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PARADOJA EINSTEIN-PODOLSKY-ROSEN

Todo esto llevó a Einstein a preguntar: ¿acaso la Luna solo existe cuando la
miramos? Con su relatividad general, el alemán había vencido la visión
newtoniana de la gravedad como una misteriosa acción a distancia; un tejido
continuo del espacio-tiempo transmitía este efecto. Y sin embargo, según la
mecánica cuántica, el efecto del observador sobre una partícula podía
transmitirse a otra idéntica, ambas separadas al nacer, de forma instantánea. Es
decir, una misteriosa acción a distancia. Einstein no dudaba de la teoría, sino que
la creía incompleta: supuestas variables ocultas debían explicar aquel efecto sin
recurrir al artefacto probabilístico. Dios no juega a los dados, escribió en una
carta a Born.

Este experimento mental de Einstein, hoy llamado Paradoja Einstein-Podolsky-


Rosen, dio lugar al concepto de entrelazamiento cuántico, por el que hoy se
conoce esa misteriosa acción a distancia. En 1964 John Stewart Bell se inspiró en
una interpretación alternativa de la cuántica desarrollada por David Bohm a partir
de la teoría de De Broglie sobre la onda piloto asociada a toda partícula, que
disipaba las neblinas probabilísticas de la interpretación de Copenhague en favor
de una visión determinista independiente de la observación. La conclusión de
Bell fue que las variables ocultas de Einstein no existían. Y mal que le hubiera
pesado al alemán, los experimentos no han dejado de corroborar lo que Bell
demostró sobre el papel. El entrelazamiento es el fundamento del teletransporte
cuántico, capaz de transferir propiedades de una partícula a otra.

Experimento de la paradoja Einstein-Podolsky-Rosen con pares positrón-electrón.


Fuente: Wikimedia
En resumen, la mecánica cuántica ha demostrado una y otra vez su poder para
predecir el comportamiento de la naturaleza. Lo cual no quita que todo ese
cúmulo de rarezas iniciado por la constante de Planck haya alumbrado nuevas
interpretaciones más allá del “¡cállate y calcula!” de la de Copenhague (en
palabras de David Mermin): la formulación de integral de caminos, desarrollada
por Feynman y que suma todas las trayectorias de una partícula, la interpretación
de muchos mundos, las teorías de colapso objetivo…
Sin embargo y con independencia de las distintas gafas disponibles para observar
la cuántica, hay algo indudable, y es que al trabajo pionero de Planck le debemos
gran parte de lo que ha sostenido nuestra civilización durante estos 120 años,
desde el primer transistor a la actual sociedad de la tecnología; y en un futuro ya
casi presente, la computación cuántica. Poco importa que no la comprendamos,
dado que los propios físicos dicen no entenderla. “La mecánica cuántica es
magia”, dijo Daniel Greenberger. Así que obedezcamos a Feynman si lo mejor
que podemos hacer es relajarnos y disfrutar del espectáculo. 

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