirada es de post-Lolita, algo punk, perversa y buscando
ser canchera, además inteligente… sin ser calculadora…
El dios de las muchachas nos guía por el camino de
los placeres sedosos y perfumados de sus muslos. De
Mohana me quedará hasta que se apague la conciencia
la visión de su cuerpo desnudo, la posibilidad de pasar y
repasar el pincel por su ombligo; la playa de su vientre
antes del henchido vellocino, y el bendito libro sobre el
kundalini.
—qué cuento has hecho con ese libro del kundalini
que te presté— se sonríe y me dice con la mirada: quiero
curar tu ansiedad
me imagino caminando por calles que huelen a
sándalo ardiente, sentía que debía iniciarme a la
tranquilidad de Buda, entrar por infinitos mandalas,
bailando las danzas de la diosa Kali, y respirando con el
yoga de la risa ...montado sobre Ganesha, vestido del
color azafrán, con trenzas y barbas cenicientas como los
santones de Baraya,
¿Ese 31 de diciembre sería capaz de irme con
Mohana a Nueva Delhi? estaba soñando... recuerdo que
en esos días el poeta Pablo llegó de Medellín y me vio
alegre abrazado con Mohana por la rue du Temple,

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mirándome con una ceja alzada casi me advirtió: «  no
derrames tanto la semilla, güevon, tenemos los polvos
contados  » iba pensando en eso mientras caminamos
rumbo a la embajada india para buscar la visa, Mohana
me va diciendo: "ahora soy tuya en sueños, si quieres
verme desnuda juega a soñar", le quitaba el sari color
panela que envolvía su majestuosa escultura carnal y
alegre, estoy leyendo un nuevo libro, un amor leve que
había sido imposible meses atrás se estaba realizando...
antes de verla desnuda en el vestuario de la escuela de
danza adiviné que sus caderas eran parecidas a las de la
Salomé dibujada por Gustave Moreau
se arregla el cabello con una gracia de hurí muy
hechicera… meses antes le había llevado una patilla, una
sandía vamos, ese verano en el que ya preparábamos
nuestra fuga, cuando pestañea es un encanto, pensaba,
me recuerda a una joven vecina de mi casa de infancia
en Barranquilla que sufría de espasmos religiosos, ya les
explicaré en detalles esos arrebatos místicos paralizantes
("la ausencia del padre", dijo la psicóloga) esos rubores
para decir "me hace falta creer en algo, ayudar al
prójimo, ser útil, es algo religioso…"
decía eso con una carga erótica frutal en los
cachumbos del pelo, en las pecas de susmejillas, en la
hondonada del nacimiento de las tetas,
—"su amiguita es una santa", me dijo Pacho al
conocerla
pero ahora en su mansarda luminosa de Belleville
éramos felices como Adán y Eva en los montes con sólo
mirarnos y comer la carne frutal, alegres como el sabor

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rosado de esos acantilados que nuestras mandíbulas y
dientes iban tallando y la lengua se regocijaba…
felices son los hombres y las mujeres cuando están
solos y a gusto, pensé quizás olvidábamos nuestra carne,
el rey serpiente, la desnudez sudorosa entre bambalinas,
aunque al sentarnos frente a frente para comernos el
melón ella no tuvo el cuidado de las señoras y pude
admirar entre sus piernas al descuido, en el fondo del
túnel, la breve cortina blanca, el suspiro cósmico de su
guayuco de seda apretada, no quise... insistir, hay
miradas lambonas, viví una escena afortunada parecida
en Lisboa nos llevó al lecho, oh Ala que se repita… las
muchachas insinúan su deseo, habría, no sé, que tomar
la iniciativa y revolcarme a veces, dijo, o llevarme al mar,
los hombres ya no tienen imaginación, yo
...
en su alcoba revoloteaba un insecto… antes de ver
al bicho, un cucarrón, una kukeca, una cigarra, sentí el
zumbido... ahí revoloteaba un moscardón, uno de esos
bichos alados grandes que anunciaban algo raro, una
visita molesta, un duelo, en la Santa Marta de mi
abuela... hay que abrirles la ventana y dejarlos salir si no
traen desgracias, decía mi abuela… « es el espíritu de un
muerto, dicen los indios de la Sierra »
Al ver aquella mosca revolotear sobre su cama me
asusté, yo no soy supersticioso, pero disimulé y se me
ocurrió prender un cigarrillo dizque para echarle el
humo y espantarla… abrimos la ventana y nada que se
quería ir el moscardón

www.auroraboreal.net 174
Ella comenzó a toser y aunque estaba algo relajada
en los cojines viéndome espantar a la mosca como la
maja vestida me dijo: “termina de fumar y vete... tengo
que preparar la maleta y tu mujer te debe estar
esperando”, el bicho se daba contra el vidrio de la
ventanilla del avión, entonces estabas soñando porque a
esas alturas las moscas no vuelan, «  que lindo hubiera
sido pasar el 31 de diciembre del año 2000 contigo en el
avión, viajando rumbo a Nueva Delhi" me dijo
echándome entonces los brazos al cuello para darme un
beso de despedida, así fue, me dijo: "eres mi mejor
amigo, casi mi psicólogo  », aunque en sueños eres mi
“tinieblo”, como le conté que le dicen en Bogota a los
bellos monstruos que tenemos de amantes clandestinos...
“te escribiré por mail desde la India, no te preocupes...
sé que te hará falta saber de mí”.

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Rumba en Puerto Hormiga

Con el sol en las espaldas, hay aún días de fiesta para mí

(Gerardo Reichel-Dolmatoff, al recibir el doctorado honoris causa


en la Universidad Nacional el 16 de diciembre de 1987)

Oh el Sol color de yodo y miel, moneda de oro y
redondel de plátano dorado, lo iba olvidando, ahora,
quizás, ya desencarnado, puedo ver el Sol de frente,
jamás voy a olvidar el patacón y las huevas de urel, el
tiempo los trae de nuevo a mi paladar con el limón, oh
este maravilloso tiempo nuestro, el río Manzanares es
camaronero, Santa Marta tierra noble, las ramas del
tamarindo acarician la ventana y veo mi pedazo de mar
... La inspiración se levanta temprano, trae este
canto, un hombre desconocido, un austriaco al que
llamaremos “el alemán” es recibido en la caverna de
nuestros abuelos, lo veo ennoviarse con una mujer hecha
canción, Aliciadorada, no hablas alemán en
Barranquilla, ese idioma te duele, arbeiter mach kapput, te
jodiste, te metiste a soldado y ahora tienes que aprender,
lo dice riendo el etíope, el subsahariano, el
negroafricano ignorado, jamás mueres, vas a vivir en la
memoria humana otros tres mil años, quién puede
saberlo, el daimon, si, sales bajo tierra como sierpe,
memoria viviente, eres raíces, sois flores de achiote en el
vaivén del tiempo, trabajar así me mata, en ciertos
lugares cantamos “el trabajar yo se lo dejo sólo al buey”,

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en la Nacho siempre hay fiesta de noche y día para
los sabios, una vitalicia celebración del hado, la astucia y
la prudencia, el sol alumbra a los muertos amados en
nuestra memoria, ellos nos dejaron «  la tradición y las
fiestas, y las dinámicas formas de resistencia... »
a los patas demonios se los lleva el putas, se hunden
en un olvido, en un pantano, el deseo que tenemos de
olvidarlos,
Balzac llama “gloria” a ese regodeo nuestro con los
ya desaparecidos, los grandes ancestros flotan sin
dolores, están vivos en esa gloria del recuerdo que hasta
la caverna los alumbra, abren el camino y se alzan ante
nosotros en libros y frescos, en cuadros y sinfonías, en
cerámicas y acuarelas, bogas en el recuerdo, amados,
una memoria nos enlaza, la madre de las musas quiere
que escribamos hoy martes este texto, la fiesta vitalicia
de los sabios de Puerto Hormiga, palabra de las conchas,
caracolas, cangrejos, estrellas de mar, hoy se cumplen
tres mil años de haber llegado aquí, estamos ya con la
yuca y la cazuela de mariscos, el cilantro perfuma la
sopa hirviente, en la múcura, en la olla de barro,
ahuyama y clavo de olor, mazorca de maíz y ñame y
plátanos guineos, aprendemos a vivir día a día,
resistimos a ese sol negro, ese luto, esa mentira de la gran
nación, la gran Alemania, nos jodimos, serán necesarios
millones de macabeos para que por distintos caminos
lleguemos a la conclusión de que LA HUMANIDAD ES
UNA SOLA, polvo de la Gran Alemania, de la Gran
Serbia, del Gran Carimbo y la Gran Caka, Arbeit mach
frei, se jodieron entonces, ustedes inventaron el alambre

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de púas, y nosotros “a desalambrar, a desalamabrar”, la
técnica nos encandila, la fragua, el soplete, el horno, la
biela, el tornillo, en la colonia penitenciaria inventamos
las máquinas horrorosas de precisión, los barcos de la
trata negrera, la roza de la demora... el cepo colombiano
El óxido cae sobre unos rieles inoxidables, la nieve
cae en Auswichtz, levantarán los rieles el año de mi
nacimiento, se acabó el tren Calamar-Cartagena, pero a
lomo de burro andas hacia Momil, bajo este Sol que vas
a contemplar siempre bajo el aluvión, bajo los seis pies
de tierra de tu tumba allá en las sabanas,
un don sobrenatural, el hado, te va guiando, es el
fatum, las parcas, salen de las entrañas y los sedimentos,
eres tú, el carbono 14 demuestra que no pierdes el
tiempo,
no me preguntes de que se trata, el tiempo cada
quien lo puede definir, es el concepto-agua, agua pasó
por aquí cate que no lo vi, TOMBOS malparidos, si los
policías son ladrones, quién te protegerá de los kakos
las nieves del tiempo platearon mi sien, es carcoma,
es ceniza, es hueso, es piedra fría, pero también es el Sol,
el rey de los tiempos se casa noche y día con la Luna,
somos panteístas y animistas, nos alimentamos de los
silenciosos amaneceres, de la luz hecha grano de maíz, y
de los crepúsculos vueltos mojarras, tienes una idea de lo
milenario pasando y viniendo desde lo alto, desde los
cielos sin historia a este mundo de actas y registros y
calendarios, este mundo de relojes y tumbas, exploras el
conchal, el símbolo brilla, ahora dices que está a tus
espaldas el hermano Sol, es una visión, Europa vacila

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bajo la tempestad de hierro cuando decides embarcarte
en Le Havre para Cartagena...
Polvo de la Gran Alemania, alaridos y sirenas en
Berlín, el abuelo de una hermosa fotógrafa que admira
mucho todo lo germano —amada y aún no nacida— se
suicida, los años no son nada, las fechas, pero tu escapas
al padre guerrero, América es nueva en la ilusión de sus
selvas de bambú tragándose las ruinas de las ciudades
perdidas de los kogi, giran las estaciones boreales, cae la
nieve en Dranzig, en Cracovia, en Moscú, se derrumba
el hormiguero en Dresde, en Colonia, Kapput, pero el
hado, tu fatum, ha decidido que emigres a la tierra de las
langostas y el bollo de yuca, del mango biche con sal y el
casabe,
los plumajes de las guacamayas son joyas voladoras,
los camarones saltan del arroz a tu boca
La brisa es el sigilo de las culebras que huyen, cada
quien tiene derecho a vivir, pero millones de muertos
hoy abonan el suelo de Europa, el agua de Puerto
Colombia sin embargo no es de hemorragias sino un
lapislázuli acogedor, el paquebote “Catherine de Nancy”
se abre paso entre los manglares y echa su ancla, atraca
en Sabanilla,
De la pasarela desciende a la canoa un sabio, Ha
llegado Gerardo Reichel-Dolmatoff, un hombre que conoce la
energía fósil, un paleontólogo y alumno de Goethe, sabe
de mineralogía, de botánica, de griego y latín, de Giotto
y el cuatrochento, condiscípulo de Cassirer, ah el mito
del Estado, ah el derecho, ah la filosofía mortadela y

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asustada y libresca de algunos alemanes embotados, se
hunden en el polvo, se queman...
El rostro del anciano queda impreso en la arcilla,
un rostro noble, su imagen resiste a la destrucción, quién
ha muerto, he llegado a una edad en la que la sabiduría debe
comenzar a imponerse

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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El hombre caimán en el zoológico de Berlín

Para Mario Salazar


A comienzos del siglo XXI era famoso en Berlín el
cineasta Robert Koschmieder por haber filmado en las
selvas colombianas de Urabá un documental con ribetes
de gran ficción sobre el hombre caimán.
Se decía que su argumento, «el éxito del
antroposaurio con las mujeres», tenia algo de
autobiográfico porque Koschmieder vivía con tres indias
en un pueblo del Urabá, muy cerca de Panamá
Poco antes de que se desatara la guerra en Europa
Robert Koschmieder se las olió y pudo embarcarse en
Marsella el 24 de noviembre de 1937 emigrando hacia
Colombia, donde pocos meses después, tras desembarcar
en Mibuenaventura se encontró en la selva.
Allí se convirtió en un personaje sin cuento pero
«  con argumento  », tal como lo dejó escrito Eduardo
Cote Lamus. Su historia es contada en los talleres
literarios de la Facultad de letras de Quibdó.
Koschmieder aprendió a cazar cocodrilos hasta ser
llamado en los diarios de Medellín «  el cazador de
caimanes ».
Veinte años después de la derrota de Hitler volvió a
Europa y fue cuando pudo venderle al zoológico de
Berlín un caimán sensacional que dicen tenía algo de
humano pues se paraba en dos patas y parecía bailar
www.auroraboreal.net 181
cuando le daban pan y queso, aunque estaba prohibido,
y algunos holandeses le daban de chupar tragos de
cerveza y ron, lo que casi hacía hablar a esta bestia,
decían.
Pasaron los años, y después de que Medellín se puso
de moda con las películas de Víctor Gaviria y Barbet
Schroeder, y por todo lo exótico y raro que es Colombia,
Werner Herzog llegó un día a la tan mentada ciudad de
la eterna orquídea en flor
En Berlín Luis Fayad le había dado el teléfono del
novelista Juan José Hoyos.
El realizador de «  Aguirre, la ira de Dios  » y el
autor de « Tuyo es mi corazón » se encerraron durante
tres semanas en una casa del barrio Belén a escribir el
argumento para una película sobre la vida de
Koschmieder.
Herzog estaba interesado en destacar en la
narración la vida amorosa de Korschmieder, y de otros
alemanes y austriacos que vivieron refugiados en aquel
paraíso de Urabá durante la segunda guerra mundial.
Había comprado unas acuarelas y óleos pintados
por Klaus, el místico.
Se notaba que le gustaba Gauguin… Juan José no
lo quiso engañar y le advirtió que el hombre que daba
ejemplo por su libertad sexual en la población de
Currulao no era un alemán sino el jaibaná (brujo-
sacerdote) embera, el indio Emilio Tichiliano…
—No fue el alemán el protagonista de la fábula del
cuarteto de Currulao, un hombre con tres mujeres, con
tres indias, sino su compadre el indio Emilio Tichiliano,

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quien realiza el fantasma de vivir con mujeres de las tres
edades: una más vieja que él «  porque es bueno tener
mamá aunque se haya muerto »; « otra más joven para
la comida y la casa, para que reme » y la muchacha de
los grandes senos « para el baile ».
Herzog se carcajeó con ganas. Le pidió a Juan José
que escribieran un drama barroco con la llegada de
Korschmieder a la casa del indio Tichiliano.
La película comienza con un bombardeo ni el
hijueputas en Europa mientras se oye Wagner… y
después se ve el mar, el buque, las selvas, el puerto de
Mibuenaventura, y ahí si… la historia del viejo
Tichiliano y el alemán cazador del hombre caimán…
—El alemán pasó por todas. Una vez Tichiliano se
fue de cacería y él se quedó solo en la maloca con las tres
mujeres. Hacía rato que no tenía intercambio con
alguien. La muchacha de los grandes senos lo miraba
con algo de sorna. Se llamaba Onoma y era bruja. El
sintió los agujeros de su pelvis.
—Tienes algo de culebra —le dijo Robert.
—¿Quieres chicha?
Dicen que Korschmieder se fue al paraíso mientras
conejeaba con Onoma en la hamaca grande, esa que
parece un toldo de guacamaya... ella se dejó quitar el
guayuco... y cuando él iba a penetrarla... expiró... tenía
104 años y todos sus dientes... pasaría a la historia por la
venta de caimanes al zoológico de Berlin, y sobre todo
por sus historias de amor con las tres mujeres (tema del
folclor) y los milagros que dizque hacía a quien lo
invocaba como el alemán-caimán del buen viaje

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Elvira Koch, una periodista de Die Welt, llegó a
Medellín para escribir un reportaje sobre la filmación
que será publicado en la edición dominical mañana 1 de
noviembre.

Publicado en Días de tambor. Sílaba Editores. Medellín, 2012

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Cuando un campeón apaga la luz


Papá a veces logra olvidarme. La danza de los
astros nos hace olvidar lo ocurrido, y sin embargo
cuando el campeón, tan fuerte, “cuajado”, apaga la luz,
un aleteo de miedo va disipándose en el útero, posición
fetal, la angustia pasa, puede soñar... el espíritu se
expande, se dilata, se derrama, se desata hacia limbos
infinitos, en las tinieblas...
tus miembros paralizados por la hipnosis ancestral,
duérmete niño duérmete ya antes que venga la vaca pelá, dejan
que el alma vuele y satisfaga los antiguos deseos
chamánicos...
Me llamaban —Ven, ven, baja, sube, subibaja, bajo
la tierra también hay cielo, cielos, cuánto te queremos,
estamos tragadas de ti, muchacho, serán las hermanas
Patasolas o qué, soterradas, guapo, guapo, sube, ven, qué
guapo eres, jolín, agarra mis bragas, las muchachas se
quitan los calzones, las bragas, brujildas arrojan sus
panties al campeón, las tangas y guayucos caen al ruedo,
al torero valiente lo que se merece, eso lo leí, lo leí, la
prensa nos alimenta día a día, es el pan nuestro de cada
día...
historia desechable de la humanidad, y ese es el
pancoger, escribir para vivir, lo puede decir mi padre, el
cronista, unos viven y otros viven escribiendo lo que
www.auroraboreal.net 185
viven ellos y los otros, el cronista, y yo... qué haré, qué
haría, volar de aquí ¿a Canadá? podría cantar…
contar... cosas, qué contar... cada quien entiende su
juego y el que no lo entienda... que mire hacia el cielo en
busca de ayuda, por su tragaluz, echas una mirada,
suenan las sirenas pam pom pam pom, me tapo los
oídos, no me voy de esta linda vida, no, en París, en el
mundo... cada treinta segundos... alguien... pero yo
quiero ser fuerte, una mente corpulenta como mi físico,
sí... nada qué ver...
tengo una corpulencia que puede dejar creer que
soy fornido... pero cuando apago la luz, de noche, en mi
cama, no es tan evidente... no soy para nada evidente
Si alguien entrara al cuarto ahora deberá tantear
para encontrarme, todo está oscuro, oscuro, quisiera
soñar que soy campeón, que soy el campeón de las
tramas, puedo empatar cables, tejer, pegar, argumentar,
dizque Argelia, dizque Francia, subo, subo, podré volar,
la geografía me marea, buscar una lógica, no soy nada
irracional, qué es la joda, el otro día ni más ni menos oí
decir a mi viejo, cronista en Le Matin, que estaba
escribiendo una nueva versión de la historia de la
humanidad, quiero mucho a mi viejo, tiene razón, cada
ser es, somos, un número, una cifra en el conteo del
universo, prueba de que existimos,
como cuando uno nace, ahí mismo si es civilizado,
lo inscriben en un registro, y si fuésemos una estrella en
el cielo, desde abajo, desde la tierra, algún astrofísico
trepado en su palomar nos descubriría con su potente

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telescopio marcando con orgullo en su planisferio
cuadrículado : NN, "X-tal" existe...
ayer... el domingo por la tarde, como el verano se
alargaba aún mojando nuestras espaldas me fui al jardin
de la Villette a buscar algo de selva, oír tambores,
caminar a pie descalzo, abrazarme a un árbol, cruzarme
con algún bailarín guineo o congo, y claro, claro,
...mirar a las muchachas comiendo sobre la hierba
en esos pic-nics ya pintados por Renoir... ven, ven, sube...
sube... a vernos, el hachís no te deja soñar, y quizas es
miedo a las pesadillas, meditaba, una visión, un
entreoído, algo sobre la trama terrestre, alguna historia
viene buscándome por los cielos, por las raíces, y yo no
lo sé, pero hay que parar las orejas, las antenas, en
silencio cual saeta, nos llegan las historias, desde el fin de
los tiempos,
quién sabe cuándo, en la adolescencia, oímos
hablar de la historia de la humanidad, las pirámides de
Egipto, la Atlántida, las cataratas del Niágara, Machu
Pichu, más allá de papá, mamá y mis hermanos, más
allá de los abuelos, dizque la Biblia, Noé, Hércules,
Samson, Alibaba, Ícaro, el trono de los faraones... la
imaginación vuela, vuela... ya está usted ligado a la
historia de la humanidad, con cada nacimiento
comienzan las ruinas, la historia, al oscuro nos meten
aquí, nos llama la madre, niño, dame la mano, te vas a
caer, al oscuro hice mi lío, al oscuro lo desaté... ven, ven,
de noche caminan las oscuras... golondrinas
antes me dejaba someter por esas voces, me dejaba
poseer, en trance, ven, ven, échate a volar, pedazo de

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gaviota, gallinazo, palomo, ahora quiero controlar, tener
un plan... de vuelo... meditar es hacer el vacío en la
mente, dice Catalina, mi novia, mi ex, pues nos hemos
separado, pero no estoy depre por eso, ella dice que el
vacío no es la muerte, al contrario,
yo medito sobre mi trama, la historia de mi vida, ya
se está cumpliendo mi destino, mi suerte, me gustaría, en
el futuro, que algo me suceda, en la Villette, viendo los
árboles y la expansión verde de las praderas con los
edificios a lo lejos, me voy por las ramas, soy impulsivo,
me conozco mosco, soy cual pluma al viento, lo que se
dice culipronto...
Por su oficio de cronista mi padre está advertido de
cómo conviene narrar una historia, tener claro quién,
como, cuando, qué paso, por qué, pero yo, nojoda, yo si
estoy jodido...
mi voz narrativa se deshace, se desmorona, sin cesar
me asaltan estas visiones nocturnas ¿por qué muchachón
permaneces con tus suelas pegadas a los pavimentos
cuando puedes aspirar a un glorioso himeneno con las
nubes? las Patasolas hacían aspavientos, me mandaron...
a llamar... me dijeron "echa tu casa por la ventana",
serás polvo enamorado, sí
empecé a tirar mi vida así, mis libros, mis zapatos,
las fotos de mi padre, la historia de mi familia, una
pequeña escultura de barro que le hice con cara de
sátiro dormido...
dizque en la adolescencia se for ma la
personalidad... sigues leyendo, el hombre homérico, el
hombre de la calle, no tiene una concepción unificada de

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lo que llamamos "personalidad", "alma"... ahora se los
voy a cantar...
el tiempo se ramificaba, las aves se columpiaban en
el parque, yo me iba por las ramas, escápate a la pradera
de los cielos, el pasado de la humanidad ya me incluía,
desde la edad de la razón, buscando, buscando una
razón... para saber quién me llama, me salen las
cordales... voy al dentista, las coordenadas, la revolución
francesa, la Plaza Roja... ¿y el codigo de Hammurabi?
Arquímedes, Napoleón...
la mitología griega, muchos saben quién es Ícaro y
qué pasa con el canto de las sirenas manirrotas, buscan
ecos en nuestra psiquis que no entiende a veces lo que
nos domina y nos pasa...
—ven, dale, sube, ven, vuela, menos conocida
quizás sea mi historia, la historia del pronombre
personal “Yo”, me parece que está ligado al nombre de
la joven “Io”, una muchacha, fundadora de
civilizaciones como toda madre, martirizada por los
sueños en que una potencia desconocida, una voz
macha, fuerte, le decía: no te desperdicies, qué culo lindo
tienes nene, tan lindo como tu carácter, tu ser... ven...
¿quieres subir?
este cuerpo tan querendón busca subir a la
montaña donde alguien... lo esperaría... mejor no verle
la cara, cuán larga es la secuencia de vidas y muertes que
nos precedieron...
antaño mi padre fue ese ojo quemante y mi madre
una doncella... uno nace fresco, pero tiene la trama
celeste pegada a su piel de pollo, y si hablas de dios, ahí

www.auroraboreal.net 189
mismo es “el alma”, aparece la historia religiosa, el cura,
el rabino, la guerra, no quiero dioses guerreros, ni
enmurallados, estás triste, solo, invocas, pero solo hay
ideas, ideas, estoy cansado de pensar, no tienen ese
flanco femenino, carnoso, de la madre nuestra,
con su tremendo aguijón, su tábano, el espíritu
paterno entra en la carne de mamá, papá me llevó
donde el psiquiatra, ¿qué le pasa a Sylvain? no sé... ¿y
qué es lo que quiere? bailar... nadie te había dicho que te
amaba, te sentías como lady Chaterley, no tienes quién
te abrace y te caliente y te goce
no sé si ésto es una pesadilla, vi pedazos de gente,
prótesis, o dientes en encías sueltas, como donde el
dentista, gente que se conectaba como máquinas para
recargarse cual baterías de celulares, para espantar esas
imágenes que se entran al gallinero... vuela, vuela... me
gustó mucho haber leído la historia de ese campeón, que
reconociera su culillo en la oscuridad, a mí me pasa lo
mismo cuando apago la luz,
las llamas del sol no envejecen, ese antiguo sol que
vemos nos calienta a las diez de la mañana, pero ahora
no existe, qué temprano era, la oscuridad estaba distante
aún, lo oscuro existe antes y después y durante...
el deseo de volar del tal Ícaro con sus ridículas alas
pegadas con cera... él se las derritió, puta, bueno esta
historia seguro la habéis oído ya, se repite el hombre, si
un demonio le sopla a usted que se lance por la ventana,
dios no lo quiera, usted llegará al cielo antes de tiempo,
antes de que se cumpla lo planeado por madre natura,

www.auroraboreal.net 190
y con tanto que cuesta hacer crecer a los nenes, me
volveré una pesadilla para mi gente...
su abuelita lo amaba mucho, en las familias se trata
de evacuar las supersticiones, el mal de ojo, mirada
ciclópea que nos mira desde que nos meten en la cuna,
un espíritu protector debe luchar contra ese ojo de vaca
cagona, la higiene y la medicina son las hadas madrinas
de nuestros hijos, buena leche
y buena mar... una potencia superior, transmitida
por el aliento cósmico, ligado con el ultimo suspiro de los
agonizantes, provoca esta madrugada un suplemento de
oscuridad y dolor,
tras el intenso alivio de volar...
—vente, vente, sube, mira, vuela, sube —qué fatiga
el cuerpo, transportarse en el metro, la sangre sube y
baja rápido como en la coctelera, en los ascensores, hay
que trabajar para enamorarse, quien no labora no hace
el amor, ya es hora que el niño llora, hazmerreir, vos...
quizás ya viejos desdentados la falta del deseo de
vivir se nos mete en el pellejo, pedazo de cuerpo plagado
de niguas, piojos, liendras, parásitos...
a veces como esta noche quizás suben al cielo
muchachos como yo, él, en la oscuridad, es llamado, se
lo ordenamos, vienen a vernos, lindos, apuestos, los
mandamos a llamar, vuela, sube, mira tus amigos ya
subieron, tu abuelita, yo no quiero deslumbrar a nadie
con esta historia, quién me manda, quién me la dicta,
...a las cuatro de la madrugada, en Montparnasse,
los bomberos de París no saben lo que les espera, es la
pesadilla mía, mi suerte, mi demonio en las losas de la

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morgue, ya nadie cree en las vidas anteriores, ni en la
reencarnación, hablan más bien de un malestar vital, de
una “falla”, la voz de la locura nadie sabe quién la
pronuncia
los bomberos llamaron a mi padre el cronista a las
cuatro de la madrugada para decirle que al muchacho lo
habían encontrado tirado en el pavimento cerca de la
Torre Montparnasse... oí el grito de las Patasolas,
chupasangres, nadie las reconoce en los manicomios,
recogerán mi cuerpo desmadejado de soñador que ha
cumplido con su destino, volar, volar...
solo espero que mañana el sol esté brillando, será
domingo en la Villette, pese a este mar de tinieblas que
se derrama en mi habitación cuando apago la luz, algo
sigue arañando en los sueños, la oscuridad mitiga las
maldiciones, dice el poeta Santiago Mutis, esclavos no
maldigamos la vida.

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Julio Olaciregui
Colombia 1951. Periodista y
escritor, pasa de un género
literario a otro con una gran
desenvoltura. Se inició en el
teatro en la Universidad de
Antioquia, Colombia. Viaja a
París en 1978 para estudiar
literatura en la Universidad
de la Sorbona. Sus obras
incluyen la novela, la poesía,
la dramaturgia y el cuento.
Ha publicado Vestido de bestia
(relatos, 1980), Los domingos de
Charito (novela, 1986), Trapos
al sol (cuentos, 1991), Dionea
(mitonovela, 2005), Días de
tambor (relatos, 2012), Una
mano en la oscuridad (relatos,
2013), La segunda vida del Negro
Adán (relatos, 2014) y El
hombre caimán en el zoológico de
Berlín y otros cuentos (2014).
Adaptó para el cine La
mansión de Araucaima, de
Álvaro Mutis, filmada luego
por Carlos Mayolo (1986).
Sus obras de teatro: En el
cabaret místico (1999), El tango
congo se acerca a La Habana
(2000) y El callejón de los besos
(2009). Desde 1998 escribe
de cine para la agencia
AURORABOREAL® France-Presse.

CUENTO
2015 AuroraBoreal® eBooks
Fotos Julio Olaciregui © Adriana
Rosas.
Diseño: Leo Larsen®
Cubierta grabado francés del siglo
XIX

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