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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk
Magazine: La Trinidad
El Dios de la Escritura es Trinitario: un Dios en tres personas1. Las distinciones entre las
personas no son entre distintos niveles de deidad, ya que las tres son igualmente divinas. Tal
como lo capta el Catecismo menor de Westminster, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son
«[los mismos] en sustancia, iguales en poder y gloria» (Catecismo menor de Westminster,
pregunta 6). Los cristianos no deben dudar de la deidad o la personalidad de ninguna de las
personas de la Divinidad. En cambio, las distinciones entre las personas de la Trinidad se
conocen como propiedades personales: el Padre engendra, el Hijo es engendrado y el
Espíritu procede del Padre y del Hijo. Es crucial que entendamos estas distinciones
correctamente, ya que negarlas es el primer paso hacia muchas herejías. El Hijo no es en
manera alguna menos divino que Dios el Padre; el Hijo de Dios es Dios, no menos que lo que
el Padre es Dios.
Por lo tanto, hablar de la generación eterna del Hijo es hablar de lo que es propio del Hijo de
Dios: Él es engendrado. Esto no minimiza la divinidad del Hijo de ninguna manera. Que el
Hijo sea engendrado no significa que Su deidad sea menor que la de Su Padre, sino que Él
recibe Su subsistencia personal del Padre. La esencia divina misma no es engendrada. Más
bien, en la generación eterna, el Padre comunica la esencia divina al Hijo; el Padre y el Hijo
poseen la misma esencia, sin ningún cambio.
Como el Hijo de Dios, Jesús es el cumplimiento de David (Lc 1:31-33) y Adán (3:38).
Pero es más que eso. Él es el Hijo eterno de Dios.
Y esta generación debe ser eterna. La generación del Hijo no podría haber ocurrido en un
momento temporal, porque si así hubiera sido, el Hijo no sería el Hijo eterno, ni el Padre sería
el Padre eterno. Si la generación del Hijo fuera un evento singular, eso significaría que Dios
cambia en cierto sentido. Si el Padre alguna vez se convirtió en el Padre, o el Hijo alguna vez
se convirtió en el Hijo, entonces Dios no sería inmutable (es decir, invariable). Debido a que
el Hijo de Dios nunca cambia, Su generación debe ser una generación eterna; no es algo que
sucedió hace mucho tiempo o de una sola vez. Es una comunicación fuera del tiempo y del
espacio, una comunicación inmutable del Padre al Hijo. La generación eterna tampoco
implica que haya una división en Dios, como si la esencia divina estuviera dividida entre las
tres personas o se multiplicara de una persona a otra. Cada persona posee la misma esencia
divina y la plenitud de la esencia divina. Además, la generación eterna es un acto necesario,
lo que significa que siempre es y no puede ser de otra manera.
La generación eterna afirma la divinidad plena del Hijo de Dios; en ningún sentido se refiere
a la creación del Hijo. Si el Hijo fuera creado, no sería completamente divino. Esto estaba en
el corazón del conflicto entre el padre de la Iglesia Atanasio y el hereje Arrio en el siglo IV:
Atanasio argumentaba con razón que el Hijo de Dios no podía ser el primer ser creado, sino
que debía ser el Hijo eterno de Dios. Nunca hubo un momento en que el Hijo de Dios no
existiera. El Hijo siempre se relaciona con el Padre como Hijo, y el Padre siempre es el
Padre.