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de la Amazonía
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Esta situación comenzó a cambiar a partir de los trabajos pioneros de Betty Me-
ggers y Clifford Evans, quienes iniciaron la arqueología sistemática de la Amazonía
con su monumental obra Archeological Investigations at the Mouth of the Amazon.
Gracias a este trabajo, la historia amazónica adquirió profundidad temporal, pues si
bien no fue posible disponer desde el comienzo de amplios datos fechados radio-
cronológicamente, en cambio sí se pudo contar con una primera secuencia de valor
cronológico que comenzó por regular la única fuente arqueológica amazónica que
se manejaba con gran liberalidad hasta entonces: la famosa isla de Marajó en la boca
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del Amazonas. Marajó había proporcionado cerámica muy vistosa, que era conocida
desde el siglo pasado y por tanto era el símbolo de la amazonía.
Meggers y Evans establecieron una secuencia de cinco fases para esa región; la
más antigua de ellas fue denominada Ananatuba (que tiene una edad C14 de 980
años a.C.) y que Meggers y Evans piensan que representa una etapa de “agricultura
incipiente” más bien que una de “agricultura tropical” que en la amazonía equi-
vale a una etapa agrícola de pleno desarrollo. Los sitios Ananatuba están ubicados
en la sección flor-central de la isla de Marajó y son unidades de vivienda aldeana
más o menos pequeña y sintomáticamente sedentaria. Le sigue a Ananatuba la fase
Mangueiras, que indica una tendencia ascendente de la población, con unidades de
vivienda arias veces más grandes que las de la época anterior y que por su tamaño y
forma parecen corresponder a viviendas comunales. Meggers y Evans piensan que
en esta fase se define la “agricultura tropical” y se da inicio a lo que los antropó-
logos vienen llamando la “Cultura de la Floresta Tropical”. Mangueiras representa
la continuación de Ananatuba, pero al mismo tiempo parece que es el resultado de
influencias llegadas de algún modo de otro lugar. Las siguientes dos fases —Acauan
y Formiga— parecen ser contemporánea con Mangueiras y representan, de algún
modo, formaciones étnicas distintas, ubicadas en zonas vecinas a las que cubren las
aldeas de Mangueiras. En cambio, la última fase, llamada Marajoara es un desarrollo
espectacular de la boca del Amazonas, que se distingue por la presencia de unos
montículos artificiales ubicados en los campos abiertos de la gran isla de Marajó. En
estos montículos se construían viviendas pero también servían para enterrar a sus
muertos. Los montículos indican una inversión significativa de fuerza de trabajo, que
quizá implica la existencia de excedentes suficientes como para distraer una parte del
tiempo en su preparación; si esta observación se acompaña al hecho de que parece
que hay indicios de diferenciación social, puede asumir que Marajoara representa
un nivel de desarrollo tribal bastante complejo, con la probable formación de in-
cipientes formas de poder político y social. Meggers y Evans piensan que esta fase
representa una suerte de inserción poblacional desde el exterior, quizá procedente
de los altos del Amazonas o de la región conocida como la “várzea”, formada por
los llanos aluviales del Amazonas medio. Las diferencias sociales se hacen manifiestas
en entierros tales como el de un personaje alojado en una hermosa urna polícroma
antropomorfa, que estaba flanqueada por urnas menos cuidadas que contenían los
restos de otros cadáveres.
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desarrolla en los llanos aluviales y la del bosque o zonas de “tierra firme”, indicando
que hay una mayor posibilidad de desarrollo en la várzea que en la “tierra firme”. En
su libro sobre la Amazonía describe a los Omaguas y Tapajos que llegaron a organi-
zarse al nivel de “señoríos”: “Cada aldea tenía un jefe y todas las aldeas en una ‘pro-
vincia’ estaban unidas bajo un alto jefe... El jefe Omagua de fines del siglo XVII era
llamado Tururucari, que quiere decir ‘dios’. Su dominio se extendía a lo largo del río
por más de 100 leguas y era obedecido universalmente con gran sumisión... Al lado
opuesto de la escala social de los jefes estaban los esclavos, quienes habían sido cap-
turados como niños durante avanzadas sobre tribus de la floresta. Ellos eran usados
para el trabajo agrícola y asuntos domésticos” (“Amazonía” Aldine, New York 1971,
pp. 129). Los Omaguas y Tapajos desaparecieron rápidamente como consecuencia
de la “conquista” portuguesa, del mismo modo como desaparecieron la totalidad de
los pobladores de la várzea, a diferencia de los pobladores del bosque interior, que se
Mantuvieron gracias a que estaban alejados de la “civilización”.
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Aparte de estas dos grandes secuencias, se han hecho una serie de estudios aislados
o que no han logrado aún conformar cronologías como las aquí presentadas, en el
curso del río Amazonas; en cambio, en sus afluentes originarios, en Ecuador, Perú y
Bolivia, se han organizado secuencias sumamente importantes. En el extremo norte,
nuevamente Clifford Evans y Betty Meggers son los autores de los trabajos iniciales
y más importantes, en el curso del río Napa. Ellos encontraron allí una ocupación
de aspecto tan antiguo como Ananatubo y Jauarí a la que bautizaron con el nombre
de “Yasuní” y que indudablemente se ubicó dentro de los complejos más antiguos
de la cerámica amazónica y sudamericana, pese a que tiene una fecha radiocarbó-
nico muy reciente —de alrededor de 50 a.C.— que por ser una fecha proveniente
de una sola muestra no puede ser considerada como definitoria. Luego, sigue una
fase bautizada como Tivacundo, que pertenece, temporalmente, a la misma época de
Mangueiras, Manacapurú, Caiambé y otros complejos “medios”. Finalmente, al final
de la secuencia aparece un desarrollo notable, bautizado como Napa, con cerámica
polícroma si no relacionada al menos parecido a Marajoara, con sitios muy grandes y
aparentemente indicadores de una organización relativamente compleja.
Allí, la fase más antigua está representada por el complejo cerámico conocido
como Tutishcainyo, que Lathrap ubica entre los años 2000 y 500 a.C., dividido en
dos fases (antigua y tardía). Se caracteriza, en general, por una en términos genera-
les está consistentemente ligada con los complejos de Ana-cerámica “hachurada en
zonas”, incisa, con vasijas de perfil compuesto, que notaba, Jauarí y Yasuní, que aun
cuando parecen ser ligeramente posteriores le son contemporáneos en términos
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generales. La cerámica Tutishcainyo, además, está relacionada con los complejos ce-
rámicos más antiguos del Perú, tal como la conocida con el nombre de Wayra Jirka
(Huánuco), lo que abona a favor de las tesis que hablan de un temprano contacto
entre la sierra y la selva en el proceso de organización de la civilización andina.
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La secuencia del alto Pachitea, establecida a base de los trabajos de William Allen,
tienen también una fase muy antigua, llamada “Cobichaniqui”, relacionada con Tuti-
shcainyo y que tiene fechados radiocarbónicos que oscilan entre 1800 y 1500 a.C. La
siguiente fase, llamada Pangotsi, tiene, a su vez, una edad C14 de aproximadamente
1200 a.C. y representa una tradición distinta a Cobichaniqui y aparentemente sin
ninguna relación con cualquier otro grupo contemporáneo conocido, pese a que
participa, en términos genera-les de los rasgos primitivos de la cerámica “forma-
tiva” del Amazonas. Le sucede una fase seguramente ligada a Pangotsi que ha sido
llamada Nazarategui y que representa, según Lathrap —en su libro Upper Amazon
— una etapa de alto desarrollo de la zona, de gran prosperidad que sólo fue inte-
rrumpida por la invasión de otros grupos de tradiciones culturales muy diferentes.
Lathrap piensa que Nazarategui representa la continuación de la tradición iniciada
por Tutishcainyo y, en cierto modo, su clímax cultural. A Nazarategui la sucede la
fase Naneini, entre el 500 y el 1000 d.C., la que a su vez es interrumpida por otra
comunidad invasora, identificada con el nombre de Enoqui.
Si bien no como parte de una ocupación continua, en el curso del río Hualla-
ga medio, Lathrap y sus estudiantes ubicaron una secuencia corta de cerámica en
la Cueva de las Lechuzas cerca de Tingo María, en la cual destaca la presencia de
una cerámica precisamente denominada Cueva de las Lechuzas, que obviamente
tenía un gran parentesco con Tutishcainyo y que Lathrap encuentra relacionada
con la fase tardía de Tutishcainyo y al mismo tiempo con la cerámica Wayra Uirka
de Kotosh, Huánuco. El mismo arqueólogo señala que este complejo es de gran
importancia dado que está en un punto geográficamente intermedio entre la selva
y la sierra andina, indicando la posible ruta de interacción entre ambas regiones,
que según él tenían fundamentalmente una dirección este-oeste en aquel tiempo.
Los complejos cerámicos posteriores, llamados Aspusana y Monzón, aparte de re-
presentar ocupaciones esporádicas de invasión de grupos étnicos por identificar, no
agregan nada más.
En el curso bajo del río Apurímac, Scott Raymond, Warren DeBoer y Peter Roe
han trabajado una secuencia igualmente interesante, en la medida en que se ocupa
en un territorio particularmente importante para la comprensión de la tardía civi-
lización andina.
De otro lado, recientemente Jaime Miasta ha hecho unos estudios sobre el río
Chinchipe, en la zona de San Ignacio y en Jaén, en donde ha encontrado lo que
podrían ser indicios de una fase “pre-cerámica”, con pinturas rupestres en Faical y
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otra que él piensa que podría ser representante de un período “arcaico” similar a la
fase Mito de Kotosh (ca. 3000 a.C.) que él identifica con el nombre de Michinal.
Estas dos fases propuestas como pre-cerámica son seguidas por la denominada
“Cerezal” que según Miasta estaría vinculada con Tutishcainyo y con otros com-
plejos tempranos de la región andina. La secuencia muestra un desarrollo que está
asociado mucho al proceso andino más que al amazónico, aun cuando obviamente
existen rasgos amazónicos de carácter general. Se trata de un proceso comprometido
con la “ceja de selva” y asociado a las estribaciones orientales de los Andes.
Si bien los estudios de la Amazonía son recientes y bastante pocos, se puede decir
que en términos generales se sabe ya bastante de ella en tiempos pre-históricos como
para poder establecer algunas líneas generales en su desarrollo, que iniciándose en
un período de agricultura incipiente —con probables orígenes en pueblos cazadores
hasta hoy desconocidos— fue formándose una saciedad de complejidad creciente,
cuyo alto nivel de desarrollo puede medirse por su capacidad de adaptarse a las difí-
ciles y muy variadas circunstancias del medio ambiente amazónico. Su proceso se re-
suelve con posibilidades de organización clasista y formación del estado en aquellos
lugares en donde es posible la generación de un excedente —coma la várzea— y se
resuelve también en distintos niveles de estabilidad “neolítica” dentro de los cánones
de la barbarie, de acuerdo a las posibilidades de explotación de recursos de cada zona;
eso explica cómo los “primitivos” recolectores y agricultores incipientes llamados
Sirionó en vez de resultar una “regresión” histórica de sus antecedentes arqueológi-
cos, deben, en cambio, representar una etapa de pleno dominio del ambiente por una
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comunidad que no podía extraer más de ese medio y, por tanto, no podía generar,
en el aire, una sociedad “más avanzada”. La historia de la Amazonía que recupera la
arqueología, nos entrega, a diferencia de la etnografía, una imagen procesal muy rica
en la definición de los pueblos amazónicos que no solamente resuelven su historia
mediante migraciones, sino fundamentalmente mediante la máxima utilización de
los recursos naturales, adaptando sus recursos culturales, su capacidad productiva,
al máximo nivel posible de explotación. Por eso, la genocida acción de los “colo-
nizadores” de la selva amazónica, no solamente desarticula el ambiente limpiando
los bosques de árboles o extrayendo recursos básicos, sino que destruye la única
alternativa histórica de un auténtico y racional uso de los recursos. Los “civilizados”
debieran aprender a consultar con los “nativos” sobre la manera de aproximarse a la
riqueza de la amazonía sin destruirla y sin destruir las comunidades que a lo largo de
milenios han podido dominar ese ambiente.
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