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Hace mucho tiempo, un campesino quiso conocer si su Rey era de carne y hueso, así que
pidió todo su salario a su amo y partió inmediatamente rumbo a la corte.
Al llegar al palacio real, tuvo que esperar largas horas para ver a su Alteza, y cuando por fin
le vio, quedó profundamente decepcionado. “El Rey es de carne y hueso, y pensar que he
gastado todo mi dinero para recibir esta decepción tan grande”.
Tal fue el enfado del campesino, que comenzó a dolerle una muela. Pero como también
tenía mucha hambre y apenas le restaba un peso en sus bolsillos, quedó sin saber qué hacer:
“Si gasto este peso para comer, no podré sacarme la muela, y si me saco la muela no me
quedará nada y moriré de hambre”.
Así anduvo largo rato caminando el campesino hasta que se topó sorpresivamente con una
dulcería, de donde salía un olor exquisito a panes y pasteles. Embobecido por el aroma, el
campesino no notó que dos bribones se acercaban de repente a su encuentro.
“¿A qué no eres capaz de comerte más de cien pasteles?” – exclamaron a coro los
tramposos para burlarse del campesino.
“Les apuesto que sería capaz de comerme quinientos pasteles” – contestó con firmeza.
“Pues de tonto nada, que me han sacado el hambre y para colmo, me han librado de un
terrible dolor de muelas”
De esta manera, los dos tramposos quedaron en ridículo frente a todos y echaron a correr
muertos de vergüenza.