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Juliana González
1 HEIDEGGER, M.: Lellre sur l'humanisme, Aubier Montaigne, París, 1964, pág. 145.
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«Todo lo que somos lo hicimos nosotros mismos: con la naturaleza, pero sobre la
naturaleza. Al constituir una forma de ser sobre-natural, no quedamos desprendidos;
seguirnos sujetos a las leyes naturales, pero además encontramos una manera de establecer
la comunión con la naturaleza.» Merafísica de la expresidn; nueva versión F.C.E.: Mé
xico, 1974, Cf. asimismo de NICOL, Los principios de la ciencia, F.C.E., México, 1965.
Y de J. GONZÁLEZ, La melaJtsica dialécrica de Eduardo Nicol, UNAM, México, 1981.
6 FROMM, E.: El corazdn del hombre, 2.• ed. en español; F.C.E. México, 1966.
pág. 48. Cf. Etica y psicoanálisis; F.C.E. México; passim.
7 Sobre los dos órdenes de la regresión en Freud, cronológico y estructural o
«arqueológico», Cf. P. RJCOEUR, Freud. una revolución en la culrura. Siglo XXI editores,
México. Asimismo, Cf. J. GONZÁLEZ, Freud y la moralidad, UNAM, México (en prensa).
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s El hombre, dice FROMM, «sólo tiene una alternativa: o persiste en su ansia de regreso
y le cuesta depender simbólicamente de la madre (y de substitutos simbólicos, como la
tierra, la naturaleza, dios, la nación, una burocracia) o progresar y hallar nuevas raíces en
el mundo por su propio esfuerzo, experimentando la hermandad del hombre y liberándose
del poder del pasado». Anatomía ... , pág. 237.
9 FROMM, E.: El arte... ibídem.
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errante, inestable, sin reposo, sin paz y sin firmeza; vida amorfa o
deforme, impersonal, anodina, superficial y enajenada; como lo es
notablemente la deshumanizada vida del hombre contemporáneo, que
Fromm no se cansa de denunciar.
Pero en la naturaleza humana está también la posibilidad inversa �
la regresión; el hombre puede ver y .asumir su propia condjción,
aceptar y tolerar el reto existencial de avanzar hacia adelante, hacia el
futuro, la maduración y la razón; puede elevarse por encima de la
mera naturaleza e iniciar el movimiento de progreso psíquico y
moral; puede, en suma, afirmar la vida, su vida propiamente humana
que es, en definitiva, como ve Fromm, la vida en el amor y la libertad.
El ethos sólo está, en realidad, en la orientación de progreso: El
carácter -dice Fromm- «es el sustituto del instinto»:
El carácter es la estructura específica en que se organiza la
energía humana para la consecución de los fines del hombre;
motiva el comportamiento según sus fines dominantes 10 •
Las formas de vida regresivas son en realidad la negación del
ethos; o quizá mejor: son el ethos en negativo, el anti-ethos; expresan
la paradoja de que existan caracteres «sin carácter», de que la libertad
humana se empeñe en todas las formas posibles de la esclavitud, el
sometimiento, la traición al propio ser.
El ethos en definitiva · coincide con el eros, y éste, como dice
Fromm, no es sino el hijo de la libertad. Ethos, eros, fe, libertad,
felicidad, biofilia, no son sino distintos aspectos de la misma
orientación existencial, psíquica y moral de la vida: la que afirma el
ser. Y el ethos es el eros mismo porque sólo en el amor, y por el amor,
encuentra el hombre su morada auténtica, su sitio propio en el
cosmos, su rostro y corazón.
El amor adquiere en Fromm una significación universal y funda
mental, que se aproxima a la que obtuvo el eros en el Simposio o en el
Fedro platónicos. Desde luego, el amor no es un mero sentimiento,
sino una experiencia integral que afecta todas las funciones psico
somáticas de la persona: intelectuales, sentimentales, volitivas, instin
tivas, «irracionales», sensuales, todo a la vez. El eros es el ethos: es una
manera de ser y de actuat; es una disposición básica y total ante los
otros y ante la vida; es la fuente y el recinto de la autarquía humana. El
amor es carácter. Asimismo, el eros, tanto en Fromm como en Platón,
no se proyecta en una sola dirección: la de lo que comúnmente se
10 - Anatomía, pág. 255.
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Cf. LORENZ, K.: Sobre la agresión, el pretendido mal , Siglo XXI, México.
1 -'
16 FROMM, E.: Anatomía.... primera parte; págs. 34 y sigs.
17 - El corazón... ; pág. 179.
1s - Anatomía... ; pág. 112.
19 - íd.: págs. 105 y sigs.
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afirmación del ser. En este sentido, lo que varia no es el qué, sino el
cómo, pues en esencia todo ser humano busca lo mismo y toda vida
!u.imana discurre dramática y éticamente en esta alternativa básica
entre avanzar o retroceder, asumir o evadir el propio ser, vivir o morir.
Lo que cambia es el predominio de la fuerza de vida o de muerte, de
éxito o fracaso en la unión genuina y en la obtención de la auténtica
felicidad interior.
Pero en otro sentido, lo originario, lo universal y lo verdadera
mente esencial es para Fromm el impulso hacia la vida y la realiza
ción de la existencia; el ethos y el eros mismos. Fromm .insiste �a .e�
validez del principio de Spinoza de que «todo lo ·que es, tiende a
perseverar en el sern20, de que existe un connatus originario, un élan
vital, como lo llama Bergson; un impulso ontológico hacia la vida, y
con ella hacia la unidad, la plenitud, el crecimiento, la fecundidad, la
expansión y la felicidad, y que es lo que Freud mismo conceptuó
precisamente como el eros, el cual tiende a <<crear unidades de vida
cada vez más complejas»21 . Por esto también, el ser es racional en
Fromm, igual que en Spinoza, y el hombre no está fuera de las leyes
que rigen al todo y del connatus universal biofílico de persistir en el
ser. El fracaso, la muerte, la destrucción, la infelicidad, la negación del
impulso de vida no son originarios ni necesarios, aunque en la exis
tencia de los hombres tengan un imperio casi completo. Más bien son
las modalidades fallidas, frustradas, las que sobrevienen como defen
sa, como reacción, como respuesta ante las múltiples circunstancias
que tienden a contrariar el deseo primordial, de ser. Y quizá para
Fromm son, asimismo, expresiones de la dificultad propia de la
libertad; de que el cumplimiento no es algo dado, automático, forzoso,
que se logra sin la decisión y el esfuerzo del hombre, sin el valor
radical que se requiere para asumir la libertad, o sea, la soledad, el
riesgo, la creatividad amorosa, la constante autosuperación22 •
En este sentido, es que Fromm tiene, de un modo u otro, una idea
«optimista» e «idealista» del hombre, y es impugnado incluso, por
23 Cf., por ejemplo, la critica que al respecto hace a Fromm H. MARCUSSE, particu
larmente en Eros y· civilización.
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por el hecho de que toda concepción teórica pesimista, regresiva y
necrófila, en términos frommianos, resulta más fácil de aceptar, en
tanto que nos libera del compromiso de la libertad y de la fe en el
hombre. Para el «realismo» actual, tanto en sus versiones irracio
nalistas como en las racionalistas, las ideas frommianas del amor, de
la libertad, de la fe, de la felicidad, de la racionalidad, del «huma
nismo», en suma, resuenan como ecos ingenuos, falaces, conserva
dores (en el peor sentido del término) y, en última instancia, ilusos y
triviales frente a la «seriedad» d� la vida. En general, todo aquel que en
nuestro tiempo cree en el hombre y en su capacidad de amor y de
crecimiento psíquico y moral, es juzgado como iluso y pueril, de la
misma manera como se suele juzgar a aquellos que buscan la sabiduría
y la bondad, y ponen la vida al servicio de ser en vez de tener, como lo
precisa Fromm.
Pero ¿dónde están realmente la trivialidad y la puerilidad? ¿Qué es
lo ilusorio y qué lo verdadero y serio?
La confianza en el perfeccionamiento humano; la búsqueda de la
genuina felicidad, cifrada en la realización ética y amorosa son, por el
contrario, para Fromm, lo más serio, <<adulto» e importante de la vida.
Lo que Fromm afirma es precisamente la seriedad de la felicidad, el
carácter de un verdadero «imperativo moral» que ésta tiene para el
hombre. Por esto recuerda que, para Spinoza,
«La felieidad no es el premio a la virtud, sino la virtud
misma»24 .
La madurez psíquica y moral, la autenticidad y la verdadera
racionalidad están en el empeño efectivo que los seres humanos hacen
para ser sabios, amorosos, libres y felices. Toda glorificación, en
cambio, de la miseria y la tristeza, de la impotencia para el bien y el
amor, de la sumisión a un destino externo o interno, son signos, ellos
sí, de cobardía existencial, de «miedo a la libertad» y de evasión del
ethos.
A «la muerte de Dios», si por ello se entiende el fin de todo
trasmundo, de toda negación de la tierra en aras de Jo «celestial»,
Fromm responde, no con el nihilismo y la desesperación, sino con un
humanismo radical, que tampoco significa el endiosamiento del
hombre. Lo que tiene que morir, para Fromm, es la idolatría en todas
sus manifestaciones, la cosificación de las fuerzas psíquicas en
entidades sobrehumanas, ante las cuales el hombre mismo se somete y
24 Citado por Fromm en Etica y Psicoanálisis, cap. IV; pág. 174.
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