Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Pareja Abierta A Dios
Pareja Abierta A Dios
Bogotá, 2001
2
A la memoria de Fernando,
de mi papá, mi mamá y mi tía Memé.
A mis hijos:
Juan Fernando y Pilar,
Eduardo y Olga Lucía,
María Isabel y Héctor
Santiago y Carolina,
María Mercedes y Fernando.
A mis nietos:
Fernando, Lina, Eduardo, Camila, Pablo,
Alejandro, Natalia, Laura, los que vienen y los
que vendrán en camino.
A mis profesores y mis alumnos.
A las parejas que me han invitado a
acompañarlas en su preparación al matrimonio.
3
Debo agradecer a quienes han hecho posible este trabajo y que están presentes en
cada una de sus páginas. A mi marido y a mis hijos, que me han permitido vivir una
muy rica experiencia y han tolerado muchas, muchísimas horas de dedicación a
escribir y reescribir el texto. La colaboración que de ellos y del resto de mi familia
he recibido adquiere forma en estas páginas. A mis profesores y a los alumnos con
quienes me he encontrado en la cátedra universitaria: a los unos les debo todo un
bagaje importantísimo de contenidos teológicos y humanos; a los otros, sus
preguntas, sus dudas, sus aportes. Pero, sobre todo, al Padre Alberto Parra, S.J. por
su enseñanza y dirección constantes, por su paciencia sin límites para revisar tantas
y tantas páginas, por su valiosísima exigencia para dar coherencia y seriedad
teológica a este trabajo. Gracias, muchas gracias a todos.
4
Han pasado más de quince años desde la publicación por parte de la Facultad de
Teología de la Universidad Javeriana de Pareja abierta a Dios, la investigación
teológica con la cual obtuve el Doctorado en Teología.
Sin falsas modestias, creo que el libro prestó un servicio y fue elogiado por la
crítica. Creo, también, que cumplió el objetivo propuesto y pronto se agotó. Desde
entonces, muchas personas me preguntaban insistentemente cuándo se haría una
reedición, pero no había llegado el momento.
Cualquier día, conversando con el Decano de la Facultad de Teología de la
Universidad de San Buenaventura, Fray Fernando Garzón, OFM, vino al tema el
libro porque él se los prestaba a los estudiantes para fotocopiarlo. Sin pensarlo dos
veces me propuso que la Universidad de San Buenaventura lo reeditara en su
Colección de Profesores. Sin pensarlo dos veces, acepté emocionada y éste es el
resultado.
Mis agradecimientos al Padre Rector de la Universidad de San Buenaventura, Fray
Pablo Castillo, OFM, quien también se interesó en el proyecto editorial, y al Padre
Decano de la Facultad de Teología, Fray Fernando Garzón, OFM, porque suya fue
la idea y el estímulo para hacer realidad el proyecto.
En quince años, también mi vida ha cambiado. Las personas que entonces estaban
físicamente presentes en mi vida siguen estándolo en mi memoria y a ellos también
quiero agradecer su ejemplo, su apoyo, su estímulo: mi marido, mi mamá y mi tía
Memé, así como mi papá, que aunque ya no estaba físicamente presente cuando
escribí el libro sí lo estaba y sigue estando en la herencia espiritual que de él recibí.
Los cinco hijos que entonces vivían con nosotros ahora son diez hijos y siete nietos
en cinco familias a las que también quiero agradecer su solidaridad, su compañía, su
ternura, así como su testimonio como parejas y como papás. De ellos he aprendido a
aprender, a través de ellos me he podido asomar a su mundo, con ellos he vivido la
esperanza.
Los profesores que hicieron posible mi formación teológica siguen estando
presentes en mis recuerdos y siguen vivos mi agradecimiento por su enseñanza y mi
admiración por su saber y su entrega. Los alumnos, que han aumentado en número,
están todos presentes con sus preguntas, con sus dudas
Para todos es mi agradecimiento.
5
TABLA DE CONTENIDO
Conclusiones 274
LA IGLESIA DEFINE Y DEFIENDE LA SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO 276
El marco histórico y teológico de la disciplina eclesial sobre la experiencia de pareja
en los siglos XVI a XX 276
El encuentro de la Europa cristiana con la Edad Moderna 276
El encuentro de culturas en el continente americano 278
El Concilio de Trento 278
La situación de la mujer y los conocimientos de la biología de la reproducción 279
El magisterio eclesial define y defiende el matrimonio y su sacramentalidad en
contextos polémicos 280
Las primeras definiciones de las sacramentalidad de matrimonio 280
La Iglesia condena las opiniones de los Reformadores sobre el matrimonio y define
solemnemente su sacramentalidad en el siglo XVI 282
La Iglesia refuta diversos “errores” contra el matrimonio 285
La preocupación pastoral respecto a la experiencia de pareja durante el periodo
postridentino 287
La forma canónica establecida por el Concilio de Trento para la celebración del
matrimonio 287
La Iglesia responde a la problemática matrimonial en el encuentro con el mundo
americano 289
Un ejemplo de praxis matrimonial de la Iglesia en el continente americano 292
La opinión de los teólogos y moralistas postridentinos sobre la experiencia de pareja
295
El problema de la relación Iglesia-Estado 295
El problema de la moralidad del acto sexual 296
El aporte de San Alfonso de Ligorio 297
La enseñanza de la Iglesia sobre la experiencia de pareja en la primera mitad del
siglo XX 299
La disciplina matrimonial del Código de Derecho Canónico de 1917 299
Las intervenciones pontificias de la primera mitad del siglo XX 302
Conclusiones 303
EL PROYECTO DE PAREJA Y FAMILIA CRISTIANA AL TERMINAR EL SEGUNDO MILENIO 305
Los cambios del siglo XX y su repercusión en la reflexión teológica sobre la
experiencia de pareja 305
Los cambios en la familia 305
El “aggiornamento” en la iglesia 305
Los nuevos conocimientos sobre la biología de la reproducción 306
La promoción de la mujer uno de los signos de los tiempos 306
Hacia una nueva interpretación de la experiencia de pareja 307
Un biólogo y moralista reflexionó sobre la experiencia de pareja 307
La experiencia de pareja como realidad humana y misterio de salvación 308
El aporte de la Comisión Teológica Internacional 308
La experiencia de pareja a la luz del Vaticano II y de los documentos más recientes
del magisterio eclesial 309
La pareja, comunidad de vida y amor 309
El sentido unitivo de la vida conyugal en la encíclica Humanae vitae 312
Declaración sobre cuestiones relativas a la ética sexual 314
11
EPÍLOGO 357
social se cuela a torrentes la luz del amor salvador de Dios: estos años son los que le dieron
y dan vida.
Pretendía, entonces, que el trabajo pudiera servir a la formación académica de los
estudiantes de teología y a la actividad pastoral matrimonial, como también a las parejas
que de una u otra manera podrían beneficiarse de él a través de una pastoral que tome en
serio su experiencia humana profunda y les ayude a descubrir la riqueza sacramental que en
ella se esconde.
En cuanto a la motivación, además de la que implica la actividad docente, consideré como
un deber hacer eco a la invitación del episcopado latinoamericano a “enriquecer y
sistematizar la teología de la familia para facilitar su conocimiento y profundización como
Iglesia Doméstica, con el fin de iluminar las nuevas situaciones de las familias
latinoamericanas” (PUEBLA 601).
La presente edición recoge, además, los años subsiguientes de investigación y docencia
primero en la misma Universidad y, posteriormente, en la Universidad de San
Buenaventura, los cuales han permitido actualizar y completar el contenido. Son sus
destinatarios, como en la primera edición, quienes estudian teología y quienes trabajan en la
pastoral matrimonial. Y sigo teniendo en mente la propuesta del Documento de Puebla en
relación con la teología de la familia que tiene a la pareja como núcleo.
En cuanto a la estructura temática y metodológica, tomé, como punto de partida, una
afirmación a priori: las relaciones de pareja, su institucionalización en el matrimonio y las
consecuentes que son las de la familia, pueden ser procesos de auténtica y plena realización
humana. Esta primera afirmación se complementa con la suposición de que tales procesos
permiten a las personas abrirse a una dimensión de trascendencia.
Desde esta suposición formulé la hipótesis que intentaría demostrar: la experiencia humana
de conyugalidad no se agota en sí misma sino que se abre a la experiencia de la
trascendencia. Y que es entonces cuando se relativizan los absolutos en que convertimos
nuestros proyectos, cuando la relación deja de ser una función, cuando el otro deja de ser
objeto poseíble y manipulable, cuando la experiencia es rescatada del sin-sentido y de la
insignificancia para cargarse de sentido y significación.
Ahora bien, la realidad humana de la pareja asume significaciones diversas según el
contexto cultural en que es vivida y dado que son estas significaciones las que le dan
sentido, su estudio pretende verificar la capacidad que ofrece esta experiencia humana para
transignificar una realidad trascendente que integra la experiencia humana dentro de un
sentido totalizante, pero no absolutizante ni exclusivizante.
En un primer momento del presente trabajo, intento hacer un acercamiento a la situación
actual de la pareja, teniendo como criterio de diagnóstico los síntomas de absolutización y
exclusivización de alguno de los aspectos de esta experiencia multiforme o de alguna de sus
interpretaciones.
Inmediatamente propongo el marco antropológico y teológico que enmarca la reflexión
subsiguiente, la que constituye propiamente el desarrollo de la tesis. En dicho desarrollo se
analizan aquellos aspectos que hacen verdaderamente humano el encuentro de la pareja y se
estudian las diversas significaciones que asume la pareja según las diversas culturas; así
mismo, se intenta descubrir cómo esta realidad humana es capaz de abrirse a la
14
No hace falta adelantar grandes investigaciones para constatar que algo anda mal en la
relación de muchas parejas. Los testimonios saltan a la vista con su evidencia desgarradora
en tantas vidas destrozadas, no sólo de quienes demostraron su incapacidad para ser felices
y hacer feliz a su compañera/o, sino en los hijos, víctimas inocentes de sus padres, y
quienes, a su vez, corren el peligro de conformar una pareja enferma. Convivencias difíciles
y a veces imposibles, separaciones, divorcios, declaraciones de nulidad, constituyen el
saldo negativo que arroja la crisis actual de la pareja.
El saldo positivo lo ofrecen las parejas que en la convivencia van encontrando destellos de
felicidad, que logran realizar su proyecto y realizarse como personas.
Síntomas de fracaso
Múltiples y diversos son los indicios que permiten comprobar que la crisis de pareja es una
de las características de la civilización contemporánea.
Basta oír el dramático relato de las desavenencias de tantas parejas, leer los consultorios
sentimentales de revistas y periódicos, presenciar el fracaso matrimonial de amigos y
conocidos, ver hogares desbaratados e individuos desesperados y confundidos. Maltrato y
violencia física.
Casi diariamente somos testigos de separaciones, divorcios, declaraciones de nulidad. Sin
embargo, las demandas de separación, los juicios de alimentos, los procesos de divorcio
civil y de declaratoria de nulidad que se tramitan en los tribunales civiles y en los tribunales
eclesiásticos no alcanzan a reflejar la magnitud del problema, pues son muchas las parejas
que se separan sin recurrir a las vías legales.
Son también innumerables las parejas que mantienen una unión aparente. Por el bien de los
hijos, dicen, o porque representa para uno de los dos, generalmente para la mujer, seguridad
económica; por presiones sociales o, sencillamente, por pasividad o pereza para tomar
decisiones. Son parejas en las que dos personas viven como extraños porque faltó el
ingrediente indispensable o, más bien, no tuvo donde echar raíces, porque dejaron apagar el
amor inicial o, a lo mejor, nunca lo prendieron.
¿Qué se hicieron, entonces, aquellas ilusiones que la pareja tenía en la época de su
noviazgo? ¿Es que no existían? ¿O, más probablemente, se derrumbaron como un castillo
17
de naipes, destruyendo a su paso las vidas de un hombre y una mujer además de las
víctimas inocentes: los hijos?
Miedo al matrimonio
Es igualmente sintomático el que tantísimas parejas no quieran contraer matrimonio y
prefieran la unión libre a la forma institucional. Este fenómeno es particularmente frecuente
en los campos, donde la convivencia sin matrimonio asegura el respeto y la responsabilidad
de los dos, pero que se pierden al casarse y asegurarse la “pertenencia”.
Piensan, también, de manera muy similar muchas parejas de jóvenes en las ciudades que
prefieren “vivir juntos” sin un compromiso social que, consideran, ahoga la espontaneidad
de su amor.
En ambos casos, las parejas culpan al matrimonio, como si fuera la institución y no la
pareja misma la responsable del éxito o fracaso de su proyecto. Además, dado que la forma
más frecuente en Colombia de casarse y la que tiene mayor aceptación es el “matrimonio
por la Iglesia” y que, por lo tanto, entre éstos se cuenta el mayor número de fracasos,
muchos y muchas temen “casarse por la Iglesia”, creyendo que lejos de asegurar la
felicidad, el matrimonio sacramento atenta contra su libertad y amenaza la realización de su
proyecto. Una vez más, es culpar a la institución en lugar de preguntarse por la propia
responsabilidad de la pareja en la realización de su proyecto.
La revolución sexual
Otra característica del mundo contemporáneo es la llamada revolución sexual: se acabaron
las inhibiciones, el sexo dejó de ser tabú y se convirtió en obsesión..
Hoy se habla abierta, descaradamente, de sexo. Somos víctimas de un bombardeo de
información e imágenes a través de los medios de comunicación que invaden, incluso, la
intimidad familiar, ofreciendo una información parcial, insuficiente en el sentido cualitativo
y, las más de las veces, distorsionada.
De un puritanismo exagerado se pasó al libertinaje: la libertad sexual se predica y se
practica, reduciéndola a genitalidad e interpretada desde perspectivas hedonistas, según las
cuales el placer es la norma que configura el fenómeno y el ejercicio de la sexualidad.
Los informes Kinsey1 y Hite2 sobre la vida sexual de los norteamericanos fueron ocasión
para que tanto hombres como mujeres se atrevieran a expresar sin temor sus dudas, sus
expectativas, sus frustraciones. William Reich3 proponía, en los años 60, que para acabar
1
KINSEY, A.C., POMEROY, W.B. & MARTIN, C.E.: Sexual behaviour in the human
male. Philadelphia. W.B. Saunders Co., 1948. KINSEY, A.C., POMEROY, W.B.,
MARTIN, C.E. & GEBHARD, P.H.: Sexual behaviour in the human female. Philadelphia.
W.B. Saunders Co., 1953.
2
HITE, S.: El Informe Hite : Estudio de la sexualidad femenina. Bogotá. Círculo de
Lectores, 1976. HITE, S.: El Informe Hite : Estudio sobre la sexualidad masculina. Bogotá.
Círculo de Lectores, 1976. HITE, S.: Sinceridad sexual : Así nació el Informe Hite. Bogotá.
Círculo de Lectores, 1977.
3
REICH, W.: La révolution sexuelle. Paris. 1968.
18
con la sociedad burguesa y construir una nueva sociedad, el único procedimiento era liberar
el ejercicio de la sexualidad en todas sus manifestaciones, pues opinaba que las limitaciones
constituyen un despilfarro de energías, las cuales deben ser canalizadas hacia el
compromiso político y que, por lo tanto, no debe existir norma alguna que regule las
relaciones entre los sexos, aparte del autocontrol y los anticonceptivos. Marcuse 4
consideraba que la sociedad de consumo obligaba a las personas a dedicar la mayor parte
de sus energías al trabajo y a vivir la sexualidad como un episodio de compensación y
únicamente en su aspecto procreador, pero que la gradual liberación del trabajo por las
tecnologías haría posible, al decir de Marcuse, experimentar la sexualidad en toda su
riqueza y libertad, en una sociedad utópica donde la dimensión afectiva y personal sería
más importante que la procreación.
Una acertada descripción de la forma como la sociedad de la segunda mitad del siglo XX
vivía la sexualidad y que también refleja la correspondiente al momento actual es la que
hace Nena O’Neill, autora de varios libros sobre la vida de pareja:
“El sexo ha sido descrito, analizado, diagramado y tratado clínicamente, (…)
comercializado y vendido como un detergente o una marca de automóviles; es el
producto ideal de nuestra sociedad de consumo: ¿qué otra necesidad más lucrativa
para explotar que aquella frente a la cual el hombre y la mujer resultan vulnerables y
necesitados? El resultado: se han creado nuevos deseos, nuevas necesidades, nuevas
insatisfacciones, nuevas frustraciones y nuevas expectativas para ambos sexos. Se
ha llegado a una completa saturación, desde libros sobre técnicas sexuales hasta
clínicas de terapia sexual, desde artículos y conferencias de carácter científico hasta
la multitud de revistas y programas de televisión, todo ello recordándonos las
necesidades que deberíamos tener, instruyéndonos en cómo realizarlas y
haciéndonos preguntar si a lo mejor nos estaremos perdiendo algunas de estas
novedades.
Sin embargo, todas estas informaciones, las ayudas mecánicas y los estímulos
pornográficos, las peregrinaciones a las clínicas de sexo, no han resultado la
panacea esperada, porque se ha ignorado el significado del sexo en el contexto de
una relación de personas”5.
La explotación sexual
Tampoco hay que romperse la cabeza para constatar la explotación del sexo que se hace
con fines comerciales.
Se vende el atractivo sexual en los medios de comunicación. Y no se trata únicamente de
pornografía abierta y declarada, sino de la propaganda comercial en revistas que no hace
falta esconder y en los comerciales de televisión, que estimulan el deseo de no pasar
desapercibido, de gustar y atraer. También las telenovelas y el cine, los talks de la
televisión y las encuestas de radio y prensa escrita venden sexo para atrapar audiencia.
Se vende sexo a distancia a través de líneas telefónicas y vía internet.
4
MARCUSE, H.: Eros y civilización. Barcelona. 1968.
5
O’NEILL, N.: The marriage premise. New York. Bantam Book, 1978. p. 156.
19
La pornografía, la prostitución y todas sus secuelas, como la trata de blancas y los vicios
que acompañan la degradación humana, venden sexo.
La prostitución constituye, sin lugar a dudas, uno de los más graves síntomas del desorden
sexual y de la injusticia de una sociedad. Muchas y diversas son las causas que permiten y a
veces obligan a una cifra aterradora de mujeres y de hombres de todas las edades a vivir del
comercio de sus cuerpos. En su origen, tal vez, está la idea del sexo como una necesidad
que el hombre debe satisfacer y que la mujer ha decidido apropiarse también. Igualmente
hay que reconocer, entre sus causas, la incapacidad de esas mujeres y esos hombres para
ejercer un oficio y, entre las mujeres, la dificultad para ser aceptadas como esposas después
de un “fracaso”.
Experiencias in-significantes
El momento actual proclama la absolutización del sexo y del placer sexual. La
consecuencia de tal absolutización es la búsqueda desesperada de experiencias que, las más
de las veces resultan in-significantes, es decir, sin importancia, en las que la pareja es
21
Signos alentadores
Pero no es justo dejarse llevar por el pesimismo. Hay que reconocer que son muchas las
parejas que han logrado realizar su amor, que son exponentes de unión, comprensión y
fidelidad, en las que reina el entendimiento y la armonía. No porque falten las dificultades,
sino porque son capaces de superarlas. Lo cual es un signo alentador.
9
“Fuera del amor dialogal, la sexualidad cierra al hombre dentro de sí mismo, le impide
progresar para alcanzar su plena madurez y autorrealización (…) hace imposible la
verdadera comunicación porque los gestos se hacen vacíos, mentirosos, como tantas
palabras que se dicen sin sentir nada”. TEPE, V.: Comunicación y autorrealización.
Bogotá. Paulinas, 1977. pp. 40-41.
22
Como es alentador constatar que las parejas que permanecen unidas lo hacen en razón de
vínculos muy sólidos y porque han encontrado significado a su unión a pesar de los
embates que el medio ambiente lanza contra la estabilidad conyugal.
Y ello, en gran parte, porque somos los hombres y mujeres de hoy protagonistas de un
momento de cambio de signo eminentemente positivo, cambio que influye en la
experiencia de las parejas y de las familias.
Conclusiones
Los datos anteriores evidencian la crítica situación que viven las parejas en su experiencia
humana fundamental de comunicación y encuentro:
La necesidad de relación no alcanza a ser satisfecha y el sentimiento de frustración
pone en peligro el equilibrio propio y el de pareja.
La capacidad humana de expresión de la sexualidad es distorsionada y desintegrada
del contexto de la relación interpersonal.
Común denominador de los síntomas de la crisis es la absolutización de la pareja o de
sus funciones o de alguna de las dimensiones de la sexualidad, absolutización que
niega la posibilidad de apertura a la trascendencia.
La absolutización de alguno de estos aspectos constituye, también, amenaza para la
relación, que adquiere progresivamente rasgos de rutina y de monotonía hasta
alcanzar su deterioro, cuando la relación se torna in-significante y el otro pierde su
significado.
La pregunta que plantea la anterior situación es: ¿cómo devolver a la relación de
pareja su significado? ¿cómo lograr encuentros que sean y permanezcan
significativos?
El cuadro anterior, bastante desolador, invita a buscar las causas que inciden en la crisis de
las relaciones de pareja.
Tales causas están en el medio ambiente que cada individuo polariza en su propia
experiencia y que repercute en su forma de relación con las demás personas. Las
dificultades de relación y, consiguientemente, las crisis, son el resultado de un fenómeno
mucho más amplio y profundo sobre el cual vale la pena tomar conciencia antes de entrar a
reflexionar desde la teología sobre la experiencia de pareja. Por eso me atrevo a señalar los
responsables: la sociedad, la familia, la Iglesia y los individuos mismos que forman cada
pareja.
La responsabilidad de la sociedad
La sociedad que propicia y estimula el materialismo, el erotismo, el libertinaje, la vida fácil,
tiene no poca responsabilidad en la crisis de pareja.
23
El medio ambiente es caldo de cultivo apropiado para el egoísmo y todas las formas de
individualismo que inciden nocivamente en la relación de pareja.
Los medios de comunicación fomentan la búsqueda de placeres. La cultura imperante
proclama la absolutización de la felicidad, de los bienes materiales, del placer. En este
contexto la pareja se experimenta autosuficiente y se cierra sobre sí misma en un esfuerzo
egoísta por acaparar la felicidad y no dejarla escapar. Los otros no tienen cabida, los hijos
pueden ser un estorbo. Tampoco hay lugar para Dios.
Una sociedad machista produce parejas en las que se cometen injusticias y violencia. Pero
también, como ya se hizo notar, los condicionamientos culturales del comportamiento del
hombre y de la mujer constituyen amenaza al encuentro armonioso de pareja, asignándoles
funciones y características que les impiden ser plenamente personas y establecer relaciones
personales.
Repercuten en forma dramática en la relación de pareja los desequilibrios socioeconómicos,
al igual que la mentalidad consumista con sus consignas utilitaristas: el otro/la otra me sirve
o no me sirve, y mientras me sirve lo/la aprovecho, luego la/lo boto, porque es una cosa de
la cual puedo disponer.
Al absolutizar la sociedad el materialismo, el individualismo, la felicidad y el bienestar
material, entorpece la posibilidad que tiene el ser humano para realizar su proyecto humano
con una dimensión de trascendencia: se cierra en su proyecto “de tejas para abajo” y
distorsiona su comunicación con los otros, reduciéndola a relaciones instrumentales e in-
significantes porque carecen de significado. Y los individuos cargan con el pesado fardo de
una existencia in-significante, como autómatas, porque la vida que llevan no alcanza a ser
humana y sus relaciones con las demás personas tampoco logran ser plenamente humanas.
La responsabilidad de la familia
También la familia tiene culpa en esta situación, en cuanto no prepara a los hijos para amar
de verdad y para asumir las responsabilidades de la vida de pareja.
Porque en lugar de permitir la realización plena de sus miembros, produce individuos
frustrados, emocionalmente inmaduros, incapaces de amar y de establecer una auténtica
relación interpersonal. Porque educa “hombres” y “mujeres”, antes que personas, para
desempeñar su papel en la sociedad y en la relación de pareja. Porque falta el entendimiento
entre los padres y los hijos, o el de los padres entre sí, y los hijos buscan evadir el infierno
del propio hogar. Por el autoritarismo de los padres que aboca a los hijos a escapar del
hogar o por su falta de autoridad que degenera en libertinaje.
Por causas ajenas a ella misma, pero a las cuales hace eco, la familia concentra su atención
en la satisfacción de las necesidades materiales y se desentiende del aspecto humano de las
relaciones que deben nacer y crecer entre sus miembros. La preocupación por rodearse de
los símbolos de prestigio que la sociedad de consumo impone, subvierte una jerarquía de
valores, pues importa más el tener que el ser, se valora a los demás por lo que tienen y no
por lo que son, se fundamentan las relaciones en intereses egoístas.
La absolutización de alguna de sus funciones, hay que repetirlo, frustra su apertura a una
relación interpersonal en su interior y hacia la sociedad. Por ejemplo, cuando las
preocupaciones eminentemente de tipo material dificultan la apertura hacia una dimensión
24
La responsabilidad de la pareja
Tampoco puede eximirse de responsabilidad la pareja.
Porque en su relación buscan, con demasiada frecuencia, solución a problemas económicos,
domésticos, sicológicos, sexuales, sociales. Por su egoísmo e inmadurez que les impide
“hacer pareja”. Porque llegan al matrimonio con ideas falseadas acerca de lo que realmente
es y ni él ni ella están preparados ni están dispuestos a superar las dificultades de la vida en
común.
Es responsable la pareja que se proclama ella misma como absoluto, que se cierra en su
pequeño paraíso de felicidad, en un intimismo malsano que no deja espacio para los otros ni
para Dios. Se absolutizan el uno al otro y terminan manipulándose, dominando el más
fuerte al más débil, destruyéndose como personas y como pareja.
La responsabilidad de la Iglesia
Desgraciadamente, cuando se trata de una sociedad cristiana, al menos de nombre, y de
parejas de cristianos, no es menos responsable la Iglesia.
Me atrevo a decir que ha fallado la pastoral matrimonial, más preocupada durante muchos
siglos en defender la existencia del vínculo matrimonial y las normas de moral que en
procurar la verdadera unión de las parejas.
La exclusivización de los aspectos jurídicos y naturalistas del matrimonio opacó la teología
del matrimonio. Y la comprensión dualista de la sexualidad que tan intensamente pesara en
las orientaciones del magisterio y de los pastores, al reducir la finalidad del matrimonio a la
procreación, no permitió que aflorara en toda su riqueza el significado cristológico y
eclesiológico de la experiencia humana y sacramental de pareja, así como sus
consecuencias salvíficas.
En el Documento de Puebla, los obispos latinoamericanos reconocieron el descuido de la
evangelización de la familia y urgieron por “un diligente cuidado pastoral para evitar los
males provenientes de la falta de educación en el amor, la falta de preparación al
matrimonio, el descuido de la evangelización de la familia y de la formación de los esposos
para la paternidad responsable”10.
Es probable que, por haber estado la reflexión en manos de célibes, porque los casados no
tenían ni los elementos ni el modo para intervenir en dicha reflexión, la enseñanza de la
Iglesia no correspondiera con la experiencia de las parejas, con sus preocupaciones y con su
búsqueda de soluciones. El hecho es que hay desarticulación entre la experiencia de las
parejas en el mundo contemporáneo y los contenidos teológicos provenientes de
experiencias y marcos socioculturales de épocas anteriores.
Y dado que los contenidos teológicos son los que alimentan la praxis, la pastoral, es triste
reconocerlo, muchas veces se muestra ineficiente: ha perdido su poder de convicción, no
10
PUEBLA 578.
25
responde a los interrogantes de las parejas o no sintoniza con su experiencia de todos los
días.
Ello, tal vez, porque también en la Iglesia hay que reconocer un fenómeno de
absolutización y bien significativo: el moralismo, el legalismo, el formalismo, la
exclusivización de la finalidad procreativa y de lo institucional, oscurecieron la dimensión
trascendente y propiamente sacramental de la experiencia de pareja.
Y esta desviación juridicista y finalista por las cuales para muchas parejas resulte in-
significante el matrimonio “por la Iglesia”, para unas sencillamente innecesario y para otras
una fórmula social o una tradición que hay que cumplir.
Por todo ello, en lugar de recibir de la Iglesia el anuncio de la buena noticia de la salvación,
las parejas perciben “malas noticias” en las normas y requisitos que la Iglesia les impone.
Conclusiones
La crisis de la cual es víctima la pareja es producto de una crisis generalizada que corroe la
estabilidad de la sociedad y de los individuos:
Es crisis de valores por absolutización de los bienes materiales.
Es distorsión y fracaso de la relación por absolutización de la propia satisfacción y del
otro/a como instrumento.
Es deterioro de lo humano por exacerbación de lo infrahumano, bien sea del instinto o
de la procreación.
Es desviación del sentido de la relación interpersonal por exclusivización de lo
jurídico formal y de la procreación como fin.
Es negar la trascendencia de la relación interpersonal por incapacidad de abrirse
plenamente al otro/a, a los otros y a Dios.
Es estar enredada, la pareja, en una red de relaciones in-significantes porque han
perdido significado.
Muchos son los signos que indican el cambio. Por su repercusión en la estructura familiar y
en la relación de pareja, así como en la interpretación que de ellas se haga, conviene señalar
los cambios socioculturales, los nuevos conocimientos sobre el comportamiento humano y
su fisiología, el rumbo que está tomando actualmente la teología del matrimonio y la
familia.
Y a este respecto es particularmente importante subrayar cómo el contexto histórico y
cultural condiciona no sólo el tipo de experiencia que se viva sino la interpretación que de
ella se proponga, aspecto que también habrá que tener presente en todo el estudio
subsiguiente, sobre todo al abordar, en sentido diacrónico, las diversas interpretaciones de
la experiencia de pareja.
26
11
PUEBLA 840.
27
social dispersa pronto a los hijos y las diversas actividades, tanto de los esposos como de
los hijos, impiden compartir la vida familiar en la forma como tal vez en otros tiempos se
hizo. Todo lo cual pareciera colocar a la familia en situación de inestabilidad y que se
cuestione su funcionalidad.
Por otra parte, las relaciones entre los esposos están cada vez menos limitadas a unos roles
estereotipados: la mujer ha ingresado al campo de trabajo y el hombre se ha empezado a
asomar al espacio familiar. También hay cambios en las relaciones padres-hijos: del
distanciamiento entre quien detenta la autoridad y debe ser obedecido por ser padre y aquél
que obedece y respeta por ser hijo, se ha pasado a un mayor acercamiento con la
consiguiente conflictividad. Todo esto representa un remezón a los papeles y estatus
tradicionales de sus miembros, un cambio para el cual muchos no están suficientemente
preparados pues inconscientemente buscan reproducir su propia experiencia familiar.
También los problemas de tipo económico atentan contra la solidez y la unidad de la
familia: por exceso tanto como por defecto. Las preocupaciones materiales absorben de tal
manera a los padres que no tienen tiempo para dedicarse ellos y a sus hijos. Y la
prosperidad, al igual que la mala situación, minan la relación de la pareja y de ésta con sus
hijos. Cuando hay abundancia, hay que “darle todo lo que pide” en el sentido material y
cuando hay escasez no hay más remedio que “matarse por satisfacer sus necesidades”, sin
que quede, en uno y otro caso, espacio para la relación interpersonal.
Pero el cuadro anterior, lejos de ser negativo, es una invitación a la familia a redescubrir su
propio significado en el momento presente, a preguntarse por su razón de ser y a construir
su solidez sobre cimientos quizás más fuertes que los que afianzaron a la familia
tradicional.
Liberada de muchas de sus estructuras exclusivamente sociológicas, la familia está hoy en
condiciones de seguir procreando, alimentando, educando, transmitiendo valores y
poniendo a sus miembros en relación con la sociedad, pero convirtiéndose en lugar de
encuentro de sus miembros, libremente aceptado y realizado también en libertad, donde la
calidad de la relación cuenta más que lo institucional y donde todos pueden crecer en
humanidad y responsabilidad. Es la familia llamada a ser “centro de comunión y
participación”12, donde se realizan armónicamente las relaciones entre las personas para
construir conjuntamente la familia nueva, la sociedad nueva y la pareja nueva que el
momento presente pide a gritos.
12
Cf. PUEBLA 587.
28
Las ideas de Freud están aún vigentes, a pesar de las revisiones, precisiones y retoques de
sus seguidores, así como de los ataques de sus detractores. Se pueden resumir así:
“Todas las formulaciones psicoanalíticas parten del supuesto de que el recién nacido
está dotado de un cierto ‘capital libidinal’. El desarrollo sicosexual es, pues, el
proceso por el cual esta energía sexual difusa es ‘invertida’ en determinadas zonas
del cuerpo que producen placer en sucesivas etapas de la niñez (fases oral, anal y
fálica). Las vicisitudes de la libido durante el desarrollo sicosexual determinan no
sólo el funcionamiento sexual del individuo sino toda la estructura de su
personalidad”13.
El término libido ocupa una posición clave en el sistema freudiano. Pero hay que señalar
que se reduce a una “relación objetal”. Probablemente el “principio de placer”, en cuanto
descarga de tensiones fisiológicas, impidió a Freud explorar, en toda su profundidad, la
necesidad humana esencial: relacionarse. Este será el aporte de Erich Fromm, a quien
también se debe la valoración del amor como fuerza o impulso de la relación interpersonal.
Es preciso recordar que cuanto hoy se diga respecto a la sexualidad genérica tiene como
trasfondo las ideas de Freud:
“La vida sexual no comienza con la pubertad sino se inicia en seguida después del
nacimiento con manifestaciones claras. Es necesario distinguir bien entre los
conceptos ‘sexual’ y ‘genital’. El primero es un concepto más amplio y abarca
muchas más actividades que no tienen nada que ver con las actividades genitales. La
vida sexual abarca las funciones del placer de zonas corporales que, más tarde, serán
colocadas al servicio de la procreación. Ambas funciones corporales no llegan a una
fusión total”14.
“Durante mucho tiempo se desconoció y se despreció la dimensión sexual de la
existencia humana y su importancia en el crecimiento del amor. La sexualidad,
entendida en sentido amplio, es lo que en cada hombre y en cada mujer impulsa a
entrar en relación amorosa con otro. Antes que capacidad orgánica, la sexualidad es
posibilidad de relación”15.
Y aunque no se acepte la totalidad de su pensamiento, no se puede desconocer que la teoría
de Freud abrió camino para una posible identificación de la libido con la tendencia afectiva,
con un impulso de relación amorosa, con el “deseo-de-amar-y-ser-amado” de que hablaba
Marc Oraison16.
En cuanto a las ciencias biológicas, nunca antes se tuvo a disposición tantos y tan sólidos
conocimientos acerca de la fisiología de la reproducción, la estructura bioquímica de la
transmisión de la herencia y de las hormonas que intervienen en la fecundidad masculina y
femenina, como tampoco se había podido disponer de los recursos tecnológicos para
investigar y operativizar los recientes descubrimientos.
13
KADCHADOURIAN, H.A. y D.T. LUNDE: Fundamentals of human sexuality. New
York. Holt, Rinehart & Winston, 1972. p. 191.
14
TEPE, V.: Placer o amor. Paulinas. Bogotá, 1973. p. 24.
15
SUENENS, J.M.: Amor y sexualidad hoy. Bogotá. Paulinas, 1977.
16
Cf. ORAISON, M.: Le mistère humain de la sexualité. Paris. Seuil, 1965.
29
17
PUEBLA 584.
18
JUAN PABLO II: “Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo de Obispos
el 23 de febrero de 1980”. O.R. Marzo 9 de 1980.
30
Conclusiones
Hay que alegrarse. La pareja y su relación son tomadas en serio, se reconocen como
importantes. Ha ocurrido un cambio de óptica en la forma de interpretarla. A este cambio
han contribuido:
Los cambios sociales que han tenido repercusión en la familia y los cambios en la
familia que repercuten en la relación de pareja.
Los descubrimientos de la medicina y la sicología, junto con los adelantos
tecnológicos en relación con el conocimiento y manejo de la fecundidad.
La promoción de la mujer.
La antropología personalista y su interpretación de la relación de los seres humanos
con el mundo y con los otros.
La preocupación del magisterio eclesial y de la reflexión teológica por responder a las
circunstancias del momento presente.
La búsqueda incesante de las parejas cristianas acerca del significado profundo de su
relación.
31
19
“El otro se hace presente en mi mundo a través de su cuerpo y, como estoy en el mundo,
el otro debe hacerse en mi mundo para que yo lo encuentre. Su cuerpo no sólo me hace
posible el contacto directo, sino que también me hace participar en su mundo y me
posibilita la entrada en su mundo”. W. LUYPEN: Fenomenología existencial. Buenos
Aires. Carlos Lohlé, 1967. p. 184.
20
JUAN PABLO II: Redemptor hominis 13.
32
21
PUEBLA 334-336.
33
experiencia de pareja, para quienes toman esta opción, o en la entrega a los hermanos en el
celibato, pero siempre en el encuentro interpersonal fecundo.
Ahora bien, los hechos demuestran que la relación con los otros, a la vez que es fuente de
satisfacciones y alegrías está marcada por la conflictividad. Y esto, no hace falta
demostrarlo, ocurre en todo tipo de relación, desde las más inmediatas, como son las de
conyugalidad, paternidad-filiación, fraternidad y amistad, hasta las más funcionales, como
son las laborales, de vecindario, comerciales, de camaradería y todas las demás en que
diariamente nos movemos.
La ambición, por una parte, y, por otra, el miedo a perder la propia identidad, generan
injusticia y violencia. Y hay injusticia y violencia en las relaciones entre las personas
cuando se desconocen los derechos del otro, pero no sólo en las relaciones económicas y
políticas sino también en las relaciones de pareja.
Además, la incapacidad para comunicarnos, el subdesarrollo de la afectividad y las
condiciones de vida sub-humanas, entre otras causas, dificultan el encuentro de las personas
y crean insatisfacción.
Sin embargo, no podemos evadir ni evitar el encuentro con los demás. Lo anhelamos y
esperamos que la experiencia vivida en dicho encuentro resulte satisfactoria.
22
CASSIRER, E.: Antropología filosófica. Bogotá. FCE, 1976. p. 49.
23
“El hombre nace en una cultura y se desarrolla en el seno de una determinada sociedad,
condicionado y enriquecido por una cultura particular: la recibe, la modifica creativamente
y la sigue transmitiendo. La cultura es una realidad histórica y social”. PUEBLA392.
34
La vida nueva de la gracia que Cristo ofrece a los seres humanos transforma nuestro ser y
nuestro obrar. Por lo tanto, nuestra relación con los otros.
En Jesucristo, la salvación de Dios hace posible el ideal de la creación. En Jesucristo, la
corporeidad y la sexualidad humana son rescatadas del pecado y están en condiciones de
realizarse en plenitud. En Jesucristo, y sólo en él, se puede ser persona –el Hombre Nuevo
de que habla San Pablo, la Mujer Nueva que podemos completar desde las actuales
circunstancia- y reconocer al otro como persona, para establecerse, así, un tipo de
relaciones que humanicen y perfeccionen, en lugar de envilecer y deshumanizar.
Por la mediación de la Iglesia, vale decir, por el Bautismo, hombres y mujeres somos
insertados en este proceso de transformación al aceptar la vida divina que se nos ofrece. Por
la acción del Espíritu Santo se opera la transformación de los hombres y las mujeres,
conformándonos en Cristo, conduciéndonos al Padre e introduciéndonos en el universo
trinitario26.
Por eso los cristianos creemos que el actuar de las personas tiene su impulso en una
intervención de Dios que no sólo llama a una meta de superación y perfección humanas,
sino que ofrece los medios –su gracia- para conseguirla. Esta conciencia está presente en
nuestra reflexión y es la que le da consistencia y originalidad con respecto a cualquier otra
interpretación.
Conclusiones
Los anteriores presupuestos antropológicos fundamentan la reflexión sobre la experiencia
humana y sacramental de pareja:
En una visión antropológica integral.
En el reconocimiento de la igualdad fundamental de todos los seres humanos, sin
distinción de sexo, raza o condición social.
En la dimensión social de la existencia humana
En la capacidad de hombres y mujeres como creadores de significaciones y, al mismo
tiempo, inmersos en una cultura que da sentido y significado a dichas significaciones.
En la vida nueva de la gracia que Cristo ofrece a los seres humanos y que transforma a
las personas y su relación con los otros.
niveles: lucha entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos, así como corrupción,
hedonismo, exacerbación del sexo y superficialidad en las relaciones mutuas”. PUEBLA
328.
26
“Jesucristo ha restaurado la dignidad original que los hombres habían recibido al ser
creados por Dios a su imagen, llamados a la santidad o consagración total al Creador y
destinados a conducir la historia hacia la manifestación definitiva de ese Dios que difunde
su bondad para alegría eterna de sus hijos en un reino que ya ha comenzado.
En Jesucristo hemos descubierto la imagen del ‘hombre nuevo’ con la que fuimos
configurados por el bautismo y sellados por la confirmación, imagen también de lo que
todo hombre está llamado a ser, fundamento último de su dignidad”. PUEBLA 333.
36
Porque ser humano es ser creador de significaciones y porque las significaciones responden
a un sistema de significación en el cual la experiencia humana adquiere significado, los
acontecimientos de la historia personal y de la historia universal, leídos desde una
perspectiva de trascendencia adquieren sentido salvífico: se hacen transignificantes. Por eso
la teología habla de una historia de salvación y de salvación en la historia; de un hombre,
Jesús, en quien la salvación de Dios se hizo presente en la historia de la humanidad; de
acontecimientos diversos en los cuales hombres y mujeres experimentan que Dios salva.
Es este enfoque histórico salvífico de la teología el que marca la lectura que se hace en este
trabajo de la experiencia de pareja como experiencia humana sacramental en la cual
irrumpe la salvación de Dios.
27
CASTILLO, J.M.: Símbolos de libertad. Salamanca. Sígueme, 1981. p. 172.
28
“El ente es por sí mismo necesariamente simbólico porque necesariamente se expresa
para hallar su propio ser. (…) El ser es por sí mismo necesariamente simbólico porque
necesariamente se expresa para hacerse inteligible a otro”. K. RAHNER: “Para una teología
del símbolo”. En Escritos IV. pp. 286 y 293.
29
DE SAUSSURE, F.: Curso de lingüística general. Buenos Aires. Losada, 1971.
38
un segundo nivel, el connotativo, es el que se refiere a una realidad que va más allá
del objeto, por ejemplo cuando la misma palabra “mesa” –“sentarse a la mesa”- se
refiere a la acción de comer;
un tercer nivel de transignificación o transignificativo se descubre cuando se refiere a
la experiencia humana que desborda los niveles anteriores, como cuando la misma
palabra “mesa” y la acción de comer juntos evocan y expresan la unidad familiar o la
amistad compartida, e incluso la comunión con Dios y con los hermanos.
Este planteamiento abre la puerta a la experiencia sacramental y a la comprensión del
sacramento como mediación entre Dios y la humanidad: la experiencia humana se torna
transparente para que Dios se manifieste en ella y los hombres y las mujeres descubran la
presencia y la acción divinas. Por eso la experiencia sacramental es experiencia de
encuentro y comunión con Dios en la comunidad.
Si la experiencia humana se enmarca dentro de una red simbólica y de significación,
también la experiencia sacramental cristiana tiene un ámbito que es el de la historia de la
salvación y la comunidad eclesial como marco diacrónico y sincrónico en el cual el
cristiano identifica su existencia y su acción como significativas porque puede descubrir en
ellas la presencia de Dios.
Pero, además, es reconocer que en Jesús se realiza el encuentro entre Dios y la humanidad,
la comunión entre lo divino y lo humano 37. Es, igualmente, reconocer que Jesús es el
camino de acceso de Dios a los hombres y las mujeres y de ellas y ellos hacia Dios 38, la
relación entre la invisibilidad de Dios y la visibilidad del hombre Jesús 39, es decir el
sacramento del Padre porque su persona se ha hecho transignificante. Por eso, también,
Jesús es la revelación del misterio 40,vale decir del plan divino anteriormente oculto a los
hombres y las mujeres y manifestado en la plenitud de los tiempos41.
Todo el Nuevo Testamento, entonces, destaca la transparencia en Jesús de la acción
salvadora de Dios como sacramento del Padre, es decir como mediación única de la
salvación. A esta mediación única la denomina Schillebeeckx “sacramento por excelencia:
el sacramento original, porque este hombre, Hijo de Dios, es destinado por el Padre a ser en
su humanidad el acceso único a la realidad de la salvación42.
37
“Cristo es el lugar del encuentro por excelencia, ya que en él Dios está de forma humana
y el hombre de forma divina, como aseguró siempre le fe: que en Jesús de Nazaret, muerto
y resucitado, Dios y el hombre se encuentran en unidad profunda, sin división y sin
confusión, de modo que por el hombre Jesús se va a Dios y por el Dios Jesús se va al
hombre”. L. BOFF: Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Ed. cit. pp.
41-42.
38
“Yo soy el Camino (…) nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).
39
Dios ha querido no solamente hacer transparentar su gloria en la opacidad cósmica de
suerte que ‘lo invisible de Dios desde la creación del mundo se deje ver a la inteligencia del
hombre a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad’ (Ro 1,29), sino hacerse
presente en el corazón del mundo enviando a su Hijo que es ‘el resplandor de su gloria,
impronta de sus sustancia’ (Heb 1,3). Una doble vía se abre al hombre para llegar a Dios:
inserto en el mundo de la naturaleza y de la historia, puede percibir la presencia de Dios
bajo un doble velo sensible”. C. BERNARD.: Théologie symbolique. Paris. Tequi, 1978. p.
323.
40
Cf. Ro 16,25; Col 1,26; Ef 3,5.
41
PARRA, A.: Sacramentos de la fe. Ed. cit. p. 51.
42
SCHILLEBEECKX, E.: Cristo, sacramento del encuentro con Dios. Ed. cit. p. 31.
43
“Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt
18,20).
44
“Vosotros sois el cuerpo de Cristo” (I Cor 12,27).
41
pone a los discípulos en camino hacia la comunidad 45. Lo cual equivale a identificar la
Iglesia como sacramento, es decir, como presencia de la salvación en la comunidad visible
de los creyentes46.
También el Concilio Vaticano II identificó a la Iglesia “como un sacramento, es decir,
como signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género
humano”47, como “sacramento universal de salvación que manifiesta y al mismo tiempo
realiza el misterio del amor de Dios”48.
Cristo sin Iglesia no sería sino un acontecimiento del pasado y la Iglesia sin Cristo no
pasaría de ser un club piadoso. La actualización en la Iglesia del acontecimiento único y
definitivo de la salvación de Dios en Cristo, historiza dicha salvación y permite a los
hombres y mujeres de todos los tiempos tener acceso a Dios, vivir el encuentro con su amor
y experimentar su salvación.
pan y el vino (elementos), la acción de compartirlos (gesto), las palabras de Cristo “Esto es
mi cuerpo… Esto es mi sangre” (palabras), transignifican la presencia del Resucitado en la
comunidad, y realizan la comunión de los hombres entre sí y con Dios. Así también, la
experiencia del amor humano y el gesto que expresa la entrega y aceptación mutuas, junto
con las palabras de la pareja que se entrega el uno al otro como Cristo se entregó a su
Iglesia para santificarla, transignifican la unión indisoluble y fecunda de Cristo y de su
Iglesia.
Estas acciones sacramentales transignifican la salvación de Dios en la mediación eclesial
que actualiza la presencia de Cristo y son, por ello, acciones de Cristo: sacramentos de
Cristo en la Iglesia-Sacramento.
Por eso es posible reconocer que Cristo es el autor de los sacramentos, vale decir, la
institución crística de los sacramentos49 en la comunidad que se reconoce
“protosacramento” del Resucitado50, y expresa su sacramentalidad en las acciones que
desde su nacimiento le dan visibilidad y han sido consideradas en la traición eclesial como
encuentros de la comunidad con el Resucitado para hacer presente el don de la salvación.
Conclusiones
Desde esta visión históricosalvífica y sacramental del acontecer humano podemos
reconocer la experiencia humana de pareja como transfigurante o como sacramento
eclesial.
Las experiencias profundamente humanas descubren el misterio personal y el misterio
del otro, y no se agotan en sí mismas sino que apuntan al Misterio del Trascendente
presente en la experiencia humana.
En el sistema de significación históricosalvífico eclesial, la experiencia de pareja
puede ser interpretada como realidad humana que significa el misterio de la salvación
de Dios presente en el acontecer humano. Es un ejemplo de cómo la salvación de Dios
acontece en la experiencia humana e incorpora esta experiencia en la historia de la
salvación.
El matrimonio es sacramento de la Iglesia porque la experiencia humana y cristiana de
conyugalidad transignifica el misterio nupcial de Cristo y la Iglesia.
El matrimonio y los demás sacramentos eclesiales son acciones del Resucitado en la
comunidad eclesial, Protosacramento de Cristo, el sacramento original del Padre.
En los sacramentos de la Iglesia es posible identificar una dimensión semiológica, es
decir, una relación de significación entre el significante y el significado; una
dimensión cristológica y eclesiológica por su vinculación a Cristo y a la Iglesia; una
dimensión soteriológica que es la salvación de Cristo de la cual el cristiano participa
por la mediación eclesial.
49
Cf. PARRA, A.: Sacramentos de la fe. Ed. cit. pp. 102-110.
50
Cf. RAHNER, K.: La Iglesia y los sacramentos. Barcelona. Herder, 1967.
43
Por último, parece conveniente precisar los criterios desde los cuales se hará la lectura de
los textos de la Escritura y del Magisterio de la Iglesia. Dichos criterios se esbozan en las
características del discurso teológico que inmediatamente se proponen, entre las cuales se
destaca el condicionamiento histórico tanto de la experiencia como de su interpretación y
formulación y, desde esta característica, la posibilidad que el discurso ofrece para ser
reinterpretado cuando la lectura se realiza desde un contexto diferente.
No quiere esto decir que se relativice la Escritura y el magisterio. Por el contrario, debe
quedar claro que se reconoce su valor normativo, diferente en cada caso, pero admitiendo,
al mismo tiempo, que están sujetos a la problematicidad y al lenguaje de la época en la cual
tomaron forma.
El discurso teológico
A la reflexión que los seres humanos realizan sobre la experiencia de Dios vivida en
comunidad es a lo que se puede dar el nombre de discurso teológico.
Dado que el objeto del discurso es la experiencia religiosa, sus características corresponden
al lenguaje religioso51, diferentes a las del lenguaje científico. Es decir, se trata de un
lenguaje eminentemente evocativo y plural, no unívoco, por cuanto no aprisiona una verdad
para definirla y verificarla por la vía de la comprobación, sino que descubre la verdad y el
sentido en la interpretación de una experiencia compartida que se traduce en una manera de
vivir. Es decir, que lo propio del discurso teológico es la interpretación52.
Es así como la teología, en cuanto reflexión sistemática sobre la experiencia de la fe, se
entiende como una ciencia hermenéutica que interpreta los signos de los tiempos a la luz de
la Palabra de Dios y en la comunidad eclesial y que igualmente interpreta la Palabra de
Dios y la experiencia eclesial desde los acontecimientos de la historia para descubrir en
ellos –en los signos de los tiempos, en la Palabra de Dios y en la Iglesia- su verdad y su
sentido53.
Pero no solamente es la teología la que es una hermenéutica. También cabe considerar la
Escritura como la interpretación de la manifestación de Dios al pueblo de Israel y en la
persona de Jesús54. Interpretación inspirada, ciertamente, y normativa de toda interpretación
cristiana de la experiencia personal y comunitaria de la presencia de Dios en la historia
51
Cf. CORPAS DE POSADA, I.: Teología de los sacramentos. Bogotá. San Pablo, 1995.
52
“Interpretar significa aprehender cuanto sucede, ponerse en presencia de una acción en
acto; es el continuo descorrerse del velo de la historia de la salvación que Dios realiza en la
creación entera”. J. WILLEBRANDS: “La hermenéutica”. En ALFARO, J. y J.
WILLEBRANDS: Fe cristiana y hermenéutica. Madrid. Paulinas, 1969. p. 68.
53
“La teología se define modernamente como la interpretación de la Palabra de Dios a la
luz de los acontecimientos humanos modernos, a la vez que interpretación de esos mismos
acontecimientos humanos a la luz de la Palabra”. A. PARRA: Fe e interpretaciones de la
fe. Bogotá. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Teología. Colección Profesores,
1976. p. 31.
44
54
“No somos interpelados por una nuda vox Dei que viene hacia nosotros verticalmente,
expresándose en términos puramente divinos. La palabra de Dios se nos ha dado en la
respuesta del Antiguo y del Nuevo Testamento que hemos de interpretar: hombres
creyentes que hallaron el fundamento de su vida en la fidelidad a Dios nos testimonian
interpretando y nos interpretan testimoniando la acción salvífica de Dios en Israel y en el
hombre Jesús, el Cristo, que es el fundamento de su esperanza en un mundo nuevo”. E.
SCHILLEBEECKX: “Hacia un empleo católico de la hermenéutica”. En FIOLET, H. y H.
VAN DER LINDE: Fin del cristianismo convencional. Salamanca. Sígueme, 1969. p. 62.
55
Cf. BRAVO, C.: “Ciencia teológica y magisterio”. THEOLOGICA XAVERIANA 64
(1982). pp. 209-235. MUNERA, A.: “Magisterio y moral”. THEOLOGICA XAVERIANA
64 (1982). pp. 235-249. PARRA, A.: “Entre el maximalismo y el minimalismo de la
dogmática magisterial". THEOLOGICA XAVERIANA 64 (1982). pp. 185-208.
56
Escribe el Cardenal Willebrands: La palabra de Dios “no es únicamente un mensaje
inteligible. Es una realidad dinámica que obra infaliblemente, que produce lo que anuncia,
tanto por lo que se refiere a la historia como al destino del hombre y del cosmos”. J.
WILLEBRANDS: Op. cit. p. 68.
45
Lecturas del discurso teológico desde contextos diferentes al que le dio origen
A los hombres y mujeres contemporáneos no nos interesan los datos escuetos de la historia.
La conciencia histórica nos lleva a asumir una actitud reflexiva frente al legado del pasado
para descubrir en él su significado57, es decir, para interpretar todas las diversas expresiones
literarias, artísticas y técnicas que jalonan la historia de la humanidad.
Esta conciencia histórica invade el quehacer teológico y es la razón por la cual el teólogo
no se contenta con la repetición de textos bíblicos y de fórmulas del magisterio, sino que
pregunta a la Escritura y a la enseñanza de la Iglesia por el sentido de los acontecimientos
actuales y los ilumina con la Palabra divina que desde su pregunta descubre en la Biblia y
en la tradición eclesial.
Con lo cual se plantea el problema hermenéutico: los textos se enmarcan en un Sitz im
Leben que no es el mismo del teólogo y se hace necesario introducirse en ese contexto para
interpretarlo y distinguir qué es lo propiamente cultural y cuál es el contenido de la fe 58.
Este proceso se conoce como “círculo hermenéutico” pues se trata de un movimiento
circular: “la respuesta es condicionada en cierto modo por la pregunta que a su vez es
57
Cf. GADAMER, H.G.: Le problème de la conscience historique. Louvain-Paris. 1963. p.
6.
58
“La situación de entonces, con su propia concepción de la existencia, es una ‘situación
hermenéutica’ y sólo en ella y desde ella (no por encima de ella o fuera de ella) podemos
entender con la fe lo que el mensaje bíblico quiere darnos a entender”. E.
SCHILLEBEECKX: “Hacia un empleo católico de la hermenéutica”. Ed. cit. p. 64.
46
confirmada, ampliada o corregida por la respuesta; de esta intelección surge una nueva
pregunta, de forma que el círculo hermenéutico se desarrolla en una espiral interminable”59.
Desde esta perspectiva, la Escritura aparece como una invitación para que hombres y
mujeres de cualquier época y cultura “reinterpreten en su propia existencia y hagan caer en
su propio horizonte de comprensión y de experiencia el mismo actuar trascendente y
salvífico de Dios”60.
En cuanto a la interpretación autoritativa y verdadera del contenido de la fe que el
magisterio propone, ella está sujeta igualmente a la historicidad. Así, los textos conciliares
y los pronunciamientos pontificios, tanto de carácter doctrinal como disciplinar, deben ser
interpretados “en correspondencia con las dificultades y problemas propios del momento
histórico en que se formularon” y “no pueden dar respuesta a problemas no planteados, a
exégesis aún no logradas, a presupuestos filosóficos o científicos aún no alcanzados, a
situaciones de vida aún no experimentadas”61.
Conclusiones
En consecuencia, para la lectura bíblica y de la evolución del magisterio eclesial sobre la
experiencia de pareja tendremos presente los siguientes puntos:
La Revelación histórica de Dios es única. Pero la humanidad es plural en su captación,
progresiva en su intelección, múltiple en su interpretación y diversamente
condicionada en su percepción, por lo cual la Revelación divina se encarna en las
categorías y sistemas de significación que son asequibles a cada generación.
La revelación bíblica sobre el significado de la experiencia de pareja está enmarcada
en el contexto semita veterotestamentario y en el ámbito judío y grecorromano de la
primera comunidad cristiana con sus presupuestos antropológicos y culturales que no
se identifican con la Revelación.
El magisterio eclesial sobre la experiencia de pareja responde a la problemática que
plantea cada generación y lo hace de acuerdo a las categorías antropológicas, a los
conocimientos científicos, al modelo de sociedad y de pareja correspondiente a la
época en que se formulan la pregunta y la respuesta correspondiente.
La lectura de los datos de la Escritura y de la tradición de la Iglesia no es arbitraria y
caprichosa, por cuanto tiene como horizonte de comprensión la fe en Jesucristo y la
experiencia de su salvación vividas en la comunidad eclesial: comunidad que es
histórica y camina impulsada por la acción del Espíritu Santo hacia la plenitud.
La experiencia humana de pareja es histórica y se estructura de acuerdo con las
circunstancias de la cultura en que es vivida. Su historicidad distingue la pareja
humana de la pareja animal que no está condicionada por la cultura sino determinada
biológicamente y es, por lo tanto, universal e inmodificable. Esta circunstancia explica
59
SCHILLEBEECKX, E.: “Hacia un empleo católico de la hermenéutica”. Ed. cit. p. 65.
60
PARRA, A.: Fe e interpretaciones de la fe. Ed. cit. p. 30.
61
PARRA, A.: Sacramentos de la fe. Ed. cit. pp.130 y 131.
47
el sexo es característica del ser humano, al servicio del hombre para lograr su
madurez” 64.
Sexualidad y fecundidad
Tradicionalmente se había reducido la sexualidad humana al aspecto procreativo. Más aún,
la procreación se constituyó en excusa única para el ejercicio de la sexualidad conyugal.
Comprendida la sexualidad como un dinamismo creador, la fecundidad no se reduce a la
procreación. Esta es uno de los múltiples y ricos aspectos de dicho dinamismo.
El otro aspecto es que la sexualidad constituye agente de crecimiento hacia una auténtica
capacidad de amar. A este respecto hay que reconocer el aporte de Freud al estudio de las
fases evolutivas de la sexualidad, identificando con la progresiva dislocación de la
erogenidad en las diversas zonas oral, anal y fálica, la apertura de la persona a la alteridad 65.
Es decir, que, en sí misma, la sexualidad es creadora de personas, portadora de un
movimiento hacia la plenitud humana. Es, por ello, fecunda.
Y es fecunda, también, a nivel interpersonal pues toda auténtica relación interpersonal es
creativa en cuanto hace al otro mejor, lo libera de su aislamiento, lo hace crecer en
humanidad.
En la pareja, la fecundidad se manifiesta, en primer lugar, en hacer crecer al otro y crearse
como pareja. La sexualidad “hace el amor” y hace la pareja. Sólo en la medida en que se
hayan podido crear como pareja y estén creando su amor, podrán procrear, es decir, podrán
decidir prolongar su amor en el hijo.
En el mismo estudio de la Catholic Theological Society of America, publicado en 1978, se
dice que la sexualidad:
“… sirve al desarrollo de las personas humanas llamándolas a una constante
creatividad, es decir, a la plena apertura del ser, a la realización de todas las
capacidades de la personalidad, a la expresión y al descubrimiento constantes del yo
más auténtico. La procreación es un aspecto de esta llamada a la creatividad, pero
no puede decirse en modo alguno que sea la única razón de la expresión sexual.
La sexualidad está también al servicio del desarrollo de la auténtica personalidad al
llamar a los individuos a un reconocimiento más claro de su naturaleza relacional,
de su necesidad absoluta de lanzarse fuera de sí mismos para abrazarse a los demás
y lograr la plenitud personal. La sexualidad es el medio ingenioso de que se ha
servido el Creador para atraer constantemente fuera de sí mismos a los individuos
hacia la relación con los demás”66.
64
KOSNIK, A. (Editor): La sexualidad humana. Madrid. Cristiandad, 1978. p. 105. N.B. A
propósito de este estudio y, concretamente, de esta afirmación, se pronunció la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe, en 1979, por detectar errores contra la enseñanza
tradicional de la Iglesia.
65
Cf. KADCHADOURIAN, H.A. y D.T. LUNDE: Op. cit. pp. 190-193.
66
KOSNIK, A. (Editor): Op. cit. p. 108.
52
67
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 11.
68
En griego, castidad significa integridad, integración. Cf. EVDOKIMOV, P.: Sacramento
del amor. Barcelona. Nopal, 1966. p. 49.
53
Amor y matrimonio
69
BÖCKLE, F.: “Ethos del amor”. En VARIOS: Sexualidad prematrimonial. Salamanca.
Sígueme, 1974. pp. 42-43.
70
RIESGO MENGUEZ, L.: El matrimonio como encrucijada. Madrid. Apostolado de la
Prensa, 1969.
71
BÖCKLE, F.: Presentación. CONCILIUM 55 (1970). p. 166.
54
72
WEST, M. y R. FRANCIS: Escándalo en la asamblea. Barcelona. Círculo de Lectores,
1975.
73
Ibídem. pp. 17-18.
55
74
O'NEILL, N. y G. Matrimonio abierto. México. Grijalbo, 1976. pp. 42-45.
56
El amor de la pareja
Forzoso es, entonces, tocar el tema del amor si se ha de considerar como el fundamento de
la experiencia de pareja y, consiguientemente, del matrimonio.
Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre el amor. Los poetas le han dedicado sus
mejores páginas. Los filósofos lo han estudiado cuidadosamente. Los sicólogos han
analizado sus causas y consecuencias. Y los enamorados se han repetido y seguirán
repitiendo, hasta el cansancio, “te amo, te amo, te amo”, como si cada uno y cada una
hubiera descubierto, por fin, qué es el amor. Porque el amor es siempre un tema nuevo.
Otros, y no son pocos, lo niegan. Dicen que el amor no existe. O que es un sentimiento
burgués despreciable. O que es un impulso irracional. O que es simple cuestión de
hormonas. O simplemente confunden el amor con cualquiera de sus caricaturas o remedos,
quizás porque no se han sentido amados o su experiencia del amor ha sido patológica.
El amor humano es demasiado complejo. Es un misterio que no se puede agotar en una
definición. Es una experiencia que tiene de sentimiento y de impulso y, también, un mucho
de hormonas. Pasa por una serie de fases desde la simple atracción –la “química” del amor-
y el enamoramiento hasta su madurez como amor generoso, desinteresado, fecundo. Dicho
de otra forma, el amor comienza en el “me gustas”, se convierte en un “te quiero” y alcanza
el “nos amamos”, que es su culmen, en virtud de un dinamismo transformante y renovador
que actúa sobre las personas y sus sentimientos.
El amor es una fuerza que impulsa hacia el otro, hacia el encuentro y la comunión. Es un
elan, porque la otra persona fascina, suscita admiración, sobre todo, provoca una especie de
tensión hacia fuera: esa persona constituye el centro de la propia existencia. De ahí el
anhelo de proximidad que pone al enamorado en movimiento para acercarse a la persona
amada, para atraerla, para fundirse el uno en el otro. Porque una característica del amor es
el “ex-tasis”: salir de sí mismo/a, estar fuera de sí 79 para ir al encuentro de la otra persona.
79
Del Maestro Ortega es la descripción de esta característica de la experiencia del amor:
“se caracteriza por contener a la vez estos dos ingredientes: el sentirse ‘encantado’ por otro
ser que nos produce ‘ilusión’ íntegra y el sentirse absorbido por él hasta la raíz de nuestra
persona, como si nos hubiera arrancado de nuestro propio fondo vital y viviésemos
58
Por eso las parejas quieren estar cerca, se sienten unidos aunque estén lejos, quieren
permanecer unidos y quieren que nada los separe80.
En razón del amor y de la comunión que él dinamiza, se produce la sintonía: amar es sentir
con el otro y vivir para el otro, es adhesión a su persona y a sus proyectos, procurar su bien
antes que el propio.
El amor es un sí al otro, un sí que afirma y da seguridad: "me alegro que tú existas", "eres
importante para mí", "yo soy alguien para ti". En esta aceptación de la otra persona toma
origen el dinamismo del amor que da vida y hace crecer, que es fuerza renovadora y
transformadora: es su fecundidad, otra característica del amor.
Por eso el amor tiene siempre algo de creación 81: crea, da vida, a la otra persona porque
lo/la hace sentir alguien y respeta su originalidad personal; hace eco creándonos a nosotros
mismos, haciéndonos sentir únicos y capaces de amar; crea a la pareja y procrea, cuando la
fecundidad del amor se encarna en el hijo como concretización de la comunión personal de
los dos que se abre a un tercero, y que permite a los cónyuges que se “redescubran de un
modo nuevo en el hijo”82.
El amor es un sí libremente dado, libremente aceptado y diariamente repetido, es libertad y,
más exactamente encuentro de una libertad y otra libertad, compromiso de dos libertades
por amor. Así, la vida de la pareja es la repetición del sí inicial con el cual comprometieron
sus libertades y que representa el primero de una cadena de actos libres.
El amor es una realidad, es decir, no es simplemente una ilusión o ilusiones; el amor no se
sueña, se vive como realidad, con todas las limitaciones que ella impone pero también con
toda la riqueza que posee el ser real.
El amor es esperanza porque mira hacia el mañana, porque la pareja espera el uno en el otro
y juntos esperan realizar su felicidad.
El amor conlleva exigencia de perfección: para ser amado/a es necesario ser am-able,
hacerse am-able, cultivar su am-abilidad, desarrollar las cualidades que hacen ser todo lo
que la otra persona ama. Ello implica crecer y hacer crecer. También conlleva sacrificio en
el sentido propio de la palabra: darse a sí mismo/a, entregarse, despojarse de sí para
entregarse a la otra persona.
transplantados a él, con nuestras raíces vitales en él. No es sino decir de otra manera esto
último, agregar que el enamorado se siente entregado totalmente al que ama. (…) En el
amor lo típico es que se nos escapa el alma de nuestra mano y se queda como sorbida por la
otra”. J. ORTEGA Y GASSET: “Estudios sobre el amor”. En Obras Completas V. Madrid,
1955. pp. 37-40.
80
“Estamos con él en una convivencia simbiótica. Nuestra alma parece dilatarse
fabulosamente, salvar las distancias y esté donde esté, nos sentimos en una esencial reunión
con él”. J. ORTEGA Y GASSET: Op. cit. pp. 61-62.
81
“Amar es vivificación perenne, creación, conservación del amado. Es un acto centrífugo
del alma que va hacia el objeto en un flujo constante y lo envuelve en cálida corroboración,
uniéndose a él y afirmando ejecutivamente su ser”. J. ORTEGA Y GASSET: Op. cit. p.
559.
82
KASPER, W.: Teología del matrimonio. Santander. Sal Terrae, 1981. p. 31.
59
El amor deja a su paso alegría y paz, no en el sentido como los cuentos de hadas terminan,
sino alegría y paz conquistadas y buscadas permanentemente. Abre al infinito porque el
amor trasciende y hace a la otra persona transparente para descubrir la presencia de Dios.
El amor realiza el encuentro personal, vale de decir de personas, con todo lo que ello
implica y exige de respeto, identidad, originalidad. Y, más que encuentro, realiza la
comunión que tiene como paradigma la comunión trinitaria83.
El Papa Pablo VI, en la encíclica Humanae vitae ofrece una síntesis de las que podrían ser
las notas y las exigencias características del amor conyugal:
“Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual a un
mismo tiempo. No es, por tanto, una simple efusión del instinto y del sentimiento,
sino que es, también y principalmente, un acto de la voluntad libre, destinado a
mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de
forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos
alcancen su perfección humana.
Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal con la cual los
esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas.
Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe,
sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.
Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte. Así lo conciben el esposo y la esposa el
día en que asumen libremente y con plena conciencia el empeño del vínculo
matrimonial. Fidelidad que a veces puede resultar difícil, pero que siempre es
posible y noble y meritoria; nadie puede negarlo.
Es, por fin, un amor fecundo, que no se agota en la comunión entre los esposos, sino
que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas84.
Espejismos de amor
Con mucha frecuencia se confunde el amor con sentimientos que tienen más de egoísmo
que de amor. Son los espejismos del amor y es bueno distinguirlos del amor para evitar
confusiones y desastres. Para impedir que arrastren a la pareja hacia el fracaso.
Porque se confunde el amor con el interés personal. Se cree que es amor y es únicamente
búsqueda de estatus social, de cuidado, de seguridad o independencia. Creen que aman y lo
que buscan es casarse para demostrar que son capaces de conseguir marido o mujer, para
83
“El amor es una serie de experiencias de separación y unión, y los peligros del amor se
encuentran entre estos extremos. En uno, intentamos mantenernos separados a cualquier
precio, impidiendo el acercamiento de otro. Es el temor de ser absorbido por ellos. En el
otro extremo, anhelamos perder este aislamiento para unirnos con alguien que tenga
significado en nuestra vida. El peligro, en ambos extremos está en que por una parte
evitamos el acercamiento y por otra buscamos la unión a riesgo de perder la autonomía. El
modelo de amor es la Trinidad, en la cual las personas permanecen en relación sin perder su
propia identidad y, sin embargo, son unidad en el amor absoluto”. J. DOMINIAN: “The
capacity to love”. THE TABLET. feb 28/1981. p. 199.
84
PABLO VI: Humanae vitae 9.
60
librarse de la tutela familiar, para tener quien satisfaga sus necesidades y les dé estabilidad.
Todavía quedan por ahí mujeres que se casan para tener quién las mantenga y hombres que
se casan para tener quién los atienda. Lo cual no quiere decir que el amor no implique
estabilidad, cuidado mutuo, satisfacción de las respectivas necesidades de todo tipo, pero si
alguna de estas consecuencias es la finalidad, la relación no es más que una sociedad de
prestación de servicios que no satisface las necesidades afectivas. Y las necesidades
insatisfechas ponen en peligro la relación de la pareja.
El amor que se confunde con simple atracción física y a ella se reduce es un espejismo. La
atracción física constituye un ingrediente importantísimo del amor, pero no lo es todo.
Necesita integrarse en el encuentro total. El amor que se limita al sexo termina en
manipulación del otro para satisfacción del propio capricho.
También el amor se confunde con una necesidad física y afectiva que genera ansiedad y
sufrimiento, que esclaviza, que hace daño. Es “la traga maluca”, una obsesión malsana que
atrapa a los dos miembros de la pareja, a veces solamente a uno de los dos, en un círculo
vicioso de atracción y frustración.
Es un espejismo el amor que se queda anclado en el primer sentimiento amoroso pero que
no crece ni madura. Que se reduce a esa sensación intensa y regocijante, al juego de
conquistar y ser conquistado/a. Es, ese sí, amor que se acaba.
Otro espejismo es el amor que es sólo romanticismo, que idealiza a la persona amada, ama
el amor y la experiencia del amor pero no ama a la otra persona por lo que es. La
consecuencia de este remedo de amor es frustración cuando se aterriza en la realidad.
Y es espejismo el amor posesivo, que proviene de la inseguridad y la dependencia, que está
cargado de una fuerte dosis de energía emocional que lo hace irracional. Es amor captativo,
centrado en sí mismo/a, que degenera en celos, que no construye la armonía.
El arte de amar
Aunque el amor nace espontáneamente, necesita cuidado y atención. Exige ser cultivado
pues está gravemente amenazado por innumerables peligros, uno de los cuales es que se
descuida o se olvida que hay que aprender a amar y que hay que hacer el amor. Que hay
que conquistarlo y descubrirlo y renovarlo todos los días85. Que hay que defenderlo de la
rutina y la monotonía que lo amenazan. Porque el amor que no se acaba es el que no se deja
apagar y que conserva la fuerza de la atracción y el encanto del enamoramiento.
El amor es un arte. Un arte que hay que aprender. No es fácil amar en una sociedad en
donde no se enseña a amar y en la cual el amor ha perdido su importancia o se confunde
con alguno de sus remedos. Es un arte amar de verdad, desinteresadamente, generosamente.
Es un arte poder comunicarse; es un arte poder y saber expresarse, como también es un arte
descubrir lo que el otro quiere decir con sus palabras y sus silencios. Y es el arte de hacerse
"amable" y de creer en el otro, el arte de perdonar, el arte de conservar vivas las ilusiones,
el arte de hacerle frente a las dificultades. Es arte que no se improvisa y que hay que
ejercitar sin descanso con ternura y disciplina.
85
“Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso, es una decisión, es un juicio,
es una promesa”. E. FROMM: El arte de amar. Buenos Aires. Paidos, 1973. p. 71.
61
Y hay crisis cuando la estabilidad se ve afectada por las crisis personales de los miembros
de la pareja o por factores externos que los ponen en aprietos como pareja. Dificultades
personales de todo tipo, sentimientos de angustia e incapacidad, inseguridad en cualquiera
de sus manifestaciones, momentos de depresión. Si hay amor y voluntad para ayudar a salir
adelante, la pareja crece y los momentos amargos pueden contribuir a su unión, pero si hay
desamor, alejamiento, unión aparente, la pareja no resiste la dificultad.
Generan crisis, también, los problemas de trabajo, de vivienda y de alzas del costo de la
vida, las estrecheces económicas, el crecimiento de los hijos y las propias dificultades, la
enfermedad, la vejez; si la dificultad se agrava con recriminaciones hacia la culpabilidad de
uno de los dos, quiere decir que la pareja se está desarticulando, pero a la dificultad se le
puede hacer frente común y salir fortalecido el amor en la experiencia de solidaridad.
Las crisis pueden ser crisis de crecimiento y maduración del amor cuando se superan y el
encuentro personal sale fortalecido, sin insatisfacciones, sin resentimientos, sin quejas
calladas. Pero si no se superan, las crisis son una amenaza para la felicidad de la pareja
pues producen un estallido peligroso que hace volar en pedazos el proyecto de amor.
Estallido en el que las víctimas inocentes son los hijos.
El amor y la experiencia de pareja están constantemente amenazados por el egoísmo, por las
dificultades de adaptación y los choques de personalidades, por las crisis de identidad y los
momentos de depresión, por problemas de trabajo y de salud, por la escasez y también por el
exceso de bienes materiales, por la incomprensión y por cientos de nimiedades que ponen en
peligro el encuentro de la pareja y su comunión en el amor.
Muchas, muchísimas parejas fracasan por la incapacidad de los dos, o de uno de ellos, para
aceptarse y, sobre todo, fracasan porque se minusvalora la importancia de la relación personal
en el amor y se llega al matrimonio buscando satisfacer otras necesidades.
También cuando las parejas consideran su relación -el matrimonio como un estado que se
adquiere o al cual se entra, o porque se reduce al ejercicio de funciones masculinas y
femeninas.
Está amenazada la relación de pareja cuando no existe el amor, sino alguno de sus espejismos.
La consecuencia es "picar" aquí y allá, ensayar, probar. No hay la adhesión profunda ni la
integración de los dos en la pareja. Se construye desdicha y la relación se va a pique.
La felicidad de las parejas está amenazada por la tendencia a destruir la identidad de los
individuos en aras de una pretendida unidad y disminuir las respectivas capacidades de
crecimiento personal en razón de un malsano "vivir en función del otro" que anula a las
personas.
Igualmente pueden fracasar las parejas se atrincheran en su intimidad, cuando se encierran
en el pequeño paraíso de su felicidad, cuando se quedan mirándose a los ojos ignorando el
mundo que los rodea y que necesita su presencia. La pareja corre el peligro de esterilizarse
en un diálogo yo-tú. O cuando absolutizan su amor, sintiéndose autosuficientes, con lo cual
su relación se esteriliza, pierde su sentido y su razón de ser.
También corre peligro si no hay comunión de personas, si ambos no participan en la
construcción de su amor y si no cuentan con la ayuda de Dios para realizar la comunión,
porque "sin una radical comunión de Dios en Jesucristo, cualquier otra forma de comunión
64
Libertad
El amor es por su misma naturaleza libre. Es libre la elección de compañero. Es libre la
decisión de unirse y es libre, también, la decisión de permanecer unidos. Es el misterio del
amor humano que se hunde en el misterio de la libertad.
En otros tiempos el amor se podía conseguir dentro del matrimonio: "porque eres mi esposa, te
quiero". Eran matrimonios acordados por los padres o por terceras personas, en razón de
intereses familiares, económicos o de Estado y a los cuales el amor era extraño. Muchos
matrimonios fueron felices y muchos, también, fueron desgraciados. Pero tanto los primeros
como los segundos permanecían unidos, hubiera o no amor y comunidad de vida.
Pero las circunstancias actuales piden, exigen, que la unión se establezca sobre la base de una
relación de amor. Y el amor es libre porque es humano. A nadie se puede obligar a querer a
otra persona, ni sería honesto forzar una convivencia cuando no existe el lazo indispensable
del amor.92
El matrimonio reposa sobre el sí de los esposos, un sí libremente repetido a lo largo de toda la
vida conyugal y libremente expresado en los actos cotidianos.
El temor a "contraer matrimonio" que con bastante frecuencia se encuentra en grupos
campesinos o universitarios hace referencia al temor a perder la libertad por la
institucionalización del amor. En el campo se piensa que una vez "casados", él o ella
adquieren derechos sobre el otro y el compromiso mutuo se convierte en cadena. En la ciudad
se considera que el matrimonio amarra, destruye la espontaneidad.
Nena y George O'Neill en su libro Matrimonio Abierto incluyen este testimonio de un hombre
cuyo primer matrimonio fracasó:
91
PUEBLA 273.
92
A este respecto escribe Charbonneau: "Las relaciones matrimoniales, por comprometidos
que estén entre sí ambos cónyuges, están marcadas siempre por el sello de la libertad. Otra
cosa sería tiranía y, en consecuencia, algo inhumano. (...) El matrimonio se resume en un
sencillo sí mediante el cual ambos amantes comprometen su libertad y lo hacen en virtud
del amor". CHARBONNEAU, P.E.: Amor y libertad. Barcelona. Herder, 1976. pp. 72-73.
65
“Mi relación con María es más sólida y más profunda que la de cualquier
matrimonio. ¿Por qué? Porque cada mañana al despertar y verla a mi lado sé que
ella quiere estar allí, no porque se haya escrito algo con tinta sobre un papel. Esta
vez no permitiré que se interponga ese documento entre mi persona y una excelente
relación”93.
Lo cual no significa rechazo hacia la institución matrimonial, sino hacia la concepción que
atenta contra un compromiso libremente iniciado y prolongado en razón del amor en cuanto
dinamismo intrínseco de la pareja que hace deseable continuar unidos, más que por una fuerza
externa y extrínseca a la relación.
La legislación canónica y la legislación civil contemplan, en cierto forma, esta exigencia de
libertad cuando afirman que el consentimiento "hace" el matrimonio, que sin consentimiento
no hay matrimonio, que la imposición vicia el consentimiento y que, por esta razón, la fuerza
o el miedo hacen nulo el matrimonio:
el Código de Derecho Canónico dice que es "inválido el matrimonio celebrado por
fuerza o por miedo grave"94;
el Código Civil Colombiano señala que el matrimonio es nulo y sin efectos "cuando se
ha contraído por fuerza o por miedo que sean suficientes para obligar a alguno a obrar
sin libertad"95.
Las disposiciones legales coinciden con y regulan aspectos que corresponden a la dimensión
personal del matrimonio y a la naturaleza misma del amor. Lo que aquí se busca subrayar es la
importancia de la dimensión personal y cómo, en el caso de la libertad, ésta es condición del
amor: del amor inicial y del amor realizado día a día en libertad.
Madurez
La madurez, entendida como capacidad para realizar la relación de pareja, es indispensable
para dar vida a la comunión de los esposos en el amor. Se trata de madurez humana, que
abarca la totalidad de la persona y que incluye múltiples facetas de la personalidad.
Una de ellas es la madurez biológica, en cuanto capacidad anatómica y fisiológica para la
consumación física del matrimonio, dado que el diálogo genital de la pareja es constitutivo del
diálogo conyugal.
El código del Derecho Canónico 96 prevé la edad necesaria para la validez del matrimonio y el
Código Civil Colombiano 97 indica que el matrimonio es nulo y sin efectos cuando se trata de
menores de edad. Ambas legislaciones tienen como criterio al señalar la edad para contraer
93
O’NEILL, G. y N.: Op. cit. p. 18.
94
CIC. canon 1103.
95
CCC. Libro 1º. Tít. 5º. art. 140, 5º.
96
“El varón antes de los dieciséis años de edad cumplidos y la mujer antes de los catorce
no pueden contraer matrimonio válido”. CIC. canon 1067.
97
"Cuando se ha contraído entre un varón menor de catorce años, y una mujer menor de
doce, o cuando cualquiera de los dos sea respectivamente menor de aquella edad". CCC.
Libro 1º, Tit. 5º, art. 120, 2º.
66
matrimonio, la capacidad fisiológica del varón para engendrar y la de la mujer para concebir,
criterio que corresponde a la comprensión procreacionista del matrimonio de ambas
legislaciones.
Con criterio similar el Código de Derecho Canónico de 1917 señalaba "la impotencia
antecedente y perpetua, tanto si es impotente el varón como si lo es la mujer, lo mismo si es
conocida por el otro cónyuge como si no lo es, ya sea absoluta, ya relativa, dirime el
matrimonio por derecho natural"98. El comentario a este canon en la edición de la BAC, anota
que este impedimento de impotencia es "el más importante de todos por tocar a la esencia
íntima del matrimonio"99, es decir, al hecho de que el objeto del contrato matrimonial, según el
mismo código, son "los actos que de suyo son aptos para la procreación" 100. La esterilidad no
se considera impedimento a pesar de la comprensión netamente procreacionista que subyace a
la norma, por cuanto para la mentalidad canónica no se requiere que el matrimonio engendre
sino que los esposos sean capaces de realizar los actos propios para la generación.
Sin embargo, la capacidad biológica no asegura la comunidad de amor, si bien el diálogo
genital es expresión de la comunión en el amor.
La madurez psicológica de los cónyuges es otro requisito indispensable para el encuentro
como pareja.
El Código de Derecho Canónico de 1917 señalaba que el consentimiento debía ser dado por
personas hábiles según derecho101 y que debían conocer qué es el matrimonio, conocimiento
que se presumía después de la pubertad. 102 Pero también declara el nuevo Código que son
incapaces de contraer matrimonio los que carecen de uso de razón y de juicio, así como
quienes presenten trastornos psicológicos que les impidan cumplir las obligaciones del
matrimonio.103 La ley civil presume "falta de consentimiento en los furiosos locos y en los
mentecatos a quienes se haya declarado en interdicción judicial".104
Ahora bien, la madurez necesaria para construir la comunión de la pareja no puede reducirse a
la estipulada por el derecho. Es mucho más. Es capacidad psicológica para aceptar a la otra
persona y adaptarse a ella, para comprenderla, para establecer una relación personal, vale decir
entre personas, para lograr el diálogo y el encuentro como pareja, para continuar juntos el
proceso de mutua maduración. Diversos y frecuentes trastornos de la personalidad, sin llegar a
constituir vicio del consentimiento, ciertamente impiden la realización de la pareja y son causa
de incomprensiones, desavenencias, incompatibilidades.
98
CIC-1917. canon 1068.
99
CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO Y LEGISLACIÓN COMPLEMENTARIA.
Madrid. BAC, 1969. p. 410.
100
CIC. canon 1081.
101
CIC. canon 1057.
102
CIC. canon 1096.
103
CIC. canon 1095.
104
CCC. Libro 1º, Tit. 5º, art. 140, 3º. N.B. La palabra mentecato (mente-captus) significa
falto de juicio, privado de razón.
67
El Código de Derecho Canónico acogió como causal de nulidad la incapacidad psíquica 105 en
términos mucho más amplios que los del Código de 1917. Esta nueva causal corresponde a la
jurisprudencia reciente de la S. Rota Romana que se enmarca en la comprensión de
matrimonio del Vaticano II como comunidad interpersonal en el amor. La incapacidad
psicológica dificulta e impide la realización o consumación de la comunidad conyugal de la
misma manera como la incapacidad física o impotencia imposibilita la consumación física.
También es preciso destacar la importancia de la madurez afectiva de cada uno de los
miembros de la pareja para responder a las necesidades emocionales propias y del cónyuge.
Esta madurez tal vez no era tan importante cuando la relación no se fundamentaba
primordialmente en vínculos internos e intrínsecos a la pareja, sino en lazos institucionales y
extrínsecos a ella.
Finalmente, y en relación con la madurez entendida como capacidad para realizar la comunión
de la pareja, habría que incluir la capacidad económica que permita a la pareja no depender
del hogar paterno. Los matrimonios prematuros, que no están en posibilidad de asumir las
responsabilidades de tipo económico, corren el peligro de continuar en situación de "hijos de
familia", lo cual, además de ser fuente de conflictos, impide la maduración armónica de los
esposos como pareja.
Verdad
El amor también exige la verdad y se opone a toda forma de engaño, falsedad o simulación.
El Código de Derecho Canónico menciona el error y la simulación como vicios que afectan el
consentimiento y que invalidan el matrimonio. 106 También la ley civil colombiana considera
que el matrimonio es nulo cuando ha habido error acerca de las personas de los
contrayentes,107 entendiendo por error "la disconformidad entre la realidad y la idea que se
tiene de ella".108
Ahora bien, en cuanto exigencia propia del amor, la verdad va más allá de la norma legal: es
exigencia de ser uno mismo y de serlo francamente en el matrimonio. Es no aparentar lo que
no se es ni representar un personaje.
105
CIC. canon 1095.
106
CIC. canon 1097.
107
CCC. Libro 1º, Tit. 5º, art. 140, 1º.
108
CUBIDES, J.: Derecho Civil - Obligaciones. Apuntes de clase. Universidad Javeriana.
Policopia. p. 10.
68
Ahora bien, al enfocar el matrimonio desde su dimensión personal, es el dinamismo del amor
el que realiza la unidad de los esposos y la fidelidad mutua, el que va a tender hacia la
permanencia de la unión, el que hace a la pareja fecunda.
Exclusividad
El amor es exclusivo y total. Quiere a toda la persona y excluye a todas las demás. Por su
mismo dinamismo, el amor tiende hacia la unidad (un hombre y una mujer), lo cual, desde el
derecho, es considerado como una de las propiedades del matrimonio 109 y, desde la teología,
como participación de la unidad Cristo-Iglesia.
Obsérvese cómo, la unidad o exclusividad del amor conyugal no es solamente cuestión de
derecho sino que es producto del dinamismo propio del amor conyugal conforme a los
patrones de la cultura occidental y a las circunstancias actuales.
Cuando hay amor, la unidad es espontánea. El otro forma parte de mí mismo/a, de una manera
muy diferente a como todas las demás personas pueden entrar en mi mundo. El otro / la otra
no está junto a mí, vive conmigo; es parte de mí misma/o y toma parte en todo lo que yo
hago.110
Exclusividad no es exclusivismo. No es impedir que el otro / la otra se desarrolle como
persona. La exclusividad desplaza el centro de gravedad de la propia existencia a la existencia
de la pareja sin coartar la libertad personal de cada cual.
Esta exclusividad que es fruto del amor y que se manifiesta en la unidad de la pareja, supone
un esfuerzo de voluntad de sus miembros para conseguirla, pues aunque nace
espontáneamente, necesita ser cultivada y renovada, que se eliminen los obstáculos que
puedan amenazarla y que se alimente y haga crecer. Y esto es esfuerzo de toda una vida.
Fidelidad
Algo parecido puede decirse de la fidelidad. En cuanto proviene del dinamismo interno del
amor, es intrínseca a la pareja y no es una imposición externa como muchos suponen.
La fidelidad nace de la fe dinámica en el otro y del compromiso total y personal
constantemente renovado. En su compromiso de fidelidad la pareja descubre, cada uno, su
capacidad de aceptarse y sentirse aceptado en forma definitiva e incondicional 111 para creer
y seguir creyendo, esperar y seguir esperando en esa persona porque se la ama y se la quiere
109
CIC. canon 1056.
110
Charbonneau escribe: "Ambos están íntimamente ligados, y sus vidas se entrelazan
hasta el punto de que ni por un momento pueden ser separadas una de otra. En la unión
carnal se halla la expresión visible, exterior, perfectamente sensible de la adhesión interior".
CHARBONNEAU, P. E.: Op. cit. p. 76.
111
“Una promesa de fidelidad pronunciada en plena libertad es algo que se inserta
permanentemente en la historia de dos seres humanos. (…) Los seres humanos son capaces
de aceptarse mutuamente de una manera tan definitiva e incondicional únicamente por el
hecho de que ya han sido a su vez aceptados definitiva e incondicionalmente. Y esa es la
razón por la que la fidelidad matrimonial constituye el lugar de una posible experiencia de
la trascendencia”. W. KASPER: Teología del matrimonio. Ed. cit. pp. 36-37.
69
seguir amando. No se reduce a "no engañar" a la esposa o a "no irse" con otro. Ese no fue el
compromiso inicial. El compromiso inicial fue amarse porque cada uno de los dos tenía fe en
el otro y ambos tenían mucho que esperar del otro. De lo contrario, no se habrían casado, no
serían pareja.
"Amar a un ser es esperar en él para siempre", escribió Gabriel Marcel y, a propósito de esta
definición de amor, Louis Evely reflexiona sobre la fidelidad y la infidelidad:
“Amar a un ser: esperar en él para siempre. Hacerle crédito. Cuando una mujer cree
conocer a su marido, ya no lo ama. Cuando lo ha inventariado, juzgado, clasificado,
catalogado.. Y cuando un marido cree conocer a su mujer, cuando se cree
dispensado de observarla, de escucharla cuando habla y de hacerla hablar cuando
calla, cuando ya no espera nada de ella que sea nuevo, que sea imprevisible, cuando
ya no le presta atención, cuando ya no es inventivo y ya no soporta que ella sea
creadora, es que no la ama. Cree conocerla; y es precisamente entonces cuando ya
no la conoce. La conoce como una cosa, pero ya no la conoce como una persona.
Además, con mucha frecuencia suele ocurrir que en este momento es cuando otra
persona empieza a conocerla”112.
Desde el punto de vista del derecho y de la doctrina tradicional, la fidelidad es uno de los tres
bienes del matrimonio113. Pero aquí se quiere destacar que la fidelidad es consecuencia del
amor. Y también alimento de ese amor, exigencia permanente que va mucho más allá del
aspecto negativo. Es voluntad de seguir creyendo, esperando y, principalmente, amando a esa
persona en quien un día, con toda seguridad, se creyó y esperó.
Permanencia
Al menos en la intención original, cuando una pareja inicia una vida común quiere que sea
durable. Incluso, para toda la vida. Porque el amor entraña una dimensión de futuro.
La permanencia, como proyecto de la pareja, proviene de la fe recíproca; fe amorosa que hace
que no pueda entenderse la existencia sin la persona amada. Por eso se han casado. Y porque
cada uno/a encuentra la felicidad en el otro / la otra, quieren eternizar esa felicidad.
Esto no significa que el matrimonio se identifique con el final de los cuentos de hadas: "se
casaron y vivieron muy felices". El matrimonio, como proyecto, es un sí histórico existencial,
repetido y realizado por la pareja. De ahí que la felicidad, razón de ser de la permanencia, haya
que conquistarla. Día a día. Palmo a palmo. Y muchas veces, si no siempre, a base de
generosidad. Con grandes dosis de comprensión y otro tanto de sacrificio. Y un mucho de
alegría, de ilusiones compartidas, de esperanza y de perdón, de sueños hechos realidad y de
anhelos no cumplidos pero que ayudaron a aterrizar en la realidad.
El derecho no habla de permanencia sino de indisolubilidad, que desde una teoría contractual
es considerada como propiedad esencial114, extrínseca a la pareja. Desde una perspectiva
personalista, en cambio, la indisolubilidad o permanencia es un proyecto que se va a vivir y
112
EVELY, L.: Amor y matrimonio. Barcelona. Libros del Nopal, 1970. p. 16.
113
Cf. CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO Y LEGISLACIÓN COMPLEMENTARIA.
Madrid. BAC, 1969. Comentario al canon 1013,. p. 388.
114
CIC. canon 1013, 2.
70
Fecundidad
También la fecundidad proviene del amor. Del amor que crea y que procrea.
No es difícil constatar de qué manera el amor transforma a una persona para el bien y cómo la
falta de amor puede destruirla. Ello porque el amor es fecundo, porque su fuerza dinámica
transforma, desarrolla las cualidades personales, hace crecer, exige, descubre lo mejor de cada
uno, perfecciona, madura. "Para ser amado -escribe Charbonneau- es necesario ser amable,
hacerse amable, volverse amable"115. Por esta razón, la mediocridad, el conformismo, la
apatía, atentan gravemente contra la fecundidad del amor.
De igual manera, el amor, que es fecundo, crea la pareja. Rompe el individualismo de cada
uno de los dos para fundirlo en una nueva realidad en la cual, sin dejar de ser cada uno lo que
es, se convierten ambos en una unidad nueva que es la pareja.
Creada la pareja y fortalecida en el amor, se abre fecundamente hacia un tercero. Hace el hijo,
en quien se prolonga el amor de la pareja. Es entonces cuando el amor procrea, cuando la
pareja es fecunda en el hijo.
Biológicamente, el hijo procede de la unión genital de sus progenitores, y en esto nada difiere
de la procreación animal. Pero tratándose de la pareja humana, el acto de procrear tiene que
ser humano: es decir, consciente, responsable y en el amor. El azar biológico engendra crías, el
amor humano se encarna en el hijo.
En la comprensión tradicional del matrimonio, todo el énfasis se había hecho recaer en la prole
como fin primario y, prácticamente, su única razón de ser. La mutua ayuda era considerada
apenas, fin secundario.116 Desde una perspectiva personalista, los hijos son responsablemente
invitados a la vida por el amor fecundo de sus padres 117 y no solamente la finalidad que
justifica y hace admisible las relaciones genitales.
Pero también el amor de la pareja es fecundo en cuanto abre a la pareja hacia el nosotros
social, hacia el compromiso con la comunidad. Es fecundo en el compromiso de la pareja con
el mundo en que vive, del cual es deudora y en cuya construcción tiene una responsabilidad.
La fecundidad del amor se realiza “en la medida en que la pareja sea integradora, sea una
115
CHARBONNEAU, P.E.: Op. cit. p. 80.
116
CIC. canon 1013, 1.
117
Cf. PUEBLA, 584.
71
fuerza abierta a crear la unidad de la humanidad. Y en la medida en que el amor sea la fuerza
del bien y bondad que ayuda a salvar a los hombres de sus egoísmos".118
Por último, el amor de la pareja es fecundo en su apertura a la trascendencia, a la acción
salvadora de Dios. No se agota en sí mismo sino que se abre a un horizonte donde se
vislumbra el infinito y de allí toma fuerza e impulso. Es fecundo porque salva: al amor, a la
pareja, a su proyecto.
Así, la fecundidad polivalente del amor conyugal se manifiesta en el perfeccionamiento del
cónyuge y en la construcción de la pareja, se proyecta en el hijo, se abre hacia el
compromiso social y se hace experiencia de salvación. Es más, mucho más, que una
función biológica restringida a la prole. La fecundidad del amor es, simultáneamente,
creativa y procreativa.
Conclusiones
Este enfoque de la experiencia de pareja desde su dimensión personal podría degenerar en
subjetivismo o en individualismo e incluso en una comprensión errónea, marcada por la
privatización de la pareja. Pero no puede perderse de vista que ella vive en sociedad y que su
relación con dicha sociedad es fundamento imprescindible de su realización.
Se pretende destacar los siguientes aspectos de la experiencia de pareja y el matrimonio:
El matrimonio es una alianza personal iniciada y continuada en el amor.
El auténtico amor garantiza la unidad de la pareja: amor dinámico; que crece y se
perfecciona; que es fecundo porque crea perfecciona al otro /la otra, crea la pareja y
procrea a los hijos que son fruto del amor fecundo de la pareja; que es un quehacer
permanente; que compromete la vida toda de la pareja; que es generoso porque busca
el bien del otro; lleva a la entrega y aceptación mutuas; realiza el encuentro y
construye la comunión.
El amor conyugal, para ser auténtico, tiene una serie de exigencias intrínsecas al
mismo amor de la pareja como son la libertad, la verdad y la madurez humana.
El amor conyugal implica unas consecuencias, intrínsecas también, como son la
unidad, la fidelidad, la permanencia y la fecundidad.
Tanto las exigencias como las consecuencias intrínsecas al amor de la pareja están
contempladas por las normas del derecho y no solamente impuestas por la ley.
El logro de la estabilidad y armonía de la pareja es una tarea que los cónyuges tienen
que realizar en la generosidad del amor, un proyecto en el cual ambos tienen que
empeñarse con la tenacidad del amor.
La comunión que realiza el amor respeta la identidad y originalidad de cada uno y, al
mismo tiempo que los une, los abre hacia el encuentro personal y la proyección social.
118
ROMERO, F.: “El matrimonio es compromiso social”. MISION ABIERTA 3 (1976). p.
69.
72
Nunca y por ninguna circunstancia cabe imaginar la existencia de una pareja dentro de una
campana de cristal: aislada de cualquier contacto con el mundo externo, protegida de su
influencia e imposibilitada para ofrecer su aporte y su dinamismo a la sociedad.
Desde la dimensión social de la pareja y el matrimonio hay que tener en cuenta el punto de
vista sociocultural de la experiencia de pareja y el punto de vista del derecho matrimonial,
tanto civil como canónico.
119
RATZINGER, J.: “Hacia una teología del matrimonio”. SELECCIONES DE
TEOLOGIA 35 (1970). P. 235.
74
120
VIDAL, M.: “El matrimonio, ¿única institución para la sexualidad?” En VARIOS:
Sexualidad prematrimonial. Salamanca. Sígueme, 1974. p. 63.
75
comienzan a considerarlos de una manera diferente. No son, simplemente, dos individuos. Son
pareja. Lo cual tiene, desde el primer momento, consecuencias de orden práctico.
121
Cf. NOCENT, A.: “Il sacramento del matrimonio in occidente”. En AUTORI VARI: La
celebrazione del matrimonio cristiano. Bologna. Edizione Dehoniana, 1977. pp. 121-122.
122
DE COULANGES, F.: La ciudad antigua. Barcelona. Iberia. 1971. pp. 57-59.
76
El día del matrimonio por la mañana se consultaba a los arúspices y los augurios favorables se
comunicaban en la fiesta de bodas. Era el momento en que los esposos manifestaban el
consentimiento en el gesto de unir sus manos.
Otra ceremonia religiosa se celebraba por la noche, después de que el cortejo nupcial conducía
la novia a la casa del novio donde la recién casada era llevada ante el hogar para ofrecer un
sacrificio a los dioses domésticos y a los antepasados de su nueva familia.
Al día siguiente, la esposa se ponía el vestido de las matronas y con su esposo ofrecía
sacrificios a los Lares, juntos hacían una libación, pronunciaban algunas oraciones y comían
una torta de flor de harina. Esta torta era compartida (confaerratio) en un banquete de bodas
con la familia. Con este rito, la mujer quedaba unida al esposo e introducida en el culto de los
dioses y los antepasados de la familia del esposo.
Como se ve, el rito está enmarcado en tres días de fiesta y constituido por una sucesión de
actos cuya unidad no se puede desconocer, como tampoco puede deslindarse el gesto humano
del religioso. El cambio de estado de la mujer era un cambio de la religión paterna a la de la
nueva familia y por la confaerratio los esposos entraban en mutua comunión religiosa por su
comunión con los dioses domésticos, ya que la torta era prenda sagrada de matrimonio123.
El matrimonio consistía en el cambio de domicilio de la esposa y en la comunidad de vida, y
lo que unía a la familia romana de la antigüedad es la religión del hogar, por cuanto la familia
era comunidad de culto y en él se consolidaba y se sostenía124.
Cuando las ceremonias religiosas perdieron importancia en la Roma Imperial, bastaba el
consentimiento mutuo y la cohabitación para que el matrimonio fuera reconocido como tal. De
la época imperial es la costumbre de redactar un acta o tabula nuptialis, donde se especifica
que se contrae el matrimonio para traer hijos al mundo. Posteriormente, Teodosio propondrá
como requisito la presencia de familiares o amigos que sirvan como testigos de la celebración
del matrimonio.
La legislación matrimonial romana experimentó cambios según las épocas, pero el concepto
se mantuvo el mismo: se trata de un vínculo que dura tanto cuanto el consentimiento de los
contrayentes que lo trajo a la existencia. Lo que hace el matrimonio es el consentimiento 125 y
al faltar éste, que es la causa, desaparece su efecto que es el vínculo.
123
"Esta torta, comida entre las oraciones, en presencia y ante los ojos de las divinidades de
la familia, es lo que hace santa la unión del esposo y la esposa. Desde entonces quedan
asociados en el mismo culto". F. DE COULANGES: Op. cit. p. 60.
124
Escribe F. de Coulanges: "Lo que une a los miembros de la familia antigua es algo más
poderoso que el nacimiento, que el sentimiento, que la fuerza física: es la religión del hogar
y de los antepasados. Ella hace que la familia forme un cuerpo en esta vida y en la otra. La
familia es una asociación religiosa más que una asociación natural (...) y el parentesco y el
derecho de herencia se regularán no por el nacimiento sino por la participación en el culto".
DE COULANGES, F.: Op. cit. pp. 54-55.
125
"Nuptias non concubitus sed consensus facit". JUSTINIANO: Digesta 35, I, 15.
77
Existía el divorcio126, pero se entendía el matrimonio como algo perpetuo y no era lícito
contraerlo con la intención de romperlo o disolverlo sin causa realmente justa. Podía
producirse el divorcio por pérdida del estado de libertad (capitis diminutio maxima) o pérdida
de la ciudadanía romana (capitis diminutio media) de uno de los cónyuges, por cuanto
solamente existía el matrimonio de los ciudadanos romanos; también por la pérdida de la
affectio maritalis o consentimiento de una de las partes, así como por la adopción del padre
del marido de la esposa de éste, convirtiéndose los esposos en hermanos y anulándose así el
matrimonio. Constantino permitió el divorcio únicamente cuando la mujer era declarada
culpable de adulterio, envenenamiento y alcahuetería o cuando el hombre era declarado
culpable de homicidio, envenenamiento y violación de sepulcros. Las causales de divorcio
cambiaron de una época a otra, pero siempre teniendo como objeto limitar el divorcio y
proteger la estabilidad del matrimonio.
El matrimonio era obligatorio para los incas. Las edades establecidas para contraerlo
válidamente era entre los 18 y 20 años para la mujer, los 24 y los 26 para el varón. Existía la
poligamia para los altos funcionarios, quienes podían tener hasta seis mujeres. El Inca podía
tener un número ilimitado después de haber contraído con su hermana el primer matrimonio.
Para el pueblo, en cambio, obligaba la monogamia. La promiscuidad estaba prohibida y el
adulterio constituía un delito que se castigaba con la pena de muerte para los dos. Se
practicaba la endogamia y el matrimonio era indisoluble127.
El matrimonio azteca era monogámico, pero en algunas ocasiones se admitía la poligamia.
Para contraer matrimonio se exigía una edad de 20 años para el varón y 16 para la mujer y era
necesaria una cierta preparación. La esterilidad y el incumplimiento de los deberes domésticos
eran causales para que el marido repudiase a la mujer y la violación de deberes recíprocos era
motivo de divorcio128.
Entre los mayas el matrimonio era una compra de la novia a su padre y esta costumbre
formaba parte del rito matrimonial. El matrimonio se perfeccionaba cuando la mujer daba
comida al esposo en propia mano. Estaba prohibido el matrimonio entre familiares y el
divorcio era un derecho tanto para el marido como para la mujer129.
Los chibchas podían tener tantas mujeres cuantas pudieran mantener. El matrimonio era
exógamo respecto al clan pero se admitía la endogamia con respecto a la tribu. El matrimonio
estaba prohibido en primero y segundo grado de parentesco y para los transgresores el castigo
era echarlos al río Bogotá. El matrimonio de prueba era frecuente y si la mujer era del agrado
del pretendiente, accedía al matrimonio definitivo. También existía el sororado o matrimonio
de un hombre con un grupo de hermanas, el matrimonio por trueque o canje de hermanas y
por herencia, semejante al levirato de los judíos130.
126
Cf. GARCIA, A.: “La indisolubilidad en el primer milenio”. En VARIOS: El vínculo
matrimonial. Madrid. BAC. 1978. pp. 117-164.
127
PEÑA MOTTA, P.P.: Familia, Religión, Estado. Bogotá. Cepla editores, 1977. pp. 115-
120.
128
Ibídem. pp. 102-103.
129
Ibídem. pp. 104-107.
130
Ibídem. pp. 107-115.
78
No hay consenso entre los historiadores de Indias respecto a la forma de celebración, tal vez
porque se refieran a las costumbres de pueblos distintos. Así, el historiador Fernández de
Piedrahita describe el diálogo de los contrayentes con el sacerdote de la tribu:
“Y preguntábale a la mujer si había de querer más a Bochica que a su marido, y
respondiendo que sí, volvíale a preguntar si había de querer más a su marido que a
los hijos que tuviese de él; y respondiendo que sí, proseguía el sacerdote: si tendría
más amor a sus hijos que a sí misma; y diciendo también que sí, preguntábale más:
si estando muerto de hambre su marido, ella no comería; y respondiendo que no, le
preguntaba si daba su palabra de no ir a la cama de su marido sin que él la llamara
primero; y hecha la promesa de que no iría, volvía el sacerdote al marido y decíale
que si quería por mujer aquella que tenía abrazada, que lo dijese claramente y a
voces de suerte que todos lo entendiesen; y él entonces levantaba el grito y decía
tres o cuatro veces: Sí quiero, con lo cual quedaba celebrado el matrimonio”131.
Pero mientras Fernández de Piedrahita describe este largo diálogo, Jiménez de Quesada cuenta
que "no dicen palabras ni hacen ceremonias ningunas más de tomar su mujer y llevársela a su
casa"132 Y el padre Aguado dice que "para elegir mujeres se reúnen varones y mujeres, se
embriagan y se juntan los casados, los solteros toman la que les parece y desde adelante la
tienen por mujer"133.
El Padre Simón, en cambio, indica que se casaban con diferentes ceremonias 134 y se refiere a
las dádivas que, como expresión de la intención de casarse eran acostumbradas. Así describe
fray Pedro Simón el matrimonio entre los indios bogotaes:
“El pretendiente enviaba, sin hablar con nadie, a los parientes o padres de la que
pretendía, una manta, y si no la volvían a enviar, luego volvía a enviar otra y una
carga de hayo y medio venado, si era gente a quien le estaba concedido por los
caciques comerlo (...) se iba al romper del alba y se sentaba a la puerta de sus
suegros, sin hacer más ruido que el que bastase para que entendiesen a qué estaba
allí; los cuales, en sintiéndole, decían desde adentro: ¿quién está allá afuera? ¿es por
ventura algún ladrón que viene a hurtar o buscar carne aquí? Pues yo no debo nada a
nadie ni convido huéspedes. A que no respondía el pretendiente, sino que con
silencio estaba aguardando que saliese la desposada, que no tardaba mucho, con una
totuma grande de chica y, llegando junto a él, la probaba ella primero y, dándosela a
él, bebía cuanto podía, con lo que quedaba hecho el casamiento"135.
Fray Juan de Castellanos describe el matrimonio del Bogotá con la mayor de las hijas del
Ubaque y dice que fue:
131
FERNANDEZ DE PIEDRAHITA, L.: Historia General de las Conquistas del Nuevo
Reino de Granada, t. I, c. IV.
132
BOLETIN DE HISTORIA Y ANTIGÜEDADES, vol. XIII. p. 355.
133
DE AGUADO, P.: Recopilación Historial, I parte, vol. I. Bogotá. Biblioteca de la
Presidencia de la República de Colombia, 1956, p. 607.
134
SIMON, P.: Noticias Historiales de las Conquistas de Tierra Firme en las Indias
Occidentales. Bogotá. Biblioteca de Autores Colombianos, 1953. VII Notic., c. XXIII, 4.
135
SIMON, P.: Op. cit. IV Notic., cap. VIII.
79
“.. con gran solemnidad y regocijo que tienen de costumbre todos ellos que son
embriagueces descompuestas sin otras ceremonias ni terceros; antes, cualquiera de
ellos que pretenda casarse con alguna que le cuadra, contrata con los padres o
parientes que la tienen debajo de su mano, cerca del precio que dará por ella y si la
cantidad no los contenta, el comprador añade por dos veces la mitad más de lo que
dio primero; y si de la tercera vez no compra, busca mujer que sea más barata. Mas
si les satisface lo que ofrece, dánsela sin usar de más ritos de recibirla dándoles su
paga, quedándose con ella quien la vende, porque no lleva más dote la novia, de
nobles o de bajas condiciones, de solas veinte múcuras de chicha”136.
Entre los indios amazónicos se practica la exogamia, en cuanto el hombre debe casarse fuera
de su clan según lo prescriben sus tradiciones en las cuales lo religioso se confunde con las
normas sociales. Así, por ejemplo, un indígena de lengua barasana puede cortejar a una mujer
de lengua bará, ambas pertenecientes a la familia de los tucanos pero correspondientes a
clanes diferentes137. El hombre se muda a la maloca de ella para entrar en contacto con el
chamanismo y la mitología del clan de la que va a ser su esposa, luego de lo cual regresa con
ella a la maloca de su padre y a su clan. Como se ve, el "noviazgo" consiste en el contacto con
el mundo religioso de la esposa.
Para los guambianos y otros grupos de la familia andina del Macizo Colombiano, como los
silvianos, la celebración del matrimonio da lugar a una minga donde se comparten alimentos y
bebida. El padre del novio costea los gastos y asisten no sólo los parientes sino todos los
conocidos, pues las mingas fortalecen los lazos sociales. Los novios llevan los vestidos de
boda: ruana blanca con rayas azules el hombre, falda y blusa blanca con manta roja y
sombrero con borde dorado la mujer. La comida es abundante, así como la bebida que se toma
ritualmente. Hacia la media noche, el padre de la novia bendice a la pareja, luego de lo cual se
colocan frente a una mesa donde está el aguardiente: cada invitado recibe dos tragos del
padrino, del novio, de la novia y de la madrina. Entonces comienza la música de tambor y
flauta y todos bailan hasta la madrugada, cuando el padrino llama a los novios para impartirles
consejos sobre la vida matrimonial, luego de lo cual los recién casados se retiran 138. Esta
parece ser la costumbre de estos grupos, hoy integrada al rito católico que se celebra en el
pueblo el mismo día por la mañana. Ahora bien, en su rito propio, se observa la dimensión
religiosa en la bendición del padre que continúa en los hijos las tradiciones de los antepasados.
El matrimonio de los kogis se rige por las relaciones entre los tótems familiares. El hombre
hereda de su padre la pertenencia a un linaje que tienen sus padres o dueños mitológicos. La
mujer, por su parte, hereda de su madre el linaje femenino. El matrimonio debe fomentar
uniones fértiles, por lo cual solamente pueden unirse aquellos cuyos tótems se acoplen
sexualmente. Al respecto existe toda una trama de relaciones aceptadas y desaconsejadas. Un
hombre del linaje del jaguar, por ejemplo, podrá unirse con una mujer del linaje del saíno,
pero no con una mujer del linaje de la serpiente. Además, los hijos heredan de sus padres una
ubicación dentro del respectivo clan, ubicación que también incide en la fecundidad, en cuanto
136
DE CASTELLANOS, J.: Historia del Nuevo Reino de Granada. t. I. p. 28.
137
FRIEDMANN, N. y J. AROCHA: Herederos del jaguar y la anaconda. Bogotá. Carlos
Valencia Editores, 1982. pp. 89-90.
138
Ibídem. pp. 175-176.
80
debe posibilitar la unión del sol y la luz con la lluvia y la tierra negra que la posición del
individuo dentro del linaje establece y que el Mama conoce y aconseja139.
Para la celebración de un matrimonio guajiro, el precio de la novia se estima según las
cabezas de ganado de la familia y el acuerdo se realiza entre el pretendiente y el tío materno de
la joven. Ahora, ella puede contraer matrimonio una vez se ha convertido en mujer, esto es,
sabe tejer y se ha celebrado la chichamaya que festeja la fecundidad. Acordado el matrimonio,
el novio llega a la ranchería de la familia de la novia, entrega a la suegra las cabezas de ganado
como recompensa por la educación de la novia e indemnización por el derramamiento de
sangre que ocasiona la pérdida de la virginidad. La suegra lo conduce a la hamaca nupcial
donde la joven lo espera, con lo cual queda el matrimonio constituido 140. Entre los guajiros
existe la poligamia como estrategia de alianza entre familias y el número de mujeres depende
de la cantidad de ganado que posea. Las esposas no comparten un techo sino que el esposo las
visita en sus casas respectivas, en cada una de las cuales el tío materno es quien ejerce la
función de autoridad, tal como su mitología también presenta una familia en la cual el tío
materno es la figura principal.
Matrimonio y matrimonios
La sociedad regula el matrimonio que en ella misma toma forma, como se descubre en la
diversidad de modelos culturales de estructura matrimonial. 142 El reconocimiento de esta
pluralidad de formas invita a preguntarse cuál es, en últimas, el constitutivo fundamental del
matrimonio y si existe un modelo que corresponda a nuestra cultura contemporánea.
El constitutivo o ingrediente básico, se ha repetido, es el amor de un hombre y una mujer, la
relación de pareja, que en cada cultura y época asume características peculiares pero que
siempre llena las necesidades más profundas del hombre: intimidad, confianza, afecto,
experiencia compartida. Este es el ingrediente básico. Pero necesita una estructura para
hacerse realidad. Y la estructura son los patrones culturales de relación de pareja que cada
generación vive.
Ahora bien, el matrimonio no es únicamente la institución. El matrimonio lo realiza el amor de
un hombre y una mujer que toma forma en la estructura social. La institución no puede ahogar
el amor ni el amor negar su institucionalización. Amor e institución se exigen y relacionan
como persona y sociedad. Propiamente constituyen la dimensión social y personal de la pareja.
Esto lleva a reconocer que lo que constituye el matrimonio es el amor personal de la pareja
aceptado y ordenado por la comunidad que se encarga de velar por la realización del
compromiso inicial.
142
"Por su misma esencia el amor y la sexualidad están sometidos a la regulación social.
Lo hemos visto en todas las culturas. La naturaleza del hombre es no sólo naturaleza, sino
historia. Por eso necesita una institucionalización para realizarse en plenitud". Ibídem.
143
RUSSELL, B.: Matrimonio y moral. Buenos Aires. Siglo XX, 1976. p. 109.
82
El matrimonio es contrato
Según el Derecho, el matrimonio es un contrato que la ley civil colombiana precisa como
un contrato solemne.
Un contrato se define como "concurso real de las voluntades de dos o más personas
encaminados a la creación de obligaciones"146 y el calificativo de solemne se refiere a aquél
que "está sujeto a la observancia de ciertas formalidades especiales de manera que sin ellas
no produce ningún efecto civil"147. Por ejemplo, para un contrato de compraventa de bienes
inmuebles le ley especifica solemnidades especiales que consisten en el otorgamiento de
escritura pública.
El contrato matrimonial, es pues, un acuerdo entre personas que se ajusta a la ley y que
ofrece ciertas características:
es un acuerdo libre de voluntades de dos personas capaces: un hombre y una mujer,
dada la naturaleza misma del contrato;
es un acuerdo bilateral: nace del consentimiento mutuo y recíproco que origina en
ambos iguales derechos e iguales deberes;
es un acuerdo de origen natural, es decir, impuesto por la naturaleza, y es,
simultáneamente, legítimo, es decir que no excluye la ley positiva humana, la cual
regula y norma la realización y el cumplimiento del contrato148.
144
CONSTITUCION POLÍTICA DE COLOMBIA 1991. Bogotá. Presidencia de la
República, 1991. p. 20.
145
La ley canónica que se tiene presente es el Código de Derecho Canónico de 1983 (CIC)
pero eventualmente se cita el de 1917 (CIC-1917). La ley civil a la cual se hace referencia
es el Código Civil Colombiano (CCC).
146
OSPINA FERNANDEZ, G.: Régimen general de las obligaciones. Bogotá. Temis,
1980. p. 40.
147
CCC. Libro 4º, 1º, art. 1500.
148
Cf. CASTILLO, E.: Derecho canónico. Apuntes mimeografiados.
83
El matrimonio es institución
También, según el Derecho, el matrimonio es institución jurídica. Es más que simple
relación contractual y la institución jurídica se refiere a la sociedad conyugal originada en
el contrato.
La sociedad conyugal es, por una parte, el vínculo, en cuanto conjunto de relaciones
jurídicas que se originan del contrato, y, por otra parte, es la comunidad de vida resultante
del vínculo, la cual incluye mesa, lecho y patrimonio154.
La institución matrimonial es, pues, la vida conyugal: lo que se ha llamado matrimonio in
facto esse. Así, pues, desde la perspectiva jurídica se puede decir que el matrimonio es
contrato en su iniciación e institución en su desarrollo.
149
CIC-1917. canon 1012.
150
CIC. canon 1081.
151
CIC. canon 1055.
152
CIC. canon 1057.
153
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 113.
154
CASTILLO, E.: Op. cit.
84
168
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 115.
169
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 126.
170
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 130 y 135.
171
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 131-132.
172
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 130 y 135.
173
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 135 y 137.
86
Los casados deberán entregarse por entero el uno al otro para la formación de la
familia, con el pleno sentido de las responsabilidades que adquieren entre sí, para
con sus descendientes y frente a la comunidad a la cual pertenecen. Cada cual
aportará su contingente, según las necesidades de la familia, para constituirse en
elementos de progreso ante la sociedad a la cual deberán entregar, en el futuro,
ciudadanos educados y formados en una atmósfera propicia para ser útiles a la
patria. Procurarán en todas las circunstancias que lo que uno espera del otro al
unirse con él no vaya a desmentirse con la unión. Igualmente, acogiéndose a los
procedimientos que su conciencia les señale, procurarán gracias a una prudente
planeación familiar, no procrear un mayor número de hijos de aquellos que por su
capacidad económica o su actividad profesional estén en capacidad de levantar
física y espiritualmente dentro de los requerimientos que demanda la dignidad y la
salud del ser humano.
Por último, uno y otro, el varón y la mujer, colocados por la propia ley en pie de
igualdad, deberán tener siempre presente que la libertad entendida como la
condición para la cabal realización del ser humano es un derecho consagrado en las
leyes colombianas no solamente para las relaciones entre el Estado y sus súbditos
sino entre los ciudadanos entre sí. Ambos cónyuges cultivarán celosamente, dentro
del marco del vínculo que los une, vivo el principio de la libertad individual, el de la
inviolabilidad del la vida interior y el del enriquecimiento espiritual, que genera la
intercomunicación del pensamiento entre los humanos. Individualmente, dentro de
la sociedad conyugal o ejerciendo el supremo magisterio que es la paternidad,
contribuirán a través de la familia al desarrollo material y cultural de la comunidad a
que pertenecen, la cual por medio de la institución del matrimonio los toma bajo su
protección y cuidado para mejor servir a los fines de la especie174.
La admonición recoge los diversos elementos del matrimonio, al que considera como
comunión permanente entre dos seres que optaron por transitar juntos el camino de la vida
y que son unidos por el ministerio de la Ley ante la comunidad. El texto destaca la
importancia del amor como fundamento de la unión; así mismo, señala las virtudes que
deben caracterizar a los cónyuges: la fidelidad en la alegría y en la adversidad, el respeto, la
generosidad, la equidad, la templanza, la paciencia, la entrega del uno al otro. Hace alusión,
también, a la posibilidad y necesidad de corregirse mutuamente los defectos y llama la
atención acerca del carácter irreparable de las ofensas, así como la obligación de no
defraudar para que lo que uno esperaba del otro no vaya a desmentirse con la unión. Las
responsabilidades de los esposos se diversifican en aquellas que contraen con respecto a los
hijos, y que consisten en procrearlos y educarlos; aquéllas que se refieren al aporte de cada
uno de ellos al sostenimiento de la familia; otras que tienen con la sociedad como
elementos de progreso y para contribuir al desarrollo de la comunidad. Además el texto
proclama que la igualdad fundamental del hombre y la mujer, la libertad como condición
para la realización del ser humano y la inviolabilidad de la vida interior, deben estar
presentes y ser la base del matrimonio.
174
Decreto 1296 de 1975.
87
175
OSPINA, G. y E. OSPINA: Teoría general de los actos o negocios jurídicos. Bogotá.
Temis, 1980, p. 86-87.
176
CCC. Libro 1º, Tít. 4º, art. 152.
88
incumplimiento grave e injustificado de los deberes, ultraje o trato cruel que pongan en
peligro la vida o hagan imposible la paz y el sosiego doméstico, la embriaguez habitual y el
igualmente habitual uso de alucinógenos o estupefacientes, las enfermedades que pongan
en peligro la salud del cónyuge o impidan la comunidad matrimonial, la conducta que
tienda a corromper o pervertir al cónyuge o a los descendientes, la separación de cuerpos
decretada judicialmente que perdure más de dos años, la condena privativa de la libertad
personal superior a cuatro años por delito común atroz.
El matrimonio canónico puede ser declarado inválido, es decir nulo, pero nunca disuelto el
vínculo:
“El matrimonio válido rato y consumado no puede ser disuelto por ninguna potestad
humana ni por ninguna causa, fuera de la muerte”177.
Sin embargo, el Código contempla tres casos en los cuales el matrimonio puede ser
disuelto:
el matrimonio rato pero no consumado que puede ser disuelto por dispensa concedida
por la sede apostólica con causa justa 178 y en virtud de la potestad vicaria que tiene el
Papa;
el matrimonio celebrado entre no bautizados aunque esté consumado, que se disuelve
en favor de la fe por el privilegio paulino;
el matrimonio entre bautizado e infiel celebrado en la infidelidad de ambos y
consumado en ella179, que se disuelve, también en virtud de la potestad vicaria del
Papa.
Hasta esa fecha, y de conformidad con la Ley 54 de 1924 -Ley Concha- los católicos sólo
podían contraer matrimonio civil cuando declaraban que se habían "separado formalmente
de la iglesia y de la religión católica".
El artículo VII del Concordato vigente acoge lo estipulado por la Ley 57 de 1887 acerca del
reconocimiento de los efectos civiles de los matrimonios celebrados según las normas
eclesiásticas y el Artículo 47 de la Constitución Política de 1991 amplía este
reconocimiento a los matrimonios celebrados conforme a cualquier rito religioso:
“Los matrimonios religiosos tendrán efectos civiles en los términos que establezca
la ley”180.
Por otra parte, la legislación colombiana precisa que el acto de la celebración del
matrimonio canónico debe inscribirse en el registro civil181 para que produzca los efectos
civiles respecto a las personas y bienes de los cónyuges y de sus descendientes.
Es así como en Colombia los matrimonios civiles se rigen por la ley civil tanto para su
celebración como para sus efectos y los matrimonios católicos por la legislación canónica.
Estos últimos están sometidos a la jurisdicción eclesiástica en cuanto a su celebración y
disolución, pero se rigen por la ley civil en cuanto a los efectos personales y patrimoniales.
Por esta razón las decisiones de los Tribunales Eclesiásticos relativos a la nulidad deben ser
conocidas por los Tribunales superiores para los efectos civiles, según lo prevé el artículo
VIII del Concordato Vásquez Carrizosa-Palmas.
Conclusiones
Este enfoque sociológico y jurídico del matrimonio es el que tradicionalmente había marcado
la comprensión del mismo. Cuando la experiencia de conyugalidad queda reducida a su
aproximación extrínseca, la dimensión personal resulta eclipsada por la social. Ahora bien,
ambas dimensiones se exigen mutuamente, por cuanto se trata de una experiencia de personas
inmersas en una sociedad.
Se pretende subrayar los siguientes aspectos:
La relación yo-tú no se agota en sí misma sino que se realiza y se abre en el nosotros
social.
El matrimonio es un acontecimiento público en su preparación, su celebración y su
desarrollo.
La sociedad, en cuanto garante de la vida de los miembros, ordena, reconoce y protege
el matrimonio como institución social y experiencia personal de las parejas concretas.
La experiencia del amor conyugal necesita una estructura en la cual tomar forma: esta
estructura son los patrones culturales de relación de pareja propios de un grupo
humano o de cada generación y conforme a los cuales la sociedad ordena la vida de
las parejas.
180
CONSTITUCION POLÍTICA DE COLOMBIA 1991. Bogotá. Presidencia de la
República, 1991. p. 21.
181
Ley 35 de 1888, a. 17. Ley 95 de 1980, art. 2º.
90
Al analizar los testimonios de épocas pasadas o de otras culturas desde la mirada del mundo
occidental contemporáneo, hay el peligro de malinterpretar lo que una determinada cultura
expresa en sus mitos y ritos referentes a la sexualidad. Nuestros criterios desprecian o
encasillan tales fenómenos sin profundizar en su riqueza significativa.
El primer testimonio estaría representado en las pinturas rupestres de hembras animales
gestantes y en las estatuillas de mujeres que han sido encontradas, unas y otras, en las
cavernas del paleolítico y que, se supone, representan la sacralidad femenina. Las
estatuillas, con los rasgos de la maternidad acentuados, probablemente estarían dotadas de
ciertos poderes y asociadas a alguna función ritual relacionada con “historias de
acontecimientos que no conocemos”185. En todo caso, para los paleantrópidos, la
fecundidad debió estar referida a una fuerza sagrada que las pinturas y estatuillas
representaban.
Para los grupos recolectores, la tierra producía sus frutos sin ayuda. Es la Tierra Madre que
durante siglos fue divinizada como origen de toda vida. Se creía, además, que la maternidad
era debida a la inserción en el vientre materno del niño que hasta ese momento había tenido
vida prenatal en grutas, pozos o árboles.
Es esta experiencia cósmica la más antigua. Mircea Eliade opina que los seres humanos, en
su universo circundante, descubrían la presencia de lo sagrado y la tierra que pisaban, el
horizonte que contemplaban, todas las formas vivas, eran para ellos hierofanía. Una
hierofanía cósmica, la califica el mismo autor, que con la aparición de la agricultura
adquirirá forma telúrica186.
No se pensaba entonces que los hijos fueran engendrados por el padre sino por el contacto
de la madre con un objeto del cosmos circundante: la Tierra Madre. Como Olomageriyai, la
Madre Principal de los cunas de Colombia y Panamá, que ordena la concepción de los
niños en las matrices de las mujeres y que también ordena la bajada de todos los animales
de la tierra187. Como Haba, la Madre Universal de los coguis de la Sierra Nevada de Santa
Marta, que les reveló el secreto de la fertilidad188.
Testimonio de esta comprensión son, también, los mitos y creencias de seres humanos que
nacen de la tierra, el parto en el suelo, el gesto de depositar en tierra al recién nacido y el de
enterrar el cadáver en posición fetal como signo de que quien ha nacido de la tierra, retorna
a su madre al morir189. Así, por ejemplo, lo revela el estudio de los mitos y las leyendas del
manifiesta como real, fuerte y rico en significado, y todo lo demás que aparece como
desprovisto de esas cualidades, es decir, el fluir caótico y peligroso de las cosas, sus
apariciones y desapariciones fortuitas y vacías de sentido” M. ELIADE. Historia de las
creencias y de las ideas religiosas. Tomo I. Madrid. Cristiandad, 1978. p. 15.
185
Ibídem. p. 36-38.
186
ELIADE. M.: Historia de las Religiones II. Madrid. Cristiandad, 1974.
187
FRIEDMANN, N. S. de y J. AROCHA: Herederos del jaguar y la anaconda. Bogotá.
Carlos Valencia Editores, 1982. p. 226.
188
Ibid. p. 63.
189
Cf. ELIADE, M.: Historia de las Religiones II. Ed. cit. pp. 20-22.
93
190
UGARTE GRIJALBA, J.I.: “Mitos y leyendas del vínculo panincaico”. En VARIOS:
Religiosidad Popular. Salamanca. Sígueme, 1976. pp. 205 ss.
191
FRIEDMANN, N. S. de y J. AROCHA: Op. cit. p. 267.
192
ELIADE, M.: Historia de las Religiones II. Ed. cit. p. 16.
193
ELIADE, M.: Historia de las creencias y de las ideas religiosas I. Ed. cit. p. 56
94
mesopotámico de creación Enuma elish194: Tiamat aparece como la personificación del mar
y con su cuerpo Marduk formó el mundo; Apsú personifica las aguas primordiales; y de la
unión de Tiamat y Apsú nacen los dioses. Durante las fiestas de Año Nuevo se recitaba
ritualmente el poema de creación y se celebraba un combate o matrimonio sagrado para
actualizar el origen de la vida y de las instituciones y estar en condiciones de volver a
comenzar.
En la mitología sumeria, la pareja progenitora estaba conformada por Enki, el dios del
océano, y Ninhursag o Nintú, la Tierra Madre 195. Al dios cananeo El, lo presenta el mito
fecundando a dos esposas que dan origen al lucero de la mañana y al lucero de la tarde.
Entre nuestros contemporáneos, los guajiros consideran que ellos, los guayús, nacieron de
Jepirech, el viento del nordeste, y de Igua, la diosa de las lluvias. En esta antropogonía
aparece un tercero, Juyap, el invierno, hermano de Igua y tío materno de los guajiros. Esta
antropogonía simboliza la estructura familiar guajira: “el invierno con toda la fuerza
ecológica que implica en ese hábitat semidesértico, personifica al tío materno que en la
familia guajira tiene el rango y el poder más elevados” 196. El no guajiro o alijuna fue creado
por Dios –¿el Dios de los cristianos?- con barro y la mujer de una costilla.
En general, son las diosas las que están asociadas a la tierra y a su fertilidad y es común,
también, la divinización del cielo. Unicamente en Egipto, el cielo era una diosa y el dios era
la tierra: el dios Geb, la tierra, permanecía estrechamente abrazado a la diosa Nut, el cielo,
pero fueron separados por Shu, el dios del aire, para crear el universo.
La unión de la tierra madre y el dios uránico es imitada por el hombre y la mujer, con lo
cual participan de la fecundidad divina que se extiende a la fertilidad de la tierra 197. En esta
perspectiva se explican la orgía, la prostitución y el matrimonio sagrados, como repetición
ritual de la hierogamia. A la unión de la pareja divina debe corresponder el frenesí genético
ilimitado porque hay que reanimar la tierra y excitar el cielo para que ocurra la hierogamia
que asegura la fecundidad de la tierra, de las hembras animales y de la mujer 198. Así, en la
orgía sagrada, las parejas se reintegran a una unidad biocósmica y al reactualizar el caos
mítico se hace posible la repetición de la creación de vida en todas sus formas. Mediante la
prostitución sagrada se impetra la fecundidad de la vida participando ritualmente de la
fecundidad de la pareja divina. Y por el matrimonio sagrado del rey y una sacerdotisa en
194
CID, C.: Mitología Oriental Ilustrada. Madrid. Vergara, 1962. pp. 193 ss.
195
HOOKE, S.H.: “La religión de Babilonia y Asiria”. En VARIOS: Historia de las
Religiones II. Barcelona. Madrid, 1960. pp. 17-93.
196
FRIEDMANN, N. S. de y J. AROCHA: Op. cit. p. 314.
197
“Esta solidaridad entre las formas y los actos de la vida fue uno de los descubrimientos
esenciales del hombre arcaico, el cual lo hizo fructificar mágicamente, basándose en la
siguiente idea: lo que se realiza en común da mejores resultados. La fecundidad de la mujer
ejerce influencia sobre la fecundidad del campo, pero a la vez la opulencia de la vegetación
ayuda a que la mujer conciba”. M. ELIADE: Historia de las religiones II. Ed. cit. p. 134.
198
“Hay que reanimar a la tierra, excitar el cielo, para que la hierogamia cósmica (lluvia) se
realice en condiciones óptimas, para que los cereales crezcan y fructifiquen, para que las
mujeres tengan hijos, para que los animales se multipliquen y para que los muertos sacien
su vacuidad con fuerza vital.”. Ibídem. p. 137.
95
representación del pueblo, también todas las formas de vida son introducidas en la
fecundidad de la pareja divina.
Forzoso es reconocer en los datos anteriores cómo la experiencia de la sexualidad es vivida
como experiencia sagrada y cómo, desde este horizonte, tiene sentido y provecho.
Así como cada descubrimiento tecnológico y cada innovación económica y social se
“duplica” con su correspondiente valoración y significación religiosa, cuando la institución
matrimonial aparece en la historia humana, también recibe este trato y el matrimonio
humano adquiere su correspondiente arquetipo divino. Los casamientos reales encarnaban
el casamiento de la pareja de dioses, pero también cualquier pareja reproducía la
hierogamia original. Del primer tipo es ejemplo el matrimonio real egipcio: la reina es
esposa del dios y madre del dios199. Del segundo tipo de matrimonio es ejemplo el ritual
conservado por los sutras:
“Yo soy él, tú eres ella;
yo soy el Cielo, tú eres la Tierra;
ven, vamos a casarnos y a traer hijos al mundo”200.
El Yurupari, que es un rito de iniciación de las gentes de la Amazonía, sirve, a la vez, para
“fomentar la fertilidad en los árboles frutales, para promover el advenimiento de las lluvias
y, por tanto, el inicio del periodo femenino de siembras”201. Por eso el Yurupari viene al
final del verano “para calmar el calor de la tierra, que es femenino, mediante las lluvias que
son frías y, por lo tanto, masculinas; viene también para que broten las frutas silvestres”202
Ahora bien, frecuentemente la sacralización de la sexualidad disocia los diferentes aspectos
de la sexualidad. Así, la fecundidad se explica en una diosa-madre y un dios-padre de
quienes derivan toda maternidad y toda paternidad. También la vida vegetal: dios-padre es
la lluvia que fecunda a la tierra-madre y hace germinar en ella la vida. Mediante el rito, la
unión del dios-padre y de la diosa-madre reproducida por el rey y una sacerdotisa con
ocasión de las fiestas de Año Nuevo, se obtiene ña fecundidad humana y animal, así como
la fertilidad del suelo. El amor del hombre y la mujer se concretizan en un dios y una diosa
amantes, distintos de la pareja genitora: la diosa amante personifica el atractivo femenino y
la seducción. La institución matrimonial tiene como arquetipo el matrimonio de una pareja
que no es ni la pareja genitora ni la pareja de amantes.
En todo caso, la interpretación religiosa de la sexualidad, entendida principalmente como
fecundidad y extendida a la fecundidad animal y vegetal, da sentido a la experiencia
humana de la sexualidad en un sinnúmero de culturas que han visto en es esta fuerza
misteriosa una fuerza que trasciende a lo meramente humano y hace significativa su
experiencia.
199
JAMES, T.G.H.: Myths and legends of Ancient Egipt. New York. Bentam, 1972.
200
Citado por GRELOT, P.: La pareja humana en la Sagrada Escritura. Madrid.
Euramérica, 1963. p. 50.
201
FRIEDMANN, N. S. de y J. AROCHA: Op. cit. p. 71.
202
Ibídem. p. 83.
96
203
RICOEUR, P.: Finitude et culpabilité. Paris. Aubier, 1960. p. 19.
204
RICOEUR, P.: “Culpa, ética y religión”. CONCILIUM 56 (1970). p. 331.
205
En el estudio que hace Paul Ricoeur de la mancha, hace notar que esta experiencia del
mal indica que no se ha disociado aún el mal de la desgracia ni se ha trazado una línea
divisoria entre el orden ético de la mala acción y el orden cósmico biológico del mal físico:
el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, los fracasos, son signo de mancha e impureza. El
mismo autor subraya la importancia y gravedad que se concede a la violación de las
prohibiciones de carácter sexual que incluyen tiempos y lugares, hasta llegar a identificar
sexualidad con impureza. Tal vez por lo evidente que es la relación de la impureza con algo
que se transmite por contacto.
206
Marciano Vidal escribe: “La orientación general de la ética sexual de los pueblos
primitivos es de signo tabuístico. El ethos primitivo se pone de manifiesto en el tabú. Esta
orientación tabuística le da una tonalidad especial a la ética sexual de los pueblos
primitivos, la tonalidad que tiene todo tabú: carácter sacro, idea de sanción automática por
su violación”. M. VIDAL: Moral de Actitudes II. Madrid. PS Editorial, 1977. p. 393.
207
LÉVI-STRAUSS, C.: Antropología estructural. Buenos Aires. Eudeba, 1968; Les
structures élémentaires de la parenté. Paris. PUF, 1967; El futuro de los estudios de
parentesco. Barcelona. Anagrama, 1973.
97
antepasado, vivo de nuevo, que viene para adoptar a los iniciados y a sus hijos. A partir de
ese momento la maloca queda identificada con el universo y la gente que está adentro –al
ponerse en contacto con su Anaconda Ancestral- asume el papel de los primeros seres
humanos y antepasados originarios de los diferentes clanes”211.
El rito cuna de iniciación sexual de las niñas tiene lugar en una “inna” o fiesta que se
anuncia cuando el padre levanta el caracol y lo sopla para avisar la pubescencia de su hija:
“el pueblo sabe que la bebida y la fiesta se inician. Desde el segundo día de reclusión de la
jovencita, las mujeres, que han acarreado agua dulce y agua de mar, la someten a
abluciones de purificación. Los baños son continuos. El cuarto día la joven se yergue de su
hamaca y se somete a la pintura corporal total que ejecutan las mujeres con jugo de jagua.
El momento cumbre del ritual se aproxima. El protocolo del “inna” exige que al quinto día
los asistentes luzcan sus mejores trajes. (…) El “katule” o cantador inicia el canto y la
jovencita en ese momento da su primer paso y se asoma al cielo de oro” 212. La música y la
canción del “inna” logran transportar a los cunas al más allá, al cielo de oro. Hora tras hora
bailan y beben chicha hasta quedar sin aliento. Así, la iniciación sexual es la primera
posibilidad de la joven cuna para asomarse al cielo de oro de los cunas.
Cuando una niña se convierte en mujer, los guajiros celebran la “chichamaya”, una danza
de la fertilidad. Durante meses o años, la niña ha permanecido recluida: ni el sol, ni los
hombres pueden verla. Mientras, aprende el arte del telar y los secretos de las mujeres. El
baile es un cortejo amoroso en el que la joven, con el rostro iluminado con pintura roja de
onoto y adornada profusamente con joyas, va dejando extenuados a los jóvenes que, uno
tras otro, bailan con ella213. El ceremonial refleja la supremacía de la mujer propia de la
cultura matriarcal guajira.
211
Ibídem. p. 82.
212
Ibídem. pp. 247-248.
213
Ibídem. p. 324.
214
Escribe Boff: "... ambos, marido y mujer, se sienten convocados en el matrimonio a
trascenderse mutuamente y a unirse en aquella realidad más profunda que los supera y que
es la respuesta en la búsqueda latente y el principio de unión entre ambos. Las religiones
llaman Dios a ese misterio supremo e inefable que todo lo penetra y circunda, que en todo
se revela y se oculta. El tú para el que el hombre está abierto radicalmente no es, por tanto,
el tú hermano, sino el tú divino. La otra persona es el sacramento de Dios: el lugar personal
de la comunicación "epocal e histórica" del amor divino. Uno es sacramento para el otro,
donde Dios se manifiesta como próximo, porque es sentido en la excelencia del amor, y al
mismo tiempo como distante, porque se oculta bajo el sacramento". BOFF, L.: “El
99
Recuérdese, aquí, que tanto en el caso de la familia griega como en el de la romana, toda su
estructura se derivaba de la religión doméstica. El derecho a ofrecer sacrificios en el hogar se
transmitía de padre a hijo varón, lo mismo que el parentesco y el patrimonio. El hijo lo recibía
todo del padre y no tenía otra religión ni otra familia que la del padre. La mujer no transmitía
la existencia ni el culto ni podía ser pariente por línea materna. Así la gens o pertenencia a una
familia, derivaba de la religión doméstica: al antepasado o primer hombre enterrado en la
tumba familiar se le honra y sus descendientes resultan unidos en nombre suyo. Parentesco,
patrimonio y culto, todo era indivisible por motivos religiosos como también lo era la familia
que no se desmembraba sino que permanecía unida incluso a través del tiempo.215
También tienen connotación religiosa las costumbres matrimoniales de los pueblos que, con
ocasión del descubrimiento de América, se convirtieron al cristianismo.
Es evidente que el criterio con el cual los cronistas españoles describen los usos y tradiciones
matrimoniales de los primitivos pobladores, no pretende reconocer en ellos valor alguno, por
cuanto para ellos se trata de costumbres bárbaras contrarias a la fe, cuando en realidad eran
costumbres diferentes a las del mundo occidental al cual ellos pertenecían. Y si no hacen
mención del carácter religioso es porque no suscitaba para ellos interés, pero es de suponer
que las diversas normas matrimoniales y forma de celebración de los pueblos precolombinos
no eran únicamente de índole social sino referidas a su concepción religiosa; que la ceremonia
religiosa estuviera, muy seguramente, ligada al culto de los antepasados y que el carácter
sagrado del matrimonio derivara de este hecho al prolongar a los antepasados y garantizar su
inmortalidad.
En sus mitos debía estar representado el modelo matrimonial: del panteón maya formaban
parte Itzamná, diosa de la maternidad y protectora del hogar, y Kinich Ahau-Itzmá, dios
creador simbolizado en el sol, que transmitió a Itzamná la cultura de su pueblo; del panteón
chibcha eran Bochica y Bachué, la pareja de la cual proviene la humanidad; al panteón inca
pertenecían Manco Capac y Mama Ocllo, hijos del sol, que civilizaron a este grupo y
promulgaron las leyes matrimoniales. Sus ritos correspondientes debían introducir a cada
pareja en el ámbito de la experiencia original, como en el caso del matrimonio del Inca con
su hermana que reproducía el de los hijos primogénitos del sol; para dar sentido y
configuración a la existencia de cada pareja, como ocurre en todos los pueblos con una
visión sacral del mundo y de la actividad humana. Pero este dato es irrelevante para los
historiadores españoles de la conquista a través de quienes podemos conocer cuáles eran las
costumbres de nuestros antepasados americanos.
En cuanto a las costumbres de las tribus indígenas contemporáneas que habitan el territorio
colombiano, la dimensión religiosa bien puede observarse en ellas, en sus celebraciones y en
sus mitos que rigen el comportamiento de los individuos.
El matrimonio cogui, recuérdese, es asunto religioso normado por sus mitos totémicos y
configurado según ellos para el bien de la tribu.
216
VALSECHI, A.: Los nuevos caminos de la ética sexual. Salamanca. Sígueme, 1974. pp.
62-63.
217
Ibídem. p. 68.
218
VIDAL, M.: Moral de Actitudes II. Ed. cit. p. 505.
101
Conclusiones
Los datos de la historia y de la antropología cultural señalan la dimensión religiosa de la
experiencia de pareja:
La sexualidad humana, desde tiempos inmemoriales, no se vive como una fuerza
ciega que une a las parejas a la manera como el macho y la hembra se aparean para la
conservación de la especie. La referencia a un horizonte sagrado, manifestado en
mitos y ritos diversísimos, relativiza la experiencia humana y le da sentido de
totalidad, rescatándola del peligro de reducirse a una función fisiológica y
proyectándola hacia la trascendencia y hacia su capacidad de transignificación.
Los mitos y ritos norman el ejercicio de la sexualidad para el bien del individuo y del
grupo.
La pareja y, consiguientemente, el matrimonio están referidos a una realidad que los
trasciende.
La experiencia de conyugalidad es capaz de "transfigurarse", de "transubstanciarse",
de “transignificar”, de ser hierofanía: es decir, de manifestar la presencia de una
realidad superior.
En todas las culturas la celebración del matrimonio está enmarcada en un rito religioso
que da sentido a la experiencia de la pareja y constituye la dimensión social del
acontecimiento matrimonial, es decir, su carácter público y el reconocimiento oficial
de la familia y del grupo de la existencia de la pareja.
La experiencia de pareja y la celebración del matrimonio es plural y diversa según las
culturas y no existe modelo único que pudiera ofrecer validez universal.
El cristianismo acogió no sólo la concepción romana del matrimonio y su legislación,
sino que muchos elementos de la celebración religiosa y familiar también fueron
asumidos como parte de las costumbres matrimoniales occidentales.
219
O.R. oct. 5/80. p. 11.
220
Ibídem.
102
221
. Esta es la idea que desarrolla el teólogo holandés E. Schillebeeckx en el libro cuyo
título hace, justamente, referencia a ella: El matrimonio, realidad terrena y misterio de
la salvación.
103
222
Cf. ELIADE, M.: Historia de las creencias e ideas religiosas I. Ed. cit. p. 21.
223
“La tensión y la simbiosis entre los cultos de la fertilidad agraria que florecían en la
costa siriopalestina y la ideología religiosa de los pastores nómadas, dominada por las
divinidades celestes y astrales, conocerán una nueva intensificación al instalarse los hebreos
en Canaán. (…) Palestina será el escenario en que un nuevo tipo de experiencia religiosa
chocará con las viejas y venerables tradiciones de la religiosidad cósmica. Los israelitas, al
penetrar en Canaán, se hubieron de enfrentar con este tipo de religiosidad cósmica que tenía
la virtualidad de provocar actos cultuales complejos con excesos orgiásticos y grandiosidad.
Los israelitas compartían la misma convicción acerca del carácter sagrado de la vida, y ello
les planteaba en principio un problema: ¿cómo conservar esta creencia sin integrarla en la
ideología religiosa cananea?” M. ELIADE: Historia de las creencias e ideas religiosas I.
Ed. cit. pp. 167 y 178.
224
VIDAL, M.: Moral de actitudes II. Ed. cit. p. 411.
104
225
SCHILLEBEECKX, E.: El matrimonio, realidad terrena y misterio de salvación.
Salamanca. Sígueme, 1970. p. 37.
226
Ibídem. p. 40.
227
DE VAUX, R.: Instituciones del Antiguo Testamento. Herder. Barcelona, 1964. p. 58.
105
De la poligamia a la monogamia
Los textos del Antiguo Testamento muestran que el matrimonio israelita admitió la
poligamia, si bien la monogamia aparece como el ideal en los textos de creación y, al decir
de los estudiosos, como la forma más generalizada230.
Según la costumbre de la época, en tiempos de los patriarcas debió existir una relativa
monogamia con tendencia hacia la bigamia.
Ahora bien, el caso de Abraham y Agar (Gen 16,1-4) no parece ser un caso de bigamia,
sino más bien, de un servicio de la esclava a su señora para darle ésta, al esposo, el hijo que
ella no había podido darle231. También Raquel y Lía, que no habían tenido hijos, le hacen la
misma propuesta a Jacob (Gen 30,3.9-13)232.
Y llama la atención que, aunque la esclava es la que da a luz, el hijo es de la esposa:
“Mira, Yahvé me ha hecho estéril –le dice Sara a Abraham-. Llégate, pues, te
ruego, a mi esclava. Quizá podré tener hijos de ella”(Gen 16,2).
“Ahí tienes a mi criada Bilhá, únete a ella y que dé a luz sobre mis rodillas; así
también yo ahijaré de ella” (Gen 30,3).
El doble casamiento de Jacob con las dos hijas de su tío Labán, Lía y Raquel (Gen 29,15-
30), podría reflejar una costumbre entonces vigente. Pero también hay que tener presente
que la intencionalidad del texto es ofrecer un origen común a las tribus que se unieron en
tiempos de la anfictionía233. Con intención similar podría haber sido compuesto el pasaje en
que Esaú tomó tres mujeres cananeas (Gen 36,1-5) y que da pie a las genealogías de los
jeques edomitas (Gen 36,9-19).
En tiempos de los jueces y de los reyes se acostumbraba la poligamia, sobre todo entre los
dirigentes, como signo de prosperidad y prestigio. Se dice de Gedeón, por ejemplo, que
“tuvo setenta hijos nacidos de él, pues tenía muchas mujeres” (Jue 8,30), además del que le
había dado la concubina (Jue 8,31). El padre de Samuel, Elcana, tenía dos mujeres: Ana y
228
Berakot 7,18.
229
ALEXANDRE, M.: “Imágenes de mujeres en los inicios de la cristiandad”. En DUBY,
G. y M. PERROT: Historia de las mujeres en occidente. Taurus. Madrid, 19991. Tomo 1.
pp. 471-473.
230
DE VAUX, R.: Instituciones del Antiguo Testamento. Barcelona. Herder, 1964. pp. 55-
57.
231
VON RAD, G.: Genesis. Old Testament Library. London. SCM Press, 1963. p. 186.
232
Ibídem. p. 289.
233
Ibídem, p. 291.
106
234
“El derecho positivo no deriva de un principio extraído de la revelación; se limita a
imponer un marco a la situación de hecho determinada por la cultura de la época".
GRELOT, P.: “La evolución del matrimonio como institución en el Antiguo Testamento”.
CONCILIUM 55 (1970). p. 202.
235
"El matrimonio es, por una parte, realización de las promesas y, por otra, traspaso y
tradición (en el sentido de paradosis) de la promesa que se está cumpliendo, en razón de un
plan divino universal que es la felicidad" FEDERICI, T.: “Realtà bibliche del matrimonio”.
En AUTORI VARI: La celebrazione del matrimonio cristiano. Ed. cit. p. 153.
236
Cf. DE VAUX, R.: Instituciones del Antiguo Testamento Barcelona. Herder, 1964. pp.
49-73. GRELOT, P.: “La evolución del matrimonio como institución en el Antiguo
Testamento”. Art. cit. pp. 198-209.
237
Cf. THIEL, J.P.: “La antropología cultural y la institución matrimonial”. CONCILIUM
55 (1970). pp. 167-182.
107
considera fin en sí mismo sino que la comunidad es el sentido de su existencia. Por eso el
consentimiento de las familias es más importante que el de los contrayentes.
Por esta misma razón, la celebración del matrimonio pertenecía al ámbito familiar. No estaba
relacionada con el culto, si bien, Yahvé-Dios estaba presente en cuanto testigo de todo pacto y
de todo contrato (cf. Mal 2,14).
Era el padre quien tomaba mujer para su hijo y acordaba con la familia de la elegida el mohar
o precio que su hijo debía pagar. El precio de la novia en las culturas arcaicas no es
propiamente una compra, sino una especie de indemnización que su familia recibe por la
pérdida de su fecundidad. Es probable que también éste fuera el sentido del mohar israelita.
Jamor, el padre de Siquem, pide a Jacob su hija Dina:
"Mi hijo Siquem se ha prendado de vuestra hija, así que dádsela por mujer.
Emparentad con nosotros: dadnos vuestras hijas y tomad para vosotros las
nuestras" (Gen 34,8-9).
La intervención de los hermanos de la joven que exigen a los de Siquem que se circunciden
como signo de pertenencia al pueblo: "para formar un solo pueblo" (Gen 34,22), hace pensar
que este matrimonio lo que pretende es retrotraer a su origen la vinculación de Siquem a las
doce tribus (Gen 34,16). Sin embargo, el relato permite identificar cuáles eran las costumbres
para tomar mujer y los lazos que se establecían por el matrimonio.
En algunos casos esta transacción podía realizarla el mismo interesado. Volviendo al
matrimonio de Siquem y Dina, el padre del joven hizo la petición formal a Jacob, pero
también interviene Siquem:
"Siquem dijo al padre y a los hermanos de la chica: ‘Ojalá me concedáis vuestro
favor, y yo os daré lo que me pidáis. Pedidme cualquier dote, por grande que sea,
que yo os daré cuanto me pidáis; pero dadme la muchacha por mujer’" (Gen 34,11-
12).
Algunas veces, como en el caso de Jacob, el precio se compensaba con trabajo:
"Labán dijo a Jacob: ‘¿Acaso porque seas pariente mío has de servirme de balde?
Indícame cual será tu salario’.
(...) Jacob estaba enamorado de Raquel. Así pues, dijo: ‘Te serviré siete años por
Raquel, tu hija pequeña’" (Gen 29,15.18),
o en forma muy particular: como la circuncisión de los de su tribu que Jacob y sus hijos fijaron
a Siquem para entregarle a Dina; los cien prepucios de filisteos que Saúl le exigió a David por
su hija Mikal (I Sa 18,25); o cuando Caleb ofreció su hija como recompensa a aquél que
derrotara a Quiryat Sefer (Jos 15,16).
Al pagarse el precio acordado, quedaba sellado el matrimonio y desde entonces existía el
compromiso de fidelidad. Sin embargo, la convivencia no se iniciaba sino pasado un tiempo
prudencial.
Esta se iniciaba con la ceremonia de traslado de la novia a la casa del novio. Para dicho
traslado, el novio iba a buscar a la novia y en medio de bailes y cantos el cortejo se dirigía a la
casa del novio, donde el padre de la joven entregaba su hija al padre del joven que la aceptaba
para su hijo y se celebraba una fiesta que podía durar varios días. Dos semanas, por ejemplo,
108
duró la del matrimonio de Tobías y Sara en casa de Ragüel (Tob 10,8), y nuevamente hubo
fiesta al llegar la pareja a la casa de los padres de Tobías (Tob 11,18).
Al abandonar la casa paterna la joven recibía la bendición de sus padres y antes de entrar a la
cámara nupcial el padre del novio bendecía a la pareja. Esta bendición estaba dirigida a la
esposa en cuanto madre de una descendencia que iba a significar la importancia del padre.
En el libro de Rut aparece un ejemplo de este tipo de bendición, dada en este caso en la puerta
de la ciudad y ante los ancianos como testigos:
"Haga Yahvé que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las
dos que edificaron la casa de Israel. Hazte poderoso en Efratá y sé famoso en
Belén. Sea tu casa como la casa de Peres, el que Tamar dio a Judá, gracias a la
descendencia que Yahvé te conceda para esta joven" (Rt 4,11-14).
De esta bendición encuentra Parker238 un interesante paralelo en el poema narrativo ugarítico
Krt. En éste, los dioses reunidos bendicen a Krt, pero la bendición está dirigida a la esposa y la
descendencia. Parker hace notar que en ambos casos las bendiciones son pronunciadas
públicamente con ocasión del matrimonio y antes de su consumación, ambas son dirigidas al
esposo pero teniendo por objeto a la mujer en cuanto madre de una descendencia. La
diferencia estaría en que en un caso se trata de un hecho histórico en el cual se invoca a
Yahvé, mientras el otro es un acontecimiento mítico en cual, por orden del dios, la mujer será
fecunda.
Como se ve, el matrimonio Israelita es un proceso que incluye acontecimientos sucesivos y en
continuidad. No se realiza de un momento a otro. Este fenómeno se observa en las sociedades
arcaicas239. El matrimonio africano por ejemplo, consiste en un proceso que se prolonga
durante muchos años, en los cuales se va fortaleciendo y haciendo estable.
El amor de la pareja
Si bien en la Biblia no se hacen muchas alusiones al amor personal de los esposos, ello no
quiere decir que se encuentre excluido. Schillebeeckx hace notar que “nuestros códigos civiles
también hablan mucho más de los hijos y de la institución familiar que del amor conyugal,
pero nadie pretenderá que en nuestra civilización el afecto de los esposos no es más que un
simple añadido”240.
A todo lo largo del Antiguo Testamento, expresiones tomadas de la experiencia del amor de la
pareja sirven para referirse a la relación de Dios con su pueblo: alianza (berit), ternura (hesed),
fidelidad (emunah), celos (quineah). Más allá de su valor simbólico al cual se hará referencia
más adelante, vale la pena destacar que la terminología del amor recorre las páginas de la
Escritura. Y que se canta al amor en el Cantar de los Cantares y que hay testimonios de parejas
que viven el amor y la fidelidad según las costumbres de la época, costumbres que los
llevaban a comportamientos que pueden resultar muchas veces incomprensibles para la
mentalidad occidental contemporánea.
238
PARKER, S.B.: “The marriage blessing in israelite and Ugaritic literature”. JOURNAL
OF BIBLICAL LITERATURE 95 (1976). pp. 23-30.
239
Cf. THIEL, J.P.: Op. cit. p. 180.
240
SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 101.
109
Por ejemplo, Abraham y Sara son modelo de armonía conyugal y de amor. También hay amor
en el matrimonio de Isaac y Rebeca (Gen 24). También se menciona el amor de Elqana por
Ana (I Sa 1,5-8). La más completa historia de amor es la de Tobías y Sara, pero sobre ellos
nos detendremos más adelante.
La fecundidad asegura el amor del marido: para asegurar la descendencia, Abraham tiene un
hijo de la esclava (Gen 16,1-3) sin que este hecho lesione la unidad de la pareja y también así
lo expresa Lía: "Yahvé ha reparado en mi cuita: ahora sí que me querrá mi marido" (Gen
29,32). Por fidelidad a su esposo, Tamar busca descendencia con su suegro Judá (Gen 38) y
Rut con Booz, el pariente más próximo de su difunto esposo (Rt 1,15 - 4,13).
Y el atractivo físico tiene importancia: "sé que eres mujer de hermoso aspecto" (Gen 12,11),
le dice Abraham a Sara y de Raquel se dice que " era de bella presencia y de buen ver. Jacob
estaba enamorado de Raquel' (Gen 29,17-18).
La legislación mosaica deja ver la importancia que los israelitas daban a la intimidad de la
pareja y a la unidad -basar ehad- que los esposos están llamados a realizar en la norma que
ordenaba que el hombre estaría libre de servicio durante un año después del matrimonio:
“Si un hombre está recién casado, no saldrá a la campaña ni se le impondrá
compromiso alguno; quedará exento en su casa durante un año, para recrear a la
mujer que ha tomado" (Dt 24,5).
Conviene tener en cuenta el cambio radical que significó el exilio para la vida israelita. La
familia patriarcal de antes del exilio vivía en correspondencia con la sociedad civil y religiosa.
El destierro rompe estos vínculos societarios y, si bien persisten la mayoría de las costumbres
en la nueva sociedad, la responsabilidad es individual y no colectiva. Esto hace que el acento
recaiga en la dimensión personal del amor más que en la prole241.
Por eso la literatura sapiencial muestra que se vivía el matrimonio de modo más humano y que
el amor era importante, pero mucho más lo era la integridad moral y religiosa del matrimonio.
La concepción del matrimonio, en los escritos de los sabios, está en la línea del segundo relato
del Génesis y del Cantar: la vida conyugal es buena para el que teme a Yahvé. Un matrimonio
feliz es una bendición y la mujer casta y hermosa es el premio para los que temen a Dios:
"Con tres cosas me adorno y me presento bella
ante el Señor y ante los hombres:
Concordia entre hermanos, amistad entre prójimos
y marido y mujer bien avenidos" (Eclo 25,1).
"Quien halló mujer, halló cosa buena,
y alcanzó el favor de Yahvé" (Prov. 18, 22).
"Feliz el marido de mujer buena,
el número de sus días se multiplicará,
Mujer varonil da contento a su marido,
241
"Antes del exilio la familia tenía una estructura de tipo patriarcal. Estas relaciones
fueron rotas después del destierro y la familia debió bastarse a sí misma. Por eso la
intersubjetividad conyugal se remarcó con más fuerza. Igualmente, en esta "humanización"
de la vida conyugal intervienen elementos sociológicos". E. SCHILLEBEECKX: Op. cit. p.
71.
110
El estilo de estos textos evoca el del Cantar de los Cantares: cierva, gacela, la embriaguez
del amor, su fuerza que apunta al para siempre. Pero también recuerda la reflexión de los
profetas y el matrimonio de Tobías y Sara que estudiaremos más adelante.
Los hijos
La importancia de fundar una familia y perpetuar el nombre explica porqué la escritura destaca
la importancia de la fecundidad. La descendencia es, prácticamente, la finalidad absoluta de la
experiencia de pareja. Esta sobrevaloración de la prole resulta aún más comprensible si se
tiene en cuenta que los israelitas no tenían la idea de inmortalidad y que ésta estaba asociada a
la supervivencia de la tribu.
Los hijos eran la bendición del matrimonio. Así lo proclama el reconocimiento del hijo:
“He adquirido un hijo con el favor de Yahvé” (Gen 4,1); “Dios me ha otorgado otro
descendiente en lugar de Abel” (Gen 4,25). O de la falta de descendencia que Abraham le
reclama a Yahvé: “No me has dado descendencia” (Gen 15,5-7). Los hijos son bendición
divina: recuérdese la historia de Abraham (Gen 15,5-7) y la de Tobías, los salmos y los
escritos de los sabios que cantan la bendición de los hijos (Sal 11,2; 127; 128; Prov 17,6) y
las bendiciones que el Deuteronomio y el Levítico recogen para quienes guardan la alianza:
“Yahvé te hará rebosar de bienes: frutos de tus entrañas, frutos de tu ganado y frutos de tu
suelo” (Dt 28,11); “Yo os haré fecundos, os multiplicaré y mantendré mi alianza con
vosotros” (Lev 26,9). Consiguientemente, la esterilidad se consideraba un castigo (Cf. Gen
16,1; 30,2).
La maternidad era el principal adorno de la mujer (Gen 16,10; Sal 127,4-5; 128,3) y
únicamente como madre ocupaba un puesto en la tribu y en la sociedad; en sus hijos, el
israelita varón prolongaba su nombre, pues para el que moría sin hijos, su nombre quedaba
borrado de Israel (Cf. Dt 25,6). Además, los hijos eran acontecimiento salvífico, porque la
promesa a Abraham tiene como fundamento la continuidad de la promesa en la
descendencia (Cf. Gen 18,18-19).
Las leyes ordenaban que el hijo mayor heredaba al padre: "porque este hijo, primicias de
su vigor, tiene derecho de primogenitura" (Dt 21,15-17). También las leyes establecían el
castigo para el hijo rebelde y libertino: los padres podían acudir a los ancianos de la ciudad
y el hijo era apedreado por ellos hasta morir (Dt 21,18-21).
Después del exilio, como se anotó, la estructura social y familiar no es la misma que vivieron
los patriarcas. Se produjo un cambio en la mentalidad con respecto a la procreación: la
descendencia no es un bien en sí misma ni es siempre una bendición y la procreación de los
hijos supone una mayor responsabilidad.
Así, la Sabiduría prefiere la esterilidad a los hijos de pecado:
"Mejor es carencia de hijos acompañada de virtud
(...) la numerosa prole de los impíos será inútil
(...) que los hijos nacidos de sueños culpables
son testigos en su examen de la maldad de los padres" (Sab 4,1.3.6).
y el Eclesiástico aconseja:
"No desees multitud de hijos malvados,
112
242
Cf. DE VAUX, R.: Op. cit. pp. 68-73; BONSIRVEN, J.: Le divorce dans le Nouveau
Testament. Paris-Roma. Desclée, 1948, pp. 7-24; TREVIJANO, R.: “Matrimonio y
divorcio en la Sagrada Escritura”. En VARIOS: El vínculo matrimonial. Madrid. BAC,
1978. pp. 9-22; CROUZEL, H.: L'Eglise primitive face au divorce. Paris. Beauchesne,
1970. pp. 19-22; VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento I. Salamanca. Sígueme,
1971. pp. 281-295.
113
El motivo de estas prohibiciones y de otras que están incluidas en la Ley de Santidad es que
son "abominaciones", "costumbres abominables" que hacen impuro al individuo y al
pueblo. Son tabú.
"Guardad, pues, mis observancias; no practiquéis ninguna de las costumbres
abominables que se practicaban antes de vosotros, ni os hagáis impuros con ellos.
Yo, Yahvé, vuestro Dios" (Lev 18,30).
La prohibición exogámica
La legislación judía acoge la práctica de la endogamia en sentido amplio y, principalmente
por el peligro de apostasía e idolatría que tales uniones conllevan, se prohibían los
matrimonios con hombres o mujeres de otras naciones:
"No emparentarás con ellas (las naciones), no darás a tu hija a su hijo ni tomarás
su hija para tu hijo. Porque tu hijo se apartaría de mi seguimiento, serviría a otros
dioses" (Dt 7,3-4a),
La unión exogámica de Dina y Siquem se explicaría por la adhesión de la tribu de Siquem
al pueblo israelita, unión que la circuncisión expresaría (Gen 34,1-24).
La preocupación por la pureza del matrimonio israelita para preservar la unidad de las
tribus y, principalmente, mantener la fe en Yahvé evitando la mezcla con las religiones
extranjeras, aparece también en los libros de Esdras y Nehemías:
"El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han separado de las gentes
del país, hundidas en sus abominaciones (...) han tomado para ellos y para sus hijos
mujeres de entre las hijas de ellos: la raza santa se ha mezclado con las gentes del
país" (Esd 9,1-2).
Estos matrimonios con extranjeros son "abominación" a los ojos de Yahvé y Esdras
recomienda que al entrar en la tierra manchada por la abominación y la impureza:
"No deis vuestras hijas a sus hijos ni toméis sus hijas para vuestros hijos (para que
la tierra) la dejéis en herencia a vuestros hijos para siempre" (Esd 9,12).
Uno de los puntos del compromiso aceptado por la comunidad al repoblar Jerusalén es "no
dar nuestras hijas a las gentes del país ni tomar sus hijas para nuestros hijos" (Neh 10,31),
Y el mismo libro destaca la gravedad de los matrimonios con extranjeras porque con ello se
atenta contra la unidad del pueblo. De ahí la calificación de crímenes:
"¿Se tendrá que decir de vosotros que cometéis el mismo gran crimen de rebelaros
contra nuestro Dios casándoos con mujeres extranjeras?" (Neh 13,27; Cf. vv. 23-
27).
El deseo de conservar la unidad de las tribus está asociada a la necesidad de mantener la
heredad. Así lo expresa la prohibición que existía para la hija única mujer de contraer
matrimonio con un miembro de otra tribu:
"Esto es lo que Yahvé ordenó acerca de las hijas de Selofjad: Tomarán por esposos
a los que bien les parezca, con tal que se casen dentro de los clanes de la tribu de
su padre. La herencia de los israelitas no podrá pasar de una tribu a otra sino que
los israelitas estarán vinculados cada uno a la herencia de la tribu de sus padres. Y
115
toda hija que posea una herencia en una de las tribus de los israelitas se casará con
uno de un clan de la tribu de su padre para que cada uno de los israelitas posea la
herencia de sus padres. No podrá pasar una herencia de una tribu a otra. Cada una
de las tribus de los israelitas quedará vinculada a su heredad" (Nu 36,6-9).
La norma se refiere concretamente al problema plantado por las hijas de Selofjad, quien al
morir sin dejar hijos, su nombre se borraría del clan (Nu 27,4).
243
Cf. TREVIJANO, R.: Op. cit. p. 14.
117
244
Cf. CROUZEL, H.: Op. cit. p. 21.
118
cual trataremos más adelante. Sin embargo, la denuncia profética también ilumina la
experiencia conyugal.
La prohibición de adulterio
Otro de los capítulos de la legislación mosaica en relación con la experiencia de pareja es la
prohibición del adulterio, que, junto con el homicidio y el hurto se considera como acto que
perjudica al prójimo. De ahí las repetidas condenaciones que aparecen en las leyes
israelitas.
El Decálogo (Ex 20,14 y Dt 5,18) prohibe taxativamente el adulterio y la ley mosaica
señala la pena para los adúlteros:
"Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el
adúltero como la adúltera" (Lev 20,10).
"Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, morirán los dos: el
hombre que se acostó con la mujer y la mujer misma. Así harás desaparecer de
Israel el mal" (Dt 22,22).
Aunque el castigo para los adúlteros es el mismo, la prohibición no es igual para el hombre
y la mujer: el marido no comete adulterio si toma a otra mujer, mientras que la esposa es
adúltera si tiene trato sexual con hombre diferente a su esposo. El hombre comete adulterio
únicamente cuando atenta contra la propiedad de otro hombre (Cf., Ex 20,17). El adulterio,
pues, no es falta contra la fidelidad sino contra la propiedad.
Las penas para las adúlteras coinciden con las que estipulaban los códigos de los pueblos
vecinos. El Código de Hammurabi condenaba a ambos adúlteros a ser atados y echados al
agua y las leyes asirias autorizaban al marido a hacer lo que quisiera con su mujer adúltera
y también con el que atentó contra su propiedad 245. Parece que estas penas fueron raramente
aplicadas, por la dificultad de comprobar el delito o de sorprender a los delincuentes.
Lo cual no significa que no se practicara el adulterio. Es uno de los crímenes que, con el
homicidio y la idolatría, los profetas denuncian como injusticia social y causa del destierro.
Una denuncia muy famosa es la del profeta Natán al rey David por su adulterio con la
mujer de Urías (II Sa 12,1-23).
El atentado contra la propiedad ajena en la persona de la esposa abarca también a la
prometida:
"Si una joven virgen está prometida a un hombre y otro hombre la encuentra en la
ciudad y se acuesta con ella, los sacaréis a los dos a la puerta de esa ciudad y los
apedrearéis hasta que mueran: a la mujer por no haber pedido socorro en la ciudad
y al hombre por haber violado a la mujer de su prójimo. Pero si es en el campo
donde el hombre encuentra a la mujer prometida, la fuerza y se acuesta con ella,
sólo morirá el hombre que se acostó con ella; no harás nada a la joven: no hay en
ella pecado que merezca la muerte" (Dt 22, 23-27).
En esta norma se especifica el tipo de muerte para los adúlteros, que coincide con la que los
escribas y fariseos pretendían aplicar a la mujer en la perícopa del evangelio de Juan (Jn
8,1-11).
245
Cf. ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA I. Barcelona. Garriga, 1963. col. 193.
119
En primer lugar, no sobra volver a insistir que el contexto cultural actual no es el mismo de
otros momentos de la historia. De ahí que el horizonte de comprensión desde el cual
abordaremos la lectura de los relatos de creación para responder a la pregunta por el
significado cristiano de la experiencia de pareja es la promoción de la mujer, la importancia
que se da hoy a la relación personal, el cambio de mentalidad con respecto a la procreación,
los cambios en la estructura familiar y social, la interpretación de la sexualidad como apertura
al diálogo y la comunicación y no sólo como genitalidad, los nuevos conocimientos sobre la
biología de la fecundidad, la comprensión del hombre –varón y mujer- como un ser situado y
en relación con los demás, el reconocimiento de que este hombre –varón y mujer- es libre y a
la vez condicionado por sus circunstancias, la confesión de fe de que el ser humano –hombre y
mujer- es salvado por Jesucristo y hecho hombre nuevo, mujer nueva.
En segundo lugar conviene precisar la intencionalidad y género literario de estos relatos que
pretenden, apologética y midráshicamente responder a la esclavitud de la mujer en los pueblos
cananeos, la desigualdad fundamental del hombre y la mujer y de sus correspondientes
derechos, la poligamia cananea, la corrupción sexual generalizada de Canaán. Para
contrarrestar estas situaciones, el autor sagrado se remonta al origen, al “deber ser”, al ideal
hacia el cual se puede tender y que no corresponde ciertamente con la realidad.
Mircea Eliade hace caer en cuenta que “los hebreos se interesaban más por la ‘historia
sagrada’, es decir por sus relaciones con Dios, que por la historia de los orígenes que relataban
los acontecimientos míticos y fabulosos del primordium”247. No quiere esto decir que fueran
indiferentes a unas cuestiones que interesaban a otras culturas, como son el origen del mundo
y de la humanidad, de la vida y de la muerte, de las instituciones y situaciones humanas. Pero
siempre desde la experiencia de la salvación que viene de Dios. La fe israelita en la creación
es algo más que la conciencia de estar gratuitamente en el mundo por un designio. Es el primer
capítulo de la historia del amor y de la salvación de Dios. Es el comienzo de la actividad
salvífica de Yahvé que Israel ha experimentado en los acontecimientos de su historia. Israel,
que ha experimentado el amor salvador de Dios en su historia, protologiza esta acción
salvadora a sus orígenes. Al comienzo de todo. Como prólogo a la historia de la salvación que
la Escritura desarrolla248. El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob (Cf. Ex 3,6), que sacó a
Israel de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso (Dt 26,8), el Dios de la alianza que
condujo a su pueblo por el desierto y lo llevó a una tierra que mana leche y miel (Dt 26,9), es
el Dios Creador. Con lo cual se equipara la acción creadora de Yahvé con su acción liberadora
y salvadora y la creación se constituye en el primer episodio del amor salvador de Dios.
Desde la experiencia de liberación y salvación, el israelita percibe el mundo en que vive
como un don personal de Dios. Los relatos describen el momento en que el Creador pone el
mundo en manos del hombre –varón y mujer- para que lo cuide. Así mismo, los relatos
247
ELIADE, M.: Historia de las creencias y de las ideas religiosas I. Ed. cit. p. 179.
248
“… la historia yahvista y sacerdotal de los orígenes sostiene, a la manera de dos sólidos
pilares teológicos, el credo histórico (Dt 26,5) que el Hexateuco desarrolla y profundiza.
(…) La fe en la creación no es el fundamento ni la finalidad de los capítulos 1 y 2 del
Génesis. La posición de los documentos yahvista y sacerdotal es la fe en la salvación y la
elección. Y esta fe la enmarca con el testimonio de que este Yahvé que hizo una alianza con
Abraham y en el Sinaí es, también, el Creador del mundo”. G. VON RAD: Genesis. Old
Testament Library. Ed. cit. pp. 43-44.
121
explican el origen del hombre –varón y mujer- y del mundo, de la relación del hombre –
varón y mujer- con Dios, con su mundo y con los otros. Entre estas últimas se ubica la
relación de pareja que los relatos de origen tratan con todo detalle249.
Evidentemente tales relatos conservan sinnúmero de elementos míticos, además de una
estructura también mítica: el origen del mundo, del hombre –varón y mujer- y de las
relaciones entre los seres humanos provienen de una acción divina ocurrida en el tiempo de los
orígenes, antes del tiempo histórico, y dicha acción sustenta y da sentido al existir del
israelita.
Ahora bien, los relatos de creación del Génesis no se dejan encasillar con los mitos. En su
respuesta a una objeción de Paul Ricoeur al método del análisis estructural, Lévi-Strauss
opina que “vacilaría mucho antes de emprender una empresa del mismo género (análisis
estructural de los primeros capítulos del Génesis), y esto a causa de escrúpulos similares a
los de Ricoeur. En primer lugar, porque el Antiguo Testamento, que evidentemente utiliza
materiales míticos, los retoma con miras a un fin distinto al que tuvieron originalmente. Los
redactores, sin ninguna duda, los han deformado al interpretarlos; esos mitos han sido
sometidos, como dice muy bien Ricoeur, a una operación intelectual. Sería necesario
comenzar por un trabajo preliminar, con la intención de reencontrar el residuo mitológico y
arcaico subyacente en la literatura bíblica, lo cual evidentemente sólo puede hacerlo un
especialista. En segundo lugar, me parece que una tarea de este orden implica una serie de
círculo vicioso que deriva del hecho de que a mi entender los símbolos nunca ofrecen una
significación intrínseca. Su sentido sólo puede ser de ‘posición’ y, por consiguiente, nunca
es accesible en los mitos mismos sino con referencia al contexto etnográfico, es decir, a lo
que podemos conocer de su género de vida, de las técnicas, de los ritos y de la organización
social de las sociedades cuyos mitos queremos analizar. En el caso del judaísmo antiguo
chocaríamos con una situación paradojal, pues el contexto etnográfico falta casi totalmente,
salvo, precisamente el que se puede extraer de los textos bíblicos”250.
249
Juan Pablo II se expresó así a este respecto: “La lectura de los primeros capítulos del
Génesis nos introduce en el misterio de la creación, es decir, desde el comienzo del mundo
por el deseo de Dios. El concepto de ‘dar’ no puede referirse a un ser no existente. Dicho
concepto se refiere al que da y al que recibe el don, y también a la relación que se establece
entre ellos. Ahora bien, esta relación emerge en el relato de creación en el mismo momento
de la creación del hombre a su imagen y semejanza. En el relato de la creación del mundo
visible, el dar tiene sentido solamente respecto al hombre: ha sido creado para él. El relato
bíblico de la creación nos ofrece motivos suficientes para semejante comprensión e
interpretación: la creación es un don porque en ella aparece el hombre, el cual como
‘imagen y semejanza de Dios’ es capaz de comprender el sentido mismo del don en la
llamada de la nada a la existencia. Y es capaz de responder al Creador con el lenguaje de
esta comprensión. Interpretando justamente con este lenguaje el relato de la creación, se
puede deducir de ahí que ella constituye el don fundamental y original. El hombre aparece
en la creación como quien ha recibido el mundo como don y, viceversa, quiere decirse
también que el mundo ha recibido al hombre como don”. JUAN PABLO II: Audiencia
General del miércoles 2 de enero de 1980. ECCLESIA 1965 (1980). p. 7.
250
LÉVI-STRAUSS, C.: Elogio de la antropología. México. PYP, 1977. p. 49.
122
Este reparo de Lévi-Strauss subraya cómo los primeros capítulos del Génesis ofrecen
elementos míticos y desempeñan en la revelación bíblica un papel similar al de los mitos
llenando una función análoga251: narran una acción divina ocurrida en el tiempo de los
orígenes, una acción que da sentido al obrar humano y fundamenta la realidad en que vive.
El remontarse a los orígenes significa que lo que allí se afirma es prototípico, ejemplar.
A este respecto parece oportuno llamar la atención acerca del peligro de historización de
estos relatos. Los relatos de creación recapitulan y totalizan al hombre –varón y mujer-
ejemplar en un espacio que no es geográfico y en un tiempo que no es cronológico, espacio
y tiempo en los cuales contraponen el deber ser escatológico y el ser histórico 252. Cuando el
autor sagrado habla del origen o del principio, no se refiere a un tiempo cronológico.
Tampoco a un antes y a un después. A lo que apuntan es al ideal hacia el cual es factible
tender, reconociendo, sí, que la realidad dista mucho de tal ideal. Dijo el Papa Juan Pablo II
sobre el tiempo original o tiempo de los orígenes:
“Al hablar de las originarias experiencias humanas, tenemos en la mente no tanto su
lejanía en el tiempo, cuanto más bien su significado fundante. Lo importante no es
que estas experiencias pertenezcan a la prehistoria del hombre (a su ‘prehistoria
teológica’) sino que están siempre en la raíz de toda experiencia humana”253.
Una consideración que es también presupuesto para la lectura de los textos de creación es
que la revelación de Dios en el Antiguo Testamento no tiene sentido para nosotros sino
desde la perspectiva del Nuevo Testamento. Respecto a la reflexión sobre la experiencia de
pareja o sobre cualquier otra realidad humana, la importancia de la hermenéutica israelita
radica en que “ha legado al cristianismo una idea fundamental: la convicción viva, gozosa,
casi apasionada, del valor de las realidades terrenas y el sentimiento de que este valor se
funda no en el contenido limitado de estas realidades, sino en el dinamismo que las hace
provenir directamente de Dios”254, que es lo que propiamente expresan los capítulos
primeros del Génesis, pero como cristianos no podemos perder de vista que el sentido pleno
se explicita en Cristo y que, a la luz del acontecimiento de Cristo, tendremos que leer el
proyecto de Dios para la humanidad que el Génesis revela.
El último presupuesto es la necesidad de recordar, aunque muy someramente, algunos
significados que encontraron en los textos de creación otras generaciones cristianas desde
sus circunstancias históricas muy concretas.
Por ejemplo, en cuanto al alcance de la afirmación de la creación del hombre a imagen y
semejanza de Dios: desde la concepción griega de hombre, para los padres griegos y latinos,
es el alma racional lo que es imagen de Dios; según la analogía sicológica de San Agustín que
sería recogida por la teología medieval y prácticamente llega hasta nuestros días, la imagen de
Dios se da en la función cognoscitiva y volitiva del hombre. Ahora bien, la perspectiva
251
Cf. GRELOT, P.: La pareja humana de la Sagrada Escritura. Ed. cit. pp. 43-44-
252
BRAVO, C.: Apuntes de clase. Facultad de Teología. Pontificia Universidad Javeriana.
Bogotá. Policopia.
253
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 12 de diciembre de 1979. O.R.
diciembre 16 de 1979.
254
SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 33.
123
255
Cf. HOLZHERR, G.: “El hombre y las comunidades”. En MYSTERIUM SALUTIS II, II.
Madrid. Cristiandad, 1970. p. 851.
256
Cf. SAN AGUSTIN: De Genesi ad litteram IX 5,9; SANTO TOMAS: S. Th. I, II, q. 92,
a. 2.
257
RICOEUR, P.: Finitude et culpabilité. Ed. cit. p. 219.
258
Cf. VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit. pp. 71-83.
124
contrarios261. Ahora bien, en la concepción israelita no hay lugar a este principio dual. Si el
autor sagrado recoge el término costilla en su redacción es porque, muy probablemente, lo
toma de la tradición sin someterlo a la depuración que otros elementos míticos sí
experimentaron al ser asumidos por la fe israelita. Según los estudiosos, la costilla con la
cual Dios hizo a la mujer podría ser una respuesta primitiva al porqué las costillas rodean
únicamente la parte superior del cuerpo 262 o algún parentesco podría tener con el poema
sumérico en el cual la costilla se denomina ti y la diosa creada de la costilla se llama Ninti,
que significa señora de la costilla o que da vida263.
Con la irrupción de la mujer en el mundo del varón como ayuda y “reciprocidad en la
existencia que ningún otro ser viviente habría podido asegurar”264, el relato yahvista
completa la creación del hombre como “creación de la unidad de dos seres”265, vale decir
como unidad en la dualidad.
Inmediatamente, como padre de la novia, Dios mismo presenta la mujer al hombre-varón
que, gozoso, la reconoce como su igual, como su compañera, como aquélla con quien podrá
unirse:
“Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gen 2,23).
Y este reconocimiento lo expresa, dice Von Rad266, en el nombre que le da (Gen 2,23b) al
reconocerla como su compañera267. Pero el juego de palabras del texto original ´isch-
´ischah resulta de difícil traducción para denominar a la primera pareja: “Su nombre será
Hembra porque la han sacado del Hombre”, traduce la Nueva Biblia Española, o “Esta será
llamada mujer porque del varón ha sido tomada” en la traducción de la Biblia de Jerusalén.
Para algunos autores268 se trata de dos palabras de distinta etimología que “nombran” por
primera vez al hombre en su masculinidad femineidad, mientras para otros269 ´isch designa
el sexo fuerte y encierra la idea de poder pues es el ser que puede escoger, mientras ´ischah
261
Cf. ELIADE, M.: Historia de las creencias y las ideas religiosas I. Ed. cit. p. 182.
262
“La idea de que Dios ‘hizo’ a la mujer de una de las costillas del hombre representa una
muy antigua respuesta al por qué las costillas rodean únicamente la parte superior del
cuerpo humano y no todo. Posiblemente la referencia a la parte inferior estaría relacionada
con la comunidad sexual del hombre y la mujer. Leyendo todo el pasaje, hay que decir que
estas ideas sólo se encuentran apenas sugeridas, son una especie de conclusión a posteriori;
lo cual indica que este asunto de tipo etiológico no ofrecía particular interés en la época del
yahvista”. G. VON RAD.: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit. p. 82.
263
Cf. BRAVO, C.: Op. cit.
264
Ibídem.
265
Ibídem.
266
VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit. p. 82.
267
“Al final del v. 23 da el hombre a la mujer un nombre, pero no como quien ejerce
dominio sobre ella: es más bien el reconocimiento de su propia naturaleza en ella, a quien
trata de igual a igual”. S. PONGUTA: Op. cit. p. 34.
268
Cf. DUBARLÉ, A.M.: Amor y fecundidad en la Biblia. Madrid. Paulinas, 1970. p. 26.
269
Cf. SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 41.
126
es la forma atenuada del sexo fuerte, es decir, el sexo débil. En todo caso, no son los
mismos vocablos con los que en el primer capítulo se refieren al hombre como varón y
hembra. Pero no importan estas sutilezas filológicas, el hecho que hay que destacar es el
reconocimiento de la realidad de la pareja en su fundamental igualdad en la masculinidad-
femineidad que todo el discurso revela.
La expresión “hueso de mis huesos y carne de mi carne” refleja la mentalidad israelita con
respecto a los vínculos sociales. El individuo se comprende a sí mismo por su relación con
el grupo y primordialmente con su familia de origen. Recuérdese, aquí, la importancia de
las genealogías. El origen común les permite reconocerse como pertenecientes a un mismo
“cuerpo”. Así Labán reconoce a su sobrino Jacob: “Tú eres hueso mío y carne mía” (Gen
29,14), y Abimelek se identifica ante el clan de la familia de su madre: “Yo soy de vuestros
huesos y de vuestra carne” (Jue 9,2); también David se expresa de esta manera cuando
manda decir a los ancianos de Judá: “Mi carne y mis huesos sois” (II Sa 19,13) y las tribus
de Israel así lo consideran a él: “Hueso tuyo y carne tuya somos” (II Sa 5,1). De este
vínculo de familia, de clan, de tribu o de pueblo provienen los deberes de solidaridad. El
autor sagrado, al poner en labios del primer hombre esta expresión, parece afirmar el
vínculo existente entre el hombre-varón y la mujer en la sociedad conyugal y la solidaridad
de la pareja que la expresión misma destaca como superior a cualquier otra: hueso de “mis”
huesos, carne de “mi” carne. Y podríamos decir también, en palabras de hoy: “de los míos”,
“como yo”.
Esta exclamación del primer hombre al recibir a la primera mujer es el reconocimiento de
la igualdad fundamental del hombre y de la mujer, así como la aceptación gozosa de la
mujer en cuanto compañera e igual.
El Papa Juan Pablo II reflexiona
“Su unidad denota sobre todo la identidad de la naturaleza humana; en cambio, la
dualidad manifiesta lo que, a base de tal identidad, constituye la masculinidad y la
femineidad del hombre creado. Esta dimensión ontológica de la unidad y de la
dualidad tiene, al mismo tiempo, un significado axiológico”270.
Significado que el Papa precisa como un valor para el hombre-humanidad en cuanto la
mujer es para el hombre y, a su vez, el hombre es para la mujer. Así mismo, hace caer en
cuenta que mientras el capítulo primero expresa este valor de manera puramente teológica,
el segundo lo hace en forma existencial revelando “el primer círculo de la experiencia
vivida por el hombre como valor”271, experiencia que está ya inscrita en la soledad
originaria y en la emoción del primer hombre ante la primera mujer:
“… la profundidad y la fuerza de esta primera y originaria emoción del hombre-
varón ante la humanidad de la mujer y al mismo tiempo ante la femineidad del otro
ser humano parece algo único e irrepetible”272.
270
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 14 de noviembre de 1979. O.R.
noviembre 18 de 1979.
271
Ibídem.
272
Ibídem.
127
Esta existencia para la comunión aparece en el capítulo segundo en las expresiones “hueso
de mis huesos” (Gen 2,23) y “serán los dos una sola carne” (Gen 2,24).
De las reflexiones del Papa Juan Pablo también resulta oportuno citar el significado que él
encuentra para esta expresión:
“El hombre varón pronuncia estas palabras, como si sólo a la vista de la mujer
pudiese identificar y llamar por su nombre a lo que en el mundo visible los hace
semejantes el uno al otro, y a la vez aquello en que se manifiesta la humanidad. A la
luz del análisis precedente de todos los “cuerpos” con los que se ha puesto en
contacto y los ha definido conceptualmente poniéndoles nombre, la expresión
“carne de mi carne” adquiere precisamente este significado: el cuerpo revela al
hombre.
Cuando el primer hombre, a la vista de la mujer, exclama ‘Es carne de mi carne y
hueso de mis huesos’ afirma sencillamente la identidad humana de ambos. Al
proferir esta exclamación parece decir: ‘he aquí un cuerpo que expresa a la persona’.
(…) El cuerpo que expresa la femineidad para la masculinidad y, viceversa, la
masculinidad para la femineidad, manifiesta la reciprocidad y comunión de las
personas. (…) La masculinidad-femineidad –es decir, el sexo- es la señal original de
una entrega creadora, de una toma de conciencia por parte del hombre, varón-
hembra- de un don vivido, por así decirlo, de forma original. Este es el significado
con que el sexo entra en la teología del cuerpo” 273.
Esta expresión también revela la recíproca aceptación del otro como don, en gratuidad y
libertad. Así mismo recoge la experiencia humana de descubrimiento de sí mismo y del
mundo a través del otro y con los ojos del amor. Salir de sí para reconocerse en el otro y
aceptarse, tomar conciencia de la propia existencia como referida al otro274.
La relación interpersonal y, en este caso, el encuentro del hombre y la mujer y la
realización de la pareja que se considera como la etiología de la institución matrimonial
monogámica y de la atracción de los sexos, y que explica cómo la importancia de la nueva
familia y de la unión conyugal superan la relación con la familia de origen:
"Por eso, dejará al hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán
los dos una sola carne (basar ehad)" (Gen 2,24).
Por eso, por esa fuerza misteriosa que llamamos amor y que es exclusiva y plenamente
humana, se estructura la experiencia de pareja. Y ello corresponde al proyecto de Dios para la
humanidad y, más concretamente, para la pareja "en el principio".
273
Ibídem.
274
“Siento que algo de mí, yo mismo, ya no será solamente ‘mío’. Precisamente ese ‘mío’
personal (nota esencial de la persona) se vuelve verdaderamente ‘mío’, y sólo entonces, a
partir del momento en que empiezo a ser ‘tuyo’. Porque sólo entonces tengo experiencia de
mi propia realidad desde ti y contigo. Mi yo nunca es lo primero que descubro. Comienzo
por lo próximo. Y no llego nunca a decir yo en verdad sino hasta que te haya hallado, es
decir, hasta que haya ido hacia ti”. CAMOZZI, R.: Aproximaciones al amor. Salamanca.
Sígueme, 1980. p. 17.
128
279
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 14 de noviembre de 1979. O.R.
noviembre 18 de 1979.
280
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 2 de enero de 1980. ECCLESIA
1965 (1980). p. 6.
130
El relato de la caída
La constatación de que la pareja no se avergonzaba de su desnudez da pie al drama de la
caída, cuyo núcleo se encuentra en el deseo del hombre –varón y mujer- manifestado en la
propuesta de la serpiente: “seréis como dioses” (Gen 3,5b).
A la desobediencia del primer hombre y de la primera mujer, el relato atribuye el origen del
aspecto trágico que caracteriza las relaciones humanas en general y las de la pareja en
particular. Mientras los relatos de creación describen el ideal original, la situación que vive
Israel dista mucho de tal ideal y el capítulo 3 dramatiza la etiología de la ruptura de la
comunidad conyugal, de la concupiscencia, de la desigualdad de los sexos, de la división de
los oficios masculinos y femeninos, del dolor y el sufrimiento.
El núcleo del drama está en el deseo humano de “ser como dioses”: es la autosuficiencia
humana la que, en últimas, rompe la comunión con Dios y distorsiona las relaciones entre
los seres humanos, como también ocurrió en Babel (Gen 11,1-9), el proyecto que se iba a
realizar de espaldas a Dios y que rompió la unidad de la humanidad y su solidaridad.
Algunos autores consideran que la serpiente tentadora del relato podría hacer referencia a
los mitos y ritos de fertilidad, tentación que Israel experimentaba por la vecindad con
pueblos que sí los practicaban oficialmente281. Por otra parte, en la historia de las religiones
la serpiente es un animal extraño y siniestro282.
La cara negativa de la experiencia de pareja, que el yahvista protologiza en el paraíso,
consiste principalmente en la desigualdad de los sexos, la vergüenza, el sexo como
concupiscencia, la división de oficios, la carga y el sufrimiento de la maternidad, el trabajo
281
ELIADE, M.: Historia de las creencias y de las ideas religiosas I. Ed cit. p. 183-184.
282
VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit. p. 85.
131
283
“Estos castigos hay que entenderlos en sentido etiológico; con ellos el narrador explica
los enigmas y necesidades que perturban al hombre y responde a las preguntas elementales
acerca de la vida. El hombre y la mujer no son malditos (ello sería impensable), pero serios
contratiempos y penalidades se apoderan de la vida de la mujer: las penalidades del
embarazo y los dolores del parto, el deseo por el hombre en quien ella no encuentra
plenitud y reposo sino dominio humillante. Para el hombre el castigo consiste en las
penalidades y miserabilidad de su existencia que él tiene que buscar por su cuenta”. G.
VON RAD: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit. pp. 89-91.
284
“Para nuestro narrador, la vergüenza es la más elemental emoción del sentimiento de
culpa en lo más profundo de la existencia humana, signo de una ruptura que alcanza los
niveles más inferiores de nuestro ser físico”. Ibídem. p. 88.
285
Cf. BOFF, L.: Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos. Ed. cit. p. 67.
132
reconocen enamorados sino con hostilidad, muchas veces como enemigos, y la construcción
de una familia en vez de bendición pasa a ser carga o castigo.
El relato sacerdotal
El relato sacerdotal de la creación (Gen 1,1 2,4a) es el prólogo y marco de referencia para
hace comprender la elección y misión de Israel. Su redacción recuerda las genealogías que
salpican el Antiguo Testamento y tiene la misma finalidad que ellas: unir acontecimientos,
en este caso, unir el mundo y la humanidad con el Creador, la creación con la historia,
haciendo que la acción divina entre en el tiempo y el tiempo sea expresión de la actividad
divina286. En este relato se destaca la creación de la humanidad como pareja y la fecundidad
como bendición de Dios.
En este relato, la creación consiste en la ordenación del caos primordial por la acción de la
palabra creadora que sigue actuando en las etapas sucesivas. Es así como lo primero que
hace Dios es separar, luego adornar, luego poblar. Separa la luz de las tinieblas, las aguas
superiores de las inferiores, las aguas de la tierra seca. Adorna la tierra con plantas y
árboles frutales, el firmamento con el sol, la luna y las estrellas. Puebla el mundo con los
animales grandes y pequeños y les ordena multiplicarse y llenar la tierra. Y constata el
texto, como un estribillo que se repite al terminar cada día: “está bien”.
Después de crear los animales, el Creador aparece reflexionando y decide solemnemente
hacer al hombre, al ser humano. En ninguno de los actos creacionales anteriores “el
Creador parece detenerse antes de llamarlo a la existencia, como si volviera a entrar en sí
mismo para tomar una decisión” 287, anotaba el Papa Juan Pablo II. El relato presenta al
Creador uniendo y bendiciendo a la primera pareja:
"Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó, varón y hembra
los creó. Y los bendijo diciendo: creced, multiplicáos, llenad la tierra y dominadla".
(Gen 1,27-28).
Estos versículos contienen los fundamentos de una teología de la pareja: "a imagen suya" creó
Dios al hombre-pareja, es decir los creó personas: inteligentes, libres, capaces de amar,
capaces de darse y, sobre todo, capaces de relacionarse y de entrar en comunión. "Varón y
hembra los creó" para que en su comunión de vida sean imagen de Dios comunión de
personas, y participen del amor de las personas divinas. Que es lo que Génesis 2,24 expresa
como "una sola carne" (basar ehad). "Y los bendijo", porque la existencia de la pareja es
bendición de Dios y su tarea en el mundo es el proyecto por el cual y para el cual son
286
Cf. BRAVO, C.: Op. cit.; VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit.
p. 44-65.
287
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 12 de septiembre de 1979. O.R.
septiembre 16 de 1979.
133
288
“También la distinción sexual es creada. El plural del v.27 (‘los creó’) está
intencionalmente contrastado con el singular (‘le’) para evitar que se pueda pensar en la
creación de un hombre originalmente andrógino. Por voluntad de Dios, el hombre no fue
creado en soledad sino destinado al tú del otro sexo. La idea de hombre, según P, encuentra
su pleno sentido no únicamente en el varón sino en el varón y la mujer. (…) Obsérvese que
la capacidad procreativa del hombre no se entiende aquí como emanación o manifestación
de su creación a imagen de Dios. Los mitos paganos expresaban de diversas maneras el
misterio de la procreación, el hieros gamos de la divinidad. Especialmente en el culto
cananeo esta acción divina se celebraba orgiásticamente. Es de notar que la capacidad
procreativa ha sido cuidadosamente suprimida de la imagen de Dios y desplazada a una
palabra especial de bendición”. G. VON RAD: Teología del Antiguo Testamento II. Ed. cit.
pp. 58-59.
289
JUAN PABLO II: Homilía pronunciada en el Seminario Palafoxiano de Puebla el 28
de enero de 1979. En la publicación de los documentos de la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano realizada por el Consejo Episcopal Latinoamericano. Bogotá.
L. Canal y Asociados, 1979. p. 32.
290
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 9 de enero de 1980. ECCLESIA
1966 (1980). p. 7.
134
291
SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 46.
292
GRELOT, P.: La pareja humana de la Sagrada Escritura. Ed. cit. p. 62.
135
Los hijos de Oseas y Gómer reciben nombres proféticos: Yizreel, porque pronto Yahvé pondrá
fin al reinado de Israel rompiendo su arco en el valle de Yizreel; No-compadecida, porque
Yahvé no se compadecerá más de la casa de Israel; y No-mi-pueblo porque Israel ha dejado de
ser el pueblo de Yahvé.
A pesar del matrimonio, Gómer sigue prostituyéndose: el oro lo emplea en Baal, se regocija en
los novilunios, olvidándose del esposo y de lo que había hecho por ella (Os 2,4-17). Pero el
esposo la busca para intentar un nuevo comienzo:
"Por eso voy a seducirla;
la llevaré al desierto
y hablaré a su corazón.
(...) Ella responderá allí
como en los días de su juventud,
como el día en que subía del país de Egipto,
(...) haré en su favor un pacto el día aquél,
(...) yo te desposaré conmigo; para siempre
te desposaré conmigo en justicia y en derecho,
en amor y compasión.
Te desposaré conmigo en fidelidad
y tú conocerás a Yahvé" (Os 2,16-22).
El capítulo tercero, que podría considerarse como un paralelo del 1 y el 2, repite el encargo de
tomar a una mujer que comete adulterio y realice la unión definitiva del esposo fiel con la
mujer infiel.
Lo importante de este texto es el sentido simbólico que la historia de amor de una pareja
ofrece para hacer asequible al israelita la comprensión del amor de Dios, el sentido de la
alianza y los desvíos de Israel que le han acarreado infinidad de castigos, pero, sobre todo, el
anuncio de una alianza nueva, cuando el amor redentor del esposo transforme a la esposa y
realice la unión definitiva.
Eco de esta reflexión es el que se evidencia en la comparación que hará el Apóstol Pablo entre
el amor de los esposos y el amor de Cristo y su Iglesia.
Una vez más, la realidad humana del amor de la pareja sirve de vehículo para expresar las
características del amor de Dios por su pueblo, su fidelidad y su misericordia. Feuillet
considera que la predicación profética de Jeremías habría influido en la experiencia conyugal
israelita, en una depuración de los sentimientos y del ideal del matrimonio295.
295
FEUILLET, A.: “Les origines de l'allégorie du mariage de Yahweh et d'Israel”. DIEU
VIVANT 23 (1953). pp. 133-144.
138
la boca de vergüenza, cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho, oráculo
del Señor Yahvé" (Ez 16,40.62-63).
Será ésta una alianza definitiva: la que Cristo establecerá con su Iglesia. Alianza proveniente,
como siempre, del amor gratuito, fiel y misericordioso de Dios que perdona y salva.
El capítulo 23 de Ezequiel narra el matrimonio de Yahvé con dos hermanas: Oholá que
representa a Samaría y Oholibá que representa a Jerusalén, pero que son el mismo y único
pueblo de Dios. La presunción de Israel de ser el pueblo escogido y su infidelidad ocasiona el
castigo. En esta reflexión parece como si el profeta buscase romper las falsas seguridades de
Israel que se jacta de ser el pueblo escogido a pesar de su infidelidad, subrayando el amor
gratuito de Dios, su ternura y su misericordia a pesar de las abominaciones cometidas por su
pueblo.
los escritos sagrados: para unos como proclamación del amor humano y para otros como
reflexión sobre el amor divino por la humanidad. Y en una u otra interpretación, el misterio
de Dios se revela en el misterio del amor humano. Y es que en la experiencia del israelita
no es factible escindir la experiencia de lo humano de la experiencia de Dios, que se
entrelazan en todas las páginas de la Escritura y en cada uno de los versos del Cantar.
Lo que se pretende destacar en el presente estudio es cómo la Escritura relaciona el amor
humano y el amor divino, y que, si bien Yahvé estaba por encima del sexo, no tenía
consorte y los ritos de fecundidad estaban excluidos del culto Yahvista, Israel sí encuentra
en la unión de la pareja capacidad simbólica para expresar la relación de Dios con su
pueblo.
Tal vez por la visión peyorativa de la sexualidad que se introdujo en la reflexión eclesial, la
interpretación alegorizante opacó lo que el Cantar expresaba del amor humano. Hoy, es
posible redescubrir el valor de éste, a la vez que destacar su dimensión significante del
amor divino. “Dios es amor” (I Jn 4,8) y “el amor es de Dios” (I Jn 4,7) proclamará Juan:
el amor humano, pues, participa del amor de Dios y lo expresa.
En todo caso, la importancia de esta obra radica en que rompe con toda sacralización de la
sexualidad: la creación es buena en sí misma en cuanto es obra de Dios. Es también un
rechazo a la sexualidad sacralizada de los países vecinos: si no se menciona el nombre de
Dios en el canto es para evitar sacralizar el amor humano.
Sea que se trate de un simple poema amoroso o de una alegoría del amor de Yahvé por
Israel, hay que reconocer que la exaltación que se hace del amor con todas sus
características y desde sus diversos aspectos denota el significado que el amor conyugal
debió tener para el israelita.
De la lectura de este escrito en contexto del Antiguo Testamento llama la atención que
muchas veces no coincide con la mentalidad que reflejan las páginas de la mayoría de los
escritos veterotestamentarios. Esto hace pensar a Dubarlé304 que el canto habría servido
como correctivo frente a las costumbres israelitas: frente a la poligamia ampliamente
admitida, el poema canta un amor único y exclusivo (Ct 2,2-3; 5,10); frente al divorcio que
la ley mosaica autorizaba, el amor del Cantar es eterno (Ct 8,6-7); frente a la costumbre de
acordar el matrimonio de los hijos, sin su consentimiento en la mayoría de los casos, el
Cantar describe la atracción de la pareja y la elección libre, también por parte de la mujer
(Ct 8,8-10); frente a la inferioridad social de la mujer, la pareja del Cantar se encuentra en
perfecta igualdad; frente a la estructura social que consideraba a la esposa como
pertenencia del marido (Ex 20,17), el poema destaca la reciprocidad (Ct 2,16); frente a la
exclusivización de la fecundidad, en cuanto perpetuación del clan y prolongación del
pueblo, el Cantar no la menciona, tal vez para destacar la importancia del encuentro de la
pareja; frente a una concepción tabuística de la sexualidad, asociadas a las normas de la
pureza-impureza y a los ritos de purificación, los amantes del Cantar “celebran sin
gazmoñería, pero también sin impudor sus encantos físicos, las caricias que se
proporcionan”305.
304
DUBARLÉ, A.M.: Op. cit. pp. 57-67.
305
Ibídem. p. 63.
143
Y no hace falta leer entre líneas para descubrir lo que el Cantar puede decir a las parejas de
hoy. Es nítida en toda sus páginas la importancia del amor, la atracción que experimentan
los amantes, el júbilo del encuentro ansiosamente esperado. El amor y la sexualidad
constituyen un bien referido al don de Dios al hombre en la creación y ratificado en la
Alianza, pero abierto en su plenitud en Cristo.
personas. El amor del Cantar bíblico cree en el cuerpo, contempla extasiado el cuerpo del
amado y de la amada y lo canta y lo desea. (…) Al ver los amados la belleza del cuerpo
amado, descubren que el mundo es muy bueno, como un reposo genesíaco. El gozo del
amor sintetiza los deleites, sobre todo aromas y sabores. Los amados en el éxtasis del amor
parecen ocupar y llenar todo el libro, como protagonistas únicos”306.
Y el Papa Juan Pablo II, reflexionando sobre el primer encuentro del libro del Génesis hace
notar cómo con la ayuda de la mujer el varón descubre la propia humanidad y realiza “una
percepción del mundo actualizada por medio del cuerpo”307. La mujer, a su vez, con la
ayuda del varón descubre la realidad y le encuentra sentido. Que es lo que la lírica del
Cantar expresa.
El poema destaca “el ideal de un amor proveniente de la pareja en plena libertad, en lugar
de una unión dictada por consideraciones sociales”308 y proclama la exclusividad y la
reciprocidad del amor, así como la fuerza que los une:
“Mi amado es para mi
y yo soy para mi amado”(Ct 5,3).
Yo soy para mi amado
y hacia mí tiende su deseo”(Ct 5,11).
Tal reciprocidad llama la atención, pues en la mentalidad israelita la mujer se consideraba
simplemente como posesión del varón (Cf. Ex 20,17) y en inferioridad de condiciones, tal
como era la costumbre vigente también entre los pueblos vecinos. También llama la
atención la exclamación de la mujer “hacia mí tiende su deseo”(Ct 7,11b), que se
contrapone a la del relato de caída del Génesis: “Hacia tu marido irá tu apetencia y él te
dominará”(Gen 3,16).
Esta reciprocidad también recuerda la conocida fórmula profética: Israel es el pueblo de
Dios y Yahvé es el Dios de Israel (Dt 26, 17-18; 29,12; Os 2,4; Jer 31,33; Ez 34,30-31) 309
que hilvana los acontecimientos del Antiguo Testamento.
Las descripciones de la intimidad están cargadas de poesía y sensualidad:
“¡Que me bese con los besos de su boca!
Mejores son que el vino tus amores”(Ct 1,2).
“¡Qué hermosos tus amores, hermana mía, novia mía!
¡Qué sabrosos tus amores! ¡más que el vino!(Ct 4,10)
306
ALONSO SCHÖKEL, L.: Introducción y notas a El Cantar de los Cantares. Ed. cit. pp.
15-16.
307
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 14 de noviembre de 1979. O.R.
noviembre 18 de 1979. p. 3.
308
DUBARLÉ, A.M.: Op. cit. p. 60.
309
Cf. ROBERT, A.: Op. cit. p. 125.
147
protesta radical contra los ritos míticos y cultuales de la religión cananea de Baal y del
antiguo oriente, saturada de sexualidad sagrada”. E. SCHILLEBEECKX. Op. cit. p. 52.
314
Cf. ALONSO SCHÖKEL, L.: “Introducción al libro de Tobías”. En Rut, Tobías, Judit,
Ester. Madrid. Ediciones Cristiandad, 1973. ARNALDICH, L.: “Tobit, Libro de”. En
ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA, VI. Barcelona, Ediciones Garriga, 1963. cols. 1038-
1041. CLAMER, A.: “Tobie (livre de)”. DTC XV. cols. 1153-1176. DORE, D.: El libro de
Tobit o El secreto del rey. Cuadernos bíblicos. Estela (Navarra). Verbo Divino, 2000.
LEFEVRE, A.: ”Los libros deuterocanónicos”. En ROBERT, A. y A. FEUILLET:
Introducción a la Biblia, I. Barcelona. Herder, 1965. pp. 673-678.
315
LEFEVRE, A.: Op. cit. p. 676.
316
TRENTO. Sesión IV. Dz. 784.
317
LEFEVRE, A.: Op. cit. p. 673.
318
ARNALDICH, L.: Op. cit. col. 1039.
319
Cf. ALONSO SCHÖKEL, L.: “Introducción al libro de Tobías”. Ed. cit. p. 14.
149
A este propósito se puede decir, además, que el género literario del libro de Tobías tiene el
sello de los sapienciales plasmado en una historia novelada con fines didácticos o novela
moral con fondo histórico320.
El núcleo doctrinal de la obra es mostrar, con un caso práctico, la providencia divina para
quien "camina por las sendas de la verdad y de la justicia" (Tob 1,3), providencia que se
manifiesta aún en medio de las dificultades. El camino de Nínive a Ecbatana, el regreso de
Ecbatana a Nínive y nuevamente la vuelta a Ecbatana no son simples accidentes de la trama
sino el camino o los caminos de Dios: "mis caminos no son vuestros caminos” (Is 55,8),
escribe Isaías y el salmista proclama: "dichosos los que temen a Yahvé, los que van por sus
caminos" (Sal 128,1); "dichosos los que van por el camino perfecto, los que proceden en la
ley de Yahvé” (Sal 119,1). Y Tobit se presenta como un modelo de israelita que "camina por
las sendas de la verdad y la justicia" (Tob 1,3).
La enseñanza moral contenida en las colecciones de proverbios (Tob 1,16-20; 4,3-20; 12,6-10;
14,8) que jalonan la historia está referida a las prácticas del judaísmo. Presentan el
comportamiento del judío piadoso en su tierra y en el exilio, entremezclando la observancia de
prácticas rituales con la práctica de la justicia como si todo fuera igualmente importante 321. La
acción caritativa de enterrar a los muertos (Tob 1,17-18; 2,4-7; 4,3; 14,10-13) y la limosna
(Tob 1,3.16-17; 2,2; 4,7-11.16; 12,8-9; 14,8) parecen ser, por su insistente repetición, como las
principales virtudes del israelita. Así, por dar cumplimiento a la primera, Tobit es objeto de
persecución y la historia se abre y se cierra con esta acción. En cuanto a la limosna, se
equipara con la justicia y se llama la atención sobre el peligro que los caminos de la injusticia
representan como caminos de perdición.
También, como todo judío, observa la pureza ritual: no come alimentos de los gentiles que
contaminan (Tob 1,10; cf. Lev 11) y se lava antes de comer o después de haberse hecho
impuro (Tob 2,4-8; 4,12; 7,9). Así mismo cumple las costumbres religiosas de la visita al
santuario (Tob 1,6; cf. Dt 12), la celebración de las fiestas (Tob 2,1; cf. Ex. 23,14), y el pago
del tributo al templo (Tob 1,6-8 cf. 14,22-29; 26,12-12).
La otra virtud que el libro proclama es el matrimonio endogámico conforme a las leyes (Nm
36,7): así fue el matrimonio de Tobit y Edna (Tob 1,9) y el de Tobías y Sara que acapara la
mayor parte del relato. No olvida el libro mencionar el respeto por los padres como consejo
(Tob 4,4) y como testimonio de los personajes, ni la importancia de obedecer los
mandamientos (Tob 4,5) y bendecir a Dios, en los cuales también abunda el libro en ejemplos
prácticos.
320
"Nadie piensa hoy en una historicidad estricta de la obra. Es natural que la observación
de hechos reales pudiera dar origen al escrito, pero estos hechos están disfrazados bajo
deformaciones intencionales y bajo embellecimientos literarios que no nos permiten
identificarlos". A. LEFEVRE: Op. cit. p. 677.
"Partiendo de un núcleo histórico, ha recurrido a su imaginación para elaborar una
narración encaminada a lograr la finalidad didáctica que se propuso con fin. Sería inútil
querer trazar una línea de separación entre la historia verdadera y el relato fingido". L.
ARNALDICH: Op. cit. col. 1040.
321
ALONSO SCHÖKEL, L.: “Introducción al libro de Tobías”. Ed. cit. p. 41.
150
Se puede decir que las enseñanzas contienen los deberes para con Dios y para con el prójimo
(Tob 14,8) y se resumen en "no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan" (Tob 4,15)
como regla de sabiduría. Por último, el libro aconseja transmitir las enseñanzas a los hijos: tal
como Tobit lo hizo con Tobías éste deberá hacerlo con los suyos (Tob 14,8-9).
322
Las siguientes son las secuencias y su escenario:
1a. (1,1-3,6). Familia uno: Tobit, Ana y Tobías, judíos deportados a Nínive, ciudad que
sirve como escenario para la primera secuencia. Tobit hace su propia presentación
entremezclándola con el recuento de virtudes que deben caracterizar al israelita que
"camina por las sendas de la verdad y de la justicia" (1,3) y que por su fidelidad es víctima
de persecución. La ceguera de Tobit, así como las demás calamidades, evocan la reflexión
sobre la prueba del justo del libro de Job. Esta primera escena llega a su desenlace con la
burla de Ana, Mujer de Tobit (Tob 2,14), y que motiva la oración de éste (3,1-6)) pidiendo
a Dios la muerte.
2a. (3,7-15). Familia dos: Ragüel, Edna y Sara, judíos residentes en Ecbatana, ciudad de
Media. Sara, la única hija, había sido dada en matrimonio siete veces y los siete maridos
habían muerto "antes de que se unieran a ella como casados" (3,8). Aparece aquí el
demonio Asmodeo como opositor a los proyectos de la joven y de su familia. En esta
escena el desenlace es paralelo al de la primera: las sirvientas se burlan de Sara (3,7-9) y
ella, entristecida, ora a Dios (3,11-15) pidiéndole la muerte o que cambie su suerte.
3a. (3,16-4,1). "En la gloria de Dios" es escuchada la doble oración. Y Rafael es enviado a
curar a Tobit, a casar a Tobías con Sara y a encadenar a Asmodeo. Las dos últimas tareas
van a cambiar la suerte de Sara, por cuanto Tobías era el único con derecho a casarse con
ella conforme a las leyes mosaicas (Nm 27,9-11; 36,1-12). El texto pretende mostrar la
coincidencia entre los dos suplicantes: "en aquel mismo momento se volvía Tobit del patio
hacia la casa de Sara, la de Ragüel, descendía del aposento" (3,17). En aquel mismo
momento, también Rafael comienza su misión y Tobit se acuerda del dinero que había
prestado a Gabael en Ragüés, ciudad de Media (4,1; cf. 1,14). Este recuerdo providencial
va a desencadenar la acción subsiguiente, por cuanto recuperarlo va a ser el "objeto" de la
misión confiada a Tobías por su padre.
4a. (4,1-19,21). En Nínive. Los consejos del padre al Hijo, un paralelo de la presentación
inicial de Tobit (1,3-14), son una colección de proverbios de claro sabor sapiencial. A partir
de este momento, Tobías acapara la atención como actor principal de la trama.
5a. (4,20.5,1-6,19). Tobías se pone en camino de Nínive a Ragües a cobrar el dinero de su
padre, ocurre la intervención extraordinaria de Rafael, quien actúa como "ayudante" para el
cumplimiento de la misión que, además, va a incluir una que no habían previsto los de
Nínive pero sí había sido planeada por Dios (3,16). Esta segunda intención la pone en
acción Rafael en el camino cuando anuncia a Tobías que pasarían la noche donde su
pariente Ragüel, sobre cuya hija única tenía derecho por ser el único de su linaje (6,12).
151
preparado para el yerno. Y las dos acciones confluyen en el canto de acción de gracias de
Ragüel.
La historia de Tobías y Sara tiene final de cuento de hadas. Porque vivieron muchos años y,
probablemente, fueron felices, pues Tobías, como modelo del judío piadoso, debía caminar en
la justicia y en la verdad que conducen a la felicidad. La figura de Sara se borra con el regreso
de la familia a Ecbatana después de la muerte de sus padres. En esta ciudad murió Tobías a los
117 años, como los patriarcas de la historia sagrada que tan frecuentemente sirve al autor de
inspiración. Y el final feliz, así lo presenta el autor, incluye prosperidad económica pues
Tobías heredó a sus padres y a los padres de Sara.
Así, hijos, longevidad y prosperidad parecen ser la recompensa, o final de la feliz historia, el
buen hijo, que observa las reglas y normas de su pueblo, muere "honrado" por sus hijos y sus
vecinos (Tob 14,17), y su nombre se perpetúa. Y esta podría ser la moraleja de la historia, en
cuanto invitación a llevar una conducta como miembro de un pueblo, de una tribu, de un clan
y de una familia, respetando sus costumbres y cumpliendo sus deberes.
mencionan los hijos de sus hijos que ellos esperan ver antes de morir (Tob 10,11-12). Pero la
descendencia no es la finalidad exclusiva del matrimonio en la historia de Tobías y Sara. Esta
es, más bien, el deber con los padres y con el clan, principalmente de tipo patrimonial según
las costumbres, y que también incluye la descendencia.
El amor de Tobías y Sara apunta hacia el futuro y es fecundo, salva, se abre hacia Dios. Como
el amor de toda pareja que se proyecta hacia la permanencia, quiere durar, exige crecer. Y que
transforma a las personas y se abre a la trascendencia.
La unión conyugal está claramente presente en la relación de Tobías y Sara, no como un
instinto ciego ni como un deber para con la especie. Su sentido que es "la recta intención"
conque Tobías toma a Sara, que contrapone al simple deseo y es fuente de gozo para los dos.
La pareja de nuestros días también tiene que darle sentido a su unión como parte del diálogo
de amor que desarrolla a lo largo de su existencia y que realiza la comunión de personas. El
deseo equivaldría a la tentación de tomar al compañero o compañera como objeto que
satisface la búsqueda de placer o que cumple un deber contraído jurídicamente. En otro
tiempo, tal vez, este sentido fue interpretado como un deber para con la especie: "officium
naturae", "officium civitatis". Y este deber era lo que humanizaba el acto conyugal
rescatándolo de la posibilidad de ser ejercicio del instinto. Pero las cosas han cambiado y el
amor que se expresa genitalmente es ocasión de realización y plenitud tanto de las personas
como de la pareja que adquiere consistencia y solidez cuando “hace el amor”.
En cuanto a la celebración del matrimonio, se trata de un largo proceso que se inicia con el
acuerdo entre el padre de la novia y el novio:
"Recibe a tu hermana. A partir de ahora tú eres su hermano y ella es tu hermana.
Tuya es desde hoy por siempre. Que el Señor del Cielo os guíe a buen fin esta
noche, hijo, y os dé su gracia y su paz" (Tob 7,11).
Sin embargo, faltan aún detalles, como la entrega de la novia al esposo en una escena que
recuerda la presentación que hace el Creador de la mujer al hombre (Gen 2,22):
"Llamó Ragüel a su hija Sara y cuando ella se presentó, la tomó de la mano y se la
entregó a Tobías, diciendo: Recíbela, pues se te da por mujer según la ley y la
sentencia escrita en el libro de Moisés. Tómala y llévala con bien a la casa de tu
padre. Y que el Dios del Cielo os guíe en paz por el buen camino" (Tob 7,12).
También es preciso hacer el registro del matrimonio conforme a la ley:
"Llamó luego a la madre, mandó traer una hoja de papiro y escribió el contrato
matrimonial, con lo cual se la entregó por mujer, conforme a la sentencia de la ley
de Moisés" (Tob 7,13).
Después de cumplido este requisito hubo celebración y los jóvenes fueron conducidos al
aposento, donde las cosas salieron según el plan de Dios pero no como lo esperaban los
padres.
Cuando una criada constata que nada había ocurrido y que "estaban juntos dormidos" (Tob
8,13), el padre bendice a Dios y comienzan los preparativos de nuevas celebraciones: Ragüel
mandó a su mujer cocer una gran hornada y escogió él mismo los animales que se iban a
comer (Tob 8,19). Y dijo a Tobías:
"Durante catorce días no te moverás de aquí; te quedarás conmigo comiendo y
bebiendo y llenarás de gozo el corazón de mi hija por sus tristezas pasadas" (Tob
8,19-20).
La boda, propiamente tal, tuvo lugar después de los catorce días de celebraciones, al partir la
pareja hacia la casa de Tobit:
"Entonces Ragüel se levantó y entregó a Tobías su mujer Sara y la mitad de todos
sus bienes, criados, criadas, bueyes y carneros, asnos y camellos, vestidos, plata y
utensilios, y les dejó partir gozosos" (Tob 10,10).
Y hubo profusión de bendiciones de los padres de Sara. Ragüel dijo a Tobías:
"El Señor del Cielo os guíe a vosotros y a tu mujer Sara por buen camino y que
pueda yo ver vuestros hijos antes de morir" (Tob 10,11).
Luego dijo a su hija:
"Vas al lado de tu suegro, pues desde ahora ellos son padres tuyos igual que los que
te han engendrado. Vete en Paz, hija. Que tenga buenas noticias de ti mientras yo
viva" (Tob 10,12).
En las bendiciones también interviene la madre, que hasta este momento, se había limitado a
traer el papiro que le pidió el marido para formalizar el matrimonio, llevar a la novia a la
155
cámara nupcial y preparar el pan para la fiesta, siempre obedeciendo las indicaciones de
Ragüel. Edna dice a Tobías:
"Hijo y hermano queridísimo: Que el Señor te devuelva y que yo viva hasta ver tus
hijos y de mi hija Sara antes de morir. En presencia del Señor te entrego a mi hija
en custodia; no le causes tristeza en todos los días de tu vida. Vete en paz, hijo. A
partir de ahora, yo soy tu madre y Sara es tu hermana. Ojalá pudiéramos vivir
juntos todos los días de nuestra vida" (Tob 10,12).
Con la llegada de los jóvenes a la casa paterna, vale decir, con el traslado de Sara a la casa de
su esposo, parece concluir el proceso. También hay bendiciones en el recibimiento que en
Nínive les hace Tobit:
"Bienvenida seas, hija, y bendito sea tu Dios, hija, que te ha traído hasta nosotros.
Bendito sea tu padre y bendito Tobías, mi hijo, y bendita tú misma, hija. Bienvenida
seas, entra en tu casa con gozo y bendición" (Tob 11,17).
Y también hubo fiesta en Nínive, pues, "todos los judíos fueron a congratularle" (Tob 11,18-
19).
En el transcurso de la celebración del matrimonio puede fácilmente identificarse la relación
entre los esposos que el matrimonio produce. Ragüel da a su hija por mujer a Tobías (Tob
7,12-13; 10,11), pero también le dice: " a partir de ahora eres su hermano y ella es tu
hermana" (Tob 7,11) y lo repitió la madre de la joven a su yerno al despedirse: "a partir de
ahora, Sara será tu hermana" (Tob 10,12). Es decir, que por el matrimonio se hacen
hermanos, adquieren un parentesco que equivale a los más fuertes lazos de la sangre. Que es lo
que el relato de los orígenes afirma en la conclusión del autor sagrado: "Por eso deja el
hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne" (Gen 2,24).
Estos nuevos lazos no anulan los primeros sino que los incluyen. Los padres son, también,
padres del otro (Tob 10,12; 11,17), en razón del matrimonio que se entiende y se vive como
un pacto de familia: "Desde ahora ellos serán padres tuyos igual que los que te han
engendrado" (Tob 10,12), dice Ragüel a Sara, y Edna a Tobías: "A partir de ahora yo soy tu
madre y Sara es tu hermana" (Tob 10,12), y Ragüel también se lo dice a Tobías: "Ten
confianza, hijo: yo soy tu padre y Edna tu madre; junto a ti estaremos y junto a tu hermana
desde ahora en adelante" (Tob 8,21). La relación de pareja representaba, para los
contemporáneos de Tobías y Sara, unos lazos tan sólidos que equivalían a los mismos del
parentesco natural. Como hermana, Ragüel y Edna entregan a su hija a Tobías y éste también
se refiere a ella como hermana la noche de bodas. Los lazos así creados no se limitan a los
esposos sino que abarcan a las familias: los padres de Tobías reciben a Sara como hija y los de
Sara consideran a Tobías como hijo.
Para nuestra experiencia contemporánea, el amor realiza la unión de la pareja. La comunión
interpersonal, que es más sólida que cualquier otro vínculo, no excluye a la familia. Nadie se
casa únicamente con el marido o con la esposa; también lo hace con su familia y se entra en su
mundo. Ya sea relaciones afectivas que introducen en el ámbito familiar al cónyuge del hijo,
ya sea en cuanto a las costumbres, hábitos, maneras, cultura del esposo con los cuales se entra
a convivir. Así, en la pareja se entrecruzan las familias y se crean vínculos de parentesco.
156
El complejo proceso de las celebraciones tiene algo qué decir a nuestras celebraciones. La
verdad es que el matrimonio es un proceso y así se vive: desde la decisión inicial hasta su
consumación existencial a lo largo de toda la vida y pasando por su celebración.
La intervención de Dios en la primera pareja, creando a la mujer para el hombre, para romper
su soledad, y presentándosela a él como compañera, acontece en la historia, y en la historia
concreta de Tobías y Sara.
Tobías estaba solo en el camino de Nínive a Ragüés, y valiéndose de la mediación de Rafael,
de unas leyes y del encargo de cobrar una deuda a su padre, interviene Dios: le presenta a
Sara, su parienta, es decir alguien de sus mismos huesos y de su misma carne (cf. Gen 2,23).
De igual manera, Tobías viene a romper la soledad de Sara. Como el primer hombre no había
encontrado compañía en los animales, tampoco ella lo había hecho en los siete maridos que
habían precedido a Tobías. Sólo podía ocurrir en alguien de los suyos, de su parentela, como
también ocurrió en la primera pareja.
En la oración de la primera noche de casados (Tob 8,5-9), se expresa el sentido del
matrimonio como don de salvación: Dios está presente en el matrimonio, porque es creación
de Dios; la vida común que ellos inician es actualización del matrimonio creacional y como tal
se inscribe en la historia de la salvación323, porque la historia de la pareja de los orígenes
modela la historia de Tobías y Sara, hace significativa su unión y los coloca en continuidad
con aquélla como partícipes de la bendición divina. Por eso puede decir Tobías en la
conclusión de la oración:
"Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención.
Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad" (Tob 8,7).
Su matrimonio, a diferencia de los siete anteriores de Sara, es salvado en cuanto objeto y fruto
de la bendición del Creador.
Hoy, también, el matrimonio se inserta en la historia de la salvación en cuanto el amor de cada
pareja es capaz de remontarse al origen de todo amor y de vivir su encuentro en el horizonte
de la bendición y proyecto de Dios. Y es, ahí, donde la realidad humana del matrimonio, de
cada matrimonio, al abrirse a la trascendencia se convierte en don de salvación; se hace
sacramento, impidiendo, así, que su matrimonio se diluya en la insignificancia de un
matrimonio para conservar la especie o la heredad.
Conclusiones
De la lectura de las costumbres y legislación matrimoniales en el Antiguo Testamento
podemos destacar:
La experiencia de pareja es vivida en Israel conforme al sistema de valores propio de
su contexto histórico y cultural y el matrimonio israelita se estructura conforme a los
patrones propios de la época y de la cultura semita, muchas veces comunes con los de
323
"La plegaria comienza con una triple bendición imitando frases y fórmulas del salterio.
El título ‘Dios de nuestros padres’ invita a remontarse hasta los patriarcas, dado el contexto
del libro. El resto de la plegaria tiene carácter universal: Dios es Señor del universo, dura
por siempre. Cada matrimonio repite el misterio de la primera pareja, creada por Dios para
la mutua ayuda y la fecundidad. En ese sentido, Sara había sido creada para Tobías, que
aún estaba solo como Adán". L. ALONSO SCHÖKEL.: “Introducción al libro de Tobías”.
Ed. cit. pp. 20-21.
158
los pueblos contemporáneos del medio oriente. De ahí que las costumbres y la
codificación que denota el matrimonio bíblico no puedan ofrecer validez universal.
La realidad que el Antiguo Testamento describe no coincide con el ideal que los
relatos de origen proponen.
El bien del clan, fundamento de la ética conyugal y norma del comportamiento sexual,
explica las costumbres y las leyes que enmarcan y reglamentan los diversos aspectos
de la experiencia de pareja, entre otras la poligamia y la ley del levirato.
La alianza es el marco de referencia para el actuar del israelita y, por lo tanto, de la
experiencia de pareja.
El matrimonio israelita, desde la perspectiva sociológica, era un pacto entre familias
cuyo objeto fundamental era la prolongación del nombre en los hijos y, más tarde, en
la tierra que ellos heredarían.
La celebración del matrimonio israelita era un proceso que incluía acontecimientos
sucesivos y en continuidad, sin poderse precisar qué es lo que propiamente constituía
el momento de la celebración.
El matrimonio israelita era endogámico (prohibición de matrimonios mixtos) y se
rechazaba como abominación a los ojos de Yahvé la endogamia restringida
(matrimonios con parientes cercanos por consanguinidad o afinidad).
Los impedimentos matrimoniales, tanto los de tipo endogámico como los de tipo
exogámico pretenden ordenar el ejercicio de la sexualidad en bien del equilibrio social
actual y futuro.
Existía el repudio para la mujer y el código deuteronómico reglamentaba el
procedimiento para evitar la promiscuidad y proteger a la parte más débil.
La legislación mosaica prohibía el adulterio y señalaba las penas para los adúlteros.
La razón de tal prohibición es que el adulterio atenta contra la propiedad.
La lectura de los relatos de creación, desde la perspectiva de la experiencia de pareja,
descubre:
El deber ser de la pareja humana en su encuentro personal que se encamina hacia la
comunión fecunda.
El ser humano está hecho para el diálogo y la comunión y en dicha comunión se
constituye en imagen y semejanza de Dios que es comunidad de personas.
Hombre y mujer son fundamentalmente iguales y existen el uno para el otro en
reciprocidad, porque son imagen de Dios, comunidad de personas en igualdad y
reciprocidad.
La comunión interpersonal es fecunda, también a imagen y semejanza de Dios, porque
es la fecundidad del amor que crea, procrea y re-crea.
La sexualidad humana es don de Dios, por una parte como corporeidad que en la
relacionalidad apunta a la comunión de las personas, y, por otra, como fecundidad, es
decir, en el sentido unitivo y procreativo de la sexualidad.
159
325
ARISTOTELES: Etica a Nicómaco. Libro VIII,14.
326
Cf. KIEFER, O.: Sexual Life in Ancient Rome. London. Panther Book, 1969. pp. 17-74.
327
Cf. PONGUTA, S.: San Pablo. Epístola a los Romanos. Bogotá. Policopia, 1971. pp.
XII-XIV.
163
En cuanto a las expresiones religiosas, los escritos neotestamentarios reaccionan contra los
excesos de entusiasmo y de espiritualismo que amenazaban la estabilidad de las Iglesias en
el mundo pagano328 y cuestionan las prescripciones de tipo tabú que regían el
comportamiento en el mundo judío. Según estas prescripciones, el ejercicio de la
sexualidad, al igual que las expresiones de religiosidad, se ordenaban en razón del temor a
contaminarse, es decir, a perder la pureza legal por contacto con lo sagrado o lo impuro. El
Nuevo Testamento, por el contrario, proclama repetidamente que lo que contamina es lo
que sale del cuerpo y no lo que entra a él (Cf. Mc 7,14-23; Mt 15,20; Act 10,15; Ro 14,14; I
Cor 10,25-27; Tit 1,15):
“Una vez que habéis muerto con Cristo a los elementos del mundo, ¿por qué
sujetaros, como si aún vivierais en el mundo, a preceptos como no tomes, no gustes,
no toques, cosas destinadas a perecer con el uso y debidas a preceptos y doctrinas
puramente humanos?” (Col 2,20-22)
La inminencia de la parusía también incide en la visión de las realidades humanas en el
contexto del cristianismo naciente. Especialmente en algunas comunidades, la espera de la
segunda venida del Señor Jesús colocaba a estos primeros cristianos en condición de
extranjeros en un mundo cuyo fin estaba próximo. Sin embargo los escritos del Nuevo
Testamento alertan para no caer en un delirio apocalíptico que haría desentenderse de las
tareas temporales, a la vez que invitan, eso sí, a vivir las realidades humanas, desde esta
comprensión de la historia, como algo relativo, vale decir, a no absolutizarlas.
“El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuvieran.
Los que lloran como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen.
Los que compran, como si no poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no
disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa” (I Cor 7,29-31).
También es conveniente tener en cuenta la degradación de costumbres de la sociedad en la
cual se encarna la Buena Noticia y que, forzosamente, cuestiona. La Roma Imperial era
escenario de vicios y corrupciones, los comportamientos antinaturales eran considerados
naturales y las costumbres licenciosas tenían aceptación social. En la Carta a los Romanos,
Pablo llama la atención hacia este fenómeno de corrupción (Ro 1,24-32) y la I Corintios
hace referencia a la ciudad de Corinto, famosa por sus costumbres y por las prostitutas del
santuario de Afrodita. La organización familiar estaba, en este medio, seriamente
amenazada y las relaciones domésticas se encontraban en crisis de disolución, no así en el
mundo judío donde la estabilidad familiar ofrecía garantías. Esta preocupación por la crisis
de la sociedad y la familia era común a los filósofos paganos y a los predicadores
cristianos, quienes amonestaban y exhortaban a vivir honestamente.
También es importante mencionar es que ni en el mundo judío ni en el griego se entendía el
celibato como opción. Tanto el hombre como la mujer debían casarse y, al hacerlo,
cumplían un deber con su pueblo o su nación. La virginidad se consideraba equivalente a la
esterilidad y ésta, a su vez, como un castigo. De ahí la originalidad que representaba la
invitación evangélica a permanecer célibes por el reino.
Por último, conviene recordar el marco teológico que da pie al obrar del cristiano y a las
prescripciones morales que el Nuevo Testamento propone.
328
Cf. TREVIJANO, R.: “Matrimonio y divorcio en la Sagrada Escritura”. En VARIOS:
El vínculo matrimonial. Madrid. BAC, 1978. p. 57.
164
Todo el Nuevo Testamento refleja la comprensión novedosa de las realidades humanas que
tiene como origen el acontecimiento Jesucristo muerto y resucitado. Los evangelios, al
igual que los demás escritos, nacen en este contexto. Si bien los primeros destacan la
actividad de Jesús subrayan la actividad de la Iglesia. Y es en estos últimos donde vamos,
seguidamente, a identificar cómo los primeros cristianos entendieron el significado de la
relación de pareja e intentaron vivir esta experiencia según el nuevo orden inaugurado por
Jesucristo.
La Iglesia Apostólica se constituye a partir de la experiencia de encuentro con el
Resucitado y de la comunicación de su Espíritu (Jn 20,19-23; Lc24,13-35.36-42; Act 2,1-
47), como comunidad de gentes que han descubierto un nuevo sentido a su vida, una nueva
manera de vivir (cf. Act. 2,4-46; 4,32-35) porque han hecho una opción fundamental por
Cristo (Act 2,38).
Sobre el sentido y el alcance de esta opción, los escritos neotestamentarios van a abundar
en reflexiones, indicando a quienes han acogido la buena nueva de Jesucristo, cómo
interpretar su propia historia y su proyecto en función de su opción.
Opción que, en primer lugar, supone y realiza un cambio. La respuesta de Pedro a quienes
después de pentecostés le preguntaron qué debían hacer –“Convertíos y que cada uno de
vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu” (Act2,38)- describe con precisión el proceso de la opción.
Este mismo proceso lo explícita Pablo con mayores detalles en sus escritos. El cambio
consiste en “morir al pecado” (Ro 6,2), en “no vivir como viven los gentiles” (Ef 5,17-20)
en razón del bautismo en Cristo (Ro 3) que implica “despojarse del hombre viejo” (Ef
4,22; Col 3,9), el “hombre pecador”, para revestirse del Hombre Nuevo en Jesucristo (Ef
2,15; 5,24; Ga 2,15; Col 3,10) a fin de vivir en Cristo “vida nueva” (Ro 6,4; II Cor 5,17)
animada por “el Espíritu que habita” (Ro 8,9) en el bautizado.
329
JUAN PABLO II: Carta apostólica Mulieris dignitatem 3.
165
Le dirige la palabra a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob (Jn 4,1-42) aunque no era
bien visto que un judío le dirigiera la palabra en público a una mujer y más si se trataba de
una samaritana: se comprende entonces la extrañeza de los discípulos que menciona el
evangelio (Jn 4,27). También se deja tocar por la hemorroísa (Mc 5,25-34) sin prestar
cuidado a las normas del judaísmo (Lev 15,19-27) según las cuales él también quedaría
impuro por el contacto. Igualmente permitió que la mujer pecadora publica se le acercara y
lo tocara (Lc 7,36-50) a pesar del doble peligro de impureza que ella representaba como
mujer y como pecadora pública. Y a las dos las despide con el mismo “tu fe te ha salvado,
vete en paz” (Mc 5,34; Lc 7,50).
Jesús admite mujeres en su compañía y entre sus seguidores (=discípulos) se cuentan
algunas (Lc 8,1-2). Visita a sus amigas en Betania (Lc 10,38-42) y les habla largamente;
instruye a las mujeres camino del Calvario (Lc 23,28); y un grupo de ellas permanece al pie
de la cruz: su madre, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor, Salomé y
otras muchas que se contaban entre quienes lo seguían (=discípulos).
También de las parábolas que contaba Jesús, las mujeres fueron protagonistas: la que amasa
el pan (Mt 13,33) y la que perdió una moneda (Lc 15,8-10), las que olvidaron poner aceite
en sus lámparas y las que no lo olvidaron (Mt 25,1-13).
Son mujeres las primeras testigos de la resurrección. El evangelio de Mateo señala a María
Magdalena y la otra María (Mt 28,1) como aquellas que fueron al sepulcro a embalsamar el
cadáver del Maestro; para Marcos fueron María Magdalena, María la de Santiago y Salomé
(Mc 16,1); para Lucas eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y otras (Lc
24,10); para Juan fue únicamente María Magdalena (Jn 20,1). Son ellas las primeras que
tienen la experiencia de encuentro con el Resucitado y las encargadas de anunciar a sus
hermanos que Jesús vive. Si se lee este acontecimiento en paralelo con el relato del capítulo
3 del Génesis, llama la atención que en éste es la mujer la que incita al pecado y en el otro
es la mujer la que invita a la fe: a creer en el Resucitado. Porque en Cristo el pecado ha sido
redimido y el mundo recreado.
Ciertamente Jesús no modificó su estatuto legal que en el judaísmo estaba marcado por su
inferioridad con respecto al varón. Pero su comportamiento denota que toma en serio a la
mujer y el amor que él anuncia se hace presente en su relación con las mujeres, no importa
cuál sea su condición. Del análisis de la relación de Jesús con las mujeres, Shnackenburg
hace notar que para Jesús, “tanto como los hombres, las mujeres deben escuchar la Palabra
de Dios, recibir la salvación mesiánica y tomar parte en el reino de Dios”. Jesús defiende a
la mujer contra un pensamiento que sólo viera en ella su sexo: en ella honra lo humano, la
persona, el hijo de Dios”330.
En cuanto a las normas de pureza (Lev 15,19-27), según las cuales el contacto con una
mujer hacía impuro al hombre, sobre todo durante la menstruación o si tenía algún
sangrado, Jesús hace caso omiso de ellas. Se deja tocar por la mujer que tenía una
hemorragia (Mc 5,25-34) y por la mujer pecadora (Lc 7,36-50) y a las dos las despide con
el mismo "por tu fe has sido salvada".
Cuestiona la discriminación a la mujer en su actitud con la mujer adúltera (Jn 8,3-11),
cuando condena el derecho del varón a repudiar a la mujer (Lc 16,18 y par.) y su
cosificación (Mt 5,28) y en la interpretación que hiciera de la prohibición de adulterio:
330
SHNACKENBURG, R.: Op. cit. p. 123.
166
“Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio” (Mt 5,28). Con sus
actitudes, que resultan extraordinarias “si se considera el ambiente de su tiempo” 331, al decir
de Juan Pablo II, Jesús “contradice aquella tradición que comportaba la discriminación de
la mujer” y “reprocha cuanto ofende la dignidad de la mujer”332.
Esta actitud de Jesús se prolonga en la experiencia de la Iglesia Apostólica. Encabezadas
por María, las mujeres formaban parte del primer grupo que se reunía para orar y que
recibió el Espíritu en Pentecostés (Act1,14; 2,1-2). A un grupo de mujeres de Filipos, Pablo
y Timoteo les hablaron del evangelio (Act16,13) y una de ellas, Lida, se convirtió con su
familia. En Damasco, “tanto hombres como mujeres” eran seguidores del Camino a quienes
Saulo de Tarso perseguía (Act9,2) y en Samaría, “tanto hombres como mujeres se
bautizaron cuando creyeron en la buena noticia que Felipe les anunciaba acerca del reino
de Dios y de Jesucristo” (Act8,12). En Tesalónica, “creyeron muchos griegos y muchas
mujeres distinguidas” (Act17,4), lo mismo que en Berea (Cf. Act17,12).
Con nombre propio aparecen Tabita, en Joppe, “rica en buenas obras y limosnas”
(Act9,36-42); Lidia, la comerciante en púrpura y primera convertida de Filipos (Act16,14);
María, la madre de Marcos, en cuya casa se congregaba la comunidad (Act12,12); las de
Antioquía de Pisidia (Act 13,50-51) y Tesalónica (Act 17,4-12); Damaris, la ateniense
(Act17,34); Febe, diakonos en la Iglesia de Cencras, el puerto de Corinto (Ro 16,1-2);
Priscila, la mujer de Aquila, que reunían la ekklesia en su casa (Ro 16,3-5) y que instruyó,
con Aquila, a Apolo en el camino de Dios (Act18,26); María, Trifena, Trifosa y Perside
(Ro 16,6-12); la madre de Rufo, Julia y la hermana de Nereo(Ro 16,13.15); Ninfas, que
reunía en su casa la congregación (Col 4,15), Claudia (II Tim 4,21), Evodia y Sintique (Fil
4, 2.15): todas ellas debieron trabajar en igualdad de condiciones con los varones en la
difusión del evangelio y en la organización de la Iglesia.
Pablo muestra en sus cartas gran estima hacia algunas de compañeras en la difusión del
evangelio, como Febe, “que ha ayudado a muchos” (Ro 16,2); como María, “que tanto ha
trabajado” (Ro 16,6); como Trifena, Trifosa y Perside, “que trabajan en la obra del
Señor” (Ro 16,12); como Evodia y Sintique, “que lucharon a su lado en el anuncio del
evangelio” (Fil 4,2); como la madre de Rufo, “que fuera una madre para él” (Ro 16,13);
como Priscila y como Ninfas que reunían a la iglesia en sus casas (Ro 16,5; Col 4,15).
A Pablo se le ha acusado de misoginia, de desprecio a la mujer, debido a una lectura parcial
y prevenida de sus planteamientos, los cuales solamente pueden captarse teniendo presente
el contexto cultural de tipo patriarcal y la correspondiente tradición que marcan su manera
de pensar. La mentalidad patriarcal condiciona el pensamiento de Pablo respecto a la mujer
que aparece en sus escritos, pues del judaísmo provenía el dominio del hombre sobre la
mujer y su minusvaloración, como lo expresa el historiador judío contemporáneo de los
primeros cristianos, Flavio Josefo:
"La mujer, dice la Ley, es inferior al hombre en todo. Por tanto, debe obedecer, no
para ser violentada, sino para ser mandada, pues es al hombre a quien Dios ha dado
el poder"333.
331
JUAN PABLO II: Carta apostólica Mulieris dignitatem 12.
332
JUAN PABLO II: Carta apostólica Mulieris dignitatem 15.
333
FLAVIO JOSEFO: Contra Apión II, 202.
167
Pues si, por una parte, Pablo considera a la mujer igual al hombre en el seno de la
comunidad, por otra la subordina al varón, como cuando le ordena que se calle en las
asambleas, que lleve el velo, que permanezca sumisa a su marido, lo cual no obsta para que
proclame la fundamental igualdad del hombre y la mujer y de todos los seres humanos.
Como hombre de su tiempo, Pablo tiene que estar convencido de la superioridad y dominio
del hombre así como de la inferioridad y sumisión de la mujer:
“… la cabeza de la mujer es el hombre” (I Cor 11,3).
“…el marido es cabeza de la mujer” (Ef 5,23).
Esta relación de superioridad y sumisión propia de la estructura social estaba consagrada
por las tablillas domésticas que el cristianismo primitivo tomó de las costumbres de la
época y que retocó con una perspectiva original, proponiendo vivir “en el Señor” la
relación socialmente aceptada, la que conviene y debe ser:
“Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos como conviene en el Señor”(Col 3,18).
“… las mujeres a sus maridos (sumisas) como al Señor, porque el marido es cabeza
de la mujer,
… así también las mujeres deben estarlo (sometidas) a sus maridos en todo” (Ef
5,22.24).
“… mujeres sed sumisas a vuestros maridos”(I Pe 3,1).
Y ello explica que Pablo aconseje a las ancianas enseñar a las jóvenes a ser sumisas a sus
maridos (Tit 2,5).
Esta sumisión y sujeción al marido la identifica el apóstol en el uso del velo y en el silencio
que debe guardar en la asamblea, e intenta explicarlo utilizando el recurso rabínico de
remontarse a la creación. Y a partir de dicha situación reflexiona sobre el misterio de la
relación Cristo-Iglesia.
En cuanto al uso del velo, conviene recordar cuál era su significado y cuál el sentido de las
recomendaciones que hace Pablo. Conforme a la costumbre oriental, la mujer judía llevaba
la cabeza cubierta y el velo era muestra de pudor pero también signo de matrimonio y,
consiguientemente, de pertenencia y sumisión al marido. La cabeza descubierta tenía que
considerarse como una indecencia en el mundo judío. Probablemente las cristianas de
Corinto rehusaban cubrirse la cabeza y es a ellas a quienes se dirige la amonestación. El uso
del velo de las mujeres judías planteaba un problema a las mujeres griegas para quienes
esta costumbre era extraña334, pues no se usaba el velo ni en los lugares públicos ni en los
cultos paganos y Pablo ordenaba usarlo en las asambleas litúrgicas 335. Pero también podría
ser indicio de emancipación que el apóstol procuraría apagar 336. Por eso intenta
convencerlas con argumentos tomados del sentido común: no usar velo equivale a tener la
cabeza rapada (I Cor 11,5-6.14-15) lo que constituye una afrenta a su feminidad. En un
334
SHNACKENBURG, R.: Op. cit. pp. 225-226.
335
Cf. LÉON-DUFOUR, X.: Diccionario del Nuevo Testamento. Madrid. Cristiandad,
1977. p. 549.
336
AUBERT, J.M.: La mujer, antifeminismo y cristianismo. Barcelona. Herder, 1976. p.
48.
168
337
Ibídem. p. 43.
338
Ibídem. p. 49.
169
Y en este versículo se han hecho fuertes todos los que a lo largo de la historia del
cristianismo han menospreciado a la mujer. Pero Pablo lo que estaba justificando con este
argumento era la necesidad del sometimiento de la mujer para el buen orden de la
asamblea.
Después de culpar a la mujer del mal que hay en el mundo, concluye con una referencia a la
maternidad: “con todo, se salvará por su maternidad” (I Tim 2,15). Porque conforme a las
condiciones de su tiempo, Pablo considera que la vocación de la mujer es la mujer y, por lo
tanto, su salvación está en la maternidad.
Ahora bien, en la amonestación a las mujeres de Corinto sobre el uso del velo, Pablo
constata la reciprocidad entre el hombre y la mujer y, lo que más llama la atención, cómo la
diferencia resulta borrada cuando la relación se interpreta “en el Señor”, cuando uno y otra
provienen de Dios:
“Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor.
Porque si la mujer procede del hombre, el hombre, a su vez, nace mediante la
mujer. Y todo proviene de Dios (I Cor 11,11-12).
Esta misma constatación de reciprocidad “en el Señor” es la que sustenta la proclamación
de la igualdad de todos los seres humanos como hijos de Dios, a pesar de los
condicionamientos de la sociedad patriarcal a la cual pertenecía:
“En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay
judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos sois uno en
Cristo Jesús” (Gal 3,28).
Porque la diferenciación hombre mujer, como lo diferenciación entre griegos y judíos, entre
esclavos y libres, pierde toda importancia para quien se ha revestido de Cristo por el
bautismo339.
Posiblemente las generaciones anteriores pudieron preferir los escritos de Pablo que hacen
referencia a la subordinación de la mujer. Pero los cambios sociales y las circunstancias
actuales permiten percibir que en el cristianismo primitivo, las diferencias de raza, de
estatus social o de género, pierden importancia y resultan relativizadas para quien se ha
revestido de Cristo.
339
“El solo hecho de admitir una reciprocidad de deberes entre el hombre y la mujer (I Cor
7,3-5), es decir, una igualdad entre ellos y lo que es más, la posibilidad de acuerdo en lo
referente a su vida conyugal, constituye un acontecimiento. Acontecimiento que alcanza su
máxima expresión en Ga 3,28, con lo cual Pablo supera la estrechez de la Ley para afirmar
sin reparos que el Dios de la esperanza no hace acepción de personas, que su misericordia
abarca a todas las creaturas”. D. STEIN: “Le statut des femmes dans les lettres de Paul”.
LUMIÈRE ET VIE 139 (1978). p. 71.
170
Así, los evangelios van a subrayar cómo Jesús, el Cristo, inaugura un nuevo orden salvífico
y que en su persona se hace presente el señorío de Dios. O, lo que es lo mismo, el reino de
Dios. En la presentación programática de Marcos, el contenido de la predicación de Jesús
es el anuncio de la proximidad del reino: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está
cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15). Esta buena noticia del reino es el
ofrecimiento del amor de Dios y de la salvación para el hombre que Jesús revela en
plenitud con sus obras y palabras340.
Con sencillas parábolas Jesús manifiesta lo que es el reino (Mt 13; Mc 4, 1-34), pero
principalmente con hechos: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios,
los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buen Nueva (Mt 11, 11-
13); los pecadores son perdonados (Lc 15)341.
El reino de Dios es también la superación de la servidumbre de la Ley (Mt 5, 19-20) por la
práctica del amor y la justicia (Mt 6,36; 5,20). Es un don de Dios (Lc 12,32). Es un nuevo
orden de valores que contradice el orden vigente, tal como lo proclaman las
bienaventuranzas (Mt 5-3-1; Lc 6,20-26): es, pues, un cambio de actitud y de mentalidad
por la fuerza avasalladora del amor (Jn 13,35). No es una vaga promesa de un porvenir que
se ofrece como recompensa. Viene sin dejarse sentir y está entre nosotros (Lc 17,21), ha
llegado (Mt 4,17) y hay que hacerse como niño para acogerlo (Mt 19,14; Mc 10,14-15; Mc
18,16-17). El reino que se hace presente en la persona de Jesús es la nueva creación: la
posibilidad de hacer realidad el “deber ser” de los orígenes.
El eje de la predicación de Jesús es el amor: es el nuevo mandamiento (Jn 13,34-35; 15,17)
la plenitud de la Ley, la característica del discípulo (Jn 13,35), el signo de que el reino está
presente.
Ahora bien, en ningún momento hace Jesús referencia al amor conyugal propiamente tal.
¿Pero no es el cónyuge el más próximo de los prójimos? Por tanto, cuanto el evangelio
recoge sobre el amor al prójimo, forzoso es referirlo al amor de la pareja.
En la respuesta a la pregunta del maestro de la Ley a Jesús acerca de “¿quién es mi
prójimo?” (Lc 10,27) está incluido el cónyuge: es el amor de que se acerca (se a-proxima)
porque se da cuenta de la existencia de alguien que lo llama al borde del camino para que le
preste atención y le dé una mano, lo rescate de su soledad y de su aislamiento. ¿No es ésta
la experiencia del encuentro en el amor? Pero es, también, el amor en medio de las
dificultades, cuando el otro está “medio muerto” porque ha sido “despojado y golpeado”: es
amor que alivia, sana, invita a continuar el camino. Se podría tener la tentación de seguir
adelante como el sacerdote y el levita de la parábola, y así podrían aconsejarlo las
340
“El mensaje de Jesús no fue ni mucho menos tan complicado como nuestros catecismos
o textos teológicos. El anunció, simplemente, en imágenes y parábolas, la llegada del
reinado de Dios, es decir, que la causa de Dios se impondrá, que el futuro depende de
Dios”. H. KUNG: 20 proposiciones sobre ser cristiano. Madrid. Cristiandad, 1977. p. 30.
341
“Jesús predica la cercanía del reino de Dios e intenta ponerla de manifiesto en los más
típico de su predicación: una praxis misericordiosa para los más débiles en Israel, para los
que sufren en el pueblo por la maldad de los demás, porque en él se hace presente ese
Señorío de Dios como amor benévolo, como misericordia para con el pobre”. V. ZEA:
Jesús el hijo de Dios. Pontificia Universidad Javeriana. Bogotá. Facultad de Teología.
Colección Profesores. s.f. p. 87.
171
conveniencias, pero el amor que viene de Cristo mueve a detenerse y a salvar lo que ningún
otro podría salvar.
Si el discípulo de Cristo permanece en el amor y guarda sus mandatos (Jn 15,9-10), así la
pareja cristiana está llamada a permanecer en ese amor y a conservarlo. A hacerlo crecer y
fructificar hasta realizar la comunión a imagen de Dios, como invita la Primera Carta de
Juan: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en
comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con el Hijo,
Jesucristo” (I Jn 1,13).
Y este amor del discípulo no es cualquier amor sino que ofrece características y
peculiaridades: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hemos amado a Dios sino en
que él nos amó primero y nos envió a su hijo” (I Jn 4,10). Es amor que viene de Dios, que
participa del amor de Dios y como tal es transformado, es decir, redimido y salvado por la
obra de Cristo. Hecho agapé por la gracia342.
El apóstol Pablo hace una hermosa síntesis de las características del amor: paciente,
benigno, no tiene envidia, no presume, no busca su interés, no se irrita, no lleva cuentas del
mal, goza con la verdad, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (Cf. I Cor 13,4-7). Es
agapé.
Estas características también deben darse en el amor de la pareja. Nada más opuesto al
amor y que más pueda destruir la unión de la pareja que la impaciencia, la envidia, el
interés, la irritabilidad, el llevar la cuenta de los errores y estarlos recordando; también
cuando la convivencia se empaña por la duda, se pierde la esperanza, se deja de creer y de
esperar en el otro, cuando ninguno se soporta. Ahí no hay amor porque sus características
están ausentes. En cambio el amor hecho agapé, nunca se acaba (I Cor 13,8a).
Y porque es amor que viene de Dios también es amor que perdona. Que olvida las ofensas.
Que ama a pesar de todo. “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?
¿no hacen lo mismo también los publicanos?” (Mt 5,46). Cualquiera puede amar, pero no
todos se atreven a amar con semejante generosidad, sólo quien haya hecho su opción por
Cristo en el amor. Y quien ama como el Padre que acoge al hijo que se alejó de la casa (Lc
15, 11-32).
El amor que viene de Dios es fecundo. Como el amor de Dios que da vida. Como el que
Cristo propone como ideal y él mismo pone en práctica: “Nadie tiene mayor amor que el
que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). ¿No está marcada la experiencia del auténtico
amor conyugal por esta entrega fecunda? El sí del amor es un darse por entero al otro,
342
“Ciertamente debe distinguirse entre eros y agapé; pero lo que no puede hacerse es
poner entre ambos una barrera infranqueable; no basta clasificarlos como amor de
concupiscencia y amor de benevolencia. Eros y agapé se relacionan entre sí como
naturaleza y gracia. La gracia supone la naturaleza pero la gracia no destruye la naturaleza
sino que la toma a su servicio y la conduce a su más honda plenitud, tras de la cual suspira
ansiosamente. El agapé es gracia, es de origen divino y, con todo, es profundamente
humano; y no obstante es tan humano que de ningún modo puede hacerse el hombre más
humano, más sociable, más amable que en virtud de ese amor divino. El amor no libera del
eros anulándolo, sino fortaleciéndolo y clarificándolo. El amor abre al eros concupiscente
al verdadero amor de la persona amada”. F. BÖCKLE: “Ethos del amor”. En VARIOS:
Sexualidad prematrimonial. Salamanca. Sígueme, 1974. pp. 20-21.
172
renunciar a uno mismo para ofrecerle la propia vida, toda y sin cicatería. Volcarse hacia el
otro para construir la comunión en el amor.
Los cristianos estamos llamados a amar y a amar al prójimo más cercano con el mismo
amor de Cristo que es gratuito, que se entrega, que perdona, que salva que es fecundo y que
se realiza en la comunión a imagen y semejanza de la comunión trinitaria.
343
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 17 de septiembre de 1980.
ECCLESIA 1999 (1980). p. 6.
173
de la pareja es la que da vida al hijo. Otro es aquella frase de Jesús cuando, tomando un
niño y estrechándolo entre sus brazos dijo a los discípulos: “El que reciba a un niño como
éste en mi nombre, a mí me recibe, y el que me reciba, no me recibe a mí sino al que me ha
enviado” (Mc 9,37), que permite concluir que el hijo puede y debe ser aceptado como
sacramento de Cristo344.
El evangelio llama la atención hacia el peligro de absolutizar la experiencia humana del
amor. Para el discípulo, primero está el seguir a Cristo (Lc 14,26) y referida a esta opción
fundamental está cualquier otra opción, cualquier otro amor.
Valioso material para identificar la comprensión de la sexualidad en el contexto de las
primeras comunidades de creyentes es el que ofrecen las listas de vicios y virtudes que se
encuentran en las epístolas, principalmente en las que se atribuyen a Pablo. Estos catálogos,
dispersos y muy abundantes, podrían corresponder a un género del judaísmo tardío
completado con ciertas normas éticas del mundo grecorromano 345. Los escritos
postapostólicos incluyen listas similares y con una finalidad igualmente similar.
En su conjunto, los escritos del Nuevo Testamento proponen las dos maneras de vivir:
conforme a Cristo o conforme al pecado, en la luz o en las tinieblas, en el espíritu o en la
carne, según el evangelio de Jesucristo o según la ley, como cristianos o como los paganos,
y estas listas explicitan las obras correspondientes a cada una de estas dos maneras de vivir.
Así, al comienzo de la carta a los Romanos y reflexionando a la manera del Génesis, Pablo
denuncia la corrupción del mundo pagano a causa de su rechazo a Dios. Por lo cual “Dios
los entregó” (Ro 1,24.26.29) a las apetencias de sus corazones, a pasiones infames, a su
mente insensata. Entre los vicios que la carta denuncia está la impureza (´) con
la cual deshonraron sus cuerpos (Ro 1,24) y el homosexualismo como pasión infame (Ro
1,26-27). La opción del creyente por Cristo y su liberación del pecado para vivir la vida en
el Espíritu (Ro 6-8), que es la vida en el amor por encima de la Ley (Ro 13,8-10), son temas
que la carta desarrolla. Al final, como síntesis del obrar cristiano, propone: “Como en
pleno día procedamos con decoro” (Ro 13,13). Y precisa, junto con otros comportamientos
que no corresponden: “nada de lujurias y desenfrenos”, para concluir con una invitación
perentoria a los creyentes a revestirse del Señor Jesús y a no preocuparse de la carne “para
satisfacer sus concupiscencias” (Ro 13,14).
En la I Corintios se encuentra una lista de los que no heredarán el reino de Dios (I Cor 6,9-
10), entre los cuales menciona a los impuros () y a los adúlteros (), a los
afeminados y a los homosexuales, junto con los idólatras, los ladrones, los borrachos, los
ultrajadores, los rapaces. Esta lista, en sus líneas generales corresponde con el programa del
Sermón de la Montaña (Mt 5,21-48), concretamente en lo que se refiere al adulterio y el
divorcio (Mt 5,27-32).
La misma carta puntualiza quiénes son los impuros () con quienes el cristiano no
podía comer (I Cor 5,10-11), ampliando la noción de impureza del judaísmo. Esta,
344
Dos expresiones del Documento Puebla reconocen esta sacramentalidad: “Todo niño –
imagen de Jesús- que nace debe ser acogido con cariño y bondad…” y “por amor a Cristo
cuyo rostro aparece en el rostro del niño que se desea y se trae libremente a la vida”.
PUEBLA 584.
345
SHNACKENBURG, R.: Op. cit. p. 222.
174
346
Ibídem. p. 228.
176
Algunos autores348 opinan que dado el contexto de la sentencia de Jesús –la discusión con
los fariseos acerca de la indisolubilidad y la ulterior explicación a los discípulos acerca de
las diversas formas de ser eunuco- más que una invitación a la virginidad consagrada se
refiere a la fidelidad conyugal. Pero también cabe pensar, por el contexto del capítulo, que
la indisolubilidad, la continencia voluntaria y el desprendimiento son exigencias para el
discípulo que ha aceptado seguir a Jesús.
Igualmente puede leerse una invitación al celibato en otra sentencia de Jesús dirigida a los
discípulos que lo han dejado todo por seguirlo:
“Yo os aseguro que nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos
por el reino de Dios quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo
venidero, vida eterna” (Lc 18,24-27).
Mateo (Mt 19,27-29) y Marcos (Mc 10,28-31), en los textos paralelos, no mencionan la
mujer pero sí la casa, lo cual puede considerarse como equivalente a la vida de pareja, dado
que el discípulo renunciaba a todo ello par seguir a Jesús.
También se puede pensar que los primeros cristianos entendieron la virginidad como una
opción, desde la expectativa del retorno inminente de Cristo Jesús y que el consiguiente
reconocimiento de la transitoriedad de todas las realidades terrenas estimulaba a adoptar
esta forma novedosa de vida. Así lo hizo Pablo y así lo recomendaba a los cristianos, no por
ascetismo sino para una mayor disponibilidad y en espera de la Parusía.
En sus escritos, Pablo rechaza una continencia mal motivada (Cf. I Cor 7,2-5; Col
2,8.16.20-23; I Ti 4,3) como era la que podía resultar atractiva para los cristianos por
influencia de las corrientes gnósticas. La opción por la virginidad –la suya y la que
aconseja- dimana de la convicción de que el matrimonio, como todo lo humano, es pasajero
y que las tribulaciones que precederían la era mesiánica afectarían más a los casados que a
los célibes (I Cor 7,28). Desde esta convicción aconseja: “bien está al hombre abstenerse
de mujer” (I Cor 7,1) para inmediatamente declarar la bondad del matrimonio y de la unión
conyugal. Luego recomienda a los célibes y a las viudas: “bien les está quedarse como
están” (I Cor 7,8), pero ve bien que se casen y a los jóvenes les aclara que no pecan si se
casan (I Cor 7,36).
La preferencia de Pablo por la virginidad radica en la mayor disponibilidad y en el hecho de
que los célibes estaban –o están- en capacidad de vivir en el eschaton y de ser signo de la
relatividad de las instituciones humanas. No parece que proponga la virginidad como un
estado superior en la comunidad de los cristianos o de mayor santidad por asociación del
celibato a un estado de pureza y del matrimonio con un estado de impureza.
Ahora bien, lo novedoso del cristianismo a este respecto no es la virginidad en sí misma,
que también en los templos paganos había vírgenes, aunque después se casaban, sino en la
superación de la obligatoriedad del matrimonio y la relativización de los absolutos de las
instituciones humanas349.
348
QUESNELL, Q.: “Made themselves Eunuchs for the Kingdom of Heaven”.
CATHOLIC BIBLICAL QUARTERLY 30 (1968). pp. 335-358.
349
Cf. GONZALEZ NUÑEZ, A.: La pareja humana en la Biblia. Madrid. San Pablo,
1994. p. 104.
178
"Lc 16,18 sería una forma "neutra" de esta instrucción, entre su forma judeocristiana
en Mt 5,32 y su forma paganocristiana en Mc 10,11. Mt 5,32 y Lc 16.18b rompen
con el derecho judío que con Dt 24,1 preveía el repudio de la mujer por el hombre.
Mateo toma la sustancia bajo una forma nueva en 19,9 para quitar su carácter
antinomista a Mc 10,2ss. En fin, el redactor final (de Mateo) habría ensayado
colocar, sin lograrlo, los diversos elementos de esta génesis complicada que tendía
hacia la abolición de la ley, en su esquema de cumplimiento de la ley por
Jesucristo"354.
Ahora bien, lo fundamental es que el Nuevo Testamento incluye esa alusión al matrimonio
desde una perspectiva novedosa y diferente a las costumbres vigentes.
Porque, conviene recordar, existía el repudio en el medio judío en el cual Jesús predicó y en el
medio judeo-helenístico-romano de la predicación los apóstoles. Entre los judíos, el esposo
tenía derecho a repudiar a su mujer y las escuelas rabínicas discutían no la licitud del repudio
sino la gravedad de la causal. Conforme a las costumbres, el repudio tenía como consecuencia
inmediata un nuevo matrimonio pues no tenía sentido alguno la existencia de un hombre que
no estuviera casado y menos de una mujer que no lo estuviera. Entre los griegos y romanos
también estaba ampliamente aceptada la práctica del divorcio y, a diferencia del mundo judío,
tanto la esposa como el esposo podían iniciar el proceso legal.
Y ahora sí podemos abordar el estudio de cada uno de los textos y de sus correspondientes
contextos.
trata, aquí, de una vinculación mutua de los cónyuges y no, simplemente, de la vinculación
unilateral de la mujer al marido355.
Pero lo que no ofrece ninguna duda es que el evangelio de Lucas proclama la unidad e
indisolubilidad del matrimonio al equiparar el repudio con el adulterio.
355
"Lucas entendió el logion en el sentido de una disposición moral. En conexión con 16,
16s, expone su tesis fundamental de que también en el tiempo del Evangelio (16,16)
permanece en pie la exigencia de la ley veterotestamentaria (16,17). Puede haber elegido el
logion el matrimonio como un ejemplo para destacar, frente a la licencia sexual del
ambiente pagano en que vivía su comunidad, la concepción estricta del matrimonio como
punto central de la ética cristiana”. HOFFMANN, P.: Op. cit. p. 213.
356
BONNARD, P.: Op. cit. p. 109.
357
BENOIT, P. y P. BOISMARD: Op. cit. p. 141.
181
Con esta oposición, el evangelista pretende responder a la objeción de los fariseos que se
afirmaban en la autoridad de Moisés para admitir el divorcio y que la perícopa de la
controversia (Mt 19,1-9) desarrolla más ampliamente.
Bonnard llama la atención sobre la manera como Mateo cita Dt 24,1: de los LXX toma la
palabra apostasion y el inciso parektos logou porneias traduciría el hebreo erwat dabar en su
interpretación rabínica. Lo cual indica que Mateo se refiere a una terminología y a una
problemática del judaísmo y no del Antiguo Testamento358.
La instrucción de Jesús sobre el repudio se refiere, pues, explícita aunque no literalmente al
código deuteronómico que admitía el repudio de la mujer y a la práctica rabínica al respecto,
con los cuales polemiza de manera similar a como lo hace con las prohibiciones de matar (Mt
5,21-24), cometer adulterio (Mt 5,25-30), jurar (Mt 5,33-37) y a las normas sobre la venganza
(Mt 5,38-42) y sobre el amor al prójimo pero no al enemigo (Mt 5,43-37). Es su autoridad
mesiánica la que permite a Jesús cuestionar la autoridad de Moisés: "pues bien, yo os digo"
(Mt 5,22.28.32.34.39.44).
Las palabras de Jesús en Mt 5,32 difieren de las que aparecen en 19,9. En el Sermón de la
Montaña dice Jesús: "todo el que repudia a su mujer (...) la hace ser adúltera y el que se casa
con una repudiada, comete adulterio"; en la controversia afirma: "quien repudia a su mujer y
se casa con otra, comete adulterio". Las diferencias podrían corresponder a tres situaciones
que, leyendo los dos logia en continuidad, pueden fácilmente identificarse: la mujer repudiada
que, conforme al uso judío, volvía a casarse; el hombre que se casara con una repudiada; y el
hombre que repudiara a su mujer y se casara con otra. Las tres situaciones tienen como común
denominador el calificativo de adulterio. Conviene subrayar, aquí, que el repudio entrañaba
nuevo matrimonio, por cuanto "no se repudiaba para permanecer célibe sino para casarse" 359.
Pero en Cristo, este orden de la ley resulta superado por el orden de la gracia: el nuevo
matrimonio es inadmisible y condenado como adulterio.
Analizando la prohibición de matar en el Sermón de la Montaña, Gil de Santivañes escribe
que Jesús "no está legislando sino presentando en lenguaje jurídico el ideal de que nadie puede
airarse en su corazón contra los demás"360, es decir, que la ley queda superada por el ideal. Por
el "sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,48) que cierra el capítulo y
que constituye el telón de fondo de la interpretación nueva que Jesús hace de la ley. Según tal
interpretación, la ley mosaica no queda abolida sino superada (Mt 5,17) y conlleva la
exigencia evangélica de aspirar a la perfección y no contentarse con el mero cumplimiento de
una ley extrínseca al hombre.
En el caso del repudio y la indisolubilidad, ésta se propone como un imperativo que proviene
del corazón, es intrínseco al proyecto de la pareja de creyentes, no como una norma de tipo
extrinsecista y obligatoria para todas las parejas.
Es interesante observar el diverso trato que ha experimentado cada una de las oposiciones del
Sermón de la Montaña. Por ejemplo, se prohibe jurar y, sin embargo, la Iglesia ha admitido el
juramento sin ningún escrúpulo. De igual manera, los comentaristas han estado dispuestos a
358
BONNARD, P.: Op. cit. p. 110.
359
Ibídem. p.111.
360
GIL DE SANTIVAÑES, A.: “Indisolubilidad matrimonial, ¿Ley o ideal
neotestamentario?“ RELIGION Y CULTURA 103 (1978). p. 209
182
361
CROUZEL, H.: Op. cit. p. 33.
183
fariseos es, simplemente, la ocasión para la enseñanza sobre el matrimonio. Jesús propone lo
que es válido a partir del ideal creacional, combinando las citas de Gen 1,27 y 2,24 con lo cual
la unidad de la pareja se remonta a la acción creadora de Dios362.
La construcción literaria recuerda, por una parte, la de las tentaciones (Mt 4,1-11; Lc 4,1-13):
los adversarios ponen a prueba a Jesús, quien responde con la Escritura. Para ellos les
devuelve la pregunta: "¿Qué os prescribió Moisés?" Ahora bien, éste era también un
procedimiento clásico entre los rabinos cuando se les interrogaba sobre algún punto de la
doctrina y sin ninguna intención maliciosa 363. Pero "los que interrogan, tientan a Jesús. La
doctrina de Jesús podría ser denunciada como contradictoria de lo asentado por la Ley. El
vuelco de la situación se aprecia al detectar que los adversarios preguntan por lo permitido
legalmente, y, en cambio, Jesús no les pregunta por lo permitido sino por lo mandado. En su
réplica, Jesús comienza adoptando una posición respecto al permiso implicado en lo prescrito
por el Deuteronomio. Lo explica como una concesión hecha a la dureza de corazón de los
judíos"364.
Y es que esta concesión hecha a la dureza de corazón no puede ser mantenida en la era
mesiánica, cuando el ideal creacional puede hacerse realidad.
El término sklerokardia () con el cual Jesús se refiere a la situación anterior
que autorizaba el repudio, es exclusivo del griego bíblico (Dt 10,16; Jer 4,4; Eclo 16,10) y
significa rebelión obstinada365. La era mesiánica corresponde al "corazón nuevo" (Ez 36,26), a
la ley escrita en el corazón (Jer 31,33), a la nueva alianza que restituye la posibilidad de hacer
realidad el proyecto de Dios para el hombres desde "el principio". Es así como la creación del
ser humano como hombre y mujer (Gen 1,27) constituye la base de la unidad del matrimonio,
unidad que aparece, a la vez, como proyecto: "y los dos se harán una sola carne" (Mc 10,8;
cf. Gen 2,24).
La forma como el evangelista redacta la controversia deja intacta la autoridad de la Ley -"no
he venido a abolir la Ley" (Mt 5,17)- por cuanto pone en juego una frase de la Escritura contra
otra.
Jesús concluye la cita del Génesis con su interpretación; "De manera que ya no son dos, sino
una sola carne" (Mc 10,8b). Y esta unidad que tienen como origen el ideal creacional, pero
que es proyecto y tarea para cada pareja en particular, es la que Jesús proclama solemnemente
con su conclusión categórica: "Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" (Mc 10,9).
Esta conclusión de Jesús parece hacer referencia a la indisolubilidad intrínseca del
matrimonio: a la unidad como tarea a realizar por la pareja y en virtud del dinamismo interno
del amor. Si se refiere a la indisolubilidad extrínseca del matrimonio, es decir, en razón de una
ley exterior a la pareja y a su proyecto, quedarían sin piso las disoluciones que la Iglesia ha
otorgado en virtud del Privilegio Paulino o del Privilegio Petrino.
362
Cf. HOFFMANN, P.: Op. cit. p.214
363
Cf. BENOIT, P. y P. BOISMARD: Op. cit. p.307.
364
TREVIJANO, R.: “Matrimonio y divorcio en la Sagrada Escritura”. En VARIOS: El
vínculo matrimonial. Madrid. BAC, 1978. p. 34.
365
Cf. GIL DE SANTIVAÑES, A.: Op. cit. p.205.
184
con respecto a las diversas interpretaciones que las escuelas rabínicas, concretamente los
shammaítas y los hillelitas, daban al erwat dabar de Dt 24,1. La pregunta es muy diferente en
el evangelio de Marcos, por cuanto la oposición de la escuelas rabínicas era desconocida para
los gentiles destinatarios de su evangelio. Recuérdese que en el mundo judío el repudio existía
con anterioridad a la legislación mosaica y que ésta lo reglamentó señalando sus límites. Las
escuelas rabínicas ofrecían diversas y contradictorias interpretaciones para la aplicación de la
ley.
Jesús elude la prueba respondiendo directamente con la cita del Génesis: la unidad
matrimonial del hombre y la mujer proviene de Dios y la pareja está llamada a hacer realidad
esa unidad. Este imperativo se opone a que el hombre la destruya. También aquí Jesús integra
los dos relatos de creación en la cita del proyecto original para la pareja:
"¿No habéis oído que el Creador desde el comienzo los hizo varón y hembra (Gen
1,27) y que por eso dijo: Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se
unirá a su mujer y los dos se harán una sola carne (Gen 2,24)?" (Mt 19,4b-5).
Con lo cual reafirma Jesús la validez de la forma original de la institución y manifiesta la
intención original divina de la unidad personal de la pareja368.
Comentando estos versículos anota Bonnard que Jesús "pone de manifiesto a sus adversarios
la superficialidad de la cuestión que le plantean; no es un rabino más hábil o más sabio que los
demás, se sitúa más bien en la línea de los grandes profetas del Antiguo Testamento. No es la
antigüedad de la institución del matrimonio lo que señala Jesús, sino la prioridad, tanto de
derecho como de hecho del designio creador de Dios"369. Dicho de otra manera, "el orden de la
creación aparece como el criterio de interpretación de la ley"370.
La controversia que los fariseos introducen para poner a prueba a Jesús tiene la estructura de
las tentaciones y también el sentido de las mismas. "La tentación -escribe Shnackenburg-
consiste en poner a Jesús en contradicción con Moisés. De hecho la conclusión de la
controversia confirma que Jesús abolió el permiso de divorcio dado por Moisés" 371. Pero Jesús
responde aludiendo a la voluntad de Dios en la creación: la unidad de la pareja.
Los fariseos argumentan (Mt 19, 7) y Jesús interpreta Dt 24,1 como una concesión que se
opone a la intención original de Dios: al principio no fue así. La argumentación de Mateo es
diferente a la de Marcos (Mc 10,4-5), al igual que la ubicación y el sentido del logion que en
Mateo forma parte de la disputa y sirve como respuesta a la pregunta formulada por los
fariseos.
Al igual que en el Sermón de la Montaña, su autoridad de Mesías permite a Jesús cuestionar
las leyes y tradiciones del judaísmo, pero para devolver a la experiencia humana su sentido
original: la igualdad del hombre y la mujer, la unidad de la pareja y la comunión interpersonal
que provienen del Creador. La idea de unión evidentemente se aplicaba a la relación de pareja:
la "originalidad" es que es Dios quien une a la pareja -no el estado, ni los padres, ni siquiera
368
Cf. GIL DE SANTIVAÑES, A.: Op. cit. p. 204.
369
BONNARD, P.: Op. cit. p. 410.
370
HOFFMANN, P.: Op. cit. p. 216.
371
SHNACKENBURG, R.: Op. cit. p.124.
186
ellos mismos- y se constituye el mismo Dios en garante de la unión. Por eso su unión es tal
que no pueden separarse, que es la conclusión de Jesús a la cita de la Escritura.
La controversia concluye con el logion de Jesús (Mt 19,9) en el cual aparece la excepción -me
epi porneia ( )- de la cual nos ocuparemos enseguida.
Respecto a este logion de Jesús, Pospihill indica que "Jesús no estaba aquí introduciendo una
nueva ley sino corrigiendo los abusos de la antigua y restableciendo su sentido original para
aquéllos que aún se encontraban sujetos a ella: se trataba de una interpretación -la única
verdadera- que él le daba y no de una promulgación. Muchos han visto en estas palabras de
Jesús una abrogación de la ley mosaica que permitía la disolución extrínseca del matrimonio o
divorcio. Pero es preciso preguntar: ¿si así fuera, cómo podría explicarse aquellos matrimonios
no sacramentales, es decir, uniones naturales, que habrían sido disueltos por la Iglesia? Más
bien podría presumirse que Jesús estaría reafirmando la indisolubilidad intrínseca y
restableciendo el verdadero ideal del matrimonio, el cual excluye la disolubilidad extrínseca
también. Sin embargo, no debería ampliarse el ideal hasta el punto de excluir toda
disolubilidad extrínseca pues, al fin y al cabo, el mismo Dios lo habría permitido (Dt 24)"372.
Después de la controversia con los fariseos, Jesús se enfrenta al asombro de los discípulos,
quienes no logran captar el alcance de sus palabras. Este asombro y esta dificultad para
comprender encuentran en Jesús su correspondiente explicación:
"No todos entiende este lenguaje sino aquellos a quienes se les ha concedido" (Mt
19,11).
Y es que la indisolubilidad del matrimonio, como la continencia voluntaria, como el
desprendimiento de las riquezas, todos ellos temas tratados en el capítulo 19 de Mateo, no se
entienden sino como opción del discípulo de Cristo.
372
POSPIHILL, V.J.: Divorce and remarriage. New York. Herder & Herder, 1967. p. 33.
187
Es evidente que Pablo preferiría el celibato al matrimonio, que lo recomienda a quienes optan
por él y esta opción la interpreta como una gracia particular (I Cor 7,7). Por otra parte, Pablo
aprovecha esta circunstancia para exponer las características de cómo debe ordenarse el
ejercicio de la sexualidad en la comunidad, características que va a explicitar y a aplicar a los
célibes y a las viudas (I Cor 7,8-9), a los casados (I Cor 7,10-12) y "a los demás" (I Cor 7,12-
16). A los célibes y a las viudas les recomienda Pablo que no se casen pero si no pueden
contenerse, que se casen. Esta recomendación está dirigida a las viudas pero no a los viudos (I
Cor 7,8-9). Quiénes sean "los demás", no está claro, lo cierto es que, dirigiéndose a ellos,
propone una excepción a la indisolubilidad, excepción que se conoce como el Privilegio
Paulino.
Es en la recomendación a los casados (I Cor 7,10-11) donde aparece la referencia a la
enseñanza de Jesús: "Ordeno, no yo sino el Señor" (I Cor 7,10). Este giro debe compararse
con el que utilizará más adelante cuando se dirija "a los demás": "Digo yo, no el Señor" (I Cor
7,12a).
Dice San Pablo a los casados:
".. les ordeno, no yo sino el Señor: que la mujer no se separe del marido, más en el
caso de separarse, que no vuelva a casarse, o que se reconcilie con su marido, y
que el marido no despida a su mujer" (I Cor 7,10-11).
Esta orden de Pablo tiene como fundamento la enseñanza de Jesús que el apóstol habría
recibido: la unidad de la pareja corresponde al proyecto de Dios para el hombre. Por eso no se
pueden separar los casados y en caso de que la separación fuera indispensable, el matrimonio
ulterior estaría prohibido.
La tradición que Pablo habría recibido coincide con el logion de los sinópticos (Lc 16,18; Mt
5,32; Mc 10,12; Mt 19,9). Benoit y Boismard son del parecer que Pablo se refiere, más bien, a
la interpretación que hace Jesús de las citas del Génesis -"Pues bien, lo que Dios unió no lo
separe el hombre" (Mt 19,6b; Mc 10,9)- y a la que califica como orden del Señor "por cuanto
el verbo que utiliza es separar y no repudiar que es el del logion"373. El contenido original de la
enseñanza, así, podría ser "que la mujer no se separe del marido y que el marido no despida a
su mujer", enseñanza que el apóstol no debió entender como una norma rígida pues le añade
una glosa: "mas en el caso de separarse, que no vuelva a casarse o que se reconcilie con su
marido". Pero que, además, adapta a las circunstancias que en su comunidad representaban los
matrimonios entre paganos y cristianos (I Cor 7,12-16) haciendo uso de su propia autoridad.
Es cuando se dirige "a los demás" y, a diferencia de la exhortación anterior a los casados,
como un precepto del Señor, aquí se trata de un ordenamiento del mismo apóstol, vale decir,
de una interpretación para responder a las necesidades de la comunidad. Pablo considera dos
posibilidades para el caso de los matrimonios entre un creyente y un no creyente. Una es que
si los esposos se santifican, no tienen que separarse: el cónyuge creyente santifica al no
creyente. La otra posibilidad es que no se santifiquen, es decir, si hay obstáculo para que el
uno salve al otro, entonces no sólo autoriza la separación sino que afirma que "no están
ligados" (I Cor 7,15a).
En cuanto a la primera posibilidad, es importante anotar que existía en Corinto el prejuicio de
que, por el comercio con el cónyuge no creyente el creyente se viera profanado o en cierta
373
BENOIT, P. y P. BOISMARD: Op. cit. p. 307.
188
forma contaminado. Pablo derrumba este prejuicio cuando enseña que el cristiano no cae en
poder de las potencias malignas por su relación con el no cristiano sino que, por el contrario,
santifica al cónyuge pagano y lo sitúa en la dimensión del amor de Dios. Esta primera
posibilidad permite decir que la segunda -la separación- no puede haber sido por motivos
religiosos374.
Como en el caso de las excepciones de Mateo, este texto ha dado lugar a innumerables y muy
diversas interpretaciones375. Ahora bien, el hecho es que plantea una situación bastante
concreta y que admite que el matrimonio contraído entre paganos no es indisoluble: "no están
ligados". Podría pensarse que en el caso de matrimonios entre cristianos, por el hecho mismo
de que se están salvando el uno al otro, no hace falta considerar excepciones a la
indisolubilidad. Habría, pues, que suponer que los matrimonios cristianos seguramente vivían
en paz y que, dado que algunos mixtos no, el apóstol propone una solución "porque para vivir
en paz os llamó el Señor" (I Cor 7,15b).
Pablo continúa con una segunda gran afirmación: "que permanezca cada uno como lo halló la
llamada de Dios " (I Cor 7,20-24): circunciso o incircunciso, esclavo o libre, virgen o casado.
Para los que no se han casado tiene un consejo ("no tengo precepto del Señor sino consejo"):
"permanecer vírgenes" (I Cor 7,25); para "los que tienen mujer" propone que "vivan como si
no la tuvieran" (I Cor 7,29), es decir, que relativicen el absoluto en que su matrimonio podría
constituirse.
La razón por la cual es partidario de que permanezcan célibes es que los casados tiene que
dividirse:
"El casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, está,
por tanto, dividido” (I Cor 7,33).
"La casada se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido" (I
Cor 7,34).
Este dualismo tendrá gran influencia en la vida de la Iglesia, ya que el matrimonio aparecerá
como obstáculo para una entrega al Señor. Pero nunca como algo malo, tal como también
Pablo lo enseñara.
A este propósito, repite la misma idea en la recomendación a aquéllos a quienes la llamada del
Señor encontró de novios: el que se casa obra bien, pero el que no se casa obra mejor (I Cor
7,36).
El capítulo concluye con una referencia a la mujer casada: está ligada a su marido mientras él
vive; muerto éste, puede volver a casarse pero únicamente "en el Señor" (I Cor 7,39). Y
vuelve al consejo de siempre, que es como un leit motif de todo el capítulo: mejor no se casen.
En este escrito Pablo hace equilibrios entre la virginidad que él considera superior y el
matrimonio cuya bondad no puede negar. Pero lo más importante de todo el capítulo es que a
propósito de la excepción a la indisolubilidad o Privilegio Paulino se plantea el fundamento de
la indisolubilidad sacramental: es el bautismo y no aspectos meramente antropológicos,
sociológicos o jurídicos lo que hace indisoluble al matrimonio.
374
Cf. HOFFMANN, P.: Op. cit. p. 221-222.
375
Cf. TREVIJANO, R.: Op. cit. pp. 54-55.
189
376
Cf. BONSIRVEN, J.: Le divorce dans le Nouveau Testament. Paris, Tournai, Roma.
Desclée, 1948.
190
La primera de ellas es que el adulterio se admite como razón suficiente pero sólo para
una separación y no para un divorcio y ulterior matrimonio. Esta es la solución
clásica, que corresponde con la glosa que Pablo habría agregado a la enseñanza de
Jesús (I Cor 7, 10) pero, en cambio, no con la aplicación que él mismo hace para los
matrimonios entre creyentes y no creyentes de la comunidad de Corinto.
Una segunda interpretación es la que proponen los protestantes, quienes consideran el
inciso de Mateo como una verdadera excepción a la indisolubilidad: el adulterio se
admite como razón excepcional para el divorcio y el matrimonio ulterior queda
legitimado en este caso. En su análisis sobre los logia de Jesús en los sinópticos, J.
Morales 378 rechaza esta opinión aduciendo en primer lugar que traducen porneia por
adulterio y que, además, estaría en contradicción con Marcos y Lucas y, sobre todo,
con los vv. 4-6 del capítulo 19, donde Jesús proclama restablecida la voluntad original
del Creador. También porque el evangelio no aportaría ninguna novedad sino que
estaría repitiendo lo que Moisés había permitido y las escuelas rabínicas admitían.
La tercera interpretación, conocida como la interpretación rabínica, es la que sostiene
que porneia no es ni adulterio ni el erwat dabar de Dt 24,1, sino que traduce el
término rabínico zenut o matrimonios con impedimentos y, por lo tanto ilegítimos.
Así, la excepción mateana se referiría a los matrimonios mixtos (Cf. I Cor 7,12-16), lo
cual resultaría coherente con la tradición anticotestamentaria que la praxis apostólica
habría asumido, y a los matrimonios realizados entre parientes con lazos de
consanguinidad, basándose en el empleo de porneia en los escritos neotestamentarios
(Act 15, 20, 29; 21, 25) para referirse a las uniones prohibidas por Lev 18,6-18 y, en
general a los matrimonios entre consanguíneos (Cf. I Cor 5,1). Es ésta la opinión de
Bonsirven379. Ahora bien, cabe anotar que no se trata entonces de una excepción a la
indisolubilidad sino de una solución para las uniones ilegítimas.
Otra interpretación es la que tiene como referente del término porneia la infidelidad a
Yahvé y que tiene presente la aplicación que Pablo hace de la unidad indisoluble de la
pareja en el caso de un cónyuge no creyente. Desde esta perspectiva y también
teniendo presente el contexto de las exigencias evangélicas para el discípulo y para las
parejas que viven su experiencia "en el Señor", la cláusula de Mateo bien podría
referirse a los matrimonios que viven en la infidelidad o a los matrimonios en los
cuales la parte no creyente no está interesada en vivir el ideal del evangelio, lo que
equivale a los matrimonios no sacramentales.
Ahora bien, cuando la cláusula de Mateo se lee en paralelo con la adaptación del principio de
indisolubilidad para los matrimonios mixtos que Pablo propone, se puede pensar en que se
trata de excepciones tomadas de las circunstancias históricas de la comunidad de Mateo y de
la comunidad de Corinto. Al evangelista le interesa hacer que la exigencia de Jesús sea
377
Cf. CROSSAN, D.: “Divorcio y matrimonio ulterior en el Nuevo Testamento”. En
BASSET, W. W.: ¿El matrimonio es indisoluble? Santander. Sal Terrae, 1971. p. 30.
378
MORALES, H.: “La indisolubilidad del matrimonio en el Evangelio de Mateo. Nota
Exegética”. CHRISTUS 478 (1975). p. 23.
379
Cf. BONSIRVEN, J.: Op. cit.
191
aplicable a la práctica380, lo cual coincide con el esfuerzo de Pablo para que las parejas puedan
vivir en paz. Así, tanto el evangelista como Pablo integran la afirmación categórica de la
indisolubilidad matrimonial a la adaptación que la comunidad cristiana debe hacer de ella a
causa de exigencias muy concretas de una situación histórica igualmente concreta.
380
Cf. HOFFMANN, P.: Op. cit. p. 217.
381
SCHILLEBEECKX, E. Op. cit. p. 145.
382
SOULEN, R.: Op. cit. p. 252.
383
"En las palabras sobre el divorcio, Jesús no da una ley, sino que se expresa contra el
empobrecimiento legalista de la realidad del matrimonio. "Porque Jesús supera el plano de
la ley y se remonta hasta el origen, sus palabras no pueden considerarse inmediata y
simplemente como una nueva ley". (RATZINGER, J.: Theologie der Ehe, Ratisbona-
Gotinga, 1969, p. 83). Pero es claro que, junto con la realidad del matrimonio, se muestran
sus exigencias. Las palabras de Jesús quieren ser plenamente orientadoras.
En Mc 10, la comunidad (probablemente) fundamenta la unidad inderogable del
matrimonio -ya afirmada por Jesús- apoyándola en Gen 1-2, es decir, remontándola a la
acción creadora de Dios. De ahí se sigue claramente el postulado teológico: Lo que Dios
unió no lo separe el hombre. Por tanto, la simple separación y no sólo el repudio (o
divorcio), así como el nuevo matrimonio, perturban el orden originario establecido por
Dios.
Pero estas exigencias del matrimonio debían concretarse en la tradición cristiana y tenían
que realizarse en la comunidad. Los grupos cristianos nacientes necesitaban mandamientos
192
Además, cuando se compara el logion de Jesús en su versión del Sermón de la Montaña (Mt
5,32) con otros sobre la ira (Mt 5,21), el adulterio (Mt 5,27) o el juramento (Mt 5,33) hay que
reconocer que el evangelista emplea el lenguaje de la ley pero se distancia para ir más allá del
plano jurídico y descubrir la realidad de la experiencia humana en la cual Dios interpela a los
hombres y las mujeres. La novedad de Jesús es la superación de la ley, extrínseca al hombre,
para dar al obrar humano la riqueza de la opción personal que brota del corazón y supera la
casuística de la ley. Es una nueva interpretación de la ley, una exigencia de una "justicia
mayor" (Mt 5,20) que sobrepasa las imposiciones de la ley.
No parece, pues, que pueda deducirse de los logia de Jesús sobre la indisolubilidad un carácter
normativo de tipo legal sino, más bien, la exigencia evangélica para el matrimonio vivido por
los discípulos. Más que un precepto, se trata de un ideal que la gracia hace posible.
Los evangelios proponen una visión nueva y radical sobre la santidad del matrimonio y una
ruptura con la práctica existente, en cuanto exigencia de la nueva ley. Pero esta novedad sólo
es exigencia para quien haya aceptado a Cristo en su vida y se haya adherido vitalmente a su
persona y a su evangelio.
Esta exigencia brota, según la afirmación de Jesús, del proyecto del Creador que la dureza de
corazón del hombre del Antiguo Testamento y del hombre de todos los tiempos obstaculiza,
pero que se convierte en posibilidad en el nuevo orden inaugurado por Cristo para quien que
acoge su mensaje y admite en su vida la acción del Espíritu Santo que le da un "corazón
nuevo". El proyecto original, que incluye la igualdad fundamental y la comunión de la pareja,
excluye el sometimiento de un sexo y consiguiente dominación por parte del otro, y el
divorcio como fracaso de la comunidad conyugal.
Sobre el proyecto original reflexionó el Papa Juan Pablo II, por considerar que en él se
fundamenta la doctrina sobre el matrimonio. El punto de partida de sus reflexiones había sido
la pregunta de los fariseos a Jesús sobre la licitud del repudio:
"Los hombres de todos los tiempos proponen preguntas sobre el mismo tema.
También lo hacen nuestros contemporáneos, quienes, no obstante, en sus preguntas
no se refieren a la ley de Moisés, que admitía el libelo de repudio, sino a otras
circunstancias y a otras leyes. Estas cuestiones de ellos están cargadas de problemas
desconocidos para los interlocutores contemporáneos de Cristo. Sabemos que
problemas concernientes al matrimonio y a la familia se han propuesto al último
concilio, al Papa Pablo VI, y continuamente se formulan en el período posconciliar,
cada día, en las más diversas circunstancias. Las formulan personas particulares,
cónyuges, esposos, jóvenes, economistas, demógrafos; en suma, la cultura y la
civilización contemporáneas.
Pienso que entre las respuestas que Cristo daría a los hombres de nuestro tiempo y a
sus interrogaciones tan impacientes con frecuencia, sería fundamental aún la dada
claros. Y el Nuevo Testamento nos muestra que esto sucedió de muchas maneras. Las
exigencias de Jesús, si querían ser entendidas, debían articularse de distinta manera entre
los griegos y entre los judíos. Además, en la interpretación de tales exigencias se llegó a
modificaciones, dado que se tenía en cuenta la culpa humana en el matrimonio. Este
fenómeno muestra cómo la comunidad cristiana, pese a su fidelidad a las palabras de Jesús,
no las entendió como una ley, sino como un imperativo que exige una continua
interpretación". P. HOFFMANN: Op. cit. pp. 223-224.
193
por él a los fariseos. Respondiendo a sus demandas, Cristo se referiría ante todo al
"principio".
(...) En la respuesta se hace apelación a verdades fundamentales y elementales
acerca del ser humano como hombre y mujer. Es la respuesta a cuyo través
entrevemos la estructura misma de la identidad humana en las dimensiones del
misterio de la creación y, a un mismo tiempo, en las perspectivas del Misterio de
redención. (...) Puede decirse que, en la respuesta a los fariseos, Cristo propuso a sus
interlocutores también una "visión integral del hombre" sin la cual no puede darse
adecuada respuesta alguna a los interrogantes conexos con el matrimonio y la
procreación. (...) La respuesta de Cristo a los fariseos quiere también que el hombre,
varón y hembra, sea un sujeto que decida de sus propias acciones a la luz de la
verdad integral sobre sí mismo, en cuanto verdad originaria, o sea, fundamento de
las experiencias auténticamente humanas.
(...) Cuán significativo es que Cristo en su respuesta a todas estas cuestiones, ordene
al hombre, en cierta medida, volver sobre las huellas de su historia teológica. Le
ordena colocarse en el límite entre la inocencia-felicidad originaria y la herencia de
la primera caída. ¿Quizá no quiere decirle, de esta forma, que el camino sobre el
cual conduce al hombre, varón-hembra, en el sacramento del matrimonio, es decir la
vía de ‘la redención del cuerpo’ debe consistir en la recuperación de la dignidad en
que se completa, simultáneamente, el verdadero significado del cuerpo humano, su
significado personal y ‘de comunión’?"384
Esta es la buena noticia para las parejas. Su proyecto puede convertirse en realidad cuando
sintoniza con el proyecto del Creador y acepta ser salvado por la obra de Cristo. Así, la unidad
e indisolubilidad de la comunidad conyugal se descubre en la experiencia de la pareja como
proyecto que Cristo Jesús hace posible. Pero no puede tratarse de una imposición
indiscriminada para todas las parejas, muchas de las cuales viven en la "dureza de corazón"
que admitía el repudio, sino para las parejas con un corazón nuevo, que viven, en razón de su
bautismo, la vida nueva en Cristo y para quienes la experiencia de conyugalidad adquiere
plena sentido en la dimensión de creación y salvación.
384
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 2 de abril de 1980. ECCLESIA
1978 (1980), pp. 67.
194
vírgenes debían formar un cortejo que esperaba al novio que iba a recoger a la novia y luego
los acompañaba hasta la casa de aquél donde se celebraba la fiesta. Las vírgenes que no fueron
previsivas y a última hora se fueron a comprar aceite, llegaron tarde al banquete y encontraron
la puerta cerrada. En el texto paralelo de Lucas (Lc 12,35-38), son hombres los que esperan a
que su señor vuelva de la boda, que no parece ser "su" boda sino una a la cual habría sido
invitado.
385
Cf. CULLMANN, O.: "Los sacramentos en el evangelio de Juan”. En La fe y el culto en
la Iglesia Primitiva. Madrid. Studium, 1971. pp. 221-228.
196
Pero en los escritos paulinos, la más importante reflexión a partir del simbolismo conyugal es
la que propone la carta a los Efesios (Ef 5,21-32) acerca del significado salvífico del
matrimonio.
En primer lugar es preciso ubicar esta reflexión de Pablo dentro del amplio contexto de la
carta, dirigida a una comunidad convertida del paganismo al cristianismo y en la que propone
a los nuevos cristianos unos contenidos doctrinales desde los cuales tiene sentido la forma
novedosa de vida que supone dicha conversión. Un aspecto de esta nueva forma de vida es la
familia (Ef 5,21-6,1).
Desde el versículo 4,17 la epístola está hablando de la vida nueva de los bautizados, hechos
por Cristo hombres nuevos y mujeres nuevas, cuya manera de vivir es, por tanto, diferente de
la vida que lleva el pagano o de la que el creyente llevaba cuando aún estaba sujeto al pecado.
Esta nueva forma de vivir es una nueva forma de obrar, una nueva forma de relacionarse que
tiene como origen la transformación que experimenta la persona: es despojarse del hombre
viejo para revestirse "del Hombre Nuevo, creado según dios en la justicia y santidad de la
verdad" (Ef 4,24); es dejar de ser tinieblas para ser luz y vivir "como hijos de la luz" (Ef 5,8).
Sin este presupuesto, los consejos de Pablo a la comunidad de Efeso carecen de sentido, ya
que es el criterio desde el cual puede decirse cuáles son y cuáles no, las acciones que
corresponden al Hombre Nuevo en Jesucristo.
San Pablo insiste en sus escritos en que este Hombre Nuevo en Jesucristo viva las
instituciones humanas, pero las viva en forma radicalmente nueva: en el amor de Cristo. Y es
ahí donde Pablo enmarca la tablilla doméstica de la carta a los Efesios (Ef 5,21-6,2; cf. Col
3,18s), donde explícita cómo vivir las relaciones familiares en Cristo: la relación esposo-
esposa, la relación padres-hijos, la relación amos-esclavos.
A propósito de la sumisión de las esposas a sus maridos, conforme al uso de sus
contemporáneos, y del amor con que los esposos deben amar a sus esposas, Pablo, en su estilo
característico de hilar una idea con otra que desarrolla y profundiza, incluye su reflexión
acerca del significado salvífico de la relación de pareja:
"Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo.
Las mujeres a sus maridos,
como al Señor,
porque el marido es cabeza de la mujer,
como Cristo es cabeza del Cuerpo.
Así como la Iglesia está sumisa a Cristo,
así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres
como Cristo amó a la Iglesia
y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla
purificándola mediante el baño de agua
en virtud de la palabra,
y presentársela resplandeciente a sí mismo;
sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida,
sino que sea santa e inmaculada.
Así deben amar los maridos a sus mujeres
197
386
Cf. PARRA, A.: Sacramentos de la fe. Ed. cit. pp. 50-53.
199
Así lo entiende y lo propone Pablo. El amor de un hombre y una mujer es signo de salvación
cuando dicho amor tiene como marco la vida nueva de bautizado. Y es signo de salvación
porque revela el misterio del amor de Dios en Cristo hecho presente en la vida de la pareja.
Muchas son las consecuencias de esta capacidad de transignificación de la experiencia de
pareja. En primer lugar la exigencia de que el significante se asemeje a su significado o, dicho
de otra manera, la imagen a su modelo. Lo cual ocurre no sólo como paradigma que debe
reproducirse, sino como dinamismo transformante que permite al amor humano participar del
amor con el cual Dios se hace presente en la historia de la humanidad: amor gratuito, fiel,
definitivo, que perdona y salva, amor que va más allá de la unión para realizar la comunión de
la pareja. Pero para que esta transformación tenga lugar es preciso que exista, como requisito,
el ingrediente indispensable del amor humano y no alguno de sus espejismos, que los esposos
reúnan las condiciones de madurez sicológica y afectiva para amar de verdad, que estén
abiertos a la acción de la gracia y no absoluticen su amor cerrándole la puerta a la presencia de
Dios en su experiencia.
Un amor que asume las características del amor con que Dios ama es el que realiza la unión de
la pareja a la manera de la unión de Cristo y la Iglesia, incorporándola en la historia de
salvación para que se constituya en kairos, es decir, en acontecimiento salvífico.
Porque para los bautizados, su historia personal de amor -encuentro y comunión, pero también
pecado y perdón- adquiere consistencia y significado cuando se integra en la historia universal
de salvación para hacerse historia de salvación de la pareja, sacramento de la salvación de
Dios.
Pero también, y así lo hace notar San Pablo, la pareja de bautizados está llamada a manifestar
el ideal de la pareja creacional, imagen y semejanza de Dios en su comunión interpersonal
fecunda. La pareja de bautizados vive la tensión del pecado personal y social, pero en virtud
de la gracia bautismal y de la gracia propia del sacramento, está en posibilidad de realizar el
deber ser que el Creador propone para la pareja.
Y una última consecuencia: por su vinculación a Cristo, el bautizado y la bautizada están en
condiciones de amar como Cristo y salvar a su cónyuge como Cristo salva a su Iglesia. Es así
como la pareja cristiana son, el uno para el otro, portadores de salvación.
Este es el planteamiento de la Epístola a los Efesios cuando invita a los esposos a amar a sus
esposas recurriendo al modelo cultural de pareja que el apóstol conocía, razón por la cual
equipara al marido con Cristo y a la esposa con la Iglesia:
CRISTO IGLESIA
Esposo Esposa
De una lectura superficial y al pie de la letra de esta comparación, bien podría deducirse que la
relación nupcial salvífica se reduce a que únicamente el marido ama y salva a la mujer como
Cristo ama y salva a la Iglesia, y que la mujer simplemente se somete al marido como la
Iglesia a Cristo.
200
CRISTO
Esposo Esposa
IGLESIA
Con el amor de Cristo, el esposo ama a su esposa y la salva, presentándosela a Cristo, y con el
mismo amor de Cristo la esposa ama a su esposo y lo salva, presentándoselo a Cristo. Y los
dos esposos, en su experiencia de amor en Cristo, hacen presente a Cristo: son Iglesia.
Y esto porque la pareja cristiana, introducida ya por el bautismo en el Cuerpo Místico de la
Iglesia-Esposa, se sitúa por el matrimonio bajo el influjo de Cristo-Esposo. El amor nupcial,
esa vida que se desarrolla entre Cristo-Esposo y la Iglesia-Esposa, su Cuerpo, entra como
fuerza en la unión de los esposos bautizados y, en consecuencia, integrados en el círculo vital
del amor de Cristo para que las relaciones entre ellos sean fiel reflejo de las relaciones entre
Cristo y la Iglesia387.
Esta posibilidad que se ofrece a la pareja para amar con un amor que participa del amor de
Dios, para realizar su unión a la manera de la unión de Cristo y de su Iglesia, para revelar en
su comunión la imagen trinitaria, para ser instrumento de mutua santificación, supone y exige
la vida nueva del bautismo.
No es que el rito "eleve" el matrimonio a sacramento y santifique lo que no era santo, a la vez
que hace indisoluble el lazo entre los esposos, sino que el matrimonio de dos bautizados es
sacramento, es decir, expresa y realiza la unión Cristo-Iglesia con sus características de
unidad, fecundidad e indisolubilidad.
387
Cf. TOMKO, J.: “La famille chrétienne. Discours au II. Symposium International de
Théologie”. DOCUMENTATION CATHOLIQUE 1792 (1980). pp. 816-822.
201
La unión de la pareja de bautizados está llamada, por ello, a ser "exclusiva, irrevocable y
fecunda entrega a la persona amada"388. Exclusiva, como es el encuentro y la comunión
conyugal y como es la entrega de Cristo a su Iglesia. Irrevocable, como es el sí de los esposos
que proyectan construir su felicidad a pesar de todas las amenazas y dificultades, como es el sí
de Dios a la humanidad a pesar de su pecado. Fecunda, porque el amor da vida y salva, así es,
también, el amor de la pareja que da vida: es una invitación que los dos se hacen a dar sentido
a su vida, que da existencia a la pareja y llama a la vida al hijo. Pero, además, con su amor la
pareja cristiana se comunican el uno al otro la vida nueva, la ofrecen a los hijos y al mundo en
el cual están inmersos. La fecundidad conyugal no es, pues, únicamente procreativa sino
creativa.
Por otra parte, si por el bautismo y la confirmación, el cristiano es incorporado en la misión de
Cristo y de la Iglesia, por el matrimonio esta misión compete conjuntamente a la pareja: salvar
a cada hombre y a cada mujer, a todos los hombres y a todas las mujeres.
Desde esta perspectiva se puede considerar que los esposos y los hijos son Iglesia -Iglesia
Doméstica-, es decir, signo e instrumento de la unión de los hombres entre sí y de los hombres
con Dios389, signo e instrumento del amor de Dios. Así mismo, es posible descubrir cómo la
pareja, incorporada por el bautismo a la Iglesia-Esposa, da visibilidad histórica a Jesucristo
resucitado que se hace presente allí donde dos o tres se reúnen en su nombre (cf. Mt 18,20):
es, por lo tanto, "testimonio de presencia pascual del Señor"390.
Conclusiones
De la lectura de los textos relativos a la experiencia de pareja en el Nuevo Testamento, se
pretende destacar:
El cristianismo naciente se acomoda a las normas de la época en sus diversas
relaciones y a la concepción ética de las mismas. Es así como incorpora los códigos de
obligaciones familiares y sociales, invitando a vivir tales condiciones con la novedad
del cristianismo.
La irrupción del nuevo orden en la persona de Jesucristo “borra el pecado del mundo”
y hace posible el reconocimiento de la igualdad fundamental del varón y la mujer que
corresponde al ideal creacional.
Las diferencias socioculturales entre el hombre y la mujer se difuminan ante el
reconocimiento de la igualdad fundamental de todos los seres humanos como hijos de
Dios. Así mismo, la relación dominio del varón y sumisión de la mujer resulta
corregida por la mutua sumisión en el amor.
Ahora bien, la concretización de este nuevo orden en lo relativo a la igualdad de la
pareja, como también en muchos otros aspectos, se ha visto oscurecida por las
circunstancias culturales y sociales que apenas recientemente presentan signos de
cambio. Las nuevas circunstancias invitan a descubrir en el evangelio y en toda la
Escritura datos que hasta ahora posiblemente habían pasado desapercibidos.
388
PUEBLA 582.
389
Cf. LG 1.
390
PUEBLA 583.
202
entre el ideal y la realidad histórica de las parejas concretas, tensión que Mateo y
Pablo intentan solucionar para que las parejas vivan en paz, como es el proyecto de
Dios para la humanidad.
De la lectura del simbolismo conyugal en el Nuevo Testamento destaquemos:
El reconocimiento de la capacidad de transignificación que ofrece la experiencia de
conyugalidad para hacer comprensible el misterio del amor de Dios por la humanidad,
misterio que se revela en la Encarnación.
En esta capacidad de transignificación se descubre la dimensión sacramental del
matrimonio.
Los escritos neotestamentarios, y más exactamente los paulinos, afirman que el
matrimonio es misterio, vale decir sacramento, por que está referido a la pareja
creacional, imagen y semejanza de Dios y ésta, a su vez, a la unión nupcial de Cristo y
la Iglesia.
Esta sacramentalidad permite a la pareja amar como Cristo y hacerse, así, portadores
de salvación el uno para el otro.
En razón de la sacramentalidad de su matrimonio, la pareja de bautizados está en
posibilidad de reproducir la unión definitiva y total de Cristo con su Iglesia, a la vez
que participar de la fecundidad de la entrega de Cristo-Esposo a la Iglesia-Esposa.
En el encuentro de la pareja de bautizados Jesucristo resucitado se hace presente, y es
así como el matrimonio y la familia son Iglesia Doméstica, pequeña Iglesia que se
abre al mundo para servir y dar testimonio de su amor.
La condición histórica de los seres humanos y su inquietud por buscar explicaciones y/o
justificaciones a la experiencia vivida, nos llevan a plantearnos, una y otra vez, preguntas
cuyas respuestas se van perfilando lentamente en el transcurso del tiempo.
Tal es el caso de la experiencia de pareja y del matrimonio. Y para los cristianos,
concretamente, de la experiencia cristiana de pareja y del matrimonio cristiano, en cuanto
realidad vivida y acontecimiento celebrado por las parejas de diversas épocas y culturas, o
como doctrina y praxis que van tomando cuerpo hasta constituirse en las que actualmente
conocemos.
Las páginas siguientes intentan trazar la evolución de la reflexión sobre la experiencia de
pareja a lo largo de los veinte siglos de cristianismo, a la par que destacar cómo, a manera
de constante, la realidad humana es asumida por Cristo y en la Iglesia como acontecimiento
salvífico.
Pero esta realidad, compleja y multiforme, no es vivida de igual manera en todas las
culturas y la interpretación que de ella se ha hecho tampoco es común a todos los tiempos y
204
confundida con las tinieblas y el desorden, es el principio del mal. La virtud consiste en
desligar el alma del cuerpo para alcanzar la unión con el Uno 391. Consiguientemente, la
sexualidad, asociada al cuerpo y, por lo tanto, material, era despreciada junto con todas sus
manifestaciones.
Es igualmente significativa la influencia del modelo ético del estoicismo, cuyo principio
básico era su sumisión al orden del mundo y el dominio de la pasión por la razón. Como
quiera que, desde esta corriente filosófica, la pasión sexual es indigna del hombre, la
naturaleza que ordena el acto sexual a la procreación es el elemento racional que modera la
pasión. Los autores cristianos se apropiaron de la ética estoica y en la reflexión cristiana se
introdujo, así, junto con una especie de repugnancia frente a cualquier manifestación de la
sexualidad, el énfasis en el aspecto procreativo392.
391
BRUGGER, W.: Diccionario de Filosofía. Barcelona. Herder, 1972. V.
“Neoplatonismo”. pp. 371-372.
392
Cf. BENETTI, S.: Sexualidad y erotismo en la Biblia. Buenos Aires. San Pablo, 1994.
pp. 275-278.
393
Cf. GODEFROY, L.: “Le mariage au temps des Pères”. DTC IX. cols. 2078-2085.
394
PARRA, A.: Sacramentos de la fe. Ed. cit. p. 120.
207
las ideas de Montano, rechazó las segundas nupcias y a sus seguidores se les conoce como
tertulianistas. Tanto Tertuliano como Montano fueron excomulgados.
El novacianismo, en el siglo III, enseñaba un riguroso ascetismo como reacción al perdón
concedido por la Iglesia a los lapsi.
El priscilianismo, que se desarrolló en España en el siglo IV, rechazaba el matrimonio.
El maniqueísmo tomo mucho de los gnósticos, algo del cristianismo y otro tanto del
dualismo de la religión persa. Dado que el cuerpo proviene del Principio del Mal, que es el
de las tinieblas y la materia, todo lo que hiciera relación al cuerpo era malo. Por eso la
doctrina de Manes condenaba el matrimonio, rechazaba la procreación y consideraba como
fornicación el acto sexual395.
Joviniano, contemporáneo de San Agustín, enseñaba que lo mismo era el matrimonio y la
virginidad en lugar de admitir la superioridad de la virginidad, como era la opinión de los
Padres de la Iglesia.
Según Pelagio, a quien combatió San Agustín, la humanidad no necesita de la gracia para
salvarse y la concupiscencia que acompaña el matrimonio es un bien.
395
LLANO, A.: Regulación de la natalidad. Bogotá. Tercer Mundo, 1977. pp. 65-66.
396
Cf. ROUSSELLE, A.: “La política de los cuerpos: entre procreación y continencia en
Roma”. En Historia de las mujeres. Madrid. Taurus, 1991. Tomo 1. pp. 317-369.
ALEXANDRE, M.: “Imágenes de mujeres en los inicios de la cristiandad”. En Historia de
las mujeres. Madrid. Taurus, 1991. Tomo 1. pp. 464-511.
397
SAN AGUSTIN: De Genesi ad litteram, c. IX, n. 5,9. P.L. 34. col. 396.
398
FOUCAULT, M.: Historia de la sexualidad. México. Siglo XXI, 1979.
399
DEMOSTENES LIX, 122. Citado por C. LEDUC: “¿Cómo darla en matrimonio?”. En
Historia de las mujeres. Madrid. Taurus, 1991. Tomo 1. p. 290.
208
400
VIDAL, M.: Moral de actitudes III. Madrid. PS Editorial, 1974. p. 325.
401
JUSTINO: Apología 1, 29. P.G. 6. col. 373.
209
“Hacer el acto conyugal con otra intención diferente de la de procrear es hacerle una
injusticia a la naturaleza”402.
Esta injusticia la deducía del comportamiento de los animales y del ejemplo del sembrador
que deposita la semilla en la tierra.
Clemente de Alejandría valoraba el amor, el apoyo y la asistencia mutua de la pareja, al
igual que el vínculo que une a los esposos y por el cual consideraba a los casados
superiores a los demás, incluso a los célibes, en la manera de ordenar su vida pero no en lo
que se refiere a la salvación. En su interpretación, el matrimonio es bueno pues su finalidad
es continuar la obra de la creación y porque la mujer le ayuda al hombre en las labores de la
casa y a ser virtuoso403.
Para condenar la herejía gnóstica como una injuria al Creador que hizo los sexos diferentes
para la propagación de la especie 404, Ireneo de Lyon, en el siglo II, relacionaba la bondad
del matrimonio con la bondad del acto sexual y su función procreadora.
Para Orígenes, un teólogo muy controvertido que escribió en la primera mitad del siglo III,
la bondad del matrimonio y del acto conyugal radicaba en la procreación. Sin embargo,
aunque no calificó el acto conyugal como pecado sí consideraba que manchaba 405. Para este
autor, el matrimonio existe como remedio a la concupiscencia y se justifica por la
procreación. Esta finalidad constituye, además, el parámetro de moralidad del acto sexual:
en el matrimonio, durante los periodos determinados y legítimos y solamente para
engendrar hijos, por lo cual condenaba las uniones que no buscaran expresamente la
procreación406, recurriendo también al ejemplo del sembrador que siembra únicamente
cuando la tierra lo permite o a la pareja animal que sólo se une para conservar la especie.
Otro escritor eclesiástico controvertido, Tertuliano (ca. 160-220), consideraba el
matrimonio como remedio a la concupiscencia e inicialmente necesario para poblar la
tierra.
San Basilio (ca. 330-379), uno de los tres padres capadocios, enseñaba que “el matrimonio
es honorable cuando se contrae no en vista del placer sino con la finalidad de tener
hijos”407.
San Juan Crisóstomo (ca. 347-407) toleraba el matrimonio para evitar la fornicación, no
obstante lo cual admitía que no constituye obstáculo para la salvación 408 y San Ambrosio
(333-397), el obispo de Milán, lo justificaba, pero sólo para algunos y en condescendencia
a su debilidad, pues calificó los actos de los esposos como vergonzosos409.
402
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA: Pedagogo II, 10. P.G. 8. col. 512.
403
CLEMENTE DE ALEJANDRIA: Stromata VII, 12. P.G. 8. cols. 496-512.
404
IRENEO DE LYON: Adversus haereses LI, cap. 28. P.G. 7. col. 690.
405
ORIGENES: In Num. hom. VI, 3. P.G. 12. col. 608.
406
ORIGENES: Hom. in Gen. III, 6, 8-10; V, 4, 35. P.G. 12. cols. 180-181; 191.
407
SAN BASILIO: Liber de virginitate 37-38. P.G. 30. col. 745.
408
SAN JUAN CRISOSTOMO: In Matthaeum, hom. VII, 7. P.G. 57. cols. 80-82.
409
SAN AMBROSIO: Exhortatio virginitate I, 4; Epistola 63. P.L. 16. cols. 346; 1200.
210
En el pensamiento de San Jerónimo (ca. 342-419), el matrimonio era un mal menor que él
justificaba por el peligro de fornicación, al igual que toleraba el acto sexual por la
procreación. Pero lo calificó de “grosero placer que impide recibir el cuerpo del Señor”. Por
esta razón consideraba que el marido que “se abstiene de la unión sexual honra a su mujer y
el que la ama con demasiado ardor comete adulterio”410.
410
SAN JERONIMO: Epistola LXXIX (Ad Salvinam). P.L. 22. col. 731.
411
SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA: “Epistola ad Polycarpum V. 1”. Ed. cit. p. 149.
412
SAN IRENEO DE LYON: Adversus haereses, Lib. I, cap. 8, 4. P.G. 7. col. 532.
413
CLEMENTE DE ALEJANDRIA: Stromata III, 11. P.G. 8. col. 1174.
211
siguiendo los pasos de Pablo, aplicó al matrimonio, pudo decir que es santo el matrimonio
porque es figura de la unión de Cristo con la Iglesia414.
En los escritos de Orígenes, el controvertido escritor del siglo III, son también frecuentes las
alusiones al matrimonio, especialmente cuando proponía la unión conyugal como ejemplo de
interpretación alegórica de la Escritura: el matrimonio es figura de la unión de Cristo con la
Iglesia415. Así lo afirmó en sus comentarios al Génesis, al capítulo 19 de Mateo, a la Epístola a
los Romanos y al Cantar de los Cantares.
De Tertuliano, a finales del siglo II y comienzos del siglo III, es igualmente característica la
interpretación alegorizante de la Sagrada Escritura, en la cual este autor pretendía descubrir un
sentido único y original como regla de fe para los cristianos, y con este criterio citaba los
textos del Génesis y de Efesios para proponer la significación en la pareja creacional416.
Hay que destacar que Tertuliano fue el primero en utilizar el término sacramentum, no con el
sentido que posteriormente se le daría, aunque se vislumbra cuando señala que el matrimonio
bendecido por Dios es garantía de su providencia y la gracia es una seguridad contra las
dificultades que amenazan a los esposos.
".. habiendo sido asumidos por la gracia de Dios en este estado, están obligados a
perseverar, son santificados y reciben la esperanza de convertir al cónyuge. Si un
matrimonio así es aprobado por Dios, ¿por qué no podría mantenerse en la felicidad
sin estar continuamente amenazado por pruebas, dificultades, obstáculos e
impurezas, si posee ya en parte el patrocinio de la gracia de Dios?"417
En el escrito dirigido a su esposa, Tertuliano subrayó el aspecto unitivo de la experiencia de
pareja:
“Donde hay una sola carne, allí también hay un solo espíritu. Juntos oran, juntos se
acuestan, juntos cumplen la ley del ayuno. Uno a otro se enseñan, uno a otro se
414
"...
". CLEMENTE DE ALEJANDRÍA. Stromata III, cap. XII. P.G. 8.
col. 1187.
"
415
". ORIGENES.
Comment. in Matt., tomus XVII. P.G. 13. cols. 1952-1953.
416
"Habet similitudo cum veritate honris consortium. Laborabo ego nunc eundem deum
probare masculi et Christi, mulieris et ecclesiae, carnis et spiritus, ipso apostolo sententiam
creatori adhibinte, inmo et disserente? propter hanc relinquet homo patrem et matrem, et
erunt duo in carne una. Sacramentum hoc magnum est. Sufficit interim, ista si creatoris
magna sunt apud apostolum sacramenta, minima apud hereticos; sed ego autem dico,
inquit, in Christum et ecclesiam. Habes interpretationem, non separtionem sacramenti.
Ostendit figuram sacramenti ab eo premisitratam, cuius erat utique sacramentum".
TERTULIANO. Adversus Marcionem V. 18, 10. P.L. 2. col. 550.
417
TERTULIANO: Ad uxorem II, 7, 1. Ed. cit. p. 143.
212
exhortan, uno a otro se soportan. Los dos son iguales en la Iglesia de Dios, iguales
en las pruebas, en las persecuciones, en los consuelos”418.
San Metodio de Olimpo, en el siglo IV y en la misma perspectiva de los autores anteriores,
afirmó que el marido debe amar a su esposa porque es imagen de Cristo y dedujo los deberes
conyugales de la significación del matrimonio419.
En los padres capadocios se nota una visión pesimista del matrimonio, probablemente porque
se estaban refiriendo a la vida disoluta de los paganos. El matrimonio de los cristianos, en
cambio, es santo porque es figura de la unión de Cristo y de su Iglesia, unión de la cual deriva
la conducta de los esposos cristianos y la exigencia de indisolubilidad. Así lo afirmaron San
Basilio el Grande (330-379)420, San Gregorio de Nisa (+394)421 y San Gregorio Nacianceno
(329-390). Este último, comentando a San Mateo y apoyándose en San Pablo, enseñó que la
esposa al reverenciar al marido reverencia a Cristo y que el marido ha de alimentar y amar a su
esposa porque así obra Cristo con la Iglesia422.
Entre los padres griegos es particularmente importante la contribución de San Cirilo (+ 386),
obispo de Jerusalén. Para refutar la doctrina de los maniqueos que despreciaban el
matrimonio, aplicó al matrimonio el adjetivo semnos (, reservado para referirse a
aquello que pertenece al ámbito de lo sagrado423.
Griego, también, San Epifanio (315-403), obispo de Constancia, combatió las herejías de su
época que negaban la bondad del matrimonio: los saturnilianos, los gnósticos, los encratitas,
los origenianos. A tal fin, calificó una y otra vez el matrimonio como sagrado ()424 y,
citando a Ireneo, relacionó también el matrimonio con la unión de Cristo con la Iglesia425.
418
TERTULIANO: Ad uxorem VIII, 7, 1. Ed. cit. p. 149.
419
METODIO DE OLIMPO: Le banquet III. Sources Chrétiennes 95. Paris. Cerf, 1963.
pp. 90-92.
420
SAN BASILIO: Moralia, regula 73, 2-4. P.G. 31. col. 852.
421
SAN GREGORIO DE NISA: Traité de la virginité. Sources Chrétiennes 95. Paris. Cerf,
1966. p. 348.
422
"
". SAN GREGORIO NACIANCENO. Oratio XXXVII in Matthaeum XIX, 1-12. P.G.
36. cols. 289-292.
423
"... ...". SAN CIRILO DE JERUSALEN. Catechesis VI, De
uno Deo XXXV. P.G. 33. col. 601.
424
"". EPIFANIO.
Adversus haereses, lib. II, tom. I, haeres, LXI. P.G. 41. col. 1044.
425
EPIFANIO. Adversus haereses, lib. I, tom. II, haeres, XXXI, 26. P.G. 41. col. 525.
213
San Juan Crisóstomo, también en el siglo IV, desarrolló una espiritualidad matrimonial,
enseñó la unidad e indisolubilidad del matrimonio como queridas por Dios y repitió en varias
ocasiones la comparación paulina entre el matrimonio y el misterio de la unión de Cristo con
la Iglesia, calificando el matrimonio de misterio e imagen del amor de Cristo por su Iglesia 426
y atribuyéndole, además, una significación alegórica en cuanto tipo de una realidad superior
que es la unión de Cristo con su Iglesia427. De allí dedujo su santidad.
Este escritor dio una gran importancia al amor, necesario para que refleje la naturaleza de lo
que es imagen. Por eso lo llamó misterio del amor ( )428. Además,
acogiendo la expresión “iglesia domestica” utilizada por el Apóstol Pablo para referirse a la
comunidad que se reunía en la casa de Prisca y Aquila (Cf. Ro 16,5), San Juan Crisóstomo
calificó el hogar de los cristianos como pequeña iglesia 429.De otra parte, recomendó
insistentemente a los cristianos que no sólo tuvieran en cuenta las leyes civiles sino las de la
comunidad cristiana, recomendación que refleja la práctica de la época.
El pensamiento de los autores latinos coincide con el de los orientales. Lactancio, en el siglo
IV, también reconoció el valor sagrado de la unión conyugal porque Dios ha unido en el
matrimonio al hombre y a la mujer. Como Tertuliano, Lactancio utilizó la palabra
sacramentum para referirse al matrimonio, pero dándole el significado latino de juramento o
compromiso sagrado y a propósito de la fortaleza y la fidelidad en diversas circunstancias, una
de ellas el matrimonio, invitaba a los esposos a mantenerse fieles y a guardar el sacramento430.
426
"..
". SAN JUAN CRISOSTOMO. In Capite XXIX Geneseos, homil. LVI.
P.G. 54. col. 487.
427
"
SA
N JUAN CRISOSTOMO. Laus maximi III. P.G. 51. cols. 387-389.
428
SAN JUAN CRISOSTOMO. Laus maximi III. P.G. 51. col 307.
429
SAN JUAN CRISOSTOMO. In Epist. ad.
Eph., c. V, hom. XX. P.G. 62. col. 143.
N.B. El Concilio Vaticano II retomó esta expresión (LG 11) que había permanecido durante
siglos en el olvido.
430
"Teneatur ergo in omnibus officiis, teneatur in matrimonio. Non enim statis est, si aut
alieno toro, aut lupanari abstineas. Qui haber coniugem nihil quaerat extrinsecus: sed
contentus ea sola, casti et inviolati cubilis sacramenta custodiat". LACTANCIO. Epitome
divinarum institutionem LXVI. P.L. 6. col. 1080.
214
436
"Quaere, domini fili merito ilustris, statuimos fide catholica sufragante, illud esse
coniugium, quod erat primitius gratia divina fundatum". INOCENCIO I. Epist. XXXVI. P.L.
20. col. 602.
437
PASTOR DE HERMAS: Mandata IV, 4, 1-2. Sources Chrétiennes 53. Paris. Cerf,
1958. p. 163.
438
ATENAGORAS: Legatio 33. P.G. 6. cols. 967-968.
439
CLEMENTE DE ALEJANDRÍA: Stromata III, 76; 82; 101; 108. P.G. 8. cols. 1103-
1104.
216
hubieran vuelto a casar440. Lo mismo su contemporáneo, San Gregorio de Nisa, para quien las
primeras nupcias eran conformes a la ley, las segundas eran tolerables, las terceras eran
iniquidad y más era cosa de puercos441.
Entre los latinos el principal opositor a un segundo matrimonio fue Tertuliano, sobre todo
después de su conversión al montanismo. De su época católica es Ad uxorem442, escrito entre
los años 193 y 206, donde recomendaba a su esposa que no se volviera a casar en caso de
enviudar, pero que en caso de hacerlo fuera con un cristiano. De su época montanista es De
monogamia443, donde rechazó enfáticamente el segundo matrimonio, equiparándolo a un
adulterio.
Superioridad de la virginidad
Sin lugar a dudas, hay consenso entre los Padres en cuanto a defender la bondad del
matrimonio pero reconociendo, al mismo tiempo, la superioridad de la virginidad.
Orígenes dedujo la superioridad de la virginidad, por cuanto el matrimonio es figura de la
unión de Cristo y de la Iglesia, mientras la virginidad es la realización de dicha unión 444, lo
mismo que Tertuliano, cuando consideraba que “la virginidad significa que la Iglesia es la
desposada del Señor”445.
En la obra de San Juan Crisóstomo alternan las referencias más despectivas y las más
elogiosas del matrimonio. Pero para elogiar la virginidad, interpreta el matrimonio como una
condescendencia para que los débiles puedan "desahogar la pasión carnal" 446. No obstante lo
cual, afirma que tanto la virginidad como el estado conyugal son formas de vida en las que se
puede agradar a Dios447. En cambio enseñó que las bienaventuranzas están dirigidas a todos
los cristianos y que cuando Cristo ordenó seguir el camino estrecho no se dirigía sólo a los
monjes sino a todos los fieles, de donde dedujo que tanto el monje como el seglar han de
alcanzar las mismas alturas448.
San Jerónimo, en algunos de sus escritos, utilizó expresiones duras contra el matrimonio con
el fin de destacar la superioridad de la virginidad y, así, afianzar la vocación de sus
destinatarios.
440
SAN BASILIO: Epist. 188, 4. P.G. 32. cols. 673-674.
441
SAN GREGORIO DE NISA: Orat. 38, 8. P.G. 36. cols. 291-292.
442
TERTULIANO: Ad uxorem. Sources Chrétiennes 273. Paris. Cerf, 1980.
443
TERTULIANO: De monogamia. P:L. 2. cols. 979-1003.
444
ORIGENES: Comment. in Matt., tomus XVII. P.G. 13. cols. 1952-1953.
445
TERTULIANO: De resurrectione carnis LXIII. P.L. 2. cols. 933-934.
446
SAN JUAN CRISOSTOMO: La virginité, XVI. Sources Chrétiennes 125. Paris. Cerf,
1966. p. 146.
447
SAN JUAN CRISOSTOMO: In Matthaeum, hom XI. P.G. 57. cols. 223-228.
448
SAN JUAN CRISOSTOMO: In Matthaeum, hom VII. P.G. 57. cols. 80-82.
217
matrimonio, así como su respuesta al problema de las segundas nupcias y su opinión sobre la
virginidad.
454
SAN AGUSTIN: De coniugiis adulterinis II, 12. P.L. 40. col. 479.
455
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. IX, n. 2. P.L. 40. col. 381.
456
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. IX, n. 2. P.L. 40. col. 380.
457
SAN AGUSTIN: De nuptiis et concupiscentia, L. I, c. IV. P.L. 44. col. 423.
458
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. XIV. P.L. 40. col. 384.
459
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. V. P.L. 40. col. 377.
219
460
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. X. P.L. 40. col. 381.
461
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. XI. P.L. 40. col. 381.
462
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. X. P.L. 40. col. 380.
463
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. III, n. 3. P.L. 40. col. 375.
464
Ibídem.
465
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. X, n. 10. P.L. 40. cols. 380-381.
220
Por eso consideró la procreación como un bien del matrimonio por cuanto modera la
concupiscencia.
Así mismo reconoció que el matrimonio es un bien porque es obra de Dios:
".. es bueno el matrimonio por tratarse de una unión que la misma Sagrada Escritura
recomienda no pocas veces, hasta el punto de protegerla con la indisolubilidad
misma"466.
Una síntesis de la reflexión de San Agustín sobre los bienes del matrimonio se encuentra en el
tratado De Genesi ad litteram:
"El bien del matrimonio es triple: la fidelidad (fides), la prole (proles) y el
sacramento (sacramentum). La fidelidad quiere decir que no puede unirse a otro u
otra cuando existe el vínculo conyugal; la prole, implica que sea acogida con amor,
alimentada con bondad y educada religiosamente; el sacramento conlleva que la
pareja no se separe y que el repudiado o la repudiada no se una a otro cónyuge, ni
siquiera para tener descendencia"467
La doctrina agustiniana sobre el matrimonio como un triple bien (bonum tripartitum
matrimonii), representa una importante síntesis en la reflexión teológica acerca de la
experiencia de conyugalidad: la fidelidad entendida como fe y adhesión mutuas de quienes
constituyen la sociedad conyugal; los hijos, no sólo en cuanto procreación sino en cuanto a su
cuidado y educación; y la sacramentalidad afirmada como indisolubilidad.
466
SAN AGUSTIN: De bono coniugali, c. III, n. 3. P.L. 40. col. 375.
467
SAN AGUSTIN: De Genesi ad litteram, c. VII, n. 12. P.L. 34. col. 397.
468
SAN AGUSTIN: De Sermone Domini in Monte, c. I, n. 16. P.L. 34. col. 1251.
469
SAN AGUSTIN: De Sermone Domini In Monte, c. I, n. 14. P.L. 24. col. 1250.
470
SAN AGUSTIN: De Sermone Domini in Monte, c. I, n. 16. P.L. 34. cols. 1253-1254.
221
puede reconciliarse, recomienda, en De continentia, que guarde continencia por el reino de los
cielos471.
Para San Agustín, el fundamento de la indisolubilidad no es sólo de orden natural y social:
"Este pacto nupcial contraído es en este punto la realidad de un cierto sacramento
(cuiusdam sacramenti res est) que no se invalida por la separación, ya que la mujer
es hecha adúltera por el que la ha abandonado si se casa con otro y el que la ha
abandonado es la causa de este mal"472.
Y no hay razón alguna para su disolución: ni siquiera la esterilidad de la esposa es causal de
repudio y de un segundo matrimonio para tener descendencia 473, pues mientras viva el
cónyuge está prohibido un segundo matrimonio. Ahora bien, esta indisolubilidad que con
tanto entusiasmo defendiera San Agustín es consecuencia de su sacramentalidad:
"Pienso que este vínculo no podría tener una tal fuerza si no estuviera ligado a un
cierto sacramento (quoddam sacramentum) de una realidad (rei) superior a nuestra
humanidad enferma y mortal, sacramento que, cuando los hombres lo abandonan y
deciden disolverlo, permanece inalterable para castigo de ellos"474.
Obsérvese aquí cómo San Agustín utiliza las palabras sacramentum y res, que corresponden a
los términos griegos y , término este último de origen platónico que se
aplica a las realidades sobrenaturales, al "misterio", y que desde esta perspectiva se aplica al
matrimonio en cuanto sacramento de una realidad superior475.
Es, pues, evidente que Agustín reconoció, en la línea de los Padres, el matrimonio como un
sacramentum, si bien la palabra ofrece un doble significado. Por una parte, es uno de los bona
nuptialia, como vínculo sagrado e inviolable que une a los esposos, refiriéndose con ello a la
noción de sacramentum vinculum o compromiso sagrado. Y es, también, la razón profunda de
la indisolubilidad, en cuanto relación simbólica entre el matrimonio y la unión Cristo-Iglesia
que no puede romperse, y entonces recurrió a la acepción sacramentum signum, en cuanto
representa una realidad sagrada: la unión de Cristo con su Iglesia, es decir que el significado
concreto del sacramentum vinculum proviene del sacramentum signum.
Y en esta misma línea, San Agustín interpretó el matrimonio como un compromiso cuya
perpetuidad recuerda el carácter indeleble de otro sacramentum, el bautismo, que él calificó,
también, como sacramentum vinculum y sacramentum signum.
entre los herejes, y que los mismos Padres las rechazaron. San Agustín ni siquiera era
partidario de que se aplicaran penas canónicas a quienes contrajeran un segundo matrimonio
que él defendía como un bien. Este pensamiento lo desarrolló en De bono viuditatis476, escrito
dirigido a una dama romana de nombre Juliana.
Virginidad y matrimonio
Al igual que los Padres que lo antecedieron, San Agustín defendió la superioridad de la
virginidad sin, por ello, considerar el matrimonio como un mal. Su juicio sobre la
virginidad y la vida conyugal es el siguiente:
“Sin duda alguna es mejor la virginidad (castitatem continentiae) que la
conyugalidad (castitatem nuptiarum), pero las dos son igualmente buenas”477.
476
SAN AGUSTIN: De bono viuditatis. P.L. 40. cols. 429-450.
477
SAN AGUSTIN: De bono coniugali XXIII. P.L. 40. col. 392.
478
AUTOR ANÓNIMO: Epître à Diognète V,6. Sources Chrétiennes 33. Paris. Cerf, 1965.
p. 63.
223
Lo cual muestra que en los primeros siglos del cristianismo la celebración del matrimonio
presentaba las mismas características entre los paganos y los convertidos, no así en cuanto a la
manera de vivirlo, que no se identificaba ni con el libertinaje que imperaba entre los paganos
ni con el rigorismo que marcaba a los seguidores de las herejías de tipo gnóstico.
En esta primera época, la Iglesia no intervenía litúrgicamente en el matrimonio, aunque parece
que era costumbre informar al obispo. Así lo recomendaba San Ignacio de Antioquía (año 110,
aproximadamente) en la Carta a San Policarpo:
"Conviene que los esposos y las esposas procedan para su unión con el asentimiento
del obispo, a fin de que el casamiento sea conforme al Señor y no sólo por deseo"479.
Esta referencia, una de las más antiguas acerca del matrimonio como algo perteneciente a la
Iglesia y que ella debía vigilar y hacer respetar para ser conforme al Señor, es un testimonio
aislado, correspondiente a una comunidad en la que la figura del episkopos desempeñaba un
papel protagónico, motivo por el cual, probablemente, era costumbre que las parejas cristianas
informaran al obispo de la celebración de su matrimonio.
Otro testimonio es de Clemente de Alejandría. Menciona una oración que el sacerdote
pronunciaba después del matrimonio sobre la pareja uniendo sus manos 480. Y un texto de
Tertuliano podría, así mismo, indicar la existencia de una liturgia matrimonial en el siglo II:
"De dónde saco fuerzas para describir de manera satisfactoria la alegría del
matrimonio que la Iglesia administra (conciliat), lo confirma la ofrenda y lo sella la
bendición; los ángeles lo proclaman, el Padre celestial lo ratifica. Tampoco aquí
abajo pueden los hijos casarse según los ritos y según el derecho sin el
consentimiento paternal"481.
Ahora bien, se trata de datos aislados, que no reflejan una práctica generalizada. Es probable
que la costumbre de que el padre entregara su hija al esposo y bendijera a la pareja, en
presencia de los familiares, fuera reemplazada en la Iglesia por la costumbre de que el obispo
o el presbítero cumpliera esta misma función en presencia de la comunidad y bendijera él, en
nombre de Dios, la unión de la pareja.
Probablemente, también, el obispo debía asistir a los matrimonios de esclavos con personas
libres, pues como el derecho romano no reconocía su existencia, era él quien se hacia garante
de su celebración. También existía la costumbre de que el obispo hiciera las veces del padre
cuando se trataba de matrimonios de huérfanos, o que, existiendo éste, delegara en aquél la
función. Pero en los tres casos no se trataba de una liturgia matrimonial sino de una presencia
que hacía relación al consentimiento.
Uno de los primeros testimonios de bendición nupcial se encuentra en la obra de San
Ambrosio (333-397), obispo de Milán, donde se refiere al matrimonio santificado por la
bendición del sacerdote y la imposición del velo 482. Otra descripción del matrimonio de una
pareja cristiana la ofrece San Paulino (353-431), designado obispo de Nola en el año 409. Se
479
IGNACIO DE ANTIOQUÍA: “Epistola ad Polycarpum”, V. 2. En Lèttres d'Ignace
d’Antioche. Paris. Rieder, 1927. p. 149.
480
Cf. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA: Pedagogo III. 11. P.G. 8. cols. 637-638.
481
TERTULIANO: Ad uxorem, c. II, 8,6. Sources Chrétiennes 273. Paris. Cerf, 1980. pp.
148-149.
224
trata de una celebración que debió tener lugar en una iglesia cercana a Roma: el padre conduce
los esposos al altar, donde el obispo los cubre con el velo y recita sobre ellos una bendición483.
Estos dos testimonios mencionan los dos elementos principales de lo que podría considerarse
la primera liturgia matrimonial: la bendición y la velación. La primera, habría reemplazado
los augurios favorables que los arúspices comunicaban a las parejas romanas el día de su boda,
y la segunda bien podría ser una cristianización de la costumbre romana del flammeum o velo
de las casadas.
Otro testimonio de liturgia matrimonial es la alusión de Predestinato 484, otro autor romano de
mediados de siglo V, a una misa de matrimonio. Pero ciertamente se trata de otro dato aislado
que no refleja una práctica generalizada.
482
"Nam cum ipsum coniugium velamine sacerdotal et benedictioni sanctificari oporteat".
SAN AMBROSIO: Epist. 19, 7. P.L. 16. col. 984.
483
"... ille iugans capita amborum sub pace iugali velat eos dextra, quos prece sanctificat".
SAN PAOLINO DE NOLA: Carmen XXV, 227-228. CSEL 30. p. 246.
484
PREDESTINATUS 3, 31. P.L. 53. col. 670.
485
Cf. GODEFROY, L.: “Le mariage au temps des Pères”. DTC IX. col. 2110.
225
486
CONCILIO DE ELVIRA. Cánones 8, 9 y 10. P.L. 84. col. 303.
487
"De his qui coniuges suas in adulterio depraehendunt, et idem sunt adulescentes fideles
el prohibentur nubere, placuit ut, quantum possit, consilium eis detur ne alias uxores,
viventibus etiam uxoribus suis licet adulteris, accipiant". CONCILIO DE ELVIRA. Canon
11. CCSL, t. 148. p. 11.
488
CONCILIO DE ANCIRA. Canon 11. HEFÈLE-LECLERQ, t. l. p. 313.
489
CONCILIO DE GRANGES. Cánones 1 y 4. HEFÈLE-LECLERQ, t. l. p. 1033.
490
SAN SIRICIO: Epist. I, c. IV. P:L. 13. cols. 1136-1137.
226
Conclusiones
De este período de la historia del cristianismo vale la pena destacar:
Los Padres proclamaron el carácter sagrado del matrimonio, fundamentado dicho
carácter en la relación que, siguiendo a San Pablo, establecían entre la vida conyugal y
la unión de Cristo y de la Iglesia.
Los Padres defendieron la santidad del matrimonio frente a los errores de quienes lo
consideraban como abominación y frente a los excesos del mundo pagano, pero al
mismo tiempo, todos afirmaron la superioridad de la virginidad.
San Agustín admitió, como los Padres, la bondad de la sexualidad dentro del
matrimonio, precisando su triple bondad a partir del reconocimiento en el matrimonio
de un triple bien: el bien de la fidelidad, el bien de los hijos y el bien del sacramento,
entendido como signo (sacramentum signum) de una realidad sagrada y, al mismo
tiempo, compromiso sagrado (sacramentum vinculum).
San Agustín opinaba que el afecto de los esposos puede existir pero es ajeno a la
atracción sexual. Y sobre el acto conyugal enseñó que es honesto y no es pecado si se
491
CONCILIO IX DE CARTAGO. Canon 8. HEFÈLE-LECLERQ, t. II. p. 158.
492
CONCILIO DE ANGERS. Canon 8. CCSL, t. 148. p. 138.
493
CONCILIO DE VANNES. Canon 2. CCSL, t. 148. p. 152.
494
SINODO II DE SAN PATRICIO. P.L. 53. col. 822.
495
CONCILIO DE AGDE. Canon 25. CCSL, t. 148. p. 204.
496
Estas reglamentaciones, hasta entonces dispersas, serán posteriormente recogidas en las
colecciones canónicas, la más antigua de las cuales es obra de San Basilio.
227
497
Cf. NOONAN, J.T.: “Novela 22”. En BASSET, W.: ¿El matrimonio es indisoluble?
Santander. Sal Terrae, 1971. pp. 49-90.
230
498
“Los libros penitenciales o, sencillamente, penitenciales, son directorios prácticos
destinados a los confesores en el sistema de penitencia tarifada. Por su contenido, se trata
de catálogos de pecados acompañados de su correspondiente penitencia”. C. VOGEL. Le
pécheur et la pénitence au Moyen Age. Paris. Cerf, 1969. p. 39.
231
Así, los penitenciales mezclan en franco sincretismo los principios del evangelio con el tabú
pagano; las costumbres locales, muchas veces impregnadas de magia, con la fe cristiana que
los monjes predicaban de acuerdo con los lineamientos cristianos que desde Roma se
imponía a los convertidos, pero que debían adaptarse a la mentalidad de sus destinatarios.
Los penitenciales más conocidos son el irlandés de Finnian (+549); los ingleses del
Pseudoegberto, San Columbano (+615) y Beda (+735) así como el que se utilizaba entre los
francos, denominado Merseburgense (s. VIII). El libro XIX de la Colección de Burcardo de
Worms (1008-1012), llamado Corrector sive medicus, recoge elementos de los
penitenciales que estaban entonces en uso.
499
PENITENCIAL DE FINNIAN, 46. En VOGEL, C.: Op. cit. p. 61.
232
500
PENITENCIAL DE BEDA I, 37. En VOGEL, C.: Op. cit. p. 76.
501
PENITENCIAL DE COLUMBANO 16 y 28. En VOGEL, C.: Op. cit. pp. 66-69.
502
PENITENCIAL DE BEDA II, 10-11. En VOGEL, C.: Op. cit. p. 75.
503
PENITENCIAL DE BEDA II, 34-36. En VOGEL, C.: Op. cit. p. 76.
504
PENITENCIAL DE COLUMBANO 25 y 37. En VOGEL, C.: Op. cit. pp. 68 y 71.
505
BURCARDO DE WORMS: Corrector sive medicus, 134. En VOGEL, C.: Op. cit. p.
101.
506
BURCARDO DE WORMS: Corrector sive medicus, 166; 172-173; 176-177; 186. En
VOGEL, C.: Op. cit. p. 107-111.
233
Pero el documento más importante para conocer cuáles eran las costumbres matrimoniales en
el siglo IX es la respuesta del Papa Nicolás I (858-867) a la consulta de los búlgaros, en el año
866. Dicha respuesta detalla los usos que de tiempo atrás se realizaban en la Roma cristiana.
La carta del Papa menciona una serie de actos preliminares, como el compromiso, los
sponsalia o promesa de matrimonio expresada por los futuros esposos o por aquellos de
quienes dependieran, la subarrhatio o unión por medio del anillo, la entrega de la dote por
contrato escrito ante los testigos invitados. Cumplidas estas preliminares y llegando al
momento de la boda, el mismo documento indica que se conducía a los contrayentes para la
promesa matrimonial, primero a la iglesia, donde tenía lugar la ceremonia de velación y
bendición, y luego se procedía al traslado al domicilio conyugal512.
El rito que este documento describe es prácticamente el mismo rito nupcial de la Roma pagana
al cual se le había introducido la ceremonia de velación y bendición en la Iglesia y se habían
suprimido el sacrificio a los dioses lares y los augurios.
Particularmente interesante resulta la aclaración que hace el Papa Nicolás en la misma Carta a
los búlgaros, en cuanto a que este ceremonial no obliga bajo pena de pecado, sobre todo
cuando se trata de pobres, pues lo esencial del matrimonio es el consentimiento de la pareja:
“Baste, según las leyes el solo consentimiento de aquellos de cuya unión se trata. En
las nupcias, si acaso ese solo consentimiento faltare, todo lo demás, aun celebrado
con coito, carece de valor”513.
Los sacramentarios romanos contienen oraciones especiales para la misa de matrimonio que
solía celebrarse y para la bendición que acompañaba la velación. El Sacramentario de
Verona514 incluye una velatio nuptialis y dos fórmulas de bendición que el Sacramentario
Gelasiano515 hizo suyas. En estas bendiciones es posible identificar la comprensión que la
Iglesia tenía del matrimonio en esta época: es Dios quien instituyó el matrimonio para
bendecir y dar a los esposos la gracia que les permita cumplir sus deberes; el matrimonio crea
entre los esposos un vínculo de paz y concordia; se implora a Dios para que conceda a la
esposa la virtud de la fidelidad así como la fecundidad, destacando su dignidad y el puesto que
ella ocupa en la historia de la salvación.
Por esta época las costumbres germanas se habían incorporado en la ceremonia del
matrimonio, mezclándose con las romanas que el cristianismo había asumido y así se fue
conformando una liturgia que, repitámoslo, no era constitutiva del matrimonio pero que
posteriormente lo será, incluso de su sacramentalidad.
Un ejemplo de estas costumbres que la liturgia local acogió entonces es la benedictio thalami.
En Francia existía un rito especial para la conducción de los nuevos esposos a la cámara
nupcial, conducción que formaba parte de la realización del matrimonio según el derecho
germánico. Con el paso del tiempo, el matrimonio occidental no conservó este aspecto de la
celebración y la bendición cayó en el olvido.
512
NICOLAS I: Responsum ad bulgaros, c. 3. P.L. 119. col. 980.
513
NICOLAS I: “Respuestas a las consultas de los búlgaros”. Dz. 334.
514
MOHLBERG, L.C. (ed): Sacramentarium Veronense. Roma. Herder, 1966. p. 139.
515
MOHLBERG, L.C. (ed): Liber Sacramentorum Romanae Aeclesiae Ordinis Anni
Arculi (Sacramentarium gelasianum). Roma. Herder, 1968 pp. 208-210.
235
Otro ejemplo es de la Iglesia española, donde se conocía una ceremonia del desposorio en la
cual se bendecía el anillo, considerado prenda (arrha) de matrimonio. Este rito, en cambio, fue
incluido en la liturgia matrimonial y llega hasta nuestros días.
Como puede fácilmente observarse en los datos anteriores, la celebración religiosa fue
tomando forma en estos cuatro siglos, desde una bendición nupcial ocasional hasta una liturgia
matrimonial bastante generalizada pero no obligatoria, que recogió elementos de los romanos
y los germanos y a los cuales la Iglesia fue dando significado cristiano. Y esto porque el
matrimonio se únicamente como acontecimiento familiar, social y, a un mismo tiempo,
eclesial.
516
INOCENCIO I. “Carta al obispo Victricio de Rouen”. P.L. 20. col. 479.
517
INOCENCIO I. “Carta al obispo Exuperio de Tolosa”. P.L. 20. col. 500.
518
"Quare, domine filii merito illustris, statuimus, fide catholica suffragante, illud esse
coniugium, quod erat primitius gratia divina fundatum". INOCENCIO I: “Carta al obispo
236
Una circunstancia difícil debió ser la que se presentó con motivo de la campaña de Atila, a
mediados del siglo V. Muchos hombres habían sido hecho prisioneros y muchas esposas,
considerando al marido muerto o que no iba a regresar del cautiverio, habían contraído nuevo
matrimonio. Con el regreso de los esposos se planteó la pregunta acerca de cuál de los dos
matrimonios era el verdadero.
El Papa León I (440-461) aclaró esta situación en su Carta al obispo Nicetas de Aquilea,
manteniendo la regla que el Papa Inocencio había dado para solucionar un caso similar: los
primeros matrimonios son los valederos y hay que deshacer los segundos519.
Otro tipo de problema le planteó al mismo Pontífice el obispo de Narbona: si un hombre que
había tomado como concubina una esclava podía hacerla su esposa. La respuesta está
contenida en su Carta al obispo Rusticus de Narbona, del año 458 o 459, que refleja la
mentalidad de la época: una concubina no es una esposa y una esclava no puede ser esposa
legítima porque según la mentalidad romana sólo hay matrimonio entre personas libres; por lo
tanto había que disolver la unión legítima para dar paso a la legítima520.
San Gregorio Magno, Papa desde el año 590 hasta el 604, también trató varios casos de
indisolubilidad. Un caso, que la ley civil autorizaba, era la ruptura del matrimonio para
favorecer las vocaciones religiosas en caso de que uno de los esposos quisiera entrar en
religión. En su Carta a Teoctista se lee la defensa que el Pontífice hizo de la indisolubilidad,
rechazando que la entrada en religión fuera causa de ruptura. En esta misma carta afirmó que
aunque la ley humana permitiera esta costumbre, la ley divina la prohibe y que, únicamente,
cuando los dos esposos de común acuerdo tomaran esta decisión se podía admitir y no se les
podía impedir521.
El otro caso, en la misma línea, es el de Agatoste, a quien había abandonado su marido para
hacerse monje contra la voluntad. En su Carta a Adriano, notario de Palermo, el Papa ordenó
investigar y que en caso de no encontrar causa grave que justificara la separación, el marido
debía regresar a la esposa aunque hubiera recibido tonsura522. La misma doctrina la expuso el
Papa Gregorio en su Carta al Abad Urbica al calificar como inconcebible que una parte
entrara en religión y la otra permaneciera en el siglo523.
Se conocen dos intervenciones del Papa Gregorio II (715-731): la Instrucción a sus legados
en Baviera prohibiendo contraer matrimonio mientras viviera la persona con quien se contrajo
el primero524 y la Carta a San Bonifacio525, escrita en el año 726, y también conocida como
Desiderabilem mihi.
El texto de esta carta da la impresión de que se permita al marido contraer segundas nupcias
en el caso de que la mujer no pudiera dar el débito a causa de una enfermedad:
"En cuanto a tu pregunta: qué debe hacer un marido cuya esposa ha sido atacada por
una enfermedad que la hace incapaz de realizar el acto conyugal, lo mejor sería que
permaneciera así y practicara la continencia. Pero como esto exige excepcional
virtud, el hombre que no pueda vivir en continencia es mejor que se case. Pero
deberá seguir manteniéndola (a la esposa enferma), ya que está impedida de la vida
conyugal por enfermedad y no por alguna ofensa abominable"526.
Se trata de un texto muy discutido por cuanto parece dar a entender que el Papa admitía el
divorcio vincular. Ello explica por qué se ha escrito y opinado tanto sobre este párrafo del
Papa Gregorio, del cual se han presentado, además, diversas traducciones, a veces en
contradicción527. Por su importancia nos detenemos en su lectura.
En primer lugar, identifiquemos al destinatario de la carta, Bonifacio (680-754), un monje
inglés de nombre Winfrido que en el siglo VIII se puso a órdenes del Papa Gregorio II para ir
a predicar el evangelio a los paganos, comprometiéndose a estar en contacto permanente con
la Iglesia de Roma. Durante treinta y cinco años, Bonifacio evangelizó el norte de Europa y
escribía regularmente a Roma para informar y consultar ciertas situaciones. Se conocen sus
cartas por las respuestas papales, una de las cuales, Desiderabilem mihi de Gregorio II, incluye
el párrafo mencionado.
En cuanto al texto, es evidente su imprecisión y vaguedad. No indica el tipo de enfermedad de
la mujer que se aduce, ni si es anterior o posterior al matrimonio. Pero puede deducirse que se
trata de una enfermedad contraída durante el matrimonio, pues de lo contrario sería
impedimento de impotencia antecedente y el marido no tendría responsabilidad para con la
esposa a quien tiene que dejar. Por ello podría tratarse de un caso de divorcio.
Así lo entendió Graciano, quien recogió esta disposición papal y sobre ella opinó que estaba
“en contra de los sagrados cánones y en franco contraste con la doctrina evangélica y
apostólica"528.
Entre los autores recientes existen interpretaciones encontradas:
Pospihill opina que la carta de Gregorio II está en perfecto acuerdo con la práctica de
la Iglesia de la época, tanto en Oriente como en Occidente, especialmente entre los
francos529.
526
"Nam quod proposuisti, quod si mulier infirmitate correpta non valuerit debitum viro
reddere, quid eius faciar iugalis? Bonum esset si sic permaneret, ut abstinentiae vacaret.
Sed quia hoc magnorum est, ille qui se non potetir continere, nubat magis; non tamen
subsidii opem subtrahat ab illa quam infirmitas praepedit, et non detestabilis culpa
excludit". Ibídem. Cf. MANSI 12. p. 245.
527
KELLY, W.: Pope Gregory II on divorce and remarriage. Roma. Universitas
Gregoriana Editrice, 1976. La traducción que aquí se incluye es de G.H. Joyce, considerada
por Kelly como la más aceptable.
528
GRACIANO: Decreto. P. II. causa XXXII, q. 7, c. 18. P.L. 187. col. 1501.
529
POSPIHILL, V.J.: Op. cit. p. 177.
238
Gaudemet considera que este texto papal, así como uno muy discutido del Sínodo de
Verberie, también del siglo VIII, no es doctrina unánime de la Iglesia sino un síntoma
de sus vacilaciones y de la primacía concedida a un espíritu de caridad inspirado por
la dificultad de ciertas situaciones y para aliviar un poco el principio fundamental de
la indisolubilidad530, que sería el caso del marido qui se non poterit continere.
Kelly, en su tesis, intenta determinar si el Papa "realmente disolvió el vínculo de un
matrimonio no consumado y permitió al marido volverse a casar" 531, y piensa que
podría tratarse de una dispensa o de un abuso tolerado, teniendo en cuenta las
dificultades que representaba la adaptación de una cultura pagana a los ideales
cristianos, es decir una solución pastoral para una situación concreta como era la de
los turingios, quienes no estaban acostumbrados ni entrenados para asumir los ideales
del evangelio, por lo cual una exigencia semejante los habría desalentado del
cristianismo532.
Sobre la misma situación se había pronunciado el Concilio de Orleans en el año 533, pero el
texto es tan oscuro que no se puede deducir si excluía el divorcio por enfermedad contraída
después de casarse o si lo autorizaba 533. También el de Verberie en el siglo VII se ocupó de
una problemática similar.
En cambio, a una pregunta planteada por monjes ingleses respecto a una situación muy
parecida a la consultada por San Bonifacio a Gregorio II, el Papa Esteban II respondió con una
solución muy diferente: la impotencia o enfermedad ocurrida dentro del matrimonio no
justifica la separación y menos aún un nuevo matrimonio534.
Es evidente que las respuestas de Gregorio II y Esteban II, así como las igualmente diversas de
los sínodos locales, indican las dificultades que suscitaba la aplicación del principio de
indisolubilidad, el cual aparecía claramente como ideal, pero era preciso responder con sentido
pastoral a las circunstancias personales y/o culturales.
La vida amorosa de los reyes dio lugar a complicadas situaciones en las cuales debieron
intervenir las Iglesias locales y exigieron, en algunos casos, el pronunciamiento de los papas.
Uno de estos enredos palaciegos fue el de Pepino el Breve, rey de los francos del 714 al 768 y
quien hiciera la donación de los Estados Pontificios. Este rey repudió a su esposa Bertranda
para contraer matrimonio con Angla. El Papa Zacarías protestó en una carta escrita el 5 de
530
GAUDEMET, J.: “El vínculo matrimonial: Incertidumbre de la Alta Edad Media”. En
METZ, R. y J. SCHLICK: Matrimonio y divorcio. Salamanca. Sígueme, 1974. p. 105.
531
KELLY, W.: Op. cit. pp. XX-XXI.
532
Ibídem. p. 314.
533
Cf. GARCIA, A.: “La indisolubilidad matrimonial en el primer milenio con especial
referencia a los textos divorcistas”. En VARIOS: El vínculo matrimonial. Madrid. BAC,
1978. p. 130.
534
"Si quis in coniugio copulaverit, et uni eorum contigerit ut debitum reddere non possit,
non liceat eos separare: nec pro alia infirmitas, aut leprae maculae supervenerit: caeterum si
ab his duabus infirmitatibus liberi fuerint invicam coniuncti unus alter; servitium exhibeat.
ESTEBAN II: “Respuesta a la consulta del monasterio británico de Carisiaco”. MANSI 12.
p. 559.
239
enero del 747 en la cual precisó que si un hombre repudia a su esposa y se casa con otra o si se
casa con una mujer repudiada por otro hombre, queda excluido de la comunión535.
La reina Bertranda, viuda de Pepino, repitió con su nuera lo que inicialmente habían hecho
con ella. La reina tenía interés en casar a su hijo Carlos, el futuro Carlomagno, con Desiderata,
hija del rey de los lombardos. Para lograrlo tenía que repudiar a su primera esposa Hilmitruda.
Esta vez fue el Papa Esteban III quien calificó este matrimonio como diabólico, no obstante lo
cual el rey repudió a Hilmitruda y se casó con Desiderata. Pero la voz del Papa se hizo
finalmente sentir y Desiderata fue devuelta a su padre en el 770536. Ahora bien, Carlomagno se
casó cuatro o cinco veces y tuvo de sus esposas y concubinas cerca de veinte hijos.
El caso más sonado fue el divorcio de Lotario II, rey de Lotaringia del 825 a 869. Lotario
estaba casado con Teutberga, a quien acusó de adulterio incestuoso para poder casarse con
Waldrada, de quien había tenido hijos antes de este matrimonio.
El rey presionó a los obispos para que decidieran en su favor y dos concilios reunidos en
Aquisgrán impusieron penitencia a Teutberga por adulterio incestuoso y declararon nulo su
matrimonio con Lotario. El Papa, entonces, envió dos legados con el encargo de anular tales
decisiones, pero el rey los convenció de lo contrario.
Esto dio ocasión a una abundante correspondencia del Papa Nicolás II537, en la segunda mitad
del siglo XI. En ella afirmó que un hombre legítimamente casado no tiene derecho a tomar
otra esposa mientras viva la primera, aunque la haya repudiado. Tampoco tiene derecho,
enseñaba el Papa, a tomar concubina. Escribió, también, que si una mujer ha sido desflorada y
el marido sin saberlo se casa con ella, no puede repudiarla bajo este pretexto ni tomar otra
esposa como si la primera no fuera legítima, ni tampoco puede tomar concubina.
El Papa intervino, además, para deponer a los obispos comprometidos, anular la sentencia de
los legados pontificios que se habían doblegado a la voluntad de Lotario, así como las de los
concilios de Aquisgrán que también habían sido complacientes con el rey. Excomulgó a
Waldrada, amenazó de excomunión a Lotario, lo obligó a recibir a su legítima esposa,
Teutberga, y a ésta le prohibió entrar en religión para dejar en libertad a Lotario. Y en cuanto a
las acusaciones de Lotario contra su primera y legítima esposa, el Papa Nicolás declaró que
ninguna afecta la validez del matrimonio y "aunque fuera borracha o violenta, de malas
costumbres, desenfrenada, tragona, chismosa, murmuradora o peleadora, de bueno o mal
grado tendría que soportarla"538.
Con ocasión de este mismo incidente, Hincmaro de Reims (ca. 806-882) también debió
responder, tanto en cuanto obispo como en cuanto canonista, a las preguntas que respecto a
este caso se le planteaban. En el tratado De divortio Lotharii regis539, escribió que un hombre
y una mujer están unidos hasta la muerte de uno de los dos540. En cuanto a las causales de
separación, el obispo de Reims opinaba que en caso de adulterio de uno de los esposos, el otro
podía renunciar a la vida conyugal pero no podía volverse a casar mientras el otro viviera. En
535
ZACARIAS: “Carta a Pepino”, VII. MANSI 12. p. 312.
536
Cf. GRIMBERG, C.: Histoire Universelle, t. 4. Paris. Marabout, 1963. p. 92.
537
NICOLAS II: Epistolae et Decreta CXLVI-CLVII. P.L. 119. cols. 1136-1180.
538
Ibídem. P.L. 119. col. 1149.
539
HINCMARO DE REIMS: De divortio Lotharii regis. P.L. 125. col. 623-772
240
cambio, enseñaba, Dios mismo disuelve el vínculo cuando los dos, de común acuerdo,
renuncian a la vida conyugal para entrar en religión. Pero si no hay tal acuerdo y uno de los
dos quisiera permanecer en el mundo, el matrimonio no se rompía. Tampoco la esterilidad era
causa de ruptura o motivo para tomar concubina.
También se refirió Hincmaro al significado del matrimonio y fundamento de su
indisolubilidad, declarándose heredero de la tradición patrística cuando afirmaba que la
relación de los esposos debe imitar la de Cristo y la Iglesia. Y desde este significado el obispo
de Reims pudo deducir su doctrina.
La última intervención pontificia de esta época en defensa del principio de la indisolubilidad
es del Papa Juan VIII, del año 877, en respuesta a una consulta del arzobispo de Canterbury
sobre los que repudian a sus mujeres. El Papa respondió que estaba prohibido a un cónyuge
abandonar a otro a no ser fornicationis causa, caso en el cual tampoco estaría permitido un
nuevo matrimonio541.
Del matrimonio y, especialmente, de los casos difíciles se trató con alguna frecuencia en los
concilios provinciales reunidos en el ámbito del Imperio Romano de Occidente y en los reinos
germánicos. La importancia de estos documentos consiste en que presentan la problemática de
la época y las soluciones que se dieron como adaptación de las normas universales.
El Concilio de Orleans (533), antes mencionado, fue un concilio nacional convocado por el
rey franco Chilberto. Uno de los cánones prohibió con excomunión el divorcio por
enfermedad contraída después de casarse, pero el texto ha dado lugar a que algunos lo
interpreten como una autorización al divorcio por mutuo acuerdo542.
Del siglo VII son los concilios de Nantes (658), Hereford (673), XII de Toledo (681) y Trullo
(691), todos los cuales prohibieron el divorcio y el segundo matrimonio mientras viviera la
esposa. Nantes y el XII de Toledo establecieron pena de excomunión para quien contraviniera
la norma, mientras en el de Hereford es más bien un consejo, pues no señaló pena alguna, y el
de Trullo se ha considerado tolerante al divorcio aunque incluyera penas para el adúltero.
Entre el año 742 y el 747, en el reino de los francos se reunieron varios concilios civiles y
eclesiásticos a la vez. Bonifacio, el de la carta de Gregorio II, fue probablemente el gestor de
estas reuniones que debieron ser convocadas por los reyes francos Carlomán de Austria y
Pepino de Neustria.
El Concilio de Soissons (744) precisó los impedimentos para contraer matrimonio: voto
religioso, parentesco y matrimonio, y prohibió el divorcio y nuevo matrimonio excepto por
adulterio comprobado de la esposa543.
540
"... ut uxorem a viro discedere posse necque auctoritas sacra permittit". Ibídem. P.L.
125. col. 726.
541
JUAN VIII: “Carta al arzobispo de Canterbury”. P.L. 126. col. 746.
542
"Contracta matrimonia accedente infirmitate nulla voluntates contrarietate solvantur.
Quod si ex coniugibus fecerint, nourerint se communione privandos". CONCILIO DE
ORLEANS. Canon 11. CCSL, t. 148. p. 100.
543
"Similiter constituimos ut nullus laicus homo Deo sacratam feminam ad mulierem
habeat, nec suam parentem; nec marito vivente mulierem alius accipiat; quia meritus
mulierem suam non debet dimmitere, excepto causa fornicationes deprehensae".
241
Los concilios de Compiègne (ca. 757) y Verberie (725) representan las dificultades para
compaginar el derecho merovingio de tendencia divorcista con el principio de indisolubilidad
de la Iglesia544. Estas dos reuniones dieron lugar a documentos emparentados y muy
discutidos, pues no se sabe si se trata de un borrador o un decreto conciliar, como tampoco es
claro si el documento es civil o eclesiástico, ni cuál de las dos reuniones es la que antecede a la
otra. Las contradicciones son numerosas e interesantes:
Compiègne permitía a ambos cónyuges volverse a casar con el consentimiento del otro, si
éste entra en religión, y Verberie no lo permitió545.
Compiègne facultaba al cónyuge leproso para que autorizara al otro un segundo
matrimonio, pero Verberie no tocó el tema546.
Para ambos sínodos, la impotencia del marido era causa de divorcio -¿o de nulidad?-, sólo
que la declaración del marido era prueba suficiente para Compiègne y Verberie proponía la
"prueba de la cruz", una especie de juicio de Dios para ambos cónyuges; Compiègne
prohibió tajantemente un nuevo matrimonio para ambos cónyuges, pero Verberie autorizó
al marido que no pudiera abstenerse a tomar otra mujer y hacer penitencia.
Ninguno de los dos sínodos se ocupó del adulterio de la mujer, bien sea porque el caso
estaba resuelto en los anteriores o porque -y parece probable- el marido ofendido "hacía
justicia" y podía volverse a casar sin contravenir el principio de indisolubilidad.
Los dos documentos tratan del adulterio incestuoso de cualquiera de los cónyuges, si bien
plantean situaciones diferentes, pero ambos coinciden en que se admitía el divorcio y nuevo
matrimonio para la parte inocente, no así para los culpables.
En una época en que existían normas diferentes para el matrimonio de los esclavos y de los
libres, el texto de Compiègne admite el divorcio de los que se casaron creyendo que eran
libres (error conditionis) y luego resultó que uno de los dos era esclavo, mientras el texto
de Verberie agrega el caso de esclavitud contraída después de haberse casado, caso en el
cual la parte libre puede volverse a casar salvo que con el precio de venta del marido la
esposa pueda subsistir.
547
CONCILIO DE COMPIÈGNE. Canon 6. P.L. 132. col. 309.
548
"Item placuit ut resoluto fornicationis causa iugali vinculo, non liceat viro quamdiu
adultera vivit aliam uxorem ducere, licet sit illa adultera; sed nec adulterae, quae poenas
gravissimas vel poenitentiae tormentum luere debet, alium accipire virum, nec vivente nec
mortuo, quem non erubuit defraudare marito". CONCILIO DE FRIULI. Canon 10. MANSI
13. p. 849.
549
SINODO DE PARIS. MANSI 14. p. 596.
550
SINODO DE NANTES. MANSI 18. p. 169-170.
551
SINODO DE TRIBURIA. MANSI 18. p. 154.
243
Conclusiones
De estos siglos de la historia del cristianismo es preciso destacar:
El conjunto de prohibiciones de los libros penitenciales constituye una pauta de
ordenamiento de la actividad sexual para el bien de las parejas y de la sociedad.
El paso de una bendición nupcial ocasional en los primeros siglos a una liturgia
matrimonial eclesial que las parejas del siglo IX acostumbraban pero que no era
obligatoria.
La defensa de la indisolubilidad por parte del magisterio, por lo cual se prohibía un
segundo matrimonio en caso de separación.
Las circunstancias históricas de la adaptación del evangelio al mundo bárbaro
convertido al cristianismo, suscitaban seria dificultades, frente a las cuales los papas y
concilios demostraron su sensibilidad pastoral sin por ello traicionar la doctrina de la
indisolubilidad.
244
La cristiandad medieval
Los siglos cuyo estudio aquí abordamos se caracterizan también como siglos de cristiandad.
La Iglesia ejercía su influencia en todos los ámbitos de la Europa medieval y es inútil precisar
límites entre el poder eclesiástico y el poder civil. Además, con el debilitamiento del poder
real en el sistema feudal y la atomización de los Estados, el cristianismo se presentaba como
factor de unidad y el poder de la Iglesia, centralizado en Roma, se constituyó en instancia
última para los conflictos de todo tipo. En estas circunstancias, la Iglesia y el Estado eran “las
dos caras de una misma realidad”552.
Una figura y una empresa inauguran este periodo. Se trata de Gregorio VII, quien ocupó la
silla de Pedro entre 1073 y1085, y su reforma, la cual respondía al proyecto de establecer una
teocracia o ciudad de Dios en la tierra bajo la autoridad del Pontífice Romano. Para lograrlo,
era indispensable una revisión de la vida eclesiástica, entre cuyos puntos principales estaba el
celibato de los clérigos con la consiguiente prohibición de los matrimonios de eclesiásticos, y
la abolición de las investiduras por los laicos y a los laicos, con lo cual la autoridad romana
podía contar con un clero libre de ataduras temporales y dispuesto a servir al Papado.
La problemática matrimonial, en cuanto problemática de los laicos no tenía lugar en una
reorganización de la vida de la Iglesia, o mejor de la vida de los eclesiásticos. Si aquí se
menciona es porque la reforma gregoriana permitió la centralización del poder eclesial y el
reconocimiento de la jurisdicción de la Iglesia en lo referente al matrimonio.
Pero también el hecho de que la Reforma no se ocupara del matrimonio es síntoma de una
Iglesia dividida en clases u órdenes. Esta división se encuentra especialmente marcada en
552
COMBY, J.: Para leer la Historia de la Iglesia. Estella. Verbo Divino, 1999. Tomo I. p.
141.
245
La teología escolástica del siglo XII y las especulaciones de los siglos XIV y XV
Con el siglo XIII llegó a su apogeo el método filosófico y teológico que desde el siglo XI
había ido tomando forma en un intento por unir la filosofía antigua y la doctrina cristiana. Es
el siglo de la escolástica. Es, además, el siglo de las universidades, cuyo origen hay que
553
DURANDO DE TROARN: Liber de corpore et sanguine Christi. P.L. 149. col. 1392.
554
PEDRO LOMBARDO: Liber Sententiarum IV, dist 1. P.L. 191. col. 389.
246
buscarlo en las escuelas catedralicias que abrieron sus puertas al saber universal: las Artes, el
Derecho, la Medicina y la Teología 555. Así, la especulación teológica y los esfuerzos de
síntesis florecieron alrededor de las universidades, en las cuales brillaron las figuras de los
grandes doctores: San Alberto Magno, San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, Duns
Scoto y tantos otros que dejaron su huella en la teología y en la doctrina eclesial.
La escolástica recibió la herencia de la patrística, profundizó en ella e introdujo algunos
aspectos novedosos en su reflexión. La teología de estos siglos y, principalmente, la
sacramentología, estuvieron marcadas por la influencia de la filosofía aristotélica. El
hilemorfismo y la causalidad son los grandes pilares de la teología sacramental.
La relación materia y forma como causa intrínseca y fundamento de la composición esencial
de los cuerpos556 permitió aclarar la relación entre los elementos de significación que Pedro
Lombardo denominara res y verba. Así mismo, las cuatro causas aristotélicas -material,
eficiente, final y formal- facilitaron la ordenación de los diversos aspectos.
Guillermo de Auxerre aplicó a los sacramentos una terminología tomada del hilemorfismo,
pero a Santo Tomás se debe la síntesis: los sacramentos son signos de una realidad sagrada en
cuanto santificadora557. Relacionó los elementos res y verba de la teología anterior, diciendo
que las palabras son como a modo de forma (per modum formas) y las cosas sensibles como a
modo de materia (per modum materiae)558. Para el Doctor Angélico los sacramentos causan la
gracia: su causalidad es fundamentalmente instrumental pues la causa final es Cristo559.
Esta comprensión de los sacramentos de la hermenéutica aristotélico-tomista será acogida
por el magisterio y reconocida como doctrina oficial de la Iglesia.
555
Cf. LE GOFF, J.: Les intellectuels au Moyen Age. Paris. Seuil, 1957. pp. 7-133.
556
BRUGGER, W.: Diccionario de Filosofía. Barcelona. Herder, 1972. V.
“Hilemorfismo”. pp. 258-260.
557
"Signum rei sacrae in quantum est santificans homines". SANTO TOMAS DE
AQUINO. Summa Theologica, III, q. 60, a. 2. Opera Omnia, Vol. V. Paris. Vives, 1723. p.
312.
558
Ibídem. q. 60, a. 7. Ed. cit. pp. 316-318.
559
Cf. PARRA, A.: Sacramentos de la fe. Ed. cit. pp. 122-123.
247
El catarismo560 fue una nueva versión del dualismo gnóstico y maniqueo. Surgió en Europa
con los albores del segundo milenio y una de sus formas más difundidas fue la herejía
albigense.
Creían los cátaros (de katharos, limpio, puro) en la intrínseca pecaminosidad de toda
actividad sexual y en la impureza de todo deseo sexual, provenientes del origen diabólico
de lo corporal. Las tesis que fundamentaban su conducta sexual se resume en estos tres
puntos: todo placer de la carne es culpable y el matrimonio no es más que la organización
de ese placer (es un meretricium, un lupanar); la generación humana es obra del diablo que
hace descender a un cuerpo miserable un alma que vivía dichosa junto a Dios 561. De ahí la
invitación a los no casados para que no se casaran y a los casados para que se abstuvieran
del trato sexual.
Pero a la par que condenaban la expresión de la sexualidad creían los cátaros, como antes lo
habían hecho los gnósticos, que entre los perfecti estaba permitido un “amor espiritual” que
podía expresarse genitalmente.
La reflexión escolástica, que recibió el influjo de las ideas de su tiempo, no podía estar
exenta de la influencia del catarismo. Algo semejante a lo que ocurrió con el influjo
gnóstico y maniqueo en el pensamiento de los Padres y de San Agustín.
Y a pesar de que la doctrina cátara y, concretamente, la herejía albigense fue condenada por
el Magisterio562, su visión de la sexualidad influyó en actitudes de la época, como el amor
cortesano o amour courtois563. El énfasis cátaro en la maldad de la sexualidad sugirió a la
cultura cristiana la posibilidad de un amor “puro” entre los sexos, un amor desgenitalizado,
hecho poesía y galantería, ajeno al aspecto prosaico de la procreación o la vida conyugal,
un amor disociado entre su sublimación y el sexo o actividad genital, despreciado como
grosero564.
Este contexto contribuyó a que la comprensión de la experiencia de pareja que los maestros
y los teólogos escolásticos presentan esté marcada por un cierto dualismo pesimista.
560
LLORCA, B.: Nueva visión de la historia del cristianismo. Barcelona. Editorial
Labor,1956. p. 651.
561
Cf. VIDAL, M.: Moral de actitudes III. Ed. cit. p. 335.
562
II CONCILIO DE LETRAN. Dz. 367. CONCILIO DE VERONA. Dz. 402. IV
CONCILIO DE LETRAN. Dz. 430.
563
DUBY, G.: El caballero, la mujer y el cura. Madrid. Taurus, 1982. p. 183.
564
“El catarismo sugería a los cristianos la posibilidad de un amor sexual cristiano, es
decir, una caridad sexual deseable sobrenaturalmente entre hombre y mujer. Mas dadas las
circunstancias históricas de este hallazgo cristiano, la cristiandad occidental estaba en
condiciones de avistar el amor sexual exclusivamente en la forma “espiritual”, extramarital,
de amor romántico y a expensas de la desgenitalización de las relaciones sexuales
amorosas”. L. DEWART. “La Casti connubi y el desarrollo del dogma”. En VARIOS: El
control de la natalidad. Madrid. Libros Monograma, 1966. p 212.
248
565
DEWART, L.: Op. cit. p. 227.
566
SANTO TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica I, IV, q. 92, a. 2. Ed. cit. Vol. I. p.
578.
567
Ibídem. q. 92, a.1. p. 577.
249
568
Cf. LE BRAS, G.: “La doctrine du mariage chez les canonistes et les théologiens depuis
l'an mille”. DTC IX. col. 2131.
569
ANSELMO DE LUCQUES: Collectio Canonica. Capitula Libri Decimi: Qui est de
coniugiis. P.L. 149. col. 523.
570
Ibídem. cols. 523-526.
571
PEDRO DAMIAN: De tempore celebrandi nuptias. P.L. 145. cols. 659-665.
572
ALEJANDRO II: “Carta al obispo de Arezzo”. P.L. 146. cols. 1403-1404.
573
GREGORIO VII: “Carta al arzobispo de Trèves”. JAFFE, t. I, n. 4883. p. 608.
250
574
"In omni ergo coniugio legitimo, hoc in primis considerandum est, si ille asciscitur in
virum quie a muliere eligitur, et si ella eligitur a viro quae diligitur. Deinde si hae quae
superius diximus leges non contradicunt, oportet ut sit tradita a parentibus vel a mundo
aldis et dotata tabulis et a sacerdote benedicta et a paranymphus custodita. Et post nuptialia
iura his diebus quibus oportet, quibus interdictum non est, a pro nubis viro coniuncta".
BONIZO DE SUTRA. Liber de vita christiana. Citado por LE BRAS, G.: Op. cit. col.
2137-2138.
575
YVO DE CHARTRES: Panormia. P.L. 161. cols. 1045-1344. Decretum. P.L. 161. cols.
9-1046. Tripartita. P.L. 162. cols. 11-610.
576
YVO DE CHARTRES: Panormia VI, 14. P.L. 161. col. 1246.
577
YVO DE CHARTRES: Panormia VII, 16. P.L. 161. col. 1247.
578
YVO DE CHARTRES: Panormia VI, 23. P.L. 161. col. 1248.
579
YVO DE CHARTRES: Ep. 99. P.L. 162. cols. 118-119.
580
YVO DE CHARTRES: Ep. 134. P.L. 162. col. 143.
581
YVO DE CHARTRES: Ep. 242. P.L. 162. cols. 249-250.
251
582
"Non est perfectum coniugium ubi non sequitur commixtio sexuum". ANSELMO DE
LAON. Citado por G. LE BRAS: Op. cit. col. 2140.
583
Cf. LE BRAS, G.: Op. cit. col. 2142.
584
"Coniugium est consensus masculi et feminae, individualem vitae consuetudinem
retinen, id est individualiter connunanendi; et carnaliter commiscenda absque prolis
vitationes, legitimus, id est inter legitimas personas legitima factus". Citado por G. LE
BRAS: Op. cit. col. 2142.
585
Cf. LE BRAS, G.: Op. cit. col. 2142.
252
586
ABELARDO: Epitome theologiae christianae. P.L. 178. col. 1745.
587
"Per carnale connubium sigificatur Christi et Ecclesiae sacramentum". HONORIO DE
AUTUN: Elucidarum. P.L. 172. col. 1147.
588
HUGO DE SAN VICTOR: De sacramentis christianae fidei. P.L. 176. cols. 479-520.
589
HUGO DE SAN VICTOR: De Beatae Mariae Virginitate. P.L. 176. cols. 857 ss.
590
Cf. LE BRAS, G.: Op. cit. cols. 2144-2147.
591
HUGO DE SAN VICTOR: De sacramentis christianae fidei. P.L. 176. col. 481.
592
"Coniugium est in federes dilectionis, coniugii officium est in generatione prolis. Igitur
amor coniugalis sacramentum est et sacramentum in coniugibus est commixtio carnis".
HUGO DE SAN VICTOR. De Beatae Mariae virginitate. P.L. 176. col. 874.
253
Vemos, pues, cómo durante el siglo XI y la primera mitad del siglo XII, teólogos y canonistas
se afanaban por identificar los elementos y el momento de la formación del matrimonio,
reconociendo, todos, que es un sacramento. También cómo van alineándose los autores en dos
grupos: el de los canonistas, que atribuían a la cópula el papel esencial, y el de los teólogos,
partidarios de la teoría consensual. Sin embargo, los límites entre unos y otros no son tan
sencillos de señalar.
era acordado por razones o intereses externos al matrimonio, muchas veces cuando los
contrayentes eran todavía niños, y explicable, además, por la costumbre arraigada de
considerar que un segundo matrimonio consumado prevalecía sobre el primero no consumado.
Ahora bien, los casos de divorcio que Graciano planteó se refieren a un matrimonium
initiatum, pues el ratum no ofrecía dudas en cuanto a su indisolubilidad595.
El Decreto de Graciano no presenta una teoría completa del consentimiento. Tampoco una
noción elaborada de sacramento, que a veces significa la indisolubilidad del vínculo, pero
otras veces el vínculo mismo o el signo sagrado de la unión Cristo-Iglesia.
En los Cuatro Libros de Sentencias, publicados algunos años después del Decreto, entre 1150
y 1152, Pedro Lombardo (+1160) elaboró un resumen completo del saber teológico de su
tiempo. Los temas relacionados con la experiencia de pareja los trató en el Libro IV,
distinciones 26-43596. En la temática ocupa un lugar muy importante la perspectiva jurídica
del matrimonio, a pesar de que él era teólogo y su estudio se considere teológico.
El mérito de este autor, que recoge la tradición anterior, principalmente de los Padres y de
San Agustín, es que los teólogos posteriores ordenarán su reflexión según el esquema por él
propuesto.
En cuanto al tema que aquí nos ocupa, enseñó Pedro Lombardo que el afecto conyugal
justifica el matrimonio aún sin la intención de procrear. Pero también especificó que
después de la caída la unión sexual está acompañada de concupiscencia y es culpable: la
procreación excusa la culpabilidad de la unión; por eso el acto sexual no es pecado cuando
hay intención de procrear; practicado por razón de incontinencia, sin intención de procrear,
pero en bien de la fidelidad, es pecado leve597.
Al interrogante acerca del elemento constitutivo del matrimonio, respondió que la causa
eficiente del matrimonio es el consentimiento expresado por palabras de presente y no la
595
"Cuncta ergo que de non separando coniugio inducta sunt, de perfecto intelliguntur,
quod sponsali coniuctione est initiatum, et officio corporalis commixtionis est
consummatum. Illa vero, quibus separabile coniugium ostenditur, de initiato intelliguntur,
quod nondum officio sui perfectum est". GRACIANO. Op. cit. P. II. causa XXVII, q. 2, c.
39. P.L. 187. col. 1407.
596
PEDRO LOMBARDO: Sententiarum Libri Quatuor. P.L. 192. cols. 908-943. Trata de
la doble institución (dist. 26), propone una definición que integra el papel del
consentimiento y de la cópula (dist. 27), se refiere al consentimiento de futuro o promesa
(dist. 28), así como a la coacción (dist. 29) y el error (dist. 30); desde la doctrina de los
bienes precisa el valor del acto conyugal (dist. 31) y se refiere al deber conyugal (dist. 32),
para luego mencionar las diversas leyes matrimoniales (dist. 33) y presentar, finalmente, los
impedimentos fisiológicos, de condición social y de edad, de órdenes sagradas y de
uxoricidio, de voto y de cautividad, de disparidad de culto, de consanguinidad, de afinidad
y de parentesco espiritual (dist. 34-42).
597
PEDRO LOMBARDO: Op. cit. L. IV, dist. 31,6. P.L. 192. col. 920.
255
cópula598, la cual nada agrega a la validez del matrimonio perfeccionado por el consentimiento
de presente sino a su significación.
Así, desde antes de iniciar vida común y de la consumación se puede decir que existe el
vínculo y son, ya, marido y mujer599. Ahora bien, Lombardo aplicó el término desponsatio
tanto a la promesa como al consentimiento de presente. Por la promesa por palabra de futuro,
al igual que Graciano enseñaba, se constituyen en sponsus y sponsa, pero sólo por el
consentimiento por palabra de presente llegan a ser cónyuges y el consentimiento es
irrevocable, salvo en caso de impotencia.
El consentimiento, para Pedro Lombardo, era la sociedad conyugal 600y bastaría el
consentimiento de los esposos. Es decir, la intervención de los padres no era indispensable, ni
la entrega de la mujer al marido, ni la bendición: éstos, simplemente, daban publicidad y
solemnidad al matrimonio. Al asumir esta posición, Lombardo se situaba en la línea de la
concepción romana del matrimonio y no en la correspondiente al derecho consuetudinario
germano.
Para mejor identificar la enseñanza del Maestro sobre la sacramentalidad del matrimonio,
recuérdese su noción de sacramento, como signo de una realidad sagrada 601 y que incluyó el
matrimonio en el septenario sacramental602.
Es así como afirmó en su libro que el matrimonio es signo de una realidad sagrada con una
doble significación, por cuanto los esposos se unen de dos maneras, espiritual y
corporalmente, es decir, por el amor y la conformidad de naturaleza, unión que significa la
unión de Cristo y de la Iglesia que también asume dos maneras, en caridad y por la
conformidad de naturalezas, siendo en ambos casos anterior la unión en el espíritu o la
voluntad que en la naturaleza603.
598
"Efficiens autem causa matrimonii est consensus non quilibet sed per verbe expressus,
nec de futuro sed de praesenti". PEDRO LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist. 27, 3. P.L. 192.
col. 910.
"Non defloratio virgnitatis facit coniugium, sed pacto coniugalis. Ex his apparet, quod
consensus, id est pactio coniugalis, matrimonium faciat, et ex tunc coniugium est etiam si
non praecessis vel secuta est copula carnalis". PEDRO LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist.
27, 4. P.L. 192. col. 911.
599
"Non est ergo ambigendum quia solus de praesenti consensus coniugium afficiat et
exinde veri coniuges apellentur". PEDRO LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist. 27, 14. P.L.
192. col. 914.
600
"Consensus cohabitationis vel carnalis copulae non fatir coniugium, sed consensus
coniugalis societatis". PEDRO LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist. 28, 4. P.L. 192. col. 915.
601
"Sacramentum est sacrae rei signum". PEDRO LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist. 1, 2.
P:L. 192. col. 839.
602
"... baptismus, confirmatio, panis benedictionis, id est eucharistia, poenitentis, extreme
unctio, ordo, coniugium". PEDRO LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist. 2, 1. P.L. 192. col.
842.
603
"Cum ergo coniugium sacramentum sit, et sacrum signum est, et sacrae rei, scilicet,
coniuctionis consensum animorum, et secundum per mixtionem corporum, sic Ecclesia
256
De la institución también enseñó que es doble: a diferencia de los otros sacramentos, fue
instituido en el Paraíso para la multiplicación del género humano y después de la caída fue
permitido ad remedium604.
El Decreto de Graciano y las Sentencias de Lombardo, vale la pena repetir, fueron la base de
la enseñanza en las universidades al igual que de los comentarios de los canonistas y teólogos
de los siglos siguientes, y sus respectivas teorías acerca de la naturaleza del matrimonio y la
formación del vínculo fueron asumidas por la teología clásica y el magisterio eclesial.
Christo copulatur voluntate et natura, qua idem vult cum eo; et ipsa forman sumpsit de
natura hominis. Copulat est ergo sponsa sponso spiritualiter et corporaliter, id est, charitate
ac conformitate naturae. Huius utriusque copulae figura est in coniugio. Consensus enim
coniugium copulam spiritualem Christi et Ecclesiae, quae fiper charitatem, significat.
Commixtio vero sexuum illam significat, quae fit per naturae conformitatem". PEDRO
LOMBARDO. Op. cit. L. IV, dist. 26, 6. P.L. 192. cols. 909-910.
604
PEDRO LOMBARDO: Op. cit. L. IV, dist. 26, 2. P:L. 192. col. 908.
605
“... aliud est initiatum tantum aliud est initiatum et consummatum. Initiatum tantum, ubi
est consensus cum pactione coniugale absque carnali commixtioni, consummatum ubi
coitus cum consensus et pactioni intercedit". ROLANDO BANDINELLI. Comentario al
Decreto de Graciano. c. 27, q. 2, c. 5. P.L. 192. col. 965.
606
ROLANDO BANDINELLI: Sententiarum Libri Quatuor. L. IV, dist. 25-35. P.L. 192.
cols. 1105-1110.
607
"Efficiens autem causa matrimonii est consensus, non de futuro sed de praesenti, per
hujus modi verba expressus. Accipit te in virum, et ego in uxorem: In quo tam humana
quam divina iura concordant. Decit enim lex: Non dotibus sed affectu matrimonii
contrahumtur. (...) Ex his autem intelligere licet quod coniugium sacramentum sit, et
sacrum signum, el sacrae rei, scilicet coniunctionis Christi et Ecclesiae, secundum spiritum
quantum ad initium ejus; secundum carnem, quantum ad eiusdem perfectionem".
ROLANDO BANDINELLI. Op. cit., dist. 26. P.L. 192. cols. 1106-1107.
257
matrimoniales concretos. Recuérdese que la Iglesia había debido asumir la jurisdicción en las
causas matrimoniales y tenía competencia exclusiva sobre el matrimonio, motivo por el cual el
fallo de la Iglesia sobre la existencia o inexistencia del vínculo era definitivo.
Si el Maestro Bandinelli antes de su designación como Alejandro III enseñaba la
indisolubilidad del matrimonio a partir del consentimiento, a la hora de tomar decisiones
modificó en cierta forma su opinión. O mejor, la adaptó a las situaciones y circunstancias. Sus
decretos indican que no permitió la disolución del vínculo habiendo sido consumado, y que si
la autorizó en algunos fue porque no había habido consumación. Por ejemplo, concedió a una
pareja un período de dos meses para decidir si uno de los dos entraba en religión, caso en el
cual sería disuelto el matrimonio 608. Otra disolución fue un caso de afinidad descubierta con
anterioridad a la consumación609.
Pero el caso que con más frecuencia tenía que resolver la Iglesia del siglo XII es el
denominado sponsa duorum: si una mujer que contrajo matrimonio por palabra de presente, es
decir, que hubo consentimiento, y posteriormente contrae y consuma un segundo matrimonio,
¿cuál de los dos es el verdadero? Partidario de la teoría consensual, el Papa resolvió estos
casos afirmando que el primer matrimonio no consumado prevalece ante el segundo: posición
que difería de aquella vigente entre sus contemporáneos, para quienes la consumación del
segundo matrimonio disolvía el primero610.
Un pronunciamiento interesante del Papa fue en el caso de una matrimonio celebrado sin la
presencia del sacerdote y sin las solemnidades acostumbradas, luego de lo cual la mujer
contrajo matrimonio solemnemente con otro hombre y se consumó la unión. El Papa se
pronunció a favor del primer matrimonio: siempre que el consentimiento recíproco y actual
hubiera sido expresado por las palabras "Ego te recipio in meum" y "Ego te recipio in meam",
sin necesidad de solemnidades o de unión carnal, y les prohibió, tanto al hombre como a la
mujer, contraer otro matrimonio611.
El mérito de Alejandro III, hay que repetirlo, radica en que integró las opiniones de teólogos y
canonistas a propósito de la formación del vínculo y del momento a partir del cual surte
efecto. Retomó la teoría de Pedro Lombardo, afirmando que el consentimiento expresado por
palabras de presente constituye el matrimonio y crea el vínculo matrimonial, lo cual hace
imposible otro ulterior. Pero también integró la teoría de Graciano: aun cuando el matrimonio
existe verdaderamente por el consentimiento y es indisoluble, si no se ha consumado con la
unión carnal, un acto de jurisdicción eclesiástica puede disolverlo, pero una vez consumado, la
autoridad eclesiástica no puede intervenir.
Otros dos canonistas de la escuela de Bolonia y también discípulos de Graciano, propusieron a
finales del siglo XII una teoría que integraba las de Lombardo y Graciano y que coincidía con
la solución práctica de Alejandro III. Rufino y Huguccio de Pisa reconocieron la existencia del
vínculo e incluso la sacramentalidad antes de la cópula pero estableciendo una diferencia:
antes de la cópula es disoluble por autoridad del Papa, después es indisoluble612.
608
ALEJANDRO III: “Carta al obispo de Brescia”. Dz. 195.
609
ALEJANDRO III: “Carta al obispo de Poitiers”. Dz. 396n.
610
Cf. LE BRAS, G: Op. cit. col. 2158.
611
ALEJANDRO III: “Carta al arzobispo de Salerno”. Dz. 397.
258
612
Cf. CANTELAR, F: “La indisolubilidad desde el siglo XII hasta Trento”. En VARIOS:
El vínculo matrimonial. Madrid. BAC, 1978. p. 176.
613
ALEJANDRO III: “Carta al arzobispo de Arlés”. Dz. 404.
614
"... después que entre las personas legítimas se haya dado el consentimiento legítimo de
presente, que basta en los tales según las sanciones canónicas y que, si faltaré él solo, todo
lo demás, aún celebrando con coito, queda frustrado; si las personas unidas legítimamente
luego contraen de hecho con otras, lo que antes de había hecho de derecho no podrá ser
anulado". ALEJANDRO III. “Carta al obispo de Módena”. Dz. 404.
615
INOCENCIO III: “Carta a Imberto, arzobispo de Arlés”; “Carta al obispo de Módena”;
“Carta a Ugón, obispo de Ferrara”; “Carta al obispo de Tiberíades”. Dz. 405-409
259
pudo volcar sobre el estudio del matrimonio dentro de la doctrina de los sacramentos que la
escolástica elaboró.
Pero a pesar de que la preocupación principal era de tipo teológico, no existían límites entre el
enfoque de los canonistas y el de los teólogos, por cuanto todos estaban de acuerdo en que el
matrimonio es, a la vez, contrato y sacramento.
Al comentar las distinciones 27 a 42 del Libro IV de las Sentencias de Pedro Lombardo, los
teólogos asumieron la definición y la problemática por él planteada y que, en algunos
aspectos, pertenece al ámbito del derecho. Por su parte los canonistas, al comentar las
cuestiones 27 a 36 de la Parte II del Decreto de Graciano, se veían obligados a tocar puntos
propiamente teológicos, como la institución, la eficacia, la unidad del sacramento.
Ahora bien, la obra de los canonistas se limitaba a repetir la doctrina establecida, ya que con la
publicación de las Decretales de Gregorio IX en 1234 no hay progreso o evolución en el
derecho matrimonial. En cambio son especialmente ricos los escritos de los teólogos y en los
Tratados de Sacramentos se fue perfilando la doctrina del sacramento del matrimonio desde la
perspectiva y la metodología que la escolástica ofrecía.
Los teólogos escolásticos no titubearon en reconocer la sacramentalidad del matrimonio, pero
un nuevo problema se presento: ¿en qué consiste la sacramentalidad? La escolástica primera
atribuía a la bendición del sacerdote la causa instrumental, identificándola con el sacramento.
Sin embargo, según la teoría consensual que los teólogos habían acogido para explicar qué
hace el matrimonio, la liturgia no era propiamente constitutiva del mismo. Entonces se
empezó a pensar que la sacramentalidad había que buscarla en el matrimonio mismo y, más
exactamente, en el consentimiento consumado por el acto conyugal.
Ahora bien, esto planteaba una nueva dificultad: si un acto humano es capaz de causar gracia.
Y en cuanto a cuál era esta gracia, tampoco había consenso entre los teólogos, la mayoría de
los cuales opinaba que se trataba de una gracia sanante que modera la concupiscencia o ad
remedium, pero también se empezó a pensar que la gracia del sacramento se encaminaba al
bien del matrimonio.
El momento estelar de la teología del matrimonio y de toda la teología es la mitad del siglo
XIII, entre los años 1245 y 1256, más exactamente, que corresponde a la publicación de los
Comentarios a las Sentencias de San Alberto Magno, San Buenaventura y Santo Tomás. Los
tres grandes autores de este período intentaron responder a la pregunta y proponer una doctrina
de la sacramentalidad desde los presupuestos antropológicos y teológicos de su época.
Anterior a ellos es Alejandro de Hales (1180-1245). Sus planteamientos acerca de la
sacramentalidad del matrimonio merecen atención ya que manifiestan cómo la teología estaba
buscando, con los recursos del momento, hacer las precisiones necesarias sobre el sacramento
del matrimonio616. Con la terminología de sus predecesores, consideraba que el matrimonio es
signum et signatum en cuanto el consentimiento interior se identifica con la conformidad de
Cristo con la Iglesia en la naturaleza, la cual viene significada por la unión carnal y es signo, a
su vez, del íntimo amor de Cristo a su Iglesia 617, con lo cual reconocía que el matrimonio es
sacramento por lo que significa. Pero de Hales distinguía dos clases de eficacia: una, la que se
616
ALEJANDRO DE HALES: Glossa in quatuor libros Sententiarum Petri Lombardi, vol.
IV. dist. 27-42. Firenze. Quaracchi, 1957. pp. 463-593. Questiones disputatae II, q. 57-59.
Firenze. Quaracchi, 1960. pp. 1096-1181.
260
refiere a la significación y otra relativa a aquello que el sacramento produce, la gracia, a la cual
dio mayor importancia en su interpretación.
Cuando era profesor de la Universidad de París (1222-1229), negaba al matrimonio su
eficacia sacramental al considerar que no podía producir la gratia gratum faciens aun
cuando se recibiera dignamente. En sus escritos posteriores a 1230, cuando entró en la
orden franciscana, parece haber modificado su opinión, especialmente cuando afirmaba que
el sacramento del matrimonio es una forma visible de una gracia invisible de la que es al
mismo tiempo imagen y causa, por lo cual reconocía que el matrimonio causa la gracia 618.
Y esta gracia que atribuía al matrimonio era, incorporando a su interpretación de efecto y
causa la doctrina agustiniana del triple bien, vencer o disminuir la corrupción de la
concupiscencia que es la pena del pecado original, mediante una triple causa que eleva al
hombre de la corrupción de la concupiscencia por el deseo de la prole, por la satisfacción
del débito y por la prevención de la fornicación. Pero no parece haber integrado la visión
del matrimonio sacramento a partir de su significación con la que también él proponía
desde el efecto que produce, visión que corresponde a la que entonces prevalecía, la del
sacramentum ad remedium, sin negar la primera, que era la que los Padres habían
desarrollado en continuidad con el Apóstol Pablo.
Particularmente significativo es el aporte de San Alberto Magno (1206-1280), dominico y
maestro de Santo Tomás, en sus Comentarios al Libro IV de las Sentencias de Pedro
Lombardo, publicado entre 1245 y 1249.
Según las categorías escolásticas, distinguía el Doctor Magno cuatro causas y tres móviles
para juzgar el acto conyugal o usus matrimonii: las tres primeras causas y los dos móviles
primeros hacen el acto meritorio, la cuarta causa lo convierte en pecado venial si hay
concupiscencia, y en mortal si la voluptuosidad es su única finalidad619.
617
ALEJANDRO DE HALES: Questiones disputatae II, q. 57, d. 1, m. 1-2 (10-12). Ed. cit.
pp. 1100-1101.
618
"Sacramentum est invisibilis gratiae visibilis forma, ut ipsius imaginem qerat et causa
existat. Ergo matrimonium est causa alicuius gratiae". ALEJANDRO DE HALES.
Questiones Disputatae II, q. 57, d. 1, m. 4(18). Ed. cit. p. 1103.
619
“Quod actus matrimonii quatuor de causis potest fieri et tribus moventibus. Prima causa
est spes prolis. Secunda est fides redenti debiti. Tertia est in rememoratione boni
sacramenti. Quarta est causa infirmitas sanandae. Movens autem quandoque tantum est
virtus, et hoc tripliciter, scilicet amor cultus Dei propagandi in prole, amor iustitiae in
redditione debiti et fides uniones futurae in uno spiritu ad Deum: … quod si fiat concubitus
tribus primis de causis, et primis duobus moventibus, meo iudicio actus est meritorius et
habeet premium, et nullam habet indulgentiam. Si autem fiat quarta de causa et tertio
movente, ita quod natura praecedat continendo concupiscentiam ne moveat in uxorem ut in
adulteram, tunc est veniale peccatum et habet indulgentiam, et libido ponatur ultimus finis,
est peccatum mortale non habens indulgentiam”. SAN ALBERTO MAGNO: Commentarii
in Quartum Librum Sententiarum, dist. 26, a. 11. Opera Omnia. Paris. Vives, 1894. Vol.
30. pp. 254-258.
261
Para San Alberto Magno no había la menor duda de la sacramentalidad del matrimonio y de la
existencia de la gracia sacramental por cuanto se trata de una sacramento de la Nueva Ley que
significa y causa la gracia620.
La pregunta de San Alberto, como la de sus contemporáneos, era si el consentimiento de
los esposos podía ser capaz de causar gracia, por cuanto un acto puramente humano no
podía ser causa eficiente621. A lo cual respondió que por la unión de los esposos en caridad
la gracia sacramental los une a Cristo y la unión de los esposos en la carne significa, a su
vez, la unión de la naturaleza divina y humana en la encarnación 622. Así, la unión de los
esposos en el matrimonio y la unión de naturalezas en Cristo significan la unión y el amor
de Dios y el hombre, que es la realidad (res) significada y realizada por la gracia
sacramental. Desde esta argumentación, San Alberto pudo decir que el origen de la gracia
se encuentra en la unión de las dos naturalezas de Cristo y la finalidad de dicha gracia
sacramental es una ayuda para el bien del matrimonio 623, es decir, para el triple bien624, pero
sobre todo, que la gracia del matrimonio es para la unión de los esposos con Cristo 625 para
realizar la unidad e indisolubilidad del matrimonio.
San Buenaventura (1221-1274) se ocupó del matrimonio en las tradicionales diecisiete
distinciones del Comentario al Libro IV de las Sentencias626. Su estudio está dividido en las
cuatro causas constitutivas del matrimonio: formal, eficiente, final y material o instrumental.
Su preocupación era precisar en qué consiste la sacramentalidad del matrimonio y cómo
relacionar dicha sacramentalidad con la indisolubilidad.
Para este autor, la consumación perfecciona el matrimonio como realidad sacramental y
perfecciona la eficacia sacramental627. Por una parte, consideraba que la consumación posee
significación sacramental propia, diversa de la que posee el consentimiento: a la unión carnal
corresponde significar la unión por conformidad de naturaleza entre Cristo y la Iglesia; al
consentimiento corresponde significar la unión por la caridad. Pero, además, la unión carnal
significa la unión interior de los cónyuges o consentimiento y la unión Cristo-Iglesia por
conformidad de naturaleza. Por otra parte, la eficacia del sacramento implica la doble función
de significar y producir una realidad sobrenatural encaminada a perfeccionar el bien de la
fidelidad y el bien de la prole, así como curar o disminuir la concupiscencia.
620
Ibídem. dist. 26, a. 14. Ed. cit. pp. 121-122.
621
"Matrimonio est sacramentum: sed in omni sacramento efficiens est divina virtus: ergo
consensus mutuus non est efficiens causa matrimonii". Ibídem. dist. 27, a. 4. Ed. cit. p. 134.
622
Ibídem. dist. 26, a. 14. Ed. cit. p. 123.
623
Ibídem. dist. 26, a. 1. Ed. cit. p. 98.
624
Ibídem. dist. 31. Ed. cit. pp. 228-267.
625
Ibídem. dist. 31, a. 11. Ed. cit. p. 240.
626
SAN BUENAVENTURA: Liber IV Sententiarum, dist. 35-42. Firenze. Quaracchi,
1949. pp. 649-870.
627
Cf. AVILA, M.: La consumación conyugal indisoluble según San Buenaventura.
Bogotá. Pontificia Universitas Gregoriana, 1979.
262
Como se ponía en duda si el matrimonio tenía capacidad para producir gracia y, en caso tal, se
preguntaban cuál podía ser era gracia, San Buenaventura distinguió la gracia del matrimonio
de la del bautismo y la eucaristía, y enseñó que el matrimonio produce un triple efecto:
singular, en cuanto inclina al hombre a unirse solamente a su mujer, excluyendo así la
inclinación a unirse a muchas; útil, porque hace que se una a la mujer con la intención de la
prole y no con la de satisfacer el apetito; inseparable, ya que ayuda al hombre a estar siempre
con la misma, excluyendo el deseo de andar de una a otra. Tal efecto o gracia de estado tiene
como fuente el sacramento y actúa a raíz de la consumación, en cuanto signo apto para
representar la unión Cristo-Iglesia628. Se trata, pues, de una gracia sanante, que San
Buenaventura atribuyó al sacramento del matrimonio, gracia que se recibe no solamente por la
bendición del sacerdote sino por el consentimiento expresado por los contrayentes en la
celebración y el cual apunta a la consumación que perfecciona el sacramento.
La gracia del sacramento, al perfeccionar las propiedades esenciales de la unión conyugal,
la hacen signo apto para representar la triple propiedad de la unión Cristo-Iglesia. Ello es
posible por cuanto el matrimonio es apto por naturaleza para significar y significa por
institución629, es decir, significa por naturaleza el consentimiento interior y por institución
la unión Cristo-Iglesia en conformidad de naturalezas.
La síntesis de Santo Tomás representa un momento estelar en la historia de la reflexión
teológica y su influencia marcó el pensamiento y la doctrina de los siglos posteriores. Lo
relativo al tema de la experiencia de pareja se encuentra principalmente en los Comentarios
a las Sentencias630, concretamente a las distinciones 25 a 43 del Libro IV de las Sentencias
de Pedro Lombardo. La doctrina tomista sobre el matrimonio no alcanzó a quedar
contemplada en su Suma Teológica sino en el Suplemento de la Suma Teológica631 que
parece haber sido añadido por un discípulo suyo, Reinaldo de Piperno, empleando los
mismos planteamientos expuestos en los Comentarios pero ordenados según el método de la
Suma632. A este escrito recurrimos principalmente en el presente estudio.
Santo Tomás condenó “como una herejía de lo más perversa”633 la opinión de que el acto
conyugal fuera pecaminoso, asociando esta opinión con la creencia en la creación de los
628
SAN BUENAVENTURA: Liber IV Sententiarum, dist. 26, a. 2, q. 3. Ed. cit. pp. 657-
660.
629
SAN BUENAVENTURA: Op. cit., q. 1. Ed. cit. pp. 654-655.
630
SANTO TOMAS DE AQUINO: Commentum in Liber IV Sententiarum, dist. 36-37.
Opera Omnia, Vol. XI. Paris. Vives, 1723.
631
SANTO TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica Supplementum, III p., q. 41-68.
Opera Omnia, Vol. VI. Paris. Vives, 1723.
632
Los puntos que trata el Supplementum corresponden temáticamente a los de los
Comentarios y, por lo tanto, son los mismos que Pedro Lombardo había establecido: el
matrimonio como institución natural (q. 41) y como sacramento (q. 42), los elementos
esenciales del matrimonio (q. 43), la definición del matrimonio (q. 44), el consentimiento
(q. 45-48), los bienes (q. 49), los impedimentos (q. 50-62), las segundas nupcias (q. 63), el
débito conyugal (q. 54), poligamia y bigamia (q. 65-66), el repudio (q. 67) y los hijos
ilegítimos. Obsérvese cómo, a pesar de que se trata de la obra de un teólogo, los aspectos
jurídicos pesan más que los teológicos.
263
seres corporales por una deidad mala 634, es decir con el catarismo. Por otra parte, “se apartó
de la tendencia agustiniana de sospechar de todo placer, considerando que este era un hecho
natural mientras estuviera regido por la razón”635.
A la moral conyugal que él proponía subyace la comprensión natural que tomó de Ulpiano:
“La ley natural contiene todo lo que la naturaleza ha enseñado a todos los animales” y que
incluye las relaciones heterosexuales, su finalidad procreativa y el cuidado de las crías. De
esta ley natural deducían lo que conviene a la naturaleza racional propia de los seres
humanos636.
Este presupuesto lo desarrolló según el patrón aristotélico: el matrimonio tiene una
dimensión natural genérica sobre la cual se establece el officium naturae, es decir, el
instinto sexual y la procreación que son compartidos con los animales. Lo específicamente
humano pertenece al officium civitatis.
Pero como para la lógica porfiriana lo genérico viene antes que lo específico, el fin
principal del matrimonio resulta ser la prole y la ayuda mutua el fin secundario. Y este
último es el específicamente humano. Lo cual no significa finalidad primaria y secundaria
en el sentido en que posteriormente sería tomado, ya que para Santo Tomás en ningún
modo se trataba de una jerarquización.
Sin embargo el valor humano de la experiencia conyugal quedó vinculado estrictamente a
la procreación y para el teólogo dominico, como para los demás autores medievales, el
sentido de la unión sexual se agotaba en la procreación y cuanto la impidiera era indigno
del ser humano: era contra natura.
Santo Tomás siguió a San Agustín en lo relativo a la valoración moral del acto conyugal:
está exento de pecado cuando tiene como finalidad la procreación. En caso contrario
constituye un pecado: venial para el cónyuge que “pide el débito”, no así para el que por
fidelidad “da el débito”637.
Para Santo Tomás el matrimonio es sacramento y toda su exposición está impregnada por esta
certeza que explicita al reconocer el matrimonio entre los sacramentos porque es remedio
destinado a la santificación y simbolizado mediante signos sensibles 638. Se refirió a los
aspectos principales de un sacramento: su institución y la gracia, así como su justificación y
sus elementos constitutivos, que será el orden de la presente exposición.
La institución del matrimonio la planteó conforme a la problemática que de tiempo atrás se
venía proponiendo como doble institución y según la cual Santo Tomás distinguía una primera
633
SANTO TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica Supplementum, q. 41, a. 2. Ed. cit.
p. 55.
634
Cf. DEWART, L.: Op. cit. p. 215.
635
KOSNIK, A. (Editor): Op. cit. p. 62.
636
Cf. JANSSENS, L.: “Las grandes etapas de la moral conyugal”. En VARIOS: En las
fuentes de la moral conyugal. Bilbao. DDB, 1969. p. 180.
637
SANTO TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica Supplementum, q. 42, a. 2. Ed. cit.
p. 58.
638
Ibídem. q. 42 y q. 49. Ed. cit. pp. 52-56; 81-88.
264
institución antes del pecado para la procreación, ad officium naturae, y una segunda
institución como remedio, ad officium civitatis. También entendió que, en cuanto
representación del misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia, fue instituido en el tiempo de
la Ley Nueva y que, por lo tanto, es sacramento de la Nueva Alianza639.
El efecto del sacramento y su finalidad es la gracia del sacramento que, desde esta misma
perspectiva, es gracia sanante que los esposos reciben para unirse honestamente.
Para justificar el matrimonio recurrió a la doctrina agustiniana de los bonus matrimonii640,
reinterpretándolos desde el aristotelismo como officium naturae, la procreación, y officium
civitatis, la sociedad conyugal. Además reconoció la sacramentalidad del matrimonio como
comunicación de gracia y signo de la unión Cristo-Iglesia.
Esta justificación está íntimamente relacionada con la doctrina sobre la institución que
acabamos de mencionar y con la definición de matrimonio que el mismo Santo Tomás
propuso como la unión de dos seres, llamados marido y mujer, asociados para un mismo fin,
unión que incluye la unión de los cuerpos y de las almas. Con la terminología aristotélica
identificó la unión como la esencia del matrimonio y la procreación como finalidad 641,
precisando que la causa instrumental es la ceremonia nupcial en cuanto expresión del
consentimiento642.
Respecto a los elementos constitutivos, consideró Santo Tomás que el matrimonio ofrece los
mismos tres de cualquier otro sacramento:
sacramentum tantum, es decir los actos externos;
res et sacramentum, que él consideraba el vínculo; y
res tantum, que dividió en res ultima contenta o efecto del sacramento y res non
contenta que es la unión Cristo-Iglesia.
Sobre los actos externos de los contrayentes, precisó que la forma son las palabras
pronunciadas por los esposos para expresar el consentimiento y no la bendición del sacerdote
que él consideraba como un sacramental 643. La materia, es decir, la realidad visible,
consideraba que eran los actos exteriores de los contrayentes pero no dijo cuáles, dando con
ello lugar a que se interpretaran como las palabras de los esposos. Como se ve, no es clara la
distinción entre la materia y la forma del matrimonio, tal vez por lo que este en sacramento, al
igual que en la penitencia, la materia son actos humanos y no elementos materiales como el
agua, el pan y el vino, o el óleo.
Esto planteaba, por otra parte, una dificultad: por ser actos de los contrayentes, tanto los actos
exteriores (materia) como las palabras que expresan el consentimiento (forma), no podían
639
Ibídem. q. 42, a. 2. Ed. cit. p. 58.
640
Ibídem. q. 49. Ed. cit. pp. 81-88.
641
Ibídem. q. 44. Ed. cit. pp. 65-68.
642
Ibídem. q. 45, a. 1. Ed. cit. p. 69.
643
"Quod verba quibus consensus matrimoniales exprimitur, sunt forma hujus sacramenti:
non autem benedictio sacerdotis, quae est quoddam sacramentale". Ibídem. q. 42, a. 1. Ed.
cit. p. 57.
265
producir gracia. El Doctor Angélico enseñó que tanto los actos como las palabras de los
contrayentes tienen como efecto crear un vínculo que es el sacramentum et res y en razón del
cual, por institución divina, se da la recepción de la gracia.
Es evidente que Santo Tomás era partidario de la teoría consensual en su interpretación: el
consentimiento hace el matrimonio, el consentimiento es la materia y la forma o sacramentum
tantum y basta el consentimiento para la validez del matrimonio, pues si hay materia y forma
el sacramento produce su efecto644. Ahora bien, el consentimiento externo debe ir unido al
consentimiento interno y si faltare éste en uno de los contrayentes, no hay matrimonio.
En cuanto a las ceremonias, algunas las consideraba como esenciales, mientras otras le
añadían solemnidad. Entre las primeras se cuenta la expresión del consentimiento y entre las
segundas la bendición del sacerdote que no era requisito para la validez sino como un
sacramental.
Pero Santo Tomás tuvo que integrar en su interpretación la unión física de los esposos, a la
cual daba importancia pero sin reducir el matrimonio a este aspecto. Al referirse al objeto del
consentimiento, precisó que más que la unión carnal es la asociación del hombre y la mujer,
eso sí, ordenada a la carnalem copulam645, si bien entendía que era un derecho del varón por
institución divina para servirse de su esposa para procrear 646. Igualmente, al tratar de la
formación del vínculo, opinaba que la unión física pertenece a la perfección complementaria y
no a la esencial647.
Estas opiniones de los teólogos sobre la sacramentalidad del matrimonio, particularmente la
síntesis lograda por Santo Tomás, fueron acogidas como doctrina de la Iglesia, según veremos
más adelante.
644
Ibídem. q. 42, a. 3. Ed. cit. pp. 58-60.
645
Ibídem. q. 48, a. 1. Ed. cit. p. 79
646
"Cum in matrimonio datur homini ex divina institutione facultas utendi uxore sua ad
procreationem prolis, datur etiam gratia sine qua id convenienter facere non posset".
Ibídem. q. 42, a. 3. Ed. cit. p. 59.
647
"Carnalis commixtio de secunda perfectione matrimonii, et non de prima". Ibídem. q.
42, a. 4. Ed. cit. p. 60.
266
648
CONCILIO I DE LETRAN. Canon 5. Dz. 362.
649
INOCENCIO III: “Carta al arzobispo de Módena”. Dz. 404
650
Cf. SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 242.
267
celebración: era él quien presidía la ceremonia y, entre los francos, el que realizaba la traditio
puellae o entrega de la novia a la tutela del marido.
Esta función del obispo o sacerdote se puede entender como una delegación del padre o tutor,
o como una repetición del acto familiar ante la comunidad eclesial dentro de una acción
litúrgica. En dicha celebración eclesial, el ministro pedía el consentimiento a los nuevos
esposos en la puerta de la Iglesia, luego de lo cual el padre o el celebrante entregaba la novia al
marido y entraban todos a la Iglesia para la misa de velación durante la cual el oficiante
bendecía a la esposa. La liturgia matrimonial de esta época se asemeja notablemente a la
consagración de las vírgenes: el mismo gesto litúrgico de la imposición del velo y bendición
para la esposa de Cristo y para la esposa del hombre, por cuanto ambas ceremonias simbolizan
el misterio de la unión de Cristo y de la Iglesia651.
Ahora bien, esta liturgia era un acto de devoción o, mejor, una expresión de fe eclesial, pero en
ningún caso obligaba o constituía requisito para la validez del matrimonio.
Conclusiones
Durante los siglos X a XV, la Iglesia y la teología dieron un paso muy significativo en cuanto
a la reflexión teológica sobre la experiencia de pareja, la disciplina matrimonial y la
comprensión de la naturaleza del matrimonio. De esta época, muy rica en su reflexión y
producción literaria, se puede resumir:
Por razones históricas la Iglesia ejerció la jurisdicción sobre el matrimonio, llamada a
definir la existencia o inexistencia de los matrimonios y a velar por la estabilidad
conyugal. Por este motivo se vio obligada a elaborar una legislación que contemplara,
entre otros aspectos, los impedimentos, la forma y los deberes recíprocos de los
esposos.
Al asumir la jurisdicción del matrimonio, la teología y el derecho se preguntaron qué
es el matrimonio. Dos teorías sobre la naturaleza del matrimonio recogieron todas las
opiniones de la época: la teoría de los canonistas, con Graciano, que atribuía a la
unión física el papel esencial, y la teoría de los teólogos, con Pedro Lombardo, según
la cual el matrimonio se constituye por el consentimiento mutuo de los esposos
expresado por palabras de presente.
La aparente divergencia entre la teoría consensual y la teoría de la cópula resulta
obviada en la doctrina del Papa Alejandro III: el consentimiento hace el matrimonio y
la cópula lo consuma haciéndolo indisoluble.
De esta época data el tratado del matrimonio con su enfoque juridicista, así como el
reconocimiento del matrimonio como un contrato cuyo objeto es el derecho mutuo al
cuerpo del otro.
Hay unanimidad entre los autores para reconocer el matrimonio como sacramento. La
tradición patrística y la praxis eclesial de los primeros diez siglos habían proclamado
la sacramentalidad del matrimonio en cuanto realidad significativa de otra realidad
salvífica: la unión de Cristo y de la Iglesia; y como sacramentum o compromiso
sagrado. La teología medieval se preguntó por la naturaleza del sacramento o, dicho
651
Cf. SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. pp. 243 y 266-274.
268
de otra manera, qué es lo que hace que el matrimonio sea sacramento. Se preguntaron
si un acto humano, el consentimiento, era capaz de producir gracia y cuál era esta
gracia. Igualmente se preguntaron dónde situar la sacramentalidad, si en el
consentimiento, la cópula o la bendición del sacerdote.
En la reflexión teológica de estos siglos es posible reconocer la evolución de los
conceptos y las vacilaciones y logros de los autores, hasta la síntesis de Santo Tomás,
quien afirmó que la sacramentalidad no se sitúa en el consentimiento sino en lo que
éste produce: la comunidad de vida que incluye el acto sexual. Fundamentó la
indisolubilidad en el hecho de que el matrimonio es sacramento de la unión de Cristo
y de la Iglesia y enseñó que por el sacramento y la virtud divina que en él se da, una
comunidad específicamente humana se torna en comunidad de gracia. En cuanto a la
transmisión de gracia, consideraba que no estaba asociada a la bendición del sacerdote
ni al consentimiento ni a la realización del acto carnal sino al amor conyugal
ejercitado dentro de la comunidad de vida, y que dicha gracia sacramental no se da
sólo en orden a no pecar o para moderar la concupiscencia sino en orden al bien o
bienes del matrimonio.
La sexualidad fue interpretada como un bien dentro del matrimonio, en continuidad
con la tradición y al profundizar en la finalidad del matrimonio, algunos autores
destacan el mutuo amor de los esposos pero espiritualizándolo. El criterio de
moralidad era la naturaleza de la sexualidad, con la noción de “orden de la
naturaleza”, precisada por los teólogos escolásticos, en términos de “ley natural”.
La existencia de una liturgia matrimonial señala el sentido que para las parejas y sus
familias tenía la celebración del matrimonio ante la comunidad eclesial. Ahora bien,
tal liturgia no era obligatoria, lo cual daría origen a los matrimonios clandestinos que
eran válidos desde la perspectiva del derecho pero desaconsejados por la disciplina
eclesiástica.
269
El Concilio de Trento
Para refutar a los reformadores y condenar sus errores, la Iglesia convocó el Concilio de
Trento, que sesionó entre 1545 y 1563. El mismo Concilio precisó "la extirpación de las
herejías y la reforma de las costumbres" como principal causa por la cual se congregara 652.
Sobre la Escritura, el pecado original y la justificación, los sacramentos, el purgatorio, el culto
a los santos y las indulgencias, entre otros temas, se pronunciaron los padres conciliares
durante las muchas sesiones realizadas a lo largo de estos ocho años.
Tales pronunciamientos se hicieron en forma de decretos o exposiciones doctrinales, cada uno
de los cuales iba acompañado de sus correspondientes cánones condenatorios o anatemas a las
proposiciones en que los padres conciliares condensaban el pensamiento de los reformadores.
En los textos conciliares, unas veces Trento "declara y enseña", o propone "lo que profesa y
enseña la Iglesia para ser creído": es cuando está exponiendo la doctrina. Otras veces, también,
652
CONCILIO DE TRENTO: Sesión III. “Aceptación del símbolo de la fe católica”. Dz.
782.
272
655
LUCIO III: “Decreto Ad abolendum”. Dz. 402.
656
INOCENCIO III: “Carta al arzobispo de Tarragona”. Dz. 424.
657
CONCILIO DE LYON: “Profesión de fe de Miguel Paleólogo”. Dz. 465.
658
CONCILIO DE LYON: “Profesión de fe de Miguel Paleólogo”. Dz. 466.
274
Iglesia" conforme a los postulados de la sacramentología de Santo Tomás de Aquino: son siete
los sacramentos de la Nueva Ley que contienen la gracia y la confieren. El Decreto, así
mismo, expuso su doctrina sobre cada uno de los sacramentos conforme a las categorías del
hilemorfismo: "de las cosas, como materia; de las palabras como forma" e incluyó “la persona
del ministro que confiere el sacramento”, como los tres elementos sin los cuales no se realiza
el sacramento659.
En cuanto al matrimonio, el Concilio de Florencia lo enumeró entre los siete sacramentos y
enseñó:
"El séptimo sacramento es el del matrimonio que es signo de la unión de Cristo y de
la Iglesia, según el Apóstol que dice: ‘Este sacramento es grande; pero entendido en
Cristo y en la Iglesia’ (Ef 5,32). La causa eficiente del matrimonio es regularmente
el mutuo consentimiento expresado por palabras de presente. Ahora bien, triple bien
se asigna al matrimonio. El primero es la prole que ha de recibirse y educarse para
el culto de Dios. El segundo es la fidelidad que cada cónyuge ha de guardarse al
otro. El tercero es la indivisibilidad del matrimonio, porque significa la indivisible
unión de Cristo y la Iglesia. Y aunque por motivo de fornicación sea lícito hacer
separación del lecho, no lo es, sin embargo, contraer otro matrimonio, como quiera
que el vínculo del matrimonio legítimamente contraído es a perpetuidad"660.
Si en los primeros seis sacramentos el texto mantiene la estructura propuesta -materia, forma y
ministro-, al llegar al matrimonio no menciona ninguno de los tres elementos sin los cuales, al
decir de entonces, no existe sacramento.
La enseñanza del Concilio de Florencia sobre el matrimonio recogió la doctrina paulina y de
los Padres: el matrimonio es signo -misterio, habían dicho ellos-, de la unión de Cristo y de la
Iglesia; incluyó la doctrina agustiniana del triple bien y completó con la teoría consensual de
los maestros y teólogos medievales como causa eficiente del matrimonio. Además, reafirmó el
principio de la indisolubilidad de los matrimonios legítimos y declaró su sacramentalidad.
Así, la enseñanza de los Padres, los Maestros y los Doctores se hizo doctrina del magisterio.
Esta enseñanza, además, coincidía con la práctica comúnmente aceptada en la Iglesia desde el
siglo XIII.
659
CONCILIO DE FLORENCIA: “Decreto para los armenios”. Dz. 695.
660
CONCILIO DE FLORENCIA: “Decreto para los armenios”. Dz. 702.
275
permitido y que presentaba serios inconvenientes para la estabilidad familiar. A esta disciplina
eclesial nos referiremos más adelante.
Con la intención de esbozar el contexto polémico en el cual Trento se pronunció, pero sin el
ánimo de detenernos en la interpretación de los reformadores acerca del matrimonio 661, vale la
pena mencionar sus opiniones en relación con algunos aspectos de la teología y praxis
matrimoniales:
Lutero consideraba el matrimonio como asunto civil y que, por lo tanto, la
reglamentación y la jurisdicción pertenecían al Estado, por lo cual calificó la
legislación matrimonial como una usurpación de poder y un ejemplo del despotismo
que la Iglesia de Roma ejercía sobre los derechos de los cristianos662.
Calvino observaba que antes del Papa Gregorio el matrimonio no era sacramento y
que la Iglesia lo hizo sacramento para reservarse la legislación y jurisdicción663.
Lutero ponía en duda la sacramentalidad del matrimonio, por cuanto no encontró que
estuviera escrito que quien tomara mujer recibiera la gracia de Dios o que hubiera sido
instituido por Dios, ni que ningún signo hubiera sido asociado por Dios al matrimonio.
Precisaba, además, que el matrimonio puede ser figura o alegoría pero no sacramento
en el sentido que él daba a este término664.
Calvino reconocía el matrimonio como sacramento, y opinaba que Pablo se refirió a él
como misterio, lo cual no equivale a sacramento665.
Lutero negó la indisolubilidad y admitió la poligamia.
Calvino rechazó la poligamia pero negó la indisolubilidad.
En síntesis, se puede decir que los reformadores negaban que el matrimonio sea verdadera y
propiamente un sacramento y que comunique la gracia, la institución divina, la indisolubilidad
y la competencia de la Iglesia en los asuntos matrimoniales, aspectos a los cuales Trento
responde con los criterios de la doctrina tradicional que el magisterio había consagrado en el
Concilio de Florencia.
En cuanto a la doctrina matrimonial propuesta en Trento, vale la pena enmarcarla en la
exposición de la doctrina general de los sacramentos, aprobada en la Sesión VII, el 8 de marzo
de 1547, en la cual se destacan las siguientes definiciones:
son siete los sacramentos de la Nueva Ley, uno de los cuales es el matrimonio666,
661
Cf. LARRABE: El matrimonio y la familia cristiana. Madrid. BAC, 1973. BRESSAN,
L.: “La indisolubilidad del matrimonio en Trento”. En VARIOS: El vínculo matrimonial.
Madrid. BAC, 1978. pp. 220-222.
662
LUTERO, M.: La cautividad babilónica de la Iglesia. En Obras. Salamanca. Sígueme,
1977. pp. 136-141.
663
CALVINO, J.: Institución de la Religión Cristiana. L. IV, c. 19, 35-36. Rijswick.
Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1967. p. 1165.
664
LUTERO, M.: Op. cit. pp. 133-134.
665
CALVINO, J.: Op. cit. pp. 1165-1167.
276
666
CONCILIO DE TRENTO. Sesión VII: “Cánones sobre los sacramentos en general”.
Canon 1. Dz. 844.
667
CONCILIO DE TRENTO. Sesión VII: “Cánones sobre los sacramentos en general”.
Canon 2. Dz. 845.
668
CONCILIO DE TRENTO. Sesión VII: “Cánones sobre los sacramentos en general”.
Canon 4. Dz. 847.
669
CONCILIO DE TRENTO. Sesión VII: “Cánones sobre los sacramentos en general”.
Canon 6. Dz. 849.
670
CONCILIO DE TRENTO. Sesión VII: “Cánones sobre los sacramentos en general”.
Canon 8. Dz. 851.
671
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Doctrina sobre el sacramento del
matrimonio”. Dz. 969.
672
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 1. Dz. 971.
277
673
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Doctrina sobre el sacramento del
matrimonio”. Dz. 969.
674
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 2. Dz. 972.
675
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 7. Dz. 977.
676
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 5. Dz. 975.
677
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Cánones 3 y 4. Dz. 973-974.
678
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 12. Dz. 982.
679
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 6. Dz. 976.
680
Cf. BRESSAN, L.: Op. cit. p. 236.
278
caso el principio de la disolubilidad sino a los que pretendían que la Iglesia se equivoca en este
punto.
En cuanto al alcance de la enseñanza tridentina sobre el matrimonio, hay que tener presente el
marco polémico de sus definiciones, encaminadas a refutar los errores de los protestantes. Es
evidente que cada uno de los cánones doctrinales está acompañado de su correspondiente
anatema, no obstante lo cual hay lugar a considerar estas proposiciones como verdades que la
Iglesia proclamó y defendió aunque no contengan enseñanza dogmática propiamente dicha681.
De todas maneras, al definir solemnemente la sacramentalidad del matrimonio, el Concilio de
Trento representó un paso decisivo en la doctrina matrimonial, quizás uno de los más
significativos, por cuanto la enseñanza subsiguiente se limitó a repetir Trento.
También definió el Concilio la superioridad de la virginidad y lanzó el consabido anatema a
quien considerara superior el estado conyugal a la virginidad 682 en respuesta a la opinión de
los reformadores que negaban la superioridad de la virginidad y anteponían el estado
conyugal al estado de virginidad, que consideraban que no era mejor permanecer célibe que
unirse en matrimonio y que se habían pronunciado contra el celibato sacerdotal y los votos,
calificándolos como invenciones humanas, abismo de perdición, obra del diablo y error
impío contra Dios683.
681
Cf. SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 316.
682
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Cánones sobre el sacramento del
matrimonio”. Canon 10. Dz. 980.
683
Cf. LUTERO, M.: Los artículos de Shmalkalda. En Obras. cit. p. 355. Contra los 32
artículos de los teologastros de Lovaina. En Obras. Ed. cit. p. 362. Carta a Melanctón. En
Obras. Ed. cit. pp. 385-386.
279
684
ALEJANDRO VII: “Errores varios sobre materias morales”. Numerales 24; 25; 40 y 41.
Dz. 1124; 1125; 1140-1141.
685
INOCENCIO XI: “Errores varios sobre materia moral”. Numerales 9; 48 y 49. Dz.
1159; 1198-1199.
686
PIO VI: “Carta al obispo de Mottola”. Dz. 1500a.
687
PIO VI: Constitución Auctorem Fidei, 59. Dz. 1559.
688
PIO IX: “Sílabo” o colección de errores modernos VIII. Dz. 1765; 1767; 1768-1770;
1774.
689
LEON XIII: Encíclica Arcanum divinae sapientiae. Dz. 1854.
280
matrimonio que hará suyas el Código de Derecho Canónico de 1917, aplicándolas a la praxis
matrimonial.
690
Cf. LE BRAS, G.: Op. cit. col. 2237.
691
CONCILIO DE TRENTO. Sesión XXIV: “Decreto Tametsi”. Dz. 990-991.
692
Cf. SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. op. 316.
693
La nueva forma canónica, según decisión de los padres conciliares, no sería obligatoria
sino en los territorios donde fuera promulgada. Así, por ejemplo, en Alemania y en razón
de la dificultad para encontrar un párroco, la práctica continuó hasta 1917 cuando el código
de Derecho Canónico la estableció como obligatoria para toda la Iglesia. En otras regiones
se conservó la práctica de los matrimonios clandestinos hasta 1907, cuando el Decreto Ne
temere obligó a todos los bautizados a contraer matrimonio delante del párroco o su
delegado y dos testigos como requisito de validez, excepto en peligro de muerte y en los
territorios donde la Santa Sede hubiere estatuido otra cosa, como en el caso de Alemania.
282
694
Cf. NAVARRETE, U.: “Privilegio de la fe”. en VARIOS: El vínculo matrimonial.
Madrid. BAC, 1978. pp. 256-258.
695
PAULO III: “Constitución Altitudo”. Tomada de la edición del CÓDIGO DE
DERECHO CANÓNICO. Madrid. BAC, 1969, p. 903.
696
Cf. MESA, C.E.: “El sacramento del matrimonio en el Nuevo Reino de Granada”.
THEOLOGICA XAVERIANA 2 (1975). pp. 53-61.
283
697
Escribe Hillmann: "Las normas establecidas en la Constitución Altitudo, así como en los
subsiguientes documentos pontificios, que fueron ampliando gradualmente el ámbito de
aplicación de este "privilegio", significan, en efecto, que el Papa autorizaba la disolución de
matrimonios anteriormente considerados válidos; y esto se hacía "en favor de la fe" del
cónyuge que deseaba hacerse cristiano, que así quedaba libre para casarse otra vez.
Hablando en lenguaje moderno, lo que estas normas autorizan es el divorcio y el
subsiguiente matrimonio. (...) En cualquier caso, estas normas no concordaban con las
instituciones socioeconómicas no occidentales del matrimonio plural. De hecho, la Iglesia
consiguió una cierta medida de conformidad externa con la forma occidental, y
especialmente romana de entender y ordenar al matrimonio". E. HILLMANN. “El
desarrollo de las estructuras matrimoniales”. CONCILIUM 55 (1970). p. 196.
698
PIO V: “Constitución Romani Pontificis”. Tomada de la edición del CÓDIGO DE
DERECHO CANÓNICO. Madrid. BAC, 1969. p. 903.
284
699
GREGORIO XIII: “Constitución Populis”. Tomada de la edición del CÓDIGO DE
DERECHO CANÓNICO. Madrid. BAC, 1969. pp. 903-904.
700
"Las tres constituciones que hasta la promulgación del Código de 1917 tenían carácter
de privilegio o de ley particular fueron recogidas en el canon 1125 y extendidas a todo el
mundo, dándoles fuerza de ley general para toda la Iglesia". U. NAVARRETE. Op. cit. p.
241.
701
Cf. MESA, C.E.: Op. cit. p. 56.
285
Fe, convocado por el obispo Fray Juan de los Barrios en 1566 para "ordenar la disciplina
eclesiástica y a fin de dictar leyes que rigiesen y facilitasen la conversión de los indígenas”702.
Las normas emanadas del Sínodo de Santa Fe son una adaptación de la legislación
matrimonial eclesiástica, recopiladas y ordenadas conforme a las necesidades pastorales. Estas
Constituciones Sinodales703 reconocieron como válidos los matrimonios contraídos en la
infidelidad704 a la vez que promulgaron la aplicación del "privilegio paulino" para el territorio
según lo establecido por la Constitución Altitudo de Paulo III, con una pequeña pero muy
significativa modificación: "podráse casar con la que quiere de ellas o con otra cualquiera que
quisiera elegir, tornándose primero cristiano"705.
Las medidas del Sínodo abarcaron casi todos los aspectos relativos a la celebración válida del
matrimonio: prohibió los matrimonios clandestinos706, fijó las normas de los desposorios y
velaciones707, impuso la obligación de hacer averiguaciones para proceder al matrimonio de
los extranjeros y de los que se mudaban de domicilio para casarse708, ordenó hacer las
amonestaciones y encareció que no se dispensaran709, fijó la forma de este sacramento 710 y
reglamentó el modo de proceder en los matrimonios de viudos711.
702
IBAÑEZ, P.M.: Crónicas de Bogotá. Tomo I. Bogotá. Biblioteca Popular de Cultura
Colombiana, 1951. p. 40.
703
ROMERO, M.G.: Fray Juan de los Barrios y la evangelización del Nuevo Reino de
Granada. Bogotá. Academia Colombiana de Historia, 1960. A esta edición se hará
referencia en las citas de las CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE
LOS BARRIOS.
704
"Y porque la Ley de Gracia no deroga la Natural, antes la perfecciona, y entre estos
infieles hay contrato matrimonial, Santo Synodo aprobante, mandamos y declaramos
conforme a los Sacros Cánones, que cuando algún infiel se quisiere baptizar, se informe el
Sacerdote si es casado, según sus ritos y costumbres. Y si ambos se quisieren baptizar
después de baptizados sean compelidos a ratificar el Matrimonio in facie Ecclesiae".
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS. Constitución
17. Ed. cit. p. 470.
705
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 19. Ed. cit. p. 471.
706
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 23 y Constitución 111. Ed. cit. pp. 471 y 503.
707
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 24. Ed. cit. p. 472.
708
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 113 y 119. Ed. cit. pp. 504 y 506.
709
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 108 y 111. Ed. cit. pp. 502-503.
710
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 112. Ed. cit. p. 504.
286
711
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 118. Ed. cit. p. 505.
712
Ibídem.
713
"Persuadan los Sacerdotes a los que se casen que se confiesen para recibir el Santo
Sacramento del Matrimonio, o a lo menos tengan contrición de sus pecados con propósito
de se confesar quando lo manda la Santa Madre Yglesia". CONSTITUCIONES
SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS. Constitución 19. Ed. cit. p. 470.
714
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 107. Ed. cit. p. 502.
715
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS.
Constitución 114-115. Ed. cit. pp. 504-505.
716
ZAPATA DE CARDENAS, L.: Catechismo en que se contienen reglas y documentos
para que los curas de Yndias, les administren los sacramentos. Con advertencias para
mejor atraellos al conocimiento de nuestra sancta fe catholica. ECCLESIASTICA.
XAVERIANA. Vol. VIII-IX (1958-1959). pp. 163-228.
717
Ibídem. Capítulo 60. p. 199.
287
718
Ibídem. Capítulo 62. pp. 200-202.
719
Ibídem. Capítulos 64-67. pp. 204-205.
720
El “Capítulo de los que hurtan Yndias para casarse con ellas” lo omite la edición del
Catecismo del P. Pacheco, pero lo presenta Monseñor Romero en su biografía del Señor
Barrios. Op. cit. p. 318.
721
Ibídem.
722
Ibídem. Capítulo 52. pp. 193-194.
723
Ibídem. Capítulo 56. p. 195.
724
Cf. FRIEDE, J.: Vida y luchas de don Juan del Valle, primer obispo de Popayán y
protector de los indios. Popayán. Universidad del Cauca, 1961. p. 210.
725
Cf. MESA, C.E.: Op. cit. p. 60.
288
matrimonio de sus esclavos, hablaba de los extranjeros que traían mujeres y del divorcio que
sólo podía ser definido por el obispo726, pero no es claro qué se entiende por divorcio.
La comprensión occidental del matrimonio desplazó, casi por la fuerza, la comprensión de los
pueblos precolombinos y debido al fenómeno de aculturación que tuvo lugar en el continente
americano, desaparecieron los usos y costumbres de los aborígenes para dar paso a las
costumbres de la Europa cristiana en las Indias, con lo cual la disciplina matrimonial en
América se hizo idéntica a la europea y la historia del matrimonio, de la realidad conyugal, de
la legislación, de la doctrina y de los ritos de celebración se occidentalizaron definitivamente y
siguieron el mismo rumbo que la del Viejo Continente.
de los confesores. Entre éstas se encuentran las Institutiones Theologiae Moralis y los
Manuales de moral del siglo XVII, aunque desde de los siglos XIV y XV se habían
publicado las Sumas para confesores. La finalidad de estas obras, destinadas
exclusivamente a la práctica de la confesión, explica el método casuista para el tratamiento
de la sexualidad y la visión negativa, es decir, referida al pecado, que recorre sus páginas.
Hay que anotar la influencia de Guillermo de Occam (+1431) en los moralistas de este
periodo. Por una parte en el hecho de haber introducido la práctica de enseñar la moral de la
sexualidad, que se ubicó en los capítulos De sexto y De nono, pero sobre todo en cuanto a
su tratamiento negativo. Por otra parte, la metafísica occamista, con su concepto de
“singular” marcó de individualismo, extrinsecismo, voluntarismo y legalismo 731 la
valoración moral de la sexualidad y ésta reducida a los “actos”.
Desde este enfoque negativo, individualista y extrinsecista de moral sexual, la gran
preocupación fue justificar la licitud del acto conyugal dentro del matrimonio. Otros temas
también fueron tratados con riguroso detalle para facilitar el “juicio” que el confesor debía
hacer del penitente.
En algunos autores se pueden reconocer tímidos intentos para desplazar la procreación
como finalidad única del acto conyugal y darle un sentido más amplio. Pero pesaba la
mentalidad procreacionista y el juicio sobre la sexualidad se centró en los actos en sí, y
teniendo como criterio de valoración de éstos el orden de la naturaleza, al cual pertenece la
procreación.
De ahí que los pecados que mantienen la posibilidad de procreación (conforme natura), se
juzgaran con menos rigor que aquéllos que van contra ella (contra natura), los cuales eran
considerados como abusos de la sexualidad humana.
Entre los autores de esta época, que ampliaron el horizonte de interpretación de la licitud
del acto conyugal, es preciso citar a Martin de Maistre, Tomás Sánchez y San Alfonso de
Ligorio, de quien se tratará un poco más detenidamente.
El primero, del siglo XV, es Martín de Maistre (1432-1481), quien propuso que “no es acto
opuesto a la castidad conyugal todo acto sexual de los cónyuges realizado sin el fin de
engendrar prole”732. El otro autor, muy famoso, es Tomás Sánchez (1550-1610), teólogo de
la Universidad de Salamanca. Escribió en el Libro IX de su Tratado de Matrimonio733 que
era lícito “pedir el débito” para evitar la incontinencia y la fornicación propias o del
cónyuge. Igualmente admitió como lícito el placer que va unido al acto conyugal que busca
la procreación, pero si es sólo por deseo sensual y sin transgredir los límites del
730
Cf. BOTERO, S.: La moralidad del acto conyugal en la teología moral de los siglos
XVII-XVIII : Análisis histórico-doctrinal del pensamiento de los teólogos moralistas más
destacados. Manizales. Pontificia Universitas Lateranensis, 1983.
731
KOSNIK, A.: Op. cit. p. 64.
732
Cf. JANSSENS, L.: Op. cit. p. 186.
733
SANCHEZ, T.: “De debito coniugali” (L. IX). En De sancto matrimonii sacramento
disputationum. Venetiis. Apud Bartolomaum Javerina, 1712. pp. 154-269.
290
matrimonio, lo calificó como pecado venial. También clasificaba Sánchez como parvedad
de materia el placer proveniente del tacto y del pensamiento734.
734
Ibídem. Disp. II. pp. 155-157. Disp. VII-IX. pp. 173-178.
735
HÄRING, B.: El matrimonio al rojo vivo. Zalla. Paulinas, 1970. pp. 52-69.
736
SAN ALFONSO DE LIGORIO: Theologiae moralis, Lib. V, tr. VI, n. 900. Roma. Typis
Polyglottis Vaticanis, 1912. T. IV. p. 82.
737
Ibídem. n. 927. Ed. cit. p. 109.
738
HÄRING, B.: Op. cit. p. 62.
291
739
SAN ALFONSO DE LIGORIO: Op. cit. Lib. VI, tr. VI, cap. II, dub. I, n. 882. Ed. cit. p.
61.
740
SAN ALFONSO DE LIGORIO: Op. cit. Lib. VI, tr. VI, cap. II, dub. II, a.1, n. 918. Ed.
cit. p. 98.
741
SAN ALFONSO DE LIGORIO: Op. cit. Lib. VI, tr. VI, cap. II, dub. II, a. 2, n. 948. Ed.
cit. p. 129.
742
CODIGO DE DERECHO CANONICO Y LEGISLACION COMPLEMENTARIA.
Madrid. BAC, 1969. Esta edición se cita, en adelante, CIC-1917.
292
La primera afirmación del Código de 1917 es que "Cristo elevó a la dignidad de sacramento el
mismo contrato matrimonial entre bautizados"743. La noción de matrimonio de este canon era
netamente jurídica, y ello no tendría nada de inconveniente, tratándose de una legislación, si
ésta no hubiera sido durante años la única definición de matrimonio, traducida en una pastoral
exclusivamente preocupada en que el matrimonio reuniera las condiciones de la ley para su
legitimidad y validez. Por otra parte, interpretaba el sacramento como un momento de la
existencia conyugal o un acto prácticamente aislado, en consonancia con la compresión
"puntual" de los sacramentos que ofrecía la teología.
Recuérdese, aquí, que la teoría contractual fue acogida por el magisterio en los documentos
postridentinos, que insistían en la identidad entre el contrato matrimonial y el sacramento, para
los bautizados, que es, precisamente, lo que el Código repite.
En cuanto al objeto del contrato, el Código de 1917 reflejaba la concepción netamente
procreacionista del matrimonio y la sexualidad que caracterizó la doctrina tradicional: la
finalidad del matrimonio es la procreación y, más concretamente, “los actos que de suyo
son aptos para engendrar prole”744. Desde esta perspectiva precisó, como objeto del
contrato, el derecho perpetuo y exclusivo de los cónyuges sobre sus cuerpos en orden a los
actos que por su naturaleza son aptos para la procreación 745, lo cual evidencia la tradición
medieval del ius ad corpus como constitutivo del matrimonio, el cual, a su vez, refleja una
visión naturalista del matrimonio, ordenándolo a la unión física y a la procreación. Desde esta
visión, resultan comprensibles los criterios de validez y nulidad, tales como la edad, que es
aquella a partir de la cual la niña es capaz de concebir y el niño es capaz de engendrar pero
ciertamente no capaces de hacer pareja, o la impotencia para realizar la cópula pero no la
capacidad para el encuentro de pareja. Y con esta noción funcionó la pastoral matrimonial
durante muchos años.
El Código de 1917 recogió la doctrina de Santo Tomás de los fines y propiedades del
matrimonio746: la procreación y educación de la prole como fin primario, la ayuda mutua y el
remedio a la concupiscencia como fin secundario, pero entendidos no a la manera de Santo
Tomás, sino subordinado el fin secundario al primario. Las propiedades, a las que calificaba
de esenciales, son la unidad y la indisolubilidad, y agregó también la sacramentalidad como
propiedad que no se consideraba esencial por cuanto "le viene de fuera"747.
Tratándose de un código de leyes, es justificable la importancia que dio a los requisitos para la
validez del contrato matrimonial y que éstos ocupen tan amplio espacio: sesenta y uno de los
ciento treinta y un cánones están dedicados a señalar los criterios de validez748, la
743
CIC. canon 1012.
744
CIC. canon 1081.
745
Cf. Comentario al canon 1012 en la edición citada del Código de Derecho Canónico de
1917. p. 389.
746
CIC. canon 1013.
747
Cf. Comentario al canon 1012 en la edición citada del Código de Derecho Canónico de
1917. p. 389.
748
CIC. canon 1015 y canon 1019.
293
749
CIC. cánones 1095-1098.
750
CIC. cánones 1022-1030.
751
CIC. cánones 1035-1080.
752
CIC-1917. canon 1033.
753
CIC. canon 1081.
754
CIC. canon 1082.
755
CIC. cánones 1083-1086.
756
CIC. canon 1087.
757
CIC. canon 1088.
294
Según la teoría contractual, el vínculo matrimonial es el efecto del contrato, y este vínculo
posee, al decir del canon, por naturaleza, las propiedades que se atribuyen al matrimonio: su
unidad e indisolubilidad. Podría pensarse que dicha naturaleza se refiere al derecho perpetuo y
exclusivo que constituye el objeto del contrato y que los contrayentes aceptan y dan en el
consentimiento. Pero lo que más llama la atención de este canon es la referencia a la gracia,
considerada como un "además" o un añadido del matrimonio cristiano. Los teólogos
escolásticos se preguntaban si el matrimonio era capaz de producir gracia y cuál era esta
gracia: el Código no la negó y reconoció la gracia sacramental que Trento había declarado,
pero la minimizó y la ocultó entre la abundancia de precisiones legales. Y esto tampoco sería
preocupante en una codificación de normas legales, si la pastoral no hubiera ignorado que el
matrimonio es un acontecimiento de gracia y si no se hubiera quedado en la frialdad y aridez
de la ley.
Las normas del Código de Derecho Canónico se enmarcan dentro de la teología de la primera
mitad de este siglo y de sus preocupaciones pastorales, pero también hay que reconocer que en
razón de esta visión, tanto de la teología como del matrimonio, éste se entendió,
principalmente como un contrato elevado a sacramento, que se realiza por el consentimiento,
que su finalidad es la procreación y que origina un vínculo perpetuo. En esta perspectiva, el
amor es secundario y la gracia sacramental un añadido. Con esta visión, muchas parejas
comenzaron una vida conyugal que muchas veces alcanzó la solidez deseada pero otras tantas
no fue sino un infierno: porque el matrimonio sí reunía las condiciones de validez que tanto
preocuparan a la Iglesia, pero no las condiciones humanas para la convivencia. Y estaban
indisolublemente atados.
758
CIC. canon 1110.
759
PIO XI: Encíclica Casti connubi 18.
295
Conclusiones
De este periodo de la historia de la praxis y doctrina eclesiales sobre la experiencia de
pareja conviene destacar:
A la definición por parte del magisterio de la sacramentalidad del matrimonio
contribuyeron, junto con la tradición patrística, la reflexión de los teólogos y las
circunstancias históricas que dieron lugar a tales pronunciamientos. El Sínodo de
Verona (1184) llamó por primera vez sacramento al matrimonio, Lyon (1274) definió
que son siete los sacramentos y que uno de ellos es el matrimonio. En tono más
solemne, el Concilio de Florencia (1439) enumeró el matrimonio en el septenario
sacramental y enseñó que es signo de la unión de Cristo y de la Iglesia, y Trento
(1545-1563) declaró que el matrimonio es verdadera y propiamente sacramento y que
confiere la gracia que significa, por lo cual perfecciona el amor natural, confirma la
unidad indisoluble y santifica a los cónyuges. Documentos posteriores del magisterio
insistieron en la identidad entre el contrato matrimonial y el sacramento.
Los aspectos disciplinares contemplados por el magisterio, particularmente en Trento,
se referían al derecho de la Iglesia para enseñar la indisolubilidad y su inerrancia a
este respecto, así como a su competencia para legislar y juzgar en los asuntos
matrimoniales, una de cuyas consecuencias prácticas fue el establecimiento de la
forma canónica obligatoria para la validez del matrimonio.
De la inculturación del matrimonio occidental en América Latina llama la atención el
desconocimiento por parte de los conquistadores y misioneros de los valores de las
tradiciones y costumbres matrimoniales de los pueblos precolombinos y la imposición
del modelo de estructura conyugal y familiar occidentales. La preocupación pastoral
era instruir a los indios en la doctrina, que se bautizaran y arreglaran su situación
matrimonial conforme al modelo occidental asumido por la Iglesia, todo ello con el
fin de que se salvaran.
La disciplina eclesiástica del magisterio romano autorizaba para que en los casos de
poligamia el marido conservara la primera mujer o aquélla que se bautizara con él. En
la adaptación que hicieron los sínodos regionales, la medida se amplió a "la que más
quisiere". En este caso y en el de los inmigrantes provenientes del continente africano,
la disciplina romana desconoció la existencia de los matrimonios contraídos en la
infidelidad y autorizó contraer un nuevo matrimonio según las leyes canónicas,
matrimonio este que era el que se reconocía como verdadero. Los sínodos regionales
de las provincias españolas, de esta manera, adaptaron la doctrina tridentina a las
circunstancias concretas de los indios convertidos al cristianismo.
Los criterios sobre la sexualidad propuestos en los manuales de moral manifiestan una
valoración moral de “actos” marcada por el individualismo y el extrinsecismo y
enfocada hacia el “juicio” que el confesor tenía que hacer de los pecados y teniendo
como criterio de moralidad de los actos su conformidad con la naturaleza y su
762
Ibídem. Dz. 2335.
297
El “aggiornamento” en la iglesia
En la Iglesia y en la reflexión teológica se sintieron los cambios sociales y culturales del siglo
XX. Durante la primera mitad de siglo, teólogos y pensadores católicos, el más ilustre de los
cuales fue Teilhard de Chardin, sentaron las bases para dar respuesta a las preocupaciones de
las parejas del siglo XX.
En líneas muy generales se podría decir que los siguientes fueron, entre otros, los cambios más
significativos:
de un enfoque esencialista de la realidad y de la teología se pasó a un enfoque personalista,
en la línea de Emmanuel Mounier;
la casi exclusivización de la filosofía en la reflexión de los teólogos dio paso a la Escritura,
haciendo eco al movimiento bíblico;
299
763
JUAN XXIII: Encíclica Pacem in terris 41.
764
PUEBLA 847.
300
Treinta años después de publicar su libro Von Sinn und Zweck der Ehe (Breslau, 1935), que
fue recogido en 1940, Herbert Doms escribió en la colección Mysterium Salutis:
“En el matrimonio, los cuerpos de los esposos sirven también para la unión de las
personas, y no solamente para los fines de la reproducción y del remedium
concupiscentiae. No sirve par la unión en una embriaguez pasajera del instinto, sino
como medio de expresión de la entrega mutua y duradera de la propia persona. (…)
La entrega matrimonial en la carne va más allá de lo meramente corporal, es un
abrirse mutuo en experiencia singular de la persona”769.
775
GS 49-50.
776
GS 41.
777
Ibídem.
778
GS 48.
779
LG 11.
780
SC 5.
781
GS 52.
782
LG 41.
783
LG 11.
304
De esta Iglesia Doméstica, que es sacramento o señal de unión con Dios y de unidad 785 en
pequeño, y porque igualmente en pequeño está llamada a ser "signo de salvación en el
mundo"786, pudo decir el Concilio que tiene una misión hacia dentro y otra hacia fuera. La
primera se refiere a la vocación propia de los cónyuges "para que ellos entre sí y ante sus hijos
sean testigos de la fe y del amor de Cristo" 787 y "se ayuden el uno al otro en gracia" 788, lo que
equivale a decir que "se ayuden mutuamente a santificarse" 789. A esta primera misión
corresponde la educación de los hijos y su crecimiento en la fe 790, que es el ministerio que la
Iglesia confía a los esposos.
Pero la misión de la Iglesia Doméstica se abre hacia la comunidad humana: para manifestar
con su testimonio que el reino de Dios está presente entre los hombres 791, promover el bien del
matrimonio y la familia792 y glorificar a Dios793, pero también ser signo escatológico como
"pregoneros de la fe y de las cosas que esperamos"794.
Porque el matrimonio es sacramento, la gracia tiene un lugar importante en la enseñanza
conciliar: los cónyuges cristianos "tienen en su condición y estado de vida su propia gracia en
el Pueblo de Dios"795 y están llamados a ayudarse "el uno al otro en gracia" 796. Esta gracia que
impregna la vida de la pareja cristiana permite que lleguen los dos "a su pleno desarrollo
personal y a su mutua santificación y, por tanto, conjuntamente, a la glorificación de Dios"797.
También el Concilio hizo un llamado a la responsabilidad de la pareja que, cooperando con
el amor de Dios Creador, cumple su obligación en la transmisión de la vida:
“…atendiendo tanto al bien propio como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía
por venir, discerniendo las circunstancias del momento y del estado de vida, tanto
materiales como espirituales y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de su propia
familia, de la sociedad y de la Iglesia”798.
784
GS 48.
785
LG 1.
786
GS 43.
787
LG 35.
788
LG 45.
789
LG 11.
790
LG 11.
791
LG 35.
792
GS 52.
793
GS 48.
794
LG 35.
795
LG 11.
796
LG 41.
797
GS 48.
798
Ibídem.
305
Pero el Concilio no es muy explícito en cuanto a la forma de cumplir esa obligación pues,
por una parte, dice que el juicio lo deben formar ante Dios los esposos personalmente y no
a su arbitrio o dejándose manipular por las políticas internacionales de control natal, sino
dóciles al Magisterio de la Iglesia. Pero también reconoció aquellas circunstancias en que
“el número de hijos no se puede aumentar y el ejercicio del amor fiel en la plena intimidad
tiene sus dificultades para mantenerse” 799, para concluir que “no es lícito a los hijos de la
Iglesia ir por caminos que el magisterio al explicar la ley divina, reprueba sobre la
regulación de la natalidad”800.
Con lo cual se dio un paso en cuanto a reconocer el problema. Ahora bien, el peso de la
tradición impidió abrir las puertas a la anticoncepción que la sociedad contemporánea había
acogido sin valorar sus ventajas y desventajas, sin medir los rasgos de deshumanización
que conllevan las políticas y practicas antinatalistas.
Esta interpretación del matrimonio, desde una antropología personalista, una teología
cristocéntrica y una eclesiología de comunión, representó un paso muy significativo en la
teología del matrimonio: la importancia del amor, la comunidad de vida, la sacramentalidad de
la experiencia matrimonial y la gracia que impregna esta experiencia, afloran casi por primera
vez en la reflexión eclesial después de muchos siglos de enfocar el matrimonio desde una
perspectiva eminentemente jurídica.
799
Ibídem.
800
GS 51.
801
EL ESPECTADOR. Bogotá, mayo 11 de 1967. Separata.
306
condiciones físicas, económicas, sicológicas y sociales 802, con lo cual admitió la licitud de
la regulación de los nacimientos.
Al proclamar el sentido unitivo del acto conyugal en la misma línea del Vaticano II 803, lo
consideró inseparable del procreador y subordinado a este último, precisó el Papa Pablo
VI:
“La Iglesia, que recuerda a los hombres la observancia de las normas de la ley
natural, según ha sido interpretada en su doctrina constante, enseña que todos y cada
uno de los actos conyugales deben estar abiertos a la transmisión de la vida”804.
Este párrafo distrajo la atención del resto de la enseñanza que la encíclica ofrecía y se
convirtió en el blanco de los ataques de quienes esperaban un cambio en la doctrina y en
obsesión de los partidarios de conservar los planteamientos tradicionales.
La encíclica de Pablo VI se ubica en la perspectiva de la doctrina tradicional en cuanto
utiliza como criterio de moralidad la ley natural y su interpretación cuando enseña que
“todos y cada uno de los actos deben estar abiertos a la transmisión de la vida”,
planteamiento diferente del que había propuesto la Comisión convocada por Juan XIII en el
Informe de la Mayoría, cuando precisaba que la moralidad del acto conyugal “no depende
de la fecundidad directa de todos y cada uno de los actos concretos”.
Como en el caso de la alocución de Pío XII a las comadronas anteriormente citado, habría
que preguntarse qué quiere decir el documento con la expresión “todos y cada uno de los
actos”, pues la encíclica admitió el uso de los ritmos naturales para espaciar los
nacimientos805. Ahora bien, el acto conyugal realizado por los esposos durante los períodos
no fecundos de la mujer, intencionalmente no está abierto a la vida. Pareciera entonces,
que lo que se opone a la ley natural es el impedimento físico pero no el intencional, el
recurso a un método que en forma física (dispositivos mecánicos, productos químicos o
farmacológicos) evite la concepción, pero no al que hace lo mismo en forma intencional, es
decir, con respecto a los períodos genésicos y agenésicos.
Humanae vitae, además, condenó tajantemente el aborto, la esterilización, los métodos
artificiales para controlar la natalidad, es decir, toda interferencia en los procesos
fisiológicos de la reproducción, así como cualquier práctica egoísta encaminada a evitar el
nacimiento de un hijo.
802
PABLO VI: Encíclica Humane vitae 10.
803
Ibídem 11. Cf. GS 49.
804
Ibídem 14.
805
Ibídem 16.
307
806
CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Declaración sobre ciertas
cuestiones relativas a la ética sexual 1.
807
Ibídem 3.
808
Ibídem 4.
809
Ibídem 5.
810
MEDELLÍN: Familia 15.
811
MEDELLÍN: Familia 19.
812
MEDELLÍN: Familia 4-7 y 19.
308
a su Iglesia823 y cuando señala que "la pareja santificada por el sacramento es testimonio de la
presencia pascual del Señor"824, es decir, que la vida de la pareja cristiana es sacramento,
porque los esposos cristianos hacen presente a Cristo resucitado y anuncian que el Señor vive
y actúa en ellos. De ahí que la experiencia cristiana de pareja pueda ser experiencia pascual de
entrega fecunda y signo ante el mundo de las maravillas que el amor de Dios realiza en la
pareja.
Cuando se refiere a la familia como imagen de la comunión trinitaria, el Documento de Puebla
hace eco a las palabras de Juan Pablo II en su homilía sobre la familia en Puebla 825 y cuando
califica la comunidad familiar como Iglesia Doméstica evoca la enseñanza del Vaticano II.
Para el Documento de Puebla toda la vida familiar es sacramento, porque la vida en familia
reproduce las cuatro experiencias fundamentales de la vida de la Iglesia y de ella participa:
experiencia de Dios como Padre, de Cristo como hermano, de hijos en y por Cristo, de Cristo
como esposo de la Iglesia826.
Los tratados tradicionales hablaban de fines, efectos y propiedades del matrimonio o, quizás,
del contrato matrimonial. Los obispos latinoamericanos los repitieron pero dándoles un
enfoque diferente: el amor es "exclusivo, irrevocable y fecunda entrega". Pero también
agregaron, en innovación que hay que reconocerle a la teología latinoamericana, que "es
comunión y participación"827, las cuales proceden de "la perfecta intercomunión de amor de la
familia trinitaria"828.
823
PUEBLA 582.
824
PUEBLA 583.
825
"Se ha dicho en forma bella y profunda que nuestro Dios en su misterio más íntimo no
es una soledad, sino una familia, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la
esencia de la familia que es el amor. Este amor, en la familia divina, es el Espíritu Santo".
JUAN PABLO II: Homilía pronunciada en el Seminario Palafoxiano de Puebla el 28 de
enero de 1979. En la publicación de los documentos de la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano realizada por el Consejo Episcopal Latinoamericano. Bogotá.
L. Canal y Asociados, 1979. p. 32.
826
PUEBLA 583.
827
PUEBLA 582.
828
PUEBLA 212.
310
e irrepetible, como yo, como persona, porque el sexo define no solamente la individualidad
somática sino al mismo tiempo su personalidad, identidad y concreción como irrepetible yo
masculino-femenino, y porque tal carácter concreto significa tanto la unicidad como la
irrepetibilidad de la persona”837
En continuidad con esta enseñanza se encuentra la preparación, desarrollo y resultados del
Sínodo de Obispos de 1980838 convocado por el Papa Juan Pablo II para responder a las
necesidades de las parejas contemporáneas y precisar en qué consiste seguir a Cristo en la
experiencia conyugal. Al respecto manifestó la necesidad de
"encontrar el lenguaje y las motivaciones profundas que ilustran la doctrina
permanente de la Iglesia de modo que afecte y en lo posible convenza a los hombres
de hoy en sus situaciones concretas (...) no será un instrumento para responder a
todos los problemas, pero tendrá que poner en claro qué significa seguir a Cristo en
este terreno"839.
Ya en los Lineamenta se destacaba la dimensión personal de la sexualidad y el dinamismo
del amor, situándose la procreación como fruto de la evolución del amor conyugal e
integrando, así, el significado unitivo y procreador del acto conyugal.
En las Proposiciones presentadas al Papa al concluir este evento, los padres sinodales
propusieron el siguiente texto sobre la sexualidad humana:
“Dios que es amor, creó al hombre a su imagen y semejanza. Porque es amor, existe
en tres personas, es decir, en relaciones que consisten en darse, recibir y volver a
dar. El hombre, creado a esta imagen, no está destinado a la soledad sino a la
relación del amor. Pero porque el hombre es un espíritu encarnado, está llamado al
amor en esta totalidad que le es propia. El amor penetra en el cuerpo del hombre y el
cuerpo participa del amor espiritual.
Por esta razón, la sexualidad, por la cual los hombres, en cuanto a varón y mujer se
relacionan entre sí, no es algo simplemente biológico, sino que toca al corazón
mismo del destino humano. La sexualidad no se realiza de manera verdaderamente
humana sino cuando se integra en el amor por el cual el hombre y la mujer se
integran uno al otro hasta la muerte. (…) Este espacio de fidelidad que se crea en el
amor coincide con la fecundidad responsable que es intrínseca al amor del hombre y
la mujer”840.
Y el Papa Juan Pablo II acogió y profundizó estas ideas en su Exhortación apostólica
Familiaris consortio que recogió los trabajos del Sínodo:
837
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 5 de marzo de 1980. ECCLESIA
1974 (1980). p. 7.
838
CORPAS DE POSADA, I.: “La misión de la familia en el mundo contemporáneo :
Análisis histórico textual del Sínodo 1982”. THEOLOGICA XAVERIANA 31/3 (1981).
pp. 315-349.
839
JUAN PABLO II: “Discurso al Consejo de la Secretaría General del Sínodo el 23 de
febrero de 1980”. O.R. Marzo 9 de 1980.
840
SINODO DE OBISPOS DE 1980: Proposición 8. DOCUMENTATION
CATHOLIQUE 1809 (1981). P. 539.
312
petición de los obispos referente a la profundización en la teología del matrimonio y una de las
Proposiciones del elenco presentado al Papa decía:
"El matrimonio que era ya en el Antiguo Testamento como un signo de la alianza de
Dios con el pueblo elegido, llega a ser en la nueva alianza su signo sagrado, es
decir, un verdadero sacramento"844.
Otra de las Proposiciones relacionaba la sacramentalidad del matrimonio con la vocación
bautismal y la fe de la pareja845.
El texto pontificio también destacó la capacidad de transignificación del matrimonio cristiano
cuando lo definió como "el pacto de amor conyugal o elección consciente y libre con que el
hombre y la mujer aceptan la comunidad íntima de vida y amor querida por Dios mismo, que
sólo bajo esta luz manifiesta su verdadero significado" 846 o cuando precisó que el amor de
Dios por la humanidad se tipifica en "las palabras vivas y concretas con que el hombre y la
mujer declaran su amor conyugal"847. Pero particularmente al señalar:
"La comunión de amor entre Dios y los hombres, contenido fundamental de la
Revelación y de la experiencia de la fe de Israel, encuentra una significativa
expresión en la alianza esponsal que se establece entre el hombre y la mujer"848.
Por eso pudo decir el Papa que el matrimonio es "imagen y símbolo de la alianza que une a
Dios con su pueblo"849. De igual manera expresó que "la comunión entre Dios y los hombres
halla su cumplimiento definitivo en Cristo Jesús, el Esposo que ama" y que "el matrimonio de
los bautizados se convierte así en el símbolo real de la nueva y eterna alianza" en la cual los
esposos están insertados por el bautismo850.
De la sacramentalidad del matrimonio derivan sus características propias:
“En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio los esposos quedan vinculados
uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es
representación real mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo
con la Iglesia"851.
Por eso también escribió el Papa que "los esposos son el recuerdo permanente de lo que
acaeció en la cruz; son el uno para el otro y para los hijos testigos de la salvación de la que el
sacramento los hace partícipes” 852, por cuanto el matrimonio es memorial, actualización y
profecía del acontecimiento pascual.
844
SINODO DE OBISPOS DE 1980. Proposición 10. DOCUMENTATION
CATHOLIQUE 1809 (1981) p. 540.
845
SINODO DE OBISPOS DE 1980. Proposición 12. DOCUMENTATION
CATHOLIQUE 1809 (1981) p. 540.
846
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 11.
847
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 12.
848
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 12
849
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 12.
850
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 13.
851
Ibídem.
314
852
Ibídem.
853
Cf. HUIZING. P.L: “La conception du mariage dans le Code, le Concile et le Schéma
de Sacramentis”. RÉVUE DE DROIT CANONIQUE 27 (1977). p. 135-146. VELA, L.A.:
“El matrimonio, communitas vitae et amoris". ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS 51 (1976).
pp. 183-222.
854
CIC. canon 1055, 1.
855
CIC. canon 1096, 2.
856
CIC. canon 1055, 2.
857
CIC. canon 1067, 2 y canon 1096.
858
CIC. canon 1095.
859
Cf. CIC. canon 1013.
315
Conclusiones
Entre los principales aspectos de la reflexión teológica y el magisterio durante las últimas
décadas del segundo milenio, hay que destacar:
El lento y difícil proceso de abrirse camino en la reflexión eclesial de una visión
distinta a la tradicional con respecto a la exclusiva ordenación del matrimonio y la
sexualidad a la procreación y la especificidad de la sexualidad humana con respecto a
la reproducción de los animales.
El reconocimiento del amor como fuerza que une a los esposos y realiza la comunión
de vida, amor que, para los bautizados, participa y expresa el amor de Dios, así como
al identificar el aspecto unitivo de la sexualidad conyugal como constitutivo de la
experiencia de pareja: amor total y fecundo que integra procreación y comunión de las
personas y que es lo que hace plenamente humana la sexualidad en nuestros días.
El paso de un énfasis juridicista a una comprensión teológica del matrimonio de cuño
personalista: de contrato matrimonial a compromiso interpersonal, de institución
matrimonial a comunidad de vida y amor y alianza de personas, de consumación
naturalista generativa a consumación existencial.
La recuperación del aspecto sacramental del matrimonio desde la capacidad de
significación de la experiencia humana, aspecto que en los siglos anteriores no se
había tenido en cuenta: el matrimonio es sacramento del amor de Dios por su pueblo y
de Cristo por su Iglesia, es imagen y participación de la alianza de Dios con el hombre
y de la comunión trinitaria.
860
CIC. canon 1063.
861
CIC. canon 1063, 3.
862
CIC. canon 1071.
316
De la lectura de los datos de la historia del cristianismo sobre la doctrina y praxis relacionadas
con la experiencia de pareja se destacan, a manera de constante, los siguientes aspectos:
No existe un modelo único de pareja que pueda atribuirse validez universal y los
diversos modelos se estructuran según las culturas correspondientes, lo mismo que la
respuesta a la pregunta sobre qué es el matrimonio y la forma de celebración. El
mundo judeocristiano asumió la pareja monogámica y la Iglesia acogió la teoría
romana de que el consentimiento hace el matrimonio, así como las formas de
celebración, posteriormente integradas con algunas de los pueblos germanos.
Históricamente también se observa un cambio en la experiencia de pareja. Durante
casi veinte siglos el matrimonio estuvo consolidado a partir de fuerzas cohesionantes
de tipo institucional extrínsecas a la pareja, fuerzas que al desaparecer por los cambios
sociales dan origen a una relación de pareja de tipo interpersonal que podría correr el
peligro de cerrarse en el individualismo si no se reconoce inmersa en una sociedad y
con responsabilidad en su construcción, pero cuya estabilidad depende principalmente
de fuerzas unitivas intrínsecas a la pareja misma. Es el paso de una forma institucional
de matrimonio a una forma en la que se destaca la relación personal.
El cristianismo ha proclamado y defendido la bondad del matrimonio frente a los ataques
de quienes lo han menospreciado y todas las generaciones lo han reconocido como
sacramento, pero la sacramentalidad ha sido entendida de manera diferente en cada
época: desde el mysterion-sacramentum de los Padres o signo de la unión Cristo-Iglesia
del cual derivaban la unidad e indisolubilidad del matrimonio, hasta la sacramentalidad
como vínculo ontológico que se identificó con el contrato y sus efectos, para volver a la
capacidad de transignificación de la experiencia de pareja, en los últimos tiempos, como
sacramento de la Alianza, de la unión Cristo-Iglesia y de la comunión trinitaria.
La significación eclesial del matrimonio también es denominador común de la historia de
la praxis matrimonial: en los primeros siglos dicha significación provenía del bautismo,
luego se expresó en la celebración eclesial y más tarde se eclesiastizó, al asumir la Iglesia
la jurisdicción sobre el matrimonio y constituirse éste en contrato ante la Iglesia. Con el
Vaticano II la dimensión eclesial del matrimonio se identifica en la vocación y el
ministerio de los esposos como presencia histórica del Resucitado e Iglesia Doméstica.
La preocupación pastoral de la Iglesia por la pareja también se evidencia como una
constante histórica pero con énfasis diversos: en un comienzo apuntaba hacia la vida
conyugal de los bautizados pero luego va a ocuparse de la vida cristiana de los casados y
de la realización y existencia de su matrimonio. El énfasis se desplazó de una
espiritualidad conyugal al cumplimiento de los requisitos legales, pero de esta
exclusivización parece estarse despojando la pastoral matrimonial para preocuparse,
principalmente, por la vida de pareja de bautizados que expresa en su amor la relación
salvífica de Cristo y la Iglesia.
318
863
Se entiende una dimensión como la perspectiva de la totalidad desde uno de sus
componentes, al cual se le da prelación en la reflexión, pero teniendo presentes los restantes
aunque sin profundizar en ellos.
319
Los siguientes son los aspectos relacionados con la experiencia humana y cristiana de
pareja que se tratan a continuación: la igualdad fundamental del hombre y la mujer, el
encuentro de pareja a nivel social, o genérico, y a nivel conyugal, la experiencia de pareja
como experiencia de salvación y el celibato como opción.
Para cada uno de ellos se precisa el marco antropológico en el cual la experiencia es vivida
y puede ser interpretada hoy, la revelación de Dios sobre la pareja en la Sagrada Escritura y
la evolución histórica que la reflexión sobre la experiencia de pareja ha experimentado
durante los veinte siglos de cristianismo, proponiendo, por último, una interpretación que
intenta responder a los interrogantes e inquietudes que vive la pareja de nuestro tiempo.
Así entendido, el amor conyugal funde a la pareja en un solo corazón y una sola alma
–“una carne”, para emplear la expresión bíblica- y posibilita la propia realización en el
amor y la realización del compañero/a en el amor. Y ello porque el amor transforma la
existencia desde lo más profundo, lo cual en cristiano supone amar como Cristo para
dejarse transformar por ese amor y transformar al otro/a, es decir, ser salvado/a y
salvarlo/a.
El amor conyugal posee un lenguaje para expresar la entrega total, definitiva e
irreversible de la pareja. Por eso el acto conyugal está al servicio del amor y “hace el
amor”. Por eso la pareja humana, en la experiencia de diálogo genital vive en la
densidad de la profundidad la alegría del encuentro total que supera e integra lo
meramente sensible y biológico.
La fecundidad, en esta interpretación, más que una función biológica es fuerza
transformadora que “hace” el amor, “hace” la pareja, “hace” al hijo.
La castidad, entendida como integración de la sexualidad en el amor, no es patrimonio
de los célibes. En la pareja es la entrega recíproca encaminada a realizar la comunión
interpersonal. Esta entrega recíproca es don del uno para el otro en la totalidad
significada en la entrega de los cuerpos y vivida como aceptación mutua: es vivir el
“yo me entrego a ti y te recibo” en toda la verdad y evidencia del amor. La virtud de la
castidad en la vida conyugal libera a la pareja del egoísmo o de cualquier
reduccionismo: el amor es el parámetro que da significado a la totalidad de la
experiencia de pareja sin que ésta se agote en sí misma, porque para la pareja cristiana
ese amor es participación del amor de Dios y sacramento de ese mismo amor. Porque
la castidad no es rechazo ni menosprecio a la sexualidad, la pareja cristiana está
llamada a vivir esta virtud que es fuerza que defiende al amor de los peligros del
egoísmo y la agresividad, promoviéndolo hacia su plena realización.
Desde este enfoque, la experiencia se carga de significado y resulta significante, con
lo cual se presenta una alternativa valiosa a la manera como tantas parejas
contemporáneas viven relaciones in-significantes y, por lo tanto, pasajeras.
fecundidad que también resulta del amor que se proyecta hacia el futuro, que hace
crecer al otro, construye la pareja y procrea al hijo en quien el amor se hace "una
carne".
El matrimonio cristiano es comunidad de vida y amor, alianza de personas que por el
bautismo realiza la comunión conyugal a imagen de la comunión trinitaria, la alianza
de personas como sacramento de la Alianza de Dios con los hombres, de Cristo con la
Iglesia. Y en esta comunión, que es comunión de gracia, la unidad y fidelidad son
participación de la unidad y fidelidad con que Cristo ama a su Iglesia, la
indisolubilidad es posibilidad de realizar la comunidad de vida con el amor
irrevocable e indefectible de Cristo a su Iglesia, y la fecundidad no es sólo creativa y
procreativa sino que expresa el fecundo amor con que Cristo salva a su Iglesia.
La sacramentalidad de la pareja
En cuanto experiencia profundamente humana, la conyugalidad no se cierra en su
propia inmanencia sino que se abre hacia una realidad que la transciende: el tú
dialogal, el nosotros social, el Tú divino. Esto porque la realidad no es sólo inmanente
o trascendente. Para el que piensa sacramentalmente la realidad inmanente es
transparente a la trascendencia, es decir, transignificante.
Desde esta perspectiva, la antropología cultural descubre cómo el mundo primitivo y
antiguo reconoce en el matrimonio esta dimensión de transparencia para revelar la
trascendencia y encontrar allí el sentido de su experiencia. Referido al ámbito de lo
trascendente y lo sagrado, la pareja es rescatada de su simple funcionalidad
procreativa en la conservación de la especie, para hacer presente en el mundo y en el
tiempo una realidad trascendente y eterna. Es así como la pareja se siente "convocada
a transcenderse mutuamente y a unirse en aquella realidad más profunda que la supera
325
864
BOFF, L.: “El sacramento del matrimonio”. Art. cit. p. 23.
865
Cf. SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 345.
326
866
Dz. 702.
867
Dz. 971.
868
Dz. 969.
327
869
RAHNER, K.: La Iglesia y los sacramentos. Barcelona. Herder, 1967.
328
870
SAN ALBERTO MAGNO: Commentarii in Quartum Librum Sententiarum, dist. 26, a.
14, ad. q. I. ad. 1um-2um. Ed. cit. SANTO TOMAS DE AQUINO: Commentum in Liber
IV Sententiarum, dist. 26, q.II, a. 1, ad 1um-2um. Ed. cit.
329
871
COMISION TEOLOGICA INTERNACIONAL: “Proposizioni sulla dottrina del
matrimonio cristiano” 1, 2. Ed. cit. p. 495.
330
hombre nuevo en Jesucristo y mujer nueva en Jesucristo para realizar la pareja nueva
en Jesucristo y vivir su matrimonio "en el Señor".
La originalidad de la pareja cristiana es esta posibilidad de vivir "en el Señor", porque
por el bautismo aman como Cristo, en Cristo y por Cristo, vale decir, aman
salvíficamente y la experiencia humana se hace, entonces, experiencia de salvación.
Por el hecho de ser Cristo Jesús la revelación definitiva del proyecto de Dios para la
humanidad, la pareja que se ama como Cristo ama a su Iglesia, realiza el ideal
creacional y es, como la pareja original, imagen y semejanza de Dios y mysterion
(sacramento) de la unión salvífica de Cristo con la Iglesia.
En Cristo, la experiencia humana de pareja es asumida en el organismo de la salvación
para hacerla sacramental, es decir, para descubrir su sentido profundo y último en la
Alianza salvífica de dios con la humanidad que expresa, significa y realiza.
Cristo confirma la institución del matrimonio que existía desde el principio, le
restituye su dignidad y exigencias originales, por lo cual indica la nueva forma de
vivirlo, insertado en el amor que lo une como Redentor a su Iglesia y salvando a la
pareja de vivir el estado conyugal como absolutización de la función biológica o
sociológica.
Es así como en la experiencia humana de pareja convergen creación, alianza y
redención para hacerla misterio de salvación.
de Corinto y admitir la disolución del matrimonio por motivos de porneia (Mt 5, 32;
19, 9) y de fe (I Cor 7, 15) con el fin de que las parejas pudieran vivir en paz.
El término porneia de la excepción de Mateo a la indisolubilidad es tan oscuro como
el erwat dabar del Deuteronomio. Entre la multitud de interpretaciones que se le ha
dado, parece la más acertada la que se identifica como la "impureza" del rabinismo, es
decir los matrimonios prohibidos por motivos religiosos. El motivo que Pablo aduce
es la conversión de uno de los cónyuges al cristianismo y la posibilidad de que el no
creyente se constituyera en obstáculo.
La indisolubilidad, pues, no se entendió en la Iglesia Apostólica ni puede entenderse
como imposición legal y fuente de intransigencia de tipo jurídico que ha pasado a ser
una mala noticia para tantas parejas que, habiendo celebrado su matrimonio por el rito
de la Iglesia, han fracasado en su proyecto.
Aquí se plantea un problema supremamente delicado en la praxis de la Iglesia: la
relación entre la indisolubilidad jurídica que resulta del matrimonio válido y la
indisolubilidad proveniente de la sacramentalidad, en cuanto posibilidad que puede
realizar la pareja desde su opción bautismal. Porque no es lo mismo estar bautizado y
vivir el bautismo, haberse casado por el rito de la Iglesia y vivir la experiencia
sacramental del matrimonio.
Surge, también, la pregunta acerca de cuáles aspectos del matrimonio caen bajo la
legislación canónica y la respuesta salta a la vista: los mismos que son objeto de
legislación civil y que se refieren a la celebración y realización del matrimonio, pero
sin que se pueda identificar, como se ha hecho, contrato y sacramento. Porque no se
puede pensar que todo matrimonio válido sea automáticamente sacramento, sino aquél
que se vive en la opción bautismal y que expresa y realiza el misterio del amor, unidad
y fecundidad de Cristo y la Iglesia.
La Iglesia ha reconocido como válidos los matrimonios realizados fuera de la fe
cristiana y ha aceptado su disolución para permitir un matrimonio sacramental. ¿No
podría pensarse que existen matrimonios canónicos válidos pero que no alcanzan a ser
sacramentales y que, por ello, no realizan la indisolubilidad que es oferta de gracia
para el matrimonio sacramento? La sacramentalidad y la indisolubilidad del
matrimonio no se dan exclusiva y puntualmente en su celebración, sino que se dan
procesualmente, y a partir de ese momento, en la comunidad de vida que se nutre del
amor de Cristo, en el crecimiento dinámico de la pareja por la acción transformante de
Cristo: para hacer realidad la unidad, indisolubilidad y fecundidad de su amor.
Jesús y la Iglesia proclaman la novedad del amor y la indisolubilidad como imperativo
de ese amor para aquéllos que aceptan el amor salvador de Cristo en la mediación
eclesial y optan por amar y salvar como Cristo ama y salva a la Iglesia. La
indisolubilidad, entonces, no se identifica con una norma jurídica sino como oferta de
gracia para realizar el proyecto de comunidad conyugal en su riqueza sacramental y,
de esta manera, por la acción de Cristo, el amor lo haga indisoluble.
La indisolubilidad desde esta perspectiva no es imposición extrínseca a la pareja sino
el dinamismo intrínseco del amor transformado por la gracia y que se constituye en
332
875
Cf. LG 29.
876
Cf. PUEBLA 588.
336
Por último, en este intento de sistematización parece conveniente proponer una síntesis
dogmática de las principales intervenciones del magisterio pontificio y conciliar con
respecto a la experiencia de pareja y el matrimonio a lo largo de la historia del cristianismo
882
Dz. 36.
883
Dz. 241.
884
Dz. 367.
885
Dz. 424.
886
Dz. 402.
887
Dz. 430.
888
Dz. 490.
889
Dz. 537.
890
Dz. 702.
342
Del Papa Inocencio I (s. V): "Establecemos con la aprobación de la fe católica que el
matrimonio es aquél que se contrajo en primer lugar, edificado sobre la gracia
divina"891.
Del II Concilio de Letrán (1139): El matrimonio aparece entre los sacramentos en la
declaración como herejes de los que "condenan el sacramento del cuerpo y de la
sangre del Señor, el bautismo de los niños, el sacerdocio y demás órdenes
eclesiásticos, así como los pactos de legítimas nupcias"892.
Del Sínodo de Verona (1184): El matrimonio es uno de los sacramentos en la
condenación como herejes de los que no aceptan la enseñanza de la Iglesia "acerca del
sacramento del cuerpo y sangre de nuestro señor Jesucristo, del bautismo, de la
confesión de los pecados, del matrimonio o de los demás sacramentos"893.
Del II Concilio de Lyon (1274): El matrimonio es uno de los siete sacramentos 894 en la
primera formulación magisterial del septenario sacramental.
Del Concilio de Florencia (1439): El matrimonio es uno de los siete sacramentos de la
Nueva Ley, contiene la gracia y la confiere a quienes lo reciben dignamente 895. Es
signo de la unión de Cristo y de la Iglesia, la causa eficiente es el mutuo
consentimiento expresado por palabras de presente896.
Del Concilio de Trento (1563): El matrimonio es verdadera y propiamente uno de los
siete sacramentos, instituido por Cristo y no inventado por los hombres; confiere la
gracia, la cual perfecciona el amor natural; confirma la unidad y santifica a los
cónyuges; define al anatematizar las "temeridades de los hombres impíos de este
siglo"897.
Del Papa Pío VI en la carta al obispo de Mottola (1768): El contrato matrimonial es
verdadera y propiamente uno de los siete sacramentos898.
Del Syllabus de Pío IX (1864): Cristo elevó el matrimonio a la dignidad de
sacramento e identificó contrato y sacramento899.
De la encíclica Arcanum Dei de León XIII (1884): Cristo enriqueció al matrimonio
con la dignidad del sacramento, el matrimonio es el contrato mismo si ha sido
891
P.L. 20. col. 602.
892
Dz. 367.
893
Dz. 402.
894
Dz. 465.
895
Dz. 695.
896
Dz. 702.
897
Dz. 969-982.
898
Dz. 1500a.
899
Dz. 1765-1766.
343
900
Dz. 1854.
901
CIC. canon 1012.
902
PIO XI: Encíclica Casti connubi.
903
LG 11.
904
GS 48.
905
PUEBLA 568-616.
906
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 13.
344
El Papa Inocencio III, en respuesta a una pregunta sobre el caso en que uno de los
cónyuges se pasara a la herejía, afirmó que entre los infieles el matrimonio es
verdadero pero no rato, mas entre los fieles es verdadero y rato y no se pierde
nunca914. En respuesta a la pregunta sobre el trato de los casos de poligamia al
convertirse al cristianismo, señaló que tales matrimonios son verdaderos pero
contrarios a la fe cristiana, y prohibió repudiar a la mujer legítima y contraer
matrimonio mientras viviera aquélla, ni aún después de la conversión, a no ser que
ella se negara a vivir con él o si, al consentirlo, fuera ocasión de ofensa al creador915.
El Concilio de Florencia (1439) declaró que el vínculo del matrimonio legítimamente
contraído es perpetuo, y aunque es lícito hacer separación de lecho, no lo es contraer
otro matrimonio916.
El Concilio de Trento (1563) enseñó que el matrimonio es un lazo perpetuo e
indisoluble y que ni aún en caso de herejía, cohabitación molesta, culpable ausencia
del cónyuge o adulterio puede disolverse, pero admitió la disolución del matrimonio
rato no consumado por profesión religiosa917.
Las Constituciones Altitudo de Paulo III (1537), Romani Pontífices de Pío V (1571) y
Populis de Gregorio XIII (1585) autorizaron la disolución del matrimonio contraído
en la infidelidad y permitieron a los bautizados realizar un nuevo matrimonio918.
El Papa Pío IX en el Syllabus (1864) confirmó la doctrina sobre la indisolubilidad del
matrimonio919.
El Código de Derecho Canónico (1917) señaló la indisolubilidad como una de las
propiedades del matrimonio920 y asumió la doctrina tradicional en cuanto a que el
matrimonio rato y consumado no puede ser disuelto por ninguna potestad humana ni
por ninguna causa fuera de la muerte921, pero que el matrimonio no consumado de
bautizados puede disolverse por disposición del derecho en virtud de profesión
religiosa o por dispensa de la Sede Apostólica 922 , que el matrimonio legítimo entre no
bautizados se disuelve en favor de la fe por el privilegio paulino o por la potestad
vicaria923. Las mismas disposiciones son las que el nuevo código (1983) incorporó924.
914
Dz. 406.
915
Dz. 408.
916
Dz. 702.
917
Dz. 969; 975-977.
918
CODIGO DE DERECHO CANONICO. Madrid. BAC, 1969. pp. 903-904.
919
Dz. 1767.
920
CIC. canon 1013.
921
CIC. canon 1118.
922
CIC. canon 1119.
923
CIC. canon 1120 y canon 1125.
924
CIC. cánones 1141-1149.
346
La encíclica Casti connubi de Pío XI enseñó que el verdadero matrimonio por derecho
divino lleva consigo el nexo perpetuo y no puede disolverse925.
El Concilio Vaticano II se lamentó de la epidemia del divorcio 926 y enseñó la
indisoluble unidad de la comunidad conyugal927.
La exhortación apostólica Familiaris consortio de Juan Pablo II reafirmó la doctrina
de la indisolubilidad del matrimonio como "fruto, signo y exigencia del amor
absolutamente fiel que Dios tiene al hombre y que el Señor Jesús vive hacia su
Iglesia”928.
925
PIO XI: Encíclica Casti connubi 23.
926
GS 47.
927
GS 48.
928
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 20.
929
SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA: Ep. ad Polycarpum V, 2. Ed. cit.
930
P.L. 130. col. 618.
931
Dz. 334.
932
Dz. 404.
933
Dz. 990-992.
934
Dz. 973-974.
347
935
Dz. 1500a.
936
Dz. 1558-1559.
937
Dz. 1768-1769 y 1774.
938
SCHILLEBEECKX, E.: Op. cit. p. 334.
348
Los teólogos del medioevo reafirmaron la doctrina de los Padres y Santo Tomás
identificó en la unión conyugal no sólo la función biológica (ad officium naturae) sino
su función social (ad officium civitatis)939.
En la Edad Media, el criterio de valoración moral del acto sexual era su conformidad
o disconformidad con el orden de la naturaleza (conforme natura o contra natura).
Los pronunciamientos del magisterio eclesial en la primera mitad del siglo XX
identificaban el orden de la naturaleza como criterio de moralidad, motivo por el cual
se consideraba que todo acto conyugal se ordenaba natural e intrínsecamente a la
procreación940.
Los cambios socioculturales, los adelantos científicos, los aportes de la sicología y los
planteamientos antropológicos recientes señalaron nuevos derroteros a la reflexión
cristiana sobre la sexualidad y, concretamente, sobre la fecundidad, en especial porque
el descubrimiento del óvulo y de los períodos fecundos y no fecundos de la mujer
obligaron a revisar anteriores afirmaciones.
El Concilio Vaticano II destacó la importancia del amor conyugal por primera vez en
un documento del magisterio y reconoció que los actos con los cuales los esposos se
unen son honestos y dignos, favorecen la mutua entrega, están ordenados por su
propia naturaleza a la procreación y educación de la prole y deben ordenarse según la
genuina dignidad humana941.
La encíclica Humanae vitae de Pablo VI supera el concepto puramente procreativo del
acto conyugal y resalta los valores personales del encuentro, proclama el amor
conyugal, destaca el sentido unitivo del acto conyugal que subordina a la finalidad
procreativa, admite la regulación de los nacimientos recurriendo a los ritmos naturales
y establece que todos y cada uno de los actos deben estar abiertos a la transmisión de
la vida942.
El Papa Juan Pablo II se refirió al significado esponsal del cuerpo en su masculinidad-
femineidad y ha enseñado que los esposos cooperan libremente en la transmisión del
don de la vida humana, y que la fecundidad, fruto y signo del amor conyugal,
testimonio de la entrega recíproca de los esposos, no se reduce a la sola procreación
de los hijos943.
939
SANTO TOMAS DE AQUINO: Summa Theologica Supplementum, q. 49, a. 2. Ed. cit.
pp. 81-88.
940
PIO XI: Encíclica Casti connubi 33.
941
GS 49-52.
942
PABLO VI: Encíclica Humanae vitae 10-16.
943
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 28.
349
944
Dz. 980.
945
PABLO VI: Optatam totius 10.
946
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio 16.
350
Epílogo
Al poner punto final a Pareja abierta a Dios sentí que el lector merece unas aclaraciones.
La primera, que Pareja abierta a Dios es una aproximación teológica a la experiencia de
pareja y esta perspectiva define su alcance: no es un estudio jurídico, si bien hay referencias
a la legislación civil y canónica; no es un tratado moral aunque la experiencia de pareja
cristiana se fundamenta en la Vida Nueva en Cristo que la pareja de bautizados está
llamada a vivir y que transforma todo su ser y su actuar; no es un manual de pastoral si bien
su finalidad no puede ser otra que el anuncio de la buena noticia de la salvación para las
parejas.
La segunda, que como el título lo dice, Pareja abierta a Dios es un acercamiento teológico
a la experiencia de pareja desde la antropología, la Escritura y los datos de la Historia. Por
eso la familia aparece en sus páginas apenas fugazmente, si bien no hay familia sin pareja
ni pareja que no esté referida a sus familias de origen y a la familia que en ella se origina.
Tengo entre el tintero otro libro que recogerá una lectura antropológica y sociológica de la
familia y de su evolución histórica, los textos bíblicos que hablan de la familia y los de la
enseñanza de la Iglesia que hablan de la misión de la familia en la Iglesia y en la sociedad,
para terminar con la lectura teológica de la familia desde la perspectiva de la Iglesia
Doméstica. En la primera edición de Pareja abierta a Dios una de sus unidades estaba
dedicada a la familia y también espera la oportunidad para ser revisada, completada y
reeditada.
La tercera, que Pareja abierta a Dios no puede utilizar estrictamente el proceso
metodológico “Ver-Interpretar-Actuar” porque la realidad de la cual se parte es siempre
cambiante y no se puede congelar en un libro, como es cambiante también la respuesta
pastoral a la problemática planteada en el acercamiento a la situación, a cada situación
concreta. Ojalá su lectura pueda estar enmarcada en esta dinámica, es decir, que se parta de
la realidad y se pueda volver a esa misma realidad para transformarla.
La cuarta, que el lector y yo tendremos que seguir investigando. Aunque puse punto final al
texto escrito no he terminado de estudiar y reflexionar sobre la experiencia de pareja. Para
no hacerlo sola, para compartir mis inquietudes y conocer los aportes del lector, tengo una
dirección de correo electrónico: isabelcorpas@cable.net.co.
La quinta, que la temática de Pareja abierta a Dios, las conclusiones, las síntesis, no se han
cerrado. Están abiertas a nuevas interpretaciones desde nuevos contextos.
La última, que los textos bíblicos que escogí, los libros que leí, las perspectivas desde las
cuales intenté las síntesis y cada una de las páginas de Pareja abierta a Dios, podrían haber
sido otros y otras. Pero fueron los que tuve a mano y las que fui capaz de escribir.
Y ahora sí, de verdad, punto final.
Bogotá, junio de 2001
351
Bibliografía consultada
ABREVIATURAS EMPLEADAS
EN LAS REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
ZEA, V.: Jesús el hijo de Dios. Bogotá. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de
Teología. Colección Profesores. s.f.
RIZLEY, R.: “Psychobiological basis of romantic love”. En POPE, K.S. & Ass.: On Love
and Loving. San Francisco, Washington, London. Jassey-Bass Publishers, 1980. pp. 104-
113.
ROJAS DE GONZÁLEZ, N.: La pareja : Cómo vivir juntos. Bogotá. Planeta 1995. Cuarta
edición.
ROJAS, E.: El amor inteligente. Bogotá. Planeta, 1997.
RUIZ, M.A.: “Los estados cristianos del amor”. STUDIUM 2 (1978). pp. 307-319.
RYAN, M. y K.: “Idea de sí mismo y matrimonio”. CONCILIUM 141 (1979). pp. 80-94.
SAINT-ARNAUD, Y.: Yo amo : Integración de los dinamismos del placer, el afecto y la
elección. Santander. Sal Terrae, 1988.
SERRANO RUIZ, J.M.: “La relación interpersonal, centro de atención en los procesos
matrimoniales”. En VARIOS: Curso de Derecho Matrimonial y Procesal Canónico para
uso de los profesionales del foro. Salamanca. Universidad Pontificia, 1978. pp. 165-192.
SHEA, J.: “Relaciones humanas e intimidad familiar”. CONCILIUM 141 (1979). pp. 126-
136.
SNOEK, C.J.: “Matrimonio e institucionalización de las relaciones sexuales” CONCILIUM
55 (1970). pp. 271-282.
TEPE, V.: ¿Placer o amor? Bogotá. Paulinas, 1973.
TEPE, V.: Comunicación y autorrealización. Bogotá. Paulinas, 1977.
THIBAULT, O.: La pareja. Madrid. Guadarrama, 1972.
VALLEJO-NAJERA, A.: El amor no es ciego. Bogotá. Planeta, 1998.
VARIOS: Opresión y marginalidad de la mujer. Buenos Aires. Humanitas, 1972.
VIDAL, M.: “Comprensión antropológica de la sexualidad”. En VIDAL, M.: Moral de
actitudes II. Madrid. PS Editorial, 1974. pp. 345-388.
VIDAL, M.: “El objeto del consentimiento matrimonial”. CONCILIUM 87 (1973). pp. 92-
102.
VIDAL, M.: “Replanteamiento moral de la sexualidad prematrimonial”. En VARIOS:
Sexualidad prematrimonial. Salamanca. Sígueme, 1974. pp. 14-96.
WALLERSTEIN, S. y S. BLAKESLEE: The Good Marriage. Boston, New York.
Houghton Mifflin, 1995.
WEIL, P.: Amar y ser amado : La comunicación en el amor. Bogotá. San Pablo, 1998.
WEST, M. y R. FRANCIS: Escándalo en la asamblea. Barcelona. Círculo de Lectores,
1975.
WIDLOCHER, D.E y. PELLÉ-DOUËL: “El problema de la fidelidad : Aproximación
sicológica y filosófica”. En BERNHARD, J. et al.: Divorcio e indisolubilidad del
matrimonio. Barcelona. Herder, 1974. pp. 109-139.
WRIGHT, N.H.: Comunicación : Clave de la felicidad conyugal. Barcelona. Clie, 1974.
359
Comentarios generales
ALONSO SCHÖKEL, L.: “Introducción al libro de Tobías”. En Rut, Tobías, Judit, Ester.
Madrid. Ediciones Cristiandad, 1973.
ALONSO SCHÖKEL, L.: Introducción y notas a El Cantar de los Cantares. Madrid.
Cristiandad, 1969.
ARNALDICH, L.: “Tobit, Libro de”. En ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA, VI.
Barcelona. Ediciones Garriga, 1963. cols. 1038-1041.
BONNARD, P.: Evangelio según San Mateo. Madrid. Cristiandad, 1976.
BRAVO, C.: Apuntes de clase. Facultad de Teología. Pontificia Universidad Javeriana.
Bogotá. Policopia.
CLAMER, A.: “Tobie (livre de)”. DTC XV. c. 1153-1176.
DE VAUX, R.: Instituciones del Antiguo Testamento Barcelona. Herder, 1964.
362
DORE, D.: El libro de Tobit o El secreto del rey. Cuadernos bíblicos. Estela (Navarra).
Verbo Divino, 2000.
ENCICLOPEDIA DE LA BIBLIA. Barcelona. Garriga, 1963.
FEUILLET, A.: “Le Cantique des Cantiques et la tradition biblique”. NOUVELLE
RÉVUE DE THÉOLOGIE 83 (1952). pp. 700-733.
LEFEVRE, A.: ”Los libros deuterocanónicos”. En ROBERT, A. y A. FEUILLET:
Introducción a la Biblia, I. Barcelona. Herder, 1965. pp. 673-678.
LÉON-DUFOUR, X.: Diccionario del Nuevo Testamento. Madrid. Cristiandad, 1977.
LUSSEAU, H.: “El Cantar de los Cantares”. En ROBERT, A. y A. FEUILLET:
Introducción a la Biblia I. Ed. cit. pp. 600-609.
PONGUTA, S.: Antiguo Testamento: Introducción – Lectura de Gn 1-11. Bogotá. Instituto
Teológico Salesiano, 1969. Policopia.
PONGUTA, S.: San Pablo. Epístola a los Romanos. Bogotá. Policopia, 1971.
ROBERT, A. y A. FEUILLET: Introducción a la Biblia I. Barcelona. Herder, 1965.
ROBERT, A. y R. TOURNAY: Le Cantique des Cantiques. Paris. Gabalda Editeurs, 1963.
TOURNAY, R.: El Cantar de los Cantares. Madrid. Fax, 1979.
VON RAD, G.: Genesis. Old Testament Library. London. SCM Press, 1963.
VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento I. Salamanca. Sígueme, 1971.
VON RAD, G.: Teología del Antiguo Testamento II. Salamanca. Sígueme, 1973.
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 16 de abril de 1980. ECCLESIA 1979
(1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 16 de enero de 1980. ECCLESIA 1967
(1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 17 de septiembre de 1980. ECCLESIA
1999 (1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 2 de abril de 1980. ECCLESIA 1978
(1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 2 de enero de 1980. ECCLESIA 1965
(1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 20 de febrero de 1980. ECCLESIA
1972 (1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 30 de enero de 1980. ECCLESIA 1969
(1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 5 de marzo de 1980. ECCLESIA 1974
(1980).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 8 de abril de 1981. ECCLESIA 2027
(1981).
JUAN PABLO II: Audiencia General del miércoles 9 de enero de 1980. ECCLESIA 1966
(1980).
JUAN PABLO II: Exhortación apostólica Familiaris consortio. Edición Vaticana. Sin pie
de imprenta.
JUAN PABLO II: Homilía pronunciada en el Seminario Palafoxiano de Puebla el 28 de
enero de 1979. En la publicación de los documentos de la III Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano realizada por el Consejo Episcopal Latinoamericano. Bogotá.
L. Canal y Asociados, 1979. p. 32.
JUAN VIII: “Carta al arzobispo de Canterbury”. P.L. 126. col. 746.
JUAN XXIII: Encíclica Pacem in terris. Madrid. BAC, 1963.
LEON I: “Carta al obispo Nicetas de Aquilea”. P.L. 54. col. 1136.
LEON I: “Carta al obispo Rusticus de Narbona”. P.L. 54. cols. 1204-1205.
LEON XIII: Encíclica Arcanum divinae sapientiae. Dz. 1853-1854.
LUCIO III: “Decreto Ad abolendum”. Dz. 402
NICOLAS I: “Respuestas a las consultas de los búlgaros”. Dz. 334.
NICOLAS II: Epistolae et Decreta CXLVI-CLVII. P.L. 119. cols. 1136-1180.
PABLO VI: Encíclica Humane vitae. Bogotá. Ediciones Paulinas, 1963.
PAULO III: “Constitución Altitudo”. Tomada de la edición del CÓDIGO DE DERECHO
CANÓNICO. Madrid. BAC, 1969, p. 903.
371
Otros documentos
CODEX IURIS CANONICI (1917) - Código de Derecho Canónico y legislación
complementaria. Madrid. BAC, 1969. Edición bilingüe.
CODEX IURIS CANONICI. Typis Polyglottis Vaticana, 1983.
CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE: Declaración sobre ciertas
cuestiones relativas a la ética sexual. Bogotá. Paulinas, 1976.
CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA: Familia, matrimonio y “uniones de
hecho”. Madrid. Ediciones Palabra, 2000.
CONSTITUCIONES SINODALES DE FRAY JUAN DE LOS BARRIOS. En ROMERO,
M.G.: Fray Juan de los Barrios y la evangelización del Nuevo Reino de Granada. Bogotá.
Academia Colombiana de Historia, 1960.
MOHLBERG, L.C. (ed). Sacramentarium Veronense. Roma. Herder, 1966.
MOHLBERG, L.C. (ed): Liber Sacramentorum Romanae Aeclesiae Ordinis Anni Arculi
(Sacramentarium gelasianum). Roma. Herder, 1968.
ZAPATA DE CARDENAS, L.: Catechismo en que se contienen reglas y documentos para
que los curas de Yndias, les administren los sacramentos. Con advertencias para mejor
atraellos al conocimiento de nuestra sancta fe catholica. ECCLESIASTICA.
XAVERIANA. Vol. VIII-IX (1958-1959). pp. 163-228.
LE BRAS, G.: “La doctrine du mariage chez les canonistes et les théologiens depuis l'an
mille”. DTC IX. cols. 2123-2317.
LEDUC, C.: “¿Cómo darla en matrimonio?”. En Historia de las mujeres. Madrid Taurus,
1991. Tomo 1. pp. 251-313.
LEFEBVRE, C.: “Interférences de la jurisprudence el l’anthropologie au cours de
l’histoire”. RÉVUE DE DROIT CANONIQUE 27 (1977). pp. 84-102.
LEVI, R.: “I compiti della famiglia nel mondo contemporaneo : Sinodo dei Vescovi”.
REVISTA DI TEOLOGIA MORALE 49 (1981). pp. 63-79.
LLANO, A.: Regulación de la natalidad. Bogotá. Tercer Mundo, 1977.
MARTINEZ, L.F.: “Cambios fundamentales en la teología del matrimonio”.
THEOLOGICA XAVERIANA 60 (1981). pp 183-222.
MESA, C.E.: “El sacramento del matrimonio en el Nuevo Reino de Granada”.
THEOLOGICA XAVERIANA 2 (1975). pp. 53-61.
MOSTAZA, A.: “La indisolubilidad del matrimonio desde la época postridentina : Del
siglo XVI hasta el Vaticano II”. En VARIOS: El vínculo matrimonial. Madrid. BAC, 1978.
pp. 305-371.
NAVARRETE, U.: “Privilegio de la fe”. En VARIOS: El vínculo matrimonial. Madrid.
BAC, 1978. pp. 239-305.
NOCENT. A.: “II sacramento del matrimonio in occidente”. En AUTORI VARI: La
celebrazione del matrimonio cristiano. Bologna. Edizione Dehoniana, 1977.
NOONAN, J.T.: “Novela 22”. En BASSET, W.: ¿El matrimonio es indisoluble? Santander.
Sal Terrae, 1971. pp. 49-90.
NOONAN, J.T.: Contraception. Cambridge (Mass.). Harvard University Press, 1965.
RAHNER, K.: Reflexiones en torno a la Humanae vitae. Madrid. Paulinas, 1968.
ROUSSELLE, A.: “La política de los cuerpos: entre procreación y continencia en Roma”.
En Historia de las mujeres. Madrid. Taurus, 1991. Tomo 1. pp. 317-369.
SALDON, E.: El matrimonio: misterio y signo : Del siglo I a San Agustín. Burgos.
EUNSA, 1971.
SCHILLEBEECKX, E.: “Visión histórico-cristiana sobre el matrimonio”. En DO-C:
Perspectivas doctrinales sobre el matrimonio. Estela. s.f.
VAN DER WAL, N.: “Aspectos de la evolución histórica en el derecho y la doctrina”.
CONCILIUM 55 (1970). pp. 236-242.
VASQUEZ, J:J: Interpretación patrística de Génesis 2,18-23 : significado de la expresión
“mutum adiutorium” hasta San Agustín. Roma. Pontificia Universidad Gregoriana. Fac.
Iuris Canonici, 1982. Tesis de Grado.
VELA, L.A.: El matrimonio, communitas vitae et amoris". ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS
51 (1976). pp. 183-222.
375
Apéndice bibliográfico
Preparación al matrimonio
ANDRES, M.: Matrimonio adulto. Bogotá. San Pablo, 1999.
AUBERT, D.: Le mariage : Devant Dieu et devant les hommes, tout ce qu’il faut savoir
avant de se marier à l’Église. Paris. Centurion, 1979.
BERTRAN QUERA, M.: Escuela de matrimonios. Barcelona, Herder, 1982.
BOEHI, D. et al. Preparing for Marriage : The complete Guide to Help you Discover
God’s Plan for a Lifetime of Love. Ventura, California. Gospel Light, 1997.
BOTERO, S.: El maravilloso misterio del amor humano. Bogotá. San Pablo, 1996.
ELSNER, P. et al: La familia: una aventura. Santiago de Chile. Ediciones Universidad
Católica de Chile, 1988.
376
Familia
BELTRAO, P.: Sociología de la familia contemporánea. Salamanca. Sígueme, 1975.
BOROBIO, D.: Sacramentos y familia : Para una antropología y pastoral familiar de los
sacramentos. Madrid. Paulinas, 1993.
CASTRO, J. y W. ROMO: “Elementos de sociología familiar”. En VARIOS: Sexualidad y
moral cristiana. Barcelona. Celap-Herder, 1972. pp. 43-76.
CORPAS DE POSADA, I.: “Apuntes para una teología de la familia”. UNIVERSITAS
HUMANISTICA 23 (1985). pp. 63-71.
377
Mujer
ALEXANDRE, M.: “Imágenes de mujeres en los inicios de la cristiandad”. En DUBY, G.
y M. PERROT: Historia de las mujeres en occidente. Taurus. Madrid, 19991. Tomo 1. pp.
471-473.
ANDER EGG, E. y N. ZAMBONI: “La mujer quiere tener historia”. En ANDER EGG, E.:
Opresión y marginalidad de la mujer en el orden social machista. Buenos Aires.
Humanitas, 1972. pp. 7-86.
AUBERT, J.M.: “Paul et les femmes”. LE MONDE DE LA BIBLE 5 (1978). pp. 48-49.
AUBERT, J.M.: La mujer, antifeminismo y cristianismo. Barcelona. Herder, 1976.
CASTILLA DEL PINO, C.: Cuatro ensayos sobre la mujer. Madrid. Alianza, 1974.
CASTRO, C.: La mujer en la sociedad actual. Madrid. Cuadernos BAC, 1979.
CENCILLO, L.: “Alienación, frustración y libertad de la mujer”. MISION ABIERTA 3
(1976). pp. 22-39.
CHAPARRO, M.L. y D. TOBAR: “La mujer en una Iglesia de comunión y participación”.
THEOLOGICA XAVERIANA 30 (1980). pp. 523-532.
CORPAS DE POSADA, I.: “A propósito del trabajo de la mujer”. THEOLOGICA
XAVERIANA 31/4 (1981). pp. 429-442
CORPAS DE POSADA, I.: “Compromiso social y eclesial de la mujer”. THEOLOGICA
XAVERIANA 39/3 (1989. pp. 305-316.
CORPAS DE POSADA, I.: “El Papa proclama ‘la verdad sobre la mujer’”. VIDA
PASTORAL 53 (1989). pp. 10-16.
CORPAS DE POSADA, I.: “La mujer en la enseñanza de la Iglesia”. VINCULUM -
Conferencia de Religiosos de Colombia Año XXVI/170 (1989). pp. 17-25.
CORPAS DE POSADA, I.: “La mujer: opresión y liberación”. THEOLOGICA
XAVERIANA 30 (1980). pp. 473-484
CORPAS DE POSADA, I.: La mujer en la enseñanza de la Iglesia. Separata del Boletín
del CELAM. Septiembre de 1989.
378