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1
Vamos
a
examinar
cómo
y
por
qué
funcionan
las
relaciones
sociales
no
comerciales
(altruistas
aparentemente/empáticas)
de
diferente
tipo.
Vamos
a
diseccionar
el
instinto
de
cooperación,
lo
que
llamamos
el
bien,
lo
mejor
de
nosotros
mismos.
Esto
se
basa
en
lo
que
llamamos
empatía.
2.
MEMORIAS
DE
PRIMATE.
Muchas
conductas
nos
hablan
de
hasta
qué
punto
somos
animales
sociales
y
provenimos
de
un
entorno
donde
la
colaboración
entre
unos
y
otros
ha
resultado
fundamental
para
nuestra
supervivencia
como
especie.
Vamos
a
ir
viéndolas
según
su
complejidad,
de
las
más
sencillas
a
las
más
sofisticadas.
1.
El
arte
de
imitar
es
la
raíz
de
todo.
Muchas
veces,
ante
cualquier
situación,
nuestra
manera
de
actuar
depende
de
lo
que
los
otros
estén
haciendo.
Si
muchos
individuos
deciden
a
favor
de
una
idea
en
particular,
es
muy
probable
que
les
sigamos,
porque
percibimos
esa
idea
como
correcta
y
válida.
Es
por
este
motivo
por
lo
que
se
nos
explica
que
los
productos
son
best-‐sellers
o
los
anuncios
televisivos
a
menudo
retratan
multitudes
de
gente
corriendo
a
las
tiendas
para
adquirir
lo
que
se
publicita.
También
es
por
ese
motivo
por
lo
que
preferimos
un
restaurante
lleno
en
que
tenemos
que
hacer
cola
a
uno
vacío.
Sabemos,
intuitivamente,
o
inconscientemente,
que
lo
que
hacen
muchos
suele
tener
un
motivo
justificado
detrás.
También
es
por
este
motivo
por
el
que
las
campañas
para
adolescentes
en
contra
del
tabaco,
el
alcohol
o
las
drogas,
del
suicidio
juvenil
o
de
la
polución,
basadas
en
explicar
lo
enorme
del
problema
y
la
cantidad
de
jóvenes
afectada
por
él,
tienen
tan
poco
éxito.
A
pesar
de
que
sus
argumentos
son
a
menudo
ciertos
y
bien
intencionados,
los
creadores
de
estas
campañas
se
han
olvidado
de
algo
básico
acerca
del
proceso.
Dentro
del
enunciado
“mira
a
toda
esa
gente
que
está
haciendo
esa
cosa
indeseable”,
lo
que
más
llega
del
mensaje
no
es
que
esa
cosa
sea
indeseable,
sino
que
hay
mucha
gente
que
lo
hace.
De
esta
manera,
se
ha
demostrado
que
estas
campañas
pueden
incluso
a
incitar
a
que
se
copien
estos
comportamientos,
por
lo
que
es
peor
el
remedio
que
la
enfermedad.
Las
conductas
de
imitación
se
producen
gracias
a
la
existencia
de
las
neuronas
espejo,
un
tipo
de
neuronas
de
nuestro
cerebro
que
se
activan
cuando
vemos
acciones
que
nuestro
sistema
de
recompensa
identifica
como
atractivas,
como
posibles
fuentes
de
placer.
Las
neuronas
espejo
identifican
estas
acciones
y
toman
nota
de
ellas,
llevándonos
a
nosotros
a
repetirlas
físicamente.
Tenemos
una
tendencia
automática
a
imitar
cualquier
movimiento
que
vemos.
La
imitación
es
automática,
la
hacemos
sin
pensar
en
ella.
Parece
algo
natural
y
fácil
pero
cuando
se
ha
intentado
que
las
máquinas
la
hagan,
se
ha
descubierto
que
es
extremadamente
difícil.
Lo
hacemos
a
partir
de
imaginar
las
intenciones
de
los
demás
a
la
hora
de
moverse.
De
esa
manera,
podemos
ajustar
los
movimientos
reales
de
nuestros
cuerpos
para
llevar
a
cabo
la
acción.
Se
vio
la
importancia
de
las
intenciones
a
través
del
estudio
de
los
errores
que
cometen
muchos
niños
en
juegos
de
imitación.
Si
se
les
dice
que
nos
imiten,
en
realidad
lo
que
imitan
son
las
intenciones,
más
que
los
movimientos.
Si
nos
ponemos
frente
a
frente
y
me
toco
la
oreja
izquierda
con
la
mano
derecha,
ellos
se
tocarán
la
oreja
izquierda
pero
con
la
mano
izquierda.
Esto
ocurre
porque,
en
realidad,
no
han
imitado
el
movimiento
sino
la
intención.
Y
ésta
es
más
fácil
de
lograr,
a
su
manera,
haciendo
un
movimiento
más
sencillo,
2
de
izquierda
a
izquierda.
Si
hay
un
botón
en
medio
de
la
mesa
y
me
inclino
para
tocarlo
con
la
frente,
lo
tocarán
igual,
porque
asumirán
que
mi
intención
es
exactamente
ésa.
Pero
si
tengo
las
manos
atadas,
asumirán
que,
en
realidad,
mi
intención
es
simplemente
apretar
el
botón,
así
que
lo
harán
con
sus
manos,
porque
las
tienen
libres.
Por
tanto,
lo
que
identifican,
más
allá
del
movimiento
a
imitar,
es
la
intención
del
que
se
mueve.
Y
eso
es
lo
más
importante
a
la
hora
de
repetir
la
acción.
En
el
momento
en
que
percibimos
los
movimientos
en
términos
de
intenciones,
se
convierten
en
algo
especial.
Cualquier
cosa
puede
moverse
pero
sólo
algunas
criaturas
pueden
moverse
para
lograr
cosas.
Nuestro
cerebro
no
imita
automáticamente
a
un
robot,
porque
sus
movimientos
no
son
percibimos
como
biológicos,
como
intencionados.
No
se
ven
como
acciones.
Desde
que
somos
recién
nacidos
aprendemos
a
imitar
el
movimiento.
Un
poco
más
adelante,
antes
del
año
de
vida,
aprendemos
que
detrás
de
las
acciones
de
los
demás
hay
intenciones,
hay
objetivos
concretos,
y
también
los
aprendemos
a
imitar
a
través
de
las
neuronas
espejo.
Y,
finalmente,
aprendemos
también
a
sentir
lo
que
los
otros
sienten
cuando
llevan
a
cabo
esas
acciones
intencionales.
En
conclusión,
las
neuronas
espejo,
el
arte
de
imitar,
es
la
base
para
descubrir
el
mundo
emocional
de
los
demás
y
construir
el
nuestro
propio.
Son
la
base
de
la
empatía.
Por
tanto,
la
imitación,
además,
nos
permite
no
sólo
imitar
movimientos
sino
sentimientos
también.
2.
La
empatía:
el
contagio
de
las
emociones.
Por
ejemplo,
si
imitamos
automáticamente
las
caras
de
los
demás,
eso
tiene
una
consecuencia:
nos
sentimos
igual
que
ellos.
Si
vemos
una
cara
sonriente,
sonreímos
un
poco
también
y
eso
también
nos
hace
sentir
más
felices.
Las
emociones,
pues,
se
contagian.
En
nuestro
cerebro
tenemos
una
especie
de
“matriz
del
dolor”
que
se
activa
cada
vez
que
sentimos
dolor.
Pero
¿qué
pasa
cuando
vemos
el
dolor
en
los
demás?
Pues
que
se
activan
las
mismas
áreas
en
nuestro
cerebro.
Así
que
podemos
compartir
la
experiencia
mental
del
dolor.
Estas
áreas
mentales
también
se
activan
cuando
anticipas
el
dolor,
cuando
sabes
que
te
lo
van
a
producir
en
escasos
momentos.
Si
puedes
anticipar
tu
propio
dolor,
no
es
tan
extraño
que
puedas
anticipar
el
de
otra
persona.
A
partir
de
estas
experiencias,
podemos
construir
modelos
mentales
basados
en
estos
estímulos.
Muchas
veces
los
vendedores
buscan
una
conexión
entre
ellos
y
sus
potenciales
clientes,
como
lugares
de
nacimiento,
profesiones…
de
esta
manera,
está
comprobado
que
aumentan
las
compras
y
las
donaciones.
Los
cumplidos,
además,
también
estimulan
el
proceso
de
gustar
al
prójimo,
así
que
los
vendedores
son
entrenados
en
la
práctica
del
halago.
De
hecho,
se
ha
demostrado
que
los
cumplidos
son
tan
efectivos
cuando
son
ciertos
como
cuando
no
lo
son.
Tradicionalmente,
la
venta
tipo
Tupperware
o
Avon
ha
funcionado
porque
se
basa
en
eso:
quien
vende
y
quien
compra
comparten
un
vínculo
afectivo:
son
amigos,
o
se
conocen,
o
tienen
vidas
parecidas.
Y
eso
hace
que
el
que
compra
baje
sus
defensas
ante
el
gasto
económico,
se
sienta
cercano
emocionalmente
al
que
vende,
y
se
deje
convencer
más
fácilmente.
3.
La
reciprocidad.
Analicemos
el
boom
de
las
tapas
o
de
los
pinchos
vascos.
A
pesar
de
que
el
precio
de
los
pinchos
cubre
con
creces
cualquier
posibilidad
de
engaño,
el
hecho
de
que
el
comercio
ponga
su
confianza
en
ti,
te
hace
sentir
bien
y
te
incita
a
devolverle
esa
3
confianza
diciendo
la
verdad
con
respecto
a
los
pinchos
que
te
has
comido.
Incluso
te
hace
sentir
bien
el
día
que
te
apetece
engañarlos.
Y
lo
mismo
cuando
te
ponen
una
tapa
con
una
bebida:
te
hace
sentir
a
gusto,
como
en
casa.
Esto
se
conoce,
en
términos
evolutivos,
como
altruismo
recíproco.
Durante
mucho
tiempo
no
se
entendía
la
cooperación
entre
individuos
dentro
del
marco
de
las
teorías
de
selección
natural
de
Darwin.
Pero
se
ha
descubierto
que
la
cooperación
es
necesaria
para
la
supervivencia
en
especies
sociales.
Los
supermercados
ofrecen
muestras
gratis,
las
empresas
de
exterminación
ofrecen
inspecciones
en
casa
gratuitas,
los
gimnasios
ofrecen
pases
y
visitas
gratis.
Las
compañías
farmacéuticas
gastan
millones
de
dólares
cada
año
en
dar
apoyo
a
investigadores
y
en
ofrecer
regalos
a
médicos
individuales.
El
motivo
es
siempre
el
mismo:
obligar
al
receptor
de
esos
regalos
a
sentirse
con
la
obligación
de
corresponder
de
forma
positiva,
de
manera
inconsciente.
4.
El
peso
del
compromiso.
Se
ha
descubierto
que,
cuando
nos
sentimos
comprometidos
físicamente
con
algo,
nos
cuesta
más
desdecirnos
que
cuando
nadie
nos
pide
nada.
Por
ejemplo,
en
una
tienda
de
comestibles
donde
hay
que
coger
tanda,
resulta
menos
probable
que
el
que
haya
llevado
la
acción
de
coger
el
ticket
con
número
que
le
corresponde
en
la
cola,
se
vaya
antes
de
efectuar
su
compra,
en
caso
de
que
tenga
que
esperar
mucho
rato.
El
mero
acto
de
compromiso
que
se
produce
al
arrancar
el
ticket
de
la
máquina
es
suficiente
para
que,
inconsciente,
la
gente
se
sienta
obligada
a
esperar.
En
un
experimento
psicológico
llevado
a
cabo
en
un
restaurante
que
tenía
problemas
para
que
la
gente
se
presentase
a
las
reservas
de
mesa
a
la
hora
de
cenar,
se
cambió
el
tipo
de
conversación
entre
la
recepcionista
que
tomaba
nota
de
las
reservas
y
el
cliente.
De
un
30
%
de
reservas
no
cumplidas
y
no
canceladas,
se
bajó
a
un
10
%.
El
truco
consistió
simplemente
en
cambiar
la
frase
de
“Por
favor,
llame
si
cambia
de
planes”
a
la
pregunta
“¿Llamará
usted
para
cancelar
si
cambia
de
planes?”.
Después
la
recepcionista
se
quedaba
en
silencio,
obligando
al
cliente
a
responder
con
una
afirmación.
El
hecho
de
tener
que
contestar
con
un
“sí”
fue
responsable
de
que
bajase
ese
porcentaje
de
reservas
no
cumplidas.
5.
El
poder
de
la
autoridad.
Se
ha
demostrado
que
un
hombre
puede
aumentar
en
un
350
%
el
número
de
peatones
que
le
siguen
al
cruzar
una
calle
en
contra
del
semáforo
en
rojo
simplemente
cambiando
una
pequeña
cosa:
en
vez
de
vestir
ropa
informal,
llevando
traje
y
corbata.
De
aquí
vienen
las
famosas
frases:
“nueve
de
cada
diez
dentistas
lo
recomiendan…”
o
“los
bebés
son
nuestro
negocio,
nuestro
único
negocio”.
Inconscientemente,
obedecemos
a
aquellos
que
parecen
tener
un
estatus
mayor
que
nosotros,
ya
sea
real
o
imaginario.
Así
los
actores
que
interpretan
a
médicos
tienen
gran
éxito
a
la
hora
de
anunciar
productos
farmacéuticos.
Esto
demuestra
que
la
jerarquía
es
algo
inherente
a
nuestra
especie.
Respondemos
de
ella
de
forma
innata,
sin
apenas
darnos
cuenta.
Aquel
que
parece
saber
más
que
nosotros
tiene
más
posibilidades
de
producir
un
cambio
en
nuestra
conducta.
6.
La
exclusividad.
Por
último,
y
ligado
con
la
idea
de
que
somos
seres
jerárquicos
por
naturaleza,
tenemos
tendencia
a
buscar
aquello
que
los
demás
no
tienen,
aquello
que
nos
hace
únicos.
Sentimos
atracción
hacia
aquello
que
se
nos
presenta
como
exclusivo.
Por
una
parte,
la
exclusividad
nos
ayuda
a
subir
un
escalón
en
la
jerarquía
social.
Al
fin
y
al
cabo,
los
ricos,
los
poderosos,
los
líderes,
supuestamente
tienen
acceso
a
bienes
que
les
son
vetados
al
resto
de
componentes
del
grupo
social
o
comunidad.
Por
la
otra,
la
atracción
hacia
aquello
que
es
único
está
ligada
con
una
creencia
ancestral
que
nos
dice
que
lo
que
es
escaso,
lo
que
está
4
en
poca
cantidad,
lo
que
cuesta
obtener,
tiene
valor.
Tiene
sentido
que
esto
sea
así.
Al
fin
y
al
cabo,
para
nuestros
antepasados,
los
primeros
Homo
que
vivían
en
la
sabana
africana,
esto
debía
ser
una
realidad.
Los
bienes
más
importantes:
comida,
abrigo,
herramientas…
no
abundaban.
Por
lo
tanto,
nuestro
cerebro
identificó
lo
escaso
con
lo
valioso.
E,
inconscientemente,
nosotros
seguimos
manteniendo
esa
creencia.
Por
ejemplo,
en
un
experimento
se
llamaba
por
teléfono
a
diferentes
carnicerías
y
se
les
ofrecía
una
carne
procedente
de
Australia
bajo
la
premisa
de
que
pronto
iba
a
dejar
de
estar
disponible.
Simplemente
con
ese
dato,
se
consiguió
aumentar
la
venta
de
ese
producto
un
300%.
Después
se
añadió
otro
factor
en
el
ofrecimiento,
que
consistía
en
decirles
a
los
posibles
compradores
–las
carnicerías-‐
que
esa
información
que
se
les
estaba
transfiriendo
era,
además,
exclusiva
para
ellos,
y
que
nadie
más
sabía
de
esa
futura
escasez.
Añadiendo
esta
referencia,
la
venta
del
producto
aumentó
un
600%.
Analizando
todas
estas
relaciones,
nuestras
memorias
de
primate,
veremos
que
la
comunicación
no
es
algo
sencillo.
Para
que
el
altruismo
tenga
éxito,
el
cerebro
ha
de
ser
capaz
de
hacer
muchas
cosas.
Se
ha
de
producir
simpatía,
que
es
la
inclinación
natural
de
ayudar
a
otro,
confianza,
que
es
el
saber
que
mi
ayuda
va
a
ser
recompensada
luego,
gratitud,
que
es
la
inclinación
a
devolver
el
favor
que
nos
han
hecho,
vergüenza,
que
es
la
inclinación
a
no
olvidar
que
debo
un
favor,
sentido
de
la
justicia,
que
me
permite
saber
cuál
es
el
favor
adecuado
a
devolver,
indignación,
que
me
hace
romper
la
cooperación
e
incluso
dar
castigo
en
caso
de
traición,
y
culpa,
un
sentimiento
de
desagrado
de
uno
mismo
y
miedo
a
la
exposición
a
los
demás
para
evitar
la
tentación
de
las
ventajas
a
corto
plazo
de
hacer
trampas.
Todas
estas
emociones
son
el
motor
que
nos
ha
llevado
a
ser
animales
sociales
e
inteligentes.
De
hecho,
ambas
cosas,
sociabilidad
e
inteligencia,
van
de
la
mano
en
la
evolución.
La
gran
presión
selectiva
para
que
se
desarrollara
la
inteligencia
nació
de
la
necesidad
de
registrar
identidades,
estatus,
poder
e
intenciones
de
los
demás.
Animales
como
perros,
delfines
y
primates
tienen
que
cooperar
para
sobrevivir.
Pero
también
tienen
que
competir
para
maximizar
su
participación.
El
equilibrio
entre
competir
y
cooperar
exige
una
demanda
computacional
grande.
Especialmente
en
los
humanos,
esta
presión
sobre
la
inteligencia
social
debe
haber
sido
enorme.
Tanto
en
chimpancés
como
en
humanos,
esta
presión
les
permitió
ser
cazadores
efectivos.
Y
después
de
que
los
homínidos
se
convirtiesen
en
bípedos,
pero
antes
de
que
aumentase
tanto
el
tamaño
del
cerebro,
aprendieron
a
utilizar
palos,
piedras
y
el
fuego.
Se
convirtieron
en
superdepredadores.
3.
EMOCIÓN
VERSUS
RAZÓN.
Alguien
podría
pensar:
“las
emociones
están
muy
bien,
pero
en
realidad,
si
tenemos
que
tomar
una
decisión,
podemos
razonar
y
decidir
fríamente”.
E
incluso
podría
llegar
más
lejos
y
afirmar
que
“la
capacidad
para
hacer
esto
es
lo
que
nos
hace
humanos,
mucho
más
que
nuestra
inteligencia
social”.
Craso
error.
Vamos
a
analizar
qué
pasa
cuando
decidimos.
Vamos
a
hablar
de
una
amplia
zona
de
nuestro
cerebro,
la
corteza
prefrontal,
justo
detrás
de
nuestra
frente.
Como
hemos
visto,
distintas
áreas
en
su
interior
tienen
distintas
funciones.
Básicamente,
y
de
forma
general,
podemos
señalar
que
en
esta
corteza
es
donde
se
decide:
-‐qué
está
bien
y
qué
está
mal
-‐qué
es
lo
parecido
a
nosotros
y
qué
es
lo
que
es
diferente
5
-‐cuáles
serán
las
consecuencias
futuras
de
nuestras
acciones
presentes
-‐qué
es
lo
que
más
nos
conviene
-‐cómo
controlar
nuestros
instintos
y
comportarnos
de
forma
social
Parece
una
zona
especialmente
importante
a
la
hora
de
comprar
porque
está
relacionada
con
nuestras
decisiones
y
sus
consecuencias.
De
hecho,
no
forma
parte
de
nuestro
cerebro
mamífero
o
emocional,
sino
que
es
más
evolucionada.
Forma
parte
de
la
corteza,
nuestro
cerebro
más
moderno,
y
constituye
nuestra
última
adquisición
a
nivel
evolutivo,
la
parte
más
moderna
que
tenemos.
En
ella
reside
la
lógica
y
la
racionalidad.
Vamos
a
ejercitarla
ahora
a
través
de
2
ejercicios,
así
veremos
cómo
funciona.
DILEMA
DEL
TRANVÍA
1:
Un
tranvía
corre
fuera
de
control
por
una
vía.
En
su
camino
se
hallan
cinco
personas
atadas
a
la
vía.
Afortunadamente,
puedes
accionar
un
botón
que
encaminará
al
tranvía
por
una
vía
diferente.
Por
desgracia,
hay
una
persona
atada
a
esta
vía.
¿Deberías
pulsar
el
botón?
DILEMA
DEL
TRANVÍA
2:
Como
antes,
un
tranvía
descontrolado
se
dirige
hacia
cinco
personas.
Estás
en
un
puente
sobre
la
vía
y
podrías
detener
el
paso
del
tren
lanzando
un
gran
peso
delante
del
mismo.
Mientras
esto
sucede,
a
tu
lado
se
encuentra
un
hombre
muy
grande;
de
este
modo,
la
única
manera
de
parar
el
tren
es
empujar
al
hombre
grande
desde
el
puente
hacia
la
vía,
acabando
con
su
vida
para
salvar
otras
cinco.
¿Qué
harías?
Entre
el
70
y
el
80%
de
la
gente
que
participa
en
este
dilema,
independientemente
de
su
edad,
cultura
o
sexo,
aprieta
el
botón
en
el
primer
dilema
pero
no
es
capaz
de
empujar
al
hombre
grande
en
el
segundo
dilema.
Hasta
mediados
del
siglo
XX
no
se
entendían
estas
respuestas,
porque
se
supone
que
la
parte
racional
nos
indicaría
que
deberíamos
matar
al
hombre
grande
para
salvar
a
los
demás,
simplemente
porque
siempre
es
preferible
que
se
pierda
una
vida
en
vez
de
cinco.
De
alguna
manera,
el
córtex
prefrontal
nos
está
fallando
en
este
dilema.
Gracias
al
desarrollo
de
las
técnicas
de
neuroimagen,
el
neurobiólogo
Antonio
Damasio
descubrió
que:
-‐En
el
primer
dilema
se
activa
sólo
la
actividad
en
la
corteza
prefrontal.
-‐En
el
segundo
dilema
se
activa,
además,
la
actividad
en
el
sistema
límbico
(cerebro
mamífero,
donde
están
las
emociones
y
los
recuerdos).
Por
tanto,
el
mito
de
que
la
toma
de
decisiones
es
racional
es
mentira.
Sólo
con
el
hecho
de
tener
que
tocar
al
hombre
grande,
de
implicarnos
moviendo
nuestros
brazos
en
la
acción,
nuestra
decisión
queda
completamente
desviada
de
la
racionalidad.
Las
emociones,
pues,
son
más
importantes
de
lo
que
creemos
a
la
hora
de
decidir...
y
esto
tiene
implicaciones
a
nivel
de
compra.
Los
anuncios
han
cambiado
muchísimo
durante
los
últimos
años.
Ya
no
se
venden
productos,
sino
sensaciones.
Como
somos
empáticos,
nos
resulta
muy
sencillo
comprar
emociones,
contagiarnos
de
ellas.
Desde
los
años
noventa,
el
perfil
del
consumidor
se
ha
transformado.
De
hecho,
autores
como
Gilles
Lipovetsky
utilizan
el
término
"neoconsumidores"
para
referirse
a
aquellos
que
no
sólo
compran
productos
sino
también
experiencias,
emociones
y
estados
de
ánimo.
Es
el
consumo
de
lo
etéreo
(quizás
porque
lo
básico,
las
necesidades
básicas
que
nos
hacen
cumplir,
ya
las
tenemos
y
no
valoramos
sus
motivaciones).
Actualmente
es
más
pertinente
que
nunca
la
afirmación
"dime
qué
consumes
y
te
diré
quién
quieres
ser,
y
cómo
6
quieres
sentirte".
Consumir
cierto
tipo
de
objetos
nos
ayuda
a
definir
simbólicamente
nuestra
identidad.
Lo
importante
no
es
la
posesión
en
sí
misma,
sino
la
carga
simbólica
que
asociamos
a
ella.
Consumimos
objetos
exclusivos
en
parte
para
sentir
que
somos
personas
más
exclusivas.
El
producto
deja
de
ser
fin
en
sí
mismo
y
se
convierte
en
medio.
Nuestros
sentimientos
más
profundos
pueden
ser
claves
para
conectar
con
nuestro
inconsciente.
Un
ejemplo
de
hasta
qué
punto
las
asociaciones
inconscientes
y
emocionales
tienen
poder
sobre
nosotros
se
encuentra
en
el
experimento
que
se
llevó
a
cabo
con
Coca-‐Cola
y
Pepsi
en
2004.
El
objetivo
del
investigador
Read
Montague
era
investigar
las
razones
por
las
cuales
dos
bebidas
casi
idénticas
químicamente
causaban
un
comportamiento
de
compra
tan
diferente.
En
una
primera
instancia,
confirmó
lo
que
decía
Pepsi:
en
los
test
a
ciegas,
quienes
bebían
esta
gaseosa
registraban
una
mayor
actividad
cerebral
en
el
circuito
de
recompensa,
que
es
la
zona
asociada
al
placer
que
provocan
las
bebidas
y
los
alimentos
que
las
personas
consideran
"ricos".
Esto
explicaba
la
preferencia
por
Pepsi.
Luego
descartó
el
test
a
ciegas
y
les
informó
a
los
participantes
de
la
muestra
qué
bebida
contenía
cada
vaso.
El
resultado
se
invirtió:
la
mayoría
eligió
Coca
Cola.
¿Qué
es
lo
que
pasó?
Montague
descubrió
que,
cuando
los
participantes
eran
informados
sobre
cuál
era
la
bebida
que
estaban
probando,
se
activaban
zonas
del
cerebro
asociadas
con
las
emociones,
los
recuerdos
y
experiencias.
La
etiqueta
de
Coca-‐Cola
las
activaba.
También
observó
que
Coca-‐Cola
activaba,
además,
otras
regiones
cerebrales,
el
córtex
prefrontal,
que
están
relacionadas
con
los
cambios
de
conducta
generados
por
la
emoción
y
el
afecto.
Cuando
se
hizo
esta
prueba
con
Pepsi
no
se
observaron
estas
marcadas
preferencias.
De
alguna
manera,
el
recuerdo
y
la
emoción
ligados
a
Coca-‐Cola
invalidaban
la
propia
preferencia
fisiológica
hacia
la
Pepsi.
El
cerebro
engañaba
al
sentido
del
gusto
y
primaba
la
percepción
de
la
marca
sobre
la
realidad
del
placer
mayor
generado
por
Pepsi.
Pero
la
corteza
prefrontal
no
sólo
está
ligada
a
la
razón.
También
tiene
un
componente
emocional.
Por
una
parte,
porque
las
emociones
en
sí
llegan
a
nuestra
consciencia
a
través
de
ella.
El
5%
de
nuestra
consciencia
se
encuentra
localizado
en
la
corteza
prefrontal.
Por
tanto,
lo
que
sentimos
a
nivel
consciente
procede
del
cerebro
mamífero
y
desemboca
en
nuestro
córtex,
como
un
río
que
llega
a
un
mar.
Por
la
otra,
porque
hay
una
parte
de
nuestra
identidad,
la
que
define
lo
que
nosotros
pensamos
de
nosotros
mismos,
la
construcción
de
lo
que
llamamos
“nuestra
personalidad”,
aquello
con
lo
que
nos
identificamos
y
que
nos
ayuda
a
definirnos,
que
reside
aquí
también.
Durante
una
investigación
realizada
en
los
Estados
Unidos,
que
se
conoce
como
experimento
de
Caltech,
los
investigadores
registraron
lo
que
pasaba
en
el
cerebro
de
los
participantes
luego
de
proyectar
imágenes
de
140
productos
(con
sus
respectivas
marcas),
de
diseñadores
importantes
de
moda
(como
Christian
Dior
y
Versace),
y
de
celebridades
(Uma
Thurman,
Al
Pacino
y
Barbra
Streisand,
entre
otros).
Los
participantes,
mientras
veían
las
imágenes,
debían
decir
si
les
parecían
“cool”
(guais)
o
“uncool”
(no
guais).
Al
mismo
tiempo,
sus
cerebros
eran
escaneados
para
observar
qué
ocurría
con
sus
cerebros
en
esta
situación.
Lo
que
pasó
fue
que
los
cerebros
de
algunas
personas
reaccionaban
intensamente
ante
algunos
productos
y
celebridades,
precisamente
aquellos
que
clasificaban
como
“guais”.
Esta
reacción
se
producía
en
una
zona
del
cerebro
llamada
área
10
de
Brodmann,
en
la
corteza
prefrontal.
Ante
objetos
o
personas
que
ellos
consideraban
“no
guais”
no
había
7
respuesta.
Éste
área
se
cree
asociada
a
un
sentido
de
identidad
e
imagen
social.
De
alguna
manera,
tenían
la
sensación
de
que
aquello
que
veían
formaba
parte
de
ellos
mismos.
Sorprendentemente,
uno
de
los
individuos
un
hombre
de
54
años,
ante
la
vista
de
un
producto
especialmente
cercano
a
él,
reaccionó
de
una
manera
especial:
se
produjo
una
activación
involuntaria
del
la
parte
motora
del
cerebelo
que
generalmente
se
encarga
de
orquestar
el
movimiento
de
la
mano.
Sin
él
ser
consciente
de
ello,
su
cerebro
comenzaba
a
buscar
el
producto.
¿Cuál
es
la
aplicación
práctica
de
los
resultados
de
investigaciones
como
la
precedente?
Nada
menos
que
alcanzar
un
objetivo
soñado
en
Marketing:
crear
un
producto
a
imagen
y
semejanza
del
público
objetivo.
Si
ello
se
logra,
el
éxito
en
el
mercado
está
asegurado.
Esto
ilustra
la
nueva
tendencia
en
marketing
de
los
últimos
años:
lo
que
nos
venden
ya
no
es
el
objeto
que
queremos
conseguir,
sino
la
imagen
de
lo
que
queremos
ser.
8