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Tema: El reino inconmovible de Dios es un regalo

Texto Bíblico: Hebreos 12:28

Hebreos 12:28, NVI Hebreos 12:28, RVA60


Así que nosotros, que estamos recibiendo un Así que, recibiendo nosotros un reino
reino inconmovible, seamos agradecidos. inconmovible, tengamos gratitud, y mediante
Inspirados por esta gratitud, adoremos a Dios ella sirvamos a Dios agradándole con temor
como a él le agrada, con temor reverente, y reverencia;

Introducción

En el mensaje anterior reflexionamos en la naturaleza de todas las cosas terrenales, las cuales
serán conmovidas (agitadas, mecidas, derribadas, destruidas, perturbadas). El COVID-19 es un
claro ejemplo de cómo de una manera tan repentina todas las cosas como conocíamos fueron
conmovidas de una manera increíble. En esta ocasión nos enfocaremos en el único reino que
es inconmovible, ese reino que según el texto “estamos recibiendo”.

“Estamos recibiendo”
Paralambáno (3880) – recibir cerca, asociarse (en cualquier acto o relación familiar íntima). Por
analogía implica asumir un cargo. Este verbo se encuentra en presente, indicando una acción
progresiva. Somos parte del reino de Dios, pero lo seguimos recibiendo.

Desarrollo

1. Considere la naturaleza del reino de Dios: Es Inconmovible

 Nuestro texto afirma que hemos recibido un reino que es inconmovible. Es decir,
inamovible. En contraste con todas las cosas que hoy conocemos, que serán
conmovidas, este reino no puede ser conmovido.
 El Nuevo Testamento, en su versión Reina Valera 60, tiene un total de 69 referencias
exactas a estas palabras “Reino de Dios”. Si agregamos a la búsqueda las palabras
“Reino de los Cielos” encontramos 32 resultados adicionales, totalizando 101 ocasiones
en que se hace referencia a este mismo tema. Sin duda es un tema central.
 Preguntémonos entonces en primer lugar, ¿Qué es el reino de Dios? – Si alguien le
hace esa pregunta, ¿Cómo le respondería?
 Sobre el reino de Dios, Calvino afirmó: “La tarea de la iglesia es hacer visible el reino
invisible” Todos los reinos conmovibles son visibles, más el reino inconmovible que
estamos recibiendo hoy es invisible, este es el primer aspecto para considerar.
 Veamos una definición por Cristopher Morgan: “El reino de Dios” es el dominio de Dios
sobre su pueblo en la creación, establecido por medio de su Mesías en el nuevo pacto
—el cual está presente en el mundo— aunque está esperando su cumplimiento total en
la segunda venida de Cristo.
 A la vez Morgan nos hace reflexionar en los aspectos pasados, presentes y futuros de
este reino:
o El Reino de Dios, Pasado: En el Antiguo Testamento no aparece el término
“Reino de Dios” pero su reinado es claramente visible a través de toda esta
historia. Se nos habla del reinado universal de Dios, pero también de su dominio
particular sobre su pueblo.
o El Reino de Dios, Presente: En el Nuevo Testamento, el mesías prometido,
Jesús el hijo de David, se encarna, vive sin pecado, va a la muerte de cruz y
vence a la muerte. Es así como viene la redención para un mundo perdido.
Jesús es el Rey cuyas palabras y obras traen el reino espiritual de Dios. Nos
enseña sobre la ética y la naturaleza del reino. (Mateo 4:17; Mateo 12:28).
o El Reino de Dios, Futuro: La plenitud del reino que Jesús trajo se cumplirá
cuando él regrese en su gloria y se siente en su trono de gloria (Mateo 25:31)
(Apocalipsis 11:15). Jesús juzgará al mundo e invitará a los creyentes a “heredar
el reino”, mientras envía a los perdidos al castigo eterno. Finalmente Jesús
entregará el reino al Padre (1 Corintios 15:24)

 Aplicación: La diferencia entre hacer educación cristiana y cualquier otro tipo de


educación es que la educación cristiana es la única que enfoca a los estudiantes en el
reino inconmovible, que edifica el reino inconmovible, que expande el reino
inconmovible, de una manera especial y particular. Buscamos fomentar una
cosmovisión del reino en las mentes y corazones de nuestros estudiantes.

2. Considere la forma de recibir el reino de Dios: Por el Nuevo Pacto

 Nuestro pasaje afirma que podemos acercarnos confiadamente a este reino, puesto que
lo hemos recibido por la gracia de Dios, no por nuestros propios méritos:
o Hebreos 12:18 Ustedes no se han acercado a una montaña que se pueda tocar o
que esté ardiendo en fuego; ni a oscuridad, tinieblas y tormenta; 19 ni a sonido de
trompeta, ni a tal clamor de palabras que quienes lo oyeron suplicaron que no se
les hablara más, 20 porque no podían soportar esta orden: «¡Será apedreado
todo el que toque la montaña, aunque sea un animal!» 21 Tan terrible era este
espectáculo que Moisés dijo: «Estoy temblando de miedo». 22 Por el contrario,
ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del
Dios viviente. Se han acercado a millares y millares de ángeles, a una asamblea
gozosa, 23 a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado
a Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos que han llegado a la
perfección; 24 a Jesús, el mediador de un nuevo pacto; y a la sangre rociada, que
habla con más fuerza que la de Abel.
 El escritor de Hebreos hace referencia a un suceso del Antiguo Testamento, la gloria de
Dios había descendido sobre el monte Sinaí, y el espectáculo era aterrador – nadie
quería acercarse ante la manifestación que estaban observando.
 Pero nosotros, no nos hemos acercado a esa montaña, nos hemos acercado al monte
Sión, a la Jerusalén Celestial, a millares de ángeles y a la iglesia de los primogénitos
inscritos en el cielo. Nos hemos acercado a Dios a través de Jesús, el mediador del
nuevo pacto. Reflexionemos un poco acerca de este nuevo pacto en base a una
profecía realizada por el profeta Ezequiel:
o Ezequiel 36:26-27 - Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un espíritu
nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les pondré un
corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en ustedes, y haré que sigan mis
preceptos y obedezcan mis leyes.
3. Considere las implicaciones de recibir el reino de Dios: Gratitud y Adoración

 El escritor de los Hebreos nos dice que nuestra respuesta a estar recibiendo este reino
debe ser gratitud a Dios, y adoración a través de nuestro servicio. De estos dos temas
vamos a meditar con mayor profundidad el día de mañana.
 Pero permítanme considerar brevemente estos dos aspectos para dar un cierre a
nuestra línea de pensamiento:
o Gratitud – Magnifique a Dios con su gratitud.
 Salmo 69:30 - Con cánticos alabaré el nombre de Dios; con acción de
gracias lo exaltaré.
o Adoración – Consagrar nuestros cuerpos, consagrar nuestra mente, y consagrar
nuestros dones.
 Romanos 12:1-6

Conclusión

Hemos recibido un reino inconmovible, lo hemos recibido por medio del nuevo pacto, y somos
llamados a responder a este regalo con nuestra gratitud y con adoración continua a nuestro
Dios. ¿Está usted infinitamente agradecido por haber recibido este reino? ¿Es su vida una
constante adoración a Dios? De estos temas vamos a reflexionar mañana con mayor
profundidad.
El Reino de Dios, pasado

“El reino de Dios” habla del reinado universal de Dios (Sal 103:17-22; Dn 4:34-35; 7:13-14),
pero también acerca de su dominio particular sobre su pueblo. Aunque la expresión “reino de
Dios” no aparece en el Antiguo Testamento, el concepto sí es claro al leer sobre el Dios que
ejerce un reinado sobre su pueblo Israel en un sentido único (Éx 19:6). Dios crea a la humanidad
para su gloria, y les hace promesas de un libertador a Adán y Eva, una nación que vendrá de
Abraham que bendecirá al mundo, y un reino eterno para David y sus descendientes, que
incluyen al Mesías.

Dios crea para su gloria y para el bien de su pueblo. Él crea seres humanos a su imagen para
amarle y servirle, y para gobernar su creación (Gn 1:26-31). En la caída, Adán y Eva se rebelan
contra las metas de Dios, lo que trajo el gobierno del pecado y la muerte (Gn 3). En su
misericordia, Dios promete un libertador (Gn 3:15) y más tarde entra en una relación formal (un
pacto) con Abraham, a quien le promete una tierra y un pueblo. Por medio del cumplimiento de
esta promesa, Dios bendecirá a todas las familias de la tierra (Gn 12:1-3). En Sinaí, Dios entregó
los Diez Mandamientos y estableció a los descendientes de Abraham, el pueblo de Israel, como
el pueblo de Dios.

Pero esto continuó, Dios extendió sus promesas a Abraham en un pacto con David, a quien Dios
promete una dinastía y un reino eterno (2 S 7:12-16). Isaías predice la venida de alguien que será
tanto Dios como hombre y reinará en el trono de David para siempre (Is 9:6-7). Finalmente, Dios
promete un nuevo pacto caracterizado por obediencia a su Palabra, conocimiento generalizado de
Dios, perdón y novedad de vida (Jer 31:31-34). El Antiguo Testamento termina en el libro de
Malaquías con Israel inmerso en un proceso contínuo de distanciamiento de Él, pero también con
la promesa de alguien que vendrá a preparar el camino para el Mesías (Mal 3:1).

Así, aunque el reino de Dios aparece en el Antiguo Testamento, tanto en el gobierno universal de
Dios como en su dominio particular sobre Israel, viene con novedad y poder en el Nuevo
Testamento. Jesús, el Mesías, con su venida inaugura el reino, lo expande en su exaltación, y lo
consumará a su regreso.
El Reino de Dios, presente

En el Nuevo Testamento, el Mesías prometido viene como “Jesucristo, el Hijo de David, el Hijo
de Abraham” (Mt 1:1). A través de su encarnación, vida sin pecado, crucifixión, y resurrección,
Jesús cumple las promesas mesiánicas, cumple la misión mesiánica y trae la redención a un
mundo perdido.

Jesús es el Rey cuyas palabras y obras traen el reino espiritual de Dios. Cristo proclama la venida
del reino, predica las parábolas del reino y declara la ética y la naturaleza del reino ((Mt 4:17; 5-
7; 13:1-50; Mc 1:15; Lc 4:43). Sus obras, especialmente su expulsión de demonios por el
Espíritu, entran en el reino: “Si yo expulso demonios por el Espíritu de Dios, entonces el reino de
Dios ha venido sobre vosotros” (Mt 12:28; cp. Lc 11:20). La misión de Cristo siempre lleva “a
Jerusalén” y a su muerte y resurrección, donde trae la salvación a través de su sacrificio.

En su ascensión, Jesús pasa de la limitada esfera terrenal a la esfera celestial trascendente. Él se


sienta a la diestra de Dios “en los cielos, muy por encima de todo gobernante y autoridad, poder
y dominio” ahora y por los siglos (Ef 1:20-21). Cuando Jesús derrama el Espíritu sobre la iglesia
en Pentecostés, el reino de Dios se expande poderosamente a medida que miles vienen a Cristo
(Hch 2:41, 47; 4:4). Pedro explica: “Dios exaltó a este hombre a su diestra como gobernante y
Salvador, para dar arrepentimiento a Israel y perdón de pecados” (Hch 5:31). Dios rescata a los
pecadores “del dominio de las tinieblas” y los transfiere “al reino del Hijo que ama” (Col 1:13-
14).

El “reino”, como reinado de Dios sobre su pueblo, finalmente “llegará al final del siglo en una
poderosa irrupción en la historia e inaugurará el orden perfecto de la era venidera”. Y sin
embargo, este reino “ya ha entrado en la historia por medio de la persona y la misión de Jesús”, y
así la “presencia del futuro” ya es evidente (véase George E. Ladd, La presencia del futuro, 144-
49).

Por lo tanto, el reinado de Dios está presente y futuro, el ya pero todavía no, su invasión activa
de la historia ahora y su establecimiento final de la era venidera. Es una regla soberana, un poder
dinámico y una actividad divina. Como portador de este reino, Jesús requiere el arrepentimiento
para entrar en su comunidad del reino, ya que el camino actual del mundo debe ser rechazado y
abrazar la nueva era del gobierno de Dios y su forma de vida correspondiente. Como tal, el
arrepentimiento no es sólo el camino hacia el reino, sino también el camino del reino.

El Nuevo Testamento también proclama que Jesús volverá a gobernar como rey, trayendo
justicia, paz, deleite, y victoria. Vivimos, entonces, en la tensión entre el “ya, pero todavía no”.
El reino fue establecido con Israel, inaugurado con Cristo en su venida, y logrado en los
acontecimientos de la muerte y resurrección de Cristo. Aunque los efectos del reino han
comenzado, sus resultados completos esperan el regreso de Cristo.

El Reino de Dios, futuro


Aunque Jesús en su ministerio terrenal trae el reino —que se expande exponencialmente en
Pentecostés— la plenitud de ese reino espera hasta que “el Hijo del Hombre venga en su gloria”
y se siente “en su glorioso trono” (Mt 25:31). Entonces los ángeles proclamarán: “El reino del
mundo se ha convertido en reino de nuestro Señor y de su Cristo, y reinará por los siglos de los
siglos” (Ap 11:15). Jesús juzgará al mundo e invitará a los creyentes a “heredar el reino”
mientras consigna a los perdidos al castigo eterno (Mt 25:31-46). Al final, Jesús entregará “el
reino a Dios Padre” (1 Co 15:24).

Así los nuevos cielos y la nueva tierra serán la etapa final del reino de Dios. El reino de Dios
estará en paz sólo al final. Aunque la victoria de Jesús ha sido ganada, la batalla dura hasta su
segunda venida (1 P 5:8). El pueblo de Dios conquista por medio de Cristo, que los ama y se ha
entregado por ellos (Gá 2:20). “El León de la tribu de Judá” que “ha conquistado” es el Cordero
inmolado (Ap 5:5-6). Cuando llegue la entrega final del reino, las luchas de la vida presente
pasarán. Por la gracia de Dios, los creyentes reinarán con Cristo. La vida humana florecerá y la
cultura humana prosperará en la ciudad de Dios (Heb 2:5-10; Ap 21:24-26). Jesús regresará,
liberará a su pueblo, y traerá la entrega final de su reino (Ap 11:15).

El cielo involucra al pueblo de Dios sirviendo a su gran Rey como súbditos de su reino ahora y
para siempre: “Están delante del trono de Dios, y le sirven día y noche” (Ap 7:15). El Maligno es
un enemigo derrotado que algún día será arrojado al lago de fuego (Ap 20:10). Por medio de
Cristo, los creyentes vencen a la muerte, para que al morir vayan a estar con Él (Fil 1:23), y en la
resurrección, la muerte será destruida (1 Co 15:26; Ap 21:4).

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