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PARA EL EVANGELISMO
Traducción
de Evangelismo y Educación de la
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Introducción
¿Qué es Evangelismo?
Jesucristo es el Centro
El Antiguo Testamento
Conclusión
El Pacto de Seúl
Modelos Bíblicos
para el Evangelismo
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Introducción
En la actualidad hay muchos seguidores de Jesús que se sienten culpables por lo que ellos
creen ser una falta de voluntad o habilidad para compartir la fe en Jesucristo, para
comprometerse con el evangelismo. Esto se debe a que el evangelismo ha sido definido
exclusivamente como una predicación verbal, un decir a otros de palabra acerca de
Jesucristo. Irónicamente, algunos de los que se cuestionan si podrían llegar a ser testigos
efectivos de Cristo, sin darse cuenta ya están siendo verdaderos evangelistas, testigos
constantes de la fe en Dios.
Las Escrituras nos proveen una rica y amplia gama de formas de testificar. La Biblia no confina
la tarea evangelística a uno o dos métodos solamente. Desafortunadamente, muchos
modelos descritos en libros y folletos en el día de hoy sólo buscan una metodología de
éxito. No se considera lo que dicen las Escrituras acerca de cómo realizar esta tarea vital que
Jesús nos dejó.
“Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos
en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
Por supuesto, los cristianos de hoy vivimos en una era diferente a la de los del primer siglo, y
nuestras culturas son muy distintas a las de ellos. Es necesaria la adaptación y creatividad. Los
métodos empleados en un área entre ciertos grupos no serán necesariamente apropiados en
otros lugares.
Sin embargo, el primer lugar donde debemos buscar modelos significativos para el
evangelismo es en las Escrituras. En la Biblia hallamos las historias de Jesús, de Pedro, de
Esteban, de Pablo, y de muchos otros.
Los métodos contemporáneos no son inapropiados, pero deben ser utilizados dentro del
contexto de las lecciones aprendidas y de los modelos ofrecidos en el Nuevo Testamento.
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Incluso la palabra modelo en el título de nuestro estudio puede ser malinterpretada como si
quisiéramos decir “copia”. El Nuevo Testamento no es un manual para ser copiado. No se
propone enunciar técnicas que deben ser seguidas. A través del Nuevo Testamento el Espíritu
de Dios nos habla alentándonos a compartir la fe en Jesucristo, pero no esclavizándonos a
adoptar ciertos métodos.
Nuestro estudio nos ayudará a comprender que las personas del Nuevo Testamento se
pusieron a la disposición de Dios para testificar de Cristo de diversas formas. Usualmente no lo
hicieron a través de procedimientos estratégicos y planes meticulosos, sino situándose en el
lugar donde Dios deseaba que estuvieran y abriéndose a la dirección del Espíritu.
Debido a la gran cantidad de modelos que ofrecemos, es imposible que en las páginas que
siguen no hayan superposiciones. Algunos quizá considerarán que hacemos distinciones
innecesarias entre ciertos modelos. Quizá otros sentirán que considerar algunos de estos
modelos como “evangelísticos” es problemático. Otros aún considerarán que la distinción que
hacemos entre evangelismo y discipulado es muy imprecisa, o que quizás hacemos demasiada
distinción entre ambos conceptos.
Todos los modelos que presentamos en las siguientes páginas presuponen la existencia de
estos elementos clave, cualquiera sean los métodos utilizados. Aquí se ofrecen veinte
modelos diferentes de evangelismo. Al considerarlos detenidamente, uno se pregunta si de
veras los cristianos de hoy los hemos tomado en cuenta con seriedad.
¿Qué es evangelismo?
Ahora bien, ¿qué es evangelismo? Esta es una pregunta de peso y muy compleja para ser
tratada aquí. La posición del autor acerca del propósito de este estudio es simplemente
afirmar juntamente con Toyohiko Kagawa que el evangelismo significa la conversión de una
persona de la mundanalidad a la semejanza de Cristo. Expresado en otros
términos: “evangelizar es presentar a Jesucristo en el poder del Espíritu Santo, para que las
gentes pongan su confianza en Dios a través de El como su Rey en la comunión de su
Iglesia” (Pacto de Lausana, 1974).
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Cuando consideramos los evangelistas y los métodos evangelísticos empleados en nuestra era
moderna nos damos cuenta que los modelos bíblicos citados están siendo empleados por los
grandes evangelistas contemporáneos. Adoniram Judson y Johann Oncken usaron el modelo
misionero. Billy Graham llama al nuevo nacimiento y predica sobre Juan 3 más que de otro
texto en la Biblia. Tony Campolo es un gran contador de historias, y desafía con ellas a la
obediencia y a la fe. Dwight L. Moody y otros de su era, junto con Nilson Fanini, Luis Palau, Billy
Kim y otros evangelistas muy efectivos de hoy continuan haciendo lo que sus contrapartes
neotestamentarios hicieron: llamar al arrepentimiento y a la fe. Steve Chalque, Tim Costello y
John Stott son grandes apologistas cristianos. Pero por sobre todas las cosas, la fe es
compartida cada día alrededor del mundo por millones de seguidores de Jesús que cuentan a
otros la historia de su relación con él.
Jesucristo es el Centro
En el Evangelio de Juan, Jesucristo dice: “Y yo, si fuere levantado de la tierra a todos atraeré a
mi mismo” (Juan 12:32).
Jesucristo debe estar en el núcleo de todas nuestras tareas evangelísticas así como está en el
centro mismo de las enseñanzas de toda la Escritura.
Con mucha frecuencia las predicaciones estimulan a la gente a entregarse a Jesucristo, pero
fallan en describir la maravilla, belleza y gracia de Jesús, a quien precisamente se desea que la
gente se comprometa a seguir.
El bien conocido texto de Juan 3:16 dice: “Porque de tal manera habló Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en el cree, no se pierda, más tenga vida
eterna”. Ningún otro texto es tan citado como éste. Juan 3:16 ciertamente resume el papel
fundamental que Jesucristo juega en nuestra oportunidad de perdón y aceptación en la familia
de la fe.
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El apóstol Pablo escribió: “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a
Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2) . Para Pablo no había duda de que el
evangelismo debía estar siempre centrado en la persona de Jesús. En otra ocasión
escribió: “¡Ay de mi si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:16). Las buenas nuevas que
Pablo declara son la nueva vida que Jesucristo ofrece.
A la misma Iglesia en Corinto Pablo escribió: “Porque los judíos piden señales, y los griegos
buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado...” (1 Corintios 1:22-23).
El Nuevo Testamento está lleno de enseñanzas que dejan muy en claro que no podemos
comprometernos evangelísticamente a menos que nuestro centro sea el Señor Jesucristo. En
Hechos 4:12 leemos la afirmación intransigente de que: “no hay otro nombre bajo el cielo
dado a los hombres, en que podamos ser salvos”.
Las iglesias cristianas de hoy enfrentan los desafíos de las grandes religiones históricas
presentes en nuestras sociedades multiculturales. Con cortesía y gracia divina debemos insistir
en la enseñanza de que Jesucristo es único, y que la salvación sólo puede ser hallada en él.
Cualquiera sea nuestra metodología para el evangelismo, sea con orientación bíblica, o a
través de la adaptación de modelos seculares, o incluso una combinación de ambas; debemos
siempre animar a la gente a buscar respuestas a los grandes misterios de lo bueno y lo malo, la
vida y la muerte, en el incomparable Hijo de Dios, Jesus el Cristo, salvador y
amigo. Comprendamos que nuestra eficacia no se debe a nosotros mismos, sino que es obra
del Espíritu de Dios, quien testifica de la gracia salvadora de Cristo.
El Antiguo Testamento
A lo largo del Antiguo Testamento, el pueblo de Dios fue muy exclusivista. Casi nunca
testificaron a “las naciones”. Al defender la validez de su Dios (ver Génesis 1:11), los israelitas
normalmente buscaban proteger su propia teología, su propio entendimiento de Dios, y su
pacto con él.
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De hecho, los israelitas siempre sospechaban de las naciones vecinas, que adoraban una gran
variedad de dioses. Como resultado, más que tratar de alcanzar a las naciones, tratando de
compartir su entendimiento del único y verdadero Dios, deseaban derrotarlos y destruirlos. A
través de la mayor parte de su historia, para Israel y Judá las naciones eran el enemigo.
Desde el tiempo en que Dios prometió hacer de Israel una gran nación y a través de su
problemática historia, Israel creía que era la nación especial de Dios y, por lo tanto, no veía la
necesidad de alcanzar, en un sentido “evangelístico”, a Moab, Edom, Filistea, Siria, Amón o
cualquier otra nación vecina.
Aunque la promesa del Pacto era que Israel sería una bendición para todas las naciones
(Génesis 12:1-3), lo cual anticipaba bendiciones futuras para todos los pueblos, ésto no motivó
a Israel a ofrecerse a compartir con las naciones vecinas su particular relación con Jehová Dios.
Los hijos de Israel creían que la presencia de Dios residía solamente en la ciudad santa,
Jerusalén (Ezequiel 43:7), en el templo, en el lugar santísimo, en el arca del pacto. Cuando el
pueblo de Judá fue llevado cautivo a Babilonia no creyó que la presencia del Señor iba con
ellos. Creyeron que su Dios los había abandonado, quedándose en el templo de Jerusalén.
Entonces se sentaron y lloraron. Colgaron sus arpas de los sauces y se rehusaron a “cantar los
himnos de Sión” (Salmo 137:1-6).
También el libro del profeta Oseas, en sus relaciones con su esposa Gomer, es un cuadro
maravilloso del Señor Dios alcanzando a las personas que rechazan el perdón que Dios
continúa ofreciendo. “Ve, ama a una mujer amada de su compañero, ...como el amor de
Jehová para con los hijos de Israel...” (Oseas 3:1).
Hay un sinnúmero de declaraciones en los escritos de los profetas que señalan la venida del
Mesías. Por ejemplo, Isaías mira hacia el futuro con su notable profecía: “Porque un niño nos
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es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre
Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. (Isaías 9:6). Estos indicios de
la intención de Dios para el mundo son importantes y emocionantes, pero en el gran volumen
de las enseñanzas del Antiguo Testamento hay relativamente pocas profecías de este tipo.
Ellas anticipan, sin embargo, lo que va a venir.
El Mesías por venir era una expectativa judía. Sin embargo, algunos creían que el Mesías
traería bendiciones y paz a todas las personas, no sólo a los judíos. Jonás, por ejemplo, es un
libro misionero. Por eso, aunque generalmente el Antiguo Testamento no es necesariamente
“evangelístico”, hay suficientes indicios de lo que iba a surgir como para permitirnos ver un
anticipo de lo que sucedería. Es en el Nuevo Testamento, sin embargo, donde encontramos
una serie de modelos apropiados para el evangelismo.
Los creyentes bautistas en la antigua Unión Soviética con frecuencia se llaman a sí mismos “los
arrepentidos”. Ellos toman seriamente el mandamiento bíblico de arrepentirse “porque el
reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2), y “bautícese cada uno de vosotros” (Hechos
2:38).
El Señor Dios, a través de los profetas, constantemente instaba a los hijos de Israel a
arrepentirse de sus recaídas y volver a las sendas de justicia. Cuando Juan el Bautista llegó a
Judea predicando un “bautismo de arrepentimiento”, no trajo un concepto completamente
nuevo. Cuando este intransigente profeta clamó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se
ha acercado”, reanimó un sentimiento ya presente en los corazones de aquellos que se
encontraban a la orilla del río Jordán para escucharlo. Juan recordó el juicio de Dios sobre
aquellos que se negaban a arrepentirse.
También Jesús instó a sus oyentes con estas palabras, “El tiempo se ha cumplido y el Reino de
Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el Evangelio” (Marcos 1:15). Jesús con frecuencia
confrontó a aquellos que venían a interrogarle, criticarle o sólo a escucharle, con el desafío del
arrepentimiento.
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Con toda facilidad deducimos de la enseñanza de Juan el Bautista que el juicio caerá sobre
aquellos que no se arrepientan. Este era su énfasis constante. Aunque el propio Jesús advirtió
del juicio venidero, de la misma manera, y con más frecuencia, señaló la oferta gratuita del
perdón de Dios. El énfasis en el mensaje de Jesús fue instar a sus oyentes a celebrar con
regocijo la venida del Reino de Dios. Arrepentimientirse y tener fe son prerrequisitos para la
celebración.
En respuesta al sermón de Pedro en Pentecostés y sus duras palabras “...a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo”, la gente dijo a Pedro y a los otros
apóstoles, “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Pedro respondió: “Arrepentíos y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados” (Hechos 2:36-
38).
Hechos 3:19 dice: “Así que, arrepentíos y convertíos”. Una parte importante del mensaje
evangelístico del Nuevo Testamento es un llamado a las personas para que se arrepientan de
sus pecados y den la “vuelta”, un giro completo hacia Dios.
Cuando se trata del destino eterno de una persona, la Escritura es bien clara. Romanos 3:23
advierte que “la paga del pecado es muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro”.
A pesar del amor y la gracia de Cristo, mucha gente puede ser muy resistente a la invitación
divina. El libro de Apocalipsis está lleno de advertencias sobre las terribles consecuencias de
rechazar el arrepentimiento (ver Apocalipsis 16:9-11).
El joven rico, en su encuentro con Jesús, se negó a arrepentirse de su forma de vida y dio sus
espaldas a Jesús (Mateo 19:16-22). Para encontrar la vida que Dios nos ofrece, la enseñanza
bíblica dice que primero tenemos que arrepentirnos. La Biblia nos estimula a que cortés pero
urgentemente llamemos a otros al arrepentimiento y a la fe. Sólo podemos responder a ese
llamado cuando nos hemos arrepentido primero de nuestros pecados, nuestro orgullo, y
nuestro espíritu crítico.
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El modelo del arrepentimiento se encuentra a través de toda la Escritura, mientras que en Juan
capítulo 3, en el encuentro de Jesús con Nicodemo, se destaca otro modelo: el modelo del
nuevo nacimiento.
“Había un hombre de los fariseos que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este
vino a Jesús de noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque
nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. En respuesta Jesús
declaró: Te digo la verdad, el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios” (Juan
3:1-3).
Jesús es bien claro. A menos que una persona nazca de nuevo, no puede entrar en el Reino de
Dios. Si nos convertimos en miembros de la familia de Dios mediante el nuevo nacimiento,
¡seremos cambiados!
Este modelo bíblico de evangelismo es muy importante. Las palabras y las enseñanzas de Jesús
son cuidadosamente registradas por el apóstol a quien Jesús amaba, y se derivan directa y
específicamente del propio Señor Jesucristo. El creyente hará bien en estimular a otros a que
tengan la experiencia de un nuevo nacimiento.
Después del encuentro con Nicodemo, leemos acerca de Jesús en el pozo de Sicar hablando
con una mujer samaritana. ¡Qué interesante es el hecho de que Jesús le esté ofreciendo a una
mujer gentil agua viva! (Juan 4:10). Aún cuando al principio la mujer no pudo comprender en
su cabal dimensión las consecuencias eternas del ofrecimiento que Jesús le estaba haciendo
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(Ella dijo: “no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo”, Juan 4:11), sin embargo Jesús le
ofreció la llave para la vida eterna.
Este incidente ocurrió mucho antes del encuentro de Pedro con Cornelio (relatado en Hechos
10), y mucho antes de que el apóstol Pablo se decidiera a llevar el evangelio a los gentiles. En
ese sentido, y como se ve en los encuentros con otros individuos no judíos, Jesús fue el primer
misionero a los gentiles, anticipando la apertura del mensaje del evangelio a todas las
personas.
Jesús tuvo que explicarle a la mujer por segunda vez, “...más el que bebiere del agua que yo le
daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que
salte para vida eterna” (Juan 4:17).
Cuando la mujer respondió con entusiasmo a esta bondadosa oferta, aún escasamente
comprendiendo lo que realmente se le estaba ofreciendo, Jesús entonces puso la
responsabilidad sobre ella. Le mandó a examinar su estilo de vida. El reveló que conocía muy
bien su estilo de vida.
“No tengo marido”, replicó ella. “Jesús le dijo: Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco
maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (Juan
4:17-18).
De lo anterior podemos deducir que el modelo del nuevo estilo de vida es un modelo bíblico
para el evangelismo. Es una consecuencia del modelo del arrepentimiento. Este modelo es un
desafío a todos nosotros de llevar vidas rectas para con Dios, de tomar las palabras y el
ejemplo de Jesús con más seriedad, si de veras deseamos ser sus seguidores. Es un desafío de
vivir rectamente con Dios, de vivir consistentemente y bien, si deseamos instar a otros a un
nuevo estilo de vida.
El joven rico preguntó a Jesús, “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, pero
finalmente se negó a cambiar su estilo de vida. El poder, el dinero, la vida que disfrutaba
significaban más para él. Jesús le dijo, “Si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y
dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme”. Cuando el joven oyó esto, se fue
triste, porque tenía muchas posesiones” (Marcos 10:21-22).
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En Juan 8:1-11 se narra la historia de una mujer “sorprendida en adulterio”, arrastrada ante
Jesús por sus acusadores, los maestros de la Ley y los fariseos. Después de tratar con la
hipocresía de ellos, las palabras de Jesús a la mujer fueron inflexibles pero llenas de
compasión, “Vete, y no peques más” (Juan 8:11).
Seguir a Jesús demanda un examen a fondo de la forma en que vivimos y como tratamos a
otros. Todos necesitamos tomar nuestra cruz diariamente y seguir a Cristo completamente...
aún hasta el Calvario.
Un ejemplo clásico de esto es la parábola en Lucas 15 conocida como “El Hijo Pródigo”. Es la
historia de un padre que tenía dos hijos, uno de los cuales tomó su herencia y se fue lejos y la
malgastó, y el otro, que permaneció en la casa con su padre. Después de derrochar sus
riquezas, el hijo más joven regresó a su hogar y, aunque había pecado gravemente contra su
padre, y ciertamente contra su hermano, el amor de su padre fue tan incuestionable que lo
abrazó calurosamente y lo restituyó a la familia. No es difícil trazar paralelos espirituales en
esta parábola. Nuestro amoroso Padre celestial nos envuelve con su amor y cuidado a pesar de
las muchas veces que le damos la espalda y seguimos direcciones equivocadas. Esta parábola
de Jesús tiene un contenido evangelístico definido porque nos muestra que el Padre amoroso
acepta a aquellos que se convierten y regresan a él en arrepentimiento y fe.
Estas y otras parábolas nos recuerdan que Jesús tenía un gran deseo de ver a hombres y
mujeres, niños y niñas, venir a conocer y experimentar el amor de Dios mediante la fe en
él. Jesús dijo: “Creeis en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1), y comunicó este deseo a
través de un maravilloso estilo de contar historias.
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nuestra historia de cómo Dios nos llevó a la fe y nos ofreció perdón, estamos compartiendo la
experiencia más preciosa de nuestras vidas. Este modelo de contar la historia es un medio
poderoso de evangelismo y está bien modelado en el Nuevo Testamento.
A través de toda la Biblia hay diseminados grandes mensajes. Muchos de ellos tienen un fuerte
sabor evangelístico. Quizás el más obvio sea el magistral sermón de Simón Pedro registrado en
Hechos 2:14-42.
El sermón de Pedro no tiene tanto contenido histórico como el de Esteban en Hechos 7. En él
Esteban llevó a sus oyentes por toda la historia desde los patriarcas, a través de los profetas,
hasta la venida del Mesías. El apóstol Pablo también en sus frecuentes y fervientes
predicaciones daba un panorama histórico y luego ponía a Jesucristo en el contexto de la Ley y
los profetas, y su cumplimiento en la venida del Cristo.
El sermón de Pedro es magistral por la forma en que se usa el Antiguo Testamento y en que
luego se desafía a las personas a entregarse en arrepentimiento y fe al Salvador
crucificado. Las palabras son tan cruciales y significativas que son dignas de repetir: “Sepa,
pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis,
Dios le ha hecho Señor y Cristo. Al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a
los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese
cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo” (Hechos 2:36-38)
Hubo una gran respuesta a la predicación de Pedro. “Los que recibieron su palabra fueron
bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41). Pedro y otros
predicadores bíblicos dejaron para la posteridad un método de evangelismo que ha sido usado
con un enorme efecto a través de la era cristiana. Cuando las personas se reúnen para
escuchar la palabra de Dios predicada, se abren oportunidades evangelísticas sin paralelo. Este
es un método empleado por miles de creyentes a través de los siglos y continúa siendo usado
hoy, al aire libre, en una capilla, en una iglesia, en una catedral, y en cualquier lugar en que el
pueblo de Dios se reúne para adorar.
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discipulado. Si la persona que toma una decisión de fe en respuesta a una predicación
evangelística recibe cuidado pastoral y educación cristiana, crecerá en fe y conocimiento de
Cristo ¡La predicación no debe hacerse nunca en el vacío!
Este peligro se acrecienta cuando la predicación tiene lugar fuera de la congregación local y sin
un seguimiento adecuado. Gran cantidad de personas puede responder en cruzadas
evangelísticas especiales, o en las plazas, en los terrenos, en teatros, en auditorios y de hecho
donde quiera que el evangelio es predicado. En tales ocasiones, la responsabilidad de un
seguimiento atento y activo recae sobre el predicador y los creyentes. La predicación y el
discipulado tienen que ir de la mano, para que los nuevos creyentes puedan entrar con
regocijo a la familia de la fe.
Cuando Jesús dio su enseñanza en el monte, comenzando con lo que llamamos las
Bienaventuranzas, dentro del marco de un maravilloso cuerpo de profundas verdades sobre
cómo la vida debe ser vivida, encontramos una definida intención evangelística.
Jesús habla a sus discípulos, y por eso gran parte de la enseñanza está dirigida a edificarles en
su fe y motivarles al discipulado. Sin embargo, cuando leemos: “Pedid, y se os dará; buscad y
hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al
que llama se le abrirá” (Mateo 7:7-8), nos damos cuenta de que Jesús está mostrando una
forma por la cual todos podemos buscar directa y personalmente un encuentro con el Dios
todopoderoso.
Veamos esta otra enseñanza, aún más específica: “Entrad por la puerta estrecha; porque
ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran
por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los
que la hallan” (Mateo 7:13-14). En su enseñanza, Jesús está advirtiendo a sus discípulos, y por
cierto a todos aquellos que estaban interesados en escucharle, que el camino a la vida eterna
es un camino estrecho y único; no es difícil perder el camino y por lo tanto perder el contacto
con el Cristo que vino a morir en el Calvario.
Una lectura cuidadosa de las parábolas revela que Jesús continuamente insta a sus oyentes a
cuidarse de caer en el pecado, y les estimula a ser obedientes a la Ley y a las enseñanzas que él
mismo estaba dando. La parábola de la oveja perdida, que se registra en Mateo, es un buen
ejemplo del modelo de enseñanza para el evangelismo. Indicando el amor y la gracia divinos,
Jesús dice: “Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno de
estos pequeños” (Mateo 18:12-14).
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Hay muchas enseñanzas en el Nuevo Testamento dadas con la intención de que las personas
puedan venir a la fe en Dios. Pablo obviamente fue un magnífico maestro, y es visto en
numerosas circunstancias instruyendo a sus oyentes acerca de cómo encontrar el camino.
En una ocasión un oficial romano del segundo siglo escribió a su superior sobre los creyentes,
se maravilló de cómo los cristianos se amaban unos a otros.
Las personas no siempre serán persuadidas hacia la fe cristiana a través de los argumentos, la
lógica, la razón, o nuestras palabras. A veces las actitudes de cariño que impartimos hacia
creyentes y no creyentes son más elocuetes que todas nuestras palabras. Si tan sólo las
personas pudieran observar nuestra vida congregacional y decir: “Ciertamente los cristianos se
aman unos a otros”, entonces
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El evangelismo corre peligro de convertirse en algo vacío, retórico e hipócrita, si hay disensión
en la comunidad. Pero una comunidad de amor, donde las personas se cuidan unas a otras,
donde hay respeto y cortesía, provee un ambiente atractivo en el cual la fe se comparte de una
forma natural y auténtica. Esto también produce una confraternidad a la cual los de afuera
querrán pertenecer, porque ese nivel de relación saludable es muy deseado en la sociedad
moderna ya que es, desafortunadamente, raro.
comunidad de amor, de cuidado y de armonía sea la condición necesaria para dar lugar al gozo
que existe cuando la gente entra en una relación con Dios en Cristo. Dios es Dios de paz. El
Mesías esperado es llamado “Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
Felipe encontró al etíope en un camino, luchando por comprender el significado de los escritos
del profeta Isaías. Felipe se unió a este viajero extranjero y, “comenzando desde esta escritura,
le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:35).
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El etíope escuchaba maravillado la explicación y enseñanza que Felipe le ofrecía. Después de la
explicación, exclamó: “Aquí hay agua; ¿qué impide que yo sea bautizado?” (Hechos 8:36).
De todos los modelos bíblicos de evangelismo, muy pocos son más eficaces que éste. El
testimonio personal es la narración de la historia de Jesús de un individuo a otro, de madre a
hijo, de amigo a amigo, de pastor a indagador, de esposo a esposa, de pobre a rico, de rico a
pobre, de viejo a joven, de joven a viejo. Debe ser hecha con paciencia y cortesía. ¡Este es un
modelo de evangelismo disponible para cada uno de nosotros! Pablo escribe a Timoteo, “No te
avergüences de dar testimonio de nuestro Señor...” (2 Timoteo 1:8).
Nuestras palabras pueden ser titubeantes, las probabilidades de ser rechazado pueden ser
aterradoras, las oportunidades pueden parecer poco frecuentes. Sin embargo, a medida que
aprovechamos las oportunidades que se nos presentan, el Espíritu de Dios nos da las palabras
que debemos decir, la actitud que debemos comunicar y el amor que debemos proyectar.
“¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian buenas nuevas!” (Romanos 10:15).
El Antiguo Testamento muestra claramente que, con algunas excepciones, el pueblo de Dios
en aquellos tiempos no salía con un mensaje misionero a alcanzar a las naciones. Sin embargo,
en el Nuevo Testamento, en las enseñanzas de Jesús, en toda la historia del libro de Hechos y a
través de los viajes misioneros y la enseñanza del apóstol Pablo, vemos que uno de los énfasis
más fuertes de las Escrituras es el desafío misionero. Los discípulos son inspirados a salir a
servir a Dios e invitar a hombres, mujeres y jóvenes a venir a la fe en Dios mediante Jesucristo.
Jesús nos dio el ejemplo cuando instó a sus discípulos a salir en su nombre con el mensaje de
vida eterna. En Mateo 10:5-7 leemos que doce hombres fueron enviados por Jesús a
que, “yendo, prediquen, diciendo: el Reino de los cielos se ha acercado”. En Lucas 10:1 Jesús
señaló a otros setenta y dos, y los envió delante en parejas a cada ciudad y lugar que el mismo
iba a visitar, “sanando a los enfermos allí y diciendo: el Reino de Dios se ha acercado a
vosotros” (Lucas 10:9).
El bien conocido texto misionero de Hechos 13 refuerza nuestra opinión de que el modelo
misionero para el evangelismo es muy importante en el Nuevo Testamento.
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El modelo pionero tiene vínculos obvios con el modelo misionero. Hay una distinción sutil entre
aquellos que salen a hacer evangelismo, como misioneros o pioneros, y la presentación
concreta del mensaje del evangelio llamando a las personas al arrepentimiento y la fe.
Cuando hablamos sobre las formas en que las iglesias evangelizaban, tenemos siempre que
detenernos y recordar que la metodología no es necesariamente el “kerigma”. Podemos trazar
las maneras en que los grandes apóstoles y los subsiguientes seguidores de Jesús fueron
haciendo la obra del Reino. Sin embargo, al hablar de evangelismo, siempre tenemos que
mantener a Jesús como el centro, dándonos cuenta de que las Escrituras demandan que las
personas respondan a él en humildad y con simple confianza.
En Romanos 15:20, Pablo dice: “Y de esta manera me esforcé a predicar el evangelio, no donde
Cristo hubiere sido nombrado, para no edificar sobre fundamento ajeno”. Es fácil darse cuenta
que Pablo está hablando más bien sobre la forma de hacer evangelismo que bosquejando el
contenido de un mensaje evangelístico. Como él tiene la ambición de proclamar las buenas
nuevas de salvación en Cristo Jesús, crea una estrategia evangelística para asegurar que no
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sólo a aquellos que ya lo han escuchado, sino más particularmente aquellos que nunca han
tenido una oportunidad, todos tendán la misma oportunidad de responder al evangelio.
Estas palabras desafiantes del apóstol han motivado a incontables movimientos e individuos
misioneros a ir más allá de las fronteras establecidas para garantizar que las personas que de
otra manera estarían sin Cristo y sin esperanza tengan la oportunidad de celebrar la nueva vida
en Jesucristo.
La apelación es reforzada por palabras de gran poder que se encuentran en Romanos 10.
Aunque las preguntas sean retóricas, para la iglesia no lo son. La iglesia, para ser fiel a su
llamado misionero, tiene que responder muy seriamente dichas preguntas: “¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y
cómo predicarán si no fueren enviados?” (Romanos 10:14-15).
Este es un nuevo énfasis dentro del movimiento misionero moderno, pero, por definición es
algo nuevo. Si los pioneros no hubiesen iluminado el camino yendo ellos a las áreas donde
Cristo no había sido predicado, la Iglesia que existe ahora en casi todas las partes de la tierra y
entre la inmensa mayoría de las personas solamente sería un tenue reflejo de lo que es hoy.
El estilo de vida de los creyentes del Nuevo Testamento fue un testigo poderoso de la
transformación que la fe en Cristo puede hacer. Jesús desafió claramente a los creyentes a ser
ejemplo, a ser “la sal de la tierra” (Mateo 5:13) y la “luz del mundo” (Mateo 5:14).
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“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder, ni
se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos
los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14-16).
El efecto que tuvo esto sobre el carcelero asignado para vigilarlos fue profundo. Al darse
cuenta que ellos habían sido liberados mediante una milagrosa intervención, el hombre estuvo
a punto de quitarse la vida, pero Pablo le detuvo, asegurándole que no había una
rebelión. Cuando Pablo y Silas hablaron con este hombre y él les expresó su deseo de
convertirse, seguramente fue debido a lo que él vio en Pablo y Silas. En aquel momento él no
estaba rindiéndose a la sana doctrina de ellos, o imaginando las delicias de la eternidad. Estaba
considerando que estos dos creyentes en el Camino tenían un gozo en la vida que él deseaba
grandemente.
El ejemplo personal de estos seguidores de Jesús que, bajo una reclusión extrema, podían
cantar himnos de alabanza, convenció al carcelero que debía procurar lo que ellos tenían. Así
también nosotros recordamos a los humildes prisioneros bautistas en los escritos de
Solzhenitsyn, quienes, por su conducta autosacrificial, dieron un poderoso testimonio a ese
autor, y a otros.
Una poderosa expresión de evangelismo que viene del Nuevo Testamento y es todavía
relevante es esa consistencia de vida y ese amor que sacrificial expresado por los seguidores
de Jesús. Si la vida es auténtica y genuina, elogiará al Cristo que vino a dar vida abundante a
todos los que pongan su fe en el Dios amoroso y perdonador. Aún aquella persona que no
pueda expresarse con mucha claridad puede ser un testigo eficaz de Jesucristo a través del
ejemplo personal, de su devoción, de su modo de vida consecuente, y de su servicio
compasivo.
Como consecuencia del testimonio de Pablo y Silas al carcelero de Filipos, tanto él como “su
casa” se convirtieron en creyentes en Jesucristo (Hechos 16:33). No se nos dice quiénes
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conformaban esta familia en particular, pero es un recordatorio de que, en ciertas culturas,
particularmente las patriarcales, la influencia del jefe de la familia es crucial. Creeríamos que
cada persona en la familia es quien necesita hacer su propia confesión de fe. Sin mbargo, al dar
el ejemplo la cabeza de la familia, se abre el camino para aquellos sobre quienes la cabeza
tiene la responsabilidad. En Hechos 11:13-14 leemos, “Envía hombres a Jope, y haz venir a
Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro, él te hablará palabras por las cuales serás salvo tú
y toda tu casa”.
No sólo cuando el hombre es la cabeza de la familia sucede que todos quienes la componen se
vuelven creyentes y son bautizados. En el libro de Hechos leemos de Lidia, una vendedora de
púrpura de la ciudad de Tiatira, que era del grupo de mujeres a las que Pablo comenzó a
hablarles en un lugar de oración. El texto nos dice que “El Señor abrió el corazón de ella para
que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Y cuando fue bautizada, y su familia..., nos invitó a
quedarnos en su casa” (Hechos 16:13-15). Tampoco sabemos quienes eran los miembros de la
familia de Lidia, pero sabemos sí que ella fue la razón por la cual su esposo y a los otros
miembros de la familia fueron animados a seguir las enseñanzas de Cristo expuestas por el
apóstol Pablo. Este es otro ejemplo del modelo fe familiar, ya que la respuesta de toda la
familia ocurrió tras la explicación de la fe cristiana.
Este ejemplo bíblico, aunque en menor escala en el mundo occidental, es ciertamente muy
pertinente todavía través del mundo. En algunas culturas la influencia viene del líder de la
tribu. De hecho algunos movimientos populares han ocurrido porque el jefe de la tribu o el
líder del clan ha señalado el camino para el pueblo.
Una vez más volvemos a analizar la historia del encuentro entre Jesús y el joven rico, en la que
descubrimos un modelo bíblico que no siempre es destacado en la enseñanza actual.
Hay quienes piensan que al desafiar al joven rico a ir y vender todo lo que tenía y darlo a los
pobres, y tener tesoro en el cielo; luego seguir a Cristo, tomando su cruz (ver Marcos 10:21),
Jesús estaba ofreciendo otro modelo para el evangelismo. Jesús parece estar sugiriendo aquí
que, en primer lugar, uno tiene que dejar de lado aquellas cosas que son antagónicas al
mensaje cristiano, luego enderezar su vida, y entonces seguir a Jesús. Existe relación,
entonces, con el modelo del nuevo estilo de vida.
Cuando aquel joven se fue entristecido porque tenía muchas riquezas y no pudo renunciar a
ellas, es interesante ver que Jesús no lo siguió, ni le propuso disminuir las demandas del
discipulado. El no le sugirió al joven que quizás podía vender la mitad de sus bienes y aún ser
un seguidor, o dar el diezmo de sus recursos y creer en Jesús. El Señor le desafió a poner sus
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prioridades en perspectiva y entonces estaría en condiciones de seguir y servir a aquél que
vino de la gloria celestial pero que “no vino para ser servido sino para servir...” (Mateo 20:28).
Una idea similar yace por detrás de la enseñanza de Jesús en el Evangelio de Lucas: “Yendo
ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré a donde quiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las
zorras tienen guaridas y las aves de los cielos nidos; más el Hijo del Hombre no tiene donde
recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. El le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre
a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos y tú ve y anuncia el
Reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida
primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el
arado, mira hacia atrás, es apto para el Reino de Dios” (Lucas 9:57-62).
Quizás sea necesario hacer una distinción entre aquellos líderes neotestamentarios que fueron
enfrentados en las calles, en la sinagoga y en las casas por las personas que buscaban entablar
conversación con ellos, y aquellos que deliberadamente salían al mercado a predicar.
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En el pasaje de Hechos 17 se nos muestra a Pablo sentado deliberadamente en la plaza pública
cada día, conversando con las personas a medida que pasaban. Y su tema de conversación
siempre era Jesús.
En la sofisticada sociedad urbana occidental, alguien que saca su Biblia a las calles para
testificar de Jesús es algunas veces visto como haciendo el ridículo. Naturalmente, quien es
reservado será reacio a aventurarse por las calles de la ciudad para declarar públicamente su
fe en el Hijo de Dios.
Hoy en día hay personas que escriben textos bíblicos en pancartas y tratan de mostrarlos
abiertamente, de manera que las cámaras de televisión los tomen. Estos valientes que indican
sus convicciones cristianas tan audazmente creen que el mercado es un lugar muy apropiado
para el evangelismo. Quizá algunos dirán que levantar una pancarta para llamar la atención no
es evangelismo. Otros hasta pueden preguntarse si es apropiado testificar en la calle, repartir
tratados, y conversar con las personas.
Es fácil criticar a los valientes intrépidos testigos de la fe cristiana, que salen y enfrentan la
burla de la mayoría de quienes los observan. Aquí se aplica el viejo dicho: “No critiques mi
forma de evangelizar si tú no estás haciendo nada”. ¡Nuestra vergüenza puede ser resultado
de que, después de todo, sospechemos que la persona que comparte su fe en el mercado
tiene razón! Por supuesto que a menos que haya un espíritu humilde y una actitud no forzada
que refleje la gracia de Jesús, ese tipo de testigo puede repeler a la gente, en lugar de
atraerla. Este medio de testificar no será para todos, pero en muchos contextos resulta en una
actividad muy útil y válida.
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poderoso, resultó en su inmediata ejecución. El ejemplo de Pablo es probablemente el más
útil.
Hubo dos ocasiones en el ministerio de Pablo en que éste utilizó el modelo apologético. La
primera es aquella vez que estuvo ante los pensadores eruditos griegos en la Colina de Marte
en Atenas y contendió por la fe cristiana. Además de ser un modelo bíblico para el
evangelismo, el método de Pablo aquí es clásico por su presentación de una cosmovisión
diferente cargada de sentido común. “Varones atenienses, en todo observo que sois muy
religiosos; ...hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: Al Dios no conocido”
Pablo entonces puso esto en el contexto de su propia comprensión de la vida y el destino, “Al
que vosotros adoráis, pues sin conocerle, es a quien yo os anuncio”. Hechos 17:22-34 es un
gran texto apologético de la fe cristiana. El pasaje concluye: “Más algunos creyeron...” (Hechos
17:34).
La segunda ocasión que debe ser destacada dentro del ministerio de Pablo fue cuando
compareció ante el rey Agripa después de haber sido acusado por los judíos de apelar a César,
siendo él ciudadano romano. Presentándose primero ante el gobernador romano Félix y luego
ante el rey Agripa, Pablo narró su propia conversión y explicó que Jesús de Nazareth era el
prometido Mesías. “El Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los
muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles” (Hechos 26:23).
No podemos dudar de la naturaleza evangelística del mensaje de Pablo, pues causó que el rey
exclamara, “Por poco me persuades a ser cristiano” (Hechos 26:28). Se necesita fe y coraje para
ser un apologista de Jesucristo en un ambiente hostil, pero es un modelo que nos llega a partir
de las Escrituras.
Mucha gente llega a la fe en Jesucristo mediante una nutrición fiel y consecuente, una
educación cristiana y un cuidado pastoral que pueden extenderse a través de muchos años.
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abuela Loida y de su madre Eunice. Ellas podían traer a la memoria de Timoteo su fe no
fingida, la cual había habitado primero en su abuela, fue transmitida luego a su madre, e
inculcada finalmente en él (2 Timoteo 1:5).
En este modelo bíblico la instrucción espiritual y el ejemplo hogareño, pasado de madre a hija
y de ambas a Timoteo, eran absolutamente vitales para Timoteo. Sin embargo, esto también
puede ser aplicado al cuidado que los fieles obreros cristianos, pastores, y maestros de la
Escuela Dominical tenen de sus congregaciones. Este tipo de atención cuidadosa al desarrollo
espiritual de un joven provee un ambiente que posibilita una respuesta personal fiel en el
momento apropiado y es un medio muy efectivo de evangelismo y discipulado.
El peligro es que una persona pueda ser llevada a una forma de fe sin que haya experimentado
un encuentro transformador, cayendo en una relación nominal con Cristo y la iglesia. Sin
embargo, este modelo, bien utilizado, provee un contexto maravilloso para el ministerio
evangelístico. Es un desafío nuestro el de crear hogares e iglesias donde la fe pueda ser
modelada, donde el estudio sea tomado seriamente y donde la enseñanza no sólo sea
interesante y perseverante, sino también respaldada por vidas consagradas que proclaman la
verdad.
Jesús tenía una enorme simpatía por los pobres, los marginados y los oprimidos. El era un
hombre de inmensa compasión. Esto es revelado en una gran variedad de formas, pero
particularmente en aquella historia en la que los discípulos se preocuparon porque los niños
que lo rodeaban podían ser una distracción, o aún una molestia para el célebre maestro. La
Escritura dice: “Entonces le fueron presentados niños, para que pusiese las manos sobre ellos y
orase; y los discípulos les reprendieron” (Mateo 19:13). La repuesta de Jesús fue inmediata y
reveladora: “Dejad a los niños venir a mí y no se lo impidáis; porque de los tales es el Reino de
los cielos”.
Qué tremendo momento debe haber sido aquél cuando Jesús puso sus manos sobre los
niños. En esta acción simbólica, Jesús expresó su amor por aquellos que usualmente no son
percibidos como parte del círculo inmediato de gracia. Jesús no iba a negar a alguien el acceso
a las bendiciones y el gozo relacionados con el Reino de Dios. Su acción aquel día fue una
lección para todos. Tenemos que levantar las barreras que puedan bloquear el paso para que
todas las personas, y especialmente los niños, encuentren la salvación.
Cuando examinamos la actitud y los hechos de Jesús encontramos un poderoso modelo bíblico
para el evangelismo. Esto es completamente consecuente con el espíritu que encontramos en
su vida. Jesús pudo no sólo llorar por su hermano Lázaro, pudo también mirar la ciudad de
Jerusalén y lamentar profundamente el hecho de que su pueblo le había dado las
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espaldas. Desde un punto de vista más positivo, Jesús extendió su amor y compasión a todos
aquellos que quisieron escuchar sus palabras y procuraron la venida del Reino. Todos ellos
encontraron su fe personal en Dios a través de él.
Desde la época de la iglesia primitiva en adelante, siempre ha existido la tentación para los
cristianos de relacionarse con aquellos que son socialmente respetables, aceptables,
impresionantes, influyentes (Santiago 2:1-4). Jesús, por el contrario, predicaba que el Reino de
los cielos está compuesto de niños, aceptó un grupo inculto de personas en su círculo más
íntimo, y se sentó a comer con los socialmente cuestionables. Con eso, Jesús nos dió una
indicación personal de que ninguna categoría de personas está fuera de la anchura y la
profundidad de su amor y gracia.
Hay numerosos relatos de personas que vinieron a Jesús para ser sanadas físicamente. Ellos
encontraron en Jesús algo más que la sanidad física. En el evangelio de Marcos se relata que
Jesús primero perdonó los pecados del paralítico y después “...para que sepáis que el Hijo del
Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, dijo al paralítico: A ti te digo:
Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa” (Marcos 2:10-11). La palabra usada en el Nuevo
Testamento que se traduce salvar, también incluye la idea de sanar.
El libro de los Hechos registra a Pedro y a Juan invocando el nombre de Jesús de Nazaret para
traer sanidad a los tobillos marchitos del hombre en la puerta del Templo en Jerusalén. Como
consecuencia de esto, el hombre comenzó a caminar y saltar y alabar a Dios (Hechos 3:1-8).
Hechos 5:12-16 habla de las “señales y prodigios en el pueblo”, y dice que: “los que creían en el
Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (v.14). Parece estar
claro que muchas de las “señales y prodigios” estaban relacionadas con la sanidad, como dice
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el versículo 16: “Y aún de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y
atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados”.
A pesar de que los falsos e indignos sanadores prevalecen, difícilmente puede discutirse que
en el Nuevo Testamento la sanidad física mediante la oración y, en nuestra era también a
través de la ayuda de la medicina, ha motivado a las personas a encontrar fe en Dios. Por todo
el mundo los cristianos se dan cuenta de que el ministerio de la sanidad puede ser un
poderoso instrumento de gracia y, acompañado del sentido común, un medio para persuadir a
las personas de que, estando en Cristo, todas las situaciones de la vida están bajo su cuidado.
La historia de la iglesia cristiana está llena de ejemplos de hombres y mujeres que han
compartido su fe bajo las situaciones más difíciles de opresión. La Iglesia de Jesucristo ha
mostrado en el pasado, y aún hoy, una notable vitalidad y crecimiento estando bajo
persecución. Existe un precedente bíblico para los hombres y mujeres valientes que han vivido
y siguen viviendo su fe en Jesucristo negándose a ser intimidados a callarse o a pecar y
quienes, con valor y dignidad, han estado involucrados en la obra del evangelismo.
Este modelo se encuentra en el libro de Hechos, capítulo 5. Los apóstoles fueron arrestados y
se los puso en custodia oficial, “...más un ángel del Señor, abriendo de noche las puertas de la
cárcel y sacándolos dijo: Id, y puestos de pie en el templo anunciad al pueblo todas las palabras
de esta vida”. Los apóstoles entraron al templo a la madrugada y continuaron con sus
enseñanzas ante la consternación de los oficiales de la cárcel.
Cuando los acusadores censuraron a los apóstoles por su actividad, ellos respondieron
valientemente, “Nos es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).
Hubo un tiempo de severa persecución para los cristianos primitivos, tal como leemos en
Hechos 5, tanto que los apóstoles fueron azotados y se les ordenó que cesaran de hablar en el
nombre de Jesús. El texto continúa, diciendo, “ellos salieron de la presencia del concilio,
gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos
los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo”.
El mismo Jesús hablaba del Reino de Dios a pesar del acoso y las críticas continuas de los
líderes políticos y religiosos de Israel. El Nuevo Testamento provee mucha evidencia de que los
primeros creyentes, incluyendo al Apóstol Pablo, continuaron testificando de su fe en
Jesucristo a pesar de la constante persecución que sufrían. Pablo testificó, según dice en
Hechos 20:19: “...sirviendo al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas y pruebas que
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me han venido por las asechanzas de los judíos”. Hay un constante testimonio de las Escrituras
de que, a pesar de la privación, la palabra de Dios debe ser proclamada y demostrada.
En algunas situaciones el ambiente es tan volátil que los cristianos bajo persecución no pueden
hacer otra cosa que ofrecer la calidad de sus vidas como un testimonio de su fe en Dios. Por
otra parte, no hay un testimonio más potente del poder de Dios y la fuerza y el fervor
evangelísticos del pueblo cristiano que la decisión de continuar testificando a través de la
palabra y los hechos, a pesar de los peligros. En la historia cristiana incontables creyentes,
hombres y mujeres, han muerto testificando de su fe en Cristo. En muchos países, hasta el día
de hoy, hay creyentes que por su fidelidad al Señor enfrentan la muerte, el encarcelamiento y
la humillación.
Jesús dijo, “Os digo que si estos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:40). El fundamento
para incluir este modelo bíblico en particular proviene del texto en el evangelio de Lucas
(19:40) y del testimonio de todos los que, aunque oprimidos, testificaron de la fe en
Jesucristo. “Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que
a él venían, predicando el Reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente
y sin impedimento” (Hechos 28:30-31) ¡No se podía mantener a Pablo callado!
Cuando los fariseos instaron a Jesús a que detuviera la alabanmza de sus seguidores, Jesús
respondió, “Os digo que si estos callaran, las piedras clamarían” (Lucas 19:40).
Isaías 55 nos recuerda que el Antiguo Testamento tiene un espíritu “evangelístico”. Dios está
ofreciendo misericordia gratuita a todos los que vengan: “A todos los sedientos: Venid a las
aguas” (Isaías 55:1). Es posible que Jesús haya dicho que “las piedras clamarían” como un eco
de Isaías 55:12: “Los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los
árboles del campo darán palmadas de aplauso”.
Como se registra en Hechos 28, Pablo se encontraba prisionero de las autoridades en Roma,
pero su espíritu ciertamente no estaba encarcelado. Obviamente que Pablo no sólo era una
persona célebre, sino también alguien muy prudente. Parece ser que muchos venían a visitarle
y quedaban impresionados por la elocuencia de su predicación y el poder de sus palabras. Por
lo tanto, aún cuando él estaba testificando bajo una considerable represión, fue un evangelista
eficaz bajo tales circunstancias.
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Pablo tuvo una experiencia de este tipo cuando, junto con Silas, languidecían en la prisión de
Filipos, pero aún así cantaban alabanzas a Dios a medianoche. Como consecuencia, el
carcelero y su casa se convirtieron en creyentes en Jesús (Hechos 16). Sin embargo, Pablo fue
aún más eficaz en Roma, pues sabemos que hasta los miembros de la casa del César vinieron a
la fe en Cristo (Filipenses 4:22).
Tal como el apóstol Pablo, ha habido incontables creyentes en la historia cristiana que por
diferentes razones se han encontrado en prisión, pero no han cesado de compartir su fe con
otros. En un ambiente más comunal, los creyentes han compartido su fe con compañeros de
prisión. El testimonio de Dietrich Bonhoeffer, por ejemplo, ha alcanzado más allá de aquella
celda que luego se convirtió en su tumba. Miles han sido desafiados e inspirados por sus
escritos desde la cárcel.
Pero hay muchas otras personas que están involuntariamente restringidas sin haber estado
nunca en el interior de una celda en una prisión.
Están los ancianos, los que están muy enfermos, los incapacitados, los ciegos y otros, que
aunque confinados a un área geográfica muy limitada, no obstante la hacen su púlpito y
comparten su fe con aquellos que vienen a visitarlos. Este es un ministerio muy fragante que
muchos ancianos y enfermos pueden ofrecer al Señor. Podemos pensar, por ejemplo, en una
dedicada abuela cristiana que es capaz de compartir su fe en Jesús con sus nietos y otros
miembros de la familia que la visitan.
Juan Crisóstomo, un mártir de la historia de la iglesia primitiva, fue encadenado a una hoguera
para ser ejecutado. Siendo obligado a retractarse, afirmó que Jesucristo no le había fallado en
toda su vida y él que no veía la razón para darle la espalda a su Maestro en ese momento de
prueba. Crisóstomo fue un hombre que, aunque involuntariamente restringido, testificó del
poder del evangelio.
Para la mayoría de las personas este puede ser un modelo bíblico con el que jamás su vida será
confrontada. Sin embargo, hay muchas personas a quienes las circunstancias les atan a un
lugar en particular, y que, con todo, son grandes testimonios de su fe en Jesús. Ellos nos
recuerdan que, aún si dejamos de cantar alabanzas a nuestro Dios y al Señor Jesucristo,“¡las
piedras clamarán!”.
Conclusión
Cualquiera que haya leído lo anterior se dará cuenta de que las Escrituras están llenas de
historias de personas involucradas en el evangelismo. Es positivo y alentador pensar que los
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métodos y presentaciones del mensaje del evangelio varían. Esto muestra que, no importa
cómo hagamos la tarea evangelística, o cómo pensemos sobre el evangelismo, todos podemos
evangelizar. Hay tantos modelos diferentes de evangelismo en el Nuevo Testamento que,
seguramente, encontraremos uno o más que estará de acuerdo con nuestro temperamento,
nuestras ideas teológicas, o las circunstancias en las que estemos inmersos.
Podemos concluir este estudio con las grandiosas palabras del apóstol Pablo en Romanos
15:18-21: “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la
obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios,
en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén y por los alrededores hasta
Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. Y de otra manera me esforcé a predicar el
evangelio, no donde Cristo ya hubiese sido nombrado, para no edificar sobre fundamento
ajeno, sino, como está escrito: Aquellos a quienes nunca les fue anunciado acerca de él, verán;
y los que nunca han oído de él, entenderán”.
El Pacto de Seúl
(Un desafío a nuestras iglesias de parte de los bautistas reunidos en Corea del Sur, 1990).
Hacemos un llamado a los bautistas del mundo entero a que se unan a nosotros en este
pacto. Para ésto:
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Como bautistas, parte de la gran familia de Dios, tal testimonio nos desafía a orar y trabajar
junto a otros cristianos en esta tarea vital.
Ya que todos los pueblos están bajo el justo juicio de Dios, el evangelio de la salvación tiene
que ser proclamado y demostrado a cada generación hasta que Jesucristo vuelva. Lo hacemos
humildemente, porque somos todos pecadores salvados por gracia; pero también
confiadamente, porque es el poder de Dios para salvación de todo aquel que cree.
Confesamos que hay una necesidad inherente al evangelio de que el pueblo de Dios trabaje
por un mundo en el cual se busquen la paz y la justicia, y cuya integridad sea preservada.
Jesucristo es la esperanza del mundo. El es el centro alrededor del cual gira nuestra vida. El es
la Presencia Soberana en el Reino en el cual vivimos y trabajamos. Su verdad es eterna, Su
amor inalterable, Su gracia suficiente. A El entregamos completamente nuestras vidas, con
gozo y sin reservas.
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