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Roby Senderowitsch
Introducción
Es importante comprender que el gobierno cubano considera a los judíos que residen en su
país como un grupo religioso y no una minoría cultural o étnica. En este sentido, la sola
participación en el ámbito de las organizaciones judías, sean estas religiosas, culturales o
sociales, convierten al individuo en “creyente”. Durante el transcurso de la Revolución que
declaró el carácter ateo del Estado Cubano, la condición de creyente se presentaba como
incompatible con la de “comunista”. De esta forma, era imposible para un individuo declararse
religioso y ser miembro del Partido Comunista a la vez. Esta exclusión de categorías propició,
en cierta medida, un desarrollo restringido de las organizaciones religiosas en la isla, ya que
ser miembro del Partido era una condición necesaria para acceder a determinadas posiciones
sociales y profesionales.
A partir del IV Congreso del Partido Comunista Cubano, celebrado en 1991, se incorpora la
posibilidad de ser militante del Partido Comunista Cubano y declararse “religioso” o
“creyente”. Este cambio de mirada sobre “lo religioso” se constituye en una variable
interviniente de gran peso en relación al proceso de cambio comunitario.
Es en este contexto de cambio que en 1992, comienza a operar en Cuba el American Jewish
Joint Distribution Committee (AJJDC). Esta organización, fundada en 1914, posee una amplia
experiencia en el ámbito del desarrollo comunitario e institucional, desarrollando programas
en mas de 60 países en los 5 continentes. Con la participación de un grupo de profesionales
externos a la comunidad, se ha llevado a cabo un trabajo de gran intensidad e impacto en la
vida de los individuos, grupos y organizaciones que “viven” el espacio comunitario. Este
grupo ha estado compuesto por una variada gama de profesionales de diversas disciplinas.
Entre ellos han participado del proyecto especialistas en desarrollo comunitario, trabajadores
sociales, maestros de hebreo, rabinos, artistas de distintos géneros, médicos y otros
profesionales de la salud y analistas organizacionales.
Se estima que la Comunidad Hebrea de Cuba llegó a contar con 12.000 miembros antes del
triunfo de la Revolución. En 1959 podíamos encontrar un alto nivel de participación
comunitaria, un amplio desarrollo de las costumbres y prácticas religiosas, una producción
cultural de gran envergadura, una fluida comunicación con comunidades judías de otros
1
países, así como la presencia de comunidades judías organizadas en varias ciudades del
interior de la isla. A partir de ese momento, la comunidad hebrea cubana fue víctima de una
constante emigración de sus miembros así como de un paulatino alejamiento de sus
asociados por comprender que en el nuevo modelo social que se construía, el eje de la
integración y homogeneización social, era un elemento esencial en la formación del nuevo
estado “ateo” y revolucionario.
Así, en 1992, nos encontramos con los restos de una comunidad de gran esplendor, que se
nucleaba ocasionalmente para la distribución de alimentos utilizados en la celebración de
festividades judías. Una comunidad integrada por instituciones que no pudieron sostener el
mantenimiento de sus estructuras edilicias y sociales diseñadas en otros tiempos. Una
comunidad compuesta por menos de 700 miembros, lo que representa el 4 % en relación al
número de miembros 30 años atrás.
El siguiente cuadro ilustra las principales cambios sufridos por la Comunidad Hebrea de Cuba
en el lapso 1959 – 1992:
La Comunidad y lo Comunitario
Una comunidad es el espacio real y simbólico establecido entre sujetos, grupos, instituciones
y organizaciones que poseen algún elemento distintivo y propio que los diferencia del
entorno. Pero esta diferenciación no la coloca en un lugar extraño. Por el contrario, es en el
marco de un contexto mayor en donde la vida de la comunidad se define, desarrolla y
adquiere sentido.
En este sentido es importante señalar que existe una construcción recíproca, real y simbólica,
entre el sujeto y la comunidad donde se inscribe. El individuo construye su comunidad en
tanto que trabaja y participa en la misma a la vez que deposita en ella sus propios deseos.
Pero a la vez, el individuo está constituido por la comunidad a la que pertenece, está
conformado por un sistema de valores común que acepta, comparte y recrea en su
participación comunitaria y en su vida cotidiana. En términos de Marta Souto, “Una forma de
explicar las relaciones con el contexto es la dialéctica. Según ella, los intercambios se
producen por movimientos, por regresiones y progresiones, por oposiciones que se resuelven
en nuevas totalidades, que generan a su vez nuevas contradicciones. Es también desde la
2
historicidad como se explican las relaciones, ubicando los movimientos dialécticos en lo
socio-histórico”1.
Definida la comunidad, la pregunta que nos hacemos es qué lleva a los individuos a participar
en la vida de una comunidad. La respuesta es compleja. Por un lado, como decíamos
anteriormente, el individuo se ve constituido por la comunidad a la vez que la constituye. En
este sentido, él es parte de esta y esta es parte de él. Por otro lado, existe un principio básico
en el trabajo comunitario; si un individuo asiste y es parte de una comunidad, es porque más
allá de compartir elementos comunes con los otros miembros, encuentra en ese espacio algo
que le es propio y que no encuentra en otros lugares. Por tanto es posible afirmar que existen
dos tendencias contrapuestas que actúan a la vez: homogeneización hacia el interior del
espacio comunitario y diferenciación hacia el exterior del mismo.
Comunidad y Desarrollo
1
Souto, M. “Hacia una didáctica de lo grupal”, Niño y Dávila, Buenos Aires 1993: p. 140.
2
Vigotsky, L. "El desarrollo de los procesos psicológicos superiores", Capítulo VI "Interacción entre aprendizaje
3
Según este análisis, es el adulto quien le permite al niño resolver situaciones conflictivas que
es incapaz de resolver por sí solo. En términos de Jerome Bruner, se crea así, una estructura
de “andamiaje” caracterizada por su carácter de apoyo dinámico y movible.3 Pero esta
estructura que el adulto le “presta” al niño, va siendo apropiada e internalizada por éste,
avanzando así en la construcción de su propio desarrollo. Es entonces cuando el adulto
comienza a retirarse otorgándole al niño la posibilidad de construir su propia autonomía. En
términos de Brown y Palincsar, "En las "situaciones educativas de andamiaje", el experto
actúa como una guía que conforma los esfuerzos de aprendizaje de los novatos,
proporcionando el soporte necesario hasta que el novato pueda prescindir de
él (...)".4
Continuando con la analogía, una comunidad es capaz de realizar numerosas funciones por
sí misma. A su vez, hay ciertas situaciones que si bien no puede afrontar en el presente
autónomamente, puede resolver con la ayuda de un tercero. Este tercero puede ser un
consultor externo, un profesional contratado o alguna otra organización con la cual se
interactúa.
A diferencia de un niño, una comunidad es capaz de definir sus propias metas y prioridades.
El modelo propuesto para el desarrollo de comunidades plantea la necesidad de que la
comunidad y el tercero en juego puedan establecer y determinar metas y objetivos en forma
conjunta. La zona de desarrollo próximo es entonces definida por la diferencia entre el estado
actual y el ideal establecido de común acuerdo. En este sentido se crea una zona de
desarrollo próximo, definida por la diferencia entre el desarrollo real de la comunidad en un
momento dado y el potencial desarrollo que puede alcanzar con la ayuda de otro ente, que
opera sobre la realidad creando una estructura de andamiaje tendiente a la construcción de
la autonomía comunitaria.
4
El trabajo comunitario basado en este marco teórico, trae aparejado un doble riesgo. Por una
parte, la dificultad de los miembros de la comunidad de tomar como propio el modelo
mostrado por un tercero. Por otra, la dificultad del profesional para retirar poco a poco los
soportes y apoyos que requiere la construcción del modelo de andamiaje. En este sentido es
posible encontrar un obstáculo en la construcción de la autonomía comunitaria, ya sea por
inmadurez de la organización o por sobreprotección de los profesionales externos que en ella
trabajan.
En este sentido es posible citar por lo menos dos escenas comunes. La primera se relaciona
con la dificultad de los líderes emergentes de disputar espacios de poder con los líderes
tradicionales. En este sentido se trasluce el modelo de liderazgo nacional, signado
principalmente por el “unicato”. La segunda escena refiere a innumerables situaciones en las
que los miembros de la comunidad, aún teniendo los medios para la resolución de
situaciones, delegan esta responsabilidad en los profesionales del AJJDC.
En relación a éste último punto, será de suma importancia el límite que el coordinador o líder
comunitario pueda establecer sobre los grupos y organizaciones. Una demanda inmadura
requerirá un límite claro por parte del líder, pero además la posibilidad de analizar la situación
acontecida. Sólo así será posible contribuir a la madurez de los grupos y organizaciones.
Si bien, como hemos analizado en este apartado, el modelo presenta algunos riesgos, parece
ser la opción más acertada en términos de la generación de desarrollo comunitario tendiente
al incremento de la autonomía local.
El Cambio
5
Gil Rodriguez, F y García Saiz, M. “Grupos en las Organizaciones”, Eudema, Madrid, 1993: p. 76.
6
Zarzar Charur, C. “La dinámica de los grupos de aprendizaje desde un enfoque operativo”.
Revista Perfiles Educativos, Nro. 9, 1980, Universidad Autónoma Metropolitana, México: p.
25
5
La resistencia al cambio se basa principalmente en la posibilidad del fracaso. Es por una
parte el miedo a la dispersión, a la desaparición real del grupo o la comunidad, pero a la vez
es el miedo a lo nuevo que vendrá. Cuando hablamos de cambio organizacional nunca lo
hacemos en el sentido de generar en la organización un cambio para volver a un estado
anterior, por el contrario, el cambio por definición implica lo nuevo, lo desconocido, y como
tal, es generador de angustia. Esta angustia pocas veces puede ser expresada en forma
consciente y más bien toma otros caminos de manifestación que se pueden observar en
sabotajes de proyectos nuevos, en la permanente crítica a los líderes del cambio, en la
idealización positiva o negativa de situaciones grupales, en la manifestación de demandas
continuas y poco reales.
Si está “todo bien” no es necesario cambiar nada. Si está “todo mal”, mejor nos vamos. En
suma, este mecanismo de idealización, lo único que consigue es la incapacidad de operar
sobre la realidad para transformarla. Es allí donde se hace imprescindible la intervención de
un coordinador capaz de elaborar este tipo de situaciones. En el caso de la Comunidad
Hebrea de Cuba, es posible identificar momentos “mágicos” de gran euforia y optimismo,
signados por una fuerte carga emocional producida por el renacimiento comunitario,
sucedidos de momentos de gran depresión y pesimismo, asociados en general con la
permanente emigración de miembros de la comunidad.
Gil Rodríguez y García Saiz proponen cinco estrategias para abordar el trabajo grupal en
situaciones de resistencia al cambio. Los autores consideran la implicación de los grupos
existentes para afrontar la resistencia, la implicación de los grupos para promover el cambio,
implicación de líderes claves a quienes se les ofrece un lugar diferenciado de poder,
participación de los miembros a través de grupos y comités y finalmente la aplicación de
técnicas de trabajo grupal.7
7
Ver Gil Rodriguez y García Saiz en “Grupos en las organizaciones”, Eudema, Madrid, 1993.
6
de ejecución de los ya conocidos. Aprenden nuevas estrategias y destrezas para afrontar con
éxito las tareas que de su misión se derivan.
Desarrollo Autónomo
Para favorecer este tipo de procesos, los profesionales que trabajan interviniendo en la
comunidad en los diferentes proyectos, comparten con los miembros de la misma sus “formas
de pensamiento”, entendiendo que lo que diferencia al novato del experto no es sólo su
situación diferencial con respecto al cúmulo de conocimientos de una disciplina sino también
sus estrategias de pensamiento. Hay una forma de pensar la disciplina que le es propia.
Poder compartirla, fomenta también una construcción autónoma e independiente del espacio
comunitario. El campo del desarrollo comunitario no es ajeno a este proceso.
8
Nickerson, R. “Enseñar a pensar”, Ed. Paidós, Buenos Aires, 1987: pp. 125, 126
9
Souto, M. “Hacia una didáctica de lo grupal”, Niño y Dávila, Buenos Aires 1993: p. 123.
7
el nivel de dependencia a una sola organización y permitió a las comunidades locales
aprovechar sus ventajas comparativas.
La segunda línea de trabajo buscó generar una representación mas centrada en los recursos
disponibles que en las limitaciones y las carencias. De esta forma, fue posible poco a poco
comenzar a elevar el nivel de autonomía en el plano real y simbólico.
Hoy es posible encontrar una comunidad en pleno crecimiento, con un nivel de participación
comunitaria dos veces y media superior al encontrado 5 años atrás. Este aumento en la
cantidad de miembros se ve originado en el acercamiento de individuos que luego de muchos
años de definirse como “descendientes de judíos”, se identifican activamente con los valores,
prácticas y tradiciones del pueblo judío.
El siguiente gráfico ilustra la evolución de la población judía en Cuba entre 1945 y 1996:
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así como una farmacia comunitaria que distribuye medicamentos semanalmente. Además, se
coopera con el sistema de salud cubano por medio de un programa “no sectario” que la
comunidad mantiene con el Ministerio de Salud Pública con el apoyo del American Jewish
Joint Distribution Committe.
Para esto, ha sido necesario el compromiso activo de dirigentes comunitarios que apostaron
al cambio, asumiendo el riesgo que el cambio implica. Líderes comunitarios que
comprendieron a la Comunidad en toda su complejidad, entendiendo que ésta es más que la
suma de las partes que la componen.
Podemos afirmar que la Comunidad Hebrea de Cuba se encuentra transitando el camino del
desarrollo, un camino muchas veces difícil que incluye la construcción recíproca de la
comunidad, los grupos y los individuos que participan en ella, proyectando en ella sus deseos
particulares. Una construcción que se orienta hacia la gestación de una autonomía
comunitaria cada vez mayor, partiendo de un genuino cambio organizacional, originado y
originador del aprendizaje institucional en relación a los nuevos procesos de
institucionalización que se dan en la realidad.
9
origine verdaderos cambios organizacionales, operando sobre la cultura institucional, dando
lugar a un análisis crítico de su sistema de valores, permitirá la aparición de nuevas
estructuras que den lugar a numerosas situaciones de aprendizaje social y comunitario.
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Bibliografía
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