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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk
Magazine: La Trinidad
En consonancia con esta procesión eterna1, el Padre envía al Espíritu, a través del Hijo y en el
Hijo, en lo que respecta a todas Sus obras en la creación, incluyendo nuestra redención (Hch
1:8; Gal 4:4-6). Esto se conoce como misión (envío)2.
Como ya se señaló, el Hijo está involucrado activamente junto al Padre en el envío del
Espíritu. Jesús se refiere al envío del Espíritu por parte del Padre en Pentecostés como una
respuesta a Su petición o algo que se realizaría en Su nombre (Jn 14:16, 26). También dice
que Él mismo enviará al Espíritu (16:7), y luego sopla sobre Sus discípulos y les dice:
«Recibid el Espíritu Santo» (20:22).
Esto ha dado lugar a un debate interminable sobre el modo en que el Hijo está involucrado
eternamente en las relaciones entre el Padre y el Espíritu. No hay una afirmación bíblica
explícita que diga que el Espíritu procede tanto del Hijo como del Padre. Originalmente, el
Credo Niceno solo señalaba que el Espíritu «procede del Padre». Más tarde, la Iglesia latina
añadió la frase filioque («y del Hijo») al credo, ante la oposición eclesiástica y teológica
vehemente y continua de las iglesias orientales. Occidente entendió que el Padre había
entregado todas las cosas al Hijo, incluso la espiración (o procesión) del Espíritu, mientras
que Oriente sostiene que esto pone en tela de juicio al Padre como la fuente de la subsistencia
personal tanto del Hijo como del Espíritu y, además, oscurece la distinción entre el Hijo y el
Espíritu. Sin embargo, tanto las iglesias orientales (la Iglesia Ortodoxa) como las occidentales
(el catolicismo romano y el protestantismo) concuerdan en que, como la Trinidad es
indivisible, las tres personas están íntegramente involucradas.
Pedro iguala al Espíritu con Dios cuando dice que mentirle al Espíritu Santo es mentirle a
Dios (Hch 5:3-4). Las obras que Él realiza solo puede hacerlas Dios. El Espíritu es
mencionado continuamente en las declaraciones triádicas de las cartas del Nuevo Testamento,
teniendo en mente que theos (Dios) por lo general se refiere al Padre y kyrios (Señor), al
Hijo. Como Dios, el Espíritu posee todos los atributos divinos de manera exhaustiva (p.
ej., Sal 139:7-10). Por lo tanto, las tres personas en conjunto no son mayores que el Espíritu
de manera particular.
Debemos enfatizar que el Espíritu no es una fuerza o un poder impersonal. La Biblia lo
describe en términos personales. Es afligido por el pecado (Ef 4:30), persuade y convence (Jn
14-16), intercede (Rom 8:26-27), testifica (Jn 16:12-15), clama (Gal 4:6), habla (Mr 13:11) y
les informa a los evangelistas y apóstoles lo que deben hacer (Hch 8:29, 39; 16:6-10). Tiene
una mente (Rom 8:27) y opera junto a nosotros de maneras que emplean nuestra propia
inteligencia (1 Co 12:1-3; 2 Co 10:3-6). No centra la atención en Sí mismo, sino en Cristo el
Hijo (Jn 16:14-15; ver 13:31-32; 17:1-26), y produce la confesión de que Jesús es el Señor (1
Co 12:1-3). Es invisible, ya que no comparte nuestra naturaleza. Si bien la palabra
griega pneuma (Espíritu) es un sustantivo neutro, eso no tiene ninguna relevancia para los
debates contemporáneos sobre el género, ya que Dios no es un ser sexual.
EL ESPÍRITU Y LA IGLESIA
Somos bautizados en el nombre único del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19-20).
El Espíritu efectúa esto, bautizándonos en el cuerpo de Cristo (1 Co 12:13). Aquí hay una
conjunción de la obra del Espíritu y el sacramento del bautismo, que es la señal y el sello del
hecho de que hemos sido injertados en el cuerpo de Cristo. El Espíritu es quien nos atrae
eficazmente a la fe y nos dota de dones para el beneficio de la Iglesia, incluyendo el llamado
al desempeño de oficios eclesiásticos para los que Él ha escogido (Hch 13:1-7).
La transformación a la imagen del Señor es obrada por el Espíritu (2 Co 3:17-18), quien nos
capacita para batallar contra la tentación y el pecado (Rom 8:12-14). Él nos une a Cristo y
nos permite alimentarnos de Él por la fe en la Cena del Señor. Solo Alguien que es Dios
puede hacer esto; solo Alguien que es Dios puede ser clasificado junto al Padre y al Hijo. Por
último, el propósito final de Dios es que vivamos y florezcamos para siempre en el plano
gobernado por el Espíritu (1 Co 15:35-58).
Todo esto, recordamos, está en el contexto de la Trinidad indivisible y las obras inseparables
de Dios. El Espíritu no opera solo. No se marcha solo, ni deja solo al Padre. El Padre
tampoco deja solo a Su Espíritu. Las tres personas están involucradas en la obra de nuestra
salvación, pero el Espíritu opera de manera distintiva en estas tareas específicas