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La Santísima Trinidad

Mt 28, 16-20

1. Anotaciones al texto

La estructura del relato consta de una introducción (vv. 16-18a); y, un dicho extenso de
Jesús (vv. 18b-20). La introducción, formulada desde la perspectiva de los discípulos,
contiene una indicación situacional: “Fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado” (v.16), un encuentro con el Resucitado: “Al verlo”, una respuesta de los
discípulos “lo adoraron, pero algunos dudaron” (v.17); y, un acercarse y hablar de Jesús
(v.18a).

El dicho extenso de Jesús, contiene una concesión de autoridad: “Se me ha dado plena
autoridad” (v.18b), una encomienda que consta de dos imperativos: “vayan y hagan”
(v.19) y dos oraciones participiales: “bautizándolos… y enseñándoles” (20a), que explicitan
dicha encomienda; y, la reafirmación de una presencia permanente: “Y sepan que yo
estoy en medio de ustedes” (20b).

El texto es, por una parte, la culminación del relato pascual de Mateo, anunciada por las
palabras del ángel y de Jesús a las mujeres (Mt 28, 7-10). El sujeto (los once) evoca
inmediatamente el transcurso de la historia de la pasión: el traidor, no está; los lectores del
evangelio conocen el relato de su muerte (Mt 27, 3-10). Pero, el texto recuerda, por otra
parte, otros relatos determinantes en el desarrollo de la narrativa mateana sobre Jesús:
“Galilea” trae a la memoria el lugar donde Jesús, de niño, huyó del malvado Herodes (2,
22) y allí se retiró después de haber sido asesinado Juan Bautista (4, 12), el lugar donde
Jesús enseñaba y curaba (4, 23-25), la mayoría de discípulos proceden de allí (4, 18), en
este sitio surgió la comunidad de los discípulos, la Iglesia de Jesús (16, 13.18), el ángel de
la resurrección y el Resucitado dice a las mujeres que vayan a Galilea, que allí lo verán (28,
7.10; 26, 32).

La expresión “al monte”, el hecho de estar con artículo, evoca de inmediato al lugar de las
tentaciones, del combate entre Jesús y el imperio romano (4, 8), al lugar del discurso del
monte, el anuncio programático del reino de los cielos (5, 1; 8, 1), el lugar donde oró (14,
23), curó enfermos (15, 29-31), dio de comer a multitudes (15, 32-39) y se transfiguró (17,
1. 9). El monte de los olivos es el lugar desde donde Jesús dispuso ir a Jerusalén (21, 1) y
hacia el que partió desde el cenáculo (26, 30); y, este sitio despierta ecos de las tradiciones
del monte en el AT (Dt 34, 1-5). Asimismo la expresión “lo adoraron” rememora: la
adoración de los sabios del oriente al niño (2, 11), la tentación que le hizo el emperador
romano a Jesús que si lo adoraba, le daría todo el poder (4, 9), la adoración y la duda de los
discípulos y de Pedro a la aparición de Jesús sobre el lago (14, 31-33), y la aparición de
Jesús a las mujeres (28, 9). Por último la expresión “yo estoy en medio de ustedes” sugiere:
la presentación que el evangelio ha hecho de Jesús como el Emmanuel, “Dios en medio de
nosotros”, (1, 23), y, la promesa de “donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí
estoy yo en medio de ellos” (18, 20).

En esta escena están unidos el elemento cristológico y eclesiológico. Aquí culmina la


presentación de Jesús como Hijo del hombre, Señor, Hijo de Dios y Emmamuel, que ha
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recorrido el evangelio. Aunque todo ello se confiesa de ese Jesús terrestre cuya enseñanza
se ha escuchado a lo largo de la obra. Y estas afirmaciones cristológicas son el fundamento
de la eclesiología que es el centro del relato. Porque ha recibido todo el poder, Jesús
resucitado envía a misionar a todos los pueblos. El aspecto “todos” se repite en los vv. 18.
19. 20.

Los discípulos son presentados sin idealizaciones, con una actitud contradictoria, le adoran
y dudan (v.17), aspectos que corresponden a la situación de la comunidad mateana.
Mientras en Mt 10, a los discípulos, no se les mandaba a enseñar, ahora sí reciben dicho
encargo. Ellos tendrán que enseñar lo que Jesús, el maestro, les ha instruido (23, 8-10).
Jesús resucitado no dice nada nuevo, sino que declara la validez permanente de lo que ha
enseñado Jesús terrestre (v.20a).

2. Sugerencias para la homilía

- En la Iglesia se debe hablar de Dios por lo que él obra con nosotros. Hablar de Dios es
reconocer, con sencillez, su obra y guardar por amor sus mandamientos (Dt 4, 39-40). La
mayoría de veces, Dios se esconde en la vida nuestra. Él se muestra el Dios de los sencillos,
a quienes él da a conocer su reino (Mt 11, 24-24). La celebración de la Santísima Trinidad
es la invitación a volver la mirada al Dios humilde y amoroso.

- “Los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado” (v.
16). Celebrar la Santísima Trinidad es volver a Galilea y al monte, ello quiere decir al Dios
humano, de la Alianza, al del amor y de la historia. La resurrección de Jesús podía conducir
a los discípulos a deshistorizar a Dios, a colocarlo en las alturas para que no se meta en los
asuntos de los hombres. Necesitamos recuperar la alegría del Dios Padre que acompaña los
conflictos y dudas de la historia humana. Para Dios somos sus hijos queridos e hijas
queridas, y, Él es Padre nuestro. Jesús así nos enseñó (Mc 14, 36; par. Mt 26, 42).

- “Me ha sido dado toda autoridad en el cielo y en la tierra”. Jesús tiene autoridad porque
ha obedecido radicalmente a Dios Padre. Por su obediencia, él se ha convertido en el Señor
del cielo y la tierra. Los gobernantes o los que manejan la política con dinero, no son los
que tienen la última palabra sobre la vida de las personas, sino Jesús, quien ha recibido esta
autoridad del Padre (Mt 11, 27). El discípulo en este mundo no tiene otra opción más que
obedecer a Dios, como Jesús lo hizo. Este es el sentido del mandato: “Vayan, pues, y hagan
discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del hijo y del Espíritu
Santo”.

El mandato es ir y hacer discípulos. Sólo puede hacer discípulo de Jesús, quien vive como
tal. El evangelio ha señalado que sólo el que vive como hijo revela al Padre (Mt 11, 25-27).
Los discípulos de Jesús hacen la voluntad del Padre (12, 49-50), y el Espíritu del Padre (Mt
10, 20) es el que ayuda a hablar y vivir esa vida, así como el Espíritu asistió a Jesús en su
misión (Mt 3, 16; 12, 18-21). Parte de la misión es “enseñándoles a guardar”. Según Mateo
el contenido de la enseñanza son las bienaventuranzas del reino de los cielos (5, 1-10).
Estas bienaventuranzas son el retrato y la ética de Dios, y de aquellos que desean ser sus
discípulos. Sólo viviendo esta ética “Dios está en medio de nosotros”.

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