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Berry (2005) Oratory
Berry (2005) Oratory
1. INTRODUCCIÓN.
El propósito del artículo es realizar un breve repaso de la historia de la oratoria romana,
en paralelo con la historia de la retórica. Para ello, se efectúan en primer lugar las
siguientes aclaraciones:
§ “Oratoria” y “retórica” no deben confundirse. La primera abarca los discursos
pronunciados y/o publicados por los oradores, y la segunda es el conjunto de reglas
teóricas que subyacen en un discurso y que son expuestas en los tratados retóricos.
§ En Roma, igual que en Grecia, la oratoria precedió a la retórica. Es sabido que ya en
la épica de Homero se encuentran las primeras manifestaciones de oratoria, siglos antes
de que los teóricos sistematizaran por vez primera sus principios. En el caso de Roma,
el sistema republicano favoreció el empleo de discursos formadores de opinión mucho
antes de recibir de Grecia, en el siglo II aC, formación teórica específica. Con todo, el
ejemplo de Homero nos señala que la oratoria puede aparecer intercalada en otros
géneros.
§ El discurso latino más antiguo cuya existencia conocemos fue pronunciado en 280 aC
por Apio Claudio Ceco, quien persuadió al senado de no hacer la paz con el rey Pirro de
Epiro. Dicho discurso no ha llegado hasta nosotros.
§ En el siglo siguiente (II aC), Roma cayó bajo la influencia de la cultura griega. Esto se
explica por el triunfo romano sobre Macedonia, que suscitó numerosas embajadas
griegas a Roma. Según el testimonio de Cicerón (De oratore 1.14), el conocer la
oratoria griega provocó en los romanos deseos de aprender, y así fue como los retóricos
griegos comenzaron a proveerles instrucción. Este hecho generó dos reacciones
contrapuestas: por un lado, los más conservadores pusieron bajo sospecha a estos
nuevos maestros,1 por el otro, la disciplina que enseñaban ganó popularidad pues
resultaba de suma utilidad en una época en la que el crecimiento de poder de la clase
dirigente la obligaba a competir más. Los dos oradores más célebres de este período
ilustran esta tensión:
• Marco Porcio Catón, el Censor (234-149 aC): conservamos fragmentos de sus
150 discursos. Su principio rector “rem tene, uerba sequentur” (mantén el tema,
las palabras lo seguirán), sugiere un alejamiento de la instrucción retórica; sin
embargo, Quintiliano afirma que escribió sobre el tema (Institutio oratoria
3.1.19). Los fragmentos que conservamos no son concluyentes, dado que si bien
muestran el empleo de algunas figuras retóricas eso no implica necesariamente
influencia griega. Por otro lado, no es imposible que Catón haya aprovechado la
retórica griega manteniendo un perfil conservador en sus declaraciones.
• Cayo Sempronio Graco (154-121 aC), hermano de Tiberio. Ambos tuvieron
maestros griegos, según señala Cicerón en el Brutus. Uno de sus fragmentos
evidencia su formación:
“Quo me miser conferam? Quo uortam? In Capitoliumne? At fratris sanguine
redundat. An domum? Matremne ut miseram lamentantem uideam et abiectam?”
(¿Adónde iré, pobre desdichado? ¿Adónde me dirigiré? ¿Al Capitolio? Pero rebosa
1
De hecho, en 161 aC hubo un intento en el senado para expulsarlos.
de la sangre de mi hermano. ¿A mi casa? ¿Para ver a mi pobre madre, lamentándose
y postrada?).
Si quid est in me īngĕnī, iūdĭcēs, quod sentio quām sit ēxĭgŭŭm, aut si qua
exercitatio dicendi, in qua me non infitior mediocriter ēssĕ uērsātŭm, aut si
huiusce rei ratio aliqua ab optimarum artium studiis ac dīscĭplīnā prŏfēctă, a qua
ego nullum confiteor aetatis meāē tēmpŭs ăbhōrrŭīssě, earum rerum omnium uel
in primis hic A. Licinius fructum a me repetere prŏpĕ sŭō iūrě dēbět.
En este período hay una gran demora hasta que el sentido se completa, pues el sujeto
“Licinius” aparece casi al final y el verbo “debet” es la última palabra. Esto enfatiza
ambas palabras e incrementa la dignidad inherente al nombre romano del acusado, Aulo
Licinio —algo que claramente Cicerón desea resaltar, puesto que lo que se debatía en el
juicio era la ciudadanía romana de Archias. La posición final de “debet”, por su parte,
subraya el sentido de obligación ya designado por el verbo en sí. La demora es también
lograda por la inclusión de tres condicionales paralelas, que contienen, a su vez, una
proposición relativa y otra sustantiva. Es un tricolon ascendente, puesto que el segundo
y el tercer miembro son cada uno más extensos que el anterior.
Otra característica del estilo periódico es la prosa rítmica: los finales de cada una de las
cláusulas mayores (o cola) presentan esquemas métricos (en latín, clausulae) que son
propios de la prosa. En el pasaje citado del Pro Archia se encuentran marcados algunos
de los esquemas más frecuentes en Cicerón. Cabe aclarar que las clausulae no estaban
confinadas a los cola, sino que podían aparecer en cualquier punto del discurso en que
hubiera una pausa natural.
Desde el punto de vista estilístico, algunos rasgos de la prosa ciceroniana son: preguntas
retóricas (que no esperan respuesta), anáfora (repetición de una palabra o frase en
oraciones sucesivas, como el “si” que inicia las condicionales en la cita del Pro Archia),
asíndeton (falta de coordinantes), apóstrofe (evocación o interpelación de una cosa o
persona ausente), exclamación, aliteración y asonancia, juegos de palabra y metáfora.
Los discursos de Cicerón, por otro lado, presentan ciertas peculiaridades en lo que
respecta a sus estrategias argumentativas. Algunas de ellas están ligadas a su
personalidad, que conocemos, además de por los discursos, por sus cartas. Cicerón es un
autor que habla extensamente de sí mismo, algo en clara consonancia con la relevancia
que tenía en la oratoria romana la explotación del propio carácter. El propósito de la
oratoria forense y deliberativa era persuadir, y era más probable que lo lograra un
orador visto como honesto, responsable, patriota, no demasiado intelectual, creyente de
los valores tradicionales, relevante para el Estado y partidario de los intereses de la
audiencia. Así es como se presenta Cicerón en la mayoría de sus discursos. En general,
intenta proyectar su propia auctoritas, aquella influencia y prestigio personal que quien
fuera o hubiese sido senador o magistrado podía alcanzar y que podía inclinar a la
audiencia a creer en la verdad de sus palabras. En el caso de Cicerón, es evidente que se
apoyó en la auctoritas brindada por su consulado del 63 aC cuando persuadió al pueblo
con De lege agraria para votar en contra de un proyecto que proponía repartir entre los
pobres las tierras públicas en Italia. Lo mismo puede decirse del Pro Sulla (62 aC), con
el que defendió a Sila de haber apoyado a Catilina con un razonamiento que puede
sintetizarse en la siguiente idea: “Mi cliente debe ser inocente porque yo difícilmente lo
defendería si no lo fuera”. En los inicios de su carrera, incluso capitalizó su falta de
auctoritas para estructurar una defensa a una acusación de parricidio (Pro Roscio
Amerino, 80 aC), al proclamar que su propia insignificancia le daría oportunidad de
decir la verdad. En el Pro Murena (63 aC), un discurso con el que defendió al cónsul
electo Murena de la acusación de comprar votos, Cicerón armó la defensa socavando la
auctoritas de Catón, que era el abogado de la contraparte y ciertamente no carecía de
estatura moral para convencer al jurado. Para lograr su cometido, Cicerón hizo un
recuento humorístico del estoicismo profesado por Catón.
El humor es también uno de los recursos más presentes en los discursos de Cicerón, y
uno de los ejemplos más célebres es el Pro Caelio (56 aC). El defendido estaba acusado
del asesinato de un importante embajador de Alejandría, el filósofo Dion, además de
otros cargos de violencia. Cicerón distrae al jurado deteniéndose en la examante de
Celio, Clodia Metelli, anunciando que el despecho de la promiscua mujer había
originado la persecución contra el joven. Clodia es el objeto de todo tipo de chistes y
burlas sobre su vida y sus costumbres, hasta el punto de ser descripta como una meretrix
que mantenía una relación incestuosa con su hermano Clodio, enemigo, por lo demás,
de Cicerón. Mediante el recurso de la prosopopeya, que consiste en poner el discurso en
boca de una persona ausente, Cicerón invoca al más célebre ancestro de la familia de
Clodia, Apio Claudio Ceco (“el Ciego”), quien reprocha a la mujer su conducta en una
alocución que, a la par que suma humorismo, muestra la capacidad de Cicerón para
combinar su propio estilo con la oratoria arcaica. En este discurso, por otra parte, la
apelación al humor estaba habilitada ya por las circunstancias mismas en que tuvo lugar
el proceso, los Ludi Megalenses. Los juicios que entendían sobre cargos tan graves
como los mencionados no podían ser pospuestos, de manera que Cicerón pudo
aprovechar la situación para introducir múltiples referencias al teatro, desde el anuncio
explícito de que intentaría entretener al jurado que, por culpa del proceso, no podría
asistir a las funciones, hasta la caracterización de los protagonistas y sus acciones con
alusiones a los tipos y géneros teatrales.
Es claro que Cicerón recurrió a una gran variedad de tácticas en sus discursos. Otra
consiste en ubicar a su audiencia en un determinado punto de vista político: la posición
de Cicerón es autodefinida como la patriota, por lo cual todas las demás resultan
automáticamente enemigas del Estado. Así sucede con Catilina en las Catilinarias, con
Clodio en los discursos Post reditum, o Antonio en las Filípicas. Otra estrategia
descansa en la habilidad narrativa, como en las Verrinas (70 aC), donde la persecución a
Verres, gobernador corrupto de Sicilia, depende de un extenso, complejo y convincente
relato de los hechos que no dejó espacio para otras versiones de lo ocurrido. Otros
discursos, como el Pro Milone (52 aC) o el Pro Cluentio (66 aC), ambos casos de
asesinato, están basados en la distorsión y confusión de hechos, argumentos y cargos.
Muchos otros contienen largas disgresiones que pretenden remover los prejuicios que la
audiencia podría tener contra el orador y/o su cliente, así como distraer del punto central
de la discusión. Aquí, el éxito descansó sobre todo en la devastadora capacidad de
caracterización de Cicerón.
Sin embargo, la maestría de Cicerón se mostró ante todo en la manipulación de las
emociones. Sus defensas a menudo concluían con un llamado a la piedad (miseratio o
conquestio) que movía al llanto. Estas apelaciones tendían a seguir un esquema: si el
defendido era condenado, los últimos años de su anciano padre y/o el futuro promisorio
de su joven hijo se verían destruidos (cfr. Pro Murena, Pro Sulla, Pro Flacco, Pro
Caelio). Cicerón, en el Orator (130, 132) y en el De oratore (189-90), atribuye esta
capacidad no a cuestiones técnicas sino a su propia y genuina simpatía con estas ideas, y
en sus cartas se muestra como un hombre sensible. Con todo, una emoción distinta se
evidencia cuando Cicerón apoya desde su corazón una causa, como al final de la
segunda Filípica (118-119):
Respice, quaeso, aliquando rem publicam, M. Antoni, quibus ortus sis, non
quibuscum uiuas considera: mecum, ut uoles: redi cum re publica in gratiam. Sed
de te tu uideris; ego de me ipse profitebor. Defendi rem publicam adulescens, non
deseram senex: contempsi Catilinae gladios, non pertimescam tuos. Quin etiam
corpus libenter obtulerim, si repraesentari morte mea libertas ciuitatis potest, ut
aliquando dolor populi Romani pariat quod iam diu parturit! Etenim si abhinc
annos prope uiginti hoc ipso in templo negaui posse mortem immaturam esse
consulari, quanto uerius nunc negabo seni? Mihi uero, patres conscripti, iam
etiam optanda mors est, perfuncto rebus eis quas adeptus sum quasque gessi. Duo
modo haec opto, unum ut moriens populum Romanum liberum relinquam – hoc
mihi maius ab dis immortalibus dari nihil potest – alterum ut ita cuique eueniat ut
de re publica quisque mereatur.
A porfía, créeme, correrán en adelante a realizar tal empresa, sin esperar a que se
presente ocasión oportuna. Mira, pues, Antonio, por la república; te lo ruego
encarecidamente. Considera de quiénes naciste y no con quiénes vives. Haz
conmigo lo que gustes, pero reconcíliate con la república. Tú harás de ti lo que te
parezca; yo, por mi parte, declaro que en mi juventud defendí la república, y no la
desampararé en la vejez. Desprecié las espadas de Catilina, y no he de temer las
tuyas. Antes bien, ofrezco gustoso mi vida si a costa de ella recupera Roma su
libertad y acaba alguna vez el dolor del pueblo romano arrojando lo que ha
tiempo le embaraza. Si hace veinte años negué en este mismo templo que para un
consular pudiese haber muerte prematura, ¿con cuánta más razón no lo he de
negar ahora en la vejez? En verdad, padres conscriptos, después de desempeñar
los cargos que alcancé y de hacer tantas cosas, sólo debo optar por la muerte.
Sólo dos cosas anhelo: una, dejar libre, a mi muerte, al pueblo romano, y éste será
el mayor favor que puedan concederme los dioses inmortales, otra, que a cada
cual le suceda lo que merezca por el bien o el mal que haya hecho a la república.
Poco tiempo después, Cicerón enfrentó las espadas de Antonio sin vacilar, pero su
muerte fue seguida por el final de la república.