Está en la página 1de 29

Antonio y Cleopatra

Entre el poder y la pasión

William Shakespeare

Versión novelada de
Martín Casillas de Alba

AntonioyCleopatraP01.indd 5 5/8/09 6:37:02 PM


A MANERA DE EXPLICACIÓN

ANTONIO Y CLEOPATRA FUE ESCRITA en 1606 por


William Shakespeare (1564-1616), justo en la fron-
tera de sus “últimas obras”, donde el dramaturgo
cambia su estilo y propone nuevas formas de expre-
sión en la escena. En esta obra hace algunas pruebas
con su nuevo estilo, pues cuenta con dos persona-
jes de primera: Antonio, el triunviro romano en el
Oriente, y una mujer ingeniosa, caprichuda y buena
actriz, como era Cleopatra, la reina de Egipto.
Ésta es una versión novelada que pretende,
sobre todo, ser más accesible para los lectores en es-
pañol, de tal manera que puedan descubrir la ener-
gía que está en el interior de esta trama. La idea de
publicar esta versión surge justo después de haber
coordinado un taller sobre Shakespeare en la Uni-
versidad Pedagógica Nacional, donde descubrí por
qué los jóvenes no leían a Shakespeare: en primer lu-
gar, porque no sabían inglés. En segundo, porque se
necesita cierto entrenamiento y disciplina para leer
una obra de teatro —cuando lo hacemos, parece
que caminamos por el empedrado— y, para colmo
de todos los males, las versiones que hay disponibles
en español, usan el idioma de manera anacrónica, lo
que nos impide entender con claridad la trama, los
9

AntonioyCleopatraP01.indd 9 5/8/09 6:37:03 PM


10

sucesos y sus metáforas. A los alumnos les pedí que


me trajeran la versión de Romeo y Julieta que iban a
leer durante el taller. Cuando la leímos en voz alta,
ninguno de los que estábamos ahí entendió lo que
decía Romeo, mucho menos lo que decía su Julieta,
pues el traductor logró hacerla ilegible. No recuerdo
qué editorial lo había publicado.
Sabemos que al traducir a Shakespeare perde-
mos el ritmo, la melodía y el juego de palabras, sí,
está bien, pero podemos quedarnos —si las obras es-
tán bien traducidas, en un español moderno, como
el que usamos en estas latitudes—, con las imáge-
nes y sus símbolos, las metáforas, la trama y, sobre
todo, con el conocimiento profundo de sus persona-
jes para que, con todo esto, disfrutemos de la obra y
nos sirva de espejo para vernos en los personajes.
Ese día decidí escribir una versión en un es-
pañol más cercano al que usan los jóvenes para que,
ojalá, la entiendan mejor, la gocen más y forme par-
te de su repertorio cultural.
He respetado la secuencia original y, en este
caso, he añadido lo que podría ser oportuno para
que los lectores conozcan mejor el contexto de la
obra y sus sucesos.
La historia de Antonio y Cleopatra precede
al Imperio Romano y a la época de Augusto; se lle-
va a cabo durante el gobierno del segundo triunviro,
del que Antonio era el gobernador del Oriente, con
sede en Alejandría, donde vivía la reina Cleopatra.
El joven César Octavio era el otro de los triunviros
con sede en Roma. Él, después de haber heredado
la fortuna de Julio César, su tío abuelo, se fue adue-
ñando del imperio hasta dominar todo el escena-

AntonioyCleopatraP01.indd 10 5/8/09 6:37:03 PM


11

rio como el primer emperador romano. El tercero


en ese gobierno tripartita fue Lépido, quien estaba a
cargo del gobierno de África.
Es una obra que trata sobre los prolegómenos
del Imperio Romano y, principalmente, de la vida de
Antonio en Alejandría, quien era un poderoso ge-
neral que decidió vivir entre la espada del poder y
la pared de su pasión por la reina de Egipto, descui-
dando así sus obligaciones con Roma y dejando que
todo el poder lo asumiese el joven César Octavio.
Antonio se dejó envolver por las dulces sábanas del
erotismo y los brazos de Cleopatra.
Al final de esta obra hemos publicado algu-
nas citas tomadas del original, por si alguien quie-
re practicar su inglés o pulir su conocimiento de
Shakespeare.
Ojalá los lectores disfruten, en esta versión,
de la genialidad del dramaturgo y poeta William
Shakespeare (1564-1616) y que, de alguna manera,
estos personajes se integren a sus vidas y les hagan
recordar las anécdotas de esa época y las metáforas
de esta obra para que, algún día, las apliquen para li-
brar las dificultades que a veces se nos presentan en
la vida.
La obra está basada en “Demetrio y Antonio”
de las Vidas paralelas de Plutarco (50-125). Compa-
ra la vida de Plutarco con la de Demetrio, un general
griego, en este paralelismo entre el poder y la pasión,
presente en la última etapa de la vida de Antonio,
quien había sido el favorito de los lugartenientes de
Julio César durante la guerra de las Galias.
Tal como empieza la obra, parece que Anto-
nio “se ha pasado de la raya”, como comentan sus

AntonioyCleopatraP01.indd 11 5/8/09 6:37:04 PM


12

soldados cuando lo ven en medio de una bacanal en


el palacio de Alejandría, cuando ya no era aquel “co-
razón de capitán que hacía estallar las hebillas de los
petos, en medio del fragor de las batallas, pues aho-
ra parece ser que ha perdido su temple y sólo sirve
como fuelle y abanico para ventilar la lujuria de esta
egipcia”.
Al mismo tiempo, vamos a observar al jo-
ven frío y calculador, César Octavio, quien hace lo
que tiene que hacer para obtener el poder absoluto y
convertirse en el primer emperador de Roma, don-
de dejó una huella importante en la historia de Oc-
cidente y una marca en la línea del tiempo.

Martín Casillas de Alba

AntonioyCleopatraP01.indd 12 5/8/09 6:37:04 PM


QUE SE HUNDA ROMA EN EL TÍBER!

“LA VERDAD, NUESTRO GENERAL YA se pasó de la


raya” —fue el comentario que le hizo Filón a Deme-
trio, su compañero, mientras veían, y les daba pena
ajena, cómo hacía el ridículo jugando con la reina
Cleopatra en una de esas fiestas que terminaban más
bien en una bacanal, como las que se organizaban en
la corte de Alejandría con cualquier pretexto.
—Esa mirada que tenía cuando desfilaba con
sus tropas o cuando pasaba revista en el campamen-
to antes de iniciar la batalla, ese guerrero que brilla-
ba como si fuese un Marte dorado, ahora, ¡ve nomás
cómo se inclina sobre el rostro moreno de esa egip-
cia! Y aquel corazón de capitán que, en medio de
los ardores de la batalla hacía que se rompieran las
hebillas de los petos, ahora sólo sirve como fuelle y
abanico para enfriar la lujuria de esta gitana —decía
molesto Filón a su compañero, mientras su capitán
jugaba en la corte, entre copa y copa—. Obsérvalo
bien y podrás comprobar cómo uno de los tres pila-
res del mundo se ha transformado en el bufón de esa
ramera. Fíjate bien y observa lo que sucede... —ter-
minó diciéndole a su compañero, al mismo tiempo
que Antonio y Cleopatra se integraban a la fiesta.
Antonio era uno de los tres hombres más
13

AntonioyCleopatraP01.indd 13 5/8/09 6:37:04 PM


14

poderosos de Roma, era un triunviro romano. Los


otros dos eran César Octavio y Marco Emilio Lépi-
do y, entre los tres, se hicieron cargo del gobierno de
Roma desde el año 43 a. C., después de haber derro-
tado en Filipos, Macedonia, a las tremendas fuerzas
de Casio y Bruto, dos de los conspiradores y asesi-
nos de Julio César.
El poder de los triunviros era superior al que
poseían los demás hombres en ese gobierno demo-
crático. Tenían toda clase de libertades y, cada uno,
dentro de sus territorios, gozaba de un poder ilimi-
tado. Eran nombrados por un periodo de cinco años
y ése era, en principio, el control que tenía el Senado
sobre estos representantes, pero también sabían que
ese periodo podía ser renovado, como sucedió a fi-
nales del primer quinquenio, en el 38 a. C.
Hubo un primer triunviro que, en su tiem-
po, estuvo constituido por Cayo Julio César, Cneo
Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso. Eso fue en
el año 60 a. C. Desde entonces habían descubierto
que ésta era una manera de compartir el poder. El
segundo triunviro duró hasta el año 31 a. C., des-
pués de que las fuerzas de César Octavio vencieron a
las de Antonio y Cleopatra, en Alejandría.
Tal como decía Filón, Antonio había cam-
biado el amor a la vida militar por la lujuria que le
ofrecía la reina Cleopatra en la remota Alejandría
mediterránea. Poco a poco, Antonio abandonó las
riendas del poder para regodearse entre los brazos de
la reina, dedicarse a beber todo el vino que corría a
cántaros por la corte egipcia y pasársela jugando con
ella todo el tiempo que podía. Así era Antonio en
esta época de su vida: una especie de desbocado sen-

AntonioyCleopatraP01.indd 14 5/8/09 6:37:05 PM


15

sual que traía consigo su harén y la diversión que le


proporcionaba en otros tiempos de guerra cuando
acompañaba a Julio César.
Con Cleopatra tuvo tres hijos: Cleopatra, Se-
lene —en honor de la Luna—, que se casó con el
rey Juba II de Mauritania, Alejandro Helios —en
honor al dios Sol—, y, el menor, llamado Ptolomeo
Filadelfo. De estos últimos dos no se supo bien su
paradero: unos dicen que se fueron a vivir con Se-
lene a Mauritania para protegerse de los romanos y
otros afirman que César les cortó el hilo conductor
de su vida.
Cuando llegó la pareja a la sala del palacio,
lo hizo con las dos damas de compañía de la reina:
Carmiana e Iras. Iban seguidos de los eunucos en-
cargados de abanicar a la reina. Cleopatra quería ju-
gar. Por eso le preguntó a Antonio en voz alta:
—Dime, Antonio... si en verdad me quieres
mucho, dime, ¿cuánto me quieres?...
Antonio se detuvo, se acercó para abrazarla
y contestarle feliz de la vida, sabiendo lo que que-
ría su reina:
—Pobre es el amor, mi reina, que se mide y
se calcula.
Y, sin más, ella se paró de puntitas para be-
sarlo, pero le insistió que tenía que saber hasta dón-
de la amaba.
—¡Ah! —le contestó Antonio, haciéndole el
juego y separándola un poco—, ¡ah!, entonces, mi
reina, tendrás que descubrir un nuevo cielo y una
nueva tierra, porque en ésta no cabría la cantidad
que representa lo que te amo... —y así, siguió jugan-
do su juego como a ella le gustaba, haciendo señas al

AntonioyCleopatraP01.indd 15 5/8/09 6:37:05 PM


16

copero para que le llenara su copa, creyendo que con


eso la dejaría feliz y satisfecha.
En eso, entró un mensajero que venía de
Roma. Antonio, distraído como estaba y más aten-
to a su copero para que le llenara el vaso de vino, al-
canzó a verlo de reojo y le hizo un gesto con la mano
para que se fuera de ahí.
—¡Me aburres! Así que, si hay algo urgente,
hazme un resumen.
El mensajero se quedó desconcertado. No se
imaginaba que al triunviro Antonio le aburrieran y
no le importaran los asuntos de Roma.
Cleopatra se acercó a donde estaba el mensa-
jero y fue luego con Antonio, pues lo conocía muy
bien. Así que, a su manera y con calma, le pidió a su
señor que escuchara lo que traía el mensajero, con
ese tono de voz burlón que siempre usaba para jugar
con Antonio y que la escuchara.
—No, Antonio, escúchalo... —le advirtió, y
para que no pareciera una orden, con ese tonito que
tanto hacía reír a su corte, le dijo: —Quizá Fulvia
está de mal humor, o quién sabe, a lo mejor César, el
imberbe, te envía su mandato soberano, como rayo
que truena, diciéndote: “¡Haz esto o haz aquello!...
¡Conquístame este reino y este otro... libéralo! ¡Haz
como te digo o te condeno!”.
—¿Qué dices, amor? —se volteó extrañado
Antonio, ahora con el ceño fruncido, como si le hu-
biera picado una mosca, sin entender que se trataba
de una broma al mismo tiempo que lo provocaba y
le picaba la cresta.
—¿No crees que te mande estos recados? —le
preguntó Cleopatra—, no, no, pero es muy probable

AntonioyCleopatraP01.indd 16 5/8/09 6:37:05 PM


17

que así te los haya mandado decir, como también


te podría haber mandado decir que ya no te puedes
quedar más tiempo en Alejandría, pues, no lo du-
des… que será el mismo César el que un día te qui-
te el poder y te deponga. —Y, haciendo una pausa,
concluyó: —Por favor, Antonio, escucha al mensaje-
ro, pues qué tal si te amenaza Fulvia, quiero decir...
César, es decir... ¡bueno!, los dos... ¡Total!, ándale,
llama al mensajero para que oigas las noticias. Te
prometo que así como soy reina de Egipto sé que te
vas a sonrojar y, con esa señal, no me cabe la menor
duda de que le estarás rindiendo un homenaje a Cé-
sar. ¿O es que no te pones colorado cuando te riñe
Fulvia, tu esposa? —y, dicho esto, llamó a los men-
sajeros para que volvieran a entrar.
Antonio no podía aceptar las verdades que le
había dicho esta bruja de mujer, sobre todo sabien-
do que estaban por ahí algunos de sus soldados. Ne-
cesitaba contestarle algo para que supieran bien a
bien cuál era su posición y el rechazo que sentía por
Roma, así como el amor que le tenía a su reina.
Por eso exclamó gesticulando con las dos manos:
—¡Que se hunda Roma en el Tíber y que los
anchos arcos y los tres pilares que sostienen al impe-
rio se desplomen! Mi lugar está aquí. Los reinos son
de barro y bien sabemos que nuestra fangosa tierra
nutre igual a los hombres que a las bestias. La noble-
za de la vida consiste en hacer esto... —y, sin más,
tomó entre sus brazos a la reina para besarla—, sí,
señor, y cuando una pareja es así, cuando dos seres
pueden hacer esto... por eso, exijo que el mundo de-
clare, bajo pena de castigo, que tú y yo somos in-
comparables.

AntonioyCleopatraP02.indd 17 4/22/09 4:19:31 PM


18

Después de recibir ese beso y de oír lo que le


dijo Antonio, la reina gozosa, que siempre lograba
seducir al más pintado, le contestó con una sonrisa:
—¡Ay, Antonio! Ésta es una buena engañifa.
A ver, ¿por qué te casaste con Fulvia si no la amabas?
Tal vez parezco ingenua, pero sabes que no lo soy y,
sin embargo, tú siempre serás el mismo.
—¡Sí! —dijo Antonio—, soy el mismo, pero
ahora vivo apasionado por esta reina. Por favor, te
lo suplico, Cleopatra, por el amor al amor y por sus
dulces horas, no sigamos perdiendo el tiempo con
estas estupideces. Bien sabes que no hay que dejar
pasar ni un solo momento de nuestra vida sin dis-
frutar de sus placeres. Así que... Cleopatra, dime...
¿qué se te ocurre hacer esta noche?
La reina sabía qué quería hacer Antonio y le
contestó:
—Primero vamos a escuchar lo que dicen los
embajadores...
—Hazte a un lado, provocadora, que todo se
te va en refunfuñar, en reír o sollozar, mientras cada
una de tus pasiones luchan dentro de ti para hacer-
te cada vez más bella y admirada. ¡Qué mensajeros
ni qué nada! Mucho menos a estos embajadores, ex-
cepto a ti misma... vamos, salgamos disfrazados de
alejandrinos a vagar por las calles de esta ciudad para
observar algunas de las extrañas costumbres de tu
pueblo... vamos, mi reina —le dijo en un tono que-
jumbroso—, que anoche era justo esto lo que querías
que hiciéramos. ¿Por qué no hacerlo ahora?
En eso Antonio volteó hacia la puerta para
ver si el mensajero había vuelto a entrar y, al com-
probarlo, le dijo:

AntonioyCleopatraP02.indd 18 4/22/09 4:19:31 PM


19

—¡Ya te dije que no nos hables! ¡Lárgate!


Tomó de la mano a la reina y se salieron de la
sala abandonando a sus invitados.
Los soldados de guardia descansaron y se vol-
tearon a ver, una vez más, para confirmar si en reali-
dad estaba sucediendo lo que presenciaban.
—¿Viste cómo no le importa a Antonio lo
que le diga César? —dijo Demetrio.
—Compañero —comentó Filón—, algunas
veces, cuando deja de ser el gran Antonio y se le va
la onda, pierde esa dignidad que siempre lo había
acompañado.
Demetrio le hizo una seña a su compañero
para que salieran a la terraza a respirar un poco de
aire fresco como el que había durante la primavera
en Alejandría.
—En verdad que estoy confundido. Pues
con esto Antonio da pie para que hablen mal de él
en Roma. Este mensajero ha visto cómo reacciona
nuestro general, tal como lo vimos nosotros. Espero
que mañana se comporte de otra manera... Bueno,
Filón —le dijo su compañero, antes de separarse—,
¡que pases buenas noches y que descanses lo mejor
que puedas!
Conocían bien a su general y recordaban
cuando anduvieron con él, cuando era el lugarte-
niente de Julio César. Eran otros tiempos. Entonces
tenía treinta y ocho años de edad y andaba por las
Galias logrando una que otra proeza militar, y co-
metiendo uno que otro abuso, siempre acompañado
de sus generosidades y, al mismo tiempo, la indecen-
cia que siempre lo rodeaba y que el mismo César le
reclamaba a veces, pues, a pesar de ser un hombre li-

AntonioyCleopatraP02.indd 19 4/22/09 4:19:31 PM


20

beral y queriéndolo como lo quería, se escandalizaba


por ese harén, de hombres y mujeres, con el que car-
gaba Antonio, inclusive en los campos de batalla.
Antonio era una especie de aristócrata, me-
dio bruto e ignorante, amoral, pero era un buen sol-
dado de su época, un hombre fuerte y valiente, un
guerrero sanguíneo, un buen estratega y militar y
también, quién lo dudaba, parrandero, pendencie-
ro y jugador.
Cicerón fue uno de los oradores más grandes
e influyentes de su época y utilizó sus aptitudes en la
retórica para atacar a este general romano. Aportó al
latín un léxico abstracto, tradujo varios términos del
griego y convirtió el latín en una lengua culta. Es-
cribió las catorce Filípicas contra Antonio, donde lo
criticó hasta el cansancio. Después de la muerte de
Julio César, Antonio se encargó de que Cicerón fue-
se torturado y muerto cuando trataba de huir.

AntonioyCleopatraP02.indd 20 4/22/09 4:19:31 PM


FULVIA HA MUERTO

CUANDO CARMIANA SE QUEDÓ EN la sala con


parte del séquito de la reina, se le ocurrió jugar un
rato a las predicciones y augurios. Por eso se le acer-
có al viejo Alejo para pedirle que por favor llamara
al Adivino a fin de que le dijera su futuro, ahora que
no tenían nada que hacer.
—Señor Alejo, dulce Alejo, el más absoluto
de todos los Alejos, ¿dónde está ese Adivino del que
tan bien has hablado frente a la reina? ¡Quisiera sa-
ber si un día existirá ese marido que, según dices,
debería tapar sus cuernos con muchas guirnaldas!
—¿El Adivino? —preguntó el sirviente y, sin
esperar más, volteó al rincón donde estaba un grupo
de personas y, una vez que lo reconoció, le gritó:
—¡Adivino! —haciéndole un gesto con la
mano para que se acercara.
—¿Qué quieren? —preguntó éste al llegar a
donde estaban Alejo y las damas.
—¿Es éste el hombre a quien te referías?
—le preguntó Carmiana a Alejo y, simulando estar
un poco nerviosa, le dijo al Adivino—: ¿Usted, se-
ñor, es el que sabe de las cosas del porvenir?
El Adivino, con una voz de bajo profundo, le
contestó:
21

AntonioyCleopatraP02.indd 21 4/22/09 4:19:31 PM


22

—Puedo leer un poco en el libro infinito


donde la naturaleza guarda sus secretos —le dijo
con una mirada que parecía que le leía a Carmia-
na los malos pensamientos en lo más profundo de
su mente.
Alejo, que ya conocía el oficio de este hom-
bre, le dijo a Carmiana que le mostrara la palma de
la mano al Adivino. En ese momento entró Enobar-
bo a la sala y se integró a este grupo de damas. Era
el lugarteniente de Antonio, una especie de segundo
de abordo. Antes de entrar al juego que había inicia-
do Carmiana, se acercó al viejo Alejo para ordenarle
que preparara rápido un banquete.
—Por favor, Alejo, te pido que haya suficien-
te vino para brindar con Cleopatra.
Mientras, Carmiana le mostraba la palma de
su mano al Adivino y le hacía unos ojitos. Así,
de broma, le pedía que le dijera su buena fortuna.
—Buena fortuna no puedo darla, sino prede-
cirla —le contestó en seco este hombre barbado de
rostro adusto.
Sin perder el sentido lúdico, Carmiana le vol-
vió a pedir, coqueteando y sonriendo:
—Bueno, entonces, te lo ruego, señor, predí-
ceme una buena fortuna, como tú dices.
El Adivino examinaba la línea mayor de la
palma de la mano y, con el dedo índice, seguía con
detalle el trazo largo de la M mayúscula.
—Serás más bella de lo que eres —le dijo.
—Quieres decir, ¿más bella en carne y cuer-
po? —le preguntó Carmiana.
Entonces Iras, la otra dama de compañía, le
dijo siguiendo un poco la broma:

AntonioyCleopatraP02.indd 22 4/22/09 4:19:32 PM


23

—No, Carmiana, lo que te está diciendo es


que, cuando te hagas vieja, serás más bella porque
usarás el mejor y más moderno maquillaje que haya
en Egipto.
—¡Prohibidas las arrugas! —le contestó Car-
miana, siguiendo su juego.
Fue entonces cuando el viejo Alejo le llamó
la atención a Carmiana, diciéndole que no estuviese
jugando, porque el Adivino podría impacientarse.
—Ponte más atenta, Carmiana...
—¡Silencio! —pidió la dama de compañía.
Y cuando lo hubo, escuchó lo que le decía el
Adivino:
—Más que amada, serás tú la que ame.
—¡Ah!, por eso, mejor me caliento el hígado
con un poco más de vino —respondió la dama, pi-
diendo al copero que llenara su vaso.
—¡Sí, Carmiana, pero mejor escucha bien lo
que te sigue diciendo! —insistió el viejo Alejo.
—¡Por Dios —le dijo la dama al Adivino,
viéndolo y haciendo ojitos misericordiosos—, pre-
díceme una buena fortuna! —y lo dijo para que la
oyeran los que estaban en la sala, que se rieron de
las locuras que se le ocurrían a esta mujer a propó-
sito del futuro—. Por favor, ¡cásame con tres reyes
en una sola mañana!, y... también, dime que pronto
enviudaría; hazme tener un hijo a los cincuenta para
que Herodes de Judea le rinda homenaje... encuen-
tra la manera de que me case con César Octavio, te
lo suplico, para llegar a ser como mi señora.
Después de una breve pausa, el Adivino la
volteó a ver a los ojos y le dijo:
—Vivirás más que aquellos a los que sirves.

AntonioyCleopatraP02.indd 23 4/22/09 4:19:32 PM


24

—¡Ah! —contestó Carmiana, sin esperar un


solo instante—, eso está buenísimo: la longevidad
me gusta más que los higos frescos.
El Adivino seguía las líneas de la palma de la
mano y levantó los ojos para decirle:
—Hasta ahora has visto y has probado una
mejor fortuna que la que tendrás en el futuro.
Sin tomar con seriedad estas predicciones
—caras vemos, corazones no sabemos—, Carmiana
seguía jugando. Por eso le dijo:
—Entonces, mis hijos no tendrán nombre...
por favor, dime... ¿cuántos hijos e hijas tendré?
El viejo Alejo intervino, levantó los ojos al
cielo para decirle como si fuese el mago:
—Si todos tus deseos tuviesen vientre y cada
uno de ellos fuese fértil, tendrías más de un millón
de hijos.
Cuando Carmiana escuchó esto, en medio
del jolgorio que se había organizado a su alrededor,
lo amonestó con un cariñoso gesto:
—¡Hazte a un lado y vete de aquí! Sí, vete y te
perdono porque también eres un brujo...
Y Alejo, más por viejo que por brujo, le dijo:
—¿Tú crees que sólo tú y tus sábanas conocen
tus secretos? ¡Vamos, Carmiana!
—Tal vez —le contestó mientras volteaba a
ver al Adivino y para cambiar la conversación le pi-
dió que mejor predijera el futuro y la fortuna de su
compañera Iras.
—Ahora mejor dile cuál es su futuro a mi
amiga Iras —le pidió al Adivino.
Enobarbo, que sabía cómo jugaba la bella
Carmiana, intervino diciendo:

AntonioyCleopatraP02.indd 24 4/22/09 4:19:32 PM


25

—¿Les digo cuál va a ser la fortuna de todos


los aquí presentes? ¡Esta noche… nos vamos a ir a
dormir todos borrachos! ¿Qué les parece?
Con lo que dijo Enobarbo, Iras pensó que se
había librado de que le leyeran su futuro enfrente de
todo el mundo. Por eso, entusiasmada, le siguió la
corriente y dijo:
—Eso sí que es como leer la palma de una ma-
no santa donde se presagia claro, por ser de una mu-
jer casta.
—O como las inundaciones del Nilo —dijo
Carmiana—, ésas que presagian la carestía. Por favor,
querida amiga... tú no puedes hacer ninguna clase de
presagios. No, si con esa palma sudorosa no pue-
de presagiar la fertilidad, ni rascarme la oreja. ¡Por fa-
vor! —insistió Carmiana al Adivino—, dígale cuál
sería su fortuna en un día cualquiera de su vida.
—Su futuro se parece —dijo el Adivino seña-
lando a las dos damas.
—¿Cómo que se parece? —preguntó sorpren-
dida Iras—, a ver, dame un poco más de detalles.
—¡He dicho! —contestó en seco el Adivino.
Parecía que se había enfadado con esas bro-
mas y porque no lo tomaban en serio.
—¿Mi fortuna no es ni siquiera un poquito
mejor que la suya? —insistió Iras, antes de que se
fuera el Adivino.
Carmiana, cuando vio que el Adivino se daba
la media vuelta y salía del salón, trató de calmar a su
compañera y por eso le dijo:
—No te preocupes, que si tu fortuna fue-
se mejor que la mía, aunque fuese por una pulgada
—le dijo Carmiana, haciendo una seña extraña con

AntonioyCleopatraP02.indd 25 4/22/09 4:19:32 PM


26

sus dedos para que entendiera que todo esto era so-
lamente un juego—, ¿dónde quisieras que estuviese
esa pulgada?
—Por favor, que no sea en la nariz de mi es-
poso, que ya de por sí… —le contestó Iras, sin po-
der impedir que los demás se rieran del albur.
—¡Que el cielo nos impida tener estos pen-
samientos! ¡Alejo!, ahora nos toca conocer cuál es
tu fortuna —dijo Carmiana volteando y señalando
con el dedo índice al viejo Alejo—, sí, ¡tu fortuna!,
¡tu fortuna!... —empezó a corear en voz alta para
que las demás siguieran el juego—, ¡ya!, ya la ten-
go —haciéndose la adivina— y… tu fortuna es ésta
—dijo Carmiana cerrando los ojos como si estuvie-
ra concentrada en lo que imaginaba—. Que te cases
con una mujer con la que no puedas hacer el amor.
¡Oh!, dulce Isis, te lo ruego que lo hagas y, luego, haz
que se muera esa mujer y dale otra peor y, luego, una
tras otra, cada una peor que la otra, hasta que la peor
de todas lo siga muerta de risa hasta su tumba con
todo y su cornamenta de por lo menos cincuenta as-
tas. Buena Isis, escucha esto que te imploro, aunque
me niegues otros deseos… —y no había terminado
de hacer su predicción cuando los demás, burlándo-
se, no se aguantaron la risa al imaginarse la pesadilla
que esperaba al viejo sirviente.
Iras, que ya se había apaciguado, entró al jue-
go con su compañera y agregó:
—¡Sí, que así sea, buena diosa! ¡Escucha las
oraciones de mi amiga Carmiana y de tu pueblo!
Pues así como es descorazonador ver a un hombre
guapo con una mujer que no le hace caso, también
duele que no le pongan los cuernos a un maldito

AntonioyCleopatraP02.indd 26 4/22/09 4:19:32 PM


27

canalla que engaña a su mujer. Por eso, Isis queri-


da, deja el decoro y dale la fortuna que merece este
hombre.
—¡Amén! —dijo Carmiana antes de que Ale-
jo le contestara a media voz:
—Si dependiera de ustedes hacerme cornu-
do, estoy seguro de que se irían de putas con tal de
conseguirlo.
En eso estaban cuando se abrió la puerta de
par en par. Todos voltearon a ver quién entraba. Era
la reina Cleopatra y lo hacía con paso firme.
Al verla, todos abandonaron el juego y se des-
hizo la bola. Como si no pasara nada, la reina les
preguntó si no sabían dónde estaba su señor.
—No, mi señora —contestó Enobarbo.
—¿No estaba aquí? —les preguntó Cleopatra.
—No, señora —dijo Carmiana.
—No sé qué pasó que de pronto, cuando pa-
recía que estaba dispuesto a divertirse, le asaltó un
pensamiento romano. ¡Enobarbo!
—Dígame, señora.
—¡Búscalo y que venga aquí! ¡Alejo!, ¿dón-
de estás?
—Aquí estoy, señora, a sus órdenes —le con-
testó de inmediato el viejo y fiel sirviente, quien se
hizo presente.
En eso se oyeron unos pasos en la entrada de
la sala. La reina sabía que eran como los de su señor
y, por eso, les dijo a sus damas:
—Ahora ya no quiero verlo. Así que, ven-
gan conmigo —y dándose la vuelta, Cleopatra y su
séquito salieron de la sala cuando entraba Antonio
con los mensajeros. Uno de ellos le decía:

AntonioyCleopatraP02.indd 27 4/22/09 4:19:32 PM


28

—Fulvia, su mujer, fue la primera en descen-


der al campo—. Era el primero de los mensajeros
que le traía noticias de Roma.
Sexto Pompeyo estaba en España y había em-
pezado una nueva revuelta bloqueando el envío de
las cosechas que mandaban de la península Ibérica a
Roma. Por eso, la ciudad estaba con una serie de pa-
ros y cundía el desorden, la inflación amenazaba y el
Senado estaba de mal humor. Para calmar al pueblo
como fuera, César Octavio había acudido al soborno.
Por si esto fuera poco, traían información de que Ful-
via, la mujer de Antonio, en su intento para deshacer
los hechizos de Cleopatra y pensando de qué manera
podría César reclamar la presencia de su marido para
que regresara a Roma, había organizado un complot
uniéndose a Lucio, su cuñado, alistando ejércitos e
intentando rebelarse contra César por todo el terri-
torio romano. Tuvo que intervenir Agripa, el lugarte-
niente de Octavio, para acabar con la rebelión.
—Sí, Fulvia descendió al campo contra Lu-
cio, pero la guerra terminó pronto, pues las circuns-
tancias los ayudaron para que se convirtieran en
amigos. Uniendo sus fuerzas, se declararon contra
César, pero su victoria, tras el primer encuentro, le
permitió expulsarlos de Italia.
—Bien —dijo Antonio, midiendo los gra-
dos de dificultad de todas estas situaciones. Conocía
bien los humores del joven César y hasta dónde po-
dían llegar los celos de Fulvia.
En esto se acercó otro mensajero, más páli-
do que la blanca harina de trigo. La naturaleza de las
malas noticias sabemos que infecta a quien las dice y
lo hacen parecer como si estuviera enfermo.

AntonioyCleopatraP02.indd 28 4/22/09 4:19:33 PM


29

El mensajero sabía lo que tenía que comuni-


car y, por eso, tenía ese rostro que podemos poner
cuando nos encontramos a media noche a un loco
en un callejón o cuando de pronto nos toca ver un
asesinato en la calle.
—Sigue —le dijo Antonio—, que ya no me
importan las cosas pasadas. Yo soy así —le dijo a
este pálido mensajero—, el que me dice la verdad,
aunque se trate de asuntos que tienen que ver con la
muerte, lo escucho como si me estuviera adulando.
—Está bien —dijo el mensajero quien, antes
de decir lo que tenía que decir, tomó una bocanada
de aire—. Quinto Labieno, aquel seguidor de Bruto
y Casio (éstas son malas noticias), recorre y saquea
con un ejército de partos, bajo las órdenes de Paco-
rus, el hijo de Orodes, quien ha conquistado Asia y
ondean sus banderas victoriosas por todo el Éufra-
tes, desde Siria hasta Lidia y de ahí, hasta Jonia...
mientras que...
—¡Mientras qué! —lo interrumpió Anto-
nio—, mientras que... ¿Antonio?... ¿eso ibas a de-
cir, verdad?
—¡Mi señor!
—Nada, háblame con franqueza y no le res-
tes lo que andan diciendo por ahí. No seas cobarde
y dime cómo le dicen en Roma a Cleopatra; búr-
late de mí, como dicen que lo hace Fulvia cuando
reprueba mis faltas… Te doy permiso para que lo
hagas con toda la malicia y la sinceridad que pue-
das tener, pues ya sabes que cuando la mala hierba
crece, es porque nuestra mente, ágil por naturaleza,
se ha adormecido. Pero cuando nos cantan nuestras
desgracias, es como si arrancáramos esa mala hierba

AntonioyCleopatraP02.indd 29 4/22/09 4:19:33 PM


30

de cuajo... bueno..., está bien, basta, déjame por lo


pronto. Vete de aquí.
—Como usted quiera —le dijo el mensajero
mientras se despedía apresurado.
Antonio se acercó a una de las ventanas de la
sala para ver a la distancia el azul del mar, como si
haciéndolo se asentaran los rumores y el ruido que
lo tenía despierto por las noches con estas noticias
dando vueltas en su cabeza.
En esto estaba cuando llegó otro de los men-
sajeros de Roma. Antonio escuchó que alguien en-
traba, volteó para ver quién era y lo reconoció.
—¿Traes noticias de Sición? —le preguntó
Antonio, que cuando decía “Sición” se refería a Ful-
via, pues ése era el nombre de la ciudad del Pelopo-
neso donde se había separado de ella hacía años.
Antonio tenía la boca seca, pues había intui-
do, como el relámpago en el cielo anuncia la tor-
menta, que pronto tendría que romper las trampas
egipcias para atender los asuntos de Roma o se per-
dería más en el fondo de ese mar de lujuria y pe-
tulancia.
El mensajero le dijo tal cual, directo, aunque
bajando la cabeza y sacando de su bolsa una carta se-
llada para entregársela:
—Fulvia, tu esposa, ha muerto —le dijo sin
más preámbulos.
Antonio, confundido y un poco desconcerta-
do por el trueno de la noticia, le preguntó:
—¿Dónde ha muerto?
—En Sición, señor. Después de una larga en-
fermedad. De esto, como de otros asuntos más se-
rios, se escribe aquí, señor —y diciendo eso, le alargó

AntonioyCleopatraP02.indd 30 4/22/09 4:19:33 PM


31

el papiro enrollado para entregárselo, tal como le ha-


bían ordenado que lo hiciera.
Antonio tomó el rollo y le pidió que lo deja-
ra solo. Dando la espalda a la puerta de salida, veía, a
través de la terraza, el quieto azul del Mediterráneo y,
a lo lejos, el faro que iluminaba por las noches a los
barcos que navegaban por esas aguas para que no se
perdieran. Tenía que desahogarse después de recibir
esta noticia. Por eso, meditando, dijo entre dientes:
—¡He aquí un alma grande que ha partido!
Aunque esto lo había deseado, ahora entiendo cómo
funcionan los deseos: cuando queremos que algo su-
ceda y que se alejen de nosotros, a la hora que suce-
de y los perdemos, quisiéramos volver a tenerlos. El
placer del presente parece que se debilita y, con el
tiempo, llega a ser lo opuesto de lo que era: ahora que
ya se ha ido, parece que era buena y, la mano que la
rechazaba, ahora quisiera, en este instante, acercar-
la una vez más.
Hizo una pausa larga, como si tuviera que en-
frentar la realidad. Sin perder de vista el horizonte,
concluyó:
—Debo romper con esta reina hechicera. Mi
pereza ha incubado diez mil desgracias peores que
los males que conozco.
Cruzó los brazos y sostuvo el papiro con la
mano apretada para que no se le cayera. En eso llegó
alguien a sus espaldas. Sabía que se trataba de Eno-
barbo, su fiel lugarteniente y amigo, que había lle-
gado justo en el momento que lo necesitaba, como
si le hubiera adivinado el pensamiento.
—¡Ven aquí, Enobarbo! —le dijo sin mover-
se de su lugar.

AntonioyCleopatraP02.indd 31 4/22/09 4:19:33 PM


32

—A tus órdenes, señor —se acercó afable este


hombre hasta el lugar de la terraza donde estaba
Antonio.
—Enobarbo, tengo que irme de aquí y pron-
to —le dijo mientras lo tomaba del brazo para en-
trar en la sala, sentarse, tomar una copa y que se le
quitara el sabor de boca que traía.
—Muy bien, señor. Si dices que tienes que
irte, nada más te suplico que tengas en cuenta
que vamos a matar a nuestras mujeres, pues tú y yo
sabemos que si con algo menos fuerte sienten que se
mueren, ¿te imaginas ahora que has decidido irte?
Nada más de pensarlo, pienso en la muerte. Eso es
lo único que me viene a la cabeza: la muerte.
—Debo irme, Enobarbo —insistió Antonio,
como si no hubiera escuchado la explicación de su
lugarteniente, mientras le escanciaba un poco de
vino a su amigo. Ese día Enobarbo parecía dispues-
to a filosofar con Antonio. Por eso, hizo una pausa,
se pasó la mano por la cabeza, tomó un buen tra-
go de su copa de vino y, con calma, trató de expli-
carle cómo veía las cosas desde que había llegado a
Egipto.
—Cuando la ocasión lo requiere, señor, deja-
mos que mueran hasta nuestras mujeres. Pero sería
una pena echarlas de nuestro lado nada más así por-
que sí, aunque, si nos dan a elegir entre ellas y un
buen pretexto, son ellas las que no valen nada. Pero,
nada más te digo que si Cleopatra oyera algo de esta
conversación, si oyese el menor rumor de esto que
me estás proponiendo, seguramente moriría de gol-
pe y porrazo. La he visto morir veinte veces por co-
sas menos importantes... por eso creo, señor, que

AntonioyCleopatraP02.indd 32 4/22/09 4:19:33 PM


33

en ella la muerte es una especie de pasión que se


convierte en voluptuosidad. Tal vez por eso es tanta
su premura para morirse… —y, cuando terminó de
decir esto, se quedó pensativo, dándole de vueltas a
esta retórica mientras bebía su vino.
Después de una pausa, los dos amigos segu-
ramente estaban pensando en el histrionismo carac-
terístico de la reina, y tal parecía que Antonio estaba
de acuerdo con su lugarteniente. Por eso le dijo:
—La reina es más astuta que lo que un hom-
bre puede imaginarse.
—No, señor, no lo creo —contestó Enobar-
bo—, sus pasiones están cimentadas con la parte
más fina del amor más puro. No podemos llamarle
vientos y lluvias a sus suspiros y lágrimas: son como
unos huracanes o unas tormentas tropicales mayores
que las que aparecen en el almanaque. No es astucia,
pues si lo fuese, sería capaz de provocar tantas preci-
pitaciones como Júpiter, nuestro dios del cielo y de
los elementos, el dios de todo romano bien parido.
—¡Ojalá no la hubiese visto nunca! —se que-
jó Antonio, demostrando con un suspiro los efectos
nocivos de la noticia recibida.
—¿Qué dices, señor? —le preguntó su amigo
Enobarbo— ¡Que ojalá no la hubieses visto nunca!
Nada más te digo que si así hubiese sido, entonces no
habrías contemplado a una de las obras maestras de
la naturaleza y, de no haber tenido ese privilegio,
dejarían de tener sentido todos los viajes que has he-
cho en tu vida.
Los dos amigos, apesadumbrados, volvieron
a quedarse callados un momento, como si le dieran
vueltas a su vida.

AntonioyCleopatraP03.indd 33 4/22/09 4:19:52 PM


34

De pronto, Antonio dijo casi murmurando:


—Fulvia ha muerto.
—¿Señor?
—Fulvia ha muerto.
—¿Fulvia?
—Muerta.
Enobarbo, sin dejar de esbozar una sonrisa,
pues sabía lo que pensaba su señor respecto a esa ro-
mana, le propuso lo siguiente:
—Muy bien, señor. Por lo pronto, ofrece a los
dioses un sacrificio en agradecimiento, pues cuan-
do les place a las divinidades quitarle la mujer a los
hombres, se comportan como los sastres de la na-
turaleza y luego nos ofrecen una consolación: si un
traje se hace viejo o se gasta o pasa de moda, ¡nada!,
se hace uno de uno nuevo y listo. Si no hubiese otras
mujeres y sólo existiese Fulvia, eso sí que sería una
tragedia, pero como no es el caso, entonces, este do-
lor por su pérdida lleva en sí mismo una consola-
ción, pues una vez perdida la vieja camisa, te podrás
poner una nueva... sí, y luego, nos ponemos a llorar
cuando cortemos las cebollas.
—Las intrigas que ella hizo en Roma no me
permiten estar ausente más tiempo, Enobarbo —le
dijo Antonio como si estuviese pensando en los efec-
tos de esa muerte y el nuevo plan de acción.
—¿Y la que te has abrochado aquí? —le pre-
guntó su amigo Enobarbo—, esa que, bien sabes,
no podrá estar bien si no estás encima de ella, espe-
cialmente como sabemos que es Cleopatra que, para
poder sobrevivir, tiene que soportar todo tu peso.
Antonio se levantó de la tumbona y le dijo
con un cambio de humor inesperado.

AntonioyCleopatraP03.indd 34 4/22/09 4:19:52 PM


35

—¡Basta, Enobarbo, con estas frívolas respues-


tas! Haz que nuestros oficiales sepan cuáles son mis
propósitos, que yo me encargaré de dar a la reina las
razones de nuestra partida. No es solamente la muer-
te de Fulvia, sino que hay también otros motivos
de mayor urgencia que nos fuerzan a hacerlo; tengo
cartas de algunos amigos en Roma que nos apoyan
y que nos piden que regresemos. Desde Sicilia, Sexto
Pompeyo, el hijo menor de Pompeyo el Grande, se
ha dedicado a la piratería y ha tomado el control de
todo el comercio que navega por el Mediterráneo y
ha desafiado a César con su imperio naval. El pue-
blo, que ya lo conoces cómo es, huidizo, como los
peces en el agua, nunca le ofrece su amor a quien se
lo merece, no sin antes hacerlo pasar por el desierto.
Ahora empiezan a vestir al hijo de Pompeyo con to-
das sus glorias y él, notable en fama y en poder, más
célebre por su sangre y por su vida, se alza como el
mejor de los soldados, y esta fuerza pone en peligro
al mundo. Se están incubando muchas cosas, Eno-
barbo, tal como les sucede a las crines de los caballos
cuando se quedan mucho tiempo en el agua o en el
estercolero: las crines se transforman en serpientes.
Di a los oficiales que están bajo tus órdenes que se
preparen porque pronto nos vamos a ir de aquí.
Enobarbo, al escuchar el tono con que Anto-
nio le dijo esto, que más bien parecía una orden que
otra cosa, se levantó de la tumbona y volvió a ocu-
par el papel que le correspondía como lugarteniente
y comandante de las fuerzas del Oriente. Sin dudar-
lo un solo instante, le contestó que así lo haría y que
supiera que él y sus oficiales estarían listos a la bre-
vedad posible.

AntonioyCleopatraP03.indd 35 4/22/09 4:19:52 PM


36

Y diciendo esto, salió de la sala del palacio don-


de dejó solo y su alma a Antonio planeando cómo le
iba a decir a su reina de su próxima ausencia.

AntonioyCleopatraP03.indd 36 4/22/09 4:19:52 PM

También podría gustarte