Está en la página 1de 13

Responsabilidad civil por hecho ilícito

El  hecho ilícito es, como todo acto contrario al ordenamiento jurídico vigente,
generado por la intención, la imprudencia, impericia, negligencia mala fe, abuso
de derecho e inobservancia normativa de una persona (agente) que tiene por
contrapartida una responsabilidad civil en favor de otra persona (perjudicado o
víctima) que debe cubrir el agente del daño. 

Fundamentación legal

El artículo 1.185 del Código Civil Venezolano refiere: El que con intención, o por
negligencia o por imprudencia, ha causado un daño a otro, está obligado a
repararlo. Debe igualmente reparación quien haya causado un daño a otro,
excediendo, en el ejercicio de su derecho, los límites fijados por la buena fe o por
el objeto en vista del cual le ha sido conferido ese derecho.

Caracteres
Los caracteres principales del derecho ilícito son:

1.- El hecho que lo genera consisten en un acto voluntario y culposo por


parte del agente. La voluntariedad implica que el acto del agente le es
plenamente imputable.

2.- Se origina en el incumplimiento o inejecución de una conducta


preexistente que el legislador no la especifica expresamente, pero la
presupone en todo sujeto de derecho y la sanciona con la obligación de
reparar. Esa conducta preexistente se deduce del contexto del artículo
1185 del Código Civil y consiste en una actuación negativa (no hacer)
del sujeto de derecho, que radica en no causar daños a otros por
intención, negligencia o imprudencia.

3.- El incumplimiento culposo de la conducta preexistente referida debe


causar un daño. La producción del daño es fundamental para que el
hecho ilícito produzca su efecto principal: la reparación del daño, o sea,
la responsabilidad civil. De no causarse un daño, nada habrá que
reparar y el incumplimiento culposo de la conducta preexistente será
irrelevante desde el punto de vista del Derecho Civil.

4.- El incumplimiento culposo de la conducta preexistente debe ser


ilícito, es decir, no debe ser tolerado, consentido, ni amparado por el
ordenamiento jurídico positivo.”

DIFERENCIAS ENTRE EL HECHO ILÍCITO Y EL DELITO PENAL

HECHO ILÍCITO DELITO PENAL


Se viola una norma jurídica de derecho El delito penal es de derecho público.
privado
Su efecto fundamental es la obligación Se impone una sanción de tipo
de indemnizar el daño o perjuicio corporal a quien comete el delito
causado a la víctima que es un tercero (imputado), ejemplo de ello una
diferente de él medida privativa de libertad
Tiene como elemento esencial No es necesario que exista daño pero
existencia del daño la intención es válida y es culpable
porque existe tentativa de delito.
Toda su variedad se encuentra Cada variedad delictual se encuentra
comprendida en una sola norma tipificada con sus respectivas
jurídica (omnicomprensiva) (Art. 1.185 calificaciones en el código penal.
C.C.V.)
El obligado a reparar el daño lo hace Se responderá por la intencionalidad
en función de su propia actuación del sujeto en la comisión del delito y la
personal culposa, o a la actuación pena va en función al grado de
ajena de otro agente o entidad del intencionalidad con que fue cometido.
daño, respondiendo por todo grado o
tipo de culpa
La acción de responsabilidad civil en el Los lapsos de prescripción varían en
hecho ilícito prescribe a los 10 años a función del delito cometido.
partir de la comisión del hecho ilícito

Responsabilidad por Hecho Propio, por Hechos de un Tercero,


por Cosas y por Animales
La responsabilidad por hechos propio es cuando el responsable es el
propio autor del daño (artículo 1902 del Código Civil). La
responsabilidad por hechos de un tercero ocurre cuando la persona que
está sometida a la guarda, control, vigilancia o subordinación del
civilmente responsable, comete un hecho ilícito. La responsabilidad por
hecho de las cosas se fundamentó durante mucho tiempo en la culpa
del guardián en la vigilancia de la cosa, al no haber tomado todas las
precauciones necesarias para que ésta no produjera daños a terceros.
Hoy en día la doctrina y la jurisprudencia predominante consideran que
la responsabilidad por hecho de las cosas es una responsabilidad
objetiva fundada en la teoría de los riesgos, al haber introducido el
guardián un riesgo en la sociedad y obtener un provecho de su uso, bien
sea económico o para su simple satisfacción personal.
En cuanto a la responsabilidad por animales, el art. 1905 del Código
Civil, establece que el poseedor de un animal o que se sirve de él, es
responsable de los perjuicios que cause. Sólo cesa si es por fuerza
mayor o culpa del que sufre el daño. La Jurisprudencia declara que este
art. enuncia una responsabilidad objetiva.

DIFERENCIAS ENTRE LA RESPONSABILIDAD CIVIL DELICTUAL Y


RESPONSABILIDAD CIVIL CONTRACTUAL
Delictual Contractual
La culpa no admite esas graduaciones, La culpa admite graduaciones, así
se habla lisa y llanamente de culpa hablamos de culpa grave, leve y
levísima
Habiendo incumplimiento del deudor,
La víctima va a tener que probar que el se presume su culpa y le va a
daño que le fue causado es imputable corresponder al deudor, para poder
a dolo o culpa del autor del hecho, exonerarse de responsabilidad, el
salvo ciertos casos excepcionales. probar que actuó con la debida
diligencia o cuidado.
La plena capacidad se alcanza a los 16 La plena capacidad se adquiere a los
años, no obstante que el menor de 16 y 21 años.
mayor de 7 es responsable si el juez
determina que actuó con
discernimiento.
Si hay varios autores de un delito o Si varios deudores violan una
cuasidelito civil, van a responder obligación contractual, entre ellos no
solidariamente del daño causado hay solidaridad, a menos que se
hubiere pactado expresamente
La acción para perseguir la La acción para perseguir o hacer
responsabilidad derivada de un delito o efectiva la responsabilidad contractual
cuasidelito civil prescribe en el plazo de prescribe normalmente en 5 años
4 años, contados desde la perpetración
del hecho
Análisis del Artículo 1185 y Ss del Código Civil Venezolano

Si una persona, por su culpa, causa un daño a otra, evidentemente es


razonable que sea condenada a repararlo. El comportamiento culpable o
deficiente de aquel que origina el perjuicio, justifica que se le imponga
esta obligación. En esos casos, la falta del autor del daño es el
fundamento de su responsabilidad: él es responsable porque incurrió en
una conducta culposa. Es un criterio subjetivo, o sea, implica un juicio
de valor. El artículo citado consagra el principio de responsabilidad por
culpa. El principio inverso -según el cual no hay responsabilidad sin
culpa- no existe: muy frecuentemente sucede que se tiene a alguien por
responsable sobre la base de criterios objetivos.
Las sanciones administrativas procedimientos

Las sanciones administrativas son una clase de acto administrativo que consiste en una
sanción como consecuencia de una conducta ilícita del administrado. Han sido definidas
como cualquier mal infringido por la Administración a un administrado como consecuencia
de una conducta ilegal, a resultas de un procedimiento administrativo.

Existen diversos elementos que determinan las características de la sanción administrativa:

1. Proceden de una autoridad administrativa.


2. Producen un efecto aflictivo, ablatorio.
3. Prosiguen a la realización de un acto ilícito.
4. Cumplen una finalidad represora.
5. Su imposición exige la observancia de un procedimiento administrativo.1

A través del Derecho penal, el Estado pretende el amparo de aquellos bienes jurídicos
fundamentales para la convivencia social, mediante la amenaza y el castigo de las
conductas que los lesionan. Frente al Derecho penal, sin embargo, existe también otra
herramienta sancionadora a disposición del Estado que, con el modesto propósito de
procurar el correcto funcionamiento de la gestión administrativa, asegura el respeto a las
normas jurídicas administrativas con la imposición de sanciones de orden administrativo,
típicamente multas.

La doctrina tradicional considera que los principios que configuran y limitan la potestad
sancionadora de la administración son los mismos que la Constitución ha previsto para el
ejercicio de la potestad penal del Estado, por cuanto participarían de una misma naturaleza.

Así, el ejercicio de la potestad sancionadora de la administración está configurada y


limitada por los principios de legalidad, tipicidad, culpabilidad o responsabilidad,
proporcionalidad, non bis in idem y prescripción.2

Los principios en que se base la potestad sancionadora de la Administración han sido


tomados del Derecho penal, siguiendo los criterio de la jurisprudencia largamente
consolidada, en virtud de la cual se considera que tales principios son plenamente
aplicables al ejercicio de la potestad sancionadora de la Administración, en cuanto son
comunes a toda actividad punitiva del Estado, cualquiera que sea el órgano que la ejerza:

 Principio de legalidad, según el cual se exige una atribución expresa por la Ley de la
esta potestad.
 Irretroactividad, según el cual a los hechos hay que aplicar las disposiciones
sancionadoras vigentes en el momento de ocurrir los mismos.
 Proporcionalidad, prohibición de sanciones administrativas que impliquen privación
de libertad y la Administración guardará adecuación entre la gravedad del hecho
infracto y la sanción, considerando en especial los criterios de intencionalidad o
reiteración, naturaleza de los perjuicios y reincidencia.
 Prescripción: las leyes deberán fijar los plazos de prescripción de las infracciones y
sanciones administrativas.
 Principio de tipicidad.
 Principio de personalidad.
 Principio de culpabilidad.
 Principio de supremacía del orden penal.
 Principio non bis in idem. Unos mismos hechos no pueden ser sancionados a la vez
por sanción administrativa y penal. Para poder hablar de concurrencia de sanciones
debe existir identidad de sujetos, hechos y fundamento.
 Presunción de inocencia.

La potestad sancionadora de la Administración se puede dividir en disciplinaria que


consiste en la facultad de imponer sanciones a los funcionarios y responsables de faltas
cometidas en el ejercicio de sus cargos y tiene por tanto carácter interno. La segunda clase
potestades sancionadoras se refiere a la facultad de la Administración de imponer
correcciones a los administrados por los actos contrarios a lo ordenado y tiene por tanto
carácter externo. El procedimiento administrativo sancionador es el que utilizan las
administraciones públicas para ejercer su potestad sancionadora. Por ejemplo, en España
está regulado por el Real Decreto 1398/1993,3 reglamento que se desarrollaba en el Título
IX de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, del Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y del Procedimiento Administrativo Común.4

Procedimiento para la impugnar sanciones disciplinarias

El trabajador al que se le haya impuesto una sanción podrá impugnarla en el mismo plazo
que el establecido para la impugnación del despido disciplinario, es decir, podrá impugnarla
en el plazo de veinte días hábiles desde el día siguiente al que se hubiese impuesto.

Este proceso de impugnación de sanciones se detalla en tan solo dos artículos de la Ley de
la Jurisdicción Social, art. 114-115 LJS. (1)

Será necesario aportar el expediente contradictorio legalmente establecido para los casos de
impugnación de sanciones por faltas graves o muy graves a los trabajadores que ostenten la
condición de representantes legales o sindicales.

Órganos jurisdiccionales competentes

Los órganos jurisdiccionales del orden social, por aplicación de lo establecido en los arts. 1
y 2 a) LRJS, conocerán de las cuestiones litigiosas que se promuevan entre empresarios y
trabajadores como consecuencia del contrato de trabajo y en el ejercicio de los demás
derechos y obligaciones en el ámbito de la relación de trabajo, donde hemos de entender
incardinado el supuesto de estudio, tal y como se dispone, del mismo modo, en los arts. 9.5
y 25.1º de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de julio, del Poder Judicial (LOPJ).

Competencia territorial
La competencia territorial para la impugnación de sanción por parte de la persona
trabajadora se reparte entre los Juzgados de lo Social y las Salas de lo Social de los
Tribunales Superiores de Justicia siguiendo lo dispuesto en los arts. 6 y 7 LRJS.

Legitimación en el proceso

La legitimación activa para interponer la demanda la ostentará, como es lógico, la persona


trabajadora sancionada (art. 114.1 LRJS), y, en contrario a esto, la legitimación pasiva
corresponderá a la parte empresarial.

Plazo para la interposición de la demanda

El trabajador podrá impugnar la sanción que le hubiere sido impuesta mediante demanda
dentro del plazo señalado en el art. 103 ;LRJS, donde en relación al despido disciplinario,
se fija el plazo de veinte días hábiles siguientes a aquél en que se hubiera producido el
mismo. Dicho plazo será de caducidad a todos los efectos y no se computarán los sábados,
domingos y los festivos en la sede del órgano jurisdiccional.

En el supuesto de tratarse de una sanción el «dies a quo» para el ejercicio de la acción de


impugnación se realiza atendiendo al momento en que tal acción pudo ejercitarse de
acuerdo con el art. 59.2 del ET y el art.1969 del Código Civil , siendo ese momento el día
en que se comunicó al trabajador la imposición de la sanción. Resultando irrelevante, por
tanto, la fecha en que se comunique al trabajador la ejecución de la sanción o la fecha
inicial de tal ejecución. (2)

Así lo ha entendido la STS, Sala de lo Social, Sección 1, Rec 4042/2008 de 17 de mayo de


2010, Ecli: ES:TS:2010:3241, cuando indica:

«(...) Sin embargo tal interpretación jurisprudencial de la fijación del 'dies a quo' para el
ejercicio de la acción en los supuestos de despido no puede ser aplicada al plazo de
ejercicio de la acción de impugnación de las sanciones. En efecto la remisión que efectúa el
artículo 114 de la Ley de Procedimiento Laboral al artículo 103 del mismo texto legal se
refiere únicamente al plazo para el ejercicio de la acción y no a la fijación del 'dies a quo'
para el cómputo de dicho plazo. No resulta aplicable la citada interpretación jurisprudencial
porque son esencialmente distintos los efectos que se siguen de la ejecución de la decisión
de despido -se extingue la relación laboral, cesando las recíprocas obligaciones de trabajar
y remunerar, además de los efectos en la esfera de la Seguridad Social- que los que
conlleva la ejecución de una sanción pues, además del diferente contenido que pueden tener
las distintas sanciones, la relación laboral subsiste, con independencia de que se ejecute o
no la sanción y del momento en que dicha ejecución se lleve a cabo. Por lo tanto la fijación
del 'dies a quo' para el ejercicio de la acción de impugnación de sanción habrá de realizarse,
atendiendo al momento en que tal acción pudo ejercitarse, tal como para determinados
supuestos establece el artículo 59,2 del Estatuto de los Trabajadores y el 1969 del Código
Civil , siendo dicho día aquel en que se comunica al trabajador la imposición de la
sanción».

Acumulación de acciones
El actor podrá acumular en su demanda cuantas acciones le competan contra el demandado,
aunque procedan de diferentes títulos, siempre que todas ellas puedan tramitarse ante el
mismo juzgado o tribunal (art. 25 LRJS). No obstante, el artículo 26.1 LRJS prescribe que
no podrán acumularse entre sí ni a otras distintas en un mismo juicio, ni siquiera por vía de
reconvención, las acciones de impugnación de sanciones impuestas por los empresarios a
los trabajadores y las de tutela de derechos fundamentales y libertades públicas.

Tramitación del proceso de impugnación de sanción

Hemos de tener en cuanta que el ordenamiento procesal laboral posee dos momentos para
la conciliación:

 - uno extrajudicial previo al inicio del proceso ante los órganos no jurisdiccionales


(regulado en los arts. 63-73 ;LJS); y 
 - otro ante el propio órgano jurisdiccional (regulado en los arts 83-89 ;LJS).

Responsabilidad militar laboral

La obediencia ciega es la lógica que prevalece en la esfera militar. Allí no hay debate, ni
procedimientos democráticos. Obedecer sin reflexión es un acto de mera irresponsabilidad.
Quien obedece sin pensar cree que quien debe responder por sus actos es el que manda.
Nadie imagina un ejército donde haya libre discusión pero si es posible uno –después de los
horrores del siglo XX- donde se respeten los derechos humanos fundamentales, en el que
sus miembros puedan negarse a dar cumplimiento a órdenes abusivas que vayan contra la
dignidad de las personas.

Los últimos hechos que han sido ventilados en los medios de comunicación hablan del
mantenimiento de procedimientos verdaderamente salvajes dentro de los cuarteles
venezolanos.

Al joven Juan Carlos Zambrano lo torturaron hasta matarlo mientras violaban a su novia en
su presencia. Al soldado Robert Aguilar lo obligaron a introducirse en un pozo sin saber
nadar para que se ahogara. Y en el caso que más ha seguido la prensa, ocurrido en el Fuerte
Mara, fueron quemados vivos ocho soldados en la celda de castigo, con el funesto resultado
de la muerte de dos de ellos: los soldados Bustamante y Pedreañez. La sospechosa negativa
de permitir que la justicia ordinaria se encargara inmediatamente de la investigación; el
envenenamiento del ambiente con múltiples versiones emanadas de ese cuartel y de los
jerarcas del Ejército y del Ministerio de la Defensa; pasando por las cínicas declaraciones
de Chávez al decir que eran “quemaduras leves” las que habían recibido los soldados, dan
una muestra de la importancia que le da a la verdad este gobierno y de la prioridad que le
asigna al respeto a los derechos humanos.

Nadie puede creer que haya sido un error inocente de Chávez el decir por televisión que los
soldados estaban bien porque las heridas eran superficiales.
Chávez ha demostrado estar atento y darle mucha importancia a la información. Sus
innumerables peroratas en contra de los medios de comunicación están llenas de detalles, lo
que demuestra que los lee y sigue. (En estos días se indignó con el reportaje que transmitió
CNN sobre una vaca que pastaba en pleno centro de Caracas. Debe consumir muchas horas
de TV). Por ello es inconcebible que en este caso, tratándose además del área militar de la
que es tan celoso, le hubiesen pasado un “strike” dándole un falso informe. Lo que se
buscaba era tratar de ganar tiempo y ocultar la verdad para ver si la cobertura del caso
amainaba en los medios.

La hipócrita renuncia del ministro Jesee Chacón (quien no fue juzgado por los muertos de
Venezolana de Televisión), supuesto responsable de darle una informarción falsa al
presidente, es una evidencia más del irrespeto que tiene el gobierno chavero por la opinión
pública. Si de verdad Chacón fue el responsable, ¿por qué permanece en el cargo? Y si lo
es Chávez, como lo proclamó en el mismo programa de TV, ¿por qué no renuncia y se
somete a la justicia? Aunque es evidente que Chávez no es el responsable directo de la
muerte de los soldados quemados, sí lo es del aumento de estos hechos vejatorios y
asesinos dentro de la Fuerza Armada Nacional. Él es su comandante.

Para Chávez y para su gobierno la responsabilidad no tiene consecuencias. Es sólo una


declaración: “Asumo la responsabilidad”. Más nada. Así lo hizo el 4 de febrero de 1992: se
declaró responsable del alzamiento, pero no pagó por los muertos ni por el criminal
atentado contra la democracia venezolana. Igualmente ahora se declara responsable de
todos los actos del gobierno y de lo que ocurre en los cuarteles pero no asume las
consecuencias. ¿Qué significa en sus palabras declararse responsable de lo ocurrido en
Fuerte Mara? Es un mensaje al Fiscal, al Defensor del Pueblo y a los tribunales, todos bajo
su control, para que no se investigue ni se haga un juicio imparcial que asigne
responsabilidades y penas. Porque si el responsable es el jefe del régimen, no hay
culpables. Así lo ha hecho para evadir las múltiples acusaciones que han sido introducidas
en el Tribunal Supremo de Justicia que espera por la diligente actuación del Fiscal.

Pero si los delitos no son castigados por el secuestrado sistema judicial venezolano, se
puede acudir a las instancias internacionales. Una de ellas es la Corte Penal Internacional
con sede en La Haya, Holanda, creada por el Estatuto de Roma que entrara en vigor el
primero de julio de 2002, y del cual Venezuela es país signatario. El asesinato y la tortura
están contemplados en ese Estatuto como crímenes de lesa humanidad. Los gobernantes y
los militares venezolanos pueden ser juzgados de acuerdo a este tratado.

Responsabilidad patrimonial
[DCiv] Principio por el cual los bienes presentes y fiituros del deudor quedan sujetos al
cumplimiento de sus obligaciones. Es consecuencia lógica de la estructura de las
obligaciones, el débito y la responsabilidad. Nunca abarca dicha responsabilidad los
derechos personalismos o bienes que carezcan de valor económico.
CC, art. 1.911.

Derecho Administrativo
Las bases constitucionales en que se asienta esta institución son el art. 9.3 -«La
Constitución garantiza [...] la responsabilidad [...] de los poderes públicos»-, el art. 106.2
-«Los particulares, en los términos establecidos por la ley, tendrán derecho a ser
indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en
los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de
los servicios públicos»- y el 149.1.18.ª -«El Estado tiene competencia exclusiva sobre las
siguientes materias: [...] y el sistema de responsabilidad de todas las Administraciones
Públicas»-. En consonancia con este último precepto la regulación de esta materia, respecto
de todas las Administraciones, corresponde plena y exclusivamente al legislador estatal,
que da cumplimiento a este mandato constitucional a través del Título X (arts. 139 a 146)
de la LAP.

Los artículos 139 a 146 LAP, congruentemente con el art. 106.2 C.E., conciben la
responsabilidad patrimonial de las Administraciones Públicas de un modo radicalmente
diferente a como el C.C. configura la responsabilidad extracontractual de los particulares,
pues mientras en este caso es necesaria la presencia de un elemento subjetivo -culpa o
negligencia- la responsabilidad de la Administración se caracteriza como objetiva, esto es,
nace de la producción de un daño que no hay deber jurídico de soportar, inclusive cuando la
Administración causante haya desarrollado su actividad con la mayor diligencia. Debido a
esta diferencia y a que los órdenes jurisdiccionales competentes para conocer de una y de
otra responsabilidad son distintos la construcción de sus perfiles propios ha seguido
caminos paralelos.

Veamos someramente los presupuestos de la responsabilidad de la Administración


haciendo especial hincapié en aquellos aspectos que últimamente han conocido alguna
evolución en su planteamiento. El primer presupuesto es la existencia de un daño que,
según el art. 139.2, debe ser «efectivo, evaluable económicamente e individualizado con
relación a una persona o grupo de personas». Rápidamente hay que decir no cualquier daño
que cumpla esas notas es resarcible. Es necesario, además, que sea una lesión antijurídica,
esto es, que el que la sufre no tenga el deber de soportarla. Ahora bien, y ésta es una de las
cuestiones menos claras y, a la vez más cruciales para atajar la extensión abusiva que
últimamente se está dando a la garantía que supone la responsabilidad patrimonial de la
Administración, ¿ cuándo una lesión es antijurídica? Lo es, en todo caso, cuando una ley
imponga al particular la obligación de soportar el daño. Pero también cuando los daños
sean concreción de las cargas generales que afectan de un modo abstracto a todos los
ciudadanos. Así, tanto el Consejo de Estado como el T.S. acuden a menudo a esta técnica
para excluir la responsabilidad de la Administración. Son ejemplos clásicos de cargas
generales «los efectos inherentes o propios de la terapia establecida para la curación del
paciente» (Dictamen 21 noviembre 1996) o «las molestias ocasionadas durante la ejecución
de una obra pública» (Dictamen 20 julio 1995).

El segundo es la imputación de la lesión a la Administración. Como la Administración es


una persona jurídica, el criterio básico de imputación es que el autor material del daño esté
integrado en la organización administrativa. Lo que algún autor cuestiona es su extensión,
esto es, si abarca o no a los contratistas y concesionarios. Por lo demás, el término
«Administración» debe entenderse en su sentido más amplio y, por tanto, comprendiendo la
responsabilidad del Estado legislador y de la Administración de Justicia. Esta última tiene
su régimen jurídico propio. En materia de responsabilidad patrimonial del Estado
legislador, instituto jurídico que hay que referir exclusivamente a los supuestos en que la
norma de rango legal no tenga carácter expropiatorio, esto es, no suponga una privación
singular de un derecho sino una delimitación general del mismo que afecte negativamente a
todos sus titulares, el art. 139.3 -«Las Administraciones Públicas indemnizarán a los
particulares por la aplicación de actos legislativos de naturaleza no expropiatoria de
derechos y que estos no tengan el deber jurídico de soportar, cuando así se establezca en los
propios actos legislativos y en los términos que especifiquen dichos actos»- consagra una
regulación «que, sin ser constitucionalmente criticable desde la perspectiva del art. 33.3, sí
es merecedora de reproche en cuanto ignora el principio de protección de la confianza
legítima.». (GARCÍA DE ENTERRÍA).

Detengámonos un poco en este tema. La polémica jurisprudencia del T.S. elaborada en


relación con la jubilación anticipada de funcionarios públicos establecida por las leyes
reguladoras de sus respectivos estatutos, iniciada mediante sentencia del Pleno de la Sala
Tercera del Tribunal Supremo de 30 noviembre 1992 (RJ 1992769), seguida poco después
por la de 1 diciembre 1992 (RJ 1993069), y más adelante por otras muchas, aunque no
aplica el 139.3 LAP porque los hechos de autos se producen con anterioridad a la entrada
en vigor de esa Ley, sí acoge su misma solución.

Ahora bien, con posterioridad, el T.S. ha modulado su jurisprudencia dando entrada al


principio de protección de la confianza legítima. Así la Sentencia de 5 marzo 1993 (RJ
1993623) de Sala Tercera, cuya doctrina ha sido seguida por la de 27 junio 1994 (RJ
1994981), aun reconociendo que la eliminación de los cupos de pesca exentos de derechos
arancelarios derivado del Tratado de Adhesión a la Comunidad Europea podía considerarse
producido «incluso, y más propiamente, como consecuencia de las determinaciones del
poder legislativo», reconoció en el caso allí enjuiciado la existencia de responsabilidad
patrimonial del Estado, por apreciar que los particulares perjudicados habían efectuado
fuertes inversiones -que se vieron frustradas- fundados en la confianza generada por
medidas de fomento del Gobierno, que a ello estimulaban, plasmadas en disposiciones muy
próximas en el tiempo al momento en que se produjo la supresión de los cupos, de tal suerte
que existió un sacrificio particular de derechos o al menos de intereses patrimoniales
legítimos, en contra del principio de buena fe que debe regir las relaciones de la
Administración con los particulares, de la seguridad jurídica y del equilibrio de
prestaciones que debe presidir las relaciones económicas.

También encontramos pronunciamientos del T.S., asimismo referidos a daños derivados de


actos legislativos dictados en cumplimiento de los compromisos contraídos por la
incorporación de España a la U.E., en los que, sin negar la virtualidad del principio en los
términos vistos, rechaza «las pretensiones de los recurrentes porque nada permite suponer
que resultará quebrantada la buena fe de los agentes o vulnerada la seguridad jurídica o
desconocidos sus derechos o intereses legítimos generados por el principio de confianza
legítima, habida cuenta que: a) había mediado un periodo de transitoriedad suficientemente
dilatado para que los afectados pudieran tomar medidas de prevención, de cobertura y de
adaptación; b) se habían otorgado medidas oficiales de ayuda para paliar los efectos de las
decisiones, y c) ni el principio de seguridad jurídica ni el de confianza legítima [...]
garantizan que las situaciones de ventaja económica deben mantenerse indefinidamente
estables, coartando la potestad de los poderes públicos para imponer nuevas regulaciones al
apreciar las necesidades del interés general». (LAVILLA).

De lo dicho hasta ahora resulta una conclusión interesante. El principio de confianza


legítima no hace nacer la responsabilidad de la Administración del simple cambio en la
configuración general del derecho que empeore la situación de sus titulares pues dicho
principio, afirma el Tribunal Supremo, «no garantiza a los agentes económicos la
perpetuación de la situación existente la cual puede ser modificada en el marco de
apreciación de las instituciones comunitarias, ni les reconoce un derecho adquirido al
mantenimiento de una ventaja». La hace nacer cuando esa modificación frustre esperanzas
objetivamente concebidas, lo cual ocurre cuando se produce de un modo repentino y sin
periodo transitorio y, aun más claramente, cuando la administración ha incentivado
actuaciones que con la nueva legislación se han revelados inútiles.

Hasta aquí, la jurisprudencia que aplica este principio a la responsabilidad derivada de actos
legislativos siempre se refiere a leyes aprobadas como consecuencia de la necesaria
adecuación al Derecho comunitario. Recientemente, sin embargo, el T.S. ha utilizado ese
mismo razonamiento, estimando la existencia de daños indemnizables, en un supuesto
distinto diciendo que «el primero de los puntos de vista propuestos -relacionado con la
aplicación del principio de buena fe y confianza legítima- conduce a observar que cuando
se promulgó la ley a la que se imputa el perjuicio (Ley del Parlamento Balear 1/1984, de 13
de marzo, de Ordenación y Protección de Áreas Naturales de Interés Especial), la cual, en
suma, vino a hacer imposible el desarrollo de dos urbanizaciones que se habían proyectado
en la zona declarada área natural de especial interés, los gastos realizados por las
sociedades hoy recurridas en consideración directa a la actividad empresarial urbanizadora
(estos gastos son, según la propia sentencia, los hechos para la preparación y aprobación de
los instrumentos urbanísticos adecuados para el desarrollo y ejecución de la ordenación
vigente) constituyen un perjuicio indemnizable, habida cuenta de que se desarrollaron ante
la confianza legítima suscitada por la aprobación de los correspondientes planes parciales.».
(S.T.S., Sala 3.ª, 1677/98, de 17 de febrero, FJ 7.º).

Debemos, finalmente, tener en cuenta que todas estas sentencias aplican la normativa
anterior al 139.3 LAP. La respuesta a la pregunta de si continuará siendo válida esta
doctrina bajo la vigencia de la LAP se apresura a dárnosla la jurisprudencia. Así, la
sentencia últimamente citada dice en su FJ 5.º in fine que «aun cuando la regulación
vigente en la actualidad no es por razones cronológicas aplicable al caso, conviene poner de
manifiesto cómo la regulación en el artículo 139.3 LAP no es radicalmente contraria a estas
conclusiones, si bien exige determinar el alcance del nuevo requisito establecido en el
sentido de que la previsión de la indemnización y de su alcance arranque del propio acto
legislativo que motiva la lesión».

El último presupuesto es la relación de causalidad que tiene que establecerse entre la


actuación de la Administración y el resultado dañoso. La relación de causalidad, siempre
importante, lo es más todavía en los supuestos de responsabilidad objetiva pues por sí sola,
y sin necesidad de que concurra culpa o negligencia en la acción dañosa, hace nacer la
responsabilidad de la Administración.
La relación de causalidad no es un concepto unívoco, puede entenderse en varios sentidos.
Veamos las precisiones que hace sobre el punto la más reciente jurisprudencia. En primer
lugar, y de una manera muy reiterada, el Tribunal Supremo declara que «finalmente la
sentencia de 16 diciembre de 1997 (RJ 1997/ 9422) declara que, con arreglo a la más
reciente jurisprudencia entre las diversas concepciones con arreglo a las cuales la
causalidad puede concebirse, se imponen, en materia de responsabilidad patrimonial de la
Administración, aquellas que explican por la concurrencia objetiva de factores cuya
inexistencia, en hipótesis, hubiera evitado aquél (Sentencia de 25 de enero de 1997), por lo
que no son admisibles, en consecuencia, restricciones derivadas de otras perspectivas
tendentes a asociar el nexo de causalidad con el factor eficiente, preponderante, socialmente
adecuado o exclusivo para producir el resultado dañoso, puesto que -válidas como son en
otros terrenos- irían en éste en contra del carácter objetivo de la responsabilidad patrimonial
de las Administraciones Públicas (Sentencia de 5 junio de 1997 [RJ 1997/9645])». Esta
doctrina jurisprudencial excluye la teoría de la equivalencia de las condiciones, según la
cual son causas cualquiera de los hechos y condiciones que contribuyeron a producir un
resultado dañoso, incluso aquellos cuya inexistencia, en hipótesis, no hubiera evitado el
daño. Pero también excluye, como expresamente dice, el concepto de causa adecuada o
eficiente.

Para acabar con la relación de causalidad, apuntar que, como de todos es sabido, debido a
que «la imprescindible relación de causalidad entre la actuación de la Administración y el
resultado dañoso producido puede aparecer bajo formas dañosas mediatas, indirectas y
concurrentes...» (S.T.S., Sala 3.ª, de 12 de mayo de 1998, FJ. 2.º), la concurrencia a la
producción del daño, junto a la actuación de la Administración, de causas imputables a un
tercero o a la propia víctima no exoneran a aquella de responsabilidad, sólo moderan su
cuantía. Pues bien, esto, por lo que se refiere a la cooperación de la conducta de la víctima,
debe ser tomado con cautela porque el T.S., de un modo reiterado, afirma que «la
consideración de hechos que puedan determinar la ruptura del nexo de causalidad, a su vez,
debe reservarse para aquellos que comportan fuerza mayor -única circunstancia admitida
por la ley con efecto excluyente- (Sentencia de 11 de julio de 1995 [RJ 1995/5632]), a los
cuales importa añadir el comportamiento de la víctima en la producción o el padecimiento
del daño, o la gravísima negligencia de ésta, siempre que estas circunstancias hayan sido
determinantes de la existencia de la lesión y de la consiguiente obligación de soportarla en
todo o en parte» (Sentencias de 11 de abril de 1996 [RJ 1996/2633], 27 de abril 1996 [RJ
1996/ 3605] y 7 de octubre de 1997

También podría gustarte