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El joven Babar y su esposa Alisha vivían en una bonita casita de paredes azules y tejado rojo.

Como era bastante grande y cómoda solían organizar cenas en las que se reunían con sus
mejores amigos en torno a una mesa repleta de comida y buen vino. Eso suponía dedicar horas
a los preparativos, pero se lo pasaban tan bien todos juntos, charlando y riendo hasta la
medianoche, que el esfuerzo merecía la pena.

Un día que tenían invitados Babar se levantó temprano, desayunó en menos de cinco minutos,
y le dijo a su mujer:

– Voy a salir a comprar el pollo al supermecado para esta noche. Seremos diez, así que traeré
el más grandote que encuentre. ¿Te parece bien?

– Claro, mi amor, me parece perfecto, no olvides llevarte tu tapaboca

– ¡Fantástico! Estoy deseando que nuestros amigos prueben tu nueva receta de pollo estofado
con curry, pasas y almendras. ¡Te sale tan ricosimo,como de cinero de restaurante!

– ¡Ja, ja, ja! Anda, vete ya y no tardes demasiado que quiero guisarlo durante la mañana. Ya
sabes que si lo dejamos reposar unas horas la salsa espesará y estará todavía más exquisito.

Babar besó amorosamente a la preciosa e inteligente Alisha y salió del hogar. Hacía un
fantástico día de sol y recorrió con agrado varias calles antes de llegar a la pollería del barrio. El
pollero le atendió nada más cruzar la puerta.

– ¡Buenos días, caballero!

– ¡Buenos días!

– Dígame, ¿en qué puedo ayudarle?

– Esta noche vendrán unos cuantos amigos a cenar a casa y quiero llevarme un pollo muy
grande para todos.

El vendedor sonrió y señaló el único que había expuesto en el mostrador.


– ¿Qué le parece este? ¡Le aseguro que es de primera calidad!

– Estoy convencido de ello, pero ¿cuánto pesa?

– Tengo la báscula en la trastienda. Espere un momento que voy a comprobarlo.

Cogió el pollo y durante unos segundos desapareció de la vista de Babar. Cuando regresó, le
informó:

– Dos kilos exactos, señor.

Babar hizo un gesto de negación con la cabeza y disconforme dijo:

– ¡Oh, vaya, entonces no me sirve! Es demasiado pequeño para tanta gente, y más teniendo
en cuenta que mis amigos comen como lobos. ¡No se imagina lo tragones que son! Le ruego
que me disculpe, pero tendré que ir a otra tienda.

El pollero sintió mucha rabia. ¡No podía permitir que un cliente se fuera de su establecimiento
con las manos vacías! Pensó rápido en una solución y se le ocurrió que podía probar a
engañarle.

– ¡Oiga, aguarde un momento! Acabo de recordar que en la trastienda tengo otro pollo
bastante más grande que este. Ahora mismo se lo enseño.

Babar respiró aliviado, dio media vuelta y se situó de nuevo junto al mostrador. El pollero se
metió en la trastienda con el pollo de dos kilos en la mano izquierda, y un ratito después salió
n, con el mismo pollo, exactamente el mismo, esta vez en la mano derecha.

Se lo mostró a Babar, y mintiendo como un bellaco, exclamó:

– ¡Aquí lo tiene, señor! Como puede comprobar hay bastante diferencia entre uno y otro.

– Supongo que así será… ¿Cuánto pesa este?


El vendedor, con total desfachatez, le aseguró:

– Un poquito más de tres kilos.

Babar hizo sus cálculos en voz alta:

– Si el primer pollo pesa dos kilos y este otro pesa tres… ¡Perfecto, cinco kilos de pollo es lo
que necesito! Por favor, si es tan amable, envuélvamelos que me los llevo.

¡El pollero se quedó de piedra pómez! Su sucia artimaña acababa de fracasar porque el muy
torpe no había contemplado la posibilidad de que Babar quisiera comprar los dos pollos.
Nervioso, empezó a pensar a toda velocidad:

– ‘¿Y ahora qué?… ¿Y ahora qué hago?… ¡Ay, me temo que acabo de meter la pata hasta el
fondo!’

Por mucho que intentó decir algo coherente no se le ocurrió nada para salir del embrollo.
Como es lógico, Babar se dio cuenta de que algo raro estaba pasando al ver que el hombre,
además de quedarse sin voz, se ponía rojo como un tomate y empezaba a sudar a borbotones.

– ¿Quiere explicarme qué sucede?… ¿Por qué no me prepara los dos pollos? A decir verdad,
tengo bastante prisa.

El pollero, avergonzadísimo, confesó:

– Señor, disculpe usted, pero solo tengo uno y pesa dos kilos.

Babar ató cabos y entendió que el vendedor había tratado de timarle.

– ¡Será posible!… Lo que acaba de hacer es repugnante y me alegro de que le haya salido mal
la jugada. Quiero que sepa que jamás volveré a pisar su tienda. ¡Hasta nunca!

Babar abandonó el local decidido a comprar el pollo en cualquier otra tienda. En cuanto al
pollero hay que decir que se sintió fatal por haber mentido y se prometió a sí mismo no volver
a caer en la tentación de hacerlo. ¡Había aprendido la lección!

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