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Consagración a Cristo Rey

33 días de Preparación

Dinámica para la Preparación a la Consagración:

1. Meditación diaria sobre Cristo Rey


2. Oraciones diarias (Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo
Rey y Letanías)

Día 1 -
La doctrina de la realeza de Jesucristo en la encíclica Quas Primas (11
de diciembre de 1925)

La doctrina expuesta en Quas primas es doctrina del Magisterio de la Iglesia, sustentada


sobre la Sagrada Escritura y sobre la Tradición –tal como el propio Papa se esfuerza en
probar–, y que ofrece no sólo un valor para el tiempo en que la encíclica fue redactada
y promulgada, sino que es actualísima y de contenidos perennes.

Pío XI que el origen de los males actuales es haberse apartado de Jesucristo: es decir,
esa apostasía, clara o silenciosa como la que denunciaría Juan Pablo II con respecto a
Europa (Ecclesia in Europa, 28 de junio de 2003, núm. 9.), que se manifiesta en la
descristianización, el secularismo y el laicismo: «En la primera encíclica de nuestro
pontificado [se refiere a Ubi arcano], dirigida a todos los obispos del orbe católico,
hemos analizado las causas de los males que abruman angustiosamente a la humanidad
actual. Y hemos hecho, además, dos claras afirmaciones: el mundo ha sufrido y sufre
este diluvio de males porque la inmensa mayoría de la humanidad ha rechazado a
Jesucristo y su santísima ley en la vida privada, en la vida de la familia y en la vida pública
del Estado; y es imposible toda esperanza segura de una paz verdadera entre los pueblos
mientras los individuos y los Estados nieguen obstinadamente el reinado de nuestro
Salvador. Por eso advertimos entonces que la paz de Cristo hay que buscarla en el reino
de Cristo y prometimos además consagrar a esta labor todas nuestras fuerzas» (núm. 1).
En consecuencia, Pío XI afirma que la paz de Cristo debe ser buscada en el reino de
Cristo, porque su restauración es el medio más eficaz para el restablecimiento de la paz
en todos los órdenes.

Como él mismo repasa, el Año Santo ha contribuido a destacar este reinado, juntamente
con diversas celebraciones: la Exposición Misional, las canonizaciones de seis santos en
las que el pueblo cantó con entusiasmo el himno Tu, Rex gloriae Christe y el XVI
centenario del Concilio de Nicea, porque éste definió y proclamó como dogma de fe la
consubstancialidad del Hijo Unigénito con el Padre y afirmó además la dignidad real de
Jesucristo al incluir en el Símbolo de la fe las palabras: «cuyo reino no tendrá fin» (cuius
regni non erit finis) (núm. 2). En consecuencia, el Papa trata ahora en esta encíclica el
culto y la institución de la nueva fiesta de Cristo Rey, haciéndose eco de las súplicas a él
venidas, tanto individual como colectivamente, por parte de numerosos cardenales,
obispos y fieles.

La realeza de Cristo

Hecha esta presentación, Pío XI aborda a continuación la realeza de Cristo, teniendo


presente tanto su sentido figurado o metafórico –Cristo reina en las inteligencias, en las
voluntades y en los corazones de los hombres–, como en sentido propio y estricto, ya
que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino (cfr. Dan., 7,13-14). El Papa hace
entonces un breve repaso de las afirmaciones bíblicas de esta realeza, así en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo, y advierte que por eso la Iglesia la ha celebrado siempre
en su liturgia, glorificando a su Autor y Fundador como Soberano Señor y Rey de los
Reyes. Sin recoger todas las citas de la Sagrada Escritura, presenta las siguientes del
Antiguo Testamento:

–una del libro de los Números: Num. 24,19;


–tres de los salmos: Ps. 2,6.8; Ps. 45(44),7; Ps. 72(71),7-8;
–una de Isaías: Is. 9,6-7 (el Príncipe de la paz);
–una de Jeremías: Ier. 23,5;
–dos de Daniel: Dan. 2,44; 7,13-14;
–una de Zacarías: Zac. 9,9; es la que se cumplió en la entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén.
Varias de ellas hacen referencia, como es evidente, a la herencia de David.

En cuanto al Nuevo Testamento:

–cuatro de los Evangelios: Lc. 1,32-33 (anuncio del arcángel San Gabriel de que heredará
el trono de David); Mt. 25,31-40 (Cristo se atribuye el título de Rey); Mt. 28,18 (le ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra); Io. 18,37 (afirmación ante Pilato);
–dos del Apocalipsis: Ap. 1,5; 19,16 (respectivamente: Príncipe de los reyes de la tierra
y Rey de reyes y Señor de los que dominan); –dos de las cartas paulinas: 1Cor. 15,25 y
Hb. 1,1.

Tras este repaso, el Papa define a la Iglesia como «reino de Cristo en la tierra (Christi
regnum in terris), destinado a extenderse a todos los hombres y por toda la nación», y
señala que su liturgia ha celebrado así a su Fundador como «Rey, Señor y Rey de los
reyes» (Regem et Dominum et Regem regum) (todo esto, núm. 5 de la encíclica).
El fundamento de la realeza de Cristo –sostiene Pío XI aduciendo la enseñanza de San
Cirilo de Alejandría– se encuentra en la unión hipostática y en la redención: Cristo tiene
potestad sobre la creación universal y, en consecuencia, debe ser adorado como Dios
por los ángeles y por los hombres, y así mismo unos y otros están sujetos a su imperio y
le deben obedecer en cuanto hombre. Tiene, pues, potestad sobre todas las criaturas y
es Rey por derecho de naturaleza, pero también lo es sobre los hombres especialmente
por derecho de conquista en virtud de su obra redentora. Porque Él nos ha comprado al
precio tan gran de su sangre, nosotros somos miembros de Cristo (cfr. 1Pe. 1,18-19;
1Cor. 6,15.20) (núm. 6 de la encíclica).

Carácter de la realeza de Cristo

Por lo que atañe al carácter de esta realeza, presenta una triple potestad: legislativa,
judicial y ejecutiva; los tres poderes los ha ejercido y los ejerce Jesucristo. Él legisló, como
lo reflejan los Evangelios, y como Redentor le debemos obedecer; también el Padre le
concedió todo el poder de juzgar, según Él mismo afirmó (Io., 5,22), y se le debe
obediencia y tiene facultad para imponer castigos (núm. 7).

Su reino es principalmente espiritual, sobre las realidades del espíritu, frente al


mesianismo terrenal en que esperaban los judíos e incluso los Apóstoles: Él rehusó ser
Rey al modo humano en que lo quisieron proclamar los judíos y se escondió en la
soledad, y ante Pilato declaró que su reino no era de este mundo. Los Evangelios
enseñan que la entrada en su reino, que se opone al de Satanás y a la potestad de las
tinieblas, exige una penitencia preparatoria mediante la fe y el bautismo como rito
externo que produce la regeneración del alma. Él ha sido verdadero Redentor y
Sacerdote con su sangre (núm. 8).

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 2 – Cristo Rey – La realeza de Cristo (I)

(Encíclica Quas Primas – Pío XI)

Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico,
a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las
cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el
sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque Él es la Verdad y porque los
hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la verdad. Se dice también que
reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en La voluntad humana está
entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con
sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en
nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones
de los hombres porque, con su supereminente caridad[1] y con su mansedumbre y
benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie — entre todos los
nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando ahora de
lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a
Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo en cuanto hombre se
dice de Él que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino[2]; porque como Verbo
de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con
él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo
imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

a) En el Antiguo Testamento

Que Cristo es Rey, lo dicen a cada paso las Sagradas Escrituras. Así, le llaman el
dominador que ha de nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido
Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los
confines de la tierra[4]. El salmo nupcial, donde bajo la imagen y representación de un
Rey muy opulento y muy poderoso se celebraba al que había de ser verdadero Rey de
Israel, contiene estas frases: El trono tuyo, ¡oh Dios!, permanece por los siglos de los
siglos; el cetro de su reino es cetro de rectitud[5]. Y omitiendo otros muchos textos
semejantes, en otro lugar, como para dibujar mejor los caracteres de Cristo, se predice
que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la
paz: Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a
otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra.

A este testimonio se añaden otros, aún más copiosos, de los profetas, y principalmente
el conocidísimo de Isaías: Nos ha nacido un Párvulo y se nos ha dado un Hijo, el cual lleva
sobre sus hombros el principado; y tendrá por nombre el Admirable, el consejero, Dios,
el Fuerte, el Padre del siglo venidero, el Príncipe de Paz. Su imperio será amplificado y la
paz no tendrá fin; se sentará sobre el solio de David, y poseerá su reino para afianzarlo
y consolidarlo haciendo reinar la equidad y la justicia desde ahora y para siempre[7]. Lo
mismo que Isaías vaticinan los demás profetas. Así Jeremías, cuando predice que de la
estirpe de David nacerá el vástago justo, que cual hijo de David reinará como Rey y será
sabio y juzgará en la tierra[8]. Así Daniel, al anunciar que el Dios del cielo fundará un
reino, el cual no será jamás destruido..., permanecerá eternamente[9]; y poco después
añade: Yo estaba observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las
nubes del cielo un personaje que parecía el Hijo del Hombre; quien se adelantó hacia el
Anciano de muchos días y le presentaron ante El. Y diole éste la potestad, el honor y el
reino: Y todos los pueblos, tribus y lenguas le servirán: la potestad suya es potestad
eterna, que no le será quitada, y su reino es indestructible[10]. Aquellas palabras de
Zacarías donde predice al Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino, había
de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las
turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

b) En el Nuevo Testamento

Por otra parte, esta misma doctrina sobre Cristo Rey que hemos entresacado de los
libros del Antiguo Testamento, tan lejos está de faltar en los del Nuevo que, por lo
contrario, se halla magnífica y luminosamente confirmada.

En este punto, y pasando por alto el mensaje del arcángel, por el cual fue advertida la
Virgen que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David su padre y que
reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin[12], es el
mismo Cristo el que da testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al
pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a
los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba
si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles
el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna
se atribuyó el título de Rey[13] y públicamente confirmó que es Rey[14], y
solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra[15]. Con
las cuales palabras, ¿qué otra cosa se significa sino la grandeza de su poder y la extensión
infinita de su reino? Por lo tanto, no es de maravillar que San Juan le llame Príncipe de
los reyes de la tierra[16], y que El mismo, conforme a la visión apocalíptica, lleve escrito
en su vestido y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de los que dominan[17]. Puesto que
el Padre constituyó a Cristo heredero universal de todas las cosas[18], menester es que
reine Cristo hasta que, al fin de los siglos, ponga bajo los pies del trono de Dios a todos
sus enemigos.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 3 – Cristo Rey – La realeza de Cristo (II)

c) En la Liturgia

De esta doctrina común a los Sagrados Libros, se siguió necesariamente que la Iglesia,
reino de Cristo sobre la tierra, destinada a extenderse a todos los hombres y a todas las
naciones, celebrase y glorificase con multiplicadas muestras de veneración, durante el
ciclo anual de la liturgia, a su Autor y Fundador como a Soberano Señor y Rey de los
reyes.

Y así como en la antigua salmodia y en los antiguos Sacramentarios usó de estos títulos
honoríficos que con maravillosa variedad de palabra expresan el mismo concepto, así
también los emplea actualmente en los diarios actos de oración y culto a la Divina
Majestad y en el Santo Sacrificio de la Misa. En esta perpetua alabanza a Cristo Rey
descúbrase fácilmente la armonía tan hermosa entre nuestro rito y el rito oriental, de
modo que se ha manifestado también en este caso que la ley de la oración constituye la
ley de la creencia.

d) Fundada en la unión hipostática

Para mostrar ahora en qué consiste el fundamento de esta dignidad y de este poder de
Jesucristo, he aquí lo que escribe muy bien San Cirilo de Alejandría: Posee Cristo
soberanía sobre todas las criaturas, no arrancada por fuerza ni quitada a nadie, sino en
virtud de su misma esencia y naturaleza[20]. Es decir, que la soberanía o principado de
Cristo se funda en la maravillosa unión llamada hipostática. De donde se sigue que Cristo
no sólo debe ser adorado en cuanto Dios por los ángeles y por los hombres, sino que,
además, los unos y los otros están sujetos a su imperio y le deben obedecer también en
cuanto hombre; de manera que por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene
potestad sobre todas las criaturas.

e) Y en la redención

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de
que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por
derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres,
harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis
rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa
de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha. No somos, pues, ya nuestros,
puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos
son miembros de Jesucristo. Carácter de la realeza de Cristo (I)
a) Triple potestad
Viniendo ahora a explicar la fuerza y naturaleza de este principado y soberanía de
Jesucristo, indicaremos brevemente que contiene una triple potestad, sin la cual apenas
se concibe un verdadero y propio principado. Los testimonios, aducidos de las Sagradas
Escrituras, acerca del imperio universal de nuestro Redentor, prueban más que
suficientemente cuanto hemos dicho; y es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo
fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a
quien deben obedecer[24]. Los santos Evangelios no sólo narran que Cristo legisló, sino
que nos lo presentan legislando. En diferentes circunstancias y con diversas expresiones
dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y
permanecerán en su caridad[25]. El mismo Jesús, al responder a los judíos, que le
acusaban de haber violado el sábado con la maravillosa curación del paralítico, afirma
que el Padre le había dado la potestad judicial, porque el Padre no juzga a nadie, sino
que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo[26]. En lo cual se comprende también su
derecho de premiar y castigar a los hombres, aun durante su vida mortal, porque esto
no puede separarse de una forma de juicio. Además, debe atribuirse a Jesucristo la
potestad llamada ejecutiva, puesto que es necesario que todos obedezcan a su
mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse.

b) Campo de la realeza de Cristo

i) En Lo espiritual

Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran


evidentísimamente, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este
reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto, en varias
ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que
el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó
y arrancó esta vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado
Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal título de
honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador
romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los
evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse
haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea
un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se
opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo
que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas
costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos
y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y
ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo,
ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real
del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 4 – Cristo Rey – Campo de la Realeza de Cristo (II) ii)

En lo temporal

Por otra parte, erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas
las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo
sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio. Sin
embargo, de ello, mientras vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este
poder, y así como entonces despreció la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así
también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

Acerca de lo cual dice bien aquella frase: No quita los reinos mortales el que da los
celestiales. Por tanto, a todos los hombres se extiende el dominio de nuestro Redentor,
como lo afirman estas palabras de nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII, las
cuales hacemos con gusto nuestras: El imperio de Cristo se extiende no sólo sobre los
pueblos católicos y sobre aquellos que habiendo recibido el bautismo pertenecen de
derecho a la Iglesia, aunque el error los tenga extraviados o el cisma los separe de la
caridad, sino que comprende también a cuantos no participan de la fe cristiana, de
suerte que bajo la potestad de Jesús se halla todo el género humano.

iii) En los individuos y en la sociedad

Él es, en efecto, la fuente del bien público y privado. Fuera de Él no hay que buscar la
salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del
cielo por el cual debamos salvarnos.

Él es sólo quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a los individuos como a las
naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad
de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de
ciudadanos. No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y
por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si
quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria.

Lo que al comenzar nuestro pontificado escribíamos sobre el gran menoscabo que


padecen la autoridad y el poder legítimos, no es menos oportuno y necesario en los
presentes tiempos, a saber: «Desterrados Dios y Jesucristo —lamentábamos— de las
leyes y de la gobernación de los pueblos, y derivada la autoridad, no de Dios, sino de los
hombres, ha sucedido que... hasta los mismos fundamentos de autoridad han quedado
arrancados, una vez suprimida la causa principal de que unos tengan el derecho de
mandar y otros la obligación de obedecer. De lo cual no ha podido menos de seguirse
una violenta conmoción de toda la humana sociedad privada de todo apoyo y
fundamento sólido».
En cambio, si los hombres, pública y privadamente, reconocen la regia potestad de
Cristo, necesariamente vendrán a toda la sociedad civil increíbles beneficios, como justa
libertad, tranquilidad y disciplina, paz y concordia. La regia dignidad de Nuestro Señor,
así como hace sacra en cierto modo la autoridad humana de los jefes y gobernantes del
Estado así también ennoblece los deberes y la obediencia de los súbditos. Por eso el
apóstol San Pablo, aunque ordenó a las casadas y a los siervos que reverenciasen a Cristo
en la persona de sus maridos y señores, mas también les advirtió que no obedeciesen a
éstos como a simples hombres, sino sólo como a representantes de Cristo, porque es
indigno de hombres redimidos por Cristo servir a otros hombres: Rescatados habéis sido
a gran costa; no queráis haceros siervos de los hombres.

Y si los príncipes y los gobernantes legítimamente elegidos se persuaden de que ellos


mandan, más que por derecho propio por mandato y en representación del Rey divino,
a nadie se le ocultará cuán santa y sabiamente habrán de usar de su autoridad y cuán
gran cuenta deberán tener, al dar las leyes y exigir su cumplimiento, con el bien común
y con la dignidad humana de sus inferiores. De aquí se seguirá, sin duda, el florecimiento
estable de la tranquilidad y del orden, suprimida toda causa de sedición; pues, aunque
el ciudadano vea en el gobernante o en las demás autoridades a hombres de naturaleza
igual a la suya y aun indignos y vituperables por cualquier cosa, no por eso rehusará
obedecerles cuando en ellos contemple la imagen y la autoridad de Jesucristo, Dios y
hombre verdadero.

En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el


reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la
conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así
como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus
amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los
abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico
trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le
sirviesen, sino a servir; que, siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de
humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad;
que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.

¡Oh, qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se
dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente —diremos con las mismas
palabras de nuestro predecesor León XIII dirigió hace veinticinco años a todos los
obispos del orbe católico—, entonces se podrán curar tantas heridas, todo derecho
recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las
espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo,
cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está
en la gloria de Dios Padre.
Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 5 - Cristo Rey

El reino de Dios en el Antiguo Testamento.

Fundamentos de la Realeza de Cristo

(P. José Grass)

En el Antiguo Testamento el designio eterno del Padre se da a conocer principalmente


como revelación de un 'reino de Dios' futuro, que tendrá lugar en la fase mesiánica y
escatológica de la historia de la salvación.

• “El Señor será vuestro rey”

Son estas las palabras que Gedeón, victorioso contra los madianitas, dirigió a una parte
de los habitantes israelitas de la región de Siquem, que querían que fuera su soberano
e incluso el fundador de una dinastía: 'No seré yo el que reine sobre vosotros ni mi hijo;
el Señor será vuestro rey'.

• Israel quiere ser como los demás pueblos

Se dan dos tendencias en Israel: aquellos que quieren tener un rey, ser un pueblo con
un régimen de gobierno como los otros pueblos; y los que seguían pensando que Israel
era un pueblo teocrático, donde el Señor Yahvé era su único Señor, el único que podía
gobernarlo.

Sabemos, por el primer libro de Samuel, que los ancianos de Israel se dirigieron al juez,
ya anciano, con esta petición: 'Danos un rey para que nos juzgue'. Samuel se entristeció,
porque veía en esa petición otro intento de quitar a Dios la exclusividad de la realeza
sobre Israel. Por eso se dirigió a Dios para consultarle en la oración. Y, según el libro
citado, 'el Señor dijo a Samuel: 'Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te
han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos'.

Será David el rey emblemático de esta conciliación de aspectos y funciones; es más, por
su gran personalidad se convertirá en el Ungido por excelencia, figura del futuro Mesías
y del Rey del nuevo pueblo, Jesucristo. El Padre Gras menciona este hecho:

“A David, su siervo, puso para hacer salir de él un REY FORTÍSIMO, y que se sentase en
el trono de gloria para siempre.

¿Quién es este REY FORTÍSIMO […]? Este REY FORTÍSIMO ES JESUCRISTO”.

• Dios sigue siendo el Rey de Israel


El Dios de Israel es Rey en sentido religioso, incluso cuando los que gobiernan al pueblo
en su nombre son jefes políticos. El pensamiento de Dios como Rey y Señor de todo, en
cuanto Creador, se hace patente en los libros sagrados, tanto en los históricos como en
los proféticos y en los salmos. Así, el profeta Jeremías, llama a Dios muchas veces “Rey,

cuyo nombre es Dios de los ejércitos”; y numerosos salmos proclaman que “el Señor
reina”'. Esta realeza trascendente y universal había tenido su primera expresión en la
Alianza con Israel: “Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza,
vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la
tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”.

Esta pertenencia de Israel a Dios, como pueblo suyo, exige su obediencia y amor en
sentido absoluto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
toda tu fuerza”

Israel tiene conciencia de ello y vive su relación con Dios como una forma de
sometimiento a su Rey. Aun cuando el Señor acepta la institución en Israel del rey y de
su dinastía en sentido político, Israel sabe que tal institución conserva un carácter
teocrático. Desde la historia resulta evidente que, entre el reino en sentido terreno y
político y las exigencias del reinar de Dios, existen divergencias y contrastes. Así se
explica el hecho de que, aunque el Señor mantiene su fidelidad a las promesas hechas a
David y a su descendencia, la historia describe conspiraciones para poner resistencia “al
reino del Señor que está en manos de los hijos de David”. Es un contraste en el que se
delinea cada vez mejor el sentido mesiánico de las promesas divinas.

• Israel espera la venida del Mesías, que ocupará el trono de David.

En efecto, casi como una reacción contra la desilusión causada por los reyes políticos, se
refuerza en Israel la esperanza de un rey mesiánico, como soberano ideal, de quien
leemos en los que “la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para
restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y siempre”. Isaías se
explaya en la profecía sobre este soberano al que atribuye los nombres de “Maravilla
del consejero”, “Dios Fuerte” “Siempre Padre” y “Príncipe de la Paz”, y cuyo reino
describe como una utopía del paraíso terrenal: “Justicia será el ceñidor de su cintura,
verdad el cinturón de sus flancos. Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se
echará con el cabrito […].

Nadie hará daño, nadie hará mal […] porque la tierra estará llena de conocimiento del
Señor como cubren las aguas el mar”. Son metáforas destinadas a poner de relieve el
elemento esencial de las profecías sobre el reino mesiánico: una nueva alianza en la que
Dios abrazará al hombre de modo benéfico y salvífico.
Después del período del exilio y de la esclavitud babilónica, la visión de un rey
'mesiánico' asume aún más claramente el sentido de una realeza directa por parte de
Dios. La esperanza de Israel, alimentada por los profetas, apunta hacia un reino en el que
Dios mismo será el rey. Será un reino universal: “Y será el Señor rey sobre toda la tierra:
¡el día aquel será único el Señor y único su nombre!”.

El hecho que mayor interés y admiración suscita en estos textos es que la esperanza del
reino de Dios se ilumina y purifica cada vez más hacia un reinar directo por parte del
Dios trascendente. Sabemos que este reino incluye a la persona del Mesías: “todos estos
sucesos forman como el crepúsculo del gran día del reinado de nuestro temporal y
eterno salvador".

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 6

Fundamento Bíblico de la Realeza de Cristo

En el nuevo Testamento

(P. Grass)

La realeza de Cristo se ve reflejada a lo largo del Nuevo Testamento; de éste, y más


concretamente de los Evangelios, dice el Padre Grass que “no son más que un relato del
ejercicio maravilloso de su infinita Soberanía”.

La genealogía de Jesús: Mt 1, 1-17.

Sin meternos en un estudio profundo de la genealogía de Jesús con la que Mateo


comienza su evangelio, nos parece importante resaltar la idea dominante que el autor
tiene a la hora de escribir su evangelio: Jesús de Nazaret es el Mesías. En Jesús se han
cumplido los anuncios proféticos del Antiguo Testamento.

El fin, por tanto, que Mateo se propone con la exposición de la genealogía está claro en
el encabezamiento que le precede: “Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David, Hijo de
Abraham…”, y quiere demostrar, por medio de la enumeración de sus antepasados, que
Jesús, como está prometido en el Antiguo Testamento, es realmente miembro del
pueblo elegido y descendiente de David.

Aunque la genealogía presentada sea la de José, y José no sea el padre real de Jesús,
sirve, con todo, a los fines del evangelista, ya que José, como esposo de la madre de
Jesús, era, según el derecho judío, el padre legal, y sus antepasados son entonces
también los de Jesús. Jesús es, por lo tanto, descendiente del linaje de David. El
evangelista no pretende probar solamente la descendencia física del linaje de David, sino
que Jesús es el heredero de su padre David. Tal derecho de herencia podía recibirlo Jesús
por medio de José y sólo por él.

La anunciación: Lc 1, 31-33.

En la misma línea que la genealogía de Mateo, Lucas nos presenta, en el relato de la


anunciación a María, a Jesús como perteneciente al linaje davídico y destinado a la
realeza: “El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la estirpe de
Jacob por siempre y su reino no tendrá fin”.

Esta misión, anunciada desde el principio, se confirma en el momento en que el Espíritu


desciende sobre él en el Jordán, después de su bautismo. Según la lectura textual, que
se reconoce como la mejor, la voz venida del cielo se dirige a Cristo citando un salmo de
investidura real: “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy”. En la tradición bíblica, el
rey es efectivamente Hijo de Dios.

3. La adoración de los magos: Mt 2, 1-12.

Mateo, a través de este texto, sitúa en el tiempo y en el espacio el nacimiento de Jesús.


Su principal intención es completar lo dicho sobre él en los pasajes anteriores. Como
ya apuntábamos anteriormente, se trata de dejar claro que Jesús es el Mesías
prometido, heredero del trono de David, anunciado y esperado a lo largo del tiempo por
el pueblo. Él es el Rey de Israel.

La llegada de los magos a Jerusalén es el motivo para hacer constar cómo el Mesías debía
nacer en Belén. El evangelista no describe el acontecimiento central, el nacimiento de
Jesús, sólo lo menciona como ya sucedido en una frase secundaria, porque era necesario
unirlo al dato local: “Belén de Judá”, para destacar que el Mesías nació en territorio de
la tribu de Judá, al cual pertenecía como descendiente de David.

Los magos aquí nombrados son hombres sabios entendidos en astrología. Procedían,
probablemente de Babilonia, el imperio parto de entonces o de la Arabia del norte;
Babilonia era, junto con Egipto y Siria, el centro más importante de la diáspora judía.
Para comprender su marcha al país judío, hay que tener presente la activa y eficaz
propaganda religiosa llevada a cabo por el judaísmo, en la época de Jesús, por todas
partes donde había judíos dispersos entre paganos; fácilmente se comprende que
también los magos babilónicos, a pesar de ser paganos, estuvieran dispuestos a recibir
tal mensaje.

Añádase, además, la viva nostalgia sentida por entonces en todo el ámbito del mundo
antiguo, de un “salvador”, un rey libertador. Como expertos en astrología, los magos
creen haber adivinado, ante la aparición de una determinada estrella, la señal de haber
nacido este rey de los judíos (no de un nuevo príncipe cualquiera), y ello les indujo a
buscarlo. Debemos hacer notar una paradoja: unos paganos vienen de tierras lejanas a
rendir homenaje al Mesías judío, mientras en su propio pueblo, la noticia de su
nacimiento no trae gozo ni júbilo, sino temor y desconcierto. Y precisamente este dato
es importante para el evangelista: Jesús es el Mesías 37 Cf. Lc 2, 11.15 17 rechazado,
desde el primer momento por su propio pueblo, “Israel rechaza a su rey”.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 7
Fundamento Bíblico de la Realeza de Cristo (II)

En el nuevo Testamento

(P. Grass)

El tiempo de la predicación: Lc 7, 18-23; 23, 42; 22, 28-30.

Durante este período, según san Lucas, Jesús proclama el mensaje del reino y presenta
sus signos, que son los milagros. Al igual que Mateo, recoge la escena en la que los
discípulos de Juan vienen a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que tenía que venir o hemos
de esperar a otro?”. Verbalmente Jesús les responde: “Los ciegos ven, los cojos
andan…”; pero el texto señala que, antes de hacer esta declaración, “en aquel momento,
Jesús curó a muchos de sus enfermedades, dolencias y malos espíritus, y devolvió la vista
a muchos ciegos”. La insistencia de Lucas es doble: Jesús cumple los gestos que son
signos del reino; y es en ese momento, en el hoy de su predicación. De este modo él es
verdaderamente el Rey Mesías, y esta realeza encuentra su manifestación plena durante
su misión pública. Esto no impide que la manifestación gloriosa se deje todavía esperar;
sólo después de su muerte establecerá su reino.

La entrada de Jesús en Jerusalén: Lc 19, 29-44; (Mc 11, 1-11; Mt 21, 1-11; Jn 12, 12-19).

El título de Rey de Israel se ve claramente resaltado en esta escena de la entrada de Jesús


en Jerusalén, que presentan los cuatro evangelistas. El evangelio de Juan es el único de
los cuatro que pone en labios de la gente la expresión “Rey de Israel”, Lucas se contenta
con “Rey”, Mateo habla de “Hijo de David “y Marcos menciona al “reino que viene, el de
nuestro padre David”. Los cuatro evangelios sugieren una misma interpretación del
acontecimiento: la espera de un Mesías real de linaje davídico. Sin embargo, la titulación
real puede prestarse a confusión, por esa razón en la escena de la entrada mesiánica,
Juan, lo mismo que Mateo, pero a diferencia de Marcos y Lucas, se apela a Zacarías,
dando de él la siguiente versión: “No temas, hija de Sión; mira, tu rey viene a ti montado
sobre un asno”, es decir, este Rey excluye el temor, viene humilde, manso, pobre… Los
sinópticos dicen que la muchedumbre agitaba ramas, San Juan, sin embargo, dice que
agitaban “palmas”. Este agitar palmas es lo que se le hacía al rey cuando venía victorioso
de una lucha

El proceso ante Pilato: Jn 18, 28-19, 16; (Mt 27, 1-2.11- 14; Mc 15, 1-5; Lc 23, 1-25).

Esta realeza paradójica aparece de forma patente en el relato joánico de la pasión, sobre
todo en el proceso ante Pilato, que no solamente constituye la secuencia más original
respecto a los sinópticos, sino que se encuentra en el centro mismo de todo este relato
de la pasión. Es verdad que toda la pasión es tratada por Juan desde el punto de vista de
la gloria, desde el arresto hasta la hora de la muerte en que Jesús, disponiendo
libremente de su vida, declara terminada su misión y entrega su espíritu. Sin embargo,
es en la escena del proceso ante Pilato donde se afirma solemnemente la realeza de
Jesús, especialmente en la primera comparecencia de este ante el emperador, dentro
del pretorio

Vamos a dividir este texto en tres momentos:

a) La investidura y coronación del Rey.


b) Proclamación del Rey.
c) La confesión del Rey.

a) La investidura y coronación del Rey. Se trata de la escena en la que Jesús es vestido


con manto de púrpura y es coronado de espinas. Entre Mateo, Marcos y Juan, hay
aspectos comunes: se menciona la púrpura y la corona de espinas.
Lucas, por su parte, no se mete a describir todos estos detalles, sino que tan solo
alude a ellos.

• Juan presenta una escena con carácter teológico de investidura y de coronación del
Rey. Es la intención del evangelio que da al suceso todo un carácter simbólico, a Jesús
no se le quita la túnica, sino que sobre sus vestidos se le reviste con un manto de
púrpura, no se trata de un despojo sino de una verdadera investidura. Mantiene,
además, la corona de espinas en la cabeza, el manto y la corona tienen un sentido de
realeza.

En la escena de Juan no aparecen ni burlas ni los golpes de los soldados, habla, sin
embargo, de bofetadas. Con ellas presenta algo más que la injuria o el dolor, ya que son
el sentido teológico de rechazo y repulsa del Rey. “¡Salve, rey de los judíos! Y le daban
bofetadas”.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 8

Fundamento Bíblico de la Realeza de Cristo (III)

En el nuevo Testamento

b) Proclamación del Rey

Escena exclusiva del cuarto evangelio. Se presenta a Jesús con las insignias reales:
“Llevaba sobre su cabeza la corona de espinas y sobre sus hombros el manto de púrpura.”

La posición de Jesús. “Pilato [...] mandó sacar fuera a Jesús y lo sentó en el tribunal…”.
No es Pilato el que se sienta en la silla, sino que es Jesús el que se sienta. Si antes
presentó Juan la investidura del Rey, ahora al presentar a Jesús sentado está sugiriendo
la entronización.

• El lugar que ocupa Jesús. “Pilato [...] mandó sacar fuera a Jesús y lo sentó en el
tribunal, en el lugar conocido con el nombre de enlosado (que en la lengua de los judíos
se llama Gábbata, que significa elevado)”. Jesús queda sentado en lugar alto. Está
dominando a la muchedumbre.

• Tiempo simbólico “Era la víspera de la fiesta de la pascua, hacia el mediodía”. Se


da entrada así a la Nueva Pascua, en este momento Pilato proclama: “He aquí a vuestro
Rey”. Pilato lo hace en plan de burla, pero el evangelista aprovecha la situación para la
proclamación de Jesús como Rey de Israel. En el momento que Pilato le proclama Rey,
sigue el rechazo, la repulsa del Rey: con las bofetadas y los gritos de la muchedumbre:
“¡Crucifícalo!”.

El Padre Grass, aludiendo a este texto explica que la afirmación de la realeza de Cristo
es lo que decidirá a Pilato a condenarlo:

“Cuando los judíos, acudiendo ante el tribunal de Pilatos, acusaron a Nuestro Señor
Jesucristo de que se había hecho reo de muerte, porque se daba el nombre de Hijo de
Dios, el pretor romano dio poca importancia a la acusación, pues dice el evangelio que
procuraba librarlo, pero, cuando lo acusaron de que se hacía rey, entonces lo condenó.

De modo que la acusación de más fuerza para Pilatos no fue la del supuesto delito
religioso de blasfemia, sino de la delincuencia política, y entendiéndolo así los fariseos,
hicieron hincapié en hacerle condenar por oponerse a la soberanía del César. En efecto,
los mismos fariseos, a la pregunta que les hizo Pilatos, dando a Cristo el nombre de Rey,
respondieron: no tenemos más Rey que al César, llevando su odio a la soberanía de Cristo
tan lejos que, aún después de haber logrado su sentencia de muerte, pretendieron hacer
borrar el título de Jesús Nazarenus, Rex judeorum que Pilatos hizo poner sobre la cruz.
No, no queremos que reine Cristo ni nominalmente sobre nosotros, dicen con su
conducta los judíos”. Como los judíos que gritaban NO QUEREMOS QUE ESTE REINE
SOBRE NOSOTROS, grita el egoísmo de los que nada quieren hacer para impedir que
Jesús sea destronado de nuestro pueblo. ¡Ah! Los que así proceden, prueban con
semejante conducta que ya no reina Cristo en su corazón, porque han declarado a Pilatos
que no tienen otro rey que, al César, es decir, que sus pasiones son su propio rey, su
propia ley, el soberano objeto de sus cultos, de sus sacrificios, de su adoración”. “Los
judíos, los apóstatas y muchos malos cristianos gritan hoy como hace diez y nueve siglos:
No queremos que Cristo reine sobre nosotros; no tenemos más rey que al César; crucifica
al Justo y suelta a Barrabás”.

“No queremos que Cristo reine sobre nosotros; no hay más rey que el César; no
queremos la libertad de Cristo, sino la de Barrabás. Este es el grito que resuena hoy a
todas horas, en todos los idiomas y en todas partes”

c) La confesión del Rey.

“- ¿Eres tú el rey de los judíos? […] - Mi reino no es de este mundo […] - Entonces… ¿eres
rey? - Soy rey, como tú dices. Y mi misión consiste en dar testimonio de la verdad.
Precisamente para eso nací y para eso vine al mundo. Todo el que es de la verdad
escucha mi voz”. Ante la pregunta de Pilato: “Entonces, ¿Tú eres Rey?”, oiremos de
labios de Jesús la confesión de su realeza: “Sí, soy Rey, como tú dices”, y “Mi reino no es
de este mundo”. Su realeza tiene un sentido mucho más hondo. No es de este mundo
porque Él nació, vino a este mundo con una misión muy concreta de parte del Padre:
dar testimonio de la verdad y la verdad es lo que Jesús oyó del Padre, es decir, la
revelación que trae del Padre y de sí mismo.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 9

Fundamento Bíblico de la Realeza de Cristo (IV)

En el nuevo Testamento

La crucifixión y el letrero de la cruz: Jn 19, 17-30; (Mc 15, 22-32; Mt 27, 31.37-38; Lc 23,
33.38)

La escena del letrero es común a todos los evangelistas y todos ellos intentan subrayar
la verdad profunda de la inscripción “rey de los judíos”. Lucas amplía más aún este
sentido recogiendo todos los rasgos de la realeza dispersos en la tradición sinóptica: las
burlas de los “jefes” desafiando al Cristo de Dios, la de los soldados paganos sobre el
“rey de los judíos”, la ironía del ladrón sobre “el Cristo”. En medio de este conjunto, la
inscripción que proclama la sentencia condenatoria “rey de los judíos” adquiere el valor
de una auténtica entronización real: como todos los demás, este desafío contra todas
las apariencias se va a ver confirmado por Dios.

Pero esta entronización del Rey nuevo, de la que los hombres habían querido hacer una
parodia ridícula, es absoluta voluntad de Dios, en la que los hombres no pueden cambiar
nada. Por eso, indignados por la frase del letrero, los sumos sacerdotes quieren
corregirla y se empeñan en que escriban: “Este dijo que era rey de los judíos”, y Pilato
desecha su solicitud: “lo escrito, escrito se queda”. Es algo definitivo que nadie podrá
cambiar. Es el cumplimiento del designio de Dios. Pilato escribe, pero es Dios el que
habla.

El Padre Gras ve también como una afirmación de la realeza de Cristo el letrero de la


cruz y así lo dice:

“Hace mil ochocientos treinta y dos años que, en la cima de un monte de Judea, expiraba
clavado en cruz un sentenciado, cuyo nombre y dignidad se leía sobre su cabeza, en tres
idiomas: JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS. Jesús, efectivamente, era Rey. El pretor
romano que le había condenado a muerte había escrito tal título absoluto en sentencia
y, cuando los fariseos le pidieron que lo retractase, contestó con una firmeza que
hubiera debido tener antes de coger la pluma: Quod scripsi, scripsi. Lo escrito, quedó
escrito. Esta hora, la hora en que los hombres levantaron la cruz del rey de los judíos,
se convierte en la que anunciaba Jesús, la de su última revelación: “Cuando me levante
de la tierra, atraeré todos a mí”.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanía
Día 10 - La Realeza de Cristo.

(P. Antonio Royo Marín)

«Se dice que Cristo está sentado a la diestra del Padre, en cuanto reina junto con el Padre
y de Él tiene el poder judicial; como el ministro que se sienta a la derecha del rey le asiste
en el reinar y en el juzgar». «El poder judicial es consiguiente a la dignidad regia, según
leemos en los Proverbios: «El rey, sentado en el tribunal, con su mirar disipa el mal»
(Prov 20,8). Cristo obtuvo la dignidad regia sin merecimientos, pues le compete en
cuanto es e\ unigénito de Dios eso dice San «dará el Señor Dios el trono de David, su
padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin» (Le 1,32-33).
«Ya hemos dicho que el poder judicial es consiguiente a la dignidad real. Pero, aunque
Cristo fue constituido rey por Dios, no quiso, sin embargo, mientras vivió en la tierra,
administrar temporalmente un remo terreno. Por eso dijo El mismo: «Mi reino no es de
este mundo» (lo 18,36). E igualmente no quiso ejercer su poder judicial sobre las cosas
temporales (cf. Le 12,13-14), ya que vino al mundo a elevar los hombres a las cosas
divinas».

EN SENTIDO METAFÓRICO. Escuchemos a Pío XI: «Ha sido costumbre muy generalizada
ya desde antiguo llamar Rey a Jesucristo en sentido metafórico, por el supremo grado
de excelencia que posee, y que le levanta sobre toda la creación». «Sin embargo, es
evidente que también en sentido propio hay que atribuir a Jesucristo-hombre el título y
la potestad de Rey; pues sólo como hombre se puede afirmar de Cristo que recibió del
Padre la potestad, el poder y el reino (Dan 7,13-14), ya que, como Verbo de Dios,
identificado substancialmente con el Padre, posee necesariamente en común con el
Padre todas las cosas y, por tanto, también el mismo poder supremo y absoluto sobre
toda la creación».

«Vi venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre, que se llegó al anciano de
muchos años y fue presentado a éste. Fue dado el señorío., la gloria y el imperio, y todos
los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno, que no
acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan 7,13-14). «Y le dará
el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y
su reino no tendrá fin» (Le 1,32-33). «Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey?
Respondió Jesús: Tú lo has dicho» (lo 18,37). «Tiene sobre su manto y sobre su muslo
escrito su nombre: Rey de reyes y Señor de los que dominan» (Apoc 19,16).

El fundamento de la realeza de Cristo-hombre es la unión hipostática de su naturaleza


humana con la persona del Verbo divino. Es evidente que Cristo, en cuanto Verbo de
Dios, es él Creador y Conservador de todo cuanto existe, y tiene, por lo mismo, pleno y
absoluto dominio sobre toda la creación universal. Y en cuanto hombre participa
plenamente de esta potestad natural del Hijo de Dios en virtud de la unión hipostática
de su naturaleza humana con la persona misma del Verbo. Lo afirma expresamente Pío
XI: Cristo-hombre es Rey del universo también por derecho de conquista.
Aunque Cristo-hombre no poseyera la potestad regia universal por su unión personal
con el Verbo, tendría derecho a ella por derecho de conquista, esto es, por haber
redimido al mundo con su pasión y muerte en la cruz, lo es también por ser cabeza de la
Iglesia, por la plenitud de su gracia y por derecho de herencia.

POR SER CABEZA DE LA IGLESIA. «Ya queda dicho que Cristo, aun en la naturaleza
humana, es cabeza de toda la Iglesia y que «Dios puso todas las cosas bajo sus pies» (Ps
8,8). Por tanto, a El pertenece, aun en cuanto hombre, tener poder judicial.

POR LA PLENITUD DE SU GRACIA. «La potestad judicial y, por lo mismo, la potestad


regia compete a Cristo hombre:

a) Por razón de su persona divina


b) Por la dignidad de cabeza
c) Por la plenitud de su gracia

También la obtuvo por sus propios merecimientos», o sea, por derecho de conquista o
de redención.

POR DERECHO DE HERENCIA. Puede invocarse también el derecho de herencia como


título de Cristo-hombre para la potestad real. Dice San Pablo que Dios «nos habló en
estos últimos tiempos por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas» (Hebr
1,2). Ahora bien: el heredero goza de todos los derechos y prerrogativa.

EN SU RESURRECCIÓN Y EXALTACIÓN GLORIOSA. la que poseía el padre; luego Cristo


hombre ha heredado del Padre su potestad real. La potestad real de Cristo abarca el
triple poder legislativo judicial y ejecutivo.

POTESTAD LEGISLATIVA. Cristo, en cuanto Dios, impuso sus leyes a la creación entera.
Y en cuanto Redentor promulgó la ley evangélica, que alcanza su máximo exponente en
el gran mandamiento del amor.

POTESTAD JUDICIAL. La tiene Cristo plenamente, como veremos en el capítulo siguiente


(cf. lo 5,22). Cristo la ejercita en la tierra por sus ministros (sacramento de la penitencia)
y personalmente en el juicio particular y universal.

POTESTAD EJECUTIVA. El rige los destinos de la historia del mundo, sirviéndose a veces
de sus mismos enemigos (guerras, persecuciones, martirios...) para sacar adelante los
planes de su reinado de amor sobre el mundo entero.
El reino de Cristo no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y
universal; reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de
paz.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 11

REALEZA DE CRISTO – San Ignacio de Loyola

P. José Luis Torres-Pardo CR

El P. Polanco, secretario de San Ignacio, nos "descubre" el por qué nuestro Santo hizo
girar todos los Ejercicios sobre el "eje axial" de la Realeza de Cristo: porque -dice-
"meditaba él principalmente las dos Banderas y el Rey temporal". Independientemente
de lo dicho, la idea de la Realeza de Cristo, desarrollada a través del libro (incluso ciertas
expresiones, comparaciones y matices), es una idea típicamente bíblica.

Las páginas de los Ejercicios están llenas de reminiscencias de las Sagradas Escrituras. El
itinerario espiritual recorrido por el Santo de Loyola tiene valor perenne y universal,
pues no constituye en realidad sino la aplicación práctica de las diferentes etapas de la
Historia de la Salvación.

Y empecemos por destacar, desde el primer momento, las tres meditaciones "fuertes"
de los Ejercicios, en las cuales San Ignacio condensa magistralmente el "dogma hecho
vida" de la Realeza de Cristo: el Reino, las dos Banderas, y el tercer grado de humildad.

En la dinámica de los Ejercicios, estas tres piezas no se pueden separar. Forman un todo
coherente y completo, "in crescendo".

I. Meditación del Reino

En realidad, la idea de Cristo Rey ya aparece, aunque implícitamente, en el "Principio y


Fundamento", que es "cristocéntrico".

Pero de una manera explícita aparece por primera vez en la contemplación del Reino (Nº
91). Vayamos al texto para destacar sus elementos esenciales.

1. Títulos de su Realeza

Cristo, en cuanto Hombre-Dios es Rey a triple título: por derecho de naturaleza, por
derecho de conquista, y por derecho de elección.

a. Rey por derecho de naturaleza

Cristo es Rey en virtud de la unión hipostática realizada en la Encarnación. "Todo fue


creado por El y para El. Él es antes que todo, y todo subsiste en El" (Col 1,16-17).
San Ignacio denomina a Cristo: "Rey eterno" (Nº 95) y "eterno Señor (Nº 97). Con lo cual
ya está indicando la Divinidad como fundamento ontológico-teológico de su Realeza y
Realeza universal. Un "Rey eterno" no puede ser sino Dios. El vocablo "Señor" en
lenguaje ignaciano se refiere a "Cristo"; y en sentido bíblico se refiere a "Dios"

b. Rey por derecho de conquista

Cristo es Rey en virtud de la Redención. "Habéis sido rescatados no con plata y oro, sino
con la sangre preciosa de Cristo" (1 Pe 1,19).

San Ignacio emplea precisamente la palabra "conquista", al poner en boca de Cristo Rey
la arenga que dirige a sus vasallos:

"Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la
gloria de mi Padre. Por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, para
que, siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria".

En el lenguaje de San Ignacio "conquistar" significa aborrecer el pecado, usar rectamente


de las criaturas según el "tanto-cuanto" o "indiferencia", y sacralizarlo ("ordenarlo")
todo para que Dios sea glorificado por Jesucristo.

Este derecho de conquista se manifiesta en la conclusión de las meditaciones de la


primera semana, formulada por San Ignacio en el coloquio de misericordia:

"Imaginando a Cristo Nuestro Señor, delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo
de Creador ha venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así a
morir por mis pecados. Otro tanto mirándome a mí mismo, lo que he hecho por Cristo,
lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo, y así viéndole tal, y así colgado en
la cruz, discurrir por lo que se ofreciere").

Hasta aquí lo que podríamos llamar Realeza en sentido objetivo. Corresponde ahora
analizar el tercer título, o sea, la Realeza en sentido subjetivo: "lo que yo he de hacer por
Cristo", como respuesta a "lo que Cristo ha hecho por mí".

c. Realeza por derecho de elección

Cristo es Rey además porque lo hemos "elegido" como tal en el Bautismo, al mismo
tiempo que renunciamos a Satanás, a sus pompas y a sus obras. Según San Ignacio la
respuesta al llamamiento de Cristo Rey puede ser común o extraordinaria. A la primera
alude cuando dice:
“considerar que todos los que tuvieren juicio y razón ofrecerán todas sus personas al
trabajo".

Esta es la santidad que podríamos llamar de primer grado, que consiste en la práctica de
los mandamientos, al mínimo necesario para salvarse. Pero el Santo no se contenta con
este mínimo, sino que sitúa al ejercitante, desde el primer momento, en la perspectiva
de "lo que más nos conduce para el fin para el cual somos creados" (Nº 23).

De ahí la "oblación" que propone San Ignacio, "de mayor estima y mayor momento",
para aquellos "que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su Rey eterno y
Señor universal":

"¡Eterno Señor de todas las cosas!, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda,
delante de vuestra infinita Bondad, y delante de vuestra Madre gloriosa y de todos los
santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación
deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas
injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra
Santísima Majestad elegir y recibir en tal vida y estado".

Esta es la santidad que podríamos llamar de segundo grado, que consiste en la práctica
de los consejos evangélicos. A ella se refiere el Concilio vaticano II: "La Madre Iglesia se
goza de que en su seno se hallen muchos varones y mujeres que siguen más de cerca el
anonadamiento del Salvador, y dan un testimonio más evidente de Él" ("Lumen
Gentium").

El ejercitante en esta meditación es investido y armado caballero de Cristo Rey.


¡Imaginemos a Ignacio, convertido de "hombre dado a las vanidades del mundo"
(Autobiografía) en "caballero andante, enamorado perdidamente de Cristo su Señor, y
de la Santísima Virgen, su Señora!

Fue así como, después del sitio de Pamplona, se puso en camino hacia Montserrat
"pensando -escribe él mismo- como siempre solía, en las hazañas que había de hacer
por amor de Dios... y así se determinó de velar sus armas toda la noche, sin sentarse ni
acostarse, más a ratos de pie y a ratos de rodillas, delante de altar de Nuestra Señora de
Montserrat, adonde tenía determinado dejar sus vestidos y vestirse las armas de Cristo...

" ¡Con razón se ha comparado a Iñigo de Loyola con la profunda y misteriosa figura de
Don Quijote, imagen, los dos, de la raza española y de la Hispanidad inmortal!

San Ignacio ha trocado el "vano honor del mundo" por el "honor de caballero", que
consiste en ser "señor de sí y en "mantener la Santa Fe católica". Para él no habrá ya
otra nobleza ni aristocracia que la santidad." Muchos son los oficios que Dios en este
mundo ha dado a los hombres para que lo sirvan -decía el Beato Lulio-. Pero los dos más
nobles, más honrados y cercanos son el de clérigo y el de caballero" ("Libro de la Orden
de Caballería).

El precio" de esta entrega incondicional a Cristo Rey es "pasar todas injurias y todo
vituperio y toda pobreza". Es el "riesgo" y la "suerte" del caballero... ¡La vida es para él
una preparación a la muerte! Muerte que él contempla sin temor, más aún, como un
premio y un galardón, eterno.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 12
REALEZA DE CRISTO – San Ignacio de Loyola (II)

P. José Luis Torres-Pardo CR

2. Ámbito de su Realeza

La Realeza de Cristo es "católica", es decir, abarca la totalidad, ni se contenta con menos.

a. Realeza espiritual

La Realeza de Cristo no es "temporalista", "nacionalista", o "política". No implica una


"teocracia" ni un dominio "terreno de la Iglesia. "Mi Reino no es de este mundo" (Jn
18,36), proclamó Jesús ante Pilato. Y cuando los judíos, entusiasmados por la
multiplicación de los panes, fueron a proclamarle Rey, se escapó de sus manos, "se retiró
otra vez al monte El solo" (Jn 6,15). Por eso San Ignacio no pretende otra cosa, en esta
contemplación, que llevarnos a la perfecta imitación de Cristo, muerto y resucitado, que
es la condición, la señal y la garantía del verdadero amor.

Cristo reina espiritualmente por la gracia santificante, que excluye todo pecado. San
Ignacio pone en boca de Cristo Rey estas palabras "...el que quiera venir conmigo...".
Este conmigo quiere decir que Cristo va delante, ayudándonos con su gracia, con su
palabra y con su ejemplo.

b. Realeza individual

El llamamiento de Cristo Rey va dirigido a "cada uno en particular" (Nº 95). La santidad
es algo, en primer lugar, personal. "El Reino de Dios está dentro de vosotros" (Lc 17,21).
Es el triunfo total de Dios en un alma libre. Para que triunfe Dios en nuestra alma es
preciso "dejarnos vencer" por amor de Él, lo cual exige que El venza, en primer lugar, a
los "enemigos de adentro", haciendo contra la propia sensualidad y contra el propio
amor carnal y mundano (cfr Nº 97).

c. Realeza social

San Ignacio dice también que Cristo Rey llama "a todo el universo mundo" (Nº 95). "Mi
voluntad -dice Cristo- es conquistar todo el mundo y todos los enemigos" (ib.). Porque
Cristo es el "eterno Señor de todas las cosas" (Nº 98), el "Señor universal" (Nº 97).

Es Rey, por consiguiente, no sólo de los individuos, sino también, y por los mismos
títulos,
Rey de las familias, de las escuelas y universidades, de las profesiones, de las empresas
y asociaciones, de los municipios, de las sociedades y de los Estados, de las patrias y de
las naciones. La ciencia, la cultura, la política, la economía, el trabajo, la técnica y el
progreso deben estar al servicio de Cristo Rey, sin perder nada de su legítima (aunque
ontológicamente siempre relativa) autonomía y libertad.

Para San Ignacio, la Realeza social es una consecuencia evidente de la Divinidad, de la


Redención y de la Realeza individual de Jesucristo. "Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra" (Mt 28,18).

Doctrina que da por supuesta San Ignacio, y que se refleja en su célebre parábola del
Rey temporal (Nº 92). El Reino de Cristo no es de este mundo, pero está en este mundo.
Se consumará al fin del mundo, pero existe ya desde ahora.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 13 - Cristo Rey – Testigo Fiel
(Homilía de San Juan pablo II) 25 de noviembre de 1979

Las verdades de la fe que queremos manifestar, el misterio que queremos vivir encierra,
en cierto sentido, cada una de las dimensiones de la historia, cada una de las etapas del
tiempo humano, y abren al mismo tiempo la perspectiva "de un cielo nuevo y de una
tierra nueva" (Ap 21, 1), la perspectiva de un Reino que "no es de este mundo" (Jn 18,
36). Es posible que se entienda erróneamente el significado de las palabras sobre el
"Reino", que pronunció Cristo ante Pilato, es decir sobre el Reino que no es de este
mundo. Sin embargo, el contexto singular del acontecimiento, en cuyo ámbito fueron
pronunciadas, no permite comprenderlas así. Debemos admitir que el Reino de Cristo,
gracias al cual se abren ante el hombre las perspectivas extraterrestres, las perspectivas
de la eternidad, se forma en el mundo y en la temporalidad. Se forma, pues, en el
hombre mismo mediante "el testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) que Cristo dio en ese
momento dramático de su Misión mesiánica: ante Pilato, ante la muerte en cruz, que
pidieron al juez sus acusadores. Así, pues, debe atraer nuestra atención no sólo el
momento litúrgico de la solemnidad de hoy, sino también la sorprendente síntesis de
verdad, que esta solemnidad expresa y proclama.

Jesucristo es "el testigo fiel" (cf. Ap 1, 5), como dice el autor del Apocalipsis. Es el "testigo
fiel" del señorío de Dios en la creación y sobre todo en la historia del hombre.
Efectivamente, Dios formó al hombre, desde el principio, como Creador y a la vez como
Padre. Por lo tanto, Dios, como Creador y como Padre, está siempre presente en su
historia. Se ha convertido no sólo en el Principio y en el Término de todo lo creado, sino
que se ha convertido también en el Señor de la historia y en el Dios de la Alianza: "Yo
soy el alfa y el omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el
Todopoderoso" (Ap 1, 8).

Jesucristo —"Testigo fiel"— ha venido al mundo precisamente para dar testimonio de


esto. ¡Su venida en el tiempo! De qué modo tan concreto y sugestivo la había
preanunciado el profeta Daniel en su visión mesiánica, hablando de la venida de "un hijo
de hombre" (Dan 7, 13) y delineando la dimensión espiritual de su Reino en estos
términos: "Le fue dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y
lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no acabará nunca, y su imperio,
imperio que nunca desaparecerá" (Dan 7, 14). Así ve el profeta Daniel, probablemente
en el siglo II, el Reino de Cristo antes de que El viniese al mundo.

Lo que sucedió ante Pilato el viernes antes de Pascua nos permite liberar la imagen
profética de Daniel de toda asociación impropia. He aquí, en efecto, que el mismo "Hijo
del hombre" responde a la pregunta que le hizo el gobernador romano, Esta respuesta
dice: "Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis ministros
habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí"
(Jn 18, 36).

Pilato, representante del poder ejercido en nombre de la poderosa Roma sobre el


territorio de Palestina, el hombre que piensa según las categorías temporales y políticas,
no entiende esta respuesta. Por eso pregunta por segunda vez: "¿Luego tú eres rey?" (Jn
18, 37).

También Cristo responde por segunda vez. Como la primera vez ha explicado en qué
sentido no es rey, así ahora, para responder plenamente a la pregunta de Pilato y al
mismo tiempo a la pregunta de toda la historia de la humanidad, de todos los
gobernantes y de todos los políticos, responde así: "Yo soy rey. Para esto he nacido y
para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la
verdad oye mi voz" (cf. Jn 18, 37).

Esta respuesta, en conexión con la primera, expresa toda la verdad sobre su Reino: toda
la verdad sobre Cristo-Rey.

la verdad sobre Cristo. No es sólo "el testigo fiel", sino también "el primogénito de entre
los muertos" (Ap 1. 5). Y si es el Príncipe de la tierra y de quienes la gobiernan ("el
Príncipe de los reyes de la tierra", Ap 1, 5), lo es por esto, sobre todo por esto y
definitivamente por esto, porque "nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por
la virtud de su sangre y nos ha hecho reyes y sacerdotes de Dios su Padre" (Ap 1, 5-6).

Cristo subió a la cruz como un Rey singular: como el testigo eterno de la verdad. "Para
esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn 18,
37). Este testimonio es la medida de nuestras obras, La medida de la vida. La verdad por
la que Cristo ha dado la vida —y que la ha confirmado con la resurrección—, es la fuente
fundamental de la dignidad del hombre. El Reino de Cristo se manifiesta, como enseña
el Concilio, en la "realeza" del hombre.

Cristo, en cierto sentido, está siempre ante el tribunal de las conciencias humanas, como
una vez se encontró ante el tribunal de Pilato. Él nos revela siempre la verdad de su
Reino. Y se encuentra siempre, por tantas partes, con la réplica: "¿Qué es la verdad?"
(Jn 18, 38).

Por esto que Él se encuentre aún cercano a nosotros. Que su reino esté cada vez más en
nosotros. Correspondámosle con el amor al que nos ha llamado, y amemos en El siempre
más la dignidad de cada hombre.

Entonces seremos verdaderamente partícipes de su misión. Nos convertiremos en


apóstoles de su reino.
Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías
Día 14 - Cristo Rey - Rey Crucificado
(23 de noviembre de 1980)

Regnavit a ligno Deus!

El texto evangélico de San Lucas nos lleva con el pensamiento a la escena altamente
dramática que se desarrolla en el "lugar llamado Calvario" (Lc 23, 33) y nos presenta, en
torno a Jesús crucificado, tres grupos de personas que discuten diversamente sobre su
"figura" y sobre su "fin". ¿Quién es en realidad el que está allí crucificado? Mientras la
gente común y anónima permanece más bien incierta y se limita a mirar, los príncipes,
en cambio se burlaban, diciendo: A otros salvó, sálvese a sí mismo, si es el Mesías de
Dios, el Elegido". Como se ve, su arma es la ironía negativa y demoledora. Pero también
los soldados —el segundo grupo lo escarnecían y, como en tono de provocación y
desafío, le decían: "Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo", partiendo, quizá, de
las palabras mismas de la inscripción, que veían puesta sobre su cabeza. Estaban,
además, los dos malhechores, en contraste entre sí, al juzgar al compañero de pena:
mientras uno, blasfemaba de él, recogiendo y repitiendo las expresiones despectivas de
los soldados y de los jefes, el otro declaraba abiertamente que Jesús "nada malo había
hecho" y, dirigiéndose a Él, le imploraba así: "Señor, acuérdate de mí, cuando estés en
tu reino".

He aquí como, en el momento culminante de la crucifixión, precisamente cuando la vida


del Profeta de Nazaret está para ser suprimida, podemos recoger, incluso en lo vivo de
las discusiones y contradicciones, estas alusiones arcanas al rey y al reino.

Es muy justo y necesario que esta fiesta de Cristo-Rey se enmarque precisamente en el


Calvario. Podemos decir, sin duda, que la realeza de Cristo, como la celebramos y
meditamos también hoy, debe referirse siempre al acontecimiento que se desarrolla en
ese monte, y debe ser comprendida en el misterio salvífico, que allí realiza Cristo: Nos
referimos al acontecimiento y al misterio de la redención del hombre. Cristo Jesús —
debemos ponerlo de relieve— se afirma rey precisamente en el momento en que, entre
los dolores y los escarnios de la cruz, entre las incomprensiones y las blasfemias de los
circunstantes, agoniza y muere. En verdad, es una realeza singular la suya, tal que sólo
pueden reconocerla los ojos de la fe: ¡Regnavit a ligno Deus!

La realeza de Cristo, que brota de la muerte en el Calvario y culmina con él


acontecimiento de la resurrección, inseparable de ella, nos llama a esa centralidad, que
le compete en virtud de lo que es y de lo que ha hecho.

Verbo de Dios e Hijo de Dios, ante todo y, sobre todo, "por quien todo fue hecho", como
rezamos en el Credo, tiene un intrínseco, esencial e inalienable primado en el orden de
la creación, respecto a la cual es la causa suprema y ejemplar. Y después que "el Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14), también como hombre e Hijo del
hombre, consigue un segundo título en el orden de la redención, mediante la obediencia
al designio del Padre, mediante el sufrimiento de la muerte y el consiguiente triunfo de
la resurrección.

Al converger en El este doble primado, tenemos, pues, no sólo el derecho y el deber,


sino también la satisfacción y el honor de confesar su excelso señorío sobre las cosas y
sobre los hombres que, con término ciertamente ni impropio ni metafórico, puede ser
llamado realeza. "Se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo
cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de
Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua
confiese que Jesucristo es Señor" (Flp 2, 8-11)

A este Reino nos ha llamado Cristo Señor, otorgándonos una vocación que es
participación en esos poderes suyos que ya he recordado. Todos nosotros estamos al
servicio del Reino y, al mismo tiempo, en virtud de la consagración bautismal, hemos
sido investidos de una dignidad y de un oficio real, sacerdotal y profético, a fin de poder
colaborar eficazmente en su crecimiento y en su difusión.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 15 – Cristo Rey – Jesucristo Rey de la Verdad y la Gracia
(22 de noviembre de 1981- San Juan Pablo II)

Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde
la creación del mundo" (Mt 25, 43), El Hijo del hombre pronunciará estas palabras
cuando, como rey, se encuentre ante todos los pueblos de la tierra, al fin del mundo.
Entonces, cuando "El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las
cabras" (Mi 25, 32), a todos los que se hallen a su derecha, les dirá las palabras: heredad
el reino".

Este reino es el don definitivo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es el don madurado
"desde la creación del mundo" (Mt 25, 34), en el curso de toda la historia de la salvación.
Es don del amor misericordioso.

El reino de Cristo, que es don del amor eterno, del amor misericordioso, ha sido
preparado "desde la creación del mundo".

Sin embargo, "por un hombre vino la muerte" (1 Cor 15, 21) y "por Adán murieron todos"
(1 Cor 15, 22). A la esencia del reino, nacido del amor eterno, pertenece la Vida y no la
muerte.

El pecado y la muerte son enemigos del reino porque en ellos se sintetiza, en cierto
sentido, la suma del mal que hay en el mundo, el mal que ha penetrado en el corazón
del hombre y en su historia.

El amor misericordioso tiende a la plenitud del bien. El reino "preparado desde la


creación del mundo" es reino de la verdad y de la gracia, del bien y de la vida. Tendiendo
a la plenitud del bien, el amor misericordioso entra en el mundo signado con la marca
de la muerte y de la destrucción. El amor misericordioso penetra en el corazón del
hombre., oprimido por el pecado la concupiscencia, que es "del mundo". El amor
misericordioso establece un encuentro con el mal; afronta el pecado y la muerte. Y en
esto precisamente se manifiesta y se vuelve a confirmar el hecho de que este amor es
más grande que todo mal.

Sin embargo, San Pablo nos hace caer en la cuenta de lo largo que es el camino que este
amor debe recorrer, el camino que lleva al cumplimiento del reino "preparado desde la
creación del mundo". Escribiendo sobre Cristo Rey, se expresa así: "Cristo tiene que
reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo
aniquilado será la muerte" (1 Cor 15, 25 s.).

La muerte ya fue aniquilada por primera vez en la resurrección de Cristo, que en esta
victoria se ha manifestado Señor y Rey.
El reino de Cristo es una tensión hacia la victoria definitiva del amor misericordioso, hacia
la plenitud escatológica del bien y de la gracia, de la salvación y de la vida.

Esta plenitud tiene su comienzo visible sobre la tierra en la cruz y en la resurrección.


Cristo, crucificado y resucitado, es revelación auténtica del amor misericordioso en
profundidad. Él es rey de nuestros corazones.

3. "Cristo tiene que reinar" en su cruz y resurrección, tiene que reinar hasta que
"devuelva a Dios Padre su reino..." (1 Cor 15, 24). Efectivamente, cuando haya
"aniquilado todo principado, poder y fuerza" que tienen al corazón humano en la
esclavitud del pecado, y al mundo sometido a la muerte; cuando "todo le esté
sometido", entonces también el Hijo hará acto de sumisión a Aquel que le ha sometido
todo, "y así Dios lo será todo para todos" (1 Cor 15, 28).

He aquí la definición del reino preparado "desde la creación del mundo".


He aquí el cumplimiento definitivo del amor misericordioso: ¡Dios todo en todos!
Cuantos en el mundo repiten cada día las palabras "venga a nosotros tu reino", rezan en
definitiva "para que Dios sea todo en todos". Sin embargo, "por un hombre vino la
muerte" (1 Cor 15, 21), la muerte, cuya dimensión interna en el espíritu humano es el
pecado.
El hombre, pues, permaneciendo en esta dimensión de muerte y de pecado, el hombre
tentado desde el comienzo con las palabras: "seréis como Dios" (cf. Gén 3, 5), mientras
reza "venga tu reino", por desgracia, se opone a su venida, incluso la rechaza. Parece
decir: si en definitiva Dios será "todo en todos", ¿qué quedará para mí, hombre? ¿Acaso
este reino escatológico no absorberá al hombre, no lo aniquilará?

Parecen no advertir que el hombre no puede reinar mientras en él continúe dominando


el pecado; que no es verdaderamente rey cuando la muerte domina sobre él... ¿Qué tipo
de reino puede ser éste, si no libera al hombre de ese "principado, potestad y fuerza",
que arrastran al mal su conciencia y su corazón, y hacen brotar de las obras del genio
humano horribles amenazas de destrucción?
Esta es la verdad sobre el mundo en que vivimos. La verdad sobre el mundo, en el cual
el hombre, con toda su firmeza y determinación, rechaza el Reino de Dios, para hacer de
este mundo el propio reino indivisible. Y, al mismo tiempo, sabemos que en el mundo
está ya el reino de Dios. Está de modo irreversible. Está en el mundo: ¡está en nosotros!

¡Oh!, ¡cuánta potencia del amor misericordioso se debe manifestar en la cruz y en la


resurrección de Cristo!

"Cristo tiene que reinar...".


Cristo reina por el hecho de que lleva al Padre a todos y a todo, reina para entregar "el
reino a Dios Padre" (1 Cor 15, 24), para someterse a sí mismo a Aquel que le ha sometido
todas las cosas (1 Cor 15, 28).

La reina como Pastor, como el Buen Pastor.

Pastor es aquel que ama a las ovejas y tiene cuidado de ellas, las protege de la dispersión,
las reúne "de todos los lugares donde se desperdigaron el día de los nubarrones y de la
oscuridad" (Ez 34, 12).

Dice el Pastor: "Yo mismo apacentaré mis ovejas, yo mismo las haré sestear... Buscaré
las ovejas perdidas, haré volver a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las
enfermas; a las gordas y fuertes las guardaré y las apacentaré debidamente" (Ez 34,
1516).

Dice el rebaño: "El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace
recostar. Me conduce hacia fuentes tranquilas, y repara mis fuerzas; me guía por el
sendero justo, por el honor de su nombre... Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida, y habitaré en la casa del Señor, por años sin término" (Sal 22
[23], 1-3. 6).

Este es el diálogo cotidiano de la Iglesia: el diálogo que tiene lugar entre el Pastor y el
rebaño y en este diálogo madura el reino "preparado desde la creación del mundo" (Mt
25, 24).

Cristo Rey, como Buen Pastor, prepara de diversos modos a su rebaño, esto es, a todos
aquellos a quienes Él debe entregar al Padre "para que Dios sea todo para todos" (1 Cor
15, 28).

¡Cuánto desea El decir un día a todos: "Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino”
(Mt 25, ¡34)!

¡Cómo desea encontrar, al culminar la historia del mundo, a aquellos a los que podrá
decir: "...tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero
y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel
y vinisteis a verme" (Mt 25, 35-36)!

Este es, pues, el reino del amor al hombre, del amor en la verdad; y, por esto, es el reino
del amor misericordioso. Este reino es el don "preparado desde la creación del mundo",
don del amor. Y también fruto del amor, que en el curso de la historia del hombre y del
mundo se abre constantemente camino a través de las barreras de la indiferencia, del
egoísmo, de la despreocupación y del odio; a través de las barreras de la concupiscencia
de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (cf. 1 Jn 2, 16); a través del fomes del
pecado que cada uno lleva en sí, a través de la historia de los pecados humanos y de los
crímenes, como por ejemplo los que gravitan sobre nuestro siglo y nuestra generación...
¡a través de todo esto!

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 16 – Cristo Rey
Primicia de todos los que han muerto
(25 de noviembre de 1984 – Juan Pablo II)

1. "Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto, por un hombre vino
la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán todos murieron, por
Cristo todos volverán a la vida" (1 Cor 15, 20-22).

Con estas palabras de la primera Carta de Pablo a los Corintios la Iglesia celebra hoy a
Cristo como Rey de los siglos y Señor de los que dominan.

2. Nos unimos a María que, durante la Anunciación, escuchó del ángel estas
palabras sobre su Hijo: Él "reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no
tendrá fin" (Lc 1, 33).

3. De la solemnidad de Cristo Rey desciende sobre estas tumbas la luz de la


resurrección: "Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto".

De aquí nace la fe en "la resurrección de la carne la vida eterna":

"por Cristo todos volverán a la vida".

Ante las tumbas de nuestros difuntos, las cuales son testimonio de la muerte del
hombre, imploramos la vida:

― para que todos vuelvan "a la vida por Cristo"

― para que participen en este reino que "no tendrá fin";

― para que "Dios sea todo en todos" (1 Cor 15, 28).

Cristo Rey – Juez de vivos y Muertos

(20 de noviembre de 1988 – Juan Pablo II)

Al contemplar a Cristo, Rey del universo, el cristiano es invitado a no dejarse atemorizar


por la turbadora experiencia del mal. A veces, en efecto, parece que las fuerzas del error
triunfan sobre las de la verdad, la injusticia sobre la justicia, la división y la guerra sobre
la paz y la concordia entre los hombres.

Esta fiesta nos hace esperar, con reverencial temor de Dios, el Adviento de Cristo "Juez
de vivos y muertos", como rezamos en el Credo; nos hace esperar, con respetuosa
atención hacia los misteriosos decretos de la Providencia, esa "hora del Señor", en la
que cada uno recibirá el fruto de sus obras, tanto para bien como para mal. Lo que la
justicia humana no ha sabido o querido resolver ahora y aquí abajo, será resuelto
entonces y de una forma irrefutable y perfecta.

Entretanto nos toca a nosotros, discípulos del divino Maestro, comprometernos bajo su
guía en la edificación gradual y progresiva de ese reino de justicia y de paz, de gracia y
de amor, que nos ha merecido con su bendita pasión y muerte, derrotando las fuerzas
del pecado, de la muerte y del Maligno. La vida cristiana es, en efecto, una lucha, un
"buen combate", por usar las palabras de San Pablo (por ejemplo 1 Tim 1, 8), en el que
cada uno debe luchar por la consecución de los valores verdaderos y más altos, que son
los de la virtud, la caridad y la unión con Dios. Seguir a Cristo que nos guía a su reino,
quiere decir, en definitiva, seguirlo en la búsqueda del "rostro del Padre", con el deseo
ferviente de verlo un día "tal como es" (1 Jn 3, 2).

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 17 – Cristo Rey –

Mediador de la nueva alianza

(26 de noviembre de 1989 – Juan Pablo II)

La Iglesia propone a nuestra meditación la persona y el misterio de Jesucristo, Rey del


universo. Esta solemnidad, instituida por el Papa Pío XI, nos ayuda a comprender más a
fondo la posición central de Cristo, bajo cuyos pies se hallan sometidas todas las cosas,
para que Él, a su vez, las someta al Padre, de forma que Dios sea todo en todos (cf. 1 Co
15, 27-28).

Es verdad que Jesús durante su vida terrena no se dejó arrastrar por las intenciones del
pueblo que quería proclamarlo "rey", tras el milagro de la multiplicación de los panes
(cf. Jn 6, 1-15), pero lo hizo para rectificar la opinión equivocada de quienes veían en Él
sólo un liberador político y mundano.

La realeza de Cristo trasciende la dimensión puramente terrena y no se funda en la lógica


del poder, sino en la del sacrificio. En efecto, mediante la exaltación en la Cruz, seguida
por la elevación de la resurrección y por la glorificación a la diestra del Padre, Jesús se
afirma como Rey del universo y Salvador del mundo. Él manifiesta su poder real
precisamente sobre el árbol de la Cruz: "Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a
todos hacia mí" (Jn 12, 32).

En este sentido Jesús, respondiendo a la pregunta del procurador Poncio Pilato "¿Luego
tú eres Rey?", afirma: "Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo" pero "mi Reino no es de este mundo" (cf. Jn 18, 36-37)

Es decir, Jesús aclara que su soberanía real no pertenece a la ordenación política


humana, no proviene "de abajo" sino "de arriba" (Jn 8, 23). Sin embargo, si su Reino no
tiene carácter mundano, no por eso está fuera del mundo, no es extraño a los avatares
del mundo. Por eso Jesús manifiesta también el objetivo de su realeza: "Yo para esto he
venido al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37).

Como Rey viene para ser el Revelador del amor de Dios, el Mediador de la Nueva Alianza,
el Redentor del hombre. El Reino instaurado por Jesucristo actúa en su dinamismo
interior como fermento y signo de salvación para construir un mundo más justo, más
fraterno, más solidario, inspirado en los valores evangélicos de la esperanza y de la
futura bienaventuranza, a la que todos estamos llamados. Por esto en el Prefacio de la
celebración eucarística de hoy se habla de Jesús que ha ofrecido al Padre un "reino de
verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz".

La meditación sobre Jesucristo, Rey del universo, nos enseña, pues, que debemos
colaborar con espíritu solidario y responsable en la edificación de la ciudad terrena,
guiados por Aquel que el Apocalipsis llama el Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap 19,
16), pero que, más que dominar, sirve a su grey y la salva.

Cristo Rey – Rey de Bondad

(25 de noviembre de 1990 – Juan Pablo II)

La Iglesia ahora, medita sobre su retorno a Cristo y sobre la realización plena del reino
que Él predicó, y quiere renovar su propia fe en Jesús, Rey del universo.

Él es el Rey de bondad y donador de gracia que alimenta a su pueblo, y quiere reunirlo


en torno a Él como un pastor que vela por su rebaño y recobra sus ovejas de todos los
lugares donde estaban dispersas en los días de nubes y brumas (cf. Ez 34, 12). La
solemnidad de este día resume también toda la predicación de la Iglesia sobre el
misterio de Cristo, de aquel que para nosotros es camino, verdad y vida, principio y
modelo de una humanidad nueva, nacida de su pasión y de su sangre: una humanidad
que desea que esté impregnada de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu de paz. En
Cristo Rey la Iglesia afirma, igualmente, que más allá de todo lo que cambia están las
cosas permanentes y eternas (cf. Gaudium et spes, 10), un reino preparado para los que
creen y aman.

También nosotros anunciamos hoy con toda la Iglesia: es necesario que Cristo reine (cf.
1 Co 15, 25). Estamos convencidos de que éste es el anuncio que todos esperan, incluso
quizá sin darse cuenta. Por este motivo el anuncio se vuelve oración: pedimos a Cristo
que construya su reino de amor en las circunstancias atormentadas de nuestra historia.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 18 – Cristo Rey
Alfa y el Omega
(24 de noviembre de 1991 – Juan Pablo II)

La liturgia nos invita a reflexionar en el hecho de que nuestro Señor ocupa el centro de
la historia humana: Él es —como nos recuerda el libro del Apocalipsis— "el Alfa y la
Omega... Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso" (Ap 1, 8).

Nada de lo que sucede en el mundo escapa a su influencia soberana: "A Él pertenecen


el tiempo y los siglos. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos": así proclama el
sacerdote durante la vigilia del sábado santo, al grabar los números del año en curso en
el cirio pascual. Es un gesto que quiere significar un hecho: la historia humana, a pesar
de las apariencias, se desarrolla según un designio providencial, cuyo punto de llegada
definitivo es el reino de Cristo.

Cristo Rey – Gracia y Misericordia (22 de

noviembre de 1992 – Juan Pablo II)

la liturgia de este día proclamamos con fe la grandeza y la magnificencia de su reino, que


es «reino de verdad y vida, reino de santidad y gracia, reino de justicia, amor y paz».

Contemplemos, pues, el misterio de la realeza de Cristo que, sin ruido, con la fuerza de
la gracia y la constancia de la misericordia, crece día tras día en el corazón de los
creyentes, librándolos del egoísmo y del pecado y abriéndolos a la obediencia de la fe,
así como a la entrega generosa de sí mismos en la caridad.

El reino de Cristo es, por consiguiente, el reino de la consolación y la paz, que libera al
hombre de todas sus angustias y temores, y lo introduce en la comunión con el Padre
celeste. Se trata de un reino que comienza ya aquí, en la tierra, pero que tendrá su
cumplimiento pleno en el cielo.

Cristo Rey – Camino, verdad y Vida

(21 de noviembre de 1993 – Juan Pablo II)

La Iglesia contempla hoy al Cordero inmolado junto al Padre, en el resplandor de la gloria


celestial, y hace suya la alabanza eterna de los ángeles y los santos en el paraíso. «Al que
está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos
de los siglos» (Ap 5, 13).
El fundamento de la realeza universal de Jesucristo es su divinidad: gran misterio que
profesamos en la humilde y grata obediencia de la fe, la cual nos permite ver en Jesús al
Hijo eterno de Dios, la Palabra consustancial al Padre, el Verbo hecho carne (cf. Jn 1, 14).

En virtud de esa identidad, Cristo puede decir: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn
14, 6). En Él todo ha sido creado y a Él todo tiende: ¡Él es el Rey del universo!

Ahora bien, la Iglesia, mientras canta sus alabanzas no cesa de asombrarse ante la
paradoja de un rey que se hizo siervo, llegando a ser en todo semejante a nosotros,
excepto en el pecado (cf. Hb 4, 15). Por tanto, para el hombre, contemplar la realeza de
Jesús no significa apropiarse su gloria, sino aceptar su amor.

El Rey que hoy contemplamos es, efectivamente, el buen Pastor, que da la vida por sus
ovejas; su realeza no es dominio, sino servicio. Los discípulos de Cristo han de ser
oyentes y servidores de esa verdad; están llamados a escucharla siempre nuevamente
de labios de aquel que, manifestando ante Pilatos el sentido de su realeza, afirmaba:
«Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad» (Jn 18, 37).

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 19
Cristo Rey – Redentor del Mundo
(22 de noviembre de 1998 – Juan Pablo II)

«Jesús Nazareno, el rey de los judíos». Ésta es la inscripción que pusieron en la cruz. Poco
antes de la muerte de Cristo, uno de los dos condenados, crucificados junto con él, le
dijo: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». ¿Cuál reino? El objeto de su petición
no era, ciertamente, un reino terreno, sino otro reino.

El buen ladrón habla como si hubiera escuchado la conversación que mantuvieron antes
Pilato y Cristo. En efecto, en presencia de Pilato, acusaron a Jesús de querer convertirse
en rey. A este propósito, Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Jn 18, 33).
Cristo no lo negó; le explicó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este
mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi
reino no es de aquí» (Jn 18, 36). A la siguiente pregunta de Pilato sobre si era rey, Jesús
le respondió directamente: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he
venido al mundo; para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha
mi voz» (Jn 18, 37).

Son significativas las palabras que dirige el ángel a María en la anunciación: «El Señor
Dios le dará el trono de David, su padre; reinará para siempre sobre la casa de Jacob y
su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32-33). Por tanto, su reino no es sólo el reino terreno de
David, que tuvo fin. Es el reino de Cristo, que no tendrá fin, el reino eterno, el reino de
verdad, de amor y de vida eterna.

El buen ladrón crucificado con Cristo llegó, de algún modo, al núcleo de esta verdad. En
cierto sentido, se convirtió en profeta de este reino eterno, cuando, clavado en la cruz,
dijo: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42). Cristo le respondió:
«Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43).

3. Jesús nos invitó a mirar hacia ese reino, que no es de este mundo, cuando nos enseñó
a orar: «¡Venga tu reino!». Por obediencia a ese mandato, los Apóstoles, los discípulos y
los misioneros de todos los tiempos han gastado sus mejores energías para extender,
mediante la evangelización, los confines de este reino. En efecto, es don del Padre (cf.
Lc 12, 32), pero también fruto de la respuesta personal del hombre. En la «nueva
creación», sólo podremos entrar en el reino del Padre si hemos seguido al Señor en su
peregrinación terrena (cf. Mt 19, 28).

Por eso, el programa de todo cristiano consiste en seguir al Señor, que es el camino, la
verdad y la vida, para poseer el reino que prometió y dio. «Jesús, el Verbo encarnado,
fue enviado por el Padre al mundo para salvarlo, para proclamar y establecer el reino de
Dios. (...) El Padre, al resucitarlo, lo convirtió, perfectamente y para siempre, en el
camino, la verdad y la vida para todos los que creen» (Instrumentum laboris).

El apóstol Pablo, explica en qué consiste el reino del que habla Jesús. Escribe a los
Colosenses: demos gracias a Dios, que «nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos
ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados» (Col 1, 13-14). Precisamente este perdón de los pecados se
convirtió en la herencia del buen ladrón en el Calvario. Él fue el primero en experimentar
que Cristo es rey por ser Redentor.

A continuación, el Apóstol explica en qué consiste la realeza de Cristo: «Él es imagen de


Dios invisible, primogénito de toda creatura; porque por medio de él fueron creadas
todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles; (...) todo fue creado por él y
para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él» (Col 1, 15-17). Por tanto, Cristo
es Rey ante todo como primogénito de toda creatura.

El texto paulino prosigue: «Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. Él es el


principio, el primogénito de entre los muertos, para que tenga la primacía sobre todas
las cosas. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar
consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de
su cruz» (Col 1, 18-20). Con estas palabras, el Apóstol confirma de nuevo y justifica lo
que había revelado sobre la esencia de la realeza de Cristo: Cristo es Rey como
primogénito de entre los muertos. En otras palabras: como Redentor del mundo, Cristo
crucificado y resucitado es el Rey de la humanidad nueva.

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino» (Lc 23, 42).

En el Calvario, Jesús tuvo un compañero de pasión bastante singular: un ladrón. Para ese
desventurado, el camino de la cruz se transformó infaliblemente en el camino del
paraíso (cf. Lc 23, 43), el camino de la verdad y de la vida, el camino del Reino. Hoy lo
recordamos como el «buen ladrón». En esta circunstancia solemne, en la que estamos
reunidos alrededor del altar de Cristo para inaugurar un Sínodo, que tiene ante sí todo
un continente con sus problemas y sus esperanzas, podemos hacer nuestra la oración
del «buen ladrón»:

Jesús, acuérdate de mí, acuérdate de nosotros, acuérdate de los pueblos a los que los
pastores aquí reunidos dan diariamente el pan vivo y verdadero de tu Evangelio a lo
largo y a lo ancho de espacios ilimitados, por mar y por tierra. Mientras pedimos que
venga tu reino, nos damos cuenta de que tu promesa se convierte en realidad: después
de haberte seguido, venimos a ti, a tu reino, atraídos por ti, elevado en la cruz (cf. Jn 12,
32); a ti, elevado sobre la historia y en el centro de ella, alfa y omega, principio y fin (cf.
Ap 22, 13), Señor del tiempo y de los siglos.

«Por tu muerte dolorosa, Rey de eterna gloria, has obtenido para los pueblos la vida
eterna; por eso el mundo entero te llama Rey de los hombres. ¡Reina sobre nosotros,
Cristo Señor!»

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías
Día 20
Cristo Rey – Triunfo del Amor
(21 de noviembre de 1999 – San Juan Pablo II)

1. "Se sentará en el trono de su gloria" (Mt 25, 31).

La solemnidad litúrgica de hoy se centra en Cristo, Rey del universo, Pantocrátor, como
resplandece en el ábside de las antiguas basílicas cristianas. Contemplamos esa
majestuosa imagen en este último domingo del año litúrgico.

La realeza de Jesucristo es, según los criterios del mundo, paradójica: es el triunfo del
amor, que se realiza en el misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección del
Hijo de Dios. Esta realeza salvífica se revela plenamente en el sacrificio de la cruz, acto
supremo de misericordia, en el que se lleva a cabo al mismo tiempo la salvación del
mundo y su juicio.

Todo cristiano participa en la realeza de Cristo. En el bautismo, junto con la gracia


interior, recibe el impulso a hacer de su existencia un don gratuito y generoso a Dios y a
sus hermanos. Esto se manifiesta con gran elocuencia en el testimonio de los santos,
que son modelos de humanidad renovada por el amor divino.

2. "Cristo tiene que reinar" hemos escuchado de san Pablo. El reinado de Cristo se va
construyendo ya en esta tierra mediante el servicio al prójimo, luchando contra el
mal, el sufrimiento y las miserias humanas hasta aniquilar la muerte. La fe en Cristo
resucitado hace posible el compromiso y la entrega de tantos hombres y mujeres en
la transformación del mundo, para devolverlo al Padre: "Así Dios será todo para
todos".

Cristo Rey -Principio y fin de toda la Creación


Homilia de San Juan Pablo II (26 de noviembre de 2000)

"Tú lo dices: soy Rey" (Jn 18, 37).

Así respondió Jesús a Pilato en un dramático diálogo, que el evangelio nos hace escuchar
nuevamente en la solemnidad de Cristo, Rey del universo. Esta fiesta, situada al final del
año litúrgico, nos presenta a Jesús, Verbo eterno del Padre, como principio y fin de toda
la creación, como Redentor del hombre y Señor de la historia. En la lectura el profeta
Daniel afirma: "Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin" (Dn 7, 14).

¡Sí, Cristo, ¡tú eres Rey! Tu realeza se manifiesta paradójicamente en la cruz, en la


obediencia al designio del Padre, "que -como escribe el apóstol san Pablo- nos ha sacado
del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya
sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados" (Col 1, 13-14).

Primogénito de los que resucitan de entre los muertos, tú, Jesús, eres el Rey de la
humanidad nueva, a la que has restituido su dignidad originaria.

¡Tú eres Rey! Pero tu reino no es de este mundo (cf. Jn 18, 36); no es fruto de conquistas
bélicas, de dominaciones políticas, de imperios económicos, de hegemonías culturales.
Tu reino es un "reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia,
de amor y de paz" (cf. Prefacio de Jesucristo, Rey del universo), que se manifestará en
su plenitud al final de los tiempos, cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). La
Iglesia, que ya en la tierra puede gustar las primicias del cumplimiento futuro, no deja
de repetir: "¡Venga tu reino!", "Adveniat regnum tuum!" (Mt 6, 10).

Cristo Rey- Rey Victorioso


25 de noviembre de 2001 – Juan Pablo II

Cristo crucificado verdaderamente "vive y reina por los siglos de los siglos". Sí, él es "el
Viviente", "el Señor", y reina en la vida de los hombres y las mujeres de todos los lugares
y de todos los tiempos que lo acogen libremente y lo siguen con fidelidad. Pero su reino,
"reino de justicia, de amor y de paz"

2. La realeza de Jesús, medida con los criterios de este mundo, resulta, por decirlo
así, "paradójica". En efecto, el poder que ejerce no responde a las lógicas terrenas. Al
contrario, es el poder del amor y del servicio que exige la entrega gratuita de sí y el
testimonio coherente de la verdad (cf. Jn 18, 37).

Por eso el Señor se ofreció a sí mismo como "víctima perfecta y pacificadora en el altar
de la cruz", sabiendo que sólo así rescataría de la esclavitud del pecado y de la muerte a
la humanidad, la historia y el cosmos. Su resurrección testimonia que él es Rey
victorioso, el "Señor" en los cielos, en la tierra y en los abismos (cf. Flp 2, 10-11).

3. La criatura que, más que cualquier otra, fue asociada a la realeza de Cristo es
María, coronada por él mismo Reina del cielo y de la tierra. A ella dirigieron su mirada,
como a constante modelo, los santos que hoy la Iglesia presenta a nuestra veneración.
A ella también nosotros dirigimos nuestra mirada para que nos ayude a "reinar" con
Cristo, a fin de construir un mundo donde "reine" la paz.
Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías
Día 21

Cristo Rey – Cristo Salvador

(24 de noviembre del 2002 – Juan Pablo II)

En la conciencia del pueblo de Israel, la figura del Rey Mesías toma forma a través de la
antigua Alianza. Es Dios mismo quien, especialmente mediante los profetas, revela a los
israelitas su voluntad de reunirlos como hace un pastor con su grey, para que vivan libres
y en paz en la tierra prometida. Con este fin, enviará a su Ungido, "Cristo" en lengua
griega, para rescatar al pueblo del pecado e introducirlo en el Reino.

Jesús Nazareno cumple esta misión en el misterio pascual. No viene a reinar como los
reyes de este mundo, sino a establecer, por decirlo así, la fuerza divina del Amor en el
corazón del hombre, de la historia y del cosmos.

2. El concilio vaticano II proclamó con fuerza y claridad al mundo contemporáneo el


señorío de Cristo, y su mensaje fue recogido en el gran jubileo del año 2000. La
humanidad del tercer milenio necesita descubrir que Cristo es su Salvador. Este es el
anuncio que los cristianos deben transmitir con renovada valentía al mundo de hoy.

"Buscar el reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según


Dios".

Entre todas las criaturas angélicas y terrenas, Dios eligió a la Virgen María para asociarla
de modo singularísimo a la realeza de su Hijo hecho hombre. María nos enseñe a
testimoniar con valentía el reino de Dios y a acoger a Cristo como rey de nuestra
existencia y de todo el universo

Cristo Rey de los judíos

«Había encima de él una inscripción: "Este es el rey de los judíos"» (Lc 23, 38).

Esta inscripción, que Pilato había hecho poner sobre la cruz (cf. Jn 19, 19), contiene el
motivo de la condena y, al mismo tiempo, la verdad sobre la persona de Cristo. Jesús es
rey -él mismo lo afirmó-, pero su reino no es de este mundo (cf. Jn 18, 36-37). Ante él, la
humanidad se divide: unos lo desprecian por su aparente fracaso, y otros lo reconocen
como el Cristo, "imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col 1, 15),
según la expresión del apóstol san Pablo en la carta a los Colosenses, que hemos
escuchado.

Ante la cruz de Cristo se abre, en cierto sentido, el gran escenario del mundo y se realiza
el drama de la historia personal y colectiva. Bajo la mirada de Dios, que en el Hijo
unigénito inmolado por nosotros se ha convertido en medida de toda persona, de toda
institución y de toda civilización, cada uno está llamado a decidirse.

Cristo Rey del universo

(23 de noviembre de 2003 – Juan Pablo II)

Durante estos meses lo hemos contemplado en todos sus misterios, desde el nacimiento
hasta la ascensión al cielo, y en el centro la Pascua de muerte y resurrección. Ahora, con
el apóstol san Pablo, reconocemos que el designio de Dios es "recapitular en Cristo todas
las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1, 10).

Junto a Jesús, Rey del universo, contemplamos a María, la Madre del Rey, a quien, por
tanto, invocamos como Reina del cielo y de la tierra. Que ella nos ayude a hacer de
nuestra vida un cántico de alabanza y fidelidad a Dios, santo y misericordioso.

Cristo Rey – Luz de los Pueblos

(21 de noviembre de 2004 – Juan Pablo II)

En Cristo Rey pensaban los padres del concilio Vaticano II cuando, el 21 de noviembre
de hace cuarenta años, promulgaron la constitución dogmática que comienza con las
palabras Lumen gentium cum sit Christus, "Cristo es la luz de los pueblos".

La Lumen gentium ha marcado una etapa fundamental en el camino de la Iglesia por las
sendas del mundo contemporáneo y ha estimulado al pueblo de Dios a asumir con
mayor decisión sus responsabilidades en la edificación del reino de Cristo.

2. En la animación evangélica del orden temporal es un deber de todos los


bautizados, especialmente de los fieles laicos (cf. Lumen gentium, 31, 35, 36, 38, etc.).
Para el cumplimiento de su misión pueden contar también con la ayuda del Compendio
de la doctrina social de la Iglesia, publicado precisamente este año por el Consejo
pontificio Justicia y paz, al que renuevo la expresión de mi gratitud.

3. Sin embargo, todo compromiso humano, para lograr su objetivo, debe apoyarse
en la oración.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 22 – Cristo Rey – Amor Todopoderoso

(20 de noviembre de 2005 – Benedicto XVI)

Desde el anuncio de su nacimiento, el Hijo unigénito del Padre, nacido de la Virgen


María, es definido "rey", en el sentido mesiánico, es decir, heredero del trono de David,
según las promesas de los profetas, para un reino que no tendrá fin (cf. Lc 1, 32-33). La
realeza de Cristo permaneció del todo escondida, hasta sus treinta años, transcurridos
en una existencia ordinaria en Nazaret.

Después, durante su vida pública, Jesús inauguró el nuevo reino, que "no es de este
mundo" (Jn 18, 36), y al final lo realizó plenamente con su muerte y resurrección.
Apareciendo resucitado a los Apóstoles, les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo
y en la tierra" (Mt 28, 18): este poder brotar del amor, que Dios manifestó plenamente
en el sacrificio de su Hijo. El reino de Cristo es don ofrecido a los hombres de todos los
tiempos, para que el que crea en el Verbo encarnado "no perezca, sino que tenga vida
eterna" (Jn 3, 16). Por eso, precisamente en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, él
proclama: "Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin" (Ap 22,
13).

"El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la
historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y
plenitud de sus aspiraciones".

"Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia


humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: "Restaurar en Cristo
todas las cosas del cielo y de la tierra" (Ef 1, 10)" (n. 45).

La Virgen María, a quien Dios asoció de modo singular a la realeza de su Hijo, nos obtenga
acogerlo como Señor de nuestra vida, para cooperar fielmente en el acontecimiento de
su reino de amor, de justicia y de paz.

Cristo Rey de los judíos

(26 de noviembre de 2006 – Benedicto XVI)

El interrogatorio al que Poncio Pilato sometió a Jesús, cuando se lo entregaron con la


acusación de que había usurpado el título de "rey de los judíos". A las preguntas del
gobernador romano, Jesús respondió afirmando que sí era rey, pero no de este mundo
(cf. Jn 18, 36). No vino a dominar sobre pueblos y territorios, sino a liberar a los hombres
de la esclavitud del pecado y a reconciliarlos con Dios. Y añadió: "Yo para esto he nacido
y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la
verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37).
La cruz es el "trono" desde el que manifestó la sublime realeza de Dios Amor:
ofreciéndose como expiación por el pecado del mundo, venció el dominio del "príncipe
de este mundo" (Jn 12, 31) e instauró definitivamente el reino de Dios. Reino que se
manifestará plenamente al final de los tiempos, después de que todos los enemigos, y
por último la muerte, sean sometidos (cf. 1 Co 15, 25-26). Entonces el Hijo entregará el
Reino al Padre y finalmente Dios será "todo en todos" (1 Co 15, 28).

A la realeza de Cristo está asociada de modo singularísimo la Virgen María. A ella,


humilde joven de Nazaret, Dios le pidió que se convirtiera en la Madre del Mesías, y
María correspondió a esta llamada con todo su ser, uniendo su "sí" incondicional al de
su Hijo Jesús y haciéndose con él obediente hasta el sacrificio. Por eso Dios la exaltó por
encima de toda criatura y Cristo la coronó Reina del cielo y de la tierra.

Cristo Rey – La Cruz Realeza singular de Jesucristo

25 de noviembre de 2007 – Benedicto XVI

La solemnidad litúrgica de Cristo Rey da a nuestra celebración una perspectiva muy


significativa, delineada e iluminada por las lecturas bíblicas. Nos encontramos como ante
un imponente fresco con tres grandes escenas: en el centro, la crucifixión, según el
relato del evangelista san Lucas; a un lado, la unción real de David por parte de los
ancianos de Israel; al otro, el himno cristológico con el que san Pablo introduce la carta
a los Colosenses. En el conjunto destaca la figura de Cristo, el único Señor, ante el cual
todos somos hermanos. Toda la jerarquía de la Iglesia, todo carisma y todo ministerio,
todo y todos estamos al servicio de su señorío.

Debemos partir del acontecimiento central: la cruz. En ella Cristo manifiesta su realeza
singular. En el Calvario se confrontan dos actitudes opuestas. Algunos personajes que
están al pie de la cruz, y también uno de los dos ladrones, se dirigen con desprecio al
Crucificado: "Si eres tú el Cristo, el Rey Mesías —dicen—, sálvate a ti mismo, bajando
del patíbulo". Jesús, en cambio, revela su gloria permaneciendo allí, en la cruz, como
Cordero inmolado.

Con él se solidariza inesperadamente el otro ladrón, que confiesa implícitamente la


realeza del justo inocente e implora: "Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino" (Lc
23, 42). San Cirilo de Alejandría comenta: "Lo ves crucificado y lo llamas rey. Crees que
el que soporta la burla y el sufrimiento llegará a la gloria divina" (Comentario a san Lucas,
homilía 153). Según el evangelista san Juan, la gloria divina ya está presente, aunque
escondida por la desfiguración de la cruz. Pero también en el lenguaje de san Lucas el
futuro se anticipa al presente cuando Jesús promete al buen ladrón: "Hoy estarás
conmigo en el paraíso" (Lc 23, 43).
San Ambrosio observa: "Este rogaba que el Señor se acordara de él cuando llegara a su
reino, pero el Señor le respondió: "En verdad, en verdad te digo, hoy estarás conmigo
en el paraíso". La vida es estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino"
(Exposición sobre el evangelio según san Lucas 10, 121). Así, la acusación: "Este es el rey
de los judíos", escrita en un letrero clavado sobre la cabeza de Jesús, se convierte en la
proclamación de la verdad. San Ambrosio afirma también: "Justamente la inscripción
está sobre la cruz, porque el Señor Jesús, aunque estuviera en la cruz, resplandecía
desde lo alto de la cruz con una majestad real" (ib., 10, 113).

La escena de la crucifixión en los cuatro evangelios constituye el momento de la verdad,


en el que se rasga el "velo del templo" y aparece el Santo de los santos. En Jesús
crucificado se realiza la máxima revelación posible de Dios en este mundo, porque Dios
es amor, y la muerte de Jesús en la cruz es el acto de amor más grande de toda la historia.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 23

Cristo Rey - El Reino no es honor ni apariencia

(23 de noviembre de 2008 – Benedicto XVI)

Sabemos por los Evangelios que Jesús rechazó el título de rey cuando se entendía en
sentido político, al estilo de los "jefes de las naciones" (cf. Mt 20, 25). En cambio, durante
su Pasión, reivindicó una singular realeza ante Pilato, que lo interrogó explícitamente:
"¿Tú eres rey?", y Jesús respondió: "Sí, como dices, soy rey" (Jn 18, 37); pero poco antes
había declarado: "Mi reino no es de este mundo" (Jn 18, 36).

En efecto, la realeza de Cristo es revelación y actuación de la de Dios Padre, que gobierna


todas las cosas con amor y con justicia. El Padre encomendó al Hijo la misión de dar a
los hombres la vida eterna, amándolos hasta el supremo sacrificio y, al mismo tiempo,
le otorgó el poder de juzgarlos, desde el momento que se hizo Hijo del hombre,
semejante en todo a nosotros (cf. Jn 5, 21-22. 26-27).

Es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio con el que seremos juzgados.
"Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y
me acogisteis" (Mt 25, 35), etc.

En efecto, el reino de Cristo no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien
que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor
a nuestro prójimo, según el mensaje evangélico, entonces dejamos espacio al señorío
de Dios, y su reino se realiza en medio de nosotros.

EL reino de Dios no es una cuestión de honores y de apariencias; por el contrario, como


escribe san Pablo, es "justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rm 14, 17).

Por eso la Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a sus
ojos y se sienta, como Reina, a la derecha de Cristo Rey. A su intercesión celestial
queremos encomendarnos una vez más con confianza filial, para poder cumplir nuestra
misión cristiana en el mundo.

Cristo Rey - Rey de Israel

(22 de noviembre de 2009 – Benedicto XVI)


El título de "rey", referido a Jesús, es muy importante en los Evangelios y permite dar
una lectura completa de su figura y de su misión de salvación. Se puede observar una
progresión al respecto: se parte de la expresión "rey de Israel" y se llega a la de rey
universal, Señor del cosmos y de la historia; por lo tanto, mucho más allá de las
expectativas del pueblo judío. En el centro de este itinerario de revelación de la realeza
de Jesucristo está, una vez más, el misterio de su muerte y resurrección. Cuando
crucificaron a Jesús, los sacerdotes, los escribas y los ancianos se burlaban de él diciendo:
"Es el rey de Israel: que baje ahora de la cruz y creeremos en él" (Mt 27, 42). En realidad,
precisamente porque era el Hijo de Dios, Jesús se entregó libremente a su pasión, y la
cruz es el signo paradójico de su realeza, que consiste en la voluntad de amor de Dios
Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí
mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como
declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido
dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt 28, 18).

Pero ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los
grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de
vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal,
ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la
esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre
respeta nuestra libertad. Cristo vino "para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37) —
como declaró ante Pilato—: quien acoge su testimonio se pone bajo su "bandera", según
la imagen que gustaba a san Ignacio de Loyola. Por lo tanto, es necesario —esto sí— que
cada conciencia elija: ¿a quién quiero seguir? ¿A Dios o al maligno? ¿La verdad o la
mentira? Elegir a Cristo no garantiza el éxito según los criterios del mundo, pero asegura
la paz y la alegría que sólo él puede dar. Lo demuestra, en todas las épocas, la experiencia
de muchos hombres y mujeres que, en nombre de Cristo, en nombre de la verdad y de
la justicia, han sabido oponerse a los halagos de los poderes terrenos con sus diversas
máscaras, hasta sellar su fidelidad con el martirio.

cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono
de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de
darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo
comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el
misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude
también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de
él con toda nuestra existencia.

Cristo Rey - en la Cruz

(21 de noviembre de 2010 – Benedicto XVI)


El Evangelio de san Lucas presenta, como en un gran cuadro, la realeza de Jesús en el
momento de la crucifixión. Los jefes del pueblo y los soldados se burlan del «primogénito
de toda la creación» (Col 1, 15) y lo ponen a prueba para ver si tiene poder para salvarse
de la muerte (cf. Lc 23, 35-37). Sin embargo, precisamente «en la cruz, Jesús se
encuentra a la “altura” de Dios, que es Amor. Allí se le puede “reconocer”. (...) Jesús nos
da la “vida” porque nos da a Dios. Puede dárnoslo porque él es uno con Dios» (Benedicto
XVI, Jesús de Nazaret, Madrid 2007, pp. 403-404. 409). De hecho, mientras que el Señor
parece pasar desapercibido entre dos malhechores, uno de ellos, consciente de sus
pecados, se abre a la verdad, llega a la fe e implora «al rey de los judíos»: «Jesús,
acuérdate de mí cuando entres en tu reino» (Lc 23, 42). De quien «existe antes de todas
las cosas y en él todas subsisten» (Col 1, 17) el llamado «buen ladrón» recibe
inmediatamente el perdón y la alegría de entrar en el reino de los cielos. «Yo te aseguro
que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43). Con estas palabras Jesús, desde el
trono de la cruz, acoge a todos los hombres con misericordia infinita. San Ambrosio
comenta que «es un buen ejemplo de la conversión a la que debemos aspirar: muy
pronto al ladrón se le concede el perdón, y la gracia es más abundante que la petición;
de hecho, el Señor —dice san Ambrosio— siempre concede más de lo que se le pide (...)
La vida consiste en estar con Cristo, porque donde está Cristo allí está el Reino»
(Expositio Evangelii secundum Lucam X, 121: ccl 14, 379).

El camino del amor, que el Señor nos revela y nos invita a recorrer, se puede contemplar
también en el arte cristiano. De hecho, antiguamente, «en la configuración de los
edificios sagrados (...) se hizo habitual representar en el lado oriental al Señor que
regresa como rey —imagen de la esperanza—, mientras en el lado occidental estaba el
Juicio final, como imagen de la responsabilidad respecto a nuestra vida» (Spe salvi, ):
esperanza en el amor infinito de Dios y compromiso de ordenar nuestra vida según el
amor de Dios. Cuando contemplamos las representaciones de Jesús inspiradas en el
Nuevo Testamento, como enseña un antiguo Concilio, se nos lleva a «comprender (...)
la sublimidad de la humillación del Verbo de Dios y (...) a recordar su vida en la carne, su
pasión y muerte salvífica, y la redención que de allí se deriva para el mundo» (Concilio
de Trullo [año 691 o 692], canon 82). «Sí, las necesitamos para poder reconocer en el
corazón traspasado del Crucificado el misterio de Dios» (Joseph Ratzinger, Teología de
la liturgia. La fondazione sacramentale dell'esistenza cristiana, LEV, 2010, 69)

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 24– Cristo Rey - Señor, mesías y Sacerdote

(25 de noviembre de 2012 – Benedicto XVI)

Esta solemnidad resume el misterio de Jesús, «primogénito de los muertos y dominador


de todos los poderosos de la tierra» (Oración Colecta Año b), ampliando nuestra mirada
hacia la plena realización del Reino de Dios, cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15,
28). San Cirilo de Jerusalén afirma: «Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de
Cristo, sino también una segunda mucho más bella que la primera. La primera de hecho
fue una manifestación de padecimiento, la segunda lleva la diadema de la realeza divina;
...en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda es circundado y
glorificado por una corte de ángeles» (Catequesis XV, 1 Iluminandorum, De secundo
Christi adventu: PG 33, 869 a). Toda la misión de Jesús y el contenido de su mensaje
consiste en anunciar el Reino de Dios y realizarlo en medio de los hombres con signos y
prodigios. «Pero —como recuerda el Concilio Vaticano II—, ante todo, el Reino se
manifiesta en la persona misma de Cristo» (Const. dogm. Lumen gentium, 5), que lo ha
instaurado mediante su muerte en la cruz y su resurrección, manifestándose así como
Señor y Mesías y Sacerdote por la eternidad.

Este Reino de Cristo ha sido confiado a la Iglesia, que de él es «germen» y «principio» y


tiene la misión de anunciarlo y difundirlo entre todos los pueblos, con la fuerza del
Espíritu Santo (cf. ibid.). Al término del tiempo establecido, el Señor entregará a Dios
Padre el Reino y le presentará a cuantos vivieron según el mandamiento del amor.

Todos nosotros estamos llamados a prolongar la obra salvífica de Dios convirtiéndonos


al Evangelio, poniéndonos decididamente a seguir al Rey que no ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar testimonio de la verdad (cf. Mc 10, 45; Jn 18,)

la Iglesia nos invita a celebrar al Señor Jesús como Rey del universo. Nos llama a dirigir
la mirada al futuro, o mejor aún en profundidad, hacia la última meta de la historia, que
será el reino definitivo y eterno de Cristo. Cuando fue creado el mundo, al comienzo, él
estaba con el Padre, y manifestará plenamente su señorío al final de los tiempos, cuando
juzgará a todos los hombres. Las tres lecturas de hoy nos hablan de este reino. En el
pasaje evangélico que hemos escuchado, sacado del Evangelio de san Juan, Jesús se
encuentra en la situación humillante de acusado, frente al poder romano. Ha sido
arrestado, insultado, escarnecido, y ahora sus enemigos esperan conseguir que sea
condenado al suplicio de la cruz. Lo han presentado ante Pilato como uno que aspira al
poder político, como el sedicioso rey de los judíos. El procurador romano indaga y
pregunta a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?» (Jn 18,33). Jesús, respondiendo a esta
pregunta, aclara la naturaleza de su reino y de su mismo mesianismo, que no es poder
mundano, sino amor que sirve; afirma que su reino no se ha de confundir en absoluto
con ningún reino político: «Mi reino no es de este mundo … no es de aquí» (v. 36).
Está claro que Jesús no tiene ninguna ambición política. Tras la multiplicación de los
panes, la gente, entusiasmada por el milagro, quería hacerlo rey, para derrocar el poder
romano y establecer así un nuevo reino político, que sería considerado como el reino de
Dios tan esperado. Pero Jesús sabe que el reino de Dios es de otro tipo, no se basa en
las armas y la violencia. Y es precisamente la multiplicación de los panes la que se
convierte, por una parte, en signo de su mesianismo, pero, por otra, en un punto de
inflexión de su actividad: desde aquel momento el camino hacia la Cruz se hace cada vez
más claro; allí, en el supremo acto de amor, resplandecerá el reino prometido, el reino
de Dios. Pero la gente no comprende, están defraudados, y Jesús se retira solo al monte
a rezar, a hablar con el Padre (cf. Jn 6,1-15). En la narración de la pasión vemos cómo
también los discípulos, a pesar de haber compartido la vida con Jesús y escuchado sus
palabras, pensaban en un reino político, instaurado además con la ayuda de la fuerza.
En Getsemaní, Pedro había desenvainado su espada y comenzó a luchar, pero Jesús lo
detuvo (cf. Jn 18,10-11).

No quiere que se le defienda con las armas, sino que quiere cumplir la voluntad del
Padre hasta el final y establecer su reino, no con las armas y la violencia, sino con la
aparente debilidad del amor que da la vida. El reino de Dios es un reino completamente
distinto a los de la tierra.

Y es esta la razón de que un hombre de poder como Pilato se quede sorprendido delante
de un hombre indefenso, frágil y humillado, como Jesús; sorprendido porque siente
hablar de un reino, de servidores. Y hace una pregunta que le parecería una paradoja:
«Entonces, ¿tú eres rey?». ¿Qué clase de rey puede ser un hombre que está en esas
condiciones? Pero Jesús responde de manera afirmativa: «Tú lo dices: soy rey. Yo para
esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo
el que es de la verdad escucha mi voz» (18,37). Jesús habla de rey, de reino, pero no se
refiere al dominio, sino a la verdad. Pilato no comprende: ¿Puede existir un poder que
no se obtenga con medios humanos? ¿Un poder que no responda a la lógica del dominio
y la fuerza? Jesús ha venido para revelar y traer una nueva realeza, la de Dios; ha venido
para dar testimonio de la verdad de un Dios que es amor (cf. 1Jn 4,8-16) y que quiere
establecer un reino de justicia, de amor y de paz (cf. Prefacio). Quien está abierto al
amor, escucha este testimonio y lo acepta con fe, para entrar en el reino de Dios.

Esta perspectiva la volvemos a encontrar en la primera lectura que hemos escuchado. El


profeta Daniel predice el poder de un personaje misterioso que está entre el cielo y la
tierra: «Vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia
el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino, y todos los
pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron. Su poder es un poder eterno, no cesará. Su
reino no acabará» (7,13-14). Se trata de palabras que anuncian un rey que domina de
mar a mar y hasta los confines de la tierra, con un poder absoluto que nunca será
destruido. Esta visión del profeta, una visión mesiánica, se ilumina y realiza en Cristo: el
poder del verdadero Mesías, poder que no tiene ocaso y que no será nunca destruido,
no es el de los reinos de la tierra que surgen y caen, sino el de la verdad y el amor. Así
comprendemos que la realeza anunciada por Jesús de palabra y revelada de modo claro
y explícito ante el Procurador romano, es la realeza de la verdad, la única que da a todas
las cosas su luz y su grandeza.

En la segunda lectura, el autor del Apocalipsis afirma que también nosotros participamos
de la realeza de Cristo. En la aclamación dirigida a aquel «que nos ama, y nos ha librado
de nuestros pecados con su sangre» declara que él «nos ha hecho reino y sacerdotes
para Dios, su Padre» (1,5-6). También aquí aparece claro que no se trata de un reino
político sino de uno fundado sobre la relación con Dios, con la verdad. Con su sacrificio,
Jesús nos ha abierto el camino para una relación profunda con Dios: en él hemos sido
hechos verdaderos hijos adoptivos, hemos sido hechos partícipes de su realeza sobre el
mundo. Ser, pues, discípulos de Jesús significa no dejarse cautivar por la lógica mundana
del poder, sino llevar al mundo la luz de la verdad y el amor de Dios. El autor del
Apocalipsis amplia su mirada hasta la segunda venida de Cristo para juzgar a los hombres
y establecer para siempre el reino divino, y nos recuerda que la conversión, como
respuesta a la gracia divina, es la condición para la instauración de este reino (cf. 1,7).
Se trata de una invitación apremiante que se dirige a todos y cada uno de nosotros:
convertirse continuamente en nuestra vida al reino de Dios, al señorío de Dios, de la
verdad. Lo invocamos cada día en la oración del «Padre nuestro» con las palabras
«Venga a nosotros tu reino», que es como decirle a Jesús: Señor que seamos tuyos, vive
en nosotros, reúne a la humanidad dispersa y sufriente, para que en ti todo sea sometido
al Padre de la misericordia y el amor.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 25

Cristo Rey – Jesús de Nazaret

BENEDICTO XVI

LAS TENTACIONES DE JESÚS

El descenso del Espíritu sobre Jesús con que termina la escena del bautismo significa
algo así como la investidura formal de su misión. Por ese motivo, los Padres no están
desencaminados cuando ven en este hecho una analogía con la unción de los reyes
y sacerdotes de Israel al ocupar su cargo. La palabra "Cristo-Mesías" significa "el
Ungido": en la Antigua Alianza, la unción era el signo visible de la concesión de los
dones requeridos para su tarea, del Espíritu de Dios para su misión. Por ello, en Is
11, 2 se desarrolla la esperanza de un verdadero "Ungido", cuya "unción" consiste
precisamente en que el Espíritu del Señor desciende sobre él, "espíritu de ciencia y
discernimiento, espíritu de consejo y valor, espíritu de piedad y temor del Señor".
Según el relato de san Lucas, Jesús se presentó a sí mismo y su misión en la Sinagoga
de Nazaret con una frase similar de Isaías: "El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido" (Lc 4, 18; cf. Is 61, 1). La conclusión de la escena del
bautismo nos dice que Jesús ha recibido esta "unción" verdadera, que Él es el
Ungido esperado, que en aquella hora se le concedió formalmente la dignidad como
rey y como sacerdote para la historia y ante Israel.

EL PASTOR

La imagen del pastor, con la cual Jesús explica su misión tanto en los sinópticos
como en el Evangelio de Juan, cuenta con una larga historia precedente. En el
antiguo Oriente, tanto en las inscripciones de los reyes sumerios como en el ámbito
asirio y babilónico, el rey se considera como el pastor establecido por Dios; el
«apacentar» es una imagen de su tarea de gobierno. La preocupación por los
débiles es, a partir de esta imagen, uno de los cometidos del soberano justo. Así, se
podría decir que, desde sus orígenes, la imagen de Cristo buen pastor es un
evangelio de Cristo rey, que deja traslucir la realeza de Cristo.

LAS BIENAVENTURANZAS

En un amplio arco de textos —que van desde el Libro de los Números (cap. 12),
pasando por Zacarías (cap. 9), hasta las Bienaventuranzas y el relato del Domingo
de Ramos— se puede reconocer esta visión de Jesús como Rey de la paz que rompe
las fronteras que separan a los pueblos y crea un espacio de paz «de mar a mar».
Con su obediencia nos llama a entrar en esa paz, la establece en nosotros.

Por un lado, la palabra «manso, humilde» forma parte del vocabulario del pueblo
de Dios, del Israel que en Cristo se ha hecho universal, pero al mismo tiempo es una
palabra regia, que nos descubre la esencia de la nueva realeza de Cristo. En este
sentido, podríamos decir que es una palabra tanto cristológica como eclesiológica;
en cualquier caso, nos llama a seguir a Aquel que en su entrada en Jerusalén a lomos
de una borrica nos manifiesta toda la esencia de su reinado.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 26

– Cristo Rey – Montado sobre un asna (I)

(Sermón de San Antonio de Padua sobre Cristo Rey)

Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que habla sido anunciado por el profeta
Zacarías: Diga a la hija de Sión: he ahí a tu rey, que viene a ti manso, sentado sobre un
asna y con un pollino, hijo de animal de carga (Mt 21, 4-5). Y éstas son las palabras de
Zacarías: Exulta grandemente, hija de Sión; alégrate, hija de Jerusalén: he ahí, a ti viene
tu rey; él es justo y salvador. Él es pobre y está sentado sobre un asna, sobre un pollino
hijo de asna. Destruiré las cuadrigas de Efraím y los caballos de Jerusalén; y los arcos de
guerra serán quebrados (9, 9- 10).
Sión y Jerusalén son la misma ciudad, porque Sión es la torre de Jerusalén y simboliza a
la Jerusalén celestial, en la cual existen la eterna contemplación y la visión de la paz
absoluta.

La hija de Sión es la santa Iglesia, a la cual, oh predicadores, deben decir: Exulta


grandemente en tus obras y alégrate en tu mente. El júbilo nace en el corazón con tanta
alegría, cuanta no es capaz de expresar la eficacia del sermón. He ahí a tu rey, del que
dice Jeremías: No hay alguno como tú, Señor; tú eres grande y grande es la potencia de
tu nombre. ¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones? El, como leemos en el
Apocalipsis, en su manto y en su fémur lleva grabado: Rey de los reyes y Señor de los
señores.
El manto simboliza sus pañales y el fémur es su carne. En Nazaret Jesús se coronó de
carne humana, como una diadema; en Belén fue envuelto en pañales, como una
púrpura. Estas fueron las primeras insignias de su realeza. Contra esas insignias se
ensañaron los judíos, como si quisieran privarlo de su reino. Por causa de ellos, Cristo en
su pasión fue despojado de sus vestiduras y su carne fue crucificada con los clavos. Pero
allí su realeza se afirmó perfectamente. Después de la corona y la púrpura, sólo le faltaba
el cetro. Recibió también el cetro cuando, como dice Juan, llevando su cruz, se encaminó
hacia el Calvario. E Isaías: Y sobre sus hombros se estableció el principado; y el Apóstol
a los hebreos: Hemos visto a Jesús coronado de gloria y honor, a causa del suplicio de la
muerte.

He ahí a tu rey, que viene a ti, o sea, para tu utilidad; viene manso, para ser. amado, no
para ser temido por su poder, sentado sobre un asna. Dice Zacarías. Es el justo y el
salvador, pero pobre, sentado sobre un asna.
Las virtudes propias de un rey son dos: la justicia y la piedad. Así tu Rey es justo con
respecto a la justicia, porque da a cada uno según sus obras; y con respecto a la piedad,
es manso y redentor. Y es también pobre, como lo pondera el Apóstol en la epístola de
hoy: Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo (Filp 2, 7). Ya que Adán en
el paraíso terrenal no quiso servir al Señor, el Señor tomó la condición de siervo, para
servir al siervo y para que en adelante el siervo no se avergonzara de servir al Amo.

Hecho semejante a los hombres y, por condición, reconocido como hombre (Filp 2, 7).
Dice Baruc: Por eso apareció en la tierra y vino a convivir con los hombres (3, 38). Aquel
como (en latín, ut) expresa la verdad, la realidad, y no la semejanza.

Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y la muerte de cruz (Filp 2,


8). San Agustín comenta: Nuestro Redentor tendió a nuestro capturador la trampa de la
cruz y puso como cebo su sangre. Sin embargo, El derramó su sangre, que no era sangre
de deudor, y por esto se separó de los deudores. Y el bienaventurado Bernardo dice de
Cristo: Tanto apreció la obediencia, que prefirió la obediencia a la vida, hecho obediente
al Padre hasta la muerte y la muerte de cruz. Aquel que no tenía lugar donde descansar
la cabeza, encontró lugar en la cruz, donde, inclinando la cabeza, rindió el espíritu (Jn
19, 30).

Él fue pobre. Dice Jeremías: Oh esperanza de Israel y su salvador en el tiempo de la


aflicción, ¿por qué estarás en la tierra como un colono y como un viandante que recusa
quedarse? ¿Por qué serás como un hombre errabundo y como un fuerte incapaz de
salvar?

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 27

Cristo Rey – Montado sobre un asna (II)

(Sermón de San Antonio de Padua sobre Cristo Rey)

Nuestro Dios, el Hijo de Dios, aquel a quien esperábamos, llegó; y en el tiempo de la


tribulación, o sea, de la persecución diabólica, nos salvó; y como colono, forastero y
peregrino cultivó nuestra tierra y la regó con el agua de su predicación.
Él fue un viandante libre de todo estorbo, o sea, inmune del pecado; cumplió su camino,
porque exultó como un gigante que recorre su camino (Salm 18, 6); reclinó su cabeza en
la cruz, cuando dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46): y después
permaneció encerrado en el sepulcro tres días y tres noches.
Aquí es llamado hombre errabundo, según la valoración de los judíos, que lo
consideraban vagabundo e inconstante. Por esto, cuando Él decía: Tengo el poder de
ofrecer mi vida y tengo el poder de retomarla, muchos de ellos le endilgaban: Está
endemoniado y enloquecido. ¿Por qué lo están escuchando? (Jn 10, 18-20). Por la
condición de siervo, que había asumido, les parecía que era impotente para salvar. Sin
embargo, Él fue el hombre fuerte que, con las manos traspasadas por los clavos, venció
al diablo. He ahí a tu rey; El viene a ti manso, sentado sobre un asna y con un pollino,
hijo de animal de carga, o sea, hijo de la misma asna, domada con la albarda.

Ojalá quisieran los clérigos y los religiosos acoger a un Rey tan grande y a un jinete tan
noble, y transportarlo devotamente, como lo hicieron aquellos mansos animales, ¡para
merecer entrar con El en la Jerusalén celestial! Pero, ellos son hijos de Belial, o sea, sin
yugo, que, como dice Jeremías, caminaron en pos de sus trivialidades y ellos mismos
llegaron a ser vanidad; y no preguntaron: ¿Dónde está el Señor? (Jer 2, 5-6). Ellos
despedazaron el yugo y arrancaron las ataduras y dijeron: ¡A No serviremos! Por eso,
añade el Señor: Dispersaré las cuadrigas de Efraím y los caballos de Jerusalén; y los arcos
de guerra serán quebrados.
La cuadriga, que gira sobre cuatro ruedas, representa la abundancia en la que viven los
clérigos y que consiste en cuatro características: amplitud de las propiedades,
acumulación de prebendas y de rentas, suntuosidad de alimentos y lujo de los vestidos.
El Señor dispersará esta cuadriga y arrojará al mar del infierno al conductor; y
exterminará al caballo, o sea, la soberbia espumosa y desenfrenada de los religiosos que,
bajo el hábito religioso y con pretexto de santidad, se consideran grandes. Pero el Señor,
grande y poderoso, que mira a los humildes y destrona a los soberbios, echará a este
caballo de la Jerusalén celestial, en la que nadie entrará, si no se humilla como un niño,
como se humilló El mismo hasta la muerte y la muerte de cruz.
En sentido moral. El rey, sentado sobre el asna el pollino, simboliza al justo, que mortifica
su carne y frena sus estímulos. Dice Jeremías: Virgen de Israel, todavía te adornarás con
tus panderos y saldrás en el coro de danzarines (31, 4). En el pandero, que es la piel de
un animal muerto, extendida sobre un madero, está indicada la mortificación de la
carne; y en el coro, en el que las voces cantan juntas, está simbolizada la concordia de
la unidad.
El alma, pues, se adorna con los panderos y sale en el coro de los danzarines, cuando se
adorna con la mortificación de la carne y la concordia de la unidad. Exhorta el profeta:
Con el pandero y con el coro alaben al Señor (Salm 150, 4).
De otra manera. El rey, sentado sobre un asna, es el obispo, que gobierna al pueblo que
se le confió. De él dice Salomón: Bienaventurada es la tierra, o sea, la Iglesia, cuyo rey es
noble y cuyos príncipes, o sea, los prelados, comen a su debido tiempo, para alimentarse
y no para andar de comilonas (Ecle 10, 17). Comen sólo para vivir, no viven para comer
(Glosa). Comen también a su debido tiempo, porque no buscan aquí abajo la
recompensa, sino la futura.
Este rey, como ya hemos señalado, debe ser manso, justo, salvador y pobre. Manso hacia
sus súbditos; justo hacia los soberbios, infundiendo vino y aceite; salvador hacia los
pobres; y pobre en medio de las riquezas. o también, debe ser manso, si recibe alguna
injuria; justo ejerciendo la justicia con todos; salvador con la predicación y la oración;
¡pobre por la humildad del corazón y el desprecio de sí mismo A Bienaventurada el asna
y bienaventurada la Iglesia, que tiene a tal jinete!
En cambio, el obispo de nuestro tiempo es como Balaam, sentado sobre el asna. Ella vela
al ángel; pero Balaam no lo podía ver. Balaam se interpreta el que precipita a la
fraternidad, o el que alborota a la gente, o el que devora al pueblo. Un obispo
escandaloso es un tronco inútil. Con su mal ejemplo, precipita a la fraternidad de los
fieles en el pecado y después en el infierno; con su necedad, porque es también inepto,
alborota a la gente; y con su avaricia devora al pueblo. Ese prelado, sentado sobre el
asna, no sólo no ve al ángel, sino que ve al diablo, dispuesto a precipitarlo al infierno. En
cambio, el pueblo simple, que tiene una fe recta y se comporta honestamente, ve al
ángel del Sumo Consejo, reconoce y ama al Hijo de Dios.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 28

Cristo Rey – Viene el Rey y trae consigo el Reino

(Sermón de San Juan Ávila sobre Cristo Rey)

[…] Señor, ¿a qué venís? […] Viene el Rey y trae consigo el reino, […] trae Dios muchas
riquezas, y viene a hacernos grandes mercedes, y dice: Por eso no me dejéis de recibir,
que yo os traigo todo lo que podéis querer y desear, y mucho más.
- ¿Qué traéis, Señor? -Regnum Dei intra vos est (Lc 17,21). ¿Habéis[lo] por caso alguna
vez visto o sentido? Pues sabed que el reino de Dios está dentro de vosotros. No penséis
que el reino de Dios es tener muchas viñas y muchos olivares. En el ánima adonde viniere
amor de Dios y del prójimo y adonde hubiere muchas virtudes, ahí está encerrado el
reino de Dios; en el ánima que a Dios obedeciere, está metido su reino. […]

Pues que viene el Rey y trae el reino consigo, y su reino es justicia y paz, etc., ¿quién
habrá que no lo reciba? Justicia en este lugar no quiere decir hacer justicia, sino una
virtud, una cosa por la cual un hombre de pecador se hace justo, una virtud que hace
una obra en el hombre tal, que de pecador y malo lo hace justo y bueno. […] ¿Qué quiere
decir? Que la causa por que uno se hace bueno es Jesucristo. […] No pienses tú,
hermano, que por tus buenas obrecillas, por lo que tú haces, eres justo, sino por las
buenas obras y pasión de Jesucristo; juntándose tus buenas obras con Él, Él las hace ser
meritorias.

La verdadera pena es que uno mete la mano en su pecho y considera sus defectos y
maldades y dice: ¡Oh, que he ofendido a Dios! ¡Oh, que no voy derecho por el camino
de Dios! Ésta es la verdadera pena y el mayor de los desconsuelos y para lo que vino Dios
a este mundo. […] Para consolar éstos viene el Mesías, para esto viene, para consolar los
desconsolados, etc. Y ansí dice San Pablo que viene a poner justicia y paz y gozo de
Espíritu Santo (Rom 14,17).

Si os aparejáis para recibir este huésped, es tan poderoso que hará que se regocije
vuestro corazón. Si no queréis a Dios por Dios, veis aquí lo que trae, un reino trae
consigo. […] Ésta es la merced más alta; éste es el espejo en que te has de mirar, que
nos dio Dios a su Hijo; y dice San Pablo: Si nos dio Dios a su Hijo, ¿cómo no nos dará con
Él todas las cosas? (Rom 8,32). Si Jesucristo es nuestro, no os espantéis que lo presente
y lo futuro será nuestro. En esta merced se encierra todo. […] Paraos a pensar quién es
el que quiere venir a vuestra alma, y ansí veréis cómo todas las cosas serán vuestras,
quiero decir, que podréis usar de ellas para vuestro provecho; […].
[…] Si estás en gracia con Dios, aprovéchate del amigo y del enemigo, y del infierno para
huir de él. De todo sacarás provecho. Y si os parece que es poco tener a Dios y con Él
todas las cosas, ¿qué os parecerá mucho? No diga nadie: «No quiero ese huésped»; que
con sólo venir paga bien la posada.

-La mayor está por decir. Si tantos milagros no habidos, y si Dios no os diera lumbre de
fe ¿cómo creyeras una cosa tan alta, como es, a saber, haber muerto Dios por vos? ¿Cuál,
es más, entregarse Dios en manos de sayones, para que le hagan tantas injusticias, o
entregarse a los corazones de cuantos estamos aquí? Pues si se entregó Cristo a la
voluntad de los que mal le querían ¿no se entregará a los corazones de los que bien le
quieren? ¡Señor, tanto me amaste, que te entregaste en manos de tus enemigos por mí!
Plegue al Señor que lo creáis.

¡Qué alegre iría un hombre de este sermón si le dijesen: «El rey ha de venir mañana a tu
casa a hacerte grandes mercedes»! Creo que no comería de gozo y de cuidado, ni
dormiría en toda la noche, pensando: «El rey ha de venir a mi casa, ¿cómo le aparejaré
posada?». Hermanos, digo de parte del Señor que Dios quiere venir a vosotros y que
trae consigo un reino de paz, como habéis oído. ¡Oh, bendita sea su misericordia y
glorificado sea su santo nombre! ¿Quién os sabrá decir la salsa con que sabemos de
comer este manjar? ¡Cómo! ¿Qué siendo él Dios y ofendido, y siendo nosotros hombres
y ofensores, y siendo la ganancia del hospedaje nuestra, nos está rogando, y nosotros
que lo desechemos? ¿Qué cosa es pensar que está Dios a la puerta de los corazones?
¿Pensáis que está lejos? A la puerta está llamando.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 29

Cristo Rey – Señor del Mundo

(del libro Es cristo que Pasa – de San José María Escrivá de Balaguer)

Quisiera que considerásemos cómo ese Cristo, que —Niño amable— vimos nacer en
Belén, es el Señor del mundo: pues por El fueron creados todos los seres en los cielos y
en la tierra; Él ha reconciliado con el Padre todas las cosas, restableciendo la paz entre
el cielo y la tierra, por medio de la sangre que derramó en la cruz. Hoy Cristo reina, a la
diestra del Padre: declaran aquellos dos ángeles de blancas vestiduras, a los discípulos
que estaban atónitos contemplando las nubes, después de la Ascensión del Señor:
varones de Galilea ¿por qué estáis ahí mirando al cielo? Este Jesús, que separándose de
vosotros ha subido al cielo, vendrá de la misma manera que le acabáis de ver subir.

Por Él reinan los reyes, con la diferencia de que los reyes, las autoridades humanas,
pasan; y el reino de Cristo permanecerá por toda la eternidad, su reino es un reino
eterno y su dominación perdura de generación en generación.

El reino de Cristo no es un modo de decir, ni una imagen retórica. Cristo vive, también
como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la Encarnación, que resucitó
después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona del Verbo juntamente con su alma
humana. Cristo, Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por
Él se mantiene en vida todo lo que vive.

¿Por qué, entonces, no se aparece ahora en toda su gloria? Porque su reino no es de


este mundo, aunque está en el mundo. Había replicado Jesús a Pilatos: Yo soy rey. Yo
para esto nací: para dar testimonio de la verdad; todo aquel que pertenece a la verdad,
escucha mi voz. Los que esperaban del Mesías un poderío temporal visible, se
equivocaban: que no consiste el reino de Dios en el comer ni en el beber, sino en la
justicia, en la paz y en el gozo del Espíritu Santo.

Verdad y justicia; paz y gozo en el Espíritu Santo. Ese es el reino de Cristo: la acción
divina que salva a los hombres y que culminará cuando la historia acabe, y el Señor, que
se sienta en lo más alto del paraíso, venga a juzgar definitivamente a los hombres.
Cuando Cristo inicia su predicación en la tierra, no ofrece un programa político, sino que
dice: haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos; encarga a sus discípulos
que anuncien esa buena nueva, y enseña que se pida en la oración el advenimiento del
reino. Esto es el reino de Dios y su justicia, una vida santa: lo que hemos de buscar
primero, lo único verdaderamente necesario.

La salvación, que predica Nuestro Señor Jesucristo, es una invitación dirigida a todos:
acontece lo que, a cierto rey, que celebró las bodas de su hijo y envió a los criados a
llamar a los convidados a las bodas. Por eso, el Señor revela que el reino de los cielos
está en medio de vosotros.

Nadie se encuentra excluido de la salvación, si se allana libremente a las exigencias


amorosas de Cristo: nacer de nuevo, hacerse como niños, en la sencillez de espíritu;
alejar el corazón de todo lo que aparte de Dios. Jesús quiere hechos, no sólo palabras. Y
un esfuerzo denodado, porque sólo los que luchan serán merecedores de la herencia
eterna.

La perfección del reino —el juicio definitivo de salvación o de condenación— no se dará


en la tierra. Ahora el reino es como una siembra, como el crecimiento del grano de
mostaza; su fin será como la pesca con la red barredera, de la que —traída a la arena—
serán extraídos, para suertes distintas, los que obraron la justicia y los que ejecutaron la
iniquidad. Pero, mientras vivimos aquí, el reino se asemeja a la levadura que cogió una
mujer y la mezcló con tres celemines de harina, hasta que toda la masa quedó
fermentada.

Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por
conseguirlo: es la perla que el mercader adquiere a costa de vender lo que posee, es el
tesoro hallado en el campo. El reino de los cielos es una conquista difícil: nadie está
seguro de alcanzarlo, pero el clamor humilde del hombre arrepentido logra que se abran
sus puertas de par en par. Uno de los ladrones que fueron crucificados con Jesús le
suplica: Señor, acuérdate de mí cuando hayas llegado a tu reino. Y Jesús le respondió:
en verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 30

Cristo Rey – El Reino en el alma

(del libro Es cristo que Pasa – de San José María Escrivá de Balaguer)

¡Qué grande eres, Señor y Dios nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida el sentido
sobrenatural y la eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de tu Hijo, con todas
las fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo podamos repetir: ¡oportet illum
regnare!, mientras resuena la copla de nuestra debilidad, porque sabes que somos
criaturas —¡y qué criaturas! — hechas de barro, no sólo en los pies, también en el
corazón y en la cabeza. A lo divino, vibraremos exclusivamente por ti.

Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si El
preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que El reine en
mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última
respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la
sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey.

Si pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle
nuestro corazón. Si no lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo sería vocerío sin
sustancia cristiana, manifestación exterior de una fe que no existiría, utilización
fraudulenta del nombre de Dios para las componendas humanas.

Si la condición para que Jesús reinase en mi alma, en tu alma, fuese contar previamente
en nosotros con un lugar perfecto, tendríamos razón para desesperarnos. Pero no
temas, hija de Sión: mira a tu Rey, que viene sentado sobre un borrico. ¿Lo veis? Jesús
se contenta con un pobre animal, por trono. No sé a vosotros; pero a mí no me humilla
reconocerme, a los ojos del Señor, como jumento: como un borriquito soy yo delante de
ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra, tú me llevas
por el ronzal.

Pensad en las características de un asno, ahora que van quedando tan pocos. No en el
burro viejo y terco, rencoroso, que se venga con una coz traicionera, sino en el pollino
joven: las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con
el trote decidido y alegre. Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y crueles.
Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba.
Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones
fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. Nuestro Señor estima la alegría de un
corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su
palabra de cariño. Así reina en el alma.
Reinar sirviendo

Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores,


seremos servidores de todos los hombres. Servicio. ¡Cómo me gusta esta palabra! Servir
a mi Rey y, por El, a todos los que han sido redimidos con su sangre. ¡Si los cristianos
supiésemos servir! Vamos a confiar al Señor nuestra decisión de aprender a realizar esta
tarea de servicio, porque sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a
conocer y lograr que otros más lo amen.

¿Cómo lo mostraremos a las almas? Con el ejemplo: que seamos testimonio suyo, con
nuestra voluntaria servidumbre a Jesucristo, en todas nuestras actividades, porque es el
Señor de todas las realidades de nuestra vida, porque es la única y la última razón de
nuestra existencia. Después, cuando hayamos prestado ese testimonio del ejemplo,
seremos capaces de instruir con la palabra, con la doctrina. Así obró Cristo: coepit facere
et docere, primero enseñó con obras, luego con su predicación divina.

Servir a los demás, por Cristo, exige ser muy humanos. Si nuestra vida es deshumana,
Dios no edificará nada en ella, porque ordinariamente no construye sobre el desorden,
sobre el egoísmo, sobre la prepotencia. Hemos de comprender a todos, hemos de
convivir con todos, hemos de disculpar a todos, hemos de perdonar a todos. No diremos
que lo injusto es justo, que la ofensa a Dios no es ofensa a Dios, que lo malo es bueno.
Pero, ante el mal, no contestaremos con otro mal, sino con la doctrina clara y con la
acción buena: ahogando el mal en abundancia de bien. Así Cristo reinará en nuestra
alma, y en las almas de los que nos rodean.

Intentan algunos construir la paz en el mundo, sin poner amor de Dios en sus propios
corazones, sin servir por amor de Dios a las criaturas. ¿Cómo será posible efectuar, de
ese modo, una misión de paz? La paz de Cristo es la del reino de Cristo; y el reino de
nuestro Señor ha de cimentarse en el deseo de santidad, en la disposición humilde para
recibir la gracia, en una esforzada acción de justicia, en un divino derroche de amor.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 31
Cristo en la Cumbre de las Actividades Humanas

(del libro Es cristo que Pasa – de San José María Escrivá de Balaguer)

A esto hemos sido llamados los cristianos, ésa es nuestra tarea apostólica y el afán que
nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más
odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y pacífico del
amor. Pidamos hoy a nuestro Rey que nos haga colaborar humilde y fervorosamente en
el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo
que el hombre ha desordenado, de llevar a su fin lo que se descamina, de reconstruir la
concordia de todo lo creado.

Abrazar la fe cristiana es comprometerse a continuar entre las criaturas la misión de


Jesús. Hemos de ser, cada uno de nosotros, alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el
mismo Cristo. Sólo así podremos emprender esa empresa grande, inmensa,
interminable: santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el
fermento de la Redención.

Lo que hay que meter en Dios es el corazón de cada uno, sea quien sea. Procuremos
hablar para cada cristiano, para que allí donde está —en circunstancias que no
dependen sólo de su posición en la Iglesia o en la vida civil, sino del resultado de las
cambiantes situaciones históricas—, sepa dar testimonio, con el ejemplo y con la
palabra, de la fe que profesa.

El cristiano vive en el mundo con pleno derecho, por ser hombre. Si acepta que en su
corazón habite Cristo, que reine Cristo, en todo su quehacer humano se encontrará —
bien fuerte— la eficacia salvadora del Señor. No importa que esa ocupación sea, como
suele decirse, alta o baja; porque una cumbre humana puede ser, a los ojos de Dios, una
bajeza; y lo que llamamos bajo o modesto puede ser una cima cristiana, de santidad y
de servicio.

La libertad personal
El Reino de Cristo es de libertad: aquí no existen más siervos que los que libremente se
encadenan, por Amor a Dios. ¡Bendita esclavitud de amor, que nos hace libres! Sin
libertad, no podemos corresponder a la gracia; sin libertad, no podemos entregarnos
libremente al Señor, con la razón más sobrenatural: porque nos da la gana.

Cuando hablo de libertad personal, no me refiero con esta excusa a otros problemas
quizá muy legítimos, que no corresponden a mi oficio de sacerdote. Sé que no me
corresponde tratar de temas seculares y transitorios, que pertenecen a la esfera
temporal y civil, materias que el Señor ha dejado a la libre y serena controversia de los
hombres. Sé también que los labios del sacerdote, evitando del todo banderías
humanas, han de abrirse sólo para conducir las almas a Dios, a su doctrina espiritual
salvadora, a los sacramentos que Jesucristo instituyó, a la vida interior que nos acerca al
Señor sabiéndonos sus hijos y, por tanto, hermanos de todos los hombres sin excepción.

Celebramos hoy la fiesta de Cristo Rey. si alguno entendiese el reino de Cristo como un
programa político, no habría profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría
a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús, porque su yugo
es suave y su carga ligera. Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a Cristo,
por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que amar la legítima
libertad de los otros, en una pacífica y razonable convivencia.

Ángeles de Dios

Ego cogito cogitationes pacis et non afflictionis, yo pienso pensamientos de paz y no de


tristeza, dice el Señor. Seamos hombres de paz, hombres de justicia, hacedores del bien,
y el Señor no será para nosotros Juez, sino amigo, hermano, Amor.

Que en este caminar —¡alegre! — por la tierra, nos acompañen los ángeles de Dios.
Antes del nacimiento de nuestro Redentor, escribe San Gregorio Magno, nosotros
habíamos perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y nuestros pecados
cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza, ... Pero desde el momento en que
nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles nos han reconocido como
conciudadanos.

Y como el Rey de los cielos ha querido tomar nuestra carne terrena, los ángeles ya no se
alejan de nuestra miseria. No se atreven a considerar inferior a la suya esta naturaleza
que adoran, viéndola ensalzada, por encima de ellos, en la persona del rey del cielo; y
no tienen ya inconveniente en considerar al hombre como un compañero.
María, la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de nuestro corazón, cuida de nosotros
como sólo Ella sabe hacerlo. Madre compasiva, trono de la gracia: te pedimos que
sepamos componer en nuestra vida y en la vida de los que nos rodean, verso a verso, el
poema sencillo de la caridad, quasi fluvium pacis, como un río de paz. Porque Tú eres
mar de inagotable misericordia: los ríos van todos al mar y la mar no se llena.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 32 – Cristo Rey – La Fiesta de Jesucristo Rey

Las fiestas de la Iglesia

Porque para instruir al pueblo en las cosas de la fe y atraerle por medio de ellas a los
íntimos goces del espíritu, mucha más eficacia tiene las fiestas anuales de los sagrados
misterios que cualesquiera enseñanzas, por autorizadas que sean, del eclesiástico
magisterio.

Estas sólo son conocidas, las más veces, por unos pocos fieles, más instruidos que los
demás; aquéllas impresionan e instruyen a todos los fieles; éstas —digámoslo así—
hablan una sola vez, aquéllas cada año y perpetuamente; éstas penetran en las
inteligencias, a los corazones, al hombre entero. Además, como el hombre consta de
alma y cuerpo, de tal manera le habrán de conmover necesariamente las solemnidades
externas de los días festivos, que por la variedad y hermosura de los actos litúrgicos
aprenderá mejor las divinas doctrinas, y convirtiéndolas en su propio jugo y sangre,
aprovechará mucho más en la vida espiritual.

En el momento oportuno

Por otra parte, los documentos históricos demuestran que estas festividades fueron
instituidas una tras otra en el transcurso de los siglos, conforme lo iban pidiendo la
necesidad y utilidad del pueblo cristiano, esto es, cuando hacía falta robustecerlo contra
un peligro común, o defenderlo contra los insidiosos errores de la herejía, o animarlo y
encenderlo con mayor frecuencia para que conociese y venerase con mayor devoción
algún misterio de la fe, o algún beneficio de la divina bondad. Así, desde los primeros
siglos del cristianismo, cuando los fieles eran acerbísimamente perseguidos, empezó la
liturgia a conmemorar a los mártires para que, como dice San Agustín, las festividades
de los mártires fuesen otras tantas exhortaciones al martirio. Más tarde, los honores
litúrgicos concedidos a los santos confesores, vírgenes y viudas sirvieron
maravillosamente para reavivar en los fieles el amor a las virtudes, tan necesario aun en
tiempos pacíficos. Sobre todo, las festividades instituidas en honor a la Santísima Virgen
contribuyeron, sin duda, a que el pueblo cristiano no sólo enfervorizase su culto a la
Madre de Dios, su poderosísima protectora, sino también a que se encendiese en más
fuerte amor hacia la Madre celestial que el Redentor le había legado como herencia.
Además, entre los beneficios que produce el público y legítimo culto de la Virgen y de
los Santos, no debe ser pasado en silencio el que la Iglesia haya podido en todo tiempo
rechazar victoriosamente la peste de los errores y herejías.

En este punto debemos admirar los designios de la divina Providencia, la cual, así como
suele sacar bien del mal, así también permitió que se enfriase a veces la fe y piedad de
los fieles, o que amenazasen a la verdad católica falsas doctrinas, aunque al cabo volvió
ella a resplandecer con nuevo fulgor, y volvieron los fieles, despertados de su letargo, a
enfervorizarse en la virtud y en la santidad. Asimismo, las festividades incluidas en el año
litúrgico durante los tiempos modernos han tenido también el mismo origen y han
producido idénticos frutos. Así, cuando se entibió la reverencia y culto al Santísimo
Sacramento, entonces se instituyó la fiesta del Corpus Christi, y se mandó celebrarla de
tal modo que la solemnidad y magnificencia litúrgicas durasen por toda la octava, para
atraer a los fieles a que veneraran públicamente al Señor. Así también, la festividad del
Sacratísimo Corazón de Jesús fue instituida cuando las almas, debilitadas y abatidas por
la triste y helada severidad de los jansenistas, habíanse enfriado y alejado del amor de
Dios y de la confianza de su eterna salvación.

Contra el moderno Laicismo

Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con
ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un
remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste
de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y
vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino
que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por
negar el imperio de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado
en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de
dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión
cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al
nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los
gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron
sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos
puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y
pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las
naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos
lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el
germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los
odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias
desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y
del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y
desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo
todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los
deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y
empujada a la muerte la humana sociedad.

Condición Litúrgica de la Fiesta.


Por tanto, con nuestra autoridad apostólica, instituimos la fiesta de nuestro Señor
Jesucristo Rey, y decretamos que se celebre en todas las partes de la tierra el último
domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad
de Todos los Santos. Asimismo, ordenamos que en ese día se renueve todos los años la
consagración de todo el género humano al Sacratísimo Corazón de Jesús, con la misma
fórmula que nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X, mandó recitar anualmente.

Este año, sin embargo, queremos que se renueve el día 31 de diciembre, en el que Nos
mismo oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey, u ordenaremos que
dicha consagración se haga en nuestra presencia. Creemos que no podemos cerrar
mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos,
más amplio testimonio de nuestra gratitud —con lo cual interpretamos la de todos los
católicos— por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia
y todo el orbe católico.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Día 33 – Cristo Rey – La Fiesta de Jesucristo Rey

Los Frutos del Culto a Cristo Rey

a) Para la Iglesia

En efecto: tributando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán


necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo,
exige —por derecho propio e imposible de renunciar— plena libertad e independencia
del poder civil; y que, en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de
enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo,
no pueden depender del arbitrio de nadie.

Más aún: el Estado debe también conceder la misma libertad a las órdenes y
congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos
auxiliares de los pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y
propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la
triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual
aquella santidad que el divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota
característica de ella, resplandece y alumbra, cada día con perpetuo y más vivo
esplendor, delante de los ojos de todos.

b) Para la sociedad civil

La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones
que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los
particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.

A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto
por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber
sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su
regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los
principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente
al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres. Es,
además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán
sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.

c) Para los fieles


Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si
los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título
a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente
se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es,
pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto
acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la
doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las
leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los
efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a Él estar unido; es
necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase
del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios, deben servir para la interna
santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda
consideración de los fieles, no hay duda de que éstos se inclinarán más fácilmente a la
perfección.

Haga el Señor, venerables hermanos, que todos cuantos se hallan fuera de su reino
deseen y reciban el suave yugo de Cristo; que todos cuantos por su misericordia somos
ya sus súbditos e hijos llevemos este yugo no de mala gana, sino con gusto, con amor y
santidad, y que nuestra vida, conformada siempre a las leyes del reino divino, sea rica
en hermosos y abundantes frutos; para que, siendo considerados por Cristo como
siervos buenos y fieles, lleguemos a ser con El participantes del reino celestial, de su
eterna felicidad y gloria.

Oraciones diarias: Oración para pedir el Reinado de Jesucristo, Oración a Cristo Rey y
Letanías.
Consagración a Cristo Rey

Oraciones para los 33 días

Oración para Pedir el Reinado de Cristo

¡Oh, Jesús! Te reconozco por Rey Universal. Todo cuanto ha sido hecho tú lo has creado.
Ejerce sobre mi todos tus derechos. Renuevo las promesas de mi bautismo, renunciando
a Satanás, a sus seducciones y a sus obras; y prometo vivir como buen cristiano.

Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios, el triunfo de los


derechos de Dios y de tu Iglesia.

Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras para conseguir que todos los
corazones reconozcan tu sagrada realeza, y para que así se establezca en todo el mundo
el reino de tu Paz. Amén

ORACIÓN A CRISTO REY

¡Oh, Cristo, ¡Tú eres mi Rey!


Dame un corazón caballeroso para contigo.
Magnánimo en mi vida: escogiendo todo cuanto sube hacia arriba, no lo que se arrastra
hacia abajo.
Magnánimo en mi trabajo: viendo en él no una carga que se me impone, sino la misión
que Tú me confías.
Magnánimo en el sufrimiento: verdadero soldado tuyo ante mi cruz, verdadero Cireneo
para las cruces de los demás.
Magnánimo con el mundo: perdonando sus pequeñeces, pero no cediendo en nada a
sus máximas.
Magnánimo con los hombres: leal con todos, más sacrificado por los humildes y por los
pequeños, celoso por arrastrar hacia Ti a todos los que me aman.
Magnánimo con mis superiores: viendo en su autoridad la belleza de tu Rostro, que me
fascina.
Magnánimo conmigo mismo: jamás replegado sobre mí, siempre apoyado en Ti.
Magnánimo contigo: Oh Cristo Rey: orgulloso de vivir para servirte, dichoso de morir,
para perderme en Ti.
LETANÍAS A JESUCRISTO REY

Acerquémonos con profunda reverencia al trono de su Majestad, nuestro divino Rey,


Cristo Jesús, y ofrezcámosle el homenaje de nuestra humilde adoración. Adoremos y
alabemos a Aquel a quien el eterno Padre dijo: Pídeme y te daré las gentes y naciones
por tu reino. (Sal. 2, 8)

Veneramos, oh, Jesús, vuestro reino eterno que poseéis como Hijo de Rey Eterno, igual
en todo al Padre en majestad, omnipotencia y gloria. Vuestros son los cielos y vuestra
es la tierra. Vos creasteis al universo y cuanto existe. Todas las cosas fueron hechas por
Vos y sin Vos nada se hizo de cuanto se ha creado. El orbe entero es vuestro y vos
reinareis de mar en mar, hasta los últimos confines de la tierra.

-Señor, ten misericordia de nosotros, (se repite) -Cristo, ten misericordia de nosotros,
-Señor, ten misericordia de nosotros,
-Cristo óyenos,

-Cristo escúchanos,
-Dios, Padre celestial, (Ten misericordia de nosotros.)
-Dios Hijo, Redentor del mundo,
-Dios Espíritu Santo,
-Trinidad santa, un solo Dios,
-Jesús, Rey, verdadero Dios y hombre, (Ten piedad de nosotros)

-Jesús, Rey de los cielos y de la tierra,


-Jesús, Rey de los ángeles,
-Jesús, Rey de los apóstoles,
-Jesús, Rey de los mártires,
-Jesús, Rey de los confesores,
-Jesús, Rey de los vírgenes,
-Jesús, Rey de todos los santos,
-Jesús, Rey de la santa Iglesia,
-Jesús, Rey de los sacerdotes,
-Jesús, Rey de los reyes,
-Jesús, Rey de las naciones,
-Jesús, Rey de nuestros corazones,
-Jesús, Rey y esposo de nuestras almas,
-Jesús, Rey, Salvador y Redentor nuestro,
-Jesús, Rey, y Dios nuestro,
-Jesús, Rey y Maestro nuestro,
-Jesús, Rey y Pontífice nuestro,
-Jesús, Rey y Juez nuestro,
-Jesús, Rey de gracia y santidad,
-Jesús, Rey de amor y justicia,

-Jesús, Rey de vida y de paz,


-Jesús, Rey de la verdad y de la sabiduría,
-Jesús, Rey del universo,
-Jesús, Rey de la gloria,
-Jesús, Rey Altísimo,
-Jesús, Rey Todopoderoso,
-Jesús, Rey invencible,
-Jesús, Rey sapientísimo,
-Jesús, Rey benevolentísimo,
-Jesús, Rey pacientísimo

-Jesús, Rey flagelado,


-Jesús, Rey coronado de espinas,
-Jesús, Rey crucificado,
-Jesús, Rey gloriosamente resucitado,
-Jesús, Rey de amor en el Santísimo Sacramento,
-Jesús, Rey nuestro amantísimo,
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, (Perdónanos, Señor)
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, (Escúchanos Señor)
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, (Ten misericordia de nosotros)

V. Bendecid vuestro pueblo, oh, Jesús Rey; gobernadnos y protegednos.


R. Vivid y reinad en nuestros corazones y en los corazones de todos los hombres.

Oración. Omnipotente y sempiterno Dios, que, en vuestro amado Hijo, Rey del universo,
resolvisteis renovar todas las cosas, conceded benignamente que todos los hombres
pecadores se sujeten a su suave yugo y dominio, quien vive y reina con Vos por los siglos
de los siglos. Amén.
ORACION DE CONSAGRACION A CRISTO REY - S.S. León XIII

Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados


delante de vuestro altar; vuestros somos y vuestros queremos ser y a fin de poder vivir
más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos
consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón.
Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros
mandamientos, os han desechado. Oh, Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y
de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Sacratísimo.
Oh, Señor, sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino
también de los pródigos que os han abandonado; haced que vuelvan pronto a la casa
paterna, para que no perezcan de hambre y de miseria.

Sed Rey de aquellos que, por seducción del error o por espíritu de discordia, viven
separados de Vos: devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que, en
breve, se forme un solo rebaño bajo un solo Pastor.

Sed Rey de los que permanecen todavía envueltos en las tinieblas de la idolatría o del
islamismo; dignaos atraerlos a todos a la luz de vuestro reino.

Mirad, finalmente, con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro
tiempo fue vuestro predilecto: descienda también sobre ellos como bautismo de
redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron.

Conceded, oh, Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos los
pueblos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no
suene sino esta voz:

¡Alabado sea el Corazón Divino, causa de nuestra salud, a Él se entonen


cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos!

Amén.

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