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CAPITULO IV
Diferente el esquema una parte del capital se inmoviliza con la adquisición de tierras la otra se
reproduce rápidamente junto con la renovación periódica de los planteles las diversas
estrategias de penetración del capital en el campo no logran desarrollar un amplio entramado
de relaciones sociales homogéneas y se hallan obligadas a recorrer un camino sinuoso,
plagado de obstáculos y contradicciones, que supone, a la vez, la apertura de diferentes
alternativas de desarrollo.
Peter Smith: En él se establece el corte entre las diversas categorías de explotación tomando
como dato inicial el volumen medio de producción y, a la vez, los mecanismos de inserción en
el mercado consumidor. Gracias a la plasticidad que adquiere para satisfacer con buenos
precios y alta calidad las necesidades cambiantes de la demanda y a su enorme
respaldo financiero, se convierte en el cliente preferido del frigorífico extranjero. En el
espacio intermedio, se instalan empresas que dirigen alternativamente sus actividades hacia
uno u otro mercado, predominando entre los menos poderosos la orientación hacia el
consumo interno, mientras que entre los otros se impone la dirección opuesta cuando su
ubicación regional, la aptitud de la tierra y la disposición de capital les permiten
lograr a precios competitivos, la calidad de carne exigida por el mercado de
exportación.
2. LA PEQUEÑA PRODUCCIÓN MERCANTIL
Rodríguez Molas
la campaña bonaerense se hallaba compuesta por tres clases sociales: estancieros, en su
mayor parte ausentistas, pequeños propietarios, productores de ganado lanar, y vagos,
asimilando estos últimos a los gauchos que todavía no habían sido reducidos a la condición de
asalariados rurales
Puiggrós
indica, apoyándose en fuentes similares, que los pequeños criadores de ovejas
poseían o arrendaban entre 200 y 500 ha a principios de la década de 1850, y que su
zona de influencia se desplazó durante el período de auge de la producción lanar
hacia las zonas de frontera
Con la modificación del mercado exterior, promotor del auge del ovino durante la
etapa 1860-1880, los grandes estancieros desplazan sus planteles de ganado criollo
hacia las nuevas zonas marginales, abiertas por la conquista del desierto
El nuevo tipo de producción modificó sustancialmente la organización del trabajo que había
regido hasta ese momento en la estancia tradicional, desarrollada a campo abierto, Codiciados
por sus mejores hábitos y conocimientos para el manejo de las majadas, adquiridos en sus
países de origen.
Por otra parte, en las explotaciones medianas aparece una| particularidad que las
distingue claramente del resto, esto es, un mayor peso relativo de la población ovina
con respecto al ganado vacuno. Mayor productividad, utilización más intensiva del suelo y
mayor peso de la producción lanera respecto a la carne vacuna de exportación resultan los
rasgos distintivos de la actividad económica desarrollada por las medianas estancias
ganaderas. Rasgos estos que, al expresarse en un importante conjunto de explotaciones
que ocupan un poco más de un tercio de la tierra utilizada por la ganadería y generan casi el
40% del producto bruto del sector, requieren un tratamiento diferenciado capaz de definir
su naturaleza empresaria, sus relaciones con los demás sectores claves de la economía y las
condiciones históricas que hicieron posible su inserción y desarrollo en la estructura
productiva.
aparición del enfriado El libre envío de rodeos hacia el mercado de Liniers pasó a ser
reemplazado paulatinamente por las negociaciones directas con el corredor del frigorífico en
la estancia, mercado, el frigorífico se convierte en árbitro absoluto del proceso de producción,
y desde esa posición de privilegio impulsa una política de alianzas económicas con los
grandes establecimientos. En detrimento de las posibilidades de expansión de los
establecimientos medianos. La actividad de los medianos productores se orienta
preferentemente hacia la cría de ganado y el abastecimiento a los invernadores,
quienes, intermediando entre aquéllos y el frigorífico, los obligan aceptar
pasivamente las oscilaciones de precios impuestas por el frigorífico. Nemesio de
Olariaga, el mejor representante de los ganaderos medianos, reconoce que se
necesitan al menos 10 000 ha para producir a precios competitivos en el mercado de
exportación, lo cual supone que los márgenes de beneficios acordados con el
frigorífico provienen de los cálculos de costos realizados por los poderosos, que
llegan a controlar las más vastas extensiones de suelo productivo.
Gracias al apoyo del Estado lograron trasladarse de las actividades urbanas a la cría del
ganado, insertándose en uno de los canales de movilidad ascendente que el crecimiento
económico generó durante este período.
Ahora bien, si sólo los irlandeses podían producir, como lo afirma el manual,
nada menos que 4 millones de arrobas de lana, es evidente que nos hallamos ante la
presencia de un nuevo tipo de establecimientos, vinculados en su origen con las
modestas 300 ha, pero convertidos ahora en pequeñas y medianas estancias mediante
la sucesiva incorporación de nuevas tierras durante el período de más intenso
crecimiento ovino. En la década del setenta, la instalación de explotaciones en una zona donde
la invasión esporádica de los malones indígenas, precariamente controlados por la
famosa «zanja» y el sistema de «fortines» ideado por Alsina, no había permitido
todavía asegurar el predominio definitivo de los productores bonaerenses, hizo
posible la aparición de nuevos criadores, propietarios algunos, encargados otros, pero
todos imbuidos de un espíritu de aventura tan grande como escaso era su capital,
dispuestos a aceptar y afrontar la multitud de riesgos físicos y económicos que
entrañaba la empresa De estos, los que sobrevivieron a las condiciones impuestas
por la hostilidad del medio, el aislamiento, la falta de apoyo del Estado, la escasez de
recursos y las invasiones indígenas, pudieron aprovechar, en una pequeña parte, las
posibilidades de apropiación de tierras, abiertas una vez liberado el territorio con la
conquista del desierto. Los menos, propietarios de capital suficiente, ingresaron directamente
a la misma categoría cuando la expansión de la frontera dejó, a pesar de la
monopolización que hizo la oligarquía, un margen de oferta para la adquisición de
tierras que todavía no se hallaban plenamente integradas al sistema productivo.
A pesar de esa tendencia a extender los límites de las explotaciones por encima de las 5000 ha,
parte de los establecimientos medianos pasó a formar parte de estos grandes complejos
agropecuarios. Especialmente aquellos que, por su favorable ubicación geográfica o
por su aptitud para la invernada, llegaron a compensar con sus virtudes los
inconvenientes creados por su menor extensión.
Para el terrateniente, la explotación del pequeño productor está muy lejos de convertirse en
objetivo principal. De él no extrae ni remotamente las grandes masas de excedente que
acumula en este período: sólo es un medio, con indudable repercusión en el desarrollo
deformado de toda la agricultura, para adecuar con el menor gasto posible su empresa
capitalista a las transformaciones estructurales que le impone la nueva forma de la demanda
exterior.
Posteriormente, cuando la roturación de campos vírgenes llegó a su fin, marcando
los limites de la expansión agropecuaria, el contrato de aparcería fue reemplazado,
poco a poco, por un nuevo sistema de arrendamiento, que eliminó el aporte de capital
por parte del terrateniente y la amortización de la renta con trabajo directo, mediante
el alfalfado permanente, por parte del productor independiente.
Se trata, por muchas razones, de una etapa de transición que en el plano de las
relaciones económicas asiste a la trasmutación de la vieja estancia pastoril en gran
estancia ganadera, y en el plano de las relaciones políticas marca la paulatina
extinción del caudillismo regional y la consolidación del nuevo Estado nacional. Es el
tránsito hacia el triunfo definitivo de la nueva «civilización» liberal sobre la rebeldía
del interior, reforzada por la decadencia económica de las regiones marginadas
respecto a la producción mercantil para el consumo europeo.
Aunque cierto tipo de conflictos recurrentes en esta etapa realimentaron con fundamento la
tradicional controversia entablada entre las interpretaciones revisionista y liberal de nuestra
historia, creemos que ambas concepciones arriban a conclusiones falsas o, por lo
menos, notoriamente insuficientes. La utilización de cualquiera de los dos esquema
conceptuales impide percibir la aparición de importantes modificaciones estructurales
que en un momento dado abrieron la posibilidad de generar un tipo de capitalismo
agrario relativamente independiente, posteriormente frustrado por la enorme
influencia adquirida por la hueva división internacional del trabajo y la introducción
del capital monopolista extranjero.
Por esa vía se promovió, en todos los casos y en todas las subetapas, la
creación y desarrollo de una reducida casta de acaparadores: empresarios, comerciantes,
burócratas, militares, financistas usureros y también de algunos
productores rurales que aprovecharon en ese sentido y del mejor modo posible el
poder decisivo que les otorgaban sus vinculaciones interesadas con los grupos
políticos de turno. Unitarios o federales, porteños o provincianos, «crudos» o
«cocidos», republicanos o autonomistas, todos coincidieron, más allá de sus
diferencias, en utilizar sistemáticamente la tierra de propiedad social para favorecer a
los grupos, circunstanciales o permanentes, allegados al poder del Estado. «En
ningún país de la tierra —afirmaba Oddone— el proceso de formación de la
burguesía terrateniente se ha realizado con mayor rapidez y con rasgos tan peculiares
como entre nosotros.
Favorecido por la política del Estado, impulsado por los nuevos incentivos del reactivado
mercado internacional, que vincula, por primera vez, el consumo inglés con nuestra
producción agropecuaria, y por el consecuente proceso de valorización y capitalización de la
tierra, el mecanismo de acumulación primitiva se encuentra ya en su apogeo y llega a
agotar, en poco tiempo, la disponibilidad de las tierras de «adentro» de la frontera. La tierra,
entregada al principio en arrendamiento por el Estado, pasó de ese modo totalmente a manos
de productores y especuladores, por medio de la venta o, simplemente, de la donación en
premio de servicios prestados por civiles y militares.
la tierra fue adquirida, por ejercicio de sus derechos prioritarios, por los primitivos
concesionarios, que de esa forma pudieron incorporarla a su patrimonio anterior sin haber
llegado siquiera a conocerla. Refiriéndose a este proceso, Oddone permitió afirmar
taxativamente: «Aseguramos que los derechos de propiedad de la mayoría de los
terratenientes de hoy, cuyos nombres no figuran en la lista de los enfiteutas anteriores,
exceptuando a los que obtuvieron tierras por donación, arrancan, salvo excepciones, de la ley
de enero de 1867.
había que detentar el control del Estado, o tener, al menos, importantes vinculaciones con el
poder político de turno. De ese modo, era posible recibir cantidades discrecionales de tierras
en arriendo o concedidas en posesión precaria y controlarlas sin tener necesidad de
ponerlas en explotación.
Pero, antes de que el nuevo ciclo se ponga en marcha, otra coyuntura política de
indudable repercusión económica permitirá a los enriquecidos terratenientes de 1880
acompañar al constante crecimiento de la demanda externa con nuevas apropiaciones
de tierra y capital. La conquista del desierto, consumada al finalizar la década del
setenta, abrió a la especulación más de 400 000 km2 de territorio. Se incorporaron de
ese modo a la producción todas las tierras de la provincia de Buenos Aires. La Pampa
y San Luis, aliviando la presión que la creciente población ganadera estaba ejerciendo
sobre las tierras «de adentro nuevamente condicionada por los renovados
mecanismos de apropiación selectiva que puso en funcionamiento la clase
beneficiada por las cesiones de los períodos anteriores. Los resultados también fueron
los mismos: quienes ya tenían grandes extensiones obtuvieron mucho más; muy
pocos de los que poseían alguna fracción lograron incrementarla: los que nada tenían
obtuvieron tan poco, y en condiciones tan desfavorables, que nada intentaron hacer
para resistir el despojo sistemático ejercitado por terratenientes y especuladores.
Por otra parte, la apertura del nuevo ciclo de predominio lanar impulsó
sustanciales cambios en la estructura económica agropecuaria, cambios que
prepararían las transformaciones introducidas por el frigorífico y la agricultura, en las
postrimerías del siglo XIX. La modificación de la demanda impulsó un mayor
aprovechamiento de la capacidad natural de producción del suelo; al cuero y al tasajo
vacuno se sumaban ahora la lana, el cuero y las grasas ovinas, productos sumamente
La cría del ovino amplia enormemente, entonces, los margenes de ganancia en el sector,
impulsando un proceso de rápida capitalización de los nuevos empresarios y atrayendo, a la
vez, durante un período relativamente largo, la mayor parte del excedente disponible hacia la
inversión agropecuaria.
Atrás iban quedando los viejos tiempos y las circunstancias desfavorables para el
negocio ganadero. La producción pastoril de ganado criollo en la estancia tradicional
ya no ahuyentaba las radicaciones de capital en el campo. Se había revertido
definitivamente la tendencia al estancamiento, provocada indirectamente después de
1850 por la rigidez del mercado tasajero. Aunque contemporáneo al auge del ovino,
el conocido cálculo realizado por Cárcano en 1863 reflejaba, precisamente, las
contradicciones de una realidad económica que venía transformándose
aceleradamente.
Las condiciones de trabajo y remuneración fijadas por común acuerdo entre estas
dos partes pasan a ser registradas en un nuevo documento, el contrato de trabajo; el
Estado, a través de su representante específico, el juez de paz, vigilará su
cumplimiento por ambas partes y arbitrará en casos de mala intención o conflicto.
Pero no sólo por las razones apuntadas se recogieron en el Código las antiguas
leyes sobre vagancia. Además de asegurar el mercado de trabajo, el sistema se vio
obligado, cada vez más, a reducir la zona de influencia del indio para incorporar esas
tierras a la explotación ganadera. Sensible ante esa necesidad, el Estado nacional equipó y
reorganizó el ejército de línea, encomendándole la tarea perentoria de extender las fronteras y
asegurar con su presencia la permanencia y seguridad de los pobladores que habían ido
infiltrándose en las áreas semiconquistadas.
El volumen de renta aumenta, por otra parte, con el incremento de los precios
agropecuarios en el mercado. Pero la valorización posible tiene como requisitos
fundamentales un uso más intensivo de la tierra, destinada ahora a cultivos agrícolas y a la
preparación de praderas artificiales, y una mayor inversión de capital en instalaciones,
implementos y mano de obra. El aumento de la renta y de la renta capitalizada dependen cada
vez más, por consiguiente, de las inversiones de capital. En ese sentido, queda por determinar
si el incremento del volumen de venta provocado por esa inversión modifica la tasa de
renta, es decir, si el excedente apropiado bajo esa forma aumenta o disminuye
proporcionalmente en relación a los beneficios del capital.
La tendencia hacia la acumulación, abierta por el sistema mundial desde la época de Rosas, se
completa. Si el poder fue condición indispensable para realizar la apropiación de tierras y, a
continuación, la cría del ovino posibilitó la primera etapa significativa de producción y
capitalización, las nuevas condiciones de inserción en el mercado mundial imponen una
segunda etapa de grandes inversiones —cualitativamente distinta— desarrollada a partir
del proceso de acumulación originaria. La relación entre el manejo del poder político,
los mecanismos de apropiación territorial y la apertura de nuevos canales hacia la
capitalización ya ha sido analizada; veamos ahora cómo se conjugan los términos de esta
nueva ecuación económica en el ámbito de la producción agropecuaria.
La importación de
máquinas especializadas y la instalación de fábricas de queso y manteca comienza a
fines de siglo y tiene su período de mayor auge durante la Primera Guerra Mundial;
así llegan a consolidarse importantes núcleos industriales, como La Martona, La Delicia y La
Tandilera, distribuidos en distintas latitudes de la región pampeana. La mayor parte de ellos
deben su desarrollo, sin duda, a las inversiones y a la actividad empresaria de la gran burguesía
terrateniente.
»Casi de repente le han pedido en Europa carne por cargamento, dándole los
medios de mandarla allá conservada en excelentes condiciones, lo que durante tanto
tiempo no se había logrado conseguir. Y cambiando con éstos su situación de simple
pastor indolente en la de criador que tiene que hacer frente a necesidades ajenas,
múltiples y delicadas, no vaciló en aplicar a sus rusticas haciendas los métodos zootécnicos
más adelantados y más modernos.
»Y hasta qué punto la reformó, ahí están las exposiciones rurales anuales de la Sociedad Rural
para dar fe de ello».