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HISTORIA MODERNA

Clases teóricas curso 2019

El señorío feudal en la Edad Moderna (5)


CLASE RECONSTRUIDA A PARTIR DE DESGRABADOS Y APUNTES DEL
PROF. FABIÁN CAMPAGNE

Vamos a concluir con nuestro análisis del señorío feudal en la Edad Moderna. A diferencia
del teórico anterior, en que recurrimos a una estrategia de corte sincrónico, hoy vamos a
hacer exactamente lo opuesto: vamos a recurrir a una perspectiva diacrónica. Es decir,
vamos a tomar un señorío particular, para seguir si evolución en el tiempo y aprehender las
muchas transformaciones que experimentó entre fines de la Edad Media y fines de la Edad
Moderna. Se trata de la baronía de Pont-St-Pierre, en la provincia occidental de Normandía,
en Francia.
Dado que por primera vez la clase de hoy en su totalidad va a girar en torno de un estudio
de caso, necesito hacer algunas aclaraciones sobre el sentido que tiene presentar esta clase
de situaciones particulares en una materia como ésta. Por de pronto, digamos que el
objetivo de dedicar tiempo y espacio a los casos concretos no es, obviamente, regodearse en
los detalles y en la estadísticas, sino ejemplificar en un tiempo y espacio concretos los
grandes procesos de cambio histórico. ¿Y por qué hacerlo recurriendo a estudios de caso?
Porque éstos permiten análisis más sutiles y más profundos que los que resulta posible
realizar a partir de aproximaciones más generales; el caso particular otorga encarnadura
histórica a las transformaciones sociales, rostros que dejan de ser anónimos; permite al
menos por un tiempo, como me gusta decir a mí, dejar de lado la brocha gorda y tomar el
pincel fino. En tercer lugar, quiero aclarar que los casos que yo elijo siempre resultan lo
suficientemente standard como para que las conclusiones que extraemos a partir de ellos

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puedan aplicarse a otras muchas áreas de la Europa Moderna. De lo contrario, no tendría
sentido. Y lo último que quiero decir sobre el por qué del armado metodológico de la clase
de hoy, es que en esta clase de presentaciones lo importante es que ustedes no pierdan
nunca de perspectiva el tema detrás del caso; algo parecido dije hace una semana cuando en
esta misma aula trabajos los derechos bizarros: aclaré que éstos últimos me importaban
relativamente poco en última instancia, pues simplemente se trataba de una excusa para
introducirme en un tema más relevante, que era el proceso de formación del estado
moderno en contraposición con el régimen feudal. En la clase de hoy va a pasar lo mismo:
tampoco el Señorío de Pont-St-Pierre me interesa demasiado, si no es como disparador para
abordar un problema mayor, que es el de la fase final de la transición hacia el capitalismo
agrario en Europa Occidental. Aunque no lo parezca, éste es el verdadero tema de este
teórico que estamos por comenzar. Por eso es importante que los árboles no les impidan ver
el bosque. En este caso los árboles son este específico señorío normando que vamos a
analizar, y el bosque es el problema macro, el retroceso del feudalismo, el avance de las
relaciones sociales capitalistas en el campo, y la imposición de una lógica de acumulación
diferente. Dicho ésto, empezamos nuestro análisis concreto.
La baronía de Pont-St-Pierre es un mega-dominio normando, creado en la segunda mitad
del siglo XI. Es pues un señorío extremadamente antiguo. En 1408 pasó a manos de la
familia Roncherolle, que lo conservaría en su poder durante los 350 años subsiguientes. Se
trata de un claro ejemplo de ascenso social intra-aristocrático. Cuando en 1408 muere sin
descendencia directa el último señor del anterior linaje, su viuda se casa con uno de los
vasallos de su marido difunto, que era precisamente el jefe de esta casa de Roncherolle, que
gracias a este enlace pasaron del escalón la nobleza intermedia al de la alta aristocracia
provincial.
Tratándose de un señorío antiguo del norte de Francia vamos a encontrar en él, como era de
esperar, todos los componentes del complejo feudal maduro que ustedes ya conocen de
memoria. Y los vamos a encontrar multiplicados.
Por de pronto, Pont-St-Pierre posee un complejo dominical desarrollado. La reserva, quizás
no demasiado extensa en relación con otros casos que hemos visto –La Vallière, Saint
Germain des Prés–, tenía 378 hectáreas. Aún así, se trata de una dimensión nada desdeñable
para las escalas antiguorregimentales, que obviamente no son las de la Pampa Húmeda o

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las de la Nueva España tardo-colonial, por caso. Recordemos simplemente que en la Edad
Moderna Normandía tenía 30.000 km2, la misma superficie que hoy tiene la Provincia de
Misiones en Argentina. Así que esta baronía era un latifundio en su área de influencia. Pero
acá hay que hacer una aclaración adicional: 340 de las 378 ha. de la reserva estaban
constituidas por un bosque, por una sección de la rica foresta de Longbouel. Lo que en
cualquier otro señorío clásico hubiera configurado la mayoría del suelo de la reserva, la
tierra cultivable y los prados, en ese caso no alcanzaban a las 40 hectáreas. Ustedes dirán:
este hombre se está contradiciendo. Hace unos minutos acaba de decir que elige siempre
estudios de caso sin grandes originalidades, y ahora viene a decir que este complejo feudal
normando posee esta rareza de la reserva forestal. En realidad no me contradigo: el hecho
de que el bosque cubra gran parte de la reserva va a permitir que emerja con más claridad lo
que yo quiero que se vea, es decir, la génesis del capitalismo agrario a partir de las propias
auto-transformaciones experimentadas por el feudalismo tardío.
Amén de una reserva, la única tierra dentro de la jurisdicción de la cual su titular podía
considerarse plenamente propietario, el señorío dominical contaba con una importante
cantidad de tierra enajenada a perpetuidad. Por de pronto, centenares y centenares de
tenencias campesinas enfitéuticas, que pagaban todas las cargas perpetuas que ya
conocemos (censos, rentas, tasas de mutación), y que estaban distribuidas en ocho
parroquias diferentes, en ocho censives. Pero dado que se trataba de un complejo feudal
arcaico, también hallamos feudos nobiliarios, que no pagaban tributos anuales. En total
existían cinco en Pont-St-Pierre. Uno era el feudo de donde eran oriundos los Roncherolle,
que durante la Edad Moderna estuvo administrado por una rama secundaria de la familia.
Un segundo feudo estaba en la época administrado por el Barón en persona. Los tres
restantes eran independientes.
Amén de un potente complejo dominical, este señorío normando administraba una
jurisdicción banal también muy desarrollada. La baronía contaba, de hecho, con dos
tribunales feudales a falta de uno: por un lado, la magistratura señorial convencional, y por
el otro un tribunal especial creado para proteger el bosque contra los asaltos de cazadores,
leñadores o pastores furtivos; lo presidía un juez denominado verdier.
Los barones de Pont-St-Pierre poseían tres molinos banales en su territorio. Nadie sino ellos
podían ser propietarios de esta clase de instrumental esencial para el proceso agrícola. Y

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por su uso cobraban un tributo al resto de los habitantes. Dos de estos molinos harineros
funcionaban a partir de energía hidráulica, clave en una provincia atravesada por múltiples
cursos de agua, y el tercero funcionaba a energía eólica.
Todos los días sábados funcionaba un mercado semanal en la capital del dominio, en el
burgo de Pont-St-Pierre propiamente dicho. Todas las transacciones comerciales dentro del
señorío tenían que tener lugar en dicho espacio, y por ellas el señor recibía una serie de
impuestos de carácter indirecto, que gravaban en el consumo, denominados coutumes.
Los Barones eran propietarios de la sección del río Andelle que atravesaba la jurisdicción
(como ayer vimos lo mismo sucedía con la porción del río Sena que atravesaba el abadengo
de Saint Germain des Prés), lo que les permitía monopolizar la pesca en el curso de agua,
cobrar peaje a las barcazas cargadas de vino y a los troncos talados en torno a los bosques
de Lyon que descendían flotando por el río, e incluso apoderarse de los despojos que
pudieran producirse por eventuales naufragios.
Dado el pleno desarrollo de sus componentes jurisdiccional y dominical, estos señores
feudales normando podían extraer excedente campesino y riqueza agraria a partir de ambas
vías, a partir de los tributos legitimados a partir de la propiedad del suelo, y a partir de los
legitimados por el ejercicio de parcelas de poder público en manos de particulares.
Ahora bien, nada de esto es lo realmente a mí me interesa en este caso. Lo principal viene
ahora. Me refiero a la increíble evolución de la estructura de ingresos de la baronía entre
1400 y 1780. Para avanzar en esta comparación voy a hacer un gráfico. Pero antes les
aclaro algo: voy a cambiar el clivaje que he venido hasta ahora usando en estas clases para
clasificar las imposiciones feudales. Hasta ahora yo siempre he aludido a ingresos de origen
dominical y a ingresos de origen jurisdiccional. Pero en esta ocasión, siguiendo a Brenner,
voy a hablar de ingresos derivados de formas políticamente determinadas de propiedad, y
de ingresos derivados de formas económicamente configuradas de propiedad. Por formar
políticamente determinadas de propiedad entiendo aquellas en cuya realización la coacción
extra-económica cumple un papel relevante. En las formas económicamente determinadas,
en cambio, lo extra-económico, la amenaza del uso de la fuerza, la coacción pura y desnuda
tienen, por el contrario, un rol prácticamente inexistente. ¿Qué secciones del complejo
feudal voy a incluir en el primer listado, el de los ingresos derivados de formas
políticamente determinadas de propiedad? Voy a incluir a todas las cargas derivadas del

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señorío banal (justicia, monopolios, peajes, tasas de mercado), pero también a la enfiteusis
y a sus pagos perpetuos (censos, rentas, tasas de mutación). En el grupo de los ingresos
derivados de formas económicamente configuradas de propiedad sólo voy a incluir, en este
caso, a la reserva, las únicas tierras de las que el Barón de Pont-St-Pierre era propietario en
el sentido moderno del término.
Bien, ¿cómo evoluciona esta estructura de ingresos en los 400 años que van de la crisis del
siglo XIV a la Revolución Francesa? En 1400, los tributos derivados de las formas
políticamente determinadas de propiedad fueron responsables del 92 % de los ingresos
generados aquel año por la baronía. Es posible desgranar la cifra: un 15 % derechos de
justicia; un 14 % monopolios, peajes y tasas de mercado; un 63 % enfiteusis. En cambio, en
1400, la explotación de la reserva sólo produjo un 8 % de los ingresos totales: un 4 %
producto de la venta comercial de madera, y otro 4 % de la venta de ganado y trigo, es
decir, de la tímida explotación de la raquítica sección no-forestal de las tierras del señor.
Pues bien, si miramos lo que sucede en 1780, en vísperas de la Revolución, la estructura de
ingresos ha dado un vuelvo de 180 grados en Pont-St-Pierre. Por entonces, los tributos
basados en la coerción o en el uso de la misma, generaron sólo el 11% de los ingresos
anuales totales: un 1% los derechos de justicia, un 7% los monopolios, los peajes y las tasas
de mercado, y un 3 % la enfiteusis. Por el contrario, la explotación comercial del bosque
más los cánones de arrendamiento que pagaban quienes explotaban la que por entonces era
ya una importante sección no-forestal de la reserva, contribuían con el 89% de los ingresos
anuales.
El contraste es sorprendente. Es como si alguien hubiera dado vuelta un reloj de arena,
provocando una inversión perfecta. Estamos acá, obviamente, en presencia de un problema
histórico que tenemos que explicar. Bueno, a resolverlo es que tenemos que dedicar lo que
resta de la clase.
Comencemos. Los ingresos feudales clásicos, los del complejo más arcaico, todavía
funcionaban muy bien para comienzos del 1500. En el año agrícola de 1515-1516, la
justicia generó el 12 % de los ingresos totales generados por la baronía. En el año agrícola
de 1521-1522 las tenencias enfitéuticas aportaron el 43 %. Ergo, comenzando el segundo
cuarto del sigo XVI, se puede decir que entre la justicia y el censive eran responsables del
55 % de la riqueza que el dominio depositaba cada año en manos de su titular. En síntesis,

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para comienzos del Cinquecento la maquinaria feudal aún funcionaba bien en este rincón
de Francia.
Pero observen lo que sucede apenas cincuenta años más tarde. En el año agrícola de 1560-
1561, la justicia feudal produjo sólo el 2% de los ingresos anuales de Pont-St-Pierre.
Mientras que en 1571-1572, el censive generó sólo el 11 de dichos ingresos. Sumados, nos
da la insignificante cifra de 13 %. Y no se trata de un fenómeno coyuntural: estas cifras ya
no se recuperan durante el resto de la Edad Moderna. Como ustedes podrán ver, el colapso
es catastrófico. Es la caída de las Torres Gemelas, poco menos.
Primer constatación curiosa: en este dominio normando no fue la Crisis del Siglo XIV sino
la Revolución de los Precios del siglo XVI la que pulverizó los ingresos señoriales
propiamente feudales. No fue un derrumbe provocado por una fase de contracción del
sistema sino por una fase de expansión. No fue la parálisis tardo-medieval sino el
crecimiento económico renacentista el que produjo este impacto.
Comencemos explicando por qué decaen tan rápido, en apenas cincuenta años, los ingresos
producidos por la enfiteusis. Acá hay una doble causa. Una de carácter económico, que
tiene que ver con la inflación crónica típica del período. El problema era que en
Normandía, por uso y costumbre inmemorial, una porción muy elevada de las cargas
perpetuas enfitéuticas estaban fijadas en dinero. Para terminar de comprender el fenómeno
tengamos en cuenta lo siguiente. Muchas de las tenencias campesinas bajo dominio
dividido con que contaba ese señorío a comienzos de la Edad Moderna eran de creación
reciente. Cuando a partir del segundo tercio del siglo XV los señores locales se
propusieron, como en gran parte de Europa, relanzar la estructura agraria de su dominio
para salir definitivamente de la crisis secular anterior, se encontraron con que muchas
fincas enfitéuticas estaban vacías, desocupadas, a causa de la catástrofe demográfica del
siglo anterior. Había que impulsar un nuevo proceso de colonización interna del continente.
Pues bien, en el caso de Pont-St-Pierre, cuando los señores re-encensaron las parcelas
abandonadas, siguiendo la costumbre local fijaron una parte destacada de las cargas anuales
en dinero. No se puede culpar a los señores de entonces por esta mala decisión económica.
Para las décadas de 1430, 1440, la fase inflacionaria previa de carácter secular había
quedado muy en el pasado. Era la que había tenido lugar en el siglo XIII. Por entonces
hacia casi 120 años que los precios se habían estancado en Europa. Al mismo tiempo la

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fase inflacionaria posterior, la Revolución de los Precios renacentista, no iba a comenzar
sino hasta las décadas de 1470-1480. No puede culparse a señores feudales normandos por
desconocer qué comportamiento habían tenidos los precios un siglo antes, y muchos menos
por no haber adivinado lo que iba a comenzar a suceder medio siglo después. En concreto,
este infortunio derivado del derecho consuetudinario local implicó que ni bien comenzó la
suba sostenida de precios, que se mantuvo por siglo y medio, esta porción de las cargas
enfitéuticas locales fijadas en dinero, rápidamente perdieron toda dimensión económica
real.
La segunda causa que contribuyó a demoler de manera tan brutal los ingresos producidos
por la enfiteusis en el 1500 es de otro orden: tiene que ver con el espeluznante desorden
administrativo que caracterizaba a este señorío, como la mayoría de los dominios laicos,
relativamente despreocupados en lo que se refiere al control y recolección de las cargas. Es
por ello que podían darse situaciones fellinescas como las siguientes. En 1515-1516, el
recaudador señorial anotó en los libros de cuentas de la baronía respecto de un par de
tenentes: “ellos no reconocen deber las dichas rentas, y el recaudador no posee documentos
que hagan mención de ellas”. No se si se entiende: unos enfiteutas habían decidido
discontinuar el pago de las cargas anuales, con el argumento de que ellos eran plenos
propietarios, y cuando el agente señorial buscó en los archivos del castillo de Pont-St-Pierre
documentos que probaran la falacia de la afirmación, no logró encontrarlos. El señor tenía
razón pero no tenía manera de probar su verdad en los estrados judiciales. En 1550-1561, el
recaudador del momento anota en los libros: “para todas estas rentas se anota ‘nada’,
porque el recaudador desconoce donde están localizadas”; un nuevo recolector debe cobrar
los tributos debidos por un grupo de tenencias, pero no logra ubicarlas fronteras adentro del
señorío, porque el archivo señorial no le ofrecía las herramientas para hacerlo.
En rigor de verdad fue la combinación de ambos factores la que resultó letal para la
enfiteusis local. La pulverización a causa de la inflación del valor real de las rentas
derivadas de las tierras enajenadas hizo que el recurso a la via judicial, que siempre era
muy costosa, resultara económicamente imprudente: los costos de litigación podían resultar
mucho más elevados que los potenciales beneficios. Si a ello le sumamos que en muchos
casos los señores no tenían documentos para respaldas sus pretensiones, entendemos

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entonces por qué la enfiteusis en Pont-St-Pierre se enfrentó por entonces a una tormenta
perfecta.
¿Y por qué decaen de manera también abrupta los ingresos derivados de la justicia en el
siglo XVI en esta baronía? Aquí la explicación es política antes que económica. Y se
relaciona con los mayores controles y los mayores estándares de calidad que la monarquía
moderna le imponía a los tribunales feudales. De hecho, en Pont-St-Pierre encontramos las
dos principales limitaciones que ya conocemos. Por un lado, la exigencia regia de contratar
juristas profesionales para integrar las cortes baroniales, recursos humanos costosos que
debían ser sufragados del peculio del señor. Por el otro, el derecho de los vasallos de apelar
ante el Parlamento de Normandía, sito en la capital provincial de Rouen, las sentencias
dictadas contra ellos por los magistrados señoriales; esta apelaciones suponían un drenaje
dramático de fondos en perjuicio del fisco baronial. Les voy a dar un único ejemplo que me
parece que resulta contundente. En 1574 el tribunal feudal de Pont-St-Pierre manda a
arrestar por sospecha de homicidio a una campesina, Robinette du Bois. Ante la negativa de
la mujer a confesar el crimen que se la atribuye, el juez de la baronía determina que debía
ser interrogada bajo tormento. Pues bien, la mujer apela esta pauta procedimental ante el
Parlamento de Normandía. A partir de aquel instante, los gastos no dejaron de trepar: 10
chelines para el oficial del Parlamento sólo por aceptar los documentos del caso (es decir,
ya se comenzaba pagando desde la “mesa de entradas”); 45 chelines para cubrir los
estipendios de tres comadronas rouenesas, que debían comprobar si la campesina estaba o
no embarazada, pues ésta había la razón por la que solicitó que no se la sometiera a tortura
judicial; 116 chelines para pagar al consejero que presentó el caso ante sus colegas de la
corte soberana de justicia; 58 chelines para pagar a los sargentos que tuvieron que trasladar
a Robinette bajo custodia a Rouen (es una sospechosa de asesinado; no puede trasladarse
libremente por sus propios medios); 19 libras con 10 chelines en concepto de los honorarios
de los abogados que defendieron la postura del Barón de Pont-St-Pierre; y finalmente 13
libras con 18 chelines en concepto del costo de la estadía de Robinette en la capital
provincial (la comida y el alojamiento durante las semanas que permanecía en la ciudad),
de su viaje de regreso bajo custodia a su terruño de origen, y por la copia de la decisión del
Parlamento (si el señor feudal deseaba guardar una copia del documento en su propio
archivo, debía solicitar una copia, que le costaba dinero). Ahora bien, lo paradójico del caso

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es que durante el mes que duró esta fase específica de un solo caso penal, el de Robinette
du Bois, se consumió la mitad de los ingresos que aquel año los derechos de justicia le
generaron al Barón. Y conste que se trató de la apelación de una decisión de tipo
procedimental adoptada por el juez señorial. No se trató de la apelación de la sentencia
final, que por otro lado desconocemos, pero que probablemente fue desfavorable a la mujer
(que debió terminar ahorcada). Dos casos como los de Robinette du Bois al año, y la
estructura judicial en manos de aquel potentado feudal directamente daba pérdida.
Sólo dos tributos feudales clásicos funcionan bien durante el siglo XVI, es decir, producen
ingresos materiales nada desdeñables para el Barón. Y ustedes ya los conocen: son los
derechos de mercado y el monopolio del molino. En relación con este último, por ejemplo,
el canon de arrendamiento anual por la explotación de los tres molinos banales pasó de 120
libras en 1516 a 320 libras en 1584. ¿Por qué estos dos tributos tienen una suerte tan
diferente a la que tuvieron la enfiteusis y la justicia? Porque acompañaban muy bien la
evolución de la economía real. De hecho, las tasas de mercado y los tributos por usar el
molino señorial se beneficiaban con la combinación de explosión demográfica e inflación
crónica característica del siglo XVI. Si los precios subían todos los años y la población
creía sin parar, más personas irían al molino a procesar su grano, o al mercado a comprar y
vender mercancías, y más ingresos recibiría el señor feudal.
Bien, hasta acá hemos pasado revista a los ingresos derivados de las formas políticamente
constituidas de propiedad. ¿Cómo evolucionaba, mientras tanto, la reserva señorial? Por de
pronto, ya sabemos que más del 80 % de su superficie estaba ocupada por un bosque.
Digamos al respecto que la venta de manera en el mercado, es decir, la explotación
comercial de la sección forestal de la reserva, no produce ingresos significativos durante el
siglo XV. Si el bosque provee ingresos por entonces es en función de las multas que el
verdier impone a los infractores o por la venta de derechos de pastoreo a las comunidades
campesinas lindantes con la foresta. Durante el siglo XV ninguna tala anual superó el 3%
de la extensión del bosque señorial, lo que permitía al menos 20 años de crecimiento entre
tala y tala en las distintas secciones del bosque. Claramente, el recurso está sub-explotado
en el mil cuatrocientos.
Pero la situación cambia dramáticamente en el siglo XVI. La tala de 1515-1516 ya es
cuatro veces más importante que cualquiera de las talas típicas de la centuria previa. Con el

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paso de las décadas la nueva evolución se confirma. A comienzos de la década de 1570, la
explotación comercial de la sección forestal de la reserva le generaba al señor por año, en
promedio, un ingreso de 3.500 libras. Ustedes me dirán que al carecer de pautas de
referencia no tienen manera de saber si esta cifra es elevada o exigua. Sin embargo ustedes
tienen una cifra con la que comparar este nuevo dato. Si prestaron atención, recordarán que
hace cinco minutos dije que para la misma época, década de 1570, el canon de
arrendamiento anual de los tres molinos banales era de 320 libras. Ergo: la venta de manera
en el mercado producía por entonces 10 veces más ingresos que los producidos por el
tributo feudal tradicional que mejor funcionaba.
En función de estos cambios, el bosque fue sometido a un proceso de devastación en el mil
quinientos. A fines del siglo XVI, en ciertas áreas de la foresta los árboles más antigua
tenían apenas 9 años. El fenómeno se explica en gran medida por la incesante demanda de
madera, en el marco de crecimiento urbano típico del momento. Ya dijimos que la del
Renacimiento es una civilización de la madera. Ciudades como Rouen o Paris era
devoradoras insaciables del recurso, sobre todo para la edificación y construcción. A ello se
sumaba la abundancia de vías fluviales en Normandía, que permitían el transporte de los
troncos de manera muy eficaz y barata. Y agregamos, por si hiciera falta para explicar este
boom maderero, un último factor: en el norte de Francia, entre 1500 y 1600, el precio de la
madera se multiplicó por diez.
Bien, sabemos que la reserva tenía una segunda sección, de carácter no forestal (prados y
tierra cultivable). Es muy importante que prestemos atención a la evolución de esta parte de
las tierras del señor, porque en ellas vamos a poder observar con mucho detalle la
emergencia y evolución del capitalismo agrario en el área. Somos conscientes, para
comenzar, de que a fines de la Edad Media esta sección era muy pequeña. Pues bien, sigue
siéndolo a comienzos del siglo XVII. Es más, no sólo era reducida por entonces sino que
los barones de Pont-St-Pierre siguieron achicándola. ¿De qué manera? Creando a partir de
ella nuevas tenencias enfitéuticas, es decir, enajenando a perpetuidad dominios útiles. Pero
esto no es lo más extraordinario del caso. En 1613, el barón del momento creo una nueva
serie de tenencias bajo dominio dividido, comiéndole metros cuadrados a la sección no
forestal de la reserva, pero lo hizo fijando el 100% de las cargas perpetuas anuales en
dinero. Como ustedes entenderán, se trataba de una decisión suicida en términos

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económicos, sobre todo después de cerca de 140 años de inflación continua en el
continente. ¿Cómo se explica este despropósito? La explicación no nos la pueda ofrecer la
economía política sino la antropología política. Es un caso similar al que explica por qué
los señores modernos conservaban el ejercicio de la justicia penal si les generaba pérdidas
económicas. En este caso, hay que recordar que el censive, además de recursos, fabricaba
vasallos. Una cesión perpetua de dominios útiles instauraba una relación de vasallaje entre
el beneficiado y el señor local. Y en la Edad Moderna, una era en la que aquellos pavos
reales que eran los grandes aristócratas competían todo el tiempo por cuestiones de
prestigio y estatus, un noble era más importante que otro no solamente por la antigüedad de
su linaje o por la superficie de sus dominios, sino también por la cantidad de vasallos que
poseía. Y el censive permitía fabricar esta clase de dependientes de manera muy sencilla.
Además hay otro factor importantísimo a tener en cuenta, una cuestión que se relaciona con
la “tesis Anderson”, y que guarda relación directa con la estructura de ingresos de grandes
potentados como los Roncherolles de Pont-St-Pierre. Ustedes recordarán la tesis de Perry
Anderson: tras la crisis del siglo XIV, y en gran medida a raíz de la creciente resistencia de
los productores directos, de la huida de los dependientes o del retroceso de la servidumbre,
los señores feudales en Occidente no fueron ya capaces de seguir extrayendo a nivel micro
los volúmenes de renta agraria que extraían en el pasado. Debió aparecer entonces el estado
absolutista, como tabla salvadora de esta clase terrateniente, para extraer de manera
centralizada, por medio del impuesto regio, el excedente campesino que los feudales ya no
podían conseguir con eficacia en sus dominios, renta feudal centralizada que después en
parte terminaría en poder de la nobleza gracias los estipendios, rentas, regalos, o cargos que
el Rey les concedía (cargos en la administración de una plaza fuerte, en la comandancia de
un cuerpo de ejército, en una embajada en una corte extranjera, que eran rentados). Pues
bien, a comienzos del siglo XVII, estos ingresos que el Barón de Pont-St-Pierre recibía
derivados de estos cargos y rentas concedidos por la Monarquía, igualaban los ingresos
totales generados por la Baronía. De ninguna manera grandes aristócratas como los
Roncherolles vivían solamente del producto generado por sus dominios feudales.
Entonces ahora resulta más sencillo comprender esta suerte de desprecio que estos señores
normandos sentían por el censive a comienzos del 1600: se explica porque sus ingresos
provenían ahora claramente de otras dos fuentes, la explotación comercial de la sección

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forestal de la reserva, y la renta feudal centralizada que el rey distribuía por medio de
regalos y mercedes. La vieja renta feudal descentralizada (el señorío banal más la
enfiteusis) estaba comenzando a resultar excedentaria para la reproducción de estos
aristócratas.
Ahora bien, esta actitud de total desinterés por la sección no forestal de la reserva (prados +
tierra cultivable) por parte de los Barones cambia radicalmente a comienzos del siglo
XVIII. En 1715, el señor de aquel entonces llevó adelante una acción relativamente
revolucionaria en relación con el comportamiento de sus antepasados: por primera vez en
muchísimo tiempo compró una cantidad importante de tierras y las agregó a dicha parte de
la reserva. Luego organizó dos grandes granjas con ellas, y las arrendó por medio de
contratos de corto plazo a algunos campesinos enriquecidos de la región. ¿Se entiende lo
que está haciendo con ello este señor feudal? Está introduciendo en la Baronía por la puerta
grande, y no en cualquier lugar, en las mismísimas tierras del señor, a los grandes
arrendatarios, a los llamados “gallos de aldea” en Francia, a los grandes impulsores del
capitalismo agrario en Occidente, como quiere Brenner. Recordemos que la triada a la que
se refiere este último: terratenientes-arrendatarios-proletarios rurales. Fue el mismísimo
poder feudal el que estaba invitando a ingresos en el señorío a estos potenciales perceptores
de renta capitalista, o al menos de renta proto-capitalista del suelo. Una renta en cuyo
cálculo entraba ya el costo de la mano de obra (los salarios de los trabajadores que los
arrendatarios debían contratar para explotar la reserva señorial), el costo de la tierra (el
canon de arrendamiento que le pagaban al dueño del suelo), e incluso, aunque ésta era
claramente la pata más débil del trípode, el costo del mantenimiento y renovación del
capital fijo. La inversión en capital fijo era la pata más floja de la ecuación por un motivo
estructural. La mano de obra fue por lo general muy barata en el campo francés temprano-
moderno. En este periodo transicional el feudalismo europeo creaba una marginalidad, una
masa flotante de hombres y mujeres sin acceso directo a la tierra y sin posibilidades de
encontrar empleo en las ciudades, que alimentaba un mercado de trabajo a bajo costo en el
campo. La economía agraria europea antiguorregimental era en gran parte mano de obra
intensiva, y por ello existían escasos intereses para invertir en la modernización de los
instrumentos productivos. A ello hay que sumarle otro dato: en esta estructura de
producción, quien debían encarar estas mejoras era el dueño de la tierra, el señor feudal. Él

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debía reparar o multiplicar los graneros, los molinos, los caminos. No resultaba lógico que
lo hiciera quien alquilaba la tierra. Y sin embargo, por razones que tienen que ver con la
peculiar mentalidad nobiliaria, mucho más propensa al gasto improductivo que al ahorro, la
aristocracia feudal no tiene durante nuestro período el menor interés en dedicar parte de sus
ingresos a este objetivo.
El siglo XVIII asiste también a la emergencia de una nueva generación de Roncherolles,
mucho menos paternalista en el trato con sus campesinos dependientes que los señores de
antaño. Y si no, observen la nota que en 1759 el señor de entonces, Michel de
Roncherolles, le envío a sus vasallos de la Parroquia de San Nicolás, una de las ocho que
existían en el dominio: “tengo la intención de poner fin a la libertad que mis ancestros os
han permitido para apacentar vuestros animales en una parte de mi prado situado en el
vallo. Deseo dedicar este prado a mi propio usufructo, y tengo por ello la intención de
poner fin al aprovechamiento que venís disfrutando. Dado que la bondad y tolerancia de
mis ancestros es la única fuente de esta aprovechamiento, reclamo mi derecho a prohibiros
el acceso desde hoy en adelante”. No se si se entiende. Dado el desinterés que por siglos los
titulares de este dominio manifestaron respecto de la sección no forestal de la reserva, un
grupo de familias campesinas pudo ingresar en ella parte de sus animales para pastorearlos
sin costo alguno. En pleno siglo XVIII el titular decide evitar el desperdicio de cualquier
posible fuente de renta, y entonces revoca una autorización varias veces centenaria. Los
campesinos de Saint Nicholas buscaron asesoramiento legal pero finalmente desistieron. La
razón, esta vez, estaba del lado del señor.
Esta clara tendencia a la expansión de al sección no forestal de la reserva continuó con
fuerza luego de que los Roncherolles se vieron obligados a vender el señorío en 1765.
Debieron proceder a la venta porque estaban quebrados ¿Cómo resulta posible que
potentados feudales tan acaudalados y ricos, propietarios de uno de los señoríos más ricos
de Francia, llegaran a esta situación? Voy a volver sobre la cuestión dentro de unos
minutos.
Quien compra Pont-St-Pierre es Antoine Caillot de Cauqueraumont, uno de los máximos
exponentes de la noblesse de robe o nobleza de toga normanda. Este era un grupo
sociológico típicamente francés, que prácticamente no tenían parangón fuera del reino. Era
un funcionarado ennoblecido, letrados, abogados o juristas que habían comprado cargos en

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la judicatura, por lo general en los Parlamentos o cortes soberanas de justicia, cargos que
los ennoblecían, y que al quedar patrimonializados, podían incluso transferirse a los
herederos. No se trataba de la verdadera nobleza, como ustedes verán, es decir, la nobleza
de espada o de sangre, muchas veces de origen inmemorial, sino de una aristocracia socio-
profesional de origen burgués, tanto como que derivaba del ejercicio liberal de su
profesión. Pues bien, este Antoine Caillot, que en 1768, cuando se hizo cargo del dominio,
se encontró con dos grandes granjas ya funcionando en la sección no forestal de la reserva,
continuó con la compra y el acaparamiento de tierras, de modo que para 1792 dicha porción
de las tierras del señor ya contaba con seis grandes granjas, seis grandes perceptores de
renta capitalista de la tierra.
Este no es un dato menor: es el que explica el contraste entre la estructura de ingresos de la
baronía de 1400 y la de 1780, con la que comenzamos la clase de hoy. Y digo que el dato
no es para nada irrelevante por lo siguiente: está claro que para cuando estalle la
Revolución Francesa, el 90% de los ingresos de un señorío configurado como el de Pont-
St-Pierre (y aclaro que, a excepción de algunas provincias fronterizas muy feudalizadas,
procesos de modernización como los protagonizados por este dominio normando se
replicaban por toda Francia) derivaban de la reserva, es decir, de formas económicamente
determinadas de propiedad, en las que el elemento extra-económico ya no tenía cabida.
¿Y por qué esta constatación es clave? Porque que implica que cuando la Revolución tome
la decisión política en 1789 de suprimir el señorío jurisdiccional, y en 1793 de suprimir la
enfiteusis y el señorío dominical, con estas dos medidas estaría afectando tan sólo el 10%
de los ingresos señoriales de latifundios organizados a la manera de Pont-St-Pierre.
Ninguna de estas dos aboliciones tocaba en forma directa a la reserva, que por entonces
generaba la abrumadora mayoría de los ingresos producidos por la ex-baronía. Porque,
claro, de ninguna manera la Revolución procedió a la expropiación masiva e indiscriminada
de los señores laicos franceses. Los únicos señoríos confiscados en su totalidad por el
régimen revolucionario fueron los eclesiásticos. Pero aquellos señores que no se pasaron a
la contra-revolución, que no emigraron, o que lograron retirarse a sus dominios
manteniendo un bajo perfil o una apariencia de aquiescencia con la Revolución, lograron
capear el temporal y llegar al siglo XIX no sólo con sus cabezas sobre sus hombres, sino
convertidos en grandes terratenientes.

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Ahora bien, noten que esta transformación de la baronía de un clásico dominio feudal a
fines el siglo XIV en un latifundio explotado a partir de una lógica de acumulación propia
del capitalismo agrario a fines del siglo XVIII, ya se había en gran medida consumado
antes de 1789. Había comenzado a orquestarse durante el siglo XVI, a propósito de la
profundización de la explotación comercial de la sección forestal de la reserva. Y se
completó durante el siglo XVIII, a causa del potenciamiento de la explotación de la sección
no forestal de la reserva.
Ustedes se preguntarán: ¿la Revolución no hizo entonces ningún aporte destacado al
capitalismo agrario en Francia? Si que hizo su contribución, aunque ésta quizás no tenga
relación directa con la transformación de la estructura productiva. Un aporte evidente que
hace el proceso revolucionario a la vía francesa al capitalismo agrario fue la conversión de
los grandes arrendatarios de las reservas en propietarios plenos de las tierras que hasta
entonces alquilaban. A ver: con la totalidad de las reservas confiscadas a los señoríos de la
Iglesia, sumadas a las reservas de los señoríos laicos puntualmente expropiados, la
Revolución conformó un fondo denominado Bienes Nacionales, que fueron sacados a la
venta en subasta pública bajo la forma de grandes bloques. Obviamente, la mayoría de las
veces quienes estuvieron en condiciones de comprarlos fueron los mismos grandes
arrendatarios. Y por eso digo que la Revolución les permitió seguir explotando sus tierras
de siempre pero con un costo fijo menos, pues de inquilinos los transformó en dueños del
suelo.
Bien: ¿y dónde había quedado entonces en las décadas finales del siglo XVIII el feudalismo
en este rincón de Normandía, o muchos otros rincones del campo francés muy similares al
que estamos describiendo? Si nos propusiéramos encontrar al feudalismo hacia 1760 o
1780 en estas áreas rurales ¿dónde tendríamos que buscar? No caben dudas de que en las
regiones más desarrolladas del ámbito rural francés el feudalismo sólo sobrevivía en los
aspectos puramente super-estructurales del sistema: en la justicia feudal, una justicia aún
invasiva, pero muy controlada por el poder central; en los monopolios banales; en los
palomares y conejeras; en los derechos bizarros; en los peajes y tasas de mercado; en la
veleta que coronaba la residencia señorial; en el título de nobleza que ostentaban muchos
señores, y en pocos lugares más. Es evidente que en muchas regiones de Francia, e insisto,

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a riesgo de cansarlos, que Normandía no era una excepción al respecto, aún antes de
comenzar la Revolución el feudalismo no era sino una cáscara vacía.

****

Bien, ya tenemos en claro nosotros que el origen de los ingresos que produce Point-St-
Pierre hacia 1780 es muy diferente que el que tenían los ingresos generados por este mismo
dominio circa 1400. En un caso, provenían del más rancio feudalismo tradicional. En el
otro, de una reserva explotada según los principios del moderno capitalismo agrario. Pero
lo que aún desconocemos es si la riqueza de la que se apoderaba este señorío en 1780 era
igual, superior o inferior a la riqueza de la que se apropiada cuatro siglos antes. ¿Era más
rico Pont-St-Pierre a fines de la Edad Moderna que a fines de la Edad Media? ¿Cuán
costosa fue la transición plena de este dominio hacia su forma capitalista plena?
Es muy difícil a partir de las fuentes que han sobrevivido reconstruir los ingresos reales de
este, o de cualquier otro señorío, en la Edad Moderna. Por lo pronto, es casi imposible a
partir de los documentos existentes contrastar los ingresos que la baronía obtenía en un año
determinado con el producto agrario total generado en el mismo período de tiempo por la
totalidad de los productores directos residentes en la jurisdicción señorial. No es lo mismo
afirmar para un año determinado que los ingresos que Pont-St-Pierre le generaba a su titular
equivalían al 10%, al 35% o al 60% de la riqueza agraria total producida en la región. El
peso que el señorío llegaría a tener sobre la economía local sería muy distinto en un caso o
en otro. Lamentablemente, repito, esta contrastación no se puede realizar; exigiría poder
reconstruir el volumen agrario total generado por todos los productores directos que vivían
bajo la jurisdicción del Barón de Pont-St-Pierre, y los documentos no alcanzan para tanto.
Por el contrario, lo que las fuentes sí nos permiten hacer es comparar los ingresos que Pont-
St-Pierre generaba un año determinado con los que producía en otro momento de la Edad
Moderna. O lo que es lo mismo: yo no puedo comparar al señorío con otras fincas del área,
pero sí puedo compararlo consigo mismo en diferentes momentos del período temprano-
moderno.
Insisto, por si hiciera falta, que de lo que estamos hablando no es de la posibilidad de
reconstruir ingresos nominales. Determinar este dato resulta en extremo sencillo, para

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muchos años anteriores a 1780 (aunque no para todos). Pero claro, se trata de una
información que resulta por completo inútil para la reconstrucción de procesos económicos
reales, pues la Edad Moderna atraviesa por dos largos periodos inflacionarios seculares, el
de ciento cincuenta años posteriores a 1470, y el de noventa años posteriores a 1730. Ergo,
estas cifras de ingresos nominales son poco menos que inútiles. Yo podría decir que hacia
1500 Pont-St-Pierre producía por año10 mil libras de ingresos a su titular (estoy dando
cifras inventadas en este caso, aclaro) y que hacia 1780 producía 80 mil libras anuales. Si
desde una perspectiva ingenua comparo ambas cifras, podría llegar a la conclusión que el
terminar la Edad Moderna este señorío es ocho veces más próspero que durante el
Renacimiento. Pero dado que la suba crónica de precios es uno de los timbres distintivos de
la economía europea temprano-moderna, esta conclusión resulta absurda. Lo que tenemos
que tratar de reconstruir son los ingresos reales de esta baronía, es decir, hallar alguna
manera de contrastar la riqueza de que se apodera año tras año con la evolución de los
precios de las mercancías.
¿Cómo hacemos para medir los ingresos reales de un señorío en la larga duración? El
historiador norteamericano Jonathan Dewald, que es quien más ha estudiado este rincón de
Normandía, y en particular este señorío al que le ha dedicado un libro entero, propone un
procedimiento metodológicamente inteligente y muy sencillo. Lo explico porque es muy
simple. Según Dewald lo que hay que hacer es traducir los ingresos nominales totales que
produce la baronía en un año determinado a alguna medida de valor real. Él propone dos
medidas de valor real: el precio del trigo y el de las aves de corral ¿En qué consiste el
ejercicio? Tenemos que hacernos el siguiente planteo: si por un imposible, el barón de Pont-
St-Pierre hubiera querido destinar la totalidad de los ingresos brutos anuales generados por
su señorío a la adquisición de aves de corral, ¿cuántas hubiera podido comprar? Y
exactamente lo mismo respecto del trigo: ¿cuánto cereal hubiera podido adquirir en el
mercado usando la totalidad de la riqueza bruta generada por el dominio en un año
determinado?
Empecemos haciendo el ejercicio con las aves de corral. Aclaro que no estoy pensando en
simples gallinas o pollos, sino en aves como los faisanes, las codornices, los patos, las
perdices, carne blanca de alta calidad, un producto de lujo de elevado costo para el
abastecimiento de la mesa de un gran aristocrática antiguorregimental ¿Qué descubrimos si

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hacemos este procedimiento? Que al señorío de Pont-St-Pierre parecería haberle ido
bastante bien durante la Edad Moderna. Para la primera década del siglo XVI con sus
ingresos brutos anuales el barón hubiera comprar hasta un 75% de las aves de corral que
hubiera podido adquirir los ingresos total de 1400. El panorama mejora rápidamente,
porque a fines del siglo XVI el barón podía comprar ya un 75% más de aves de corral que a
comienzos del siglo XV. Y si observo lo que sucedía en 1780, detecto que con sus ingresos
anuales totales el dueño de este dominio hubiera podido adquirir un 300% más de aves de
corral que a fines de la Edad Media.
Si interpreto estas cifras de manera apresurada, yo podría decir que este señorío normando
era 3 veces más rico a fines de la Edad Moderna que a inicios de la misma era. Error.
Estamos en presencia de un espejismo estadístico. Este ejercicio que acabamos de hacer,
¿qué me permite reconstruir en realidad? Algo interesante, sí, pero más para una clase de
historia del consumo, que no es el tema que hoy nos ocupa. Lo que el recurso a las aves de
corral me permite rearmar el poder de compra de bienes lujos que tenía el señor (de hecho,
las aves de corral eran uno de los pocos productos de que el señorío no se autoabastecía, y
que por lo tanto debía salir a vender en el mercado), pero nada me dice sobre la capacidad
del señorío de apodarse de la principal riqueza localmente producida, que es el trigo.
Hagamos el otro ejercicio, pues. Y veremos que los resultados no pueden ser más
diferentes. A lo largo del siglo XVI, el señor de Pont St. Pierre nunca hubiera podido con la
totalidad de sus ingresos anuales comprar más del 55% del grano que hubiera podido
adquirir hacia 1400. Durante el siglo XVII la situación mejora un poco, porque los precios
de mercado del grano se estancan o caen: con los ingresos anuales totales producidos por el
señorío las baronías hubieran podido comprar hasta el 66% del grano que hubieran
adquirido a comienzos del siglo XV. Y para 1750 la situación empeora ligeramente, porque
la cifra estaba un tanto por debajo de la anterior. Recién a partir de 1780 la baronía hubiera
podido, con sus ingresos anuales totales, adquirir la misma cantidad de grano que en 1400.
Ergo, la transición de esta baronía hacia la modernidad fue más difícil de lo que
pensábamos. Recién cuando muy a fines del siglo XVIII pudo completar su plena
transformación en un pleno sentido capitalista, Pont-St-Pierre logró apoderarse de una
porción de la principal riqueza localmente producida similar a la que obtenía a fines del
Medioevo. A este dominio normando le llevó toda la Edad Moderna conseguir este

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objetivo. O lo que es lo mismo: no lo consiguió hasta concretar las transformaciones del
sistema productivo que he venido explicando desde que empezamos la clase de hoy. Pocas
dudas caben que un hecho fue consecuencia del otro.

****

Último tema para terminar la clase de hoy.


Hemos visto hace un rato a los propios señores de Pont-St-Pierre introduciendo en la
baronía a los grandes arrendatarios, en concreto en las tierras de la reserva, el núcleo duro
de la propiedad feudal en el demonio. Por ello, quizás de manera un tanto apresurada, yo
califique a los Roncherolles del siglo XVIII como impulsores del capitalismo agrario en el
área. Aludí incluso a un proceso de modernización. Sin embargo, llegó la hora de aclarar
que esta simbiosis, aparentemente tan exitosa, entre un feudalismo decadente y un
capitalismo agrario ascendente encontraba límites objetivos infranqueables en la época.
¿Por qué? Porque mientras continuó existiendo en Francia, el señorío feudal, por sus
propias características estructurales, no pudo evitar ponerle importantes obstáculos al pleno
despliegue de las fuerzas productivas y a las estrategias de acumulación de los agentes del
de la moderna agricultura comercial, es decir, a los agentes del capitalismo agrario que
paradójicamente el propio Barón había introducido en su mismísima reserva señorial. Me
viene a la mente siempre que explico este proceso la fábula del escorpión y el buey: el
primero le pide al segundo ayuda para cruzar el río; el animal de mas tamaño accede y el
escorpión se monta sobre lomo; comienzan a atravesar el curso de agua, y todo iba lo más
bien, hasta que el escorpión no pudo doblegar la tentación ni el deseo que sentía de clavar
su aguijón sobre el lomo indefenso del animal que lo estaba transportando; procede de esa
manera, y en el lapso de pocos minutos ambos, buey y escorpión, mueren ahogados. En
algún sentido, el señorío siguió funcionando mientras subsistió como un escorpión que por
su propia naturaleza la clavaba varios aguijones al pleno desarrollo de la economía agrícola
moderna en el campo europeo preindustrial.
Hace unos minutos dijimos que el feudalismo a fines del siglo XVIII parecía haber
atrincherado en muchas regiones prósperas del campo francés en aspectos super-
estructurales del sistema, como los monopolios, la justicia, los adornos, los títulos

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nobiliarios, etc. Bueno, ahora estamos en condiciones de decir que el feudalismo estaba
refugiado también a fines del Antiguo Régimen en la mentalidad señorial, un ethos todavía
extremadamente potente y resiliente, capaz de generar contradicciones objetivas con las
exigencias del sistema productivo real que sólo la Revolución pudo definitivamente
resolver a partir de 1789, con la supresión lisa y llana del sistema feudal.
Es importante que dediquemos esa sección final de la clase a identificar estos límites que el
feudalismo tardío le puso al capitalismo agrario en Francia -obstáculos que ya para aquella
misma época no existían en Inglaterra. Porque de lo contrario, ustedes podrían quedarse
con una imagen excesivamente moderna de los Barones de Pont-St-Pierre del siglo XVIII,
propia de empresarios schumpeterianos avant la lettre, en función del exitoso giro hacia la
agricultura comercial que hicieron por entonces. Y sin embargo, veremos enseguida que la
situación resultaba muy diferente en la práctica.
A) El primer límite, muy claro, que el señorío feudal le puso al desarrollo pleno de la
economía moderna en el campo francés fue la cuestión de la inversión. Miren estas
cifras, porque me parecen contundente: en el año agrícola de 1515-1516, los gastos
que el señor volcó sobre la baronía incluyeron apenas un 2,1% dedicado a la
reparación y conservación de un capital agrícola tan básico como eran las cercas, los
caminos, los puentes y los molinos. Si somos buenos, y tomamos en consideración
que en dicho año en la reserva se plantó una nueva vid, que insumió otro 5% de los
gastos, entonces podríamos llevar el porcentaje destinado a la inversión en capital
dijo a siete puntos. Ahora bien, ese mismo un 15% del gasto volcado sobre la
baronía se destinó al embellecimiento del viejo castillo y un 11% a la compra de
carne. En total, el gasto improductivo fue del 26%. Como podemos ver, el
porcentaje del gasto destinado a la conservación y mantenimiento del capital fijo
más básico resulta patéticamente exigua. Se estima que para mantener en buenas
condiciones un molino en el Antiguo Régimen, cada año había que reinvertir en él
hasta un 20% de los ingresos que este generaba.
En algún sentido, pues, es como si estos señores feudales normandos no hubieran
podido evitar destinar el grueso de su riqueza al consumo suntuario y al gasto
improductivo. Por algo quiebran a mediados del siglo XVIII. No porque no fueran
ricos; insisto en que el problema estaba en la estructura de gastos.

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Para comienzo del siglo XVIII, este descuido en la inversión en capital fijo estaba
comenzando a afectar, y mucho, a los ingresos señoriales. En 1739, el propio barón
del momento escribe una carta en la que admite que aquel año las tasas de mercado
casi no le habían generado ingresos ¿Por qué? Porque estaba en tan malas
condiciones el camino que desembocaba en el burgo capital, que muy pocas
personas podían asistir al mercado de los días sábados a comprar y vender
mercancía, y consecuentemente a pagar las coutumes señoriales. A comienzos del
siglo XVIII, los molinos banales estaban en un estado deplorable, tan lamentable
que ya no existían 3 sino solo 2, porque uno de ellos se había derrumbado. En 1714
esta desidia provocó una tragedia: una discusión entre un agente del señor y un
vasallo, que fue subiendo de tono y que terminó con el vecino matando al
funcionario del barón. Estaban también en pésimo estado los edificios de las granjas
instaladas en la reserva. En 1768, cuando Antoine Caillot acababa de comprarles el
dominio a los anteriores propietarios, la primera nota que recibe fue la del suegro de
uno de los dos granjeros de la reserva, que le explicaba que resulta urgente una
reducción del canon de arrendamiento anual; en el transcurso de los meses previos
se habían derrumbado los techos de los dos graneros, y como consecuencia su yerno
había perdido gran parte de la cosecha de grano. Caillot, de muy mala gana, debió
aceptar, entonces, una reducción del 40% del canon de arrendamiento anual de
dicho gran arrendatario.
Como podrán observar, el fracaso en la realización de estos gastos revela valores
económicos básicos de esta clase feudal, que no precisamente valores burgueses.
Esta clase señorial estaba ontológicamente incapacidad para ver que existía una
relación directísima entre la inversión y el aumento de sus ingresos anuales.
El problema de la inversión comenzó a resolverse cuando Antoine Caillot compró la
baronía en 1768, porque el hombre era, en última instancia, de extracción burguesa.
No provenía de la nobleza de sangre sino de la judicatura y del ejercicio de la leyes.
Caillot experimentó incluso con la supresión del barbecho en las tierras de su
reserva, es decir, con el sistema Norfolk, la rotación cuatrienal, que era la pieza
clave de la revolución agrícola a la inglesa. Más a la vanguardia en materia
agronómica no se podía estar en el siglo XVIII. Y sin embargo, aún así, la lucha

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entre, por un lado, la demanda de una administración económica más racional, y por
el otro, las metas extra-económicas propias del feudalismo, seguían teniendo como
escenario la mente del nuevo señor, y no siempre quienes vencían eran las
exigencias derivadas del sistema productivo. Aún cuando claramente de mentalidad
más burguesa, más propenso al ahorro, al control del gasto, y a la adaptación de los
gastos a los ingresos que sus predecesores Roncherolles, Antoine Caillot no podía
resistir la tentación de ejercer a pleno el nuevo rol de señor feudal local que su
fortuna (en el doble sentido de la expresión) le había asignado. Quiero decir, con un
fanatismo típico de los conversos, Caillot exigió a todos los habitantes de la
jurisdicción que respetaran sus derechos monopólicos a la caza y a la cría de
conejos, aún a sabiendas de que los ciervos, los jabalíes y las liebres ingresaban en
los sembradíos, incluyendo los de los propios grandes arrendatarios de la porción no
forestal de la reserva del señor, dañándolos gravemente. Sin embargo, Antoine
Caillot se negó siempre a suprimir estos monopolios económicamente absurdos.
¿Por qué? Porque en el feudalismo la cría de conejos o cualquiera de estos
monopolios recreacionales no era un hecho meramente económico, sino también un
hecho social, que ayudaba a construir en términos simbólicos la identidad pública
del señor local como gran potentado y aristócrata. Y por ello, éste era un aspecto
extra-económico del paquete feudal que había comprado, que Antoine Caillot
consideraba innegociable. Fíjense, pues, como muchas veces el hemisferio feudal
del cerebro del nuevo señor se imponía sobre su hemisferio burgués. Se trata, en
definitiva, de típico fenómeno de las fases históricas transicionales, aún cuando
expresado, en este caso, en términos de mentalidades colectivas.
B) El segundo obstáculo que la mentalidad señorial, mientras perduró, puso en el
camino del capitalismo agrario fue la cuestión del control de los mercados, en
especial, el más sensible de todos, el mercado granario. No sólo el poder feudal
exigía que todas las compraventas de grano, harina o pan que se realizaban dentro
de la baronía debían tener lugar en el mercado de los días sábados, sino que además,
durante toda la centuria, le impuso precios máximos a tales mercancías. Esta
decisión le ponía un techo relativamente rígido a la ganancia a la tasa de beneficio
de los propios agentes del capitalismo agrario a quiénes el mismo poder feudal

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había introducido en el territorio, e incluso puesto bajo su protección.
En otros términos, mientras existió la baronía siguió funcionando como una suerte
de embajadora, de representante institucional, de una manera pre-fisiocrática, pre-
liberal y pre-capitalista de comprender la economía, una actividad a la que se
concebía orientada por valores éticos, morales e políticos antes que por el pleno
despliegue de la lógica del mercado.
¿Por qué actuaba de esta manera el barón de Point-St-Pierre en el siglo XVIII? Por
dos motivos. Primero, porque sin dudas compartía de manera genuina con los
habitantes de la región los valores de lo que Thompson denomina la “economía
moral de la multitud.” Pero además existían razones de índole práctico: regulando
los mercados e impidiendo los abusos de agiotistas y acaparadores, el poder feudal
local alejaba el riesgo del estallido de motines del hambre, que no por coyunturales
(pues el siglo XVIII fue, en términos generales, una era de abundancia y desarrollo
agrícola), podían resultar en extremo disruptivos de la concordia social cuando se
producían. En 1735, por caso, el fiscal del tribunal señorial detectó una maniobra
especulativa en extremo peligrosa. Se había vuelto costumbre entre los grandes
mercaderes de grano de la baronía ingresar muy temprano al mercado de los días
sábados, para comprar prácticamente la totalidad de las reservas. Entonces, cuando
en torno al mediodía llegaban los consumidores minoristas, no encontraban la
mercancía o la hallaban a un precio muy elevado. Ante estas maniobras, semana tras
semana los ánimos comenzaron a caldearse en el señorío. No facilitaban las cosas la
actitud desafiante de algunos agiotistas. Cuando en una oportunidad la turba increpó
a uno de ellos por la actitud de acaparamiento que estaba teniendo, le respuesta no
pudo ser más provocativa, pues respondió; “bastardos, el sábado que viene voy a
hacer que paguen el grano más caro todavía”. Por recomendación del fiscal, el
tribunal feudal de Pont St. Pierre publicó entonces una ordenanza que prohibió a los
grandes comercializadores de grano ingresar al mercado de los días sábados antes
de las 12:30 del mediodía, para permitir que los pequeños compradores pudieran
abastecer sus necesidades a un precio razonable.
En 1768 asistimos da otro pico de tensión, pero esta vez provocado por los grandes
productores de grano. El fiscal del momento volvió a detectar una maniobra

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especulativa: hacía varias semanas ya que los principales agricultores estaban
llevando muy poco grano al mercado, por lo cual el precio había comenzado a
aumentar. Bueno, el tribunal feudal publicó entonces otra ordenanza, en la que
obligaba a los 22 principales productores de grano residentes de la baronía –entre
los que se contaban los grandes arrendatarios de la reserva señorial– a llevar todas
sus reservas de grano al mercado del sábado subsiguiente, para que la población
pudiera satisfacer sus necesidades; quienes desobedecieran la orden deberían pagar
a la corte feudal una fuerte peca pecuniaria. Y para que nadie adujera
desconocimiento de la norma, el tribunal destacó a un sargento señorial para que se
apersonara en cada uno de los domicilios de estos grandes productores para
informarles acerca del bando feudal.
Lo interesante es que este énfasis del poder feudal local por controlar los mercados
del grano y de la harina resultaba contemporáneo de la política opuesta de
liberalización que estaba llevando adelante la monarquía en la misma época. En
1764, Luis XV cedió a los consejos de su ministro fisiócrata, el barón Turgot, y
liberó por completo a nivel nacional el mercado de granos. Ello genero una suba
sostenida del precio del pan y de sus componentes, que se fue acumulando año tras
año, como también se fueron acumulando las tensiones sociales. La bomba explotó,
pero Luis XV tuvo la suerte de que no le explotara a él, dado que muere en 1774.
Fue su nieto Luis XVI, durante su primer año de reinado, en 1775, quien debió
hacer frente al estallido en el norte de Francia del peor motín del hambre de la
historia europea, que se conoce como Guerra de las Harinas, sin duda provocada por
la irreflexiva y descontrolada liberalización total del mercado de granos a escala
nacional. Cuando veían situaciones de violencia como las que estoy describiendo,
los agentes del poder feudal en Pont-St-Pierre sin duda se reafirmaron en su tesitura
de que la política correcta a seguir era mantener controlados a nivel local los precios
de los alimentos básicos.
C) El último obstáculo que la mentalidad señorial puso en el camino de la economía
agraria en sentido moderno fue la pretensión de regular el funcionamiento de la
protoindustria o industria rural a domicilio. La industria dispersa debuta en esta
baronía a comienzos del siglo XVIII, y rápidamente se convirtió en un boom. Se

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trataba de una protoindustria que giraba en torno a la elaboración de hilo de
algodón. Se estima que para cuando estalle la revolución en 1789, la mayoría de los
habitantes que tenía el señorío en sus dos burgos principales vivían de la
protoindustria.
Durante todo el siglo XVIII el poder feudal local se esforzó por controlar este
mercado, exigiendo que todas las compra-ventas de la materia prima (algodón
crudo) y del producto terminado (hilo de algodón) se hiciera en el mercado de los
días sábado, solo ahí. Además, claro, poniendo precios máximos a todas estas dos
mercancías. Estaba claro que si el fisco señorial deseaba obtener ingresos gracias a
la industria a domicilio, necesitaba que la actividad no se desmadrara y que se
siguiera funcionando dentro de los estrechos límites que para ella diseñaba la
autoridad feudal.
Esta decisión política de la baronía provocó el estallido de una guerra fría durante
todo el siglo XVIII entre protoindustria y feudalismo local. En 1769, el fiscal del
tribunal señorial redactó y presentó antes los magistrados baroniales un extenso
memorial. Este es un texto muy curioso, que parece ser en principio una apología
del liberalismo. Contiene frases del estilo “la libertad es la base esencial de todo
comercio y riqueza”. Sin embargo, si continuamos leyendo, pronto vamos a
descubrir que detrás de esta retórica liberal se escondían exigencias de mayores
controles. El memorial concluía pontificando que para que dicha libertad mercantil
fuera un hecho, los empresarios protoindustriales tienen que cumplir con todas las
reglamentaciones rígidas que les imponía el poder feudal. El fiscal llegó incluso a
solicitarles a los jueces feudales que ordenaran a los mercaderes protoindustriales
“establecer los precios del algodón crudo (es decir, de la materia prima) y del hilado
(es decir, del producto terminado) en su verdadero valor y en relación con la
legítima ganancia, sin que puedan establecer precios desproporcionados, bajo pena
de una multa de 50 libras”. No se si se dan cuenta del hecho notable que estamos
pudiendo observar en el documento: uno reducido grupo de oscuros agentes
feudales en un recóndito rincón del campo francés se mostraban suficientemente
seguros de sí mismos como para pretender inmiscuirse en la estructura de costos de
los empresarios de la industria rural a domicilio, a cuyos principales responsables

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les exigían una razonable relación costos-beneficios. En 1776 presenta, el mismo
fiscal señorial presentó otro memorándum al tribunal, en el que volvía quejarse por
el incumplimiento de las normas; insistía en que los líderes de la industria dispersa
seguían con su pretensión de convertirse en “amos de los precios”. No dejemos
pasar el año en que fue firmado este segundo memo: 1776. Dicho año no sólo el de
la Independencia de Estados Unidos o la creación del Virreinato del Río de la Plata,
sino también el de la primera edición de La riqueza de las naciones del escocés
Adam Smith, primer gran monumento del liberalismo temprano, que predicaba
principios económicos diametralmente opuestos a los defendidos en el campo
francés en muchas provincias.
Esta lucha permanente entre protoindustria y feudalismo dio lugar a episodios que
parecen verdaderos pasos de comedia. Con mucha frecuencia los sargentos
señoriales emboscaban a los empresarios protoindustriales en la afueras de sus
viviendas o de sus locales, con la esperanza de descubrirlos in fraganti comerciando
hilo o algodón fuera de los espacios autorizados. El ingenio de los agentes
protoindustriales para burlar el pago de las tasas de mercado no tenía límites en
Pont-St-Pierre. En una ocasión llegaron a montar carpas unos kilómetros antes del
burgo capital, para interceptar a los productores protoindustriales, y comprarlos el
hilo de algodón por fuera del mercado, evitando de esa forma el pago de los
impuestos. Se denunciaron incluso actos de vandalismo por parte de los agentes de
la protoindustria, con indudable tinte mafioso, si cabe el anacronismo: algunos
campesinos que se negaron a venderles el hilo de algodón fuera del mercado de los
días sábados, reportaron que al día siguiente hallaron sus fardos de hilo o algodón
destruidos.
El poder feudal tuvo que repetir las mismas ordenanzas regulatorias de la
protoindustria en 1729, 1738, 1747 y 1769. Y nosotros ya sabemos que cuando la
misma norma, siempre igual a sí misma, se repite en períodos cortos de tiempo, es
porque muy probablemente no estuviera siendo respetada.

En función de lo dicho en esta última parte de la clase, pues, queda claro que aquella visión
excesivamente moderna de los barones de Point-St-Pierre que pudo haberles quedado,

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después de constatar como impulsaron en el siglo XVIII la racionalización reserva y el
ingreso de los grandes arrendatarios, debía indefectiblemente matizarse. Lo que aristócratas
como los Roncherolles buscaban en el Siglo de Las luces era alguna forma honorable de
maximizar sus ingresos sin modificar su estructura de gastos; por éso, a pesar de que
modernizaron su señorío, se fundieron igual; y por eso, aunque introdujeron a los grandes
perceptores de renta capitalista del suelo, su mentalidad señorial continuó poniendo
obstáculos al desarrollo pleno de su economía y a su tasa de beneficio.
Mientras existió, esta mentalidad siguió obstaculizando al pleno despliegue de las fuerzas
productivas e incluso, como estamos viendo, le puso límites al desarrollo de la
protoindustria, que ya sabemos, era una de las vías privilegiadas de penetración de las
relaciones sociales capitalistas en el campo. Fue necesario el estallido de la Revolución en
Francia para que se superara esta contradicción, pues en aquellas décadas finales de la Edad
Moderna resultaba obvio que lo superestructural ya no se condecía con lo estructural. Acá
existía un evidente desfasaje superestructura-estructura; el sistema productivo iba a una
velocidad, mientras que las pautas políticas, jurídicas, institucionales y consuetudinarias
iban a otra. ¿Cómo resolvió esta contradicción esencial la Revolución? Muy fácilmente:
suprimiendo sin mayores miramientos al feudalismo, y con ello acabando con obstáculos
como los que hemos identificado en el final de esta clase.

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