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LA TABLA PERIÓDICA EN EL ARTE: ¿QUÉ ÁTOMOS HAY EN UNA OBRA?

Hace 150 años un ruso de prominente barba llamado Dmitri Ivánovich Mendeléyev propuso un elegante sistema para ordenar los
elementos químicos en función de su peso atómico y sus propiedades químicas. Su trabajo sigue ofreciendo hoy un marco común en
el ámbito de la Química y, no en vano, 2019 ha sido declarado el Año Internacional de la Tabla Periódica. Esta sección del Cuaderno
de la Cátedra Científica se quiere unir a tan especial celebración y para ello, a lo largo de este año, haremos un recorrido por los
elementos químicos que mayor importancia han tenido en la Historia del Arte. No olvidemos que conocer la composición química de
los materiales artísticos es vital tanto para el proceso creativo como para la conservación y restauración de nuestro patrimonio
cultural. Pero, antes de entrar de lleno con la tabla periódica, dedicaremos este artículo a una pregunta de vital importancia: ¿Cómo
podemos saber qué elementos químicos hay en una obra de arte?

En entradas anteriores hemos hablado largo y tendido sobre numerosas técnicas analíticas que nos ayudan a conocer la composición
química de los materiales artísticos. Hoy nos detendremos en una que, de una manera relativamente sencilla, nos permite saber qué
tipo de átomos forman una obra de arte: la fluorescencia de rayos X. Es importante recalcar que esta técnica no nos ofrecerá una
fórmula molecular exacta de una sustancia, tan solo nos dará información sobre los átomos que la forman. Por ejemplo, en una
pintura que contenga amarillo de Nápoles, no nos revelará que la composición química es Pb2Sb2O7, pero sí que nos desvelará que
hay plomo (Pb) y antimonio (Sb). En muchas ocasiones eso es más que suficiente para descifrar qué compuesto químico tenemos
entre manos. Veamos brevemente en qué consiste la fluorescencia de rayos X antes de conocer algunas de sus aplicaciones en el
mundo del arte.

De electrones y rayos X

La fluorescencia de rayos X se basa en la interacción de la materia con una radiación como los rayos X o los rayos gamma. En la
Imagen 2 (izquierda) vemos una representación esquemática del proceso que nos ayuda a descubrir la identidad de los átomos de
una muestra (aunque la realidad de los orbitales difiere bastante de la de ese modelo planetario). Empleando una radiación de alta
energía se expulsa un electrón de un orbital cercano al núcleo, es decir, un electrón de un nivel energético bajo. Esto provoca que un
electrón de un nivel energético superior ocupe esta “vacante”, ya que el átomo tiende a minimizar su energía. En ese proceso el
exceso de energía se libera también en modo de radiación (rayos X). Y, precisamente, esta radiación liberada es la clave que nos
permite descubrir de qué elemento químico se trata. Esto es posible gracias a que los electrones sólo pueden tener ciertos valores
de energía concretos que variarán en función del átomo y del orbital que ocupen. Haremos otra simplificación valiéndonos de nuevo
de la Imagen 2 (derecha). Según la física clásica un electrón podría tener cualquier valor energético (podría estar en cualquier punto
de la rampa), pero gracias a la mecánica cuántica sabemos que sólo puede tener unos valores discretos (los escalones). Al pasar de
un nivel energético a otro (pasar de un escalón a otro), se libera una energía característica que nos permite conocer que elemento
químico estamos analizando (la altura entre escalones depende del átomo). La fluorescencia de rayos X se puede aplicar a la mayoría
de los elementos que forman la tabla periódica, con excepción de los que tienen un número atómico menor que el sodio (carbono,
oxígeno, etc.) que son difíciles de detectar, especialmente con los instrumentos portátiles.

De átomos y colores

Ahora ya sabemos que la fluorescencia de rayos X nos descubre los elementos químicos presentes en una obra de arte, gracias a lo
cual podemos deducir su composición química empleando ciertos conocimientos sobre materiales artísticos. Por ejemplo, si
analizásemos la cerámica griega de figuras negras de la Imagen 3 detectaríamos hierro por toda la
superficie. ¿Significaría eso que está formada por un solo tipo de compuesto químico? En tal caso
sería difícil explicar la existencia de dos colores. La realidad es que las zonas rojizas están
compuestas por hematita (Fe2O3) y las negras por magnetita (Fe3O4), colores que los griegos
lograban mediante una hábil combinación de reacciones de oxidación y de reducción del hierro
presente en la arcilla.

Obviamente, identificar los compuestos no siempre es tan sencillo como hemos visto en este caso.
A alguien ya se le habrá ocurrido que la fluorescencia de rayos X ofrece ciertas limitaciones a la
hora de discernir la composición química exacta y diferenciar entre sustancias. Efectivamente, podría darse el caso en que dos
pigmentos que tengan el mismo color estén compuestos por los mismos elementos químicos, pero en diferentes proporciones. Por
ejemplo, si en una pintura verde se detecta cobre, podría estar formada por malaquita (Cu2CO3(OH)2) o por verdigrís
(Cu(CH3COO)2). Afortunadamente esos casos no son tan abundantes, ya que la química de los pigmentos no es tan
compleja como podríamos pensar, especialmente si nos referimos a las pinturas que se empleaban antes de la aparición de la
síntesis orgánica. Además, cuando se detectan varios elementos químicos en una muestra la cosa se puede simplificar. Para
entender esto mejor, pongamos que en otra pintura verde detectamos cromo. Bien podría tratarse de un óxido de cromo
(Cr2O3·2H2O) o de una combinación de amarillo de cromo (PbCrO4) y otro pigmento azul como el azul cobalto (CoO·Al2O3). ¿Cómo
diferenciarlos? Pues, porque de darse la segunda opción, también encontraríamos cobalto (del azul) y plomo (del amarillo). En este
último caso no habría que sacar conclusiones precipitadas, ya que el plomo también podría venir del blanco de plomo, tan empleado
históricamente en mezclas de pinturas y preparaciones de soportes.

De pigmentos que (casi) se pierden

Una de las grandes ventajas de la fluorescencia de rayos X es que nos permite trabajar con rastros mínimos de pintura. Así,
podremos conocer los pigmentos empleados en esculturas que hayan perdido la mayoría de su policromía. Dos casos célebres que
reflejan este uso son la columna de Trajano (de la que ya hablamos en su momento) y la Dama de Elche. Gracias a los análisis
realizados sobre la más famosa de las esculturas iberas, conocemos los pigmentos que una vez le dieron color (sí, estaba pintada),
información que se ha empleado para realizar diferentes reconstrucciones (Imagen 4). Quizás lo más llamativo de este estudio es la
presencia de azul egipcio (CuAlSi4O10), que refleja el intercambio cultural entre los iberos y el país del Nilo.

Un caso mucho más reciente de identificación de pigmentos lo encontramos en “El jardín de Daubigny” de Vincent van Gogh.
Aunque en este caso la pintura no estaba perdida, sino oculta. Durante los últimos meses de vida el genio holandés pintó tres
versiones de este jardín, entre ellas las dos que podéis observar en la Imagen 5. Como veis, hay claras diferencias compositivas entre
las que destaca la presencia de un gato en la versión superior. Si observamos la misma zona en el otro cuadro podremos observar
que van Gogh sepultó al gato con pinceladas de hierba. Pues bien, dicha zona se analizó mediante fluorescencia de rayos X y se
encontró hierro y cromo, lo que permite pensar que el gato había sido pintado con una mezcla de amarillo de cromo (PbCrO4) y azul
de Prusia (Fe7C18N18).

De mapas de pigmentos

La fluorescencia de rayos X no se limita al estudio de un solo punto de una obra de arte, sino que permite analizar toda
la superficie para obtener una especie de mapas de abundancia de elementos químicos. Un ejemplo perfecto es el de La
Joven de la Perla (Imagen 6). En la imagen vemos mapeo del mercurio en blanco y negro, de modo que las zonas más
blancas indican una mayor cantidad de este elemento. El mercurio proviene del uso que Vermeer hizo del pigmento
bermellón (HgS) que, como vemos, abunda en los labios de la muchacha. También podemos observar la presencia de
mercurio en el rostro de la joven, aunque con una menor intensidad. En cambio, el turbante y el fondo son
completamente oscuros. La explicación es simple: Vermeer empleó bermellón para ajustar la tonalidad que deseaba
lograr en la pintura con la que pintó la cara.

Aunque la última imagen que os he mostrado está en blanco y negro, estos mapeos se obtienen empleando programas
informáticos que permiten lograr resultados mucho más visuales. Esto lo ilustra perfectamente el mapeo de pigmentos
del manuscrito tibetano que tenéis en la Imagen 7. Sabiendo qué elementos abundan en cada zona no es complicado
saber que pigmentos fueron usados: bermellón (HgS) para el borde rojo, pan de oro (Au) para la piel y la mandorla,
minio (Pb3O4) para el traje, y compuestos con cobre para los azules y los verdes, posiblemente azurita
(Cu3(CO3)2(OH)2) y malaquita (Cu2CO3(OH)2) respectivamente.

Imagen 7. A la derecha fotografía de un manuscrito nepalés. A la izquierda mapeo de diferentes elementos químicos (Hg: mercurio, Au: oro, Cu:
cobre, Pb: plomo). Fuente: Data Courtesy of HORIBA Scientific. Sample provided by Ryukoku University library, Ryukoku University old books Digital
Archives Research Center, Japan.

Con este artículo hemos realizado un primer acercamiento a la tabla periódica desde el punto de vista de los materiales
artísticos. A lo largo de este año iremos profundizando en aquellos elementos químicos que mayor trascendencia han
tenido a lo largo de la historia del arte. ¡No os lo perdáis!

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