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6 - Desarrollo Socioafectivo en Niños de 2-11 Años
6 - Desarrollo Socioafectivo en Niños de 2-11 Años
socioafectivo en
niños y niñas de 2
a 11 años
PID_00274907
Adolfo Perinat
Adolfo Perinat
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Índice
Introducción............................................................................................... 5
Objetivos....................................................................................................... 8
1. La socialización en la familia........................................................ 9
1.1. Introducción: los ámbitos de socialización ................................ 9
1.2. La socialización en el ámbito de la familia ................................ 10
1.3. La socialización como transmisión/adquisición de
significados culturales ................................................................. 13
1.4. La socialización en los valores .................................................... 15
1.5. Hermanos y hermanas ................................................................ 16
5. Desarrollo emocional........................................................................ 53
5.1. Introducción ................................................................................ 53
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6. Desarrollo psicosexual...................................................................... 65
6.1. Introducción ................................................................................ 65
6.2. Desarrollo biológico de la función sexual .................................. 65
6.3. La sexualidad en la segunda infancia ......................................... 67
6.4. El desarrollo sexual en la segunda infancia ................................ 69
6.5. El desarrollo de la identidad sexual ............................................ 71
Propuestas de reflexión........................................................................... 87
Bibliografía................................................................................................. 89
© FUOC • PID_00274907 5 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Introducción
La segunda infancia en su primera etapa (de los dos a los seis años) y la que
continúa hasta la adolescencia (denominada, por algunos autores, tercera in-
fancia) son los años del desarrollo social por excelencia. La preocupación por
el éxito escolar ha llevado al hecho de que gran parte de las investigaciones
se centraran en las conquistas cognitivas de esta fase. Mucho más trascenden-
tales son, no obstante, los aspectos que hacen referencia a la sexualidad, a la
capacidad de expresión lingüística, a los inicios de su responsabilidad moral,
al auge y trascendencia de las amistades. En este módulo se tratan aspectos
del desarrollo que, estrictamente, ni tienen comienzo ahora ni siquiera tienen
ahora su momento culminante. (En realidad, ninguna dimensión del desarro-
llo –social, cognoscitiva– tiene un "punto cero" localizado y preciso.) El obje-
tivo de este módulo es familiarizarnos con los progresos en el desarrollo psi-
cosocial que se llevan a cabo en la segunda infancia.
En torno a los seis o siete años, los niños y niñas empiezan a tomar distancias
con sus padres, madres y familia inmediata. La modalidad de sus juegos tiende
a cambiar. Las ideas que reciben de los compañeros, las relaciones de amistad
y los primeros chapoteos sexuales les abren horizontes nuevos. Su sentido del
yo (identidad) sufre un impulso notable. Las comparaciones y competiciones
que, con una ligereza notable, utilizan los educadores y de las que abusan
contribuyen a ello. Cada vez los chicos y chicas se dan más cuenta de que el
mundo es un espectáculo y que, consiguientemente, ellos deben ser "espec-
taculares"... No obstante, los padres, los maestros, los amigos y ellos mismos
conciben este hacerse notar, cada uno, a su manera. La idea de que "hay que
hacerse un hueco" en el mundo social (preocupación que será dominante en
la adolescencia) toma más fuerza. Los padres sienten que a estas edades los
chicos (de los dos sexos) se les empiezan a escapar de las manos... El hecho
de no dedicarles una atención y comprensión exquisitas sería no sólo trágico,
sino irracional. Hay que cultivar en ellos el sentido de responsabilidad perso-
nal (hacia uno mismo y hacia los otros); que la manera como chicos y chicas
organizan su propia vida (si eso se puede llamar organización...) pase de la
voluntad de los adultos a la suya. Todo eso tiene bastante que ver con la res-
ponsabilidad moral y el sentido de identidad, temas que exponemos en este
módulo. Y, por supuesto, repercute en su desarrollo cognitivo en la medida en
que éste es impulsado por el trabajo escolar.
normas dicen sobre cómo es (y debe ser) el mundo que se abre delante de
ellos. Cuando muchas normas se imponen como "lo mejor que se puede hacer
(frente a otras alternativas), suponen una carga de valores; por el hecho de
que se justifican por razones que no son, estrictamente hablando, racionales,
sino meras creencias, la socialización se traduce en acceder a un mundo de
significaciones (compartidas) que no tiene otro fundamento que el consenso
social. El mundo social es un mundo cuyo sentido es puramente simbólico.
Un aspecto crucial dentro del mundo social es el trato con las personas. Exige
un conocimiento práctico de cómo es cada persona particular y cómo "fun-
cionan" las personas en general. La psicología científica ha abierto aquí un te-
ma de indagación interesante: el del conocimiento social. Desde muy peque-
ños, los niños y niñas actúan según las personas con quienes tratan, con las
que tienen intenciones, deseos, voluntades, ideas, etc. Lo hacen sin reflexio-
nar. Más tarde se dan cuenta de ello y piensan que existe aquello que los adul-
tos denominan "mente": una instancia de donde "brotan" las intenciones, los
deseos, las voluntades e ideas. La psicología ha dado a este proceso el título
pomposo de adquisición de una "teoría de la mente". Este proceso se estudia
detalladamente en el apartado 3.
dótico, es decir, poco sistematizado. Aparte está la dificultad, sobre todo éti-
ca, de estudiar la sexualidad infantil directamente, quizá porque la sexualidad
desborda con mucho el ámbito sexual propiamente dicho. Alguna cosa al res-
pecto queda esbozada al explorar la identidad sexual o de género con la que
concluye el apartado.
El último apartado, el 7, trata del desarrollo moral. La moral trata de los valores
y, tanto si se quiere como si no, la socialización inculca los valores que tienen
vigencia en la sociedad. Otra cosa es qué valores preconiza tal sociedad o tal
otra, y eso lleva a reflexionar sobre el eje de ordenamiento de estos valores. El
siglo XX ha visto demasiadas catástrofes que han hecho añicos los valores de
convivencia humana para que las ciencias del hombre no tomen posiciones
aquí. En psicología del desarrollo, la oportunidad de mencionar los valores es
el desarrollo moral. La moral son sentimientos y son también criterios (cono-
cimiento). Analizar de qué manera convergen aquí estas dos grandes "aveni-
das" del desarrollo es el objetivo de este módulo.
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Objetivos
Los objetivos que tiene que alcanzar el estudiante al acabar este módulo di-
dáctico son los siguientes:
1. La socialización en la familia
Ved también
El desarrollo humano se encuentra ubicado por ámbitos. Un ámbito
constituye una delimitación del espacio caracterizada por actividades, Podéis consultar el apartado
"Prácticas educativas como
relaciones interpersonales y roles. contextos de desarrollo" del
módulo "Desarrollo personal y
educación".
El ámbito primordial del niño es la familia. A continuación, en la cul-
tura occidental, encontramos la escuela. También existen otros ámbitos
adultos: el trabajo, las asociaciones, etc. Cada uno de éstos es un micro-
sistema.
Los padres enseñan a sus hijos. Les instruyen y persuaden sobre muchos aspec-
tos de la vida cotidiana, por ejemplo, las reglas elementales de tratamiento y
convivencia en familia. Judy Dunn (1988) ofrece detalles preciosos de cómo
los padres (particularmente la madre) modelan el comportamiento de los hijos
y también cómo éstos son participantes activos en el proceso de socialización.
Dunn alude a un "discurso familiar articulado al alcance de la comprensión
de los niños", sobre la ordenación del entorno casero (la suciedad/la limpie-
za, la ubicación adecuada de los objetos, el ritmo del día, etc.) A medida que
los niños crecen y adquieren las habilidades motrices, les enseñan a manejar
utensilios, a vestirse o desnudarse, a asearse, etc. Dependiendo de su nivel de
desarrollo cognitivo, les inculcan reglas de comportamiento con las personas
desconocidas (saludos, posturas, uso de la palabra, etc.), y muchas otras cosas.
Los padres también controlan a los hijos. Es decir, además de inculcarles las
conductas socialmente aceptables, les vigilan, les corrigen y, finalmente, les
castigan. Los niños son traviesos, tienen caprichos, hacen enfadar a los adul-
tos, interrumpen sus lecturas o conversaciones, etc. Ahora bien, no os penséis
que sólo se debe al hecho de que "son niños", al hecho de que desconocen las
pautas de comportamiento. Muchas veces exploran con bastante clarividencia
los límites de lo permitido y explotan las debilidades de los adultos. En nuestra
cultura, el control�de�los�niños empieza muy pronto, mucho antes de que
comprendan los inconvenientes que causan.
Esto no pasa en otras culturas. Por ejemplo, en las islas de Indonesia, se supone que
los niños (aproximadamente hasta los tres o cuatro años) no poseen conocimiento ni
consciencia de las reglas sociales, por lo tanto, no son responsables de lo que hacen ni se
les puede exigir nada (se les considera literalmente "estúpidos"). Los padres no se enfadan,
ni les corrigen directamente, ni les hacen razonar; si tienen una rabieta les tranquilizan, si
causan un desperfecto, lo arreglan directamente (Broch, 1990). Las observaciones directas
de nuestro equipo en comunidades gitanas nos hacen creer que también aquí se tiene
una idea similar respecto a los niños menores de tres años. Se trata de un caso ilustrativo
de cómo una cierta representación social de la segunda infancia inhibe el enojo hacia los
pequeños y no evoca actitudes de castigo.
cho más tiempo en casa a solas con ellos. No está suficientemente claro hasta
qué punto la incorporación de la mujer en el trabajo modifica este cuadro. Por
un lado, una gran parte de los momentos de comunicación hijos-padres se da
durante las comidas, el baño, la hora de llevarlos a dormir, y estas actividades
continúan siendo diarias. Los juegos a dos, cuya importancia ya hemos seña-
lado, son maneras de conversación que acompañan a las narraciones infanti-
les, ya sean puramente verbales, ya sean ilustradas, la conversación surge de
las preguntas y observaciones de los pequeños en la calle, etc.
Más allá, por lo tanto, de la prescripción material que dicta una norma, lo
que justifica su existencia y que se mantenga, es que define una ordenación
del mundo. Cada norma se reposa sobre la convicción (implícita) de que, al
cumplirla, contribuimos no sólo al hecho de que "todo continúe en orden"
sino a que aquél sea el mejor orden posible. Todas las normas tienen significado
en la cultura que les ha dado luz; recíprocamente, el conjunto de las normas
conceden significación a esta cultura.
Ahora bien, en la medida en que las normas ordenan las relaciones sociales y
las relaciones con la naturaleza, se revisten de un valor. El hecho de inculcar
normas lleva aparejado el cultivar disposiciones para que se cumplan. Éstas,
que no son directamente inculcadas, orientan inconscientemente el compor-
tamiento y constituyen hábitos de orden superior (Bateson, 1972).
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Por ejemplo, aunque sea evidente que en el tratamiento social existen muchos conflictos
de interés y de poder, ¿es necesario considerar todo "encuentro" casi únicamente desde
este ángulo? ¿Cómo se tiene que tratar la relación con el otro, sobre la base de la confianza
o la de la suspicacia? ¿En qué medida aplicamos la visión maniquea en el mundo de
relaciones interpersonales (el mundo se divide en "buenos" y "malos", o en "nosotros"
y "el resto")? El hecho de extender inmediatamente estas consideraciones al trato con
personas de otras razas.
Ya sean, por ejemplo, las normas de orden: "No se pueden dejar las cosas por el suelo,
cada cosa debe estar en su lugar"; algunos objetos "se deben tratar con mucho cuidado",
etc. El niño interioriza –es decir, entiende y asume como obvio e indiscutible– que existe
lo que su madre/su maestra denomina "orden" y que va desde los objetos de uso hasta la
sucesión de las tareas que llenan el día. Lo acepta como ingrediente "natural" de la vida.
Sin embargo, los padres son sólo el campo de elevamiento, los que abastecen
un "esbozo", ubicado en la familia, sobre formas de actuar que se tienen que
extender poco a poco a todo el entorno social. Los niños reconocerán que mu-
chas de las propuestas o imposiciones de los padres rigen más allá del ámbito
familiar. Es lo que Berger y Luckmann denominan la fase de generalización.
Esto les lleva a entender que la conducta adecuada a cada circunstancia no
es algo que emane del padre o de la madre, sino que se debe obrar así porque
todos están de acuerdo en el hecho de que se haga de este modo. Esta especie
de "entidad suprema" que encarna una actitud general y concorde de las per-
sonas para con las normas y valores es lo que George H. Mead (1934/1972)
denominó the generalized other, expresión que se ha traducido literalmente por
"el otro generalizado", cuyo sentido queda de esta manera bien especificado.
Los humanos tenemos valores. Investir algo de valor es emitir un juicio (com-
parativo) adoptando una actitud positiva hacia esta cosa. Lo valorable se re-
viste de tonalidades emocionales: admiración, deseo, emulación, respeto, etc.
Los entes a los que concedemos valor pertenecen al dominio de las relaciones
sociales o bien se refractan en ésta.
Los grupos sociales cultivan valores y los proponen a sus miembros como ma-
neras idealizadas de comportamiento u objetivos a alcanzar. Los objetivos mu-
chas veces no se pueden distinguir de los valores, ya que están impregnados
de éstos. En este sentido, las normas, que custodian los objetivos sociales y
potencian su alcance, también esconden valor. Lo que interesa remarcar, de
acuerdo con la imbricación entre objetivos y valores, es que unos y otros dan
sentido a la vida (sentido con la doble acepción de orientación y significado).
Una existencia sin sentido ni orientación es psicológicamente imposible de
vivir. Éstos son los estados patológicos de la esquizofrenia o de la descompo-
sición de la persona.
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Los valores y los objetivos culturales no son objeto de inculcación directa por Ved también
parte de los padres y otros agentes de socialización aunque constituyan su
Podéis ver el apartado 7 de es-
núcleo. Los valores son un "producto de destilación" de las normas: la insis- te módulo.
tencia o gravedad con la que los padres las imponen/proponen ofrece a sus
hijos una medida del valor que vehiculan. Sin embargo, muy particularmen-
te, los�niños�extraen�los�valores�de�las�maneras�de�comportarse�de�actores
sociales, se apropian de éstos en el juego de relaciones interpersonales en el
que participan. Finalmente, los valores guardan una conexión profunda con
la moralidad. Una conclusión, aunque sea cargada de valor, es la siguiente:
todas las personas poseen valores, ya que de éstos se extrae su vida, orienta-
ción y sentido. Por lo tanto, una cuestión ineludible es: qué valores adoptarán
nuestros hijos que den un horizonte en su vida. La respuesta, o parte de ésta,
se encuentra en la socialización familiar.
A medida que los pequeños crecen, y según su diferencia de edad y sexos, las
relaciones entre ellos adoptan perfiles más estables: se "suelen" entender bien,
"tienden a" pelearse con más frecuencia, cada uno "va por su lado", etc. No se
puede hablar de patrones generales en el mundo de las relaciones fraternales
infantiles porque éstas están condicionadas por el temperamento y personali-
dad de cada hermano (y la experiencia nos dice que los hijos de los mismos
padres son muy diferentes), por la manera en que los padres y otros miembros
de la familia los tratan, y por otros condicionantes como pueden ser el espa-
cio del hogar, objetos y juegos que tienen que compartir, etc. Todo esto son
detalles concretos de nuestro contexto familiar ecológico cultural, es decir, de
niños que viven en un entorno urbano o rural bien comunicado, de familia
nuclear, clase social no necesitada, escolarizados, etc. En otros contextos (los
niños de la calle, suburbios, bolsas de pobreza, familias de un solo padre o
bien en culturas más exóticas) las relaciones entre hermanos tendrán tonos
muy diferentes.
Todo esto no quiere decir que nosotros tengamos una visión equivocada de la
relación entre nuestros hijos o que los padres no la trabajen debidamente. Sig-
nifica más bien que los hermanos y las hermanas se comportan mutuamente
de la manera habitual que conocemos no porque son así, sino más bien porque
los hacemos así. Es decir, los criamos en un entorno de vida en el que, por
ejemplo, tienen que compartir un espacio material escaso (las viviendas urba-
nas), adquieren de manera acelerada un sentido de la posesión de "sus cosas",
bajo el pretexto de emulación continuamente establecemos comparaciones,
les proponemos objetivos a conseguir en competición implacable, etc. Aparte
de esto, existen las preferencias paternas o del resto de la familia, está el tem-
peramento de cada niño y, sobre todo, las expectativas que los padres alimen-
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tan sobre el futuro de cada uno de sus hijos. A medida que el ámbito familiar
se abre al escolar, el sistema de valores que este último cultiva (y con el que
los padres acostumbran a estar básicamente de acuerdo) añade ingredientes
nuevos a las relaciones de los padres con los hijos y a la de los dos hermanos
entre sí. El sistema del niño se abre, por lo tanto, a la vida y trata de integrar
en su personalidad todo este abanico de propuestas, exigencias, objetivos y
actividades "propias de la edad". La perspectiva ecológica del desarrollo, en el
que se inspira esta exposición, sostiene que el entorno de vida en el que cre-
cen los niños –los microsistemas de familia, escuela, etc., con las actividades,
relaciones y roles– se encuentra intensamente articulado con el macrosistema
de creencias, valores y objetivos sociales. Si nos abrimos a la dimensión inter-
cultural, en esta figura que las formas de subsistencia, la organización fami-
liar, el tipo de hábitat y, en el fondo, el clima y la explotación de los recursos
naturales, contribuyen a crear entornos de desarrollo peculiares. El hecho de
establecer comparaciones está fuera de lugar. En cambio, sí que tenemos la
posibilidad de establecer un marco amplio para estudiar y entender el proceso
de socialización, por ejemplo, el marco siguiente extraído de Weisner (1989):
Hasta hace pocos años el hogar familiar era, en nuestro entorno sociocultural,
el único contexto de desarrollo infantil. Hoy en día y en edad muy temprana,
los niños pasan a manos de personas diferentes de los padres y generalmente
en ámbitos fuera de la familia: guarderías, la casa de algún pariente, etc. En los
Estados Unidos existen los day-care centers: casas particulares que se ocupan de
grupos de entre seis y doce niños, en general del vecindario. Después, entre
los cuatro y los seis años, el niño inicia su periodo de parvulario y, a partir de
los siete años, entra de lleno en el sistema escolar.
Muchos autores señalan que uno de los efectos más interesantes de la socia-
lización escolar es que el niño se inicia en nuevos roles sociales; nuevos para
él respecto a los familiares. Los roles son maneras típicas de actuar y también
incluyen expectativas sobre pautas de actuación. Por tanto, el crío se inicia en
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los roles cuando actúa tal y "como se espera" de él: cumple las normas, se le
hace caer en la cuenta de sus equivocaciones, se ve obligado a justificarse, etc.
Las expectativas de los adultos con respecto a los niños están dictadas por la
cultura, es decir, remiten en definitiva al orden simbólico: una ordenación o
regulación convencional de las relaciones y de la formalidad impregnada de
valores arbitrarios y vigentes por convenio.
La antropóloga Nancy Graves (Rubin, 1981) contrasta la orientación diferente que trans-
miten las culturas europea y polinesia en los niños de Nueva Zelanda. El estilo polinesio
es "inclusivo"; a la gente le gusta interactuar en grupo, sin demasiada selectividad ni in-
terferencia de los celos. El estilo europeo es "exclusivo": se valora más la vida privada y
la independencia; la interacción intensa se da con parejas íntimamente vinculadas. Estas
orientaciones se trasmiten ya en la vida preescolar. En un centro de juego polinesio to-
das las actividades están canalizadas hacia el juego común y cooperativo. La monitora
hace que un niño empiece una actividad y después convida a los otros a participar en
ésta hasta que se establezca una actividad de grupo. A la hora de merendar toman leche,
galletas, manzanas mientras cantan y bailan colectivamente. En los centros europeos, la
monitora deja que los niños escojan las actividades y que pidan ayuda cuando la necesi-
ten. El trabajo individual se elogia y los esfuerzos de acción colectiva se ignoran. El indi-
vidualismo y el esfuerzo solitario que nuestro sistema escolar cultiva refleja una concep-
ción, profundamente arraigada en la cultura occidental moderna, sobre la persona como
unidad autónoma de proyectos que se deben llevar a cabo en una ardua competición con
los otros. No todos los pueblos cultivan y promueven esta concepción de la persona-en-
el-mundo; los ámbitos de socialización en cada cultura asumen la suya y se organizan
consecuentemente.
Sin embargo, de nuevo, casi no existen alusiones a cómo los amigos y compa-
ñeros son también "ventanas" en el mundo de las significaciones culturales:
Un par de anécdotas divertidas ilustran muy bien la idea que comentamos:
Papá, ¿es verdad que Dios es una mujer con muchos brazos?.
El padre: ¿Anda! Nada de eso. Dios no existe. ¿Quién te ha explicado esta historia?.
El niño: Sí que existe Dios. Me lo ha dicho Linda. (Es la vecina y amiga inseparable desde
hace un par de años.)
Victoria, una niña de cinco años muy charlatana y movida se encuentra con Toni, de
cuatro años, más pacífico, que dibuja una bicicleta.
T: El sábado fui a dar una vuelta y vi la bicicleta. Es azul y no tiene ruedecitas. Yo quería
la bicicleta, pero mi padre me dijo que no...
V: ¿Por qué?
T: Porque dice que me caería... pero yo no me caigo. Rogelio tiene una bicicleta sin rue-
decitas.
V: ¿Sabes qué tienes que hacer? Tienes que llorar mucho, tirarte al suelo y chillar. Se
enfadarán mucho pero te la comprarán. Yo siempre lo hago. Quería una muñeca que
habla y no me la querían comprar. Me enfadé mucho, lloré y dije que quería la muñeca
y me la compraron.
En un libro de Psicología del desarrollo, los autores del apartado sobre relacio-
nes entre amigos en la infancia (Rubin y Coplan 1992) se dedican a completar
una lista de las funciones que, hace cuarenta años, Sullivan había atribuido
a las amistades. Una de las funciones que el autor había omitido y que ellos
incluyen es la de "servir de foro para la transmisión de las normas y del cono-
cimiento social". Sin embargo, no entran en detalles. Por otro lado, es obvio
que esta influencia varíe gradualmente con la edad, y llegue al clímax durante
la adolescencia. Antes de cumplir los tres años, dice Hartup, los compañeros
ejercen, en comparación con los adultos, un papel escaso en el desarrollo de
los niños (Hartup, 1970). Sin embargo, ya a partir de los años de preescolar,
los niños empiezan a darse cuenta de muchas de las cosas que pasan en las
familias de sus amigos (en las versiones de éstos) y que los hábitos de vida y
los criterios y normas que rigen las relaciones intrafamiliares poseen una va-
riedad sorprendente.
2.3. El juego
En los seres humanos, el juego tiene sus primeras manifestaciones muy pron- Ved también
to. Piaget ya encuentra indicios en las reacciones circulares secundarias y ter-
Sobre la comunicación prever-
ciarias. Las madres y los niños juegan, como todos sabemos, de muchas ma- bal y los orígenes del conoci-
neras: el "cachorreo", los pequeños rituales (el "cucu-tras") y los primeros jue- miento podéis ver los aparta-
dos 2 y 3 del módulo "Desa-
gos manipulativos, de los que ya se ha hablado, son ejemplos de esto. Nos rrollo socioafectivo y comu-
nicativo en los dos primeros
centraremos en el juego de los niños entre sí, cuyos escenarios son el patio de años".
la escuela u otros lugares apropiados ya sea un espacio casero, los parques, la
playa, los alrededores del pueblo, etc. La psicología distingue tres modalidades
en el juego infantil. La primera nos es común con todos los mamíferos y ya la
hemos aludido: es el juego movido. La segunda y tercera nos son privativas:
se trata del juego que reproduce situaciones sociales (reales o fantásticas) y
de los juegos sociales sometidos a reglas (desde el parchís o el ajedrez hasta
el fútbol). Se suele seguir a Piaget (1946) cuando se propone una progresión
entre las modalidades del juego en la segunda infancia y la preadolescencia:
de esta manera, el juego movido en la versión más espontánea (al margen de
toda regla) predominaría en la fase infantil de la guardería, el juego de fantasía
entre los cuatro y siete años, y continuaría con el juego de reglas a partir de esa
edad. Esta progresión se puede aceptar grosso modo, pero no se trata de estadios
en la evolución del juego, propiamente hablando.
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El juego movido consiste, como bien sabe quien ha pasado unas horas en el
patio de un parvulario, en perseguirse, luchar, tirarse por el suelo, etc. Es la
manera de jugar más primitiva y espontánea, que se da predominantemente
cuando la edad de los niños o la cultura no da pábulo a otras maneras más
elaboradas, como son el juego de la fantasía y de las reglas.
Margaret Mead (Humphreys y Smith, 1984) considera que el juego de los niños de Nueva
Guinea (alrededor de 1930) era como el de los cachorros o gatitos: "Brincan y corren rien-
do y chillando hasta que quedan exhaustos; se dejan caer al suelo sin respiración y ense-
guida vuelven a comenzar". Entre los bosquimanos (Konner, 1972), este tipo de juego es
estimulado por los adultos que incitan a la persecución y, cuando se dejan atrapar, levan-
tan al niño al aire y le ovacionan entre risas. Más tarde, a partir de los 4-5 años el juego
movido de los niños bosquimanos "consiste en revolcarse por el suelo simulando que se
es un animal y que los demás le atacan, o bien sucede en una forma suave de abrazarse y
dar volteretas por el suelo todos juntos. Además, cuando cinco o seis niños de la misma
edad tienen la oportunidad de jugar juntos (por ejemplo, al unirse dos campamentos),
se revuelcan y ruedan por el suelo de la misma manera que ocurre en Inglaterra"(Ibid.).
Entre nuestros niños, muchos de los juegos en que hay persecuciones y luchas ya están
en el terreno del juego de fantasía cuando los participantes se reencarnan en personajes
de la televisión o de tebeos que, como comentaremos más tarde, protagonizan episodios
en los que el uso de la fuerza es habitual.
Por lo que se refiere a las funciones que cumple el juego movido en el desa-
rrollo, los psicólogos no tienen respuestas terminantes. Dado que es una mo-
dalidad que compartimos ampliamente con los animales, se tiende a razonar
acerca de sus "ventajas" en términos etológicos. De este modo, se dice que muy
probablemente sirve para practicar las habilidades motoras que entran en la
lucha y la caza, también se dice que a los niños les sirve para "medirse entre sí"
y por aquí se establece entre ellos una incipiente jerarquía social. Por ejemplo,
es frecuente que una "lucha" se dé por acabada cuando uno de los adversarios
queda en posición inerme o inmovilizado por el otro, y el ganador se coloca
encima, lo que es la manera ritualizada de proclamar la superioridad. Los pro-
fesores y los adultos suelen, en nuestra cultura, reprimir este tipo de juego:
los niños –se dice– pueden hacerse daño; en este juego, además, existe una
cierta dosis de agresividad que, aunque se controla, puede conducir a la lucha
abierta. En cambio, actualmente ha surgido la tendencia a iniciar a los niños
en la práctica de las artes marciales, que son maneras sumamente ritualizadas
de agresión. Si lo que se pretende es que los niños aprendan a controlar y,
al mismo tiempo, que se sientan seguros de ellos mismos en circunstancias
amenazadoras, el ejercicio de "agresión regulada" puede ser socialmente bene-
ficioso (al menos en las intenciones de los que lo promueven).
El antropólogo Lancy describe así a los niños nigerianos kpelle que hacen de herreros y
se inician en el oficio mediante el juego: "A los 3 años el niño pasa horas observando
al herrero realizando su trabajo. A los 4 ya golpea una y otra vez, con el palo sobre la
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roca, diciendo que es un herrero. A los 8 años produce una elaborada reconstrucción
del arte de la herrería con sus amigos. Todo esto en registro "como si". A los 12 años
se inicia en el aprendizaje de las habilidades típicas de la forja. A los 18 es un herrero
incipiente" (Sutton-Smith y Roberts, 1981). Otros antropólogos, al describir la segunda
infancia de pueblos más primitivos (niños no escolarizados) llaman la atención sobre el
hecho de que, desde muy pronto, los niños "juegan" con instrumentos de adultos o sus
reproducciones a escala infantil. Personalmente, tuve la oportunidad de contemplar en
un viaje por la cuenca amazónica, a niños indios jugando a la orilla del gran río, cada
uno dentro de una pequeña canoa. Muchos niños de culturas agrícolas "juegan" cavando
la tierra en compañía de sus padres. Barbara Rogff, casi en el inicio de su libro Aprendices
del pensamiento (1990), describe a una madre keniana en el campo con su pequeño de 6
años, ambos trabajando la tierra. La madre hace como si se dejara aventajar por el hijo y
le estimula mediante una interacción amable en registro lúdico. Nos podemos preguntar
si esto es jugar o es una ocupación seria, un aprendizaje de la vida. Son ambas cosas
al mismo tiempo. En los niños de estos pueblos existe una transición gradual entre la
actividad "como si" y la actividad adulta; en nuestra cultura esto se perdió hace siglos y
nos cuesta reconocerla en otras.
Durante la Semana Santa en Málaga a finales de los setenta, tuvimos en una ocasión la
oportunidad de presenciar una "procesión", improvisada en plena calle por unos chicos
de barrio: con gran seriedad llevaban el "paso" en las espaldas con el sonido de unos tam-
bores y el rítmico desfilar del grupo. Un médico que hizo prácticas en Las Hurdes (Cáce-
res), durante los años cincuenta, comentaba que uno de los juegos al que se entregaban
los niños allí era el entierro, que reproducían con un gran realismo. En una de las islas de
Polinesia, un antropólogo describe el juego de unas niñas, entre 4 y 7 años, representando
un ritual de "tránsito y posesión" (reservado a las mujeres): la danza que lo acompaña, la
actuación que requiere cada personaje, la danza sobre las brasas del fuego, etc. Observad
que en cada uno de estos casos se trata de hechos relevantes en la vida social.
© FUOC • PID_00274907 27 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Al vivir intensamente esta "otra realidad", la de los juegos, los niños y niñas Ved también
practican relaciones sociales muy básicas. Fundamentalmente, aquellas que
En relación con el egocentris-
están en vigor en su medio. Deben negociar con sus compañeros el argumento mo podéis ver el apartado 1
y los papeles que cada uno quiere representar; y esto, como comenta Catheri- del módulo "Desarrollo cogni-
tivo en niños y niñas de 2 a 11
ne Garvey (1974), implica que los niños comprendan y practiquen algo tan años".
elemental como que toda actuación en sociedad descansa sobre "reglas de pro-
cedimiento". La edad de los juegos de fantasía (de 3 a 7 años) es la que corres-
ponde, según Piaget, al período del egocentrismo. El juego demuestra bastante
bien que éste no impregna la vida y actividad de los pequeños de estas edades
como sugiere Piaget. En cualquier caso, es evidente que el juego de fantasía
exige que los participantes se descentren y coordinen las acciones ajustando
los turnos de intervención dentro de una trama que se despliegue con cierta
flexibilidad e improvisación. También se tiene que ajustar a los perfiles de ac-
tuación de los personajes que representan: son jefes de pedido, la "novia" del
jefe, personajes de cuentos infantiles, etc. Esto implica que poseen mucho co-
nocimiento sobre los roles adultos (si cometen errores, ya están los otros para
señalárselos) y que, al practicarlos, los asimilan. El hecho de mantener la con-
sistencia del personaje y la continuidad de la trama son aspectos no triviales
de su desarrollo sociocognitivo.
El juego de "hacer como si" y su extensión al de la fantasía son el prototipo Ved también
de lo que se denomina juego�simbólico que, según Piaget, viene acompañado
En relación con los símbolos
de la aparición de la función simbólica. Ya dijimos que existe un equívoco en podéis ver el apartado 3 del
la utilización de este término. Para Piaget "simbólico" implica simplemente módulo "Desarrollo socioafec-
tivo y comunicativo en los dos
representativo. Evidentemente el juego de la fantasía lo es en el doble sentido primeros años".
El análisis sobre cómo emerge la noción de regla en los niños suele seguir la
pauta que propuso Piaget en el libro El desarrollo del criterio moral en el niño, es-
crito en 1932. Puede parecer curioso que el estudio del desarrollo de los princi-
pios morales se encuentre vinculado al de los juegos. Sin embargo, la razón es,
según Piaget, que "toda moral consiste en un sistema de reglas". El esbozo del
criterio moral le vincula a la adquisición de la noción de regla y del respeto a
ésta. Pero esto no es todo, Piaget pregunta dónde se encuentra, para los niños,
el origen de la regla, cuya autoridad emana toda regulación. La investigación
de este segundo aspecto la realizó Piaget (y la hacen todos aquellos que siguen
sus ideas) preguntando a los niños qué pasaría si se modificaran las reglas o si
se inventaran reglas nuevas en los juegos que ellos conocen y practican. Para
los pequeños, las reglas son intocables. El hecho de cambiarlas equivale a vio-
lar una ley absoluta y que está por encima de los jugadores. Al avanzar en la
edad, hacia los 7 u 8 años, los niños empiezan a aceptar que algunas reglas po-
co importantes se puedan modificar, pero no las fundamentales. Sin embargo,
ahora empiezan a captar que tienen que tener en cuenta a los otros jugadores
aunque sea en aquellas alteraciones pequeñas que se les sugiere introducir en
el juego. Un ejemplo sería jugar a fútbol con una pelota de rugby. Finalmente,
a partir de los 11 años aproximadamente, los niños comprenden que las reglas
de los juegos se establecen por consenso (o se modifican por votación) y que
su cumplimiento se basa en la "voluntad popular".
Los juegos de este tipo incorporan en general una gran dosis de actitud com-
petitiva. Es decir, no sólo se juega por diversión sino que, sobre todo, se trata
de ganar y de ser el campeón según el modelo de las prácticas deportivas (que
no se denominan competiciones por casualidad). Entre los adultos, la exce-
lencia física ha sido siempre muy valorada en todas las culturas. Las pruebas
deportivas, desde la antigüedad grecorromana, lo demuestran ampliamente.
Es más, se reconoce que los juegos de reglas (adultos) son maneras ritualizadas
de lucha y consecución de prestigio social. Se puede debatir el punto hasta
el cual la misma actitud competitiva tiene que impregnar cualquiera de los
juegos de reglas a los que se entregan los niños. En otros términos, ¿los jue-
gos entre niños son para ganar o para divertirse? La posición, muchas veces
implícita, de los adultos aquí es decisiva.
© FUOC • PID_00274907 29 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
No en todas las culturas los niños juegan con el objetivo de "ser el campeón". Los niños
de Polinesia juegan a algo similar a las canicas y lo hacen con nueces de árboles propios
de aquellas latitudes. Sin embargo, las piezas que tienen una forma bien redonda son
difíciles de encontrar y por ello los participantes se las reparten cuando empieza el juego
y, cuando se acaba, se devuelven a los propietarios (si alguno ganara todas las "canicas",
se acabaría la posibilidad de jugar ...). El antropólogo que ahora narra estos episodios
de juego (Broch, 1990) comenta, además, que aquellos niños practican variantes muy
diferentes al juego de "canicas", algunas de ellas muy creativas. Se puede pensar si esta
creatividad no está "liberada" por el espíritu de diversión pura que impregna estos juegos
infantiles.
Como conclusión de este breve repaso al juego de reglas, debe quedar claro
en qué contribuyen a la socialización de los niños. Las reglas de juego permi-
ten las primeras formas de cooperación infantil y también de competición. La
cooperación, una vez establecida, permite establecer nuevas reglas. No existe
ninguna modificación de la ley que no comporte un procedimiento de con-
senso. La cooperación básica sobre la que descansa la vida consiste en eso. En
la vida social también hay competición pero es mucho más discutible que, por
influencia de los adultos, los juegos de reglas de la segunda infancia estén más
orientados a ver quién gana que a un entretenimiento sano y despreocupado.
La violencia es uno de los temas sobre los que más se ha discutido esta pre-
sunta influencia de la televisión. Es indiscutible que la programación infantil
exhibe una gran cantidad de escenas y caracteres violentos. Donde no hay
acuerdo es, de hecho, en si los niños de hoy son violentos (más que en otras
épocas) y en que, si eso es verdad, surge de los espectáculos que ven en la tele-
visión. En cualquier caso, parece ser que la imaginación infantil se encuentra
muy impregnada de la�acción�violenta�que�predomina�en�las�series�infanti-
les. No existe una relación sencilla de causa-efecto entre observar modelos de
comportamientos violentos en las pantallas y un aumento (difícil de demos-
trar con datos) de la agresividad infantil; y, menos aún, que esta agresividad se
traduzca de inmediato en actos violentos. Este tipo de conclusiones, a los que
la prensa se ha aficionado, relativizan la complejidad de la psique humana. Lo
© FUOC • PID_00274907 31 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
3.1. Introducción
Es difícil llegar a demostrar, mediante experiencias controladas o por observa- Ved también
ción, que los niños desde muy temprano consideran a las personas como seres
En relación a la intersubjetivi-
distintos de los objetos materiales. El hecho de determinar si para ellos existe dad podéis ver el apartado 2
esta distinción primordial o no, es una inferencia del psicólogo a partir de có- del módulo "Desarrollo socio-
afectivo y comunicativo en los
mo reacciona el crío ante la presencia de personas u objetos. Aunque el com- dos primeros años".
Existen más argumentos que apoyan esta tesis de que los críos sitúan, ya ini-
cialmente, a las personas en una categoría diferente a la de los seres inanima-
dos. Gelman y Spelke (1981) señalan que mirar los objetos y mirar a las perso-
nas (cruce de miradas) posee, para los pequeños, consecuencias radicalmente
diferentes: los objetos no reaccionan; las personas responden y se inicia la in-
teracción. Otros psicólogos sostienen que los niños (y también los animales
superiores) captan la coordinación entre movimiento y punto de mira visual
y la interpretan como "perseguir un objetivo"; aquí aparece una conexión�en-
tre�fenómenos�perceptivos�y�sociocognitivos. Es el punto de partida, en la
evolución, de la noción de comportamiento intencionado. En definitiva, todo
conduce a postular que la distinción entre los seres animados (personas huma-
nas) e inanimadas emerge en forma de una bifurcación primordial en los albores
de la mente humana (Perinat, 1993).
Existe una gradación evolutiva en la capacidad de leer la mente de los demás Ved también
(Whiten, 1994), que se origina de una matriz de capacidades más primitivas
En relación a la emergencia del
que posibilitan que el ser humano se comunique y concierte actividades con significado podéis ver el apar-
sus semejantes (intersubjetividad primaria y secundaria). Al mismo tiempo tado 3 del módulo "Desarrollo
socioafectivo y comunicativo
que estas actividades surgen, se pone en funcionamiento el proceso de cons- en los dos primeros años".
Mediante el lenguaje, los niños (y también los adultos) establecen las distin-
ciones y significaciones precisas del tipo: "ella piensa que", "él cree que", "él
desea tal", etc. Los conceptos para tratar de los fenómenos mentales son, al
final, "maneras de hablar". Sin embargo, el lenguaje no sólo delata un conoci-
miento de la mente, sino que, en cierta manera, de la estructura. El lenguaje,
a la vez que es un producto del pensamiento, también genera el pensamiento
(otro círculo creativo). Para comprender un enunciado, los niños se tienen que
representar de alguna manera que su interlocutor "piensa que", "supone que" o
"pretende que", etc. Los pequeños tardan un poco en darse cuenta en sus con-
versaciones de que es crucial comprender lo que el otro quiere decir, y al revés,
que ellos se tienen que hacer entender. Sin embargo las "incomprensiones"
y "malentendidos" poseen su lado positivo: el adulto que replica al pequeño:
"¡No entiendo qué quieres decir! Hace una alusión explícita al fenómeno men-
tal de comprensión y al de la intención de comunicar. Marilyn Shatz (1994)
resume muy bien lo que el lenguaje aporta a la comprensión de la mente:
"Sólo se puede conseguir una comprensión básica de la mente, tanto de la propia como de
la de los demás, cuando empiezan a caminar juntas las capacidades lingüísticas y las pri-
meras experiencias sociales con las humanas. En otras palabras, los niños llegan a com-
prender las mentes sobre la base de la experiencia lingüística y las primeras experiencias
sociales con las humanas. Se trata de una capacidad que se basa en la habilidad progresiva
de entender y explicar el comportamiento propio y el de los demás en términos comunes
a todos los miembros de la comunidad hablante a la que pertenece. Los niños disponen
de dos herramientas preciosas para el desarrollo de su inteligencia lingüístico-social. Pri-
mero, partiendo de la experiencia de trato se comparan con otros niños y empiezan a
conquistar un sentido del yo. Segundo, a medida que progresan en el lenguaje, cada vez
participan más en las conversaciones y se ven forzados a conceder expresión verbal a sus
motivaciones internas, a la manera como comprenden las cosas, a sus expectativas y a
sus justificaciones. De este modo, llegan a descubrir cómo los estados internos se hacen
públicos, cuándo se tienen en cuenta y qué papel causal poseen en la interacción social."
© FUOC • PID_00274907 35 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Otra pieza clave del conocimiento de las personas es que éstas recuerdan. Los
niños descubren muy pronto (fijar edades sería comprometido) que se dan
cuenta de que los familiares saben dónde se encuentra una u otra cosa, saben
que pasó aquel incidente, conocen detalles de su comportamiento pasado, etc.
Una de las numerosas observaciones de Piaget sobre sus hijos, viene muy al caso (aunque
él la incluye en otro contexto). Jacqueline, que entonces tenía un año y medio, lloraba
gritando a su madre. El padre Jean la imita con un tono lloroso: "¡Mamá! ¡Mamá!...". La
niña ríe... Dos días más tarde, el padre y la niña juegan a imitar sonidos de animales:
"¿Qué hace la cabra? –Beee, ¿y la vaca? –Muu, ¿y el perrito? –guau, guau... ¿y Jacqueli-
ne?". La niña entonces contesta "¡Mamaaa...!" imitando exactamente el tono lloroso que
había provocado la ironía de su padre dos días antes. Sobre este ejemplo, Piaget comenta:
"Al darme esta respuesta la niña sonrió de manera significativa, hecho que demuestra
que Jacqueline aludía a una conducta anterior y no era una improvisación del momen-
to" (Piaget, 1946: 304).
Otra pista importante que delata el conocimiento de las mentes por parte de
los niños es la manipulación�del�engaño y sus variaciones: fingir, disimular,
mentir... El niño que se lanza a engañar, negando algo que se le imputa o
afirmando en falso, posee la experiencia de que "si la mamá piensa, cree que
yo he hecho X, esto conllevará la consecuencia Y". Sin embargo –continúa
© FUOC • PID_00274907 36 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
en su discurso– "si yo hago creer otra cosa a mamá...". Engañar es crear una
representación falsa de un estado de cosas o, como diremos enseguida, un
estado de conocimiento que no corresponde a algo que ha pasado.
Ahora bien, los procesos mentales a los que nos referimos llevan incorporados
perceptivamente una representación. No tiene sentido decir a secas "X desea"
sino que decimos "X desea tal cosa o tal otra". Lo mismo se debe decir de las
intenciones. Los deseos e intenciones son "sobre algo" (que se encuentra en
el "exterior" de la mente que desea o intenta). Este "algo" es lo que constituye
lo que los psicólogos denominan el carácter representacional de los deseos
e intenciones. El niño, hasta los tres años y medio, sabe lo que son deseos.
O, más bien, capta cuándo una persona mayor u otro niño tiene un deseo,
distingue los actos intencionados de los no intencionados, pero su noción de
deseos e intenciones no está dotada de carácter�representacional.
Esta frontera es la que, para muchos autores, traspasan los niños hacia los tres Ved también
o tres años y medio, y dota a la mente de las personas, a partir de este momen-
Sobre las representaciones
to, de estados de conocimiento. Ahora bien, aunque se tenga poca experiencia en mentales podéis ver el aparta-
tratar con niños se objeta que, antes de los cuatro años, son bien conscientes do 6 del módulo "Desarrollo
psicobiológico".
de que las personas poseen estados de conocimiento: "La madre sabe o sospe-
cha que yo he hecho tal cosa o tal otra". Los críos utilizan en su lenguaje verbos
mentalistas como "creía que", "pensaba que", etc. o equivalentes. Anteriormen-
te hemos citado que la hija de Piaget, Jacqueline, cuanto tenía un año y medio
tuvo un comportamiento alusivo. ¿De dónde sale, entonces, esta curiosa afir-
mación de que los niños no tienen idea de que la mente de una persona posee
"estados de conocimiento"? Vale la pena que se aclare esta cuestión. El niño
psicólogo intuitivo se comporta, con respecto a los más mayores y a otros ni-
ños, de acuerdo con las reglas o representaciones de procedimiento. Al psicólogo
© FUOC • PID_00274907 38 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
intuitivo le falta comprender que "lo" que la gente recuerda, sabe, desea, etc.
posee el carácter de una representación en su mente. Cuando lo consiga, tendrá
una representación conceptual de lo que es una representación.
A un niño (sujeto experimental) se le hace ver la siguiente escena protagonizada por dos
niños, Sally y Ann. Sally tiene unas canicas (u otra cosa interesante) y las pone dentro
de un cajón. Enseguida, sale fuera de la escena. Otra amiga, Ann, entra y cambia las
canicas de lugar: las pone dentro de un armario. Sally vuelve; se le pregunta al niño (sujeto
experimental) que ha presenciado la escena: "¿Dónde buscará las canicas Sally?" Hasta
los tres años y medio, aproximadamente, los niños suelen contestar: "En el armario (que
es donde están realmente, aunque Sally no lo sabe ni lo puede saber porque no ha visto el
cambio de lugar). A partir de los cuatro años los niños ya contestan correctamente: "En
el cajón" (que es donde Sally cree que se encuentran porque es donde las dejó).
Desde siempre se ha reconocido el atractivo que poseen para los niños los Ved también
cuentos y narraciones que les explicamos los adultos: historias de princesas y
Podéis ver el apartado 3 del
caballeros, de animales míticos (el lobo feroz, los tres cerditos...) de niños o módulo "Desarrollo socioafec-
niñas que se pierden por el bosque, etc. En cambio, no se había prestado aten- tivo y comunicativo en los dos
primeros años" sobre el cono-
ción a que gran parte de la�vida�cotidiana�social�se�encuentra�estructurada cimiento social.
Debemos destacar que en los cuentos y narraciones existe una especie de es-
tructura común subyacente: introducción, presentación de los personajes an-
tagónicos (principales y secundarios), sucesivos conflictos con resolución par-
cial, un clímax y la resolución final. Esta estructura profunda se plasma, en
cada caso, en el guión de la narración. Un guión es una sucesión de acciones
circunstanciales de personajes –la trama en la que se ven inmersos– mediante
las que progresa la acción que se narra. Blancanieves, Cenicienta, El aprendiz
de brujo, etc. tienen un guión específico. También lo tienen las obras de teatro
o de cine que son, como es evidente, un tipo especial de narraciones.
(1)
La psicología, como decíamos, se ha percatado de que los episodios de la vida
cotidiana no sólo son susceptibles de concebirse como textos narrativos, sino
que, en gran medida, los hacemos siguiendo un orden sistemático y típico
como si obedeciéramos a un guión. Los autores Schank y Abelson (1978) han
hecho célebre (no por su importancia sino por ser el ejemplo más citado) el
guión1 "ir al restaurante": se entra, se pide mesa, traen el menú, se escogen los
platos, etc. Si forzamos un poco la acepción de los cognitivistas, más próximos
al cine o al teatro, diremos que un guión es una sucesión prefijada de acciones
características de una actividad o situación social. Otro término equivalente es
el de formatos. En el caso de las actividades cotidianas, su condición de guión o
formato las hace, además, reproducibles con el mínimo esfuerzo. Ejemplos de
esto son cualquier rutina cotidiana, como levantarnos, la comida o la cena, el
trabajo y también actividades de ocio (ir a la playa, esquiar, jugar a tenis...). Las
ceremonias de cualquier tipo, los rituales, etc., poseen su guión. Los guiones
© FUOC • PID_00274907 40 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
4.1. La identidad
Daniel Stern (1985) mantiene que el núcleo íntimo del yo (the core self) ya se Ved también
establece desde los primeros momentos de la vida y consiste en la experiencia
Sobre el desarrollo perceptivo
subjetiva (no consciente) de la emergencia de la organización psíquica que podéis ver el apartado 3 del
tiene lugar en todo ser humano. Imaginemos las primeras fases de la vida del módulo "Desarrollo psicobioló-
gico".
bebé como un caleidoscopio de impresiones: percepciones de todo tipo y mul-
tiplicidad de estados afectivo-emocionales con fundamento en su cuerpo. El
sentido originario del yo (the core self) se decanta a medida que el sistema psi-
cológico del niño impone coherencia a esta gama de impresiones, hilos libres
con los que se teje la trama de la actividad mental. Por ejemplo, las capacidades
de percepción intermodal son una de las puertas de acceso al sentido unitario
de las cosas: "los niños experimentan el mundo dotado de unidad perceptiva".
En el dominio de los afectos también existe otra manera de "supranormalidad"
que Stern denomina tono afectivo-vital (vitality affects) porque es inherente a
la vitalidad. Es la experiencia de la fuerza o la rapidez con la que irrumpe/des-
aparece un estado emocional, la duración e intensidad, los altos y bajos, el
eco que despierta cuando se reitera, etc. Los críos experimentan esta tonalidad
afectiva que para él reviste "aquello". Ahora bien, el tono afectivo-vital son
patrones que crean un sentido de regularidad. En una palabra, emergen poco
a poco en la psique infantil "islotes de consistencia" premonitorios de un sen-
timiento profundo de coherencia: un yo no fragmentado, un cuerpo material
con límites, un centro que integra toda la actividad.
Este nexo de unión de causa-efecto (aunque para el niño este doblete no exis-
te) se extiende a su agencia: el niño actúa, produce efectos, busca reproducir-
los. Las reacciones circulares de Piaget constituyen un ejemplo de esto. Para
que éstas no existan, Piaget considera que es necesario que haya un desplie-
gue progresivo de consciencia�de�agente, que se va perfilando a medida que
avanza el desarrollo sensoriomotor.
© FUOC • PID_00274907 44 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Con los avances en el control de la acción se genera en los niños una especie
de actitud "contemplativa" hacia las cosas, es decir, los objetos, que al princi-
pio se encuentran por medio de la acción, ahora empiezan a estar desligados y
contemplados "en sí" (Werner y Kaplan, 1963). Katherine Nelson (1974) lo ex-
presa en los siguientes términos: "En un momento dado, el niño, en su afán de
reconocer los objetos, deja de aplicar los esquemas sensoriomotores y los em-
pieza a reconocer a partir de sus propiedades". La Psicología del desarrollo está
de acuerdo en que este "distanciamiento" progresivo frente al mundo circun-
dante, propio de un observador, es uno de los requisitos para que emerja el yo.
Estos "otros" que interaccionan con los niños poseen estados de ánimo (que es
lo que captan principalmente); unas veces en sintonía con los suyos, otras en
disonancia. Las capacidades intersubjetivas constituyen mecanismos primiti-
vos para establecer y registrar los contactos psicológicos entre las personas. Los
niños también perciben en qué momento existe desconexión interpersonal (el
contacto no se establece satisfactoriamente o se rompe); este hecho implica
que discriminan los estados congruentes de los incongruentes con los suyos
(Hobson, 1994). Si invertimos este argumento, podemos decir que la comu-
nión, sintonía, congruencia de sentimientos, se encuentra seguramente en el
origen del reconocimiento de que "el otro es igual que yo"; y al revés, la no-
sintonía y la incongruencia, en el origen del reconocimiento de que "el otro
es diferente de yo". En este doble juego de experiencias el niño no puede, al
principio, proferir "yo", pero gracias a estas experiencias se abre la posibilidad
de referirlas a este núcleo interno que se empieza a concebir con el trato con
los otros.
Los protodiálogos y los episodios de comunicación preverbal del niño con las
personas poseen, además, otra función de gran importancia en la constitución
de la identidad: los niños son reconocidos como interlocutores. Ya hemos men-
cionado este tema. Desde muy pronto, los críos (de cuatro a cinco meses) de-
muestran un gran sentido del humor y la diversión. En esta edad, Trevarthen
© FUOC • PID_00274907 45 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Hacia los 10 y 12 meses, aparece otro punto decisivo en la construcción del Ved también
yo. Durante este período coinciden dos fenómenos que producirán un efecto
Ved el apartado 2 del módulo
multiplicador. El primero es la intersubjetividad o formación del "triángulo" "Desarrollo socioafectivo y co-
adulto-niño-objetos. Aquí se incluyen los protodeclarativos: enseñar, ofrecer municativo en los dos prime-
ros años" sobre la intersubjeti-
un objeto al interlocutor equivale a compartir aquello, no materialmente, sino vidad.
Los críos buscan la mirada de los otros y son objeto de ésta, la que forma�parte
de� su� identidad. La mirada es más que una metáfora. La percepción visual
se encuentra unida a la acción: por tanto, hablar de la mirada del otro es lo
mismo que hablar de una manera específica de acción del otro sobre el niño:
de evaluación, de acogida o rechazo, de confirmación o de negación, etc. En
todos estos casos, la mirada es una manera de relación. Otra analogía, también
clásica en psicología social para explicar la identidad, es la del espejo. Cooley la
expresaba de este modo hace un siglo: "[Cada uno] posee imaginaciones sobre
cómo es percibido por otra mente particular. El tipo de sentimiento sobre uno
mismo que eso provoca viene determinado por la actitud de la otra mente. Un
yo social (social self) de este tipo se puede calificar como un 'yo-mirándose-en-
el-espejo' (looking glass self)" (Cooley, 1902).
"Frente a las falacias de la ciencia 'objetiva', [es necesario afirmar que] no existe un yo
independiente. Más bien el yo emerge, es creado por la relación entre el individuo y su
mundo social. La identidad no es, por lo tanto, sólo una integración de las funciones del
ego; no es solipsista. Desde múltiples direcciones llega el reconocimiento de que la iden-
tidad, en su núcleo íntimo, es psicosocial: el yo y el otro; interna y externa; ser y actuar;
expresión de uno mismo a favor de, en contra de, con o a pesar de; pero ciertamente en
respuesta a los otros. A la vez son aquéllos por los que uno trabaja y hace el trabajo de
querer". (Josselson, 1994)
Relación del niño con la relación entre los otros y los objetos.
Los adjetivos calificativos son una segunda pieza lingüística que se adjudican
coloquialmente a los otros niños: bonitos, preciosos, avivados, sucios, lloro-
nes, etc. Este tipo de adjetivos delata las actitudes de los adultos hacia ellos
(momentáneas o persistentes). Los adjetivos constituyen la entrada lingüística
al mundo de los valores sociales. Los críos son constantemente valorados por
los adultos y su identidad se configura con los matices de las valoraciones que
escuchan y comprenden. Kagan (1981) señala que, entre las primeras palabras
que utilizan los niños, existe un predominio claro de los adjetivos, que aplican,
a instancias de los adultos, a personas, juguetes u objetos: bonito, guapo, feo,
sucio, etc. Esto significa que desde muy pronto se les sensibiliza a ver el mundo
(y a ellos mismos) mediante las calificaciones, o sea, valores. Ahora bien, es-
tos valores pertenecen y definen el orden simbólico: no existen esencialmente
personas o cosas bellas, desagradables o repugnantes, etc. Son apreciaciones
culturalmente determinadas que tienen poco que ver, en origen, con lo que
se podría denominar sensaciones (estados nerviosos) de placer o rechazo.
segundo pronombre el hablante reconoce y forma parte del otro. Por tanto, el
yo-tú se apoyan mutuamente, no existe uno sin el otro. Se puede establecer
un razonamiento paralelo respecto al mío-tuyo.
Otro punto que se debe destacar es que cada lenguaje posee formas que espe-
cifican el sexo de las personas. Esto viene a colación porque en la construcción
de la identidad, el sexo ocupa un lugar central y, dicho de manera cruda, un /
una ya no es macho o hembra sino que se percibe y se conoce por hombre o
se percibe y se conoce por mujer. Los ingredientes biológicos de sexo son im-
prescindibles, pero los simbólicos, en la especie humana son los que forman
la identidad sexual. En el apartado 6 de este módulo se tratará este tema de
forma más detallada. De hecho, la identidad sexual (o de género) no es un
producto únicamente del lenguaje. Sí, en cambio, está recogida en la estruc-
tura del lenguaje y, por lo tanto, se puede declarar, defender, expresar, valorar
(cada sexo la suya) por procedimientos propios en el lenguaje.
autor va más allá cuando propone que también es un espacio moral, ya que este
juego de respuestas y preguntas se destaca en un trasfondo en el que se delinea
lo que es bueno, deseable, significativo, merecedor de ser hecho. En una pala-
bra, este espacio se encuentra para la referencia a los valores. Y, en la medida en
que éstos orientan la vida de las personas, la identidad implica una orienta-
ción en la vida (un sentido). Por eso mismo, la formación de la identidad está
íntimamente unida a la socialización en los valores. Al mismo tiempo que los
niños aprehenden qué es bueno, significativo, digno de menciones –valores
con los que se construye un sistema de coordenadas sociales–, estos críos se
empiezan a situar dentro del espacio que se definen. Las cualidades o limita-
ciones que los adultos les atribuyen y que asumen en principio constituyen
también uno de los ejes de coordenadas que contribuyen a definir la posición.
"La identidad personal es el resultado de presentar cada uno de los hechos de su vida
como elementos de una totalidad significativa y, consiguientemente, de presentarse uno
mismo frente a los demás como el protagonista de una historia singular."
(Widdershoven, 1994)
ciones que emprende. Es el mismo a través de lo que narra porque los aconte-
cimientos son creados como tales en el discurso. No existen hechos (dignos
de mención) excepto en la acción que se despliega en la narración.
© FUOC • PID_00274907 53 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
5. Desarrollo emocional
5.1. Introducción
Los niños/as que llegan a este mundo hacen su entrada en el mundo social Ved también
vinculándose afectivamente a las personas que las acogen y asumen, poco a
Podéis ver los apartados 1, 2
poco, el mundo de significaciones culturales que le impregnan. No sólo ambos y 3 del módulo "Desarrollo so-
aspectos son indisociables, sino que también los fundamentos del proceso de cioafectivo y comunicativo en
los dos primeros años".
"convertirse en uno más entre los otros" son de naturaleza socioemocional. El
trato con las personas, según hemos comentado, lo organizan los niños "pe-
netrando en su mente" y se sitúan en su perspectiva, comprenden la causa de Ved también
las acciones y predicen el curso de sus comportamientos. Éstos no son proce- Podéis consultar el apartado 3
sos puramente cognoscitivos. El hecho de internalizar el punto de vista del de este módulo.
otro ("la voz del otro" –si adoptamos la expresión de Bahktin–) constituye un
proceso intersubjetivo, profundamente empático. Una multitud de aspectos
de la vida mental de sus semejantes se hace evidente a los niños por medio de
las emociones y sentimientos que muestran. La "ceguera" a los sentimientos
de los otros nos convertiría en personas asociales, capaces quizá de predecir
las acciones de los otros mediante cálculos mentales sofisticados, pero no de
reconocerlos como verdaderos alter ego, semejantes a nosotros en la condición
humana. En otras palabras, la aprehensión del otro es sobre todo aprehensión
por medio de los estados emocionales que acompañan a los pensamientos,
que dan "color" a sus planes y que conceden energía a los esfuerzos cuando
los llevan a cabo. Sólo el niño en quien se cultiva una vida emocional rica
está dispuesto a relacionarse con los otros de manera emocional a la vez que
cognitiva.
Todo esto justifica el título de este apartado: las emociones regulan el com-
portamiento social. Es una invitación a considerar las emociones humanas
desde otro punto vital que el que prevaleció en la psicología académica hasta
los años setenta, a saber, manifestaciones corporales de procesos internos con
asentamiento en los sistemas nerviosos autónomo y central. Se le ha concedi-
do demasiado énfasis a las funciones de regulación interna, fisiológica y psi-
cológica, mientras que otras funciones que también poseen se han excluido
© FUOC • PID_00274907 55 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
casi del todo. Existe un razonamiento de sentido común que podría corregir la
visión homeostática de las emociones: si son bucles de excitación interna que
operan hacia el interior, ¿para qué se traducen en manifestaciones externas,
corporales y faciales tan variadas?
Darwin (1872), que fue uno de los pioneros en el estudio de las emociones
humanas, se topó con este escollo cuando reflexionaba sobre el sentimiento
de vergüenza que se produce en el momento en que el sujeto se percata de que
su conducta es objeto de evaluación negativa para alguien. "Darwin, comenta
Trevarthen (1984), intuyó que era incongruente concluir que la vergüenza, a
diferencia de otras expresiones emocionales, no poseía ningún valor orgánico
dentro de la evolución".
Sobre la base de estas ideas surge una nueva perspectiva funcionalista de las
emociones humanas, la que nos pone de relieve el papel crucial que ejercen en
la regulación de los contactos y la relación entre las personas (Trevarthen, 1984).
El enfoque funcionalista concibe las emociones como una parte integrante de
los "intentos que realiza cada persona para establecer, mantener, cambiar o
finalizar una relación con alguna cosa o persona significativa para ella dentro
del entorno" (Campos, 1994). Las acciones de una persona son intencionales,
van dirigidas a objetivos materiales o poseen fines básicamente interpersona-
les. Además, la motivación para actuar, que puede ser más o menos intensa,
depende del significado que otorguemos a conseguir nuestros deseos. Los sen-
timientos, intrínsecamente unidos a nuestras motivaciones, se revelan como
expresión y resultado de la naturaleza de nuestros esfuerzos. Las emociones, en
este sentido, funcionan como señales que ayudan a las personas a compren-
der el significado que el otro otorga a las acciones propias y ajenas. Campos
escribe que las emociones, lejos de implicar únicamente homeostasis y exci-
taciones internas, nacen para regular y ser reguladas por los procesos sociales
(Campos, 1994).
© FUOC • PID_00274907 56 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Existen varias corrientes de investigación que conducen a nuestra compren- Ved también
sión del mundo emocional de los niños. Citaremos cuatro. La primera, que
Sobre la intersubjetividad po-
se sitúa a principios de los años setenta, es el estudio detallado de las expre- déis ver el apartado 2 del mó-
siones�emocionales�infantiles. Hace tiempo se hacían análisis interculturales dulo "Desarrollo socioafectivo
y comunicativo en los dos pri-
del reconocimiento de emociones como alegría, pena, rabia, etc. La tesis de meros años".
Durante el primer año de vida, los críos sienten emociones, las expresan y
empatizan con las emociones de los otros. El desarrollo emocional avanza en
el segundo año de vida a medida que el niño empieza a tener representación
de los estados emocionales "básicos" y de las causas que los provocan. Los ni-
ños aprenden rápidamente que existen situaciones que provocan el enojo o
disgusto de los otros, mientras que otras les complacen. También aprenden
que generalmente no es sólo la situación en abstracto sino, sobre todo, quién la
ha producido, o sea, unen "agencia" y emoción. Aquí, rápidamente incluyen el
descubrimiento de que las personas actúan de acuerdo con los deseos e inten-
ciones y que, por tanto, "lo que pasa" y la emoción que desencadena guarda
relación con los deseos y objetivos de las personas, del grado de importancia
que le otorgan y en qué medida este acontecimiento ha afectado la posibili-
dad de conseguir aquellos objetivos. Este conocimiento, como bien se sabe, lo
utilizan de manera precoz y acertada en sus relaciones sociales.
Los niños no sólo aprenden sobre las emociones observando cómo reaccionan
los otros en una variedad de situaciones; también el discurso lingüístico sobre
los sentimientos que provocan en el padre y la madre "lo que ha pasado" (la
acción del niño) son una importante fuente de conocimiento para el niño.
© FUOC • PID_00274907 59 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Dunn y sus colaboradores (1987) hicieron un análisis de las conversaciones entre madres
y sus pequeños durante el período de edad entre los 18 y 24 meses. La frecuencia con
la que las madres tocaron el tema de los sentimientos aumentó constantemente durante
este tiempo. Cuanto más mencionaban las madres los sentimientos a la edad de dieciocho
meses, más aludían aquellos pequeños a los 24 (correlación positiva). En el período que
duró el estudio, los pequeños se interesaron cada vez más por lo que originaba aquellos
sentimientos y los comenzaron a dramatizar en sus juegos.
En una investigación anterior, Zahn Waxles y sus colaboradores (1979) descubrieron que,
en los casos en los que un niño hacía daño a otro (le pegaba), si las madres además de re-
gañarle le daban una explicación a su hijo "coloreándola" con énfasis de los sentimientos
("¡No lo hagas nunca, nunca más!"), los pequeños, posteriormente, eran más propensos
a ofrecer reparación a sus compañeros en situaciones semejantes. La instrucción de las
madres reforzada con una implicación afectiva creaba una actitud de acercamiento que
compensaba la sensación de haber hecho algo mal.
Las reacciones emocionales de los adultos casi de manera invariable hacen re-
ferencia a normas sociales y valores: lo que está bien / lo que está mal. De es-
ta manera, la vida emocional se proyecta sobre el telón de fondo de las rela-
ciones sociales. Kagan (1981) mantiene que, justo hacia los 2 años, los niños
empiezan a percatarse de lo que se denomina estándares: "representaciones
de acciones y sucesos que son objeto de aprobación o desaprobación adulta".
Dunn (1988) constata que, entre los 14 y los 36 meses, el habla de los niños se
llena progresivamente de referencias a las reglas sociales, a los sentimientos de
los otros y a las consecuencias de sus acciones. Las justificaciones que los críos
ofrecen de sus comportamientos "transgresores" ("yo no lo quería hacer", "no
lo sabía"...) demuestran que poseen una conciencia de la desaprobación adulta
y, sobre todo, que comprenden que su acción puede comportar una alteración
emocional en su madre; las excusas evidencian hasta qué punto estas emocio-
nes les afectan. No se trata sólo de una cuestión de temor a los castigos. Todo
esto nos dice que, al desplegarse su capacidad cognitiva, los niños adquieren
conciencia de sus sentimientos, lo que les permite inferir el estado interno del
otro en determinadas circunstancias y actuar según este conocimiento. Por
aquí enlazamos directamente con la teoría de la mente. El encadenamiento
entre la capacidad de sentir y la comprensión de los motivos de las acciones y
las consecuencias constituyen el hilo conductor de su desarrollo emocional.
En los años cuarenta, Bateson describía a las madres de Bali que cortaban sin contempla-
ciones los acercamientos afectuosos de los hijos. Es posible, comenta, que el origen de es-
to se encuentre en el "carácter balinés" que se caracteriza por una gran ecuanimidad en la
exhibición de los sentimientos que excluye todo clímax expresivo (Bateson, 1949/1972).
Geertz (1984) aporta casi las mismas observaciones a propósito de los habitantes de Java.
Su actitud, dice, exhibe "mitad y mitad, sentimientos despojados de gestos y gestos des-
pojados de sentimientos". En términos generales, se podría decir que en muchas culturas
de Asia oriental y del Pacífico este control social de las expresiones emocionales es muy
intenso. Lo que los latinos denominan "inexpresividad" de los asiáticos es más que un
tópico. La educación de los niños en Japón le concede un énfasis especial a la suavidad en
las formas de trato y coarta fuertemente las expresiones abiertas de malestar o de enojo.
Por contra, el pueblo de los ilongot de las Islas Filipinas, estudiados por Michelle Rosaldo
(Harris, 1989), permite y alimenta las expresiones de ira y bravura en los hombres, lo que
sin duda está relacionado con las prácticas guerreras ancestrales de "cazadores de cabezas".
"Los sentimientos no son sustancias que debemos descubrir en la sangre, son prácticas
sociales organizadas por narraciones que se explican y se representan. Los sentimientos
se encuentran estructurados por nuestras maneras de comprender".
6. Desarrollo psicosexual
6.1. Introducción
A diferencia del desarrollo testicular precoz en los hombres, los ovarios feme-
ninos no se empiezan a desarrollar hasta el cuarto mes de la gestación. En
comparación, también con los hombres, los genitales externos de la mujer
sufren un proceso bastante menos complicado en cuanto a su configuración
a partir de las formaciones primordiales. Más tarde, en los pechos aparecen
protuberancias que darán origen a las mamas.
Nuestro ámbito cultural tiende a ignorar la sexualidad infantil o a infravalo- Estadios psicosexuales de
rarla. La Psicología del desarrollo tampoco "se da por enterada" de sus primeras Freud
Entre los siete años y la pubertad, la sexualidad de los niños no está "dormi-
da" como parece sugerir la denominación del estadio de latencia que estipula
el psicoanálisis. Nos consta, de manera clara, que a estas edades los intereses
© FUOC • PID_00274907 70 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Otra de las vías por las que se suele tratar el tema de la sexualidad en la se-
gunda infancia es la de la curiosidad que demuestran los pequeños por los
nacimientos y por el lugar "de donde vienen los niños". Es evidente que esto
no tiene (en su mente) una relación ni remota con la actividad sexual plena
unida a la función reproductiva. Esta última tampoco la tiene, en la segun-
da infancia, con lo que consideramos "sexual" y que en los pequeños son to-
ques, posiciones, curiosidad por las diferencias genitales entre niños y niñas.
¿Cuándo y cómo establecen aquella conexión? Nosotros, los adultos, unimos
la función procreadora al placer sexual genital; esto es un sesgo cultural. Podría
no ser así; de hecho, la cultura occidental camina hacia una disociación de
ambos aspectos. Sí que debe remarcarse que en los niños están disociados, es
decir, en sus actividades sexuales no existe ninguna proyección hacia la pro-
creación, como no sea simbólica, como el hecho de "jugar a padres y madres".
La biología comparada nos hacer entrever la importancia que adquieren, en
la maduración de la función sexual y reproductora, las actividades a las que
se entregan las crías de mamífero: exploración de genitales, movimientos pre-
copulatorios, cortejos, montar un congénere de sexo diferente o del mismo,
etc. Es, por lo tanto, normal, desde el ángulo de la biología, que las crías de
la especie humana demuestren comportamientos protosexuales como parte
de una herencia filogenética que se conserva por su funcionalidad (asegurar
la pervivencia de la especie que es uno de los imperativos de la vida). Aquí,
indirectamente, se debe mencionar la masturbación. Si bien no se puede decir
que sea un comportamiento funcional para la reproducción, el hecho es que
sucede con mucha frecuencia. No hay investigaciones sobre la incidencia psi-
cologicosexual que tiene y los datos de los que disponemos derivan de infor-
mes de adultos. Es una actividad que los hombres recuerdan haber practicado
más que las mujeres.
1) los modelos reales, especialmente los padres, que mediante su relación mu-
tua y la manera de vivir la sexualidad y la intimidad captan el significado más
profundo de la sexualidad, crean un marco interpretativo de ésta.
"La única manera de garantizar que la educación sexual llegue a todo el mundo es que sea
una actividad considerada normal en el colegio. De hecho, las familias no garantizan la
educación sexual adecuada de los hijos; además, la educación sexual dentro de la escuela
es diferente. En la familia es incidental y parcial, y se prima el aprendizaje mediante los
modelos y el control directo de las conductas. En el colegio predomina la transmisión
sistemática y profesional de conocimientos, la educación sexual formal. Ambas son ne-
cesarias y se complementan" (Félix López, 1990).
La Psicología del desarrollo tiende a tratar el tema de la identidad sexual y el Lectura complementaria
de la experiencia psicológica del sexo por separado. Como ya hemos dicho,
Leal, A. (2002). Narraciones
se considera la identidad sexual o de género como un proceso cognitivo, ubi- audiovisuales y represen-
cado, por tanto, en la mente; la actividad sexual, en cambio, es corpórea y se taciones infantiles: los ro-
les masculino y femenino.
encuentra vinculada a las emociones, sentimientos y sistemas motivacionales Cultura y Educación, 14 (3),
313-326.
básicos. La separación entre las dos facetas no tiene razón de ser ni tampoco
la tiene la "localización" respectiva. Un componente importante de la identi-
© FUOC • PID_00274907 72 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
A partir de los dos años, cuando aflora en los niños la capacidad para establecer
categorías, éstos empiezan a verse a sí mismos como hombres o mujeres. Esto
es lo que parece ser la base de la identidad del género o identidad sexual. Aquí
hablaremos de un núcleo de autoidentificación más que de una identidad en
el sentido pleno de la palabra. Esta última requiere que, además de decir de sí
mismos "Yo soy niño / yo soy niña", empiecen a crear la representación de que
todas las personas pertenecen a uno u otro género. Ahora bien, ¿esta categori-
zación se establece socialmente sobre la base de los atributos sexuales o sobre
la de rasgos de carácter social? Aquí se debe aclarar la distinción entre sexo
y género. El concepto de sexo posee connotaciones biológicas y su referencia
es la función sexual y reproductora. El concepto de género es sociocultural.
"Utilizaremos el concepto de género, escribe Margaret Inton-Peterson (1988),
© FUOC • PID_00274907 73 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
El siguiente diálogo, captado en los vestuarios de una piscina, se dio entre tres niñas de
unos 8 a 10 años.
7.1. Introducción
Hace pocos años que ha surgido la noción, entroncada con la empatía y mu-
cho más operativa, de prosocialidad. El adjetivo "prosocial" se acuñó como an-
tónimo de antisocial y la idea que ha guiado a los psicólogos a elaborarlo ha si-
do la de fomentar, mediante la educación, comportamientos de tipo altruista,
es decir, acciones que benefician a las personas con quienes uno entra en rela-
ción, sin que ello implique necesariamente un beneficio concreto para quien
lo ejecute.
Olweus (Ortega, 1994), que ha sido desde Escandinavia uno de los pioneros
en el estudio de la violencia entre compañeros de escuela, atribuye a los ni-
ños maltratadores dos perfiles de personalidad diferentes. Unos son los pro-
piamente denominados "machotes", propensos a la agresión física o al insul-
to brutal; otros utilizan técnicas más sutiles de intimidación que manejan, ya
personalmente, ya por medio de comparsas de la banda intimidatoria. Las víc-
timas, también descritas por Olweus, son niños o niñas más débiles o torpes,
poco populares entre sus compañeros, con poca gracia para el trato social y con
una percepción baja de su capacidad para repeler al ataque o acudir a quien
les pueda ayudar. No os penséis, finalmente, que el panorama de la violencia
escolar se concentra en grupos escolares de barrios de clases poco favorecidas
o marginales; cada vez pasa más en colegios privados con desconocimiento de
los educadores que quizá no llegan a penetrar en la tremenda dinámica social
que existe en el grupo del aula. Por otro lado, al analizar la violencia escolar,
concentrarse en la personalidad de "verdugos" y "víctimas" sin tener en consi-
deración, al mismo tiempo, el entorno social (los ámbitos o microsistemas) en
el que crecen unos y otros es falsear la cuestión. Parte de la etiología de estos
comportamientos, como señala Rosario Ortega (1994) residen en la violencia
estructural de las instituciones en las que está enmarcado el desarrollo social
de nuestros niños y niñas.
© FUOC • PID_00274907 79 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Si bien el acto moral es, en principio, una manera de cooperación, alimentada por sen-
timientos de empatía y prosocialidad, no cualquier forma de ayuda es equívocamente
moral (¿lo es refugiar a un terrorista a quien la policía le sigue los pasos?); no cualquier
acción compasiva es moral (¿lo es ejecutar una expropiación de bienes a quien los nece-
sita para vivir?). Temas de tanta actualidad como el aborto y la eutanasia plantean inten-
sos dilemas morales.
De Louis Pasteur se dice que le llevaron de Rusia (Siberia) unos paisanos que habían sido
mordidos por los lobos y habían contraído la enfermedad de la rabia. Pasteur les atendió
con todos los medios que tenía al alcance en aquel entonces, pero pronto se vio que
estaban condenados a morir de manera irremediable. Noche y día, los gritos de aquellos
agonizantes resonaban en el recinto donde estaban confinados. Pasteur ordenó que se
les diera una dosis letal, esta decisión se relaciona con lo que hoy día conocemos por
eutanasia. Claramente, aparecen los elementos que integran el acto moral; un actor y una
norma social inequívoca: no matar; una interpretación de la situación de sus consecuen-
cias; el conflicto de coherencia interna entre el principio de primacía de la vida humana
ante la muerte irremisible; la compasión ante sufrimientos inevitables; sentimientos ul-
teriores por aquella decisión, etc. ¿Cómo sopesó Pasteur todo aquello a la hora de tomar
la decisión?
La explicación de cómo adquieren los niños la capacidad de decisión moral de Ved también
acuerdo con los sentimientos altruistas innatos en la especie humana tiene en
Sobre los orígenes del conoci-
Hoffman al principal expositor. En su teoría del desarrollo moral, este autor miento podéis ver el apartado
agrupa y amplía las ideas que esbozó, en primer lugar, en el análisis de la em- 3 del módulo "Desarrollo cog-
nitivo en niños y niñas de 2 a
patía infantil. En particular, insiste en el conocimiento que desarrolla el niño 11 años".
Otro autor afín a Hoffman es el filósofo moral John Rawls, muy influyente
entre los psicólogos. Su planteamiento, resumido por Rest (1983), es que la
motivación moral no descansa únicamente en la lógica de la cooperación, sino
que también se despliega a medida que los niños tienen una experiencia del
amor, de la fidelidad y la generosidad que comporta la vida en común en el
orden de la justicia. Los inicios de la moralidad se encuentran en las vivencias
que el niño tiene del amor que sus padres le profesan, en el reconocimiento
del cuidado que tienen de él y sus preocupaciones por su bienestar; en justa
reciprocidad, el niño quiere a los padres, acepta las directrices y busca satisfa-
cer los deseos. En un segundo período se abre a la experiencia de una comuni-
dad más extensa (el barrio, la parroquia, el círculo de amistades, familiares...)
y advierte que sus miembros se toman seriamente las obligaciones y tratan
de seguir los ideales. Entonces, el niño desarrolla respeto, confianza y un sen-
timiento de comunidad con aquellas personas que le incitan a asociarse con
ellas. Más adelante, a medida que el niño se percata de que existen contratos
sociales que están gobernados por los principios de justicia y que procuran
su bien y el de aquéllos a los que quiere, se abre a los ideales abstractos de la
cooperación humana. "Es significativo", comenta Rest, "que Rawls ponga por
delante la experiencia de la vida y los beneficios de los que disfruta la comu-
nidad donde reina la justicia y sólo más tarde la comprensión cognitivo-social
y el compromiso". Con esto, Rest alude al intenso sesgo cognitivo que carac-
© FUOC • PID_00274907 81 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
terizó el estudio del desarrollo moral infantil desde el inicio: en 1932 Piaget
con su clásico Le jugement moral chez l'enfant y posteriormente Kohlberg con
los trabajos importantes a partir de los años cincuenta.
En la práctica de las reglas, Piaget constata que existe una evolución psicológica Piaget. Fases de desarrollo
en el niño que le lleva a no practicar ninguna de éstas (no hay regularidades moral
en su manera de jugar) a una lucha entre los puntos de vista de los jugadores Moral heterónoma
que da paso a acuerdos cooperativos para concluir, finalmente, en una codifi- Moral autónoma
cación negociada de las reglas. Por lo que se refiere a la conciencia de por qué se
tienen que cumplir las reglas, Piaget observa también una evolución: al princi-
pio, la regla es algo intocable y coercitivo: "Toda modificación equivale a una
transgresión". Más tarde, la regla se percibe como un "acuerdo" consensual: "Se
puede transformar con la condición de que la opinión general lo consienta".
De todo esto, Piaget concluye que existen dos�tipos�de�moral: la de la coerción
y la del consenso cooperativo. La primera la denomina heterónoma, es decir,
su significado se impone a la conciencia desde el exterior; de hecho, viene im-
puesta por la autoridad del adulto. La segunda, la autónoma, nace de dentro
y se ha gestado en el seno de una reflexión e intercambio de puntos de vista
entre iguales. La búsqueda de consenso orienta la mente de los niños hacia las
nociones de reciprocidad e igualdad. De aquí surge el sentimiento de justicia.
Piaget ubica la etapa de la moral heterónoma entre los dos y los siete años y
la pone en relación directa con el egocentrismo que predomina en esta fase
de la vida. De todas maneras, la noción de egocentrismo, como caracterización
global de una manera mental de operar entre los 2 y los 7 años, no es aceptable
(recordad las experiencias de Margaret Donaldson). Por lo que respecta a la
reciprocidad de puntos de vista que caracteriza la etapa de la moral autónoma,
© FUOC • PID_00274907 82 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
Como resultado de sus trabajos, Kohlberg propone que el desarrollo moral Kohlberg. Estadios de
pasa por seis�estadios�sucesivos. Cada uno de éstos se encuentra caracterizado desarrollo moral
por una especie de predisposición u "orientación mental" del actor moral. Los • Nivel premoral (inteligencia
estadios se tienen que entender en el sentido más estrictamente piagetiano, sensoriomotriz)
o sea, cada uno esconde una estructura de enjuiciamiento moral, cada uno • Nivel preconvencional
(pensamiento preoperacio-
supone una reestructuración de los que están por debajo y estos estadios son nal)
extensibles a toda la humanidad. En la teoría de Kohlberg, los�juicios�morales Estadio 1. Castigo y obe-
diencia. Heteronomía
se�encuentran�íntimamente�relacionados�con�el�nivel�operacional�de�los Estadio 2. Propósitos instru-
mentales de intercambio.
estadios�del�desarrollo�propuestos�por�Piaget. Individualismo
Gilligan recupera por aquí la veta profunda que vincula la moral a los senti-
mientos de empatía, altruismo y vinculación que les concede un aire renova-
dor de forma sugerente.
Quizá esto se aprecia con más claridad en contraejemplos como el abuso sexual o los
maltratos a los niños. ¿Son inmorales porque son radicalmente injustos o porque son un
atentado a la relación parentofilial y, por lo tanto, al vínculo afectivo que la debe presidir?
Lo mismo pasa con el racismo. ¿Es inmoral porque niega la igualdad y los derechos de
algunos individuos de la raza humana o lo es porque rompe el tejido de coexistencia
humana por las matanzas étnicas que continúa provocando?
Actividades
1. Se pueden dar diferentes definiciones o aproximaciones a la socialización. De hecho, el
texto da pie a pronunciar este concepto de maneras (aparentemente) diferentes. Mostrad el
hecho de que unos y otros dicen aproximadamente lo mismo.
4. Control de los niños... Discusión de lo que puede significar este concepto en la práctica.
¿Tiene relación con la disciplina? Si suponemos que sí, ¿disciplina equivale a castigos?
5. Citad algún ejemplo (¿recuerdo de tiempos pasados...?) que hable de la cooperación entre
hermanos.
9. ¿Qué significado se debe dar a la expresión socializar la mente? ¿Es que la mente se hace
social?
10. En el juego de fantasía en el que se entregan los niños en grupo se percibe bien que no
son tan egocéntricos como supone Piaget. ¿Estáis de acuerdo?
11. Muchos claman contra la televisión porque su influencia –dicen– es negativa. Pero la
televisión tiene también su parte positiva. Comentad los dos aspectos.
13. Los niños y niñas desde muy pequeños dan muestras de conocimiento social. ¿Cuáles
pueden ser las más tempranas? Comentad cómo los adultos captamos que lo adquirimos.
14. La cita de Marilyn Shatz muestra cómo contribuye el lenguaje al conocimiento social y
cómo, recíprocamente, el conocimiento social incide en el lenguaje. Es un bucle. Explicad
por qué es un bucle.
15. A propósito de la anécdota de la hija de Piaget, Jacqueline, ¿por qué el hecho de aludir a
alguna cosa (ante un interlocutor) entra dentro del conocimiento social? ¿Qué mecanismo
intermental implica la alusión?
Aclarad esta distinción recurriendo a la noción de representación mental y sus dos niveles.
18. Estableced unos cuantos de los pasos o hitos en la construcción de la identidad a partir
de la interacción social.
20. En un sitio se afirma que "la identidad es una representación de representaciones". ¿Qué
significado tiene eso?
21. El yo (la identidad) es también narración. ¿Qué significa eso de que la identidad es un
"cuento", una "novela", una "historia", etc.?
© FUOC • PID_00274907 88 Desarrollo socioafectivo en niños y niñas de 2 a 11 años
22. Si el yo (identidad) se construye a partir de los otros, ¿se trata de algo que nos dejan y des-
pués hemos de devolver? ¿Hasta dónde depende de los otros? ¿O hasta dónde es nuestro?...
23. En el texto, las emociones se tratan como excitaciones (nerviosas, fisiológicas, etc.) y en
otros cursos ya se ha tratado este aspecto. Esbozad una síntesis. Presentad argumentos de
que es un enfoque incompleto, que las emociones y su expresión tienen también funciones
sociales.
24. Mostrad cómo la inclinación por alguien, las expresiones emocionales (tanto de la cria-
Ved también
tura como de la madre) tienen una función de regulación social y también la tienen de re-
gulación de estados internos (miedo, recelo, etc.). ¿Qué se entiende aquí por regulación?
Podéis ver el apartado "El ni-
25. ¿Se puede considerar el mundo de las emociones y el mundo de la mente cognosciente cho ecológicosocial" del mó-
dulo "Desarrollo social, afecti-
como dos cosas separadas, extrañas la una de la otra? Razonad la respuesta.
vo y comunicativo en los dos
primeros años"
26. Recoged ideas dispersas en el texto que sirvan de base para afirmar que existe una sociali-
zación de las emociones. ¿Equivale esto a la afirmación de que "las emociones se experimentan
(y se expresan) en circunstancias culturalmente modeladas"?
27. Si habéis tenido ocasión de leer el libro Inteligencia emocional, es un buen ejercicio consi-
derar en qué aspectos se relaciona (coincide, se distancia) del contenido de este capítulo.
28. ¿Qué significa que el sexo es vivido de manera simbólica por los humanos?
29. Comentad, utilizando alguna anécdota, la importancia que tiene la mirada de los adultos
(¡la mirada nunca es neutral!) en la socialización de la sexualidad infantil. Ah, ¿pero es que
la sexualidad también es objeto de socialización?
30. ¿Cómo contribuyen a reafirmar la diferenciación sexual las películas o series infantiles
(analizad algún ejemplo)?
31. Sobre la sexualidad infantil y su educación hay muchas opiniones. Desde los que dicen
que es preferible dejar que la sexualidad infantil siga su curso espontáneo (y, por lo tanto,
que no se debe dar una educación sexual), hasta otros a los que les parece inaceptable la
"represión" de la sexualidad infantil, pero creen que, con todo, se debe encaminar. Hay quien
opina que la educación sexual es competencia de los padres y no de la escuela... También
hay quien piensa que la sexualidad es peligrosa (hay otros adjetivos, etc.) y que ha de estar
necesariamente controlada desde la primera infancia. ¿En qué quedamos?
Bibliografía
Bibliografía y referencias bibliográficas
Lecturas recomendadas
Referencias bibliográficas
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