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CELINA

o
LOS GATOS

CeJina y yo estuvimos casados trece álIos. N.o es


que yo crea en supersticiones. Sé que el número
trece es un número com.o cuálquier .otro. Hasta
tiene algún atractivo peculiar. Pero el hecho es que
nuestro matrimonio duró trece años y es.o basta para
que n.o pueda evitar darle a esta cifra algún sentid.o
cabalistico .o verla, cuand.o pienso en ella (en la
cifra .o en Celina), rodeada de algo sombrío y hasta
podría decir misteriOS.o .o alucinante. Y sin embarg.o
no se trata de nada concreto. O habría que explicar
más bien CÓm.o al empezar ese afi.o trece de nuestra
uniÓn (digo ese porque h.oy precisamente ya ha pa­
sad.o, porque hoyes el día después de ayer, que fue
el último de nuestros trece años de casados, h.oy es el
primer día en que n.o estam.os casados, en que y.o
vuelvo a estar solo), todo 1.0 que habla pasad.o en I.oS
doce años anteriores empezó a encontrar un lugar
en un conjunto distinto, que sólo entonces se per­
filó, un tod.o que tomó para mi el aspect.o acabad.o
e indudable de algo que ya era, que había madurad.o,
que culminaría en un lapso que no podría pasar de
ese año y que luego desaparecería del todo. Ah.ora
que 1.0 veo desde aqu~ desde este día en que me he
puesto a escribir lo que ha pasado, porque n.o pued.o
bacer .otra cosa, me parece que todo estuvo muy
claro desde un principi.o (desde el principi.o de ese
año) y que, desde el momento a que me refiero y
que no podría determinar con mayor exactitud, supe
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...
con toda precisión y seguridad 10 que habrla Iles. Pero yo siempre tuve un talento innato para
ocurrir, c6mo y cuándo habrla de ocurrir. despertar confianza en los demás y una simpatfa
No sé por d6nde empezar. Tampoco sé si 'lile es sumamente favorable en una profesión como
culpa. 10 curioso es que, al mismo tiempo la mla. Además, tengo una intuiciÓn rara para el
empeeé a tener una conciencia mucho más diagnóstico y manos de una sutileza y una finura
de las cosas que podlan ocurrir (y que ocurrla~ que me envidian casi todos mis colegas. Tengo ver·
comencé a perder toda noci6n del bien y del daderas manos de cirujano. Me gustaba pensar que
sobre todo, de mi responsabilidad en el curso de habia nacido. predispuesto para dedicar mi vida a
acontecimientos o de esa extrafIa sensación de salvar las vidas de los demás. Puedo jurar que nunca
y exlrafieza que primero se fue cuajando pensé en otra cosa ni me sedujo jamás la idea de
poco y después llegué a dejar de percibir. Yo lastimar a nadie, ni de hacer daño alguno, ni he sido
na y los gatos empezamos a ser como fichas infiel al juramento que guardo en mi consultorio y
juego manejado infaliblemente por un jugador que no he dejado de leer ni un solo dla de mi vida
bólico que, estoy casi seguro, podrla ser el profesional. No digo esto pam justificarme, sino
demonio. En seguida vuelvo a releer esto porque es la verdad y porque no puedo dejar de
escrito y me parllCe bastante insólito. Quiero apreciar el contraste inexplicable de todos estos ms­
que no es algo que yo, normalmente, hubiera gos de mi personalidad con esa otra parte de mi
sado. Porque debo confesar que no he lrusmo que nunca habla conocido, que empez6 a
Dios desde hace mucho tiempo y, tampoco, manifestarse después de varios aflos de casado, y que
ahora (¿desde cuándo ahora?) en el diablo. Y sólo puedo explicarme a través de Celina, en la me­
decir también que siempre he sido un hombre dida en que empezamos a ser tan parecidos el uno
tico y eso que suele llamarse un hombre de al otro.
Soy médico. Soy, para ser más preciso, un A Celina la conocí en una fiesta. Entonces yo
famoso, un cirujano muy conocido y muy empezaba mi carrera y, a pesar de que trabajaba
tente. Hasta ayer por lo menos. Y si no fuera mucho, en el hospital y en el consultorio, y visitando
que ahora han dejado de importanne muchas a mis enfermos, siempre buscaba el tiempo para asis­
me halagarla seguramente imaginar que lo . tir a esas reuniones sociales porque me parecian muy
ocurrido podrla llegar a rodearme de cierto prestigie útiles para extender mi clientela. La familia de mi
espectacular o, para decirlo más claramente, .. madre me facilitaba ciertos contactos convenientes
afiadinne la seducción que tienen, con las mujere!! y el acceso a c~ulos elegantes. Ese ambiente habla
por supuesto, los personajes que no es fácil local~ ejercido siempre sobre mi, además, una cwiosa se­
pero que forman parte de ciertas oscuras situaciones ducci6n. Las primeras invitaciones me abrieron mu­
ambiguas. chas puertas y pronto fui uno de los infalibles_ Poco
Cuando me casé con Celina yo habla hecho una a poco, a medida que se exteudla mi fama de buen
pequefia fortona. Mi padre fue abogado modesto y internista y mejor cirujano, penetré en circulos más
no me dej6 ru mucho dinero ni demasiadas relado­ exclusivos y menos numero~ pero ya entonces po­
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día darme ese lujo, porque mi clientela estaba hecha. que les daría la raz6n. Pero también hay otra parte.
No estoy s'eguro, pero me parece que había cierta Porque ¿cómo negar que en un momento dado dejé
voluptuosidad entre los motivos de quienes me con­ de ser victima para convertirme en cómplice y por
vertian en asiduo de sus reuniones. Una voluptuo­ ello, de una extrafla manera, en victimario?
sidad que consistía en hacerme participe de esos No sé por qué me resulta imposible contar lo que
derroches de despreocupaci6n y frivolidad, a mI que debo, sin caer continuamente en estas disquisicio­
les había operado un pequefio tumor en algún 6rg;mo nes. Quizás porque es la primera vez que soy capaz
delicado o que conocía mejor que nadie una inci­ de verlo todo desde afuera, porque, después de todo,
piente debilidad pulmonar o los síntomas más o lo que sucedi6 ayer me ha liberado de algo y nece­
menos avanzados de una de esas enfermedades tran­ sito encontrarle un orden a todo este desorden, po·
sitorias qne no se suelen confesar. Pero debo reco­ ner palabras, muchas palabras entre 10 que pueda ser
nocer que entonces estaba muy lejos de perCIbirlo yo hoy, ahora, y la incoherencia.
y me dejaba contagiar de la manera más ingenua y Aquí vivo desde bace tiempo. Hace tres afios.
entusiasta por la alegria de la música ruidosa y el O quizás coatro. Vivo aquí desde que me separé de
vértigo del baile que se iniciaba más o menos a Celina. Entonces ocupé definitivamente este lugar
la mitad de la fiesta, o aun más tarde, de modo que que me habia servido de estudio, para aislarme Un
muchas veces tenía que interrumpirlo por la llamada poco cuando Celina tenía la casa siempre llena de
inoportuna de algún enfermo aprensivo. gente cada vez más desconocida y yo empecé a pre­
Desde donde estoy, en este departamento de un ferir la soledad y que me sírvió después para poner
sexto piso con vista al mar (porque hace esquina, más de la mitad de la ciudad entre su cuarto, ador­
el mar está apenas a dos cuadras y no hay, entre mecido siempre en la extrafia luz verdosa que hacian
mi edificio y el mar, ninguna otra construcción ele­ las cortinas, con el sol, cuando ella donnla y el sitio,
vada) y a la avenida, que tanto me gusta, con doble cualquier sitio, donde yo estuviera.
fila de palmeras en el centro, todo lo que estoy Podría jurar que no fui yo quien busqué la separa­
contando me parece muy lejano y bastante ajeno, ción. Yo, es la verdad, quise a Celina. Cuando la
como si hablara con alguien de cosas sucedidas a un conod, ella era muy joven. No tenia, probable­
conocido mutuo. En realidad todo le pas6 a alguien mente, más de dieciséis afios.
que ya no soy yo aunque, para quienes me conocie­ Nunca supe de qué color tenia los ojos. ¿Por qué
ron entonces, sigo siendo el mismo de antes, el he pensado ahora en el color de los ojos de Celina?
mismo de siempre, el muchacho cándido y un poco Era un color indeciso, que cambiaba mucho con la
arrivista convertido en médico sólido de quien po­ luz. Pero sería incapaz de situarlos COn seguridad
dían depender, en quien era posible confiar y ahora, dentro del verde o del castalio. Indudablemente te­
cuando se corra la noticia, pensarán en mí con com­ oían un pigmento amarillo, que se mezclaba COn
pasi6n, con simpatía, como si yo no tuviera nada otros dos O tres colores dentro de esa gama, de modo
que ver en lo sucedido, como si fuera, en una pala­ que prevalecia un brillo semejante al de algunos
bra, la verdadera victima. Hay una parte de las cosas cuerpos que sólo reflejan la luz pero parecen despe­
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dir luz propia. No siempre, po( supuesto_ des, desde balcones inaccesibles o autom6vI1es abier­
después me di cuenta de que elm sabia colocarse los e inabordables, pero decir todo esto no tiene nada
tal manera que la luz ambiente favoreciera esa que ver COn 10 esencial de las manos de CeJina.
$ación. Nunca pude comprobarlo, pero sé que Me pregunto por qué, en la sitWlci6n en que me
habia estudiado muchas horas, con un espejo encuentro, se me ha ocurrido por primem vez en
lante, y por esa curiosidad malsana que tenia mi vida tratar de ponerles a llls cosas este limite
si misma; curiosidad que la hacia deleitarse indefi..; de las paiabras y pienso que, al escribirlas, ms cosas
nidamente ob5ervando la contextura de un pequeño . 'Ille han sucedido empiezan a sigoificar algo por pri­
frngmento de su piel, los vellos menudísimos que mera vez. Hace un momento evoqué, en relaci6n
le nacían en los dedos, las rayas, como arrugas, que se . con esto, dos pambras: desorden, incoherencia.
entrecruzaban en el dorso de la mano, llls uñas, las Al'ora podría afiadir otra: desintegraci6n. Algo que
manos. Celina tenía predilección por sus manos. cora muy claro, muy luminoso, se ha dispersado.
Yo le decía con frecuencia, con una cursileria que y siento un impulso incontromble que me obliga a
seguramente la hacía sonreír por dentro (siempre cercar esa dispersión, a fijarla (quiero engañarme
tuve m impresión de que a veces se reía así, para ella y pensar que para siempre).
misma, sin que nada la traicionam, salvo un hrillo Desde anoche no he sentido necesidad de dormir.
un poco distinto en los ojos), le decía yo que si Cl1ando volví aquí me senté en un sill6n frente a la
hubiem sido pintor le habría hecho un retrato donde ventana. He fumado una cajetilla y media de ciga­
se destacamn, con una lU2l casi violenta, sus dos rros. y en un momento dado, hace aproximada­
manos entremzadas. Porque yo también adoraba ms mente tres CWlrtos de hom (hace como hora y media
manos de Celina y crco que era imposible estar a su 'lue empezó a amanecer) dejé el sil16n y vine a sen­
lado sin fijarse en seguida en elllls. Celina no se pin­ tarme en el escritorio, tomé la pluma y varios pliegos
taba nunca las ufias, pero se las cuidaba COn una que siempre han estado aquí porque no es aquí
devoción casi maniática, para lo cual tenia un po/is­ donde doy mi consulta y jamás los había necesitado
soír y un arsenal muy completo de tijeritas y de l)ara nada, y empecé a escribir esto como si tuviem
pinzas. Yo le decía, también en broma, que pare­ que agotar de repente una lucidez acumulada du­
cian, en diminuto, los instrumentos de un cirujano. rante largo tiempo.
Con un lápiz blanco, acentWlba por dentro el color Lo curioso es que no he sentido ningún horror.
de la parte exterior de la ulla y, después que había No he sentido tampoco ningún remordimiento. Lo
terminado m larga operación cotidiana, se aplicaba que ha pasado no es sino la culminación natural
un brillo transparente que resaltaba el tono natural. de un proceso que llevaba ese fin en sí mismo y que
Podría decir que tenía ms manos largas, los dedos nada ni nadie habría podido modificar.
prolongados en un óvalo SWlve y perfecto, o que esas Aquel día que la vi por primera vez, Celina estaba
manos tenian algo aristocrático y distante, como si vestida de lila. Después supe que ése era su color
nO hubiemn sido hechas para ser tocadas ni para favorito y que casi todo 10 que usaba tenia algún
acariciar, sino para saludar desde lejos a las multitu­ detalle de ese rolor, con diversos matices e intensi­
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dades, del palo de rosa al morado. En el primer alegre de la manera en que 10 era CeIina. Celina
de nuestro ma trimonio la hice pintar con ese ha sido todo 10 que ha sido de esa misma manera.
y ése es el retrato que me traje aquí, a mi Con una intensidad agotadora, exhaustiva, impla­
cuando me instalé definitivamente. Ahora le cable. (En este momento me dan ganas de abra­
espalda, mientras escribo, pero no necesito " ~.arla.) Cada vez, ser como era en ese momento, que
porque lo conozco muy bien, casi dirla que mil~ podía durar meses o a1\os, o apenas unas semanas,
tro a milímetro, de memoria. El pintor, uno de era su único fin, al que se adhería prqfundamente,
artistas académicos que se ponen en boga, no desde algo arraigado como una roca dentro de ella,
10 que yo hubiera hecho, no le destacó las algo duro y perfecto. Duro y perfecto. Quízás eso
pero logró, sorprendentemente, darle al es lo que era CeJina; algo duro y perfecto. ¿Y cómo
luz que tiene algo singolar y que yo percibl algo as! puede desvanecerse?
qne lo vi por primera vez. Esa luz del retrato Una noche volvlamos de una reunión. Celina me
dia de los ojos de Celina y lo atrae a uno hacia habla dado la impresión, toda la noche, de estar
más adentro, un m.ás allá del cuadro, una interi~ radiante, en una euforia que no me sorprendla por­
ridad que no es perturbadora sino fresca, que era su estado de ánimo de entonces y yo pensa­
apacible. Celina era as! entonces. ¿Lo era? ba que esa felicidad desbordada iba a durar siempre.
lina fne así mientras vivimos en nuestro Cuando entramos en el departamento yo tarareaba
departamento, a dos cuadras de aquí una canción. Dejé las llaves sobre el aparador, me
hasta ahora no me habla dado cuenta), cuando quité el saco y entré en el bafio, despreocupado,
velamos a casi nadie, ella me esperaba por las noches," como si estuviera solo, tan seguro estaba de esa
siempre despierta, y nos amábamos de una manera armonla inconmoVIole que habia entre nosotros.
elemental y apasionada. Cuando volví a la sala, quitándome probablemente
Siempre tuve la obsesión de hacerla retratar. Cada la corbata (sé que estos detalles no importan; que,
afio era un pintor distinto, un vestido distinto, un además, es imposible recordarlos después de todo
escenario distinto. Pero resultaba inútil. Celina se el tiempo que ha pasado, pero no sé por qué siento
fue ausentando progresivamente de sus retratos y," que es necesario restablecer algo, colocando los inci·
en los dos últimos, lo que yo llamarla el alma de dentes más pequefios o más nimios en su lugar de­
Celina había desaparecido completamente. Eso fue bido, con el menor margen posible de equívoca­
en el sexto afio de nuestro matrimonio. Era igual" ción), bueno, repito, cuando mM a entrar en la
que si CeJina se hubiera muerto. sala deshaciéndome el nudo de la corbata, me senté
Entonces me preguntaba yo continuamente CÓmo frente a Celina estirando perezosamente las piernas.
habla pasado. Fue un proceso lento pero infalible. -¿Por qué me dejaste sola? Tuve miedo.

Al principio CeJina era alegre, con una alegría que " -¿Miedo? lA qué?

no conocla su propia negación, que era completa en -No sé. No sé muy bien. De pronto sentí que

sí misma y no necesitaba del presentimiento de su iba a pasarme algo. ¿Cómo pudiste dejarme sola?
posible falta para ser. Nunca he visto a nadie ser Me miró extraiiada, como si esa extrañeza fuera
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mucho más definida que el miedo que decía haber Vuelvo a aquel instante. Me di cuenta de que yo,
sentido apenas hacía un instante. 'lue estaba sentado en un sillón fumando, era una
-Tuve miedo de morinne. persona, me llamaba Carlos Manuel y tenía un
Traté de tomarlo a broma. ¿Morirse? ¿A su edadl" apellido, y que esa persona que era yo estaba como
(Celina seguia siendo para mí casi una niña.) pletamente separada de esa otra persona que era
, f ¿Cómo podía ocurrÍfsele semejante cosa? ¿No queria",' Celina.
que tomáramos una copa? ¿La última? Después uos ' y sentl un alivio. Lo peor fue que sentí un ali·
iriamos a acostar y, le di a entender, yo le haría el vio. Y comprend!, con una lucidez que sólo se tiene
amor y se le pasaria el miedo. por casualidad, como sí ]0 visitara a uno el esplritu
Celina sonrió apenas. Los hombres, me dijo con (yo mismo me sorprendo de estas expresiones, pero
reticencia, creen que con eso 10 resuelven todo. Por no puedo evitarlas), que CeJina babía sentído precio
primera vez, frente a CeJina, me sentí perdido. (Des­ samente lo mismo y, para ella, esa sensación no
pués, sentirme perdido empezó a ser una situación habia sido un alivio sino el miedo que la babía
natural.) Celina me miraba y (es curioso cómo uuo l¡echo creerse, de repente, en peligro de muerte.
descubre inesperadamente las cosas más obvias ¡, -¿Por qué no me quieres como yo quisiera? ¿Por
comprendí que yo estaba sentado en un sillón fu­ qué te resistes? Yo lo necesito mucho. ¡Tengo tan
mando un cigarrillo. Porque, mientras tanto, por poco tiempol Si me dejaras ...
disfrazar mi incomodidad, había tomado un cigarrillo Desde esa noche empezó el duelo. Celina me ne­
de la cajita de plata que una paciente me habla cesitaba. Pero me necesitaba como parte de ella.
regalado, que me gustaba mucho y que estaba, por Tenía que incorporanlle como si yo fuera una de
eso, al lado de mi sillón favorito; que está ahora sus manos, o uno de sus pulmones. Me necesitaba
aquí, al lado del mismo sillón, y me da la rara para respirar, para vivir. CeJina necesitaba un inter·
tentación de ir a sentarme precisamente en ese lugar mediario. Alguien que le permitiera relacionarne con
y ponerme a fumar. Pero ¿qué me pasa? ¿Por qué el mundo, sin exponerse demasiado. Al principio yo
esta incapacidad para concentrarme, para no apar­ me dejé envolver. Era un juego fascinante. Y ade­
tarme del hilo de los hechos? Los hechos parecen más me halagaba. No puedo negarlo; me complada
escapárseme de las manos, deshacerse. Los hechos dejarla hacer y prestarme a ella, permitirle que utili·
se desmoronan y necesito apoyarme en los gestos, en zara todo lo que yo hacía para compensar su inacti·
una que otra palabra recordada, en la memoria de vidad, dejarle que manejara mis hOras y mis ocupa­
las cosas que me rodeaban, para apuntalar 10 ocu­ ciones como si fueran suyas. Esto llegó a ser tan
rrido, porque estoy a punto de pensar que n9 ha indispensable para mi como para ella, y cuando yo
sucedido nada y que, si ahora me levantara de aquí, iba en mi automóvil a ver a mis enfermos, o entraba
bajara las escaleras, me metiera en mi automÓVIl en la sala de operaciones, me parecía que Celina me
y manejara hasta la casa de Celina, me la encon­ acompafíaba, que no me habla separado de ella,
trarla, como siempre a esta hora, dormida en su como si se hubiera asimilado tanto a mi idiosincracia
cuarto cerrado, vigIlada por los gatos. que ya formara parte, realmente, de mí mismo. Por·
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que Celina no me obligaba a dedicarle excesivamente de aquella época. Era sencillo, con JiIOcos muebles,
mi tiempo, quitándoselo a mi trabajo, sino que se ­ pero todo de buen gusto. En cada nncóo habla lo
arreglaba pata ser en todo momento parte de indispensable, una cómoda con una lámpara o un
tiempo. Participaba tanto de mis casos, de la sillón ancho y confortable. No sobraba nada. Era
tona de mis pacientes, que conoda tan bien un departamento lujoso, con piso de; mármol y gran­
yo, estaba tan enterada del empleo de mi tiempo des ventanas que daban al mar, pero todo era sobrin
que compartía, de la manera mas literal, lo que era y parecía cumplir Una función. Las cortinas eran
mi vida fuera de la casa. claras y transparentes, para dejar pasar la luz y des­
Fue una especie de intoxicación. Llegó el mo--­ pertarme temprano.
mento en que yo no podía pasarme sin eso. No era IQué distinto aquel lugar de la casa que compra­
ella, sino yo, quien la llamaba por teléfono a cada mos después! O, mejor dicho, que compró Celina,
rato, para cerciorarme de que estaba en la casa, es. con su propio dinero, como si desde ahí quisiera
perándome. Prefería que no saliera, que no se dedi· excluirme.
cara a nada, que no se interesara sino en mi, que no Porque entonces, cuando nos mudamos a la casa,
leyera siquiera los periódicos. ya Celina habia empezado a alejarse de mí.' Es ver­
Yo disfrutaba secretamente el ocio de CeJina. dad que yo me interesaba cada vez má.~ en mi carrera
Entonces ella empezó a manejar su fantasía. Quiso y me pesaba esa especie de doble m/o, o sombra, que
intervenir más directamente, obligarme a ver menos era Celina. Pero yo dejaba que las cosas siguieran
a algún paciente que le desagradaba, hacerme faltar su curso; nunca las hubiera forzado. Yo nunca le
a determinadas citas o renunciar a un caso que pro­ dije nada. Simplemente, quizás, era algo en mi ma·
metía ser interesante. Todo eso lo hada inocen­ nera de hablarle, algo demasiado cuidadoso, que
temente, pero con la misma decisión que ponía en pretendia encubrir un deseo más profundo de mano
todo aquello donde concentraba su voluntad. Por­ tenerme alejado, al margen, a salvo. La gente suele
que ésa era la fuerza de Celina: la pasión con que decir, es casi un lugar común, que las parejas aca·
era capaz de defender su debilidad. Jl:sa era la dureza ban por parecerse fisicamente después de muchos
de Celina. Y su perfección. Y cuando aparente­ afios de casados. A mi antes me daba risa. No lo
mente esa intensidad, esa dureza y esa perfección creía. Era una de tantas tonterlas que todo el mundo
se desvanecieron, fue al contrario, para dirigirse des· repite por inercia y a la vez por complacencia, sao
piadadamente hacia ella misma, que fue en lo suce­ biendo que no tiene sentido. Y de repente personas
sivo su única meta. que no nos conocían nos preguntaban si éramos
Poner en orden todo 10 de en tonces sería muy hermanos o, si nOS acababan de presentar, nos declan
dificH. Debo conformarme con estos fragmentos. Las COn un aire malicioso y divertido que cómo era
cosas tenían algo de vértigo y, a la vez, el tiempo posible, que cómo éramos marido y mujer, que de­
parecía totalmente disponible, infinitamente abierto biamos querernos mucho y otras cosas por el estBo.
a nuestro capricho. No eran los detalles, no eran los rasgus. Era una
A mi me gustaba mucho nuestro departamento asimBacióo de los gestos del uno por el otro. Y lo
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curioso es que era yo quien reproducia (sin Desde hace un rato está lloviendo.. No me habla
ción, por supuesto) eJ tono, la sonrisa, las dado cuenta. Acabo de asomarme a la ventana.
de CeJina. Para mí, cuando me di cuenta, Llueve bastante fuerte y es realmente extrailo que
probar un reblandecimiento de mi personalidadl hasta ahora no hubiera oído la lluvia. El cielo está
para decirlo tal como entonces lo vi, un af muy bajo, de ese gris oscuro que parece azul. True­
miento. Me miraba en el espejo tratando de na. Debe ser la primera vez porque nO hubiera
un brillo de los ojos semejante al brillo que podido dejar de olr un ruido tan fuerte. Desde que
los ojos de CeJina, de sorprender en mi manera empezó a ponerse oscuro encendí la luz, sin pensar
mantener los labios cerrados, el esguince que que siempre, cuando se pone así de oscuro, es porque
las comisuras de los labios de CeJina, un poco va a llover. Luego de repente se apagó. Por eso me
gidos naturalmente hacia arriba sin necesidad de asomé a la ventana. Acabo de ver el reloj y son las
ayuda del lápiz labial. Y me reía, me rela yo tres de la tarde. Las tres de la tarde. ¡Cuántas
frente al espejo; o abrla los ojos con asombro, o horas han pasadol No he comido nada. No tengo
laba disgusto, todo ello como suponla que lo hambre. Ya casi no me quedan cigarros.
CeJina para ver hasta qué punto, hasta dónde Ha vuelto la luz. Si no, con esta tarde tan cerrada,
estábamos pareciendo. Esto ahora me parece no podría escribir, no vería lo que estoy escn'biendo.
dlculo. Entonces era una obsesión que no me Hay veces que la luz tarda tanto tiempo sin ...
en paz. Tenia que evitarla, que verla menos, Una vez me pasó operando; y en el hospital no
hacerla ir sola a los lugares donde antes yo había planta. Fue un mal rato. Me parece estar
faltaba, y tenia que hacerlo sin que ella se viendo a CeJina aquella tarde.
cuenta, sin despertar ninguna suspicacia. (Debo La verdad es que me hice muchas ilusiones. L1evá·
cir que en todo siguió habiendo una inocencia el& bamos un mes en la casa nueva. Ella quiso dar una
mental, por parte de Celina, una candidez ingenua gran fiesta para inaugurarla. Invitó a muchfsima
que no era fingida, sino que era parte de ella misma, gente. Hasta hizo venir a una orquesta. Yo no par·
un desconocimiento de todo lo que pudiera ticipé para nada en los preparativos. No la habia
de tormo o hasta de terrible en su conducta, como visto en todo el día. Cuando llegué, a las siete,
pasa con algunos nifios crueles.) estaba todavía claro. Era uno de esos dias de verano
Entonces llegaba yo furtivamente a la casa, cuan­ muy largos, en que a las seis o siete sale la luna en
do suponla que ella no estaba, hacia lo imposible un cielo pálido y a las ocho el cielo no ha cambiado
por comer afuera y me llenaba de compromisos má! todavla de color. Hacía mucha brisa. Parecia una
o menos profesionales al acabar mi consulta, para tarde dispuesta a propósito para hacer una fiesta.
llegar después de medianoche temiendo y deseando a Me acuerdo que en el momento de abrir la puerta
la vez encontrarme con sus reproches y su ira. Pero pensé qué sucedería si me había equivocado, si no
inúblmente, porque CeJina no me reprochaba nada, fuera ese dia, si al entrar no hubiera flores, ni ruidos
nO me preguntaba nada, hacia como si nada le impor­ de vajilla, ni conversaciones un poco escandalosas
tara, como si yo mismo le preocupara cada vez menos. en la cocina. Yo abriría la puerta y Ce1ina estaría
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bajando la escalera, vestida de lila, con el pelo muy cia, se extrae del musgo de encina, una especie de
poco peinado hacia atrás, cayendo en una onda _ líquen". Pero no era el perfu,me, no era eso. Era
pronunciada sobre la mejilla izquierda. La volverla que necesitaba darme tiempo para recordar de otra
a v~ como la primera vez. Nada habla cambiado. manera las palabras de Celina, para darles un tono
Ella me besaría y hablaría poco. Me llevaría de la menos agresivamente indiferente, para asimilarlas
mano por toda la casa, me enseñaría la mesa, me casi a las palabras que yo habla imaginado. Cuando
haría entrar en la cocina, me obligarla a subir de acabé de vestirme lo habla logrado prácticamente.
prisa a cambiarme. Me dirla: "¡Qué bueno que No me conformaba a que me estropeara la noche.
llegaste a tiempo¡ Ya no vas a llegar tarde nunca, Bajé y saludé a los primeros invitados. Me sentla
¿verdad?" desenvuelto y capaz de dejarme estimular, sin ningún
Las luces ya estaban encendidas cuando entré, limite, por el alcohol, la conversaci6n y las mujeres.
aunque afuera no hubiera oscurecido. Creo que no Caminé al azar, siempre con una copa en la
me habia fijado hasta entonces en que la casa era mano, sin fijarme en ninguna parte, hablando con
suntuosa. En ese momento me sentl complacido. algunos amigos, diciendo cosas amables a las seño­
Casi como si yo la hubiera escogido y la hubiera ras, pero sin deseo de quedarme mucho tiempo en
comprado, para regalársela a Celina envuelta en un solo lugar. Salí a la terraza. Ya era de noche.
celofán. Por el parque de enfrente paseaban algunas parejas
Celina salia de su cuarto cuando yo empecé a y el aire era muy agradable. Un barco iba entran­
subir las escaleras. No estaba vestida de lila, sino do a la bahia. No podia distinguir a la gente apo­
de ese color crudo que tiene la seda china. Creo yada en cubierta, porque estaba profusamente ilumi­
que de eso era su vestido. No llevaba ni siquiera nado y las luces borraban con su resplandor todo lo
un collar de perlas. El pelo si, tal como me lo habia demás. La imagen de ese barco llena de luces era
imaginado. Nunca la habla visto tan deslumbrante. frecuente a esa hora, pero aquel dla, entre las copas,
Cuando se cruz6 conmigo en la escalera me dijo: el rumor de la gente y la sensaci6n de irresponsabili­
-¡Qué sorpresa¡ ¿No tenlas consulta hoy? dad que me daba la fiesta, me sugiri6 algo más que
Bajaba tan de prisa que no me dio tiempo de otras veces, lo que me insinuaban los barcos de niño,
contestarle. Yo, en cambio, empecé entonces a subir un deseo de irme a cualquier parte -no sé por qué
muy despacio los escalones, deseando que la escalera pensaba siempre en la Columbia Británica- de ser
no se acabara nunca. Habla dejado todo impregnado un pasajero eterno en uno de esos barcos todos blan­
de su perfume. Nunca he sen tido ese perfume en cos y luminosos. Una muchacha me sac6 a bailar.
ninguna otra mujer. Ayer, cuando entré en su cuar­ Después de eso no paré en toda la noche. Fue un
to, volvl a reconocerlo después de tanto tiempo. Una torbellino. No recuerdo con quiénes estuve, pero sé
Ve7, en una revista de modas que me encontré en que bailé hasta el final y ni una sola vez con Celina.
alguna parte, vi el nombre del perfume de Celina Tampoco la busqué. La vela de lejos, bailando con
con unas palabras que lel varías veces para no olvi­ otros, y me complacia acariciar la idea de que, aun­
darlas: "El Chipre, perfume femenino por excelen­ que todos la desearan, yo era el único que podrfa
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hacerle el amor después de la fiesta, cuando la tic bañarme y vestirme, me fui al consultorio. En­
estuviera vac!a. tnuccs se me ocurrió que necesitaba un lugar para
Creo que la gente empezó a irse a las dos m( solo, para cuando no quisiera estar en la casa.
madrugada. Al final quedaban unas cuantos I'ero no hice nada todavia. Casi se me habia olvi·
mas. Yo sub! a mi cuarto y no volví a bajar, dndo lo de Celína o no, más bien me acordaba, pero
cual acabaron por irse como a la media hora, a. • lile parecía que me lo había dicho hacia mucho
de la insistencia de Celilla, quc pretendia retenerlq I icmpo y que tan pronto la viera me hablarla nor·
Me puse lentamente la pijama y la bata y entré u",lmente, con la frialdad que ya era de costumbre,
su cuarto. Ella, al coutrario, se habia cambiado pero sin más, como todos los días.
prisa, ya estaba acostada y había apagado la Volví a la casa muy tarde y Celína no había
Me acosté a su lado, le acaricié el cuello y regresado. Dejé entreabierta la puerta de nú cuarto,
Ella no se movió. Pero yo estaba decidido. Me para oírla entrar cuando llegara, pero debo haberme
qué más y la besé largamente en la espalda. dormido en seguida porque no supe a qué hora
me dejó acariciarla sin ningún gesto, como si volvió.
viera en otra parte. Después, de repente, respondi~ Al dla siguiente nos encontramos en la mesa para
con una violencia que yo, en ese momento, confund desayunar y Celina me trató como yo 10 había ima·
con apasionamiento, para comprender después ginado. Eso me tranqw1izó. No había pasado nada.
era una manera de rechazo y agresión. Encendl ¡Dios mio! ¿Cómo podía conocer tan mal a Celina?
cigarro y pensé acabar de fumarlo antes de irme a Aquella fiesta sólo fue la primera. Después vinie­
mi cuarto, cuando Celina habló como si humera ron otras. Celina daba una cada quince días, cada
preparado desde siempre 10 que me iba a decir: semana, hasta que llegó a reunir gente en la casa dos
-No sé cómo he podido... De todos modos, o tres veces por semana. No sé si los invitados eran

será la última vez. siempre los mismos. Creo que eso era 10 de menos.

-¿La última vez? ¿Qué te pasa? ¿Por qué dices Simplemente, Celina no podia estar sola; necesitaba

eso? ¿La última vez de qué? que el ruido y los amigos la acompafiaran todos los

-Ya no lo puedo soportar. Tú no me qnieres. dlas hasta muy tarde y, cuando no había nada en la

y además..• Pero eso ya no importa. Simplemente casa, tenia siempre algo que hacer afuera. Yo, des·

me molesta. Tú me molestas. Quiero estar sola. pués de las primeras veces, no voM. Fue entonces

Vete. cuando busqué este departamento donde podía ais­

Yo me fui a mi cuarto y dormí profundamente larme y me hice el propósito de tener constante­

hasta cerca de las doce del día. La modorra del mente compromisos ineludibles, para no presentarme

alcohol no me dejó pensar mucho rato en 10 que me nunca. Cualquiera hubiera dicho que yo me buscaba

había dicho Celina, ni podía por eso mismo, aunque los motivos para sentir celos de Celi,na. Es posible.

lo hubiera querido, darle demasiada importancia; La verdad es que pronto empezó a ser una obsesión

Cuando me levanté, ella babía salido. Ese día yo no el preguntarme si Celina tenía un amante. Yo no la

tenía nada que hacer por la mafiana, pero después buscaba nunca, porque me parecla estar oyendo sus

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1

palabras de aquella noche y ella, las pocas vas, todavia dispersos, lejos de las paredes, sin haber
que nos veíamos, actuaba como si esa manera .ido colocados en sus lugares previstos. Habla mu­
tralía de vivir fuelll 10 más natural del mundo. chos más, me dije, de los que podían caber nonnal­
hablaba de cuando en cuando de sus reuniones, mente en aquel cuartO. Hasta yo, que no sé nada
alguno de sus invitados, de lo mucho que se divert& de estilos, podía distinguir que eran muebles Impe­
(todo esto siempre por la malíana, a la hora rio. Entonces vi por primera vez a Lydia.
desayuno), pero nunca me preguntaba por qué Lydia se movia entre aquel desorden como si fuera
no iba. La posibilidad de que Celina tuviera capaz de convertirlo inmediatamente en orden, en
amante se fue desvaneciendo. Yo, ocasionalmente, \111 orden que adquirirla en seguida el sello de lo
tenia pequeñas aventuras que no duraban mucho.: dcfinitivo. Esta impresión que me dio entonces, que
Me acomodaba al cambio en nuestras relaciones y me ha dado siempre, tiene que ver con la manera
llegué a pensar que, en un momento dado, a 'Iue tiene Lydia de andar excepcionalmente derecha,
los matrimonios les sucedía lo mismo, que ron su uniforme blanco impecable, sus medias color
que pasar por distintas fases, de cercanía y de separa-' trudo, gruesas, que le tapan completamente las pier­
ción (apenas pensaba ya en mi supuesto parecido nas, sus zapatos de medio corte con tacón militar,
con Celína) y que las cosas durarían así indefinida­ su pelo estirado en un moño muy pequeño detrlls
mente, dándole a nuestro matrimonio cierta estabili-: de la cabeza, pero sobre todo en el gesto dominante,
dad aunque se basara, paradójicamente, en nuestro el acento cortante de su espafiol mal pronunciado,
alejamiento progresivo. sin hacer ningún esfuerzo por hablarlo bien, todo lo
Todo esto duró unos meses, no muchos, no sé cual se desprende de ella como los signos exteriores
cuántos. Hasta que un dia, sin más, las fiestas se de una institución inconmovible, que está segura de
acabaron. Durante algún tiempo todavia, el teléfono representar. Curiosamente, esa vocación de Lydia
sonó con insistencia. Los más asiduos llamaban a por un orden aparente sirvió para apoyar, o quizás
CeJina, extrañados de no recibir ninguna invitación.­ aun favorecer la implantación indudable de un ele­
Luegu, poco a poco, se fueron aburriendo. Lo sé, mento de descomposición en el ámbito cada vez
porque en ese tiempo yo procuraba pasar ratos largos más cerrado de Celina.
en la casa, como si esperara que ocurriera algo, aun­ Cuando Celina me vio, inclinó levemente la ca·
que esos ratos los pasara solo en mi cuarto y CeJina beza se!íalando a la criada y me dijo:
sola, en el suyo. Uno de esos dias, cuando dormía -Es Lydia.
la siesta, me despertaron unos midos molestos que al Y en seguida completó, como una condescen­
principio no pude identificar. Luego comprendí que dencia:
movian muebles de un lado para otro, que subían -Lydia me cuidó cuando era niña. Se babia ido
y bajaban las escaleras. a Jamaica a ver a su rnnulia. Ahora ya no volverá a
Cuando entré en el cuarto de Celína todo estaba dejarme. ¿Verdad, Lydia?
en desorden: la ropa por el suelo o sobre las sillas, La mujer no contestó. Miró a Celina como si
los zapatos encima de los muebles y éstos, los fuera su pequelío cachorro y yo, un intruso, se la
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,
hubiera arrebatado. Segummente con ternum, gnv~ta, estrecha, con jaladeras en forma de coronas
también COn algo terriblemente posesivo 'Y de lallrel. Había pequefias consolas recubiertas de
nante. Recueroo cuánto me molestó descubrir márm<ll blanco, negro y rasa con vetas blancas, con
le hablaba de tú a Ce!ina, 'Y 10 impotente que filos dOOldos y eSfinges aladas en las patas, y smas
sentl-para obligarla a cambiar e! tratamiento. redondeadas con patas coma garras; y la cama, muy
Colina me preguntó si me gustaban sus mueble semejante al cfu:lise.longue de la ventana, con un
Le dije que sí, pero en el fondo sentí que me dosel oscuro, del mismo color de las cortinas. La
duelan una molestia peculiar, que no hubiera ventana tenia también unos visillos blancos, pero
poner en palabras y que entendí mejor algunos nquel día, y yo creo qua siempre, las gruesas cortinas
después, cuando volví a entrar a11l con el pretexto vcrdes estaban casi cermdas sobre los visillos y la lUl<
buscar un alfiler de corba ta que se me había del sol, por muy fuerte que estoviem, se convertía
dido y que, expliqué con torpeza infantil, tenía cn una penumbra verde, que se iba haciendo casi
la mano cuando el cuarto estaba en e! desorden sombda a medida que pasaba el día Y caía la tarde.
cambio. Tengo la sensación de haber visto un cuarto seme­

Una gran alfombra negra, con guirnaldas de j¡mte, amueblado como el cuarto de CeJina, pero en

enormes, rosas rojas y follaje verde, COn un otra parte, con una frescura y una claridad que alH

blanco alrededor, cubría casi todo el suelo. A no volvió a haber nunca desde que entraron esos

de que el exquisito chaise-longue color muebles. No sé. Seguramente no. Creo que sólo

cado frente a la ventana me hizo pensar en lo vi en la imaginación al mismo tiempo que entré

retrato de Madame Recamier, y me imaginé a cuando ya todo estaba arreglado, la segunda

recostada allí, con una túnica y una sonrisa vez; y me encontré con esa luz peculiar que, como

cente, disfrazada quizá de Paulina Bonaparte, no si resumiera todo lo demás, recuerdo con esta fide­

dieron ganas de reírme. No exageraría mucho lidad incómoda, con esta persistencia que me acosa

dijera que casi me dio un escalofrío. Tuve la . desde entonces, a pesar de mis deseos de olvidarme

sión de contemplar la representación de una ele todo, de olvidarme de esa lUl< enfermi2a, morte­

mala y sofisticada, pero sin embargo, trágica. cina, del olor a encierro que muy pronto se m=ló

La imagen que tengo de ese cuarto es la de con e! olor de los gatos, de la figura de CeJina siem·

dia. Como si lo hubiera retmtado con una pre metida en la cama, como si estuviera enferma,

mí memoria donde sólo se guardan algunas de la limpieza exagerada que hubo .\H en un prin·

muy especiales, que algún dia sin duda necesitaré cipio y de la suciedad que se fue introduciendo

para algo. luego, poco a poco, cuando Celina consiguió a base

Estoy seguro que los mismos muebles, de ruegos e insistencia, que Lydia no hiciera la limo

parte, me habrían producido un efecto muy distinto., pieza diariamente para evitar que el polvo le diera

No todos eran del mismo color, pero predominaba, IISma (aunq1!c me consta q1!e nunca, en el tiempo

un tono miel oscuro. Había un escritorio mI que yo la conoc~ padeció de ninguna afección seme­

brío, con las pa tas altas '! delgadas y una sola jante). Mis deseos de olvidar que hasta ahora no
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he podido satisfacer. Mis deseos de no 111 puerta del baño que separaba nuestras habita­
saber ya nunca, en lo sucesivo, que ciunes.
paravent chino, tan absurdo alIado de aquello(Di No sé c6mo consigui6 CeJina a los gatos. Quizá
bIes, ni los marfiles que desde niña le .c le ocurri6 a Lydia, o a alguna de las amigas que
lado su padre, ni las tres conchas Con ludavía iban a verla, como una manera de proporcio.
adentro, metidas en un bloque de crislÁl, lIurle \Ill entretenimiento. Quizá le trajeron uno, o
enorme cuadro tan estridente, tan fuera de elus, y luegQ ella se aficionó. Puede que entonces
que parecla salirse de la pared, siempre a haya hecho que Lydia buscara anuncios en los perió­
caérsele a uno encima, ese cuadro que también dicos, o los pusiera solicitando gatos de tales o cuales
bla heredado, de las tres mujeres ron mantilla, I'llracterísticas, Todo esto lo supongo, pero no lo sé
madas a un palco en una corrida de toros, de " dencia cierta. S6lo sé que nunca había tenido
pintor español que se llama Romero de Torres. 1I1limales desde que yo la conocí, ni habia mostrado
He vuelto a asomarme a la ventana. Sigue I1n gusto o una seducci6n especial por ellos. Y, sin
do. Ya es rompletamente de noche. Han \'lIlbargo, llegó a tener en su cuarto casi una docena
casi veinticuatro horas. Hace viento. A la de gatos,
las lnces de los automóvUes, la lluvia es arrastr~ Los gatos eran de angora, persas, síameses; no pue­
por el viento. do precisarlo, pero no bay duda de que eran gatos
Quiero olvidar y sin embargo no puedo pensar finísimos. Grises y blancos y uno solo de color miel,
otra cosa. Quizá cuando haya acabado de ,emejante al color de los muebles, aunque ligera.
todo••• mente más claros. (Me doy cuenta de que digo eran
Al principio Celina seguía saliendo, aunque , t'Ol1l0 si con eso pudiera borrarlos definitivamente
pre con retraso, como por ejemplo quince minuto¡ del mundo, como de mi memoria. ¿Pero acaso has­
antes de las seis de la tarde, para ir a alguna tien~ tan las palabras?)
cuando sabía perfectamente que las tiendas cerrabal Los gatos vivían en las sillas, en la alfombra, en
a las seis. Lydia la acompañaba. Después acabó la cama de CeJina. Lydia los sacaba a determinadas
suspender esas salidas inútUes (digo inútiles horas, varias veces la vi, pero si una se paraba en la
nunca servían .1 prop6sito que se les pretendía ~ puerta (creo que no volví a entrar nunca alli den·
y se encerr6 en su cuarto ya sin ningún disimulo¡ tro), tenía que hacer un esfuerzo para no tragarse,
Algunas veces, cada vez menos, una amiga con la respiración, eJ olor inconfundible de los gatos.
verla por la tarde, cuando Celina empezaba Y, a pesar de todo, yo no podía dejar de detenerme
a almorzar (porque se despertaba para desaYUI1a1 en la puerta todas las tardes. Era la única hora, del
entre las doce y la una) y Lydia entraba enton~ día y de la noche, en que veía a CeJina. Le pregun­
eon otra bandeja, trayendo alguna merienda para ­ taba cómo se sentía, si necesitaba algo y me iba.
visitante. Aunque yo estaba Una que otra vez en Nunca, por supuesto, me pidió ella, ni yo le sugerí
cuarto a esa hora, nunca of de qué hablaba que fuera a verla otro médico, ni jamás la exa·
con sus amigas, porque nunCa se quedaba ya abierta¡ Illiné como tal, ni ella lo habría aceptado; ni babía
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para qué, puesto que siempre estuve seguro de mismo, que miraba con una curíosidad fría lo que
Celina no tenÚl ninguna enfermedad' que yo, pasaba como si yo nO pudiera intervenir para nada.
médico alguno, pudiera curarle. y ahora, de repente ...
Celina acabó por comprenderlo. Se encontraoo Nunca he hablado de esto con nadie. Con nadie
de una manera primitiva, infantil y extrai'ia he tenido intimidad .. (,La tuve acaso con CeIina?)
gatos. Se identificaoo con ellos. Se dejaba y si la hubiera tenido con alguien, la quién hubiera
por algo que los gatos corporizaoon, volvían podido decirle?
y constantemente presente. Alguien que no hubien! Supe, con una certidumbre peculiar por la manera
sido yo, que nO hubiera estado tan comprometido,' que tenia de imponérseme sin que yo pudiera ni si­
tan ligado, alguien que hubiera tenido qnid un quiera evadirla, que Celina me era infiel con los
más de imaginación, digamos un espectador gatos. No tenia con ellos una relación física, no es
biera contemplado desde afuera la situación, eso lo que quiero decir. Ni siquiera era tierna, ni
descubierto en la relación de CeIina con los los acariciaba constantemente como hacen algunas
algo fantástico y sugerente, algo susceptible de mujeres, sobre todo si son solteras y han dejado de
vertirse en la materia de una historia donde preval~ SCf jóvenes. Pero tenia con ellos un acercamiento
cermn el terror y la seducción de esos ambientesj íntimo, secretamente impúdico. Por primera vez en
oscuros creados por Edgar AIJan Poe. - . vida comprendí que los animales viven en un
¿qué fueron para mí los gatos? ,Tuvieron mundo propio que nos está vedado, al que no del»
ver, realmente, con todo lo que he pasado? mos asomarnos. Y Celina lo compartía. Celina vi·
cierta hwru1lación, como si a mi pesar tuviera vía en ese mundo. En eso consistia su infidelidad.
aceptar la veracidad de una vieja superstición, de Celina abandonÓ mi mundo para encenarse en otro
creencia inacional o inexplicable, de una realidad que me era ajeno, y al que yo no podio ni quería
desconocida. penetrar. Un mundo que, lo sé, pudo llegar a ejercer
y me cuesta trabajo aceptarlo. Tengo que forzar-j lIna sombria atraccíón sobre mi y del que me defendí
me para volver a pensar en eso que ha estado, instintivamente, como lo hace uno cuando está en
embargo, tan presente durante tanto tiempo. peligro de perecer. Los gatos le trasmitían algo y
que me habÚl pasado antes, cuando tuve ella los dejaba bacer, se prestaba, les servía de ve­
de que Celina tuviera un amante, lo sentí desde hlculo. se convertía en portadora de una cosa inicua
entró el primero de esos animales en su <¡ue yo identificaba con el mal, el abismo, la enfer­
Desde entonces tuve celos. Realmente celos. medad y la muerte.
celos de los gatos. Antes babla sido otra cosa. ¿Pude haberme equivocado?
zás, en el fondo, sólo había estado un poco He vivido siempre demasiado cerca de las cosas
Ahora era distinto. Una ira encerrada y dolorosa concretas, que se pueden probar, de los procesos
corroía despiadadamente. La verdad es que donde todo efecto tiene una causa susceptible de
habla sentido algo con tanta realidad y tanta ,lcterminarsc, para dejarme envolver fácilmente por
Hacia ai'ios que estaba viviendo al margen de In vaguedad de un sentimiento impreciso y alearo­
28 29
río. Y sin embargo creo en todo esto y, a la vez, Por fin envié el primero de aquellos mensajes, a la
podría probar nad¡¡. de lo que present!, de lo vez ingenuos y malévolos, quc pronlo se convirtie.
estoy afirmando. No lo pude probar enlonces, ron en una necesidad tan cotidiana como la de ca­
un año. Hubiera podido probar que CeHna no mer a horas fijas o dar mi consulta de cinco a ocho.
taba rcalmente enferma (que no tenía, quiero El propósito era hacerle creer a Celina que yo tenía
ningnna enfermedad orgánica) y, en consecuencia, una amante, que yo quería a algnien, a alguien que
qne sn enclaustramiento era de un carácter morboso no era ella. Que no gozaba de ningún dominio
e insano. Pude probar también que nO es cosa sobre mI. Que habla fracasado.
todos los días que una mujer normal se encierre en Dla tras día, por Iodas partes, me persegnla el
Un cuarto con doce gatos, rompiendo los contactos,: cuarto de Celina, su penumbra, el orden de los mue.
con el mundo, el verdadero mundo, el mundo bIes, el cuadro de las tres mujeres con mantilla, las
afuera. Pude probar eso y qnizás internarla en un esfinges monstruosamente peque!ías y sobre todo ese
sanalorio donde el encierro habría sido justificado y verde, el verde de las cortinas, del dosel de la cama,
aceptado. Pude irme a otra parte, dejar mi clientela, de las sillas, el verde que dominaba todo el cuarto,
romper los lazos, iniciar una nueva vida. Pude que estaba en la luz, en el aire, en el pelo de los
guir mi vida de siempre, olvidarme de Celina, gatos, en la piel de CeJina.
como srno existiera. Pero no. No pude hacer Hasta que una mañana, cuando dejaba mi auto­
de eso puesto que no 10 hice y 10 que hice fue móvil frente al hospital, mientras cerraba el vidrio
cosa completamente distinta. de la ventanilla y miraba mecánicamente el asien­
Empecé a mandarle anónimos. to de al lado para comprohar que no había olvidado
No sé muy bien cómo se me ocurrió. Debo ha­ . nada, una sola imagen desplazó a Iodas las demás.
berlo leido en algnna parte. En una época me gus­ El cuarto se me borró por completo, como si fuera
taron las novelas de misterio y me fascinaba ese un truco de película, y s6lo vi el cuerpo de Celina,
mundo improbable y a la vez rignrosamente lógico el cuerpo muerto de Celina extendido sobre el asien­
donde, en un momenlo dado, todos los hilos se lo, sobre la cama. Cerré la portezuela de un golpe
re6nen y se estruchuan los motivos con la infalibi­ brusco sobre el cuerpo muerto de Celina, para borrar­
lidad de un diagnóstico. lo también. Pero siguió allí.
Era una maquinación infantil, algo que al prin­ Supe entonces que Celina se iba a suicidar. Supe
cipio traté de quitarme de l. cabeza como una idea que 10 sabía ya, de una manera latente, desde antes.
intrusa, irracional, vana e inoperante. Era además Entendla por qué le estaba mandando los an6ni­
un prop6sito innoble, que me repugnaba. Algn que mos. Era mi pequeña contribución. Era mi manera,
no hace la gente respetable y, especialmente que no cándida y despiadada, de intervenir desde lejos. Subí
hace un hombre. Me lo dije mil veces. Eran de dos en dos los escalones del bospital, muy exci­
sos de mujer, de mujer celosa. Pero el proyecto tado, como si acabara dc dar con la pieza más pe.
excitaba, era un estimulo que me hacía sentirme: queña, perdediza y a la vez decisiva del rompeca­
vivo, capaz de actuar, decidir, tomar la iniciativa. bezas,' esa pieza que siempre hay, en lodos esos
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juegos, y que es la clave para poder colocar despui5 las escaleras sin encender ninguna luz, para abrir la
rápidamente, las que faltan para format la puerta de su cuarto pensando encontrarla dorruida y
Lo esperé sin ansiedad. No habla ninguna troparar con ese resplandor enrojecido por la pan­
No podla ser de otra manera. talla rosa de su mesa de noche, que la colcha la
No tuve que acostumbrarme a la idea. No taparla hasta el cuello, menos los brazos, menos los
hecho más que salir a la superficie corno si, por brazos desnudos sobre la colcha, sobre la sábana,
una SemIlla soterrada Iarg¡lmente debiera produo menos los brazos amfiados por los g¡ltos, quizás en
una planta impecable y completa. un intento de despertarla, de obligarla a acariciarlos,
Entonces empecé a pensar en el cuarto como (¡ue me irla aproximando para verla más de cerca,
lugar donde eso tendrla que ocurrir, como la por primera vez en tanto tiempo, ya incapaz de
grafía escogida por Celina para rodcar su tocarla, que sentirla esa ternura extrafia y esas ganas
No me explicaba, nO me explico aún, la de abrazarla, que iba a descolgar mecánicamente el
de esos muebles clásicos, apolíneos, que teléfono para llamar a la policla y a sentarme en
la lucidez y la transparencia del espiritu, pam el chaise-longue, precisamente allí, a esperarlos. Que
una ceremonia de oscuridad, ese secreto rito les mostraría el frasco vacio, y los arafiazos de los
lico del suicidio. gatos, y les darla mi dirección, esta dirección ponién­
Puedo decir que roí vida, desde aquel momenb: dome a sus órdenes, para todo lo que fuera nece­
estuvo pendiente de la muerte de Celina, se sario, y la dejaría allí, sola, con ellos.
mentó golosamente de ese conocimiento que Nunca imaginé que serla anoche. Ni que hoy, des­
bastaba para sentir que lo que me habla pasado pués de anoche, necesitarla escribir todo esto.
maba finalmente una forma, se cristalizaba ¿Podría decir yo, podna decir algnien que fui yo
dor de ese hecho que Un día iba a ser inalterable. el que mató a Celina?
Lo demás apenas cambió. Sólo que ya no No estuve alll anoche, antes, quiero decir. No la
seguir ocupando mi cuarto en la casa de Celina,.1t toqué. No la vi hasta que estuvo muerta. Si yo
habitación separada de la' suya sólo por el dijera que la maté, nadie me creerla. Ellos no me
de bafio. No volví a dormir aIH. Pero iba a crcerlan nunca. Ellos, los que estuvieron alli anoche
Sin ninguna regularidad; al azar, cualquier dla, uespués que yo, los que quizá hayan vuelto ahora, o
e! vago temor, o deseo, o presentimiento, de ser 'll1izá no vuelvan más, los que no han considerado
bido por Lydia, o por el criado de filipina que necesario llamarme, en todo el día, ni preguntarme
pre me salla al encuentro, esa vez con una expresil ninguna otra cosa, ni tomarme en cuenta. Los poli­
desarreglada en el rostro, sin saber cómo decin; clas. Ni los demás. Nadie me creerá. Me gustarla
que la sefiora, no se subla cómo, un momell CItar seguro de que no pueden creerme, porque es la
antes ... . verdad y la verdad es siempre demasiado fácil y
Nunca imaginé que iba a ser yo mismo, demasiado simple para ser creída. Pero ¿acaso es
casa estaría tan oscuramente silenciosa, tan la verdad? ¿No es que yo necesite creerlo, engafiar­
como si nunca hubiera existido del todo, que PlC, pensar que fui yo quien destruí a Celina, pensar

3Z 33
que por 10 menos precipité las cosas, tuve algo I~L BAUTIW
ver, algo, porque si no, esa muerte'de Celina
como si ella me hubiera destruido a mí?
Ahora no me queda nada que hacer, sino
Aunque no sabrla decir qué es 10 que puedo _
Algún día iré a la casa y sacaré esos muebles
cuarto de Celina. Pero eso no importa. A)¡ora ya Por Un momento es domingo. Y los domingos,
importa. ¡No volver a ver a CeJina! ¿Cómo 1hora, son días extrailos, que le gustaria borrar de la
soportarlo? Icmana. Los domingos han empezado a tener algo
y ahora, después de escnbir tantas palabras 1~lcuro, algo que rodea al nombre del domingo y
les, tendré que destruirlas. Porque si hay algo lo opaca, como si, de un momento a otro, el tiempo
deba conservarse de todo esto, ese algo debe le fuera a acabar. Quizá será porque todo está tan
I entre nosotros. Entre Celina y yo. y los gatos. tmnquilo. Natalia no quiere pensar en eso. Prefiere
gatos que vinieron a traer el desorden, o que lo no acordarse de que le tiene miedo a los domingos.
ron a la superficie, si, eso es, porque tengo ¿Desde cuándo? No está segura. Esa es otra de las
reconocer que no introdujeron nada nuevo, nada _ ~'Osas que le están pasando. NUllca sabe nada muy
no estuviera ya, secreto y larvado, en la naturalei bien y se siente extrallada y sorprendida cada vez
de Celina. c¡ ue alguien, una persona mayor, afinna o niega cual­
Si había esa fascinación entre Celina y los Iluier cosa con ese aire de seguridad, como si hu­
era porque, como me parece que ya he dicho hiera una enorme cantidad de verdades indiscutibles.
Celína no hizo más que descubrir en los gatos Un día, mirando un cuadrado que hacía el sol sobre
de ella nUsma que le fascinaba. cuatro mosaicos, se puso a llorar desesperadamente.
Celina no hizo más que rodearse de espejos. y a cada rato llora, desde entonces, en cualquier
todo esto debe quedar entre nosotros. Todo parte. Sobre todo si le dan, de repente, unas ganas
que tiene cierta belleza. Una belleza que tremendas de hacer algo imposible, como tocar la
tan sólo del silencio. Y del olvido. copa de un árbol O caminar flotando en medio del
aire. Cosas que no puede decirle a nadie, porque
cualquiera se burlarla de ella.
El césped está espeso, duro, de un verde intenso,
lín ningún matiz. Sólo hay una diferencia de tono,
muy marcada, entre la parte de césped donde da el
101 Yla parte donde bay sombra. El verde de la som­
bra es más húmedo y el verde del sol tiene algo
Imarillento, menos rotundamente verde. A medio­
dia, el sol y la sombra son perfectos (sólo de cosas
1,1 puede estar segura), tan completos que, si no
35
*
,.
Primera edición, 1968
@ SIGLO XXI EDITORES, S. A. INDICE
Gabriel Mancera 65 - México 12, D. F.
DERECHOS RESERVADOS CON"Ol~ME A LA LEY
Impreso y hecho en México
Prinred aud made in Mexico

De gatos y otros mundos XI

UNO

CeJina o los gatos 3


1';\ bautizo 35
Todas las rosas 57

IxlS

1_1 casa 77
La dudad • 100

Iv]

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